Está en la página 1de 136

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por la cual no tiene costo

alguno.
Es una traducción hecha por fans y para fans.
Si el libro logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo.
No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus
redes sociales, recomendándola a tus amigos, promocionando sus libros e
incluso haciendo una reseña en tu blog o foro.
Índice
Sinopsis
Prólogo
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Epílogo
Sobre la autora
Créditos
Sinopsis
Nate y Liv tienen una gran vida juntos, pero extrañan la
espontaneidad y la libertad que disfrutaron al principio de su romance. Las
carreras y sus hijos inevitablemente los han mantenido ocupados, así que
cuando Nate descubre que Liv se siente desconectada de él, planea un
viaje de aniversario a la idílica ciudad costera de Hartwell, Delaware. Allí
espera que tengan la oportunidad que han estado anhelando: una
oportunidad de reinventarse a sí mismos y enamorarse una vez más.
Con cada nuevo día llega una nueva aventura, desde colarse en una
boda en el hotel cinco estrellas del paseo marítimo a fingir que son dos
extraños que tienen un encuentro casual en el bar del paseo marítimo. En
medio de este atrevido y sexualmente cargado juego de redescubrimiento
romántico, Nate y Liv descubren que la única constante que necesitan es el
uno al otro.

On Dublin Street #6.7


Prólogo
E
sta no era yo. Si alguna vez lo hubiera sido, habría sido mi vieja
yo.
El bar de moda. La iluminación baja. El vestido sexy.
Tal vez hace seis meses me habría sentido incómoda en
Germaine, un bar que estaba visitando por primera vez, porque la mayoría
de las personas que me rodeaban tenían entre 20 y 30 años. Pero, en ese
momento, era difícil sentir algo más que calor y necesidad.
El hombre al otro lado del bar me estaba follando con la mirada.
Sí, follándome con la mirada.
Podría ser más femenina y llegar a una descripción mucho más dulce,
pero en realidad ninguna otra palabra podría describir el calor en los ojos
del extraño mientras me miraba.
Sentí más que una punzada de culpa por el hecho de que este
extraño fuera quien me hiciera sentir así: como si el vestido que llevaba
puesto fuera demasiado apretado, demasiado todo, y no pudiera esperar
para estar desnuda. Desnuda y resbaladiza del sudor mientras mi cuerpo se
retuerce bajo el escrutinio del hombre que me observaba como si yo fuera
la encarnación del sexo.
Observándome de una manera en la que Nate no me había
observado en mucho tiempo.
Al recordar la desconexión entre mi marido y yo, abandoné mi culpa
y finalmente le di al extraño la pequeña sonrisa de aliento que había estado
esperando.
Cruzó la habitación con su bebida en mano y me dio la sonrisa más
sexy de mi vida a medida que se acomodaba en el taburete a mi lado.
Nuestros dedos se rozaron cuando puso su vaso sobre la mesita redonda, y
sentí el vello en mi nuca erizarse.
Nuestros ojos se encontraron y se conectaron.
De repente se sintió difícil respirar. Había tanta tensión
arremolinándose en mi cuerpo. El único hombre que me había hecho sentir
así de necesitada era mi marido, y este extraño tenía la misma habilidad
magnética y sexual.
—No te había visto por aquí antes —dijo el desconocido, sus ojos
hundiéndose en mi boca y luego en mi pecho, visible en mi vestido de corte
bajo.
Cuando su mirada volvió a la mía, levanté una ceja como diciendo:
¿ya terminaste?
El extraño rio suavemente, y el sonido ronco provocó un hormigueo
entre mis piernas.
—No soy de por aquí —contesté.
Él ladeó la cabeza para estudiarme.
—Tu acento… es difícil de ubicar. Aunque diría, la Costa Este,
¿verdad?
Lo que estaba escuchando era la pequeña inflexión escocesa que
había captado en mi acento americano a lo largo de los años. Siempre lo
tuve porque mi padre era escocés, pero vivir en Edimburgo durante años
había hecho que la inflexión fuera más pronunciada.
—De hecho, Arizona.
—Nunca lo hubiera adivinado.
Me encogí de hombros levemente y él sonrió, sus ojos vagando por mi
rostro.
Hace años me habría retorcido bajo su mirada minuciosa,
balbuceando y tropezando con mis palabras. Nate me había cambiado.
La duda me impidió devolverle la sonrisa al hombre.
Mi esposo había hecho mucho por mí. No, no era perfecto, y
últimamente había lastimado mis sentimientos profundamente… pero sabía
que debería estarle dando mis sonrisas provocativas a él y no a este tipo.
Fingir podría no ser lo mejor para mí en este momento.
—Dios, eres malditamente sexy —dijo el extraño—. He estado
fantaseando contigo desde el momento en que entraste en Germaine.
Y tan superficial como era eso, la ronca sinceridad en sus palabras me
hizo detenerme. Nate no estaba aquí. No era Nate quien me quería así. Era
este extraño.
Deja de pensar tanto. De hecho, escuché la voz de Nate en mi
cabeza. Juega un poco, Liv.
Ante el perverso estímulo imaginario de mi esposo, me incliné aún más
sobre la mesa, dándole al extraño una mejor vista de mi vestido.
—Dime.
—¿Qué te digo?
—Sobre esta fantasía tuya.
Y así lo hizo.
En detalle.
Hasta que mis manos temblaban de deseo, hasta que mis pezones
estaban apretados y mis senos hinchados, y estaba a segundos de
arrancarme el vestido y lanzarme a este hombre poderoso.
—¿Qué piensas? —preguntó el extraño—. ¿Suena como algo que
podrías querer hacer realidad?
La parte que estaba en guerra dentro de mí, llena de culpa y
preocupación, la empujé a la parte posterior de mi mente.
—Sí.
Los ojos del extraño se oscurecieron de placer y él, lenta y
agraciadamente, se levantó del taburete y me tendió la mano.
Todas las razones por las que no debería hacer esto se arremolinaron
en mi cabeza.
Estaba casada, por ejemplo.
Tenía dos hijas que dependían de mi actuar sensato.
Y estaba en otro país, lejos de casa, donde nadie me conocía.
Esto era irresponsable.
Debería sentirme absolutamente culpable.
Y, sin embargo, de alguna manera me bajé del taburete, puse mi
mano en la de un extraño y dejé que me sacara del bar…
Uno
Un mes antes…

P
ensarías que después de casi diez años de matrimonio y catorce
años juntos, podría haber perdido esos hormigueos mágicos en
mis lugares femeninos cuando veía a mi esposo.
Pero estarías equivocado.
Al ver a mi esposo durmiendo a mi lado en la cama, todavía sentía
una oleada de deseo, pero ahora la sensación se veía ensombrecida por el
anhelo, la preocupación y el dolor.
Nate Sawyer todavía era un bastardo atractivo.
Cuando dormía, se veía más joven, sus rasgos suaves y relajados, a
pesar de las escasas canas en el cabello de sus sienes. Todavía tenía una
cabeza llena de abundante cabello espeso y sospechaba que siempre lo
tendría. Oscuro con pizcas de gris, escasamente canoso, o completamente
gris, no importaría. Con su piel naturalmente bronceada y su buena
apariencia de estrella de cine, mi esposo siempre sería atractivo. Incluso
cuando estaba despierto y podías ver las líneas de sonrisa marcadas y
sensuales que arrugaban las esquinas de sus ojos, era más ardiente de lo que
nunca había sido en lo que a mí respecta.
Había algo completamente injusto en el hecho de que los hombres
parecían volverse más atractivos con la edad, mientras que las mujeres
tenían que trabajar en esa mierda.
Trazando sus rasgos con mis ojos, apenas pude evitar estirarme y
tocarlo. Nate estaba muy cansado últimamente y no quería despertarlo
para el rapidito-del-sábado-por-la-mañana cuando sospechaba que no
me lo agradecería.
¿Y no era ese el pensamiento más deprimente de todos los tiempos?
Hubo una época en la que Nate Sawyer no quería nada más en esta
vida que ser despertado con la boca de su esposa.
No me malinterpretes, seguíamos teniendo relaciones sexuales
regulares… pero no era como solía ser antes. Habíamos tenido relaciones
sexuales anoche. Los dos nos corrimos, pero fue algo casi mecánico hacerlo.
Como si fuera parte de nuestra rutina o algo así. Nate solo terminó, se apartó
de mí, se inclinó para apagar la luz de la cama, me dio las buenas noches
y, bam, estaba dormido. Sin besos, ni abrazos, ni susurros sobre nuestro día.
Nada.
Y me quedé dormida con lágrimas en mi almohada.
No por primera vez.
Al sentir esas lágrimas escocer mis ojos de nuevo, resoplé ante mi
sentimentalismo y parpadeé para alejar la punzante humedad. Estaba
siendo tan ingrata. Mira mi vida. ¡Tenía una gran vida!
Nate y yo teníamos dos hermosas hijas. Y Dios, en serio eran hermosas.
Lily tenía once años y January ocho, y las dos habían conseguido lo mejor
de los dos. Eran la viva imagen de uno y otro con sus preciosas pieles
oliváceas y sus cascadas de cabellos oscuros. Las únicas diferencias entre
ellas eran que Lily tenía mis ojos dorados y la boca de Nate, mientras que
January tenía los ojos chocolate oscuro de Nate y mi boca. Pero
afortunadamente ambas tienen los hoyuelos de Nate. En mi marido, esos
hoyuelos eran ardientes como el infierno.
En mis niñas, eran los hoyuelos más dulces del mundo, aumentando su
factor de lindura a diez trillones de veces.
Eran unas niñas adorables. Lily era nuestro dulce angelito con un
sentido del humor tranquilo y peculiar como su madre, mientras que Jan era
más ruidosa, abierta y llena de travesuras. Aunque podían pelear como
gatos y perros, algo por lo que la mayoría de las hermanas eran conocidas,
según me habían dicho, Jan era muy protectora con su hermana mayor.
Adorable y mandonamente protectora con su hermana. Era como si, a
pesar de sus jóvenes años, comprendiera que Lily tenía un alma sensible que
necesitaba ser protegida de aquellos que no la tratarían con cuidado.
Sí, tenía a las mejores niñas.
Tenía un gran trabajo como bibliotecaria en jefe de la Universidad de
Edimburgo.
Una bonita casa en Kirkliston, a solo treinta y cinco minutos del centro
de la ciudad. Nos mudamos allí porque era más asequible y podíamos
obtener una casa de cuatro habitaciones por una fracción de lo que nos
costaría en la ciudad.
Como Nate había empezado a trabajar por su cuenta y su compañía
de fotografía lo estaba haciendo bien y lo había hecho durante los últimos
años, nos sentíamos cómodos financieramente.
Así que mi esposo trabajaba mucho, y nuestras noches de citas
semanales que nos prometimos mutuamente para mantener nuestra
relación fresca eran cosa del pasado.
Sin embargo, fue realmente el último año o así lo que afectó nuestra
relación.
A medida que las niñas crecieron, más actividades extracurriculares
se involucraron, más crecieron sus círculos de amistad, y sentía que pasaba
la mitad de mi vida dividiendo los servicios de chofer con mi esposo,
conduciendo a nuestras niñas por toda la ciudad. Además, los dos
estábamos ocupados con nuestras carreras.
Estábamos ocupados.
Siempre ocupados, ocupados, ocupados.
Sin embargo, de alguna manera, lo hicimos funcionar.
Hasta hace aproximadamente un año cuando estábamos tan
ocupados que dejamos de hacerlo funcionar tan bien.
Y luego empeoró hace seis meses. Cuando Peetie…
La alarma de Nate resonó en el aire de repente y giré mi cabeza de
golpe, mirando al techo. Oí a mi esposo gemir a mi lado y sentí que el
edredón se movió por mi cuerpo cuando se giró para apagar la alarma.
Luego empujó el edredón hacia mí y el colchón se hundió cuando se
incorporó y sacó las piernas de la cama.
—Buenos días —murmuró somnoliento y se levantó, rascándose su
pecho desnudo a medida que avanzaba a nuestro cuarto de baño. Su
pantalón de pijama colgaba bajo, mostrando la mitad superior de su
musculoso trasero, y me sonrojé por la ráfaga de excitación que recorrió mi
cuerpo.
Nate practicaba artes marciales y dirigía un club de judo con nuestro
amigo Cam MacCabe y su amigo Josh McPhee. Todos se graduaron en
quinto grado de judo, lo que significa que eran miembros titulares del
cinturón negro en la Asociación Británica de Judo y eran extremadamente
hábiles. También tenían sus calificaciones como entrenadores. Nate había
intentado persuadirme y a Jo, la esposa de Cam, para que tomáramos
clases, pero nunca fue algo en lo que estuviera a favor en realidad. Pero a
nuestras chicas les gustaba, y me gustaba que no solo estuvieran
aprendiendo a defenderse, sino que también lo estuvieran aprendiendo de
su padre. Así que estaba a favor de eso. También me gustaba el hecho de
que a mi esposo le gustara mantenerse en forma, y a los cuarenta y dos
años, tenía un mejor físico que la mayoría de los hombres de la mitad de su
edad.
Así que, ¿por qué, entonces, mientras lo observaba cerrar la puerta
del baño detrás de él, sentía ese anhelo doloroso en mi pecho cada vez
que me excitaba solo de mirarlo? Honestamente, ni siquiera quería
analizarlo porque el miedo a lo que eso significaba era paralizante.
Me levanté de la cama y acababa de ponerme la bata y estaba a
punto de salir de la habitación cuando escuché el inodoro, el grifo y luego
Nate apareció.
—No —dijo, dirigiéndose a su cómoda para sacar una camiseta—. Yo
haré el desayuno esta mañana.
A medida que se ponía la camiseta, volví a pensar en la suerte que
tenía. Nate y yo compartíamos todas nuestras responsabilidades parentales.
Nunca sentí que estaba sola en la crianza de Lily y Jan. En nada.
Entonces, ¿por qué era infeliz?
—De acuerdo. Entonces tomaré una ducha rápida.
Él asintió, y pasó a mi lado.
Sin beso de buenos días.
Y no fue hasta que estuve en la ducha que me permití llorar, donde
nadie podía verme o escucharme.
Cuando entré en la cocina no había rastro de mis lágrimas. Todavía
no me había maquillado y mi cabello solo estaba medio seco, pero el agua
caliente me había sonrojado y eso, con mi sonrisa brillante y alegre, era todo
lo que hacía falta para que mis hijas creyeran que todo estaba bien en su
mundo.
Y eso era lo que más me importaba. Que mis hijas pensaran que todo
estaba bien y en su sitio en su mundo.
Las chicas estaban sentadas en taburetes altos en la isla de nuestra
cocina, comiendo tortitas con chispas de chocolate y mirando a su padre
mientras las hacía en la estufa. Él me echó un vistazo cuando entré y sonreí.
Corrección: A veces sus hoyuelos también eran adorables.
—¿Quieres un poco?
Estaba usando sus lentes y no pude evitar sonreírle, segura que mi
ternura y mi amor estaban escritos en mi rostro. Nate no pareció notarlo,
volviéndose para mirar sus panqueques.
Hace unos años, tenía que llevar lentes para leer y los odiaba, pero yo
los amaba. Lo hacían lucir muy atractivo al estilo friki, como Clark Kent,
cuando normalmente era Superman. La verdad era que, a medida que
crecí, esperando a que apareciera mi chico perfecto, siempre quise un
Clark Kent, prefiriéndolo por encima de un Superman demasiado perfecto.
Conseguí a Nate en su lugar.
Y con lentes o no, no importaba. Amaba a mi esposo más allá de todo
razonamiento, así que solía pensar que lo tomaría de la manera que pudiera
conseguirlo.
Solía pensar.
—¡Buenos días, mami! —gritó Jan, atrayendo mi atención a mis dulces
chicas. Era raro que Jan no gritara a modo de saludo, y envidié a mi hija su
entusiasmo y energía ilimitados. Me dirigí hacia ellas, deteniéndome entre
ellas y envolviendo mis brazos alrededor de sus pequeños hombros,
acercando la cabeza de Lily hacia mí para así poder besar su mejilla, y luego
la de Jan.
—Buenos días, mamá. —Lily me sonrió dulcemente por encima de su
hombro.
Ambas seguían en pijamas, Lily usaba uno púrpura con estrellas y Jan
uno azul con un patrón de Nemo. Sus largos mechones de cabello oscuro
caían sobre sus hombros y bajaban por sus espaldas en un adorable estilo
de recién levantadas.
—Entonces, ¿qué hay en la agenda de hoy, niñas? —preguntó Nate,
dándose la vuelta para poner tres tortitas con chispas de chocolate en un
plato. Empujó el plato hacia mí y luego se volvió hacia sus hijas, expectante.
—Voy a nadar con mis amigos —dijo Lily después de tragar un
bocado—. Necesito que alguien me deje en la casa de Lucy. Su mamá nos
va a llevar.
—¡Quiero ir! —gritó Jan alrededor de un bocado.
Tomé algunos cubiertos que Nate había sacado y me serví un vaso de
jugo de naranja.
—No hables con la boca llena, pequeña.
—¡Pero quiero ir!
—No. —Lily negó con la cabeza—. Son mis amigos, Jan. Lucy no te
invitó.
—Entonces, invítame —dijo Jan con una voz de obviedad que me hizo
morderme el labio para reprimir mi sonrisa. Compartí una mirada con Nate
y vi que estaba luchando para no reírse.
—No puedo invitarte.
—¡Sí puedes!
—No puedo.
—¡Sí puedes! —Jan la empujó y Lily se agarró a la encimera para
permanecer en su taburete.
—Oye, oye, oye —dijo Nate bruscamente, apuntando con su espátula
a nuestra niña más pequeña—. Discúlpate con tu hermana o no te llevaré
al cine hoy.
—¿De verdad? ¿Podemos ver la película del dragón otra vez?
Me estremecí en simpatía por mi esposo porque ya habíamos visto esa
película a principios de mes.
Pero Nate ni siquiera se inmutó.
—Solo si te disculpas con tu hermana.
Jan envolvió su pequeño brazo alrededor de Lily y la apretó contra
ella.
—Lo siento, Lily-Bily. Puedes quedarte con mi última tortita si quieres.
Lily rio y se retorció fuera del alcance de su hermana y le permitió a
Jan quedarse con su tortita gentilmente.
Sintiendo la paz reinando una vez más, tomé el taburete junto a
January y comencé a devorar mis panqueques mientras Nate hacía algunos
más para él.
—Mamá, ¿vienes con nosotros a ver la película del dragón?
—No, pequeñita. —Nate habló por mí, rodeando la estufa para
sentarse en la encimera con su desayuno—. Mamá va de compras con la
tía Jo hoy, ¿recuerdas? Vamos a tener un día de padre e hija.
Jan aplaudió emocionada, pero noté la expresión abatida de Lily. No
había tenido un día de padre e hija en mucho tiempo.
—Oye, Lily-Bily —dije suavemente, y ella me miró—. ¿Qué tal si tú y yo
tenemos un día de madre e hija mañana, y luego el próximo fin de semana,
nos intercambiamos? —Señalé a Nate.
Él lo captó rápidamente.
—Padre e hija para mí y para ti, Lil, el próximo sábado, y Jan y mamá
pueden tener un día de madre e hija el domingo.
Las chicas parecieron felices con este arreglo.
¿Yo?
Bueno, me estaba preguntando qué pasó con el día en familia. Fue
mi idea la de pasar un tiempo con cada una de nuestras hijas
individualmente, por supuesto, pero aun así… ¿dónde estábamos Nate y yo
en todo esto? ¿No deberíamos pasar tiempo juntos con nuestras hijas?
Luego, por supuesto, me di cuenta que estábamos pasando tiempo
juntos ahora mismo y era más de lo que tenían algunas familias. Necesitaba
abofetear mi ingratitud.
—¿Preferirías tener una gran espinilla en la nariz por el resto de tu vida
o tener un moco colgando de ella por el resto de tu vida? —dijo Jan.
Me permití relajarme mientras desayunaba tan pronto como ella hizo
la pregunta.
Era una tradición, nuestros juegos de “¿Qué prefieres?”. Algo que
Nate y yo habíamos traspasado a nuestras hijas. ¿Y qué si Nate y yo
estábamos desconectados últimamente? Todavía teníamos esto con Jan y
Lily, y no iba a perder mi tiempo malhumorada por mi insatisfacción cuando
podía estar disfrutando a mi familia.
—¿Una gran espinilla o un moco? —pregunté.
Ella asintió seriamente.
—Esa es una pregunta difícil —reflexionó Nate.
—Muy difícil —concordé—. Pero voy a tener que ir con el moco.
—Ugh. —Lily rio—. ¿Por qué el moquito?
Jan carcajeó histéricamente, probablemente al pensar en su madre
con un moco permanente colgando de su nariz. Me estiré y le hice
cosquillas, haciéndola reír más fuerte, a medida que explicaba:
—Las espinillas son dolorosas. Los mocos no.
—Creo que estoy con tu madre en esta. —Nate sonrió.
—Yo también —dijo Lily.
—¡Entonces yo elijo la espinilla grande! —declaró mi hija más joven.
Por supuesto que sí. A mi hija le gustaba ser diferente de todos los
demás.
—Um… ¿prefieres lamer estampillas por el resto de tu vida o… mis pies?
—Lily sonrió maliciosamente, alzando su pie para sacudir sus pequeños
deditos.
—¡Estampillas! —declaró Jan, lanzándole a su hermana una mirada
de disgusto.
Nate y yo compartimos una mirada divertida.
—No lo sé —dijo mi esposo—. Esos pequeños cerditos son muy lindos.
—Mucho —concordé—. Voy a tener que ir con tus pies. De hecho —
me bajé del taburete—. Creo que voy a empezar ahora mismo.
—¡No! —Su risa infantil iluminó la habitación mientras saltaba de su
taburete para huir de mí—. ¡Soy demasiado vieja para esto, mamá! —
objetó, pero aun así corrió y siguió riendo, logrando pasar a mi lado y salir de
la cocina. Al final la alcancé en el estudio de Nate, alzando a mi niña de
once años en mis brazos y cayendo al suelo con ella a medida que nos
reíamos de nuestra ridiculez.
Los pensamientos sobre la distancia y la falta de pasión de mi esposo
hacia mí desaparecieron, desvaneciéndose en el fondo.
Esto, pensé mientras le hacía cosquillas a mi hija, sus risitas como
burbujas de champaña explotando en mi piel, esta es mi felicidad.
Dos
E
sta mañana con mis hijas se sentía como un recuerdo lejano
mientras veía mi reflejo en el espejo. Los espejos y la iluminación
en la mayoría de los vestuarios eran atroces. No entendía por
qué ponían luces y espejos tan malos allí que nos hacían lucir como una
mierda a nosotras, las mujeres normales con nuestra celulitis y áreas
problemáticas, en la ropa que nos probamos. Ni siquiera me había puesto
el vestido que Jo había insistido en que me probara para la próxima fiesta
de cumpleaños que no estaba segura de querer.
En cambio, me había perdido en la imagen frente a mí.
Yo. En sujetador y bragas.
Hace mucho tiempo, Nate me había ayudado. Dejé de odiar lo que
veía en el espejo y comencé a verme a través de sus ojos. Sin embargo,
nunca me había sentido realmente cómoda con mi cuerpo desnudo.
Cuando tenías problemas de autoestima y peso como yo, no era algo que
en realidad superaras. Solo gané confianza con los años. Pero con la edad,
la confianza comenzó a disminuir en lugar de aumentar. Tanto que dejé que
Joss me convenciera para unirme a su gimnasio y fuera su compañera de
entrenamiento. No tenía mucho tiempo para eso, pero hice tiempo, y Joss
me mantuvo en el buen camino. Aun así, me gustaba mi comida, y después
de tener dos hijos, tenía una figura mucho más amplia que cuando Nate y
yo nos juntamos. Mi peso también tendía a ciclar cuando me sentía
particularmente estresada. Desde Peetie… bueno, engordé.
Mi cintura no era tan delgada, mi pequeña barriga era más grande,
aunque no se movía porque Joss me obligó a hacer un millón de
abdominales. Bueno, eso era una exageración, pero se sentía así. Y aunque
mis piernas eran largas y delgadas, tenía celulitis en la parte posterior de los
muslos que ninguna cantidad de carrera o tiempo en el cross-trainer o en la
bicicleta de ejercicio parecían poder encargarse. Además, mis senos ya no
eran tan firmes como solían ser. No es que alguna vez fueran firmes, en sí,
porque eran demasiado grandes para ser en realidad firmes, pero
definitivamente estaban mucho más arriba diez años atrás.
Me veía cansada.
Me sentía vieja.
Y triste.
El sollozo brotó de mis labios antes de poder detenerlo.
De repente, las cortinas de mi vestuario se abrieron
momentáneamente y Jo las atravesó, cerrándolas detrás de ella antes de
mirar al espejo con preocupación.
—¿Liv? ¿Qué pasa?
Intenté controlar mis emociones fugitivas, pero simplemente no pude.
Mi mejor amiga me dio la vuelta y me atrajo hacia ella, abrazándome
con fuerza. Envolví mis brazos a su alrededor, sintiendo lo delgada que era
bajo mis manos, y por alguna estúpida razón eso me hizo llorar más fuerte.
Jo era despampanante. Como, la mujer más hermosa que he
conocido en la vida real. Ella no podía entender lo que estaba sintiendo.
Pero era Jo. También era la mujer más amable y compasiva que había
conocido alguna vez. Podía intentar entender lo que estaba sintiendo.
—Voy a cumplir cuarenta —logré calmarme lo suficiente para
susurrar—. Eso es lo que pasa. Y creo que mi esposo ya no se siente atraído
por mí.
Jo decidió que las compras deberían esperar, y una vez que me
recompuse y me vestí, subimos a mi auto y regresamos a Kirkliston a mi casa
vacía.
Mi amiga insistió en que me sentara cómodamente en la parte de
atrás de la casa, era nuestra sala de estar más pequeña y acogedora,
mientras ella nos traía un poco de vino.
Una vez que nos ubicamos con una copa gigante de vino tinto para
cada una, Jo puso el estéreo para que Lord Huron sonara suavemente de
fondo y entonces exigió:
—Habla.
La necesidad de decirle a alguien, de compartir lo sola que me había
sentido estos últimos meses, hizo que la confesión surgiera a borbotones de
mí. No me sentía acorralada a compartir. Sabía que necesitaba esto. Nate
siempre había sido la persona a la que recurría cuando me sentía triste.
Ahora que no lo tenía, era hora de apoyarme en mis amigos.
—Comenzó con Peetie.
El dolor brilló en los ojos de Jo y extendí la mano para apretar la suya.
Hace seis meses, el amigo de la infancia de Cam y Nate, Peetie, murió
en un accidente automovilístico con su esposa, Lyn. Hace algunos años,
apenas unos años después de que Nate y yo nos juntáramos, la pareja se
había mudado a Aberdeen por el trabajo de Lyn y apenas los habíamos
visto. Pero Nate y Cam se mantuvieron en contacto con Peetie, y él y Lyn
siempre regresaban a su ciudad natal en Longniddry para que su hija, Sara,
pudiera estar con sus abuelos. Los chicos habían crecido juntos. Eran muy
cercanos.
Así que la muerte de Peetie los había golpeado a ambos.
Lloraron juntos y me alegré de que se tuvieran el uno al otro.
Pero…
—Cam pareció acudir a ti —le dije a Jo—. Parece que está trabajando
en superar la pérdida.
Jo asintió.
—Así es. En todo caso, ahora estamos más cerca. Fue solo un
recordatorio de que la vida es corta, ya sabes, abraza lo que tienes.
Los celos me recorrieron y me odié por ello.
—Nate se apartó de mí —susurré, dolorida por el dolor que sentía—.
No físicamente… todavía tenemos sexo. Pero es como si no estuviera
realmente allí. Ya no hay pasión entre nosotros. Y siempre tuvimos mucha
pasión.
—Liv, ¿has hablado con él de eso?
—Tengo miedo. Tengo miedo de saber lo que está pasando en su
cabeza porque no creo que me vaya a gustar. No soy lo que era. —Me
señalé—. Quiero decir, nunca he sido perfecta, pero ya conoces a Nate, le
gustaban sus mujeres de cualquier manera que podía conseguirlas. Me
pregunto si esta desconexión entre nosotros, esta distancia, es porque la
muerte de Peetie le ha hecho pensar en su propia vida, y tal vez no es lo que
él pensó que sería. Tengo miedo de que él no esté contento con dónde está
nuestra vida ahora. Que se haya desenamorado de mí. —Me limpié las
lágrimas que fluían en silencio y rápidamente por mis mejillas.
—Nunca, Liv, nunca. —Jo negó con la cabeza, inflexible—. Estamos
hablando de Nate.
—Pero no has estado aquí. No has… son las pequeñas cosas, sabes.
Solíamos besarnos y abrazarnos después del sexo y hablar de nuestro día.
Por la mañana, siempre me besaba antes de ver a las niñas. Y luego me
besaba antes de salir de casa. Podría estar lavando los platos o preparando
la cena, o trabajando por ahí, y si las chicas no estaban a la vista, él se me
acercaría y me sentiría como si fuéramos adolescentes. Ahora todo se ha
ido. Todo se detuvo después de que Peetie muriera, y no tengo ni idea de
lo que eso significa. Yo solo… lo siento deslizándose por mis manos y tengo
todos estos pensamientos dando vueltas en mi mente.
—¿Qué pensamientos?
—Que tal vez ha conocido a alguien más. —Las palabras salieron
antes de que pudiera detenerlas. Mi miedo más profundo, finalmente tenía
voz.
Jo pareció horrorizada por la sugerencia.
—De ninguna manera. Nate jamás te engañaría.
—Lo sé. —Lo sabía—. Pero eso no significa que no haya conocido a
alguien. —Tomé un gran trago de vino, intentando adormecer el dolor como
un cuchillo en mis entrañas—. No sé qué más pensar. Estoy tan cansada de
sentirme invisible cada vez que mi esposo está cerca.
Mi amiga me miró pensativamente.
—¿Qué estás diciendo? ¿Que ya no quieres estar con él?
—Estoy diciendo que odio lo que siento por mí misma cuando estoy
con él. —Y no, eso no podía seguir pasando. Por el bien de mis hijas y mi
cordura, eso no podía durar.
Arrimándose hacia delante en el sillón en el que estaba sentada, Jo
dijo:
—Te diré algo que no le he dicho a nadie. Hace unos años, Cam y yo
pasamos por una mala racha bastante terrible. Fue cuando comenzó con
su trabajo nuevo y estaba trabajando constantemente. Cada vez que tenía
tiempo libre lo pasaba con Belle, cosa de la que no me resiento en absoluto.
—Se refería a su hija. Belle ahora tenía siete años, y era la hermana mayor
del hijo de un año de Jo y Cam, Louie—. Empecé a sentirme justo como
dijiste: invisible. Y herida. Muy herida, Liv. —Tomó mi mano y la apretó en
solidaridad—. Al final, aparecí en su trabajo en el día de San Valentín. Había
dicho que trabajaría hasta tarde, pero quería sorprenderlo. En lugar de eso,
me sorprendí al descubrir que mientras se suponía que trabajaba hasta
tarde, una joven y hermosa bruja colega suya estaba sentada en su
escritorio, flirteando con él. Perdí el control. Todo lo que había estado
sintiendo esos últimos meses simplemente explotó de mi interior con un dolor
enfurecido. Amenacé con dejarlo.
—Oh, Dios mío. —No tenía idea que Jo y Cam habían tenido un
momento en su relación donde Jo pensaría alguna vez en dejarlo.
—Por más equivocado que Cam había estado al darme por sentado,
yo también estaba equivocada. No le había dicho cómo me sentía porque
tenía miedo de lo que él diría. Así que en lugar de eso, dejé que se infectara,
hasta que estalló en una discusión masiva. Amenazar con dejarlo lo hirió
tanto como su negligencia me dañó a mí. Fue un desastre. Un desastre que
podría no haber ocurrido si simplemente hubiera dicho cómo me sentía.
—Pero ¿ahora están bien?
—Por supuesto que sí —me aseguró—. Y Nate y tú también lo estarán.
Negué con la cabeza, todavía agarrada con demasiada fuerza por
mi miedo.
—Creo que tengo miedo de saber la verdad.
Antes de que Jo pudiera responder, nos sobresaltamos al oír que la
puerta delantera se cerraba de golpe. Fruncí el ceño, mirando el reloj en la
pared. Pensé que Nate iba a llevar a Jan a cenar después de su día juntos.
¿Y por qué estaba cerrando la puerta de esa forma?
Oh-oh.
En serio esperaba que el día de padre e hija no hubiera terminado en
un desastre.
Jo se inclinó hacia mí rápidamente, su pulgar pasando por debajo de
mi ojo derecho.
—Un poco de rímel —susurró.
Le sonreí con gratitud a mi amiga. Incluso si pensaba que necesitaba
hablar con Nate, quería que revelara todo a mi ritmo. Lo último que
necesitaba era que Nate viera las evidencias de mis lágrimas y las
cuestionara.
La puerta de la parte trasera de la casa se abrió y Nate asintió hacia
a Jo a medida que se acercaba al estéreo para apagar a Lord Huron.
—¿Todo bien, Jo? —preguntó.
—Genial. ¿Y tú?
—Sí, nada mal. —Finalmente me miró y me tensé ante la expresión en
blanco que tenía—. La mamá de Lucy llamó y dijo que Lily se iba a quedar
a cenar. Mamá y papá se unieron a Jan y a mí en la ciudad. Querían llevarla
a cenar, así que está con ellos y luego irán en lugar de nosotros a recoger a
Lily en casa de Lucy más tarde. Significa que solo somos nosotros dos para
la cena de esta noche. ¿A menos que te quedes, Jo?
—Oh, no. Será mejor que vuelva. —Jo se levantó.
—Te doy un aventón —dije, poniéndome de pie.
—Yo lo haré. —Nate asintió hacia mi copa de vino.
Por supuesto. Le di una sonrisa trémula y agradecida.
—Gracias.
—No quiero molestarte, Nate —dijo Jo, agarrando su bolso del suelo.
—¿Cuándo es una molestia llevarte para que llegues sana y salva a tu
hogar, cariño? —dijo con amabilidad.
Ella le sonrió y luego me abrazó con fuerza. Muy fuerte. Y supe que era
su manera de decir en silencio “habla con él y estaré aquí para ti después”.
Amaba a mi amiga. La besé en la mejilla y me despedí.
—Voy a preparar la cena —dije mientras los seguía hasta la puerta y
le pregunté a Nate—: ¿Qué te apetece?
—Vamos a ordenar algo —dijo, sin mirarme—. Cuando regrese.
A medida que esperaba que él regresara a casa en nuestro nido
vacío, caminé y caminé un poco más, preguntándome si Jo tenía razón y
debería ir y preguntarle directamente qué estaba pasando.
Pensé que incluso había reunido el valor, pero cuando Nate
finalmente entró por esa puerta, mi valentía huyó. En lugar de eso, me
pregunté si sería posible intentar simplemente mejorar las cosas con él. ¡No
quería dejar a mi esposo, por el amor de Dios! Solo tenía que dejar de sentir
pena por mí misma y esforzarme más.
Así que cuando me estaba sirviendo otra copa de vino mientras
esperábamos a que nos trajeran la comida china que pedimos, me abracé
a su costado.
Y no se apartó, pero tampoco me devolvió el abrazo.
La distancia entre nosotros era incluso peor de lo habitual. Nate
parecía muy lejano, pensativo, perdido en sus pensamientos. Sabía que ni
siquiera estaba prestando atención a la película de acción que había
puesto y era una de sus favoritas.
Un terrible presentimiento se apoderó de mí a medida que avanzaba
la noche, aligerando marginalmente cuando los padres de Nate, Nathan y
Sylvie, dejaron a las niñas y se quedaron a tomar una taza de té. Nate rio
con las niñas y las acostó.
Sin embargo, cuando sus padres se fueron y él y yo nos fuimos a la
cama, la distancia se volvió cavernosa.
Apagué la lámpara de mi mesilla como siempre y esperé.
Nate apagó su luz.
El edredón se movió cuando lo arrojó hacia él.
Sin buenas noches
Ni beso.
Ni sexo.
Tres
E
l sueño me evadió durante la mayor parte de la noche, y justo
cuando finalmente iba a la tierra de los sueños, el sol naciente
brilló a través de nuestras cortinas y abrí los ojos. Me quedé
tendida allí, a primera hora de la mañana, de espaldas a mi esposo, mirando
la pared que tenía delante.
Todo el tiempo me pregunté si estaba sacando las cosas fuera de
proporción. Tal vez estaba siendo desagradecida. Tal vez así era como
progresaba el matrimonio y tenía que despertar a la realidad de ello.
Simplemente nunca pensé que mi matrimonio sería como tantos otros.
Durante mucho tiempo, fui molestamente presumida con nuestra relación.
Siempre pensé que la razón por la que Nate y yo teníamos un matrimonio
tan fuerte era porque comenzamos como mejores amigos. Solíamos poder
decirnos todo el uno al otro. Teníamos el mismo sentido del humor. Quiero
decir, nos reíamos mucho. Y tan importante como era nuestra conexión
emocional también lo era nuestra conexión física. Hasta hace
aproximadamente un año, nuestra vida sexual había sido fantástica. Por
supuesto, nunca iba a ser igual después de tener hijos, porque no teníamos
la misma privacidad, pero nos volvíamos creativos. Hacíamos tiempo para
nuestra pasión por el otro.
Hasta que dejamos de hacer tiempo.
—Sé que estás despierta —dijo Nate, y sentí que el colchón se movió
y el edredón se desplazó sobre mí cuando Nate se giró.
Sorprendida, me giré lentamente para mirarlo, quitándome el cabello
del rostro. Nate yacía con el codo doblado sobre la almohada y la cabeza
apoyada en la palma de la mano. Había dolor en sus ojos, y, si no me
equivocaba, remordimiento.
—¿Nate? —Me senté, mi cabeza sintiéndose pesada por la falta de
sueño.
Se lamió los labios, sus ojos centrándose intensamente en los míos.
—Ayer, llegué a casa antes de lo que pensaste. Escuché las voces de
Jo y la tuya proviniendo de la terraza de atrás por encima de la música, y
estaba a punto de entrar, para hacerte saber que estaba en casa, cuando
tu conversación me detuvo.
El miedo se asentó pesadamente en mi estómago.
—Nate…
—Espera. —Se levantó de la almohada y se sentó, pasándose los
dedos por el espesor de su cabello—. Ayer no sabía cómo reaccionar y
probablemente empeoré todo.
—Debí haber hablado contigo —susurré, sintiéndome culpable de
que hubiera escuchado lo que estaba pasando en mi cabeza sobre nuestro
matrimonio por confiar en una amiga en lugar de él.
—Sí, debiste haberlo hecho. Sentí como si alguien me apuñalara en el
jodido estómago. “Odio lo que siento por mí misma cuando estoy con él”.
Eso es lo que dijiste.
Lágrimas de angustia inundaron mis ojos.
—Nate, lamento haber dicho eso, no lo dije en serio…
—Lo dijiste en serio —contrarresto ahogadamente antes de que
pudiera decir otra palabra—. Porque así es como te he hecho sentir.
Por un momento, estuvimos en silencio mientras luchaba por el coraje
que necesitaba. Finalmente, me obligué a preguntar.
—¿Por qué?
Él entendió lo que estaba preguntando y se encogió de hombros con
tristeza.
—Me he sentido perdido desde que murió Peetie.
—Nuestros problemas comenzaron antes de Peetie, Nate.
Simplemente empeoraron cuando murió.
—Por Dios, no teníamos problemas —dijo bruscamente—. Tenemos a
nuestras hijas, y ambos tenemos nuestros jodidos trabajos que nos quitan
demasiado tiempo. Así que dejamos nuestra relación a un lado del camino
por un tiempo. Cada pareja pasa por eso. Ya hemos pasado antes por eso.
Pero siempre decimos que ya es suficiente y encontramos nuestro camino
de regreso al otro.
La ira se disparó a través de mí.
—Pero nunca me habías excluido emocionalmente. Incluso cuando
estábamos demasiado ocupados para sentarnos y tener una conversación
larga o pagar por una habitación de hotel en nuestra hora de almuerzo para
tener sexo caliente, siempre tuvimos afecto y franqueza. Ya no me tocas a
menos que sea para colocarte encima, correrte, y luego irte a dormir.
Nate se estremeció, el músculo de su mandíbula tensándome a
medida que miraba hacia otro lado.
—¿Has conocido a alguien más? —Las palabras salieron antes de que
pudiera detenerlas.
Deseaba haberlas detenido.
La mirada que me echó mi esposo pudo haber derribado a un león.
Furioso, se quitó el edredón y saltó de la cama. Lo observé con cautela
mientras paseaba de un lado a otro, y luego se giró para mirarme. Era casi
como si pudiera sentir su ira escocer mi piel.
—Mira —dijo con voz ronca—. Cuando te escuché decir eso a Jo ayer,
quise atravesar la pared con mi puño. ¡Pero al pensar en todo eso durante
la noche, me convencí de que solo habías expresado una mierda
increíblemente estúpida como esa porque estabas sensible!
Hice una mueca ante su grito y siseé:
—No despiertes a las niñas.
Sus manos se curvaron en puños a su lado.
—Liv —advirtió.
Mi respuesta fue levantarme de la cama y enfrentarlo con el
gigantesco mueble entre nosotros.
—No es estúpido de mi parte preguntarme si mi esposo, a quien
apenas reconozco como mi esposo, está fantaseando con otra persona. Sé
que nunca me engañarías. Pero eso no significa que no haya alguien por
ahí por quien tengas sentimientos y estés confundido. Tendría sentido. Quiero
decir, cualquier cosa es mejor que la idea de que ya no te sientes atraído
por mí y te has desenamorado de mí.
Nate me miró con incredulidad.
—Después de todo lo que hemos pasado… ¿cómo podrías pensar
algo así?
Él estaba herido. Profundamente. Y eso me hizo detenerme.
—Entonces, explícame. No me voy a volver loca, Nate. Siento que
estás a un millón de kilómetros de distancia, y no lo estoy inventando.
—¿En serio odias quién eres cuando estás conmigo? —preguntó,
sonando derrotado.
—No me gusta lo insegura que me siento en este momento. No me
gusta estar encontrando maneras de culparme por tu deserción. No me
gusta estar parada frente a los espejos en mi ropa interior sollozando porque
me siento gorda, poco atractiva y vieja, y preguntándome si mi esposo me
ve de la misma manera. Ese no es el tipo de modelo a seguir que quiero ser
para mis niñas, y sé que cumplir cuarenta años podría tener algo que ver
con eso, pero no todo. Porque si fueras mi Nate, el Nate con el que me casé,
me sentiría hermosa, sexual, necesaria y deseada. Y no puedo seguir
sintiéndome invisible a tu alrededor.
Cruzó los brazos sobre el pecho, claramente a la defensiva.
—¿Estás diciendo que estás pensando en dejarme?
—¿Estás diciendo que ya no soy necesaria ni deseada?
—¡Te amo! —rugió de repente y me estremecí—. ¡Perdí a mi jodido
amigo y me perdí por el maldito camino! ¿Dónde está mi Liv? La Liv con la
que me casé es compasiva, ¡no me anda jodiendo ni culpando por cada
falla en nuestro matrimonio meses después de que mi puto amigo murió!
En ese momento, me avergüenza admitir que me olvidé de nuestras
hijas y le grité en respuesta.
—¡Cam no alejó a Jo! ¡Acudió a ella! ¡Porque eso es lo que hacen las
parejas casadas! ¡Cuando sucede algo trágico, recurres a la persona que
amas, Nate! No te apartas de ellos. ¡Así que no te quedes ahí y me eches la
culpa de todo! ¿Qué dice de nuestro matrimonio, Nate? ¡¿Qué dice?!
—Entonces, ¿quieres dejarme? —gritó, con el rostro roja de furia—.
¡Quieres rendirte! ¡Porque así es como sonó ayer! Entonces vete. ¡Haz las
malditas maletas y vete! ¡Pero las niñas se quedan conmigo!
Estaba agonizando del dolor y la furia mezclados.
—Eres un hijo de puta.
—Mami.
Nos quedamos inmóviles ante el sonido de la voz de Lily fuera de
nuestra puerta, nuestra respiración pesada era el único ruido en la
habitación. Lily no me había llamado “mami” en unos cuantos años.
—Mami. —Parecía asustada y mucho más joven.
Volé hacia la puerta, abriéndola de golpe, para encontrar a Lily
parada afuera con miedo en sus ojos, mientras su hermana pequeña
tomaba su mano y me miraba.
—Oh, bebés. —Me agaché frente a mis niñas, atrayéndolas contra mí.
—¿Papá y tú están realmente enojados? —susurró Lily.
La culpa me abrumó.
Mis hijas habían tenido suerte. Nate y yo teníamos una relación
apasionada, así que, por supuesto, las niñas nos habían escuchado tener
desacuerdos, pero esos argumentos rara vez implicaban una pelea a gritos
y palabras feas y odiosas.
—Por supuesto que no —dijo Nate por encima de mi cabeza.
Entonces, de repente, estaba de rodillas a mi lado, un brazo alrededor de
mí y otro alrededor de las niñas. No pude evitar ponerme rígida bajo su
toque, pero él lo ignoró—. Mamá y yo estábamos teniendo un desacuerdo
sobre algo. Pero no es nada de qué preocuparse. Lamentamos haberlas
perturbado. —Presionó besos en sus caritas hasta que Jan estaba riendo y
alejándolo.
Sin embargo, Lily lo miró directamente a la cara solemnemente.
—Le dijiste a mamá que nos deje.
Las lágrimas llenaron mis ojos y aparté la mirada.
Lo hizo.
Me dijo que me fuera.
Nunca me había dicho que me fuera.
—Eso estuvo mal de mi parte —dijo Nate, su voz llena de emoción—.
A veces tu papá dice cosas estúpidas que no quiere decir. Y lo siento.
Me puse de pie, no sintiéndome muy indulgente.
—Vamos, bebés, vamos a lavarlas y vestirlas. Las llevaré a desayunar.
Cuando me moví para guiarlas hacia sus habitaciones en el otro
extremo del pasillo, Nate me agarró de la muñeca y se puso de pie para
mirarme. Me volví a regañadientes hacia él.
—Las llevaremos a desayunar.
Al darme cuenta que tenía razón, que tendríamos que mostrar un
frente unido si queríamos tranquilizar a las niñas, asentí, pero no pude mirarlo
a los ojos.
Mientras preparaba a las niñas, Nate se duchó y vistió en nuestra
habitación. Luego dejé a las chicas con él abajo para así poder prepararme
para el día. Todo el tiempo sentí que me temblaban las entrañas. Intenté
decirme que era la adrenalina y estaba bien, pero sentí que estaba muy
cerca de romperme en un millón de pedazos.
Nate estaba evitando el verdadero problema entre nosotros: por qué
no acudiría a mí en un momento de necesidad, y eso me asustó.
Una vez que me bañé, envolví mi cabello en una toalla y otra más
grande alrededor de mi cuerpo y salí al dormitorio. Me detuve bruscamente
al ver a mi esposo sentado en el extremo de la cama, claramente
esperándome.
Sus ojos recorrieron mi cuerpo de una manera que no lo habían hecho
en un tiempo. Como si me estuviera viendo. Realmente viéndome.
Cuando nuestros ojos se encontraron, había un calor frustrado
mezclado con ira residual en los suyos.
—Nunca debí haber dicho eso —dijo, pasando una mano por su
cabello. Luego se dejó caer hacia delante, con los codos apoyados en las
rodillas, a medida que miraba hacia la alfombra—. Sabes que me mataría
si me dejas. Fue una estupidez decirlo. —Sus ojos volaron a los míos—. No me
dejes, Liv.
Las lágrimas que había estado conteniendo se derramaron por mis
mejillas.
—Tú me dejaste primero.
Nate se puso de pie y cruzó la corta distancia entre nosotros. Me
alcanzó, tomando mi rostro entre sus manos, presionando su cuerpo contra
el mío.
—Jamás te dejé —susurró contra mis labios—. Jamás te dejaría.
—Entonces, ¿a dónde fuiste?
Pasó su pulgar por mi pómulo, su expresión tierna y de disculpa.
—Ambos sabemos que no manejo muy bien la pérdida, nena. No
estoy orgulloso de eso. ¿Quién está alguna vez orgulloso de sus debilidades?
Lamento no haber recurrido a ti, y lamento aún más de lo que nunca podrás
saber alguna vez haberte hecho pensar que había dejado de amarte. —Su
mirada cambió, esa ira de antes regresando otra vez—. Pero prometimos
amarnos y aceptar lo bueno y lo malo. Esto es lo malo en mí. Y necesito que
lo aceptes. Y aunque acepto la responsabilidad de hacerte sentir de esa
manera y prometo que las cosas van a cambiar, también debes admitir que
guardarte esta mierda está igual de mal. Debiste confiar en mí lo suficiente
como para decirme cómo te sentías. ¿Qué dice eso de nuestro matrimonio,
Liv?
Él tenía razón.
Sabía que él tenía razón.
Me hundí en él.
—¿Qué dice eso de nosotros?
—No es lo que estás pensando. —Me sacudió, su rostro feroz—. Los
matrimonios no son perfectos porque las personas no son perfectas. Pero
hemos reconocido nuestros errores y podemos hacer que esto funcione otra
vez. ¿Estás lista para renunciar a nosotros?
Levantando la vista hacia la hermosa mirada oscura de mi esposo,
sacudí mi cabeza, mis lágrimas cayendo rápidamente.
—Nunca.
—Bien —rugió—. Porque nunca dejaré de luchar por ti, Liv. Eres el amor
de mi puta vida. —Secó mis lágrimas—. Vamos a hacer esto bien.
—Te amo —sollocé, envolviendo mis brazos alrededor de él y
presionando mi rostro contra su pecho. Sus manos cayeron y sus brazos se
apretaron alrededor de mí—. Yo también lo siento.
Nos abrazamos fuerte por un momento, hasta que mis lágrimas
cedieron. Sin querer hacerlo, pero sabiendo que las niñas tendrían hambre
y estarían ansiosas esperándonos abajo, me alejé.
—Será mejor que me prepare.
Mi esposo asintió y luego tomó mi rostro una vez más.
—Otra cosa. ¿Cómo puedes no saber a estas alturas que pienso que
eres hermosa? Todavía no ves lo que veo, cosa que es una puta vergüenza,
porque si lo hicieras, nunca te cansarías de mirarte a ti misma. Y si alguna
vez te oigo decirte que eres “poco atractiva, gorda y vieja” otra vez, te
pondré sobre mi rodilla y te daré unos cuantos azotes.
—En realidad no suena tan mal, querido. —Sonreí, el placer y el alivio
inundándome con sus palabras.
Él también sonrió, pero cuando su mirada vagó por mi rostro, su sonrisa
se derritió bajo el calor que se arrastró por su expresión. Me besó. Sintiendo
su estado de ánimo, me abrí al gesto, sintiendo el posesivo y profundo beso
entre mis piernas. Con el tiempo nos separamos para respirar y suspiré de
alivio.
—Todavía lo tenemos.
Nate se estremeció contra mí riendo.
—Sí, nena, definitivamente lo tenemos.
Deslicé mis manos sobre su duro pecho.
—Necesitamos hacer tiempo, y pronto.
Asintió, el deseo oscureciendo sus ojos.
—Sí.
—No, lo digo en serio, Nate. En un esfuerzo por mejorar la
comunicación, te digo ahora mismo que es importante para mí que en
algún momento pronto me folles de seis maneras diferentes hasta el
domingo.
Sus manos se deslizaron por mi cintura, sus dedos curvándose en los
bordes de la toalla como si estuviera desesperado por quitármela. Sus rasgos
estaban tensos a medida que sus ojos ardían.
—Creo que eso se puede arreglar.
—Y me refiero a bien follada, Nate —susurré, mi cuerpo hormigueando
y ardiendo con solo pensarlo—. Quiero sentirme adolorida en lugares que
he olvidado que existían.
Nate me fulminó con la mirada.
—Deja de hostigarme cuando no tenemos tiempo para hacer nada
al respecto. —Tomó mi mano, obligándola a bajarla de sus abdominales a
la erección presionando contra sus jeans. Froté mi palma sobre ella y él
siseó—. Mujer malvada. —Sonreí triunfalmente y froté más fuerte—. Nena, no
tenemos tiempo. —Sacudió la cabeza, pero no hizo ningún movimiento para
quitar mi mano.
Así que, cruelmente, lo hice.
—Tienes razón. —Tenía razón. Las niñas estaban esperando. Eso no
significaba que no disfrutara atormentándolo.
—Eres una sádica —gruñó, alejándose de mí para arrastrar sus manos
sobre su rostro.
—Es solo una pequeña broma.
Al oír la risa en mi voz, entrecerró los ojos.
—Te haré retractarte de eso.
—¿Tal vez deberías atarme y salirte con la tuya?
Se lamió sus labios, su mirada ardiendo.
—Puedes contar con eso, nena.
Cuatro
E
l obstáculo en nuestro camino a tener sexo de reconciliación
eran las niñas. Solo podía deducir que ellas se sentían cautelosas
después de escuchar a sus padres gritándose, y habían decidido
pegarse a nosotros como pegamento en un esfuerzo, imagino, para
vigilarnos. Esto significaba que solo podíamos hacer el amor tranquilamente
en la cama por la noche (lo cual era encantador), pero aún no nos
habíamos involucrado en el sexo salvaje y desenfrenado que ambos
sabíamos que liberaría la creciente tensión entre nosotros.
La tensión era en parte sexual, en parte emocional. Aunque nos
habíamos arreglado, todavía sentía que Nate en realidad no me había
contado todo sobre lo que estaba pasando desde la muerte de Peetie. Y
cuando intenté mencionarlo, cambiaba de tema o me besaba.
Sí, volvió a ser atento y cariñoso nuevamente, trabajando lentamente
para volver a ser el viejo Nate. Pero algo todavía se sentía fuera de lugar. Jo
pensó que tal vez me estaba recuperando de nuestra gran pelea, pero no
estaba tan segura. Sin embargo, estaba dispuesta a ser paciente y darle el
tiempo que necesitaba para regresar a mí. Tal vez entonces, finalmente, me
confiara todo lo que había en su cabeza durante los últimos seis meses.
Unas pocas semanas de paternidad pasaron como veinticuatro horas,
y antes de que lo supiera, era hora de mi cuadragésimo cumpleaños. La
fiesta había sido idea de mis amigas, así que las dejé organizarla, porque
honestamente no era la persona más animada por la fiesta. Ellas sabían esto.
Solo querían una excusa para organizar una fiesta de modo que todos
pudiéramos estar juntos. Nuestro círculo de amigos era unido pero a lo largo
de los años, a medida que teníamos más hijos, todos estábamos ocupados.
Así que les dejé hacerme una fiesta.
La fiesta se celebraba en la casa de Joss y Braden Carmichael en la
Calle Dublín porque era grandiosa, elegante y prácticamente el lugar
perfecto para cualquier fiesta. Braden era un magnate de bienes raíces y
Joss era una autora con gran éxito de ventas. Eran exitosos, atractivos y ricos,
y sin embargo, no podía odiarlos por eso porque también eran ingeniosos,
amables y considerados. Tenían tres hijos y carreras ocupadas, y si buscabas
#objetivosderelaciones, era su imagen la que surgía.
Joss y yo habíamos sido amigas por mucho tiempo, así que sabía
todas esas cosas, y también sabía que podía ser la anfitriona de la fiesta en
su casa pero no era ella la que lo organizaba. Ese sería mi otra amiga, Ellie,
la cuñada de Joss. Ellie era dulce, cariñosa, divertida y un poco
extravagante. Y a ella le encantaba organizar cosas. Ellie definitivamente
estaba a cargo de la fiesta con un poco de ayuda de su esposo, Adam (el
mejor amigo de Braden y socio de negocios), Jo, Joss, Hannah (la hermana
de Ellie y Braden), Shannon (la esposa del hermano de Jo, Cole) y Grace (la
esposa del hermano de Shannon, Logan).
No era una sorpresa total cuando Nate y las niñas me llevaron a la
casa en Calle Dublín donde fui saludada frente a todos por estas mujeres,
sus esposos y sus hijos. Detrás de ellos vi una sala de estar llena de conocidos
y compañeros de trabajo.
—Vaya —dije en voz baja mientras sonreía y abrazaba a Ellie—.
Invitaste a toda la ciudad.
—Cuanto más, mejor —canturreó Ellie, dándome una sonrisa pícara.
Dado que era la primera de las mujeres en cumplir cuarenta años, me
di cuenta que no entendían lo raro que era. No solo tenía que lidiar con mi
preocupación por Nate, sino que tenía todas estas reflexiones sobre si
realmente había logrado lo que pensaba que habría conseguido a esta
edad, las preocupaciones sobre mi apariencia, una obsesión con las débiles
líneas alrededor de mis ojos y de las esquinas de mi boca, y una ligera
sensación de pánico de vez en cuando que la vida se deslizaba a la
velocidad de la luz, completamente fuera de mi control.
—Me aseguraré de hacerte la fiesta más grande del planeta cuando
cumplas el gran cuatro-cero, Els. —La apreté con fuerza. Demasiado fuerte.
Ella gruñó y se soltó, metiendo un largo mechón de cabello rubio claro
y ondulado detrás de su oreja.
—Amo las fiestas.
—Entenderás por qué lo digo cuando cumplas cuarenta. Dentro de
un año. —Extendí mis brazos a Joss—. ¿Por favor dime que me entiendes?
Joss, una llamativa rubia con exóticos ojos grises segados, me ofreció
una sonrisa de disculpa cuando entró en mi abrazo.
—Jo y yo intentamos explicarle. Lo sentimos.
—Está bien. —Me encogí de hombros, mirando por encima del
hombro a los invitados sonriéndome y saludándome—. Simplemente no
esperaba que hubiera tanta gente. —Y ahora tenía que ser educada y
hablar con cada uno de ellos, y sonreír y soportarlo mientras bromearan a
expensas de mi edad.
—Nota personal: nunca hagas una fiesta para el cuadragésimo
cumpleaños de una mujer —dijo Hannah, abrazándome.
A pesar de ser diez años menor que yo, Hannah era muy sabia.
—¿Lo estoy haciendo tan obvio?
—No —me tranquilizó—. Por cierto, te ves hermosa.
La besé en la mejilla y me volví para saludar a Shannon, Grace y su
hijastra, Maia. No solo recibí un abrazo de parte de ellas, sino también un
tierno y torpe beso de bebé de parte del hijo de dos años de Grace y Logan,
Lachlan, mientras rebotaba alegremente en los brazos de su hermana
mayor.
Después quedé envuelta por los abrazos masculinos de todos sus rudos
y devotos hombres. Cuando terminaron conmigo, el resto de los invitados
parecían un poco aburridos.
—Feliz cumpleaños, Olivia. —Elodie Nichols se me acercó con su
esposo, Clarke, a su lado. Elodie era la mamá de Ellie y Hannah y la seudo
mamá de Braden. Ellie y Braden tenían el mismo padre. Hannah era en
realidad la hija de Elodie y Clarke, y también tenían un hijo, Declan, a quien
no veía allí. Él y su esposa, Penny, acababan de tener gemelos, así que
suponía que tenían las manos demasiado llenas con ellos para poder ir de
fiesta. Aunque Hannah y Declan no estuvieran emparentados con Braden,
los trataba como si también fueran sus hermanos.
—Gracias, Elodie. —Besé su mejilla y me volví para también presionar
mis labios en la mejilla de Clarke—. Clarke, gracias por venir.
—No pareces tener más de veinticinco —dijo Clarke con sinceridad.
—Te amo. —Busqué a mi esposo alrededor y lo vi intentando calmar a
los niños en la casa—. ¿Escuchaste esto, Nathaniel Sawyer? Eso es lo que
debiste haberme dicho esta mañana.
Me sonrió abiertamente.
—¿Qué?
—Clarke me acaba de decir que no parezco tener más de
veinticinco.
—Me pediste que siempre fuera sincero contigo, nena. No puedes
tener ambas cosas.
A medida que todos carcajeaban, excepto Ellie, nuestra romántica
residente, que miraba a Nate con horror, yo fulminé a mi esposo con una
mirada furiosa.
—Tu encanto es simplemente desconcertante. Soy la chica más
afortunada del mundo.
—¿Chica? ¿En serio? —reflexionó Joss—. ¿Creemos que deberíamos
estar usando esa palabra a estas alturas?
—Los odio a todos.
Se rieron y fingí estar enojada con ellos, entrando a la sala para saludar
a algunos colegas del trabajo, incluido Ronan, con quien había trabajado
durante tanto tiempo que ya éramos buenos amigos.
—Hola. —Lo abracé fuerte—. Gracias por venir.
—Por supuesto. Dejé tu regalo en la mesa allá atrás. —Hizo un gesto
hacia la mesa del comedor de Joss y Braden que estaba cubierta con un
mantel elegante, un montón de regalos y un pastel de cumpleaños tan
elaborado que podría haber sido un pastel de bodas.
Ellie.
De hecho, toda la casa se veía como si se hubiera contratado a un
decorador profesional para la ocasión. Un lindo cartel encordado decía
“Feliz cumpleaños número cuarenta, Olivia”, clavado a través de la puerta
doble de la sala de estar y la del comedor. Velas blancas y peonías de
colores pálidos estaban colocadas cuidadosamente aquí y allá. Era
sofisticado y bonito y podría haber sido para una boda. No reflejaba en
absoluto mi personalidad, pero reflejaba la de Ellie.
Podría haberme importado menos.
Todo lo que me importaba era tener amigos a los que les importara lo
suficiente como para organizarme una fiesta.
—Te compré…
—No me digas —corté a Ronan. Era bien conocido por estropear las
sorpresas—. Lo sabré cuando lo abra.
—Aguafiestas.
—Le dijo la sartén al cazo.
—Liv.
Ante la voz familiar, me di la vuelta y de inmediato abracé a la mujer
que tenía delante. La madre de Nate, Sylvie.
—Gracias por venir.
—Sabes que no nos lo perderíamos. —Nathan, el padre de Nate, me
abrazó tan pronto como Sylvie me soltó.
A lo largo de los años, los padres de Nate también se convirtieron en
mis padres. Más aún, Sylvie, porque perdí a mi propia madre hace muchos
años. Mi papá, Mick, era un gran padre, pero era bueno tener a Nathan en
mi vida.
Hablando de… me giré para buscar en la habitación a Nate, quien
estaba conteniendo a las niñas para que no se arrojaran hacia sus abuelos
a medida que me saludaban.
—¿Dónde está papá?
—Mick y Dee están en camino. Atrapados en el tráfico.
Asentí y luego le hice un gesto para que soltara a las niñas. Tan pronto
como lo hizo, Jan corrió hacia sus abuelos, mientras que Lily la siguió al ritmo
más sereno de una niña tranquila de once años. Aun así, envolvió sus brazos
alrededor de sus abuelos cuando llegó a ellos, justo igual que Jan, algo por
lo que Sylvie y Nathan quedaron asombrados. No parecían importarles que
su tiempo y atención fueran consumidos por sus nietas cuando compartían
una habitación.
Paseé por el lugar durante un rato, hasta que finalmente Joss me
rescató, me puso una copa de champán en la mano y me empujó hacia
las mujeres que estaban reunidas junto a la ventana de bahía.
—No pensamos mucho en eso —dijo Ellie, pareciendo disculpase a
medida que hacía un gesto hacia la habitación—. Tú, teniendo que saludar
a toda esa gente.
—Ujum. —Joss hizo una mueca—. Tú no lo pensaste bien. Estábamos
en contra de invitar a todas estas personas.
—Bueno, todas estas personas son amigos y familiares de Liv y están
disfrutando de mis canapés elegantes y champán caro, así que creo que
todo salió bien al final. —Ellie resopló, engullendo uno de los dichos canapés.
—¿Estás embarazada? —Joss hizo una mueca.
—No, no estoy embarazada. —Se tragó un enorme trago de
champán para demostrar su punto—. A veces simplemente eres molesta.
—¿Para qué más están las hermanas? —Su cuñada se encogió de
hombros y sonrió maliciosamente al resto de nosotras. Era un hecho bien
conocido que a Joss le gustaba meterse con Ellie y viceversa, pero incluso
yo me di cuenta que Ellie había sonado un poco sarcástica para ella misma.
—¿Estás segura que estás bien? —pregunté.
Hannah deslizó su brazo alrededor de los hombros de su hermana
mayor y la abrazó.
—Solo estaba muy nerviosa, asegurándose que todo estuviera bien
para ti.
—Ellie, está hermoso. —Me sentí mal por ser tan desagradecida
antes—. De verdad. Gracias.
—No. —Se desinfló—. Las chicas tenían razón. Me quedé tan atrapada
con la idea de, por una vez, organizar una fiesta de adultos que olvidé para
quién la estaba organizando. Esta no eres tú. —Hizo un gesto salvaje hacia
la habitación—. Y estás cumpliendo cuarenta. ¿Quién quiere celebrar eso?
Grace se atragantó con su sorbo de champaña, mientras que Joss
solo se echó a reír a carcajadas.
—Caramba. Gracias.
Ellie se estremeció.
—No quise decir eso. Oh Dios. No pensé antes de hablar. Argh.
—Está bien. —Me encogí de hombros—. Bueno, estoy cumpliendo
cuarenta años y tengo ataques de pánico leves de vez en cuando por la
vida que se me está escapando entre los dedos y mis bebés casándose y
teniendo sus propios hijos en lo que se sentirá como apenas un año. No es
gran cosa.
Shannon me dio una palmadita en el brazo.
—No es tan malo.
Dijo la que aún no tenía ni treinta años.
—¿Cuánto tienes? ¿Doce?
Joss se estremeció de alegría.
—Me encanta la tú de cuarenta años.
—¿Es realmente tan malo? —preguntó Grace—. Porque luché con los
treinta. No puedo imaginar cómo reaccionaré a los cuarenta.
—No luché con los treinta —contesté—. Acababa de casarme con
Nate y tenía a una súper linda niña de un año. Mi trabajo iba bien. Todo era
tan perfecto como podía ser.
—Todavía estás casada con Nate. Ahora tienes dos niñas hermosas. Y
diriges la biblioteca de una de las veinte mejores universidades del mundo
—me recordó Hannah—. Entonces, ¿por qué son tan desafiante los
cuarenta?
Suspiré y miré por encima del hombro a Nate, que estaba rodeado
por los hombres de mi tribu. Todos nuestros niños jugaban juntos a medida
que los abuelos los cuidaban. Era una vista hermosa, ver a los niños felices y
a mi esposo riendo con sus amigos ardientes. Amigos ardientes que se
dedicaban a las mujeres que más me importaban en este mundo. Tenía una
vida muy bonita.
Sin embargo, todavía quedaba esa sensación de inquietud.
—Supongo que todo parece tan fugaz —contesté. Los últimos diez
años de mi matrimonio acababan de pasar volando.
—Es porque lo es. —Joss me hizo devolver la atención al grupo. Su
expresión era solemne—. Es fugaz, Liv. Por eso no lo desperdiciamos
pensando en las mierdas que no podemos cambiar. Incluyendo el hecho
de que es fugaz. Acéptalo. —Sonrió grande, beatíficamente, y miró a su
alrededor para ver a su robusto esposo, que se reía de algo que Adam
estaba diciendo—. Y disfruta de la maldita mierda.
—¡La tía Joss dijo “maldita”! —gritó Bray, el hijo de Ellie y Adam con
solo ocho años, desde atrás de Joss.
Joss estaba de espaldas a la habitación y cerró los ojos con fuerza,
como si le doliera, cuando todos los invitados se callaron y miraron en su
dirección.
Braden, tocayo y tío de Bray, estaba sonriendo de oreja a oreja en
anticipación a la reacción de su esposa.
—Cada vez —susurró Joss—. ¿Por qué no atrapan a nadie más?
Todos luchamos por no reírnos (casi me ahogo intentándolo) cuando
Joss finalmente se dio la vuelta y sonrió a los invitados con serenidad. Luego
miró directamente a su sobrino.
—Me oíste mal, cariño. Dije malteada.
—No. —Bray negó con la cabeza, sonriendo—. Dijiste “y disfruta de la
maldita mierda”.
Joss miró por encima del hombro a Ellie.
—¿Vas a hacer algo con tu hijo maldiciendo como un marinero? —
Entrecerró los ojos hacia su cuñada y luego se ablandó cuando ella se
acercó a su hijo.
—Bray-Bray, sabes que no debes repetir las malas palabras que
puedas escuchar decir a la tía Joss.
—¡Dije malteada! ¡Disfruta la malteada… mierda! —Hizo un gesto con
los brazos abiertos—. Como en las fiestas.
—Nunca he oído hablar de ese dicho, nena —dijo Braden, sonriendo
con malicia.
Joss lo ensartó con su mirada, cosa que solo hizo que sonriera con más
fuerza.
—Lo inventé. Soy escritora. Invento mierdas. —Y con ese gran anuncio,
salió de la habitación, sospeché que buscando un vaso de algo más fuerte,
mientras que el resto de nosotros nos rompimos las tripas riendo.

***

—Ahí estás.
Levanté la vista desde el sillón en la oficina de Joss en el primer piso
de la casa. Estaba prohibido para los invitados a la fiesta pero necesitaba
un respiro. Joss me dijo que usara su oficina, pero si habían enviado a mi
padre a buscarme, obviamente había estado aquí mucho tiempo.
—Hola.
Papá cerró la puerta detrás de él y se apoyó contra ella. Mi padre
tenía más de sesenta años, pero nunca lo creerías. Todavía tenía la cabeza
llena de cabello, era distinguido y apuesto con esos exóticos ojos dorados
que me había regalado, y era un tipo grande. Su trabajo como pintor y
decorador lo mantenía ocupado, al igual que correr detrás de sus nietas.
—Me enviaron para llevarte de vuelta.
—Lo adiviné. —Me levanté—. No quise quedarme aquí tanto tiempo.
—¿Por qué estás aquí? —Papá me estudió cuidadosamente—. ¿Qué
está pasando, cariño? Sabes que siempre puedo darme cuenta. Y las cosas
han estado mal contigo por un tiempo.
Por supuesto que mi padre se había dado cuenta. Ya no teníamos
mucho tiempo a solas, pero mi padre era observador. Se preocupaba por
mí todo el tiempo, y como padre, ahora me daba cuenta que era algo que
venía con el territorio. Me preocupaba por mis hijas todo el tiempo, y sabía
que aún me preocuparía incluso el día en que cumplieran cuarenta años.
—Estoy bien, papá. Simplemente pasando un mal rato con todo lo del
cuadragésimo cumpleaños. Pero lo estoy superando.
—¿Nate y tú están bien? No parecen… bueno, quiero decir, ustedes
dos no han parecido tan cercarnos últimamente.
Mi sonrisa tranquilizadora no era tan tranquilizadora ya que temblaba.
—Estaremos bien. Nosotros… um… simplemente estamos pasando por
una mala racha, pero hemos discutido mucho al respecto y creo que vamos
a estar bien.
—Lo estarán —dijo papá con tanta certeza que casi creí que sabía
que era verdad—. Él te ama. Sabe que le patearía el culo si alguna vez deja
de tratarte como te mereces.
Sonreí y corrí a través de la habitación para abrazarlo. Una chica
nunca dejaba de necesitar un abrazo de su padre, sin importar la edad.
—Me alegra que estés aquí.
—Oye. —Me besó en la cabeza y me abrazó—. Siempre, cariño.
Finalmente, lo solté y me estiré a su alrededor para alcanzar la manija
de la puerta.
—¿Luchaste con tus cuarenta?
—Un poco —dijo a medida que caminábamos hacia el rellano—.
Creo que eso es simplemente natural.
—¿Entonces no estoy siendo un bebé gigante?
—No —contestó y rio entre dientes—. Y puedo prometerte que, lo que
estás sintiendo pasará.
Tranquilizada, lo seguí escaleras abajo, sintiendo inquietud dentro de
mí cuando me di cuenta que no había ruido proveniente de la sala de estar.
¿Qué estaba pasando? Miré a mi padre, pero él solo me dio esta misteriosa
sonrisa.
Preparándome, bajé el último escalón y me asomé a la sala de estar
para ver que todos estaban acurrucados, esperándome. De pie en medio
de todos ellos estaba Nate y dos maletas nuevas y brillantes. Las niñas
estaban de pie con Sylvie, Nathan y Dee, saltando con entusiasmo y riendo,
con regalos en sus manos. El resto de los invitados se reunían a sus espaldas.
—¿Qué? —Estudié los rostros de todos en busca de algunas
respuestas, sin encontrar más que miradas traviesas, y finalmente devolví mi
enfoque a mi esposo—. ¿Qué está pasando?
Instadas a avanzar hacia delante por sus abuelos, mis niñas corrieron
hasta mí.
—¡Feliz cumpleaños, mami!
—Gracias, bebés. —Tomé el regalo que Lily ofreció primero—. ¿Tengo
que abrirlo ahora?
Ella asintió. Miré a Nate. Él asintió.
En serio. ¿Qué estaba pasando?
Rasgué el regalo, mis mejillas ardiendo por ser el centro de atención.
Mi confusión solo creció cuando el regalo que me dio Lily resultó ser una caja
de gafas. Dentro había un par de gafas de sol con vidrios negros y monturas
redondas blancas al estilo de los años sesenta. Eran tan yo.
—Me encantan, bebé, gracias. —Pero vivíamos en Escocia. Solo
necesitaba gafas de sol para conducir, así que no necesitaba exactamente
que fueran tan lindas. Era un regalo muy aleatorio.
—Ahora el mío. —Jan me ofreció dos regalos.
Uno era muy plano y flexible, como si hubiera papel dentro, y el otro
era pequeño y circular. Lo abrí primero para encontrar una pulsera hecha
de pequeñas conchas marinas. Otra vez. Tan aleatorio.
—Es adorable, bebé.
—Lo sé. —Sonrió—. Ahora el otro.
El otro, para mi creciente confusión, era un mapa de una ciudad
llamada Hartwell, Delaware, en los Estados Unidos.
—De acuerdo. ¿Gracias?
Ella rio y Lily tomó su mano para llevarla de regreso con sus abuelos.
Miré a Nate.
—¿Qué está pasando?
Sus ojos oscuros brillaban divertidos cuando se acercó a mí y me
tendió un sobre.
—Feliz cumpleaños, Liv. Ah… y también feliz décimo aniversario tardío.
Sonreí, mi emoción remontando ahora que empecé a darme cuenta
que los regalos de las niñas habían sido indicios a lo que sea que hubiera en
este sobre. Lo abrí, sin ni siquiera pretender ser indiferente, y mi corazón
comenzó a martillear en mi pecho cuando abrí una tarjeta de cumpleaños
y de ella cayó un boleto electrónico. Era un horario de vuelo de primera
desde Edimburgo a Londres, luego de Londres a Filadelfia. Estudié a Nate.
—¿A dónde vamos?
—A Hartwell. Una hermosa ciudad costera en la costa de Delaware.
Por fin vamos a celebrar ese aniversario. —Me abrazó y me besó en la nariz.
—¿Lo recordaste? —pregunté, profundamente conmovida. Hace
años, le conté a Nate mi mejor recuerdo cuando mi padre estuvo de vuelta
en mi vida junto a mi madre. Estuvimos de vacaciones juntos en la costa de
Delaware y superamos todas mis expectativas de cómo deberían ser unas
vacaciones familiares. Nos habíamos ido de vacaciones unas cuantas veces
a lo largo de los años antes de que mamá enfermara, y siempre me había
encantado.
—Tus vacaciones familiares a Rehoboth. —Nate asintió—. Recuerdo
todo lo que me dices.
—¿Cuándo nos vamos? —Apoyé mis manos contra su pecho,
sintiendo un alivio fluyendo a través de mí con este gesto romántico.
Nate sonrió.
—De hecho, ahora.
—¿Qué? —Miré el horario. ¿Acaso decía…?—. Dice que nuestro vuelo
a Londres sale esta noche.
—Sí, eso sería correcto. Lo que significa que tenemos que irnos.
—¿Irnos? ¿Qué?
—No te preocupes. —Jo se apresuró a mi lado—. Nate nos entregó tu
ropa de verano a tus espaldas, además de que empacamos algo de ropa
nueva, tu regalo de cumpleaños de nuestra parte. —Señaló a mis mejores
amigas que estaban detrás de ella—. Y elegimos bien, lo prometo. Esa ropa
no refleja nada de esta fiesta.
—Oye —se quejó Ellie.
—Te amamos, de verdad. —Joss la abrazó.
—Los odio a todos —murmuró Ellie y luego me sonrió—. A ti no, Liv.
Pásalo bien.
—Esperen. ¿Qué? —Todavía estaba muy confundida—. No podemos
simplemente ir. Tengo hijas. —Señalé desesperadamente a mis niñas—. Y
trabajo. Y no tengo mi pasaporte ni mi seguro de viaje ni dinero a mano.
Mis asistentes a la fiesta se rieron mientras Nate me fulminaba con la
mirada.
—Jesucristo, dame un poco de crédito. Le informé a tu trabajo y
Ronan ha arreglado todo para cubrirte.
Miré a Ronan y él asintió, sonriendo. Cómo había guardado esto para
sí mismo, no tenía ni idea.
—Tengo tu pasaporte, seguro de viaje y dinero para ambos. Mamá y
papá cuidarán a las niñas durante los primeros cinco días, y Mick y Dee las
verán durante los próximos cinco. Han acordado quedarse en la casa para
no interrumpir las clases de las niñas.
—Ese es un gran favor.
—Estamos felices de hacerlo —dijo Sylvie.
Mi padre asintió en acuerdo.
—Ve, cariño.
Dándome cuenta que esto estaba sucediendo en realidad, me giré
hacia Nate.
—¿Esto es en serio? ¿De verdad organizaste todo esto? ¿Para mí?
Nate me dio una mirada tierna y amorosa a medida que deslizaba sus
brazos alrededor de mi cintura y me atraía hacia él.
—¿Cuándo vas a darte cuenta que haría cualquier cosa por ti, nena?
Me derretí.
—Te amo.
—Sí, y yo a ti. —Y después de esa dulce declaración, me empujó con
muy poca sutileza hacia mi maleta—. Ahora, muévete. El taxi lleva
esperando un buen maldito rato.
Bray jadeó.
—El tío Nate dijo…
—Una buena malteada. —Nate lo interrumpió cuando se arrodilló
para abrazar a Lily—. Lleva esperando con una buena malteada.
—Oh. —Bray frunció el ceño, pareciendo confundido mientras nos
despedíamos de nuestras niñas. Les murmuré que las amaba, besando sus
caritas por todas partes, y ya temiendo no verlas durante diez días, a pesar
de mi entusiasmo. Todo el tiempo escuchando en el fondo:
—¿Oh? —dijo Joss—. ¿Le crees al tío Nate pero no a mí?
—No, definitivamente dijiste la mala palabra —dijo Braden.
Bray respondió solemnemente.
—Lo escuché.
Joss se cruzó de brazos y apretó la barbilla al girarse hacia su marido.
—Supongo que sabemos quién se tomará una malteada por su
cuenta esta noche.
—¡Está bien! —Nate los empujó para pasar—. Jóvenes el lugar es de
ustedes, y ancianos es hora de irse.
La irritación residual escoció en mi interior a medida que me despedía
rápidamente de mis amigos.
—No voy a ninguna parte si tienes la intención de hacer bromas sobre
“viejos” todo el tiempo, Señor Cuarenta y Dos.
—Era la última, lo prometo. Ahora a movernos.
—¡Déjame despedirme de todos! —grité, nerviosa.
—Los verás cuando volvamos.
Miré a Jo, de pie con Cam.
—Lo voy a matar ahora mismo.
—Por favor, no. —Cam me abrazó con fuerza—. Me agrada un poco.
—Al menos le agrado a alguien. —Nate apretó su brazo alrededor de
Cam y le dio un abrazo a medias de hombre mientras que Jo y yo nos
despedimos.
—Pásenla increíble —susurró, apretando mis bíceps—. Esto es justo lo
que ambos necesitan.
—Sí —coincidí, sintiéndome absolutamente tranquila por primera vez
en meses—. Lo es.
—Tomen muchas malteadas bien escandalosas. —Sonrió—. Por todos
los padres en casa que tenemos que tomar malteadas en silencio.
Y así fue como me despedí de mis amigos y tomé un taxi para ir al
aeropuerto con mi esposo: con mucha risa y mucho amor.
Miré a Nate cuando nos sentamos en el asiento trasero del taxi,
viéndolo emocionado por primera vez en mucho tiempo. Emocionado por
pasar tiempo a solas conmigo.
Tal vez tener cuarenta no era tan malo después de todo.
Cinco
H
abíamos llegado al aeropuerto justo a tiempo para tomar
nuestro vuelo a Londres. En Londres, Nate nos había reservado
un hotel en Heathrow porque nuestro vuelo a Filadelfia no salía
hasta la mañana siguiente. Cuando le pregunté por qué no nos reservó un
vuelo temprano a Londres, me dijo que era porque quería sorprenderme
con el viaje en la fiesta y que nos fuéramos de inmediato de modo que no
tuviera tiempo para pensar en todo el asunto de dejar a las niñas durante
diez días.
Me conocía muy bien.
¿Y mencioné que mi maravilloso esposo nos reservó para volar en
clase ejecutiva? Me consentía demasiado.
En el hotel, nos acomodamos y luego fuimos al bar donde me
embriagué accidentalmente. ¿Te preguntarás, accidentalmente?
Bueno, verás, desde que tengo hijas solo bebo cuando estoy con mis
amigos, e incluso entonces solo es una o dos bebidas. Sabiendo que no
tenía que cuidar a Lily y January esa noche o la mañana siguiente, decidí:
“¿Qué demonios?” Y tomé demasiadas copas de champán y solo recordé
vagamente que Nate me había acostado en el hotel, antes de quedarme
completamente dormida.
A la mañana siguiente, sintiéndome con resaca y culpable, me
disculpé profusamente, sabiendo que Nate probablemente tenía la
intención de que tuviéramos sexo como monos salvajes en la privacidad de
nuestra habitación de hotel.
—Liv. —Se rio, entregándome un analgésico y un gran vaso de agua
cuando me senté en la cama—. Es tu cumpleaños. Puedes hacer lo que te
dé la gana y, francamente, fue agradable verte suelta y disfrutando la
noche anterior.
Gemí y me agarré la cabeza.
—Creo que me divertí demasiado.
—Sí, bueno, una resaca en el avión podría no ser lo mejor, pero puedes
dormir en el vuelo.
De hecho, ¡pude hacerlo porque estábamos volando en clase
ejecutiva donde el asiento se convertía en una cama! A pesar de sentirme
como una mierda, estaba emocionada. Eso fue hasta que saqué mis pies
de la cama y el mundo comenzó a girar.
—Está bien, necesitamos conseguirte algo de comida.
—Ugh. —La idea de la comida me hizo querer morir—. Solo
preparémonos y ya veremos todo lo demás.
Me preparé lo más rápido que pude y mi esposo me tomó de la mano
cuando nos dirigíamos desde el hotel a nuestra terminal. Agarré su mano
con fuerza y me apoyé en él, permitiéndole que tomara parte de mi peso
ya que me sentía más que un poco “frágil”.
Afortunadamente, todo salió bien durante nuestro vuelo a Filadelfia.
Una vez a bordo, me sentí lo suficientemente bien como para obligar a Nate
a tomar una foto mientras nos sentábamos adyacentes y nos mirábamos el
uno al otro en nuestra “suite” ejecutiva en forma de S. La azafata nos ofreció
una copa de champán, a la que me había mostrado reacia, y Nate aceptó
en su lugar jugo de naranja para nosotros. Lo obligué a chocar su vaso con
el mío y sonreír a la cámara para poder enviarle la selfie a Sylvie. Ella se las
mostraría a las chicas.
Fue un vuelo de ocho horas y media a Filadelfia y no dormí tanto como
esperaba. Llegamos a las ocho de la noche en nuestra hora y las tres de la
tarde, hora de Filadelfia. Era extraño haber salido de casa a primera hora
de la tarde para llegar a Filadelfia por la tarde. Cuando aterrizamos tuvimos
un viaje de dos horas a nuestro destino, una pequeña ciudad costera
llamada Hartwell.
Exhausta, me acurruqué con Nate en el asiento trasero del auto que
había contratado de una compañía de chóferes privados.
—¿Por qué Hartwell y no Rehoboth?
—¿Recuerdas la sesión de aniversario de un año que hice?
Sonreí.
—¿Cómo podría olvidarlo? —Puede que haya sido poco amable pero
me pareció gracioso y exagerado que una pareja pagara por una sesión
de fotos para celebrar su primer aniversario de boda. Pensé que era agitar
un poco la pistola. En esos primeros años todavía estás en la fase de “no
puedes mantener las manos fuera del otro”. En realidad no había nada de
qué sentirse triunfante. Una vez que tenías hijos y tratabas de hacer
malabarismos con las responsabilidades de tus hijos, los trabajos y las
finanzas a tiempo completo y cualquier otra parte de la mierda que te
tocaba, y conseguías llegar a los diez años y aún estabas enamorado,
entonces podrías celebrarlo, ¿verdad?
—Bueno, tuvieron su luna de miel en Hartwell. Lo hicieron sonar tan
genial que investigué. Sonaba como el lugar perfecto. Aquí están a finales
del verano, así que hace calor pero no demasiado, los niños aún están en
clases de modo que es tranquilo en esta época del año. Sonaba como un
buen lugar para que nos relajáramos completamente y estuviéramos juntos.
Rehoboth estaría más ocupado. Además, quería que esto fuera un lugar
nuevo para los dos. Un lugar en el que podamos hacer recuerdos.
Me acurruqué aún más en él.
—Perfecto.
Lo último que recuerdo fue la sensación de sus labios en mi sien antes
de que me sacudieran suavemente para despertarme.
—¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Las niñas están bien?
Mi visión se aclaró y el hermoso rostro de mi esposo estaba sonriendo
hacia mí.
—Ya llegamos, nena.
Y entonces comprendí. Oh. Cierto. Estábamos de vacaciones. Eché
un vistazo alrededor del auto, confundida.
—¿Me dormí?
—Sí. Ven. Vamos a instalarte en la posada.
—¿Posada?
Cuando salí del auto, lo primero que me golpeó fue el olor a océano
y sal en el aire. Una mezcla de paz y emoción se asentó sobre mí, porque el
olor del mar era sinónimo a estar de vacaciones.
¡Mi esposo y yo estábamos de vacaciones solos!
Todavía no podía asimilarlo.
Nos encontrábamos estacionados en un pequeño estacionamiento
con un letrero en la pared que decía: SOLO PARA HUÉSPEDES DE LA POSADA
HART. El educado conductor sacó nuestras maletas del maletero y Nate
tomó ambas, a pesar de mis protestas, y se dirigió hacia las escaleras y una
rampa que conducía a un paseo marítimo. Lo seguí entre dos edificios,
escuchando el sonido del agua antes de verlo.
Y luego estábamos allí en un paseo marítimo con vistas al océano
Atlántico. La marea estaba baja y un tramo de hermosa arena dorada
besaba el mar. A nuestra derecha, podíamos ver todo el paseo marítimo.
Estaba bastante ocupado, tal vez porque era alrededor de la hora de la
cena, y por lo que pudimos ver, había al menos uno o dos restaurantes justo
en frente del paseo marítimo. La gente paseaba junto al revoltijo de edificios
arquitectónicamente diferentes. Había luces al estilo de Las Vegas que
anunciaban los nombres de los edificios, pero imaginé que se verían más
efectivos una vez que se pusiera el sol.
El aire del mar me envolvió cuando una brisa revoloteó desde el
océano. Me giré para sonreírle a Nate, solo para encontrarlo observándome
con una intensidad que me sorprendió. Le pasé una mano por el brazo.
—¿Qué pasa, cariño?
—Solo estaba pensando que deberíamos haber hecho esto hace
años. No te he visto tan relajada en mucho tiempo.
Me apoyé en él.
—Amo nuestra vida. Pero tienes razón. Necesitábamos esto. No habría
importado dónde, siempre y cuando solo fuéramos tú y yo. Pero esto… —
Miré a nuestra izquierda a la Posada Hart, que suponía era nuestro
alojamiento, y sonreí—. Esto es maravilloso.
Parecía una casa grande con revestimiento de tejas pintadas de
blanco, un porche envolvente y pintorescas persianas pintadas de azul en
las ventanas. Aquí no había un letrero luminoso de neón sino un letrero
precioso pintado a mano colocado en el porche. Tenía luz adyacente,
probablemente para poder verlo en la oscuridad.
—Vamos a registrarnos —dijo Nate.
Lo seguí, ayudándolo a subir nuestras maletas por los escalones del
porche, y luego abrí una de las hermosas puertas dobles con su ventana de
vidrio. Una campana pasada de moda tintineó sobre nosotros, anunciando
nuestra llegada.
Había una gran escalera delante de nosotros y un área de espera y
un mostrador de recepción a nuestra izquierda. A nuestra derecha había un
área de estar con una fogata encendida. Las estanterías llenas de material
de lectura se alineaban en las paredes a ambos lados de la chimenea.
Dondequiera que miráramos, había señales de que la posada se trataba de
calidad y confort. Era cálido y acogedor.
Más allá de la zona del rincón de lectura había un gran arco que
conducía a un comedor que parecía estar listo para el servicio de cena. No
había nadie en la recepción, de modo que Nate señaló el área de espera
y su cómodo sofá Chesterfield.
—Vamos a descansar un momento.
Acabábamos de sentarnos cuando escuchamos una voz femenina
preguntando desde el comedor:
—¿Esa fue la campana?
—Nunca escucho nada —dijo una voz femenina más profunda.
Nate y yo nos miramos, preguntándonos si deberíamos llamar, cuando
se escucharon unos pasos hacia nosotros y de repente apareció una
atractiva pelirroja en el arco del comedor.
Sus ojos se abrieron de par en par al vernos.
—¡Era la campana! —Se apresuró hacia nosotros, con su hermoso y
largo cabello rojo rebotando en suaves ondas sobre sus hombros—. Lo siento
mucho, estaba en la cocina.
Nos levantamos cuando ella se detuvo y tendió la mano con una
sonrisa glamorosa que la transformó de una mujer atractiva a una
absolutamente deslumbrante.
—Soy Bailey Hartwell, pronto a ser Tremaine, bienvenidos a la Posada
Hart.
Nate le estrechó la mano primero.
—Nate Sawyer. Esta es mi esposa, Olivia.
—Hola. —Le estreché la mano, sonriendo, porque era difícil no
sonreírle en respuesta. Ella emitía un aire de alegría contagiosa.
—Mucho gusto. Deben estar agotados, ¿eh? —dijo, rodeando el
mostrador de recepción para registrarnos—. Vienen desde Escocia,
¿verdad?
—Sí. Acabamos de volar de Edimburgo a Londres y de Londres a
Filadelfia. Luego un viaje de dos horas. —Le di una sonrisa cansada.
Ella me miró con una sonrisa curiosa.
—No suenas escocesa.
Me reí, inclinándome hacia Nate.
—No, mi papá lo es, y luego me casé con este guapo escocés.
Bailey le dio a Nate una mirada entera y luego me sonrió conocedora.
—Puede que tenga que ir a Escocia.
—No dejes que tu prometido te oiga decir eso.
Miramos a nuestra izquierda y observamos a una morena curvilínea
descender por la escalera central.
—Tremaine sabe dónde están mis lealtades. —Bailey descartó las
preocupaciones de la mujer—. Esta es mi subgerente, Aydan. Si no estoy
cerca, ella puede ayudarlos con lo que necesiten.
—Encantado de conocerlos. —Aydan nos sonrió—. ¿Quieren algo de
cenar antes de ir a dormir?
Me volví hacia Nate.
—Creo que deberíamos intentar permanecer despiertos todo el
tiempo que podamos. Intentar ajustarnos al cambio de hora.
—Lo que quieras, nena.
Sonreí y envolví mi brazo alrededor de él. Cuando volví a mirar a la
dueña de la posada y a su colega, nos estaban sonriendo.
—Está bien, voy a intercambiarlo. —Bailey miró a Aydan—. Iré a
Escocia.
—No irá a Escocia —nos dijo Aydan—. Tiene a su propio bomboncito
que le da todo lo que quiere.
—¿Lo hace? —Bailey hizo una mueca—. ¿En serio? Pensé que tenía
que discutir con él hasta que mi rostro se pusiera azul antes de salirme con
la mía.
—No la escuchen. Están enfermamente enamorados. —Agarró la
mano izquierda de Bailey y la extendió hacia nosotros—. Miren la roca que
le dio.
Una impresionante banda de oro blanco con un diamante grande y
simple pero hermoso se encontraba en su dedo anular, titilando bajo la luz.
Era bastante espectacular.
—¿Puedes parar? —resopló Bailey, apartando su mano, pero podía
decir que en realidad no estaba molesta con su amiga.
—Felicitaciones. —Parecía lo correcto decirle considerando que las
dos estaban tratándonos a Nate y a mí como amigos en lugar de
huéspedes.
El rostro de Bailey de repente se suavizó, su mirada tornándose
soñadora.
—Gracias.
Esa única mirada era todo lo que necesitaba para saber que ella
definitivamente no iría a Escocia para intercambiar a su prometido. Estaba
perfectamente feliz con su situación actual.
—Está bien, volvamos a los negocios. Solo necesito una confirmación
de su tarjeta de crédito y luego podemos instalarlos en su habitación.
Cuando Nate le entregó su tarjeta, miré a nuestro alrededor y asimilé
todo.
—Su posada es realmente hermosa.
Las dos mujeres me sonrieron y me dieron las gracias.
—Entonces, ¿les reservamos una mesa para la cena? —preguntó
Aydan a medida que todos avanzábamos hacia la escalera.
—Sí, por favor. —Nate asintió y me miró—. ¿Alrededor de las siete y
media?
Antes de que pudiera responder, Aydan suspiró.
—¿Podrías hablar conmigo todo el día? —Miró a Bailey—. ¿No podrías
simplemente escucharlo hablar todo el día?
—Podría. —Bailey parecía que estaba luchando para no reírse—. Pero
creo que el señor y la señora Sawyer preferirían que no lo hiciera.
—Llámenos Nate y Liv —dije con amabilidad.
Ella asintió con una sonrisa y tomó una de las maletas.
—Puedo con eso —dijo Nate de inmediato.
—Soy más fuerte de lo que parezco. —Y ella lo demostró al levantarla
y arrastrarla escaleras arriba.
La seguí rápidamente, y luego Nate me siguió.
—Nos veremos en la cena —llamó Aydan y le dimos nuestro
agradecimiento.
—Entonces, ¿vacaciones anuales o estamos celebrando algo? —
preguntó Bailey mientras subíamos las escaleras.
—Es nuestro décimo aniversario de bodas—le dijo Nate—. Y el
cumpleaños de Liv.
—¿Diez años? Felicidades. Y feliz cumpleaños. —Me lanzó una dulce
sonrisa por encima del hombro—. Estoy suponiendo que treinta.
—La amo. ¿Podemos quedarnos aquí para siempre?
Nate solo rio entre dientes.
Bailey rio a su vez, un sonido ligero y burbujeante que te hacía querer
reír junto con ella.
—Son totalmente bienvenidos a quedarse aquí para siempre. ¿Tienen
niños?
—Dos hijas —contesté—. Lily tiene once años y January ocho.
—Dos niñas y no solo cumplieron diez años, sino que también se toman
el tiempo para pasar unas vacaciones a solas. Lo están haciendo muy bien.
Estoy tomando notas. Ooh, aquí estamos. —Bailey se detuvo en una puerta
del segundo piso. La abrió con una llave pasada de moda con la placa del
número de la habitación y luego empujó la puerta para abrirla. Nos condujo
dentro de una de las habitaciones más bonitas en las que he tenido el placer
de estar. Decorada en un estilo contemporáneo con un tema náutico, la
habitación era espaciosa y luminosa. Había una enorme cama con dosel
en el centro de la habitación cubierta con cojines azul pálido y crema,
algunos lisos, algunos con rayas, y había una sala de estar con un cómodo
sofá, sillón, escritorio y televisión. Podía ver que más allá de eso había una
puerta a un baño en la misma suite.
Pero lo que realmente me llamó la atención fueron las puertas
francesas que daban a un balcón con vistas al mar.
—Esta es la mejor habitación de la posada —dijo Bailey, orgullosa—.
Espero que lo disfruten.
—Es preciosa —dije, caminando hacia las puertas francesas. Le lancé
una sonrisa feliz y emocionada por encima del hombro a Nate y él la
devolvió con una cariñosa.
—Entonces, solo dejaré que se acomoden. Les reservamos una mesa
para la cena. El desayuno se sirve desde las siete hasta las diez de la mañana
y servimos comida caliente y continental.
—Gracias —dijo Nate, y lo atrapé dándole una propina, que ella
aceptó con gratitud.
—Cualquier cosa que necesiten, solo dennos un grito.
Me despedí de nuestra alegre propietaria antes de que cerrara la
puerta, brindándonos privacidad. Me apoyé en una de las puertas
francesas y le lancé una sonrisa cansada a mi esposo.
—Si no me sintiera con resaca y cansada ahora mismo, te desnudaría
y te agradecería adecuadamente por traerme a este hermoso lugar.
Los ojos de Nate se volvieron perezosos a medida que me acechaba,
y aunque estaba exhausta, todavía sentí una ráfaga de deseo en mi vientre.
Se presionó contra mí, deslizando sus manos alrededor de mi espalda y
hacia abajo sobre mi culo para atraerme hacia él. Sus labios rozaron los míos
cuando dijo suavemente:
—Te sugiero que descanses mucho esta noche porque tu esposo
planea usarte abominablemente durante los próximos diez días.
Me mordí el labio en una sonrisa emocionada.
—No puedo esperar.
Me besó, lento, perezoso, dulce. Cuando se detuvo, apoyó su frente
en la mía.
—Adoro a nuestras niñas más que a nada, pero admito que me siento
culpable por estar emocionado de tenerte solamente para mí por diez días.
—También me siento culpable. Pero podemos sentirnos emocionados.
—Envolví mis manos en su ya arrugada camisa—. Necesitar tiempo para
estar solos no disminuye cómo nos sentimos con respecto a nuestras hijas,
Nate. Quiero que crezcan sabiendo lo que es el amor real y cómo se supone
que un hombre debe tratarlas para que así, cuando llegue el correcto, lo
sepan. —Nuestros ojos se encontraron y la mirada en él hizo que mis rodillas
temblaran—. Quiero que conozcan a un hombre que aún debilita sus rodillas
con una mirada incluso después de diez años de matrimonio. Quiero que
tengan la misma suerte que su madre.
La voz de Nate sonó ronca cuando preguntó:
—¿Todavía debilito tus rodillas?
Las lágrimas inundaron mis ojos inesperadamente.
—Sí. Te amo más y te deseo aún más que cuando me enamoré de ti
por primera vez. Por eso me dolió tanto cuando me excluiste. ¿No te dolería
si yo te excluyera?
—Jodidamente —respondió de inmediato y con énfasis—. Me dolería
jodidamente mucho, Liv. —Pasó un pulgar sobre mi lágrima, quitándola—.
Voy a compensártelo. Al final de estas vacaciones jamás volverás a dudar
de mi amor por ti.
Seis
E
l desfase horario me despertó a la mañana siguiente, lo cual fue
una pena porque la cama de nuestra habitación estaba hecha
de una nube bajada del Monte Olimpo. En serio. Quería
empacar todo y llevarlo a casa con nosotros.
El sol comenzaba a filtrarse a través de las cortinas y Nate lucía como
si todavía podría dormir un rato más. Anoche, mientras luchaba por
mantener los ojos abiertos, se estuvo quejando de sentirse demasiado
despierto. Me pregunté cuánto tiempo le había llevado a quedarse
dormido. Resistiendo las ganas de estirarme y tocar su rostro, lenta y
silenciosamente salí de la cama y alcancé la bata de baño que había
encontrado en la parte de atrás de la puerta del baño anoche. Estaba
hecha de la felpa más suave del mundo. Bailey Hartwell no escatimaba en
los detalles.
Habiendo agarrado mi teléfono de la mesita de noche, me acerqué
de puntillas a las puertas francesas y las abrí con el menor ruido posible. Me
apretujé entre el espacio más pequeño que pude, intentando dejar entrar
la menor cantidad de luz posible para no perturbar el descanso de mi
esposo.
Una vez en el balcón, cerré las puertas detrás de mí y me senté en uno
de los asientos en una pequeña mesa redonda en la esquina. El sol
atravesaba el horizonte, una franja de luz naranja cálida persiguiendo el
agua hasta la orilla. El paseo marítimo parecía inmóvil y casi irreal, como
algo salido de un plató de películas, bañado por las lilas del amanecer. Las
gaviotas graznaban en lo alto y me encontré frunciéndoles el ceño.
—Ya déjenlo, ¿quieren? —susurré. Mi bebé está durmiendo.
Pero continuaron como si no me hubieran escuchado, y después de
un rato, el ruido se convirtió en una banda sonora de fondo en la playa.
Pronto, todo el lugar brillaba con la luz del sol de la madrugada, y cerré los
ojos sintiendo su cosquilleo en mi piel, escuchando las olas golpeando
suavemente la orilla abajo. Saqué mi teléfono con la intención de tomar
fotos, pero en ese momento lo único que quería hacer era disfrutar de la paz
que este lugar emitía por encima de mí.
Por un tiempo no me preocupé por mis hijas o si estábamos ahorrando
suficiente dinero al mes para sus regalos de Navidad, y no me preocupé por
el trabajo o por mi nuevo empleado que seguía reportándose enfermo. Y
solo por un momento, no sentí ese cosquilleo en mi vientre, aquel que me
indicaba que las cosas aún no se habían resuelto por completo entre mi
esposo y yo.
Todavía no me había revelado realmente por qué se había perdido
tanto después de la muerte de Peetie, y por qué me había apartado
cuando Cam acercó a Jo.
Y solo así se rompió mi paz.
Estaba dejando que las preocupaciones se entrometieran en nuestras
vacaciones.
Mis ojos se abrieron y solté un suspiro profundo.
—¿Qué pasa?
—¡Santa mierda! —Mi mano voló hacia mi pecho a medida que
saltaba. Girando, encontré a Nate apoyado contra las puertas francesas,
usando nada más que sus pantalones de pijama y una sonrisa divertida—.
Ni siquiera te oí levantarte.
—Lo sé. —Empujó la puerta. Cuando se acercó a mí, se inclinó y
presionó un beso en mis labios antes de tomar el otro asiento en la mesa. Su
mirada vagó por nuestra magnífica vista—. Parecías muy lejos.
—Estaba disfrutando de la paz. —Señalé a nuestro alrededor.
—Es hermoso, ¿no?
Mi mirada vagó por su magnífico perfil y sobre su torso desnudo. Era
todo músculo afilado y piel bronceada. Solía tener la palabra “Después”
tatuada en el pecho en letras negras. Una vez fue una mera letra, “A”, para
representar a su primer amor, Alana. Ella murió de cáncer cuando eran
adolescentes y eso jodió a Nate magistralmente con las mujeres. Cuando lo
conocí era el mayor mujeriego del mundo. Había sido fácil enamorarnos
pero increíblemente difícil lograr que Nate lo admitiera. Cuando finalmente
lo hizo, me había lastimado tanto que decidí que no quería estar con alguien
que todavía estaba enamorado de un fantasma. Él había convertido la “A”
en la palabra “Después”, lo que significa que yo era lo que vino después de
su novia de la infancia. Me dijo que siempre amaría a Alana, pero yo era el
amor de su vida, y sabiendo lo que ese tatuaje había significado para él, el
gesto finalmente me convenció de que estaba diciendo la verdad.
Hace dos años, alargó la palabra hasta convertirlo en “Después del
primero vino el último”. Estallé en lágrimas felices cuando lo vi. El romántico
hijo de puta. Tuvo suerte muchas veces durante meses porque cada vez que
veía el tatuaje me convertía en papilla. Mirarlo ahora me inundó con
recuerdos de nuestras sexescapadas ese verano.
Ahora quería lamerlo por todas partes.
Jesús, no debí haberme casado con alguien tan caliente.
Descartando los pensamientos de lamer a mi esposo de mi cabeza,
dije:
—¿Dormiste mucho?
—Sí. —Me miró entonces, sus ojos oscuros alertas y brillantes,
demostrando la verdad en su respuesta—. Debo haberme quedado
dormido no mucho más tarde que tú.
—Después de todo estabas cansado.
—Podría haber sido tu ronquido. Me arrulla.
Lo fulminé con la mirada.
—No ronco. —La única vez que ronqué fue cuando estaba
embarazada. Sabía que lo hice porque Nate lo grabó y se burló de mí.
Sonrió.
—Es tan fácil meterse contigo.
—Meterse conmigo no es una buena manera de comenzar nuestras
vacaciones.
—Eso depende de qué manera me meto contigo. —Sus ojos de
repente ardieron
Una sonrisa hizo que mis labios temblaran mientras mi cuerpo se
tornaba ansioso con solo pensar en que Nate se metiera con él.
—¿Qué tenías en mente?
Se inclinó hacia mí, con los brazos cruzados frente a él sobre la mesa.
—¿Preferirías representar una fantasía familiar o jugar algo nuevo?
Me quedé inmóvil, mi piel ya ruborizándose al pensarlo. A lo largo de
los años, Nate y yo a veces habíamos animado nuestra vida sexual jugando
pequeñas fantasías. Incluso me había vestido para él en alguna ocasión. Me
gustaban todas nuestras fantasías, pero estaba dispuesta a todo cuando se
trataba de mi esposo.
—Juguemos algo nuevo. ¿Tenías algo en mente?
—Nunca hemos sido extraños que se conocen en un bar.
—No, no lo hemos hecho.
—Nunca hemos sido extraños que se conocen en un bar y se follan a
los pocos minutos de conocerse.
Mi aliento titubeó ante el pensamiento.
—¿Eso es lo que quieres?
Sus ojos se hundieron en la abertura de mi bata de baño hasta mi
generoso escote. La lujuria se encendió en su mirada cuando volvió a mi
rostro, permaneciendo en mis labios antes de fijarse en mis ojos.
—Sí, definitivamente estaría dispuesto a eso.
—¿Juego de palabras?
Nate me guiñó un ojo.
Mierda, él sabía lo que eso me provocaba. Cuando nos conocimos,
solo éramos buenos amigos, y cada vez que me guiñaba un ojo o me ofrecía
esa sonrisa malvada con hoyuelos o decía algo remotamente coqueto,
tenía que empujarlo hacia el fondo de mi mente. No había querido
enamorarme de él. Pero la verdad era que no había podido ignorar mi
atracción hacia él. Especialmente después de besarnos por primera vez.
Algunos días la tensión sexual me había puesto tan caliente…
Espera un minuto.
—¿Recuerdas cómo era antes de que comenzáramos a tener
relaciones sexuales? ¿Recuerdas la tensión entre nosotros? Cada vez que
estaba contigo sentía que iba a saltar de mi piel.
La expresión de Nate se volvió tierna.
—Lo recuerdo.
—¿Y recuerdas cómo era el sexo cuando finalmente nos rendimos?
—Pensé que nunca dejaría de correrme.
Apreté mis piernas entre sí a medida que mi vientre se revolvía de
deseo.
—No podías salir de allí lo suficientemente rápido —bromeé.
La mirada de Nate se oscureció.
—Porque supe entonces que eras la única mujer en la que quería estar
dentro por el resto de mi vida.
Mis pezones se tensaron.
—Tú y yo hemos estado pensando en el sexo desde el momento en
que nos subimos al taxi en la calle Dublín.
—Muy cierto.
—Entonces, ¿por qué no nos torturamos un poco? No tengamos sexo
de inmediato.
Mi esposo inmediatamente frunció el ceño.
—¿Estás sugiriendo que no tengamos sexo en nuestras vacaciones?
—No, estoy sugiriendo que planifiquemos nuestra fantasía de extraños
de aquí a dentro de tres noches. Creo que para entonces estaremos listos
para explotar.
Por un momento, no pensé que Nate estaría de acuerdo. Luego me
sorprendió diciendo:
—Esto es solo por la fantasía, ¿verdad? Tú no estás… ¿no hay algo que
deba saber? Quieres tener sexo conmigo… ¿verdad?
Me sorprendió que pensara lo contrario, y es entonces cuando me di
cuenta que él también estaba sintiendo esa señal de disonancia entre
nosotros. Me tragué esas preocupaciones y respondí:
—Por supuesto que te quiero. Simplemente pensé que podría ser un
juego interesante.
Pensó en ello por un momento.
—Ya estoy más duro que el hierro por ti, nena. No sé si necesito retrasar
la gratificación más de lo que ya se ha retrasado.
Sintiéndome un poco decepcionada, porque estaba bastante segura
que prolongar el sexo nos provocaría un orgasmo increíble, simplemente me
encogí de hombros.
Pero él me conocía demasiado bien.
—Está bien. —Suspiró—. Pero no en tres noches. Te doy hasta mañana
por la noche.
—Eso no es prolongar el sexo, Nate.
Se levantó bruscamente y me mordí el labio al ver que tenía una gran
erección contra sus pijamas. Se estiraban tanto… estaba definitivamente en
alto.
—Buen punto —dije—. Será mañana.
Aunque Nate había aceptado esperar para tener sexo hasta que
jugáramos nuestra pequeña fantasía de “extraños en un bar”, me di cuenta
que estaba descontento. Por alguna razón su irritación me hizo querer
atormentarlo aún más. Después de bañarnos (por separado) y vestirnos,
agarré su mano cuando bajamos a desayunar, pasando las yemas de los
dedos de mi mano libre por la piel de su antebrazo expuesta por su
camiseta.
Bajando las escaleras, me frunció el ceño.
—Lo estás haciendo deliberadamente.
—¿Estás diciendo que no puedo tocarte hasta mañana por la noche?
—No. —Se detuvo de repente y me presionó contra la pared de la
escalera, su boca a centímetros de la mía. Su mano, la que no sostenía la
mía, se deslizó bajo mi vestido, las yemas de sus dedos acariciando mi muslo
interno.
—Nate —jadeé, mirando por las escaleras para asegurarme que la
entrada estaba vacía.
—Si tú me tientas, nena… —Su aliento caliente susurró contra mis
labios—. Yo te tentaré diez veces más a cambio.
Luché con el deseo inundándome y la preocupación por faltarle el
respeto a nuestra agradable propietaria. Mi preocupación ganó y alcancé
su muñeca debajo de mi vestido y retiré con fuerza su mano con un destello
de ira en mis ojos que lo hizo sonreír triunfante.
—Aquí no.
—Solo estoy jugando tu juego. —Se apartó y luego comenzó a
llevarme por las escaleras como si nada hubiera pasado.
Solo había otra pareja en el comedor tan temprano en la mañana,
una pareja mayor que nos sonrió cálidamente y nos saludó mientras
tomábamos un poco de café del área de buffet.
Acabábamos de sentarnos en una mesa cuando Aydan salió de la
cocina y nos sonrió de manera radiante.
—Se levantaron temprano. ¿Desfasaje horario?
—Sí —contesté, luchando contra un bostezo—. De hecho, todavía lo
estoy sintiendo un poco. Pero esto ayudará. —Levanté mi taza de café.
—También algo de comida. —Nos dio a cada uno un menú—. Volveré
en un minuto para tomar su orden.
Estábamos revisando el pequeño menú y estaba intentando decidir
entre huevos revueltos, papas y tocino; panqueques, jarabe de arce y
tocino; o gofres y tocino.
—Olvidé lo bueno que es el desayuno aquí. —Miré a mi esposo, que
parecía menos emocionado que yo con el desayuno—. Pedirás la frittata
de clara de huevo, ¿verdad?
Nate solía disfrutar más de la comida pero, como todos hemos
descubierto, descubrió que no podía metabolizar la comida chatarra tan
bien como solía hacerlo. Así que ahora solo se entregaba de vez en cuando.
—Sí. —Asintió, sus ojos brillando con diversión. Sabía que me
molestaba que tuviera más fuerza de voluntad que yo.
—Pediré los gofres con tocino —decidí de inmediato.
Nate se echó a reír y se inclinó para acariciar la parte superior de mi
trasero, que afortunadamente estaba escondido de la vista de alguien más
por el respaldo de mi silla.
—Come lo que quieras, nena. Los dos disfrutaremos de los frutos de
ese trabajo.
Debería haberlo mirado con furia por tocarme así en el comedor de
esta pintoresca posada, pero no podía, porque sentía que había
recuperado a mi viejo Nate. El chico que me hacía sentir sexy y deseada sin
importar nada. Así que en su lugar le di una suave sonrisa.
Por alguna razón, mi reacción hizo que su mirada se volviera líquida
con mucho más calor, e impulsivamente se inclinó, tomó mi rostro con su
mano y me besó. Duro. Profundo. Rápido.
Cuando me soltó, ni siquiera podía pensar lo suficiente como para
avergonzarme por haberme hundido la lengua de esa manera delante de
una pareja de ancianos que solo intentaba desayunar. Solo pude
parpadear, aturdida, con los labios húmedos y esperando más.
—¿Por qué fue eso?
—Porque te amo. —Se encogió de hombros, como si fuera la
respuesta más obvia del mundo.
Antes de que pudiera decir algo más, el sonido de la voz de Bailey
Hartwell a todo volumen llegó a nuestros oídos desde algún lugar cercano
a la recepción.
—¡Es ridículo, por eso!
Nate y yo nos lanzamos miradas divertidas y fingimos leer el menú a
pesar de que sabía que los dos estábamos escuchando. Éramos
entrometidos.
Su voz sonaba más baja ahora, y el hecho de que no hubiéramos
escuchado otra respuesta vocalizada sugería que ella estaba hablando por
teléfono.
—Vaughn, tenemos una casa —siseó ella—. No necesitamos otra…
¿Por qué la venderías? Es bonita… No necesitamos comprar una casa juntos
para estar juntos… es un desperdicio de dinero… —Hubo un tramo más largo
de silencio—. Está bien, si quieres desperdiciar dinero, ¿por qué no
derribamos la casa y hacemos que sea de la forma en que ambos la
queremos…? Ya está sobre el agua… Deja de ser romántico cuando intento
ser práctica, sabes que me confunde… Basta, estoy en la posada. —Su voz
bajó aún más. Su aliento pareció atraparse—. Vas a pagar por eso,
Tremaine… no… no… Vaughn… Está bien, de acuerdo… Yo también te
amo, bastardo atractivo.
Ese pareció ser el final de la conversación, y me volví hacia Nate, con
la risa burbujeando en mi garganta.
—Eso me sonó familiar.
Él sonrió.
—¿Cierto?
—No creo que nuestra propietaria vaya a Escocia pronto.
—¿Ah, no?
—No. Si tiene lo que yo tengo, seguro se queda aquí.
En lugar de suavizarse, los rasgos de Nate se endurecieron, el músculo
de su mandíbula contrayéndose. Se inclinó, su mano en mi muslo,
apretándolo con fuerza.
—Si no vas a dejarme follarte hasta dejarte sin sentido hasta mañana
por la noche —me susurró con aspereza al oído—, tienes que dejar de decir
cosas que ponen a prueba mi moderación.
Intenté no reaccionar, pero podía sentir mis pechos hinchándose, mis
pezones tensándose en brotes apretados que se presionaban contra la tela
de mi vestido de verano. Solo llevaba un delgado bikini debajo de él, y los
ojos de Nate se posaron en mis senos, viendo la evidencia de mi excitación.
—Mierda, Jesucristo. —Me soltó para desplomarse en su silla—. Esto es
tortura.
Era una tortura.
—Valdrá la pena.
—Sí, lo sé. —Su oscura mirada se encendió—. Esa es la única razón por
la que todavía estás sentada allí y no en mi polla.
—¡Oh Dios!
Levanté la vista con horror para descubrir que en algún momento,
mientras estaba perdida en mi interludio con Nate, Bailey había entrado en
el comedor y se había acercado a nuestra mesa. Un rubor mortificado
golpeó mis mejillas cuando Bailey nos miró con los ojos completamente
abiertos por un momento.
Nate solo se sentó allí, absolutamente relajado.
—Buenos días, señorita Hartwell.
—Oh… —Ella lo saludó con la mano, la risa de repente superando el
impacto en sus ojos—. Llámame Bailey. —Sus ojos volaron a mi rostro, que
estaba segura que estaba completamente roja de vergüenza. Debe
haberlo estado porque ella sonrió tranquilizadoramente—. También tengo
uno de estos. —Le hizo un gesto a Nate—. Me dice cosas inapropiadas en
público, así que no te preocupes, lo entiendo. Y solo escuché porque estoy
justo aquí. —Se inclinó un poco más cerca—. Mis otros huéspedes no tienen
idea de nada, no te preocupes. Solo venía a ver si todo estaba bien y que
ya estuvieran absolutamente instalados, pero parece que ustedes dos están
bien. —Rio entre dientes—. ¿Ya saben qué van a pedir para el desayuno?
Le dimos nuestra orden justo cuando Aydan venía a tomarla.
—Ya lo anoté. —Bailey le sonrió por encima del hombro mientras
tomaba nuestros menús—. Dejemos a estos dos enamorados a solas.
Cuando se fueron, me volví para fruncir el ceño a mi esposo.
—¿En serio?
Su respuesta fue estallar en risa.
Siete
R
esultó que la mejor amiga de Bailey, Dahlia, era la dueña de una
tienda junto a la posada. La Tienda de Regalos Hart era una
estructura mucho más pequeña, pero los dos edificios tenían
una arquitectura similar con tejas pintadas de blanco. Incluso tenía un
porche, aunque no uno envolvente.
Cuando Nate y yo hicimos nuestro paseo matutino juntos bajo el sol
mañanero, todavía no lo suficientemente fuerte como para combatir la
brisa del océano, me alegré por el brazo de mi esposo alrededor de mi
cintura. Su cuerpo amortiguaba el frío, así que solo lo sentí un poco. Junto a
la tienda de Dahlia había una tienda de golosinas, y al lado de ella estaba
una galería comercial, y desde allí los tablones corrían a lo largo de una
avenida principal. Había un gran escenario musical en la parte superior de
la calle principal: una avenida larga y ancha con espacios de
estacionamiento en el medio para acomodar a los visitantes no solo en la
playa y el paseo marítimo, sino también en los edificios comerciales de la
calle.
Deambulamos por la calle principal bordeada de árboles, donde
restaurantes, tiendas de regalos, boutiques de ropa, tiendas minoristas,
restaurantes de comida rápida, spas, cafeterías, pubs y mercados convivían
como vecinos. Después de nuestro pequeño paseo curioseando todo, nos
distrajimos antes de avanzar por el paseo marítimo por una placa cerca del
escenario musical.
—Esta debe ser —le dije a Nate cuando nos detuvimos.
Esa mañana, cuando le preguntamos a Bailey si había algún lugar en
particular que nos recomendaba explorar, nos contó de los lugares de sus
amigos y nos dijo que debíamos pasear por el paseo marítimo y asimilarlo
todo. Luego procedió a añadir:
—Y ustedes dos se ven tan enamorados que estoy segura que
demostrarán que la leyenda de Hart Boardwalk es cierta.
—¿Leyenda? —pregunté.
—Hay un lugar en el paseo marítimo cerca del escenario musical con
una placa de bronce para los turistas sobre la leyenda. Dice que si caminan
juntos por el paseo marítimo, y están verdaderamente enamorados, durará
para siempre. Viene de esta vieja historia de amor, que se remonta a mis
antepasados. La gente aquí ha llegado a creer que la leyenda es cierta
porque las personas que se enamoran en el paseo marítimo siguen
enamoradas toda la vida.
Le di un codazo a Nate juguetonamente.
—Crees que esto es cursi, ¿no? —Señalé hacia la placa.
—No necesito caminar por este paseo marítimo con mi mano en la
tuya para saber que duraremos para siempre, Liv. Sé que duraremos para
siempre porque nunca te dejaré ir.
—Nate —susurré, mis ojos escociendo con lágrimas—. Te he
extrañado.
—Estoy justo aquí —me prometió, e inclinó la cabeza para dejar el
beso más dulce del mundo a través de mis labios.
Con nuestros labios temblando con promesas, Nate me llevó por el
paseo marítimo donde descubrimos la heladería, una tienda de surf, y luego
el restaurante Antonio, un restaurante italiano que Bailey había
mencionado. Dijo que era propiedad de sus buenos amigos Iris e Ira. Justo
después de Antonio estaba el edificio más grande en el paseo. Era un
moderno edificio blanco con mucho vidrio. El Hotel y Centro de
Conferencias Paradise Sands. No había señales de neón a la vista.
—El hotel del prometido de Bailey —dije a medida que nos
deteníamos afuera.
—Pensé en reservar aquí —dijo Nate—. Las habitaciones son de lujo y
las vistas al mar son espléndidas, pero pensé que apreciarías más la posada.
—Lo hago —le aseguré—. Es como un hogar lejos de casa. Menos
impersonal que un hotel.
—Qué bueno.
El hotel era vecino de otro de los negocios de los amigos de Bailey. El
bar Cooper de hecho tenía un letrero de neón porque se parecía a ese tipo
de lugar. Bailey dijo que era el bar más popular de la ciudad. Era el paseo
marítimo, al parecer. Y Cooper estaba casado con su buena amiga, Jessica,
quien resultó ser una médica local.
El dueño del bar y la doctora. Era un poco sorprendente. Me gustaba.
Y pensé que tal vez debería decírselo a Joss cuando descubriera más. A ella
le gustaba escribir subtramas románticas con personajes que no parecían
ser el uno para el otro, pero resultaban ser justo lo que necesitaban.
Vivía para las tramas románticas de Joss, pero no tanto como lo
hacían Grace y Shannon. Esas dos eran enormes fanáticas de J.B.
Carmichael.
Y justo cuando estaba pensando en los libros, descubrimos Emery's
Bookstore & Coffeehouse. Emery era otra de las buenas amigas de Bailey.
Estaba pensando que Bailey era amiga de todos. Parecía esa clase de
mujer.
—Tenemos que entrar —le dije a Nate—. Tomemos un café y
empapémonos de libros.
—Está bien, Nerd de la Biblioteca —dijo con un largo suspiro sufrido y
falso.
—Sabes que quieres café. —Lo conduje al interior e inmediatamente
decidí que ir a la playa podía joderse, íbamos a pasar el resto de nuestras
vacaciones aquí.
Había una gran barra con varias máquinas de café detrás. A nuestra
derecha estaba la librería. Unos pocos escalones frente a donde estábamos
parados había una zona de asientos llena de pequeñas mesas y sillas
blancas, así como una serie de cómodos sillones y sofás situados cerca de
una chimenea.
Ya había algunos clientes aquí, sentados en las mesas, tomando café,
algunos leyendo, otros hablando en voz baja. Eché un vistazo alrededor de
la librería con sus estanterías pintadas de blanco y un montón de asientos
cómodos. Unas cuantas lámparas de Tiffany estaban instaladas aquí y allá,
agregando calidez y color. Toda la carpintería de la tienda estaba pintada
de blanco y contrastaba maravillosamente con el rico azul turquesa de las
paredes.
Una mujer salió de detrás de las pilas de libros a nuestra derecha y se
sobresaltó al vernos. Lo superó de inmediato y nos ofreció una sonrisa tímida.
—La campana de mi puerta se rompió. No los oí entrar. ¿Café?
—Sí, por favor. —Nate asintió y la seguimos hasta el mostrador.
Sus sorprendentes ojos azul pálido evaluaron a Nate por un segundo y
luego sus mejillas se sonrojaron.
—No eres de por aquí.
—Escocia —respondió.
Esos hermosos ojos suyos volaron hacia mí.
—¿Un viaje largo?
—Bastante. Nos alojamos en la Posada Hart.
—Estoy segura que Bailey los está cuidando muy bien. —Hablaba muy
suave y definitivamente parecía tímida. No tenía ni idea de por qué sería
tímida.
Era alta y esbelta, con hermosos ojos y un rostro en forma de corazón.
Llevaba su largo cabello rubio platino en una intrincada trenza que
descansaba sobre su hombro derecho. Unos mechones de cabello
enmarcaban su hermoso rostro adorable. Por un momento no podía
averiguar a quién me recordaba, y luego se me ocurrió. Mis niñas habían
sido como la mayoría de las niñas y estuvieron obsesionadas con Frozen por
un tiempo.
—Soy Emery —dijo a medida que caminaba detrás del mostrador—.
¿Qué puedo conseguirles?
Emery se parecía a la versión en vivo de Elsa de Frozen.
—¿Qué quieres, nena? —me preguntó Nate, sacándome de mis
reflexiones.
—Un latte caramelo.
Mi esposo pidió un Americano y, mientras esperábamos, decidí
satisfacer mi curiosidad.
—¿Has vivido aquí toda tu vida?
Emery me miró por encima del hombro.
—No. Compré este lugar hace casi nueve años.
—Bueno, me encanta. Dirijo una biblioteca universitaria en mi casa…
los libros son lo mío.
Ella sonrió, entendiéndome totalmente.
—Eso es genial.
—No cualquier biblioteca —sintió Nate la necesidad de añadir—. La
biblioteca de la Universidad de Edimburgo.
Emery se sonrojó de nuevo por alguna extraña razón, su mirada
rápidamente volando de Nate hacia mí.
—Eso es increíble.
Le di un codazo a mi esposo.
—Deja de hacerme sonar más genial de lo que soy.
Me sonrió.
—Nadie dijo nada de ti siendo genial, nena.
—Eres gracioso.
—Sé que lo soy.
Poniendo mis ojos en blanco por su burla, miré a la dueña de la tienda
cuando ella se dio la vuelta con nuestros cafés dejándolos en el mostrador
para nosotros.
—¿Estás casada? —pregunté antes de que pudiera decirnos cuánto
debíamos.
Evitó mi mirada, sonrojándose una vez más, y sacudió la cabeza.
—No.
—Eso es inteligente. Quédate de esa manera. —Le di a mi esposo una
mirada intencionada, pero él solo me sonrió con suficiencia.
—Como si pudieras vivir sin mí —dijo y luego se volvió hacia Emery—.
¿Cuánto debemos?
Una vez que pagamos, agradecimos a la mujer y arrastré a Nate al
área de la librería de la tienda conmigo. Él quería sentarse y disfrutar de su
café en su lugar.
—Me tomaste por sorpresa con estas vacaciones así que no tuve la
oportunidad de traer mi e-reader o un libro de bolsillo. Necesitaré material
de lectura para descansar en la playa.
—En realidad, no es una mala idea.
Al final, ambos compramos un par de libros, y todo el rostro de Emery
se iluminó con la venta.
—¡Qué tengan unas vacaciones maravillosas! —dijo mientras
salíamos, pareciendo un poco menos tímida de lo que había sido unos
minutos antes.
Huh.
—Es todo un misterio —comenté a medida que caminábamos por el
paseo marítimo. El sol era más fuerte ahora, calentándome mi piel. Me quité
el cárdigan y me lo até a la cintura mientras Nate sostenía mi café y mis
libros.
—¿A qué te refieres? —preguntó cuando me entregó mis cosas.
—Emery. Es todo un misterio. Es hermosa, tienes que haber notado que
era hermosa.
—No me doy cuenta de estas cosas cuando estoy contigo.
Puse mis ojos en blanco.
—Mentiroso.
Él solo rio.
—Está bien, entonces era hermosa, ¿y qué?
—Se sonrojó cada vez que le hablabas.
—Tengo ese efecto en las mujeres.
Eso era cierto. ¡Eran esos malditos hoyuelos suyos cuando sonreía! Pero
no le iba a decir eso. Así que en su lugar resoplé.
—Está bien. Bueno, no se sonrojó al hablarme. Lo que significa que es
tímida con los hombres guapos o solo con los hombres, punto. Quiero decir,
tengo la impresión de que era algo tímida, pero definitivamente más
contigo.
—A las mujeres hermosas se les permite ser tímidas, Liv.
—Lo sé. Más o menos… es solo que… si me viera como ella, te habría
saltado tan pronto como me sonreíste por primera vez cuando nos
conocimos. La gente es una sorpresa con todas sus inseguridades. —Siempre
me sorprendía que las personas a las que consideraba increíblemente
atractivas me contaran sobre sus problemas corporales o dificultades.
—Bueno, podrá ser hermosa, nena, pero… —Nate envolvió su brazo
libre alrededor de mi cintura y me atrajo hacia su costado. Su mano se
deslizó sobre mi culo, a medida que su mirada se calentaba—. No eres tú.
Me encantan tus curvas, y la forma en que esos hermosos ojos tuyos se
vuelven de oro líquido cuando te corres.
La excitación se revolvió en mi vientre ante sus palabras, y mis pezones
rozaron el sujetador del bikini debajo de mi vestido.
—Tienes todo un don con las palabras, señor Sawyer —susurré,
mirando con avidez hacia su boca.
—Si no dejas de mirar mi boca así, voy a romperme y follarte antes de
mañana por la noche.
—¡Entonces deja de decir cosas que me calientan! —Me aparté de su
agarre—. Va en ambos sentidos.
—No puedo evitarlo. —Sonrió, la mirada acalorada en sus ojos
volviéndose tierna—. Nunca he podido contenerme cuando se trata de ti.
—Oh, Dios mío, Nate —resoplé—. Sabes que las cosas románticas me
ponen tan caliente como las cosas sexys. Idiota. —Me alejé, temblando de
frustración sexual.
—¡Yo también te amo! —gritó con clara diversión.
Le saqué mi dedo medio, sin preocuparme por los otros turistas, y
sonreí cuando escuché a Nate aullar con una carcajada malvada.
Ocho
D
espués de que Nate me quitara el enojo a besos y nos dejara
aún más calientes e incómodos, pasamos el día en la playa.
Alquilamos tumbonas con una mesa y una sombrilla entre ellas,
y pasamos el día descansando.
Cuando sabíamos que las niñas ya habrían vuelto de la escuela,
hablamos con ellas por Skype en nuestros teléfonos, nos alegramos de ver
que no nos estaban extrañando demasiado, y en cambio se estuvieran
divirtiendo con Nathan y Sylvie.
—Se ve tan soleado allí —comentó aun así Lily, haciendo un mohín.
—Lo es, niñas. —Volví el teléfono para que pudieran ver el océano.
—Aww, es tan bonito.
Volví a girar la cámara.
—Las echo de menos.
—Nana hizo muffins de chocolate —dijo Jan en respuesta.
Lo que significaba que no me extrañaban tanto.
Nate resopló a mi lado y lo golpeé con el codo.
—Estoy celoso. —Las habilidades de horneado de Sylvie eran bastante
legendarias.
—Está bien, niñas, es hora del judo. —Sylvie apareció en la pantalla y
nos saludó con la mano—. Lo siento, queridos, pero tengo que llevarlas a su
clase de judo.
—Por supuesto.
Nos despedimos con un millón de “las amo” y colgamos el teléfono.
Hice un puchero como mi hija de once años.
—Las extraño.
Nate sonrió.
—Yo también. Pero solo ha pasado un día.
—Lo sé.
Nos acomodamos en nuestras tumbonas y recogí el libro que estaba
leyendo cuando Nate dijo:
—¿Preferirías poder ver tu propio futuro o el futuro de todos los que
amas?
Coloqué mi libro en mi pecho y me giré para mirarlo a través de las
lentes oscuras de mis gafas de sol. Estaba apoyado sobre su codo,
mirándome. Lo reflejé, girándome hacia él.
—¿Qué te hizo pensar en eso?
—Estoy leyendo algo de ciencia ficción sobre lo cognitivo. —Hizo un
gesto hacia el libro.
—Ah. Bueno, está bien entonces. Supongo que elijo mi propio futuro.
—¿Por qué?
—Porque si hay algo malo en mi propio futuro, podría manejarlo. Pero
no puedo manejar el futuro de las personas que amo. Por ejemplo, no podría
soportar saber cuándo vas a morir. Eso sería una pesadilla viviente.
Nate inmediatamente se puso de espaldas y recogió su libro.
No dijo otra palabra.
Ni me contó su elección.
Ante su fría brusquedad, me quedé en silencio aturdida por un
momento, solo mirándolo leer. Y luego me enojé.
—¿Qué demonios acaba de pasar?
—Nada.
—Oh, algo sucedió. —Me senté—. ¿Qué pasó?
—Fue una pregunta estúpida. Respuestas morbosas y todo eso. —
Intentó escatimarlo, pero no estaba de acuerdo.
—Mi respuesta te molestó por alguna razón.
—No es cierto. —Dejó su libro y se levantó de la tumbona. Me senté,
aturdida, mientras él besaba mi sien—. Voy al agua para nadar.
Lo observé, mis entrañas retorciéndose, a medida que avanzaba
fuerte, sano y en forma hacia el océano. Mis ojos se detuvieron en los turistas,
preguntándome si alguna de las mujeres lo estaba mirando debajo de sus
lentes de sol, y sabiendo que probablemente lo estaban haciendo.
Me levanté, atándome el pareo en la cintura, porque no tenía la
confianza suficiente para caminar solo en mi bikini, y avancé por la playa
hacia el agua para observarlo cuando se zambulló y comenzó a nadar.
Reflexionando en mi respuesta a nuestras generalmente divertidas
preguntas de “¿Qué preferirías?”, solo podía suponer que su rareza se debía
a que mencioné su muerte. No es que hubiera estado mintiendo. Preferiría
saber cuándo iba a dejar esta tierra que saber cuándo lo haría Nate. La idea
de perderlo era paralizante, pero no me detenía a pensar en ello. La vida
era demasiado corta.
Pero ¿acaso Nate se habría detenido a pensar en la muerte?
La muerte de Peetie había dejado una marca indeleble en mi esposo,
y deseaba con todas mis ganas que me hablara de sus sentimientos.
Lo esperé, decidiendo que íbamos a hablar de esto tan pronto como
saliera del océano, pero no tuve la oportunidad. Nate nadó de vuelta hasta
que pudo tocar sus pies en la orilla y mi aliento se detuvo, observándolo
mientras salía del agua con gotas reluciendo por toda su piel bronceada.
Mi boca se secó ante la idea de lanzarme hacia él justo allí y entonces. Me
distrajo momentáneamente de mi propósito, y entonces mi esposo me
distrajo aún más cuando me alcanzó, sonriéndome con esos malditos
hoyuelos suyos.
Agarró el nudo de mi pareo y lo soltó.
—¿Qué estás haciendo? —Intenté detenerlo, pero él me quitó la cosa
antes de que pudiera resistirme.
—Quiero verte. Deja de esconderte.
Sintiendo esa punzada de autoconciencia sobre mí mientras estaba
parada ahí en mi bikini, lo fulminé con la mirada.
—Me siento más cómoda con eso.
—Eres hermosa. —Me atrajo hacia él y tropecé en la arena, cayendo
en su duro pecho—. Tienes las piernas más jodidamente sexy y largas del
planeta. ¿Por qué las esconderías?
El calor me inundó a medida que pasaba mis dedos sobre su
musculoso pecho.
—Entonces no lo haré.
—Bien. —Me besó suavemente y luego susurró contra mis labios—: No
puedo esperar a que me envuelvan mañana por la noche. Te voy a follar
tan fuerte, Olivia Sawyer, que nunca te librarás de la sensación de tener mi
polla dentro de ti.
Temblé cuando sus callosas manos se deslizaron sobre mi espalda
desnuda.
—Estás haciendo esto deliberadamente.
—Querías estar atormentada con la necesidad, ¿no? —dijo con voz
ronca por el sexo—. Solo te estoy complaciendo.
—Bueno, estoy mojada —respondí bruscamente.
Sus dedos se clavaron en mi espalda.
—No puedo esperar hasta mañana, Liv.
—Sí, puedes —respondí, aunque no estaba segura de poder hacerlo.
—Mierda —espetó con los dientes apretados.
Mis ojos se abrieron de par en par detrás de mis gafas de sol.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—Me acabo de dar cuenta de algo.
—¿Qué?
Inclinó su cabeza hacia mí, sus brazos apretándose a mi alrededor de
modo que mis tetas quedaron aplastadas contra su pecho.
—Hemos estado casados por diez años, juntos por catorce.
—¿Sí?
—Y te deseo tanto ahora como lo hice entonces. ¿Quién demonios
ha oído hablar de algo así?
Me derretí contra él.
—Somos bastante afortunados.
—No. —Negó con la cabeza, presionando su mano en mi culo y
empujando sus caderas contra mí para que así pudiera sentir su erección
frotándose contra mí—. Eres una bruja. Has maldecido mi polla para que
solo se ponga dura por ti.
Me reí de sus tonterías, a pesar de que mis pezones estaban tan duros
como piedras y no había mentido cuando dije que estaba mojada. Estaba
absolutamente resbaladiza entre mis piernas.
—Sabes que estamos en una playa pública y hay gente alrededor.
—Por suerte para mí, hay un océano helado a mi espalda. —Y de
repente se dio la vuelta y se precipitó hacia él, sumergiéndose de nuevo en
el agua.
No fue hasta más tarde, cuando estábamos empacando todo para
volver a la posada, que me di cuenta que me había distraído. No le había
preguntado acerca de recurrir a su antiguo comportamiento y poner más
distancia entre nosotros nuevamente. Me molestó que pudiéramos estar tan
cerca de alguna manera, que estuviéramos tan sincronizados con todo lo
demás, incluido el sexo, pero que todavía hubiera una pared entre nosotros.
No iba a forzar la conversación, decidí, mientras caminábamos de la
mano por el paseo marítimo con arena entre los dedos de los pies.
Jugaríamos a nuestros juegos, follaríamos la frustración, y cuando
cruzáramos esa distancia, empezaría con lo emocional.
—¡Hola, chicos!
Nate y yo acabábamos de salir del restaurante de Antonio, donde
habíamos comido una pizza deliciosa, cuando escuchamos la voz familiar
de Bailey Hartwell.
Miramos a nuestra izquierda para encontrarla caminando hacia
nosotros desde la posada. Llevaba una camisola de seda verde oliva, jeans
ajustados y chanclas. Por un momento envidié su elegante cuerpo delgado,
y entonces recordé el calor en los ojos de Nate cuando me miró mientras lo
torturaba con una ducha con la puerta del baño abierta esa tarde.
Era hora de olvidarme de mis problemas corporales antes de que se
convirtiera en un problema. No quería que mis hijas tuvieran los mismos
problemas de autoestima que tenía, así que tenía que reducir mis
pensamientos negativos sobre mi propio cuerpo.
—Es mi noche libre, así que voy donde Cooper. ¿Quieren unirse? Por
favor, siéntanse libre de negarse. No quiero interrumpir una velada
romántica.
Prácticamente temblaba por la necesidad que sentía por mi esposo,
y creo que sus sentimientos también estaban bastante cerca de la
superficie. Apenas dijimos una palabra en la cena.
De acuerdo, nos ahogábamos con la tensión sexual.
—Suena bien —dije, y Nate asintió en acuerdo.
—Estupendo. —Bailey nos dio su sonrisa glamorosa—. Jess y Vaughn
también vienen. Dahlia no estará allí. Ella… —Bailey frunció el ceño—. Está
visitando a su familia en Boston.
Cooper ya estaba bastante lleno cuando llegamos allí. El bar tenía
una decoración tradicional con madera oscura de nogal por todas partes:
el largo bar, las mesas y las sillas, incluso el piso. Tres grandes candelabros de
latón rompían la oscuridad, mientras que lámparas verdes de biblioteca
montadas en la pared a lo largo de la pared posterior daban a las cabinas
un ambiente acogedor y casi romántico. Había un pequeño escenario
cerca de la puerta principal, y justo enfrente de las cabinas había tres
escaleras que conducían a un estrado elevado donde se encontraban dos
mesas de billar. Dos enormes televisores de pantalla plana, uno sobre el bar
y otro sobre las mesas de billar, me hacían pensar que era en parte un bar
deportivo.
Había una gran máquina de discos al lado del escenario que
actualmente estaba tocando “You Shook Me All Night Long” de AC/DC.
Apropiado.
Nate y yo compartimos una mirada y supimos que estábamos
pensando exactamente lo mismo, lo que solo nos hizo sonreír el uno al otro.
—¿Qué? —preguntó Bailey, sonriendo con curiosidad.
—Nada —le aseguré, todavía riendo.
—Ah, broma privada, lo entiendo. —Sin dejar de sonreír, nos llevó al
bar donde una atractiva rubia se giró en su taburete para saludar a Bailey
con una amplia sonrisa. Detrás de la barra, haciendo un par de tragos, había
un chico extremadamente fuerte y guapo en sus treinta y tantos años. Él
también le sonrió a Bailey—. Coop, Jess, quiero que conozcan a dos de mis
huéspedes. Vinieron desde Escocia para festejar su décimo aniversario. —La
propietaria de nuestra posada se dirigió a nosotros—. Nate, Olivia, este es
Cooper, el dueño del bar. —Hizo un gesto hacia el tipo rudo y ardiente—. Y
esta es la esposa de Cooper, Jessica.
—Encantado de conocerlos. —Jessica extendió su mano y Nate y yo
nos turnamos para estrecharla.
Cooper nos dio un gesto masculino de su barbilla.
—¿Están disfrutando de Hartwell hasta ahora?
—Es hermoso. —Asentí.
—¿Aún más hermoso con una bebida en mano?
—Sí, eso sería bueno —dijo Nate—. Dos cervezas, por favor. De barril.
—Ahí está el acento. —Jess sonrió a mi esposo antes de volverse hacia
mí—. ¿No tienes uno?
Bailey lo explicó por mí.
—Olivia es americana. Su padre es escocés, se mudaron a Escocia,
conoció a Nate que también es escocés.
Asentí con una sonrisa para confirmar.
—Tomen asiento. —Cooper hizo un gesto hacia dos taburetes vacíos.
Noté que había otro barman, pero él estaba ocupado en el otro extremo
del bar, riendo y bromeando con un grupo de mujeres que esperaban en el
bar por sus bebidas.
Nate sacó un taburete para mí y salté sobre él mientras él tomaba el
que estaba a mi lado. Jessica se bajó para que Bailey pudiera tomar el otro
a mi lado.
—¿Dónde está Tremaine? —preguntó la doctora.
—Debería estar aquí en cualquier momento. Creo que hoy ha sido un
día difícil para nuestro hotelero. —Ella se estremeció con simpatía y se volvió
hacia nosotros—. ¿Qué hacen ustedes en Escocia?
Nate respondió mientras le daba dinero a Cooper por nuestras
cervezas.
—Soy fotógrafo.
—Y yo bibliotecaria.
—No cualquier bibliotecaria —dijo Nate, acomodándose en su
taburete—. Liv dirige la biblioteca en la Universidad de Edimburgo.
Le disparé una sonrisa.
—Te gusta decirle a la gente eso, ¿eh?
—Estoy orgulloso de ti. —Se encogió de hombros.
—Eso es increíble —dijo Jessica, y no estaba segura si estaba hablando
de mi trabajo o de mi dulce esposo.
Antes de que pudiera decir algo, la cabeza de Bailey se giró hacia la
puerta y su rostro se suavizó. Saltó de su taburete y Jess se movió a otro
taburete. Seguí los movimientos de Bailey a medida que cruzaba el bar
hacia la puerta. Esperándola estaba un tipo casi tan hermoso como mi
esposo. Tan pronto como Bailey se acercó a él, ella le puso las manos en el
pecho y él inclinó la cabeza para presionar un suave beso en sus labios. Ella
le sonrió, y aunque él no la devolvió, no necesitaba hacerlo. Este tipo veía a
Bailey Hartwell como si el sol saliera y cayera con ella y nadie más.
Tomando su mano, Bailey regresó al bar con él.
De cerca, el chico era aún más hermoso.
—Olivia, Nate, este es mi prometido, Vaughn.
Vaughn extendió su mano para estrechar la nuestra, lo cual hicimos,
y lo estudié. Llevaba un traje que estaba tan perfectamente cortado para
su cuerpo que, tenía que ser personalizado y posiblemente de diseñador. Si
no me equivocaba, los zapatos lustrados de sus pies eran Prada. Tenía
llamativos ojos grises, haciéndolo aún más impresionante por las largas
pestañas oscuras que los enmarcaban y el grueso cabello oscuro en su
cabeza.
Había algo tranquilo y culto, y tal vez un poco distante en él, y si lo
hubiera conocido a solas no habría estado tan cómoda con él. Me
gustaban mis hombres como Nate: abierto, sociable y divertido.
Sin embargo, podía perdonarle a Vaughn Tremaine su actitud distante
porque cada vez que Bailey abría la boca para hablar, ese hombre la
observaba como un halcón, como si no pudiera tener suficiente de ella.
Ella lo hacía sonreír y su sonrisa transformaba todo su rostro.
Sí, no había forma de que Bailey Hartwell buscara un chico en ningún
otro lado cuando tenía uno a su lado que la miraba así.
A medida que avanzó la noche y hablamos con la gente de esta
hermosa y pequeña ciudad, quedó claro que Jess y Cooper estaban igual
de enamorados. Estaban recién casados y claramente todavía en la
primera floración de la felicidad conyugal.
Por qué sentí un borde de envidia, no lo sabía. Era ridículo. Nunca le
había envidiado a nadie su relación cuando tenía a Nate. Pero sentada allí,
mirando a dos parejas tan cercanas y enamoradas, comencé a sentir que
no podía respirar.
Noté las mesas de billar en la parte posterior de la barra, y una estaba
libre.
—Vamos a jugar al billar. —Me giré hacia mi esposo.
Nate arqueó una ceja ante mi sugerencia al azar.
—¿Sabes cómo jugar al billar?
—¿Tú sí?
—Sí.
—Entonces puedes enseñarme. —Me bajé del taburete, sintiéndome
maliciosa, y el sentimiento ayudó a evaporar mis emociones negativas.
Verás… sabía jugar al billar.
No había jugado en años, pero suponía que no era algo que olvidaras
cómo hacerlo. Mi padre era un maestro en este juego y me había enseñado
bien. Sin embargo, Nate no necesitaba saber eso. Bailey nos sonrió cuando
nos levantábamos.
—Disfruten.
Nate me llevó a través del bar con su mano en mi espalda baja, y
subimos los escalones hasta la mesa de billar que estaba libre. Acomodó las
bolas y me entregó un taco.
—El objetivo del juego es meter todas tus bolas, más la bola ocho. —
Señaló la bola negra numerada en el triángulo—. Yo rompo, te mostraré
cómo se hace, y cuando llegue tu turno, te guiaré. ¿Suena bien?
Le sonreí dulcemente a mi esposo.
—Genial.
Al verlo inclinarse sobre la mesa con su taco, me incliné un poco hacia
atrás para admirar su trasero. Siempre era una vista muy bonita. Me reí para
mis adentros a medida que mi esposo embolsaba la bola cuatro, mientras
que las otras se dispersaban contra los bordes con el poder de su disparo.
Hmm. Nate podría ser bueno en esto, pensé.
—De acuerdo. —Se puso de pie y perdí mi sonrisa maliciosa,
reemplazándola con lo que esperaba que fuera un sincero entusiasmo por
aprender—. Metí una bola baja, de modo que mi objetivo es meter todas
esas, las bolas uno a siete. Tu objetivo es meter las bolas altas, bolas nueve
a quince. El objetivo del juego es hacer eso y meter la bola ocho. —Señaló
la única bola negra sobre la mesa.
—De acuerdo.
Luego comenzó a embolsarse tres bolas más antes de fallar el
siguiente disparo.
Mi turno.
—Así que… —Levanté mi taco—. ¿Cómo hago esto?
Nate me dio una sonrisa arrogante, sus hoyuelos brillando a medida
que rodeaba la mesa hasta mí. Me puso en posición, se inclinó sobre la mesa
de billar y se inclinó sobre mí, su aliento caliente en mi mejilla.
—Mantén tu brazo de tiro paralelo a la línea de tiro y perpendicular a
la mesa mientras disparas.
Asentí, y fallé mi tiro deliberadamente.
—Qué mal, nena. —Nate me apretó el culo—. Pero no voy a mentir,
me gusta tener que mostrarte cómo hacer esto un poco más.
Sonreí a medida que me enderezaba, mis senos rozando su pecho.
—Apuesto que sí.
Él me guiñó.
—Primero, te voy a patear el trasero.
Puse los ojos en blanco y lo vi acabar el resto de sus bolas, fácilmente.
Ahora era mi turno de acabar con sus bolas. Metafóricamente
hablando.
—¿Otro juego? —Hice un puchero—. Apenas tuve la oportunidad de
intentarlo.
—Está bien, nena. ¿Quieres intentar romper?
Asentí con incertidumbre mientras él acomodaba las bolas. Y luego
dije:
—Tal vez deberíamos hacerlo más interesante.
—¿Cómo?
—Una apuesta. Quien pierda deberá desnudarse y meterse en el
océano de noche. Antes de irnos a casa.
—¿Te das cuenta de lo jodidamente congelado que está el océano
de noche? —dijo Nate, preocupado—. Nena, no vas a entrar en ese océano
de noche. Desnuda.
Tan engreído.
—Podría ganar —dije, fingiendo sonar incierta.
—Nena.
—¿Te acobardas?
Él entrecerró los ojos.
—Bien. El perdedor se congela el culo desnudo en el océano.
Extendí mi mano sobre la mesa.
—Estréchala.
Lo hizo, su agarre firme, su mirada todavía un poco preocupada.
En respuesta, levanté el taco, se lo entregué, me incliné sobre la mesa,
me coloqué perfectamente y dejé volar mi taco.
Metí dos bolas altas.
—¿Qué dem…? —Mi esposo se quedó asombrado.
Un asombro que solo terminó en realización cuando rodeé la mesa,
metiendo todas mis bolas. Al final, metí la bola ocho.
Lo hice en menos de tres minutos.
Al enderezarme, le sonreí a mi esposo.
Me fulminó con la mirada.
—Me engañaste. Mierda, me engañaste.
Eché la cabeza hacia atrás riendo. Cuando logré controlar mi risa,
Nate había rodeado la mesa para atraerme a sus brazos. Le sonreí, viendo
su molesta diversión.
—Tienes suerte de que fuera jodidamente sexy o estaría enojado
ahora mismo.
—Fue divertido. —Dejé el taco y envolví mis brazos alrededor de su
cuello—. Y pensabas que sabías todo lo que podías saber de tu esposa.
—No. —Negó con la cabeza, sus ojos cayendo a mi boca—. Nunca
dejas de sorprenderme. —Sus manos se apretaron en mi cintura—. ¿Quién
te enseñó a jugar al billar?
—Mi papá. Me enseñó bien.
Nate me besó suavemente y murmuró contra mis labios:
—Si tengo que tener las bolas azules por meterme en un océano
helado, no me hagas tener las bolas azules junto a mi esposa en la cama
esta noche.
Le devolví el beso.
—Valdrá la pena la espera. Lo prometo.
Sus ojos fulguraron de irritación y me pregunté si tal vez este juego que
estaba jugando era el equivocado cuando nuestra relación se sentía tan
frágil.
—¿Estás enojado?
En lugar de responder, dijo:
—¿Prometes que esto es solo por querer tener un sexo estupendo y no
por querer retrasar el sexo conmigo?
¿Por qué seguía pensando eso?
—Por supuesto que no. Nate… lo único en lo que puedo pensar es en
tener sexo contigo.
—Entonces no estoy enojado —dijo con prontitud—. Pero tal vez
deberíamos regresar a la posada. Así puedo darme una ducha fría. —Me
soltó la cintura y dio un paso atrás, pero aun así tomó mi mano—. Verte
azotar mi culo en esa mesa fue tan caliente como el infierno.
Me reí y él se volvió a sonreírme perversamente.
Nos despedimos de Jess, Coop, Bailey y Vaughn, y cuando nos
íbamos, podría haber jurado que escuché a Bailey decir:
—Eso justo ahí es lo que llamo objetivos de relación.
¿Estaba hablando de Nate y yo? Me pregunté, mientras caminaba
por el paseo marítimo con mi esposo, quien todavía no confiaba en mí con
su dolor. Tuve que preguntarme entonces, si todos los demás pensaban que
Nate y yo teníamos una relación increíble, y Nate pensaba que teníamos
una relación increíble, ¿cuál demonios era mi maldito problema?
Nueve
E
staba extrañamente nerviosa cuando entré en el bar. Las chicas
me habían comprado un vestido sexy que me decía (como lo
había hecho todo el contenido de mi maleta) que mis chicas
sabían que me gustaría usar y lo que me convenía. Era rosa porque aún era
verano, pero magenta profundo porque no me iban los colores pasteles.
Tenía correas gruesas, un escote corazón que mostraba mi impresionante
escote, y se ajustaba en la cintura y luego se ensanchaba para que así no
se aferrara a mí y mostrara todas mis áreas problemáticas. También era
corto, terminando justo encima de mis rodillas, porque mis piernas eran una
de mis mejores características y me gustaba exhibirlas de vez en cuando.
Combiné el vestido con las altas sandalias doradas de cuñas que
también habían comprado para mí, y digamos que esos zapatos hacen que
mis piernas se ven bastante estupendas. Después de sentarme al sol durante
dos días, ya tenía un bonito color dorado claro porque tenía una piel
naturalmente oliva. Nate solo tenía que mirar el sol para que su piel se
oscureciera rápidamente uno o dos tonos.
Tan pronto como pensé en mi esposo por su nombre lo eché de mi
cabeza. Esta noche, no debía pensar en él como Nate. Nate había dado
un paseo por la playa mientras estaba preparándome de modo que se
sorprendería por lo que llevaba puesto cuando finalmente nos
encontráramos.
Él iba a ser el desconocido del bar.
Y yo era Olivia, una esposa solitaria cuyo esposo se había distanciado
emocionalmente de ella, y aunque ella no estaba buscando hacer una
conexión con nadie, un extraño del bar sería su escape de la realidad.
Así que está bien, debería haberme dado una historia de fondo que
no estuviera tan cerca del blanco, pero oye, era lo que estaba sintiendo, y
estaba alimentando la necesidad, el dolor, el deseo y el anhelo girando
dentro de mí.
Después de tomar una copa en el bar, vi a una pareja levantarse y
dejar una de las mesas redondas altas en el medio del lugar. Solo había dos
taburetes altos en la mesa. Perfecto. Agarré la mesa antes de que nadie
más pudiera y traté de subirme en el taburete con la mayor elegancia
posible con mi vestido. Medía un metro setenta, apenas un metro ochenta
con mis cuñas súper altas. Cómo alguien más bajo que yo debía subir a estas
cosas sin ayuda me supera.
Instalándome, observé la habitación con poca luz. Se habían
colocado luces de color púrpura detrás de los estantes de la barra, de modo
que los techos brillaban en color púrpura y el suelo debajo de la barra
también. Este efecto era utilizado en todo momento. La música era ruidosa
pero no demasiado alta, lo que era un alivio, porque muchos lugares en
casa lo hacían de la manera equivocada. Apenas podías oírte pensar en
muchos de los llamados bares de moda en Edimburgo. No es que supiera si
ese fuera el caso, ya que ya no iba mucho a los bares.
Había muchas parejas aquí, además de grupos de amigas, puros
amigos, grupos mixtos y solteros que se miraban el uno al otro entre otros. El
personal del bar era joven y atractivo, coqueto y divertido. La música tenía
un bajo estremecedor, con música electrónica y sin corazón, haciéndome
anhelar la narración asombrosa, oscura y etérea de mi banda favorita.
Cuando mi mirada vagó a través de la multitud y de vuelta hacia la
barra, se clavó en un hombre que se parecía mucho a mi esposo. Llevaba
una camisa oscura, ya sea negra o azul marino (era difícil decirlo con la luz)
y pantalones de traje oscuros. Su camisa estaba enrollada en los puños,
mostrando sus antebrazos. Tenía antebrazos fuertes y sexys. Los antebrazos
podían ser tan sexys.
Pareciendo sentir mi mirada, giró su cabeza mientras tomaba un sorbo
de su cerveza, y nuestros ojos se encontraron. Inmediatamente bajó su
bebida, su mirada viajó a lo largo de mí a medida que me sentaba en el
taburete, la mesa lo suficientemente alejada de mí para no impedirle ver el
vestido.
Cuando nuestros ojos finalmente se encontraron otra vez, inhalé
bruscamente ante la dura mirada que cruzó sus rasgos. Era como si lo
enojara y lo encendiera, todo al mismo tiempo.
Esa mirada me golpeó justo entre las piernas.
Intentando no retorcerme, tomé mi bebida y bebí tranquilamente un
sorbo, pero todo el tiempo sentía que el bar se estaba calentando cada vez
más, y que la cerveza fría que estaba bebiendo no hacía nada para
calmarme.
Esta escena no era la mía. Si alguna vez lo hubiera sido, habría sido mi
vieja yo.
El bar de moda. La iluminación baja. El vestido sexy.
El hombre al otro lado del bar que actualmente me estaba follando
con la mirada.
Sí, follándome con la mirada.
Podría ser más femenina e inventar una descripción mucho más
dulce, pero en realidad ninguna otra frase podría describir el calor en los
ojos del extraño a medida que me miraba.
Si mi esposo supiera lo que estaba pensando en este momento…
Sentí más que una punzada de culpa por el hecho de que este
extraño fuera quien me hiciera sentir así: como si el vestido que llevaba
puesto fuera demasiado apretado, demasiado todo, y no pudiera esperar
para estar desnuda. Desnuda y sudorosa mientras mi cuerpo se retorcía con
el hombre mirándome como si fuera la encarnación del sexo.
Mirándome de una manera en la que Nate no me había mirado en
mucho tiempo.
Al recordar la desconexión entre mi marido y yo, abandoné mi culpa
y finalmente le di al extraño la pequeña sonrisa de aliento que había estado
esperando.
Cruzó la habitación con su bebida en mano y me dio la sonrisa más
sexy del mundo a medida que se acomodaba en el taburete a mi lado.
Nuestros dedos se rozaron cuando dejó su vaso en la mesita redonda y sentí
el vello en mi nuca erizarse.
Nuestros ojos se encontraron y se conectaron.
De repente se sintió difícil respirar, había tanta tensión
arremolinándose alrededor de mi cuerpo. El único hombre que me había
hecho sentir así de necesitada era mi esposo, y este extraño tenía la misma
habilidad magnética y sexual.
Por supuesto que la tenía.
—No te había visto por aquí antes —dijo el desconocido, sus ojos
hundiéndose en mi boca y luego en mi pecho, visible en mi vestido de corte
bajo.
Cuando su mirada volvió a la mía, levanté una ceja como para decir:
¿ya terminaste?
El extraño rio suavemente, y el sonido ronco provocó un hormigueo
entre mis piernas. Sin mencionar que los hoyuelos que aparecieron en sus
mejillas eran increíblemente sensuales.
—No soy de por aquí —contesté.
Él ladeó la cabeza para estudiarme.
—Tu acento… es difícil de ubicar. Aunque diría, la Costa Este,
¿verdad?
Lo que estaba escuchando era la pequeña inflexión escocesa que
había captado en mi acento americano a lo largo de los años. Siempre lo
tuve porque mi padre era escocés, pero vivir en Edimburgo durante años
había hecho que la inflexión fuera más pronunciada.
—De hecho, Arizona.
—Nunca lo hubiera adivinado.
Me encogí de hombros levemente y él sonrió, sus ojos vagando por mi
rostro.
Hace años me habría retorcido bajo su mirada minuciosa,
balbuceando y tropezando con mis palabras. Nate me había cambiado.
La duda me impidió devolverle la sonrisa al hombre.
Mi esposo había hecho mucho por mí. No, no era perfecto, y
últimamente había lastimado mis sentimientos profundamente… pero sabía
que debería estarle dando mis sonrisas provocativas a él y no a este tipo.
Fingir podría no ser lo mejor para mí en este momento.
Para ninguno de los dos.
—Dios, eres jodidamente sexy —dijo el extraño—. He estado
fantaseando contigo desde el momento en que entraste en Germaine.
Y tan superficial como era eso, la ronca sinceridad en sus palabras me
hizo detenerme. Nate no estaba aquí. No era Nate quien me quería así. Era
este extraño.
Deja de pensar tanto. De hecho, escuché la voz de Nate en mi
cabeza. Juega un poco, Liv.
Ante el perverso estímulo imaginario de mi esposo, me incliné aún más
sobre la mesa, dándole al extraño una mejor vista de mi vestido.
—Dime.
—¿Qué te digo?
—Sobre esta fantasía tuya.
Sus labios se curvaron en las esquinas, como si estuviera sorprendido
por mi petición, pero satisfecho. Se inclinó hacia mí y dijo:
—¿No debería decirte primero mi nombre?
—No quiero saber tu nombre, o por qué tienes acento, de dónde
vienes ni quién eres. Y no quiero decirte mi nombre.
Su mirada se oscureció cuando se hundió en mis labios.
—Entonces te diré lo que quieres saber. Desde el momento en que
entraste, he estado imaginando esas largas y jodidas piernas tuyas envueltas
alrededor de mi cintura mientras mi polla se empuja dentro de ti.
Mi aliento tartamudeó.
—Quiero bajarte ese dulce vestido que llevas puesto y ver si esas tetas
tuyas son tan hermosas como creo que son. Y luego quiero envolver mis
labios alrededor de tu pezón y chuparlo mientras levanto mi mano debajo
de tu vestido y debajo de tus bragas. Te follaría con mis dedos y jugaría con
esas tetas perfectas hasta que te corrieras. Duro. Rápido. Pronto. Bueno pero
no lo suficientemente satisfactorio. Para ninguno de los dos. —Su pecho se
agitó un poco cuando se inclinó aún más hacia mí, hasta que nuestros
rostros estaban a solo unos centímetros de distancia—. Estarías empapada
e hinchada y yo estaría jodidamente duro, me dolería. Después sacaría mi
polla y te llenaría, nena, hasta que todo lo que pudieras sentir, oír y oler fuera
yo mientras te follo.
Casi exhalé su nombre, estaba tan perdida en su descripción erótica.
Mis manos temblaban de deseo, hasta mis pezones estaban apretados y mis
senos hinchados, y estaba a segundos de arrancarme el vestido y lanzarme
a este hombre poderoso.
—¿Qué piensas? —preguntó el extraño—. ¿Suena como algo que
podrías querer hacer realidad?
La parte que estaba en guerra dentro de mí, llena de culpa y
preocupación, la empujé a la parte posterior de mi mente.
—Sí.
Los ojos del extraño se oscurecieron de placer y él, lenta y
agraciadamente, se levantó del taburete y me tendió la mano.
Sabía que había una posibilidad de que este fuera el camino
equivocado, que fingir podría empeorar las cosas. Pero en ese momento,
estaba tan abrumada por el deseo que no podía ver el sentido.
Solo quería satisfacción, y sabía que eso era algo que este tipo podía
darme.
Solo lo sabía.
Así que tomé su mano, me bajé del taburete, agarré mi bolso y dejé
que me guiara a través de la multitud juvenil hasta salir al oscuro aire marino
de Main Street. Estuvimos en silencio a medida que caminábamos,
apurándome para seguirle el paso mientras él se alejaba de la playa a
grandes zancadas. Nos llevó justo al lado de la calle principal, y lo seguí
durante dos cuadras hasta que estuvimos en una zona tranquila. Todavía
había en su mayoría tiendas, pero todas estaban cerradas; la calle parecía
un pueblo fantasma. Justo acababa de abrir la boca para preguntar qué
estábamos haciendo aquí cuando de repente me empujó por un callejón
entre dos tiendas. Cuanto más me guiaba, más oscuro se ponía, hasta que
mi corazón comenzó a latir con temor.
Pero no tuve tiempo de preocuparme demasiado porque de repente
me empujó bruscamente contra la pared fría de un edificio. Su cuerpo
presionándose contra el mío con fuerza, de modo que podía sentir el
rasguño ligeramente irregular de los ladrillos en mi espalda. Capturó mis
muñecas con sus manos y las sujetó, manteniéndome completamente
cautiva a medida que mis ojos se adaptaban a la oscuridad, y solo podía
distinguirlo por la pequeña luz que aún brillaba sobre nosotros desde la calle
más allá del callejón.
Respirando pesadamente, con su rostro a escasos centímetros del
mío, me miró a los ojos y dijo con voz ronca:
—Última oportunidad para cambiar de opinión.
Mi piel estaba enrojecida. De hecho, todo mi cuerpo estaba
encendido con un calor constante y caótico. Podía sentir mis pechos
hincharse contra los apretados confines de mi vestido, y el hormigueo entre
mis piernas se había convertido en un latido insistente. Mi respiración salía
entrecortada cuando sentí su erección empujando contra mi vientre.
—Te follaré aquí y ahora si no dices lo contrario.
Mis rodillas temblaban pero de alguna manera, con mi respiración
agitada en el aire tranquilo, logré mover mis pies, ensanchando mis piernas
en invitación.
—No voy a decir lo contrario —susurré.
Y solo así estrelló su boca en la mía, mientras sus manos presionaban
involuntariamente las mías contra la pared con más fuerza. El ladrillo arañó
mi piel pero no podía quejarme. Eso me incitó, me puso más caliente,
permitiéndole tomar el control y darnos lo que ambos queríamos, lo que
ambos necesitábamos.
Sus labios se sentían calientes contra mis labios cuando su lengua se
deslizó contra la mía mientras profundizaba el beso y aplastaba su parte
inferior del cuerpo contra mí. Mis pezones se endurecieron al instante. El
extraño besaba como solía besar Nate. Feroz. Como si no pudiera tener
suficiente de mí.
Dejé escapar un pequeño jadeo de emoción cuando él soltó mis
labios para arrastrarlos por mi garganta, viajando más abajo hasta la cima
de mis pechos. Apretó mis muñecas mientras me arqueaba contra su boca.
En respuesta, soltó mis manos y se apartó lo suficiente para mirar mi rostro
enrojecido. Mi piel se sentía inflamada y demasiado apretada.
Mi vientre se revolvió ante el hambre que sentí exudar de él cuando
deslizó sus dedos debajo de las correas de mi vestido. Con una lentitud
deliberada que hizo que mi respiración se volviera más errática, bajó las
correas de mi vestido, tirando de ellas hasta que la parte delantera del
mismo se amontonó debajo de mi sujetador. El extraño gimió a medida que
empujaba mi sujetador hacia abajo y acunaba mis senos. Se desbordaban
en su mano y sentí que su polla se tensaba aún más contra mí.
No me sorprendía que el extraño amara mis pechos tanto como mi
esposo. Su cabeza descendió y grité cuando su boca se envolvió alrededor
de mi pezón. Con mis manos libres de las suyas, ahora que estaban
ocupadas con otros esfuerzos, lo alcancé, mis brazos envolviéndose
alrededor de su cuello, acercándolo más. Gemí, mi cabeza cayendo contra
la pared de ladrillo, sintiendo que mi cabello se enganchaba en ella y sin
importarme mientras él lamía, chupaba y atormentaba antes de pasar a mi
otro pezón. Mis sentidos estaban abrumados por su olor, su calor, su dureza
y su fuerza. Estaba extasiada. Justo como lo prometió.
Me retorcí contra él y sentí su gemido contra mi pecho, el sonido
resonando a través de mí deliciosamente. En respuesta, presionó su cuerpo
más profundamente contra el mío y levantó la cabeza para besarme otra
vez. Este beso fue más duro, más húmedo, voraz. Instantáneamente me
envolví alrededor de él, y mis dedos se enroscaron en el cabello de la parte
posterior de su cuello mientras él lamía, chupaba y jugaba con mi lengua,
nuestro beso tan profundo que no era consciente de nada más que él.
Olvidé por completo donde estaba.
Mis manos tiraron de su camisa, sacándola de sus pantalones y se
deslizaron debajo de la tela para así poder trazar su estómago duro antes
de deslizarlas hacia sus pantalones. Busqué el botón, lo encontré, y luego
comencé a abrirlo.
Él apartó mis manos suavemente y deslizó su propia mano debajo de
mi vestido. A medida que las yemas de sus dedos se arrastraban a lo largo
de mi muslo interno, dijo contra mi boca:
—Primero déjame sentir qué tan mojada estás, nena.
Resoplé con impaciencia.
—Estoy empapada. Ya fóllame.
Gimió de nuevo, sus dedos empujando debajo de mis bragas y dentro
de mí. Fácilmente.
—Tan jodidamente mojada. Cristo, quieres esto.
No me digas.
Gemí cuando deslizó dos dedos dentro de mí y empujé mis caderas
hacia ellos.
Se apartó para mirarme a los ojos mientras me follaba con sus dedos.
—Eres un misterio.
—¿Cómo? —expresé con voz ronca.
—Tan elegante, nena. No pensé que una mujer como tú se saciaría
follando con un extraño en un callejón.
—Estoy llena de sorpresas —jadeé, instándolo con mi cuerpo para que
no se detuviera.
—Me pregunto qué pensaría tu esposo. —Sus labios rozaron mi
mandíbula hasta que su boca se detuvo en mi oído—. Vi tu anillo, nena, sé
que tienes a un hombre en algún lugar. ¿Le importaría que esté a punto de
meter mi polla en ti? ¿Lo mataría de celos?
—No lo creo. —Negué con la cabeza, con ganas de irritarlo—. A él no
le importaría ni mierda.
Sacó su mano de debajo de mi vestido en castigo y abrí los ojos para
encontrarlo fulminándome.
—Respuesta incorrecta.
Su boca se estrelló contra mí, fuerte, agresiva, y enfrenté su fiereza con
la mía a medida que chupaba su lengua. Terminó en el beso más obsceno
que jamás hubiéramos compartido. Jamás. Y la sorpresa y excitación
ardieron a través de mí.
Sentí sus manos cálidas y ásperas en mis muslos externos mientras
rozaban mi piel, empujando mi vestido hasta mi cintura. El extraño agarró la
tela de mis bragas y tiró, y se deslizaron por mis piernas. El aire repentino entre
mis piernas aumentó la necesidad palpitante que estaba construyéndose
en mí otra vez.
Ambos alcanzamos sus pantalones y los empujamos junto a su bóxer,
liberándolo.
Agarrándome por las piernas, extendiéndolas, el extraño se empujó
dentro de mí.
Duro.
Grité de placer, queriendo decir su nombre, y apenas me detuve a
tiempo, el calor palpitante de él abrumándome. Todo mi enfoque estaba
en la sensación de su grosor dentro de mí, y luché por respirar a medida que
luchaba por el deseo de tomar el control.
No quería tomar el control.
Quería que él estuviera más allá de todo razonamiento y me tomara
como quisiera tomarme. Sin pensamiento. Sin cuidado. Solo follándome
como si no pudiera respirar otro segundo en este mundo si no lo hiciera.
El extraño me apoyó contra la pared para que así pudiera envolver
mis piernas alrededor de él. Eso lo incitó a entrar aún más profundamente
en mí, y mis dedos se clavaron a sus hombros.
Su boca tiró de mi pezón y mis músculos internos se apretaron
alrededor de su polla y rompieron el poco control que le quedaba.
¡Sí!
Nos golpeó contra la pared, empujándose en mi interior con fuerza,
deslizándose dentro y fuera de mí con creciente frenesí.
Levantó la cabeza y nuestros ojos se encontraron en la oscuridad. A
medida que me observaba, algo cambió en su expresión y, de alguna
manera, sus embates se hicieron aún más rápidos, más profundos y fuera de
control.
Sentí su pulgar presionándose en mi clítoris, y la combinación de su
polla dentro de mí y su dedo frotando mi clítoris me impactó. Mi liberación
lo activó a su vez cuando mis músculos internos se ondularon alrededor de
su polla. Su cuerpo se tensó contra el mío, sus músculos apretándose y soltó
un profundo gruñido cuando sus caderas se sacudieron contra mí
alcanzando el clímax.
El mundo volvió lentamente a mí cuando la euforia de mi orgasmo se
desvaneció. De repente, noté dolorosamente la fría pared de ladrillos en mi
espalda, el pecho de Nate levantándose contra el mío mientras
luchábamos por recuperar el aliento, su peso pesado contra mí, sus labios
tocando mi cuello.
El miedo se deslizó a través de mí.
No habíamos tenido sexo así, una pasión entre nosotros así, en mucho
tiempo.
Y en realidad no había sido entre nosotros.
Había sido entre el extraño y yo en el bar.
¿Ahora Nate y yo teníamos que fingir para saciarnos el uno al otro?
¿Y qué significa eso?
¿Nuestra conexión emocional estaba tan estropeada que
necesitábamos esto?
Una parte de mí sabía que estaba preocupándome de más. Nate y
yo habíamos usado la fantasía en nuestra vida sexual durante mucho
tiempo. ¿Por qué me molestaba tanto ahora?
Porque eso fue antes de que se alejara de mí.
¿Ahora necesitaba el anonimato? ¿Necesitaba fingir que yo era
alguien más para poder follarme salvajemente?
Nate debe haber sentido el cambio en mi cuerpo porque levantó la
cabeza y susurró contra mi boca:
—¿Tienes frío?
Asentí, sin querer decir la verdad, y mi esposo se deslizó suavemente
fuera de mí y me bajó al suelo. Hace un minuto no me había dado cuenta
del frío en el aire en el callejón, pero ahora que Nate lo mencionó, me
estremecí al escuchar que se abrochaba el pantalón.
—Perdí mis bragas —susurré, sintiéndome estúpidamente vulnerable
mientras empujaba mi dobladillo hacia abajo y luego enderezaba mi
sujetador y me vestía.
—¿Quieres que…?
—Olvídalas. —Quién sabía lo que había en el suelo.
Cuando la realidad volvió a inundarme, solo quise salir de allí.
Afortunadamente, Nate no perdió mucho tiempo sacándonos de ahí.
Tomó mi mano y me guio hasta que estuvimos de vuelta en la calle tranquila,
esta vez dirigiéndonos hacia el paseo marítimo, hacia la posada.
Después de unos momentos de silencio, mi esposo me apretó la mano.
—¿Estás bien?
Le di una sonrisa débil, sin pasar por alto la preocupación en su
expresión.
—Estoy bien. ¿Y tú?
Sus ojos se estrecharon.
—Bueno, lo estaba hace unos minutos, después de tener el mejor
orgasmo que recuerdo haber tenido alguna vez. Pero ahora… no tanto.
¿Qué está pasando contigo?
—Nada —intenté asegurarle—. Eso fue estupendo.
—Hemos estado juntos durante catorce años, nena. Sé cuándo estás
mintiendo. —Soltó mi mano y se detuvo en medio de la calle arbolada—.
¿Qué está pasando?
Mi estómago se desplomó ante la idea de confrontarlo sobre la
distancia entre nosotros.
—Nada.
—¿Nada? —De repente se puso enfrente mío—. ¿No fue nada
cuando me dijiste que pensabas que a tu esposo no le importaría que un
maldito extraño te estuviera follando? Porque esa respuesta allí, Liv, se
suponía que fuera, “Sí, cariño, eso lo llevaría más allá del límite de la locura”,
y se suponía que yo debía responder follándote duro para ilustrar el hecho
de que el puto pensamiento de cualquier otro hombre tocándote me
volvería jodidamente loco. En su lugar dijiste que no me importaría. ¿Qué
diablos fue eso?
Estaba diciendo muchas palabrotas, lo que significaba que estaba
realmente enojado.
—Solo lo estaba cambiando un poco. Obtuvo el mismo resultado,
¿no? —Le di una sonrisa arrogante que no sentía—. Me follaste hasta
dejarme sin sentido, como prometiste.
La mirada de Nate se agudizó con preocupación a medida que
extendía la mano para tomar mi mejilla en ella. Su pulgar acarició mi pómulo
mientras miraba profundamente a mis ojos.
—Entonces, ¿por qué parece que quieres llorar, nena?
Y solo así, mis lágrimas se derramaron. Alejé mi cabeza y me aparté,
pero él no me dejó.
—¿Olivia? —Nate me atrajo hacia él—. Jesús, me estás asustando.
Intenté apartarme de sus brazos, pero su agarre alrededor de mi
cintura era sólido. Mi visión se empañó cuando intenté disipar las lágrimas y
fallé.
—Volvamos a la posada. —Mi voz sonaba temblorosa.
—No hasta que me digas lo que está pasando. —Me dio un pequeño
tirón, obligándome a mirarlo.
—No deberíamos haber hecho eso —solté.
—¿Hacer qué? ¿Tener sexo en un callejón?
Negué con la cabeza.
—No. Pretender ser extraños.
Sus rasgos se endurecieron.
—¿Por qué no?
Pensé en volver a mentir, en guardarme esto y enterrar mi cabeza en
la arena. Pero me di cuenta que eso me haría como Nate, y si los dos
dejamos de comunicarnos, seguramente era el final del camino por
completo.
—Las cosas no están bien entre nosotros, y fingir que somos otras
personas para poder excitarnos el uno al otro fue estúpido y perjudicial.
De repente me soltó y me tambaleé sobre mis tacones de cuña. La ira
oscureció su mirada.
—¿Necesitabas creer que yo era un extraño para excitarte?
—No. Tú sí.
—¿Quién mierda lo dice? —gritó.
Miré a mi alrededor, asegurándome que estuviéramos solos, y luego
siseé:
—Baja la voz.
Fue lo peor que pude decir.
Nate se alejó de mí, dirigiéndose hacia la posada. Por un momento
solo pude verlo, mi corazón martillando y doliendo en igual medida. Al final,
me recompuse y comencé a seguirlo, preguntándome por qué abrí la boca
en primer lugar. Debí haber guardado esta mierda bajo llave hasta que
estuviéramos en casa en Escocia para así poder lidiar con eso allí.
Estaba tan ocupada mirándome los pies, enterrada en mi dolor, que
tardé un minuto en darme cuenta que Nate se dirigía a zancadas hacia mí.
Me detuve bruscamente cuando vino hasta mí. Incluso si no se hubiera visto
tan furioso como lo había hecho, habría sentido la ráfaga de ira en su tono.
—Explícate. Ahora.
—No me hables así.
—Liv —advirtió.
Lo fulminé con la mirada para que así él supiera que yo también
estaba enojada, pero le di lo que pidió.
—No me has tocado así en más de un año. No me has deseado tanto
como para perder el control así conmigo. Y allá atrás… —señalé detrás de
nosotros—… no sentí que estuvieras perdiendo el control conmigo. Sentí
como si te estuvieras saciando al fingir que tú y yo ni siquiera existíamos y
que solo era una mujer al azar que tenías que follarte en la oscuridad.
Él solo me miró fijamente.
Así que añadí:
—Solía sentirse como un juego. Un juego con el que ambos estábamos
entusiasmados y entretenidos. Eso allá atrás no se sintió como un juego,
Nate. Se sintió real. —Mis lágrimas comenzaron a caer—. Sentí como si fueras
un extraño que me miró como solía mirarme mi esposo. Y todo lo que
pensaba era: “¿Por qué mi esposo ya no me mira así?” y “¿Por qué no me
habla como solía hacerlo?”
—Porque estoy aterrorizado —espetó de inmediato.
Me quedé inmóvil, desconfiada e insegura.
—¿Aterrorizado?
—Peetie murió tan repentinamente… —Sus palabras sonaron tan
ásperas de dolor, que dolieron cuando se encontraron con mis oídos—.
Maldita sea, solo se murió, Liv. Un segundo estaba aquí. Al siguiente se fue.
No nos estamos volviendo más jóvenes. Y todo lo que él era… simplemente
ya no existe. Me he esforzado tanto por superar mi mierda que comenzó
cuando Alana murió, y pensé que lo había hecho. Hasta Peetie. Después de
que murió… después de que murió, no pude… seguí teniendo estos sueños
que eras tú en su lugar. Te seguiste muriendo en mis malditas pesadillas y no
podía hacer nada para detenerlo. Solo te ibas… todo lo que eras… ido. ¿Y
si te pierdo, Liv? —Los labios de mi esposo temblaron, sus ojos se
humedecieron, y miró hacia otro lado, parpadeando rápidamente,
intentando enmascarar su emoción que perforaba mi corazón—. ¿Cómo
sigo adelante? ¿Cómo sabría cómo respirar y exhalar en un mundo donde
no existirías?
Mis lágrimas cayeron rápidas y libres ahora, el dolor en sus palabras
haciendo que mi garganta se cierre. De alguna manera expresé mi
respuesta.
—¿Entonces pensaste que poner distancia entre nosotros lo haría más
fácil?
Me miró tristemente.
—No sé lo que estaba pensando. En realidad no lo hago. Ni siquiera
me di cuenta que lo había estado haciendo hasta que te oí hablar con Jo.
Entonces estaba aterrorizado de perderte de una manera diferente.
—¿Así que reservaste estas vacaciones?
Asintió.
—No puedo perderte, nena. Te llevarías mi alma contigo.
Estallé en fuertes sollozos e inmediatamente me encontré envuelta en
los brazos de mi esposo. Él me abrazó tan fuerte que, fue casi doloroso, pero
no me importó. ¡Todo lo que me importaba era que finalmente me estaba
hablando, y la distancia entre nosotros era porque me amaba demasiado,
maldita sea!
Levanté la cabeza y besé su garganta, antes de pasar a su boca. Me
devolvió el beso con mucho fervor, probablemente probando mis lágrimas
en sus labios.
Cuando finalmente me retiré, miré su hermoso rostro y susurré:
—No puedes vivir tu vida temiendo que me pase algo malo, Nate.
—Lo sé. —Sus dedos apretaron mis caderas—. Lo estoy intentando.
—¿Por qué no me dijiste esto? ¿En lugar de volverme loca, y luego
imaginarme que necesitabas hacerte la idea de que yo era alguien
completamente distinto mientras tenemos fantasías sexuales?
Sonrió ante mi pregunta enojada, que no ayudó con mi enojo.
—Nate. —Le di una palmada en el hombro.
Finalmente dejó de sonreír el tiempo suficiente para darme una
respuesta.
—No quería que pensaras que estábamos de regreso a donde
estuvimos una vez. Como cuando estaba con Alana.
—No pienso eso —le prometí—. No es lo mismo. En absoluto. Pero…
—¿Pero? —Parecía cauteloso.
—Tal vez sería una buena idea para ti hablar con alguien.
—¿Quieres decir un terapeuta?
—Tal vez, sí.
Nate negó con la cabeza.
—Sé que tienes buenas intenciones, nena, pero no voy a hablar con
un terapeuta.
—Pero tal vez deberías contarle a alguien sobre estos sentimientos.
—Lo acabo de hacer. Se lo conté a mi esposa.
Eso era cierto. Me incliné para besarlo. Estaba destinado a ser suave,
rápido y dulce, pero Nate me sostuvo más cerca, volviéndolo profundo,
adictivo y necesitado. Cuando finalmente me aparté a tomar aire, dije sin
aliento:
—Bien. Pero tienes que prometerme que seguirás hablándome. Cada
vez que sientas que esos miedos te abruman, cariño, quiero saberlo. Quiero
saberlo para así poder sacarte esos temores y recordarte lo que tenemos
ahora mismo.
Sus dedos volvieron a apretar mi cadera a medida que sus ojos
flameaban.
—¿Te he dicho últimamente lo perfecta que eres?
Sonreí.
—No me lo digas. Muéstrame.
Mi esposo aceptó ese desafío, tomándome de la mano y
marchándonos de regreso a la posada para que así pudiera mostrarme
cuán jodidamente perfecta creía que era.
Diez
A
lrededor de las cuatro de la mañana me deslicé fuera de
nuestra cama en la posada para ir al baño, haciendo mi
camino en la penumbra. Intenté ser lo más silenciosa posible
porque solo nos habíamos ido a dormir unas horas atrás. Cuando
regresamos a nuestra habitación, Nate no había perdido el tiempo en
hacerme el amor. Había sido hermoso.
Y sin embargo, cuando salí del baño, sentí que la parte inferior de mi
vientre se apretaba de deseo al ver a mi esposo tendido desnudo sobre la
gran cama. Había apartado las sábanas, de modo que solo lo cubrían hasta
la mitad de su trasero. Quería bajar aún más las sábanas y morderlo.
Cómo era posible que tuviera la energía para querer volver a tener
sexo con él, no lo sabía. No me había sentido tan insaciable hacia él desde
que empezamos a tener sexo. Hace solo unas semanas, la idea de despertar
a Nate para hacerle el amor me llenaba de inquietud, temiendo que
despertara agitado por interrumpir su sueño.
Ahora no estaba preocupada.
Decidí que de ahora en adelante mi esposo recibiría un recordatorio
diario de por qué su vida era increíblemente hermosa y que necesitaba
disfrutarla en lugar de temer perderla.
En ese sentido, me quité el camisón de dormir y subí a la cama. Me
arrastré por sus piernas y presioné mis labios contra una mejilla de su culo
mientras apretaba la otra mejilla.
Él gruñó medio dormido.
Así que lo lamí desde el fondo de su espina dorsal hasta su espalda.
Gimió entonces.
—¿Liv?
Presioné mis senos contra su espalda y besé su hombro, mi cabello
cayendo sobre su rostro.
—Necesito que te des la vuelta para poder hacerte el amor —le
susurré.
—¿Acabas de besarme el culo? —Su divertido y somnoliento murmullo
no hizo nada para aliviar mi necesidad de él.
Me reí entre dientes.
—Tienes suerte que eso sea todo lo que hice. Quiero morder ese
trasero cada vez que lo veo.
—Bueno, para futuras referencias… —Comenzó a girarse y me eché
hacia atrás para dejarlo—. Puedes morderme el trasero cada vez que
quieras. —Recostado sobre su espalda, Nate me miró con una adorable
mezcla de somnolencia y deseo, y pasó sus manos por mis muslos
desnudos—. ¿Qué quieres hacer conmigo?
En respuesta me deslicé por su cuerpo.
—Liv… —gimió cuando mi cabeza se hundió, su erección semidura
alzándose en un saludo completo cuando comprendió mi intención.
Su dureza abrasadora pasó entre mis labios y sentí sus muslos tensarse
bajo las yemas de mis dedos. Mi lengua se arrastró a lo largo de una vena
en la parte inferior de su polla y su respiración tartamudeó antes de parecer
detenerse por completo cuando comencé a chupar, bombeando la
cabeza de modo que mi boca se deslizara insoportablemente lenta de
arriba hacia abajo.
—Oh, mierda, ojalá hubiera estado tumbado de espaldas y me
hubieras despertado así —susurró, flexionando sus caderas en mi boca.
Eso hubiera sido bueno. Pero eso no significaba que esto no fuera igual
de bueno. Después de un poco más de provocación, comencé a chuparlo
con fuerza y lo miré desde debajo de mis pestañas, empapándome de
excitación mientras observaba a Nate agarrar la almohada detrás de su
cabeza con fuerza. La apretó, mostrando sus dientes, su pecho agitándose
a medida que lo llevaba hacia el clímax.
Justo cuando lo sentí acercarse, lo solté.
—Nena, ¿qué estás haciendo? —preguntó, sonando más que
decepcionado.
—Te quiero dentro de mí cuando te corras —le expliqué.
Al instante, dejó de parecer decepcionado.
—Entonces ven aquí de una puta vez y móntame.
Le sonreí con entusiasmo.
—Paciencia.
La anticipación era absolutamente excitante a medida que besaba
el sexy corte definido en su cadera, mis labios trazando un camino a lo largo
de su torso mientras me arrastraba por su cuerpo. Con las rodillas a cada
lado de sus caderas, me estremecí al sentir su polla contra mi muslo interno.
Presioné mis labios sobre su pezón derecho, mi lengua sacudiéndose, mi
gemido amortiguado contra su cuerpo cuando sentí sus manos ásperas en
mis senos, mis propios pezones apretándose, ansiosos por su toque. Cuando
sus pulgares los rozaron, me estremecí, un suspiro escapando de entre mis
labios.
—Fuiste hecha para mí, Liv —murmuró Nate con reverencia,
apretando mis pezones entre sus dedos y pulgares. Apenas tuve tiempo de
recuperarme de las ráfagas que se dispararon candentes hacia mi ingle
antes de que su mano derecha bajara por mi estómago, dirigiéndose entre
mis piernas.
Cuando dos dedos se deslizaron en mi paso resbaladizo, mi espalda
se arqueó, dándole a su mano izquierda mejor acceso a mi seno, y mis
caderas se alzaron contra su mano derecha.
—Sube a mi polla, nena, antes de que me corra sobre tu vientre —dijo,
agarrando mis caderas con tanta fuerza.
—¿Cómo puede seguir siendo así? —jadeé, mientras envolvía mi
mano alrededor de su polla y lo guiaba hacia mi entrada, los músculos de
mis piernas temblando de necesidad—. ¿Cómo puedes aún hacerme
perder la razón, deseándote tanto, necesitándote?
Me estrellé contra él y ambos gritamos, las caderas de Nate
sacudiéndose en reacción.
—Porque… —gimió—… somos los cabrones más afortunados que han
vivido alguna vez.
Sí, lo éramos.
Encontramos un ritmo tentador rápidamente, y con las manos
apoyadas en la cama junto a sus muslos, me recliné un poco para que así
su polla embistiera en el ángulo más satisfactorio posible. Me moví
lentamente, construyendo el ritmo hacia el clímax.
Mi mirada nunca se apartó del rostro de Nate a medida que me
movía, sintiéndome eufórica porque una vez más me sentía sexy y poderosa
bajo su expresión resplandeciente, observando la forma en que sus ojos
oscuros devoraban mis senos mientras rebotaban, mi cabello
balanceándose sobre mi espalda. Sus manos se apoderaron de mis
caderas, urgiéndome a seguir; su mandíbula se apretó cuando el calor entre
nosotros aumentó y un ligero brillo de sudor cubrió nuestra piel.
A medida que me acercaba al orgasmo, lo único que noté fue el
placer enroscándose en mi vientre, el sonido de mis respiraciones
descontroladas y sus palabras de placer, el olor embriagador del sexo… la
felicidad pura me dominó, y cerré los ojos, deleitándome mientras mi cuerpo
se movía más rápido y hacia abajo sobre Nate, corriendo a toda marcha
hacia el clímax.
Las luces explotaron detrás de mis párpados cuando mi orgasmo se
disparó por todo mi cuerpo. Mis músculos se apretaron alrededor de mi
esposo, ola tras ola de placer pulsando alrededor de su polla.
El aire fresco me azotó la piel cuando Nate me arrojó de espaldas,
algo que mi esposo siempre hacía cuando yo lo montaba primero. Me glorié
en la presión familiar de él clavándome en el colchón, sosteniendo mis
manos sobre mi cabeza. Las facciones de Nate estaban tensas por el deseo,
y mientras aplastaba su boca contra la mía, comenzó a acariciarme
profundamente, sus movimientos ásperos y duros. Gimió en mi boca, el ruido
vibrando a través de todo mi cuerpo, y sentí la agitación de otro orgasmo.
Cuando sus labios dejaron los míos, lo miré con asombro, nuestros
jadeos pareciendo resonar a nuestro alrededor a medida que empujaba
contra sus embestidas. Soltó uno de mis brazos, su mano desapareciendo
entre nuestros cuerpos unidos, y tan pronto como su pulgar presionó mi
clítoris, quedé devastada. Grité mientras me corría.
De Nuevo.
Maldita sea. Otra vez.
—Liv, mierda, Dios, maldición —gruñó Nate, pareciendo tan
sorprendido cuando se corrió largo y duro. Se desplomó sobre mí, su rostro
hundido en el hueco de mi cuello, su mano relajada alrededor de mi brazo.
Su polla palpitaba dentro de mí, y disfruté el placer persistente que trajo.
—Eso fue un récord, ¿verdad? —jadeé—. En serio.
—Mierda —fue todo lo que logró decir—. Jesús, maldición, todavía lo
tenemos.
Me reí porque sonaba jodidamente petulante.
—Sí, cariño, todavía lo tenemos.
Once
E
l helado goteó por mis dedos mientras se derretía rápidamente
bajo el calor del sol de la tarde. Hoy era definitivamente el día
más caluroso de nuestras vacaciones, y decidimos que hacía
demasiado calor para hacer algo más que tumbarnos en la playa.
Sin embargo, Nate y yo solíamos aburrirnos. Descansar era genial
durante algunas horas, mientras nos poníamos al día con nuestra lectura,
pero luego nuestra mente comenzaba a divagar. Creo que estábamos tan
acostumbrados a correr detrás de las niñas y trabajar todo el tiempo que
era difícil estar realmente descansando.
Luego de sugerir que abandonáramos nuestras tumbonas de la playa
y nos dirigiéramos a Antonio para tomar un helado, hicimos eso, caminando
por el paseo marítimo de la mano, intentando lamer nuestro postre antes de
que se convirtiera en un desastre en nuestros dedos.
La alegría resplandecía a través de mí a medida que caminábamos.
Los últimos diez días habían sido milagrosos, y aunque no podía esperar a
ver a mis hijas, también estaba agradecida por estas vacaciones con mi
esposo. Sentía que estábamos en un lugar aún mejor que antes de nuestra
desconexión. Era casi como estar juntos de nuevo por primera vez.
—Boda.
—¿Qué? —Arrugué la nariz ante la palabra aleatoria que Nate había
pronunciado.
Levantó nuestras manos unidas y las utilizó para gesticular delante de
nosotros. Seguí la dirección y me detuve ante la vista que tenía delante. De
pie fuera del hotel Paradise Sands había una fiesta nupcial.
—¿Cómo nos perdimos eso? —Ahora Nate señalaba a nuestra
derecha hacia la calle principal, y de alguna manera nos habíamos perdido
la ceremonia de la boda. El quiosco estaba decorado y había filas y filas de
asientos frente a él, donde los invitados aún permanecían sentados.
La fiesta nupcial estaba siguiendo a un fotógrafo mientras los invitados
avanzaban lentamente hacia el paseo marítimo.
—Olvidé que Bailey mencionó que había una recepción de boda en
el hotel de Vaughn esta semana —dije—. Nos lo dijo a principios de semana.
—Sí, lo recuerdo. Bonito lugar para una boda.
—Hermoso —coincidí—. Me encantan las bodas.
Nate me apretó la mano.
—Fue una boda lo que nos unió a ti y a mí.
Compartimos una sonrisa secreta, recordando que si no fuera por mí
emborrachándome en la boda de Joss y Braden y admitiéndole a Nate que
no había tenido sexo en años, sus lecciones de sexo nunca hubieran
sucedido y nunca nos hubiéramos enamorados.
Observamos a los invitados comenzar a aumentar la velocidad a
medida que parecía que el fotógrafo había terminado con las fotografías
por el momento y todos comenzaron a dirigirse al hotel de Vaughn.
—Hora de la cena. Y brindis. Esas son los mejores partes.
—¿Te apetece ir?
Le hice una mueca a mi esposo.
—¿Qué?
Se encogió de hombros.
—En unas pocas horas, la cena habrá terminado y todos estarán en la
pista de baile. Champán y canapés gratis.
Me reí y luego me di cuenta que estaba hablando en serio.
—¿No estás bromeando?
—No. —Me mostró esos hoyuelos suyos—. Ven. Vamos a colarnos en
una boda.
—No puedo creer que me hayas convencido de esto —dije un par de
horas más tarde cuando entramos a la boda, fingiendo que éramos parte
de ella. El salón de baile del hotel estaba decorado con cadenas de luces
de colores y peonías rosas. Las fundas de las sillas eran blancas con lazos de
color rosa pálido, y los centros eran jarrones altos y delgados llenos de
peonías rosas.
La gente no prestaba atención a la pareja vagando que no
pertenecía allí, y un camarero que pasaba nos ofreció una copa de
champán.
Nate me sonrió mientras tomábamos una.
—Champaña gratis —dijo en voz baja.
—¿Dónde están los canapés? —dije, no en voz baja, estudiando el
lugar.
—Mesa de buffet. —Nate asintió a la derecha, donde una multitud de
personas se habían reunido cerca de una mesa llena de bocadillos después
de la cena. Ya habíamos comido, pero ninguno de los dos iba a rechazar la
comida gratis.
Mis amigas me habían comprado un vestido largo con estampado
verde azulado con cuello halter, espalda muy escotada y una hermosa
falda suelta. Combinado con unas sandalias plateadas y mi cabello
recogido, podía lucirlo como un traje de boda de verano. Nate llevaba una
camisa blanca, pantalones de traje y sus zapatos de vestir.
Mi esposo, por supuesto, podía usar cualquier cosa y parecer que
pertenecía a cualquier lugar.
Bastardo atractivo.
Me acurruqué a su lado a medida que me llevaba a la mesa del buffet
y comenzó a llenar un plato para mí antes de que él consiguiera el suyo.
Mientras estábamos de pie, comiendo comida gratis y mirando el salón de
baile, sentí la necesidad de estallar en risitas inmaduras y me detuve.
Estábamos colándonos en una boda, por el amor de Dios.
Nuestras miradas se encontraron y compartimos una sonrisa tonta,
pensando claramente lo mismo.
La sonrisa desapareció de mi rostro cuando alguien me chocó, casi
enviando mi plato de bocadillos volando al suelo.
—Oh, Dios mío, lo siento mucho. —Una mujer alta y delgada con un
vestido rosa de dama de honor levantó las manos con horror—. No derramé
nada en tu vestido, ¿verdad?
—No, estoy bien, está bien —le aseguré.
El chico a su lado sonrió disculpándose.
—Hemos bebido demasiado champán, así que pensamos en venir
hasta aquí a comer algo.
—Por pensamos, él se refiere a mí. —Puso los ojos en blanco.
Nate y yo sonreímos con amabilidad.
La dama de honor miró a Nate por un momento de manera
especulativa.
—Nunca nos hemos visto, lo recordaría. ¿Cómo conocen a Angel? ¿O
son amigos de Mark?
Su compañero levantó una ceja ante el tono un tanto coqueto, pero
lo dejó pasar.
Nate se acercó a mí. Sabíamos por los carteles fuera del salón de baile
que estábamos colándonos en la gran noche de Angel y Mark Ashley.
—Solía trabajar con Mark. Hace unos pocos años. Nos invitaron a la
recepción.
—Oh, Dios mío, me encanta tu acento —dijo ella, distraída—. ¿De
dónde eres?
—Originario de Escocia.
—¿Qué tan genial es eso? —Se volvió hacia su chico.
Él le dio una sonrisa burlona.
—Muy genial. Ahora vamos a conseguirte algo de comer.
—Nos vemos más tarde. —Nos hizo un gesto—. ¡Nunca había
conocido a una persona escocesa!
Tan pronto como estuvieron fuera del alcance del oído, me dirigí a
Nate.
—Tu acento es un problema. Nos hace destacar.
—Lo tendré en cuenta. —Comenzó a palear la comida en su plato.
Me reí.
—¿Qué estás haciendo?
Tuvo que tragarse un canapé entero antes de contestar.
—Esto está bueno. Me estoy llenando de comida gratis antes de que
tengamos que salir de aquí.
—Y quiero un baile antes de que nos vayamos —dije, siguiendo el
ejemplo con la comida.
—¿Algo más?
—Todavía no te has desnudado ni te has zambullido en el océano de
noche, así que eso sigue pendiente.
Mi esposo me lanzó una mirada funesta.
—Bien. Pero para calentarme, te voy a hacer el amor en la playa
después.
La excitación se disparó a través de mí.
—No tengo absolutamente ninguna queja al respecto.
Después de comer, evitando conversar con alguien más, Nate me
tomó de la mano y me llevó a la pista de baile. Me relajé en sus brazos y
seguí su dominio fácil, amando que mi esposo fuera un bailarín tan natural.
La sensación sólida de él contra mí, sus brazos envueltos alrededor de mí,
era lo único en el mundo que me hacía sentir completamente segura y
protegida. Nos aferramos el uno al otro, bailando lentamente al ritmo de
“Chasing Cars” de Snow Patrol, y como siempre, cuando estaba con él de
esta manera, olvidé dónde estábamos, o todo menos que Nate existía.
Después de unos cuantos bailes, Nate me besó en la nariz y me susurró:
—Estoy listo para dejar esta boda atrás, nena. ¿Por qué no tomas otro
champán… después de todo, es gratis para los dos… mientras yo voy al
baño de hombres?
Asentí, observándolo salir del salón de baile con su paso fácil, antes
de dirigirme hacia el área del buffet donde había una mesa llena de copas
de champán.
Mientras recogía dos copas, sentí el calor de alguien en mi espalda.
Levanté la vista para encontrar a un rubio alto sonriéndome. Era lindo a la
manera de un chico surfista vanguardista, y al menos diez años más joven
que yo.
Levanté una ceja, preguntándome por qué estaba allí de pie
sonriéndome.
—¿Champaña? —pregunté, pensando que tal vez eso era lo que
buscaba.
—Claro, gracias. —La tomó, mientras yo agarraba otra para Nate—.
Soy Greg.
Lo miré de nuevo. Era más alto que Nate, probablemente de la misma
altura que Braden y Logan.
—Liv.
—¿Amigo de la novia o el novio?
—El novio. Mi esposo solía trabajar con Mark. —Mentí fácilmente.
Algo parecido a la decepción cruzó el rostro del joven Greg.
—Oh. ¿Así que era tu esposo con quien estabas bailando?
¿Me había estado observando?
—Sí.
—Qué lástima. —Esta vez me di cuenta que su sonrisa era coqueta—.
Hubiera sido bueno llegar a conocerte.
Tenía que admitir que estaba un poco emocionada por la
admiración. Era mucho más joven que yo, y lindo. Pero aun así, mi esposo
resultaba ser el padre más maravilloso, más sexy y más increíble de todo el
mundo.
—Eso es dulce. Pero estoy felizmente casada. Y soy un poco mayor
para ti, creo.
—En absoluto. —Descartó mi último comentario—. No podía quitarte
los ojos de encima.
—Bueno, inténtalo. —Nate apareció de repente a mi lado, mirando a
mi joven coqueto. Prácticamente exudaba posesividad e irritación. ¿Estaba
mal que eso también me emocionara?
Greg dio un paso atrás, dando a Nate un gesto de asentimiento
agradable.
—No quería ofender. Tienes una hermosa esposa.
Vi que el músculo en la mandíbula de Nate se contrajo pero él
controló su molestia y solo asintió.
—Sé eso. Pero aún no me entusiasma demasiado que los hombres
extraños coqueteen con ella, así que si ya terminaste… —En otras palabras,
vete a la mierda.
—Nate —advertí en voz baja.
Pero afortunadamente, mi aspirante a surfista encantador no se tomó
en serio la rudeza de Nate. Parecía divertido por esto, levantando su copa
de champán hacia nosotros antes de girar sobre sus talones y deambular,
probablemente para encontrar a alguien más con quien coquetear.
—Es hora de irse. —Nate tomó la copa de champán de mi mano y la
engulló de un trago.
Hice lo mismo, justo a tiempo, antes de que me arrastraran fuera del
salón de baile.
—Maldita sea, no puedo dejarte sola ni un minuto —resopló, mientras
abría un juego de puertas dobles.
—No tenía malas intenciones.
—Sí —se quejó.
—Ni siquiera lo consideré por un segundo —agregué—. Sabes que solo
te veo a ti. Solo te quiero a ti, siempre.
Nate se detuvo en el vestíbulo del hotel y me miró. Su rostro entero se
suavizó.
—¿Realmente quieres decir eso?
Asentí, esperando que él sintiera mi sinceridad. Era cierto. Si bien podía
reconocer que otros hombres eran atractivos, no provocaban una respuesta
sexual en mí. Nadie más que mi esposo lo hacía.
—Posada. Ahora. Sexo.
Mis labios temblaron de risa ante su repentino diálogo cavernícola,
pero en lugar de estar de acuerdo, negué con la cabeza.
—Lo siento, cariño, todavía tienes una apuesta que cumplir.
—¿En serio me vas a obligar a hacer esto? —preguntó Nate cuando
doblamos la esquina de la playa hacia un lugar más apartado, tan lejos del
paseo marítimo como pudimos llegar. La luna bañaba la arena y el agua
con su luminosidad, proporcionándonos una luz etérea a medida que la
brisa del océano hacía que mi vestido se retorciera alrededor de mis piernas.
Me estremecí, sabiendo que iba a estar congelando allí.
Pero hasta ahora, estas vacaciones habían sido una aventura que no
olvidaría, y no quería dejar de lanzar la precaución al viento. En este caso,
casi literalmente.
Mi respuesta a la pregunta de Nate fue agarrar las faldas de mi vestido
y levantarlas, sacando todo el material por mi cabeza y arrojarlo sobre la
arena como una manta. Sonreí ante la mirada de sorpresa de mi esposo,
temblando en nada más que en mi sujetador, bragas y sandalias.
—Voy a hacer que lo hagas. Pero no por tu cuenta. —Me agaché
para quitarme las correas de mis sandalias.
—Estás jodidamente loca —dijo riendo entre dientes, desabotonando
su camisa rápidamente.
—¡Date prisa! —Salté de un pie al otro para mantenerme caliente. No
hacía frío en el paseo marítimo, pero la brisa que venía del océano, la que
había sido calmante durante el día caluroso, ahora era fría en la oscuridad
de la noche.
—Sujetador y bragas fuera —dijo Nate, quitándose sus calzoncillos
bóxer.
—De acuerdo. —Me los quité y sentí que mis pezones se endurecían
de inmediato.
Mi esposo gimió, concentrado completamente en mis senos.
—¿Podemos simplemente saltarnos la parte del agua e ir
directamente a la parte del sexo?
—No te vas a retractar de la apuesta, ¿verdad?
Hizo una mueca pero me agarró la mano.
—¿Estás lista para esto?
Asentí, a pesar de que mi estómago se agitaba. Estaría dolorosamente
frío. Además, a pesar de sentirse aislado, esta era una playa pública. Si nos
atrapaban, era un crimen. El pensamiento envió un pequeño
estremecimiento por mi espina dorsal.
—Vamos a hacerlo.
Tomando aire y conteniéndolo, corrimos hacia el océano juntos,
ambos jadeando cuando el agua helada nos rodeó.
—¡Mierda! —espetó Nate a medida que nos soltábamos de las manos
para saltar como si hubiésemos pisado las brasas—. ¡Mierda, mierda, mierda!
¡Está jodidamente helado!
Ni siquiera dije nada.
No podía.
Las palabras se habían congelado dentro de mí.
Mala idea. Mala, muy mala idea. ¡La peor idea de todas!
Me di la vuelta y salí de allí jodidamente rápido.
El alivio de estar fuera del agua fue inmenso, pero todo mi cuerpo
estaba temblando aunque solo había tenido unos pocos segundos en el
mar. Casi había llegado a mi vestido cuando unos brazos fuertes me
envolvieron y me encontré volando por el aire, aterrizando contra el cuerpo
duro y musculoso de mi esposo.
Él nos dio la vuelta inmediatamente, de modo que ahora estaba de
espaldas encima de mi vestido.
—Solo hay una manera de calentarnos, nena.
Levanté mis brazos por encima de mi cabeza, mis dedos deslizándose
por la arena fría, mis senos arqueándose en invitación.
—Soy toda tuya, cariño.
Nate retrocedió un poco para disfrutar de la vista. Sus ojos casi
cerrados se deslizaron por mi cuerpo y bajé la mirada para ver que su polla,
que segundos antes había sido sometida por el agua fría, estaba
empezando a hincharse y enderezarse hacia su duro estómago.
—¿Qué hice para merecerte, Liv? ¿Quién más podría saltar al océano
báltico conmigo y luego acostarse como un Botticelli en vivo en una playa
pública, sin preocuparse por nada más que tener mi polla dentro de ti?
—Nadie más lo haría. Ahora deja de comerme con los ojos y
atiéndeme. —Me reí, moviendo las caderas, intentando que él hiciera algo.
¡Estábamos, después de todo, en una playa pública!
Pero supe al instante que Nate no estaba de humor para hacer esto
rápido, a pesar de nuestra ubicación arriesgada. El calor me recorrió de
inmediato, conociendo las señales, su intención. Nate quería alargar esto,
saborearlo.
Puso sus manos en mis rodillas, sus pulgares en el interior de mis piernas,
y lentamente las subió.
Me quedé sin aliento.
Luego llegó al vértice de mis muslos pero siguió avanzando, sus
pulgares encontrándose en el medio sobre mi clítoris. Jadeé cuando él
presionó sus pulgares y frotó, y mis caderas se arquearon, deslizando el
vestido y la arena granulada por mi espalda.
Los ojos de Nate volaron a los míos, entonces el deseo y la satisfacción
se movían a través de su expresión a medida que observaba mi excitación
aumentar con el movimiento circular de sus pulgares. Sus labios se
separaron, su pecho subió y bajó más rápido, mientras nos veíamos entre sí
como a dos personas muriéndose de hambre.
El mundo entero pareció desaparecer. Apenas notaba la arena
debajo de mí o el torrente de las olas del mar a espaldas de Nate, o el olor
a sal en el aire. Todo lo que podía ver era a mi esposo, todo lo que podía
sentir eran sus pulgares, su cuerpo por encima del mío, y todo lo que podía
oler era la loción después del afeitado que le compraba cada Navidad.
Humedecí mis labios secos con mi lengua mientras mis ojos se hundían
en su polla, hinchada, de color rojo púrpura y sobresaliendo entre sus muslos
musculosos. ¿Alguna vez me cansaría de mirar a mi hermoso esposo? No.
Realmente no pensaba que lo haría.
Mi sexo se hinchó y un pequeño resoplido de emoción se me escapó.
Al escucharlo, la polla de Nate se sacudió y me sorprendió al
pronunciar justo lo que acababa de pensar.
—No creo que nunca me canse de mirarte, Liv. Nunca. —Me miró a
los ojos ahora llorosos a medida que deslizaba su mano sobre mi muslo
desnudo.
—Sí —susurré, sin saber siquiera a qué le estaba diciendo que sí. A decir
verdad, era más que nada una súplica.
—Mira esa piel de gallina —susurró, mirando mis pechos y pezones
duros—. Tan hermosa. Me estás volviendo loco. Solo quiero tocarte todo el
tiempo. —Sus dedos se deslizaron por mi cuerpo y dentro de mí. Mis músculos
internos se apretaron alrededor de él en una necesidad desesperada. Nate
gimió—. Estoy tan contento de que sientas lo mismo.
Respiré, sintiéndome sin aliento.
—¿Me estás torturando deliberadamente?
Me dio una sonrisa arrogante y una vista de esos hoyuelos sexy.
—Fuiste tú quien dijo que la anticipación crea un mejor orgasmo.
—En este momento solo quiero llegar al orgasmo, punto. Por favor,
cariño.
Su estado de ánimo pareció cambiar ante mi súplica, y esperé sin
aliento a medida que me montaba a horcajadas, tomando suavemente
cada una de mis muñecas con sus manos y clavándolas en la arena a cada
lado de mi cabeza. Me sentía abrumada por él de la mejor manera posible.
—Las cosas buenas llegan a los que esperan, mi amor —murmuró, y
luego me besó profundamente. Su lengua se empujó entre mis labios y se
deslizó sobre la mía, bailando con ella en un beso obsceno y húmedo. Mis
caderas se empujaron hacia él al sentir su polla dura frotándose contra mi
vientre.
Y luego se fue, apartando su boca de la mía mientras su agarre en mis
muñecas se aflojaba. Sus dedos se arrastraron juguetonamente por la suave
piel de mi brazo interior, debajo de mis brazos y por los lados de mis pechos
a medida que se detenía para prestarles atención.
—A veces me siento en la mesa, intentando concentrarme en las niñas
contándome sobre su día, cuando solo puedo pensar en tus jodidamente
fantásticas tetas y estas largas piernas increíbles envueltas alrededor de mí.
¿Eso me hace un padre terrible?
Me convertí en papilla, allí mismo, en la arena.
—No. Y para futuras referencias, una vez que las niñas estén en la
cama, se te permite salirte con la tuya con mis jodidamente fantásticas tetas
y mis largas piernas increíbles.
Él sonrió, pero sus ojos se llenaron aún más de lujuria.
—¿Te refieres a chupar estos bonitos pezones?
—Sí —susurré jadeante, el deseo inundando mi estómago. Arqueé mis
caderas en su tentador toque.
—¿Lamerlos?
—Ajá.
Un calor oscuro se apoderó de su expresión.
—Lo tendré en cuenta.
Un pulso de lujuria me golpeó.
—Nate, por favor.
Colocó su polla entre mis piernas y se presionó contra mí, con un deseo
feroz escrito sobre él.
—La próxima vez que las niñas se vayan a dormir, lo primero que haré
será follar esas tetas, Liv.
Empapada, perdida por completo en mi deseo por él, intenté empujar
contra su agarre en mis muñecas, queriendo tocarlo.
—Como si alguna vez te dijera que no.
La ternura barrió su excitada expresión.
—Soy un afortunado hijo de puta, ¿verdad, nena?
—Los dos somos afortunados. Me sentiré aún más afortunada si
terminas de meter tu hermosa polla realmente dentro de mí en lugar de solo
tentarme. —Jadeé, impaciente.
Sentí el rumor de su risa y luego no sentí nada más que el calor de su
boca cuando la envolvió alrededor de mi pezón izquierdo y chupó.
Duro.
Mi cuerpo se retorció, sacudiéndose bajo él, y luché contra su agarre
otra vez.
—Déjame tocarte —supliqué.
Nate me soltó inmediatamente para así poder alcanzarlo, y cuando
volvió su atención a mi otro seno, moví mis manos a sus hombros,
acariciando su piel suave y húmeda, con gotitas de agua haciéndome
cosquillas en las yemas de los dedos. Y luego envolví mis dedos con fuerza
en su suave y oscuro cabello a medida que atormentaba mis pezones hasta
que estaban hinchados, como dolorosos brotes.
Había una buena posibilidad de que me corriera solo con su boca
sobre mí, y esa sería la primera vez.
—Cariño —rogué, tirando fuerte de su cabello.
Sin embargo, Nate no detuvo el tormento. Sus labios viajaron por mi
estómago, su lengua lamiendo mi ombligo antes de moverse hacia el sur. Mi
vientre bajo onduló en un mini orgasmo cuando el cielo oscuro y las estrellas
brillantes fueron de repente todo lo que pude ver, y me sorprendió la
realidad de que mi esposo estuviera a punto de hacérmelo en una playa
donde cualquiera podía tropezar con nosotros.
Otra oleada de emoción se disparó a través de mí y
automáticamente abrí mis piernas y escuché su gruñido de satisfacción
segundos antes de que su lengua tocara mi clítoris.
La necesidad me golpeó y mis caderas se empujaron contra su boca.
Las agarró, presionándolas nuevamente en el vestido sobre la arena, y luego
mi esposo demostró que él era un maestro con su boca.
Succionó mi clítoris, tirando de él con fuerza, conociéndome,
conociendo mi cuerpo y lo que me devastaba. Escuchó mis respiraciones
ásperas y superficiales, sabiendo lo que significaba el cambio de ritmo en
mis caderas ondulantes, así que se detuvo.
Grité con frustración.
—¡Nate!
Su agarre en mis caderas se tornó casi agresivo.
Y luego su lengua estaba de vuelta, esta vez lamiendo dentro de mí.
Me retorcí, queriendo todo de él, cada centímetro ¡todo!
Al escuchar mis gemidos, regresó a mi clítoris y empujó suavemente
dos dedos dentro de mí.
—Madre de Dios. —Me sacudí contra él.
—¿Bueno? —preguntó, deteniendo todo movimiento.
Lo miré con horror frustrado.
—¿Estás loco? ¡Si vuelves a detenerte, Nate Sawyer, me divorciaré de
ti!
Sentí el resoplido de su risa en mi cadera.
No me hizo gracia.
—¿En serio? Tienes dos segundos para follarme.
Su risa se disipó lentamente a medida que se incorporaba,
montándome a horcajadas. Sostuvo mi mirada cuando tomó su polla en
mano y comenzó a acariciarse, sus ojos llenos de placer se estrecharon
sobre mí.
Tuve una imagen repentina de él viniéndose sobre mis pechos.
—Nate.
Cualquier cosa que haya escuchado en mi voz lo hizo acariciarse más
fuerte, el músculo de su mandíbula temblando, sus caderas bombeando en
su mano.
—Ruégame, Liv.
No necesité que me lo pidieran dos veces.
—Fóllame, cariño —susurré—. Por favor.
Soltó su polla, se cernió sobre mí, con una mano junto a mi cabeza en
la arena, y envolvió la otra alrededor de mi muslo, abriéndome, y
empujando dentro de mí.
Duro.
Jadeé su nombre con placer. Nuestros ojos sosteniéndose mientras mi
aliento tartamudeaba, y él se movía dentro de mí en estocadas gruesas,
ásperas y feroces. El amor en nuestros ojos solo aumentó nuestra excitación,
y la tensión dentro de mí no tardó mucho en alcanzar el punto de ruptura,
en romperse de manera explosiva, abrumadoramente.
—¡Nate! —grité, mis ojos poniéndose en blanco a medida que mis
músculos internos se apretaban alrededor de la polla de mi esposo. Apenas
me di cuenta que mis uñas se clavaban en los músculos de su espalda,
mientras el placer se disparaba a través de lo que se sentía como cada
pieza de mí. Sentía que nunca iba a terminar, las ondas de mi clímax
latiendo y pulsando a su alrededor. Las caderas de Nate se estrellaron con
fuerza contra las mías y se tensó, segundos antes de que palpitara y se
desbordara dentro de mí.
—¡Liv, Jesús, Dios! —Se corrió casi tan fuerte como yo y luego enterró
su rostro en mi cuello, intentando recuperar el aliento.
Los dos estábamos en las mismas.
Mantuve mis brazos apretados alrededor de él, mis uñas aflojándose
de su agarre afortunadamente. Como siempre, me deleitaba con la
sensación de su pesado cuerpo sobre el mío, sin dejar de apreciar el hecho
de que este hombre hermoso, amable y divertido era mi esposo. Había sido
tan doloroso sentirse desconectada de él que la euforia de sentirlo más
cerca que nunca era casi demasiado hermoso para soportarlo.
Pulsé a su alrededor al pensarlo, una pequeña réplica, y él levantó la
cabeza para darme una sonrisa perezosa, satisfecha y amorosa. En
respuesta a esa sonrisa, lo besé, un beso suave pero aun así hambriento,
derramando todo mi amor en él. Me devolvió el beso y yo rodé, obligándolo
a tumbarse en la arena. Sus manos acariciaron mis hombros, mi cabello, mi
trasero, mientras nos besábamos y me retorcía contra él, necesitando más,
queriéndolo duro de nuevo, listo.
—Ya no estoy en mis veinte —dijo, su voz retumbando con deseo y
diversión.
No lo escuché. En su lugar, exploré… tocando, probando, apartando
los gruesos granos de arena en su piel. Cuando incliné mi cabeza hacia su
polla, él inhaló sorprendido.
Justo allí, con la brisa del mar haciendo volar mi cabello alrededor de
mis hombros y acariciando mi piel desnuda, me senté en una playa oscura
e iluminada por la luna y succioné a mi esposo como si fuera una paleta,
preparándolo para la segunda ronda. Él gimió de disgusto cuando lo liberé
del calor húmedo de mi boca.
—Ojo por ojo —susurré. Esta vez lo atormenté y exploré, los planos
duros de sus músculos, el calor y la sal marina en su piel.
Y luego subí a horcajadas sobre él, tomando cada centímetro de su
belleza dentro de mí. Lo monté. Lo monté lentamente, sintiendo sus dedos
clavándose en mis caderas, rogándome por más. Frustrado por mi decisión
de no darle más, se sentó bruscamente, sus fuertes músculos abdominales
tensándose, y envolvió sus brazos alrededor de mi cintura, atrayendo uno
de mis pezones en su boca.
Mientras lamía, chupaba y jugaba, el ritmo aumentó justo como él
sabía que lo haría, hasta que estaba jadeando y resoplando, montándolo
duro y rápido. Nate llegó al clímax primero, y ver cómo la euforia aflojaba
sus rasgos me envió por el borde.
Agotada, asombrosamente exhausta, me fundí en su abrazo.
—Te amo tanto —susurré.
Sus brazos se apretaron alrededor de mí.
—Yo te amo más.
Después de un momento de silencio, me apretó y levanté la cabeza
en cuestión.
—Mira donde estamos —dijo sonriendo.
Eché un vistazo por encima del hombro al agua negra entintada
corriendo más cerca de la costa que antes de llegar aquí.
—Casi lo olvido. —Mirando a nuestro alrededor, me alegró ver que
todavía estábamos solos aquí—. ¿Crees que alguien vio?
Nate pasó sus dedos por mi cabello, empujando los gruesos
mechones de mi rostro.
—Me importa una mierda.
—Igual yo. —Lo besé suavemente—. Aun así, probablemente
deberíamos volver a la posada. Quitarnos toda esta arena.
Él asintió y me levanté con cuidado, sonriendo con suficiencia ante su
gemido mientras lo hacía. Una vez en pie, me sentí un poco temblorosa,
desorientada. No todos los días tenías un festival de sexo en la playa. Me
vestí rápidamente, agarré mis sandalias y vi a mi esposo vestirse.
—Eres injustamente hermoso —dije, mientras se colocaba su camisa.
Él sonrió, complacido.
—Le dijo la sartén al cazo.
Estaba feliz de que pensara eso. Una vez que estuvo listo, extendí mi
mano y él la ignoró, prefiriendo deslizar su brazo alrededor de mi cintura y
abrazarme contra su costado mientras caminábamos. Permanecimos en
silencio a medida que regresábamos por la curva de la playa hacia el paseo
marítimo.
El choque de las olas, más los orgasmos épicos que acababa de
tener, me dieron sueño, y me aferré a la cintura de Nate en busca de apoyo
mientras caminábamos por la playa.
—Las mejores vacaciones de mi vida, nena —dijo Nate de repente.
—Sí. —Le sonreí a sus ojos—. Va a ser difícil superarlo.
No quise decirlo como un desafío, pero mi esposo lo tomó como tal.
—Solo mírame intentarlo —prometió.
Epílogo
Seis meses después…

T
an pronto como entré a la casa después de un largo día de
trabajo, olí los deliciosos aromas provenientes de la cocina y sentí
que todo mi ser se fundía en la relajación. Nate había preparado
la cena, así que no tenía que preocuparme por eso.
Mi relajación duró dos segundos.
—¡Mamá! —January salió volando de la gran sala de estar y se arrojó
contra mí cuando me estaba quitando los zapatos. Me aferré a ella mientras
me quitaba la bota derecha con el pie izquierdo.
—¿Qué pasa, pequeña? —pregunté, sintiendo su agarre en mí
apretándose.
Mi hija inclinó la cabeza hacia atrás y me miró.
—¡Lily no quiere salir de su habitación! —dijo esto como si de alguna
manera fuera mi culpa.
La preocupación rugió a través de mí. Lily puede ser la más tranquila
de mis hijas, pero también era sociable con nosotros. Dios me ayude si
alcanzaba la adolescencia prematuramente. Recuerdo que me encerré en
mi habitación y me negué a pasar tiempo con mi madre. Por otra parte, eso
fue después de que me llegara mi período, y sabía que mi hija mayor
todavía no había tenido su período.
Lo estaba temiendo.
No quería que mi bebé creciera.
—¿Qué le pasa a Lily? —pregunté, guiando a Jan por el pasillo hacia
la cocina. Nate estaba parado frente a la estufa, revolviendo algo en una
olla—. ¿Qué le pasa a Lily? —repetí a su espalda.
Se giró, su rostro iluminándose con una gran sonrisa, y me observó a
medida que bajaba la llama en la estufa y cruzaba la habitación hasta mí.
Me incliné para besarlo, ignorando a mi hija gritando que éramos
asquerosos.
—Nena —murmuró, apartándose—. Me alegra que estés en casa.
Creo que esto es un problema de chicas.
—¿Lily?
Él asintió, perdiendo su sonrisa.
—Después de recoger a Jan fuimos a buscar a Lily. No estaba parada
con sus amigos afuera y cerró la puerta del auto con fuerza cuando subió.
No me dijo qué le pasaba. Solo llegamos a casa y corrió escaleras arriba y
cerró la puerta de un portazo. Creo que la bloqueó con algo, porque Jan
intentó entrar y no se movió.
La preocupación me traspasó. Por favor, no me digas que mi hija tuvo
su período en la escuela.
—Lo siento, nena. —Nate me besó de nuevo—. No es la mejor
bienvenida a casa.
—Estás cocinando y me besaste. Todavía es una buena bienvenida.
—Miré a Jan—. Ahora, qué tal si me dejas ir a ver qué pasa con tu hermana
mayor.
—Yo voy —dijo Jan, sobresaliendo su labio inferior obstinadamente.
—¿Por qué no esperas a que compruebe primero la situación? —Pasé
por delante de ella, pero mi instinto materno sabía que me estaba siguiendo.
Arriba, avancé a la puerta del dormitorio de Lily. Tenía el póster de la
banda de chicas que tanto amaba pegada en el frente. Odiaba su música
y la forma provocativa en que se vestían, considerando que la mayoría de
sus fanáticos tenían la edad de mi niña. Me complació golpear la puerta
con fuerza, justo sobre la cara del miembro de la banda que siempre llevaba
vestidos cortos.
—Lily, nena, ¿estás bien?
Escuché un ruido sordo, algo de estrepito, y luego la puerta se abrió y
el rostro manchado de lágrimas de mi dulce niña me miró.
—Mamá.
Mi pecho se apretó.
—Pequeña, ¿qué pasa? —Empujé la puerta un poco más y ella dejó
que cediera, y me agaché para rodearla con mis brazos. Sentí sus lágrimas
en mi hombro y la preocupación me consumió—. Pequeña, por favor, ¿dime
qué pasa?
Ella sollozó.
—Solo si Jan se va.
Levanté la cabeza y miré por encima de mi hombro para ver a mi
pequeña sobresalir su barbilla. La detuve antes de que pudiera decir algo.
—Solo déjame hablar con tu hermana primero, ¿de acuerdo, nena?
—No dejé que respondiera, entré rápidamente en la habitación de Lily y
dejé que la puerta se cerrara casi todo el camino.
Sabía a ciencia cierta que Jan probablemente tenía su oreja justo en
la abertura, pero no me molesté en mirar alrededor para verificar. En vez de
eso, llevé a Lily a su cama y la senté a mi lado. Limpiando las lágrimas de sus
mejillas, dije:
—Dime lo que pasó.
Su bonito rostro se arrugó de nuevo.
—A Lucy le gusta Devon Carson y Amanda lo invitó a salir por ella, pero
él le dijo a Amanda que yo le gusto y ahora Lucy ha puesto a todos en mi
contra. —Su pecho se agitó mientras luchaba por contener las lágrimas—.
Todos mis amigos dejaron de hablarme, mamá. Y Lucy corrió el rumor de
que mojé la cama en nuestra última pijamada. Todos se estaban riendo de
mí. ¡Ni siquiera me gusta Devon!
Me mordí el labio, la ira corriendo a través de mí. Mi hija solo estaba
en la primaria, terminando el semestre de primavera y preparándose para
comenzar su último trimestre antes de la escuela secundaria después del
verano. ¿Cómo era posible que las niñas a esa edad comenzaran a tener
celos por niños?
—Voy a llamar a la mamá de Lucy —dije, esperando evitar rugirle a la
mujer. ¿Qué pasó con enseñarles a nuestras niñas sobre la hermandad y no
tratarnos como basura en una competencia por la atención de los niños?
—No, mamá, no —dijo Lily, asustada.
—Sí, mamá, ¡no! —Jan entró irrumpiendo en la habitación. Se detuvo,
con las piernas separadas, las manos en las caderas y la nariz y la boca
arrugadas por la ira. Se veía tan adorable que me llevó todo dentro de mí
no reírme. Eso solo se puso más difícil cuando nos lanzó un puño—. Le voy a
dar un puñetazo, le enseñaré una lección.
¿De dónde diablos sacó eso?
Con los labios tensos tratando de evitar una expresión divertida, los
fruncí en su lugar.
—Pequeña, sabes que esa no es la respuesta. No golpeamos a las
personas.
—Pero papá me enseñó cómo. —Sacudió ese pequeño puño de
nuevo.
—No, tu padre te enseñó sobre defensa personal. Hay una diferencia.
No puedes andar pegándole a la gente.
—No voy a andar pegándole a la gente, tontita. —Puso los ojos en
blanco—. Voy a defender personalmente a Lily-Bily.
Eché un vistazo a Lily y ella miró de su hermana pequeña hacia mí, y
vi la diversión cortando a través de la tristeza en sus ojos. Le sonreí y ella se
echó a reír. Sintiéndome agradecida, agarré la mano de Jan y la atraje
entre mis piernas para poder hacerle cosquillas. Sus carcajadas iluminaron
la habitación, tan contagiosas que provocaron más risitas de su hermana
mayor.
—Nadie va a golpear a nadie —dije, abrazando a Jan entre mis
piernas y alcanzando la mano de Lily—. Pero la mamá de Lucy necesita
saber sobre el comportamiento de su hija. No puede acosarte así, Lily.
—Está celosa —agregó Jan—. Porque eres mucho más bonita que
ella.
Lily sonrió a su hermana, con sus adorables hoyuelos brillando. La
verdad es que no creía que mi niña estuviera equivocada. Lily estaba
llegando a su adolescencia y estaba en camino a ser despampanante.
Desafortunadamente, siempre habría gente que no podía soportar la
belleza de los demás. Afortunadamente, también siempre habría gente que
vería más allá del bonito rostro de mi hija a la belleza real dentro suyo. Era
mi dulce, sensible, compasiva y amable niña.
—Sé que puede que no lo parezca ahora, pero irás a la secundaria,
conocerás nuevos amigos. Amigos que estarán orgullosos de todo lo que
eres y no estarán celosos de ese bonito rostro tuyo.
—Primero tengo que llegar ahí, mamá. —Sus ojos se llenaron de
lágrimas—. No puedo volver a la escuela si Lucy me va a torturar.
Conocía a la madre de Lucy, Kathleen, y era una mujer buena. Por
supuesto, nunca tuve que tratar con ella para llamarla y decirle que su hija
estaba siendo una perra con la mía, pero tenía que esperar que hablara
con Lucy.
—Voy a llamar a la mamá de Lucy. Punto final. No vas a tener miedo
de ir a la escuela. ¿De acuerdo?
Todavía luciendo preocupada, Lily asintió de mala gana.
—Bien. Aunque, primero, vamos a probar esa cena que huele
deliciosa que tu papá está preparando para nosotros.
No mucho más tarde estábamos todos sentados alrededor de la mesa
del comedor comiendo espaguetis caseros y albóndigas con crujiente pan
de ajo. Nate no había insistido en lo que estaba pasando con Lily, sintiendo
que ella no quería hablar de eso con su padre. En su lugar, solo la besó en
la cabeza y le dijo que la amaba antes de servir la cena para nosotros.
—¿Preferirías vivir en una casa hecha completamente de espaguetis
o tener que comer espaguetis por el resto de tu vida? —preguntó Jan,
derramando una gran cantidad de espaguetis en la mesa del comedor
mientras intentaba llevarlos a su boca.
Mi hija era posiblemente la niña de ocho años más elocuente de
Escocia. La más coordinada, seguro que no.
—La casa de espagueti —dijo Lily, pareciendo sentirse mejor.
—¡Yo también! —concordó Jan.
Me encantaba que su hermana pequeña pudiera animarla.
—Yo elijo comerlos. Mientras sean los espaguetis de tu padre. —Le
sonreí.
Nate asintió en señal de gratitud.
—Voy a elegir vivir en una casa de espaguetis.
—¿Por qué? —exigió Jan.
—Porque voy a donde van mi Jan y Lily. —Le guiñó un ojo y luego le
lanzó a su hija mayor una sonrisa deslumbrante.
—Qué manera de quedar como el mejor padre, Sawyer. —Resoplé,
fingiendo estar enojada.
Su respuesta fue también darme un guiño.
¡Demasiado encantador para su propio bien!
—Está bien, tengo una —dijo Lily—. ¿Preferirías estar en una banda de
chicas… —Me lanzó una mirada maliciosa, sabiendo lo mucho que me
disgustaban las bandas de chicas—… o tener caca de perro en tu zapato
todo el tiempo?
Eso era demasiado injusto. Separé mis labios en un suspiro e ignoré el
bufido divertido de Nate desde el otro extremo de la mesa.
—Voy con la banda de chicas —dijo Nate.
Hice una mueca.
—Sabía que dirías eso.
Solo se rio.
—Yo también —dijo Lily alegremente.
Miré a Jan y ella se mostró tan disgustada como yo.
—Caca de perro —dijo, como si no hubiera otra opción posible.
Levanté mi mano y ella saltó para chocarla.
—Estoy ahí contigo, hermana. Caminaremos por ahí con caca de
perro en nuestros zapatos escuchando buena música.
Jan asintió con gran convicción.
Lily dejó escapar un suspiro.
—Están en negación.
Ella sonaba tan seria y madura al respecto que no pude evitar
compartir una sonrisa con Nate. Teníamos las mejores niñas del jodido
planeta.
Más tarde, después de que las niñas hicieran su tarea y viéramos un
poco de televisión, después de haberle explicado lo que le pasó a Lily a
Nate en la cocina, después de haber llamado a Kathleen, que estaba
convencida de que Lily había percibido la idea equivocada pero que de
todos modos hablaría con Lucy, cuando le aseguré a Lily que todo iría bien
en la escuela al día siguiente, y después de acostar a las niñas, Nate y yo
nos acurrucamos en el sofá para ver televisión de adultos.
Sin embargo, apenas prestábamos atención al drama criminal en la
pantalla. Estábamos demasiado ocupados poniéndonos al día el uno al
otro.
—No puedo creer que esa pequeña bruja le haya hecho eso a Lily —
se quejó—. Y por un niño. ¿Cuándo entraron los niños en la foto?
Sonreí, acurrucándome aún más contra su pecho.
—Es tu culpa.
Nate se tensó.
—¿Por qué?
—Sacó toda esa belleza de ti. Las niñas a las que no se les ha
enseñado nada van a estar celosas de eso, y los niños van a querer un
pedazo de eso.
—Definitivamente voy a ignorar la última parte por completo —se
quejó—. En cuanto a la primera parte… tiene tus jodidos ojos preciosos.
—Mezclados con tu jodida tez preciosa y hoyuelos. Seamos realistas,
cariño, dentro de unos años, Lil será despampanante. Y dentro de diez años,
también lo será Jan. La vida va a ser en parte más fácil y más difícil para
ellas por eso.
—Ni siquiera quiero pensar en eso —susurró.
Ante su tono melancólico, levanté la cabeza para mirarlo. Parecía
triste.
—¿Cariño?
Nate se encontró con mis ojos.
—Están creciendo demasiado rápido.
—Lo sé —susurré en respuesta, dándole una sonrisa triste a cambio—.
Entonces, deberíamos disfrutar al máximo de ellas siendo niñas mientras
podamos.
Él asintió y su brazo se apretó alrededor de mí.
Después de un rato, nos quedamos en silencio y estaba metida en el
programa de televisión cuando Nate dijo de repente:
—Tengo que ir a una boda este fin de semana.
Casi me había olvidado de eso. Por lo general, el colega de Nate,
Alex, tomaba las fotografías de las bodas durante el fin de semana porque
estaba soltero y no le importaba trabajar los fines de semana, mientras que
Nate lamentaba estar lejos de mí y las niñas. Desafortunadamente, había
una boda en la que Alex no podía trabajar porque era su cumpleaños, y
Nate aceptó hacerlo.
—Es en una casa de campo en Loch Lomond.
—Recuerdo que me lo dijiste.
—Bueno, quería decirte que reservé una habitación tan pronto como
acepté el trabajo.
Levanté la cabeza, frunciéndole el ceño.
—¿Por qué reservarías una habitación?
La mirada de Nate se calentó.
—También le pedí a mamá y papá si podían cuidar a las niñas.
La comprensión me golpeó.
—¿Reservaste una habitación para nosotros?
—Sí. Pensé que podías ser mi asistente durante el día y te
recompensaría por todo tu arduo trabajo sacudiéndote los sesos en un hotel
cinco estrellas. —Sonrió perversamente.
La anticipación y la emoción se dispararon a través de mí.
—Tú, bastardo romántico.
Nate echó la cabeza hacia atrás riendo.
—Quisiste decir que me harías el amor en un hotel cinco estrellas —
continué.
Negó con la cabeza, todavía riendo entre dientes.
—No, quise decir sacudiéndote los sesos. De hecho, no, follándote.
Follándote hasta sacudirte los sesos y dejarte sin sentido en un hotel cinco
estrellas.
Fingí resoplar, aunque sus palabras me hicieron sentir un hormigueo y
traté de levantarme para alejarme de él, pero me arrojó de nuevo encima
suyo.
—Está bien, está bien. —Intentó apaciguarme a medida que pasaba
sus manos por mis costados y rozaba la hinchazón de mis pechos con sus
pulgares—. Te follaré hasta dejarte sin sentido y luego te haré el amor.
Me relajé de inmediato.
—Bueno, ¿por qué no lo dijiste antes?
Riéndose, envolvió sus brazos alrededor de mí mientras me
acomodaba de nuevo contra su pecho. Permanecimos recostados, viendo
la televisión, nuestras maravillosas niñas durmiendo contentas en el piso de
arriba, un fin de semana en pareja esperándonos en el horizonte, y supe que
no podía estar más feliz de lo que estaba en ese momento.
Pero mi esposo tuvo que ir y demostrar que estaba equivocada al
decir:
—Te amo tanto que a veces me duele.
Las lágrimas se acumularon en mis ojos, y levanté mi cabeza una vez
más para encontrarme con su mirada. Me estiré, pasé el dorso de mis dedos
en su mandíbula y respondí:
—Conozco el sentimiento, cariño.

Fin
Sobre la autora
Samantha Young es una escritora escocesa
graduada de la Universidad de Edimburgo en
2009. Estudió historia antigua y medieval, lo cual en
realidad sólo significa que le gustaban las cosa
viejas. Desde febrero de 2011, Samantha ha
estado auto-publicando sus novelas para adultos
jóvenes más vendidas por Amazon. Ha sido
nominada para el Premio al Mejor Autor y Mejor
Romance Goodreads por su best-seller
internacional ON DUBLIN STREET.
Para obtener más información sobre la
novela de ficción para adultos de Samantha visita
http://www.ondublinstreet.com

On Dublin Street:
1. On Dublin Street
2. Until Fountain Bridge
3. Down London Road
4. Castle Hill
5. Before Jamaica Lane
6. Fall from India Place
7. Echoes of Scotland
8. Moonlight on Nightingale Way
9. One King's Way
10. Stars Over Castle Hill
11. On Hart’s Boardwalk
Créditos
Moderación
LizC

Traducción
LizC

Corrección, recopilación y revisión


Indiehope y LizC

Diseño
Genevieve

También podría gustarte