Está en la página 1de 250

Este documento fue realizado sin fines de lucro, tampoco tiene la intención de

afectar al escritor. Ningún elemento parte del staff del foro Paradise Books recibe
a cambio alguna retribución monetaria por su participación en cada una de
nuestras obras. Todo proyecto realizado por el foro Paradise Books tiene como fin
complacer al lector de habla hispana y dar a conocer al escritor en nuestra
comunidad.
Si tienes la posibilidad de comprar libros en tu librería más cercana, hazlo como
muestra de tu apoyo.

¡Disfruta de la lectura!
Staff
Team Jade

alejandrablack Luisa1983
BettyS Molly
corazon_de_tinta RRZOE
Ezven Veritoj.vacio
Guadalupehyuga Walezuca Segundo
Kalired Yira Patri
Laura A

Carolina

julii.camii
Índice
Sinopsis Capítulo 11
Prólogo Capítulo 12
Capítulo 1 Capítulo 13
Capítulo 2 Capítulo 14
Capítulo 3 Capítulo 15
Capítulo 4 Capítulo 17
Capítulo 5 Capítulo 18
Capítulo 6 Capítulo 19
Capítulo 7 Capítulo 20
Capítulo 8 Capítulo 21
Capítulo 9 Capítulo 22
Capítulo 10 Emma Hart
Sinopsis
Objetivo de vida #1:

Carly Porter
Bueno, sin siquiera mencionar aquella
vez en que me decoloré accidentalmente las cejas y me torcí el tobillo
cambiando una bombilla...

Zeke Elliott ha sido un grano en el culo por once años. Uno muy sexy, muy
tentador, y terriblemente molesto. Con grandes... manos.

En serio, no puedo mirarlo sin que mi coño comience a contraerse como


loca. Lo cual no sería un problema... si no fuera el hermano de Cain. Lo
odio. Está fuera de mis límites, ¿cierto?

Barley Cross #2
Prólogo
—E
sto nunca pasó.
Zeke levanta una ceja.
—No ha pasado nada.
Pongo las manos en mis caderas y lo miro fijamente.
—No seas imbécil. Ya sabes a qué me refiero. Esto solo pasará porque
estoy un poco borracha.
—Pensé que habías dicho que esto no había pasado.
—Estás comportándote como un imbécil.
Su sonrisa es amplia y un poco arrogante.
—Así que ahora mismo está ocurriendo porque te encuentras algo
borracha, pero mañana no lo estará.
Asiento.
—Así es. Tú y yo olvidaremos esto.
Sus ojos verdes azulado se deslizan por todo mi cuerpo antes de
encontrarse con mi mirada, sus labios se reducen a una sonrisa segura de sí
mismo.
—Créeme, Carly, no lo olvidarás cuando termine contigo.
—¿Terminar conmigo? ¿Qué soy? ¿Una niña traviesa esperando
castigo?
—Mira, si quieres que te dé unos azotes, no me niego. —Levanta las
manos frente a su cuerpo—. De hecho, soy más que bueno en ello.
Parpadeo. No ayuda que tenga las manos levantadas de esa
manera. Tiene manos grandes y ásperas que se sentirían muy bien en mi
culo...
Dios mío, Carly. Concéntrate.
Esperen. ¿Eso cuenta a modo de concentración? Creo que sí.
Mmm...
—Ya veremos —digo finalmente, despejando esa niebla
momentánea de mi cabeza—. La cosa es; si tu ego insiste en que recordaré
esto mañana...
—Lo harás.
—…O no —continúo, ignorándolo—. En lo que respecta a todos los
demás, nunca ha pasado ni nunca lo será. ¿De acuerdo?
—Como el agua. Ahora, ¿cerrarás la maldita boca?
—No. Por lo general, no me callo. Nunca.
Zeke da un paso adelante, cerrando la distancia entre nosotros en
menos de tres segundos. Levanta su mano hasta mi barbilla y la toma,
agachando su hermoso rostro aproximada al mío.
—De acuerdo. Creo que prefiero que grites y me llames Dios.
Levanto las dos cejas.
—No te llamaré Dios.
—Te garantizo que cambiarás de opinión cuando tengas el mejor
orgasmo de tu vida.
—Eso es ambicioso.
He tenido algunos orgasmos bastante buenos. La mayoría con
juguetes que funcionan a pilas, porque no pueden correrse, así que no
deben parar.
Zeke rodea mi cintura con su brazo fuerte y me aprieta justo contra él.
La fuerza que mi cuerpo golpea el suyo me hace jadear, algo que solo
provoca que su sonrisa sea más extendida.
—Eso es exactamente lo que pasará.
—Otra vez —digo, tragando—. Ambicioso.
—¿Carly?
—¿Qué?
Baja su rostro de modo que la punta de su nariz roce la mía y su mirada
se enganche con la mía.
—La próxima vez que hables, estarás gritando mi nombre.
Abro la boca para reprenderlo por esa ridiculez, pero él es más rápido.
Deja caer su boca sobre la mía y coloca mi labio inferior entre los suyos. Sus
dientes rozan la suave piel, y un escalofrío incontrolable recorre mi columna
vertebral.
Dios mío, apenas ha tocado y quiero gemir como un cachorro que
quiere un masaje en la barriga.
Excepto, efectivamente, que deseo frotar mucho más que mi barriga.
Y que haga mucho más que frotar mientras él está en problemas
también.
Esto es una estupidez. Lo sé. Es una estupidez enorme. Es la idea más
estúpida de la historia de las ideas estúpidas.
Bendito infierno montado en una Harley Davidson. He perdido la
jodida cabeza.
1
Olvidarme del hermano
de mi mejor amigo. Porque Zeke Elliott es un
reverendo idiota.

¿Tienes alguna idea de lo que es ser la tercera en discordia de tus


amigos?
¿No? Déjame iluminarte.
Es como si Patatin y Patatan1 sostuvieran mis brazos y se pelearan por
mí mientras los Rottweilers usan mis coletas para un juego de tira y afloja...
Todo mientras Michael Myers me azota con entusiasmo con una motosierra
encendida.
Sin mencionar el hecho de estar en el centro de aparentemente una
maldita bola de nieve mientras grito inútilmente:
—¿Podemos por favor mantener nuestras lenguas en nuestras propias
bocas?
Sí. Todo eso.
Ahora, no creas que no me alegro por mis mejores amigos. Lo estoy.
Mierda, estoy tan emocionada de que finalmente hayan reunido su mierda
y que Brooke no se haya hecho explotar. Pero todo lo que hace el asistente
personal digital, es recordarme que lo más regular que tengo es mi período.
Y todo lo que mi período trae son calambres, antojos de azúcar y
suficientes lágrimas por los anuncios de pan como para arreglar la sequía en
California.
Sin mencionar que las cosas han cambiado. Sabía que lo harían, pero
una parte estúpida de mí asumió que no cambiaría tanto. Durante las
noches de cine ya no somos los tres tirados en el sofá, son ellos acurrucados

1Patatin y Patatan: (Tweedledee and Tweedledum en inglés) son personajes del cuento
Alicia en el País de las Maravillas.
y yo sola en una silla. Las citas para cenar casi se han acabado, y la última
vez que fui a casa de Brooke para una noche de chicas que había olvidado
como suele hacer, yo...
No. No iré allí.
Definitivamente no pensaré en el hecho de que tropecé dentro de un
bar y, después de volver a casa, y tuve sexo con Zeke Elliott.
Absolutamente. No.
No pensaré en la forma en que sus manos ásperas acariciaron mi piel,
o su pequeña y traviesa lengua, o su aún más traviesa, para nada pequeña
polla.
Es cierto. Zeke Elliott tiene una polla gigante.
No, de verdad. No estoy exagerando. Soy una mujer. Conozco la
verdadera longitud de un centímetro, muchas gracias.
Está bien. Tal vez estoy exagerando un poco. Estaba un poco ebria,
después de todo, y oye. Polla gigante suena mejor que martillo de vaginas
de tamaño considerable.
¿Lo ves? Polla gigante. Prefiero la polla gigante.
No, no prefiero la polla gigante. No lo haré. No más pollas gigantes.
Esperen.
No, definitivamente sí a pollas gigantes. Solo que no su polla gigante.
Uff. Eso estuvo cerca. Casi me pongo una estúpida meta en la vida
que sería seriamente molesta.
—Entonces, ¿por qué dejaste tu trabajo?
Brooke mira por encima del hombro. Su cabello está recogido en un
moño en la parte superior de su cabeza, y casi todos los mechones de
cabello se encuentran cubiertos de harina.
En realidad, creo que hay algo de glaseado también. Tres colores.
—No dejé mi trabajo —discuto, agarrando el borde del mostrador—.
Dije que quería dejar mi trabajo, pero eso fue solo porque Nina entró en el
banco y se quejó de mí al supervisor.
—Ah. ¿Por qué se quejó de ti?
—No lo sé. ¿Porque le robaste el novio?
Brooke gira y me apunta con la espátula.
—Yo lo amé primero. Y no lo robé. Fue un accidente total.
—Que llevabas planeando por, como, ocho años.
—Irrelevante. —Se vuelve hacia tazón de mezclar—. ¿Le hiciste algo?
—¿Aparte de intentar usar la Fuerza para arrancarle las extensiones
de la cabeza? No. Creo que se ha percatado de ser la más callada de las
dos.
—Han pasado nueve meses. Tal vez deberíamos enviarle un vibrador.
No es mala idea. Nueve meses es mucho tiempo para estar sin un
poco de sexo.
—O podríamos arrojárselo a la cabeza.
—No, es una estupidez. —Hace una pausa—. Espera, ¿cuándo me
convertí en la amiga sensata?
—Estás trabajando. Siempre eres sensata cuando trabajas. —Me bajo
del mostrador con un salto e inclino sobre su hombro—. ¿Me das uno de esos
pastelitos de margaritas?
—¿Mmm? —Mira los pastelitos que tiene a su derecha—. Ah, claro.
Billie dijo que, de no hacerlos pronto, tiraría a sus hijos al Atlántico.
Cojo uno del plato. El olor ácido a limón del glaseado amarillo brillante
golpea, haciéndome respirar antes de agarrarlo lo suficiente como para
arrugar el envoltorio de papel.
—Es una dramática. No los tiraría al océano.
—No estoy segura. —Brooke pone la mezcla de panecillos de
arándanos en una bandeja—. Ella trató de hacérselo a Ben una vez cuando
destruyó su castillo de arena.
Hago una pausa, con mi pastelito apretado entre los dedos.
—¿Funcionó?
—No. Billie es escuálida.
—Tu hermano también lo es.
—Es rápido. Ella no lo es. —Se encoge de hombros y, con los doce
envoltorios llenos de mezcla, desliza la bandeja en uno de los hornos—. Está
bien. Creo que ya he terminado.
Muerdo mi pastelito y me apoyo en el mostrador.
—¿Guántos fasteditos has horneafo?
Brooke levanta una ceja.
—¿Está bueno, entonces?
Cubro mi boca con la mano y trago, intentando no reírme. Maldita
sea.
—Lo siento. Mi cerebro y estómago no funcionan de forma coherente
hoy.
—O nunca.
—Calla tu culo, Barker.
Me muestra una sonrisa y abre el lavavajillas.
—¿Recuerdas cuando te ofreciste a ayudar? Necesito ayuda.
Recorro su cocina con la mirada, mordiendo nuevamente el pastelito.
Tan jodidamente bueno.
—Me ofrecí a ayudarte con el glaseado o algo así. No a limpiar —digo
cuando he tragado por completo el pastel en mi boca—. Todavía tengo mi
ropa de trabajo puesta.
—Estabas sentada en el mostrador hace solo un momento.
—Lejos del desorden, sí.
Brooke se endereza. Luego lanza un puñado de harina.
—Hija de... —Salto hacia atrás, pero la lluvia de mierda blanca me
golpea y cubre la parte delantera de mi falda blanca en una nube
polvorienta—. Te odio tanto, absoluta puta.
Sonríe mucho, sus ojos oscuros brillan.
—Sí, sí. Toma. Coge otro pastelito.
Empuja otro pastelito de margaritas hacia mí justo cuando la puerta
se abre.
—Oye, ¿te...? Vaya —dice Caín, llamando mi atención—. ¿Te ha
dejado hornear?
—No, —me quejo—. A ella no le gustó que yo estuviera limpia y que
ella parezca que la han batido en una máquina de hacer galletas.
La mirada de Caín se dispara entre nosotras.
—Eso tiene mucho más sentido. De ningún modo te dejaría hornear.
—¡No soy tan mala!
—No estoy de acuerdo —dice Zeke, acercándose por detrás de su
hermano menor. Sus ojos verdeazulados perforan directamente los míos—.
Creo que todavía sufro una intoxicación alimenticia de la última vez que lo
intentaste.
Suelto el pastelito y busco un paño para mojarlo y limpiarme la falda.
—Oh, supéralo ya. Fue, como, hace dos años. Y obviamente, no
intoxiqué lo suficiente ya que todavía sigues aquí molestándome.
La sonrisa extendiéndose lentamente por su rostro es genuina y tan
sexy que molesta.
Quiero golpearla y sentarme en ella, a la vez.
¿Violenta o zorra? Mmm.
—No me culpes —dice—. Eres fácil de irritar. Siempre muerdes el
anzuelo... como una pequeña bonita piraña.
—¿Acabas de...? —Volteo, con el paño mojado en la mano, y lo miro
fijamente.
Está sosteniendo mi pastelito. Y lo ha mordido. El glaseado está en su
nariz.
Respondo de la única manera posible. Arrojo el paño en su rostro. Es
un buen tiro, porque se abre en el aire y cubre la mitad de él, dejando uno
de sus ojos descubierto.
Brooke tose y aparta la mirada.
—Gracias. —Zeke limpia su rostro con el paño y lo devuelve—.
Necesitaba eso. El puto glaseado llega a todas partes.
—Mi glaseado —le grito, abriendo el grifo de nuevo—, mi pastelito, mi
glaseado, tu karma.
—Ustedes son agotadores. —Brooke suspira, uniéndose a mí en el
lavabo—. O bien necesitan estar separados de forma permanente, como
niños de tres años, o simplemente tener sexo.
Mi estómago da un vuelco.
—A menos que venga con pilas, no me interesa.
—No necesito pilas —ofrece Zeke, su sonrisa sexy ahora una sonrisa
aún más—. Es bastante fácil seguir adelante cuando están rezándote en
mitad del sexo.
—¿Por qué? ¿Porque eres Dios? —pregunta Brooke secamente—. Qué
original por tu parte. Ningún chicho lo ha usado en toda la historia de la
humanidad.
Bueno... Para ser justos, yo podría haberle rezado a una deidad una o
dos veces cuando nosotros... No importa.
No quiero pensar en ello.
—¿Podemos no hablar de sexo?
Miro alrededor de la habitación.
—¿Por qué? —Cain sonríe—. ¿Estás en temporada baja?
Lo miro y digo:
—No lo necesito.
Zeke resopla.
—La gente siempre necesita sexo, Carly.
Lo enfrento y levanto una ceja.
—No. La gente necesita oxígeno, agua y comida. Ni siquiera necesitas
tener sexo para hacer bebés ya. Tu punto es discutible.
—Ella tiene razón —murmura Brooke.
—Entonces, ¿prefieres tener un bebé creado en un laboratorio que
tener un orgasmo y hacer uno gratis?
Los labios de Zeke son extraños.
—Solo si eres la última persona en la Tierra. —Le ofrezco la más dulce
sonrisa.
—Eso ha dolido.
—Entonces, ve por una tirita y cállate.
Cain parpadea.
—Me voy a casa.
—¡Espera! —La cuchara de madera que Brooke sostenía golpea con
un ruido el fregadero de acero inoxidable mientras gira—. No me dejes aquí
con ellos.
—¿Con nosotros? —Entrecierro mis ojos—. ¡No me dejes con él! —
Señalo a Zeke.
Brooke cierra la puerta del pequeño edificio detrás de ella, haciendo
exactamente lo que supliqué no hiciera.
Mierda. Así muestra solidaridad tu mejor amiga.
—¿Qué hay de malo estar a solas conmigo? —Sonríe Zeke, cruzando
los brazos sobre su pecho. Las sombras resaltan lo tonificados que están sus
bíceps mientras su piel bronceada resalta contra la sucia camiseta blanca
que se estrecha un poco demasiado para contener los músculos de sus
brazos.
Levanto mi mirada para encontrarme con la suya. El brillo arrogante
en ellos irrita.
—Todo.
—Especialmente porque la última vez que estuvimos solos, tus bragas
cayeron como si estuvieran en llamas.
—No. —Lo señalo y me enderezo—. Hicimos un trato, así que cállate.
No debería haber pasado y no volverá a pasar.
Su sonrisa no flaquea.
—Si tú lo dices.
—¿Qué quieres decir con ello?
—Exactamente. Si dices que no volverá a pasar, así será.
Imito su posición, doblando los brazos sobre mi pecho también.
—Escúchame, Ezekiel Elliott. No volverá a suceder.
—Lo sé, Tetas Dulces. Lo acabas de decir.
—¿En serio acabas de llamarme Tetas Dulces?
—Sí.
Parpadeo.
—¿Por qué?
—Porque tienes una delantera genial.
—No tengo ni idea de cómo responder a eso, excepto que dejes de
mirarlas.
—Entonces deja de empujarlas de esa manera.
Dejo caer los brazos.
—Eres exasperante, ¿lo sabes?
Se ríe en silencio.
—Sí. Me empeño en ser extra molesto cuando estás cerca.
—¿En serio? Quién lo diría. —Mi tono rezuma sarcasmo. Me aparto de
él y tomo mi bolso de una de las sillas—. Debo hacer algo que no te involucra
en un lugar donde tú no estés, así que...
—Sí quieres ayuda para masturbarte...
Coloco la correa del bolso sobre mi hombro y lo miro fijamente.
—Nunca. Más.
Se voltea, inclina sobre el mostrador, y muestra una sonrisa traviesa.
—Si tú lo dices, Tetas Dulces. Si tú lo dices.
Gimoteo al salir del pequeño edificio que Cain construyó para que
Brooke no se quedase sin negocio. Espero que ese apodo no se mantenga,
pero conociendo a Zeke, se asegurará de ello. Estoy segura de producirle
placer enfermizo al molestarme cada vez al verme.
Me detengo junto a la ventana de la cocina medio terminar que Cain
construye, pero es literalmente una pausa. Él y Brooke están besándose, y
una punzada de celos se enciende en la boca de mi estómago. Lo sigue
inmediatamente la culpa, porque no tengo derecho a sentir celos de ellos.
No quería nada más que mis mejores amigos amándose.
De todos modos, pienso mientras camino hacia mi coche, es increíble
cómo algo que les ha entregado felicidad, me ha hecho... no tan feliz.
2
Cita en línea sin solicitar
fotos de pollas. Como un propósito de año nuevo,
esto probablemente no durará la semana.

H
ago clic en la nueva coincidencia de la página web de citas.
Masculino. Siempre es un buen comienzo.
Veintiocho. Eso funciona.
Abogado. Podría funcionar.
Gustos: Esquí, fútbol, leer, animales. Oh, esto es prometedor.
No le gusta: Las mujeres que demoran en arreglarse, la carne.
Bueno. Fue prometedor. No tanto en este momento. Honestamente,
es probable que no tendré mucha suerte con ese primer comentario.
Además, ¿cuánto constituye un largo tiempo? ¿Media hora? ¿Una hora?
¿Y si para la primera cita no necesito lavarme el cabello así solo lleva
veinte minutos, pero para la segunda, necesito lavarlo así lleva noventa
minutos?
Uff, no, no necesito ese tipo de estrés en mi vida. Mucho tiempo,
tiempo desperdiciado. Cuando tenga cabello grueso y abundante, puede
intentarlo nuevamente.
Rechazo la oportunidad. Lo siento, chico Vegetariano Abogado
Juzgador. Hoy no.
Claramente Satanás lo creó.
Ninguna otra coincidencia es buena. Un tipo vive demasiado lejos
para mi paciencia, otro trabaja demasiado, y otro busca una segunda
esposa.
No, gracias, señor. Estoy bien con eso.
Estoy a salvo de más tortura de citas en línea gracias a mi Jack Russell,
Delilah, quien frota su nariz mojada contra mi tobillo desnudo. Me retuerzo y
reacomodo en la silla con rodachinas. No hay nada peor que una nariz de
perro al azar contra tu piel.
Excepto las citas en línea. Al menos no había fotos de pollas. Por eso,
supongo, debería estar agradecida.
—¿Qué quieres, Delilah? —Bajo la mirada hacia mi compañera de
cuarto ligeramente idiota.
Parpadea hacia mí con sus grandes ojos marrones. No hace nada.
Genial. ¿Por qué los perros no pueden hablar?
—¿Paseo?
Ladra y corre hacia la puerta principal.
Claro. Eso entiende. Cifras.
—Está bien, está bien, déjame cambiarme. —Cierro la laptop y me
dirijo a la habitación.
Esto de citas en línea es para pájaros. En realidad, no, ni siquiera los
pájaros lo tomarían. Le echarían un vistazo a esta mierda y volarían.
Créanme, si pudiera volar lejos, lo haría. Una isla desierta suena
fabulosa en este momento.
Cuando termino de cambiarme, deslizo mis pies en las zapatillas. La
liga para cabello roza la piel mientras tiro de mi cabello nuevamente en una
cola de caballo. Delilah ya recuperó su correa del zapatero y la sostiene en
la boca, su pequeña cola moviéndose locamente detrás de ella. Le pongo
la correa en el cuello y con mi teléfono y bolsas de mierda guardadas en mi
sostén, salgo del apartamento.
Si no viviera tan cerca del parque, dudo pudiera tener un perro. Solo
corro porque extrañamente hay menos gente en el parque que en
gimnasios, y al igual que Brooke, prefiero no estar cerca de la gente.
De hecho, mi tolerancia para la gente que me habla es bastante
baja. Inexistente, si soy completamente honesta. Cómo sobrevivo
trabajando en el banco sigue siendo un misterio para mí, sobre todo porque
se suponía que solo era un trabajo temporal hasta poder pasar a
contabilidad.
Ese trabajo temporal lo ha sido durante tres años, y definitivamente
empieza a sentirse algo más permanente de lo que debería. Probablemente
porque lo es. No tengo necesariamente las pelotas para salir por mi cuenta,
y todos por aquí que requieren de un contador ya cuentan con uno.
Problemas de las pequeñas ciudades.
Suelto la correa de Delilah unos metros en el parque. Ella espera hasta
trotar antes de correr a mi lado.
El caluroso sol de la tarde golpea. Mis pensamientos se vuelven, no
deseados, ayer en la casa de Caín. Su casa a medio construir, el exitoso
negocio de Brooke, su relación... quizás esté amargada. Nuestra amistad ha
durado tanto tiempo y siempre hemos estado en prácticamente las mismas
posiciones, pero ahora se siente como si sus vidas avanzaran a la velocidad
de la luz.
Tan pronto como la casa esté terminada, se mudarán juntos, entonces
habrá matrimonio y bebés.
Y probablemente seguiré aquí, trabajando en el banco, en mi
pequeño apartamento, evitando fotos de pollas no deseadas y encuentros
incómodos en sitios web de citas.
Supongo que es la razón del dicho tres son multitud. Alguien siempre
debe ser apartado.
Si tan solo las amistades de tres personas funcionaran como tríos en el
porno. Partes iguales para todos.
Uff.
Necesito hacer algo radical. Quejarme conmigo misma no cambiará
nada. Posiblemente el problema no sea yo, tal vez es esta ciudad. Tal vez
Barley Cross es demasiado pequeño para mí. No obtuve un título para usarlo
dando a la gente cambio, cobrando cheques y disputando cargos que
aprobaron.
Podría mudarme. Pero ¿dónde? No conozco a nadie. Primero debo
conseguir un trabajo y asegurarme de permitirme vivir allí... donde lo desee.
Realmente no quiero mudarme. Odio empacar. Casi siempre pierdo
la mitad de las cosas que poseo.
En serio. Nunca se dejan atrás y desempacan o se encuentran...
Nunca.
Las cosas que se pierden en las mudanzas probablemente pararán al
mismo lugar que los calcetines y ligas de pelo. Donde sea esté, espero que
se encuentren todos muy felices juntos. Dios sabe que no lo estoy.
Hay un número limitado de atuendos con los que una chica puede
usar calcetines impares.
Como pijamas, ropa interior, o pijamas. Por lo tanto, es sobre todo
pijamas. Lo que sea.
Delilah se detiene y agacha frente a un árbol, así que me inclino
contra él para respirar. Realmente necesito encontrar un compañero de
carrera, porque entonces no iría por una tangente interna cada vez que
salgo. Brooke estuvo corriendo todo un mes antes de olvidar tantas veces
que dejé de pedírselo.
—Deberías usar pantalones de yoga más a menudo —dice una voz
familiar y desagradable detrás de mí—. Hacen que tu culo se vea muy bien.
Me doy la vuelta, sacudiendo el flequillo de mis ojos. —¿Qué diablos
haces aquí?
Zeke se ríe.
También viste ropa de correr. Por supuesto...
Debería tener mucho cuidado con lo deseado.
—No sabía que tenías los derechos de correr en este parque. —Sus
ojos brillan con diversión, y tuerce los labios rosados hacia un lado—.
¿Necesito permiso?
—No puedes evitar abrir la boca y ser un imbécil, ¿verdad?
—Tu perro está cagando.
Bajo la mirada. Delilah se aleja trotando de su acción, y suspiro
mientras saco una bolsa de mi sujetador.
—Impresionante —dice Zeke, apoyándose en el árbol donde acabo
de estar—. ¿Qué más puedes meter en esa cosa?
—Si realmente quisiera —respondí, recogiendo el regalo de Delilah—
… Un arma.
—Bien jugado.
—Gracias. —Ato la bolsa y la llevo al bote de basura. Gracias a Dios
por las bolsas perfumadas, eso es todo lo que digo.
Cuando giro, Zeke está sobre una rodilla y Delilah encima de él. Sus
pequeñas patas delanteras se encuentran en su rodilla y brazo, e intenta
lamerle el rostro. La cabeza está hacia atrás, pero él la mira mientras rasca
bajo su mentón.
Levanto las cejas. A ese perro no le agrada nadie excepto yo. Y a
veces Caín, eso depende de si tiene golosinas o no.
Zeke llama mi atención y dice—: Ayuda.
Cubro mi boca con la mano y bajo la mirada antes de reír. No, espera,
no importa. Me estoy riendo. Definitivamente lo hago.
Seamos realistas. El tipo mide al menos metro noventa y debe tener
unos setenta y dos kilos de musculo sólido y ¿espera creerle que no puede
defenderse de apenas unos dos kilos y medio después de dos cenas de Jack
Russell?
Por favor, amigo.
—Esto es realmente lindo. Eres superado por un perro que puedes
pisar. —Me rio, mi mano contra el tronco del árbol.
—Está entusiasmada —contesta, algo confuso—. Delilah. Tiene…
Aparentemente decir su nombre fue el catalizador, porque ella
empuja sus patas traseras. Tiene que estar tomándolo por sorpresa, porque
cuando su cabeza golpea su pecho, Zeke cae de lado sobre la hierba con
ella encima de él.
Ella consigue su deseo, y lame su rostro y cuello hasta la muerte. Se
abre camino a través del asalto canino hasta finalmente arreglársela para
empujarla sobre la hierba y levantarse antes de poder volver a él.
—Creo que tienes un nuevo amigo. —Sonrío, apenas puedo ocultar
mi risa—. Eres afortunado.
—Suerte. Es fácil de decir cuando no estás cubierto de baba de perro.
—Levanta su camisa para limpiarse el rostro.
Mi mirada baja a su estómago antes de poder detenerla. Rellena un
pavo y golpea el culo, su cuerpo es increíble. Lo sé. Lo he tocado. Y aunque
juré nunca lo volvería a hacer, mirar el paquete de músculos esculpidos
hace querer hacerlo.
Ni siquiera pienses en los senderos de la tentación en forma de V. Esos
surcos se sumergen tentadoramente bajo debajo de la pretina de sus
pantalones cortos. Tan bajo que tu lengua podría ir del músculo a la polla
en menos de un segundo y ni siquiera lo sabrías.
—¿Has terminado de disfrutar del paisaje? —Las secas palabras de
Zeke están envueltas en una fuerte dosis de arrogancia.
—Creo —respondo lentamente—, que si alguien te dispara en el
estómago, simplemente rebota inmediatamente. Esos abdominales son
como un chaleco antibalas incorporado.
—Eso es lo más lindo que has dicho nunca.
Mierda.
Mis mejillas se encienden. Ayudaría si hubiera comunicación entre mi
cerebro y boca a veces. En serio, Brooke es un desastre, pero mi filtro no
existe.
Si lo hiciera, mi boca habría enviado mis últimas palabras de regreso
a mi cerebro con un "No, mantén eso ahí, idiota."
—Y eso constituye la cima de las cosas más tontas que he dicho nunca
en voz alta —murmuro—. Delilah. Vamos —silbo.
Sus oídos se animan, y finalmente retorna la atención hacia mí en lugar
de los pies de Zeke.
—Si aquello es lo que dices en voz alta —dice con una sonrisa—. ¿Qué
es lo que no estás diciendo?
—Que gustaría probar mi teoría.
—Claro que sí, azúcar.
Gimo, rehaciendo mi cola de caballo. —No, no me llames así. Lo odio.
—Lo sé. —Su sonrisa se convierte en una mueca—. Por eso lo hago.
Maldita sea. Debería haberlo ignorado. Sé que lo mejor es evitar darle
munición.
—¡Delilah! —grito.
Trepa por la pierna de Zeke.
—No sacudas la pierna —le advierto.
Él la mira... Con su pequeño culo follando como loca. —Esa es la
mayor acción que he tenido desde la fiesta del cumpleaños de Caín.
Mis mejillas se encienden una vez más. Por supuesto que mencionaría
esa noche hace un mes.
Agarro el cuello de Delilah y la alejo de su pierna. La chica puede
montarse todo lo que quiera, incluso si fuera la que está siendo follada, sería
un ejercicio infructuoso. No podría tener cachorros a menos que los robara
a otro Jack Russell.
Coloco de nuevo la correa con un firme “NO” y me pongo de pie.
Como siempre, Zeke tiene esa estúpida sonrisa en el rostro, y todo lo que
hace es resaltar indirectamente el hecho de tener una sombra de cinco
horas oscureciéndole la fuerte mandíbula.
—A tu perro le gusto tanto como a ti. —Sus palabras me provocan risa.
—Entonces mi perro es tan estúpido como yo. —Sonrío—. Vamos,
Delilah. Vámonos. —Me alejo de él y vuelvo al camino que serpentea a
través del parque. Es áspero y cubierto de grava, pero hay partes más
desgastadas que las otras que son poco más que polvo.
Zeke aparece a mi lado.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto, mirando hacia él.
—Correr contigo. ¿Necesito permiso?
—Preguntar si importa sería bueno.
—¿Te importa?
—En realidad, sí
Sonríe. —Genial. Correré detrás de ti entonces.
Oh, no, no. Sé exactamente lo que está haciendo.
—Vuelve aquí. —Alcanzo y tiro de su camiseta antes de que pueda—
. Quédate ahí mismo, señor.
—Vergüenza —murmura, pero no dice otra palabra mientras ambos
nos establecemos en una velocidad cómoda.
Sí. Definitivamente necesito tener más cuidado con lo deseado.

No hay nada como despertar con la foto de una polla no deseada.


Es uno de esos momentos que debería venir con una advertencia de
“No intentes esto en casa”. Porque, sí. No intentes esto en casa. O en
cualquier lugar, en realidad.
No es bueno “no hay nada como esto”. Especialmente cuando dicho
polla es cien por ciento sin pelo.
Las bolas sin vellos púbicos en hombres adultos se asemejan a ratones
recién nacidos.
Asqueroso.
Me estremezco mientras borro el mensaje. Ni siquiera voy a
entretenerme con eso, y no sé cómo me encontró en Facebook. Tampoco
quiero saberlo. Puede haber más de donde vino.
Las citas en línea realmente no funcionan para mí, ¿verdad?
Delilah gime desde algún lugar del apartamento que impulsa a
levantarme de la cama. Seis de la mañana del lunes es demasiado
temprano para mi gusto. En realidad, a las seis de la mañana de cualquier
día es demasiado temprano, pero creo que estoy en piloto automático estos
días. No estoy realmente despierta hasta que las puertas del banco se abren
y debo ser un ser humano normal durante unas horas.
Demasiadas horas.
Al menos mis citas de almuerzo con Brooke no se han visto
comprometidas por su relación con Cain. Todavía.
Uff, ahí voy nuevamente con la amargura. Necesito superarlo de una
vez... y tener sexo mientras lo hago. No necesito sexo como a Zeke le gustaría
creer, pero seguro que no importaría.
¿Por qué estoy pensando en él?
Zeke Elliott fue un error. Un gran error. Algo de lo cual soy muy buena.
Va acompañado con el tiempo en donde quise decolorar las cejas para
aclararlas y terminé teniéndolas rubias blancas y consiguiendo quemaduras
de lejía en la piel. O esa vez que clavé un tornillo en la pared en lugar de un
clavo. O cuando salí con un tipo casado.
En mi defensa, no sabía que estaba casado hasta que su esposa entró
al restaurante donde comíamos... con otro hombre.
Sí. Incómodo.
Y luego estaba el señor Pulpo, también conocido como Ian. Era más
manoseador que un niño en una tienda de dulces.
En pocas palabras: Cometer errores es algo de lo que soy muy buena.
De nuevo, Zeke.
Potencialmente el mayor error que he cometido. Ni siquiera me
agrada. Yo... lo tolero… a falta de una mejor palabra. Lo hago solo porque
es hermano de Caín, y sí, el buen señor es el hombre sexo en un palo, pero
todavía no me gusta. Culpo totalmente al alcohol que consumí en la fiesta
de Caín por mis actos.
Tuve sexo con Zeke Elliott.
Tuve sexo con el hermano de mi mejor amigo.
Ah. Suena peor así. No me gusta eso.
¿Por qué estoy todavía pensando en esto? Realmente me vendría
bien un nuevo y prometedor chico en este momento. Oh, al diablo.
¿Importa que a veces todavía piense en la forma en que los dedos ásperos
y rudos de Zeke viajaron por mis costados y agarraron mis caderas?
¿Realmente importa que aún pueda pensar en la suave desesperación con
la que me besó? ¿Y en realidad, realmente hace una diferencia si todavía
a veces recuerdo la forma en que sostuvo mi cabello con su puño mientras
se corría gimiendo mi nombre?
Ay, dios.
Sí.
De hecho, sí. Importa mucho.
Una tonelada entera más que mucho. No puedo seguir recordando
eso. ¿Por qué no puedo ser una de esas chicas que tiene sexo con alguien
y no puede recordarlo al día siguiente, no importa un mes después? Quiero
ser esa chica. Sí. Quiero ser una maldita. Quiero ser una mujer borracha, libre,
sexualmente liberal.
Bueno. No tan borracha, porque las resacas, y no tan libre, porque los
condones, ¿pero el resto de eso? Sí. Todo lo demás.
Delilah ladra. Me saca de mi estupor, y bajando la mirada, me doy
cuenta de que he estado tan pérdida en mis pensamientos que le he servido
demasiado desayuno. Las galletas de perro están esparcidas por el piso de
azulejos plateados de la cocina. Ella está en un nivel del cielo semejante a
un orgasmo múltiple, y estoy tan abajo en el infierno que no creo que
Satanás pueda encontrarme.
Limpio el desastre hecho y me dirijo a la ducha. Ya he terminado con
hoy. Puedo decir desde ya que será el lunes más lunes de la historia de los
lunes.
Ay, Lunes.
Eres solo igualado por el momento en que viene el período mientras
usas tu mejor ropa interior.
Tomo una respiración profunda y enciendo la ducha.
Estoy llena de agua helada.
Claro que sí.
Suspiro…
3
No mates a personas
estúpidas. Deja que metan sus dedos en un
enchufe o algo así.

—S
eñor, temo que su cheque caducó hace cuatro días. —
Deslizo el papel por la abertura de la ventana al señor
Heizburg.
—¿A qué te refieres con que caducó? —escupe cada palabra, sus
mejillas aún más sonrojadas—. ¡Eso es imposible! ¡Este cheque es válido por
treinta días!
Ay, Dios. Aquí vamos.
—Sí, y si comprueba la fecha, llega cuatro días tarde para cobrarlo.
Los otros dos están buenos, pero tendrá que contactar al remitente del
cheque para hacerlo nuevamente. —Mantengo la voz tranquila y sin
confrontaciones.
Quedan solo cinco minutos del día. Cinco minutos. Cinco. Minutos.
—¡No puedo haber llegado tarde!
—Me temo que sí, señor.
—No puede ser posible.
Me estoy cansando de esta mierda.
—Siéntase libre de comprobar la fecha mientras ingreso éstos en el
sistema. —Giro hacia la computadora y comienzo el proceso.
El señor Heizburg levanta el cheque a su rostro, bajando las gafas a sus
ojos. Después de unos segundos, dice:
—Vamos, Carly. Son solo cuatro días. ¿No puedes hacer nada al
respecto?
—Puedo cobrar el cheque, pero lo devolverán —le digo, terminando
con el primer cheque bueno—. Por tanto no.
—Esto es ridículo.
—Entonces, señor Heizburg, ¿puedo darle una sugerencia, si me
permite?
Murmuró un sonido lejos de un “sí” o un “no”.
—Comprobaría las fechas y me aseguraría de cobrarlas a tiempo. De
lo contrario usted está perdiendo el tiempo de nadie más que el propio.
—Estoy desperdiciando el tuyo también.
—Igualmente. —Me levanto de la silla, retiro la hoja de
confirmaciones, la firmo y vuelvo al escritorio—. Aquí tiene, señor. Todo está
hecho. Que tenga un buen día.
Murmura un disgustado "Gracias" antes de apartarse.
Dejo salir un largo suspiro y lleno los cheques.
—Necesito consignar esto, por favor.
Levanto la mirada.
—Zeke Elliott, eres un maldito imprudente, ¿verdad?
Sonríe lentamente.
—La vida de un pueblo pequeño, Tetas Dulces.
Retiro el control deslizante de la cosa que nunca aprendí su nombre.
Zeke pone una bolsa de dinero en ella y, con un chasquido, cierro el control
deslizante y tiro de la bolsa de dinero a través de él.
Al abrirlo, diviso una mezcla de efectivo y cheques. Excelente. Justo lo
que me encanta hacer.
—¿A la cuenta principal?
Responde deslizando una tarjeta bancaria debajo de la pantalla.
La tomo y me pongo a trabajar. No habla mientras ingreso a la cuenta
de Elliott e Hijos y vacío la bolsa.
—¿Sabes cuánto hay aquí? —Lo miro fijamente, con los cheques en
mi mano.
Se inclina hacia adelante y dice en voz baja:
—Doce mil exactamente en cheques y mil, trescientos cincuenta y un
dólares, y setenta y seis centavos en efectivo.
—Una estimación también funcionaría. —Vuelvo mi atención a los
cheques. Los proceso todos y a su vez cuento el dinero en efectivo. Lo
cuento velozmente, el verde siendo más que borrones indiscernibles
mientras los posiciono en pila tras pila—. Mil, trescientos cincuenta y tres
dólares y trece centavos en efectivo —digo. Lamo mis dedos y cuento
mientras pongo las notas en el cajón uno por uno.
—Caín realmente debe reforzar las matemáticas —dice Zeke, ahora
inclinándose hacia un lado del mostrador.
—Si debe contar, Caín no haría matemáticas —respondo—. Y de
hacerlo, la respuesta habría sido terriblemente peor. Inténtalo de nuevo,
Ezekiel.
—Es un poco caliente cuando me llamas Ezekiel.
—Solo dices eso porque crees que me molestará. —Escribo sin
mirarlo—. ¿Quieres un recibo por tu depósito en efectivo?
—Sí, por favor. —Hace una pausa cuando me doy la vuelta a la
impresora—. Y no, no lo hago. En realidad, es un poco caliente.
—Necesitas salir más. —Saco las hojas de la bandeja de impresión y
vuelvo a él—. Aquí tienes. Por favor envía a tu hermano la próxima vez. —
Sonrío con dulzura.
Se ríe.
—No hay posibilidad.
—Lo siento. Esta ventana se encuentra cerrada ahora. —Apago el
computador mientras el reloj marca las cinco en punto—. Ah, y si necesitas
ayuda con las sumas semanales, conozco a un gran tutor de matemáticas
que puede ayudarte.
Mi sonrisa es cualquier cosa menos dulce mientras me alejo de él. Su
expresión es una mezcla de una mueca y una sonrisa, su mirada la
atormentada combinación de risa y frustración.
No echo a reír hasta poner el código y estoy al lado del personal del
edificio. Zeke Elliott puede llamarme Tetas Dulces todo lo que quiera, pero
hoy, sin querer entregó un arma para añadir a mi arsenal.
No creas que normalmente me meto con alguien de esta manera.
Pero Zeke, alguien que un día será dueño de parte de un negocio, siendo
incapaz de sumar las ganancias del fin de semana... es gracioso.
Además, me llama Tetas Dulces. Todo es válido entonces.
Saco el teléfono del bolso y reviso los mensajes. Hay tres de Brooke, así
que abro los suyos primero.
Brooke: Billie está libre de niños esta noche. ¿Noche de chicas?
Brooke: Oye, cabeza de chorlito. Contesta.
Brooke: Mierda, estás trabajando. Compré tu vino favorito. En la casa
de Billie, a las seis p.m. o le diré a Zeke que quieres ir de pesca en sus
pantalones.
Demasiado tarde para la última.
Yo: Sí, noche de chicas. Sí, estaba trabajando. Y sí, en casa de Billie.
Nos vemos en una hora.

Me detuve fuera de la casa de Billie después de hacer una parada


rápida en mi apartamento para cambiarme y alimentar a Delilah. También
ignoré una llamada de mi madre. Eso no es totalmente inusual, pero sobre
todo porque ella tiene este hábito increíble de llamar en los peores
momentos absolutamente.
Realmente. Trabajo de ocho a cinco, de lunes a viernes. Mamá, no
me llames un lunes a las tres. No contestaré.
Cojo el bolso y salgo del coche. La puesta de sol se extiende sobre el
cielo, incluso en la felicidad suburbana del barrio de Billie. El tono dorado de
la menguante luz del día me persigue hasta la puerta principal donde toco
tres veces antes de abrirla.
—¿Hola? —digo, entrando.
—¡Carlyyyy! —chilla Billie desde la sala de estar. Segundos después, se
tambalea en la puerta, agarrando una copa de vino. Sus ojos están
vidriosos, y claramente fuera de sí.
—Hola, Bills. —La última vez que la vi así de martillada, tenía dieciséis
años.
—Bueno. —Brooke aparece aparentemente de la nada y arranca la
copa de la mano de Billie—. Te vas a la cama.
Billie resopla.
—Debería llamar a Marcus por algunos consejos. Él es bueno yendo a
la cama. Aunque, no conmigo. ¡Uups!
Los ojos se abren de par en par.
Bueno.
Mierda.
Cierro la puerta principal y avanzo mientras Brooke deja la copa de
vino y agarra fuertemente a su hermana mayor. Billie se pone de pie por un
momento antes de cerrar sus ojos y dilatar sus fosas nasales.
—Estoy bien —dice ella—, lo juro.
Brooke duda.
—Bien, pero solo agua.
Billie se encoge de hombros pero no discute. Deja que Brooke la lleve
a la cocina, y las sigo. No sé si estoy al tanto de la situación o no. En realidad,
no tengo ni idea. Todo lo que conozco es que Billie se encuentra en el último
año de escuela. Y algo sobre Marcus y la cama.
Billie cae sobre uno de los taburetes alineados por la isla en medio de
la habitación. Todo el cuerpo se desploma hacia adelante, y su rostro pronto
se oculta por la forma en que el cabello oscuro cae sobre sus mejillas.
—Aquí. —Brooke desliza un vaso de agua.
—Gracias. —Sentarse parece una completa dificultad para ella, pero
lo hace, sorbiendo el agua varias veces antes de volver a dejar el vaso—.
Quizás el vino fue una mala idea.
Asiento.
—¿Dónde están los niños?
—Con los padres de Marcus. —Billie pasa una mano por su cabello—.
Con él. Al parecer no estoy de ánimo adecuado para criarlos esta noche.
—Bueno, para ser justos —comienza Brooke—, son las seis de la tarde
y estás borracha.
—No estoy borracha. Sino emocional.
—Suelen ir de la mano —señalo.
Billie me fulmina con la mirada por un segundo fugaz.
—Uff. Estoy demasiado agotado para incluso mirarte como mamá.
Gracias a Dios. Esas miradas de mamá dan miedo.
—¿Qué ocurre? —Brooke finalmente pregunta—. Ya que no he
conseguido nada de ti desde que llegué aquí.
Billie se desploma hacia adelante de nuevo.
—Mi matrimonio ha terminado. Mi marido es un jodido infiel, y toda mi
vida se encuentra a punto de desmoronarse.
Eso suena un poco dramático.
—¿Marcus te engañó? —pregunto después de desplomarse—. ¿Qué?
¿Por qué?
—¿Cuándo? —añade Brooke.
—Hoy era su día libre porque trabajaba todo el fin de semana —
responde Billie—, así que llevé a los niños a la escuela, hice algunos recados,
y luego tuve una cita de uñas y cabello a la hora del almuerzo. Resulta que
mi chica enfermó, así que volví a casa y lo encontré follando con su
secretaria. En nuestra cama.
Brooke da una inclinación de cabeza.
—¿No es eso un pequeño cliché?
No quería decirlo, pero...
—¿Verdad? —La voz de Billie se eleva unas octavas—. ¡Al menos sé
original, cerdo infiel!
—¿Qué hiciste? —pregunto.
Me mira a los ojos y dice, con total naturalidad:
—Les arrojé una lámpara de vidrio.
Parpadeo durante un segundo.
—¿Acertaste?
—A la cabecera. Lo suficiente cerca. —Una débil sonrisa deslumbra
brevemente en sus labios.
—Siempre tuviste buena puntería —reflexiona Brooke—. ¿Entonces,
qué pasó?
—Saqué a Sandra la Zorra por la puerta, medio desnuda, y amenacé
a Marcus con otra lámpara hasta contarlo todo. —La histeria anterior ha
desaparecido completamente, y en su lugar ahora es un robot firme y sin
emociones—. Admitió que tuvo una aventura con ella durante tres meses.
Estuvo viniendo a la casa en ocasiones bajo la apariencia de una
diseñadora de interiores, ya que visitamos diseñadores para remodelar
nuestra cocina. Mis amigos me preguntaron vagamente y nunca me
pareció extraño. —Hace una pausa—. Admitió que no todos los viajes de
trabajo eran como tal, y los tardíos jueves por la noche no eran horas de
clínica. Aunque posiblemente debería considerar usar ese tiempo para
visitar la clínica sexual para realizar la prueba de la putitis o lo que sea
popular en estos días.
Putitis. No debería querer reírme de eso, pero lo hago. Un poco...
—Oh. Lo siento, Bills.
—No lo hagas. —Agita la mano hacia mí—. Diez años, dos niños, y
todo se fue al viento porque él no podía mantenerlo en sus pantalones. Si no
quería estar conmigo, ¿por qué no decirlo? ¿Por qué hacer esto? ¿Por qué
causar tanto dolor?
Brooke se desliza sobre el taburete junto a ella y se inclina a su lado.
—No lo sé. Pero me gustaría poder detener ese dolor. ¿Ya se lo dijiste
a mamá?
Billie sacude la cabeza.
—Te llamé primero. No quiero decírselo.
—Se lo diremos —le ofrezco.
Bien. Claramente el filtro falló otra vez. Otro error...
—¿Lo harás? —pregunta Billie, esperanza reflejada en su expresión.
—Claro. Y por nosotras, me refiero a Brooke.
Brooke pone los ojos en blanco.
—Le diré a mamá. No te preocupes. ¿Sabes lo que debemos hacer?
Ver Mean Girls.
—¿Por qué deberíamos ver Mean Girls? —le pregunto—. ¿Qué
relación tiene esa película con esta situación?
—Ninguna —responde simplemente—. Creo que por ello debemos
verla.
—No es una mala idea. Es una película bastante terrible.
—Eso tiene incluso menos sentido que mi plan.
—No. Miras películas malas en situaciones malas. Te recuerdan cuánto
peor es la película que tu vida.
Billie frunce los labios.
—¿Puedo fingir que Sandra la Zorra es Regina George cuando la
atropella el autobús?
Comparto una mirada con Brooke.
—Claro.
Asiente y se pone de pie.
—Voy a buscarla.
Cuando sale de la habitación, Brooke encuentra mi mirada.
—Lo odio ahora mismo, pero Marcus podría estar relacionado en su
estado emocional.
—¡Lo escuché! —grita Billie.
—Mierda.

A veces, las situaciones malas te hacen replantear lo mala que es tu


vida.
Quiero decir, por supuesto. Estoy consiguiendo fotos de pollas al azar
al menos tres veces por semana, ninguna de ellas es bonita, aunque las
pollas tienden a no serlo, pero al menos nadie tiene el poder de romperme
el corazón.
Bueno. Excepto George R. R. Martin. Solo estoy en la cuarta
temporada de Juego de Tronos, y quién sabe a quién más matara.
Dicho esto, la terrible situación de Billie me hace pensar en la terrible
persona que soy por contentarme de que no hay absolutamente ninguna
posibilidad de estar en dicha situación por un largo tiempo.
Nunca pretendí ser una buena persona. Solo fingí ser una persona
sensata, ¿de acuerdo?
Me siento mal por ella. Por supuesto que sí. La amo como si fuera mi
propia hermana, pero también recuerda las ventajas de la soltería. No
muchas, pero suficientes.
Mi abuela también hace un buen trabajo recordándome por qué no
debería quedarme soltera. Estoy así de cerca de considerar pagar a alguien
para fingir ser mi novio.
—¿Qué tal si rompes una tubería? —pregunta la abuela por sobre sus
gafas de media luna.
—Entonces llamaré al encargado del edificio y a un fontanero —
respondo, tomando un trago.
—¿Y si hay inundación?
—Entonces saltaré por la ventana.
—¿Y si necesitas poner una repisa?
—Entonces llamaré a papá, Cain o, por último, lo pondré yo misma.
—Carly Louise Porter, si intentas taladrar una pared, harás un agujero
en tu pulgar. —Los labios se inclinan hacia un lado—. Te he visto intentar
poner un clavo…
—Sí, sí —la interrumpo antes de poder continuar—. Y terminé en la sala
de emergencias con un dedo meñique roto.
—Aún no estoy segura de cómo lo lograste.
Podría tomar un número y ponerse en la fila. Tampoco lo sabía.
—Así que, abuela, hemos determinado que nada ha cambiado
conmigo —digo antes de poder reiniciar su línea de cuestionamiento—.
¿Qué hay de nuevo contigo?
—Bueno, tengo una fiesta el sábado. —Me mira lenta y astutamente.
Un hecho solo magnificado por sus gafas.
Sé a dónde se dirige esto, y no me gusta.
Para nada.
—Una fiesta —respondo rotundamente—. ¿Por qué?
—¡Mi cumpleaños! —choca su mano contra la mía.
—Abuela, tu cumpleaños es el próximo viernes. ¿Por qué tienes la
fiesta este fin de semana?
—Porque puedo —responde como si fuera la cosa más simple del
mundo—. Y me gustaría que vinieras.
—Por supuesto que asistiré a tu fiesta de cumpleaños... sí me dices por
qué te pareces al zorro que acaba de encontrar el gallinero. —Levanto una
ceja desafiándola.
—Te pareces demasiado a mí. —La luz de las franjas brillantes sobre
nosotras se refleja en el brillo de su manicura francesa—. Necesitas traer una
cita contigo.
Parpadeo. Debe estar enloqueciendo. ¿Alguien robó sus medicinas?
—Una cita —digo después de un momento.
—Sí. —Sonríe. Lentamente. Furtivamente. Presumidamente—. Una cita.
Una masculina.
Chupa la mierda de una llama.
Me tiene acorralada.
—Está bien. —Disperso la molestia y el temor de la tarea
encomendada—. Te veré allí. Con mi cita. Debo volver al trabajo. —Levanto
el bolso y pongo veinte dólares en la mesa.
—Yo invito. —La abuela entrega el billete por la mesa. Esa sonrisa
todavía está en su rostro, y se ensancha por segundo si la profundización de
las líneas alrededor de sus ojos es algo para considerar—. Llamaré a tu
madre con los detalles.
—Hazlo —murmuro, saliendo de la cabina.
Maldita sea.
4
Encontrar una cita para
la fiesta de la abuela, preferiblemente alguien
que mi familia odie.

—¡U
na cita! —le digo a Delilah—. Esa mujer está loca. Te lo
digo, Delilah, completamente loca.
Ladea la cabeza hacia mí por un segundo antes de
voltear y correr hacia su cama.
No hablo perruno, pero tuve la sensación de que al ladear la cabeza
me recordaba que, a pesar de todas mis insistencias sobre la locura de mi
abuela, yo era quien tenía una conversación con un animal, de modo que
entendería.
No era con un animal inteligente. Si fuera un gato, probablemente se
le ocurriría una solución. O parpadearía con desdén e iría por un ratón
muerto para su pobre e incapaz mascota humana.
Afortunadamente, Delilah no es un gato. No puedo enfrentar a los
ratones.
La abuela me ha tirado en la parte más profunda. Ella sabe tan bien
como yo que las citas en esta estúpida ciudad no son exactamente como
las de un heredero de la ciudad de Nueva York. Diablos, ni siquiera son
casanovas. Los buenos están tomados y los malos son, bueno, exactamente
eso. Demasiado pegajoso, mañoso y pervertido.
En todo momento podría preguntarle a Brooke si podría tomar
prestado a Cain para pasar la noche.
O…
No. Zeke no, no llevaré a Zeke a la fiesta de mi abuela. Conozco a ese
hombre. Pensará que "fiesta" es un eufemismo para sexo.
Aunque, para ser justos, es culpa mía por acostarme con él.
¿Por qué siempre vuelvo a pensar en ello? ¿No son los hombres
quienes piensan en el sexo con demasiada frecuencia como para
considerarlo normal? Mi cerebro debe dominarse.
Desearía poder hacer lo que dije pasaría, que lo olvidaría al día
siguiente.
Objetivo a largo plazo. Definitivamente necesito que sea un objetivo
a largo plazo.
Mi teléfono suena desde la mesita de café. El nombre de mamá
parpadea en la pantalla y aprieto mis labios. Mi mamá y mi abuela se rigen
por una simple regla: se toleran en presencia de mi padre y se ignoran
cuando él no está.
—Hola mamá.
—Hola, Carly. —Su voz vibra al otro lado del teléfono—. Tu abuela
llamó.
—Estoy bien, mamá. Gracias por preguntar —digo como siempre lo
hago, no está siendo grosera, simplemente omite esa pregunta de forma
regular—. Y sí, ella dijo que lo haría.
—También lo estoy, al igual que tu padre.
¿Ves? No es completamente mala.
—Dijo algo sobre una fiesta el viernes a las seis y una cita. ¿Puedes
explicarlo? No permanecí al teléfono más de lo necesario. —Sorbe su nariz—
. Intentaba convencerme de su lado.
Oh, sí. La gran división. La abuela me quiere casada y mamá cree que
es mi elección y que la abuela no debería de entrometerse.
Vamos, equipo mamá. ¡Sí! ¡Sí!
Le doy un breve resumen de nuestra conversación del almuerzo de
hoy.
—No tengo idea de a quién se supone que debo llevar. Me ha avisado
con cuatro días de antelación.
—Mmm sí. Mencionó que, si no tenías a quien llevar, tenía a alguien
con quien podías ir.
¿Ella dijo qué?
—¿Ella dijo qué? —¿Acabo de escuchar bien? Seguramente no. Debe
estar bromeando conmigo.
—Que tiene una cita para ti si no puedes conseguir una —explica
mamá secamente. Obviamente, tampoco la impresiona demasiado.
No, eso no sucederá. Ni hoy, ni el viernes, ni nunca. Nunca.
—Bueno, por si lo preguntabas, saldré de vacaciones el viernes —digo
después de un momento de silencio—. Por desgracia, estaré indispuesta
mientras intento encontrar un nuevo lugar para vivir donde no exista wifi,
conexión telefónica y ninguna posibilidad de que la abuela me localice.
No hay nada más que el ligero crepitar de la línea durante unos
segundos. Entonces, la risa ahogada de mamá rompe la estática.
—Anotado. Cuando llame, le diré que estás en la Atlántida.
—Eso haré. —Hago una pausa—. ¿De verdad, realmente tiene una
cita para mí?
—De verdad, de verdad —responde mamá—. Lo siento cariño.
—¿Por qué estás disculpándote? No eres quien está atrapada en la
Edad Media.
—Lo sé. Debo irme, tu padre está gritando que no encuentra sus
calcetines.
Juro que puedo oír cómo pone los ojos en blanco.
—De acuerdo. Adiós, mamá. —Cuelgo y me dejo caer en el sofá.
Soy una mujer independiente, maldita sea. No necesito concertar una
cita con nadie. De acuerdo, mis elecciones hasta ahora no han sido
exactamente impresionantes, pero todos cometemos errores. Solo hago
muchos de ellos mientras finjo que pongo mi mierda en orden.
—Ay, Delilah —suspiro, girando la cabeza hacia un lado para mirarla—
, no crezcas.
Abre los ojos y me mira fijamente por un momento. Ni siquiera levanta
la cabeza de sus patas. No, se aparta de mí, moviendo todo su cuerpo y
dándome la vista de su trasero.
Brooke tiene razón.
Mi perra es una idiota.
—Eso es ridículo. —Brooke me mira fijamente—. ¿Te tiene una cita?
Asiento.
—Fue específica. Ni siquiera puedo llevarte.
—Fingiría ser lesbiana para ti por una noche.
Eso era amistad verdadera.
—Y me encantaría cada segundo de tu falsa atención —le digo—,
pero, debe ser un chico.
—¿Caín?
—Tiene que estar soltero.
Golpea el dedo contra sus labios fruncidos.
—Podríamos fingir una ruptura y que lo llevas a la fiesta para animarlo.
—Excelente. —Inclino mi cabeza hacia un lado—. Entonces seré
conocida como la chica que solo saldría a una cita con el desolado ex de
su mejor amiga.
—Cierto —dice lentamente, frunciendo el ceño—. Chica, realmente
estás jodida, ¿no?
—No solamente jodida, Brooke. Estoy jodida a ochenta kilómetros por
hora y sin lubricante.
Hace una mueca.
—¿Por qué no llevas a Zeke?
—Porque prefiero ser follada por el culo a ochenta kilómetros por hora
sin lubricante.
—Podría llevarte si realmente quisieras.
Me doy la vuelta en mi asiento. Zeke se encuentra parado justo detrás
de mí, sus manos sosteniendo la parte de atrás de mi cabeza. La sonrisa
torcida extendiéndose en su rostro como marca registrada al igual que sus
ojos brillantes por el regocijo.
Mi coño se aprieta.
Mmm.
¿Qué diablos, coño? Aparta tus garras. No nos gusta este tipo,
pequeña maldita.
—Cain hace eso todo el tiempo —dice Brooke—. Aparece cuando no
es requerido, es un poco molesto realmente.
Gimo y me dejo caer sobre la mesa sin hablar con él.
—Maravilloso, tengo mi propio sarpullido personal.
—Deberías visitar a alguien sobre eso. —Zeke se desliza en la silla junto
a Brooke, ignorando su mirada de reojo.
—Lo haría —respondo lentamente—, pero no conozco a ningún
médico especialista en brujería.
—Auch —Él sonríe—, eso sí parece un sarpullido.
—Oh, lo es. Mide un metro noventa y deshecha a las mujeres más
rápido que Leonardo Di Caprio.
—Oh, sí tan solo las mujeres se parecieran a él.
Le lanzo una mirada fija, una que espero Brooke fácilmente
malinterprete como disgusto y no uno mezclado con una leve ofensa.
No soy una pintura de acuarela, según el reflejo de mi espejo esta
mañana, pero al menos soy un dibujo a lápiz decente.
—Creo que pediré mi almuerzo para llevar —dice Brooke, mirando su
teléfono—. Uno, debo hacer una llamada, y dos... bueno, esta tensión me
excita un poco.
Zeke tose cubriéndose con la mano, pero las esquinas de sus ojos se
arrugan como siempre lo hacen al reírse.
Espera. ¿Por qué sé eso?
—Eres una grosera. —La miro mientras se pone de pie y agarra su
bolso—. ¿Tienes que dejarme con él? ¿Y si lo asesino?
Hace una pausa, parpadeando con sus ojos marrones hacia mí.
—Tengo dinero para la fianza, no te preocupes, luego te ayudaría a
cruzar la frontera a Venezuela.
—Increíble, eso es tan reconfortante.
Sonríe y se despide.
—Adiós, chicos. No se asesinen el uno al otro. O acabarán siendo
arrestados por exhibición indecente —agrega apresuradamente antes de
voltear y correr hacia el mostrador al otro lado del restaurante.
¿Eso que pensé de "verdadera amistad" hace unos minutos? Sí, queda
descartado.
Vaya mierda.
—Ha elegido el momento justo, ¿no? Y con sutileza —dice Zeke
secamente.
—¿Qué fue exactamente la pista sobre su sutileza, cuando dijo que la
tensión la excitaba o lo de exhibición indecente? —Pongo los ojos en
blanco.
Mira por encima de mi hombro mientras responde:
—El hecho, de que haga un círculo con una mano y que haya
introducido el dedo a través de él con sus cejas levantadas, al otro lado del
restaurante.
Me giro para poder mirar hacia el mostrador de comida para llevar.
Brooke deja caer sus manos y lanza una dulce sonrisa inocente que huele a
mierda.
—Impresionante —murmuro, sentándome nuevamente.
Zeke entrecierra los ojos mientras lentamente aproxima su mirada a la
mía.
—¿Crees que sabe lo que pasó entre nosotros?
Supongo que ahora no es momento adecuado para una respuesta
inteligente que tampoco conozco. La vergüenza...
—¿Se lo contaste a alguien?
Niega con la cabeza.
—Entonces no, no puede saberlo. No se lo dije a nadie, ni siquiera a
mi perro.
Levanta una ceja.
—¿Hablas con tu perro?
—Por supuesto. —Tomo mi bebida y la acerco a mí—. Es eso o hacerlo
conmigo misma, y de ser lo último, la gente pensaría que enloquecí.
—No, esa no es la primera señal de que estás loca. Leí que la primera
señal de locura es tener pequeñas canas en la palma de tu mano.
Frunciendo el ceño, giro mi mano y la levanto hacia mi rostro. Echo un
vistazo sobre las líneas de mi palma.
Y a través de mis dedos abiertos, capto la expresión cambiante de
Zeke. Sus labios se curvan en una amplia y delgada sonrisa, como si mordiera
sus labios para evitar reírse fuertemente.
—¿Qué? —digo lentamente, incapaz de luchar contra mi propia
pequeña sonrisa.
—Carly. —Se inclina hacia adelante, con la parte superior de sus
brazos presionando el material de su camiseta salpicada de pintura—. El
segundo signo de locura es buscar esos pelos.
Mi sonrisa decae según lo comprendo. Esa pequeña mierda. No
puedo creerlo.
Así que hago lo único que pasa por mi mente.
Agarro un menú, me inclino sobre la mesa y golpeo en el costado de
la cabeza con él.
Se echa a reír. Es un sonido rico y profundo que capta la atención de
algunas personas rodeándonos, así que dejo caer el menú rápidamente y
me siento.
—Eres un idiota —siseo.
—Te lo he dicho, eres demasiado fácil de irritar, Tetas Dulces.
Coloco mi pie hacia su pierna, debajo de la mesa, pero no doy con
él. En cambio, mis dedos de los pies chocan con la pata de la silla.
Zeke sonríe. Esa estúpida sonrisa de mierda que hace llorar a mi clítoris.
También es una maldita.
Zorra sucia.
—Eres imposible. —Cruzo mis brazos sobre mi pecho.
—¿Cómo es que puedo ser imposible? si existo.
—Bien, aguantarte es lo imposible.
—Sin embargo —sonríe, recostándose—, aquí estás, aguantándome.
—Estoy así de cerca —digo, pellizcando mi dedo índice y el pulgar
juntos—, de lanzarte mi vaso de agua y gritar que eres un bastardo enfermo
y mentiroso antes de irme. Solo para avergonzarte.
Su sonrisa torcida es traviesa.
—Entonces, cuando todos miren, me encogeré de hombros y les diré
que tienes la regla y que soñaste que te había engañado.
—Oye, no descartes eso. Soñar que eres engañado es algo serio, es
todo subconsciente.
—Dudo que sea de ayuda si sueñas que tu pareja te engaña, te
vuelve paranoico.
—¿Sabes qué más vuelve paranoica a una persona?
—¿Qué?
Lo miro mientras me inclino hacia adelante en la mesa.
—El hecho de conocer exactamente qué tamaño tiene tu polla —le
susurro.
—Tetas Dulces, eso solo me volvería paranoico si no conociera que el
tamaño coincide con mi mano. —Mueve los dedos frente a mí,
recordándome que tiene grandes... manos—. Esos rumores no son mentiras.
La camarera trae nuestra comida y la sirve. Niego con la cabeza ante
su pregunta de si necesitamos algo o no y vuelvo mi atención a Zeke al irse.
—No estoy diciendo que lo sean. —Apoyo la barbilla en mi mano.
Quiero preguntarle desesperadamente si sabe que supuestamente la
longitud de su dedo índice es igual a la longitud de su polla, pero eso podría
ser algo obvio ahora mismo. Lo guardaré en mi arsenal para otro día.
—¿Estás de acuerdo con que tengo grandes... manos?
Levanto las cejas y agarro su muñeca. Presionando la palma de mi
mano contra la suya, reprimo un escalofrío cuando su piel áspera y callosa
roza la mía.
—Tus manos son enormes, Zeke. Mira. —Giro nuestras manos para que
logre mirar cuán pequeña es mi mano en comparación con la suya—. La
punta de un dedo tuyo llega a mis uñas, no a mis dedos.
Agacha ligeramente la cabeza para mirar, sonríe.
—Tienes las manos más pequeñas que he visto en mi vida.
—Estás exagerando. —Aparto mi mano.
Envuelve sus dedos alrededor de mi muñeca y vuelve a juntar nuestras
manos, esta vez, girándolas hacia atrás para poder ver el dorso de mi mano.
—Mira, son diminutas. Es absurdo, ¿Cómo haces cuando quieres
agarrar algo?
—Puedo agarrar tus bolas y retorcerlas. —Le doy una dulce sonrisa y
desvío mi atención nuevamente a nuestras manos—. No son tan pequeñas
—insisto, dejando que mi mano se separe de la suya—. Al ser más pequeña
que la tuya, es lógico que se vean de esa manera.
Las yemas de mis dedos recorren el centro de su palma y estoy
bastante segura de que mis uñas también.
Zeke me mira fijamente, sus ojos se oscurecen un poquito cuando
rompemos el contacto. El impulso de mojar mis labios hace que mi lengua
hormiguee, pero en cambio, trago, luego muerdo el interior de mi mejilla.
Suavemente baja su mano a la mesa, su mirada inquebrantable, y mi
estómago da un pequeño vuelco hacia atrás.
Todo lo demás desaparece. Desconozco la razón, solo sé que el
alboroto del restaurante, desde las voces de los clientes, hasta la radio y la
puerta de la cocina que se abre y cierra, se detiene.
Solo está este hombre demasiado guapo y engreído, mirándome.
Manteniéndome paralizada, atrapada sin tocarme.
—Obviamente —dice arrastrando las palabras, rompiendo el silencio
imaginario y retornando al resto del mundo—. Es una pena que no sea
aplicado a la actitud, ¿verdad?
Agarro una papa frita y la arrojo.
Fuese lo que fuese ese momento, me alegro de que lo haya matado.

Podría poner un anuncio en Craigslist. Escribir al periódico local o


Facebook.
Hay tantas otras cosas que haría para conseguir una cita para la fiesta
de la abuela sin la necesidad de preguntarle a Zeke Elliott.
Si desconocía que la decisión fácil era ridícula, la cita forzada del
almuerzo de ayer lo demostró aún más.
¿La cosa de la mano? ¿Por qué toqué su mano? ¿Qué diablos me
poseyó para hacerlo?
De todos modos, el jurado se largó, supongo se cansaron de deliberar.
Ha sido todos mis pensamientos durante las últimas ocho horas.
Mi mano todavía hormiguea donde su piel áspera estaba contra la
mía. Sigo rascándola con la esperanza de poder deshacerme de él y
desterrar el sentimiento de mis recuerdos.
Es dolorosamente obvio que todavía existe cierta tensión sexual entre
nosotros.
Bueno, es eso o Zeke está proyectándome la suya.
Quiero creer que es lo último, pero no soy tan ingenua.
Zeke está malditamente bueno.
Ahí.
Lo dije.
Con su cabello oscuro, ojos azul verdoso océano, sonrisa ardiente y un
tipo de cuerpo de: déjame lamer crema batida en ti, es irresistiblemente
atractivo. Su risa es demasiado contagiosa, su sonrisa horriblemente sexy y
el sonido de su voz es adictivo en todos los sentidos.
Pero es un idiota.
No fingiré ni por un segundo que Zeke Elliott es un buen tipo. No es una
persona horrible, pero en términos de ser un buen chico... Es del tipo sin
ataduras. Se desapega a todo, exceptuando familiares y amigos más
cercanos.
No lo culpo ni por un segundo.
Si llegara a descubrir que mi prometido se follaba a alguien más a dos
semanas de nuestra boda, sería igual que él.
Pero no lo soy.
Quiero todo lo que él no, lo que plantea la pregunta de por qué estoy
pensando en ello. Por qué permito hacerlo siquiera. El sexo no equivale a
existir algo más. Hicimos ese acuerdo y fue todo, excepto que no lo es.
Nuestras vidas se entrelazan gracias a Brooke y Cain. Nunca nos
encontraremos con regularidad ni seremos empujados juntos en situaciones
incómodas. Esa noche estúpida siempre existirá y, independientemente de
sus sentimientos, siempre me molestará. Siempre existirá, flotando sobre mí.
No sé por qué no puedo dejarlo pasar.
Quiero dejarlo ir. Quiero encontrar un maldito príncipe azul, maldita
sea. No debe ser perfecto, solo ser real. Los novios que funcionan con pilas
están bien para llegar al orgasmo, pero no son muy conversadores,
¿verdad?
Tampoco se acurrucan y a todos le encanta acurrucarse después de
un orgasmo. Y las almohadas no devuelven un abrazo.
Jesucristo, mi vida es triste y solitaria. No me extraña que no pueda
dejar atrás esa noche con Zeke. Es el último contacto humano real que tuve.
¿Soy demasiado exigente con mis citas?
Dios, soy demasiado exigente con las citas.
Necesito reevaluar mis estándares.
Saco mi computadora portátil de la mesita de café y lo abro. De todos
modos, no veo la televisión, principalmente porque las reposiciones de las
Gilmore Girls han llegado a cuando Logan aparece, y prefiero comerme
una espada samurái que ver a ese imbécil pomposo.
Facebook se abre tan pronto como hago clic en mi navegador.
Presiono en una nueva pestaña abierta mientras dejo cargar y entro en el
infierno. AKA, un sitio web de citas. Realmente no están tan separados en
términos de tortura.
Se necesita casi todo de mí para prepararme para lo que
seguramente será una avalancha de mensajes ridículos.
Incluso me estremezco cuando presiono la bandeja de entrada en mi
perfil. Tengo tres mensajes nuevos y sé que todos son tontos.
Hago clic en el primero.
Y, ay, mira. Estoy en lo cierto. Muy bien.

Querida Carly,
Eres muy hermosa. Me gustaría conocerte durante una cena.
¿Te gustaría eso?

Lentamente golpeo mi puño sobre mi escritorio. ¿Le doy el beneficio


de la duda de la autocorrección?
No. No, no lo hago.
Lo elimino y paso al siguiente.

¿Puedes sacarte otra foto con la cámara más hacia abajo?

En las infames palabras de Simon Cowell, es un no de mi parte.


Con una respiración profunda, paso al tercero.

Carly,
Me encontré con tu perfil minutos antes de renunciar a la búsqueda por hoy. Creo que
tenemos mucho en común y no estoy lejos de Barley Cross. ¿Te gustaría cenar conmigo
mañana por la noche?
Scott.

De acuerdo, el tipo me está engañando, pero lo que sea. Un vistazo


a su perfil indica que es bastante atractivo y, dado que aparentemente es
abogado y tiene treinta y un años, también tiene estudios. Es algo más
mayor comparado a mis citas habituales, pero como me acabo de decir a
mí misma, debo rebajar mis estándares, creo que los ampliaré.
Le escribo una respuesta agradeciéndole por su mensaje y diciéndole
que estaría encantaría. Obviamente se encuentra en línea, porque su
respuesta llega en dos minutos pidiendo una recomendación para un
restaurante, ya que nunca ha comido por esta zona. Le envío el enlace de
un italiano que está cerca junto con mi número de móvil y cierro la pestaña.
Mi muro de Facebook se está actualizando y la primera publicación
que aparece es del tipo que logré sacar de mi cabeza con éxito durante los
últimos quince minutos.
Zeke.
Cambió su foto de perfil. Por la mañana, tenía una foto de él sonriendo
y ahora una de la estrellas de los Dallas Cowboys.
Parpadeo por un momento. Luego, con un movimiento de cabeza,
cierro mi navegador por completo.
No es de mi incumbencia.
Definitivamente, no es mi problema.
5
Deja de programar citas
para el día siguiente. Una chica no puede elegir
un vestido en este momento… O lavarlo.

Yo: No sé qué ponerme.


Brooke: Ropa interior. Definitivamente ropa interior.
Yo: Eso lo descubrí por mí misma, gracias.
Brooke: ¿Qué tal ese vestido negro con franja roja en la parte inferior?

Miro hacia el armario desde mi teléfono. La parte inferior de ese


vestido se asoma entre otros dos, llamándome.
¿Debería? Sí.
Me levanto y lo saco. La percha tintinea contra la puerta de madera
del armario al colgar el vestido para poder retroceder y contemplarlo. Es
posiblemente algo más corto de lo que normalmente iría en una primera
cita, y la falda acampanada significa peligro con el viento y estoy perdida,
pero el escote recto compensa lo de las piernas o los pechos.
Delilah ingresa trotando en mi habitación y se tumba en la mancha
de sol que entra por mi ventana. Juro que en secreto es un gato.
—¿Qué hay de este? —le pregunto, señalando el vestido.
Parpadea con sus grandes ojos marrones.
—Gracias por tu ayuda —murmuro y volteo.
Debí saberlo antes de preguntarle al maldito perro.
Saco el vestido de la percha y lo tiro sobre mi cama. Un destello de
blanco capta mi atención mientras lo hago, así que lo recojo y lucho contra
el material hasta encontrar la gran mancha blanca de glaseado en la parte
de abajo.
Así es. La última vez que lo vestí fue en la fiesta de cumpleaños de mi
prima de seis años.
Al parecer, olvidé lavarlo.
Mierda.
Tomo una foto y se la envío a Brooke.

Yo: Ups.
Brooke: Ay.
Yo: Usaré mi ropa de siempre.
Brooke: Guau, estás emocionada con esta cita.

Realmente empiezo a no estarlo, honestamente. ¿Debería haber


hablado más con el chico antes de aceptar una cita? ¿Debería haber
pedido otra foto o una cita doble, ay, Dios, qué estoy haciendo?

Yo: Si te envío un mensaje con la palabra clave, me sacarás de esta


cita.
Brooke: ¿Cuál es la palabra clave de nuevo?
Yo: Culo de mono. Porque generalmente describe a los chicos con
quienes tengo una cita.
Brooke: Anotado. Estoy a la espera.
Increíble.
A menos a que me encuentre de mucha, mucha mala suerte, no lo
necesitaré.
Brooke: Espera, ¿en dónde cenarás?
Yo: Italia’s. ¿Por qué?
Brooke: Ay, Ay.
Yo: ¿Qué?

No responde.
En absoluto.
¿Es incorrecto que ahora me esté cagando en mis tangas de
asustada? ¿No? Cierto.

El "Ay, Ay" de Brooke es evidente para mí en el momento en que abro


la puerta de Italia’s y entro.
Sentado a solo unos metros de distancia en una mesa acompañado
de una bonita rubia se encuentra Zeke Elliott. No necesito ver su rostro para
saberlo; su cabello oscuro y desordenado contrasta directamente con su
camisa blanca, y no existe otro chico que se atreva cenar con una mujer sin
peinarse antes siquiera.
Todavía tiene un poco de aserrín en el cabello.
La idea que no lavara su cabello antes también es divertida. Dios,
espero por ella, y por el bien de todos, que se haya duchado.
Georgio me mira a los ojos y mueve sus cejas.
—Mmm.
Lo señalo.
—Detente —le susurro con dureza—. No sabes lo que está pasando.
Se golpea un lado de la nariz con un guiño.
—Tu cita está aquí, bella.
Se necesita todo de mí para reprimir mi gemido. No quiero estar aquí.
Lavar la ropa no es la única razón por la cual una chica no debería
concordar en tener una cita al día siguiente, todo el acto de quererlo toma
al menos cuarenta y ocho horas para ponerse en marcha.
Soy una novata en esta mierda.
Ahora debo fingir.
Ay, Dios.
Esto simplemente va de mal en peor.
Sentado en la mesa en cual nos dirige Georgio no es aquel tipo de la
foto. Ni siquiera aproximado.
—Georgio —siseo, agarrando su brazo y deteniéndolo—. ¿Estás seguro
de que este es el tipo correcto?
Levanta sus cejas negras.
—Seguro. Llamó ayer y dijo que Carly le contó sobre este restaurante
para una cita. Debo admitir que estaba... sorprendido... cuando llegó. No
es tu tipo habitual.
Podría decir eso otra vez.
No soy una mala persona, la mayoría de los días, pero cuando llegas
a una cita en la cual una mujer piensa que eres un abogado guapo y
atractivo de algo más de treinta y no lo eres, bueno, seré una mala persona
que disgustaría ser.
Es absolutamente imposible que el hombre sentado frente a mí con
anteojos, cabello pelirrojo y suspensores pueda salir en su foto de perfil con
cabello rubio y ojos azules.
De.
Ninguna.
Manera.
—Georgio. Ayúdame —le pregunto en voz baja—. ¿Me ha visto ya?
El señor No Scott sonríe y se pone de pie, respondiendo a mi pregunta.
Mierda.
Me ha visto. ¿Soy una perra si corro? Ay, Dios, eso ni siquiera necesita
una respuesta. Me vuelve totalmente una perra si corro.
Realmente quiero ser una perra.
Realmente necesito comenzar a usar una peluca rubia en mi foto de
perfil de citas. De esa forma, si me presento a una cita y esto sucede
nuevamente, puedo desaparecer sin que me reconozcan. Chúpate esa,
James Bond. ¿Qué te parece eso para ser encubierto?
—¿Carly? —El señor No Scott extiende su mano.
Oh, bueno. Un apretador de manos. Eso dice romance en una primera
cita.
Parpadeo.
Estoy boquiabierta.
Jesucristo en un monociclo, ¿por qué estoy boquiabierta?
Ah. Lo sé. Porque no se parece en nada a su foto.
—Hola —finalmente me las arreglo para decir a duras penas,
estrechándole la mano. Me desmayo—. No te reconocí.
Excelente trabajo, Carly. Señala lo obvio inmediatamente.
El señor No Scott tiene la decencia de parecer avergonzado.
—Esa es una... foto vieja.
Sí. Bueno. Quizás en Google.
—Mi nombre realmente es Scott. —Sonríe.
—Eso es genial. —Le devuelvo la sonrisa, pero me estremezco ante mi
propia falsedad.
Hazme parar. Que alguien me saque de aquí.
—¿Puedo ofrecerte una bebida? —pregunta Georgio, mirándome
directamente.
Scott abre la boca para responder, pero me adelanto.
—Margarita de mango. Sin sal. —Obligo otra sonrisa, porque lo que
realmente quiero decir es; Vodka. Solo. En un vaso de cerveza.
Scott pide una cerveza y mira su menú.
—¿Qué recomiendas?
—Todo —contesto, arrastrando la mano en mi bolso debajo de la
mesa.
Levanta una ceja. Al menos, eso aparenta. Su rostro completo como
que… se atasca en un tic permanente.
—¿Todo?
—Esa soy yo siendo un idiota. Realmente. No puedes equivocarte con
nada. —Finalmente pongo mis dedos en mi teléfono y lo desbloqueo. Mi
menú me da suficiente privacidad para sacar mi teléfono y enviar un
mensaje a Brooke.

Yo: Código rojo culo de mono.


Su mensaje parpadea en segundos.
Brooke: Ok.

Bloqueo mi teléfono y lo pongo en mi regazo encima del bolso. Estoy


leyendo este menú, pero en realidad no veo ninguna palabra. Es como
buscar un plan invisible sobre cómo salirme de esta cita, excepto que el
menú tampoco lo sabe.
Estoy acabada.
Hasta que mi teléfono se encienda de nuevo… No es Brooke.

Zeke: Te estás divirtiendo.


Yo: Ahora no.
Zeke: Ve al baño cuando G traiga tus bebidas.
Yo: Ahora no.
Zeke: Te sacaré de aquí, Tetas Dulces.
No hay forma en la Tierra de que Zeke Elliott pueda sacarme de este
lugar.
Yo: ¿Cómo?
Zeke: Confía en mí.

Famosas últimas palabras, porque no. De ningún modo.


Debería haberme enfermado de repente o algo antes. Esta es una
pesadilla de mentiras de proporciones épicas.
Literalmente, preferiría tener sexo encima de un puercoespín antes
que Zeke me saque de este desastre.
Y Brooke piensa que tenía problemas.
Georgio trae nuestras bebidas y me mira con simpatía.
—¿Desean pedir?
Una vez más, le gano a Scott.
—En realidad, necesito usar el baño. ¿Podríamos esperar unos minutos
para ordenar?
Scott sonríe. Verdaderamente.
—Por supuesto.
Uff. Ahora me siento como una mierda.
—Gracias. —Meto mi teléfono dentro del bolso y me levanto. Se
necesita una gran y madura moderación para no correr a los baños, pero
cuando llego a la puerta y miro hacia atrás, Zeke todavía está sentado en
su mesa con la rubia.
Me mira y guiña un ojo.
Increíble. Eso es tranquilizador.
Aun así, desaparezco en el baño y corro directamente a un cubículo.
El golpe de la puerta y la cerradura resuenan en la habitación vacía de una
manera extrañamente inquietante. Con un empujón de mi bolso, derribo el
asiento del inodoro y me siento en el borde.

Yo: ¿Y ahora qué?


Zeke: Dos minutos. Mi abuela está enferma y debo irme.
Yo: Tu abuela murió hace cinco años.
Zeke: Rubia no lo sabe.

Me golpeo el rostro con la mano.


Empeora cada vez más.
Malas decisiones. Si alguien, alguna vez necesita una prueba de que
soy la reina de ellos, los llevaré a este momento. Donde me encuentro
sentada en el baño, en un restaurante, esperando que el hermano de mi
mejor amigo salga de su cita para rescatarme de la mía.
Si mi vida fuera una película de terror, sería la primera en morir.
Selecciono la cámara de mi teléfono y tomo una selfie. Luego lo
adjunto a un mensaje para Brooke.

Yo: No me refería a esto.


Brooke: ¿Por qué estás en el baño?
Yo: Pregúntale a mi gran salvador.
Brooke: ¿¿Tu salvador??

Mi teléfono parpadea. Entonces suena.


—¿Tu salvador? —Brooke dice en mi oído un poco demasiado alto—.
¿Qué salvador? ¡Todavía no se me ocurrió un plan!
Ay, no.
—¿No pusiste a Zeke en este asunto?
—No —hace una pausa—. ¿Es por ello que estás en el baño?
—No, estoy aquí para mi propia diversión —espeto—. Esto es un
desastre. Apuesto a que ni siquiera va a...
—¿Carly? ¿Está todo bien?
Ay, dulce mierda en una pala.
Cuelgo, ignorando el titubeante golpe de Scott en la puerta del baño
principal, le envío un mensaje de texto a Zeke.

Yo: AYÚDAME, MALDITA SEA.

—Carly.
Parpadeo y miro a mí alrededor.
—¿Zeke? —susurro en voz alta.
—La ventana.
Ay, no.
Ay, no, Ay, no, Ay, no.
Silenciosamente salgo del cubículo y me aproximo a la ventana. La
parte superior de su rostro se asoma por encima del borde inferior, y las
arrugas de sus ojos me dicen que está sonriendo.
—¿Qué estás haciendo? —susurro.
—Pasa por la ventana —responde, su voz solo un poco más fuerte que
la mía—. No es tan alto.
—¿No tan alto? ¡Eres más grande que yo! —Dejo mi bolso en los
lavabos y me arrastro hasta el mostrador. Zeke se mueve cuando ve mis
movimientos, así que miro por encima de la cornisa y la parte desplegable
de la ventana—. ¡Eso es como dos metros y medio! ¿Cómo estás aquí arriba?
—Cajas. —Sonríe—. Vamos, solo salta. Te atraparé, Carly.
Niego con la cabeza.
—No. Eso es tan estúpido. Además, no puedo subir por la ventana sin
subirme el vestido, ¡ahora todos pensarán que soy una prostituta dando un
espectáculo privado!
Las voces desde fuera del baño me hacen hacer una pausa.
—¿Estás bien? —pregunta una voz femenina.
—Sí. Hola, ¿podrías hacerme un favor? —responde Scott.
—Claro…
—¿Podrías ver si hay una chica de cabello castaño ahí? Su nombre es
Carly.
—Por supuesto.
Los ojos de Zeke se agrandan.
—Mierda.
Mi mandíbula cae mientras él baja de las cajas y se presiona contra la
pared al otro lado del contenedor de basura. No es justo. Ésta es la situación
más ridícula de la que nunca he estado, y mi mejor amiga es Brooke Barker,
por el amor de Dios.
—¡Zeke! —siseo.
Agita su mano derecha mientras se abre la puerta del baño.
Tomo su "mierda" y lo repito.
—Ay, mierda.
Por supuesto, la mujer que entra es la cita de Zeke.
Con razón el estúpido se esconde.
Una sonrisa comprensiva se extiende por su rostro.
—¿ Carly? —dice.
Asiento.
Cruza el baño hacia mí y mira hacia la ventana.
—Supongo que el hombre un poco ansioso que está afuera te
pertenece.
—En realidad, realmente espero que no. —Respiro al exhalar.
Se ríe.
—No te preocupes, he pasado por eso, chica. ¿Escapas?
Dirijo mi mirada hacia la ventana.
—Algo así.
Su sonrisa es amplia.
—Le diré que no estás aquí y que debes haber salido para una
llamada.
Dejo ir una respiración profunda.
—Gracias.
Espero hasta terminar con sus asuntos y se haya ido, la puerta se cierra
detrás de ella, antes de agarrarme del borde de la ventana.
—¿Zeke? —susurro.
La rubia recita su línea a Scott afuera.
—¡Ezekiel! —susurro, esta vez agregando calor a mi voz—, ¡Ayúdame!
—¿Se fue?
—¡Sí, ahora ayúdame antes de arrojarte un zapato a la cabeza! —Me
inclino hacia atrás y quito mis tacones.
Cuando lo hago, regresa a las cajas. Toma mis zapatos y mi bolso,
retrocede y los posiciona en el suelo antes volver su atención a mí
nuevamente.
—Ahora tú.
Subiendo mi vestido, miro a la ventana.
—¡No voy a caber!
—Claro que sí, Tetas Dulces. Mides metro y medio, más o menos.
—¡Mas de un metro y medio! —Me paro en el mostrador y realmente
miro la ventana. Tiene razón. Puedo hacerlo. Es más grande de lo que
parecía cuando estaba de rodillas.
Una risita escapa de mis labios.
Eso fue lo que dije.
—¿De qué te ríes?
—Nada —respondo—. ¡No mires mientras salgo!
—¿Cómo voy a atraparte?
—Te lo diré cuando mis piernas estén fuera. Lo digo en serio, Zeke. No
mires mi ropa interior.
—Mierda, esa era la parte que más esperaba.
—Detente.
—De acuerdo, de acuerdo, mis ojos están cerrados.
Bajo mi mirada. Bueno. Creo que tendré que confiar en él. Lo cual,
nuevamente, es una decisión terrible.
Gruño mientras me arrastro hasta el amplio alféizar de la ventana. Está
un poco polvoriento y la mitad exterior está sucia, así que gracias a Dios por
las toallitas en mi bolso.
Otra mirada me muestra que Zeke todavía tiene los ojos cerrados.
—¿Zeke? —Me estoy equilibrando bastante precariamente en este
momento—. Tienes que moverte.
—Cierto. —Salta de las cajas.
Cierro los ojos y deslizo una pierna por la ventana.
Todos pueden ver mis bragas.
No es que haya nadie aquí, pero sé que todos pueden.
Esto es horrible. Y me duele.
Nunca volveré a salir.
Compraré cincuenta gatos. Nunca me harán saltar por la ventana de
un baño.
—Estás mirando mi ropa interior, ¿no? —pregunto, lamentablemente
haciendo una pausa con las piernas bien abiertas.
—No.
—Mentiroso.
—Es una bonita ropa interior.
—Ay, Dios. —Muevo mi otra pierna hacia abajo un poco demasiado
rápido.
Mi vestido se sube.
Justo encima de mi trasero.
Y mis pies no logran alcanzar las cajas.
Zeke se ríe.
—¡Ayúdame, cerdo!
Más risas.
—Me quedaré con esta imagen para siempre. Ay, Dios mío.
Se abre la puerta del baño.
¿Puede esto empeorar?
Una mujer de cincuenta y tantos que no reconozco se congela en
medio del baño.
Sonrío dulcemente.
Me mira con sospecha antes de entrar en un cubículo.
—¡Bájame! —siseo, pateando mis piernas—. ¡Ahora, Ezekiel!
Algo se raspa y choca.
—Todavía me pone tan caliente cuando me llamas así. Especialmente
cuando tu trasero está expuesto. —Golpe—. Bien, cariño. Te tengo.
—¿Cariño? ¿Qué ocurre?
—Mira, puedes permanecer ahí toda la noche quejándote si quieres,
pero no es mi trasero desnudo en medio del callejón. Por mucho que disfrute
de la vista.
—Ay, Dios mío —gimo—. ¿Juras que me atraparás?
—Lo juro. —Sus dedos rozan mis piernas desnudas.
Mi escalofrío se disfraza con el temblor de mis brazos mientras
desciendo.
Los dedos de Zeke se arrastran por la parte exterior de mis muslos hasta
que agarra mi cintura.
—Suéltate.
Me congelo, tensándome.
—Carly, suéltate. Te sostengo. No te dejaré caer.
Todavía tensa, suelto el alféizar de la ventana.
Mi vida pasa ante mis ojos. Seriamente. Veo todo, desde mi primer
recuerdo hasta el momento en que dejo ir la cornisa y grito porque moriré y
sé que dejará caerme y...
El fuerte agarre de Zeke se solidifica cuando envuelve su brazo
alrededor de mi cintura y me sostiene contra él.
—Te tengo —dice con calma en mi oído—. Bajaste unos quince
centímetros. Difícilmente estás saltando desde un acantilado.
Abro mis ojos y miro hacia donde su brazo está presionado sobre mi
estómago. Su agarre es fuerte, y las venas que estallan en su antebrazo
trazan líneas tentadoras a través de su piel.
Y mi vestido todavía está alrededor de mis caderas.
Me agacho y tiro del material sobre la parte superior de mis muslos.
—Gracias.
—De nada. —Me suelta, y cuando salta de las cajas, veo un destello
de su sonrisa arrogante—. Bonita tanga.
Eso explica la sonrisa.
Me aclaro la garganta.
—Gracias. Me tomó una hora elegir.
—¿De tu cajón?
—No. De Victoria’s Secret. ¿Has visto cuántas bragas hay en ese sitio
web?
Zeke extiende sus manos para tomarlas.
—Oh, sí. Estoy usando un par ahora mismo.
Mis labios se curvan lentamente mientras bajo al suelo.
—Interesante. ¿Qué tipo? ¿Calzoncillo? ¿Tanga? ¿Bóxer? ¿Hilo
dental?
Parpadea cuando me pongo los zapatos.
—¿Por qué necesitas tantos tipos diferentes? Sería mucho más fácil si
simplemente no usaras ninguno.
—Tal vez para ti. —Si alguna vez llegara a tener su período
inesperadamente, se sentiría muy diferente, estoy segura—. Y no hay
muchos tipos.
—Realmente los hay. —Coge mi bolso del suelo, lo entrega y me
ayuda a levantarme—. Los hombres tienen tres opciones. Calzoncillos. Bóxer.
Y comando.
—Eres un tipo de comando, ¿no? —Pongo la mano sobre mi boca.
¿Por qué pregunté eso? Sabía que usaba tipo bóxer.
Se los había quitado, por el amor de Dios.
—Solo cuando estoy usando pantalones de chándal —responde,
aparentemente no molesto por mis ardientes mejillas en llamas—. No es
agradable estar de comando con una erección cuando usas pantalones.
Lo sigo fuera del callejón y salgo a la calle.
—¿Vas de comando a las citas?
—Carly, si realmente quieres saberlo, no debes andar con esas
preguntas. Conduciré mi auto de vuelta por ese callejón y dejaré que lo
averigües por ti misma. —Sus labios se curvan coquetamente en una sonrisa.
No miraré su ingle. No miraré su ingle. No miraré su ingle.
Realmente necesito unos zapatos rojos.
Resoplo.
—No quiero saber tanto. ¿Estás seguro de que podemos meter tu ego
en tu auto?
—Cien por ciento. Aunque puedo sentarme en él.
Mis ojos se dirigen a su entrepierna.
Maldita seas, mirada cachonda. ¿Cómo te atreves a desafiarme?
—¿Alguna razón en particular por la que mires? —pregunta Zeke.
—No para contemplar tu erección. —Vuelvo a cubrir la boca con mi
mano.
Maldita sea. ¿Dónde compro un filtro de cerebro a boca?
—Y es exactamente por ello que me alegro de no llevar comando. —
Saca las llaves del auto de su bolsillo y hace clic en el botón del mando. El
brillo de los faros ilumina brevemente la calle lateral en una neblina de color
amarillo anaranjado, una que parpadea sobre sus rasgos cuando pasa
frente al automóvil—. Vamos. Entra.
Lo miro.
—¿Cómo sabes que no conduje?
—Porque —comienza secamente—. Conozco a Georgio, y sé que sus
margaritas son más peligrosas que un cartel lleno de capos de la droga
enojados.
Tiene un punto.
—Y conociendo tu afición por los cócteles, no hay forma de
condujeras hasta aquí. Así que entra.
Pongo los ojos en blanco y voy al lado del pasajero, aunque sé que es
una mala idea.
La última vez que subí a este coche… sí.
Al menos ahora estoy sobria.
Una victoria.
—Haces que parezca que soy adicta a los cócteles —digo sin
convicción.
—Quizás lo eres.
—Tal vez eres adicto a las idioteces.
—No estoy seguro de por qué estás diciendo “tal vez”.
—¿Por qué? ¿Sabes que lo eres?
—No. —Enciende el motor—. Estoy diciendo que eres un idiota, así
sabrías si lo fuera.
Parpadeo.
—¿En serio acabas de llamarme idiota?
6
Nunca vuelvas a salir por
la ventana de un baño público. Jamás.

—S
í. —Zeke responde mi pregunta con tanta simpleza que
me quedo demasiada pasmada para contestar.
No soy una idiota. Soy una persona amable.
Si ignoramos el hecho de recién escapar de un baño público por la
ventana para escapar de una cita.
—No soy una idiota —respondo débilmente.
—Eres toda una idiota. Una persona amable le diría a ese pobre
bastardo que no era quien esperabas conocer, así que lo sientes, pero tiene
que irse.
—¡Entonces habría parecido muy superficial!
Se detiene frente a una luz roja y gira para encararme. Está oscuro, y
tanto la luz del semáforo como la de la calle juegan con sus facciones
angulares, reflejando sombras claras contra sus mejillas.
—Carly, acabas de salir de un baño público por la ventana para
escapar de una cita. Eso te convierte en alguien superficial y una idiota.
—Tú pusiste como excusa a tu abuela muerta para escaparte de tu
cita.
—No hablamos de mí.
—Por supuesto que no.
Vuelve a mirar al frente cuando la luz se pone verde.
—Fue por una buena causa. Fue noble de mi parte.
—¿Hacerme salir por la ventana de un baño público?
—Oye. —Alza una mano—. Podrías haber dicho que no. No te saqué
de ahí a rastras, ¿o sí?
Suelto un bufido y me remuevo en mi asiento.
—Te odio.
—Solamente cuando sabes que estás equivocada. —Me dirige una
sonrisita de suficiencia.
—Nunca me equivoco. Soy mujer. Es una verdad mundialmente
aceptada que, por ser mujer, cuando tengo razón, tengo razón, y cuando
estoy equivocada, también tengo razón.
—Eso no tiene sentido.
—Y te equivocas sobre eso.
Otro semáforo.
—¿Entonces eso significa que tengo razón? —Me mira a los ojos y alza
sus cejas.
Sacudo la cabeza.
—Cuando estás equivocado, lo haces, y cuando tienes razón,
también.
—De modo que tiene relación con su ego.
—Ustedes tienen sus pollas para mostrar, y nosotras la razón. No
pueden tener ambas cosas, Zeke.
—Ustedes tienen tetas.
—No son tan geniales como crees.
Presiona el acelerador cuando la luz cambia a verde, haciendo rugir
el motor.
—¿Enserio? —Su tono de voz es ronco y reflexivo—. Si pudiera ser una
mujer por un día, literalmente me aferraría a mis tetas y no las soltaría nunca.
Vuelvo a removerme en mi asiento y ladeo mi cabeza.
—¿Entonces simplemente ignorarías el clítoris? Sabes que es mucho
más entretenido jugar con él, ¿no?
Mantiene los ojos en la carretera, pero una sonrisa comienza a
extenderse por su rostro.
—Créeme, soy plenamente consciente de lo entretenido que es jugar
con el clítoris. El tuyo incluido.
Me atraganto. Con el aire. Soy extremadamente sutil como la mierda.
Aquello lo hace reír. Lo cual es muy molesto, porque la cabina de su
camión no es tan grande como aparenta desde fuera, así que el sonido de
su risa hace eco y literalmente rebota en mi dirección.
Siento la piel de gallina en los brazos, y su intensidad es abrumadora
que lucho por reprimir un escalofrío.
Lo último que quiero es que Zeke note el efecto que causa en mí.
Preferiría arrojarme, bueno, de este mismísimo camión en movimiento.
—Pensé que ya no hablaríamos de eso. —Vale la pena intentarlo.
—Tú no estás hablando de eso, Tetas Dulces. No puedo evitarlo. Es
malditamente adorable cuando te pones nerviosa. —Me mira por el rabillo
del ojo.
—No me pongo nerviosa. Me fastidio.
—Por supuesto que sí. Eres mujer.
—¿Qué significa eso?
—Estoy dándote la razón. Eso es todo.
Mmm.
—Eso suena a que estás lavándote las manos.
Inclina su cabeza mientras gira hacia la derecha.
—Cuando tienes razón, tienes razón.
—Eres un bastardo arrogante.
Sonríe.
—Lo sé. Y ya que arruinaste mi cita, puedes comprarme un helado. —
Se detiene frente a una tienda de helados en el paseo marítimo.
Había estado tan enfocada en sus ridiculeces que no noté a dónde
nos dirigíamos.
—¿Cómo que arruiné tu cita? Solamente le envié un mensaje a
Brooke. Iría a rescatarme. —Bajo del camión y me acomodo el vestido. El
maldito escape por la ventana lo dejó hecho un desastre—. Pensé que era
ella quien te había hablado, porque sabía que estarías allí. Y, ¿helado?
¿Cuántos años tienes, cinco?
—Veintisiete, pero fingir que tengo cinco tiene sus beneficios. Como
que compren mi helado. —Su sonrisa tiene un aspecto juvenil que solamente
se ve acentuado por el brillo juguetón en sus ojos—. Y no, Brooke no me dijo
nada. Me tocó ser a mí tu caballero de radiante armadura.
—Caballero de radiante estupidez, querrás decir.
—Eso también. Ahora, ve a comprarme un helado y luego cuentas lo
sucedido esta noche.
Me detengo a su lado fuera de la heladería y, con los brazos cruzados,
miro directamente a sus ojos.
—De acuerdo. Pero tendrás que decirme por qué tienes la estrella de
los Dallas Cowboys como foto de perfil en Facebook aunque los odias.
Las comisuras de sus labios ascienden un ápice, y algo entre diversión
y molestia brilla en su mirada.
—Está bien. Pero tendrás que comprarme un helado enorme.
—No tientes a la suerte, Ezekiel.
—No me digas así cuando tengo una erección.
—Ezekiel. Ezekiel. Ezekiel.
Suelta un quejido, ajustándose los pantalones.
Me echo a reír y entro a la tienda.
Él está demasiado comando ahora mismo.

Con mis zapatos en una mano y mi cono de helado en la otra, sigo a


Zeke hacia la playa. No es muy tarde, pero ya que la primavera apenas
comienza en Georgia, sigue estando lo suficientemente oscuro para que la
única luz visible sea proveniente de la luna.
Hay algunos grupos de gente en la playa, mayormente adolescentes,
y Zeke elige un lugar alejado de los demás.
Supongo que está avergonzado por su foto de perfil de Facebook.
—Así que… el señor Elegante con el que estabas. ¿Cómo pasó? No es
tu tipo. —Zeke estira las piernas frente a él.
—¿Por qué todo el mundo cree que tengo un tipo? No tengo un tipo,
a menos que ser un desastre cuente. —Exhalo largamente y apoyo mis
tacones y mi bolso de mano sobre la arena a mi lado—. Tú tienes un tipo de
chica. Yo no.
—¿Cuál es mi tipo?
—Rubias.
—Y lo demuestra el hecho de que la última mujer con la cual me
acosté tiene el cabello tan oscuro como su corazón.
Le dirijo una mala mirada. Realmente me encantaría que dejara de
hablar del tema.
—¿Realmente quieres que crea eso?
Se encoje de hombros.
—No importa que lo creas o no. Es la verdad. Que salga con mujeres
no significa que me acueste con todas. Para su decepción.
—Por supuesto. —Ruedo los ojos—. Esos pobres seres, nunca podrán
experimentar el torbellino que es un Zeke desnudo y caliente.
—Y finalmente lo entiende.
Evitar rodar los ojos es físicamente doloroso.
—Cuéntame sobre el señor Elegante.
Suspiro y me rasco detrás de mi oreja. No podré salir de esta. Es como
un perro con un hueso cuando quiere saber algo. Así que me rindo. Le
cuento todo sobre mi triste, larga, y desesperanzada búsqueda en el sitio de
citas (dramatizándolo un poco, por supuesto, porque a todo el mundo le
encantan las historias trágicas) y termino con la Historia del Señor Elegante
No Scott.
Para cuando termino, Zeke está sonriendo de oreja a oreja. No sé si es
una sonrisa de diversión, de simpatía, o de pen… no, no. Es diversión. No
cabe duda.
—De verdad —dice luego de un momento—. ¿Tan diferente era su
foto?
—¡Sí, sin duda! Hasta le saqué una captura de pantalla y la envié a
Brooke. Sabía que era demasiado bueno para ser verdad, y ya que me
encuentro aquí sentada contigo comiéndome un helado, claramente lo
era.
—¿Qué otra cosa preferirías estar haciendo? ¿Teniendo sexo
aburrido?
—Bueno, en primer lugar, podría haber sido sexo potencialmente
increíble —le digo, enarcando las cejas. Levanto otro dedo—. Y en segundo,
no tengo sexo en la primera cita.
Zeke me observa con una intensidad insoportable.
—No cuenta —digo, antes de que pueda adelantarme—. Ni siquiera
tuvimos una cita.
—A ver, acláramelo. Espera. —Se mete lo que queda de su cono de
helado en la boca y mastica.
—Cuando estés listo —digo secamente, lamiendo los restos de
chocolate de mis dedos.
Se inclina hacia adelante y frota mi mejilla con un pulgar,
manchándola de chocolate.
No tengo idea de qué hacer, así que no hago nada. Como si fuera
completamente normal estar allí sentada con una mancha de chocolate
en la mejilla. Da igual.
—Eres como un niño —murmuro.
La sonrisa que esboza en respuesta no ayuda a refutar mi comentario.
—A ver si entiendo bien. ¿No tienes sexo en la primera cita, pero el
sexo casual te parece bien?
—No dije que me pareciera bien.
—Entonces te arrepientes de… esa noche.
Lo miro a los ojos.
—Sabes, si esto de ser un hombre no te funciona, tendrías una carrera
muy prometedora como mujer. Acabas de tergiversar mis palabras de
manera terriblemente complicada y muy femenina.
Sostiene sus manos en alto frente a su pecho, y la curvatura de su
brazo provoca que el material de su camiseta se estire contra su bíceps.
Y cuando digo que se estira, me refiero a que si el botón de mis
pantalones debiera soportar tal presión, debería ir corriendo a comprar una
talla más.
Realmente le hace falta una camiseta más grande.
Aunque…
Le echo un vistazo a sus brazos. Mi mirada se detiene allí por más
tiempo del necesario.
Nah, me retracto. Aquel talla le va perfectamente.
Los labios de Zeke se curvan, pero lo ignora.
—Entonces, no te arrepientes de esa noche.
—¿No crees que pasar de hablar de mi cita a esto es dar un gran
salto? —Aquel es mi débil intento de alejar la conversación del territorio en
cual se encuentra—. ¿Podemos regresar a lo anterior?
—¿A lo del sexo casual?
—No. A la parte en que contaba sobre cómo mi cita terminó tan mal
y tú me decías por qué tienes una foto de Facebook tan estúpida.
Se ríe y frota sus labios con una mano.
—Bueno, eh…
—¿Bueno? —intervengo, cuando no dice nada más.
—Diablos. —Suelta una risa incómoda—. ¿Sabes quién es su nuevo
corredor?
—¿Tengo cara de que miro fútbol americano?
—Para nada.
—Entonces no hagas preguntas estúpidas.
Más risas.
—De acuerdo, bueno… El nuevo corredor de los Cowboys, por vueltas
muy extrañas pero divertidas de la vida, se llama como yo.
Sé exactamente a dónde se dirige esto, y solamente hay una
respuesta apropiada que puedo darle:
—Ay no.
—Recibí algunos mensajes.
—Ay no.
—Así que se me ocurrió que sería divertido cambiar mi foto de perfil a
la estrella de los Cowboys.
—Ay Dios, no. —Cubro mi rostro con las manos.
—Resulta que hay algunas mujeres muy desesperadas ahí afuera. Y
muchas están dispuestas a enviarte fotos de sus pechos… sin importar si las
pediste o no.
—No sé qué responder a eso —digo luego de un momento, dejando
caer las manos sobre mi regazo—. Enserio. Me he quedado sin ideas.
Se encoje de hombros.
—No es correcto hacer eso, ¿lo sabes, cierto?
—Oye, era un experimento social.
—No, no lo era. Solamente querías la atención, como todo un
desesperado.
Zeke hace una pausa, frunce los labios, y luego sonríe.
—Ya conseguía atención suficiente antes de hacerlo. Solamente me
causó curiosidad. Como un experimento social.
Giro mi cuerpo hacia él.
—Y una mierda. ¡Te hiciste pasar por él!
—No, no lo hice. La gente podría suponer tranquilamente que nos
llamamos igual y que me gustan los Cowboys.
—Tu Facebook está lleno de lo mucho que los odias todos los
domingos por la noche.
—Y es por ello que mi perfil es privado.
—Dios santo, es como intentar razonar con un niño de tres años.
Sus labios se alzan de un lado.
—Consideraré eso un halago. Los niños de tres años son excelentes
negociadores. Si alguien creara un pequeño ejército con ellos, podrían
manejar la Casa Blanca.
Ladeo mi cabeza.
—¿Manejarla con qué? ¿Pelotas y galletas?
—Así lo haría yo.
—Es por eso que no eres político. Gracias a Dios. —Vaya, nos hemos
ido de tema—. Dios, eso es oro. Lo de tu foto. Será divertidísimo contárselo a
todo el mundo.
Una expresión de sobresalto destella en sus ojos.
—No. La cambiaré. Solamente lo conté para que me dijeras qué
había pasado con tu cita.
Saco el teléfono de mi bolso y me pongo de pie.
—Llamaré a Brooke.
—No, no lo harás —dice, completamente quieto.
Desbloqueo mi teléfono y abro su contacto.
—Oh, claro que sí. —Presiono “llamar”.
—Carly. ¡Es un chiste!
Sonrío y comienzo a retroceder por la playa.
—Aun así se lo contaré.
—¡Carly! —Esta vez, gruñe mi nombre. La arena se alza a su alrededor
rápidamente cuando se pone de pie.
—¿Hola?
—¡Brooke! Zeke cambió su foto de perfil de Facebook por la… ¡Ahhh!
Me rodea con uno de sus fuertes brazos desde atrás, girándome hasta
que mi pecho colisiona contra el suyo.
—¡No!
—¿Qué ocurre? —pregunta Brooke al otro lado de la línea.
—¡Zeke! ¡Sal de encima! —Me retuerzo, pero su agarre es tan firme que
es imposible liberarme—. Cambió su…
—¡Está mintiendo! —grita Zeke, rodeándome la mano con la que
sostengo el teléfono con la suya propia—. Brooke, cuelga.
—¿Qué están haciendo? —pregunta ella en cambio.
—¡Zeeeeeeeeke! ¡No! —Aferro el teléfono con un poco más de
fuerza—. ¡Cambió su foto de perfil para que las mujeres creyeran que era el
jugador! —logro gritar justo antes de ganarme finalmente la batalla y me
quite el teléfono de la mano.
Cuelga, pero la carcajada de Brooke resuena por el altavoz antes de
llegar a hacerlo.
Con la respiración entrecortada, me echo a reír. Apenas puedo
mantenerme de pie sobre la arena suave y cálida, y la lucha con Zeke no
ayuda particularmente a mantener el equilibrio.
—Ay, Dios mío —suspiro, aún apretujada contra su cuerpo a causa de
su agarre—. Eres adorable cuando estás avergonzado.
Baja su mirada hacia mí. Su mirada azul verdosa se ve vívida,
penetrando la oscuridad de la noche como un rayo de luz.
—Venganza —gesticula con la boca. Teclea algo en mi teléfono y lo
lleva a su oreja—. Sí, es una sucia mentirosa. Y ahora la tiraré al agua.
—¡No, no lo harás! —Golpeo su pecho.
Ni siquiera se mueve. Por supuesto que no. Es una montaña de puro
músculo.
Aunque sí me suelta.
Pero quedo congelada.
Y me mantengo así mientras él se dirige hacia donde se encuentran
mi bolso y mis tacones y guarda mi teléfono.
Me mantengo así mientras quita sus zapatos y los deja al lado de los
míos.
Y vaya que me mantengo así cuando voltea y se acerca nuevamente
hacia mí.
Lentamente, alza una ceja.
—No echaste a correr, aunque sabes lo que haré.
—¿Para qué? ¿Para qué aun así me atrapes? No lo creo.
Aferra su camiseta del dobladillo y la desliza por su cabeza, revelando
la perfección tonificada que es su cuerpo.
No tengo idea de qué intenta hacer, pero si pretende sacarme de
juego, diablos, funciona.
Mierda.
Mis pies comienzan a moverse antes de que mi mente sea consciente
de mis movimientos, y en un abrir y cerrar de ojos, he echado a correr.
Unos seis pasos.
Logro avanzar unos seis pasos antes de que Zeke me alcance.
Supongo que dejó caer su camiseta por allí, porque me sostiene con ambas
manos y me gira para enfrentarlo.
Y entonces, con una rapidez que no sabía que poseía, me sostiene de
la cintura y me separa del suelo. Literalmente me lanza sobre su hombro y
rodea con un brazo la parte superior de mis muslos. Su pulgar roza la
curvatura de mi trasero de manera descaradamente deliberada, pero en lo
único en lo que puedo pensar es en que va a tirarme al agua.
—¡Zeke! ¡No! —Apoyo mis manos contra su espalda y echo una
mirada sobre mi hombro. Ya nos encontramos en la orilla—. ¡Zeke, lo siento!
Ay, Dios, ¡no!
—Nop. La venganza es una zorra.
No tengo puesto un sujetador con relleno. Ay, Dios. Ay, maldita sea.
No quiero que se me noten los pezones en cuanto entre en contacto
con el agua fría.
Tantos problemas.
—Zeke. ¡Zeke! —Grito al ver cómo el nivel del agua comienza a
ascender a medida que se adentra más y más en ella—. Lo siento. ¡Ezekiel!
Me da una palmada en el trasero.
Suelto un chillido.
—¡Bájame!
El agua hace cosquillas en mis pies.
—¿Bajarte? —responde, con tono travieso—. Está bien.
—No, no… —grito mientras me arroja al agua. Me toma tan solo
segundos hundirme, así que entierro los pies en la arena al fondo del mar y
me impulso hacia arriba para salir a la superficie. Tomo una bocanada de
aire al hacerlo.
Estoy mojada de la cabeza a los pies.
Me quito el cabello del rostro. Mi corazón está latiendo como loco, y
una ola casi me hace perder el equilibrio al deslizarse por la superficie.
Zeke me sostiene, evitando que caiga.
—Te ves muy bien mojada.
—¡Por el amor de Dios! —Empujo sus manos lejos de mi cuerpo. El agua
me llega a la altura de la cintura, y está malditamente fría.
Gracias a Dios que mi rímel es a prueba de agua.
—No puedo creer que lo hayas hecho. —Intento secarme la frente
con mi… mano mojada. Excelente. De seguro funcionó.
Otra ola me golpea.
Zeke me aferra los brazos antes de poder perder el equilibrio
nuevamente.
Sus reflejos son increíblemente rápidos.
—Gracias. Te odio, pero gracias. —Vuelvo a pasarme el dorso de la
mano por mi rostro.
Baja la vista para mirarme.
—¿Me odias? Tú empezaste.
—¡Mírame! Estoy empapada de pies a cabeza.
—Lo sé. —Me dirige la sonrisa más arrogante que he visto en mi vida.
Y luego frota mi mejilla con su pulgar.
Trago saliva.
—¿Qué haces?
—Chocolate —dice con la voz ronca—. Seguía en tu mejilla.
Me sonrojo. No sé por qué. Tal vez por la dulzura con la que roza mi
piel con la yema del dedo, o por la manera en que la luz de la luna se refleja
en sus facciones cuando baja la mirada para asegurarse de que lo ha
quitado todo.
Tal vez sea tan simple como el estremecimiento indeseado que
recorre mi columna vertebral…
Una idea malvada aparece en mi mente. Venganza; yo le daré
venganza. Es riesgoso, porque sé que está hecho de piedra, pero…
Lo empujo.
Con fuerza.
Trastabilla y cae al agua con un gran salpicón, mucho más grande del
cual formé al caer. Su expresión antes de perder el equilibrio, con los ojos
como platos, me hace reír, pero cuando lo veo impulsarse hacia la
superficie, el instinto se apodera de mi cuerpo.
Debo alejarme de él y salir del agua antes de que emerja como una
especie de dios romano, todo bronceado, musculoso y empapado.
Dios… Ya es suficiente aire fresco por hoy.
—¡Carly! —Hay una amenaza y una promesa en la manera en que
grita mi nombre.
—¿Qué? —Me detengo cuando el agua me llega hasta las rodillas—.
¡No hice nada!
Entrecierra los ojos.
—Corre, Tetas Dulces. Ya.
Siento el miedo recorrerme el cuerpo como un rayo, pero también la
adrenalina. Es esta última la que me hace reír mientras vuelvo a echar a
correr por el agua.
Por millonésima vez en el día, sus piernas, más largas que las mías, le
otorgan ventaja.
Desliza un brazo alrededor de mi cintura y me derriba. Suelto un sonido
que es mitad chillido y mitad carcajada cuando me veo cayendo al agua
por segunda vez en la noche. Excepto que esta vez, él se viene conmigo.
Me siento, con el agua agitándose alrededor de mi cintura,
escupiendo y pestañeando en intentos de quitarme el agua del rostro.
Zeke hace lo mismo, pero él se está riendo en vez de hacer ruidos
estúpidos como yo. Está inclinado sobre mi cuerpo, también. Uno de sus
brazos está extendido sobre mis piernas, y a través del agua poco profunda,
puedo ver el contorno de su mano medio enterrada en la arena.
Gira el rostro hacia el mío, con aquella sonrisa arrogante tan
característica suya firme en sus labios.
—Ahora estamos a mano.
—¿Cómo podemos estar a mano? Esta es la segunda vez que me
arrojas al agua.
—La primera fue en venganza.
—Eres un niñito. —Sorbo por la nariz, frotándome la piel debajo de un
ojo—. Y aún te odio.
Las comisuras de sus labios se alzan ligeramente.
—Lo sé. Pero es divertido que me odies.
Le dirijo una mala mirada. O tan mala como es posible. Es superficial
de mi parte, pero es difícil mirar mal a alguien con una apariencia como la
suya y que mira como… como lo hace en este preciso momento.
Con firmeza.
Con intensidad.
De una manera que causa algo de miedo.
—Divertido. —Deslizo la lengua por el paladar; tengo la boca seca—.
¿Por qué sería divertido?
—Porque —dice en voz baja, y la ola que colisiona contra nosotros
casi se traga la palabra—, hace que sea como echar cara o cruz en
momentos como estos.
No debería preguntar.
No quiero saberlo.
—¿Qué sería como echar cara o cruz?
—Decidir si besarte o no.
Mi corazón, el muy traidor, se detiene por un momento.
—No te atrevas, Zeke.
Totalmente impávido ante mis palabras, sonríe. Es una sonrisa ladina e
insolente, pero de alguna manera igual de sexy que aquella maldita sonrisita
arrogante suya.
—Ves… eso no ayuda.
—¿Cómo puede no ayudar decirte que no me beses? Creo que deja
bastante claro lo que deberías hacer. —Sí ayuda. Y sí lo deja bastante claro.
No quiero que me bese.
Entonces, ¿por qué no me muevo?
Excelente pregunta.
—Sí, tienes razón —concuerda, con la voz ronca—. Pero ahora quiero
saber… —Alza su otra mano hacia mi rostro. Un estremecimiento recorre mi
piel desde donde su pulgar entra en contacto con mi barbilla, demasiado
cerca de mi labio inferior para ser un accidente.
De alguna manera, soy capaz de hablar sobre el firme pulso de mi
corazón resonando en mis oídos.
—¿Saber qué?
Sus pequeños movimientos provocan que su pulgar roce la curva de
mi labio inferior, y su mirada asciende hasta encontrarse con la mía.
—Quiero saber si me odiarías aún más si te besara ahora mismo.
El agua está fría; más fría que hace tan solo un momento. A pesar de
la ferocidad con la cual mi corazón bombea sangre, mi cuerpo está
malditamente frío. Siento la piel de gallina en todos los rincones de mi
cuerpo, mi cabello está pegado a los costados de mi rostro y nuca, y el
vestido se adhiere a mi cuerpo de manera muy incómoda.
Pero ¿su mano en mi barbilla? Caliente.
Se siente tan malditamente caliente.
Comparado con el ir y venir de las olas y la caricia de la brisa del mar,
su tacto me quema, como un atizador brillante y al rojo vivo.
No me sorprendería llegar a casa y encontrarme con la huella de su
dedo perfectamente grabada en mi barbilla.
—Sí —susurro al fin—. Lo haría.
Analiza mi mirada.
—¿Entonces por qué sigues aquí?
—Porque creo que sufro de hipotermia.
Me observa por un momento, pestañeando, antes de echarse a reír.
—Soy yo el que está medio desnudo, Tetas Dulces.
—Se convertirán en tetas de hielo si no salimos del agua pronto, y a la
mierda las Tetas Dulces.
—Vamos —se ríe, poniéndose de pie—. Creo que tengo un suéter para
ponerte en el auto. Aunque odio arruinar la vista.
Le permito ayudarme a levantarme.
—Eres un cerdo.
—Lo sé. Y ahora, vámonos. Me gustan tus tetas como están.
Le doy un golpe en el brazo.
—Cállate y consígueme ese suéter.
7
Crécete un par. No de
pelotas. De plantas. Logra crecer algunas plantas
sin matarlas.

E
s patético, sinceramente. Soy una mujer de veinticinco años que
no puede mantener una planta con vida por más de tres meses.
Creo que podría ser una de esas características desastrosas que
tengo en común con Brooke.
Deberíamos contentarnos con plantas de plástico. De otra manera,
un día probablemente termine arrestada por crueldad hacia las plantas, si
eso existe.
Y de no existir, apuesto a que alguien podría convertirlo en algo real.
Algún amante de las plantas obsesivo con muy buena mano para ellas
seguramente tomaría ofensa si viera a la señorita Asesina de Plantas aquí
presente.
En serio. Tengo una mano terrible con las plantas. Al diablo con eso.
Tengo unos brazos terribles. Un cuerpo terrible. Lo que sea.
Tal vez debería probar con un cactus. Estoy casi segura de que
puedes olvidarte de que existen por unos meses, y aun así vuelven a la vida.
No tengo ni idea de cómo logro mantener con vida a un perro.
Otra cosa patética que vale la pena señalar es que la fiesta de mi
abuela es mañana. Y sigo sin tener una cita.
¡Ta-rán!
Solo Dios sabe el tipo de persona que habrá conseguido mi abuela,
pero apuesto a que es tan desastrosa como mi cita de ayer; el chico del
que escapé. El rato que pasé con Zeke después de eso no fue desastroso.
Si ignoramos el hecho de que sigo oliendo a pis de pez (o sea, agua
de mar) después de ducharme dos veces.
No puedo ganar siempre, supongo.
—¿No se te ocurrió…? —comienza a decir Brooke—, ¿… que es posible
que no te haya conseguido una cita en primer lugar?
Esta espontánea y muy necesitada noche de chicas fue
consecuencia de una entrega tardía al taller Elliott.
Ladeo la cabeza y la observo.
—Estamos hablando de mi abuela. Por supuesto que me consiguió
una cita. ¿Recuerdas mi cumpleaños de dieciséis?
Brooke hace una pausa que dura apenas un segundo y luego se
estremece.
—Ella nos consiguió a ambas.
—Exactamente. Y fueron las peores citas del universo, porque ambos
tenían trece.
Vuelve a estremecerse.
—Ni siquiera recuerdo sus nombres. Creo que no le hablé en toda la
noche.
—Y es por eso que necesito encontrar una cita. O intentará
emparejarme con el nieto de dieciocho años y lleno de granos de la
enemiga de su mejor amiga o algo así —resoplo.
—Pero ¿una mala cita es mejor que no tener una en absoluto?
—No eres tú quien tuvo que escaparse por la ventana del baño.
—Cierto, pero sí te advertí sobre los peligros de las páginas de citas.
—Nunca me advertiste sobre los peligros de las páginas de citas.
—Ah, es verdad. —Desvía la mirada hacia mí—. Porque tú siempre has
sido tú la creadora de citas desastrosas.
Suspiro y apoyo mi cabeza contra el respaldo del sofá.
—Creo que acabo de robarte la corona de Reina de Salir con
Desastres.
Con una mueca, mi mejor amiga asiente.
Tiara. Corona. Legado. Reputación. Absolutamente todo. Ahora es
mío.
—¿Qué hago? —le pregunto—. Sí finjo estar enferma, me llevará hasta
allá a rastras. Si aparezco sin una cita, conseguirá una terrible. Si encuentro
una cita... Bueno, es demasiado tarde para ello, a menos que puedas agitar
una varita e invocar una mágicamente.
Suelta un sonido amortiguado que la hace sonar como una ardilla
ahogándose.
—¿Qué? —La observo. La sensación de alarma produce que se me
ericen los vellos de la nuca—. ¿Qué hiciste?
—EsposiblequeselohayamencionadoaZeke —murmura tras su mano.
Solamente entiendo una palabra de todo eso, y no me gusta mucho.
—Lo juro por Dios, si me dices que se lo mencionaste a Zeke, meteré el
cactus que está en mi ventana tan profundo en tu culo que lo seguirás
teniendo allí dentro de diez años —le advierto.
—Está bien, entonces fue Cain quien se lo mencionó a Zeke.
—Eres una novia de mierda.
Sostiene las manos en alto.
—Cuando empiece el apocalipsis zombi, lo entregaré como comida
antes de que me alcancen. No me juzgues. Mi sentido de auto preservación
es intenso.
—Brooke —pronuncio su nombre muy lentamente—. Te tropezaste
con un lápiz para colorear y torciste tu muñeca a los diez años.
—Y tú te torciste el tobillo cambiando una bombilla. Y tenías ambos
pies en el suelo.
—Yo también se lo daría de comer a los zombis. —¿Qué? Es cierto.
Además, aquella vez con la bombilla no había sido mi mejor momento—.
Déjame adivinar: Zeke se hizo el listillo con algún comentario tonto sobre la
fiesta.
Brooke estira una mano y la mece de lado a lado.
—Dijo que estaba libre si necesitabas una cita.
—No necesito una cita. —Absolutamente inútil. Sí que necesito una.
—El nieto de dieciocho de la enemiga de su mejor amiga —recuerda
Brooke.
—Sí necesito una cita. Ay, Dios. —Tomo un cojín y lo presiono contra
mi rostro—. ¡Odio la vida!
—Solamente envíale un mensaje.
—No quiero enviarle un mensaje.
—Entonces ve con un niño que probablemente ni sea legal.
Esto empeora cada vez más. No tenía esto en mente cuando me volví
una adulta. Tenía en mente más independencia, libertad, impuestos,
desastres gastronómicos y… ay, Dios, era obvio que pasaría esto.
Nadie comenta lo difícil que es ser un adulto cuando eres pequeño.
Lo digo realmente. Cuando tenía siete, lo único que quería era crecer. Y
ahora que he crecido, quiero a mi mami.
—Envíale un mensaje a Zeke de una vez. —Brooke acomoda sus
piernas debajo de su cuerpo y posa la barbilla sobre su mano. Su codo se
hunde en el cuero de mi sillón—. Sé que se odian, aunque no estoy
totalmente segura de por qué te salvó el culo ayer por la noche.
—Él también quería escaparse de su desastrosa cita —digo
demasiado rápido. No sé si es verdad. No tengo idea de si su cita había sido
desastrosa o increíble.
Quiero decir, la chica era preciosa. Tal vez realmente hubiera salido
muy mal.
—Su cita no fue desastrosa. Me llamó ayer para decirme que te dejó
en casa, empapada, y que lo comentado sobre su Facebook era mentira.
—Esboza una sonrisa—. No entra mucho, así que saqué captura de pantalla
a su perfil antes de que pudiera cambiarlo.
—Se lo enviaste, ¿no?
—Sí.
—Me ahogará la próxima vez. Ahhh. —Suelto un quejido—. No le
enviaré ningún mensaje. No quiero estar cerca de él.
Brooke abre la boca. Y luego se detiene.
—Ay, Dios mío —susurra—. Te gusta.
Sos. Sos.
No me gusta Zeke.
—No, no es así. —Diablos, ¿a quién estoy intentando convencer con
eso?
—No digo que te agrade. Quiero decir que te gusta de gustar.
—¿Gusta de gustar? ¿En serio tienes la suficiente edad para ser dueña
de una empresa? —Me rio—. No estamos en la secundaria.
Lanza un cojín en mi dirección.
—Ya sabes a qué me refiero.
—Y te equivocas.
—Mentirosa, mentirosa, cara de osa. —Su voz suena demasiado
cantarina para mi gusta—. Dime la verdad o me llevo el vino a casa.
Tengo mi propio vino. Obviamente. Es como si no me conociera de
nada.
—No me gusta. Ya basta.
—Solo dices “ya basta” cuando estás mintiendo.
—Realmente haré lo del cactus.
—¡Realmente te gusta!
—¡No me gusta! —Me golpeo la cabeza contra el sofá.
Brooke me observa. Me observa de verdad, con intensidad. Y
entonces, una sonrisa pícara se abre paso lentamente en su rostro.
—Te acostaste con él.
Como la idiota que soy, me congelo.
Brooke abre mucho la boca, y su exclamación es tan ruidosa que es
como si la televisión estuviera en silencio.
—¡Te acostaste con él!
—No, no lo hice —discuto débilmente.
—¡Vaya que lo hiciste!
—¡Fue un accidente! —Cubro mi boca con las manos mientras sus ojos
se ensanchan. Ay, Dios mío—. Me acosté con él por accidente.
—¿Por accidente? ¿Qué hiciste, tropezaste con una alfombra y caíste
con tu coño sobre su polla?
—Sí. Sí, eso es exactamente lo que pasó.
—¿Y tú ropa?
—Magia. Puf. —Alzo las manos.
Esto ha pasado de ir mal a ir peor a terminar en la mismísima mierda.
—Un accidente —digo muy estúpidamente—. Aun así fue un
accidente.
¿A quién quiero engañar? Estuvo muy lejos de ser un accidente. Fue
más intencionado que aquella vez que intenté decolorarme el cabello en
casa y me arruiné las cejas.
Nada de preguntas.
—¡Ay, Dios mío! ¡Necesito más vino para esto! —Brooke arroja su cojín
sobre el sofá y se levanta rápidamente. Se dirige directamente hacia la
cocina y, antes de que siquiera pueda pararme, oigo la puerta del
refrigerador abrirse.
Llego a la cocina al tiempo que una botella comienza a tintinear, pero
no me detengo. Paso al lado de Brooke hasta llegar al botellero al costado
de las alacenas. Dudo por un momento, con la mano en alto, antes de que
mis dedos serpenteen hasta una botella de tapa roja.
Nop.
El vino no será suficiente.
Este es un trabajo para el vodka.
Irónicamente, es por culpa del vodka que tengo esta conversación. El
vodka me pone caliente. No sé por qué, pero es así, y si esa información se
supiera… bueno, digamos simplemente que sé de un hombre que
probablemente la usaría para beneficio propio.
De nuevo.
Tomo un vaso de la alacena, sirvo más vodka del que debería en él, y
me detengo.
Al diablo.
Le doy un sorbo a la botella. Es una decisión un poco idiota, de
novata, porque ahora tanto mis labios como mi garganta queman. Y mi
lengua también se siente demasiado cálida.
—Vaya. —Brooke me mira, aún con la botella en mano—. Veo que
tienes algunos sentimientos bastante importantes.
—Cállate. —Dejo la botella sobre la encimera y alzo un dedo en su
dirección.
No quiero hablar de ello. No quiero siquiera acercarme al tema ahora
mismo.
Hace lo que ordeno. Pero me quita la botella de vodka y la reemplaza
por una copa de vino.
De acuerdo. Había sido una decisión ligeramente drástica.
Quizá.
La sigo de vuelta hacia la sala de estar y me siento en mi lugar en el
sofá. Ella se deja caer al otro lado y cubre nuestras piernas con la manta.
—Bueno. —Se detiene, como si no supiera por dónde empezar.
Le dirijo una mirada fulminante.
—Escúpelo. Vamos.
—¿Cómo? —Es como si la palabra explotara desde sus adentros—.
Quiero decir, sé cómo, pero ¿cómo llegaron a ese punto?
Respiro hondo y suelto el aire lentamente.
—¿Te acuerdas de que me llevó a casa luego del cumpleaños de
Cain?
—¿El cumpleaños de Cain?
—Sí. No. Mierda. Al diablo.
Se ríe.
—Lo siento, no lo esperaba.
—Claro. Ahora, cállate, o me arrepentiré.
Pretende sellar sus labios.
Vuelvo a suspirar.
—Me llevó a casa y me preguntó si tenía algo de agua para ofrecerle.
No quería que entrara, pero le dije que sí. Comenzamos a hablar y… una
cosa llevó a la otra.
—A que te sacaras la ropa y cayeras sobre su polla, por ejemplo.
—Exactamente.
Se ríe y se reclina contra el respaldo del sofá.
—Zeke. Diablos, Carly. Lo odias.
—Precisamente. —Otro suspiro. Ese hombre es tan exasperante que
incluso hablar sobre él es estresante—. No sé. Solo… pasó. Ya sabes, luego
le dije que nunca volvería a pasar, lo cual es peor porque demuestra que sé
exactamente lo que hacía… —Mi voz se va apagando.
—Entonces, no fue un accidente.
—Viéndolo así, no. —Apoyo mi codo sobre el cojín del respaldo del
sofá y descanso la cabeza sobre mi mano—. Es un desastre, Brooke. No
puedes imaginarlo. Luego del cumpleaños de Cain, no lo vi durante dos
semanas, lo juro por Dios. Y luego, bum. Está en todas partes, y durante la
última semana no he podido deshacerme de él. Lo veo hasta en la sopa.
—Entonces pregúntale si podría ir a la fiesta de tu abuela contigo. No,
escucha. —Da unos golpecitos en el costado de mi pierna antes de darle
un sorbo a su copa de vino—. Piénsalo por un momento. Si apareces con
alguien, puedes irte después de una hora. Tu abuela habrá ganado. Si vas
sola, hará que permanezcas durante horas. Una hora de tortura con alguien
que odias y a quien te follaste accidentalmente es obviamente preferible.
—No lo olvidarás nunca, ¿verdad?
Sonríe de oreja a oreja.
—Nunca.
—Está bien. —Levanto mi copa—. Le enviaré un mensaje en un rato.
—Ahora.
—En un rato.
—Ahora.
—En un rato.
—Ahora.
Apoyo mi copa en la mesa baja frente al sofá con un suspiro y tomo
mi teléfono.
—Eres tan infantil.
Brooke se encoje de hombros.
—Soy la hija del medio. Siempre tuve alguien con quien discutir. Soy
una profesional. ¿Qué puedo decir?
Ruedo los ojos y abro mi conversación con Zeke.

Yo: Necesito una cita para mañana por la noche.

—Ahí tienes. Listo. —Balanceo mi teléfono sobre las rodillas. En cuanto


lo suelto, la pantalla vuelve a encenderse.

Zeke: Mañana es 222. ¿Ayuda en algo?


Dios mío…
Yo: Ayuda a darme cuenta de que mi mejor amiga es una imbécil, sí.
Zeke: Ella me ama.

2Es un juego de palabras. “Date” significa tanto “cita” como “fecha”. Cuando Carly dice
que necesita una cita, Zeke pretende haber interpretado que necesita saber la fecha.
Yo: No, tú te amas.
Zeke: Por supuesto que sí. ¿Me has visto?
Yo: Sí, demasiado.
Zeke: No existe tal cosa como demasiado de mí.
Yo: Claramente nunca has pasado tiempo de calidad contigo mismo.
Zeke: …
Yo: Eso no sonó como quería.
Zeke: …
Yo: Mierda.
Zeke: Sigue hablando, Tetas Dulces.
Yo: Ya terminé.
Zeke: Me matas.
Yo:

—Lo odio tanto —declaro, volviendo a dejar el teléfono sobre mis


rodillas—. Es un idiota.
Brooke me roba el teléfono y desliza.
—Primero, me ofende haber sido llamada una imbécil, y segundo, se
merecía ese emoji. Oh, espera, respondió.
—No me importa.
—Adorable —dice, echándole un vistazo a la pantalla—. Pero ¿cómo
sabe sobre la fiesta de tu abuela?
Le quito el teléfono de la mano, bloqueándolo en el proceso. Uff. Lo
desbloqueo y leo su mensaje.

Zeke: No te preocupes, Tetas Dulces. Lo haré. Te recogeré mañana a


las cinco y media para ir a la fiesta de tu abuela. Prometo comportarme.

Bueno, ¿no suena a que será una noche malditamente divertida?


8
Aprender a decir no. N-
O. No. Especialmente a Niñas Scouts que venden
galletas.

L
os zapatos son del diablo.
Aparentemente, los vestidos negros son lo mío, porque estoy
usando uno nuevamente. El único problema es que con los
vestidos negros puedo usar los zapatos de cualquier color y,
bueno, me gustan los zapatos.
Es por eso que estoy observando cinco pares de zapatos y tratando
de averiguar la altura del tacón que debería usar.
¿Debería elegir los tacones rojos que son más bajos? ¿Los tacones
desnudos, puntiagudos y con tacón regular? ¿Los botines negros con poco
tacón? ¿Los azul marino con cordones? ¿O los tacones asesinos de color
turquesa?
No hay problema más de primer mundo que este.
Me enojo conmigo misma.
Escojo los tacones asesinos de color turquesa y arrojo los demás al
pozo que es el fondo de mi armario. Estoy segura de arrepentirme de esta
elección en, mmm, treinta minutos más o menos, pero bueno. Se verán bien
y soy así, un poco superficial.
Me aseguraré de decírselo a mis dedos de los pies más tarde.
Me pongo los zapatos en el momento que suenan golpes en la puerta.
Los tres golpes parecen hacer que mi puerta se sacuda sobre sus bisagras, y
eso no hace nada por mi concentración mientras me pongo de pie algo
inestable.
No porque sea una de esas personas que al usar tacones se parecen
a una jirafa recién nacida cuando se levanta para caminar por primera vez,
ya sabes. Se tambalean y uno se pregunta si desafían a su coordinación o si
romperán su tobillo en dos... cuando están perfectamente quietas.
No, estoy inestable porque aparentemente, cuatro pulgadas es muy
alto. Es curioso cómo cuatro pulgadas nunca se ve tan grande... Ni tampoco
seis la mayoría de las veces claro está.
No para una mujer, de todos modos.
—Carly. —Zeke vuelve a llamar—. Por el amor de Dios, no me digas
que no estás lista.
Camino por la habitación
—Por Dios. Estoy lista. Eres tan impaciente.
—No, solo estoy acostumbrado a... —Su voz se apaga cuando abro la
puerta.
Silencio.
Esto es incómodo.
¿Y su mirada?
Muy incómodo.
No estoy bromeando, estoy respirando, pero mis pulmones arden
como si no lo estuviera. Por otra parte, ese es uno de los efectos secundarios
de que Zeke Elliott te mire como si fueras la cosa más sexy del mundo,
porque todo mi cuerpo está ardiendo y eso es lo que provoca.
Me examina lentamente, su mirada tocando cada centímetro de mi
cuerpo. No importa si mira el pequeño lunar debajo de mi oreja derecha o
el escote de mi vestido.
Todo. Está absorbiendo todo.
Me dan ganas de correr y esconderme.
—¿Estás acostumbrado a qué? —Doy un paso atrás. Dios, deja que
rompa ese trance de escrutinio del cual parece estar.
Lo hace.
Gracias.
Zeke frota un lado de su cuello y arrastra su mirada hacia la mía.
—No a esto.
—Específica. —Retrocedo de nuevo.
¿Por qué? No lo sé. Solo necesito hacerlo. Distancia. Necesito
distancia.
Como todo un sistema solar de distancia.
Scotty, me gustaría ser transportada ahora, por favor.
—Me siento un poco mal vestido —murmura, apoyándose en el marco
de la puerta.
Pongo los ojos en blanco.
—Si te sientes mal vestido ahora, espera hasta que lleguemos. Los
amigos de la abuela son antiguos magnates de la moda. Es divertido.
—¿Antiguos magnates de la moda? ¿Qué diablos es eso?
Agarro mi bolso de mano del sofá, lo reviso y lo deslizo debajo de mi
brazo.
—Es algo difícil de explicar. Pero no luces mal, si es el cumplido que
buscabas.
No lo hace. De hecho, "no luces mal" es una pobre descripción.
No sé qué tienen los hombres que se ven sexis con camisas blancas
con las mangas arremangadas, pero deben detenerse. Inmediatamente.
Hay algo en la forma en que la tela de una camisa blanca de botones
se teje con feromonas mágicas o algo similar. No puede existir otra
explicación de por qué una mierda tan simple es, ay Dios mío, tan
jodidamente sexy.
Especialmente cuando ese estilo simple lo usa un hombre musculoso
que probablemente deba probarse camisas solo para asegurarse de que
sus brazos no rompan las costuras al doblarlas o algo así.
Zeke sonríe.
—Eres tan amable conmigo.
—Lo intento. —Paso junto a él, salgo al pasillo y levanto una ceja.
Cierra la puerta.
—Todavía quiero saber sobre estos “antiguos magnates de la moda”.
Frunzo los labios mientras cierro la puerta.
—Bueno, lo antiguo es un poco exagerado, lo admito. Antiguos
porque todos tienen como ochenta, pero no antiguos en el sentido de la
moda. ¿Sabes qué? —Me detengo, mi llave todavía apretada entre mis
dedos, y lo miro—. No tienes que venir. No estoy segura de que puedas
manejarlo. Prefiero aceptar la mierda que me dará por aparecer sola.
—¿Intentas protegerme de... lo que sea que estás hablando?
—Ya no. Tuviste tu oportunidad y la perdiste. —Guardo mi llave en mi
bolso y sonrío—. Vámonos.

Realmente no bromeaba cuando dije magnates de la moda.


El deseo de decirle “te lo dije” a Zeke es absolutamente abrumador.
Su expresión no tiene precio. Su boca está abierta, sus ojos muy grandes y
él, bueno. Parece completamente confundido.
No lo culpo. Si fuera mi primer rodeo en este espectáculo de mierda,
estaría de la misma manera. Desafortunadamente para mí, no es el primero,
y no recuerdo una fiesta en la comunidad de jubilados donde no hubiera
una sobreabundancia de... atuendos alarmantes.
—Maldito infierno —dice Zeke en voz baja—. Parece que aquí hay
cien años de los peor vestidos de los Oscar.
Esa fue una observación relativamente precisa.
—Cien años es un poco exagerado —dudo un poco—. Se aproxima
más a los sesenta, oh, espera. No importa. Norma-Jean vuelve a llevar su
vestido Gatsby. —Entrecierro los ojos a la anciana que está junto a la mesa
de bingo con un vestido blanco con pedrería demasiado ajustado,
demasiado corto.
—Su Gatsby... Ah. —Zeke se detiene—. No podré sacar eso de mi
cerebro, por lo menos no pronto.
Cubro mi boca con la mano para evitar reír.
—Empeora cada año.
—¿Por qué? ¿Se vuelve más corto?
—No. Norma-Jean se vuelve... más ancha. —Es la mejor forma en que
puedo decirlo—. Y el vestido no.
—Ah. —Hace una mueca—. ¿Es eso lo peor que veremos?
Ay, cómo desearía que lo fuera.
—Depende de si Alexander está usando sus pantalones cortos. —
Pantalones cortos... oh, qué exageración para lo que son.
Zeke no me mira.
—Sus pantalones cortos.
—Sí. Sus pantalones cortos. —Muerdo mis labios—. En realidad, es más
acertado decir pantalones muy cortos y calientes. Y púrpura brillante. Y
lentejuelas.
—¿Qué edad tiene Alexander?
—Noventa y uno.
Lentamente, ay, muy lentamente, Zeke se vuelve hacia mí.
—Tiene noventa y un años y viste pantalones cortos de color morado
brillante con lentejuelas.
—Cuando lo pones así, suena algo loco.
—¿Un poco loco? ¿Qué clase de fiesta es esta?
Levanto las manos.
—Intenté advertirte.
—No, no lo hiciste. —Mueve todo su cuerpo en la silla y apoya el brazo
en el respaldo de la mía.
Lo cual, por cierto, no hace absolutamente nada por la fuerza de las
costuras de su camisa. Solo digo.
—Dijiste antiguos magnates de la moda. No que estaría entrando en
un viaje en el tiempo de la moda o sobre personas que deberían dejar de
vestirla hace cincuenta años. —Levanta una ceja.
—Eso es poco tiempo —digo—. ¿Quiénes somos para juzgar a
Alexander, porque todavía le gusta usar sus pantalones calientes a los
noventa y uno? Además, no tenemos duda de que en sus tiempos era un
drag queen3. Cuando sea que fuera.
Zeke me parpadea.
Maldición. Tiene bonitas pestañas.
—Realmente espero que fuera un drag queen. —Se pasa la mano por
la frente—. Bien, ¿cuál es la historia de Norma-Jean?
En ese momento, la abuela rodea el respaldo de su silla y se deja caer
en la que está junto a él... Lleva su vestido rojo brillante de Jessica Rabbit 4.

3Drag Queen: es una persona (hombre o una mujer) que a través de vestimenta, maquillaje,
peluca, uñas y demás logra crear un personaje tan expresivo y exagerado que no
necesariamente debe ser del todo femenino.
4 Jessica Rabbit: es un personaje ficticio de Who Censored Roger Rabbit? y al igual

reconocida como un gran símbolo sexual de la animación.


Ay, no.
Ella le ofrece su sonrisa más deslumbrante.
Doble ay, no.
—Entonces, Ezekiel —dice, poniendo sus manos sobre la mesa de una
manera que no ayuda en absoluto al escote de su vestido.
—Abuela. —Mantengo mi atención concentrada cuidadosamente
en su peluca—. Por favor, arréglate el vestido.
Baja la mirada.
—Ay, Dios mío. Esto es incómodo. No todos los días casi le muestras los
pechos al novio de tu nieta.
—Él no es mi novio —digo en el momento en que Zeke dice—: Yo no
soy su novio.
Oh, finalmente. Han tardado once años, pero por fin concordamos en
algo.
La abuela le da a su vestido un fuerte tirón sobre su pecho,
desacomodando un pedazo de un pañuelo que aparentemente está
rellenando en él.
Honestamente, pensarías que podría hacerlo mejor a su edad.
—Entonces, ¿no estás aquí en una cita?
—Sí. —digo con los dientes apretados—. Gané un desafío y decidí
traerlo aquí para torturarlo.
—Ay, pobrecito. —La abuela coloca una mano perfectamente
cuidada sobre su hombro.
Zeke la mira con recelo. Tiene toda la razón. También lo estaría.
—¿Ya vio a Norma-Jean? —me pregunta.
—Puedes preguntarle eso tu misma, ¿sabes? Pero sí, lo hizo.
Hace una mueca y mira a Zeke.
—Mis disculpas, querido. Pensé que lo había quemado el año pasado
cuando irrumpimos en su apartamento.
—¿Irrumpiste en su apartamento? —¿Qué estoy escuchando aquí?
¿Mi abuela es una criminal?
La abuela me mira y simplemente dice:
—Por supuesto que debíamos hacerlo, querida. Ella no quería
compartir los bizcochos de marihuana con nosotros.
Parpadeo. Una vez. Dos veces. Una y otra vez.
Mi abuela irrumpió en el apartamento de alguien para comprar
bizcochos de marihuana.
—¿Estás bien, Carly? ¿Hay algo en tus ojos? —Se inclina hacia
adelante.
Demasiado.
—No. —Agito las manos frente a mí como aquella gente cuando ha
hecho algo realmente estúpido como comer un pimiento rojo y picante.
Realmente, no quiero que accidentalmente... se salga de su vestido. Dios
sabe cuántos pañuelos de seda tiene en esa cosa. Y tampoco quiero
saberlo—. Estoy un poco confundida.
—¿Irrumpiste en el apartamento de Norma-Jean para robar sus
biscochos de marihuana? —pregunta Zeke, mirando a mi abuela.
Ella le ofrece otra sonrisa.
—Sí, cariño. ¿Por qué no lo haríamos?
—¿Conseguiste los bizcochos?
La sonrisa de la abuela cambió rápidamente a una sonrisa traviesa.
—Las tres bandejas —susurra.
Zeke me mira con una sonrisa que curva sus labios.
—Señora. Porter, perdone mi descuido anterior, pero ¿puedo invitarle
a una copa?
Bueno, ¿no somos elegantes esta noche?
La abuela me mira. Sus labios rojos brillantes están fruncidos y sus cejas
se han elevado tanto que sus ojos están muy abiertos y hay un brillo en ellos.
Una chispa que dice que ahora estoy en problemas.
Ayuda.
¿Hay algún lugar al que pueda enviar un SOS? ¿Quizás si subo al
techo?
—Eso sería maravilloso, Ezekiel. —La abuela espera a ponerse de pie.
Él lo hace y...
Ay, mi infierno de mierda.
Le ofrece su brazo.
Voy a… No. Me desmayo.
En cambio, pongo los ojos en blanco. Funciona. Evito poner la mirada
de idiota con corazones en los ojos y pongo mi mirada preferida de cara de
perra.
—Y llámame, Jeanette. —La abuela se inclina hacia él y me guiña un
ojo.
—Auxilio —murmuro, presionando el rostro en mi mano.
Esto es un desastre. Se suponía que debía traer al engreído e idiota
Zeke a la fiesta. No este aparente caballero que tiene más modales que
toda una clase de etiqueta inglesa.
¿Quién es este Zeke y de dónde vino?
¿Puedo presentar una solicitud para recuperar el anterior?
—¿Quién es ese? —Mamá se sienta en el asiento que Zeke acaba de
dejar.
Me vuelvo hacia ella. Ignoraré su vestido camisero de hace sesenta y
cinco años.
—Zeke.
Me mira parpadeando, luciendo de la misma manera que imagino
hice cuando la abuela me habló de los bizcochos.
—¿Zeke? ¿Elliott?
Asiento con una mueca.
—¿Qué hace aquí?
Mi mueca no desaparece.
—¿Zeke es tu cita?
Asiento nuevamente.
—¿Por qué Zeke es tu cita?
—Dios, mamá, si te gustan tanto las preguntas, ve a un programa de
televisión. —Me detengo—. Lo siento, eso fue horrible de mi parte.
Levanta sus cejas de la forma en que solo las mamás pueden hacerlo.
—Casualidad —digo—. Tuve una cita hace un par de días y el chico
no coincidía con su perfil en línea.
—Te he advertido sobre lo peligroso que son las citas en línea —
advierte—. Simplemente no sabes quiénes son esas personas, cariño.
Podrían ser asesinos o basureros.
—¿En qué se parecen el asesino y el basurero?
—Hay que considerar la posibilidad de que el basurero sea un asesino.
Tiene las herramientas para deshacerse de tu cuerpo muy fácilmente.
—Creo que necesito hablar con papá sobre cuánta televisión estás
viendo —digo lentamente.
No importa que ella tenga razón.
Nota personal: nunca salgas con un basurero.
—Mátame. —Brooke toma asiento a mi izquierda—. Si el abuelo usa su
taparrabos en una maldita fiesta más, me arrojaré al Atlántico.
Y pensé que la abuela siendo Jessica Rabbit estaba mal.
—Por favor, dígame que lleva una camiseta este año —dice mamá
débilmente.
La respuesta de Brooke es clara: un lento y arrepentido movimiento de
cabeza. Ella, como yo, viste normalmente. Aunque supongo que realmente
representamos a los veinteañeros o como se llame a esta década.
—¿Por qué nadie ha entrado en su apartamento para quemar su
taparrabos? —pregunta después de un momento.
—Porque no tiene bizcochos de marihuana. —Las palabras se
escapan antes de poder detenerlas.
Tanto Brooke como mi mamá se detienen y me miran.
Afortunadamente, la gran entrada de Alexander me impide tener que
dar explicaciones.
Y no solo usa sus pantalones cortos.
—Bueno, mierda —susurra Brooke.
—Supongo que eso responde a tu pregunta —le susurro.
No. Alexander querido, Alexander de noventa y un años, está en
plena forma.
Me refiero a una peluca larga, de un color castaño oscuro, pestañas
postizas aplicadas con torpeza y lápiz labial rosa intenso. Lleva una camiseta
negra ceñida y sus pechos son más grandes que los míos. Y sí, lleva sus
famosos pantalones cortos.
Y botas negras hasta las rodillas, de látex.
—Ay, Dios mío —exhala mamá.
Silencio. Aparte del murmullo apenas susurrado de mamá, hay un
completo silencio en la habitación.
—Jeanette, cariño —dice Alexander desde el frente de la habitación
con una voz baja y ronca—. ¡Feliz septuagésimo cumpleaños! —Levanta un
brazo en el aire, haciendo que su teta izquierda falsa rebote vigorosamente.
Me estremezco.
Esto no puede terminar bien.
—¡Llamé a unos amigos y tengo una sorpresa para ti! —Él, ¿ella?, guiña
con entusiasmo—. Toma asiento, querida.
—Estoy asustado. —Cain se desliza en la silla junto a Brooke, y es
entonces cuando noto que mamá ha desaparecido.
Con suerte, ella corre muy, muy lejos. Como quiero hacerlo ahora
mismo.
—No crees que haya un grupo de jubilados drag queen, ¿verdad? —
El labio inferior de Brooke realmente tiembla—. No estoy segura de poder
hacer frente a ello.
—¡Alejandro! ¡Yujuu! —La abuela agita su mano en el aire. Ella tiene
un Martini sucio en el otro, y se abre camino a través del pasillo desde el bar
improvisado hacia el escenario también improvisado—. ¿Qué tienes para
mí, cariño?
—Mátame. —Presiono mi rostro en mi mano.
La risa baja y familiar de Zeke suena a mi lado.
—Toma.
Me aparto los dedos del rostro y miro el diminuto vaso que ha puesto
frente a mí.
—No veo cómo tomar lo que sea eso, pueda ayudarme con esto.
—Lo tomaré. —Brooke lo agarra y arroja su cabeza hacia atrás—. Ay.
Ese tequila quema.
—¿Tequila? —Me animo.
Zeke sonríe y desliza otro frente a mí.
—La conozco demasiado bien.
—Oye —protesta Brooke.
Lo tomo de un trago.
—¡Enciende las luces! —grita Alexander desde el frente de la
habitación.
Toda la habitación se sumerge en la oscuridad.
—Apresúrate, apresúrate —murmura desde el frente. En el micrófono.
Si los pantalones cortos no son obvios, la sutileza no encaja exactamente en
su personalidad.
Hay más problemas desde el frente, así que presiono el botón de inicio
en mi teléfono. Apenas ilumina nuestra mesa, pero es visible.
—¡Apaga la luz!
Doy la vuelta a mi teléfono.
Zeke tose en su mano.
—Muy bien, Barley Cross Retirement Home, ¡comencemos esta fiesta!
¡Vuelve a encender esas luces!
No pasa nada.
Miento. Hay un clic, pero no sucede nada más. Sin luces. Sin música.
Nada.
—¡Maldita sea, Gregory! —La abuela llora—. ¿Mataste la fuente de
poder?
Hay una gran pelea en la parte delantera de la sala, y después de
unos pocos clics, gritos y culpas, la fuente de poder vuelve a la vida.
Y estoy oficialmente traumatizada.
—Ay, no —dice Brooke—. Ay. ¡No!
Porque el abuelo James está en el medio del escenario, con un
taparrabos, y a juzgar por el hecho de encontrarse de espaldas a nosotros…
no mucho más.
—Ay, Dios, no. —Respiro.
No es el único. Hay cinco ancianos en el escenario. Dos están vestidos
de travesti y los otros tres parecen bailarines exóticos. Esa es la única forma
de describirlo. Ninguno de ellos lleva mucho.
Mucho es una exageración.
Aparte del abuelo James en su taparrabos, dos hombres que no
reconozco están en jeans rotos y nada más excepto un lápiz labial. Las drag
queens están vestidas con vestidos ajustados que no están hechos para
hombres mayores a juzgar por el hecho de que uno tiene un pequeño
desgarro en el costado.
Y los zapatos, Dios mío, los zapatos. Cada uno de ellos lleva botas a
juego con las de Alexander. Por supuesto, todos son tacones pequeños,
pero aun así.
Estoy asustada.
Estoy traumatizada.
No volveré a dormir nunca.
—Y esa es nuestra señal para irnos —murmura Zeke.
Si tan solo pudiera moverme.
Resuelve mi problema agarrándome de la mano y levantándome de
la silla. Incluso agarra mis cosas de la mesa antes de llevarme de regreso a
la puerta de la habitación y salir al pasillo. Vagamente escucho a Cain
intentando hacer lo mismo por Brooke, pero no me detengo.
Zeke comenzó esto, y yo no lo termino hasta salir del edificio
completamente y el aire fresco golpea mi rostro. Luego, me detengo y me
apoyo contra la pared.
Respira profundo, Carly.
Profundas. Respiraciones.
—¿Estás bien?
Aprieto mi mano en mi cuello.
—¿Me veo bien?
—Al menos no era tu abuelo quien llevaba un taparrabos —razona
Zeke—. Creo que Brooke está en mal estado ahora.
—Está bien, para que esté arruinada ahora, es ridículo. Ella nunca ha
sido un desastre.
—Muy bien, siempre ha sido un poco loca, pero esto es legítimo.
—No importa si es legítimo. —Dejo caer mi mano—. Zeke, en los últimos
quince minutos, mi abuela casi te muestra las tetas, cinco hombres mayores
han subido al escenario ya sea con ropa de mujer o casi mostrando sus
cosas, y he descubierto que hay algunas cosas que el tequila no puede
arreglar.
—Hay muchas cosas que el tequila no puede arreglar. Normalmente
te emborrachas cuando crees que puedes arreglar las cosas. —Ríe—.
Apuesto a que lo quieres ahora mismo.
—Sí lo vierto en mis ojos, ¿los blanqueará?
—No lo recomendaría.
—¡Mis ojos! —Brooke sale disparada del edificio—. ¡Mis ojos! ¡Alguien
haga que se detenga!
Caín la sigue con un profundo suspiro.
—No puedo dejar de verlo.
—Hay muchas cosas que no debieron ser vistas esta noche —agrega
Zeke—. Incluidos los pechos de Jeanette.
—Por Dios. —Me inclino hacia adelante y cubro mi rostro con ambas
manos—. ¿Por qué mi abuela es tan inmadura? Alguien necesita recordarle
que tiene setenta y no diecisiete. Diablos, ¿a quién engaño? Esta mierda no
es correcta para un chico de diecisiete años.
—Tu abuela casi saca sus tetas, mi abuelo casi saca su serpiente
mascota... —Brooke se apaga.
Cuando levanto mi mirada, ella está mirando a la nada.
—Creo que necesito terapia —termino por ella.
—Tengo un plan —dice Cain.
—¿El bar más cercano? —pregunta Zeke—. Estoy de acuerdo.
9
Blanquear mis ojos.

M
i tercer, ¿cuarto? trago de tequila quema mi garganta
mientras baja. Si no puedo blanquear mis ojos con él, espero
poder blanquear mi memoria. Probablemente debería haber
comenzado esto hace unas horas, pero como sea.
Mojo un nacho en salsa de queso que la camarera dispuso en nuestra
mesa... después de nuestra comida. Aparentemente, nos quedaremos
después de nuestra comida.
—No sé si alguna vez podré recuperarme de esto.
—Es bastante alarmante —coincide Zeke—. No esperaba que fuera
así. —La mirada que brinda es sarcástica.
—Oye. —Sostengo otro nacho—. Si hubiera sabido que aquello
pasaría, no habría ido, y mucho menos con otra persona. Aunque la idea
de que estés traumatizada me agrada un poco.
—¿Por qué? ¿Porque soñaré con hombres mayores vestidos de drags
durante los próximos tres años de mi vida?
—Prácticamente, sí. —Mi teléfono suena en este momento y enciendo
la pantalla.

Abuela: ¿Dónde estás?

Niego con la cabeza. No solo por el mensaje, sino porque tomó más
de una hora darse cuenta de mi salida.
—¿Qué? —pregunta Zeke.
—La abuela —respondo, levantando mi teléfono.
Yo: Lejos, muy lejos.
Abuela: Carly.
Yo: No. No volveré.
Abuela: Sí, lo harás.
Yo: Me presenté. Llevé una cita. No necesito volver.
Abuela: Sí, lo haces.
Yo: Si vuelvo, estás pagando mi terapia.
Abuela: Te llamaré mañana.
Yo: Deja de enviar mensajes.

Dejo mi teléfono boca abajo sobre la mesa para no tener que lidiar
con su respuesta. Esta noche ha sido demasiado. No estoy segura de cómo
se supone que alguien pueda enfrentar las imágenes que tengo de esta
noche. Estoy más que traumatizada o asustada. Simplemente estoy
alarmada.
Cain agarra el respaldo de la silla frente a mí.
—Brooke está en la camioneta. Aparentemente, la foto borracha que
Billie le envió la ha llevado al límite. Alexander está dando bailes de regazo.
Parpadeo.
—¿Quién diría que las personas mayores eran tan cachondas?
Zeke se estremece.
—No creo que lo sean... normalmente no.
—¿Crees que hay algo normal en ellos? —Levanto una ceja—. Han
convertido la casa de retiro en una clase de Kindergarten5 para adultos.
Tiene clasificación X. La abuela es Jessica Rabbit por diversión, Alexander es
una drag y el abuelo James envía a sus amantes en línea fotos de pollas.
Nada en ese lugar está a una distancia mínima de lo normal.
—No olvides los bizcochos de marihuana.
—Preferiría no recordar que mi abuela se droga con bizcochos.
—¿Falta algo? —interviene Cain.

5 Kindergarten: Establecimiento en dónde se cuida y entretiene a niños que todavía no


tienen edad escolar.
—O el hecho de que le hayas comprado una bebida después de
saber eso —le digo a Zeke. Agarro mi copa y termino mi margarita. Luego,
señalo a la camarera pidiendo la cuenta.
Pone sus ojos en blanco.
—¿Qué más se suponía que debía hacer? Aprecio un poco el coraje
en una mujer.
—Oh, apuesto a que sí.
Sus ojos de color oceánico permanecen en mí por un momento, y
luego sus labios se contraen. Claramente libra una batalla interna para no
reírse de mi tergiversación de sus palabras, y Dios, también quiero reírme.
¿Impaciente? Por supuesto.
¿Ridículo? Seguramente.
¿Gracioso? Seguro como la mierda.
Levanto mi mirada cuando traen la cuenta. Apenas tengo la
oportunidad de tomarlo antes de que la mano de Zeke lo arrebate. Giro la
cabeza, pero ya tiene el rostro enterrado en el librito de cuero.
—Umm ¿Hola? —digo.
Me ignora mientras lo deja y desliza su mano en el bolsillo.
—¿Cuánto es? —pregunta Cain, haciendo lo mismo.
—Treinta... Treinta y cinco —dice Zeke.
Caín deja dos billetes.
Zeke deja caer tres y se pone de pie.
—Vámonos.
No me muevo.
—¿Cuánto fue mi parte?
Cain se ríe, parado junto a la mesa.
Me conoce demasiado bien. De ninguna manera su hermano se
saldrá con la suya pagando mi cena.
—Lo cubrí —responde Zeke simplemente.
—¿Cuánto fue mi parte?
—Lo cubrí.
—¿Cuánto, Ezekiel? —Estoy mucho más firme esta vez.
Cain se ríe de nuevo.
—Ella no se rendirá.
—Te lo dije —me dice Zeke, inmovilizándome con su mirada—. Lo
cubrí.
—Y pregunto, ¿cuánto es mi parte?
—Tetas de azúcar, empiezas a fastidiarme.
Más risas de mi supuesto mejor amigo.
—Bueno. —Me encuentro con su mirada con la misma ferocidad con
la que sostiene la mía—. Gracias por la oferta, pero esta no es una cita real,
así que pagaré mi parte.
—Ella no se rendirá —dice Brooke junto a Cain—. Solo díselo. Ella me
ganó en la lista de obstinados.
Asiento en su dirección.
—No se equivoca. Me sentaré aquí toda la noche.
Los labios de Zeke se contraen de nuevo.
—No hagas amenazas que no puedas cumplir.
—Lindo. Crees que no lo haré. —Llamo a un camarero—. Disculpe,
¿puede dividir la cuenta? Lo que sea que tuvieran ellos y luego ¿lo que tomé
yo?
—Es buena —dice Zeke, dando un paso hacia mí—. Ignórala. Tiene
síndrome premenstrual.
Mi mandíbula cae.
—Idiota.
—Todo está cubierto. —Zeke golpea ligeramente la cuenta y me
levanta. A pesar de mi mejor pelea, él es mucho más fuerte de lo que puedo
esperar ser, así que soy levantada con facilidad. Por segunda vez esta
noche, recoge mi bolso, teléfono y nos conduce a un lugar del cual no
quiero estar.
Cuando salimos, me empuja hacia un lado del edificio, hacia la
oscuridad, y me clava contra la pared. Lo miro mientras él pone mi teléfono
dentro de mi bolso y lo coloca a mis pies. La esquina del estacionamiento se
encuentra tenuemente iluminada por una luz amarilla, y los más claros
destellos de esa luz cruzan un lado de su rostro.
—Maldita sea, Carly —dice en voz baja—. ¿Tienes que luchar contra
todo?
—Sí. —Mi respuesta es firme—. Por favor, dime cuánto es mi parte.
—No. Yo invito.
—Con el debido respeto, no quiero tu regalo, Zeke.
—Con el debido respeto es lo más insultante que puedes decirle a una
persona. —Sus labios se curvan—. Considéralo por perdonarte por los
traumas de esta noche.
Suspiro.
—Esta no es una cita. Nunca lo fue. Hazme el favor y déjame pagar
mis tragos, ¿de acuerdo?
—No.
—Maldita sea, Ezekiel —digo, devolviéndole sus palabras—. ¿Tienes
que luchar contra todo?
—Sí —responde, su voz más baja y ronca que hace un momento—.
Entonces, déjalo ir, tetas de azúcar.
—No.
Desliza las yemas de los dedos por un lado de mi rostro y empuja mi
cabello detrás de mi oreja.
—No estoy preguntando, Carly. Déjalo ir. No importa lo que hagas o
no quieras que haga. Me traumatizaste y te invité a cenar. Soy así de
caballeroso.
Odio la forma en que mi piel se estremece ante su toque.
—Entonces, sé un caballero y permite pagarlo —digo en voz baja.
—¿Qué tal si eres una dama y aceptas que alguien te invitó a cenar?
Frunzo mis labios. Mierda.
—Touché.
Agacha la cabeza, su sonrisa es lenta y fácil, sexy pero leve.
—Gracias. ¿Gano esta ronda?
—Alto al fuego —respondo—. No hay ganadores ni perdedores.
—¿Habrías ganado si te hubiera dejado pagar?
—Obviamente.
Su risa baja envía escalofríos a mis brazos.
—Por supuesto que lo harías. Qué ridículo de mi parte preguntar.
—Es tan agradable cuando encontramos cosas en los que concordar.
—Lo miro.
No debería haberlo hecho.
No debería haber hecho eso.
Dios tuvo un gran día cuando creó a este hombre. Es como si hubiera
hecho varios borradores y Zeke Elliott fuera el producto final.
Trago mientras mi mirada se detiene en la suya. Los vellos de mis brazos
ya están erizados por su risa aparentemente interminable, así que realmente
no necesito otra razón para reaccionar ante este tipo. Menos de todos sus
ojos.
Soy una fanática de los ojos.
Gatos, perros, bebés… Zeke.
Estoy tan arruinada. Y no de forma divertida.
Sus ojos se deslizan de un lado a otro sobre mi rostro antes de decir:
—Vamos. Déjame llevarte a casa.
—¿Qué hay de Brooke y Cain?
Zeke toma mi bolso y lo presiona contra mi estómago.
—¿Los ves?
—No.
—Entonces vamos. —Se aparta de mí y camina hacia donde está
estacionada su camioneta en la esquina del estacionamiento.
Lo sigo. El hecho de que lograra mantenerme de pie sin matarme con
estos zapatos hasta ahora es un milagro, aunque la falta de dolor podría
deberse al tequila. Eso y las margaritas probablemente hayan ayudado
muchísimo.
—¿Cómo se supone que subiré en eso? —Miro el vehículo
aparentemente monstruoso frente a mí.
¿Creció desde que me recogió?
Zeke me mira a través de la cabina.
—Haces esta cosa en la cual pones un pie en ese pequeño escalón
de allí, luego te agarras a los lados de la puerta y te levantas. Aunque eso
podría ser demasiado insensato para esos zapatos después del alcohol.
—Nada es sensato después del alcohol, mucho menos cualquier cosa
que se haga con tacones de quince centímetros.
—Sabio consejo de Carly Porter. —Guiña, riendo—. Agárrate fuerte,
tetas de azúcar.
¿He mencionado que realmente odio ese apodo? Porque lo hago.
Y, para que conste, es un excelente consejo.
—Gracias —le digo mientras rodea la parte delantera del camión—.
El consejo, no el agarre fuerte.
Sacude la cabeza mientras se acerca a mí.
—Solo te estoy advirtiendo que podría tocarte el trasero mientras te
levanto, y prometo que es completamente intencional.
Hago una pausa
—Creo que puedo hacer esto yo sola. —Me agacho y me quito un
zapato.
Apenas lo he tirado al piso de la cabina cuando Zeke envuelve su
gran mano alrededor de mi pantorrilla. Levanta mi pie, plantándolo con
seguridad en el escalón, y luego, agarra mi cintura. Su fuerte y áspero agarre
me empuja hacia arriba, y grito silenciosamente cuando él me lanza a la
cabina y me empuja, así que me inclino sobre el asiento.
—Bien afeitada. ¿Pensé que esto no era una cita?
—¡Vete a la mierda! —Acomodo el vestido sobre mi trasero mientras
me giro y me alineo con el asiento. Fallo, y en lugar de sentarme en el
asiento, me caigo en el suelo con las piernas sobre el borde del camión—.
Te odio.
—Lo sé, pero todavía estás bien afeitada en tu no cita. —Sonríe.
—¡No deberías estar mirando!
—Deberías usar bragas más grandes cuando llevas un vestido tan
corto.
Quiero argumentar que mi vestido no es tan corto, pero en realidad lo
es.
—No deberías mirar, Ezekiel Elliott, y ese es el final. Ahora, lleva tu
pequeño trasero pervertido al lado del conductor antes de que empale a
tu pequeño amigo con mi tacón.
—No hay nada de pequeño en mi amigo —dice, retrocediendo—. Y
ahora mismo, él es mi maldito enemigo.
No sé si se suponía que debía escuchar eso, pero, Dios... sonrío. Sonrío
con fuerza. Bien por mí.
Mira, no me gusta el tipo de gente que se deleita en torturar.
Realmente, el hecho de no gustarme es una razón más que suficiente para
que me encante torturarlo.
Las erecciones que no se pueden resolver con nada más que su mano
en la ducha es inmensamente agradable para mí.
Si debo usar un amigo que funcione con baterías, él puede usar una
que funcione con sangre.
Espera. Eso no sonó bien.
—¿Subirás pronto o debería conducir sin ti? —Zeke me mira al otro
lado de la camioneta.
Cierto. Todavía estoy con medio cuerpo fuera de la camioneta.
Me quito el otro zapato, lo dejo en el suelo y me arrastro hasta el
asiento. Solo me tranquiliza que no vio mis bragas por el hecho de que mi
trasero nunca lo enfrentó, pero este es un restaurante relativamente
concurrido, así que, sí...
—Estoy lista. —Cierro la puerta y agarro mi cinturón—. ¡Vámonos!
—Todavía pienso en el hecho de que te afeitaste. —Pone la
camioneta en marcha.
—Todavía estoy pensando en el hecho de que eres un cerdo. —Dejo
mis zapatos en mi regazo—. Puede que te sorprenda saber que nosotras no
nos afeitamos para los hombres. A veces nosotras lo hacemos porque
queremos. Porque es molesto pero nos hace sentir bien.
—¿Quiénes son nosotras y nosotras?
—Yo y mi coño.
—¿Son entidades independientes?
Me giro en mi asiento y miro a un lado de su cabeza.
—Si puedes decirme directamente que nunca le pusiste un nombre a
tu polla, puedes llevar esta discusión más lejos.
Zeke abre y cierra la boca. Sus labios se aplanan lentamente en una
delgada línea.
—Exactamente. Ahora, dime cómo lo llamaste.
Su expresión solemne desaparece en un instante y es reemplazada
por una risa fuerte.
—¿Por qué crees que te lo diría?
—Te diré cómo llamé a mis pechos.
—Claramente, el tequila es tu amigo.
—Solo cuando puedo abrir la botella.
—¿Qué?
—No importa. —No necesita saber que soy desafiada continuamente
por una botella de licor—. Dime cómo llamaste a tu polla y te diré cómo
llamo a mis pechos.
Desliza su mirada hacia mí.
—Dime tú primero.
—Solo porque el tequila es mi amigo.
Sonríe mientras nos acercamos a un semáforo en rojo.
—Al parecer, también es mi amigo.
—Ben y Jerry.
Zeke me mira fijamente, sus ojos bailan con diversión.
—¿Llamaste a tus tetas Ben y Jerry?
—¿Qué? ¿Crees que estas cosas solo son reconfortantes para los
hombres? También son el máximo consuelo para mí. Como el helado.
—No discutiré contigo sobre eso, tetas de azúcar.
Lamo mis labios.
—Debería callarme, ¿no?
Ríe tranquilamente.
—Estás hablando mucho. ¿Ese es el tequila?
—Probablemente —reflexiono—. Pero nunca me dijiste cómo llamas a
tu polla.
—Nada.
—¿Nada? ¿Nunca le pusiste un nombre?
Se detiene en el estacionamiento de mi apartamento.
—¿Por qué lo nombraría? Mi polla no es mi mascota. Si lo fuera, te lo
diría en este instante.
—¿Por qué? ¿Está activo cuando no debería estarlo? —pregunto
inocentemente.
—Generalmente —comienza, volviéndose para mirarme—. Sería
gracioso, pero me está presionando contra el cierre y no es tan gracioso
ahora mismo.
Resoplo, desabrochándome el cinturón.
—Y los hombres todavía piensan que son la especie superior.
—¿Qué significa eso?
Salgo al suelo. Ay. Difícil.
—Quiero decir que mis genitales no intentan mutilarme cada vez que
me excito, pero los tuyos sí. Más concretamente: los tuyos son tan obvios.
Como, oh, hola, sé que ese no es el teléfono en tu bolsillo.
—Pasas demasiado tiempo en Internet.
Miro su entrepierna y la evidente erección y digo:
—¿Ese es tu teléfono en el bolsillo?
Zeke también baja la mirada.
—Sí.
—Gracioso. Tu teléfono está en la consola central.
—Mierda.
Sonrío y salgo del coche. Agarro mis zapatos, bolso y cierro la puerta
con el hombro.
—Gracias por la cena y el viaje a casa, señor caballero, pero evitando
de que la historia no se repita, todos sabemos lo mala que fue, tal vez
debería quedarse aquí —digo cuando llego a su lado del camión—.
Lamento que los ancianos te hayan traumatizado esta noche.
Los labios de Zeke se curvan hacia un lado.
—No te preocupes, tetas de azúcar. Tu abuela es divertidísima.
Maravilloso.
Toco el costado de su camioneta.
—Buenas noches, Zeke. Gracias por no haber tenido una cita.
Guiña un ojo.
—Buenas noches, Carly.
Sonrío y me doy la vuelta. Estoy descalza mientras camino por el
estacionamiento y paso por delante de mi coche, pero sigo sonriendo. A la
mierda esta estúpida sonrisa de mierda. No tiene por qué estar aquí, no
merece estarlo, pero lo está. Aquí está curvando mis labios y
manteniéndolos en su lugar.
Por mucho que quiera culpar al tequila, y lo haré con cualquiera que
me pregunte, debo admitir que no es tan malo. Es un dolor de cabeza total,
pero se desenvuelve bien, sus modales no son tan malos, y bueno... su sonrisa
es peligrosa.
Espera. Tacha eso.
Totalmente el tequila.
No, pienso mientras presiono el botón del ascensor. Estoy bastante
contenta de que Zeke no fuera mi cita esta noche. Fue divertido cenar con
Brooke y Cain e incluso si no pude pagar por lo mío, fue agradable no
hacerlo.
Tal vez mis estándares con los chicos de mis citas no sean demasiado
altos después de todo.
El ascensor se detiene. Las puertas se abren en mi apartamento, las
luces parpadean levemente mientras se abren. Salgo antes de cerrar
nuevamente y giro a la derecha hacia mi puerta. Con los ojos fijos en ella,
saco las llaves de mi bolso.
No me doy cuenta de él hasta que es demasiado tarde.
Las llaves se escapan de mi agarre y caen al suelo cuando Zeke me
empuja contra la puerta. No sé qué golpea más fuerte contra la madera: mi
espalda o su mano.
O su boca sobre la mía.
Agarro cualquier tela que pueda conseguir con mis dedos mientras él
aplana su cuerpo contra el mío. Sus labios recorren los míos en un asalto
mortal que tira de cada parte de mí. Agarra la parte de atrás de mi cuello,
su pulgar descansando contra la parte de atrás de mi oreja, peligrosamente
cerca de ese punto sensible que siempre me hace temblar.
Mi corazón se acelera.
Aprieto su camisa con fuerza mientras un dolor sordo se forma entre
mis piernas. La boca de Zeke es como jodidamente mágica mientras me
besa. Su lengua es su arma mientras burlándose de mi labio inferior antes de
golpearla contra la mía.
Sí, este beso es una batalla y la lengua es su arma, entonces su pasión
es su ejército.
Y está ganando la pelea.
En este momento, lo hace, y ni siquiera me importa.
Zeke se detiene, apoyando su mano en un lado de mi rostro. No me
atrevo a abrir los ojos, así que permanezco con el rostro ligeramente
inclinada en caso de abrirse por su propia voluntad. No quiero verlo a él ni
a la expresión de su rostro.
Ya puedo sentir la forma en que su erección presiona contra mi
estómago. Eso es suficiente para debilitar mi resolución de no volver a
acostarme con él; sus ojos serían mi perdición.
Apoya su barbilla sobre mi cabeza. Aprieto los ojos con fuerza. Mi
corazón sigue latiendo como un loco y me está costando todo lo que tengo
para no respirar tan salvajemente como quiero. No quiero que sepa cuánto
me ha afectado ese beso, cómo me ha hecho sentir.
Peligroso. Es peligroso, así es él.
Zeke besa la parte superior de mi cabeza, luego, sin una palabra, me
suelta.
Uno. Dos. Tres.
Él suspira.
Cuatro. Cinco. Seis.
Se abren las puertas del ascensor.
Siete. Ocho. Nueve. Diez.
Abro mis ojos para ver el momento en que las puertas se cierran sobre
él. Lo que vislumbro de su rostro es solo una instantánea en el tiempo, pero
la forma amplia y cruda en la que me miró hace que mi estómago se
revuelva, incluso cuando volteo y recojo mis cosas.
Mierda.
10
Ser besada. Pero no
cualquier beso. Un beso que sostenga tu rostro y
tuerce tu cabello, desesperado, que morirá sin ti.

—M
ierda. —Froto las manos por mi rostro.
Hoy no es mi día. No sé si es el recuerdo del
beso reproduciéndose en bucle o el hecho de
que apenas dormí debido a dicho beso, pero
este sábado apesta a lo grande.
Realmente. Un estudio lleno de estrellas porno no podría ser tan duro.
Parecerían chupapollas amateur en comparación con el día de hoy.
Porque aquella le diría a este día que hiciera si tuviera una polla. Le
diría que lo chupe y bien.
También tengo el peor dolor de cabeza conocido por el hombre, pero
no sé si es porque me estoy enfermando, no dormí bien o el tequila es el
culpable.
Lo único bueno que salió de ayer es que no tuve que vivir la fiesta de
striptease de mi abuela. Por lo que estoy muy agradecida. Ni siquiera creo
que pueda expresar eso adecuadamente con palabras. Lo más cerca que
puedo estar es: Ay, mierda, sí.
De hecho, no importa. La palabra “mierda” es adecuada en
cualquier situación.
Excepto posiblemente en funerales. A menos que estés diciendo:
Mierda, lo siento.
Aún allí. No importa. Es el mejor potenciador de frases.
Necesito usar más la palabra “mierda”. Específicamente antes de la
palabra “fuera”.
A otras personas.
Levanto mi bolso del suelo y lo dejo sobre la mesa en la sala de
profesores. Me alegro de que esté tranquilo aquí para mi hora de almuerzo,
aunque en realidad no he comido nada. Empujo mi ensalada alrededor del
tazón antes de tirarla a la basura porque no tengo ningún tipo de apetito.
Quizás me esté enfermando. Lo sabré muy pronto. Lo cual, por
supuesto, será el momento perfecto, ya que estoy a punto de tener una
semana libre
¿Pero no siempre funciona así?
Oye, ¿estás a punto de pasar una semana divertida y relajante? Oh,
no, bromeando. ¡En su lugar, enferma!
Saco el teléfono de mi bolso y apoyo la barbilla en mi mano. Mi
pantalla muestra un mensaje de Brooke.

Brooke: ¿Zeke te besó ?


Las noticias viajan rápido por aquí.
Yo: Mmm. ¿Cómo sabes eso?
Su respuesta llega en unos segundos.
Brooke: Hablaba con Cain y lo escuché.

Bueno, ahora tengo que llamarla, ¿no? Entonces, hago precisamente


eso.
—¿Qué quieres decir con que hablaba con Caín? —digo antes de
poder hablar—. ¿Qué decía?
—Estaba bastante frustrado —responde—. No escuché mucho, solo el
final. Trabajaban en la cocina con la puerta trasera abierta mientras salía a
mi oficina. Literalmente aparecí unos minutos antes del final.
—¿Entonces, qué fue lo que dijo? Querido Dios, ¿por qué siento que
estoy de vuelta en la escuela secundaria con esta conversación?
—Porque lo estamos —resopla—. Todo lo que escuché fue que
después de irte del restaurante, te llevó a casa, y entonces, se llevaron bien.
Luego, te besó.
Gimo y cubro mis ojos.
—¿Por qué te besó?
—No lo sé. No tomé un momento para preguntarle.
—Deberías haberlo hecho. Eso haría esta situación mucho más fácil
de entender.
Tiene razón, pero aun así.
—¿Cuándo se suponía que haría eso? ¿Fue antes de verlo venir,
cuando su lengua estaba en mi boca, o cuando se fue?
—Me imagino que, si hubieras intentado hablar con su lengua en la
boca, probablemente te habrías ahogado.
—Exactamente. —No mencionaré el hecho de que había tiempo
para preguntar, que quería hacerlo y ahora realmente lo deseaba—. Eso
también es asqueroso, pero como sea. ¿Qué mas dijo?
—Pensé que odiabas a Zeke.
—Odio a Zeke... la mayor parte del tiempo. Como cuando no me
besa.
—Entonces, ¿te gusta cuando te besa? Obviamente te gustó más que
una vez...
—Estás siendo una idiota.
Resopla.
—Siempre soy una idiota. Solo digo que probablemente tu no cita fue
una cita real.
—Mí no cita no fue una cita real —argumento—. No importa lo que
digas. Nada de eso estaba planeado. Ni siquiera me acompañó.
Literalmente apareció de la nada, me empujó contra la puerta y me besó.
Brooke permanece en silencio por un momento, luego un profundo
suspiro cruje por la línea.
—Eso es un poco caliente.
Maldita sea, es difícil discutir con la verdad.
—Ese no es el punto.
—Entonces, ¿cuál es el punto?
—Debo volver al trabajo. Ese es el punto. —Cuelgo y guardo el
teléfono en mi bolso, porque sé que llamará enseguida.
Después de todo, no respondí a su pregunta, porque no sé qué ocurre
ahora mismo. No quiero saber, si soy honesta. Anoche fue divertido hasta
que tuvo que arruinarlo besándome.
¿Por qué me besó? ¿Siente que tenemos asuntos pendientes? Porque
no lo hago. No hay nada más definitivo que gritar a través de un orgasmo.
Ay, Dios. ¿Y si no tuviera un orgasmo? ¿Es eso? ¿Le debo un orgasmo?
Eso no es bueno. Es desastroso. Ni siquiera puedo recordar si se corrió
o no. Creo que estaba demasiado ocupada para percatarme de si lo
concretaba.
Soy una egoísta. Ay, Dios mío. Soy una adolescente atrapada en el
cuerpo de una mujer adulta.
Tomo mi teléfono. Ignorando las dos llamadas perdidas de Brooke,
diez puntos para Carly, abro mis mensajes y presiono el nombre de Zeke.

Yo: ¿Te viniste cuando estuvimos juntos?


Lo bajo. Miro. Golpeo mis uñas contra la mesa.
Mi teléfono suena.
Zeke: ¿Debería ofenderme que no puedas recordar?
Yo: Responde la pregunta, Ezekiel.
Zeke: Sí. Lo hice.
Yo: Ay, gracias maldición.
Zeke: ????????
No me atrevo.
¿Le pregunto?
No debería. Debería. No debería. Debería.
Voy a hacerlo.
Yo: ¿Por qué me besaste anoche?
No responde al instante.
Diez minutos después, cuando termina mi descanso, todavía no tengo
respuesta.

Exactamente a las cinco y cuarto de la tarde, salgo del banco.


Zeke todavía no ha respondido. Han pasado cuatro horas desde que
envié ese mensaje y no ha respondido.
Estúpido. Estúpido. Estúpido.
¿Qué pensé que ganaría enviando ese mensaje? Quería una
respuesta, pero su completo silencio es confirmar que no es una respuesta
lo que verdaderamente quiero. Si pensara que me gustaría escucharlo, ya
lo diría.
Esto lo empeora. Diez veces peor. Más que ello.
No sé cómo procesarlo. Entonces, no lo haré. Voy a ignorarlo y fingir
que nunca sucedió, porque si él no responde, no quiere o no responde a mi
pregunta, entonces lo olvidaré.
Es más fácil decirlo que hacerlo, lo sé, pero aun así. Apoyo para mí por
intentarlo, ¿verdad?
Entro en mi coche y tiro mis cosas al lado del pasajero. Mi teléfono
suena y lo agarro antes de encender el motor. Es un correo del sitio web de
citas, uno de los estúpidos que siempre borro sin leer porque lo único que
hace es decirme que tengo una nueva coincidencia y un mensaje.
Mi dedo se cierne sobre el botón de borrar.
Quizás debería leer este. Solo porque puedo.
No es casualidad que esto sucediera justo después de que decidiera
olvidar a Zeke y su estúpido beso. No importa que todavía esté desesperada
por su respuesta. No importa en absoluto porque preocuparse es una
tontería.
Abro el correo.
Leo el correo.
Y le respondo al chico diciéndome que vive en la ciudad vecina y que
le gustaría conocernos esta noche.
Le digo que sí.
Y conduzco a casa, sin importarme una mierda.
Especialmente de lo mal que se siente salir con alguien esta noche.
—Tendrás una cita. —Brooke me esperaba dentro de mi apartamento
cuando llegué a casa hace una hora, con harina todavía espolvoreando
las puntas de su cabello. Huele exactamente como los dulces que
probablemente ha pasado horas horneando hoy.
—Sí. —Le entrego una copa de vino y me subo al brazo del sofá,
sosteniendo mi propia copa entre mis manos.
—¿Tendrás una cita, con otro chico de ese tonto sitio web de citas, el
día después de que Zeke te besara?
—No me obligues a decirte que sí, o te golpearé con mi libro.
Pone los ojos en blanco.
—No, así no eres. Lo siento, no lo entiendo.
Frunzo las cejas en confusión.
—¿Qué hay que no entiendes?
—Por qué tendrás una cita el día después de que Zeke te besara. —
Bebe su vino.
—¿Por qué no lo haría? Me besó, Brooke. Eso es. ¿Por qué eso significa
que no puedo tener una cita? No existe una relación que valga la pena
medir con Zeke Elliott. Tampoco estoy interesada en una relación con él, así
que quítate eso de la cabeza. —¿O soy yo? No. No, no lo soy.
—Creo que estás engañándote a ti misma.
— Creo que estás engañándote a ti misma —le respondo—. Ambos
conocemos la postura de Zeke sobre las relaciones. Becky lo jodió mucho
cuando la sorprendió engañándolo, y no sé si alguna vez se ha recuperado
realmente de eso. No, efectivamente, sé que no lo ha hecho.
—Tiene problemas de confianza, claro, pero es porque no quiere
volver a joderse. No puedes culparlo por ello, pero eso no significa que no
quiera una relación.
—Entonces, no creas que consideraré preguntarle si lo hace o no. No
quiero una relación con él y punto. Tener sexo con él fue una casualidad.
Como cuando ganas en el póquer por primera vez. Nunca esperas que
vuelva a suceder porque no sabes cómo lo hiciste en primer lugar.
—¿No sabes cómo te acostaste con él? Es bastante simple. Te
desnudaste y él puso su doodaa en tu yujuu.
—Eso es alarmantemente vago —le digo, apoyando mi copa de vino
en mí barbilla—. Mira, sé que tienes este pequeño mundo ideal dentro de tu
cabecita loca, pero él cambió después de Becky. Se convirtió en una
persona un poco diferente. No creía en la mierda que hacía antes...
—Car, eso fue hace casi dos años. —Brooke se endereza y balancea
sus piernas—. Eso fue hace mucho, mucho tiempo.
—Realmente no.
—Tiempo suficiente. Lo ha superado en este momento, solo lo usa
como una excusa porque debería establecerse de acuerdo con todos los
mayores de cincuenta años. No olvides que la boda de Gabe es la próxima
semana. Después de eso, todos esperarán que sea Zeke el próximo debido
a la edad. Lo está exprimiendo, claro, pero eso no significa que todavía
tenga problemas de confianza.
—Ella lo engañó dos semanas antes de su boda. Por supuesto que
tiene problemas de confianza. Nunca se volverá a casar, y no importa lo
que pienses, incluso si quisiera estar con él, no querría la mitad del cuento
de hadas. No soy la maldita madrastra.
—Tú tampoco eres una princesa.
—Cállate. —Niego con la cabeza—. Sea lo que sea que esté
haciendo Zeke, no quiero saberlo. Le envié un mensaje antes y le pregunté
por qué me besó y todavía no ha respondido.
Hace una pausa.
—Tal vez aún no ha visto el mensaje. —Su excusa es débil en el mejor
de los casos. Totalmente una mierda en el peor de los casos.
—Brooke. —Me deslizo hasta el cojín y abrazo las piernas contra mi
pecho—. Estuvimos hablando justo antes de eso. Él respondió
instantáneamente, luego simplemente se detuvo.
Pone sus labios en una sonrisa tensa.
—Sé qué piensas que no quieres estar con él, Car, pero estás
demasiado preocupada por él, para alguien a quien no le importa.
—Nunca dije que no me importaba. —Mi voz se hace más fuerte y
presiono las yemas de mis dedos contra mi frente. Una respiración profunda
llena mis pulmones y la dejo ir lentamente—. No quiero pensar en todo esto
ahora mismo. Debo irme a mi cita en cuarenta y cinco minutos. Me alistaré.
Dejo la copa en la mesa de café y camino a mi habitación.
Amo a mi mejor amiga, Dios, lo amo, pero a veces realmente quiero
meter su cabeza en una tostadora y encenderla.
No es que no aprecie su aporte, porque lo hago. Esta situación es
confusa y casi angustiosa porque no tiene ningún sentido, porque no
debería sentirme como me siento.
No debería importarme si Zeke me responde o no.
No debería importarme por qué me besó.
No debería importarme por qué estoy sentada en el borde de mi
cama, mirando la pantalla de mi televisor en blanco en lugar de mirar a
través de mi armario.
No debería importarme absolutamente la longitud del pezón de Zeke
o esta situación, pero lo hago. La peor parte es que no sé qué me importa
más o menos porque no puedo separarlos. Están tan intrincadamente
entrelazados.
Las relaciones y las emociones son como trenzas francesas.
Se ven fáciles y bonitas, pero en realidad son todo lo contrario. Son el
estrés, falsa emoción, molestia y un delicado racimo que puede explotar
ante cualquier movimiento en falso.
El hecho de que no pudiera hacer una trenza francesa para salir de
una ejecución no tranquiliza mi habilidad para manipular las relaciones.
—Lo siento.
Volteo hacia la puerta de mi dormitorio.
Brooke está parada allí, con una sonrisa avergonzada en su rostro,
ambas copas de vino en sus manos.
—Solo quiero que ambos sean felices, pero tienes razón. Zeke tiene
problemas de confianza y tú, bueno, tantos problemas que Vogue desea
que fueras tú.
—De acuerdo, esa no es la mejor disculpa del mundo, pero no está
del todo mal.
—Oye, soy uno de tus problemas. De hecho, probablemente soy
como seis de ellos.
—¿Solo jodidos seis?
Sonríe.
—Sesenta. Está bien, como sea. Aquí está tu vino. Pensé que ayudaría
a prepararte para tu cita.
Tomo mi vino con una sonrisa irónica.
—Está bien, puedes ayudarme.
—¡Excelente! ¿A dónde vas? —Se dirige a mi armario, casi tropezando
con mi alfombra en el proceso.
Por supuesto…
—Santiago’s. El bar no lejos del cementerio.
Ella saluda y abre las puertas de mi armario.
—Bueno. Vamos a vestirte.

11
Empieza a pensar en
otras mierdas. Como fajas y vestidos enteros…Y
mejores amigos.

S
i pudiera darte un consejo, sería que no escuches el consejo de
tu mejor amiga sobre usar un vestido entero corto con fajas.
Seriamente. Mi cita ni siquiera ha llegado todavía y ya oriné una
vez; se sintió como si despegara un plátano encogido por el aire. O cuando
pides ropa en eBay y vienen empaquetadas y te vistes toda sudorosa
intentando averiguar si puedes entrar en el empaque sin hacer que tu nueva
camiseta parezca que un lince se la ha llevado.
Gracias a Dios por el desodorante, eso es todo lo que digo.
No es que importe, porque el culo me suda como una prostituta en
una iglesia con tantas capas en este bar, y mi cita llega tarde.
Si él no está al nivel de Chris Hemsworth, estaré tan enojada.
Doy un sorbo a mi bebida en el rincón del bar y miro a la multitud. No
sé por qué acepté ir a un bar. Odio los bares. Es ruidoso y hay toneladas de
gente, y honestamente, he tenido más emoción de la que me corresponde
esta semana.
Además, mi dolor de cabeza todavía persiste. La música en auge no
lo está mejorando exactamente.
—¿Carly? —alguien grita detrás de mí.
Me doy la vuelta y miro a un hombre que no está tan caliente como
Chris Hemsworth, pero sí lo suficientemente caliente.
Cabello oscuro y ondulado se aparta de su rostro, un poco
desordenado, pero lo suficiente como para que lucir más azotado por el
viento de lo que acaba de levantarse de la cama. Ojos café oscuro.
Mandíbula afilada. Linda sonrisa.
—¿Jake? —Sonrío y me pongo de pie.
Toca mis hombros y besa mi mejilla.
—Siento mucho llegar tarde. Trabajo con mi padre y él necesitaba
algo antes de que pudiera salir.
Mmm.
—No te preocupes. Acabo de llegar aquí hace unos cinco minutos —
ofrezco la respuesta estándar a tal declaración.
Mira mi vaso casi vacío.
—¿De verdad?
—Lo siento. Trabajo en un banco. La población anciana de Barley
Cross lucha con los recientes avances en tecnología.
—¿Avances recientes?
—Máquinas de tarjetas. —Mis labios se curvan hacia un lado.
La suya también, y es genuina.
—Mi abuela es similar. Insiste en el efectivo o cheque para todo. Antes
de continuar, ¿puedo invitarte a una bebida?
—Una copa de vino sería genial, gracias.
—¿Blanco? —Señala mi vaso.
—Chardonnay. —Sonrío y lo miro mientras llama al camarero y hace
su pedido.
Pide la elegante botella de Chardonnay.
Mmm.
—¿Quién es este Jake y por qué está en un sitio web de citas?
En dos minutos, tenemos la botella entre nosotros y vasos nuevos
servidos después de probar que es el correcto.
No entiendo eso de oler y beber.
Solo tómalo de la botella. Pronto sabrás si es bueno o malo si lo vomitas
o no.
—Entonces, Carly, dijiste que trabajabas en el banco. ¿Qué haces?
Meto mi cabello detrás de la oreja.
—Solo soy cajera. Era un trabajo temporal después de graduarme de
la universidad, y todavía estoy allí, desafortunadamente.
—¿Cuál es tu título?
—Contabilidad —respondo—. Soy una chica de números.
—Yo también. Un tipo de números, quiero decir. No una chica. —Se ríe
torpemente—. Lo siento, eso salió un poco mal.
Ay.
—Entiendo a qué te refieres, no te preocupes. —Sonrío para
tranquilizarlo—. Dijiste que trabajas con tu padre. ¿Qué haces?
—Bueno, como dije, soy un tipo de números. De hecho, tengo dos
títulos: contabilidad, como tú, y un segundo en marketing y gestión
empresarial.
En este momento una cabeza familiar aparece en mi línea de visión.
Cabello oscuro y rebelde que hace que Jake parezca que ha sido
peinado profesionalmente.
Ojos brillantes de color oceánico que se iluminan cuando la luz rebota
en ellos.
Una barba de las cinco en punto tiñe una mandíbula fuerte y
cuadrada con los labios perfectamente rellenos justo por encima de la
barbilla.
Asiento hacia Jake, pero estoy mirando a Zeke.
Ordena.
Una bebida.
Ni siquiera me mira.
Toma su bebida.
Paga.
Se va.
Como si no supiera que estoy aquí, pero sé que es lo contrario.
Por supuesto que lo hace. No es casualidad.
Mataré a Brooke.
—¿Carly?
Parpadeo y regreso toda mi atención a Jake.
—Lo siento mucho, pensé haber visto a mi prima. Me perdí lo último
que dijiste.
Estúpido. Carly Porter, eres una idiota.
Por suerte para mí, Jake se ríe.
—Dije que iba al baño. ¿Te importa?
—¡Ah! —También me rio—. No, claro que no.
Sonríe torcidamente y se levanta.
Tan pronto como desapareció en la oscuridad, mis sospechas se
confirmaron.
—¿Jake Kensington? ¿De Verdad? —dice Zeke en mí oído detrás de
mí—. ¿Es tu cita?
—No es asunto tuyo —digo con firmeza.
No lo miraré. No responde a mi mensaje, pero ¿se encuentra aquí,
juzgándome por mi cita? No lo creo, amigo. No lo malditamente creo.
—Es un niño de papá —continúa en mi oído—. Lleva una vida bonita
trabajando para su papá y usando páginas de citas como de amigos.
—¿Te importa? Estás siendo grosero.
—¿Grosero? Ni siquiera estoy cerca de ser grosero en este momento,
tetas de azúcar.
—Zeke. Piérdete.
Su pulgar roza el costado de mi trasero mientras pone su mano en el
taburete.
—Él volverá. Bésalo. Cuando lo hagas. Entonces, si te gusta, me iré.
—Vete a la mierda —siseo.
Ahora estoy molesta. Me siento tan jodidamente cabreada. ¿Cómo
se atreve a aparecer en mi cita y hablarme así? Dios, no es un adolescente
celoso. Es un hombre adulto que debería poder controlarse a sí mismo. No
lo quiero aquí, interrumpiendo mi vida, cuando ni siquiera puede molestarse
en responderme.
Me estoy concentrando demasiado en eso, lo sé, pero su audacia es
digna de un puñetazo.
Jake regresa a reunirse conmigo, y en algún momento de los últimos
quince segundos, Zeke se ha desvanecido entre la multitud.
Sé que está mirándome. Puedo sentirlo. Es un calor dulce y celoso que
se arrastra sobre mi piel y en mi conciencia. Es la quemadura engreída del
último vete a la mierda mientras me inclino hacia Jake, lo suficientemente
cerca como para poder besarlo, pero lo suficientemente lejos como para
no hacerlo.
—A riesgo de ser un cliché —digo, envolviendo los dedos alrededor
de la base de mí copa de vino—. ¿Qué haces para divertirte?
Sus labios se curvan y lo veo.
El destello depredador.
Es el tipo que usa Facebook como Follabook6. Tinder como Manoseer.
—Juego al tenis, veo películas, lo normal.
Ah, El no solo es un Follabook, también es un Vagobooker7.
Increíble.
A todo el mundo le encanta un maldito Vagobooker. igual que un
cactus en el culo.
—¿Qué películas te gustan? —Empujo mi cabello hacia atrás de
nuevo y paso las yemas de mis dedos hasta el escote de mi vestido.
—Las películas de suspenso. Me fascinan.
—¿Asesinos seriales?
—No tanto —dice lentamente—. Me molestan más que nada, en
realidad.
Bueno, ahí va mi teoría. Los obsesivos de los asesinos en serie son
aparentemente muy inteligentes, después de todo. No digo que las
personas a las que no les gusten no lo sean, pero sí.
Tan cerca.
—¿Cuáles son tus películas favoritas? —pregunto. Dios, espero que me
dé algo que yo sepa.
Saca cinco o seis películas de las que nunca he oído hablar en mi vida.
—¿Cuáles son las tuyas? —pregunta cuando ha terminado.

6Fuckbook: Persona que utiliza la aplicación para obtener citas y a su vez sexo.
7Vaguebooker: Un miembro de la red social Facebook que publica estado vagos y, a
veces, crípticos en su muro.
Parpadeo.
—Chicas malas y el cuaderno. Ah, y la última canción. Y cómo ser
soltero.
Hace una pausa.
Quizás no debería haber incluido esa última...
—Películas deprimentes, ¿verdad? —dice—. A mi hermana también le
gustan.
Deprimentes mi culo... ¿Y que si dos de ellas me hicieran llorar la
primera, y la quinta, vez que las vi?
—No todas son deprimentes, son solo las que sobresalieron. Oye,
¿quieres bailar? —Termino mi vino y lo miro expectante.
Mira a la multitud.
—Seguro. ¿Por qué no?
¿Por qué no?
Lo llevo al medio de la multitud de personas que bailan en el área
abierta del bar. Mi vestido puede ser de un fucsia oscuro, pero siento como
si me mezclara perfectamente con la oscuridad gracias al encaje negro en
la cintura, los dobladillos de las piernas y el escote.
Me meto fácilmente en la multitud de personas. Jake me sigue, mucho
más a regañadientes.
Excelente.
Demasiado para que esto sea una cita fácil.
Culpo a Zeke. Irracional pero no injustificado. Se merece la culpa. Él es
la razón de mi mal humor.
Jake me alcanza y me atrae hacia él. Me dejo caer en sus brazos,
porque agarra mis caderas ligeramente y se mueve conmigo. Para un tipo
tan reacio hace un momento, se desenvuelve en ello.
Me obligo a bloquear todo lo demás. No quiero pensar en la luz
estroboscópica o en la media botella de vino que dejamos en la barra por
la que ya pagó o en la gente que sigue chocando con nosotros.
Nos movemos juntos de forma fácil y sencilla. Su cuerpo roza el mío.
Sus ojos se encuentran con los míos cada pocos segundos. Sus manos se
mueven lo más mínimo.
Justo cuando estoy a punto de decirle que toque mi trasero, su pierna
izquierda vibra.
Más específicamente, su teléfono en su bolsillo izquierdo vibra.
Me libera para sacarlo y mirar la pantalla. Lo muestra, dice “Papá”.
Jake me acerca y se inclina.
—Lo siento —dice en mi oído—. ¿Te importa si tomo esto?
Sí, de hecho. Lo hago. Mucho.
—No. —Sonrío tensamente de una manera que estoy segura
contradice mi acuerdo—. Iré al bar.
Levanta el pulgar.
Un pulgar hacia arriba.
Luego desaparece.
Me detengo, mortalmente todavía en medio del suelo, y lo miro.
Realmente no tengo ningún tipo de buena suerte, ¿verdad?
No. La respuesta es no. Eso ya lo sé. Un hombre muerto podría decirte
eso.
Mierda.
—Te lo dije. —La voz de Zeke es baja pero fuerte contra mi oído.
Agarra mis caderas y tira de mí hacia atrás, arrastrándome entre la multitud.
Estoy demasiado abatida para luchar contra eso. Dejé que me
arrastrara entre la gente hasta que estamos en un lugar completamente
diferente al que acababa de estar.
Desliza una de sus fuertes manos hacia mi estómago y presiona
firmemente. Mi trasero presiona contra sus caderas, su cuerpo duro contra
mí. Su agarre es sólido, demasiado sólido.
—Él te follará y se irá —suspira en mi oído.
Empujo su mano.
—No es tu asunto.
Me abraza más fuerte.
—Tú eres mi asunto.
—¡Tu asunto mi culo! —suelto, retorciéndome contra su agarre—. No
soy nada para ti, Ezekiel, así que acostúmbrate.
Envuelve su otro brazo alrededor de mis hombros. Estoy firmemente
sujeta en mi lugar, incapaz de moverme en lo más mínimo. Nuestros cuerpos
son inseparables en la oscuridad. Todo lo que puedo sentir son sus brazos y
su cuerpo mientras su respiración recorre la parte superior de mi cabeza
hasta que agacha la cabeza y ese mismo aliento baila en mi oído, enviando
escalofríos por mi columna.
—¿Nada? —dice al oído—. ¿Es por eso que estás aquí ahora mismo,
contra mí? ¿Por qué no te dejo? No estás nada bien, Carly. No eres más que
una maldita tentación. Si no me crees, cierra la maldita boca y baila esta
canción conmigo.
—Estoy en una cita.
—Sin embargo, es mi polla contra ti.
—¡Eres un cerdo!
—Oink, jodido, oink —arrastra las palabras—. Una canción. Tres
minutos. De todos modos, fue a hablar con su papá. Si su maldita mierda
mundana en el bar es mejor que esto, vuelve con ese imbécil engreído.
—Suéltame.
—Tres minutos.
—Vete al infierno, idiota.
—Ya lo soy, tú lo eres. —Me besa debajo de la oreja.
El escalofrío que sacude mi columna también se apodera de todo mi
cuerpo.
Mierda.
Estoy en problemas.
—Baila conmigo —murmura Zeke—. Adelante. Baila conmigo como lo
harías con él.
Respiro hondo y cierro los ojos. Dios, todo esto es tan ridículo y
estúpido. Ni siquiera sé por qué está aquí, y mucho menos por qué está
metido en mis asuntos. Nada de esto tiene relación con él, así que por
mucho que la perra dentro de mí quiera jugar su juego, la parte cuerda de
mí no tiene intenciones de hacerlo.
Quizás por eso volteo, agarro su camisa y lo tiro hacia mí.
Sí, Carly. Eso es. El hecho de que no quiera hacerlo es exactamente la
razón por la que lo hago.
Esto es ridículo y lo sé. Estoy jugando con fuego y ni siquiera puedo
encender fósforos sin intentarlo durante varios minutos cada vez.
Sí, lo sé. No puedo abrir botellas de licor, no puedo encender fósforos...
Soy un verdadero partido.
Zeke permanece quieto ante mi toque, así que hago lo mismo. Espero
que se mueva para acercarme más, que agarre mi trasero o haga un
movimiento o algo, pero no lo hace. Está de pie con las manos a los lados y
las mías todavía están enrolladas en su camisa. Sus ojos son brillantes, la luz
estroboscópica de las bombillas sobre la pista de baile pasa por encima de
su mirada cada pocos segundos.
Me inclino.
Inclino mi cabeza hacia arriba. Mis senos rozan su pecho mientras me
pongo de puntillas para que mi boca pueda acercarse a su oído.
Luego digo:
—Adiós, Zeke. —Y me aparto de él.
Tampoco se mueve esta vez.
No mientras me alejo, agarrando mi bolso contra mi estómago.
No cuando me doy la vuelta, odiándome a mí misma porque lo hice.
No.
Se queda ahí, mirándome irme, su mirada intensa.
Lo siento hasta el momento en que salgo del bar y respiro
profundamente mientras el aire suave de la tarde me envuelve.
Viendo a mí alrededor, mi mirada tarda unos segundos en encontrar
el cuerpo de Jake Kensington, envuelto alrededor de otra mujer.
Pongo los ojos en blanco.
Por supuesto.
12
Dejar las malditas citas
en línea. Quizá encontrar un convento moderno
donde se permitan los vibradores. La
masturbación, al menos.

—S
uéltala.
Delilah parpadea.
—Delilah, suéltala —repito, esta vez con más firmeza.
Incluso muevo la pelota de un lado a otro.
Niega con la cabeza ante mi intento.
—Déja. lo. —Tiro de la pelota con fuerza y, esta vez, la suelta. Apenas
la he sujetado correctamente y la arrojo. Salta como si fuera un gatito
atraído por una nébeda, esperándome.
—Hola.
Chillo y arrojo la pelota cuando un enorme hombre apuesto se sienta
en el suelo, a mi lado.
—Brooke tiene razón. Eso es jodidamente molesto.
Cain sonríe, doblando sus piernas y abrazándose las rodillas.
—Por eso es tan divertido.
—¿Qué haces aquí?
Se encoge de hombros.
—Iba a trabajar y vi tu auto estacionado en la calle. Me preguntaba
qué hacías en el parque a las ocho de la mañana de un domingo. Es
temprano, incluso para ti.
—Tengo la semana libre —respondí—. Solo necesitaba un poco de
aire fresco.
—Mucho aire fresco para conducir hasta aquí.
—No me juzgues. ¿Por qué trabajas un domingo, de todas formas?
—La casa. La cocina está casi lista, y quería terminarla hoy. Podemos
comenzar a mudarnos cuando esté terminada.
Lentamente, asiento y sostengo la mano en alto para Delilah.
Me ignora y se recuesta en el regazo de Cain. Sí, la pequeña zorra se
desvive por él.
—Maldita traidora —murmuro.
Cain ríe y arroja la pelota con fuerza. Delilah sale disparada tras el
objeto como una bala, lo que provoca su risa.
—Brooke me dijo que lo ocurrió en tu súper exitosa cita anoche.
Arranco una margarita del césped y giro el tallo entre mis dedos.
—¿Podemos no hablar de ello? No tengo ganas.
—¿Por qué? ¿Por qué mi hermano es un maldito idiota volátil?
—Ese posiblemente sea un motivo. Pero mayormente, porque me hizo
enfadar.
—¿Consideraste que la razón por la que es un idiota volátil es porque
te hizo enfadar?
—Mmm, no necesito hacerlo. —Le echo un vistazo—. Conozco el
motivo.
De verdad. Ni siquiera es porque cambia de opinión, porque nunca
sé lo que piensa. Fue porque su comportamiento más reciente es tan
diferente a él y opuesto a todo lo que conozco de él. Todo lo reclamado en
los últimos dos años.
—Está… raro últimamente. Al igual que Brooke, a decir verdad —
reflexiona—. Brooke siempre es extraña, pero ahora lo es aún más.
Me alegra que haya enmendado eso.
—Eso es bastante extraño. ¿Ya llamaste a los extraterrestres? ¿Vienen
a buscarla?
Ríe entre dientes.
—No, aunque estoy pensando en ello.
Delilah elige ese momento para regresar con su pelota de tenis
babeada.
Cain la vuelve a arrojar antes de suspirar.
—Diablos, me matará si cuento esto.
Me vuelvo hacia él.
—¿Contarme qué?
Duda.
—Cain Elliott, dímelo ya.
Hace una mueca.
—Mierda. Llamó a Zeke anoche cuando regresó. En privado.
Parpadeo, y en cuanto sus ojos verdes se encuentran con los míos, doy
cuenta.
Pasó de ser indiferente a muy interesada en mi cita… y me preguntó
a dónde iba.
—Esa perra. —Dejo escapar—. ¡Le contó sobre mi cita!
Cain arquea las cejas.
—¿Por qué lo haría? ¿Pasa algo entre ustedes? Pensé que finalmente
se llevaban bien.
Por supuesto. Se involucró pero no le dijo nada.
Frunzo mis labios.
—Nosotros… pasó algo después de tu cumpleaños. Yo estaba un
poco borracha y bastante sola, y solo sucedió. Ahora, él se mete en mis
asuntos al igual que ella. En mis dos últimas citas, terminó involucrado de
alguna forma, y aunque estoy bastante segura de que la primera fue una
coincidencia, ahora sé que anoche no fue así.
—Regresaré a la primera parte —dice lentamente—. ¿Pero la primera
cita? ¿Cuándo saliste por la ventana?
—Sí, esa.
—Oh, mierda. Car, no fue una coincidencia que él estuviera en el
restaurante contigo. La chica con la que estaba esa noche lo estuvo
fastidiando, así que quiso salir con ella para sacársela de encima. Brooke
reservó la mesa porque teníamos mucho trabajo esa semana.
—Tienes que estar jodiéndome. Ni siquiera sé qué decir. ¿Cuánto más
involucrada puede estar?
—Pensé que sabías eso.
—¿Cómo podría saberlo? Jesucristo, Cain. ¡La única manera en que
ella podría estar más involucrada en mi vida sentimental sería que se
convirtiera en mí!
Resopla, pero lo oculta rápidamente.
—Hay muchas personas que pagarían por verlo.
—¿Eres una de ellas?
Se detiene.
—¿Es una de esas preguntas donde estoy equivocado sin importar lo
que diga?
—¿Eso parece?
—Me acogeré a la quinta enmienda —dice después de un segundo,
recogiendo la pelota de Delilah—. Mira, si hubiera sabido que ella estaba
siendo… molesta.
—Es una buena forma de describirla —murmuro.
—Le hubiera dicho que te dejara en paz, ¿de acuerdo? Hablaré con
ella más tarde y le diré que deje entrometer su nariz donde no le incumbe,
es decir, en tus asuntos.
—Gracias. —Aunque planeaba hablarle, pero como sea—. Ni siquiera
sé por qué se preocupa tanto.
Cain vuelve a mirarme lentamente.
—¿Por qué dirías eso?
Mierda.
—No importa. Estoy cansada, frustrada y a lo mejor diga cosas que
realmente no pienso. —Vuelvo a arrojar la margarita al pasto.
—Siempre dices lo que piensas. De hecho, en estos once años,
siempre dijiste lo que piensas.
Tiene un punto.
—Bueno, hay cosas que no quiero decir o que no pienso. Soy capaz
de callar, ya sabes. A diferencia de Brooke.
—Viví con ella durante el primer año de la universidad, ¿recuerdas?
Sé que habla mientras duerme.
Ríe por lo bajo.
—Todas las noches. Es interminable.
Eso también es cierto.
—Car, solo porque Brooke y yo estemos juntos no significa que no
puedas hablar conmigo si ella hace algo molesto. Ustedes tienen momentos
tensos siempre. ¿Cuántas veces he tenido que interponerme entre ustedes
desde que nos conocemos?
Diablos. Odio cuando tiene razón.
—Es verdad.
—Eso no ha cambiado porque nuestra relación lo haya hecho.
—Ahí es donde te equivocas. Lo hizo. —Bajo mi mirada nuevamente
al césped—. Solo que no sé cómo decirlo sin parecer una jodida idiota.
¿Cómo se supone que sea honesta sin herir sus sentimientos, o los de
ella? ¿Tengo derecho a estar molesta porque solo veo a Brooke cuando él
está ocupado y le cuente todo a Zeke?
—Hipotéticamente —dice Cain, dándome un empujoncito—, estás
preguntándome en nombre de una amiga, ¿verdad?
Sonrío tristemente.
—Claro, en nombre de una amiga.
—Vamos, pregúntame.
Suspiro y apoyo la barbilla en mi mano.
—.Entonces, tengo una amiga que vio cómo sus dos mejores amigos
se buscaban como idiotas durante años hasta que finalmente terminaron
juntos. Por más que mi amiga está muy contenta por sus amigos, todo
cambió. La chica que conoció desde siempre solo tiene tiempo para ella
cuando su novio está ocupado, pero tiene la maldita costumbre de
involucrarse en la vida amorosa de mi amiga cuando no debería hacerlo.
Así que ahora mi amiga está bastante enojada.
Cain se apoya en sus manos y estira las piernas.
—Ah.
—¿Ves? Mi amiga es una jodida idiota. —Acomodo mi cabello detrás
de la oreja y vuelvo a mirarlo.
Sonríe.
—No eres idiota, Carly. Bueno, lo eres, pero eso es una característica
más general que específica a este momento.
Lo golpeo en la pierna.
—Ay, no, mi pierna. —Ríe—. Ya no salen mucho, ¿cierto?
—Ustedes prácticamente conviven. ¿No te diste cuenta?
Frunce el ceño.
—Supongo que no.
Me encojo de hombros y miro el suelo.
—Lo entiendo, ¿sabes? Todo cambió, y me encanta que estén juntos
y felices, pero a veces me siento como la tercera en discordia.
—Entonces, ¿es por eso que te acostaste con mi hermano? Entiendo
todo el tema del sexo, ¿pero Zeke? Creí que tenías mejor gusto que eso.
Ruedo los ojos.
—Vete al demonio, Elliott. No, nada más me sentía sola, y sí.
—Lo haces pareces como si no tuvieras otros amigos. —Ríe.
—Como regla, me desagradan las personas. De hecho, ahora te
tolero mucho menos que antes.
Le da un golpecito ligero a mi brazo.
—¿Lo ves? Idiota es tu modo predeterminado.
Lo que sea.
—Hablaré con Brooke, ¿de acuerdo? —Se calla para recuperar la
pelota de Delilah y vuelve a arrojarla.
No entiendo de dónde saca tanta energía mi perra.
—Le diré que deje de molestarte con el asunto de Zeke al menos —
continúa Cain—, ¿y Car? Para que conste, no creo que debas sentirte mal
por estar enojada con ella. Mierda, hasta a mí me molesta que se entrometa
en asuntos ajenos.
Me echo a reír por lo bajo y niego con la cabeza.
—Está bien. Bueno, no está bien, pero es lo que es. Sé cómo es.
—Y es por ello que me sorprende que soportes su mierda.
—No lo soporto. Más bien, estoy obligada a lidiarlo cuando preferiría…
veamos, no hacerlo.
Cain le quita la pelota de la boca de Delilah y la mira.
—¿Te gusta Zeke?
—¿Recuerdas eso que dije que preferiría no lidiar con ello? —Alzo las
cejas—. Es una de esas cosas.
Arroja la pelota y levanta el pulgar en señal de aceptación.
—Lo entiendo. Mira, debo ir a trabajar. Te escribiré más tarde cuando
hable con Brooke. Y, oye —dice, poniéndose de pie—. Si quieres hablar de
ello, llámame, ¿de acuerdo?
Me obligo a sonreír.
—De acuerdo. Gracias, Cain.
—Ni lo menciones. —Se agacha y me da un beso en la coronilla—.
Intenta no tener un desliz y volver a acostarte con mi hermano.
—Estaba a punto de agradecerte por ser bueno conmigo, pero
olvídalo. Nos vemos. —Le muestro el dedo medio.
Eso solo lo hace reír. Después de unos segundos, ya no lo oigo, pero
apuesto a que sigue riéndose todo el camino hasta su auto.
Un jodido dolor en el trasero.

Tardo dos horas en marcharme del parque. Incluso Delilah se cansa


de jugar y se recuesta descansar después de su larguísima sesión de atrapar
la pelota. Se despertó hace cinco minutos, y estuvo despierta durante tres
de esos cinco minutos, porque saltó al asiento del pasajero de mi auto,
donde se encuentra ahora, y volvió a dormirse de inmediato.
Apuesto cincuenta dólares a que estará excitada como una adicta
en cuanto lleguemos a la puerta de mi departamento.
Es bueno que en realidad no haya apostado con nadie, porque tengo
razón. En cuanto la llevo por el umbral y adentro del departamento, se
despierta y se arroja de mis brazos. De inmediato, encuentra su soga de
juguete favorita, se abalanza sobre ella y corre de aquí para allá, gruñendo.
La perra está loca. Literalmente loca.
Después de cerrar la puerta, dejar las llaves y las cosas de Delilah sobre
la mesa, me dirijo a la cocina. Se enciende la pantalla de mi teléfono sobre
la encimera, pero lo ignoro para tomar una botella de agua. Una vez que
he bebido un trago, recojo mi teléfono y compruebo los mensajes.
Para mi sorpresa, en cuanto leo su nombre, mi corazón da un vuelco.

Zeke: Lo siento, arruiné tu cita anoche.


Observo la pantalla. No le creo en lo más mínimo. No lo siente, solo
lamenta que las cosas no hayan ido como él quería.
Yo: No te preocupes.

¿Qué se supone que diga? Si soy honesta y lo arremeto contra él


como realmente quiero hacerlo, lo desestimará como siempre. Es como
decirle a un niño que los dulces son malos para los dientes: no les importa,
porque quieren comerlos de todas formas.
A Zeke no le interesa, porque hará lo que él quiera. A la mierda todo
el mundo.
Nop. No me molestaré.

Zeke: No me crees, ¿verdad?


Yo: Es mucho más fácil cuando tú solo te percatas de las cosas.
Zeke: Brooke me llamó anoche.
Yo: Ah. ¿Fue para que puedan analizar otras formas de meterse en
cosas que no son de su maldita incumbencia
Bueno… parece que todo eso de “no me molestaré” cambió un poco
demasiado rápido
Zeke: Ouch.
Yo: La verdad es una perra, ¿cierto?
Zeke: Al igual que tú en este momento.

Parpadeo ante la pantalla del teléfono.


Respiro profundamente.
Y marco su número.
—Carly, lo sie…
—Me dije que no haría esto porque parecería que importa más de lo
que verdaderamente me interesa. Y eso, para constancia, es
absolutamente nada —lo interrumpo—. Sí, soy una perra, bien. Me merezco
serlo. Mi vida amorosa no es asunto de Brooke, y mucho menos tuyo. Tuvimos
sexo una vez y así seguiremos. Deja de aparecerte para salvarme de malas
citas, deja de aparecerte y arruinar mis citas y, por Dios, deja de besarme,
¿de acuerdo? Lo odio. En verdad lo odio. Con eso dicho, adiós y ten un
buen día, idiota.
Cuelgo y pongo el teléfono boca abajo sobre la encimera. Luego,
grito. La pequeña bola de enojo que se alojaba en mi pecho explota
finalmente.
Soltar la furia es como tener un orgasmo. Se va construyendo y
entonces… ¡pum! Satisfacción instantánea.
Físicamente, se siente parecido. Un sonrojo caliente, el corazón
acelerado, los puños apretados. Así de bien.
Quiero decir, los orgasmos son mejores porque son orgasmos, y el
enojo no es bueno para la presión sanguínea o lo que sea, pero es igual.
Además, ya sabes. Los orgasmos llevan más trabajo que el enojo. El
enojo puede suceder por solo mencionar el nombre de alguien.
Zeke.
¿Ves?
Listo.
Mis niveles de ira pasaron de cero a mucho. Probablemente pueda
probar mi fuerza superheroica con el subidón de adrenalina.
¿A quién quiero engañar? No puedo abrir una botella de licor, ni
hablar de levantar a alguien más pesado que mi perro.
Se oyen dos golpes en mi puerta de entrada.
—¡No hay nadie! —grito.
—¿Entonces quién me respondió? —dice Brooke.
—Inteligencia artificial.
—Como si pudieras controlar la inteligencia artificial. Apenas puedes
manejar la inteligencia real.
Un suspiro pesado escapa de mis labios. Brooke vuelve a golpear y la
segunda vez Delilah se exaspera. Patina por el suelo de madera, ladra a la
puerta y se sube al sofá.
—De acuerdo, de acuerdo. —Atravieso el departamento y abro la
puerta de entrada—. Y tienes razón con respecto a la inteligencia artificial.
Si tuviera un robot, probablemente iniciaría una rebelión en mi contra.
Los labios de Brooke se tuercen en una pequeña sonrisa.
—¿Probablemente? Definitivamente lo haría. —hace una pausa—.
¿Puedo entrar así hablamos?
—No, puedes quedarte en silencio en el pasillo. Así atiendo a las
personas que aparecen en mi puerta.
—El silencio y yo no nos llevamos muy bien.
—¿En verdad? Veinticinco años de amistad y nunca lo noté.
Rueda los ojos y pasa por mi lado.
—Delilah, ve a sentarte.
Delilah le gruñe.
Brooke le muestra el dedo medio.
Esa es la respuesta adecuada, para ser honesta.
Cierro la puerta.
—¿De qué quieres hablar? ¿Cómo dominar el mundo?
—Eso después. —Sostiene un dedo en alto e, inusualmente, todo rastro
de alegría y carácter juguetón desaparece de su expresión—. Cain me
llamó hace un rato.
Y hasta aquí llegó nuestra conversación.
—Lo siento. —Se retuerce el cabello—. Fui una imbécil.
Arqueo las cejas.
—Mucho más de lo normal —se corrige—. No me di cuenta de que
estaba pasando tanto tiempo con Cain, y no pensé que reservarle a Zeke
en Italia’s o contarle sobre tu cita con Jake sería tanto problema.
Suspiro.
—Reservaste su cita antes de que contara sobre la mía.
—Sí, pero sabía que irías a una, ¿y a dónde más irías en este pueblo?
—Exactamente. No hay otro lugar. —Me detengo—. Y sí, y que él
supiera sobre mi cita con Jake fue y es un gran problema. No sé qué pasada
en la cabeza de Zeke en este momento. Todo lo que conozco es que nos
odiamos, luego dormimos juntos y ahora él está a donde quiera que vaya.
Esta situación es lo suficientemente complicada por sí sola.
—Lo que hubiera sabido si no hubiese sido una amiga de porquería.
—Eres una amiga ocupada. Una amiga de porquería seguro, pero
también ocupada.
—Lo sé. Pero comprobé los mensajes en mi teléfono, en Facebook y
hay algunos tuyos que ignoré cuando debería haber respondido. —Se
abraza a sí misma—. Solo… lo siento.
Es difícil estar enojada con ella. No sé si es porque es adorable o
porque realmente parece que lo lamenta, pero todo el enfado
desaparece.
—Suele pasar. Tuve que adaptarme a muchas cosas en el último año.
—Sonrío.
—Como a no hacerme explotar cada vez que uso un horno. —Se
sienta en un taburete de la isla de la cocina y levanta la mano—. Mi última
herida. Tuve suerte de que fuera la izquierda.
Frunzo el ceño ante el vendaje en sus dos dedos.
—¿Qué diablos hiciste?
Brooke tuerce los labios.
—Se rumorea que tuve una pelea con un gran cuchillo anoche.
Estaba dándole forma de pony a un pastel para la fiesta de una niña de
siete años y al cuchillo no le gustó mucho mi dedo. Afortunadamente, Cain
es mejor que yo con los primeros auxilios y lo solucionó.
—Intentaste envolverlo con una toalla, ¿verdad?
—Un paño. —Se mira la mano y luego a mí—. En mi defensa, entré en
pánico. Quiero decir, grité. Mucho. Y sangraba un montón, así que parecía
mucho peor de lo que aparentaba.
—¿Cuán malo es?
—De dos pulgadas y es superficial, así que no necesité suturas.
Niego con la cabeza.
—Jesús, Brooke. ¿Quién permitió tener tu propio negocio?
—Tú.
—Sí, bueno, soy una idiota estúpida.
Ríe.
—Sí, lo eres, pero también eres buena. Lo que me lleva al punto dos
en mi agenda de debate y a la parte de conquistar el mundo.
Miro su mano vendada y digo inexpresivamente:
—Quizá debas simpatizar con los cuchillos primero.
—Lo haré en el proceso. —Sonríe—. Así que… ¿conoces la pequeña
cafetería frente al mar? —Cuando asiento, continúa—: El dueño falleció
hace unas semanas y sus hijos quieren cerrarla. Hablé con Billie sobre ello y
decidimos comprarla.
—Van a comprarla. —¿Qué?
—Bueno, técnicamente, creo que ella la comprará. —Brooke hace
una pausa—. Marcus admitió que tuvo más de una aventura en los últimos
tres años y le dijo que no peleará con ella por la casa, auto o el dinero al
que ella tiene derecho siempre y cuando él pueda ver a los niños. Ella
aceptó, por supuesto porque, a diferencia de él, no es un pedazo de mierda
irracional.
Creo que él está siendo bastante razonable, pero ni modo.
—Entonces, haremos negocios. Ella cree que Brooke’s Bites debería
tener una tienda, porque la casa está fuera de vista. La cocina necesitará
una remodelación, igualmente que la fachada, pero estará ahí para
encargarse de ello. Seguiré estando en la cocina de mi casa la mayor parte
del tiempo, pero iré allí un par de días a la semana para hornear, administrar,
asistir a reuniones y demás.
—De acuerdo, eso suena muy bien. ¿Pero qué relación hay conmigo?
Sonríe.
—No llevo las cuentas.
Parpadeo.
—No llevas las cuentas.
Asiente.
—Sé que estoy bien, no te pongas paranoica, porque sé que no estoy
gastando más de lo que gano, pero no sé exactamente cuánto dinero
tengo, y necesito saberlo.
—Quieres que use mi título y arregle tu lío numérico —digo. Podría
preguntarle, pero ya sé lo que me pide.
—Lío es una palabra extraña.
—¿Desastre va mejor?
—Desastre importante lo resume bastante.
Claro que sí. ¿Qué más lo haría? Hablamos de Brooke. Brooke apenas
puede llevar la cuenta de su período menstrual. Nunca la dejaría hacerlo sin
mí.
—De acuerdo. Dame todas tus cosas y comenzaré esta semana ya
que no trabajo. —¿Qué más puedo decirle? ¿No?—. Pero iré y me sentaré
en tu cocina al hacerlo, así que déjame un lugar despejado y haz mis postres
favoritos.
—Carly, cocinaré todo lo que quieras. Tarta. Pastel. Bizcochos.
Apunto con mi dedo.
—Reúne las cosas monetarias, haré una lista de comidas. Luego
podemos debatir lo de conquistar el mundo.
—Trato hecho.
13
No aceptar arreglar las
finanzas de Brooke. Nunca.

P
referiría limpiar la mierda de un burro con mis propias manos
antes que seguir haciendo esto.
Brooke es un desastre. Lo sabía de alguna manera, pero este es
un nuevo nivel de desastre. Ninguno de sus recibos está ordenado por
fecha. Es un milagro que haya algo aquí.
—¿Cómo diablos presentaste la declaración de impuestos en enero?
Brooke entierra su dedo rosado en un tazón lleno de batido y me echa
un vistazo.
—Le pagué a alguien, como hace la gente normal.
—Pero ¿por qué no hay nada organizado?
—Bueno, lo hago todo en línea, y solo envié todo eso.
—¿Por qué no puedo ver esto en línea?
—Porque odias Gmail.
Eso no puedo discutírselo. Ese proveedor de correo no me agrada
—De acuerdo, pero seguramente los imprimiste ordenados por fecha,
¿verdad?
Asiente y lame el batido del dedo cuando la puerta de la cocina se
abre.
—Delicioso.
—¿Entonces por qué no están ordenados por fecha ahora?
—Porque ella se tropezó con sus propios pies, dejó caer los papeles y
no se molestó en volver a ordenarlos. —Cain deja una taza de café frente a
mí.
—Por supuesto que sí. —Suspiro. ¿Qué más podría ser?
—Oye. —Resuena un molde para hornear cuando Brooke lo deja
sobre la encimera—. Primero, no tropecé con mis propios pies, había un
cable allí. Y, segundo, no es la molestia en hacerlo, solo… —se calla.
—No te molestaste en hacerlo —dice Cain por ella, sonriéndome con
suficiencia.
—¡De acuerdo, bien! —gruñe—. No me molesté en hacerlo. Lo
lamento. Soy perezosa. Ódienme.
—No te odio —le aseguro. Luego, miro las tres pilas de recibos y
facturas que debo organizar—. Bueno, todavía no, al menos.
Me sonríe dulcemente.
—Ésta es una mezcla de batido con frutillas y chips de chocolate—.
¿Puedo lamer el tazón?
Cain agarra el recipiente, lo gira y me golpea en la cabeza con él.
—¿Dónde está tu determinación, Carly? ¿La dejarás salirse con la suya
solo porque hornea tu pastel favorito?
Brooke, quien llena el molde con la mejor mezcla del mundo, ni
siquiera levanta la mirada cuando dice:
—Los panecillos de limón y naranja están en el horno.
Cain se voltea rápidamente, sus ojos van de izquierda a derecha entre
ambos hornos encendidos.
Lo observo.
—¿Ahora quién perdió toda su determinación?
—No me hizo nada a mí.
—Sí que lo hice. Rompí un vaso esta mañana y casi cortas tu pie —
interviene Brooke.
Cain parpadea.
—Sí, lo hiciste, ¿no?
Apoyo la mano en su brazo.
—¿Dónde está tu determinación, Cain? ¿La dejarás salirse con la suya
solo porque hornea tu pastel favorito?
Echa un vistazo a mi mano y luego me mira.
—Cállate.
Sonrío. Debería saber que, en cuanto demostró interés en esos
panecillos, volvería sus palabras en su contra.
Espera. ¿Panecillos?
—¿Por qué te está horneando panecillos? —le pregunto.
—¿Por qué me gustan? —responde Cain, con el ceño fruncido.
—Pero los panecillos no llevan glaseado.
—¿Qué quieres decir?
Suspiro y apoyo la cabeza en mi mano.
—Oh, panecillos. Pequeños pastelitos tristes y sin ambición.
Brooke se echa a reír de tal manera que se atraganta. Se golpea el
pecho con el puño, y solo puedo observarla mientras lentamente vuelve a
controlar su cuerpo.
—¿Por qué son pastelitos sin ambición? ¿Qué significa? —Cain arrastra
el taburete a mi lado y se sienta mientras se asegura que Brooke no se
ahogará hasta la inconsciencia.
Ya ocurrió antes.
Lo sé. Te sorprende, ¿cierto?
—Los panecillos son pastelitos que nunca llegaron a crecer. No
puedes esperar que existan pasteles sin glaseado, Cain. Es como decirle a
tu hija de dieciocho años que no puede salir a una cita y meterse en una
jaula o algo así.
—Estoy bastante seguro de que eso último es ilegal —dice Zeke detrás
de mí, apareciendo de la nada.
—Lo que digo es que la primera debería serlo —respondo,
devolviendo mi atención a los papeles. Recojo uno y miro la empresa—. ¿Por
qué tienes un recibo de Victoria’s Secret entre tus facturas del trabajo?
Se congela.
—Ups, solo… tomaré eso.
Lo entrego, intentando contener una sonrisa.
—De nuevo, ¿quién dejó administrar tu propio negocio?
—Tú —responde Zeke, dirigiéndose al pequeño refrigerador.
Brooke me echa un vistazo y se encoge de hombros.
—¿Qué haces aquí? —le pregunta Cain, dándome un codazo.
—Papá está con el papeleo. Todavía no llegaron los azulejos del baño
de Felicity, así que no puedo hacer nada. No eres el único al que puede
darle el día libre. —Zeke saca una botella de agua del refrigerador.
—Jesús —dice Brooke, apoyándose contra la encimera de la isla—.
¿Qué clase de termita está comiéndose tus testículos?
Zeke me echa un vistazo.
Dura solo un segundo, pero el calor y la intensidad me hacen contener
la respiración
Es la clase de mirada que absorbe el aire de la habitación.
—Bueno, mierda, eso no es para nada obvio —estallo, tomando mi
bolígrafo. Aprieto la parte superior con tanta fuerza que lastima mi pulgar.
—Ella preguntó, yo respondí.
Arrojo el bolígrafo sobre la factura que acababa de agarrar.
—No, responder implica que hables, y no lo hiciste. Solo me miraste
como si fuera la raíz de tus problemas y no lo soy. Solo soy la persona que te
dijo las cosas de frente.
Cain suspira lentamente a través de los labios apretados.
—Ah, ¿te refieres a la persona que me llamó, insultó y luego colgó? —
Zeke cierra el refrigerador de un portazo—. Sí, puedo ver como no eres un
problema.
—Sí, bueno, nunca quise ser la suscripción a Vogue de nadie. Y si
decirte la verdad significa “insultarte”, entonces espero que te haya
gustado oírme.
—Lo odié.
—¿Entonces por qué estás aquí?
—Es la cocina de mi mejor amigo.
—En la propiedad de mi hermano.
Lo miro fijamente y él me devuelve la mirada.
Estoy en una encrucijada. Puedo rodar mis ojos, ignorarlo y seguir con
mi trabajo. Puedo tomarme un receso. Puedo decir “Como sea, ya no
seguiré discutiendo”. O, puedo discutirle.
Obviamente, elijo la última opción.
—Actúas como un adolescente de veinte años, ¿lo sabes? —le digo.
Coloca la botella de agua sobre la encimera de la isla.
—Te diría lo mismo, pero no quiero insultar a los adolescentes de veinte
años.
Ay, Dios mío.
—¡Eres tan idiota! —Me pongo de pie, pateando un lado el taburete.
El estrépito hace eco en la cocina—. ¿Enserio estás enojado conmigo
porque tú fuiste un imbécil?
Me observa, de hecho, todos me observan. Pero su mirada es la que
más quema.
—Por Dios. —Me echo a reír, pero no hay nada gracioso en ello. Esto
es jodidamente ridículo—. ¿Estás enojado conmigo porque fuiste un imbécil
y te insulté por ello? ¿Y ahora estás discutiendo conmigo en lugar de
hablarme? Noticia de última hora, Zeke: mandarme un mensaje diciendo
“Lo siento” no es una disculpa jodidamente decente. No rompiste mi
lámpara, por el amor de Dios. Lamento si, al no tragarme tu mierda, hiero tus
preciosos sentimientos, pero a menos que me hables como el adulto que
eres, no me interesa estar cerca de ti en este momento. Tomaré un poco de
aire fresco.
Empujo el taburete fuera de mi camino. Traquetea contra el suelo,
pero lo dejo allí y abro la puerta. Se cierra a mis espaldas, con tanta fuerza
que me estremecería si no estuviera tan enfadada.
Ni siquiera sé por qué estoy tan enojada. No quiero que importe el
hecho de que Zeke esté enojado conmigo, pero lo hace. Si no me
importara, no me molestaría tanto que él estuviera enojado conmigo.
Ni siquiera es sobre que esté enojado. Es la razón. No tiene derecho a
estar enojado conmigo por sus acciones, incluso si no acostumbra a que le
digan las cosas de frente. Ya ha ido demasiado lejos con esa mierda ridícula.
Me detengo en medio del patio. Estoy rodeada por algunos
materiales de construcción y hay un gran contenedor donde estará
eventualmente la entrada para el auto. Ya está casi a rebosar de basura y
demás suministros que no han podido usar o guardar. Mientras lo observo,
tomo una respiración profunda. Mi enojo es tan estúpido. No sé qué pasa
con Zeke, como siempre ha pasado con él. La forma en cómo me siento
sobre él es tan cambiante que parece que mis sentimientos estén sujetos a
la cuerda de un maldito yo-yo.
—Carly.
—¿Qué? —No me volteo ante el sonido de su voz. No quiero verlo.
Diablos, no quiero hablar con él, pero si realmente hablará en lugar de ser
un idiota, entonces supongo que puedo escucharlo.
—Lo siento. —Zeke llega a mi lado.
—¿En verdad?
—Soy capaz de disculparme. Al parecer, tú eres incapaz de
aceptarlo.
Suspiro y meto las manos en los bolsillos de mis jeans.
—Bueno, después de la forma en que me hablaste…
—Carly… me disculpé contigo, luego tú llamaste y me trataste como
un idiota. ¿Esperas que no esté enojado después de todo?
—Nunca dije eso. —Sigo sin mirarlo—. Puedes enojarte todo lo que
quieras, pero solo lo haces porque sabes que tengo razón. Si me hubiera
equivocado, habrías llamado inmediatamente y me hubieras mandado a
callar.
Zeke hace una pausa.
—¿Sabes qué? Tienes razón. —También desliza sus manos en los
bolsillos, dándome un golpecito con el codo—. Estoy jodidamente enojado
porque tienes razón.
—¿Estás siendo sarcástico?
—Si miraras, sabrías que no es así.
Diablos.
Lo miro de reojo. Él mira hacia adelante, probablemente concentrado
en el contenedor como yo lo estaba, y su expresión está prácticamente en
blanco. No sonríe como esperaba que lo hiciera, y no hay ni una pizca de
picardía en sus ojos. No que yo note.
—¿En qué tengo razón, exactamente? ¿Qué estuviste mal en
estropear mi cita? ¿Qué estuviste mal en aparecer allí? ¿Qué estuviste mal
en besarme cada vez que te plazca? ¿Qué estuviste mal en enviarme una
disculpa por mensaje por algo que necesitaba más de dos malditas
palabras?
—Todo eso. —Se encoge de hombros y me mira—. Tienes razón. Tu
vida amorosa no es asunto mío. Nunca lo ha sido, y una revolcada no lo
convierte en ello.
—Al menos concordamos en algo.
—Solo que no puedo evitar querer que tu vida sentimental sea asunto
mío.
Trago y aparto la mirada.
—¿Eso qué significa?
—Que me importa con quién follas más de lo que debería.
—Bueno, si verdaderamente te importa, deberías preocuparte. Mide
más de dieciséis centímetros, es de un color púrpura brillante y necesita
baterías nuevas. Ah, y no discute conmigo, nunca. —Echo un vistazo a Zeke
el tiempo suficiente para ver que sus labios se tuercen en una sonrisa.
Baja la mirada al suelo y lo conozco lo suficiente para saber que
intenta no reír.
Me alegra un poco. Esta pelea es una estupidez. No resuelve nada.
—Estoy temblando del miedo —murmura.
Síp. Definitivamente está intentando no reírse.
Le doy un codazo.
—Cállate.
—No, de verdad. Podría ser difícil competir con esa falta de
discusiones.
—¿Podría ser? ¿Solo podría ser?
—De acuerdo, definitivamente es difícil competir con ello. Apuesto a
que tampoco aparece cuando no lo deseas, ¿verdad?
Resoplo.
—Sí, bueno, a menos que cambie sus baterías, no aparecerá cuando
quiera.
—Llámame. Solucionaré el problema.
—No te llamaré para tener sexo contigo si olvido cambiar las baterías
de mi vibrador.
—Iba a decirte que podía cambiar las baterías.
—Sí, ¿y cuál es el truco? ¿Baterías a cambio de que puedas echar un
vistazo?
—Suena como una oferta.
Saco la mano del bolsillo y lo golpeo en el brazo.
—Esta conversación ha entrado en un terreno sin sentido.
Zeke echa un vistazo sobre su hombro.
—Y ya no es privada.
—¿Qué?
—¡Cierra la maldita ventana, Brooke!
Me volteo para ver cómo la ventana se cierra y la cabeza de Brooke
desaparece de la vista. Increíble. Por supuesto que escuchaba.
—Ah, bueno —digo, volviéndome para mirar el contenedor—. Al
menos no tendré que volver a contarle toda la conversación.
—Sígueme. —Zeke atraviesa el patio hasta el taller de Cain.
Lamentaré esto, pero al diablo.
Lo sigo dentro. Él enciende la luz. La puerta se cierra a mis espaldas
mientras la luz blanca brillante del techo ilumina la habitación. Está limpia
para ser un taller. Hay una mesa a medio construir en medio del lugar, o eso
aparenta, y mi mente regresa a las veces que Cain se quejaba de Ikea.
Por supuesto. No le gusta construir muebles para montar pero aquí
está, fabricando una mesa desde cero.
Y dicen que las mujeres somos complicadas.
—Querías que te hablara como un adulto —dice Zeke tranquilamente,
apoyándose contra la mesa de trabajo. Cruza los brazos sobre el pecho y
me mira—. Si lo hago, tendrás que escucharme de igual manera.
Hago un gesto, como cerrándome los labios.
Probablemente no sea la mejor manera de aceptar que escucharé…
—Me asustas.
—Soy la persona menos aterradora que conozco. —En cuanto la
palabra “conozco” escapa de mi boca, la cubro—. Lo lamento —murmuro
contra mi palma.
Zeke lucha por contener una sonrisa.
—No eres un monstruo aterrador, Carly. Todo sobre ti, tu personalidad,
lo es.
Ladeo la cabeza, bajando la mano para apoyarla sobre mi pecho.
No sé qué significa, y ya que rompí mi promesa de escuchar antes, no quiero
preguntarle por qué y hacerlo de nuevo.
Respira profundamente y mira el techo.
—Es por esto que no hablo como un adulto. Es más fácil ser un imbécil.
Intenta convencerme.
Después de un momento, sus ojos se encuentran con los míos.
—Carly, tú me asustas. Me asustas porque te deseo, y no debería
hacerlo. No tengo derecho a querer a la mejor amiga de mi hermano.
Mi corazón golpetea. Allí… acaba de decirlo abiertamente. Lo único
que no quería que dijera. Preferiría que me diga que lo asusto porque soy
maleducada y no tengo filtro, o que tengo demasiada actitud para ser una
persona relativamente pequeña.
Diablos, Zeke. No me digas que me quieres, porque ahora podría tener
que enfrentar el hecho de que quizás yo también te quiera.
Me alegra que ese pensamiento permaneciera en mi cabeza.
—Y es por eso que no puedo alejarme de ti, aunque debería hacerlo.
—Se pasa una mano por la parte posterior del cuello—. No necesitas a un
chico con problemas de confianza.
Me siento sobre la encimera de granito junto al lavabo, con las piernas
colgando en el área de almacenamiento vacía debajo.
—¿No confías en mí? —le pregunto en voz baja.
—No confío en muchas personas. El engaño va más allá de ti.
¿Por qué eso duele un poco?
¿No confía en mí? ¿Qué he hecho para que no lo haga?
—Habría pensado que, después de once años, sería una persona en
la que puedes confiar. —Me miro los pies.
—Confío en ti. Es solo que… no lo suficiente para justificar el desearte
tanto como lo hago.
—No soy un jodido pastel de crema, Zeke. ¿Por qué me dirías que me
quieres si después dirás que no puedes tenerme? Es como mostrarle una
maldita caja de chocolates a una persona que hace dieta y comerla frente
a ella.
—¿Por qué te importa? —su voz se quiebra a mitad de la frase y tose—
. ¿Por qué te importa si confío en ti o no?
Es una buena pregunta. ¿Por qué me importa? ¿Es porque quiero que
confíe en mí? Porque si bien lo he odiado desde que tengo memoria, ¿ya
no lo hago? ¿Porque lo quiero? ¿Por qué odio saber que me quiere?
—Porque no soy Becky —digo suavemente, levantando mi mirada
para encontrar la suya—. ¿Crees que no recuerdo el día en que la
encontraste follando con tu amigo? Estaba sentada en la cocina de tu
madre cuando entraste e hiciste un agujero en la puerta de la cocina
porque estabas tan enfadado que necesitabas deshacerte de ello.
Se dilatan sus fosas nasales cuando inhala profundamente.
»Recuerdo cuánto te hirió. Pero ¿sabes qué? Está bien. —Sonrío
tristemente y me bajo de la mesa—. Si quieres compararme con la mujer que
te engañó, allá tú. No debes justificar el quererme. No debes decirme nada
a menos que sea para que salga de tu vida. —Me dirijo a la puerta pero,
antes de abrirla, me detengo y miro sobre mi hombro—. No quiero juegos,
Zeke. Quizá tú sí, pero yo no. No eres la única persona que siente cosas que
no debería, ¿de acuerdo? Pero no jugaré con lo que sea esto. No tengo
tiempo para ello. Preferiría regresar a cuando nos odiábamos.
—No te odio, nunca lo hice.
Cierro los ojos.
—Me desagradabas, eso seguro. Muchísimo. Me haces enfadar más
que cualquier otra persona que conozca, pero nunca te odié. Cualquier
persona que lo haga necesita ayuda profesional.
Me volteo por completo y lo miro.
—¿Ves? Juego, Ezekiel. Todo son juegos contigo, todo el tiempo.
—No estoy jugando, bombón. Estoy siendo sincero.
—¿Sincero? ¿Quieres sinceridad? —Arqueo las cejas—. Aquí tienes:
odio la forma en que me haces sentir. Odio la forma en que me haces reír y
la forma en que me haces poner tan seria sin darte cuenta. Odio la forma
en cómo me siento cuando sonríes como lo haces y odio lo fácil que es estar
cerca de ti. Pero sobre todo, realmente odio quererte. No porque seas
arrogante, molesto y un idiota, sino porque eres tan cerrado que eres la peor
persona a la que podría querer. Porque si se diera la situación, te confiaría
mi vida si tuviera que hacerlo, aunque parece que tú desconfiarías en que
podría envenenar tu taza de café. Entonces, aquí tienes. Eso es ser sincera.
Juego, set, jugada, jaque mate, touchdown, jonrón, como sea. El juego
terminó. He terminado.
Esta vez, abro la puerta y me apresuro a salir por ella. Ni siquiera
regresaré a la cocina. No importa que mis cosas estén allí o no poder entrar
a mi auto sin mis…
Mierda. No puedo entrar a mi auto sin mis llaves.
Giro de vuelta hasta la dependencia anexa de Brooke y abro la
puerta de la cocina de un sacudón. Cain está comiendo un panecillo en la
isla y Brooke se detiene cuando al verme. El glaseado chorrea desde la
manga hasta la encimera, pero ignora el desastre cuando agarro mis cosas.
—¿Car? ¿Qué ocurre?
—Me llevaré esto a casa, ¿de acuerdo? —Recojo todas las facturas.
Son un desorden de hojas dobladas y arrugadas, pero no importa—. Tardaré
un par de días.
—Carly. —Cain se limpia la boca y se pone de pie—. ¿Qué diablos se
dijeron?
—La verdad. No importa. Soy una idiota, él es un imbécil. Fácil. —
Niego con la cabeza y cierro mi computadora portátil. No sé si mi programa
guardó los datos o si tendré que comenzar de nuevo. ¿Tiene función de
autoguardado? No lo sé. Nunca investigué. No me interesa. Cualquier cosa
con tal de no pensar en ese imbécil.
Honesta. ¿Por qué tuve que ser sincera?
Carly, eres una idiota. Una completa idiota. Literalmente podrías llevar
un cartel en la frente con la palabra “idiota” y lucirlo con orgullo.
La puerta de la cocina vuelve a abrirse, azotándose contra la pared.
—¿Por qué todos azotan mi puerta hoy? —pregunta Brooke.
No puedo responder.
Zeke me agarra.
Me voltea.
Me besa.
Con fuerza.
Con un brazo alrededor de mi cintura y el otro enterrado en mi
cabello, Zeke me besa con tanta fuerza que es casi doloroso. Me sujeta con
tanta firmeza que sus dedos dejarán marcas al liberarme, pero no quiero
que lo haga.
Porque este beso no es un juego.
Es crudo y enojado. Impulsivo. Peligroso. Aterrador.
Es el toque más real que hemos compartido.
Se siente como si significara algo. Como si realmente reflejara cómo
se sienta en lugar de como quiere sentirse. No hay persecución, ni burla, ni
juego conmigo. Es directo al punto, claro en su desesperación. En su
necesidad.
Me suelta y no puedo abrir los ojos.
Porque ese, probablemente el mejor beso de mi vida tuvo
espectadores.
—Guau —deja escapar Brooke desde el otro lado de la habitación—
. Eso fue caliente.
Ni siquiera puedo reírme como quiero hacerlo.
Porque si lo hago, probablemente termine llorando, porque estoy
atravesando un colapso emocional en este momento. Enojo, dolor, tristeza
y lujuria. Maldigo a la lujuria.
Presiono la mano contra mi rostro y mantengo los ojos cerrados.
—Dame la oportunidad de confiar en ti —dice Zeke en voz baja—.
Deja de salir con esos imbéciles de ese estúpido sitio web y dame una
oportunidad. Solo una.
—¿Para qué? ¿Para que puedas decidir que no puedes confiar en mí?
—contraataco, dejando caer la mano—. No lo creo.
—Entonces déjame darte una razón para darme una oportunidad.
Lo miro a los ojos. Tienen ese brillo serio, uno que no veo a menudo.
Uno que es tan penetrante que podría cortar un diamante.
—No quiero juegos. Lo digo enserio.
—¿Eso es un sí?
—Es un “discúlpame por meterme en la misma bolsa que la perra de
tu ex y prometo que no volverá a pasar”.
—Diablos —murmura Brooke.
Zeke sonríe.
—Lo siento. No volverá a pasar.
—De acuerdo, una oportunidad. Haz que valga, Ezekiel. —Lo miro
fijamente—. Bueno, bien. Ahora tengo trabajo que hacer. —Me volteo hacia
donde están los papeles y abro mi computadora portátil.
Cain me observa.
—¿Qué diablos acabo de ver?
—Son como mi pornografía personal, ¿lo saben? —pregunta Brooke,
todavía sosteniendo la espátula cubierta de glaseado—. ¿Pueden olvidarse
eso de la cita e ir a follar a algún lugar sin importarles el resto de nosotros?
Le arrojo el bolígrafo a la cabeza y doy en el blanco.
—Bien hecho —murmura Zeke.
—Gracias.
Cain nos observa a ambos.
—No sé si me preocupa más que mi hermano y mi mejor amiga se
hayan besado o que mi novia lo encuentre caliente.
Ruedo los ojos.
—Hay pornografía sobre tipos que follan con sus madrastras. Si quieres
preocuparte, entra a Internet.
—Entré a un sitio de citas cuando tú lo hiciste. Algunos perfiles dan
miedo —concuerda Zeke.
—Es cierto. —Asiento—. Recibí un correo con una nueva coincidencia
anoche. En su biografía, se describió como un “pequeño cohete
cachondo” Sigo traumada.
Brooke ríe.
—¿Crees que esperaba que contaras el despegue en la cama?
Colapso contra la encimera y rio tontamente.
—En verdad —dice Zeke—. ¿Ese es el tipo de hombres con los que
coincides? ¿Y acabas de armar un jaleo salvaje conmigo?
Volteo la cabeza para mirarlo y sonrío.
—Sí, suelen ser así.
—Me ofendería si no supiera que no hay nada pequeño con mi
cohete.
—De acuerdo, no necesitas un microscopio pero tampoco es una
anaconda. No te agrandes.
Zeke sonríe.
—No lo hago. No te preocupes, le diré a mi amigo que se mantenga
en su lugar.
Mala elección de palabras, Carly.
Entrecierro los ojos.
—¿No tienes trabajo que hacer?
14
Toma más riesgos.
Como dejar la ventana de la cocina abierta, por
ejemplo, no hacer paracaidismo o cosas por el
estilo.

Zeke: Dos cosas.


Yo: ¿Qué?
Zeke: Prepara un bolso de viaje.
Yo: ¿Por qué?
Zeke: Cita épica.
Yo: No puedo dejar sola a mi perra así como así.
Zeke: Mamá la cuidará hasta mañana.
Yo: ¿Tengo opción?
Zeke: No, ya compré los boletos de avión.
Yo: ¿¿BOLETOS DE AVIÓN??
Zeke: Ponte a empacar, Tetas Dulces.
Yo: ¿… cuál es la segunda cosa?
Zeke: Hay pilas en tu buzón en la entrada de abajo.

Mantengo la vista fija en mi teléfono por un momento y luego observo


la puerta. Sé que dijo que lo haría, ¿pero realmente lo haría?
No. No lo haría.
¿Lo haría?
Lo haría. Definitivamente lo haría.
Bajo de un salto del sofá, sobresaltando a Delilah, y tomo las llaves. Me
aferro fuertemente a mi teléfono mientras me dirijo hacia la planta principal,
descalza, para revisar mi buzón.
Lo primero que veo cuando lo abro son, efectivamente, dos paquetes
de pilas de distintos tamaños.

Yo: ¿Dos tamaños diferentes?


Zeke: No sabía cuál le gustaba a tu novio.
Me muerdo el interior del labio. Es de otro mundo.
Yo: Le gusta el más grande.
Zeke: Igual que a ti.
Yo: …
Zeke: ¿Fui demasiado lejos?
Sí y no. No sé qué responder a ello.
Yo: Te dije que no te pongas petulante.
Zeke: Entonces, te gusto.
Yo: No tergiverses mis palabras.
Zeke: Estaré allí en treinta. Ve a alistarte.

No hay nada de toda esta situación que no grite desastre. Ni siquiera


han pasado veinticuatro horas desde que tuvimos nuestra discusión barra
conversación en casa de Brooke y Cain. No tengo ni idea de qué podría
haber planeado en esa franja de tiempo, mucho menos para qué habrá
comprado boletos de avión.
¿Para qué diablos necesitaríamos boletos de avión?
Está loco; completamente loco.
Ni siquiera sé qué hacer con esa información. Diablos, tengo muchas
preguntas.
¿Qué se supone que debo empacar si no sé para qué debo
empacar?
¿Solo llevaremos equipaje de mano?
¿Necesito ropa formal además de informal?
¿Sandalias o tacones?
¿Pantalones o un vestido?
¿Secador o alisador de cabello?
¿Champú común o en seco?

¿Máscara de pestañas a prueba de agua o normal?


¿Suéter o sudadera con cierre?
¿Abrigo ligero o grueso?
¿Ven? Pensó en muchas cosas pero no las suficientes. Así que hago lo
que solamente una mujer puede hacer, y le envío cada una de esas
preguntas. Diez minutos después, luego de observar mi armario por un largo
rato, recibo la respuesta.

Zeke: Ropa. Sí. Sí. Ambos. Ambos. Alisador. No me importa. No me


importa. No me importa. No me importa.

Bueno, eso fue muy informativo. Me alegro tanto de haber


preguntado. Dios, ahora sé exactamente qué empacar.
Saco un montón de ropa de mi armario y la arrojo sobre la cama junto
con seis pares de zapatos. Luego le tomo una foto y la envío junto con un
mensaje.

Yo: Esto no está yendo muy bien.


Zeke: Yo no tengo tanta ropa. O zapatos.
Yo: Sería más fácil si me dijeras a dónde me llevas.
Zeke: Buen intento, Tetas Dulces.
Yo: Si no lo dices, gritaré cuando estemos en la puerta de embarque.
Zeke: Si gritas, te alzaré sobre mi hombro y golpearé tu trasero.
Yo: Definitivamente, esto comienza de manera bastante revuelta.
Zeke: Golpes en el trasero. Apuntado.
Yo: Diablos.
Zeke: Veinte minutos. Empaca tu mierda.
Observo la pila de ropa en mi cama y suspiro. Valió la pena para la
foto, pero ahora…
Maldición.

Unos golpes en la puerta me distraen del desastre que sigue siendo mi


cama. Apenas he empacado la mitad. Sinceramente, no sé quién le dijo a
este hombre que media hora es tiempo suficiente para que una mujer
termine de empacar, pero sea quien sea, se equivoca completamente.
—¡Está abierto! —grito.
La puerta se abre, y Delilah comienza a ladrar como loca.
—Oh —dice Zeke—. Delilah, cálmate. Delil… diablos, perrita.
Asomo la cabeza a través de la puerta de mi habitación. Delilah está
nuevamente aferrada a su pierna.
—Qué raro —digo, ladeando la cabeza—. Solamente hace eso
contigo.
—Ojalá le gustara tanto a su dueña —responde, observando a la
pequeña Jack Russell frotándose contra su pierna.
—Bueno, solamente una de nosotras puede ser perfecta, así que
supongo que fui yo quien se llevó esa parte.
—Me doy la vuelta.
—¿La dejarás aquí en mi pierna? —me sigue su voz, un poco más
aguda de lo normal.
Ruedo los ojos. Ay, señor. Se las arregla perfectamente con una mujer,
¿pero con un perro? No. Aparentemente esa vez en el parque no fue una
excepción. Es algo permanente.
—¿Qué quieres que haga? —le pregunto, saliendo de la habitación—
. Si la quito, solamente lo hará otra vez. Además, es bastante divertido.
Baja su mirada hacia Delilah, que aún está como loca aferrándose a
su pierna. Y luego aparta la vista, mirándome.
—¿Eh? —Hace un gesto con la mano en dirección a mi perra—. ¿Qué
es divertido de todo esto?
—Para ser franca —comienzo—, eres un hombre de un metro noventa
con la contextura de una estatua de mármol. Mi perra, que pesa como
mucho cuatro kilos y medio cuando está mojada, asalta tu pierna… y no
puedes quitártela de encima. ¿Ya entiendes a lo que voy?
—Sí y no. Pero tengo una pregunta.
—¿Ajá?
—¿Las perras hembras…? Ya sabes.
Lo miro sin pestañear.
—No, no sé.
—Diablos, Carly. ¿Tu perra se vendrá en mi pierna?
Ah.
Ah.
—No tengo idea —respondo sinceramente—. No juega así con mi
pierna. De hecho, estoy bastante segura de que me odia.
—Genial. Hay como tres billones de personas en el mundo, y tengo
que sentirme ridículamente atraído hacia la única persona cuya perra
quiere tener cachorritos con mi tibia. —Se abofetea a sí mismo en el rostro—
. Carly, has que se detenga. Por favor. Estoy empezando a alarmarme.
Entro a mi habitación y tomo mi teléfono. Luego, le tomo una foto, con
la mano pegada al rostro y mi perro frotándose contra su pierna.
Algún día le encontraré un uso… quizá para una carta de cumpleaños
o algo así.
Supongo que ahora ya puedo ayudarlo.
—Delilah —digo, cortante—. Delilah, no.
Ni siquiera me mira.
Rodeo su pequeño cuerpo con mis manos y la alejo de la pierna de
Zeke. La sostengo bajo mi brazo y le doy golpecitos contra su nariz húmeda
con dos dedos.
—No. Chica mala. No podemos frotarnos inesperadamente contra la
gente.
—¿Tú no hiciste eso conmigo? —pregunta Zeke.
Aparto la vista hacia él.
—La dejaré en el suelo.
Zeke alza las manos y da un paso atrás.
Eso creí.
Dejo a Delilah en el baño y cierro la puerta para que no salga. La oigo
llorar, pero realmente no me apetece escuchar a Zeke quejarse de que no
lo deja en paz.
—¿Vas a decirme a dónde me llevas? —le pregunto, regresando a mi
habitación.
—No. —Me sigue y se apoya contra el marco de la puerta. Sus ojos
destellan con un brillo travieso mientras se cruza de brazos.
—No sé qué empacar.
—Sin ofender, Tetas Dulces, pero eso podría habértelo dicho yo.
Ya veo que no voy a deshacerme de ese estúpido apodo.
—Esas preguntas que te envié hace un rato iban en serio —digo,
tomando un suéter gris claro—. ¿Necesitaré esto? ¿O un suéter más grueso?
¿Florida o Alaska? Por favor, Zeke.
—¿Por qué te llevaría a Alaska por una noche? Sería un vuelo de como
ochos horas. Piénsalo, mujer.
—Cállate. —Observo el suéter que tengo en las manos—. ¿Necesito
esto?
Zeke pestañea mientras lo mira.
—Sí. No. No tengo ni jodida idea.
—No estás ayudando en nada.
—Simplemente empaca todo lo que tengas.
—No cabrá —murmuro, doblando una camiseta.
—Entonces pagaré por una maleta registrada. Por Dios.
—¡O simplemente dímelo! —Guardo unos jeans en (o sobre) mi
equipaje de mano—. ¡No sé tomar decisiones!
—¡Nueva Orleans! —Las palabras parecen explotar desde dentro de
su cuerpo—. Maldición, vamos a Nueva Orleans, ¿está bien?
Sostengo con fuerza los mismos jeans de antes y miro a Zeke.
—¿Nueva Orleans?
—Nueva Orleans —confirma, con una sonrisa tensa.
Suelto los jeans y me abalanzo sobre él.
—Uf —resopla, rodeándome la cintura con los brazos—. Creo que me
acabas de dar un codazo en el pecho.
Me muerdo el interior de la mejilla.
—Creo que sí. Lo siento.
Se mueve para dejarme caer sobre la cama. Luego me sigue, girando
sobre su costado, aún aferrado a mí. Su mirada me recorre el rostro,
probablemente por la pequeña y estúpida sonrisa que se extiende por él.
Nunca he ido a Nueva Orleans.
Siempre he querido ir a Nueva Orleans.
Si fuera una persona que pronuncia palabras como si no significaran
nada, diría que amo a este hombre. Pero no lo soy, así que no lo hago.
Porque no lo amo.
—¿Has ido alguna vez? —Zeke frota con un pulgar la base de mi
columna.
—No —respondo—. Pero siempre he querido ir.
Una sonrisa curva ligeramente sus labios.
—Bueno, ahora podrás ir.
Inhalo profundamente. El deseo de corresponderle la sonrisa es
insoportable, así que me dejo llevar por el impulso y permito que las
comisuras de mis labios se eleven.
¿Estoy demasiado emocionada? ¿Es necesario que sepa lo
emocionada que estoy?
—Genial —digo en voz baja.
—¿Genial? ¿Eso es todo? ¿No estás explotando de felicidad?
Deberías haber abollado de la pared con la explosión.
Ruedo los ojos.
Zeke toma mi barbilla entre sus dedos y alza su rostro hacia el mío.
—Puedes fingir indiferencia todo lo que quieras, Tetas Dulces. Se nota
la emoción en tus ojos. Al igual que el hecho de que quieres abalanzarte
sobre mí en este preciso momento.
Enarco una ceja.
—¿No quieres leerme una historia romántica en los ojos?
—Lo haré. Pero primero, empaca. Perderemos el vuelo.
Nunca me moví tan rápido en mi vida.
—¿Cómo conseguiste boletos de avión y una habitación con tan
poca anticipación? —Me giro hacia Zeke en el asiento trasero del taxi.
Reposa la cabeza contra el asiento y hace sonar los labios.
—Tengo una amiga que es gerente de un hotel en el Barrio Francés. El
dueño es un imbécil y lo ha descuidado mucho. Melly ha intentado
mantenerlo en funcionamiento, pero hasta que otra persona lo compre… —
Se encoje de hombros—. Esta semana estaba “casi” lleno. Tuvimos suerte.
—Qué bien. —¿Quién es Melly? ¿Una amiga? ¿Qué tipo de amiga?
¿Por qué me importa tanto?
Ah, espera. Sé por qué. Porque Zeke me importa. ¿Pero esto de los
celos?
Eso es nuevo. Nuevo al nivel de tener sexo anal inesperadamente.
—¿Por qué estás mirándome así?
Pestañeo y vuelvo al mundo real.
—¿Cómo te estoy mirando?
—No sé, toda ceñuda. —Hace una pausa cuando el taxi se detiene—
. Llegamos.
Gracias a Dios. Me da la sensación de que hemos pasado como una
hora aquí adentro, y un rápido vistazo a mi teléfono me dice que no estoy
tan equivocada. Ha pasado casi una hora.
Esta muchacha de pueblo no está acostumbrada al tráfico de la
ciudad.
Abro la boca para decirle a Zeke que pagaré el taxi, pero para
entonces ya ha sacado su cartera y está entregándole el dinero al
conductor. Vuelvo a juntar los labios sin decir nada y me deslizo por el
asiento tras él para salir del coche.
La atmósfera se siente eléctrica; avivada por el asombro de los turistas,
rica del aroma de comida sureña y criolla de Luisiana. Las risas provenientes
de grupos de gente con tragos en sus manos recorren el aire mientras
ignoran totalmente la acera y caminan en cambio por el medio de la calle.
El conductor de nuestro taxi se ve obligado a esquivar a un grupo de chicas
que se acercan demasiado al coche cuando quiere abrir la puerta.
Zeke ayuda a sacar nuestros bolsos del maletero y los deposita sobre
la acera agrietada y desigual. Una de las maletas comienza a inclinarse, y
solo los reflejos increíblemente rápidos de Zeke evitan que caiga. La
sostengo del asa y la muevo hacia un área de suelo más uniforme.
No es fácil. Especialmente cuando me tropiezo con una losa
agrietada del suelo y apenas logro mantener el equilibrio.
Por favor dime que no me vio.
Girándome, veo a Zeke sonreír divertido. Lo cual confirma que
efectivamente me vio.
Diablos.
Siento cómo el color asciende por mis mejillas, e inclino la cabeza
hacia abajo para esconderlo.
—Vamos —dice Zeke, rodeándome la cintura con un brazo y
acercándose a mí—. Entremos.
El hotel Les Bon Temps en un rincón del Barrio Francés de Nueva
Orleans es exactamente lo que esperarías encontrar en una visita a la
ciudad. La bellísima arquitectura francesa está presente en cada
centímetro. Las grietas en las paredes externas de color creman solamente
le brindan más personalidad al edificio, y mi atención pasa de aquellas a los
balcones clásicos de metal que se encuentran en los cuatro pisos. Una
mezcla de flores, decoraciones violetas, verdes y amarillas adornan dichos
balcones. Son las decoraciones las que me dejan pensando.
—Creí que nada más decoraban durante el Mardi Gras 8 —le digo a
Zeke mientras toma los bolsos.
Se ríe.
—Estamos en Nueva Orleans. Ellos ponen sus propias reglas. Pero tienes
razón. Fíjate la fecha, Tetas Dulces. Solamente falta una semana para Mardi
Gras.
Frunzo el ceño, lo cual parece divertirte. Pero tiene razón; estamos en
febrero.

8Mardi Gras: También conocido como Martes de Carnaval es un carnaval celebrado en


Nueva Orleans un día antes del Miércoles de Ceniza.
—Ahora mi asombro por que hayas conseguido una habitación ha
ascendido tanto como un hombre de setenta en un club de striptease con
una caja de Viagra.
Se estremece.
—Te lo dije: Melly es amiga mía. Me hizo un favor porque recibieron
una cancelación.
—Un favor —murmuro. Todo el mundo sabe que los hoteles se reservan
con anticipación, y no creo lo de la cancelación. ¿Así que dio la casualidad
de que fue justo hoy, eh?
En cualquier caso, me trago aquellos sentimientos luego de que Zeke
me dirija una rápida mirada, y lo sigo dentro del hotel. Es todo lo que
esperaba que fuera al ver el exterior; el perfecto prototipo de Nueva Orleans
desde el suelo hasta el techo pasando por el mostrador de entrada.
También tiene toques modernos, como las pequeñas fuentes de agua en las
paredes a ambos lados de la puerta.
Sí, puedo ver a lo que se refería Zeke cuando dijo que fue descuidado.
En las fuentes no corre agua, el suelo necesita ser lustrado, y a los detalles al
frente del mostrador de entrada les haría bien un poco de amor y cariño.
Pero aun así, aquello no le quita el encanto.
—¡Zeke! —Una mujer hermosa con cabello grueso y oscuro sonríe
mientras sale de detrás del mostrador—. Lograste venir —dice, con un
profundo acento de Luisana que hace que sus palabras se alarguen.
—Generalmente, cuando alguien te dice que está por subirse a un
avión, es porque llegarán a donde sea que estén yendo. —Se ríe y la
envuelve en un abrazo.
Uff.
—Ya veo que sigues siendo el mismo niño molesto de siempre. —La
mujer que supongo que es Melly da un paso atrás y rueda los ojos. Apenas
logran dar una vuelta antes de encontrarse conmigo. Por segunda vez
desde que franqueamos la puerta hace unos minutos, una enorme sonrisa
se extiende por su rostro—. ¡Y tú debes ser Carly! ¡Hola! ¡Soy Melly!
La mujer está emanando felicidad, y eso es bueno, porque se acerca
rápidamente hacia mí y me da un abrazo antes de poder hacer algo.
—Hola —digo tontamente, intentando devolverle el abrazo con un
brazo.
Incómodo.
Me da un último apretón antes de soltarme.
—Entonces, ¿qué haces aquí con este? Si los problemas fueran un
pastelito, Zeke sería uno entero, incluyendo la cereza.
—La soborné —dice Zeke, metiendo las manos en los bolsillos—. O la
chantajeé, mejor dicho. ¿Sino cómo la habría convencido a que viniera
aquí conmigo?
—Bueno, diablos, sea lo que sea con lo que está chantajeándote,
debe ser serio. —Me guiña un ojo y regresa tras el mostrador—. Vamos a
registrarlos en su habitación. Tuvimos una cancelación, así que me tomé la
libertad de ofrecerles una mejor habitación, a nombre de la casa.
Alzo las cejas.
Otra vez… ¿qué tipo de relación tenían?
Dios mío. Si seguimos así, terminaré convertida en una pila de pringue
verde.
—También les hice una lista de algunos lugares que creí que les
gustaría visitar durante su estadía.
Restaurantes, bares…
—Sé a dónde dirigirme cuando se trata de comida, Melly. —Zeke
suelta una risa.
—Ezekiel Elliott, no me cabe ninguna duda de que podrías darle la
vuelta a los Estados Unidos comiendo sin perderte. —Escribe algo en su
computadora sin mirarlo—. Además, esto no es sobre ti. Es sobre tu cita, así
que quita la mano de esa guía en este preciso momento. —Enfatiza su
comentario dándole una palmada en la mano.
Tengo que esforzarme por esconder mi sonrisa.
Zeke suspira y me mira.
—¿Ves lo que debo soportar de parte de las mujeres de mi vida?
Espera… olvídalo. Tú eres la peor de todas.
Esta vez, no logro esconder la sonrisa. De hecho, rio. No se equivoca.
—De nada. —Tomo mi bolso y lo subo al mostrador, frente a donde
está parado.
Su mano se dirige hacia la parte inferior de mi espalda tan
instintivamente que me pregunto si siquiera es consciente de que está allí.
Frota su pulgar contra mi columna con caricias suaves, pero ni siquiera está
mirándome.
¿Por qué me siento tan cómoda?
—Listo. —Melly se inclina tras el mostrador y levanta la mirada—. ¿Una
o dos llaves?
—Dos —responde Zeke, interrumpiéndome antes de poder decir
algo—. Carly no es exactamente… —Se frena.
—Sigue. —Alzo la vista—. Responde la pregunta, Ezekiel.
Se remueve en su lugar.
—Con dos estaremos bien.
Melly agacha la cabeza para reírse y nos entrega dos tarjetas.
—Su habitación es la trecientos dos. Los ascensores están al frente a
la izquierda y deberán subir al cuarto piso. El restaurante se encuentra detrás
de mí a la derecha. El servicio de habitación es desde las siete de la mañana
hasta las once de la noche. —Abre un pequeño sobre de papel y escribe
algo en él antes de guardar las llaves dentro—. La clave del internet está en
su interior, y aquí están sus llaves y la guía. Si necesitan cualquier otra cosa,
estaré aquí hasta las ocho. —Sonríe—. Diviértanse.
—Gracias, Melly. —Zeke toma las llaves y la guía antes de poder
moverme y hacerme cargo de los bolsos.
Le sonrío a Melly y sigo a Zeke. He estado haciéndolo mucho
últimamente; siguiéndolo. Me siento como un perro callejero intentando
encontrar a su dueño.
La puerta del ascensor se abre con un pitido apenas un segundo
después de que Zeke presione el botón. Aguarda a que entre y luego me
sigue, apretando el botón del cuarto piso. Incluso aunque tengo los ojos
clavados en las puertas ahora cerradas, soy consciente de todas las veces
que me mira. Lo ignoro cada una de ellas, porque sé que tendrá preguntas
en sus ojos.
Las puertas vuelven a abrirse cuando llegamos a nuestro apartamento
y, en silencio, sigo a Zeke hacia nuestra habitación. Desliza la tarjeta por la
ranura y abre la puerta cuando se enciende la luz verde. Tomo mi bolso y
entro primera a la habitación.
No es enorme, pero es más grande que una habitación de hotel
corriente. Además de la cama, tiene un sofá y un escritorio a un lado de la
ventana, que da al Jackson Square. La ventana está entreabierta, y ya
puedo oír los tenues sonidos de los músicos en la calle tocando jazz.
Dejando caer mi bolso sobre la cama, me dirijo hacia la ventana y
echo un vistazo fuera. A unos cinco metros del hotel hay una banda de tres
personas, sentadas en un banco, tocando apasionadamente. Incluso el
brillo del arte en las calles se atenúa ante los relajantes sonidos.
Una sonrisa roza mis labios.
Es como una de esas cosas locas que ves en las películas y que estás
segura de que nunca verás con tus propios ojos, y sin embargo, estoy aquí…
viéndolo.
Zeke se acerca a mi espalda y envuelve sus brazos alrededor de mis
hombros. Siento su rígido cuerpo presionarse contra el mío, y lleva los labios
a mi oreja.
—¿Qué pasa contigo? Estás bastante callada para ser una mujer a la
que sorprendieron con un viaje que estaba en su lista de cosas que hacer
antes de morir.
—Solo… Eh…
Aguarda.
—¿Cómo conoces a Melly?
15
Aprender a cerrar mi
bocaza.

Z
eke hace una pausa, luego se ríe, el sonido bajo retumbando
sobre mi piel.
—¿Es por eso que apenas me hablas?
—No importa, ignóralo. —Me retuerzo en un intento por salir de
su agarre, pero todo lo que hace es ejercer más presión.
—Silencio —dice en mi oído, sus labios rozando mi lóbulo—. Te lo dije,
es una amiga. La conocí hace dos o tres años cuando vine al Mardi Gras
por el cumpleaños de Gabe.
Recuerdo vagamente el viaje. Los tres chicos Elliott fueron, junto con
un montón de amigos. No era exactamente un cumpleaños especial, pero
era el primero en el que Cain tenía veintiún años y querían divertirse como
es debido... Al parecer.
—¿Solo una amiga? —murmuro.
Siento su sonrisa en mi oído.
—Carly Porter —dice en voz baja—. ¿Estás celosa?
—¿Tengo razones para estarlo?
Zeke me hace girar en sus brazos y me mira. Hay una media sonrisa en
su hermoso rostro y sus ojos brillan divertidos.
—No, cuando digo que es una amiga, realmente me refiero a amiga.
¿Crees que te habría traído aquí si alguna vez fuera más que eso?
No respondo. Porque no lo sé. Quizás lo hubiera hecho.
Frunce los labios.
—No haría eso, Carly. Eso es ser un idiota a otro nivel. Se enrolló con
Gabe. Ella y yo simplemente hicimos clic y nos mantuvimos en contacto, eso
es todo. Además, no estaba soltero cuando hicimos ese viaje.
Lo miro por un momento antes de que mi boca forme una pequeña
"o". Así es, en aquel entonces estaba con Becky.
—Mmm —murmuro—. Espera, ¿Melly es la persona por la que solía
sentirse insegura?
Zeke pone los ojos en blanco.
—Malévola, solía ponerse como una autentica perra. Llámalo por su
nombre. Pero sí, hablábamos mucho más en ese entonces, pero solo
amistosamente. Por otra parte, a Becky no le gustaba que hablara con
Brooke, y nunca iría tras la chica de mi hermano.
Cierto. Sabía de los sentimientos de Cain antes que nadie.
—Bueno, ahora me siento como una idiota. —Suspiro.
Su risa es baja.
—Tal vez debería haberme explicado mejor, ya que esta es mi
oportunidad.
—Sí, tienes razón. Deberías haberlo hecho.
—Nunca cederás ni un centímetro, ¿verdad?
—Pensé que ese era tu trabajo.
Mi rápida respuesta lo deja perplejo. Luego, se echa a reír y me tira
contra su cuerpo. Envuelvo sin apretar mis brazos alrededor de su cintura y
presiono mi rostro contra su pecho.
Incluso debo admitir que fue una buena idea.
—Bien jugado. —Se ríe en mi cabello.
—Ya me lo imaginaba. —Dejo caer la cabeza y le sonrío.
Manteniendo un brazo apretado alrededor de mis hombros, alcanza
mi rostro y quita un mechón de cabello de mis pestañas.
—Sabes —dice en voz baja—. Te veías sexy cuando estabas celosa.
—No me sentía sexy. No hay superhéroes calientes, que sean verdes.
—Podrías ser un superhéroe verde y atractivo.
—No me quedan bien las mallas. No me favorecen.
—Nada de lo que te pongas le hace un favor a tu trasero.
Frunzo mis labios.
—No en ese sentido. —Retrocede—. Tu culo se ve bien en cualquier
cosa, pero es mejor cuando no estás usando nada. No es que se vea mal
normalmente, pero es mejor sin nada. Mierda, ahora solo me estoy
repitiendo. Estás disfrutándolo, ¿no es así?
Tengo el presentimiento de que mi sonrisa está delatándome.
—Un poco.
Respira hondo y exhala.
—Entré en el juego, ¿no?
Asiento.
—No solo entraste, corriste hacia él y luego saltaste con ambos pies.
—A la mierda.
Mi sonrisa es tranquilizadora.
—Vamos. Estoy segura de que no me trajiste aquí para abrazarme
como un oso de peluche y hablar contigo mismo en círculos.
—No, tienes razón. Vine aquí para cortejarte, y como puedes ver,
estoy haciendo un trabajo jodidamente fantástico.
—Lo sé, pero estás haciéndome reír, y los chicos divertidos son buenos.
—Soy menos del tipo gracioso y más del tipo al que uno se folla.
—Siempre que te refieras a tu humor y a mí, estamos bien.
—¿Me acabas de dar permiso para follarte?
—Tal vez. Sígueme cortejando así y te lo haré saber.
—En ese caso... —Desliza su brazo hasta mi cintura y, tomando la parte
de atrás de mi cabeza con la otra mano, dice—: Debería empezar siendo
romántico y eso. Probablemente tomará algunos intentos, pero por ahora,
te besaré hasta la mierda, tetas de azúcar.
Sus labios descienden sobre los míos antes de que pueda hablar, y
antes de percatarme, mis dedos se enrollan en la suave tela de su camisa y
su beso hace que mi corazón palpite el doble de tiempo. La lujuria y la
adrenalina se mezclan en un calor dulcemente desesperado que
hormiguea por mi piel, dejándome la piel de gallina y haciendo que los pelos
de mis brazos se ericen.
El placer que se obtiene al besar a Zeke Elliott no es diferente al placer
que se obtiene cuando sacas la tanga de la raja de tu culo cuando te está
rozando.
Ese dulce "ahh" de libertad y liberación, pero es el doble de bueno al
saber que ya no debes caminar como si estuvieras orinándote.
—Vamos —murmura, sus labios aun tocando los míos—. No imaginas
en qué tipo de locura estás a punto de entrar.
Abro los ojos y lo miro a través de mis pestañas.
—Creo que tienes razón.

Hace calor y es del tipo húmedo. Luisiana es un maldito infierno.


Hemos estado afuera durante veinte minutos y puedo sentir el sudor
goteando por mi espalda. Nunca me había sentido tan asquerosa en toda
mi vida. Probablemente también huelo a perro mojado.
Al menos encontramos el lugar donde hacen daiquiris. No soy una
borracha, pero el cóctel helado definitivamente está clasificado como un
mecanismo de supervivencia válido en esta ciudad.
Nueva Orleans no solo es tremendamente calurosa y húmeda, sino
que hay gente en todas partes. No puedo saltarme una grieta en la acera
sin acercarme demasiado a un caballo, un carruaje o tropezarme con
gente. ¡Y los conductores! Querido Dios, esa es su propia marca de locura.
El pitido es interminable, pero supongo que, si la mitad de Barley Cross se
cerrara para los desfiles y yo estuviera atrapada en un tráfico constante,
estaría haciendo sonar la bocina para que la gente se saliera de mi camino.
—¿Hay sombra en este lugar? —le pregunto a Zeke, saltando del
camino de una mujer que pasea a un perro vestida de tul morado y dorado.
La mirada de Zeke sigue al perro mientras pasa.
—¿Crees que Delilah alguna vez te dejaría hacer eso?
—¿Quieres que vista a mi perro de seta en el Mardi Gras? —¿Está
drogado? He olido suficiente marihuana en estas calles para que eso sea
una posibilidad.
—No. No dije que quisiera que lo hicieras, solo me preguntaba si ella
te dejaría hacerlo.
—Tendría más suerte haciendo que Brooke vea los deportes.
—Eh. ¿Es por eso que huye cada vez que Caín se los pone?
Asiento.
—Odia todo tipo de deportes. Yo también, en realidad. Toleramos el
béisbol por los pantalones. Ah, y fútbol, pero solo si juegan Los New England
Patriots. En realidad, vería a cualquier equipo del cual esté el jugador de
futbol americano Julian Edelman.
—Por supuesto. Recuerdo que Brooke dijo lo mismo. Me molestaría si
él no fuera tan malditamente bueno.
—Ah, ¿ahora eres tú el celoso?
Desliza sus ojos hacia mí y me guía para que no pise una mierda de
caballo.
Agradable.
—¿Me estás diciendo que antes estabas celosa? —pregunta.
—No —respondo demasiado rápido—. No me pongo celosa. Me
pongo... curiosa.
—Curiosa.
—Como Sherlock Holmes.
—No hubo ningún asesinato, Carly.
—Puedo arreglarlo. —Dirijo mi mirada hacia él por un breve segundo.
Estalla en una sonrisa.
—No me matarías. ¿Quién te traería pilas para tu vibrador?
—Hay una razón por la que pago Amazon Prime, ya sabes.
—Sí —se acerca—, pero Amazon Prime no lo tira a un lado y te folla
como es debido, ¿verdad?
—¿Prometido?
—Esta es la segunda vez en menos de una hora que básicamente te
ofreces a mí. Si lo haces una tercera vez, tomaremos un desvío de regreso al
hotel.
—Si se suponía que eso era una amenaza, he tenido episodios de
diarrea más aterradores.
Zeke niega con la cabeza.
—Eres tan sexy ¿lo sabías?
Sonrío.
—Pero tendré en cuenta tu oferta.
—Por extraño que parezca, no me siento bien en este momento.
No puedo evitar reírme.
—Ahora sé cómo encenderte y apagarte.
—Increíble. Prácticamente soy tu interruptor de luz personal.
—Tal vez, depende de si iluminas mi mundo cuando estés encendido.
Ahora es su turno de reír.
Eso fue lo más cursi que he dicho en mi vida. ¿Qué diablos ponen en
las bebidas de los bares de por aquí?
—Eso fue a la vez incómodo y adorable. —Zeke frota su pulgar por un
lado de mi cuello y me conduce alrededor de un grupo de mujeres
escasamente vestidas—. Y algo que no necesito responder, porque ya sabes
lo que puedo hacer en el dormitorio.
—Esta conversación hace que sea muy difícil no acostarse con
alguien en la primera cita —reflexiono.
—Es una primera cita muy larga —señala—. Y no es como si nunca
hubiéramos tenido relaciones sexuales.
—Nunca hemos tenido sexo estando sobrios.
—¿Estás completamente sobria?
Miro mi gigante taza de daiquiri. Está medio vacía y ya me está
pasando factura. Zeke agarra el borde la capa y la dirige hacia él. Luego,
para mi horror, cierra los labios alrededor de la pajita y chupa.
Cuando está bebiendo se estremece.
—Maldita sea, no, no estás sobria. —Sacude sus hombros y deja caer
su mano de mi cuello—. ¿Cómo puedes beber esto?
—Tengo demasiado calor como para que importarme —digo
honestamente—. Debo haberte escuchado mal cuando dijiste Nueva
Orleans, porque obviamente estamos en los pozos del infierno.
—¿Eso es por el olor ya que estamos en medio de Bourbon Street o por
el calor?
—Ambos. Volvamos a Jackson Square y regresemos aquí cuando esté
demasiado borracha como para que importarme el olor.
Se ríe y volvemos por donde acabamos de llegar.
—¿Qué quieres hacer? ¿La mierda psíquica? ¿Comer? ¿Terminar esa
bebida de muerte?
—Quiero comprar un muñeco vudú.
—¿Debería de tener miedo?
—Tal vez. —Le sonrío—. ¿Es así como puedo mantenerte a raya?
—Sí lo es, compra uno parecido a Brooke.
Se me escapa una risa.
—Maldita sea, debería haber pensado en eso hace años. De
acuerdo, comamos. Tengo hambre.
—¿Quieres sentarte en algún lugar a comer o pedimos para llevar?
—Mmm... Pidamos para llevar.
Sonríe y entrelaza su mano con la mía.
—Conozco el lugar perfecto.

Arrugo la nariz hacia las bolitas fritas frente a mí.


—No comeré un caimán.
—No es caimán —dice Zeke, cogiendo una—. Solo cocodrilo, por aquí
lo llaman así.
—Claro, si lo dices así hace que la situación sea distinta. —Miro la bolita
que está sosteniendo—. ¿A qué sabe eso?
—Pollo.
—No todo puede saber a pollo.
Se encoge de hombros.
—Quizás el pollo sepa a cocodrilo. No lo sé, pero sé que saben igual.
—Me tiende la bolita de cocodrilo—. Solo inténtalo. Muerde, sabe a pollo
frito fresco.
Le quito la bola de la mano con el dedo índice y pulgar.
—¿Por qué se siente tan mal comer cocodrilo?
—En cualquier otro lugar, probablemente lo estaría. Pero estamos en
Luisiana. A los cocodrilos no les importará.
—Es como si yo dijera: Vaya, hay suficientes hombres en este mundo,
no les importará si los comemos.
Sonríe.
Mierda.
—No lo digas, Ezekiel.
—No me importaría si me comieras.
Le tiro el cocodrilo.
—¡Dije que no lo dijeras!
Levanta las manos, riendo.
—Lo dejaste demasiado fácil, tetas de azúcar. ¿Qué esperabas que
dijera?
Lo miro fijamente y alcanzo mi daiquiri.
—Mira, si realmente quieres, también te comeré.
Le parpadeo. No hay nada que realmente pueda responderle en esta
situación. Después de todo, tiene razón. Le di cuerda, y ahora cualquier cosa
que diga solo alimentará el fuego de su asquerosa mente.
—Bien, bien. Conozco esa mirada, la mirada de “Cállate, Ezekiel”.
—No tengo una mirada que diga “Cállate, Ezekiel”.
—¿Alguna vez te has mirado al espejo cuando quieres callarme?
—No. Por lo general, estoy demasiado ocupada mirando a... —
Entonces, tal vez tenga esa mirada. Punto para él por notarlo. No es que le
diga eso, solo alimentará su ego masculino y tal—. No importa.
—Come el cocodrilo. —Cambia la conversación de regreso a la
comida. Ni siquiera tengo hambre, pero sé que no se rendirá hasta probar
el maldito cocodrilo.
Lo siento, señor cocodrilo. No quería esto para ti.
Tomo un nuevo trozo de cocodrilo que sabe a pollo de su mano y lo
miro. Él tiene razón. Parece pollo frito, y si sabe a eso... Bueno.
Cierro los ojos con fuerza mientras lo muerdo. Luego, mastico. Y de
pronto me doy cuenta de que tiene toda la razón.
El cocodrilo sabe a pollo.
—Eh. ¿Cómo es la cosa? —digo cuando me lo he tragado—. El
cocodrilo sabe a pollo.
—No —dice Zeke rotundamente—. No te creo.
Le lanzo mi bola mordida por la mitad a la cabeza y me acuesto. La
coge con la mano y la introduce en su boca con una sonrisa. Todo lo que
puedo hacer es negar con la cabeza ante sus payasadas, pero mientras lo
hago, él se levanta y salta sobre la comida... y se deja caer sobre mí.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto, levantando mi mano para
protegerme los ojos del sol que se asoma detrás de una nube.
Pone sus manos a ambos lados de mi cabeza sobre la hierba,
situándolas al mismo nivel que sus rodillas. Sus ojos brillan a la luz del sol hasta
que deja caer la cabeza, bloqueándolo de mi vista para que pueda soltar
mi mano.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto de nuevo, mirándolo a los ojos.
—Ser estúpido —murmura, mostrando su sonrisa torcida.
—Dices eso como si fuera algo raro.
—No me hagas hacerte cosquillas.
—No soy tan delicada. —Mentira. Gran mentira. Hazme cosquillas una
vez y agito más que una araña en un fregadero húmedo.
—Así que, si te hago cosquillas ahora —dice, llevando una de sus
manos hacia mi costado—. ¿No chillarás como un tazón lleno de lechones?
—¿Por qué pondrías lechones en un tazón?
—¿Esa es la parte en la cual te enfocas?
—Sí, debo saber por qué pondrías lechones en un tazón. —Parpadeo
hacia él inocentemente—. ¿Cuán pequeños son estos lechones y cuán
grande es ese tazón?
—Eso es irrelevante. —Niega con la cabeza.
—Entonces elige mejor tus palabras la próxima vez, porque ahora todo
lo que hago es tratar de imaginar un tazón lleno de lechones.
—Mujer, estás loca.
¿Eh? Pensé que era de conocimiento público.
—Me gustan los locos. —dice y me guiña un ojo.
Pongo los ojos en blanco.
—Deben gustarte. De no hacerlo, nunca podrías vivir contigo mismo.
Por decir eso, me hace cosquillas.
Y tiene razón. Grito, probablemente como un tazón lleno de lechones,
como quiera que se vea y suene eso. Me lo imagino muy rosado, muy
embarrado y agudo.
También muy lindo. Muy muy lindo.
—¡Alto! —Me alejo de Zeke lo más posible y lo empujo en un intento
de quitar las manos de encima.
Es mucho más fuerte que yo, con que simplemente me agarra de las
caderas y me tira hacia atrás debajo de él. Sus ojos encuentran los míos,
bailando con la misma risa que sale de sus labios.
Dejo de retorcerme.
Si riera lo suficiente, sé que me hipnotizaría y terminaría bailando el
Funky Pollo 9 o algo así. Tiene ese tipo de risa. Mis labios se abren como si
fuera a hablar. Es completamente ridículo, porque no tengo ni idea de lo
que diré.
¿Puedo decirle que su risa también provoca querer reír? ¿O cómo sus
ojos me hacen sentir mariposas? ¿O cómo ambas cosas combinadas me
dan ganas de vomitar en el buen sentido?
No, no puedo. No puedo hacer ninguna de esas cosas.
Realmente no sé cómo pasé de odiar a este tipo a quererlo como lo
hago.
Y eso es peligroso... Muy peligroso. Porque a pesar de esta cita
extravagante en la cual me pide una oportunidad, todavía sé que hay dos
formas en como esto terminar. Quizás le doy la oportunidad y funciona. O
tal vez se la doy y no lo hace.
Solo a uno de nosotros le romperán el corazón. Y a pesar de sus
palabras, sé que esa persona seré yo.
Entonces, ¿Por qué ignoro las señales de advertencia?
Sé la respuesta a ello. Es porque puedo y quiero. Porque quiero volver
a estar loca. Incluso si esta cita tiene las tetas caídas, el culo hacia arriba, y
me joden de más maneras posibles, una pequeña y tonta parte de mí
concuerda con ello.
Una parte tonta de mí concuerda con eso porque una parte más
grande de mí enloquece por Ezekiel Elliott. Por el mejor amigo de mi
hermano. Por el tipo que he odiado más de lo que puedo recordar.

9Funky Pollo: es un Juego de Cartas con el que tendrás que, directamente, hacer el Baile
del Pollo.
Esto es tan jodido. Tan, tan jodido.
—De nuevo, me miras como si estuvieras confundida —dice Zeke en
voz baja—. ¿Qué hice?
Inhalo profundamente por la nariz y digo las palabras que sé son
erróneas, y son estúpidas, total y absolutamente locas.
—Llévame de regreso al hotel.
16
Recuerda agradecer a
quien creó la cultura de los hombres de guardar
condones en su billetera.

Z
eke parpadea hacia mí. Completamente congelado. Su rodilla
se sumerge en el interior de mi muslo, y estoy bastante segura de
que su pulgar se encuentra atrapado una parte de mi cabello en
la hierba.
—¿Qué acabas de decir? —pregunta en voz baja, sus palabras
apenas son más que un murmullo que atraviesa la tenue música de jazz del
otro lado de la valla.
—Llévame de vuelta al hotel —repito, tan suavemente como acabo
de decirlo.
—¿Se ha subido el daiquiri a tu cabeza?
—Por lo general, sí. Pero no hagas repetirlo, Ezekiel. Dijiste que si lo
mencionaba nuevamente harías algo al respecto. Bueno, estoy esperando.
No necesita que lo diga de nuevo.
Gracias a Dios, porque ya lo he dicho dos veces.
Zeke se levanta de mí y recoge nuestras cosas del almuerzo en una
gran bolsa. La tira en el cubo de basura y, antes de poder sentarme, agarra
mis manos y me levanta con un movimiento suave.
Sus dedos se entrelazan firmemente alrededor de los míos, y me
sostiene cerca de sí mientras soy arrastrada hacia la concurrida calle de
Jackson Square. Mi propia mano se aprieta alrededor de la suya mientras
debemos desviarnos alrededor de lo que parece un grupo de turistas para
hacer la ruta de vuelta a nuestro hotel. Nos guía tan valientemente y con
seguridad que es todo lo que puedo hacer para seguirle el ritmo.
Sus piernas son mucho más largas que las mías.
Cuando llegamos al final de la cuadra, mi corazón se acelera y estoy
corriendo para seguirle el ritmo. Aguanto la respiración mientras entramos al
hotel, pero no hay señales de Mellie en el vestíbulo.
Entramos en el ascensor casi en perfecta sincronía. Respiro hondo
mientras las puertas se cierran y somos presionados en el pequeño espacio.
No se mueve en absoluto. Sus dedos se mantienen unidos a través de los
míos y su palma presionada contra la mía.
Las puertas se abren.
Me saca del ascensor, llevándome al tranquilo pasillo del hotel. Suelta
mi mano y juguetea con su billetera. Casi deja caer la tarjeta llave al
deslizarla por la ranura, pero se las arregla para sostenerla el tiempo
suficiente para deslizarla por la ranura y abrir la puerta.
Empujo la manija de la puerta hacia abajo antes de que la puerta se
cierre de nuevo, y Zeke mantiene la puerta abierta metiendo su pie entre
ella y el marco.
Ni siquiera se molesta en volver a poner la billetera en su bolsillo. No,
abre la puerta completamente, arroja su billetera sobre el armario que
alberga el mini refrigerador, y me arrastra a la habitación.
Sus labios se posan sobre los míos antes de que la puerta se cierre de
golpe.
Me agarro de su camisa y me inclino hacia él. Sus brazos serpentean
alrededor de mi cuerpo, tirando de mí contra de sí. Tropiezo cuando me
conduce de vuelta a la cama, pero su fuerte agarre me mantiene en pie.
Deja de besarme y me arroja nuevamente a la cama. Agarro las
sábanas y subo a la cama mientras él busca el dobladillo de su camisa la
desliza por sobre su cabeza, revelando su cuerpo firme y tonificado. Mis ojos
trazan las profundas líneas que corren entre cada paquete de músculos de
su estómago.
Su cuerpo está tan perfectamente formado y los músculos tan
marcados que hay sombras en el centro de su estómago. Diablos, incluso
esa maldita V se está burlando con su acto de desaparición bajo sus jeans
que se oscurece cuando el sol no lo golpea.
Los labios de Zeke se mueven en una pequeña sonrisa.
—¿Has terminado de mirar?
—¿Lo compraste? —le pregunto a sus abdominales.
—Porque no puede haberlos conseguido de forma natural.
—¿En serio acabas de preguntarme si compré mis abdominales?
Arrastro mi mirada a su rostro.
—Bueno, no admitirás si lo hiciste.
—Carly, ¿me haces un favor?
—¿Mmm?
—Cierra la boca. —Con eso, sube encima de mí y vuelve a presionar
su boca contra la mía.
Mis manos encuentran fácilmente la piel caliente y suave de su
espalda. Profundiza el beso, pasando su lengua por la comisura de mis labios
antes de deslizarla entre ellos. Arqueo mi cuerpo hacia él y deslizo mis manos
por las hendiduras y hoyuelos de su fuerte espalda.
—Quítate la camiseta —dice, pasando su boca por mi mandíbula,
metiendo su mano por debajo del dobladillo de mi camiseta y subiéndola
por mi estómago. Zeke se sienta y con ambas manos, se deshace de la
camiseta. La tira al suelo con la suya y se inclina hacia abajo. Pero en vez
de tocar sus labios con los míos, encuentran mi cuello.
Besa un camino lento y perezoso por el lado de mi cuello y a través de
mi clavícula. Mi corazón late un poco más fuerte cuanto más aproxima su
boca a mis pechos, y todo pensamiento coherente desaparece. Si bajo mi
mirada, puedo ver el bulto de su polla empujando contra la cremallera de
sus vaqueros, y que se jodan los sentimientos.
A la mierda los malditos sentimientos.
Al diablo con el inevitable rompecorazones.
Solo lo quiero a él.
Ahora mismo.
Zeke abre el cierre de mi sostén con un movimiento suave. Mi piel
hormiguea cuando desliza sus manos dentro de mi sostén y toma mis
pechos, sus palmas ásperas y planas contra mis duros pezones. Un pequeño
jadeo se escapa mientras los presiona suavemente, pero es cuando mueve
una mano hacia la parte inferior de mi pecho derecho y cierra su boca
sobre mi pezón que el duro rayo del placer se dispara hacia mi columna
vertebral.
Ya estoy mojada. Puedo sentirlo. Quiero retorcerme por el dolor
lujurioso en mi clítoris y por la forma en que desliza su lengua por mi sensible
pezón.
Lo que hago es arquear mi espalda, empujando mi pecho hacia él.
Arrastra su boca a través de mi piel hasta el otro pezón, y sonríe
mientras lo lleva a su boca.
Con cada succión, envía más deseo a través de mi cuerpo. Si su
cuerpo no estuviera entre mis piernas, las estaría apretando para detener
esta maldita desesperación.
Prácticamente puedo oír a mi clítoris rogando con cada pulsación.
Más.
Más.
Más.
Y todavía llevo puestos unos putos pantalones cortos.
Los besos calientes hacen que me arda el estómago. Se abre paso
por mi cuerpo, enganchando sus dedos en la cintura de mis pantalones
cortos, listo para bajarlos.
—No —dice cuando intento alejarme. Me jala hacia él usando solo el
agarre de mis pantalones y se inclina sobre mí—. ¿Qué crees que estás
haciendo?
Me muerdo el labio, momentáneamente hipnotizada por la lujuria
oscura que se desata en sus preciosos ojos. Su mirada normalmente brillante
está ensombrecida por la necesidad y las promesas de lo que vendrá.
—Umm —comienzo en silencio, sentándome.
—Eso suele ser más estresante para mí que agradable. —Procuro
cerrar mis piernas, pero su cuerpo lo impide.
—¿El oral es estresante para ti?
—Bueno, sí.
—Eso es porque estás acostumbrada a acostarte con idiotas. Por
suerte para ti, he dominado el arte de lamer coños. Ahora recuéstate y
ponte cómoda, porque vas a correrte en mi boca dentro de cinco minutos.
Trago y caigo de espaldas. Desenredando el tiro del sostén de mi
muñeca, veo a Zeke mientras desabrocha mis pantalones y los baja. Sus
dedos callosos provocan escalofríos en mi piel mientras arrastra mi pantalón
por las piernas. En el momento en que deja caer los shorts al suelo, presiono
mis muslos.
Se ríe a carcajadas y me abre las piernas de nuevo. Sus ojos se centran
en mi ropa interior.
Son de encaje que son prácticamente transparentes. Su atención me
hace moverme y morderme la parte interior de la mejilla. ¿Debería haberme
puesto las bragas de zorra?
Dios mío, hay un hombre con su rostro entre mis piernas. ¿Por qué
importa esto?
Oh, es cierto.
Eso es porque su rostro se encuentra entre mis piernas.
—¿Por qué estás mirando mis bragas? —pregunto con ronquera.
Inclina la cabeza hacia un lado.
—Intento decidir si te pones esto deliberadamente o es una
afortunada coincidencia.
Me aclaro la garganta.
—Deliberadamente.
Dirige su mirada a la mía.
—Ya sabes. Por si acaso.
Sus labios se tensan en un lado. No dice nada mientras desliza un dedo
por debajo de la tela de encaje y la empuja a un lado. Respiro hondo
cuando pasa su dedo por mi humedad, rozando mi clítoris.
Me estremezco completamente cuando baja su rostro y reemplaza su
dedo por la lengua.
Dos lamidas. Es todo lo que necesita para encontrar mi clítoris.
Mierda.
El hombre tiene un rastreador en mi clítoris.
Me pongo el brazo sobre los ojos mientras él pasa la lengua por ese
pequeño grupo de nervios súper sensibles. Es el punto más pequeño de la
historia, pero ya hace magia con él. Simultáneamente estoy tratando de
alejarme de los sentimientos intensos que atraviesan mi cuerpo y conseguir
más, tratando de que él lo lama más fuerte y lo chupe un poco más
vigorosamente.
No sé qué hacer con estos sentimientos.
Él tiene razón.
Es una forma de arte, y Zeke Elliott la tiene dominada.
Debería dar una maldita clase sobre cómo lamer el coño.
Aplasta su mano sobre mi estómago para mantenerme en su lugar
mientras un orgasmo se cierne sobre el borde de mi conciencia. Sé que está
ahí, que está sucediendo, y todo mi cuerpo se aprieta en anticipación para
ello.
Zeke desliza un dedo en mi interior y presiona su lengua con fuerza en
mi clítoris. Así, la presión extra empuja el orgasmo a través de mi cuerpo a la
velocidad de un rayo.
Muerdo mi mano para no gritar.
Se levanta y me quita la mano de mi rostro, su boca sigue cubriendo
mi coño. Ahora su lengua está donde estaba su dedo, y bajo mi mirada.
Bajo mi mirada para verlo mirándome, un brillo caliente y satisfecho
en sus ojos.
Se echa hacia atrás y desabrocha sus vaqueros. Se limpia la mano
con la boca, mirándome todo el tiempo.
¿Por qué está tan caliente?
Zeke se deshace de sus jeans y su ropa interior, revelando su polla dura
como una roca. Tengo una foto completa de su culo apretado mientras se
gira hacia su cartera y la recoge. Mojo mis labios con la lengua, tratando de
controlar mi respiración mientras él abre el paquete de condones que
acaba de sacar de su billetera.
Se voltea. Mi atención se centra en el lugar donde envuelve su polla,
y debo tragar de nuevo.
¿Qué me está haciendo?
No importa mucho ya que se inclina sobre mí y me abre las piernas de
par en par. Tiene una mano en su polla entre nosotros, y me besa mientras
la cabeza de su polla roza mi coño. Se frota lentamente a través de mi
humedad, besándome profundamente. Puedo saborearme en su lengua,
pero no me importa. Lo agarro por detrás del cuello e inclino mis caderas
hacia él.
Por el amor de Dios, sé lo que me está haciendo.
Me está matando.
—Zeke —susurro.
—No vuelvas a cubrir tu boca —Me exige, mirándome a los ojos—. Esta
vez, quiero oírte gemir por mí.
Entonces, en un lento y tortuoso empujón, él está dentro de mí, y yo
estoy jadeando.
Se siente tan bien.
Enrosco mi cuerpo en el suyo mientras se mueve. Su mano está
ahuecando la parte de atrás de mi cuello y las mías se encuentran en su
espalda, mis uñas clavadas en su piel. Es mejor de lo que recuerdo la primera
vez. Eso fue un poco torpe e incómodo, pero todo esto es suave, empujes
profundos y perfectamente sincronizados moviéndose al unísono.
Envuelvo mis piernas alrededor de su cintura a medida que profundiza
más. El gemido que escapa de su boca vibra a través de mi piel. Podría
escuchar eso una y otra vez.
Mi propio pequeño gemido llena el aire, pero no puedo
avergonzarme mientras mi piel sudorosa se desliza contra la suya. Mis manos
se han deslizado de su espalda a su trasero y lo estoy agarrando
fuertemente, tratando de mantenerlo dentro de mí donde lo quiero.
Él se encuentra con mis ojos.
Me besa.
Se entierra en lo más profundo de mi ser.
Jadeo ante su beso y arquea mi espalda. Mi cabeza cae hacia atrás,
exponiendo mi cuello a él, y mordisquea la base de mi cuello cuando vuelve
a retomar el ritmo.
Si antes creía que se esforzaba, me equivoqué.
Estos son empujes cortos y duros. Cada uno me conduce cada vez
más cerca del borde. Cada uno hace que mis gemidos sean más fuertes.
Cada uno hace que mi agarre sea más fuerte. Aguanto la respiración por
un segundo mientras el orgasmo se burla antes de retroceder, pero un
empujón más profundo me lleva al abismo de mi propio placer.
Se apodera de mi cuerpo y me mantiene como rehén mientras Zeke
se corre. Puedo sentir su polla palpitando dentro de mi coño apretado.
Entierra su rostro en el costado de mi cuello, respirando pesadamente y
sujetándome fuerte.
Permanecemos así por un buen minuto, recuperando el aliento juntos.
Poco a poco, se tranquiliza, de modo que no soporto más su peso corporal.
Un suspiro escapa de mis labios cuando él se retira de mí, y me giro hacia un
lado, cerrando mis piernas. Y mis ojos. Solo necesito un minuto. O diez.
Unos segundos después, una toalla esponjosa cae sobre mi cuerpo.
Sin abrir los ojos, la agarro y deslizo entre las piernas.
La risa de Zeke llena la habitación, incitándome a mirar por un ojo.
—¿Qué? —murmuro—. Cómodo.
—Nada —dice, aun riéndose.
Sí, es cierto. Lo creo.
Abro mis ojos y lo veo sosteniendo la toalla alrededor de su polla
todavía dura.
—¿Puedes quedarte ahí abrazando tu polla con la toalla, pero yo no
puedo quedarme aquí y meter una entre mis piernas?
—No sabías perfectamente qué es lo que deslizaba entre tus piernas,
cariño.
Agarro mi sostén y lo arrojo.
—Obviamente, hablo de la toalla. Ya tuviste tu turno.
Suelta su polla y, agarrando la toalla, se inclina y me besa la comisura
de la boca.
—Y fue un giro jodidamente impresionante. Parece que necesitas una
siesta.
En el momento justo, bostezo. Necesito una siesta. Volar y el sexo es
extrañamente agotador.
—No te halagues a ti mismo. Es el viaje.
—No es el hecho de que acaban de follarte hasta la semana próxima.
—Absolutamente no.
—¿Esa eres tú tratando de mantener mi ego bajo control?
Sonrío perezosamente.
—Posiblemente.
Se pone los calzoncillos y luego entrega mi sostén.
—Fallaste en el momento en que empezaste a gemir mi nombre.
Me siento demasiado rápido. Parpadeo para alejar los mareos
repentinos.
—No gemí tu nombre.
—Obviamente estabas demasiado ocupada para percatarte, pero lo
hiciste. Supongo que tienes ropa interior limpia en tu maleta. —La abre.
—Sí. Unos cuantos pares.
Zeke me mira antes de abrir la maleta. Revisa mis cosas antes de
encontrar el pequeño paquete de mi ropa interior.
—Carly, hay ocho pares de bragas aquí.
Me bajo las viejas por mis piernas y me limpio. Dios, qué clase.
—Bueno, a diferencia de ti, no puedo volver a ponerme el mismo par.
—¿Pero ocho pares?
—¿Qué puedo decir? Vine preparada.
Saca una tanga roja y satinada del paquete y la tira en la cama.
—Ahora no me siento tan mal por empacar un paquete de cincuenta
condones.
Con las nuevas bragas en la mano, me congelo.
—¿Empacaste cincuenta condones?
—Vine preparado. —Me muestra una sonrisa.
—Hay tal cosa como demasiada preparación, ya sabes. Cincuenta
condones para una noche.
—Fui un poco optimista —admite.
—¿Un poco?
—Esperanzado, ¿De acuerdo? Estaba realmente esperanzado. —
Pone los ojos en blanco cuando vuelvo a cerrar mi sostén—. Aunque, admito
que tal vez cincuenta era un poco demasiado esperanzadoras.
Llevo la toalla al baño.
—Ni siquiera creo que sea posible tener sexo cincuenta veces en una
noche. ¿Verdad?
Cierra las cortinas y mira por encima del hombro.
—¿Quieres averiguarlo?
—Me duele solo de pensarlo. Tú no eres el que recibe una paliza.
—Habla por ti misma. No puedo sentir mi trasero.
Sonrío y levanto las sábanas de la cama.
—Mi error. —Me deslizo en la cama.
Zeke salta conmigo, y antes de que pueda ponerme cómoda, me
rodea con un brazo en el medio y me tira hacia atrás contra él.
—Levanta la cabeza.
Hago lo que él me dice.
Coloca su otro brazo bajo mi cuello y se mueve hasta que mi trasero
esta presionado contra su pelvis.
—¿Estás cómodo? —pregunto secamente.
—Sí. ¿Lo estás tú?
—Extrañamente. No te tomé por cucharita.
Se ríe en mi cabello.
—Soy un mimado, nena. Acostúmbrate a ello.
—Zeke Elliott es un mimado —murmuro, golpeando con el puño las
sabanas—. Hay algo que nunca pensé que descubriría.
—Maestro lamedor de coños y experto en mimos —corrige.
—Deberías poner eso en tu currículum.
—No estoy seguro de que mi padre apreciara esa información.
Bostezo y cierro mis ojos, acurrucándome más cerca de él.
—No, pero seguramente lo hago. Especialmente la parte de lamer. No
más folladores —digo somnoliento.
—No más nadie —responde tan silenciosamente que no estoy segura
de sí está hablando consigo mismo o conmigo.
—¿Qué?
—Duérmete, dulzura. —Me aprieta ligeramente.
Mmm.
—Está bien. Buenas noches, Zeke.
Una risa ligera me hace cosquillas en mi cabello.
—Buenas tardes, Carly.
17
Haz algo fácil. Por una
vez.

—E
ntonces, ¿cómo se conocieron? —Mellie sumerge una
patata frita en un poco de salsa y la muerde por los
bordes.
Zeke me mira.
—Me ha odiado durante los últimos once años.
Pongo los ojos en blanco.
—No te he odiado. Simplemente he tenido fuertes sentimientos
negativos hacia ti.
Mellie se ríe.
—De acuerdo, tal vez un poco —admito—. Pero lo merecías
totalmente.
—Intentaste matarme una vez. ¿Lo recuerdas? —Levanta las cejas—.
De repente me estoy replanteando este viaje.
—Por Dios. No intenté matarte. Soy una mala pastelera, es todo. No es
mi culpa que me haya equivocado en los ingredientes.
Mellie asiente.
—Yo tampoco soy pastelera. Puedo cocinar casi cualquier cosa, pero
¿hornear? No, claro que no. Estoy contigo allí.
—Gracias. —Miro fijamente a Zeke—. ¿Ves? No es veneno. No es
intento de asesinato. Solo el mal juicio de mi mejor amigo.
—A diferencia de la usualmente brillante toma de decisiones —
resopla.
—Ella está saliendo con Caín y yo estoy aquí contigo. Diría que saqué
la pajita más corta aquí.
—¿Estás seguro de que no me sigues odiando?
—Es discutible. Si sigues diciéndole a la gente que te envenené, podría
convertirse en una profecía autocumplida.
—Eso suena como una amenaza.
—Más bien una promesa, si soy honesta. —Me encojo de hombros y
bebo a sorbos mi bebida.
—Ustedes son como una vieja pareja de casados. —Se ríe Mellie—. Me
complace saber que él ha encontrado a alguien que no soporta su mierda.
Zeke se rasca detrás de la oreja.
—Normalmente soy el que obtiene la mierda en las relaciones, no
quien la entrega.
Ella lo apunta con una papa frita con salsa.
—No empieces con esa mierda del infortunio, Zeke. Te dije que no le
propusieras matrimonio a esa mujer, ¿pero me escuchaste? No, no lo hiciste.
—Está bien. —Deja su botella de cerveza—. Iré al baño. Deja esa
mierda cuando vuelva, ¿quieres? —Su asiento chirría contra el suelo cuando
se levanta.
Cuando está fuera de nuestro alcance, frunzo el ceño y digo:
—¿Conoces a Becky?
Frunce sus cejas y se coloca su cabello rubio detrás de la oreja.
—Cariño, fui su compañera de cuarto en la universidad. ¿Cómo crees
que conocí a esta? —Asiente hacia la retirada de Zeke—. Becky reservó
todos aquí cuando era la asistente del gerente. Les conseguí una tarifa de
grupo, y cuando aparecieron, le eché un vistazo y supe que era demasiado
bueno para ella.
—¿No son amigos?
—Amigos, claro. Eso no significa que deba gustarme. —Le hace señas
al tipo detrás de la barra para otra ronda de bebidas—. Sé cómo es ella, y
estaba segura de que no estaba lista para sentar cabeza. Dijo que lo
estaba, pero no era así, no con un tipo como Zeke. No duraría mucho en un
pueblo pequeño como Barley Cross. No recibiría suficiente atención.
Todo lo que sabía era cierto. Durante la mayor parte de su relación,
ella condujo desde Atlanta. ¿Pensó que se mudaría al casarse?
—¿Cree que solo la descubrieron porque lo engañó en la ciudad y no
en Atlanta? —pregunto, mirando en la dirección en la que Zeke acaba de
entrar.
—Sin duda. Ella nunca fue y será lo suficientemente buena para él. No
como tú. Tú encajas con él.
Vuelvo a prestarle atención.
—¿Qué significa eso?
Sus labios se curvan.
—Chica, has visto cómo te mira.
Sacudo la cabeza y agarro el nuevo cóctel que depositan delante de
mí.
—¿Qué importa eso si él sigue atascado en lo que le hizo?
Suspira y agita su pajita alrededor de su Bellini.
—Porque creo que podrías ser diferente.
Tragando fuerte, bajo la mirada a mi vaso.
—No lo sé.
—Si no crees que no eres diferente, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué lo
intentas?
—Porque él no tiene razón para no confiar en mí —le digo, todavía
con la mirada baja—. Aparte del tiempo que insiste en que he intentado
envenenarlo, nunca le he hecho nada.
—Tampoco Becky hasta que lo hizo.
Tampoco Becky hasta que lo hizo.
Nunca confiará en mí, ¿verdad? ¿Siempre estará esperando a que la
cague? ¿Ella rompió su confianza tan gravemente que siempre ocultará un
pedazo de sí mismo?
Porque de ser cierto, preferiría irme a casa ahora mismo.
Lo quiero todo. Quiero todo de alguien.
Mierda, si soy honesta, quiero todo de Zeke. Luchar contra ello es
ahora completamente inútil, así que ni siquiera lo intentaré. Lo aceptaré por
lo que es.
Me estoy enamorando del único tipo que juré que nunca tocaría.
Me estoy enamorando del hermano de mi mejor amigo.
Tengo miedo de lo que sucederá cuando golpee el suelo.
Conociendo mi suerte, un culo magullado será lo mejor que ocurra.
—¿Ya terminaste? —Zeke reaparece, agarrando su botella.
Mellie levanta las manos.
—Nunca empezamos.
—Regreso enseguida. —Sonrío y agarro mi teléfono—. Baño —le digo
a Zeke antes poder preguntar.
Serpenteo a través de las mesas del bar del hotel que conduce hacia
los baños, pero no antes de oír a Zeke decir:
—¿Qué le dijiste?
Abandono la zona antes de oír la respuesta de Mellie.
Solo necesito unos minutos a solas para respirar profundamente.
Afortunadamente, el baño se encuentra vacío al abrir la puerta. Entro
y voy a los lavabos. Pongo mi teléfono en la encimera y me contemplo en
el gran espejo que se extiende por toda la pared.
Me paso los dedos por mi cabello oscuro. Mis ojos están brillantes y mis
labios están ligeramente enrojecidos, pero mis labios están bajos.
Un gran chico. Gran día. Gran comida. Gran... sexo.
Entonces, ¿por qué me siento de esta manera?
Es fácil. Porque su pasado se cierne sobre nosotros. Él lo sabe y yo lo
sé. Diablos, incluso Mellie, de quien nunca había oído hablar hasta
registrarnos hace unas horas, lo sabe.
Por eso las mujeres no deberían ser capaces de pensar en cosas.
Pensamos y analizamos e invertimos demasiado en todo. Si alguien me
quitara la capacidad de pensar demasiado en esta situación, estaría bien.
No puedo pensar más en esto. No quiero acorralarme en una esquina,
maldita sea, Nueva Orleans no tiene a Becky en ella. Es mi hogar. El hogar
es donde está esa mierda.
A la mierda mi tonto cerebro.
Me paso las manos por el cabello, acomodándolo alrededor de mis
hombros. Una respiración profunda hace que mis hombros se levanten, pero
un pensamiento pasa por mi mente pese a literalmente decirme a mí misma
que me callara.
¿Vale la pena arriesgarse con Zeke?
Mi teléfono suena en la encimera. Un vistazo a la pantalla me dice
que es Brooke enviando un mensaje, y la vista previa del mensaje me hace
tragar con fuerza.

Brooke: Zeke dijo que te escondías en el baño...


Levanto mi teléfono y abro el mensaje.
Yo: No me escondo. Hago pis.
Brooke: Espera por favor.
Frunzo el ceño a mi pantalla, pero no debo esperar mucho tiempo por
mi respuesta.
O, mejor dicho, su llegada.
Irrumpe por la puerta del baño y me mira fijamente.
—Uno, estás escondiéndote. Y dos, no quiero estar aquí.
Pestañeo a mi mejor amiga.
—¿Por qué estás aquí?
Aún con la misma expresión plana, dice:
—Porque mi novio es un imitador terrible y llamó a la chica del bar y
nos consiguió su antigua habitación. Eso y que tenía el presentimiento de
que algo saldría mal, y obviamente, tengo razón.
Pongo los ojos en blanco.
—Nada ha salido mal. ¿Verdad? Estaba orinando.
—No, no lo estabas. ¿Qué salió mal?
—Nada.
Enarca sus cejas.
—Te acostaste con él, ¿verdad?
—No.
—Mentiras. Puedo olerla.
—¿Qué eres, un perro policía?
Sonríe.
—Lo sabía. Si no hubieras hecho el baile del hokey-pokey desnuda
con él, habrías vuelto a poner los ojos en blanco y me habrías dicho que me
callara.
Mierda.
—Vete a la mierda —le digo, sosteniendo mi teléfono en mi pecho—.
Fue un momento de debilidad. Como el chocolate en una dieta.
—Generalmente comes el chocolate porque necesitas el azúcar. Tu
solo necesitabas a Zeke. —Sonríe.
—¿Estás aquí para hacerme sentir mejor o para lastimarte?
—Si me lastimas, ¿puedo irme a casa? Hay demasiada gente aquí. —
Hace una pausa—. ¿Sabes lo que me gusta en una cita? Nadie más a mi
alrededor. No el millón de personas que actualmente están amontonadas
en el maldito Barrio Francés.
—Eres tan desagradecida.
—Tú eres quien se esconde en el baño porque obviamente conociste
a alguien que Zeke conoció antes que a Becky y ahora dudas de ti misma.
La miro fijamente.
—¿Cómo lo sabes?
Agita su mano.
—Llevas aquí diez minutos. Le pregunté antes de entrar.
—Entonces, ¿por qué preguntaste?
—Porque quería ver si me lo dirías o no. —Pasa junto a mí y se sube al
mostrador donde están los lavabos. Sus pies cuelgan a varios centímetros
del suelo—. Estoy siendo torpe, bah.
Por supuesto. Bah.
—No estoy dudando de mí misma —murmuro en voz baja—. Estoy
dudando de toda la situación. El objetivo de traerme aquí era ver si esto
podía funcionar. Pero me trae a un lugar donde una amiga conoce a su ex,
y así como así, sus inseguridades me golpean en el rostro una vez más.
Brooke ladea la cabeza como lo hace un cachorro. Incluso me mira
de la misma manera, con los ojos muy abiertos y casi vacíos.
—Sus inseguridades no son tu problema.
La miro fijamente.
—Oh. Abre y cierra la boca. Ahora está haciendo su mejor imitación
de un pez.
—¿Estás enamorada de él?
Si respondo, ¿eso hace que mis sentimientos sean realmente reales?
Porque no estoy enamorada, enamorada. Pero sería fácil. Como resbalar en
una cáscara de plátano. Un paso y luego... caer.
—Estamos en negación —reflexiona—. Está bien.
—No estamos en negación. No estoy en negación. Deja de poner
palabras en mi boca. —Suspiro y paso mi mano por el cabello otra vez. Uff,
Dios mío. Todo lo que genero de eso es provocarme un dolor de cabeza—.
No reconozco nada con palabras, porque si lo hago, entonces se convierte
en realidad.
—Así que, lo ignoras.
—Mucho más preciso. Gracias.
—De nada. —Brooke frunce los labios—. ¿Qué pasa después?
Miro hacia la puerta y me encojo de hombros.
—Realmente no tengo ni idea. ¿Cuántas veces pueden dos personas
tener la misma conversación una y otra vez?
—Varias veces al día. Caín me pregunta qué comida hay en la nevera
al menos cuatro veces.
—Conversaciones serias.
—Obviamente nunca lo has visto en un ataque de perra porque me
comí el último pastelito Twinkie. —Sonríe—, pero entiendo su punto. He
escuchado cada parte de su... discusión... fuera de mi cocina, después de
todo. ¿Cuántas veces pueden tener esa charla antes de ser redundante y
todo sea una pérdida de tiempo?
—Exactamente.
—¿Has considerado la paciencia?
—Revolotea brevemente por mi mente.
—Creo que deberías ser paciente. Creo que él está haciendo lo mejor
que puede con la forma en que se siente. Es como un simio tratando de
comunicarse a veces. —Se golpea el dedo contra la barbilla—. En realidad,
creo que tiene verdaderos sentimientos por ti. Solo que tiene más miedo de
lo que siente que de cualquier otra cosa.
—Tú lo sabrías. Tú eres la que realmente le gusta. —Me apoyo contra
la pared.
—Apuesto a que te gustaba hace unas horas, ¿no?
Mis labios se levantan antes de poder detenerlos, y una sonrisa de
conocimiento se arrastra en su rostro en respuesta.
Maldita sea.

Cuando regresamos al bar, Mellie no se ve por ningún lado. Zeke y


Caín se han instalado en una mesa alejada del bar, y solo hay tres sillas. Dos
de las cuales están en sus culos.
Aparentemente, Brooke se da cuenta de esto al mismo tiempo,
porque pasa a mi lado y deja caer su culo en la silla vacía restante con una
sonrisa en mi dirección.
Uff.
Poso mi mirada sobre los tres.
—¿Nadie pensó en conseguir una cuarta silla?
Caín hace una mueca.
—No pude encontrar una. Lo siento, Car.
—¿Dónde se supone que me siente?
—En mi rostro. —Sonríe Zeke.
Brooke se atraganta con su bebida.
Bien. Se lo merece.
Volviendo mi atención a Zeke, levanto mis cejas.
—Creo que eso es ilegal en lugares públicos, incluso en Nueva Orleans.
—Siéntate en mi regazo entonces. —Retrocede su silla unos
centímetros y pasa la mano por sus muslos.
—No me sentaré en tu regazo, Zeke.
—Entonces toma el suelo. De cualquier manera, estoy sacando
mucho provecho de ello.
—¿Cómo es posible que saques mucho provecho de eso?
—En mi rostro por razones obvias. —Sonríe—. En mi regazo por otras
razones obvias. Y, si te sientas en el suelo, tengo una gran vista bajo tu
camiseta. —Termina encogiéndose de hombros y bebiendo su cerveza.
Brooke se inclina hacia adelante, a mi alrededor, y lo mira fijamente.
—Eres un cerdo.
Zeke deja su botella con un tintineo.
—Pero al menos soy honesto sobre ser un cerdo.
Si no tuviera las habilidades de guiñar para respaldar su certeza, me
resultaría difícil concordar en ello. Pero él tiene las habilidades, un guiño, así
que me encuentro asintiendo.
Entonces, resoplo.
Tengo que sentarme en algún lugar, y su regazo parece la mejor
opción hasta que se libere una silla.
—Bien —me quejo—. Me sentaré en tu maldito regazo.
—Ja, Ja, Ja. —Sonríe de nuevo.
Entrecierro los ojos ante él. Esto es incómodo. Obviamente Caín
también lo piensa, porque no está mirando. De hecho, mira a cualquier
parte menos a la mesa mientras me siento en el regazo de su hermano.
Zeke me rodea la cintura con un brazo y me tira hacia atrás hasta que
mi culo esta contra su polla y está cómodo.
Me alegro de que esté cómodo.
Siento que estoy visitando inapropiadamente a Santa o algo así.
El teléfono de Brooke suena en la mesa justo cuando dejo el mío.
—Mierda. Tengo que tomar esto. —Se pone de pie, luego hace una
pausa y me señala—. Toma mi silla y te cortaré.
Sonrío dulcemente, y en el momento en que gira, me libero del brazo
de Zeke y me siento en su silla.
—Gracias a Dios —murmura Caín.
Zeke levanta una ceja.
—¿Qué es gracias a Dios?
Levanto las manos.
—Esa incomodidad podría haberse evitado si hubieras hecho que
Brooke se sentara en tu rodilla. Ya sabes, ya que en realidad están saliendo.
—¿Pensaste que eso era incómodo? —Zeke le pregunta a Caín.
—¿Alguna vez has intentado que Brooke haga algo? —Caín me
dispara.
—Sí, y normalmente lo hace, porque soy lo suficientemente inteligente
para mantener la suciedad sobre ella para chantajearla. —Agarro mi
bebida y chupo la pajilla.
—¿Tienes algo sucio sobre Brooke?
—Por supuesto que tengo trapos sucios sobre Brooke. Deberías oír
algunas de las cosas que dijo sobre tu tonto trasero antes de que creciera
un par y confesaras tus sentimientos.
Lucha con una sonrisa.
—Ah, lo sé. Ahora la oigo hablar de él. —Asiente en dirección a Zeke.
—¿Qué dice ella? —Zeke pregunta al mismo tiempo que yo digo—:
¿Qué diría ella de él?
Caín parpadea y mira entre nosotros.
—Ustedes dos son tontos.
—¿Debo decirle que aún tienes su suéter de cuando tenía diecisiete
años y pasó la noche en nuestra casa? —amenaza Zeke.
Me dirijo a Caín.
—¿Robaste su suéter?
—No robé su suéter —argumenta—. Ella lo dejó y nunca pude dárselo.
—Estoy bastante seguro de que te vi abrazarlo una vez. —Zeke recoge
su botella de cerveza de nuevo.
Caín se gira hacia él con una mirada amenazadora.
—Sabes que eso es una mierda, y si sigues, no te diré lo que dice, pero
le diré a Carly lo que tú dices.
—¿Qué es lo que dice? —le pregunto a Caín, y luego me dirijo a
Zeke—. ¿Qué dice? ¿Por qué están hablando de mí?
—Porque eres mi mejor amiga —responde Caín.
—¿Porque te odiaba, pero quería follarte? —responde Zeke.
—Ya lo hiciste —señalo, sacando la rodaja de naranja del borde de
mi vaso.
Caín se estremece.
Zeke me guiña el ojo.
—Dos veces.
—¿Debemos discutir esto aquí mismo? —pregunta Caín, mirándonos
a ambos—. Por más encantador que sea lo que ustedes dos están
haciendo... sea lo que sea esto... no quiero oír hablar de... lo que hacen en
su tiempo libre.
Sea lo que sea esto. Eso resume esta situación bastante bien, en
realidad.
—En realidad, en mi tiempo libre, principalmente cuido a una pícara
Jack Russell que está enamorada de tu hermano. —Me pongo la pajita entre
los labios y consulto mi monedero—. Y trato de cuidarme a mí misma.
—¿Ahora tienes un enamoramiento enfermizo conmigo, también? —
Zeke me muestra una sonrisa derrite bragas.
Simplemente giro mi atención en su dirección mientras bebo. Él
mantiene mi mirada por unos segundos, pero parece mucho más largo. Hay
un brillo en sus ojos que es a la vez adictivo y aterrador, el tipo de brillo que
hace que tu cabeza diga que corras mientras tu corazón quiere
permanecer allí.
No tengo ni idea de lo que significa, pero sé que mi estómago está
dando vueltas como si tuviera un elefante en un trampolín.
—Enfermiza sería una exageración —respondo finalmente,
manteniendo su mirada—. En realidad, también lo sería “enamoramiento”.
Ahora mismo, lo que siento por ti es más bien una tolerancia poca entusiasta
con una buena dosis de apreciación por tus habilidades en el dormitorio.
Sus cejas se disparan.
—Puedo llevar eso. ¿Más tiempo en presencia de dichas habilidades
en el dormitorio nivelaría tu tolerancia hasta un enamoramiento?
—No es probable, pero eres bienvenido a intentarlo.
—Y veré dónde está mi novia —interrumpe Caín, de pie con su
cerveza.
Zeke estalla en risa cuando su hermano se va.
La sangre corre a mis mejillas y las sonroja. El sol y las bolas de mierda...
¿Cómo pude olvidar que él estaba allí? ¿Cómo pude olvidarme y seguir
hablando de sexo con Zeke?
La vida me está matando. Literal y figuradamente.
Zeke se inclina y me toma de la mano. Con su boca muy cerca de mi
oreja, dice:
—Ven conmigo.
Me jala antes de que pueda hacer o decir algo. Me he dado cuenta
de que le gusta hacer eso. También sonríe cada vez, como si supiera que su
rapidez me supera para discutir con él.
Un día, envolveré mis piernas alrededor de las patas de la silla para
que cuando me arrastre, la silla venga también. Solo para darle una lección.
—¿Adónde me llevas?
—Calla. —Él une sus dedos a los míos y me acerca.
Apenas me aferro a mi teléfono, y ahora estoy muy contenta de no
haber llevado mi bolso al bar. No hay forma de que hubiera podido
agarrarlo a tiempo.
—Pon esto en tu bolsillo —le digo, empujando mi teléfono hacia él.
Lo coge y hace lo que le pido antes de sacarme por la puerta del
hotel. Tan pronto como salimos a la calle oscura y animada del barrio, nos
detiene y mira a ambos lados. Un tirón de su dedo en dirección a la derecha,
y me arrastra una vez más.
Él tiene mucha suerte de encontrarme en zapatillas, es todo lo que
digo.
Más que nada porque si llevara tacones, ya le habría metido uno en
el culo por esta mierda.
—¿Ahora me dirás adónde me llevas? —pregunto, saltando para caer
a su lado.
Me mira y sonríe.
—Vamos a conseguir Beignets10.
—Son las diez en punto.
—¿Y qué?
—Nada. Solo decía. Me gustan los carbohidratos y el azúcar.
Su sonrisa se amplía y libera mi mano. Me rodea los hombros con su
brazo y me lleva a su lado, bajando su boca hasta mi oreja.
—Lo sé. Por eso conseguiremos carbohidratos y azúcar. —Evitamos a
otra pareja que no está tan sobria como nosotros—. Entonces vamos a
llevarlo de vuelta a la habitación y...
—¿Dormir? —ofrezco, girando mi rostro hacia el suyo.

10 Beignets: Buñuelos franceses.


Roza su nariz contra la mía, una sonrisa pícara reemplazando su
amplia sonrisa.
—Eventualmente.
—¿Con el tiempo? —Me inclino hacia atrás y enarco las cejas.
—¿Cuánto tiempo es eventualmente?
—Depende de lo rápido que te vengas —murmura contra mis labios
antes de besarme rápidamente—. Vámonos.
—¿Esto es discutible?
—No.
—Está bien, pero debes superar tu tiempo antes. Igualmente me gusta
dormir.
—Hecho. Ahora mueve tu culo caliente.
18
Recordarle a mi abuela
que se haga una prueba de oído. “Sí, estoy
saliendo” no equivale a “Estoy embarazada de
trillizos”.

—N
o. Embarazada —digo firmemente—. Ni cerca
de estarlo.
Gracias, implante y condones.
—El tiempo corre, cariño. —Sus agujas hacen clic
mientras teje. Ni siquiera me mira.
—Tengo veinticinco. No setenta y cinco. Puede que esté haciendo
tictac, pero lo está haciendo lentamente.
Me mira por encima de sus gafas de media luna. Como si estuviera
volviendo loco a Dumbledore o algo así.
—Los tics de algunas personas se agotan a los veinticinco.
—Mis ovarios no son un reloj cucú, abuela. No hacen tictac.
—Puedo oírlos desde aquí.
—Ese es tu reloj interno del juicio final. Te advierte que estoy cerca de
tendencias asesinas.
Me sonríe y sube sus gafas por la nariz con el dedo meñique.
—Y puedo escuchar tu útero, una vez al mes, llorando. De hecho, lo
está haciendo ahora mismo.
Sí. Llegamos de Nueva Orleans anoche, y mi cuerpo tenía un pequeño
pre-período presente para mí: advertencia de calambres. Es delicioso. Sí
tener una pinza de cangrejo en tu clítoris y girarla es una delicia.
—Estará llorando en unos dos días. Excepto que serán lágrimas de
alegría —digo—. Mi útero volverá a estar feliz de que la vena de locura de
Porter se haya detenido conmigo.
—Esa es la locura de tu madre. —La abuela vuelve a tejer. Clic clic—.
Se lo advertí a tu padre.
—Abuela.
Clic, clic.
—¿Qué?
—Hace una semana tuviste a unos ancianos strippers en tu fiesta de
cumpleaños. No me digas que estás completamente bien de la cabeza.
—Hubieran sido unos sexis mcsexis jovenzuelos. —Clic, clic—. Pero mis
amigos son tacaños. Ella se sorbe los mocos.
Enarco una ceja.
—Estás sentada junto en una cesta de cupones.
—Soy ahorrativa. Ellos son tacaños.
—Si tú lo dices.
—¿Me habrías comprado un trozo de pan caliente para mi
cumpleaños?
Frunzo mis labios.
—¿Cómo una rebanada caliente de esponjo bizcocho o algo así?
Suspira y, rodando los ojos, golpea su regazo con las agujas de tejer.
—No, Carly. Una joven stripper.
Me mojo los labios. ¿Cómo le digo amablemente “diablos, no”?
—No sería mi primera opción —digo lentamente.
—Bueno, una nieta soltera sin perspectivas románticas reales a los
veinticinco años no es mi elección. —Chasquea la lengua con un ritmo de
tic-tac.
—Ese ruido es ridículo. Suenas como un caballo con problemas de
sincronización en la doma. —Agarro mi botella de agua y abro la tapa—. Y
tengo perspectivas románticas.
—¿Tus prospectos vibran y se entregan en una caja sin marcar?
Esa es más información de la que necesitaba saber sobre su
conocimiento de la entrega de juguetes sexuales.
—No y no.
—¿Tiene latidos del corazón?
—Sí, late su corazón.
—Obviamente no muy fuerte, o no hubieras ido hasta Nueva Orleans
por una noche.
Dame fuerza. La mujer está en racha hoy.
—El latido del corazón me llevó a Nueva Orleans, abuela. Lo hizo. Él.
No el latido del corazón. Maldita sea.
Se detiene a media puntada o lo que sea y se queda mirándome. Sus
anteojos se deslizan por la nariz, enganchándose en la punta, pero no le
presta atención.
—¿Un chico te llevó a otro estado?
—Ya no estoy en la secundaria.
—Bien, un hombre. Cariño, si tiene menos de cincuenta años, es un
chico para mí. —Se acerca y palmea mi rodilla—. ¿Con quién fuiste?
—Zeke.
Deja su tejido junto a ella en el sofá.
Bueno, mierda. Lo he hecho ahora.
—¿Zeke? —Finalmente se sube las gafas—. ¿Como Ezekiel Elliott?
¿Ves? Hecho.
—¿Conoces a otros Zekes?
—¿Te llevó a Nueva Orleans?
—Sí, abuela. Ezekiel Elliott me llevó a Nueva Orleans.
—Y yo que pensé que solo lo llevaste a mi fiesta de cumpleaños la
semana pasada para que pudieras tener una cita.
Me meto el cabello detrás de la oreja con una sonrisa.
—Lo hice. Aparentemente tuvo ideas.
Se inclina hacia adelante y mueve las cejas.
—¿Te dio algo en New Orleans?
Ayuda. Alguien ayúdeme.
Esto no está bien.
Agarro mis cosas y salto.
—Gracias por el café y el pastel, abuela. Fue agradable pasar el rato
contigo, pero surgió algo, así que ya sabes. Me tengo que ir.
—¿Fue la polla de Zeke?
—¡Adiós! —Salgo corriendo del departamento. Su risa cacareada me
sigue hasta la puerta principal, donde la abro para... el abuelo de Brooke.
Lleva una pajarita y sostiene seis rosas rojas.
Oh.
Está bien, lleva pantalones de pijama con mapaches, pero sigue
siendo lindo. Podría ser incluso más lindo debido a sus pantuflas de Homero
Simpson.
—Abuelo James —le digo, llamándolo como siempre lo he hecho—.
¿Qué estás haciendo aquí?
Sostiene las flores y una sonrisa lobuna aparece en su rostro.
—Estoy aquí para ver a tu abuela.
—¡Yuujuu, James! —llama la abuela desde el interior del
apartamento—. ¿Tu polla está erecta como la de Zeke?
Mis ojos se abren.
—Es toda tuya.
El abuelo James se ríe mientras paso a toda velocidad junto a él y,
literalmente, corro por el pasillo hacia las escaleras.
Ni siquiera esperaré el ascensor. Esta es una situación seria.
Seriamente jodida.
Salgo al sol y hago una pausa hacia mi auto. Solo cuando estoy dentro
y he cerrado las puertas con llave, saco el teléfono del bolso y busco el
número de Brooke.

Yo: Creo que nuestros abuelos se están volviendo feos.

Luego, por el placer de hacerlo, también le envío un mensaje a Zeke.

Yo: Creo que mi abuela está teniendo sexo con el abuelo de Brooke
Zeke me responde primero.
Zeke: ¿Puede siquiera levantarlo? ¿No deja de funcionar?
Transmito brevemente la conversación. Las dos líneas de esta.
Zeke: Tan alarmante como es, ¿Por qué cree que tengo una
erección?
Yo: Larga historia.
Zeke: Estoy en el almuerzo.
Yo: Ella quiere saber si me diste algo en New Orleans.
Zeke: ¿Qué rayos?
Yo: Exactamente. Así que tuve que irme.
Zeke: ¿Entonces no le dijiste?
Yo: ¿Que me hiciste venir como siete veces? Oh, sí, esa es una
conversación para tener comiendo pastel con mi abuela.
Zeke: Igual de bien. Parece que podría ser información peligrosa en
sus manos.
No se equivoca. Ella se siente ofendida porque nadie consiguió a sus
jóvenes strippers.
Yo: Juro solemnemente no contarle a mi abuela los orgasmos que me
das.
Zeke: Travesura completada.
Yo: ¿Acabas de citar a Harry Potter?
Zeke: ;)
Yo: Algo excitada ahora mismo.
Está bien, no lo estoy, pero como sea. Eso fue un poco caliente. Es
cierto que probablemente nunca haya leído los libros, pero aun así. Es lo que
es.
Zeke: ¿Dónde estás? Aún tengo cuarenta y cinco minutos.
Yo: Buen intento.
Zeke: ¿Qué harás esta noche?
Yo: Pintar mi baño.
Zeke: ¿De qué color?
Yo: Naranja.
Zeke: ¿Naranja?
Yo: Sí. Me gusta el naranja.
Estoy mintiendo. No tengo idea de por qué estoy pintando mi baño
de naranja, excepto por el hecho de que estoy aburrida del blanco y
encontré algunos accesorios lindos que combinarían con el naranja.
Zeke: ¿Necesitas una mano?
Mmm. Es una especie de profesional.
Yo: ¿Debo pagarte?
Zeke: Pinta en bragas y estará hecho.
Yo: Parece un plan para mirarme en ropa interior toda la noche.
Zeke: Lo es.
Al menos lo admite.
Yo: Bien… pero deja tu camisa en casa.
Zeke: Estás jugando sucio, Tetas Dulces...
Yo: Usaré pantalones deportivos...
Zeke: Nos vemos a las seis.

Me meto la vieja alfombra del baño debajo del brazo justo cuando
Zeke llama a mi puerta.
—¡Está abierto! —grito, tirando la alfombra en el sofá.
Realmente debería haber hecho esto antes, pero tomé una siesta.
Aparentemente, eso es lo más productivo que haré durante el día esta
semana. Pero, en mi defensa, cuando repentinamente no tienes nada que
hacer, las siestas son una gran idea.
De hecho, son una gran idea todo el tiempo.
—¿Aún no limpiaste el baño? —Zeke cierra la puerta.
Levanto la mirada.
Me escuchó. Mierda, no tiene camisa.
—¿No decidiste ponerte una camisa aquí? —pregunto. Sus
abdominales. Le hago la pregunta a sus abdominales.
Gira las caderas hacia un lado y palmea su trasero. Su camiseta
sobresale del bolsillo trasero.
—Por supuesto lo hice. Pensé que cruzaría la puerta sin ella. —Sus ojos
se posan en mis piernas—. Estás demasiado vestida.
Bajo la mirada. Tiene razón. Todavía estoy en mis pantalones de yoga.
No esperaba exactamente que entrara así ahora, ¿verdad?
—Lo siento. Los quitaré en un minuto.
—¿Qué material de pintura tienes aquí? —Pasa a mi lado hacia el
baño, agarrando su camiseta para evitar que caiga del trasero—. ¿Dos
brochas? —pregunta, asomando la cabeza por la puerta—. ¿En serio, Carly?
—¿Qué les pasa a mis brochas? Son de las grandes.
Camina por el pasillo y se detiene justo enfrente de mí.
Mis ojos se posan en su estómago. De nuevo. Maldición, él es tan lindo.
—Con esas tomará una eternidad pintar tu baño.
—Oh —le digo a sus dos abdominales superiores.
—Sin mencionar que no será uniforme y la pintura no se asentará bien
en las paredes.
—Ohh —le digo a los dos abdominales del medio.
—Las brochas son buenas para los bordes, pero no tanto para la
pintura principal.
—Ohhh —le digo a los dos abdominales inferiores.
—¡Carly! ¡Enfócate! —Chasquea los dedos.
Levanto mi mirada a su rostro y retrocedo.
—¡Lo siento! ¡No puedo concentrarme en tus palabras cuando tienes
a la vista tus armas de distracción masiva! —Aleteo mis manos en su
estómago y luego cubro mis ojos—. ¡Guárdalas, Ezekiel! Tus abdominales me
hacen sentir como un gato con un lápiz láser.
—¿Quieres tocarlos antes de guardarlos?
—¡Solo deshazte de ellos! —Cierro los ojos con fuerza y vuelvo a mover
las manos en su dirección.
Se ríe y, unos segundos después, me agarra de las manos.
—Se caerán si sigues haciendo eso.
—¿Te vestiste?
Tira una de mis manos hacia su estómago.
Su estómago desnudo.
—¡No, no, no! —Retiro mis manos de él y vuelvo a caer en el sofá—.
¡Ayyy!
Zeke se echa a reír. Tan fuerte, de hecho, que abro los ojos y lo miro.
Está doblado con las manos en las rodillas... Y su maldita camiseta puesta.
—¡Pequeño montón de mierda de rata! —Le tiro una vieja esponja de
baño—. ¿Cómo te pusiste la camisa tan rápido?
—La tenía puesta. —Se ríe—. Simplemente la levanté.
—Eres un niño.
—Tú eres la que se refirió a sí misma como un gato en lo que respecta
a mis abdominales.
—Gato y lápiz láser. Ese es otro nivel de distracción.
—Bueno, ahora sabes lo que siento por tu trasero. —Resopla—. Voy a
ir a buscar mi rodillo y la bandeja del auto, ¿de acuerdo? De alguna manera
sabía que solo comprarías brochas.
Le doy un pulgar hacia arriba. Más engaño. Ni siquiera las compré. Se
las robé a mi papá. Quién nunca mencionó un rodillo... Mmm.
Mi puerta principal se cierra detrás de Zeke y me levanto. Voy a
pagarle a su estúpido trasero por lo que acaba de hacer con su camisa. Si
me quiere en bragas, estaré en bragas.
También dejaré a mi perra libre para que folle su pierna.
Nunca dije que jugaría limpio.
—Dalila. Sshh —le digo mientras entro en mi habitación. Me dirijo
directamente al cajón de mi ropa interior y saco dos pares de tangas de
encaje, casi exactamente iguales a la que usé hace dos días cuando fuimos
a Nueva Orleans. Le gustó mucho esa... Y no estoy diciendo que me
apresure a pedir más, pero puede que haya habido una entrega en mi casa
esta mañana.
¿Qué? Es como si supiera que las necesitaría.
—¿Negro o rosa? —le pregunto a Delilah.
Ella menea la cola.
—Útil, gracias. —Dejo las negras en el cajón y luego me cambio los
pantalones de yoga y la ropa interior vieja. Si mi periodo se quedara fuera
hasta mañana, todos seremos felices.
Ya sabes. Por si acaso. Ya he tenido más sexo en las últimas cuarenta
y ocho horas que en los últimos seis meses, pero aun así. Una chica puede
tener esperanza, ¿verdad? Y esta es totalmente una carrera contrarreloj.
Paso mis pulgares a lo largo de las cuerdas para asegurarme de que
estén planas y salgo corriendo de la habitación. Esta vez, Delilah viene
conmigo. Ella solo ha estado en mi habitación por unos minutos, solo
comencé a limpiar el baño, como, hace cinco minutos, pero él no necesita
saber eso.
—Aquí. No me molesté en traer... ¡maldito infierno!
Ni siquiera ha atravesado la puerta principal todavía y Delilah está
sobre él como un murciélago salido del infierno. Ella salta a sus piernas, sus
diminutas patas manoseando desesperadamente sus espinillas. Cada
intento de trepar por su pierna se une a un ladrido agudo que algún día
romperá un vaso.
Luego, tal como sabía que haría, envuelve sus patas delanteras
alrededor de su tobillo y se pone en ello.
Zeke está allí, con la camisa en el bolsillo trasero, un rodillo en una
mano y la bandeja debajo del otro brazo. Suspira mientras la mira.
—Tengo que decir, Tetas Dulces, esta criatura podría hacer —Se
detiene justo cuando me mira—. No importa. Olvida que dije algo.
Sonrío.
—Delilah. Suficiente. —Camino hacia él y la levanto de su pie—.
Hemos hablado de esto. No podemos simplemente ir por ahí follando las
piernas de la gente sin preguntar. No es cortés.
Ella me mira fijamente.
La llevo de regreso a mi habitación. Soy plenamente consciente de
los ojos de Zeke sobre mí mientras lo hago, y no mentiré, me sonrojo.
—Te dejaría follar mi pierna sin preguntar —dice Zeke en el momento
en que regreso a la habitación principal. Sus ojos están fijos únicamente en
mi entrepierna—. Mierda, puedes hacerme lo que quieras sin preguntarme
siempre y cuando uses esa tanga.
Me rio y le quito el rodillo.
—Me dijiste que usara bragas. No dijiste cuáles.
—Sabía que jugarías sucio —murmura, pasando a mi lado hacia el
baño. Se dobla hacia atrás para arrebatarme el rodillo, lo que me hace
rodar los ojos—. No ruedes los ojos. —Suelta por encima del hombro—.
¿Cómo diablos esperas que pinte tu baño cuando mi polla está tratando de
realizar la mayor fuga de prisión de este siglo?
—¿Contrata más guardias? —Me apoyo en el marco de la puerta y
cruzo los brazos sobre mi pecho.
—¿Tienes una jaula de castidad por aquí?
—No. Sorprendente dado que tengo un cajón para juguetes sexuales.
Eso sí, poner un vibrador en una jaula de castidad iría en contra del punto
de tener un vibrador.
—Entonces no más guardias. —Deja caer la bandeja en el baño y se
ajusta los jeans—. Mierda. Esto salió mal.
—¿Eso crees?
Levanta la lata de pintura y la apoya en el borde de la bañera.
Lentamente, me mira por el rabillo del ojo.
—Ni siquiera me ayudarás, ¿verdad?
Sonrío dulcemente.
—Estás sin camisa.
—Hijo de puta —susurra, echando la cabeza hacia atrás con un
suspiro—. Hijo de puta azotado. —Endereza su cabeza y la sacude, sacando
una multiherramienta, una auténtica multiherramienta, no su propia
herramienta, de su bolsillo.
—Eres bonito —le digo, mi sonrisa todavía en su lugar.
Abre la tapa de la lata de pintura y me mira.
—Y tienes mucha suerte de ser jodidamente hermosa o estaría
volcando esta mierda sobre tu cabeza.
Me acerco sigilosamente a él y beso su mejilla.
—¿Por qué no te traigo una cerveza? —Me volteo y me alejo
rápidamente.
—Me estás aplacando, ¿no es así? —grita.
Solté un bufido en mi mano.
—¡Estoy en bragas y te ofrezco cerveza!
—Una cerveza suena genial.
Sí. Fue lo que pensé.
Incluso si lo estoy aplacando completamente.
19
Escribir una carta de
agradecimiento al creador de las bragas. Y a
todos los que alguna vez escribieron una película
sobre cómo burlarse de un chico con ellas.

T
engo una confesión.
Nunca he pintado una pared en mi vida.
Nunca lo he necesitado. Mi papá pintó mi departamento al
mudarme, y aparte de algunas investigaciones obligatorias en
videos de YouTube, la gente hace tutoriales para las cosas más aleatorias,
ni siquiera sé cómo pintar una pared.
¿Ves a dónde voy con esto?
Porque plantea la pregunta de por qué estoy parada en ropa interior,
en medio del baño, con una copa de vino en la mano izquierda y una
brocha en la derecha.
—Esta es una mala, mala idea. —Miro por encima del hombro a Zeke.
Está sentado en el inodoro con el asiento bajado. Ambos asientos.
Y el bastardo me está sonriendo.
—Dijiste que querías pintar. —Se encoge de hombros.
—No, no dije que quería pintar. El vino lo dijo. El vino es tonto. Espera
no. —Levanto mi copa—. Silencio, vino. No quise decir eso. Solo lo decía. Lo
siento. No me dejes.
—¿En serio te disculpaste con tu vino?
—Pasaste diez minutos explicándole a tu polla por qué tenía que
calmarse y quedarse en tus pantalones. No me juzgues.
Zeke señala su ingle con ambas manos.
—Sí, y no me escuchó, diablos.
—Eso es porque no tiene oídos. —Sonrío.
—Tampoco tu vino.
—Sin embargo, probablemente todavía pueda oírme con más
claridad que un hombre.
Me mira desde el cristal.
—¿Quieres que te deje a solas con tu vino para que puedas continuar
tu velada romántica?
Frunzo mis labios.
—Lo estás considerando, ¿no?
Abro la boca para discutir.
—Bueno, algo así. Vino y yo llevamos un tiempo en una relación muy
seria.
—Como mi polla y yo. Por eso tuve que disculparme cuando decidiste
torturarlo.
—No estoy haciendo nada. —Dejo mi copa de vino en la unidad en
el medio del baño—. Haré esta cosa de pintar, ¿de acuerdo?
—Dado el hecho de que te ves aterrorizada, no estoy seguro de que
debas.
—No, no. Dije que lo haría, así que lo hago. No sé lo que estoy
haciendo, pero lo intentaré. —Me inclino y sumerjo la brocha en la pintura.
Zeke gime.
—¿Qué hice? —pregunto, sonriendo y mordiéndome la lengua.
Ah, sí.
Está justo detrás de mí.
Upsi. No.
—Sabes exactamente lo que estás haciendo. Ponte de pie.
No puedo ocultar mi risa mientras hago precisamente eso, trayendo
la brocha cubierto de pintura conmigo.
—Ahora, ¿Qué hago con esto? —Giro y...
Mmm, mierda.
Zeke parpadea.
—Por favor, dime que no solo me tiraste pintura.
—Técnicamente —digo a duras penas—, no tiré pintura. Se lanzó sola.
Cierra los ojos.
—Ahora debes limpiarlo.
Miro la línea naranja brillante en su estómago.
—Probablemente deberías hacerlo tú mismo. —La toalla negra que
arrojo golpea su rostro.
Se frota el estómago con ella. Una raya persistente y tenue todavía
está en su piel cuando retira la toalla.
Me encojo de hombros.
—Gana algo, pierde algo. —Me vuelvo hacia la pared y coloco la
brocha lista para pintar.
Todavía no tengo ni idea de lo que estoy haciendo.
—Maldita sea —murmura Zeke. Se escucha un ruido sordo cuando se
pone de pie y se acerca detrás de mí—. Mira. —Señala la parte donde la
pared se encuentra con los azulejos—. Solo pinta allí. Tengo la maldita cinta
en su lugar para que no puedas repasarla.
—Es mucha fe la que depositas en mí.
—Carly, ni siquiera tú puedes estropearlo.
—¿Qué significa “ni siquiera tú”?
—Nada. —Desliza una mano hacia abajo y agarra mi trasero.
Chillo y muevo pintura en la pared.
En los azulejos.
—¡Por el amor de Dios, Zeke! ¡Mira lo que me hiciste hacer! —Le doy
una bofetada... con la mano que sostiene la brocha. Una gran mancha
naranja de pintura le baja por el bíceps derecho gracias a mi idiotez.
Lentamente, mira su brazo.
—Me retracto. Puedes estropearlo.
—¿Qué? ¡La pared fue tu culpa! Tu brazo es mí culpa, pero me hiciste
olvidar que sostenía la brocha.
Levanta una ceja y me mira a los ojos.
—¿Estabas a punto de gritarme por hacerte salpicar pintura así que
me golpeaste con la brocha que usaste para salpicar pintura?
—Me estas confundiendo.
Zeke pasa un dedo por la pintura de su brazo y me toca la parte
superior de la nariz.
Hago un puchero.
—Basta —dice, moviendo mi labio con el pulgar—. Es solo pintura.
Saldrá directamente de las baldosas. Ordenare pastina si se mancha.
Tengo que entrecerrar mis ojos para visualizar la mancha naranja al
final de mi nariz.
—No puedo creer que acabes de poner pintura en mi rostro.
Retrocede y hace un gesto hacia su cuerpo con la mano sin pintar.
—Mírame, Carly. Mira cuánta pintura pusiste encima.
En realidad, solo hay una forma de responder a eso.
Paso la brocha por su estómago. Baja y sube con cada golpe de sus
abdominales, y la detengo justo encima de su cintura.
—Apuesto a que te arrepientes de haber aceptado esto ahora, ¿eh?
—Tal vez. Tal vez no. —Frota su mano por su brazo, luego agarra mi
nalga izquierda.
Mi mandíbula cae.
—Si pones pintura en mis bragas, las cambiarás.
—Planeaba quitártelas de todos modos. —Sonríe mientras suelta mi
trasero.
Giro mi cuerpo hasta que puedo ver por encima del hombro la
impresión de la mano naranja en mi trasero. Puedo decir que prácticamente
está conteniendo la respiración y esperando que me enoje, pero ¿Cómo
puedo enojarme?
Está cubierto de pintura.
Le advertí que soy un desastre.
Y ahora tengo la huella de su mano en mi trasero con pintura.
Esto podría haber ido peor.
Me encojo de hombros y me vuelvo a inclinar.
—Está bien. Es justo.
Zeke se mueve a un lado de mí mientras pongo la brocha en la pared.
—Y pensé que estarías molesta.
—Nop. Es solo pintura, ¿verdad? Saldrá. Ahora, si pusieras pintura en
mi vino... Espera, ¿La pusiste en mis bragas?
Agarra el dobladillo de mi camisa y lo levanta.
—No puedo ver ninguna. Necesito un minuto para asegurarme.
Alejo su mano con un movimiento de cabeza.
—No, solo quieres mirarme el trasero. Toma una brocha y sé útil.
Hace lo que ordeno y agarra la segunda brocha. Como es más alto
que yo, o simplemente está tratando de hacer un punto, levanta su brocha
justo por encima de mi cabeza y golpea la pared con la pintura. Las gotas
me salpican, entran en mi cabello y me congelo.
—Ups.
Una mirada hacia arriba me muestra una sonrisa que demuestra que
no quiere decir eso en absoluto.
—Mentiroso —murmuro, continuando.
Zeke agarra el borde de los cajones con una mano y se inclina hacia
adelante para pintar. Su cuerpo presiona contra el mío. Diría que es un
accidente si no fuera por el hecho de que tiene una erección increíble
empujando contra sus jeans... y mi espalda.
Trago saliva y me concentro en la pintura. No es fácil. Mi camisa se ha
subido mientras me estiro y la aspereza de la cremallera roza mi piel. Mi boca
está seca, y succiono mi labio inferior mientras él se inclina demasiado hacia
adelante.
—Necesito más pintura —le susurro.
—Entonces consigue algo.
Eso significaría agacharse y... maldita sea.
—Aquí. —Toma la brocha de mi mano y se inclina hacia la lata. Su
exhalación me hace cosquillas en mi trasero desnudo mientras su rostro se
nivela con él. Sus dedos ásperos recorren el costado de mi muslo y vuelven
a subir, su pulgar rozando la parte inferior de mi nalga.
Respiro hondo.
Me besa, justo donde la parte superior de mi trasero se encuentra con
la cuerda de mi tanga.
Mi respiración se estremece fuera de mí, y cierro los ojos mientras él se
levanta lentamente y vuelve a poner la brocha en mi mano.
—Ahí —murmura directamente en mi oído—. Más pintura en tu
brocha.
El mango de la brocha es suave contra mi palma mientras aprieto mi
agarre. Se me pone la piel de gallina cuando se inclina hacia adelante de
nuevo.
No quiero pintar, maldita sea.
Quiero hacer lo incorrecto, lo que hará que todo esto se sumerja más
en lo desconocido.
Me doy la vuelta para enfrentar a Zeke. Mis ojos se encuentran con los
suyos justo cuando tiro la brocha cubierta de pintura a la bañera detrás de
sí. Luego, me inclino hacia él y lo beso.
Es la primera vez que lo beso.
Y se siente diferente a cuando él me besa. El mío es más ligero, más
vacilante. A pesar de que está rodeando mi cintura con sus brazos y
aparentemente descartó su rodillo, este beso es aún más suave que los
demás.
—¿Significa esto que estamos pintando? —pregunta contra mis labios.
Asiento.
Desliza sus manos por mi espalda para ahuecar mi trasero, luego me
levanta. La conmoción me atraviesa y agarro sus hombros con fuerza. No
necesito hacerlo, porque su agarre sobre mí es tan fuerte y firme que no hay
forma de permitirme caer.
—¿Dónde está Delilah? —pregunta, deteniéndose fuera de mi
habitación.
Envuelvo un brazo alrededor de su cuello y señalo mi puerta.
—¿Por qué?
—La única persona que quiero que me folle esta noche eres tú.
Me pongo a reír y me escapo de su agarre.
—Espera —le digo cuando mis pies tocan el suelo.
Abro la puerta, para deleite de Delilah. Luego, la recojo, algo por lo
que no está tan feliz. La encerré en la sala de almacenamiento, algo que
solo la molesta más, pero oye… necesito mi cama.
Agarrando la mano de Zeke, lo empujo a mi habitación y cierro la
puerta. Una vez más, lo beso, pasando mi brazo alrededor de su cuello. El
pensamiento más simple sobre por qué carajos estoy haciendo esto de
nuevo revolotea por mi mente, pero sus grandes manos agarrando mi
cintura y empujándome hacia la cama lo borra.
Volvemos a caer juntos, y mis dedos encuentran su cabello mientras
se arrastra sobre mí. En este momento, no hay nada más que Zeke, nada
más que sus manos en mi cuerpo y su boca explorando la mía. Mi piel está
en llamas, y el dolor entre mis piernas se vuelve más intenso con cada lamida
de su lengua sobre mis labios.
Lo quiero, más que antes.
Deslizo mis manos hasta su cintura y desabrocho sus jeans. Gime
cuando los empujo hacia abajo y en el proceso rozo su erección con mis
dedos. No hay nada que quiera más que deslizar mis dedos dentro de la
cintura ajustada de sus boxers.
Así que lo hago.
Deslizo mi mano dentro de sus boxers y suavemente tomo su polla. Sus
caderas se mueven, empujándolo más hacia mi agarre ligero.
Intenta alejarse de mí, rompiendo el beso, pero niego con la cabeza
y aprieto mi agarre sobre él. Lentamente, levanta una ceja en cuestión.
—No pierdas el tiempo —le susurro con la garganta seca—. No quiero
que juegues. Solo quiero que me folles, ¿de acuerdo?
—No hay quejas aquí. —Me besa una vez más, busca en su bolsillo y
saca su billetera.
Golpea la cama cuando Zeke la deja caer. Soltarlo para agarrarla es
una obviedad, sobre todo porque sé que ahí es donde estaban los
condones.
Subo por la cama, agarro la billetera y luego saco un condón.
Mirándolo a los ojos, lo golpeo contra su pecho.
—Ponte esto. Ahora.
—Sabes —dice, arrancando el pequeño paquete de aluminio de mis
dedos—. Eres muy sexy cuando eres mandona.
Dejo caer mis ojos hacia su polla. Ahora libre de las limitaciones de sus
boxers, se levanta libre, gruesa y dura.
—Esperando.
Tose en respuesta lo que suena sospechosamente como una risa, pero
incluso mientras lo hace, saca la goma del paquete y la desenvuelve sobre
su polla. Luego, lentamente, se inclina sobre mí, agarrando uno de mis
muslos con su mano y enganchándolo alrededor de su cintura.
Mis manos se deslizan por su cuello para tomar su rostro y acercar sus
labios a los míos.
Mientras Zeke desliza su polla a través de mi humedad y dentro de mí,
arrastra mi labio inferior entre sus dientes con el más ligero toque. Apenas lo
ha soltado antes de besarme, quitando el aguijón.
El escalofrío que me recorre la columna al sentirlo enterrado dentro de
mí, completamente quieto, me golpea en todos los lugares correctos.
Hace veinte minutos, en el baño, con su polla presionada contra mi
espalda, quería algo simple. Rápido. Sucio. Fácil.
¿Ahora?
Ahora, quiero mucho más de algo que es, en esencia, exactamente
lo mismo.
Sexo.
Excepto que no quiero que sea simple, rápido, sucio o fácil.
Y no lo es.
Es todo menos simple, rápido y sucio.
Es complicado, lento y fluido.
Lo único que queda es lo fácil que es, lo fácil que es estar con él, sentir
mi piel en la suya, sus labios en los míos, su creciente barba rozando mi
barbilla.
Sin embargo, a pesar de la facilidad, sé que esto es lo más difícil que
he hecho. Porque esto es sexo real. Emociones. Sentimientos. No es lujuria
dura. Es ni más ni menos que dulce y lento deseo.
Y arde.
20
Estar más preparados
para que la Mamá Naturaleza pase por aquí.

E
n algún momento de la vida de toda mujer, se despertará con
una extraña sensación de humedad entre sus piernas.
Y no hablo de un orgasmo por un sueño húmedo.
No, no. Estamos malditas con la capacidad de sangrar durante siete
días seguidos cada mes. Por supuesto, esto también es una bendición,
¿porque qué otra cosa puede hacer eso?
Así es, hombres. Teman a nosotras.
Pero ahora mismo, acostada en mi cama, con el trasero desnudo
junto a Ezekiel Elliott, no es un buen momento para despertarme y sentir esta
extraña y húmeda sensación entre mis piernas. Porque sé sin comprobar que
hay una mancha en mis sábanas con la cual debo lidiar.
Normalmente me levantaría, iría al baño y ocuparía de mí misma.
Hoy no.
Estoy contra la pared. Atrapada. Y él está roncando ligeramente a mi
lado.
Resoplo. Esto es incómodo. Seguimos siendo cualquier cosa que
seamos a pesar del dulce sexo de anoche, y estoy bastante segura de que
la mayoría de la gente no debe lidiar con el periodo tan temprano en... lo
que sea esto.
Aun así. Atrapada. No tengo elección.
Me siento, apretando las piernas, y me cubro el pecho con las mantas.
Le presiono el hombro.
—Zeke.
Mastica mientras duerme. Eso es bastante lindo.
—Zeke —digo un poco más fuerte, presionando con dos dedos esta
vez.
Se encoge de hombros, desplazando las puntas de mis dedos.
—Zeke... —Este sale con un gemido, pero sigue sin hacer nada.
Así que voy por el premio gordo.
—¡Zeke! —grito, esta vez, clavando mi mano en su hombro.
—¿Qué? —Se sacude, abriendo los ojos. Parpadea unas cuantas
veces antes de enfocarse en mi rostro—. ¿Qué diablos fue eso? ¿Por qué me
despertaste? ¿Se está quemando el edificio?
—No, pero está a punto de estarlo —siseo.
—Vaya, mierda —murmura, bajando la mirada rápidamente—.
Conozco esa mirada.
—¿Qué mirada? ¿Cuántas miradas tengo?
—Estás molesta. ¿Qué hice?
Trago. Maldición.
—Necesito que... te levantes y escondas por un minuto.
Una de sus cejas oscuras se arquea.
—¿Por qué? ¿Está tu mamá aquí o algo así?
—No... —Hago una pausa—. Mi tía está.
No es una mentira.
—Tu tía. ¿La conozco?
Ay, Dios mío, es denso.
—No, no. Pero la veo regularmente.
—Entonces, ¿por qué debo esconderme? —Se arrastra para sentarse
contra mi cabecera.
—¡Mi período, Zeke! —Las palabras se me escapan—. ¡Estoy en mi
maldito período! ¡Tía Flujo! ¡Regular! ¡Período!
Sus ojos se abren como si le dijera que tengo que cortarle la polla.
—Así es. Estoy en esta cama, sin bragas, y tú estás en mi camino al
baño.
—¿Tu período? —Levanta las sábanas y mira su polla.
—¡Anoche no, idiota! ¡Maldita sea, muévete! —Agito mi mano hacia
él mientras aún se aferra a las sábanas.
Se levanta de la cama, con los pies golpeando el suelo con un ruido
sordo. Está completamente desnudo, como yo, pero parece más asustado
de lo que nunca lo he visto. Mira alrededor de la habitación hasta que
obviamente encuentra lo que estaba buscando.
—Aquí. ¿Ayudan estos? —Empuja un paquete de pañuelos de bolsillo
hacia mí.
Lo miro fijamente y le arrebato el paquete.
Treinta segundos después, tengo tres pañuelos entre las piernas y me
levanto de la cama.
—¡Este es el peor día de mi vida! —grito, abro la puerta de un tirón.
—Es algo traumático para mí también —dice después de mí.
Me doy la vuelta.
—¿Estás sangrando por tus genitales?
—Bueno, no. Pero estás sangrando por los tuyos, y ya que acabo de
estar ahí...
—¡Hace diez horas, Zeke! ¡Hace. Diez. Horas! —Doy un portazo en la
puerta del dormitorio y corro por mi apartamento. Es como el paseo más
incómodo de la vergüenza, sobre todo porque tengo que sostener los
pañuelos en su lugar.
Esto es mi culpa. Sabía que no debía dormir desnuda. Ni siquiera
debería gritarle, pero hola, estoy sangrando por mis genitales.
Terminé en el baño unos minutos después, pero todavía tengo que
lidiar con el estrés de regresar a mi habitación con un hilo colgando entre
mis piernas.
¿Por qué nos toca la mierda del trato? Me siento como un maldito
ratón de gran tamaño con una cola aquí.
Afortunadamente, cuando regreso a la habitación, Zeke está usando
sus pantalones y tiene la nariz en su teléfono. Me da tiempo suficiente para
agarrar mis pantalones cortos, ropa interior y ponérmelos antes de buscar
una camiseta de tirantes.
Hoy no hay ningún sostén en este apartamento. No me importa quién
aparezca.
El Presidente podría aparecer y yo abriría la puerta igual a él. No hay
nadie que valga un sostén hoy.
—Así que —dice Zeke, alejándose de mí—. Google dice que la
respuesta es el azúcar.
Parpadeo hacia él por un momento.
—¿Cuál fue la pregunta?
—Qué hacer cuando una mujer sufre el síndrome pre-menstrual.
Muy despacio y muy deliberadamente, levanto las cejas en mi mejor
expresión de: ¿Qué mierda?
Traga, apoyándose en el alféizar de la ventana. Resulta que está a un
pie de distancia de mí.
—Le pregunté a Google qué hacer con una mujer con síndrome
premenstrual.
—¿Qué hacer con una? ¿Qué soy, un gato callejero?
—Eso no salió bien.
—¿Tú crees?
Su teléfono choca con la mesita de noche cuando lo deja. Con un
rasguido en su cuello, me mira.
—Obviamente me refería a cómo ayudarte a lidiar con este momento
traumático del mes.
Pongo mis manos en las caderas.
—¿Me estás tomando el pelo?
—¿Sabes qué más había en esa lista? Callarse. Debería hacerlo, ¿eh?
Asiento.
Eso sería aconsejable en este momento. Solo está cavándose un
agujero.
Su teléfono vibra en la mesita de noche. Me mira rápidamente antes
de contestar, pero solo mira la pantalla un segundo antes de apretar el
botón del volumen y bajar el teléfono.
La pregunta está en la punta de mi lengua, pero no la suelto.
—Tengo una idea —dice—. ¿Por qué no me ducho y luego voy a
buscarte azúcar? ¿O café? ¿O carbohidratos o lo que sea que te haga sentir
mejor?
—Café, donas, carbohidratos, queso, chocolate y patatas fritas.
Sus labios tiran desde la comisura de su boca, y finalmente cierra la
distancia entre nosotros. Sus dedos son ásperos contra mi barbilla cuando la
agarra, haciéndome poner mala cara.
—Ves, me asustas, luego dices tonterías como esa y recuerdo por qué
estoy aquí.
—¿Porque me gusta el café y las donas y los carbohidratos y el queso
y el chocolate y las patatas fritas?
—Exactamente eso. —Desciende su boca a la mía y lentamente, tan
jodidamente lento, roza un beso sobre mis labios que pican—. Voy a
ducharme, ¿bien? Debo trabajar a las diez, pero tengo tiempo suficiente
para salir a desayunar.
Asiento y me alejo de él.
—Suena bien. Necesito llevar a Delilah afuera y darle de comer.
Sonríe, me da golpecitos en la nariz y sale de mi habitación.
Dejando su teléfono en mi mesa de noche.
Mis ojos se concentran en él.
No debería.
Realmente, no debería mirar.
La puerta del baño se cierra.
Rápido, salgo de la habitación, recojo a Delilah y la llevo abajo. Ella
hace sus cosas, y cuando la llevo de vuelta arriba, la ducha sigue
funcionando. Me sigue al dormitorio y se hace una bola delante de mí
clóset.
¿Quién llamaría para que no responda el teléfono?
¿Por qué estoy tan paranoica?
¿Mis inseguridades sobre sus inseguridades finalmente me han
pateado el trasero?
La ducha comienza.
No. No miraré. No seré esa persona.
No es mi novio. Es el hermano de mi mejor amigo con quien resulta
que tengo sexo y sentimientos aterradores.
No es asunto mío. No es mi circo. No son mis monos. No mis lunáticos
que escupen fuego.
Entonces, ¿por qué hormiguean mis dedos? ¿Por qué arde la
necesidad de saber quién lo llamó? Porque lo hace. Como un fuego horrible
y rabioso. Está lamiendo cada parte de mí, devorando mi sentido común y
de la moralidad.
No es mi maldito asunto.
Obviamente, es por eso que cedo a mis instintos básicos.
Levanto el teléfono.
Presiono el botón de "home”.
Y veo la notificación.
Diablos.
Pongo el teléfono boca abajo, exactamente dónde estaba antes de
levantarlo. Luego agarro el mío y le envío un mensaje de texto rápido.

Yo: Tuve que correr. Brooke me envió un mensaje. Tengo que terminar
sus cosas, así que conseguiré algo de desayuno en el camino. Hay una llave
en el cajón de los cubiertos. ¿Puedes cerrar con llave y enviarla por correo?
Gracias. X

Apenas me tomo el tiempo de sacar la sábana sucia de mi cama y


ponerla en la lavadora antes de meter los pies en mis zapatillas, agarrar mi
mierda y salir de mi propio apartamento.

Yo: ¿Estás en la cocina?


Brooke responde rápidamente.
Brooke: Sip... pastel número sesenta para decorar.
Yo: Necesito chocolate.
Brooke: Dame veinte...

Abro la puerta de la cocina de Brooke con un fuerte suspiro. Tengo


calambres, necesito algo dulce, y me siento tan hinchada que ni siquiera mi
sudor es completamente confortable alrededor de mi estómago.
Es como si mi útero me regañara rápidamente por mirar el teléfono de
Zeke.
Me siento en el mostrador frente a la extensión que es el intento de
mierda de contabilidad de Brooke. Tan pronto como mi trasero toca el
taburete, entrega un plato y una taza frente a mí. El aroma del café y del
rico chocolate negro mezclado es embriagador.
Agarro el panecillo y muerdo la parte superior sin tirar el papel. El pastel
de chocolate sabe tan bien como sabía que lo haría, y como bonus de
puntos de mejores amigas: aún está caliente.
Esto es como el cielo en mi mano.
Mejor que la masturbación.
Aunque incluso eso ha pasado a un segundo plano últimamente. La
mayoría a la lengua de Zeke.
—Habla. —Brooke se sienta frente a mí con su propio panecillo,
arándano, y una taza de café.
Trago.
—Zeke vino a mi casa anoche para pintar mi baño y tuvimos sexo,
luego esta mañana empecé mi periodo, apesta, duele y antes de meterse
en la ducha sonó su teléfono, lo silenció y como soy una persona terrible sin
autocontrol miré su teléfono para ver quién era. —Termino con un resoplido
porque, ya sabes. No respiré a través de eso.
—¿Terminaste con el baño? —pregunta Brooke—. Toma una cosa a la
vez.
—No.
—¿Fue bueno el sexo?
—Por lo general, sí.
—¿Necesitas otro muffin para tu período?
—Probablemente. Por si acaso.
Toma uno del estante de refrigeración que está detrás de sí y lo pone
delante de mí.
—No eres una persona terrible, eres un ser humano. Además, eres un
poco entrometida, así que no me sorprende del todo. —Se mete en la boca
un arándano cubierto de migas—. ¿Quién fue?
Me desplomo hacia delante, metiéndome la mano en el cabello. Ni
siquiera lo cepillé, así que mi pulgar se enreda en un nudo que debo resolver.
—¿Necesitas que responda? ¿Estaría aquí pareciendo un vagabundo
si no lo supieras ya?
—Cierra la maldita boca. —Parpadea hacia mí—. No puede ser.
Paso mi mano por mi nuca y asiento.
—Sí. Becky lo llamó.
—Y fuiste tan madura sobre la situación, que corriste.
—Exacto.
—¿Por qué no preguntaste por qué no respondió?
—Porque —digo en voz baja—, entonces, él sabría que lo miré.
Pone los ojos en blanco tan fuerte que probablemente se ha
provocado un dolor de cabeza.
—¿Es así como te sentías antes de que Caín y yo nos juntáramos?

—Más o menos.
—¡Maldita sea, Carly! —Me da una palmadita en el brazo—. No tiene
razón para llamarlo. Probablemente solo lo hace porque de alguna manera
se enteró de tu salida.
—No está haciendo nada conmigo.
—Está follándote con bastante regularidad.
Abro la boca para responder a eso, pero... Sí. Ella hizo su punto bueno
allí.
Sonríe.
—Mira, la única razón por la que lo llama es porque el rastro de los
chismes se ha abierto camino hacia ella, de una forma u otra. Sé con
certeza que no ha hablado con ella desde que aplicó el tinte en su
acondicionador y rompió con ella. Los sentimientos hacia ella se han ido
hace mucho tiempo. Si no puedes verlo, eres más tonta que yo.
—No se trata de los sentimientos. —Cruzo los brazos en el mostrador y
me agacho para apoyar mi cabeza en ellos—. Se trata de otras cosas... las
cosas que no puede controlar. Es diferente para ti y para Caín, B. Ustedes
estaban literalmente destinados a estar juntos. Conectaron desde el
momento en que lo conocimos. Zeke y yo siempre hemos sido polos
opuestos y nunca nos llevamos bien hasta hace poco. Y ahora es como si
pasáramos de cero a cien millas por hora sin estar preparados para ello.
Tiene problemas con el compromiso. Yo no los tengo. Quiero ese maldito
compromiso.
—¿Lo quieres?
El nudo en mi garganta es imposible de tragar.
—Sí. Sí, lo sé. Pero quiero más compromiso. Quiero lo que tú tienes.
Tengo miedo de que siempre me asuste lo que está pensando.
Apoya su barbilla en su mano.
—Lo entiendo —dice suavemente—. Es más complicado que Caín,
pero huir no lo resolverá. Eso es lo que me dijo. No pude ignorar lo que siento
solo porque no quería enfrentarlo.
—Lo sé. Sé todo eso. Esto es demasiado complicado para mí. Solo
quiero conocer a un gran chico, tener un gran sexo, y luego enamorarme.
—Creo que ya lo hiciste.
Eso es demasiado real para que yo lo piense. Tal vez tenga razón.
Mierda en un pato a caballo, sé que tiene razón.
La tengo.
Estoy un poco demasiado enamorada de Zeke Elliott.
No hay manera de que esto termine de otra forma que no sea mala.
—¿Me estás ignorando porque sigues negándolo o porque intentas
averiguar cómo admitir que tengo razón?
Si antes pensaba que tenía un nudo en la garganta, me equivocaba.
Ahora tengo uno. Es grueso, feo y sabe a verdad.
—Lo estoy —digo tan suavemente que apenas puedo oír mis propias
palabras.
Brooke se inclina hacia adelante.
—¿Estoy qué?
Hago girar mi panecillo de chocolate en un círculo completo.
—Creo que lo amo.
Se levanta, camina alrededor del mostrador y toma el taburete a mi
lado. Su mano está caliente cuando la une a mi brazo y luego golpea su
hombro.
Me inclino y descanso mi cabeza sobre ella.
Ya no tiene sentido negarlo. Lo he hecho durante demasiado tiempo.
Pase lo que pase, admitir que estoy enamorada de Zeke es la única manera
de que cualquier tipo de avance pueda suceder. La única persona que
puede manejar esta situación soy yo, así que es lo que debo hacer.
La primera clave para eso es la admisión de la realidad, y acabo de
dar la vuelta a esa llave.
Me encanta la forma en que me hace reír y la forma en que se ríe. Me
encanta cómo su sonrisa me saca una todo el tiempo. Me encanta cómo
sus ojos brillan cuando está luchando contra la diversión que lo hace tan él.
Me encanta cómo me siento cuando se ríe.
Me encanta cómo me siento cuando sonríe.
Me encanta cómo me siento cuando me mira.
Me encanta cómo me siento cuando me tira contra su cuerpo y me
abraza como si fuera a explotar en cualquier momento.
Pero odio que lo amo. Odio sentir todas estas cosas. No importa si se
siente bien o si hace que mi corazón quiera cantar una maldita ópera.
Lo odio.
Todos los días.
Cada hora.
Cada minuto.
Cada maldito y cruel segundo.
El amor chupa más pollas que una fiesta llena de prostitutas.
La puerta de la cocina se abre. Brooke y yo miramos exactamente al
mismo tiempo para ver a Gabe, el mayor de los Elliott, seguido de Billie.
—Encontré a este afuera —dice ella, señalándolo con su pulgar—.
¿Algo sobre el desayuno?
Gabe le lanza una mirada.
—Me envía Caín. Dijo que había algo de plátano.
—Bueno, encontramos al más brillante de la familia —murmuro.
Me señala a mí.
—Mientras te acuestes con Zeke, puedes mantener la charla de la
brillantez al mínimo, porque tú no lo eres.
Le lanzo mi panecillo. Lo extraño, pero se siente bien.
—La única persona a la que me estoy follando es a mí misma.
—¿Te estás follando a Zeke? —Billie se desliza en el taburete que
Brooke dejó libre hace unos minutos—. ¿Por qué?
Levanto los brazos y dejo que caigan sobre el mostrador con un golpe.
Duele, pero no importa.
—¿Puedo tener un maldito descanso por aquí?
—No —responde Gabe, desenvolviendo mi panecillo.
—Ese es mi panecillo.
Lo muerde.
—¿Lo quieres?
Billie arruga su nariz.
—Tienes casi treinta y te casarás en unas tres semanas. Basta.
—Un poco, sí —respondo—. ¿Hay otro? —le pregunto a Brooke.
—Bills, tírame uno de esos en el estante. —Ella señala detrás de su
hermana, que hace lo que ordena.
—Gracias. —Muerdo el borde antes de ocurrirme alguna otra idea
inteligente para lanzarlo.
Billie toma uno para ella.
—Entonces. Te estás follando a Zeke.
Doy un mordisco gigante a mi pastel. Vaya, no, no puedo responder
ahora.
—Lo hace —responde Brooke—. Pero Becky lo llamó esta mañana.
Gabe respira hondo y se sienta en un taburete.
—¿Para qué lo llamó?
—Ella no lo sabe. No respondió una llamada y ella miró su teléfono.
—Qué manera de hacerme parecer una imbécil, imbécil —digo
alrededor de mi comida.
—No me equivoco —señala.
—Bueno, no, pero aun así.
—¿Becky lo llamó? —pregunta Billie, unos segundos tarde en la fiesta—
. ¿Tengo que ir a cortarla?
—No —dice Brooke con firmeza.
Gabe me mira. Tiene la mandíbula de Zeke pero los ojos de Caín, y es
raro. O tal vez Zeke tiene su mandíbula y Caín sus ojos. No creo que pueda
decir que es el más esquivo de todos los chicos Elliott.
—¿Quieres que lo llame? —pregunta en voz baja.
—¿Y qué le digo? —le respondo—. ¿Que la chica con la que se
acuesta revisó su teléfono esta mañana después de hacer un alboroto por
tener su maldito período?
—Demasiada información. —Se frota la mano en la frente.
—Sí. —Brooke se entromete con esa palabra—. Por el amor de Dios,
Gabe. Llámalo. Se volverá loca si no lo haces.
Golpeo mi puño contra el mostrador.
—¡No lo haré!
—Uff, es más que sexo. —Billie salta sobre el mostrador limpio y cruza
las piernas.
Brooke golpea sus pies, y los pone en el suelo.
—¡No es más que sexo! —digo un poco demasiado agudo.
Mierda, Carly. Nadie creerá eso.
Billie levanta sus cejas hacia mí.
—Inténtalo de nuevo, cariño.
Entierro el rostro en mis manos.
Brooke me frota la espalda.
—Es bastante común en este punto, Car. Es como yo y Caín, excepto
que ustedes saben que sienten algo por el otro.
—No importa, porque lo estoy llamando. —La voz de Gabe se ahoga
por el sonido de su teléfono sonando en el altavoz.
Levanto la cabeza. Su teléfono tiene la pantalla en el mostrador, y esa
pantalla me dice que está marcando el número de Zeke.
Mierda.
—¿Qué? —La voz de Zeke cruje a través del teléfono.
—Oye —dice Gabe, inclinándose hacia el teléfono—. ¿Qué dijo Caín
que quería de Brooke?
Brooke resopla. Frunzo el ceño, sin embargo, porque no creía que
estuviera en el trabajo a las diez, y no son las diez.
—Mmm... pan de plátano y algunas cosas de magdalenas de
arándanos —responde Zeke—. ¿Ya lo has olvidado?
—No lo escribí. Lo está consiguiendo ahora.
—No se lo has dicho.
—Es una perra entrometida. Ella estaba escuchando.
Brooke pasa junto a él y le da una bofetada en la nuca.
Gabe se cubre la boca para ocultar su risa.
—Oye, ella dijo que Becky te llamó esta mañana. ¿De qué mierda se
trata?
—¡Cómo es que ella... mierda! —La línea telefónica suena—. ¿Está
Carly ahí?
—No. Estaba en el baño, pero acabo de entrar en la oficina de Brooke
—miente tranquilamente.
Billie lucha y cierra la puerta de entrada, ganándose el pulgar de
Brooke.
—Le dijo a Brooke que te había llamado —continúa Gabe.
Le hago señas con el dedo. Genial. Justo lo que quería.
—Sí, llamó —dice Zeke en el teléfono, algo se cierra de su lado—. ¿Es
por eso que Carly se fue esta mañana?
Mis mejillas enrojecen cuando los ojos de todos se dirigen a mí.
—No lo sé, hermano. Solo digo lo que Brooke me dijo.
Por lo que le doy mi visto bueno.
Asiente.
—La llamé cuando salí de la ducha y le pregunté qué mierda quería
—dice Zeke, haciendo que mi corazón se acelere—. Me dijo que escuchó
que estaba saliendo con alguien nueva. Le dije que había pasado más de
un año y que me dejara en paz.
Brooke frunce sus labios hacia mí. No de una manera cruel, de la clase
que dice "te lo dije", sin que ella tenga que mover los labios para decirlo.
—Oh —Gabe golpea sus dedos contra el mostrador y me mira a los
ojos—. ¿Le preguntaste eso, Carly?
—¡A la mierda, Gabe! —Me lanzo sobre el mostrador y pulso el botón
de finalizar la llamada en su pantalla. Es solo por pura suerte que no derramé
mi café—. ¿Qué diablos?
Saca las manos.
—Lo siento. Tienes que hacer lo que debes hacer.
—No tenías que hacer eso, ¡imbécil! —interviene Brooke.
—Oh, Dios mío, debo ir a esconderme. —Me cubro los ojos con la
mano.
—No. No lo harás —La voz de Billie es firme y fuerte—. Iré a revisar la
panadería dentro de una hora. Ven a tomar un café conmigo hasta
entonces.
Lentamente, bajo mi mano y me encuentro con su mirada.
—¿Por qué?
—Porque… —es todo lo que dice antes de tomar sus cosas y salir de
la cocina.
Todos la miramos salir en silencio por un momento.
Entonces le digo a Brooke:
—¿Tienes las otras cosas que encontraste?
Agarra una carpeta roja de plástico de un lado y la pone delante de
mí.
—Ahí tienes.
—Gracias —La tomo y luego salgo del edificio. Billie está esperando
fuera de la puerta cuando salgo, y me encuentro con sus ojos—. ¿Adónde
vamos?
21
Llevar un diario. De esa
manera podría recordar cuándo y qué es lo que
arruino.

Zeke: Llámame.
Zeke: Contesta tu teléfono, mujer.
Zeke: ¿Carly?

Hago clic en la aplicación de mi teléfono y lo pongo boca abajo en


la mesa en el momento que Billie trae dos cafés calientes. Ni siquiera sé si
realmente quiero café, pero los croissants en la bandeja definitivamente
llaman a mis hormonas.
—¿Cuánto te debo? —le pregunto a ella.
—Nada. —Pone la bandeja en la mesa entre nosotros y toma
asiento—. Piensa en esto como una gran sabiduría de hermana. Y si Brooke
pregunta, prefiero tenerte a ti.
—Y apuesto a que le dices que te alegras de tenerla a ella en vez de
a mí.
Se lleva un dedo a los labios y guiña el ojo.
—Háblame de Zeke.
No digo nada mientras tomo mi café con leche.
—Vamos, Carly. ¿Crees que no lo sé? Todo lo que debo hacer es
mirarte. Estás loca por ese bastardo engreído. Lo que quiero saber es por
qué Gabe tuvo que hacer esa llamada y tú estás aquí conmigo.
Revuelvo un sobre de azúcar en mi café con un suspiro. Entonces, las
palabras escapan de mí. Todas, empezando por el cumpleaños de Cain.
Resumo todo, desde las peleas hasta las citas y los besos, pero no el sexo.
Eludo eso, pero estoy segura de que el rubor de mis mejillas me delata cada
vez.
—Y entonces Becky lo llamó esta mañana y tú corriste. —Termina Billie
por mí.
—Más o menos —mi voz es baja.
Me da una media sonrisa.
—Dios, Car, él acaba de buscar en Google cómo manejar tu síndrome
premenstrual. Eso es muy dulce. ¿Estúpido y un poco patético? Oh, sí, pero
dulce, también.
—¿Por qué no respondería si ella no significa nada para él?
—Si él contestara el teléfono, te estaría faltando el respeto. Sin
mencionar que si él contestara, la pregunta no sería “¿Quién te llamó?" sino
"¿Qué dijo ella?" Eso es un juego de pelota totalmente distinto.
—¿Crees que me equivoqué al irme?
—Equivocarse es más o menos una opinión. Tal vez, pero ¿crees que
te equivocaste?
Suspiro.
—No lo sé. Un minuto me siento mal y creo que lo fue, pero al
siguiente... siento que tuve que irme para poder pensar en todo.
—Entonces no, no creo que te hayas equivocado. Hiciste lo que creías
que era correcto, y nadie puede criticarte por ello. Esta no es una situación
fácil. —Arranca un trozo de su pastel, pero lo vuelve a poner en su sitio—. Mis
sentimientos hacia Marcus siguen siendo tan crudos. No creo que haya
aceptado que nuestro matrimonio se ha acabado y que él me traicionó
como lo hizo.
Trago.
—Para alguien que amas hacer eso es devastador. Puede que fuera
hace más de un año que Becky le engañó, pero fue justo antes de que se
casaran. Piénsalo, Car, él estaba listo para pasar toda su vida con ella,
entonces descubrió eso. Es inseguro y es completamente natural.
—Pero no soy ella —mi voz no es más que un susurro.
—Lo triste es que él lo sabe. En el fondo, sabe que no te pareces en
nada a ella. —Billie me da un golpecito en la mano—. Pero no importa lo
que sepa, ahora mismo, piensa algo diferente. Eres la primera persona a la
que deja acercarse a él desde ella. Todo lo que debes hacer es ver la forma
en como te mira.
—¿Cómo sabes cómo me mira?
Saca su teléfono y se desplaza.
—Entonces, mi pequeño acto de antes podría haber sido una
exageración —admite, tocando su pantalla—. Brooke subió esta foto de
ustedes en Nueva Orleans a su cuenta personal.
Le quito el teléfono cuando lo ofrece y miro la pantalla. A la izquierda
están Brooke y Cain, ambos sonriendo, ambos más felices de lo que debería
ser posible. A la izquierda estamos Zeke y yo. Ambos estamos mirando de
lado esta foto con pequeñas sonrisas en nuestras caras, y no es porque no
nos gustemos.
Es porque ambos pensamos que esta foto era estúpida. Porque era la
forma de Brooke de expresar nuestros sentimientos al mundo, pero
finalmente disfrutó del tiempo en la ciudad y estaba tan emocionada que
ninguno de nosotros pudo decirle que no.
Esa era la sonrisa. Los dos estábamos atrapados en un nuevo infierno
donde su emoción infantil nos ganó y cualquiera de los dos quería arruinar
la película.
Ella pensó que sí, pero insistió en que la publicaría de todos modos.
Pensamos que estaba loca y pusimos los ojos en blanco.
Ahora, mirándolo, lo veo de otra manera.
Veo la forma en que sus ojos están totalmente sobre mí, e incluso
puedo recordar cómo se sintió. Lo que se sentía al ser la única persona en el
mundo de alguien. Como ser el último chocolate en la caja y que todos se
peleen por ti, excepto que no hubo ninguna pelea excepto con el aire, y él
lo mató perfectamente.
En esta foto, Zeke me mira como si no hubiera ninguna foto.
Me mira como si solo existiera yo.
Como si yo fuera todo.
—Maldita sea. —Le devuelvo a Billie su teléfono—. ¿Qué se supone
que debo hacer? Entré en pánico y ahora soy una idiota.
—No. No, Car, no lo eres. Eres humana. —Sonríe, cerrando su teléfono
con un rápido presionar en el botón del costado—. Habría hecho lo mismo.
Solo tienes que confiar en que sea recíproco.
—Me dijo lo mismo, pero es más fácil decirlo que hacerlo. ¿Cómo
puedo confiar en que alguien que no sé qué devuelve?
—Tienes que dar un salto de fe.
—¿Y si no confía en mí?
—Entonces dolerá.
—Impresionante. —Suspiro—. ¿Tienes una tirita lo suficientemente
grande para eso?
Se encoge de hombros.
—No estoy usando el bolso de madre. Lo siento.
—¿Puedo evitar esto por unos días? —le pregunto esperanzada—.
¿Será más fácil entonces?
Billie sacude la cabeza.
—No. Tienes que lidiar con ello hoy.
—¿Pero ¿cómo? No sé lo que estoy haciendo. Esto es demasiado
adulto para mí. No sé cómo se supone que deba solucionar esto.
Envuelve sus dedos alrededor de su taza de cristal.
—¿Honestamente? Creo que necesitas decirle cómo te sientes.
Incluso si muerde tu culo. No lo dirá primero, así que no creo que puedan
superar esta barrera de miedo que tienen hasta expresar que lo amar.
—¿Cómo sabes que es así como me siento? —Mierda, ni siquiera lo
sabía hasta hace una hora.
Su sonrisa es lenta y sabia.
—Se refleja en todo tu rostro. No estarías aquí si no lo hicieras. ¿Y sabes
qué? No te culpo. Zeke es un tipo fácil de amar. Cuando superas toda su
mierda.
—No es una tarea fácil. —Acerco mi pastel a mí—. ¿Cómo diablos se
supone que exprese mis sentimientos?
—Como sea se siente natural... Incluso si debes gritarle.
—Eso parece que funcionará.
—Estos son tuyos. —Pongo las carpetas frente a Brooke en el
apartamento de Cain—. Las hojas delanteras están etiquetadas por
separado. Tienen tu desglose para ti, y resalté cuánto dinero tienes
almacenado actualmente en Brooke's Bites y cuánto recomiendo que
inviertas en la tienda.
Brooke tira de la carpeta hacia ella y la abre. Un silbido bajo se escapa
entre sus labios.
—Es un poco más de lo que pensaba.
—Eso es porque eres terriblemente desorganizada. —Sonrío—. Tienes
suficiente para entrar con Billie ya que ella está poniendo la mayor parte del
dinero para empezar. —Están bien aquí.
—Te estoy contratando para que te encargues de mis cosas. —Cierra
la carpeta—. De verdad. Puedes ser uno de esos asesores financieros o algo
así para mí.
—Hecho, pero te cobraré.
—No te preocupes. Aparentemente, realmente puedo pagarte.
Me rio y la abrazo.
—Me tengo que ir. Tengo que ir a ver a Zeke y resolver esta tormenta
de mierda.
Mira el reloj de la pared.
—No terminan hasta las cinco y media.
—Ya lo sé. Solo esperaré en su casa.
—¿Has hablado con él?
Sacudo la cabeza.
—Me sigue enviando mensajes, y me llamó un par de veces a la hora
de la comida, pero no sé qué se supone que debo decirle sin empeorar las
cosas.
—Podrías decirle que lo sientes, que lo amas y que esperas que nunca
te deje.
—Te daré un puñetazo.
Sonríe y da un paso atrás.
—Envíame un mensaje más tarde.
—Claro. Adiós. —Salgo del apartamento y bajo las escaleras al lado
del garaje. El teléfono vuelve a sonar cuando llego a mi auto en la parte
delantera de la casa de la familia Elliott, pero lo ignoro, eligiendo en su lugar
abrir mi auto y poner mi bolso en el asiento del pasajero.
Otro zumbido se produce cuando me alejo.
Es Zeke. Es obvio. Se tomará un pequeño descanso antes de terminar
de trabajar y usará ese tiempo para enviarme un mensaje una vez más e
intentar que responda. No puedo responder hasta estar en su casa. Es la
única manera en que podré hacerlo y no retroceder de toda esta situación.
Nunca tuve idea de que decirle a alguien lo que siento sería más duro
que la polla de un chico de fraternidad.
La escuela no te enseña esta mierda
No. No puedo echarme atrás en esto. Necesito ver el final de esto.
Él sabe dónde vivo, después de todo.
Ignora y espera. Ignora y espera. Ignora y espera.
Ignoro y espero mi camino a través de la ciudad hasta girar en la calle
donde está su casa. Puedo verla, al final, prácticamente poseyendo todo el
final del callejón sin salida a pesar de que la casa no es enorme. Es porque
tiene la única casa que hay.
Me acerco a un lado de su doble entrada, el puesto más alejado de
la casa, y apago el motor. Respiro profundamente y tomo un trago de Coca
Cola de la lata de la consola central para sacar el teléfono de mi bolso y
leer mis últimos mensajes.
Zeke: Solía gustarme cuando la gente no me hablaba hasta que
paraste.
Apuesto a que todavía le gusta. Probablemente soy su excepción.
Zeke: Carly... esto es estúpido. Deja de ignorarme, ¿bien? Iré pronto y
podremos hablar de esto porque lo necesitamos. Deja de ignorarme, por el
amor de Dios.
Le doy a responder.
Yo: Estoy sentada fuera de tu casa esperándote.
Su mensaje es instantáneo.
Zeke: Saliendo ahora.
Inhalo profundamente ambas palabras. Por supuesto que sí, y el taller
de Elliott está a solo diez minutos de aquí.
Tengo que poner mis cosas en orden. He tenido todo el día para
pensar en ello. Todavía no tengo ni idea de lo que diré. Las palabras pueden
ser poderosas, pero a veces, también son inadecuadas.
También hay un montón de ellas, lo que me hace un poco malcriado
elegir.
Golpeo mis dedos contra la parte inferior de mi volante. Mi reloj dice
que solo ha transcurrido un minuto desde que envió el mensaje, lo que
parece más tiempo del que debería.
No sé qué esperaba de esta conversación.
Probablemente a Channing Tatum corriendo por el océano en nada
más que un par de shorts de baño mientras declaraba su amor por mí.
No un tipo inseguro al que he odiado durante más tiempo del que he
amado o incluso gustado.
Qué curioso. La segunda opción suena mejor.
Bueno... Es la verdadera opción. A menos que Channing aparezca de
repente del océano en la playa de Barley Cross…
Hago una pausa, por si acaso.
No.
Supongo que espero.
22
La comida es
poderosa. También lo son las tetas.

—T
raje comida china —son las primeras palabras que salen
de la boca de Zeke cuando salgo de mi auto.
Me vuelvo hacia él. Está parado entre nuestros vehículos,
agarrando una bolsa plástica con cartones y el logo rojo de la comida china
para llevar impresa en el exterior.
—Tengo hambre —admito.
No he comido desde mi croissant y mis panecillos de esta mañana.
—Todavía está caliente —dice, hurgando en su bolsillo—. Llamé de
antemano para pedir.
—Me parece bien. —Lo sigo hasta la puerta principal.
La abre y empuja para abrirla antes de quitar las llaves con un tintineo.
Esta es la primera vez que he estado en su casa, y no estoy segura de lo que
esperaba, pero no era un lugar luminoso, aireado y abierto con fotos de él
y su familia en las paredes del pasillo.
Creo que asumí que sería oscuro... Probablemente rojo o azul marino...
Como una especie de calabozo sexual.
¿Qué? Nunca había estado en la casa de un hombre soltero.
Apartamento, claro. ¿Casa? No.
Realmente he salido con algunos jugadores.
—Siéntate —dice Zeke, cerrando la puerta principal—. ¿Quieres un
trago?
—¿Tienes vino? —pregunto con recelo.
—Tengo vino. —Medio sonríe—. ¿Puedes llevar esto dentro?
Asiento y le quito la bolsa de comida que me ofrece. Su sala de estar
está conectada al resto de la planta baja, y cuando veo la mesa del
comedor, tengo que preguntar:
—¿A la mesa o al sofá?
—Sofá está bien —me grita desde la cocina al otro lado de la casa.
Me poso en el borde, del sofá color crema de gamuza y pongo la
bolsa en la mesa. No sé lo que hay ahí, así que estoy un poco indecisa para
abrirlo. Además, esta situación es extraña. Aquí estamos, hablando de
comida y bebida, cuando el aire está lleno de palabras aún sin decir. Espeso
de palabras que dan temor decirlas. Aquellas que ni siquiera sé cómo
empezar a abordar.
Por cierto, estoy enamorada de ti. Lo siento, sin embargo, no puedo
esperar para saber si sientes lo mismo.
Tan jodido. Todo esto.
Sigue siendo mejor que las citas online.
—Aquí.
Levanto la mirada donde Zeke está sosteniendo un vaso de vino
blanco.
—Solo lo llené hasta la mitad ya que estás conduciendo —dice,
dudando. Justo cuando creo que está a punto de decir algo más, no lo
hace.
—Bien. Gracias. —Tomo la copa y la acuno en mis manos, acercando
el borde a mis labios.
Miro fijamente la bolsa de comida mientras se pone a trabajar
abriéndola. No estoy concentrada en absoluto, es solo un punto en la
habitación para que mire mientras él hace eso. Un pasa tiempo.
Completamente inútil y redundante, como este tonto proceso de
pensamiento.
—Agarrando platos —murmura Zeke, de pie.
Asiento.
Asiente. Asiente. Asiente.
Ya casi no tengo hambre. Esto es tan... tan... jodido.
Zeke regresa con los platos y tenedores. Los pone en la mesa de café
frente a la comida y se sienta en el sofá junto a mí. El hormigueo baila en mi
muslo cuando el suyo toca el mío a pesar de que hay dos capas entre
nuestra piel.
El hormigueo hace que mi corazón lata un poco más rápido. No sé
cómo o por qué, porque con los rápidos latidos de mi corazón viene un
derroche de valentía, uno que fuerza las palabras de mi boca que me
catapulta a una situación para la que nunca estaré preparada.
—No tengo hambre. Esto es una estupidez. —Pongo la copa de vino
en la mesa de café junto a mi plato. El sofá chirría cuando subo la pierna al
cojín mientras me giro para mirar a Zeke—. Tenemos que hablar de lo que
sea que sea esto. —Agito mi mano torpemente entre nosotros,
aparentemente, es mi nuevo pasatiempo. Lo he hecho mucho últimamente.
—Tienes razón. —Zeke pone su tenedor en su plato todavía vacío.
—No quise mirar tu teléfono. Y estoy enojada porque Gabe te llamó.
Es un imbécil. También soy una imbécil. Lo siento. —Las palabras se me
escapan.
Zeke sonríe.
—No estoy molesto. Tal vez con Gabe, pero eso es porque me mintió
sobre que estabas allí.
Me muerdo el interior de la mejilla.
—Probablemente habría hecho lo mismo, ¿de acuerdo? —Se inclina
hacia atrás en el sofá y apoya su cabeza con el brazo en los cojines de la
espalda—. No es la primera vez que Becky me llama en los últimos meses. La
ignoro cada vez. Sigo queriendo bloquear su número, pero últimamente he
estado distraído —hace una pausa, mirándome atentamente—. Lidié con
la llamada instintivamente. Silénciala, ignórala, bórrala.
—Eso no excusa el hecho de que miré tu teléfono cuando no debería
haberlo hecho.
—Bueno, todo este día habría tenido mucho más éxito si me hubieras
preguntado.
—No quería ser una idiota.
—Fallaste.
Su cruda sinceridad me hace reír.
—Lo sé. Y lo siento.
—Sé que lo sientes, cariño. —Extiende la mano y me tira del cabello
con una sonrisa en su rostro—. Pero sé no es la razón por la que me has
estado ignorando todo el día.
Dejo caer mi mirada en el sofá. Hay una pequeña marca sucia en el
cojín, y extiendo mi dedo hacia ella. La suave tela se mueve mientras froto
mi dedo sobre la mancha sin otra razón que la de darme algo que hacer.
—¿Carly? —Zeke aparte mi cabella hacia atrás de mi rostro—.
Háblame.
—¿Qué estamos haciendo? —le pregunto en voz baja—. ¿Qué es
esto, Zeke?
—¿Tenemos que ponerle una etiqueta a esto?
—Sí. —Vuelvo a poner mis ojos en los suyos y asiento—. Sí, tengo que
hacerlo. Necesito saber qué es esto antes de volverme loca. ¿Solo estamos
jugando? ¿Estamos saliendo? ¿Es... algo más?
Su garganta sube y baja.
—¿Qué quieres que sea esto?
—No, no, no caeré en esa trampa. —Sacudo la cabeza y me
levanto—. ¿Qué quieres que sea esto? No soy la que se está conteniendo.
Algo pasa por sus ojos, algo que se parece mucho a una molestia.
—¿Crees que no le pongo una maldita etiqueta a esto porque me
divierte? Ya te dije que siento algo por ti y que me jodan si no desaparecen.
¿Por qué importa si no definimos esto?
—Porque sí importa. No tengo una explicación pero importa y me
importa a mí.
—Bien. Entonces supongo que esto es que salgamos juntos.
—¿Supones? —Mi voz es más suave de lo que era hace un momento—
. ¿Eso es lo mejor que puedes darme?
Zeke se sienta en el sofá y apoya los codos en las rodillas.
—¿Qué más quieres?
—Quiero saber si pasaré Dios sabe cuánto tiempo preguntándome si
seré suficiente para ti.
Se queda quieto, sus ojos se centran en mí.
—¿No crees que eres suficiente para mí?
—Literalmente me sacaste de este estado para una cita y lo mejor
que tienes es "supongo" que estamos “saliendo”—Me paso los dedos por el
cabello—. ¿Sabes qué, Zeke? Piensa en ello. Resuélvelo. No creo que pueda
hacer esto ahora mismo.
Agarro mi teléfono, las llaves de la mesa, y cuando estoy de espaldas
a él, hago una pausa.
No. Vine aquí por una razón, y aunque me vaya sin el suyo, no me iré
hasta que lo haya dicho.
—En realidad, hay una cosa más. No he terminado. —Doy vuelta sobre
mis talones.
Mi boca está seca. Mis labios se sienten agrietados y rotos, y una
criatura del desierto puede también residir en mi garganta por lo picante
que se siente.
—Tengo una explicación de por qué me importa saber qué está
pasando aquí. —Encuentro su mirada con la mía y la sostengo—. Mira,
quiero ese final feliz. Quiero ese tipo de cuento de hadas del cual siempre
soñé cuando era niña. Quiero eso y quiero que sea real, y necesito saber si
lo tengo contigo o si solo eres una parada. Estoy… —Me detengo y me
estremezco al respirar—. Quiero el maldito felices para siempre. El problema
es que estoy enamorada de ti, Zeke.
Me mira fijamente, mortalmente quieto. Si no pudiera ver la luz de sus
fosas nasales, me preguntaría si está respirando.
—Así que, cuando descubras lo que quieres —continúo—, hazlo
pronto, así sabré si ya tengo lo que quiero o si debo seguir buscando.
Entonces, con esas palabras, giro y me dirijo a la puerta. Mis pasos
resuenan en el silencio de la casa.
Los suyos no siguen los míos.
Entonces, me voy.
La puerta parece cerrarse de golpe detrás de mí, y mi corazón late
junto con ella. Justo en el maldito suelo, donde la pisoteo con mi siguiente
paso.
Tengo la sensación de que acabo de romper mi propio maldito
corazón.
Abro el auto y la puerta principal se abre. No me doy la vuelta, porque
no quiero mirarlo ahora mismo. Mis ojos me pican como el infierno, y aunque
podría culpar totalmente a mis hormonas, podría no oscilar en esta situación.
—¿Carly? —La voz de Zeke es baja y vacilante—. No te vayas.
—¿Tengo una razón para quedarme? —Me quiebro a mitad de
camino, las últimas palabras salen rasposas.
—Vuelve adentro. Por favor.
Manteniendo mi cabeza abajo, cierro mi auto otra vez y vuelvo a su
puerta... y a él. Mi cabello oculta mi rostro de su mirada, un hecho que me
hace muy feliz en este momento. Una mirada y sabrá todo, cuánto duele.
No estoy preparada para que él sepa cuánto me duele.
Cierra la puerta tras de mí y entra en la habitación delantera,
dejándome en el pasillo. Desliza sus dedos por el cabello antes de juntar las
manos detrás del cuello, mostrando un ligero corte en el dedo medio
izquierdo. Es de hace unas horas, y uso ese corte como mi punto de vista.
Si no lo hago, correré.
—No eres ella —dice finalmente después de un momento—. Y nunca
has sido ella para mí. La amé y me hizo daño. Eso es algo difícil de olvidar.
Pero eres la primera persona por la que me he sentido así desde ella. Eres la
primera persona por la que he querido sentirme así desde ella. Me asusta
muchísimo, Carly.
Finalmente deja caer sus manos y se vuelve hacia mí. Sus ojos verde
azulados están llenos de emoción, y su pesado suspiro llena la habitación
con un sentido casi tangible de sus emociones.
—Tengo miedo de permitirme sentir así por ti, aunque sé que harás lo
que hizo. Es más probable que rompas conmigo porque cociné demasiado
tu tostada o algo así porque estás jodidamente loca.
—La tostada es un asunto serio —murmuro.
—Un ejemplo de ello. —Agita su mano en el aire, pero hay una
pequeña sonrisa en la comisura de sus labios—. Y tú quieres todas estas
cosas. Este final feliz, un cuento de hadas y el maldito felices para siempre.
—Se frota la mano en el rostro—. Y sé que no quiero eso.
—¿Me has traído aquí para decirme eso? —Doy un paso atrás. Mi
estómago se está revolviendo. Cada golpe de mi corazón es como un
maldito puñetazo que va directo a mi alma.
Pero Zeke sacude la cabeza y camina hacia mí. Enmarca mi rostro
con esas manos ásperas e inclina mi cabeza hacia atrás hasta que no
puedo mirar a otro lado que no sea a sus ojos.
—No quiero eso, Carly, porque no quiero cualquier mierda vieja. No
quiero un final feliz, o un cuento de hadas, o un felices para siempre. Quiero
tu maldito felices para siempre. No quiero ese final feliz a menos que pueda
tenerlo contigo.
—Solo dices eso —susurro, las lágrimas amenazan con salir otra vez.
—No, no es así. —Recorre su pulgar en mi mejilla—. A la mierda,
cuando te paraste allí hace un momento y me dijiste que me amas, te veías
aterrorizada. Nunca te había visto tan asustada, pero lo hiciste de todas
formas.
—Tenía que hacerlo.
—Fuiste lo suficientemente valiente para decírmelo. —Su aliento me
hace cosquillas en la boca mientras se inclina hacia abajo—. Si no puedo
ser lo suficientemente valiente para dejar de lado toda la mierda y decirte
que estoy jodidamente seguro de que también estoy enamorado de ti,
entonces no te merezco.
—¿Estás enamorado de mí?
—¿Quieres que te lo deletree?
Asiento.
—Por favor.
Sonríe, tocando su frente a la mía.
—No digo que esto será la cosa más fácil de hacer, pero maldita sea.
Te deseo demasiado. Diablos, te he deseado desde que te paraste en el
medio de la habitación de invitados de mis padres pareciendo un maldito
sueño húmedo de los años cincuenta con esa maldita falda lápiz que
llevabas.
Me pongo a reír, porque el recuerdo es demasiado dulce para no
reírse. Era solo otra guerra verbal entre nosotros, sobre todo porque él
pensaba con su polla y yo quería meterla dentro de él.
No mentiré, me siento muy bien por el hecho de no hacerlo ahora.
Solo me culparía a mí misma.
—¿Estamos bien? —pregunta suavemente.
No puedo luchar contra mi sonrisa mientras doy el más pequeño
asentimiento.
—Estamos bien.
—Gracias a Dios. —Presiona sus labios contra los míos—. ¿Podemos
comer ahora? Puede que tú no tengas hambre, pero yo sí.
—En realidad tengo hambre. Acabo de decirlo. —Encogiéndose de
hombros, le permito conducirme a la sala donde me tiro en su sofá y
remuevo mis zapatos.
—¿No es después de las épicas declaraciones de amor en las
películas que el chico y la chica tienen sexo al rojo vivo? —hace una pausa,
pero me mira fijamente.
—Sí —le digo, agarrando mi copa de vino—. Porque en la mayoría de
las películas, las chicas no tienen la regla. ¿Y esa épica declaración de
amor? Es mucho más estresante en la vida real.
—Y yo que pensaba que alguien haría una película de nuestra historia
de amor.
—La escribiré para ti algún día. Serán más o menos doscientas páginas
de “idiota” hasta que lleguemos a la noche del cumpleaños de Caín.
—Te refieres a la noche en que te gané con mis habilidades en el
dormitorio.
—Sí, esa.
Pone una de las bandejas de papel de aluminio en mi plato.
—Podrías sonar un poco más entusiasta.
—Es difícil entusiasmarse con el sexo cuando tienes tejido expandible
dentro de tu coño.
—Ya no tengo hambre —le dice a su comida china ya abierta.
Le doy un codazo en la rodilla con la mía.
—Bienvenido a la vida con Carly. Soy un buen partido.

FIN
Emma Hart
Traducido, Corregido y Diseñado
por:

También podría gustarte