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Los problemas de límites -los límites de su cuerpo, los límites de su poder y los límites
de su capacidad de sentir- fueron de gran importancia en el análisis de una paciente
cuyo síntoma principal consistía en cortarse e interferir en la curación de las heridas.
Los conceptos de Winnicott (1953) de objetos transicionales y fenómenos
transicionales proporcionan un marco útil para la formulación de algunos aspectos de
la historia de las relaciones objetales de esta paciente. Un punto a desarrollar se re ere
a la noción de que el propio cuerpo de la paciente puede ser tratado por ella como un
objeto transicional y que esto puede relacionarse con la historia de la autolesión.
También se explorarán algunos efectos de esta historia de relaciones objetales en el
desarrollo de la transferencia y contratransferencia.
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RESUMEN DE UN CASO
Las primeras fases del trabajo psicoanalítico se caracterizaban a menudo por una
actitud hosca y silenciosa por su parte, a la que yo respondía de forma similar.
Después de dos meses de análisis, el problema de los límites de sus facultades se
puso de mani esto de forma dramática: desarrolló un caso fulminante de neumonía
vírica que requirió su traslado a un hospital general. Su estado empeoró rápidamente y,
a pesar de las medidas heroicas que se tomaron, el internista y el consultor opinaron
que se trataba de un caso terminal y que no sobreviviría a las 48 horas siguientes.
Cuando estaba plenamente consciente en la tienda de oxígeno, insistió en que sólo
quería beber un tipo concreto de zumo de frutas, que no estaba disponible, y rechazó
los zumos más comunes que le ofrecieron. En ese momento, 1 le dijo que no se
esperaba que sobreviviera y que, si quería probar algún zumo, mejor que se bebiera el
zumo disponible. En ese momento se produjo un notable cambio de comportamiento.
Parecía asustada, hablaba de su miedo a la muerte y se bebía el zumo que le ofrecían.
Esto pareció marcar un claro punto de in exión y me dejó la sensación de que mi
capacidad para ser franco con ella le había salvado la vida. Después de que se
recuperara de la neumonía, el tema de mi poder sobre su vida y su muerte se convirtió
en un tema importante en el análisis. Seguí cortándole los brazos y las piernas hasta
que experimenté plenamente mi incapacidad para salvarle la vida. Entonces pareció
que ella tenía más poder sobre su propia vida y dejó de automutilarse. Fue el
desarrollo de la transferencia lo que nos proporcionó la mayor parte de la historia de su
desarrollo descrita en la sección anterior. Mi experiencia de un grado inusual de
fantasías eróticas y sádicas encontró su lugar en el análisis como representación de
algunos aspectos reprimidos de la relación del padre, pero predominantemente de la
relación de la madre con la paciente. Uno de los muchos ejemplos en el análisis,
cuando haciéndose eco de su propia experiencia con el cuerpo, la experimenté como
una materia no del todo viva, será destacado para su descripción y consideración
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teórica. No se describirá aquí el trabajo psicoanalítico más rutinario, parte del cual se
puede deducir a partir de la historia descrita. Hubo mucho trabajo de material
relacionado con las complejidades de las relaciones interpersonales cuando se mudó
del hospital, se convirtió en una paciente privada, encontró trabajo, se sometió a
cirugía plástica para eliminar al menos algunas de sus muchas cicatrices, y comenzó a
tener citas cada vez más frecuentes y signi cativas.El trabajo intensivo y complejo con
la familia de la paciente y el difícil y sutil manejo administrativo y de enfermería de esta
paciente tampoco se pueden describir en el presente contexto.
DEBATE
Debido a una dermatitis alérgica precoz que parecía poner en peligro su vida, durante
prácticamente todo su primer año de vida estuvo envuelta en pañales y vendada. A
este respecto, cabe recordar que Winnicott (1953, p. 232) sugiere "que el patrón de los
fenómenos transicionales comienza a manifestarse en torno a los 4-68-12 meses". Se
prestó especial atención al problema de María, que se irritaba la piel con sus propias
manos. Los padres recordaron los problemas relacionados con coger y tocar al bebé y
consiguieron transmitir una imagen de lo que probablemente fue hambre de contacto y
dolor agudo con el contacto. En el transcurso del análisis, describió cómo, cuando se
cortaba lenta y deliberadamente (por ejemplo, con una cuchilla de afeitar o con una
bombilla rota escondida bajo una cubierta de hierbas mientras miraba con cariño a su
"enfermera favorita" que la estaba "especializando") no lo sentía, pero "siempre paraba
en cuanto lo sentía" y consiguió transmitir la exquisita experiencia fronteriza de "cobrar
vida" en ese momento. A esta sensación punzante le siguió el ujo de la sangre, que
logró describir como un baño voluptuoso, una sensación de agradable calor que, al
extenderse por las colinas y valles de su cuerpo, moldeaba su contorno y esculpía su
forma. En cierto sentido, mientras uno tiene sangre, lleva dentro de sí esta manta de
seguridad potencial capaz de dar calor y envolver reconfortantemente.
A lo largo de gran parte del análisis, expresó su preocupación y/o amenazas de que la
sensación placentera asociada al corte le haría imposible resistirse a la tentación de
hacerse cicatrices, especialmente en la cara y el tronco. Pero la relación entre lo que a
menudo se describe como tabú corporal y su tipo particular de tabú corporal no puede
desarrollarse aquí. A veces no sólo se sentía superior a los demás, sino que parecía
genuinamente desconcertada por el hecho de que otros pudieran llevar una vida sin ni
siquiera permitirse de vez en cuando el fruto prohibido de un baño de sangre,
disponible dolorosamente a través de una "cremallera" en la piel. Hizo bromas sobre
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tener "cremalleras" en la piel y relató muchos sueños relacionados con
desprendimientos de piel, papeles de alquitrán quemados que formaban ampollas
desprendidas, etc. También relató que, en relación con las frecuentes peleas con bolas
de nieve durante su infancia en una ciudad del norte, a menudo tenía fantasías vívidas
en las que una capa invisible a su alrededor detenía las bolas de nieve a cierta
distancia de su cuerpo. Su peso, por cierto, había uctuado mucho durante gran parte
de su vida. Le fascinó un artículo de una revista en el que se describía a un artista de
vanguardia que pintaba la piel de sus modelos y luego les daba instrucciones para que
trans rieran el pigmento al lienzo lanzando sus cuerpos o rodando contra el lienzo. En
ambos casos, la fascinación residía en el uso del cuerpo vivo como herramienta, como
objeto de transición entre la materia viva y la materia muerta. Los gusanos, por cierto,
le resultaban especialmente fascinantes por su estructura claramente segmentada, sus
órganos excretores y sexuales en cada segmento y su capacidad para desarrollar
partes después de haber sido separados. * En la contratransferencia, a menudo
experimentaba a esta paciente como un objeto no del todo vivo, no del todo animado;
en otras palabras, como un objeto transicional.
En retrospectiva, uno de los factores que me permitieron ser tan franco, o quizás tan
tajante, con esta paciente cuando aparentemente estaba muriendo de neumonía, fue
que en primer lugar no la consideraba una persona viva. El grado en que atribuimos a
otro la cualidad de estar vivo (suponiendo que yo me considere vivo) depende de
nuestra capacidad de empatía y/o de identi carnos con la otra persona. Mary, con su
aspecto pálido y su capacidad para rebanarse la piel sin cambiar la expresión facial, se
trataba a sí misma, aparentemente, como un objeto no del todo vivo, o al menos
consideraba partes de su cuerpo como algo distinto de su propio tejido vivo. Mi
experiencia ante sus automutilaciones no siempre fue "no hagas eso. No te hagas
daño. No dejaré que te hagas daño". Mi experiencia estaba quizás más en línea con lo
que Winnicott (1949) ha llamado "odio en la contratransferencia" o al menos mis
sentimientos subjetivos podrían haber sido verbalizados de alguna manera como
"adelante, córtate en tiras; averigüemos si estás viva o no". En otro lugar (Kafka, 1964)
he expresado la idea de que una madre, para permitir que su hijo dé el primer paso,
debe tener la ilusión de que el niño no se caerá, una ilusión de unidad de
prediferenciación. El trabajo con este paciente fue uno de los factores que me han
llevado a creer que otra ilusión parental, si se quiere, es necesaria para permitir la
división de la descendencia. La ilusión de que la descendencia no está viva. Los
médicos no pueden tratar adecuadamente a los miembros de sus propias familias
porque no son lo su cientemente "objetivos"; porque, permítanme decirlo de otro
modo, no pueden tratar su cientemente a los miembros de sus propias familias como
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objetos no vivos. Sin embargo, en momentos cruciales, todo padre debe tratar a sus
hijos un poco como lo hace un médico. Me viene a la mente, por ejemplo, un paciente
que se paralizó en su función parental ante la más mínima lesión de su hijo. Hay
algunos momentos, situaciones límite, en las que no sólo el tratamiento, sino también
la crianza de los hijos, exige un trato con el dolor, a veces incluso in igirlo, lo que, por
breve que sea el momento, podemos hacer si consideramos que el tejido no está tan
vivo y sensible como el nuestro.
En un marco más amplio que se está elaborando en otro lugar (Kafka, 1966 a), he
llegado a pensar en la comunicación parental benevolente de la tolerancia de la
ambigüedad -la ambigüedad, por ejemplo, del dolor a través del contacto, pero el
hambre de contacto- como algo relacionado con la individuación de la descendencia
sin alienación. La membrana dinámica semipermeable, que ayuda a de nir al individuo,
pero permite el paso bidireccional desde y hacia el entorno social, se forma
g r a d u a l m e n t e m e d i a n t e s e c u e n c i a s d e c o m u n i c a c i o n e s p a re n t a l e s o
metacomunicaciones apropiadas para la edad de la cría (Kafka, 1966a) con el n de
que las ambigüedades y contradicciones sean tolerables. Si en este artículo se amplía
o extiende el concepto de Winnicott del objeto transicional y del fenómeno
transicional, la principal justi cación para esta extensión deriva de su énfasis en un
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"área neutral de la experiencia que no será desa ada" (Winnicott, 1953, p. 239). Esta
falta de desafío, yo diría la tolerancia de la ambigüedad, permite la formación gradual
de una membrana que no es sintónica en la medida en que no se impuso prematura y
externamente, sino que se estableció individualmente a través de muchos cruces y
recruces exploratorios activos del territorio fronterizo culturalmente mal de nido o
ambiguamente de nido. Al tratar de la génesis de ciertos estados de fuga, he hablado
en otro lugar (Kafka,1966 b) de "la importancia para el desarrollo normal de una etapa
de aceptación de la experiencia sensorial ambigua", un territorio que los padres
consideran tierra de nadie. "La cuestión no se formula", dice Winnicott (1953, p. 240).
Pero volvamos por un momento a la membrana que nos ocupa, la piel de la víctima.
Aunque el sadismo y el masoquismo suelen considerarse dos caras de la misma
moneda, no es menos cierto que una u otra cara de la moneda suele dominar un
cuadro clínico concreto. El estudio de cómo el propio cuerpo puede ser un objeto "no-
yo" puede iluminar la cuestión general de la preferencia sádica o masoquista. En cierto
sentido, la elección del cortador es una transición entre el objeto sádico y el
masoquista, su propia piel que no soy yo. Es su piel, que, sin embargo, experimenta
como algo que no es suyo. En el análisis, el ujo y re ujo de la transferencia y
contratransferencia sadomasoquista puede conceptualizarse como un factor que
contribuye a la formación de una membrana más integrada, más corporal y
egosintónica, y por lo tanto contribuye a la eliminación nal del síntoma.
AGRADECIMIENTOS