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Biblioteca de PSICOLOGIA PROFUNDA

Jltimos títulos publicados


24. H a n na Segal - Introducción a la obra de 5 9 .0 . K e m b erg - La teoría de las relaciones ob­
Melanie Klein jétales
25. W. R. B ion - Aprendiendo de la experiencia 60. M . S am i-A li - Cuerpo real, cuerpo im agi­
26. E. Jon es - La pesadilla nario
27. L. G rinberg, M. L a n g e r y E . R odrigué - Psi­ 61. M . S apir, F. R everehon, J. J. Prévosl y oíros * *
coanálisis en las A m éticas. E l proceso analí­ La relajación. Su enfoque psicoanalítico
tico. Transferencia y contratransferencia 62. W . R. B ion - Seminarios de psicoanálisis
28. C arlo s A. P az - Analizabilidad 63. J. Chasseguet-Smirgel - Los caminos del anti-
29. C. G . Ju n g - Psicología y simbólica del ar­ Edipo
quetipo 64. G . G ro d d e e k - Conferencias psicoanalíticas
30. A. G a rm a - Nuevas aportaciones a l psicoaná­ para enfermos
lisis de ¡os sueños 65. M . A. M allo o n * E l análisis junguiano de los
3 1 .A rm in d a A berastury - Aportaciones al psi­ sueños
coanálisis de niños 66. D . F o u lk es - Gramática de ¡os sueños
32. 67. A n n a F reu d - E l y o y los mecanismos de de­
A. G a rm a - El psicoanálisis. Teoría, clínica
y técnica fensa
33. R. W. W hile - E l yo y la realidad en la teo­ 68. H e in z K o h u l - La restauración del sí-mismo
ría psicoanalítica 69. W . R eich y o íro s - Escritospsicoanalíticosfun-
34. M . T raelen b erg - La circuncisión. Un estudio damentales
psicoanalítico sobre las mutilaciones genitales 70. G eorges A m ado - Del niño al adulto. E l psi­
35. W. R eich - La función del orgasmo coanálisis V el ser
36. J. Bleger - Simbiosis y ambigüedad 71. Jea n G u iíla u m in - Los sueños y el yo. Rup­
37. J. Sandler, C h. D are y A. H o ld e r - E l p a ­ tura, continuidad, creación en la vida psí­
ciente y el analista quica
38. M . A badi y o íro s - La fascinación de la 7 2 .1. B erenslein - Psicoanálisis de la estructura
muerte. Panorama, dinam ism o y prevención fa m ilia r
de! suicidio 73. M. A. M au a s - Paradojas psicoanalíticas
39. S. R ad o - Psicoanálisis de la conducta 74. M . Y am pey - Psicoanálisis de ¡a cultura
40. A nna F reu d - Normalidad y patología en la, 7 5 .C. M . M e n e g a z z o -M agia, mito y psico-
.niñez drama
41. A. G a rm a - El dolor de cabeza. Génesis psico* 76 L. G rin b e rg - Psicoanálisis. Aspectos teóricos
somática y tratamiento psicoanalítico y clínicos
42. S. Leclaire y J. D . N a sio - Desenmascarar ¡o 77. D . J. F eldíbgel y A. B. Z im erm an (eom ps.) -
real. El objeto en psicoanálisis El psiquism o del niño enfermo orgánico
43. D. L ib erm an y D . M aldavsky - Psicoanálisis 78. C. G . Ju n g - Energética psíquica y esencia
y semiótica. Sentidos de realidad y categoriza- del sueño
dones estilísticas 79. C. D. Pérez - Masculino-Femenino o ¡a bella
4 4 .1. B erenslein - Familia y enfermedad m ental diferencia ·
4 5 .1. Berenslein - E l complejo de Edipo. Estruc­ 80. S. F reu d - Esquema del psicoanálisis
tura y significación 81. D . L agaehe - Obras I (1932-1938)
46. A. A rm a n d o - L a vuelta a Freud. M ito y 82. D . L agaehe - Obras II (1939-1946)
realidad 83. D . L agaehe - Obras III (1947-1949)
47. León G rin b erg - Teoría de la identificación 84. D . L agaehe - Obras TV (1950-1952)
48. J. Bowlby - E l vínculo afectivo 91. M. M an n o n i - El niño retardado y su madre
49. J. Bowlby - La separación afectiva 92. L. C. H . D elg ad o - Análisis estructural del
51. E. H. R olla - Familia y personalidad dibujo libre
52. M. S h ep ard - Fritz Perls. La terapia guestál- 93. M . E. G a rc ía A rzeno - El síndrome de la
tica niña púber
53. León G rin b e rg (eom p.) - Prácticaspsicoana- 94. C. D. P érez - Un lugar en el espejo. El espacio
líticas comparadas en la neurosis virtual de ¡a clínica
54. León G rin b erg (eom p.) - Prácticaspsicoana- 98. A. T a lia fe rro - Curso básico de psicoc
líticas comparadas en las psicosis lisis
55. León G rin b erg (eom p.) - Prácticaspsicoana- 99. F. D o llo - Sexualidad fem enina
líticas comparadas en niños y adolescentes 100. B. B ulacio y oíros - De la drogadicción
56. T. B erenslein - Psicoanálisis y semiótica délos 101. T. de K rell - La escucha. La histeria
sueños 102. M . A M au a s - Problemas y pasatiempos psi­
51. A nna F reud - Estudios psicoanaliticos coanaliticos
58. P. L. A ssoun - Freud: la filosofía y los filó ­ 103. D . L agaehe - El psicoanálisis
sofos 104. F. D ollo - La imagen inconsciente del cuerpo
Françoise Dolto

LA IMAGEN
INCONSCIENTE
DEL CUERPO

ediciones
PAIDOS
Barcelona
B u e n o s A ires
M é x ic o
Título original: L'image inconsciente du corps
Publicado en francés por Editions du Seuil, París, 1984

Traducción de Irene Agoff


Revisión de Nora Markman

Cubierta de Víctor Viano

I a edición castellana, 1986

© Editions du Seuil, 1984


© de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.;
Mariano Cubí, 92; 08021 Barcelona;
y Editorial Paidós, SAICF;
Defensa, 599; Biienos Aires.

ISBN: 84-7509-341-8
Depósito legal: B-5.263/1986

Impreso en Huropesa;
Recaredo, 2; 08005 Barcelona.

Impreso en España - Printed in Spain


INDICE

1. ESQUEMA CORPORAL E IMAGEN DEL CUERPO . 9


El esquem a corporal no es la imagen del cuerpo . . 17
Im agen del cuerpo. Pulsiones de vida y de m u erte . . 30
Los tres aspectos dinám icos de una m ism a im agen del
c u e r p o ............................................................................42

2. LAS IM AGENES DEL CUERPO Y SU DESTINO: LAS


CASTRACIONES..................................................................... 53
La noción de castración s im b o lí g e n a ........................... 65
La castració n u m b ilic a l........................................................74
La castració n o r a l ................................................................81
La castració n a n a l ............................................................... 88
El e s p e j o ........................................................................... 119
La castració n p rim aria a veces llam ada castración ge­
n ital no e d í p i c a .................................................. 132
Com plejo de Edipo y castración genital edípica (p ro ­
hibición del i n c e s t o ) ...............................................149
La ap o rtació n n arcisista de la castración edípica como
lib erad o ra de la l i b i d o ...............................................160

3. PATOLOGIA DE LAS IMAGENES DEL CUERPO Y


CLINICA A N A L IT IC A ...................................................... 167
P rim ero s riesgos de alteración de la im agen del cuerpo 167
E l p eríodo oral antes de la edad de la m archa y de
la palab ra. El destete, sus fracasos ' . . . . 171
E d ad oral, anal y períodos ulteriores h asta la c a stra ­
ción p r im a r ia .....................................................................184

7
Patología de la im agen del cuerpo en el período de
latencia (después de un E dipo resuelto no obstan­
te a t i e m p o ) ................................................................... 261
H isteria y p s i c o s o m á t i c a ..............................................279
De engendradores en engendrados: el sufrim iento. De
im aginario en realidad: las deudas y las herencias . 291
Casos clínicos de trastornos de la imagen del cuerpo . 297
Algunos tem as anexos a b o r d a d o s ...............................299

8
1. ESQUEMA CORPORAL E IMAGEN DEL CUERPO

Al com ienzo de mi p ráctica en psicoanálisis de niños (1938),


y siguiendo el consejo de Sophie M orgenstern,1 p rim era psico­
an alista de niños en Francia, p resen tab a a los niños —deseosos
de co m p ren d er conm igo la causa, por ellos ignorada, de las di­
ficultades que ex perim entaban en su vida— papel y lápices de
colores; m ás adelante añadí p asta p ara m odelar.
D ibujos, efusión de colores, form as, son m edios espontáneos
de expresión en la m ayor p arte de los niños. Les com place en­
tonces «contar» lo que sus m anos han traducido de sus fa n ta s­
m as, verbalizando de este m odo ante quien los escucha aquello
que h an d ibujado y m odelado. A veces esto que cuentan carece
de relación lógica (para el adulto) con lo que el adulto creería
e s ta r viendo. Pero lo m ás so rp ren d en te fue lo que poco a poco
se m e im puso com o u n a evidencia: que las instancias de la teo­
ría freu d ian a del ap a rato psíquico, Ello, Yo,* Superyó, son loca-
lizables en cualquier com posición libre, ya sea gráfica (dibujo),
plástica (m odelado), etc. 5E stas producciones del niño son,
pues, au tén tico s fan tasm as representados, desde las que se p u e­
den d escifrar las estru c tu ras del inconsciente. Tan sólo son
descifrables com o tales por las verbalizaciones del niño, quien
antropom orfiza, da vida a las diferentes p artes de sus dibujos

1. Q uien se su icid ó en 1940, a la entrada de los alem an es en P arís.


* En castellan o n o es p osib le volcar la diferencia sem án tica existen te
en fran cés en tre los térm in os Moi y Je, am bos trad u cib les p o r «Yo».
Moi: in stan cia p síq u ica que correspon de a la segunda tópica freu diana
(Ich). Je: al igual que Moi, p ronom b re personal de prim era p erso n a sin ­
gular, salvo que Je só lo pu ed e cum plir en la frase la fu n ción de su jeto .
E l criterio a seguirse en esta traducción será indicar, cuando corresp on ­
da, [ / e ] . E n los casos que puedan prestarse a con fu sión , se indicará
tam bién [M oi]. Cuando só lo se lea «Yo», entién dase que trad u ce a
Moi. [T.]

9
en cuanto se pone a h a b la r de ellos al analista. No o tra es la
p articu larid ad del análisis de niños: aquello que en los adultos
se descifra a p a rtir de sus asociaciones de ideas sobre un sueño
que han relatado, p o r ejem plo, en los niños puede ilustrarse
p or lo que dicen acerca de sus grafism os y com posiciones plás­
ticas, soportes de sus fantasm as y tabulaciones en su relación
de transferencia.
El m ediador de estas tres in stan cias psíquicas (Ello, Yo,
Superyó), en las representaciones alegóricas que el sujeto apor­
ta, reveló ser específico. Lo lie denom inado im agen del cuerpo.

E jem plo 1. Dos dibujos de un niño de unos once años, que


padece de graves tics.
P rim er dibujo: un caballo cuya cabeza no en tra en el rec­
tángulo del papel, sobre el cual hay u n jinete luchando con un
enemigo no to talm ente visible pero cuya espada se ve asom ando
hacia arrib a, desde la izquierda en el cam po del dibujo, am e­
nazando la cabeza de este jinete, al m ism o tiem po que se ob­
serva, en la p a rte inferior y a la derecha del dibujo, una ser­
piente venenosa que, según dice el niño, está por picar al
caballo. E n este dibujo, el caballo no tiene su cabeza, el ji­
nete, sí.
Segundo dibujo (en o tra sesión): se p re sen ta como una va­
rian te del m otivo precedente. La cabeza del jinete no cabe
en tera en el cam po de la hoja; el caballo sí tiene su cabeza,
pero la cola carece de espacio p ara figurar. La serpiente ha
sido reem plazada por u n a cabeza de tigre, a la izquierda y en
la p arte inferior, y lista p ara a ta c a r al caballo. La cabeza de
tigre se encuentra, de hecho, del lado donde debería estar la
cabeza del caballo, pero en un nivel inferior.
El m uchachito que, invitado p o r la psicoanalista, habla de
sus dos dibujos, puede colocarse en el lugar de todos los p er­
sonajes y, desde el de cada uno de ellos, im aginar y decir lo que
experim entaría.
Aparecen así sucesivam ente u n a cabeza representando la de-
voración oral, la del tigre; u n a cabeza que rep resen ta el dom i­
nio de la m u scu latu ra anal, figurada p o r la del caballo, y una
cabeza del dom inio del jinete, que re p resen ta al ser hum ano.
E stas tres cabezas son susceptibles de intei'cam biarse una por
otra,, excluida com o está la posibilidad de que las tres cabezas
se en cuentren a la vez d en tro del cam po del dibujo. Por o tra
p arte, p ara el jin ete hay siem pre un peligro, representado bien
sea p o r la o ralidad que form a p a rte de un cuerpo (el tigre),
bien sea p o r la serpiente venenosa que, desde atrás, figura a
las fuerzas telúricas y anales que pueden vengarse del individuo,
y, al m ism o tiem po, la espada de u n su p erio r jerárquico que
hacia él apunta.
U lteriorm ente, en los últim os dibujos de este niño, el peligro

10
quedó rep resen tad o p o r un rayo fulm inante que d e s tru iría a
u n tiem po al jinete, al caballo y probablem ente a los anim ales
que allí se en co n traran ; y que se hallaba en conflicto con estas
instan cias vivientes, conflicto figurado p o r el ataque.
La explicitación de estos diferentes peligros p erm itió descu­
b rir, m ediante las asociaciones libres del niño sobre los enem i­
gos, las to rm en tas, los peligros del veneno, los peligros de la
devoración, que estos tem as figurativos guardaban relación con
un d ra m a fam iliar.
La m u erte del abuelo p aterno del niño fue seguida de conflic­
tos fam iliares vinculados con la herencia, y su p a d re resu ltó
testigo de la ten tativ a de asesinato de uno de sus h erm an o s
p o r p a rte del m ayor. E ste hecho llegó directam ente a oídos del
m uchacho cuando sorprendió una conversación de sus pad res
m ien tras se hallaba acostado en su habitación, en casa de los
abuelos. E n su in terio r todo se entrechocó, la avidez oral de
la herencia, el tab ú del asesinato, y el asom bro de a sistir a la
connivencia de sus padres, quienes hablando en voz b a ja en el
lecho conyugal dieron razón al crim inal, que felizm ente sólo
había alcanzado a h e rir al otro (se habló de un accidente de
caza) y se p u siero n de acuerdo en ocultarlo. Los tics del niño
tuvieron com ienzo al volver de los funerales del abuelo.
Como puede advertirse, gracias a los dibujos sucesivos, el
análisis de los recuerdos y asociaciones inconscientem ente figu­
rados en ellos perm itió lib era r lo que se p resen tab a com o con­
tradicciones insolubles p ara el m uchacho, quien no podía, a la
vez, con serv ar su cabeza, su vitalidad m uscular y el co n tro l de
su conducta. El h abía sido testigo silencioso y p o r ta n to cóm ­
plice de una conversación p aren tal de alcance deshum anízante
en relación con el código de la Ley. Pero lo im p o rtan te, lo que
p erm ite co m p ren d er que se pueda hacer psicoanálisis de niños,
es el hecho de que el propio niño a p o rta los elem entos de la
in terp re tació n con lo que dice acerca de sus dibujos fa n ta sm a ­
góricos; es él, él-la serpiente quien piensa de esa m an era, él-la
cabeza de tigre quien re p resen ta a la m adre peligrosa (el p ad re
la llam aba «su tigresa») con la cual se identifica, y q u e es peli­
grosa p a ra el caballo que re p resen ta a su padre, en e ste caso;
al m ism o tiem po que la espada de Dios, su stitu id a p o r el rayo
del cielo, viene a condenar al niño, a h erir su h u irn i z^xción
desde el m om ento en que, juzgando a su padre, cóm plice de su
tío, se juzga culpable con respecto a la Ley. P orque lo que sus
p alab ras le hicieron com prender es que sus padres —so b re todo
su p ad re, su m ad re m enos, angustiada p o r co m p artir el secre­
to— eran, p o r su deseo, tan transgresores de la Ley com o un
hijo incestuoso: él, en este caso preciso, testigo ocasional de su
coloquio en el lecho conyugal en la casa del linaje p atern o .

11
E jem p lo 2. Se tra ta de u n niño de diez años totalm ente in­
hibido, de voz casi inaudible y cuyo ro stro ofrece una sonrisa
angustiada y fija. Ante la dem anda de d ib u jar p ara expresarse,
puesto que no puede co n tar nada y, según dice, no sueña, se
pone a re p re se n ta r gráficam ente «batallas con tanques». De
hecho, todos los dibujos de sus p rim era s sesiones son repre­
sentaciones de este m ism o tem a, de u n a m anera que m anifiesta
con claridad la am plitud de su inhibición en la relación con el
otro. E n uno de sus dibujos, p o r ejem plo, hay un tanque de
grafismo pálido y tem blequeante en m ita d de la página y, sólo
en la extrem idad derecha del papel, la p u n ta del cañón de otro.
De la p u n ta de este cañón no sale ningún obús; el único obús
es el proyectado por el cañón del tan q u e visible, pero su direc­
ción es tal, m anifiestam ente, que no p o d ría causar ningún daño
al tan q u e invisible.
De sesión en sesión prosigue idénticam ente este im posible
com bate en tre dos tanques, su stitu id o s con posterioridad por
boxeadores vistos de perfil, sólo visible un brazo y a respetable
distancia uno del otro. Se confirm a, pues, el problem a de la riva­
lidad en la form a del im posible cuerpo a cuerpo. Porque estos
boxeadores carecen, según los p rim ero s dibujos sucesivos del
niño, o bien de cabeza, p o rq u e no caben en teram ente en el es­
pacio del papel, dado el volum en de sus cuerpos, o bien de pies.
Dándose cuenta de ello, el m uchacho vuelve a dibujarlos con las
rodillas dobladas; están am bos de rodillas uno frente al otro,
pero sus brazos, aun extendidos, no alcanzan a tocarse.
Cuando finalm ente, después de varias sesiones, el niño con­
sigue situ ar a los dos boxeadores de pie uno frente al otro, lo
que aparece es que uno lleva u n a cam iseta rayada y el o tro no.
A m i p reg u n ta co ntesta que, si él estuviese en el dibujo, sería el
prim ero. Ahora bien, las asociaciones dem ostraron que la ca­
m iseta rayada reco rd ab a el jersey de un com pañero de clase
que, habiendo vuelto de la escuela con u n a m ala nota, había
recibido una paliza de su padre.
Entonces, a mi p regunta: «¿Tú q u errías que tu p ad re te
pegara una paliza? — ¡Ah! No es eso lo que quiero decir, sino que
su p apá se ocupa de él».
_ En efecto, este niño ten ía u n p ad re que lo tra ta b a con to tal
indiferencia; en ú ltim a instancia, este p ad re no había recono­
cido a su hijo com o alguien válido. Toda la inhibición del niño
pudo expresarse en u n a auto d estru cció n de su libido viril, por
ausencia de identificación posible a u n p ad re que no se recono­
cía com o tal y que no reconocía en su hijo a un m uchacho que
iba haciéndose válido, puesto que no ten ía ningún interés por
él. Se daba aq u í inclusive u n a inversión de la situación edípi­
ca, era el p ad re el que estaba celoso de su hijo y el que no le
p erm itía co n stru irse en referencia a él m ism o, elaborando ins­
tancias de psique: Yo, Superyó, Ideal del Yo, debido a que este

12
p ad re no era, n i u n Superyó inhibidor de la no-observancia de
la ley del tra b a jo —que es una sublim ación de las pulsiones
anales—, ni u n in terlo cu to r de su hijo. Lo único que sabía de­
cirle era: «Cállate», «Vete de aquí», «Déjame tranquilo». Es de­
cir que no ofrecía soporte al Yo Ideal de un niño fálico oral que
tiene derecho tan to a la palab ra dirigida p o r él a su p a d re com o
a los intercam bios hablados con éste. Así pues, el n iñ o sentía
ser un peligro excesivam ente grande p a ra su p adre, debido a
que éste le ten ía m iedo. O p o r lo m enos su padre, negándolo,
actu ab a com o si tuviera m iedo de él.
La in terp re tació n a través de los dibujos sacó a la luz este
au tofren ad o de la libido causado por la ausencia de seguridad
del p ad re respecto del niño, com binado p a ra el niño con el re ­
fugio en u n a vida pueril de no rivalidad, y p o r ta n to de no
creatividad, hallándose la libido íntegram ente bloqueada p o r el
peligro que él ad vertía ser p a ra su padre. El Yo deseado era:
ser u n m uchacho con u n p ad re fuerte, capaz de co n tro la r la in­
hibición de su hijo p ara tra b a ja r, suscitando así la form ación
de u n Superyó in h ibidor de la pereza, un p ad re que h u b ie ra sido
un Yo Ideal. Su sueño era ser como el com pañero de jersey
rayado. Así su p ad re se hubiese interesado en todo lo que in te­
resab a a su hijo, com o el p ad re del com pañero de jersey rayado,
que lo recom pensaba cuando tra ía buenas notas. La p ro p ia
m ad re de este com pañero le había tejido el bonito jerse y ra ­
yado; en esta fam ilia existía, pues, u n a m ad re a la q u e le era
posible am ar a su hijo sin hacer inexistente a su m arid o ; y éste
co n tin u ab a siendo el p ad re que controla y a la vez sostiene la
energía de su hijo p a ra que devenga u n ser social, «arm ado»
p a ra la vida.
P o r m edio de estos volúm enes representados en el espacio,
volúm enes que son los soportes de u n a intencionalidad, el niño
se expresa. Al comienzo, parece d ib u jar u n a escena; pero en
realid ad , p o r la m an era en que él m ism o in terp re ta, e n que él
m ism o h ab la de su dibujo, pru eb a que a través de esta p u e sta en
escena gráfica m ediatiza pulsiones parciales de su deseo, en
lucha con pulsiones parciales de su deseo en u n nivel d iferente.
E sto s niveles de la psique son aquellos que F reu d describió
como: Yo, Yo Ideal y Superyó. Y la energía que se en c u en tra
p u esta en juego en los argum entos im aginarios que estos, dibu­
jos o m odelados constituyen, no es o tra cosa que la libido m is­
m a que se expresa p o r m edio de su cuerpo, de u n a m a n e ra p a­
siva o de u na m anera activa, pasivam ente en su equilibrio
psicosom ático, activam ente en su relación con los o tro s.
Ofrezcam os u n ejem plo de situación donde el so p o rte repre^
sentativo es el m odelado.

E jem p lo 3. Un adolescente que cursa el te rc e r año de ense­


ñanza m edia, b rillan te alum no de catorce años pero «m uy ner-

13
vioso», es traíd o a m i consulta: en el in stitu to se quejan de sus
p atad as com pulsivas a las m esas, que h asta consiguen desclavar­
las. La m adre, que acom paña a su hijo a la consulta, m uestra
unas piern as m agulladas, con ú lceras a la altu ra de las tibias.
Aparte de sus p ropias piernas, m e inform a que el insólito com­
po rtam ien to del niño se ejerce tam b ién sobre la pata del lecho
conyugal del lado en que duerm e ella, y sobre la de la m esa fam i­
liar del lado en que ella ac o stu m b ra sentarse.
' En el tran scu rso de este p rim e r contacto, todo lo que el chico
me puede decir acerca de su síntom a es: «No puedo evitarlo,
es m ás fu erte que yo... —Pero, ¿cóm o se explica que siem pre
sea co n tra tu m ad re y no co n tra tu p ad re? —No lo sé, no lo hago
adrede».
Me com unica que no puede d ib u jar y escoge h acer un m o­
delado, un pozo a la m an era antigua, artísticam en te reproduci­
do. E n ese m om ento digo: «Un pozo, ¿qué podría decir de él?
—Bueno, en el fondo hay agua, es un pozo de los de antes, ahora
ya no hay pozos. —Sí. ¿Pero qué se dice todavía que se esconde
en el pozo?» Así, ju n to s, acabam os hablando del pozo y de la
verdad, que su p u estam ente sale de él desnuda. T erm inada la
sesión, en el m om ento de fijar las citas siguientes, el m uchacho,
que sin em bargo p arece despabilado, m e dice: «Tengo que p re­
guntarle a m am á. —¿A qué se 'd e b e que tenga que preguntarle
a su m adre? No sabe u sted m ism o cuáles son sus días libres?
—No, tengo que p re g u n ta rle a m am á».
Viene entonces la m adre y se sienta a su izquierda. M ientras
me habla de los días en que fijarem os las sesiones siguientes, el
m uchacho tom a la m ano d erecha de su m adre con su m ano iz­
quierda y lleva su dedo índice a acariciar el in terio r del pozo
m odelado, sin que ella, que sigue hablándom e, parezca adver­
tirlo. E n lugar de dejarlo m arc h arse con su m adre, digo a ésta:
«Le ruego que espere u n in stan te, tengo que h ab lar un poco
m ás con su hijo». E lla sale y yo p regunto al joven: «¿Qué sig­
nifica el gesto que u sted le hizo h ac er al dedo índice de su m adre
en el m odelado? —¿Yo? ¿Cómo? No sé...» (Parece sorprendido,
incluso desconcertado.) R esponde, pues, como si no recordara,
como si no se hubiese dado cuenta de nada; entonces le descri­
bo lo que le he visto hacer. Y añado: «¿En qué le hace pensar
el dedo de su m ad re en el agujero de este pozo? —Ah, bueno...
yo no puedo ir al baño, m am á no m e perm ite ir al baño del
in stitu to p orque ella tiene que m irar, tiene que controlar mi caca.
—¿P o r qué? ¿Padece desde hace m ucho tiem po de problem as
intestinales? —No, pero ella lo q uiere así, y si hago caca en el
in stitu to m e m o n ta una escena. —Vaya a b u sca r a su m adre».
Vuelve la m adre, y se confirm a que tam poco ella había no­
tado n ad a del juego con su dedo en el pozo. Le digo que su hijo
(siem pre presen te) m e h a hablado de su necesidad de verificar
su excrem entación. «Claro, señora, ¿acaso no es deber de m adre

14
co n serv ar el bu en funcionam iento del cuerpo de sus hijos? In ­
cluso a m i hijo m ayor (un m uchacho de veintiún años), le m a­
sajeo el ano cada vez que va al retrete. —¿Ah sí? ¿Y p o r qué?
—El d o cto r m e o rdenó hacer eso. Cuando m i hijo m ay o r tenía
dieciocho m eses tuvo u n prolapso del recto, y el d o cto r m e dijo
que le m asaje ara el ano después de cada defecación, p a ra que
se le ab so rb iera el prolapso.»
A lrededor de este problem a se había organizado, con la pre-
p u b e rta d y luego con la p u b erta d en curso, la en ferm edad p re­
su n tam en te nerviosa de este m uchacho de catorce años cuya
m ad re no h ab ía soportado la autonom ización de su funciona­
m iento vegetativo.
E l chico trad u c ía de este m odo sus celos hacia su herm an o
m ayor, quien ten ía derecho a las prerrogativas del m asaje anal
de la m adre, m ien tras que a él ésta sólo le im ponía u n control
visual de sus excrem entos: a él, que no había tenido la «suerte»
de te n e r un prolapso del recto cuando era pequeño.
El pozo era la proyección de u n a im agen parcial del cuerpo
anal; re p resen ta b a el recto del m uchacho, el cual asociaba la
verdad de la sexualidad de la m u jer con el gozar del excrem en­
to. H ab ía perm anecido, en definitiva, en una sexualidad anal
fijada com o tal p or el deseo pervertido de una m ad re inocente­
m ente in cestu o sa respecto de sus varones, apoyándose como
p retex to en la m edicina y en el «deber» de una m ad re respecto
del «buen funcionam iento» del cuerpo-objeto de sus hijos.
Lo dicho p erm ite com prender tam bién la significación del sín­
to m a m o to r de agresión p o r m edio de patadas. La m otricidad,
que si está ad a p ta d a a la sociedad es u n a expresión del placer
anal sublim ado, se encontraba, en este m uchacho, alterad a. Sus
dos m iem bros inferiores acudían y actuaban en su síntom a
com o su stitu to del terc er m iem bro inferior: el m iem bro penia-
no. G olpeaba las piernas de su m adre con el pie p o r no p o d er
p e n e tra r su vagina con el pene.
Se observa p o r últim o de qué m anera obraba la rivalidad con
el prim ogénito, un herm ano m ayor que sólo im p erfectam en te
p o día h acer las veces de Yo Ideal, siendo m ás un m odelo regre­
sivo cuyo pu esto el m ás joven, como u n chiquillo, h a b ría que­
rid o ocupar.

E jem p lo 4. Se tra ta tam bién de un ejem plo de m odelado.


Es u n niño de ocho años que, du ran te su sesión, h a realizado un
sillón. Lo in terrogo: «¿Dónde estaría este sillón? — E n el des­
ván. —Pero parece m uy sólido, y no se ponen sillones sólidos
en el desván. —Sí, es cierto. —Pues bien, ¿si este sillón fu era
alguien, quién sería? —El abuelo... Porque dicen que está viejo
y no se q u iere m orir. —¿Así que es un fastidio que no se m ue­
ra? —B ueno, sí, p o rque en casa no hay sitio, y entonces nosotros
tenem os que d o rm ir en el dorm itorio con papá y m am á, p orque

15
él no quiere que nadie d u erm a con él en la o tra habitación».
He aquí, pues, u n anciano m olesto al que los padres habían
traíd o consigo esperando que m o riría p ro n to , un anciano paralí­
tico, siem pre sentado en u n sillón y a quien de buena gana hu­
biesen p uesto en el desván con los objetos estropeados. E ste
sillón rep resen tab a el cuerpo m olesto y dem asiado sano del vie­
jo, que im pedía vivir a u n a fam ilia alojada con estrechez. Es in­
dudable que el niño nunca h a b ría podido contar la h isto ria de
o tro m odo que con este recurso, este fantasm a, que ilustraba
una fijación anal al asiento * [siège], literalm en te hablando, fija­
ción que, p o r o tra p arte , hacía del niño un encoprético. E sta
encopresis fue la causa de que llegara a la consulta p ara reali­
zar una psicoterapia.
Tam bién aquí puede observarse la m anera en que un niño,
con ayuda de una producción plástica, antropoform iza lo que
F reud deslindó com o in stan cias psíquicas. El abuelo, en el p re­
sente caso, encarn aba u n Superyó anal (culpabilidad del hacer,
del o b ra r dinam izador, progresivo). El problem a era «deyectar»
a este h om bre sin d e ja r de conservarlo y respetarlo. P robable­
m ente sea la razón p o r la cual el niño padecía de retenciones
anales que se evacuaban con descontrol esfinteriano, al m ism o
tiem po que fracasaba en la sublim ación de las pulsiones orales
y anales, las m anipulaciones m entales que la escolaridad re p re­
sen ta p a ra u n niño.
E stos ejem plos tienen el in terés de m o strarn o s la m anera
en que, en cualquier com posición libre, se representa, se dice, la
im agen del cuerpo: y las asociaciones que el niño proporciona
vienen a actualizar la articulación conflictiva de las tres in stan ­
cias del ap arato psíquico.
En los niños (y en los psicóticos) que no pueden h ab lar di­
rectam en te de sus sueños y fantasm as com o lo hacen los adul­
tos con la asociación libre, la im agen del cuerpo es p ara el su­
jeto u n a m ediación p a ra hacerlo, y p a ra el analista el m edio
de reconocerlos. Se tra ta , pues, de u n dicho, de un dicho que
hay que descifrar, y cuya clave el psicoanalista solo no posee.
Son las asociaciones del niño las que ap o rta n esta clave con lo
cual resu lta ser él m ism o, a fin de cuentas, el analista. Porque
es él quien llega a ca p ta rse com o lugar de contradicciones inhi­
b idoras p a ra la potencia m ental, afectiva, social y sexual de
su edad.
E n tiéndase bien: la im agen del cuerpo no es la imagen dibu­
jada o representada en el m odelado; ha de ser revelada por el
diálogo analítico con el niño. A ello se debe el que, co n traria­
m ente a lo que suele creerse, el an alista no pueda in te rp re ta r
de en tra d a el m aterial gráfico, plástico, que el niño le trae; es
éste quien, asociando sobre su tra b a jo , proporciona los elemen-
* Cobra m ayor fuerza en fran cés. [R .]

16
tos de u n a in terp re tació n psicoanalítica de sus síntom as. Tam ­
b ién aquí, no d irectam ente sino asociando sobre las palabras-
que h a dicho (p o r ejem plo, el jersey rayado del boxeador). Con
lo cual, h ab lar de im agen, de im agen del cuerpo, no q uiere de­
cir que ésta sea ú nicam ente de orden im aginario, p u esto que es
asim ism o de ord en sim bólico, signo de u n determ inado nivel de
e stru c tu ra libidinal expuesta a u n conflicto que va a se r desanu­
dado m ed ian te la p alab ra del niño. Aún es preciso q u e ésta sea
recib id a p o r quien la escucha, a través de los acontecim ientos
de la h isto ria personal del niño.

E l esquem a corporal no es la im a g en del cuerpo

Los ejem plos que preceden perm iten in sistir sobre estos dos
térm inos: no debe confundirse im agen del cuerpo y esquem a
corporal.
E n todos los casos que se acaban de com unicar, se tra ta b a de
niños sanos en cuanto a su esquem a corporal; pero el funcio­
nam ien to de éste re su ltab a recargado p o r im ágenes patógenas
del cuerpo. La h erram ien ta,,el cuerpo, o, m ejor dicho, el m edia­
d o r organizado en tre el sujeto y el m undo, si cabe expresarse
así, se hallab a potencialm ente en buen estado, desprovisto de
lesiones; p ero su utilización funcional ad a p ta d a al consciente
del su jeto estab a im pedida. E stos niños eran teatro , en su cuer­
po propio, de u n a inhibición del esquem a corporal en los dos.
p rim ero s casos (enferm edad de los tics, absoluta inhibición idea-
tiva y m o triz con m utism o y sonrisa estereotipada), y de un
d escontrol del esquem a corporal en los dos siguientes (p atad as
incontrolables, encopresis). La utilización adecuada de su esque­
m a corp o ral se h allaba anulada, o b tu rad a p o r u n a libido que se
h ab ía enlazado a u n a im agen del cuerpo inap ropiada, arcaica -o
incestuosa. Libido b o rra d a debido a la falta de aquellas c a stra ­
ciones que los adultos hubiesen debido d ar a sus pulsiones ar­
caicas, y las sublim aciones que los adultos responsables de su
hum anización (educación) debieron p erm itirles ad q u irir.
E sta invalidación de un esquem a corporal sano p o r .una im a­
gen del cuerpo p e rtu rb a d a reaparece, p o r ejem plo, en el caso
del niño que d ibujó dos tanques que no conseguían co m b atir
«de veras». Al esquem a corporal no invalidado h a b ría n co rres­
pondido, p o r el contrario, u n trazo no tem bloroso, cañones que
a p u n ta ra n al adversario. O bien, en los dibujos siguientes, bo­
xeadores que tuviesen dos brazos cada uno y que no se pusie­
sen de rodillas p a ra boxear. Casi se p o d ría decir que, a despe­
cho de u n esquem a corporal sano, integrado,2 la q u e ten ía u n
brazo m enos era la im agen del cuerpo, ella era la q u e estab a de
rodillas (testim o n iando con ello la im potencia del niño p a ra
2. E l ch ico era rob u sto y físicam en te sano.

17
sostener las potencialidades de la posición erecta y las situacio­
nes de rivalidad). E n el cu arto caso, se tra ta de aquella p arte
o p artes ausentes de su im agen del cuerpo que tenían vedada su
agresividad respecto del abuelo m olesto al que los padres tenían
que ag u an tar, y que im pedían al niño identificarse con u n m u­
chacho que, él sí, triu n fab a, p orque ten ía una m adre y un padre
que no se hallaban en conflicto m utuo com o era el caso de sus
propios pad res (a causa de la presencia del abuelo), y que cola­
b o raban am bos p ara so sten er la existencia hum anizada de su
hijo y sus esfuerzos escolares.
E l esquem a corporal es una realidad de hecho, en cierto
modo es n u estro vivir carnal al contacto del m undo físico. Nues­
tras experiencias de la realid ad dependen de la integridad del
organism o, o de sus lesiones tra n sito ria s o indelebles, neuroló-
gicas, m usculares, óseas y tam b ién de nu estras sensaciones fi­
siológicas viscerales, circu lato rias, todavía llam adas cenesté-
sicas.
C iertam ente, afecciones orgánicas precoces pueden provocar
trasto rn o s del esquem a corporal, y éstos, debido a la falta o
in terru p ció n de las relaciones de lenguaje, pueden a c arrear m o­
dificaciones p asajeras o definitivas de la im agen del cuerpo. Es
frecuente, em pero, que en u n m ism o sujeto cohabiten u n esque­
m a corporal invalidado y u n a im agen del cuerpo sana. Consi­
derem os los niños afectados de poliom ielitis, es decir, de p a rá ­
lisis m otriz p ero no sensitiva. Si la enferm edad sobreviene des­
pués de la edad de tres años, o sea después de adquiridas la
m archa, la continencia esfinteriana y el saber concerniente a su
p ertenencia a un solo sexo (castración prim aria), el esquem a
corporal, incluso si está afectado en p a rte de m anera duradera,
sigue siendo com patible con u n a im agen del cuerpo casi siem ­
p re in tacta, com o se com p ru eb a en los dibujos de estos niños.
E n cam bio, el esquem a co rp o ral queda siem pre dañado, al
m enos en p arte, cuando la poliom ielitis es m uy precoz y se pre-·
sen ta en la edad de la lactan cia y de la cuna, y sobre todo antes
de la experiencia de la m archa. P ero aun cuando estos niños no
recu p eren u n esquem a co rp o ral sano, íntegro desde el pu n to de
vista m o to r y neurológico, su invalidez puede no afectar su im a­
gen del cuerpo: p a ra ello es preciso que, h asta la aparición de
la enferm edad, en el curso de ésta y después, du ran te la conva­
lecencia y la reeducación, su relación con la m adre y el entorno
hum ano haya sido flexible y satisfacto ria, sin excesiva angustia
p o r p a rte de los padres; u n a relación adap tad a a sus necesidades,
de las que hay que h a b la r siem pre com o si los propios niños
p u d ieran satisfacerlas aunque la afección m uscular causada por
la enferm edad y sus secuelas los hayan incapacitado p ara ello.
Cuando el niño se ve atacado p o r u n a invalidez, es indispensable
que su déficit físico le sea explicitado, referenciado a su pasado
no inválido o, si éste es el caso, a la diferencia congénita entre

18
él y los dem ás niños. Asimismo ten d rá que poder, con el len­
guaje m ím ico y la palabra, expresar y fan tasm atizar sus deseos,
sean éstos realizables o no según este esquem a co rp o ral lisiado.
P or ejem plo, el niño p a ra p lé jic o 3 tiene necesidad de jugar'
v erb alm en te con su m adre, hablando de correr, de saltar, cosas
que su m ad re sabe tan bien com o él que jam ás p o d rá realizar.
P royecta así este niño u n a im agen sana del cuerpo, sim bolizada
m edíante la p alab ra y las representaciones gráficas, en fa n ta s­
m as de satisfacciones eróticas, en el intercam bio de su jeto a su­
jeto . H ab lar así de sus deseos con alguien que acepta con él este
juego proyectivo, p erm ite al sujeto in teg ra r dichos deseos en el
lenguaje a p esa r de la realidad, de la invalidez de su cuerpo. Y
el lenguaje le a p o rta el descubrim iento de m edios perso n ales de
com unicación. Un niño focomélico, nacido sin m iem bros infe­
rio res o superiores, posee u n esquem a corporal lisiado. No obs­
tan te, su im agen del cuerpo puede ser com pletam ente sana y
p e rm itir u n lenguaje de com unicaciones in terh u m an as ta n com ­
p letas y satisfactorias p a ra él como las de un individuo no li­
siado. Tal es el caso de Denise Legrix, m ujer-tronco, a u to ra del
lib ro N ée com m e ç a 4 y que, inválida de nacim iento, fue am ada
p o r su p adre, su m adre y su entorno social.
Un niño con un brazo sólo puede, con este brazo, conseguir
la m anipulación de los objetos que le son necesarios. Lo que·
convierte al niño en m al socializado y h a sta en caracterial, con
u n a im agen del cuerpo m alsana, no castrable en el m om ento
del d estete y luego en el de la castración anal (el ac tu a r au tó n o ­
mo) en relación con su m adre, y que lo deja en estad o de de­
pendencia en relación con ella, con fijación fílica o fóbica, es
aquel a quien su m ad re nunca h a querido hab larle de su invali­
dez, m ien tras que él observa m uy bien la diferencia existente
e n tre su cuerpo y el de los dem ás niños.
Así pues, la evolución sana de este sujeto, sim bolizada p o r
u n a im agen del cuerpo no inválida, depende de la relación em o­
cional de los p ad res con su persona:' de que m uy precozm ente
éstos le ofrezcan, en palabras, inform aciones verídicas relativas
a su estado físico de lisiado. E stos intercam bios hum anizado-
res —o p o r el co n trario su ausencia, deshum anizadora— depen­
d erán de que los padres hayan aceptado —o no— la invalidez
del cuerpo de su hijo. ¿E stán culpabilizados en cu an to a sü
p ro p ia genitalidad? ¿E stán angustiados? ¿Se narcisiza el niño
p o r ser am ado tal com o es o, p o r el contrarío, se ve desnarcisi-
zado en su valor de in terlo cu to r que, p o r lisiado, no es am ado,
y cuya invalidez no es reconocida ni hablada? E n cu an to invá­
lido, ¿es rechazado p o r sus padres, en vez de ser reconocido en­
teram ente, com o su hijo o su h ija en la adversidad, considerado

3. P arálisis neurológica de lo s m iem b ros inferiores.


4. P arís, Ed. K ent-Segep, 1972.

19
como un ser hum ano de pleno derecho con su invalidez? Si se
lo reconoce com o sujeto de sus deseos, sím bolo de la palabra
co n ju n tam en te acordada de dos seres hum anos tutelares, que
son responsables de su nacim iento y que lo am an con todo lo
que su realidad im plica, que no in ten tan hacérsela olvidar, sus
p adres (y luego sus educadores) p o d rá n d ar a sus preguntas,
p o r m ediaciones de lenguaje y en fo rm a p a ra ellos inconscien­
te, la e stru c tu ra de u n a im agen del cuerpo sana. «Si fueras un
pájaro , podrías volar...» «Si tuvieras pies, m anos, podrías hacer
lo que hace aquel chiquillo... eres ta n astu to como él.»
Y estos niños sin brazos ni p iern as llegan a p in ta r con la
boca tan bien como los que tienen m anos; y los que sólo tienen
pies, se vuelven ta n diestros con ellos com o lo son otros con las
m anos. Pero esto sólo es posible si se los am a y sostiene de
acuerdo con los recursos creativos que conservan y que operan
como re p resen ta n te s de sus pulsiones en los intercam bios con
el prójim o.
Un ser hum ano puede no h a b e r estru c tu rad o su im agen del
cuerpo en el tran sc u rso del desarrollo de su esquem a corporal.
Como acabam os de observar, ello puede deberse a lesiones, a
enferm edades orgánicas neurovegetativas o m usculares preco­
ces; tam b ién a enferm edades neonatales, secuelas de accidentes
obstétricos o de infecciones que h an destruido zonas de percep­
ción sutil en la p rim era infancia (sordera, anosm ia, labio lepo­
rino, ceguera, etc.).
Pero cabe fo rm u lar la hipótesis de que la no estructuración
de la im agen del cuerpo se debe en gran p a rte al hecho de que
la instancia tu telar, d eso rien tad a p o r no obtener nunca las res­
p u estas h ab itu alm ente esperadas de u n niño de esta edad, ya
no in ten ta com unicarse con él de o tra m anera que m ediante un
cuerpo a cuerpo dirigido sólo a la satisfacción de sus necesida­
des, y abandona su hum anización. Es m ás que probable que un
ser hum ano com o éste, puesto que su cuerpo sobrevive, sería
capaz de elaborar, ta rd e o tem p ran o , u n a im agen del cuerpo
con raíz en el lenguaje según unas m odalidades que le serían
propias, p o r m ediación de re fere n tes relaciónales sensoriales y
de su com plicidad afectiva con alguien que lo am a, que lo in tro ­
duce en u n a relación tria n g u la r y que así le perm ite advenir a
la relación sim bólica.
E n niños precozm ente inválidos poliom ielíticos, p o r ejem ­
plo, con u n esquem a co rp o ral m ás o m enos gravem ente m enos­
cabado, puede m uy bien revelarse u n a im agen del cuerpo p er­
fectam ente sana, a condición, com o m ínim o, de que antes de la
poliom ielitis no hayan sido neuróticos y de que d u ran te el pe­
ríodo agudo de la enferm edad hayan contado con el sostén de
la m ad re y el p adre, en su relación con el prójim o y consigo
m ism os. D ibujan entonces cuerpos que no p resen tan ninguna
de las disfunciones o carencias que ellos m ism os padecen.

20
Im agen del cuerpo y esquem a corporal:
cóm o distinguirlos

Volvam os ahora, desde otro ángulo, a n u e stra distinción


básica.
El esquem a corporal especifica al individuo en cuanto re p re ­
sen tan te de la especie, sean cuales fueren el lugar, la época o las
condiciones en que vive. E ste esquem a corporal será el in té r­
p re te activo o pasivo de la im agen del cuerpo, en el sentido de
que p erm ite la objetivación de una intersubjetividad, de u n a re­
lación libidinal fundada en el lenguaje, relación con los otros
y que, sin él, sin el soporte que él representa, sería, p a ra siem ­
pre, u n fan tasm a no com unicable.
Si, en principio, el esquem a corporal es el m ism o para todos
los individuos (de u n a m ism a edad o viviendo bajo un m ism o
clim a, poco m ás o m enos) de la especie hum ana, la im agen del
cuerpo, por el contrario, es propia de cada uno: está ligada al
su jeto y a su historia. Es específica de una libido en situación,
de u n tipo de relación libidinal. De ello resu lta que el esquem a
corporal es en parte inconsciente, pero tam bién preconsciente y
consciente, m ientras que la imagen del cuerpo es em in en tem en ­
te inco n scien te; puede to rn arse en p arte preconsciente, y sólo
cuando se asocia al lenguaje consciente, el cual utiliza m etáfo­
ras y m etonim ias referidas a la im agen del cuerpo, tan to en las
m ím icas, fundadas en el lenguaje, com o en el lenguaje verbal.
La im agen del cuerpo es la síntesis viva de nuestras expe­
riencias emocionales', interhum anas, repetitivam ente vividas a
través de las sensaciones erógenas electivas, arcaicas o actuales.
Se la puede co n siderar com o la encarnación sim bólica incons­
ciente del su jeto deseante y ello, antes inclusive de que el indi­
viduo en cuestión sea capaz de designarse por el pronom bre-
perso n al «Yo» [Je ], antes de que sepa decir «Yo» [ /e ] . Lo..que-
quiero h acer en ten d er es que el sujeto inconsciente deseaaie-en-
relación con el cuerpo existe ya-desde la concepción.^ La im agen
del cuerpo es a cada m om ento m em oria inconsciente de toda la
vivencia relacional, y al m ism o tiem po es actual, viva, se halla
en situación dinám ica, a la vez narcisística e in te r relacional:
cam uflable o actualizable en la relación aquí y ahora, m ediante
cu alq u ier expresión fundada en el lenguaje, dibujo, m odelado,
invención m usical, plástica, como igualm ente m ím ica y gestual.
Gracias a nuestra imagen del cuerpo portada por — y entre­
cruzada con— nuestro esquem a corporal, podem os entrar en
com unicación con el otro. Todo contacto con el otro , sea de
com unicación o de evitam iento de com unicación, se asienta en
la im agen del cuerpo; p orque no es sino en la im agen del cuer­
po, soporte del narcisism o, que el tiem po se cruza con el espa-

21
cio y que el pasado inconsciente resuena en la relación presen­
te. E n el tiem po actual sigue repitiéndose en filigrana algo de
u n a relación de un tiem po pasado. La libido se moviliza en la
relación actual, pero puede re s u lta r d esp ertad a por ella, re-sus­
citada, u n a im agen re la tio n a l arcaica que h abía quedado re p ri­
m ida y que entonces retorna.
Aprovechem os p a ra señalar que el esquem a corporal, que
es ab stracción de u n a vivencia del cuerpo en las tres dim en­
siones de la realidad, se e s tru c tu ra m ediante el aprendizaje y
la experiencia, m ientras que la im agen del cuerpo se estru ctu ra
m ediante la com unicación en tre sujetos y la huella, día tra s día
tras día m em orizada, del gozar fru strad o , coartado ·ο prohibido
(castración, en el sentido psicoanalítico, del deseo en la reali­
dad). Por lo cual ha de ser referid a exclusivam ente a lo im a­
ginario, a una in tersu b jetiv id ad im aginaria m arcada de en tra­
da en el ser hum ano por la dim ensión sim bólica.
Para decirlo con o tras p alabras: el esquem a corporal refiere
el cuerpo actual ..en el espacio a la experiencia inmediata. Pue­
de ser independiente del lenguaje, entendido como historia re­
latio n al del su jeto con los otros. El esquem a corporal es in­
consciente, preconsciente y consciente. El esquem a corporal es
evolutivo en el tiem po y en el espacio. La imagen del cuerpo
refiere el su jeto del deseo a su gozar, m ediatizado por el len­
guaje m em orizado de la com unicación entre sujetos. Puede h a­
cerse independiente del esquem a corporal. Se articula con él a
través del narcisism o, originado en la cárnalización del sujeto
en la concepción. La im agen del cuerpo es siem pre inconscien­
te, y está constituida por la articulación dinám ica de una im a­
gen de base, una imagen funcional, y una imagen de las zonas
erógenas donde se expresa la tensión de las pulsiones.

E n psicoanálisis, la función del diván

E n la técnica psicoanalítica, la neutralización del esquem a


corporal p o r la posición acostada del paciente es lo que ju sta ­
m ente perm ite el despliegue de la im agen del cuerpo. La im a­
gen del cuerpo queda p u esta en juego, m ien tras al m ism o tiem ­
po la visión del cuerpo —y sobre todo de la expresión del ros­
tro — del analista es im posible, lo cual provoca en el analizante
u na rep resen tació n im aginaria del o tro y no una captación de
su realidad visible. Hay, pues, u n a ausentización del gozar de
las pulsiones escópicas, y una fru stració n del gozar de las pul­
siones auditivas (puesto que es el analizante el que habla, y el
analista m uy poco). En cierto m odo, sin saberlo, F reud se sirvió
de la im agen d e l cuerpo, e incluso se sirvió de ella m ás de lo
que hoy en día lo hacem os nosotros, p o rq u e fru stra b a a sus pa­

22
cientes de toda satisfacción genital d u ran te el tiem po de la
cura.
B úsqueda de deseo y defensa co n tra los deseos son procesos
de lenguaje constructivos p ara la imagen del cuerpo dirigidos
a p ro teg er la in tegridad del narcisism o al m ism o tiem po que la
in teg rid ad del esquem a corporal, es decir, el cuerpo m ism o en
cuanto con ju n to carnal cohesivo que debe p erm anecer íntegro
p ara percibir. Así, con ocasión de un dolor dem asiado intenso,
todo el organism o (¿todo el psiquism o?) presiente q u e el cho­
que con un obstáculo del cuerpo sufriente en tal o cual lugar
herido o dolorido, p o d ría provocar u n a no seguridad, y ello in­
duce la protección de sí en una preservación de d istan cia res­
p ecto de los otros. E sto incum be al esquem a co rp o ral im agina­
do consciente, aquí no se tra ta de la im agen del cuerpo.
Puede acontecer tam bién que procesos afectivos de dene­
gación del placer-displacer, o aun procesos ideativos de denega­
ción del objeto erótico m ediante el lenguaje del cuerpo o el
lenguaje verbal, apunten a proteger al sujeto de u n a experien-,
cia rep etid a de la cual no puede esp erar m ás que desagrado.5
Es in teresan te p a ra el psicoanalista ca p ta r la dinám ica del de­
seo inconsciente en sus diferentes niveles: prim ero está el nivel
del cuerpo-cosa, después los niveles revelados p o r la im agen del
cuerpo de cada estadio en su aspecto trin ita rio inconsciente:
lenguaje m ím ico, visceral o gestual inconsciente.
E n el caso p o r m í citado del m odelado de] pozo,6 se observó
de qué m an era la im agen del cuerpo parcial anal p o d ía verse
actualizada en u na vivencia relacional. Añadam os la ilu stració n
de esa chiquilla que en su p rim era sesión dibuja, hallándose
sola conmigo, un bellísim o jarrón con flores desplegadas, m ar­
cando el nivel del agua en la que se sum ergen los tallos. Des­
pués, tengo una entrevista con la m adre en p resencia de la
chiquilla. Ahora bien, hecho esto, d u ra n te este tiem po, u n se­
gundo dibujo, el de u n m inúsculo vaso con flores sin nivel de
agua, con u n m inúsculo ram ito de flores m architas dentro. Se
advierte aq u í la diferencia de la im agen del cuerpo de la niña,
tal como es experim entada inconscientem ente según que esté
en p resencia de su m adre o sin ella. En relación con su m adre
se siente lastim osa y m archita, m ientras que, cuando es única
in terlo cu to ra de la analista que la escucha, siente derecho a
expandirse y a afirm ar su belleza seductora n arcisística.
La p resencia de su m adre no m odifica el esquem a corporal
de la chiquilla; en cam bio, trae ap arejad a una m odificación en
la im agen del cuerpo y, p o r ello m ism o, en su rep resen tació n
proyectiva. E sta m odificación p erm ite com prender las relacio­

5. E jem p lo corrien te es la tim idez, y su len guaje del cuerpo: «rubo­


rizarse», «sudar». La neu rosis correspon dien te es la eritrofob ia, pero la
tim id ez n o es neurótica.
6. V éase pág. 13.

23
nes actualm ente p e rtu rb a d a s e n tre m ad re e hija. Los síntom as,
m otivos de la consulta, quedan así ilustrados. Gracias a sus
dos dibujos, la niña expresa aquello que h a experim entado de
su’ narcisism o herido en la relación con su m adre, algo que sólo
puede ser resuelto, descifrado, gracias al trab a jo psicoanalítico.
E ste descifram iento debe efectuarse, no sólo en lo que atañe
al deseo de la chiquilla en su relación con el deseo de la m adre
y viceversa, sino tam bién con respecto al deseo de cada una de
ellas en su relación tria n g u la r edípica —actual p ara la niña,
pasada p a ra la m adre—, es decir, con respecto al objeto de su
deseo genital: p ara la niña, su p ad re o, dicho de o tra m anera,
el cónyuge de su m adre.
La situación trian g u lar que el analista pone de m anifiesto
con su sola presencia, situación trian g u lar de la m adre hablan­
do con el analista, coloca a la n iñ a en u n a situación relegada
de flo r7 ajad a y ya sin vitalidad, m ien tras que la situación dual
de la niña con el an alista la h ab ía narcisizado. (El analista,
aunque en este caso sea m u jer, parece ocupar el lugar del p a­
dre.) E ste dibujo expresa la experiencia dolorosa de la ca stra­
ción genital en esta niña, quien se im agina, a causa de su m a­
dre, en lugar no deseable p a ra su padre.
Gracias a la observación y la escucha de los niños, p o r un
lado en sus relaciones reales, fam iliares y am istosas, y p o r otro
en la relación transferencial d u ra n te la sesión analítica, he po­
dido com prender la función capital de la im agen del cuerpo
del paciente, de la suya propia, y de su proyección sobre otro
en todo fan tasm a existencial de presencia p a ra sí m ism o y p ara
el m undo.

Técnica de análisis adaptada a los niños

In v itar a d ib u jar o m odelar al niño que se encuentra en se­


sión analítica no significa ju g ar con él. P ara el psicoanalista, la
regla es no co m p artir activam ente el juego del niño, es decir,
no m ezclar activam ente sus fan tasm as con los del niño en cura;
lo cual supone que el an alista no erotiza su relación con el
paciente, n i que persigue ninguna clase de reparación. Se tra ta
de un trab a jo , de u n a p u esta en p alab ras de los fantasm as del
niño, a los que se suele ver en las p rim eras entrevistas expre­
sarse tan sólo p o r m iradas y no p o r el juego. Al igual que los
adultos, los niños no vienen al consultorio del psicoanalista a
d istraerse, a divertirse. Vienen a expresarse de verdad. Muchos
niños que tuvieron o p o rtu n id ad de realizar un tratam ien to psi-

7. Flor: proyección de la zona erógena de la im agen del cuerpo


oral-anal pasiva, lugar donde prod u cen su s fru tos las plantas, criaturas
vivas individuadas pero sin an im ación n i m otricid ad.

24
coanalítico no p u d iero n sacarle ningún fru to por el solo hecho
de que se les h abía significado las sesiones de p sico terap ia con
estas palab ras: que iban a ju g ar con u n señor o u n a señ o ra al
que le g u stab an los niños. El resultado fue u n a relación eroti-
zada, la continuación de u n «ser el juguete de otro».
E l papel del p sicoanalista es, precisam ente, no s u s titu ir p o r
u n deseo su p u estam ente sano el deseo supu estam ente patoló­
gico de los pad res, ni «raptar» al niño de los genitores o edu­
cadores que, teóricam ente, fueron o son o serían m alos p a ra
él; sino, p o r el contrario, p erm itir al niño, m ediante gestos,
m ediante signos fundados en el lenguaje, a los cuales se añaden
p alab ras dirigidas a su persona (en presencia de los p ad res o
no), sab er que el analista cuenta con la confianza de los padres,
los cuales siguen siendo responsables, tal como son, de su tu te ­
la, p a ra que él alcance su propia com prensión de aquello que
lo h acer sufrir. Puede entonces reen co n trarse sujeto deseante
en el triángulo inicial de su escena p rim aria y si, en efecto,
sufre, acep tar, al m enos a prueba, el co n trato que se le p ro p o ­
ne: no de ju g a r p o r placer sino de expresarse dirigiéndose al
an alista p o r m edio de su juego, dado que aún no puede expre­
sa r con p alab ras sus pensam ientos, sus sentim ientos, sus fan­
tasm as. Sus dibujos y m odelados están destinados a ser h ab la­
dos, se hallan en la transferencia, como lo están p a ra la técnica
p sico an alítica de adultos los sueños, fantasm as y la asociación
libre.
A ñadiré que tengo p o r principio, frente a niños que aú n no
h an ab o rd ad o el Edipo, aun cuando no sean grandes au tistas
y grandes fóbicos, y tengan la edad que tengan, verlos al co­
m ienzo d elante de sus padres, después ver con frecuencia a los
p ad res solos y, cada vez que el niño lo desea, d e ja r a sistir a
éstos a las sesiones y h asta p artic ip a r en ellas.
S iem pre m e he negado a ju g ar con el niño en la sesión an a­
lítica. Así com o con un paciente adulto no entram os en conver­
sación, con el niño no tenem os que m ezclar nuestros fan tasm as
a los suyos, sino que debem os estar a la escucha, a través de
su com portam iento, de lo que él tiene que decir, de lo que
siente y de lo que piensa, y que a p rio ri aceptam os to talm en te.
P artien d o de su dibujo el niño acaba hablando, p o r asocia­
ciones de ideas, de su padre, de su m adre, de sus herm anos, de
su en torno, de m í m ism a en relación con él, y de las in te rp re ­
taciones que le propongo. E stas «interpretaciones» son, al igual
que con los adultos, preguntas relativas a la reviviscencia de
tal o cual fan tasm a, y sobre todo paralelos en tre sus asociacio­
nes, en lo to can te a tal o cual etapa cum plida de su vida.
No obstan te, dibujos y m odelado no le son p ro p u e sto s con
la finalidad de que hable de su padre, de su m ad re ... Al igual
que los sueños y fantasm as de los adultos, son testim onios del
inconsciente. Todo dibujo, toda representación del m u n d o es ya
una expresión, u na com unicación m uda, un decir p a ra sí o un
decir al otro. E n sesión, es u n a invitación a la com unicación
con el analista, a lo cual conviene a ñ a d ir que, cuando el niño
habla en sesión (igual que sucede con el adulto), si alude a su
padre, su m adre, sus herm anos, no h abla de la realidad de es­
tas personas sino de este p ad re en él, de esta m adre en él, de
estos herm anos en él; es decir, lisa y llanam ente, de u n a dialéc­
tica de su relación con estas personas reales que, en sus verba-
lizaciones están ya fantasm atizadas.
Creyendo h ab lar de la realid ad de estas personas, de hecho
habla de estas p ersonas tal com o él se las representa, en rela­
ción con su p ro p ia subjetividad, y estas experiencias resu ltan
de superposiciones en el curso de su h isto ria en su relación
con los adultos. De ahí deriva la posibilidad de proyección de
esta vivencia relacional en la rep resen tació n plástica que yá
hem os descrito en térm inos de antropom orfización. A mi p re­
gunta: «¿Quién sería el sol?», p re g u n ta que pone en condicio­
nal la posibilidad de asociar sobre el sol, el niño puede contes­
tar: «El sol sería papá, la h ierb a sería Fulano...». Aún puedo
p reguntarle: «Si tú estuvieras en tu dibujo, ¿dónde estarías?»,
no olvidando que el níñito es incapaz de e n tra r en relación sino
a través de la proyección. E n efecto, sólo con la castración edí-
pica y la en tra d a en el orden sim bólico de la Ley, la m ism a
p ara todos, se h a rá posible la relación directa real. H asta en­
tonces, u n señor es referenciado al padre, p resen te o ausente,
u n a señora a la m adre, p re sen te o ausente. Así pues, sólo p o r
la observación de sus in terp retacio n es proyectivas —«Abuela
sería la taza», «Abuelo sería el sillón»— vemos h asta qué punto
un niño p re sta u n a p a rte o la to talid a d de su im agen del cuer­
po a objetos, anim ales, personas, etc.; y es en el m om ento en
que se cum ple esta proyección cuando com unica su vida in­
consciente.
Un niño de diecisiete o dieciocho m eses está a la ventana,
m ira el cielo. P o r vez p rim e ra es atra íd o por la visión de u n a
estrella en el cielo todavía claro. Viene su m adre y cierra los
postigos. «¡Espera, espera, m ira!», dice él. Su m adre le explica:
«Es una estrella, es el lucero del alba, la p rim era estrella que
se ve en el cielo». Y añade: «Hace frío, hay que ce rra r la ven­
tana». A bandonando a disgusto su puesto, el niño lanza esta
exclam ación: «¡Adiós, princesa!», añadiendo un gesto de despe­
dida con la m ano. No se les dice adiós a las princesas de los
cuentos de hadas, pero se le dice adiós a u n a estrella que brilla
com o la m irad a de la m adre, referid a a la princesa del corazón
del niño, a la prin cesa que ella es p a ra él.
Tom ado de la realidad, este ejem plo perm ite hacerse una
idea de lo que puede re p re se n ta r el cielo en el dibujo de un niño.
B asta con observar que el chiquillo que m ira al adulto de aba­
jo a rrib a ve la cabeza de sus padres perfilarse sobre el cielo,

26
cuando están al aire libre, y asocia entonces su ro stro con la
p ersona figurada que ocupa el cielo, es decir, con su Dios o su
Rey en la realidad espacial de su dibujo: con su Dios en la
«realidad im aginaria» (la om nipotencia fan tasm atizad a p a re n ­
tal), la de la om nipotencia cósm ica y divina, y con la om nipo­
tencia que rein a sobre su com portam iento, sim bolizada por
las p alab ras «Rey» o «Reina», vía p ara re en co n tra r en el cielo
in fan til la in stan cia Superyoica o el Yo Ideal.8
La im agen del cuerpo —previam ente al Edipo— puede p ro ­
yectarse en toda representación, sea cual fuere, y no solam ente
en represen tacio n es hum anas. Es así como un dibujo o m ode­
lado de cosa, vegetal, anim al o hum ano es a la p a r im agen de
aquel que d ib u ja o m odela e im agen de aquellos a los que dibu­
ja o m odela, tales com o él los querría, conform es con lo que
él se p erm ite esp erar de ellos.
T odas estas representaciones están sim bólicam ente enlaza­
das a las em ociones que h an m arcado su persona en el curso de
su h isto ria, y aluden a las zonas erógenas que fueron prevale­
ciendo en él sucesivam ente. Es sabido que el predom inio, la
electividad de las zonas erógenas se modifica, se desplaza en
la m ed id a del crecim iento del sujeto y del desarrollo de su
esquem a corporal tal com o lo perm ite el sistem a neurológico
del niño (incom pleto al nacer y que sólo se co m pletará hacia
los veintisiete o tre in ta m eses). E sta evolución de la erogenei-
dad no es únicam ente el desenvolvim iento de un p ro g ram a fi­
siológico, sino que está e stru c tu rad a p o r el tem or de la relación
in terp síq u ica con el otro, en p artic u la r la m adre, y de ello es
testim onio la im agen del cuerpo.
R elación in terp síq u ica significa que la necesidad no es lo
único en cuestión, o que no se tra ta únicam ente de u n cuerpo
a cuerpo. P or ejem plo, cuando el niño pide un caram elo a su
m adre, el placer que así anticipa está articulado con el desa­
p arecido placer del contacto de su boca con el pezón o la
tetina, p ero se h a desprendido de lo nutritivo de la lactación
tan to com o del olfato del olor m aterno. R ecibir el caram elo es
u n a p ru e b a de que la persona que se lo da lo am a, que él pue­
de sen tirse am ado p o r ella y reconocido por ella en su deseo.
Es un don de am or.9 Por lo dem ás, si hay negativa a satisfacer

8. E l Y o Id eal es u n a in stan cia que tom a a un ser de la realidad


(un Tú) com o punto de referencia idealizado (m odelo), para el pre-sujeto
que es Yo [Moi] referido a Tú. M odelo m aestro, con derecho a decir «Yo»
[Je], D esp u és del E dipo, el su jeto es él m ism o el su jeto Y o [Je] que
asu m e Yo [M o/] su com p ortam ien to m arcado por la ley genital tanto
com o lo están los adultos; y el Ideal del Yo ya n o está referid o a alguien,
sin o a un a ética que sirve al Yo [M oi] com o apoyo im agin ario para el
acceso de la edad adulta.
9. Por desd icha, esto no prueba siem pre en la práctica que es am ado
en su persona; porque el caram elo es a veces el m edio de rechazar su
dem anda de relación; se intenta hacerlo callar dándole un caram elo.

27
la dem anda del caram elo, reconociendo a la p ar el hecho de
que el niño dem anda con ello a alguien una relación con él, y
si este alguien se in tere sa entonces en la p ersona del niño,
le habla, se com unica con él, esto p ru e b a al niño que es am a­
do, aun cuando se le reh ú se u n a gratificación del cuerpo. E ste
am or que se le da, aunque no se haya respondido a su dem anda
de placer bucal, le concede u n p lacer de valor hum ano am plia­
m ente com pensatorio.
Como se h a dicho, sólo con la e n tra d a en el orden sim bólico,
por obra de la castración edípica, la relación verdadera en la
p alab ra p o d rá ex presar claram en te a aquel que habla, en cuan­
to su jeto responsable del o b ra r de su Yo, que su cuerpo m ani­
fiesta. H asta ahí, el deseo p ro p io del niño, sea olfativo, oral,
anal, u re tra l (en el varón) o genital (en el varón y la niña), no
puede expresarse directam en te de u n a m anera, fundada en el
lenguaje, autónom a, re ferid a p artic u la rm en te a las instancias
tu telares y dependiente de éstas: instancias que, focalizando el
deseo, definen el m undo relacional del niño. Este sólo puede
expresar su deseo p o r el sesgo de deseos parciales, a través de
las proyecciones re p resen tad as que de aquél ofrece. De ahí la
im portancia teórica y p ráctica —en el psicoanálisis— de la
noción de im agen del cuerpo en los niños de edad preedípica.
El deseo del niño se expresa fre n te a cualquier hom bre o cual­
q uier m u jer —in c lu id o . el an alista— con la prudencia defensi­
va necesaria p ara la preservación de la estru ctu ració n en curso.
El niño no moviliza en la relación con una persona extrafa-
m iliar aquellas pulsiones eróticas que deben perm anecer com ­
p ro m etidas en la situación em ocional aseguradora del espacio
fam iliar, situación inconscientem ente erótica frente a los dos
progenitores. Es que, en su realidad, estas personas parentales
son los garantes de su cohesión n arcisística, referenciados en
el tiem po a su escena p rim aria, y en el espacio a su relación
actual de dependencia a su respecto, p a ra sobrevivir. Su deseo
estru c tu ran te incestuoso (inconsciente, p o r supuesto), hom ose­
xual y /o heterosexual, está y debe p o r tan to seguir com prom e­
tido respecto de su p ad re y su m adre. Por consiguiente, las em o­
ciones suscitadas en su situación eró tica actual, en trance de
evolución hacia la instalación (el m ontaje) com pleta del Edipo 10
sobre los padres, no pueden ser tran sferid as sobre el psicoana­
lista sin peligro p a ra la cohesión n arcisística del niño, no m ás
que sobre cualquier o tra persona fem enina o m asculina. El pe­
ligro se deriva del riesgo de que el niño no pueda tra n sfe rir
proyectivam ente m ás que las em ociones no castradas, no sim ­
bolizadas, ligadas a pulsiones arcaicas: y este riesgo se incre­
m enta si, como suele acontecer, los propios padres regresan, a

10. V éase Au Jeu du désir, P aris, Ed. du Seuil, 1981, «Le com plexe
d ’Œ dipe, ses étapes stru ctu ran tes et leu rs accidents».

28
cau sa del trata m ien to de su hijo, a posiciones libidinales igual­
m en te arcaicas, p o r ejem plo, m ediante una actitu d de confian­
za incondicional o de desconfianza irracional hacia el analista
de su hijo. E l niño queda entonces com prom etido en u n a situ a­
ción sin salida, donde tiene que hacer fren te a co m p o rtam ien ­
tos inconscientes arcaicos, erotizados y erotizantes, de sus p a­
dres. E stos, aunque siem pre responsables de su educación, no
pueden seguir re p resen tan d o el Yo Ideal en m asculino y en
fem enino, desde el m om ento en que com portam ientos co rres­
pondientes a u n a libido arcaica se ponen a dom inar sobre su
com po rtam ien to de adulto anim ados, uno respecto del otro, p o r
el deseo genital.
Cuando u n niño se encuentra en trata m ien to , m ás aún que
p a ra cu alq u ier niño en tran ce de evolución en fam ilia hacia
el E dipo y hacia la castración del deseo incestuoso genital, es
im p o rtan te que los padres asum an su puesto de responsables
del niño y de su castración, afirm ando su deseo autónom o de
adultos, con su confianza en sí m ism os tal com o se sienten, adul­
tos en tre los adultos de su edad; en síntesis, ese narcisism o que
tienen que conservar.
La regresión posible de los adultos tutelares, pad res, com o
cu alqu ier adulto, ante los deseos arcaicos del niño, explica p o r
qué es im pensable form ar psicoanalistas que sean únicam ente
psicoanalistas de niños. Un analista de niños debe ser obligato­
riam ente p rim ero y tam bién aún psicoanalista de adultos.
De ahí la necesidad p a ra nosotros, analistas, de asu m ir en
ciertos casos la escucha del discurso (o del silencio) de un
determ in ad o niño y el tra b a jo de la sesión en presencia de uno
de sus p adres, m ien tras el niño tenga deseo de una presen cia
p ro te c to ra en relación con la persona ad u lta que som os. Dado
que acep ta acu d ir a la consulta del analista y p erm a n ece r en
sesión, q u iere ciertam en te ser ayudado, pero no en d etrim en to
de su relación con sus padres, m ientras no alcance u n a abso­
lu ta seguridad respecto de nosotros; es decir, m ien tras no esté
seguro de que resp etam os en él al hijo de sus padres y, a través
de él, a esos p ad res que son los suyos, tal com o son, sin la m e­
n o r preten sió n de sep ararlo de ellos cuando a ellos está fijado,
ni de m odificar sus com portam ientos respecto de él.
La necesidad de ser psicoanalista de adultos se im pone en
relación con la decisión de to m ar o no en tra ta m ie n to a u n
niño que es traíd o p o r síntom as que inquietan a su m édico, a
sus p ad res o educadores, siendo que él m ism o todavía no sufre
perso n alm en te de nada, gracias, precisam ente, no cabe duda,
a estos síntom as. Las sesiones prelim inares con los pad res, ju n ­
tos o separados, sin la presencia del niño, p o r sí m ism as pueden
m e jo ra r considerablem ente el estado del niño, lo cual lleva a
co m p ren d er que son los padres, en su relación recíproca, o uno
u o tro de ellos, angustiado p o r una neurosis personal, quienes

29
provocaban, al no h ab lar de estas angustias, el síndrom e reac­
tivo del niño. Ocho v e c e s'so b re diez, el sujeto a tra ta r no es
el niño sino una de las personas, herm ano m ayor o padre, de
su entorno, del que el niño es, ignorándolo unos y otro, el
«reactivo» que h a alertado a la fam ilia.
En el caso de un niño efectivam ente afectado en su persona
p o r trasto rn o s irreversibles y que le causan sufrim iento, lo im ­
p o rtan te es que sus padres sigan siendo sus educadores, anim a­
dos día tra s día p or un proyecto pedagógico y por un deseo de
dirección a su respecto. El papel del psicoanalista es com pleta­
m ente diferente: él no se ocupa directam ente de la realidad,
sino sólo de lo que el niño percibe de ella, actualm ente refe­
rido a toda su h isto ria p asad a libidinal.
El in terés de d escifrar la im agen del cuerpo a través de las
ilustraciones gráficas y plásticas que de ella proporciona el
niño, rad ica en com p ren d er de qué m anera puede e n tra r en
com unicación de lenguaje, expresarse de verdad con un adulto,
sin p o r ello hablarle. En los encuentros en que el niño no
habla, el adulto suele reaccio n ar con un: «¿Has perdido la
lengua?», sin co m prender que precisam ente este niño no pue­
de «tom ar» * la lengua con él o con ella. Aun sin desconfianza
(si los p adres no la experim entan), aquí el niño no se encuen­
tra todavía seguro con u n adulto de quien ignora cómo conoce
o desconoce, resp eta o no, el libre juego tan to de las relaciones
en tre sus pad res com o de sus propias relaciones con éstos.
Una p ersona que le ex ig e'h ab lar, siendo que él no la conoce
y que aún está sum ido en la p rim acía de su relación con sus
padres, esta p ersona es sentida com o violadora, rap to ra, res­
pecto del deseo del niño y de p alab ras que éste no tiene p ara
darle. Lo sería m ás aún si, p o r seducción, quisiera «jugar» con
el niño o si, sin que él sea consciente del «oficio» del adulto
a quien sus pad res lo conducen, se co m p o rtara como poseyen­
do derechos sobre su persona: con el pretexto de que sus p a­
dres tienen el deseo de que él e n tre en relación con ella, que
aún le es desconocida y de la que no h a com prendido cómo
ni con qué fundam ento está al servicio de su propia persona.

I magen del cuerpo

P U L S I O N E S DE VIDA Y DE M U E R T E

P ara un ser hum ano, la im agen del cuerpo es a cada instan­


te la rep resen tació n inm anente inconsciente donde se origina
su deseo. Siguiendo a F reud, pienso que las pulsiones tenden­
tes al cum plim iento del deseo son de vida y de m uerte. Las pul­
siones de vida, siem pre ligadas a u n a representación, pueden

* «Tomar» la lengua: «tom ar» la palabra. [R .]

30
ser activas o pasivas, m ien tras que las pulsiones de m u erte,
reposo del su jeto , carecen siem pre de representación, y no son
ni activas ni pasivas. Se las vive en una falta de ideación. Las
p u lsio n e s. de m u erte predom inan d u ran te el sueño profundo,
las ausencias, el com a. No se tra ta de deseo de m orir, sino de
descansar.
Las pulsiones de m u erte se caracterizan por carecer de re ­
p resen tació n residual de relaciones eróticas con el o tro . Son
propias de u n cuerpo no alertable p o r el deseo. Las pulsiones
de m u e r te . in citan regularm ente al sujeto a re tira rse de toda
im agen erógena, com o en el sueño profundo, como en el des­
vanecim iento que -sucede a u n a em oción intensa, coíno igual­
m en te en la enuresis o en la encopresis secundaria surgidas
en u n niño que era ya continente, cuyo esquem a corporal había
ad q u irid o ya la continencia n atu ra l de todo m am ífero y que,
con fro n tad o con u n estado em ocional inasim ilable p o r su im a­
gen del cuerpo y la ética a ella enlazada, un estado que su
narcisism o no puede rep resen tarse, equivale al adorm ecim ien­
to, o bien de u n a im agen de funcionam iento, o bien de u n a
im agen de zona erógena, aquí la zona erógena u re tra l o anal.
D uerm e entonces, no ya como u n niño de tres años, sino
com o el que fue antes de la continencia diu rn a y n o ctu rn a de
un esquem a co rp o ral de tres años. Puede así p erd er, p o r pul­
sión de m u erte, d u ra n te la vida vigil o dorm ida, esa co n tin en ­
cia que no o b stan te, com o he dicho, todo m am ífero ad q u iere
esp o ntáneam ente; puede p erd erla p o r o b ra de un deseo que
él se prohíbe, que m ien tras duerm e le hace volver a una im agen
del cuerpo arcaica. M ientras duerm e, porque es entonces cuan­
do su esquem a corporal continente puede re su ltar n eu traliza­
do p o r reviviscencia de u n período relacional libidinal de su je­
to a su jeto en que el crío fue largo tiem po inm aduro neuro-
lógico, y p o r ello incontinente. El dorm ir, en efecto, se carac­
teriza p o r el predom inio de las pulsiones de m u erte y p o r el
ad o rm ecim iento —literalm ente— de las pulsiones de vida (sal­
vo en el so ñ ar).11
La im agen del cuerpo es siem pre im agen potencial de com u­
nicación en un fantasm a. No existe ninguna soledad h u m an a
que no esté acom pañada p o r la m em orización de u n contacto
pasado con un o tro antropom orfizado, ya que no real. U n niño
so litario siem pre está p resen te p ara sí m ism o a través del fan­
tasm a de una relación pasada, real y narcisizante, e n tre él y
o tro, u n otro con el cual ha tenido en la realidad una relación
que él h a introyectado. El niño fantasm atiza esta relación, com o
el b ebé que, solo en su cuna, presentifica a su m adre con sus
lalaciones, creyendo re p e tir los fonem as que ha oído de ella y
11. En el su eñ o, el su jeto n o se com unica con el ob jeto en su realidad
sino con el ob jeto fan tasm atizad o o con el ob jeto introyectado. E l sueño
es el guardián del dorm ir.

31
entonces, con esta ilusión, no se siente ya solo, sino por y con
ella.
La visión del m undo del chiquillo se adecúa a su im agen
del cuerpo actual y depende de ésta. Así pues, será por m edia­
ción de esta im agen del cuerpo com o podrem os e n tra r en con­
tacto con él.
Desde el m om ento de nacer, los contactos percibidos p o r el
cuerpo del niño ya h an estad o acom pañados de palabras y fo­
nem as. Las p alabras, con las cuales pensam os, fueron en un
principio p alab ras y grupos de p alab ras que acom pañaron a
las im ágenes del cuerpo en contacto con el cuerpo de otro.
E stas palab ras serán oídas y com prendidas por el niño de
u n a m an era que diferirá según el estadio que haya alcanzado.
Es_ necesario, p o r tan to , q u e n o so tro s,. psicoanalistas, lo com­
prendam os, que las p alab ras em pleadas con los niños sean pa­
labras que co rresp ondan a u n a experiencia sensorial ya sim bo­
lizada o en vías de serlo. Es evidente que la palabra «am ar» no
expresa la m ism a cosa en u n niño de seis m eses, que se encuen­
tra en la etap a oral, y en u n adulto que h a llegado a la etapa
genital. El niño cuya im agen del cuerpo es la del estadio oral
no com prende m ás que las p alab ras de placer de boca y de
cuerpo tran sp o rtad o , aquellas que se refieren al funcionam iento
y a la erótica oral, p a ra u n cuerpo cuyo esquem a corporal no
es aún autónom o.
Una niña de cinco o seis años llega a la consulta; hace dos
años que no tom a n ad a con sus m anos: pulsiones de m u erte
parciales h an ausentizado la im agen del cuerpo funcional de
sus m iem bros superiores. C uando se le p resen ta un objeto, re ­
pliega sus dedos en la m ano, su m ano en el antebrazo, el an te­
brazo en el tórax, de m an era que sus m anos no toquen el obje­
to acercado. E sta niña com e de los m ism os platos, cuando ve
un alim ento que le gusta. Yo le tiendo p asta p ara m odelar, di-
ciéndole: «Puedes tom arla con tu boca áe m ano». In m ed iata­
m ente, la p a sta p a ra m odelar es ra p ta d a p o r la m ano de la
niña y llevada a su boca. E lla puede com prender «tu boca de
mano» p o rque se tra ta de p alab ras acordes con su erótica oral.
Si yo le tiendo la p a sta p a ra m odelar, ella no reacciona. No
h ab ría reaccionado si yo hubiese dicho: «Toma la p asta en tu
mano», o «Modela algo», p o rq u e éstas son palabras que im pli­
can u n a im agen del cuerpo del estadio anal, que la niña h a
perdido. E stas p alabras, no siendo ya p ara ella po rtad o ras de
una referencia de la im agen del cuei-po ai esquem a corporal,
h ab rían quedado vacías de sentido. E n cierto m odo, lo que hice
fue p ro cu rarle la m ediación fan tasm atizad a de la boca, zona
erógena conservada p a ra tra g a r y sobrevivir, lo cual le perm i­
tió el uso del brazo. M ientras que no tenía m anos sino en su
boca, sirviéndom e de la p a la b ra le puse u n a boca en su m ano,
restituyéndole un brazo que reenlazaba su m ano de brazo-boca

32
a su boca-m anos de ro stro , tam bién perdido. Su esquem a cor­
p o ral y su im agen del cuerpo habían padecido una regresión
en cu an to a «tom ar» (pero no para «caminar»), en una época
en que aún no se habían entrecruzado en el nivel del ac tu a r, del
hacer, que p erten ecen a la erótica anal. Su ética se b asab a en
co m ib le/n o com ible, continente/contenido, ag rad ab le/d e sa g ra­
dable, buen o /m alo. La noción de form a palpable estaba dom i­
n ada p o r el aspecto táctil, labial, auditivo, visual, olfativo, p e r­
cepción del estadio oral; la percepción de volum en aparece tan
sólo con el estadio anal.
La im agen del cuerpo es aquello en lo cual se inscriben las
experiencias relaciónales de la necesidad y del deseo, valori­
zantes y /o desvalorizantes, es decir, narcisizantes y /o desnarci-
sizantes. E stas sensaciones valorizantes o desvalorizantes se m a­
nifiestan com o una sim bolización de las variaciones de percepción
del esquem a corporal, y m ás p articularm ente de aquellas que
inducen los encuentros interhum anos, en tre las cuales el con­
tacto y los decires de la m adre son predom inantes.

La im agen del cuerpo y el Ello

Debem os subrayarlo: la imagen del cuerpo está del lado del


deseo, no ha de ser referida a la m era necesidad. La im agen
del cuerpo, que puede p reex istir pero que es coexistente a toda
expresión del sujeto, da testim onio de la falta en ser que el de­
seo a p u n ta a colm ar, allí donde la necesidad ap u n ta a s a tu ra r
una falta en ten er (o hacer) del esquem a corporal. El estudio
de la im agen del cuerpo, en cuanto que es substrato simbólico,,
podría co n trib u ir a esclarecer el térm ino de «E llo ». A condi­
ción de a ñ a d ir que se tra ta de u n «Ello» siem pre en relación,,'y
ante todo en relación con u n objeto parcial necesario p a ra la
supervivencia del cuerpo, en relación asociativa con u n a p rece­
dente relación con u n objeto total, relación que ha sido tra n s­
ferida de este o b jeto a otro, parcial o to tal.12 La im agen del
cuerpo es u n «Ello» ya relacional, u n «Ello» no fetal, sino
tom ado ya en u n cuerpo situado en el espacio, autonom izado
en cu an to m asa espacial, un «Ello» del cual una p arte consti­
tuye un pre-Yo: el de un niño capaz de sobrevivir tem p o ral­
m ente sep arado del cuerpo del otro. Las pulsiones, que em anan
del su b strato biológico estru ctu rad o en form a de esquem a -cor­
poral, no pueden, en efecto, p a sa r a la expresión en el fa n ta s­
ma, com o en la relación transferencial, sino por interm edio de
la im agen del cuerpo. Si el lugar, fu en te de las pulsiones, es

12. L lam o «objeto total» a un ser vivo en su enteridad, árbol, anim a],
ser hu m ano. L lam o «objeto parcial» a una parte rep resentativa de este
ob jeto to ta l, p or lo cu al el su jeto pu ed e entrar en relación m ed iatizad a
con dicho ob jeto total.

33
el esquem a corporal, el lugar de su representación es la ima­
gen del cuerpo. No obstante, la elaboración de esta im agen del
cuerpo puede ser estudiada tan sólo en el niño, en el curso de
la estru ctu ració n de su esquem a corporal, en relación con el
adulto educador: porque lo que llam am os imagen del cuerpo
queda después reprim ido, en particular por el descubrim iento
de la im agen escópica del cuerpo, y luego por la castración
edípica. E n el niño, d u ra n te los tre s (o cuatro) prim eros años,
ella se constituye en referencia a las experiencias olfativas, vi­
suales, auditivas, táctiles, que poseen valor de com unicación a
distancia, sin contacto de cuerpo a cuerpo, con los otros: la
m adre, prim eram ente, pero tam b ién las o tras presencias del
entorno. Cuando no hay nadie, cuando hay una experiencia
sensorial nueva en ausencia de testigo hum ano, se trata , teóri­
cam ente, del esquem a co rp o ral solo. Pero en la práctica, esta
experiencia sensorial está, p a ra el propio sujeto, recu b ierta por
el recuerdo de u na relación sim bólica ya conocida.

Fantasma, deseo. Realidad, necesidad

P or ejem plo, u n niño que se golpea contra la m esa cree que


ésta es m ala, y espera que la m esa lo consolará del daño que
él se h a hecho co n tra ella. P royecta sobre el m ueble una im agen
del cuerpo. Sólo p o r la p alab ra de la m ad re llegará a discrim i­
n a r las cosas de las personas. H a sta aquí, las personas son p ara
él m asas co n tra las cuales puede golpearse, pero que entonces
lo consuelan; un m ueble es u n a m asa contra la que se golpea
pero que no lo consuela, que no reacciona, aunque él le chille
y dé golpes encim a. E n cam bio, ta n p ro n to com o hay un testigo
hum ano, real o m em orizado, el esquem a corporal, lugar de la
necesidad que el cuerpo en su vitalidad orgánica constituye, se
en trecru za con la im agen del cuerpo, lugar del deseo. Y será
este tejido de relaciones el que p e rm itirá al niño estru c tu rarse
como hum ano. Más adelante, las relaciones hum anas así intro-
yectadas p o sib ilitarán la relación n arcisista consigo m ism o (n ar­
cisism o secundario).
R etom ando el ejem plo precedente, cuando con po sterio ri­
dad el niño se golpea c o n tra u n m ueble, se toca y se acaricia
con su p ro p ia m ano, él m ism o p re sta cuidados a su cuerpo do­
lorido; ya no p resupone en las cosas com portam ientos inten­
cionales. In tro y ecta la experiencia de la diferencia entre una
cosa y u n cuerpo vivo, en este caso el suyo; la cosa, el cuerpo
de su m adre y el objeto m esa. H a tran sferid o a su m ano la
capacidad de acción salvadora y reco n fo rtan te que sólo su m a­
dre podía realizar p a ra él cuando era pequeño y se hacía daño
al trop ezar con las cosas. E sta introyección le perm ite autom a-
tern arse.

34
P or lo m ism o que la im agen del cuerpo se e stru c tu ra en la
relación intersu b jetiva, cualquier in terrupción de esta relación,
de esta com unicación, puede tener efectos dram áticos. El lac­
ta n te que espera a u n a M am á que se ha m archado dos sem anas
a trás, la esp era tal cual la dejó. Cuando ella vuelve, quince días
después, la ve d istinta, y él tam bién es distinto, en su realidad.
Aquí es cuando puede instalarse el autism o, p orque el niño no
re en cu e n tra con el otro la sensación de él de hace quince días,
no re en cu e n tra en su m adre ni a la m ism a m adre de an tes ni
al m ism o él. E ste cam bio puede ser tam bién trau m á tico a la
v ista de la m am á que vuelve de la m atern id ad con u n bebé;
ya no tien e al bebé d en tro de su vientre, com o cuando p artió ;
pues bien, esto es lo que el m ayorcito espera, sin sab er que lo
espera: no esp era verla con un bebé. Sabiendo p o r las p alab ras
pro n u n ciad as que ha nacido u n herm anito o una h erm a n ita , es­
p era que la m ad re vuelva con un niño de su edad.
Su fa n ta sm a de lo que espera no es lo que sucede en la re a­
lidad. El efecto a veces patógeno de esta discordancia e n tre lo
im aginario y la realidad es aquello sobre lo cual opera el psico­
análisis. Todo niño debe a ju sta r constantem ente el fan tasm a,
que deriva de sus relaciones pasadas, a la experiencia im previ­
sible de la realid ad actual, la cual difiere en todo o en p a r te del
fan tasm a. E ste aju ste p erm anente acom paña al crecim iento
continuo del esquem a corporal del niño frente a la re alid ad de
los adu lto s en su form a, que le parece perfecta, inm utable (cual­
q uier cam bio en ella es insólito) y deseable. Se tra ta , en la im a­
gen del cuerpo, com o hem os dicho, de deseo y no solam ente de
necesidad.
La rep etición p erm an en te de las m odalidades de la necesi­
dad, seguida p o r el olvido casi to tal de las tensiones que la
acom pañaban, su braya el hecho de que el ser hum ano vive
m ucho m ás n arcisistam en te las em ociones de deseo, asociadas
a su im agen del cuerpo, que las sensaciones de placer y de su­
frim iento, ligadas a las excitaciones de su esquem a co rp o ral
(salvo, es verdad, en los casos lím ites en que su vida está en
peligro o cuando, en el niño, la región cuestionada p o r la te n ­
sión es n arcisísticam ente sobreinvestida p o r fantasm as co m p ar­
tidos con el ad u lto tu telar, sobre todo si perm anecen inexpre-
sados de u n a p a rte y de otra).
No hay como el deseo p a ra bu scar satisfacerse, sin saciarse
jam ás, en las expresiones teóricam ente sin lím ites que p erm iten
la p alab ra, las im ágenes y los fantasm as. La necesidad puede
ser «tergiversada» por la palab ra sólo m om entáneam ente, tiene
que ser satisfecha en el cuerpo. Con placer o no, h a de se r obli­
g ato ria y efectivam ente saciada p a ra que la vida del cuerpo
p u ed a co n tin u ar. Si el esquem a corporal y la im agen del cuer­
po se hallan en relación, es sólo p o r los dos procesos que son ten ­
siones de dolor o de placer en el cuerpo, p o r u n a p arte , y pala-

35
b ras venidas de otro p a ra h u m an izar estas percepciones, por
la otra.
Edificada en la relación de ord en lingüístico con el otro, la
im agen del cuerpo constituye el m edio, el puente de la co­
m unicación in terh um ana. Ello explica, a la inversa, que el vi­
vir con un esquem a co rp o ral sin im agen del cuerpo sea u n vivir
m udo, solitario, silencioso, n arcisísticam ente insensible, raya­
do con el desam paro hum ano: el sujeto au tista o psicótico p er­
m anece cautivo de u n a im agen incom unicable, im agen anim al,
vegetal, o im agen de cosa, donde no puede m anifestarse m ás
que un ser-anim al, un ser-vegetal o u n ser-cosa, resp iran te y pul­
sátil, sin placer ni sufrim iento. Se observa esto en niños que,
m udos sobre sí m ism os, pareciendo ignorar sus sensaciones y
sus pensam ientos, no pueden expresarse m ás que p restando su
voz a u na m uñeca, u n gato, u n a m ario n eta.13
Sólo por la palabra deseos p retérito s han podido organizar­
se en imagen del cuerpo, sólo p o r la palab ra recuerdos pasados
han podido afectar zonas del esquem a corporal, convertidas por
este hecho en zonas erógenas, aun cuando el objeto del deseo
ya no esté. In sisto en el hecho de que, si no ha habido palabras,
la imagen del cuerpo no estructura el sim bolism o del sujeto,
sino que hace de éste un débil ideativo relacional.
En este caso hay no o b stan te «algo de» im agen del cuerpo,
pero tan arcaica, im agen sensorial fugaz, im precisa y carente de
palabras que la representen, que no existe posibilidad de com u­
nicación con u na persona. E sta clase de sujetos está a la espera
de sim bolización. N ada puede él expresar de su im agen del
cuerpo, n ada puede «m im icar» de ella. No puede expresar m ás
que u na estupefacción to n ta o en alerta, a la espera de sentido.
EJ sentido es dado p o r el lenguaje, que recub re la com unidad
de em ociones en tre dos sujetos de los cuales al m enos uno
habla de las que siente, es u n a persona. Estos dos sujetos se
com unican p o r sus im ágenes del cuerpo, que guardan u n a reía*
ción com plem entaria. Si esto falta, sea cual fuere la razón de
esta falta, el su jeto sigue siendo en apariencia un débil m en­
tal, p o rque su im agen del cuerpo carece de m ediación fundada
en el lenguaje.

La debilidad m ental en cuestión.


La esquizofrenia en cuestión

Es posible que sea decir dem asiado h ab lar de debilidad


m ental, p o rque no estam os seguros de que esta debilidad efec­
tiva exista. Lo que existe es la in terru p c ió n de la com unicación

13. Véase «Cure psychanalytique à l’aide de la poupée-fleur», Au jeu


du désir, op. cit.

36
p or razones que, en cada historia, quedan p o r descifrar. Incluso
cuando hay p alabras, sonidos... si p ara el sujeto-niño no signi­
fican la com unicación de u n a persona con su persona, puede
h ab e r u n a su erte de b rech a en la sim bolización, que puede cul­
m in ar en la esquizofrenia.
E n el caso de los débiles m entales de apariencia clínica, la
po tencialidad de sim bolizar la im agen del cuerpo se en c u en tra
adorm ecida. E n el caso de los esquizofrénicos, esta p otenciali­
dad de sim bolizar la im agen del cuerpo quedó in te rru m p id a en
d eterm in ad a época, y como no ha habido p alab ras pro ced en ­
tes de la p erso n a con quien la relación era e stru c tu ra n te , en la
relación de am or, el niño sim boliza por sí m ism o todo lo que
vive, m ediante u n código que deja de ser com unicable. Y ello
deriva de que jam ás se habló a su persona, o bien de que se le
dijeron, o él oyó, p alab ras no sentidas, quiero decir no confor­
m es con las em ociones que supuestam ente expresaban, p ala­
b ras-ruidos, sin valor em ocional verídico, no hum an am en te car­
gadas de u n a intención capaz de com unicar la vida y el am or
(o el odio) del su jeto que hablaba al niño y a quien el niño h a­
blaba. Todas las o tras percepciones, sean de p alabras, de ejem ­
plos, de com unicación, al no provenir del ob jeto cóm plice es­
perado, son sentidas com o ruidos de palabras, com o p ercepcio­
nes sensoriales desprovistas de sentido p a ra su im agen del
cuerpo, y nuevam ente el niño queda reducido, com o an tes de
todo conocim iento, a u n esquem a corporal, el del m om ento en
que se vuelve esquizofrénico. E ste esquem a corporal, separado
de la im agen del cuerpo, crea una suerte de ru p tu ra del espacio
y del tiem po, u n a falla, se podría decir, donde el niño se vuelca
a lo im aginario de u n deseo disociado de su posible realización.
Ya no hay p a ra su deseo u n a representación de m ira confor­
tan te, creíble p a ra el narcisism o de un sujeto en com unicación
con o tro sujeto.
Así, u n ru id o del exterior le parece una resp u esta a u n a «ex­
periencia» actual de su cuerpo, el m undo entero de las cosas
se en cu en tra en conversación con él, pero no el de los seres h u ­
m anos, p o rq u e la relación con el otro se ha convertido en un
peligro debido a que el o tro o él, o los dos, h a soltado p re n d a
del o tro o de él, pero, ¿cuál de ellos empezó?; el niño se h a p er­
dido a sí m ism o, y tam poco se entiende. Se re tira en sí m ism o
y establece consigo m ism o u n código de lenguaje d elira n te p a ra
no so tro s m ien tras que, p a ra él, este código p re sta sentido a lo
que él vive; o bien «deshabla», em itiendo fonem as que no son
reuniones sensatas de palabras.
C om prendem os así p o r qué razón una com pañía de m im os
que actuó en u n h ospital psiquiátrico, ante un público com pues­
to en p a rte p o r psicóticos, se sintió m ejor com prendida que
p o r un público h abitual.

37
La imagen del cuerpo y la inteligencia
del lenguaje de los gestos, de las palabras

El m im o que m ediatiza im ágenes del cuerpo es inm ediata­


m ente inteligible p a ra el psicótico, p ara el esquizofrénico, p re­
cisam ente p o rque éste no descifra lingüísticam ente el espec­
táculo del m im o, no pone, com o el público habitual, palabras
en lo que ve. El espectáculo del m im o habla directam ente a su
im agen del cuerpo.14
De u n a m an era general, la com prensión de una palabra de­
pende a la vez del esquem a co rp o ral de cada uno y de la cons­
titución de su im agen del cuerpo, ligada a los intercam bios
vivientes que secundaron, p a ra él, la integración, la adquisición
de esta m ism a palabra.' La p a la b ra tiene, ciertam ente, un senti­
do sim bólico en sí m ism a, es decir que reúne, m ás allá del es­
pacio y del tiem po, en u n a com unicación p o r el lenguaje habla­
do, registrado, escrito, a seres hum anos que, aun sin experiencia
ad q u irid a en com ún, pueden tran sm itirse, si se tienen confian­
za, los fru to s con base en el lenguaje adquiridos por ellos en el
cruzam iento de su im agen del cuerpo con su esquem a corporal.
Pero aquel que no tiene, bien sea la im agen del cuerpo, bien sea
el esquem a corp o ral co rresp o n d ien te a la palab ra em itida, oye
la p alab ra sin com prenderla, p o r carecer de la relación corpo­
ral (im agen sobre esquem a) que p erm ite darle un sentido.
Un ciego de nacim iento puede, p o r ejem plo, h ab lar de los
colores, p ro n u n ciar las p alab ras «azul», «rojo», «verde»; pala­
bras que fo rm arán im agen, que co b rará n sentido p ara un in ter­
locutor vidente (porque, en él, las sensaciones escópicas han
contribuido a la constitución de la im agen del cuerpo); ello no
im pide que el ciego de nacim iento ignore el sentido de sus pa­
labras; m ás exactam ente, los significantes de los colores no pue­
den re u n ir p a ra él u n a im agen del cuerpo de vidente a un es­
quem a corp o ral que es no vidente. Cada uno de nosotros, a
decir verdad, tiene así u n a relación narcisizada (atravesada por
el narcisism o) con los elem entos sensoriales que están en reso­
nancia con los térm inos del vocabulario.15

14. O bservem os que los m im o s no siem pre interesan a los niños


san os, a qu ien es sí in teresan los p ayasos. E s que los com portam ientos
m im ados de lo s p ayasos se vinculan con im ágen es del cuerpo arcaicas,
orales y anales, m ien tras que lo s com p ortam ien tos m im ados de lo s m i­
m os se relacionan m uy a m enud o con sen tim ien tos y com portam ientos
de una ética hum ana castrad a anal y genital, es decir, relacionada con
una im agen del cuerpo p osted íp ica y con una ética acorde con la m oral
social. N o es el caso de los p ayasos que esperan de un señ or Leal la
señal de parar su s elu cu b racion es erótico-lúd icas fantasm áticas, orales
y anales.
15. Así puede com pren derse la actitu d del analizante que reacciona a

38
N adie puede saber, aun en tre los videntes, cuando alguien
h ab la de azul, de qué azul está hablando. Sólo cuando dos in te r­
locutores buscan, en tre varios azules, el azul del que h ab la cada
uno de ellos, pueden com probar si están o no hab lan d o de u n
azul diferente.
E n cuanto al ciego de nacim iento, él no tiene im agen del
cuerpo por lo que respecta a sus ojos, tiene el esquem a corpo­
ral; él sabe que tiene unos ojos-órganos, pero no tiene im agen
re la tio n a l p o r la vista. Lo cual no le im pide h ab lar sirviéndose
de los significantes de la visión. He tenido en análisis ciegos de
este género que a cada ra to decían: «Lo he visto...», «No lo he
visto...»; «¿Qué quiere usted decir con “haberlo v isto ”? —Sí,
esa p erso n a vino a casa. —Pero usted la oyó. ¿Por qué dice “La
he visto” ? —Pues, porque todo el m undo lo dice». A unque no
pueda re p resen ta rse u n color, el ciego ha oído a la gente h ab lar
de los colores, de colores fríos y cálidos, de la intensidad, de la
belleza, la tristeza o la alegría que los videntes asocian a su vi­
sión de los colores; el ciego se form a una rep resen tació n audi­
tiva y em ocional de los colores en su relación con los otros. Au­
ditiva y tam bién táctil, calórica.
Lo m ism o sucede con el niño, que dirá, refiriéndose a su
m aestra: «¡No es buena, es verde! ¡Los de al lado tienen
una m aestra azul, yo quisiera e sta r con ellos!» (¡siendo que am ­
bas m aestras visten u n a b a ta blanca!).
El caso del ciego de nacim iento nos perm ite e n ten d e r indi­
rectam en te lo que sucede con un niño que, por causa de u n es­
quem a corp o ral todavía inm aduro, no ha podido re g istra r, m e­
diante el encu en tro de percepciones efectivas con su im agen
del cuerpo, la experiencia sensorial subyacente a ciertas pala­
b ras pro n u n ciad as p o r los adultos. El oye estas p alab ras y, a
invitación de los adultos, las repite. A pariencia de adulto en su
lenguaje, el niño no posee, como éste, respecto de lo que dice,
u na im agen del cuerpo fantasm atizada, rem anencia de expe­
riencias perso n alm ente vividas, correspondiente al sentido que
tienen las p alab ras p a ra el adulto.
Las palabras, para cobrar sentido, ante todo deben tom ar
cuerpo, ser al m enos m etabolizadas en una imagen del cuerpo
relacional. E sto sucede con el adulto, quien, p o r h ab e r pasado

las in terp retacion es del analista rechazándolas, tachándolas de in com ­


prensibles. E s verdad que los térm in os em plead os por el an a lista pueden
referirse a im ágen es del cuerpo que el pacien te ha reprim ido, ob ligán d o­
lo al m ism o tiem p o a ahuyentar una explicación, una pregu n ta o una
interven ción que hace referencia a ellas, y e sto in clu so si el an a lista u ti­
liza los térm in os que ya ha em pleado el analizante, porque ta les térm i­
n os no recubrían lo s m ism os articulados m en tales o afectivos que en el
an alista. E sto es a veces causa de una ruptura brusca de la r elación de
transferencia, irrecuperable én la relación an alítica y que im p on e el cam ­
b io de analista.

39
en principio p o r la castració n edípica genital, habla desde un
cam po de experiencia relacionado con su cuerpo, sexualm ente
adulto, con su esquem a co rp o ral y con las percepciones interre-
lacionales tales com o él las conoce: todo esto aún incognoscible
p ara el niño. Cuando éste re to m a en su lenguaje las palabras de
adulto que oye, p ara él son rep resen tativ as de o tras erogenei-
dades, d istin tas de aquellas a las que el adulto podía hacer
alusión.

Im agen del cuerpo y caso particular del nom bre

De todos los fonem as, de todas las palabras oídas por el


niño, hay una que o ste n ta rá una im portancia prim ordial, ase­
gurando la cohesión n arcisística del sujeto: su nom bre. Ya al
nacer, el nom bre —ligado al cuerpo y a la presencia del p ró ­
jim o — contribuye de m an era decisiva a la estructuración de las
im ágenes del cuerpo, incluidas las m ás arcaicas. El nom bre es
el o los fonem a(s) que acom pañan al sensorio del niño, prim e­
ro en su relación con sus pad res y luego con el otro, desde el
nacim iento h asta la m uerte. La pronunciación de su nom bre
puede d esp e rtar al sujeto aun en estado de sueño profundo. Si
se en cu en tra en com a y le llam an p o r su nom bre, abre los ojos.
Su nom bre es el p rim ero y últim o fonem a en relación con su
vida p a ra él y con otro, y el que la sostiene, porque fue asim is­
mo, desde su nacim iento, el signiñcante de su relación con su
m adre. A condición, claro está, de que ésta no le haya llam ado
sem p itern am en te «repollito», «chichi», «tití» o «bonito». Si el
nom bre acom paña al sujeto m ás allá de la castración edípica
y es retom ado p o r todos en sociedad, el sobrenom bre eventual­
m ente aplicado p o r la m adre a su bebé debería ser abandonado
sim ultáneam ente con el destete o con la lim pieza esfinteriana.
Todo esto explica el grave riesgo que im plica cam biar el
nom bre de un niño.

El caso de Fedej-ico

Tuve ocasión de tr a ta r el caso de u n niño que, abandonado


al nacer p o r sus genitores, fue acogido en u n a guardería y adop­
tado cuando tenía once m eses. Teniendo, pues, esta edad, los
padres adoptivos le dieron u n nom bre nuevo, Federico, distinto
del que llevaba h asta entonces, pero esto no fue m encionado
p o r la m ad re d u ran te las en trev istas previas.
Veo a Federico en consulta a los siete años, por síntom as de
apariencia psicótica. El inicio del trata m ien to psicoanalítico
perm ite d escu b rir que es hipoacúsico. Provisto de un aparato,

40
y con ayuda del tra b a jo psicoterapéutico, su inteligencia des­
p ie rta y se resuelve u n a incontinencia esfinteriana.
Federico se in tegra totalm ente con los niños de su edad, pero
en la escuela se niega a leer y es incapaz de escribir. Observo
no o b stan te que en sus dibujos utiliza letras y p a rtic u la rm e n te
la le tra A, que aparece en un sitio y otro y escrita en cualquier
dirección. «¿Es u n a A?» H ace señas de que sí. Yo re p ito la p re­
gunta: «¿Y ésta?» (una A al revés). R esponde con u n «sí» as­
pirado, m ien tras que al h ab lar siem pre em ite sonidos expirados.
La m aestra m e escribe que p articip a en todas las actividades
pero que se niega al aprendizaje de la e sc ritu ra y de la lectura.
P rocuro averiguar quién podría ser el que él designa con
estas A, p o rq u e en su fam ilia no hay ningún nom bre que co­
m ience con esta letra. La in terp retació n de que p o d ría tra ta rse
de la o b serv ad o ra de la consulta, cuyo nom bre com ienza con A,
no pro d u ce efecto alguno. E ntonces la m adre adoptiva m e re ­
vela lo que no sabíam os: que, cuando lo adoptó, el niño llevaba
el n om bre de Arm ando. Lo cual m e perm ite in te rp re ta r al niño
que quizás es A rm ando lo que él significa, en su dibujo, con
todas esas A; que sin duda sufrió por ese cam bio de n o m b re al
ser adoptado, adopción de la que, por o tra p arte, h ab ía sido
inform ado m uy tem pranam ente. Pero esta in terp re tació n no da
ningún resultado.
E n este p u n to —y ello testim onia la im p o rtan cia de la im a­
gen del cuerpo del analista, porque lo que siguió ni siquiera
fue resu ltad o de u n a reflexión m ía—, tras u n m om ento de espe­
ra silenciosa d u ran te el cual el niño se ocupó en d ib u ja r o m o­
delar, y yo en reflexionar, se me ocurre llam arlo sin dirección
precisa, sin m irarlo, es decir, sin dirigirm e a su persona, allí
p resen te con su cuerpo fren te a mí, y alzando la voz, con tono
e in ten sid ad diferentes, girando m i cabeza hacia todos los pun­
tos cardinales, al techo, b ajo la m esa, com o si llam ara a alguien
de quien no su p iera dónde estaba situado en el espacio: «¡Ar­
m ando...! ¡A rm ando...! ¡Arm ando...!». Los testigos p resen tes en
mi co n su lta de T rousseau ven al niño escuchar tendiendo sus
oídos hacia todos los rincones de la habitación. Sin m irarm e,
com o tam poco yo lo m iraba. Yo continúo esta b ú sq u ed a de un
«Armando» y llega u n m om ento en que los ojos del niño se en­
cu en tran con mi m irad a y entonces le digo: «Arm ando era tu
nom bre cuando te adoptaron». Percibí entonces en su m irad a
una excepcional intensidad. El sujeto A rm ando, des-nom brado,
h ab ía podido reen lazar su im agen del cuerpo con la de F ede­
rico, el m ism o su jeto que recibiera este nom bre a los once
m eses. H abía tenido lugar un proceso en teram en te inconscien­
te: él n ecesitab a oír este nom bre pronunciado no con u n a voz
norm al, la m ía, aquella que él m e conocía, que se dirigía a él
en su cuerpo, éste, el de hoy, en el espacio de la realid ad actual,
sino p ro n u n ciad o con u n a voz sin lugar, p o r una voz de falsete,

41
p o r u n a voz off, como ah o ra se dice, llam ándolo sin dirección
precisa. E ra la clase de voz de las m atern an tes desconocidas
que él h abía oído cuando h ab lab an de él o cuando lo llam aban,
en la gu ard ería de los niños a ad o p tar. E ste reencuentro en la
tran sferen cia sobre mí, su psicoanalista, de una identidad arcai­
ca, p erd id a desde la edad de once m eses, le perm itió superar,
en los quince días siguientes, sus dificultades p ara leer y es­
cribir.

E sta pregnancia de los fonem as m ás arcaicos, de los que el


nom bre es el ejem plo tipo, d em u estra que la imagen del cuerpo
es la huella estructural de la historia em ocional de un ser hu­
mano. Ella es el lugar inconsciente (¿y presente dónde?) en el
cual se elabora toda expresión del sujeto; lugar de em isión y de
recepción de las em ociones interhum anas fundadas en el .len­
guaje. Ella extrae lo d u rad ero de su cohesión de la atención y
el estilo de am or prodigados al niño. Es obvio, por consiguien­
te, que depende del com ercio afectivo con la m adre y los fam i­
liares. Es u n a e stru c tu ra que em ana de un proceso intuitivo
de organización de los fan tasm as, de las relaciones afectivas y
eróticas pregenitales. A q u í. fa n ta sm a significa m em orización ol­
fativa, auditiva, gustativa, visual, táctil, barestésica y cenesté-
sica de percepciones sutiles, débiles o intensas, experim entadas
como lenguaje de deseo del su jeto en relación con otro, percep­
ciones que h an secundado la variación de las tensiones substan­
ciales experim entadas en el cuerpo, y especialm ente, entre estas
últim as, las sensaciones de aplacam iento y de tensión nacidas
de las necesidades vitales.

Los TRES ASPECTOS D IN A M IC O S DE U N A M ISM A


I M A G E N DEL C U E R P O

Puesto que la im agen del cuerpo no es un dato anatóm ico


n atu ra l como puede serlo el esquem a corporal, sino que se ela­
bora, p or el co n trario, en la h isto ria m ism a del sujeto, es pre­
ciso que estudiem os de qué m anera se construye y se m odifica
a lo largo del desarrollo del niño. Lo cual nos conducirá a dis­
tin g u ir tres m odalidades de una m ism a im agen del cuerpo:
imagen de base, imagen funcional e imagen erógena, constitu­
yendo y asegurando todas ellas juntas, la im agen del cuerpo
viviente y el narcisism o del sujeto en cada estadio de su evolu­
ción. E stas im ágenes se h allan ligadas en tre sí, en todo m om en­
to, p o r algo que las m an tien e cohesivas y que llam arem os im a­
gen (o m ejor dicho: substrato) dinám ica, designando con ello
la m etáfo ra subjetiva de las pulsiones de vida 16 que, originadas

16. Activas y pasivas.

42
en el ser biológico, son continuam ente su sten tadas p o r el deseo
del su jeto de com unicarse con otro sujeto, con ayuda de un
o bjeto parcial sensorialm ente significado.

Im agen de base

La p rim e ra com ponente de la im agen del cuerpo es la im a­


gen de base. La im agen de base es lo que perm ite al niño expe­
rim en tarse en una «m ism idad de ser», es decir, en u n a continui­
dad n arcisista o en continuidad espaciotem poral que p erm anece
y se u rd e a p a r tir de su nacim iento, a pesar de las m utaciones
de su vida y de los desplazam ientos im puestos a su cuerpo, y a
despecho de las difíciles p ruebas que ten d rá que atravesar. Así es
com o yo defino el narcisism o: como la m ism idad de ser, cono­
cida y reconocida, que va-deviene para cada cual según la índole
de su sexo.
De esta m ism idad, extrem ada o ligeram ente perenne, p ro ­
cede la noción de existencia. El sentim iento de existir de u n ser
hum ano, que a m a rra su cuerpo a su narcisism o, sentim iento
que es evidente, procede de esta convicción, a no du d arlo ilu­
soria, de continuidad. A ello tam bién se debe el que, a la in­
versa, los eclipses de narcisism o sean la p u e rta a cantidades de
aberraciones p a ra el equilibrio de un ser hum ano. Aquí se si­
tú an los desórdenes, los desarreglos funcionales, que cabe in­
te rp re ta r como auténticas «caídas» o fallas de narcisism o, sus­
ceptibles de provocar, p o r pulsiones de m uerte localizadas en
regiones del cuerpo, súbitos ataques orgánicos, como el in farto
o las úlceras, a raíz de choques em ocionales.
Pero si bien el narcisism o es continuidad, ello no im pide
que tenga u n a h isto ria y no por ello es m enos susceptible de
m odificaciones, lo cual obliga a distinguir en él diferentes m o­
m entos. Y, p u esto que estoy hablando de la im agen de base,
debo a ñ a d ir que ella está fundam entalm ente «referida a», que
es fun d am en talm ente «constitutiva de», lo que denom ino nar­
cisism o prim ordial. Designo con ello el narcisism o del sujeto
en cuanto su jeto del deseo de vivir, preexistente a su concep­
ción. Es lo que anim a la llam ada al vivir en u n a ética que sos­
tiene al su jeto en el deseo, aquello p o r lo cual el niño es h ere­
dero sim bólico del deseo de los genitores que lo concibieron.
E sta ética, la del -feto, está articulada al goce de a u m e n ta r dia­
riam en te su m asa carnal, es u n a ética adicional vam pirica, u n a
ética del «acum ular», del «tom ar»; y p o r lo m ism o que se tra ta
de la sangre p lacentaria, esta ética equivale, a p o sterio ri, en el
recu erd o fantasm atizado, a un período vam pírico.17

17. V am p írico de un p resun to otro, del que el feto sería parásito.


Ahora bien, la p lacen ta es suya, elaborada por el p ropio h u evo fecun-

43
E ste narcisism o prim ordial constituye en cierto m odo una
intuición vivida del ser-en-el-mundo p a ra u n individuo de la es­
pecie, es decir, desprovisto de todo m edio expresivo, com o lo
es aún el niño in utero. E ste significante es el que proporciona
el sentido de la identidad social, sim bólica. Aquí residen, como
hem os señalado, el valor y la im portancia del nom bre que, en
el m om ento del paso del feto al lactante, es recibido p o r el
sujeto de las in stancias tu telare s, ligado a su cuerpo visible
p a ra el otro, y certifica p a ra él, en la realidad, su perennidad
existencial; prueba, cuando él se reconoce en los fonem as de
esta palabra, de la dom inación de sus pulsiones de vida sobre
sus pulsiones de m uerte.
La im agen de base no puede se r afectada, no puede ser alte­
rad a, sin que su rjan de inm ediato u n a representación, un fan­
tasm a, que am enazan la vida m ism a. E ste fantasm a no es, em­
pero, el pro d u cto de las pulsiones de m uerte, porque éstas son
inercia vital y sobre todo carecen de representación. Cuando
la im agen de b ase se ve am enazada aparece u n estado fóbico,
m edio específico de defensa c o n tra un peligro sentido como
persecutorio, y la pro p ia re p resen tació n de esta persecución
fan tasm atizada está ligada a la zona erógena actualm ente p re­
dom inante p ara el sujeto. Así pues, éste reaccionará ante aque­
llo que pone en peligro su im agen de base m ediante un fantas­
m a de persecución visceral, um bilical, resp irato ria, oral, anal
—reventar, estallar tam bién, según el m om ento traum ático ex­
p erim entado en p rim er lugar en su historia.
E sto equivale a decir que cada estadio viene a m odificar las
representaciones que el niño puede ten er de su im agen de base;
en o tras p alabras, hay una im agen de base propia ele cada es­
tadio. Aparece de este m odo, después del nacim iento, prim ero
una imagen de base respiratorio-olfativo-auditiva (cavum y tó­
rax); es la p rim era im agen aérea de base. Le sigue una imagen
de base oral que com prende no solam ente a la prim era, resp i­
ratorio-olfativo-auditiva, sino igualm ente a to da la zona bucal,
faringo-laríngea, que, al cavum y al tórax, les asocia la im agen
del vientre, la rep resen tació n de lo lleno o de lo vacío del estó­
mago (que tiene h am b re o está saciado), la cual puede hallarse
en resonancia con las sensaciones fetales de ham bre y de reple­
ción estom acal.
La tercera im agen de base, que es la imagen de base anal,
añade a las dos prim eras el funcionam iento de retención o de
expulsión de la parte inferior del tubo digestivo, y añade asi-

dado, a sí com o las envolturas am n ióticas. Las expresion es lin gü ísticas


com o «recobrarse» para salir de u n estad o de debilidad, o «ensim ism ar­
se» para recuperar una p acificación coh esiva, son refei'encias inconscien­
tes a esa época.

44
m ism o la masa circundante constituida por la pelvis, con una
representación táctil de las heces y del perineo.
Más adelante tendrem os que volver sobre esta au tén tica ar­
q u ite c tu ra relacional, pero que lo es únicam ente si, m ien tras
p re sta sus cuidados al niño, la m adre nu tricia habla: arq u ite c­
tu ra ce n trad a p or los lugares erógenos de placer (en p a rtic u la r
los agujeros del cuerpo, pero no solam ente ellos), los cuales
siem pre están articulados a un lugar funcional donde la p ercep ­
ción es esperada, a veces convocada m ediante gritos, espera
satisfecha o reh u sada p o r la m adre nutricia.
E n ninguna p a rte m ejo r que en el nivel de la im agen de base
y del narcisism o prim ordial puede captarse el conflicto que
opone en tre sí pulsiones de vida y pulsiones de m u erte,18 pu-
diendo las ú ltim as seguir predom inando largo tiem po en un.
bebé cuando la m adre (o el entorno) tra ta al lactante com o si
fu era u n paquete, como un objeto de cuidados, sin h a b la r a su
persona.
Q uisiera ilu stra r lo que precede con un ejem plo.

El caso de Gilles, el inestable

Se tra ta de un varón de ocho años, Gilles, traído a causa de


u n a enuresis y cuyo síntom a principal es su extrem ada inesta­
bilidad, su im posibilidad p ara perm anecer en un m ism o sitio.
Tolerado con m ucha dificultad por su fam ilia y en la escuela.
No es un niño m alo. No tiene amigos, pero tam poco enem igos.
A m onestaciones, castigos, todo parece resb alar sobre él.
Cuando se en cu en tra en sesión, no cesa de m irar p o r todos
los rincones. Sus ojos inquietos apenas paran, sólo m ien tras
d ib u ja y, en cuanto se mueve, vuelve a m irarlo todo a su alre­
dedor. Como el trata m ien to lo ha m ejorado m ucho y su en u re­
sis ha cesado, él y yo acordam os poner térm ino a su p sico tera­
pia. Pues bien, en la sesión que se había previsto sería la ú lti
ma, m e dice: «Ahora, ya puedo decir dónde está el peligro.
•—¿P orque te m archas? —Sí».

18. A provecho para ind icar que es un error confun dir las p u lsio n es
de m uerte con las p u lsion es agresivas, activas o pasivas. En las p u lsio ­
nes de m uerte no puede deslizarse ninguna pu lsión agresiva, sea activa
o pasiva. P orque las p u lsion es activas y pasivas, sea la que fuere la
im agen del cuerpo donde se experim entan, están siem pre al servicio
de la lib id o, y por tanto del deseo de vivir de un su jeto en relación con
el m un do exterior que apunta a satisfacer h asta su co m p leto cu m p li­
m ien to las p u lsion es del estadio en curso. A lo largo de la existen cia,
p u lsion es de m uerte disp utan con las p u lsion es de vida, un p oco com o
ia noch e se alterna con el día, y triunfan p recisam ente en n u estro dorm ir
natural, cuando cada cual queda som etido a la prim acía de las pulsio-
de m uerte, gracias a lo cual el cuerpo, com o anón im o, d esca n sa de
xigen cias del d eseo del su jeto.

45
Acudiendo a sus dibujos m e explica entonces que los ángu­
los salientes y los ángulos en tran tes, los ángulos de las paredes
y de los m uebles, eran fantasm atizados p o r él como lanzando
flechas. Las bisectrices de los ángulos eran po rtad o ras de flechas
y el problem a estaba en que, si él llegaba a hallarse en el cruce
de tres flechas, en su intersección, co rría el riesgo de ser a tra ­
vesado y de m o rir ahí m ism o. Antes del tratam iento, este peli­
gro se hallaba p o r todas p artes. Después, sólo en el despacho
de. la analista.
Pudim os com prender u lterio rm en te, pues decidió conmigo
con tin u ar algunas sesiones m ás, que esta obsesión de los ángu­
los m ortíferos estaba enlazada al significante «inglés» *. E ste
niño parisiense tenía tres años cuando se p rodujo la evacua­
ción de 1940. E n esta ocasión —p rim era dificultad real por la
que había de p asar su esquem a co rp o ral— se accidentó con su
fam ilia en el coche conducido p o r su padre, quien se dirigía
con los suyos al M ediodía en busca de refugio. Y poco después
estuvo a pu n to de ahogarse, cuando hallándose a orillas del m ar
escapó de su p adre que in te n ta b a enseñarle a nad ar (fue reani­
m ado con respiración artificial). Así pues, el psicoanálisis del
niño volvía a hacer presentes unos sucesos olvidados por todos
pero cuya exactitud los pad res, asom brados de su m em oria,
iban a confirm ar. A p a rtir de estos sucesos, Gilles ya no soportó
ninguna separación con su m adre, estab a siem pre «pegado» a
ella, co n stan tem ente m etido en sus faldas. Así se hallaba real­
m ente, en el in terio r de u n a cabina telefónica, du ran te una con­
versación telefónica m an ten id a p o r la m adre con un herm ano
de ésta, d ram ática conversación en que el herm ano, a raíz del
Llam am iento del 18 de junio, dijo que se m archaba a Inglate­
rra p ara unirse en Londres a De Gaulle. P ara la m adre fue una
«experiencia em otiva» cargada de angustia; q uería m ucho a su
herm ano y éste estaba corriendo graves riesgos. Pero adem ás
la asaltó el tem or de que su hijo, que tal vez había oído la con­
versación, fu era capaz de re p e tir su contenido, pues el trab a jo
del p ad re im ponía a éste y a su fam ilia re to rn a r a la zona ocu­
pada. De hecho, a p a rtir de este in stan te, todo lo callado por la
fam ilia y las preocupaciones de los pad res giraron, p ara el niño,
en torno a las palabras «inglés», «Inglaterra» (angle-taire **):
peligro de m u erte si los alem anes, que ocupaban dos h ab ita­
ciones de la casa, se enterab an ; y el niño los encontraba con
frecuencia.
Fue, p o r tan to , en la sesión p rev ista p o r am bos como la ú lti­
m a cuando todos estos elem entos, ignorados por mí y totalm en­
te olvidados p o r los padres, pu d iero n surgir; y así quedó al
* En francés, anglais. Para m ejo r com p ren sión de lo que sigue, se
aclara que «ángulo» es angle, e «Inglaterra», Angleterre. [T.]
** Angleterre, Inglaterra, su en a igual que angle-taire, «ángulo-ca­
llar». [T.]

46
descu b ierto la m anera en que la im agen del cuerpo de base de
este niño, tan fóbico y angustiado, había sido ero tizad a h a s ta
en la olfacción, b ajo las faldas de su m adre, de su olor a angus­
tia, m ien tras ella hablaba con su padrino, a quien él adoraba;
él percibió la em oción que esta separación causaba a su m adre,
y ésta, al salir de la cabina telefónica, creyó preferible no decir
u n a p alab ra a su hijo de cuanto habían hablado ella y su h e r­
m ano, esperando que este niño de tres años no hubiese com ­
p ren d id o nada.
E ste episodio había dejado en él las p alab ras «inglés», «In­
glaterra», como significantes de grandes em ociones y de peligro,
tan to p a ra el cuerpo com o p ara «lo dicho que se debe callar».
Significantes de peligro en u n a época en que, a causa de los
dos incidentes sucesivos con el padre (accidente de coche y
riesgo de ahogam iento), el Yo Ideal había efectuado u n a regre­
sión hacia su m adre, única im agen ad u lta de seguridad p ro ­
tectora, y hacia u na pérdida secundaria de continencia esfinte-
riana. E ste intenso m om ento en la historia de un niño en vías
de organización edípica, am enazado por los dos h o m bres de
su m adre, el p ad re y el tío m aterno, había quedado enquistado,
con la fo rm a de la am enaza procedente de las bisectrices de
los ángulos, los cuales estaban arm ados con flechas vectoras
(im agen de zona sexual anal y u retral), perseguidoras fantas-
m áticas p a ra la im agen del cuerpo de base del niño. Su cuerpo,
en su m asa espacial, m ediante su inestabilidad m otriz (im agen
del cuerpo funcional anal), in ten tab a dom inar la fobia debida
a las pulsiones sexuales, a la p ar que la zona erógena uretro-
anal qu ed ab a rep resen tad a en el espacio p o r los ingleses y sus
su p uestas flechas, en vez de estarlo prim ero en el lu g ar del ano
y después en el del pene, am o de la continencia del ch o rro u ri­
nario y cuyas erecciones habían quedado prohibidas p o r el he­
cho de que anid arse en su m adre era su único refugio, al m e­
nos im aginariam ente (en fantasm as casi alucinatorios de vivir
en el in terio r de la tie rra y durm iendo así en un país llam ado
p or él «la Lifie»),

Im agen funcional

La segunda com ponente de la im agen del cuerpo, después


de la im agen de base, es la im agen funcional.
M ientras que la im agen de base tiene una dim ensión está­
tica, la im agen funcional es imagen esténica de un su je to que
tiende al cu m p lim iento de su deseo. Aquello que p asa p o r la
m ediación de u n a dem anda localizada, dentro del esquem a cor­
poral, en un lugar erógeno donde se hace sen tir la fa lta espe­
cífica, es lo que provoca el deseo. Gracias a la im agen funcio­
nal, las pulsiones de vida pueden apuntar, tra s hab erse sub-

47
jetivado en el deseo, a m an ifestarse p a ra o b ten er placer, a ob­
jetivarse en la relación con el m undo y con el otro.
Así, la im agen funcional anal del cuerpo de un niño es pri­
m eram ente una im agen de em isión expulsiva, en su origen
relacionada con la necesidad defecatoria que él padece, que él
experim enta pasivam ente y que cobra o no sentido de lengua­
je con la m adre; luego, en segundo térm ino, cobra la form a de
una im agen que expresa la expulsión esténica agradable de un
objeto parcial no siem pre substancial, y que puede ser tran s­
ferido, p o r desplazam iento, sobre u n objeto parcial sutil del
cuerpo propio. P or ejem plo, la expulsión p ara el placer de la
colum na de aire pulm onar, m odificando la form a de a p e rtu ra y la
em isión de sonidos, lo que p erm ite la sublim ación de la anali-
dad en el decir p alab ras y en la m odulación de la voz cantada.
Debe com prenderse que la elaboración de la im agen funcional
en traña, en relación con la m era resp u esta en juego de las zo­
nas erógenas, u n enriquecim iento de las posibilidades relació­
nales con el otro. La m ano, p o r ejem plo, que prim eram ente es
zona erógena prensiva oral, y luego expulsante anal, tiene que
in tegrarse en u na im agen funcional braquial, proporcionando
al niño la lib ertad esqueletom uscular que le perm ite alcanzar
sus fines, y posibilitando la satisfacción de sus necesidades y la
expresión de sus deseos a través del juego. A la inversa, cuan­
do la im agen funcional es to tal o parcialm ente denegada, por
ejem plo si se produce una intervención físicam ente represiva
o verbalm ente ca strad o ra que se opone al ac tu a r del niño («No
toques»), éste puede elegir com o desenlace un funcionam iento
de repliegue, p a ra que la zona erógena no entre en contacto
con el objeto prohibido, objeto peligroso, ni su deseo en con­
flicto con el deseo del adulto tu telar.
Podem os referirnos al ejem plo de esa niña fóbica al toca­
m iento que pudo re co b ra r el uso de la presión cuando le dije:
«Toma con tu boca de m ano». Con esta palabra, fue com o si
yo hubiese «engañado» la im agen táctil; la niña tom ó el obje­
to, lo rap tó e inm ediatam ente se lo llevó a la boca, con un
brazo que, en vez de qu ed ar replegado sobre el cuerpo, pudo
extenderse y p e rm itir que la m ano tom ara, cosa que no sabía
hacer desde hacía m eses, com o si ella ignorara que tenía m a­
nos. Yo le devolví la posibilidad de una im agen funcional oral­
anal, e in terés oral p o r las cosas anales, que es la posibilidad
del cuerpo de u n niño de veinte m eses. Ahora bien, esta niña
tenía casi tres años y m edio y, según afirm aban quienes la co­
nocían, h asta los dos años y m edio había sido una chiquilla
traviesa y com unicativa, y éste fue u n período en el que tuvo
que vivir una serie de trau m a tism o s psíquicos desrealizantes.

48
Imagen erógena

La te rc era com ponente de la im agen del cuerpo es la im a­


gen erógena.
P ara lim itarm e a presen tarla, diré que está asociada a de­
term in ad a im agen funcional del cuerpo, el lugar donde se foca­
lizan placer o displacer erótico en la relación con el otro. Su
rep resen tació n está re ferid a a círculos, óvalos, concavidades,
bolas, palpos, rayas y agujeros, im aginados com o dotados de
intenciones em isivas activas o receptivas pasivas, de finalidad
agradable o desagradable.
Lo im p o rtan te es describir el modo en que estas tre s com ­
ponentes de la im agen del cuerpo se m etabolizan, se tra n s fo r­
m an y se reorganizan, habida cuenta de las pru eb as que el
su jeto afro n ta y de las lim itaciones que encuentra, en p a rtic u ­
lar bajo la form a de las castraciones sim b o líg en as19 que le
son im puestas; d escribir, pues, el modo en que las vicisitudes
de su h isto ria perm iten, en el m ejor de los casos, que su im a­
gen de base g arantice su cohesión narcisística. P ara ello es
necesario: 1. que la im agen funcional p erm ita u n a utilización
ad ap tad a del esquem a, corporal; 2. que la im agen erógena ab ra
al su jeto la vía de u n placer com partido, hum anizante p o r lo
que tiene de valor sim bólico y que puede hallar expresión no
sólo en la m ím ica y la acción sino con palabras dichas p o r otro,
m em orizadas en situación por el niño, quien se serv irá de ellas
con discernim iento cuando hable.
Como preced entem ente hem os indicado, la imagen del cuerpo
es la síntesis viva, en constante devenir, de estas tres imágenes:
de base, funcional y erógena, enlazadas entre sí por las pulsio­
nes de vida, las cuales se actualizan para el sujeto en lo que
yo denom ino imagen dinámica.

La im agen dinám ica

La im agen dinám ica corresponde al «deseo de ser» y de


p ersev erar en u n advenir. E ste deseo, en cuanto fu n d a m e n tal­
m ente sellado p o r la falta, está siem pre abierto a lo descono­
cido. Así pues, la im agen dinám ica no tiene representación que
le sea propia, ella es tensión de intención; su rep resen tació n
no sería sino la p alab ra «deseo», conjugada como u n verbo ac­
tivo, p a rtic ip a n te y p resen te p ara el sujeto, en cu an to encar­
nación del verbo ir, en el sentido, de un yendo deseante, enlaza­
do a cada u n a de las tres im ágenes en com unicación actual o

19. V éase el cap itu lo siguiente, pág. 65.

49
potencial con las o tras dos. La im agen dinámica expresa en
cada uno de nosotros el Siendo, llam ando al Advenir: el sujeto
con derecho a desear, «en deseancia», diría yo de buen grado.
Si quisiéram os d escifrar u n a esquem atización re p resen ta ti­
va de esta im agen dinám ica, daríam os con la form a virtual de
una línea punteada que, partiendo del sujeto, por m ediación
de u na zona erógena de su cuerpo, fuera hacia el objeto; pero
esta represen tación es m uy aproxim ativa. La im agen dinám ica
corresponde a u n a intensidad de espera del alcance del objeto,
y aparece in d irectam ente en las im ágenes balísticas que los
niños rep resen tan con fusiles o cañones, indicando que, del
fusil o de los cañones, p a rte n unos p u n tito s que deberán alcan­
zar el objeto del blanco. Es el trayecto del deseo dotado de
sentido, «yendo hacia» u n fin.
T am bién se p resen ta b ajo u n a d iferente form a virtual, y
ello en una fase m uy precoz del desarrollo de los niños (nueve
a diez m eses): cuando u n a im agen les interesa, hacen un pe­
queño rem olino (que m ás adelante llam arán caracol), sobre to­
das las p artes de la rep resen tació n gráfica que les interesan, y
después vuelven la página y bu scan o tra cosa. E sta no es sino
la imagen del su jeto sintiéndose dinam izado, es decir, sintiéndo­
se en estado deseante. E stos trazos gráficos p u n tú an su ritm o.
Se la encuentre b ajo u n a u o tra de estas dos form as
cas, ello no im pide que la im agen dinám ica com o tal no tenga
rep resen tació n y sea, p o r ello, inaccesible a cualquier aconte­
cim iento castrad o r. U nicam ente puede ser su straíd a al sujeto
p o r un estado fóbico, viniendo entonces el objeto fóbico a
co rta r el paso a la im agen dinám ica en su trayecto deseante,
am enazándolo en su derecho al ser.
Se puede hablar de una im agen dinám ica oral que, con res­
pecto a la necesidad, es ce n tríp eta y, con respecto al deseo,
a la vez cen tríp eta y centrífuga. Se puede h ab lar de una im a­
gen dinám ica anal que es, con resp ecto a la necesidad, cen trí­
fuga y, con respecto al deseo, centrífuga o centrípeta (siendo
este últim o caso el de la sodom ía ejercida sobre otro o pade­
cida de o tro en los hom osexuales).
La im agen dinám ica genital es, en la m ujer, una im agen
centrípeta, respecto del o bjeto p arcial peniano y, en el hom bre,
una im agen dinám ica centrífuga. E n el parto , hay una im agen
dinám ica centrífuga expulsiva, con respecto al niño que es su­
jeto, y p o r tan to objeto total, aunque este cuerpo de feto por
nacer sea objeto parcial p a ra las vías genitales de la p artu rie n ta,
m u je r y m uy p ro n to con respecto del sujeto, m adre, aceptante
o rechazante p ara el niño tal com o es al nacer.
Precisem os lo que querem os significar retom ando el caso de
la im agen dinám ica oral-anal. E sta im agen com pleta del cuer­
po digestivo debería ser, conform e al esquem a corporal, una
im agen siem pre centrípeta, en el sentido del recorrido peris­

50
táltico que va de la boca al ano. Cuando hay inversion del pe-
ristaltism o ·—caso del vóm ito—, la im agen oral (y no anal) se
h a invertido, es decir que es «analizada», que opera u n recha­
zo del o bjeto parcial ingerido. Se ha invertido en la relación
con el otro, p ersona presente, im aginaria o real, o con respec­
to a u n o b jeto experim entado como peligroso en el estóm ago.20
E l ejem plo revela la vitalidad de la im agen dinám ica que,
ligada al deseo, puede llegar a invertir el trayecto del objeto
p arcial de la necesidad. Añadám osle un caso de afectación re ­
gresiva de u n a im agen dinám ica genital. Se tra ta de u n ado­
lescente que, sintiéndose im potente, incapaz de relacionarse
con las chicas, se vuelve m astu rb ad o r obsesivo. En lugar del
deseo del objeto, es el su stitu to de este deseo en u n a reg re­
sión a la im agen del cuerpo funcional (la m ano m astu rb an d o
su pene) lo que ahora le b asta p ara im aginar el fa n ta sm a de un
o bjeto deseado, el cual ya no tiene nada que ver con u n a re a­
lidad de p erso n a existente. Y en tra entonces en una especie
de autism o relativo a la relación genital, que, en la realidad,
lo vuelve cada vez m ás inhibido y fóbico frente a los encuen­
tros que ju stam en te lo sacarían de su aislam iento. La im agen
dinám ica es siem pre la de un deseo en busca de un nuevo ob­
jeto. P or eso es en teram en te opuesta al autoerotism o, el cual
no sobreviene sino p a ra p aliar la ausencia de objeto real ade­
cuado al deseo.
Es lo m ism o que se observa, en un nivel diferente, en los
com ienzos del chupam iento del pulgar, que sobreviene a los
tres m eses en un niño a quien después del biberón «no se le
da conversación». P orque si se le habla después de la m am ada,
poniendo objetos en la p u n ta de sus m anos y nom brándole
todos los objetos que se lleva a la boca, si la m adre, objeto
total, le n o m b ra todas sus sensaciones táctiles, bucales y vi­
suales de las cosas que el niño toca y tom a, y después arro ja,
el niño siente un real placer, com partido con su m adre, y lue­
go, cansado, se duerm e. Después de algunos biberones, deja de
chuparse el pulgar. El pulgar no era m ás que el su stitu to tác­
til del pecho, re p resen ta n te parcial de la m adre, objeto total
con el que el niño desearía com unicar el deseo que tiene de
ella. Si la m adre desaparece dem asiado pronto como o b jeto de
deseo tra s la satisfacción de la necesidad, y p o r ta n to si el
pecho deja de existir, el niño, debido a que el desarrollo de su
esquem a co rp o ral ahora le perm ite ponerse la m ano en la
boca, y a que cu enta con num erosas potencialidades dinám icas
de sus pulsiones libidinales, en busca de u n encuentro del otro
p o r quien él se siente ser, advenir, tener y hacer, las satisface
de esta m an era ilusoria y m astu rb ato ria oral: m am ar su dedo.

20. «El n iñ o “m e ” vom itó su biberón», «“M e” devuelve tod o lo que le


doy» (palabras de m adres); «Un espectáculo que “te ” daría náuseas».

51
Anulado el lugar de la fa lta y de su expresión por el grito, el
niño deja de a le rta r a su m ad re con sus llam adas y, poco a
poco, acaba no esperando ya n ad a de la presencia del otro.
Cada vez que experim enta u n em puje libidinal en ausencia del
objeto, se co n tenta con esta tran sferen cia, llam ada justam ente
autoerótica, sobre un objeto parcial, su puño, su pulgar, reme-
d O ‘' d e l pecho, de la teta; u n a p a rte de su cuerpo p asa a ser el
soporte ilusorio de la ilusión del otro. Se sum e así en un sín­
tom a com pulsivo de estilo obsesivo, en que su deseo se sirve
de la im agen del cuerpo, funciona p o r funcionar. Es la repeti­
ción de u na m ism a sensación co rp o ral siem pre acom pañada de
fantasm as diferentes, pero no hay contactos relaciónales entre
sujetos m ediante una relación sensorial de objetos parciales di­
ferentes en la realidad, y m enos aún relaciones em ocionales
interrelacionales y de lenguaje, cada día nuevas y p o r descubrir.

52
2. LAS IMAGENES DEL CUERPO Y SU DESTINO:
LAS CASTRACIONES

La evolución de las imágenes del cuerpo

Se puede decir que las dificultades que encuentra la evolu­


ción de las im ágenes del cuerpo son siem pre réductibles a u n
m ism o argum ento. E l deseo, obrando en la im agen dinám ica,
procura cum plirse gracias a la imagen funcional y a la im agen
erógena, donde se focaliza p a ra alcanzar u n placer p o r ca p ta­
ción de su objeto. Pero, en su búsqueda, el deseo en c u en tra
obstáculos p ara su realización: bien sea porque el su jeto no
tiene u n deseo suficiente, bien porque el objeto está ausente, o
aun p o rq u e está prohibido.
Sin em bargo, preciso es decir que es ante todo el juego de
presencia-ausencia del objeto de satisfacción del deseo, que no
estaba agotado, el que instituyó a tal o cual zona com o eró­
gena.
De hecho, com o el deseo desborda siem pre a la necesidad,
los lugares de percepciones sutiles del cavum, del oído, de la
vista, y m ás ta rd e del ano, de la vagina, del pene, se convier­
ten en zonas erógenas debido, p o r una parte, a su contacto con
un o bjeto p arcial de apaciguam iento en relación con la m ad re
(p o sterio rm en te u n com pañero sexual), y p o r otra, a la ausencia
m ediatizada p o r el lenguaje, cuando el objeto parcial falta. De
ahí la im p o rtan cia p rim ordial, em inente, de la m adre, objeto
total y su jeto que se expresa m ediante u n lenguaje gestual, m í­
mico, auditivo y verbal, en intercom unicación con su hijo
(m ientras que éste elabora sus im ágenes de base, funcional y
erógena). La m ad re es quien, p o r m edio de la palabra, h ab lán ­
dole a su hijo de lo que éste q uerría pero que ella no le da, le
m ediatiza la ausencia de u n objeto o la no satisfacción de u n a

53
dem anda de placer parcial, al tiem po que valoriza, por el hecho
m ism o de h a b la r de ello, y p o r tan to de reconocerlo como váli­
do, este deseo cuya satisfacción es denegada, situación que ella
lam enta. La zona erógena no puede ser intro ducida al lengua­
je de la p alab ra sino tra s h ab e r sido privad a totalm ente del
objeto específico m ediante el cual había sido iniciada en la
com unicación erótica. Y esto no es posible m ás que si el m is­
m o objeto to tal (la m adre) vocaliza los fonem as de palabras
que especifican esta zona erógena: «Ahora tienes prohibido
el pecho de tu m adre», «No, se acabó, b asta de m am ar». Pala­
b ras que p erm iten que la boca y la lengua recobren su valor
de deseo. Y ello, p orque el objeto p arcial erótico es evocado
p or el objeto to tal (m adre) que p riva al niño del pecho que él
desea, pero u n niño cuya h am b re y cuya sed ya han sido apla­
cados p o r o tro m edio, u n niño que ya no tiene «necesidad»
de él.
La p alabra, a causa de la función sim bólica, trae ap areja­
da u n a m utación de nivel del deseo: de la satisfacción, erótica
parcial a la relación de am or que es com unicación de sujeto
a sujeto, o m ejo r dicho deï pre-sujeto (lactante) al sujeto que
es la m adre, o b jeto to tal p a ra su chiquito, a quien ella sirve de
referencia con el m undo y con él m ism o.
Es decir, que en u n proceso n orm al de elaboración sub­
jetiva de las im ágenes del cuerpo, hay intercam bio de palabras;
esto es lo que p erm ite la sim bolización de los objetos de goce
pasado.
De ello resu lta que los fonem as transicionales prelingüísti-
cos verbales tienen algo de p aran o rm al. P orque el objeto p a r­
cial transicional, cualquiera que sea, substancial o sutil, es a la
vez cosa p erenne y lenguaje confuso de la relación niño-m adre
o niño-padre: lenguaje m aterializado, espectro de palabras in­
decibles, conjugadas inconscientem ente con un tener senso­
rial que parece resp o n d er de u n siendo en estado pasivo que
conduciría pasivam ente al ser sujeto.
De las palab ras cuyo vocabulario el niño no posee, el obje­
to transicional es tal vez el léxico, no descifrable, prom ovido a
re p resen ta r la en terid ad del su jeto que se intuye en su rela­
ción de objeto-cuerpo p otencialm ente erógeno y en su relación
funcional todavía fusional con «la m adre» (el adulto del que
depende la supervivencia del niño).
Los niños que tienen b a sta n te s p alab ras de am or y de li­
b ertad es lúdicas m otrices, no necesitan objetos transicionales.
Sea cual fuere su deseo de asegurarse, poseen la suficiente in-
ventividad m otriz asociada a su m ad re y b astan tes palabras
con la m adre, ésta se halla lo suficientem ente presente, como
p a ra que renueven su «stock» de p alab ras vocalizadas, objetos
transicionales sonoros quizás, antes de que se articulen a situa­
ciones y actos p a ra devenir au tén ticas p alab ras que ellos con-

54
servan en su m em oria d u ran te sus m om entos de soledad y
cuando se están durm iendo.
El o b jeto tra n sitio n a l es un objeto que articu la a los niños
con las im ágenes táctiles de las zonas de base, funcional y eró-
gena, oral y olfativa; y con las im ágenes m an ip u lad o ras fu n ­
cionales anales de la época en que, antes de ser autónom os
p ara la m archa, son «deam bulados» por el adulto. S obre los
ob jeto s transicionales, ellos desplazan la relación p asad a de los
adultos con ellos cuando, de estos adultos, se sentían objetos
parciales.
Los objetos transicionales les son necesarios si un peligro
am enaza sep ararlos del lugar de seguridad m aterna, y cuando
p ierd en su im agen funcional anal, y por tan to la m o tiic id a d
y la deam bulación, es decir cuando se los m ete en la cam a (a
veces tam b ién cuando cam bian de lugar).
Tienen entonces necesidad de este objeto llam ado tra n s i­
tio n al, uno en tre varios, que rep resen ta la relación rem em o­
ra d a de sí m ism os siendo pequeños con el adulto asegurador:
ad ulto de quien poseen su om nipotencia potencial fre n te a esa
cosa que es el o bjeto tran sitio n al, fetiche antipeligro. Fetiche,
p a ra el sujeto, de su com unicación con el otro aseg u rad o r en
el espacio, d u ra n te el tiem po necesario p a ra la llegada del sue­
ño p ro fu n d o en que el deseo de com unicarse se desvanece, m o­
m ento en el cual las pulsiones de m uerte tom an el relevo de
las pulsiones del deseo.
Digam os de una m anera m uy general que si la m ad re asiste
a su hijo, la angustia de éste queda hum anizada por p ercep ­
ciones sutiles y p o r palabras. E ste intercam bio aseg u rad o r con
la m adre, con su m ad re, es p a ra él la pru eb a de una relación
h u m an a d u rad era, m ás allá de la h erida de la im agen funcional
o de la am enaza de ataque a la im agen de base, o incluso m ás
allá de la sensación de desórdenes en los intercam bios al se r­
vicio de las necesidades substanciales cuando, p ertu rb ad o , el
niño se siente «enferm o». R eencuentra con este objeto p eren ­
ne su im agen del cuerpo olfativa, táctil, etc., oral y anal: reen ­
cu en tro de u n conocim iento de sí m ism o, narcisístico p rim o r­
dial, que es la base m ism a de su salud. El «vaso com unicante»
im aginario con la m ad re genitora y n u tricia se restablece, aso­
ciado a los fan tasm as rem anentes de la sim biosis p rim era: Yo-
m i-m am á-el-m undo recobrado.
La im agen del cuerpo del niño, restablecida así en su in te­
gridad, conserva, del sufrim iento pasado, u n a experiencia sim ­
bolizada de sus pulsiones de vida de sujeto coexistencial con
su cuerpo, las cuales han conseguido prevalecer sobre las pu l­
siones de m u erte (adorm ecim iento, enferm edad). El niño, com o
asistido p o r su m adre, debido a que se siente objeto elegido en
anos brazos q ue ha vuelto a en c o n trar tras la difícil p ru eb a,
se vacuna c o n tra la angustia que, en la próxim a pru eb a, lo ha-

55
liará m ejo r arm ado que el bebé a quien h asta entonces ningún
incidente h a venido a p e rtu rb a r. La m edicina tom a en consi­
deración los desórdenes orgánicos del niño y perm ite evaluar
las condiciones m ateriales e higiénicas de u n buen funciona­
m iento fisiológico, vigentes p a ra todo individuo hum ano (pue­
ricu ltu ra, pediatría). El psicoanálisis perm itió descubrir que
son los intercam bios, sutiles soportes del narcisism o indispen­
sable p ara el reencuentro de la salud afectiva, los que funda­
m entan el p ronóstico psícosocial de fu tu ro de un niño determ i­
nado, nacido de determ inados p ad res y a salvo de peligros físi­
cos. Como puede observarse, el narcisism o, que al comienzo
de la vida p arece e sta r ligado a la euforia de u n a buena salud,
en realidad se encuentra, desde el nacim iento, entrecruzado
con la relación sutil de lenguaje, cread o ra de sentido hum ano,
originado en la m adre y m antenido p o r ella —relación cuya
prolongada interrupción, en el inicio de la vida, no deja de
en tra ñ a r peligros.

El caso de Agnes
Así sucedió con esta chiquilla alim entada al pecho desde
hacía cinco días y cuya m ad re debió ser hospitalizada a raíz
de un grave incidente febril que exigió u n a intervención gine­
cológica. E n los días que sucedieron, la c ria tu ra no aceptó nada
de lo que su padre, ah o ra solo, o su tía, p resen te en la casa
desde su nacim iento, le daban: ni agua con cuchara ni biberón,
rechazo to tal de alim ento. Según el consejo del p ed iatra, in er­
m e ante esta situación y que m e conocía, el padre me tele­
foneó. Debo ac la rar que todo esto sucedía d u ran te la guerra,
en provincias, y que tra e rm e a la niña era p o r ello m ism o im ­
pensable. Al alarm ado p ad re le respondí, sim plem ente: «Vaya al
hospital, traig a el cam isón que u sa su m u jer procurando que
conserve todo su olor. Póngalo alred ed o r del cuello de la niña
y presén tele el biberón». ¡El b ib eró n fue ingerido inm ediata­
m ente!
Lo que m e p erm itió concebir y sugerir esta solución fue el
trab a jo sobre la noción de im agen del cuerpo. ¿Qué le faltaba
a este bebé, a causa de la ausencia de su m adre, p ara poder
trag ar? La n iñ a no estab a en ferm a p ero p erd ía peso, tenía h am ­
bre. Puesto que h abía m am ado tres o cuatro días, lo que le
faltab a sólo podía ser la im agen olfativa de la m adre, súbita­
m ente ausente. El narcisism o fu n d am en tal del sujeto (que p er­
m ite al cuerpo vivir) echa raíces en las prim eras relaciones
repetitivas que acom pañan a la vez la respiración, la satisfac­
ción de las necesidades n u tritiv a s y la satisfacción de deseos
parciales, olfativos, auditivos, visuales, táctiles, que ilustran,
podríam os decir, la com unicación de psiquism o a psiquism o
del sujeto-bebé con el sujeto-su-m adre.

56
S obre el fondo de esta indiferenciación de zonas corporales
en ese lu g ar real que es el cuerpo del niño, ciertos funciona­
m ientos corporales son elegidos por la repetición de las sensa­
ciones que le p ro cu ran , y estos lugares sirven de cen tro al
narcisism o p rim ario. Son aquellos lugares de su cuerpo en los
que el niño reconoce día tra s día, de tensión-privación en re la­
jación-satisfacción, p o r el ham bre-sed seguido de saciedad, una
m ism idad sen tid a com o reencuentro de ser y de funcionar. Pero
ai m ism o tiem po que existen estos funcionam ientos su b sta n ­
ciales, estas ap o rtaciones y recogidas substanciales en zonas
erógenas corporales de dom inante card io rresp irato ria, oral y
viscerouroanal, al m ism o tiem po la audición, el olfato, la ta c ­
tilid ad y la visión acom pañan, en el espacio y en el tiem po, a
las satisfacciones que el niño experim enta en estas zonas eró­
genas, y tejen su narcisism o. Cuando en tre el niño y su m ad re
n u tricia adviene una separación, el deseo se fru stra, p ero el
niño sólo se p ercata de ello al reaparecer la necesidad que va
u n id a al deseo, y entonces la necesidad es satisfecha p o r cual­
q u ier persona, con lo que el deseo no puede reconocer la au ­
dición, la visión, la olfacción de la persona que antes venía en­
lazada a estas satisfacciones. El lugar donde las tensiones del
deseo y de la necesidad se confunden ha pasado a ser lu g ar de
goce p rom etido, esperado, satisfecho o no. Y este lugar en que
la falta se experim enta, este lugar de búsqueda no sólo subs­
tancial (sostén del vivir p ara el cuerpo, o sea de la necesidad),
sino tam b ién sutil (búsqueda de corazón a corazón, del o tro
sí m ism o en el am or, es decir, del deseo), este lugar situ ad o
en el cuerpo es zona erógena. Pero en el espacio, aquel lugar
donde, en el tiem po, se rep ite el encuentro que responde a nece­
sidades y deseos, deviene espacio de seguridad para el niño. P or
ejem plo, el niño oye a m ás distancia de la que ve. Su espacio
de seg u rid ad auditivo es m ás grande que su espacio de segu­
rid ad visual. Y su espacio de seguridad táctil es aún m ás re d u ­
cido que su espacio de seguridad visual. El conjunto creado
p or este lugar de seguridad constituye el espacio en el cual
el vínculo con su m adre es potencialm ente recobrable. Se com ­
pren d e que el pecho y el pezón, conjuntados en el olor de la
m ad re con la boca succionante del bebé y con su m ucosa p itu i­
taria, al m ism o tiem po que el niño se a rre b u ja en el hueco
del b razo c o n tra el flanco de su m adre, todo esto fo rm a un
patern del deseo confundido, en este cum plim iento a la vez de
necesidad y de deseo, con el placer de ser y la satisfacción de
vivir y am ar. A cada separación le sigue el sueño, y a cada ac­
ceso de h am b re del niño le sigue un reencuentro, que le hace
co n tin u ar experim entando como erógeno el lugar y el co n ju n ­
to de lugares que lo enlazan a su m adre. Las pulsiones p a r­
ciales del deseo continúan focalizándose en la boca y en el
cavum del bebé, m ien tras espera estos reencuentros. Cada vez

57
que el lactan te experim enta u n a tensión, sea cual fuere el m o­
tivo, deseo o necesidad, busca cóm o acceder a esa m eta que
es el N irvana de la p resencia m a tern a y de la seguridad anida­
da en su regazo. La privación p o r algún tiem po, cuando el bebé
se halla b ajo tensión, suscita todas las potencialidades susti-
tutivas de que él es capaz, asociadas a la sensorialidad subs­
tancial del objeto parcial, el pecho, p a ra un encuentro con el
otro que él fan tasm atiza con cualquier sensorialidad lim inar
asociada a los encuentros pasados, y quizás esto sea una prom e­
sa del otro. Asimismo, la sonoridad de la voz m aterna a dis­
tancia es prom esa de un en cuentro que él espera, con una
tensión hacia su goce que le hace d esa rro llar el reconocim ien­
to auditivo de esta voz.
Así pues, podem os decir que, m ás allá de la distancia del
cuerpo a cuerpo en tre el bebé y su m adre nu tricia cuando ésta
ha salido de su cam po visual, las percepciones sutiles de su
olor y de su voz siguen constituyendo p ara el niño el lugar
—en el espacio que lo rodea— en que él acecha el reto rn o de
su m adre, es decir, el lugar de su vínculo narcisizante con
ella, y la continuación de esa sensación de vivir en seguridad
que con ella experim enta. Asimism o, la defecación en sus pa­
ñales le ap orta, con el olor excrem encial, la tactilidad de los
contactos de aseo con su m adre, y así sus excrem entos presen­
tes en su trasero son p a ra él u n a prom esa de que ella volverá
pronto; de ahí el sentido de la encopresis posterior: ésta es,
en situación de angustia, la m anera inconsciente con que un
niño grande puede in te n ta r el reencuentro de un espacio de
seguridad m aterna. Las nuevas vías de relación hum ana del
bebé, vías sutiles a través del tiem po, m ás allá de la distancia,
y no ya relaciones substanciales de un cuerpo a cuerpo, debe­
rán ser p reservadas, p a ra que el narcisism o del sujeto no
experim ente dem asiadas fractu ra s: esto es, p ara sostener la
seguridad de su m ism idad, conocida y reconocida por estar en
relación con ese p rim e r otro, el objeto to tal conocido, su m a­
dre n u tricia, que le p erm ite reconocerse hum ano y am arse vivo.
En la p rim era infancia es indispensable, a no dudarlo, para
que la im agen del cuerpo se organice, que haya un continuo
de percepciones repetidas y reconocidas sobre el cual se alter­
nen percepciones, sucesivam ente ausentes y presentes, 'y otras
desconocidas y nuevas que el niño descubre y que lo cuestio­
nan. Algunas las reconoce, o tras lo sorprenden. Ante estas o tras
que lo sorprenden, color, form a, percepción, persona, espacio
desconocidos, es necesario que el adulto testigo le dé, m edian­
te sonoridades, re sp u esta a su sorpresa. De esta m anera, el
cam po de variación de las percepciones sutiles toleradas, vivi­
das en seguridad, puede am pliarse. Percepciones insólitas pri­
m ero, pero asociadas a la presencia de la m adre que conserva
su habitus conocido y n o m b ra las cosas, habla, y después la

58
experiencia de la ausencia de la m adre, seguida de su regreso,
p erm iten al niño la m em orización del vínculo que, integrado a
su sensorio, lo une a ella. Cuando ella no está, p o r su m edia­
ción todo aquello que lo rodea y que ella ha hum anizado con
su presencia, con sus palabras, con su m otricidad, con su m a­
nipulación, con su deam bulación, da testim onio en el espacio
de lo que es seguridad existencial p ara el niño, en su ser, sus
fantasm as, su actuar, a través de su confianza en el re to rn o
próxim o de aquella que lo am a y a quien él ama.
El niño es p o r este hecho todo él, en su pre-persona en vías
de estru ctu ració n , lugar de este vínculo relacional, de este víncu­
lo in terru m p id o y recobrado. La persona p rim era y él m ism o se
re en cu e n tran a veces un poco diferentes, pero ella siem pre
lo reconoce, aun si el niño pone en ello cierto tiem po, y luego
el vínculo se recupera. Por esto es por lo que hablo de obje­
tos «m am aizados», es decir, objetos que hacen su rg ir en el
niño, p o r asociación de lantasm as, la presencia aseg u rad o ra
m em orizada de su m adre. E nlre ellos cabe contar los objetos
usuales del m arco espacial habitual del niño, los ju g u etes que
la m ad re le nom bra, los anim ales dom ésticos, y sobre to d o las
p ersonas del entorno, con las cuales la m adre se com unica m e­
diante el lenguaje y que, por este hecho, se especifican p a ra
el niño com o otros seres hum anos de ese p rim er otro elegido
que es la m adre. El niño, gracias a este vínculo introyectado,
sím bolo de su narcisism o fundam ental, es entonces, en todo
m om ento, en su cuerpo íntegro, «cohesado».
Su im agen del cuerpo, unida por la relación sim bólica con­
tinua, asum e percepciones que, si esta relación no existiera
o llegara a fa lta r p o r dem asiado tiem po, serían despedazantes
p ara él. E l despedazam iento fantasm ático de sí m ism o y del
m undo am biente em ana de la im agen (m etáfora) del funcio­
nam iento alim entario y excrem encial (m andíbula y ano) que
el esquem a corporal hum ano condiciona; este condicionam ien­
to es origen de la discrim inación en tre necesidad y deseo, ha
sido la referen cia com ún de la relación de com unicación con
la m adre, com unicación de psiquism o a psiquism o, co n tam in a­
da p o r las percepciones de com unicación substancial de obje­
to p arcial oral y de objeto parcial excrem encial, p laceres de
tern u ra, que acom pañan los contactos de cuerpo a cu erp o du­
ra n te la asistencia a la necesidad, cam bio de pañales, alim en ta­
ción y aseo. C uanto m ás continuam ente viva es la relación con
la m ad re en relaciones sutiles vocalizadas, visuales, olfativas,
m ím icas, festivas y lúclicas fuera de los m om entos de m ani­
pulación p a ra la asistencia al cuerpo del niño, m enos se esta­
blecen y p erd u ra n los fantasm as de despedazam iento.
La circu n stan cia de que el narcisism o asegure la co n tin u i­
dad del ser de un individuo hum ano, no significa que el n a r­
cisism o no tenga que reorganizarse en función de las duras

59
p ruebas con las que tropieza el deseo del niño. E stas pruebas,
las castraciones, com o las llam am os, van a p osibilitar la sim ­
bolización y al m ism o tiem po co n trib u irá n a m odelar la im a­
gen del cuerpo en la h isto ria de sus reelaboraciones sucesivas.
Si se p arte de la idea (que seguidam ente precisarem os m e­
jo r) de que la castración es la prohibición radical opuesta a
u na satisfacción buscada y an terio rm en te conocida, de ello se
desprende que la im agen del cuerpo se e stru c tu ra gracias a las
em ociones dolorosas articu lad as al deseo erótico, deseo prohi­
bido después de que el goce y el placer de éste han sido cono­
cidos y rep etitiv am ente gustados. El cam ino queda un día defi­
nitivam ente in tercep tad o en la prosecución de un «cada vez
más» del placer que p ro c u ra la satisfacción d irecta e inm edia­
ta conocida en el cuerpo a cuerpo con la m adre y en el apla­
cam iento de la necesidad substancial. El cociente de esta ope­
ración de ru p tu ra es la posibilidad, p a ra el niño, de recoger a
p osterio ri lo que podem os llam ar «frutos de la castración».
E xplicitando lo que querem os decir con ello, darem os una
p rim era idea de las castraciones sucesivas antes de volver a
exam inarlas en sus porm enores.

El «fr u to » de las castraciones.


Sus efectos hum anizantes

El fru to de la castración oral (privación del cuerpo a cuer­


po nutricio), es la posibilidad p a ra el niño de acceder a un len­
guaje que no sea com prensible únicam ente p o r la m adre: lo
cual le p erm itirá no seguir dependiendo exclusivam ente de ella.
El fru to de la castración anal (o ru p tu ra del cuerpo a cuerpo
tu te la r m adre-hijo) priva al niño del placer m anipulatorio com­
p artid o con la m adre. Aunque ya no tenga necesidad del adul­
to p ara lavarse, vestirse, com er, lim piarse, deam bular, su deseo
sufre p o r la privación del re to rn o a intim idades com partidas
en contactos corporales de placer. G racias ya al lenguaje ver­
bal, fru to del destete —si la castració n respectiva ha sido so­
p o rtad a— , el desarrollo del esquem a corporal ha perm itido su­
m ar el lenguaje m ím ico y gestual a la destreza física, acrobática
y m anual. La castración anal, u n a vez b rin d ad a por la m adre
a su hijo, su asistencia verbal, tecnológica, sin angustia, da
seguridad al niño listo p a ra asum irse en el espacio tutelar, para
realizar sus propias experiencias, p a ra a d q u irir una autonom ía
expresiva, m otriz, en lo to can te a sus necesidades y a m uchos
de sus deseos.
P ara m uchos niños, el que la m adre los deje m ás sueltos
constituye u na p ru eb a in so p o rtab le (¡y qué decir de esta p ru e­
ba p ara ciertas m adres!). Sin em bargo, tan to como el destete
—prohibición del m am ar, de m ucosa a m ucosa, de la coopera-

60
ción bebé boca-m adre alim ento, en síntesis, prohibición del p la­
cer de captación caníbal—, la separación física, la prohibición
del p lacer del cuerpo del niño al placer del cuerpo de la m adre,
esta castració n llam ada anal es la condición de la hum anización
y de la socialización del niño de veinticuatro a veintiocho m eses.
La p riv ació n to tal de la asistencia física m atern a es tam bién
el com ienzo de la autonom ía p ara el niño, con resp ecto a lo
que era u n a tu tela, donde él dependía de los solos deseos de
su m adre, que p rim ab a sobre todas sus o tras relaciones. E sta
decision, vísta como u n a prom oción y p re p ara d a p o r la m ad re
con la en treg a al niño de los m edios técnicos necesarios p a ra
el cuidado de su cuerpo, el uso pru d en te de su lib ertad de m o­
vim ientos, su iniciación progresiva con respuestas verídicas a
todo aquello que lo cuestiona, esta decisión —digam os— abre
al niño la com unicación con todos los niños de su edad y con
cu alqu ier p ró jim o , en intercam bios de palabras, m anipulacio­
nes lúdicas o u tilitaria s com partidas con su entorno fam iliar
y social próxim o cuyo auxiliar se siente prom ocionado a ser.
E l fru to de la castración anal, que pone fin a la dependencia
p arasita ria respecto de la m adre, es tam bién el descubrim iento
de u na relación viva con el padre, con las o tras m ujeres, con
los com pañeros preferidos; es e n tra r en el ac tu a r y el hacer
de varón o niña en sociedad, saber controlar sus actos, d iscri­
m in ar el decir del hacer, lo posible de lo im posible. No ceder
al placer de actos que po d rían dañarlo a él m ism o y a quienes
él am a.
G racias a esta autonom ía conquistada p o r obra de la c a stra ­
ción anal, au tonom ía del niño respecto de su m adre, p ero sobre
todo de su m ad re a su respecto, el niño, chica o chico, siente
hum ano y puede, com o se dice, «colocarse en el lugar de otro»,
sobre todo de los niños o anim ales, o de un débil en relación
con los fu ertes, y de este m odo d esarro llar los basam entos de
una ética hum ana: «No hacerle yo a otro lo que no q u erría que
me hiciese él a mí», con, desgraciadam ente, tam bién este fre­
cuente corolario infantil im pulsivo: la venganza.
Sólo el lenguaje p erm ite lo que ya no es un «adiestram ien­
to»: térm in o que d ebería ser desterrado cuando se tra ta de un
sei hum ano, cuyo aprendizaje, desde las p rim eras h o ra s de
su «crianza», es ya educación.
El niño no puede o b ra r de o tra m anera que im itando lo
que percibe, y luego identificándose con los seres hum anos que
lo rodean. A estas personas modelo, de las que él depende p ara
sobrevivir, el niño las inviste con el derecho de lim itar su agre­
sividad o su pasividad en beneficio de su pertenencia al grupo
fam iliar y social: fin cultural, u tilitario, lúdico, al que él concu­
rre con seres sem ejantes, o bien con seres diferentes de él. Al
h ab lar con su en torno de sus observaciones, de sus deseos,
recibe resp u estas, aprobaciones, denegaciones, juicios. Es con

61
ocasión de estos in tercam bios de p alab ras con el padre, la m a­
dre, los fam iliares, cuando el niño oye decir y re p etir las p ro ­
hibiciones. La castración sim bolígena es dada así nuevam ente,
de un m odo o de otro, p o r alguien en quien el niño tiene con­
fianza p or causa de su p erten en cia al grupo. Con su acepta­
ción de estas prohibiciones, el niño cobra valor de elem ento
vivo del grupo.
E n este preciso m om ento se to rn a irrem plazable p ara el
niño la frecuentación del m undo extrafam iliar; sin que, por
esto, quede arran cado de este grupo y sobre todo de su m adre,
que es la garan tía de su co ntinuidad viviente. Sobre todo en el
caso de un hijo único, sólo la frecuentación de otros niños posi­
b ilitará una sana en tra d a en el Edipo, con el conocim iento por
el niño de su sexo, m asculino o fem enino, según la com para­
ción que p o d rá realizar m ediante la observación de otros niños
de am bos sexos. Tiene entonces necesidad de respuestas ju stas
referidas a su observación, tan to de las diferencias sexuales
como de las diferencias raciales o sociales, así como de las
apariencias y co m portam ientos de los varones, de las chicas,
de los hom bres y las m ujéres a quienes frecuenta.
El niño d esarrolla una identificación con los herm anos m a­
yores de su m ism o sexo, y la experiencia dem uestra que cuando
éstos, así com o los adultos a quienes frecuenta, han recibido
igualm ente la castración de sus pulsiones arcaicas, el niño se
desarrolla sanam ente hacia u n E dipo acorde con la m oral vi­
gente en su ám bito cultural. P resenta, p o r el contrario, signos
inm ediatos de angustia ante adultos y herm anos m ayores c u
yas pulsiones arcaicas están m al castrad as, y por tanto mal
sublim adas, y que, p o r este hecho, sienten atracción p o r los
niños, p o rq u e no han acabado con su propia infancia. Los
placeres que esperan del tra to con los pequeños y que éstos,
em baucados, les d ejan to m ar o in terc am b ia r con ellos, no sólo
no ap o rtan u na educación a los niños, en el sentido de una ini­
ciación en la sublim ación de las pulsiones orientada a la crea­
tividad adulta, sino que «seducen» a los niños en el sentido de
un bloqueo repetitivo del placer narcisístico, que no desem bo­
ca en la ley de la buena acción, y ello no sólo p ara el individuo
sino tam bién p ara el grupo social que éste integra. Muchas
neurosis infantiles provienen del hecho de que estos niños no
son inform ados a tiem po de los derechos lim itados que a su
respecto tienen todos los adultos, incluidos sus padres, fam i­
liares, educadores y la sociedad en general. Todo es distinto
p a ra el niño si puede h a b la r con confianza y ser inform ado de
que ha habido u n a tran sg resió n de sus derechos, y que el cul­
pable h a sido un adulto. E sta sola afirm ación b asta p ara poner
a disposición del niño el orden n a tu ra l de una ética hum ana,
es decir, nunca detenida p o r sí m ism a en la búsqueda de la
repetición de placeres conocidos. La ética hum ana es una bús­

62
queda co n stan te de superación. Por ello, tras la castració n
anal, el niño ab ierto a la frecuentación de la sociedad extra-
fam iliar, y que ha entrado en la afirm ación de su sexo riva­
lizando con los herm anos m ayores, ansia con fervor los d ere­
chos y placeres del adulto, p ad re (o educador) de su sexo, m a­
dre o padi'e, en relación con su objeto preferencial, el o tro
pro gen ito r (el ser am ado del educador).
La verbalización de la prohibición del incesto (y, si lo crían
personas d istin tas de sus padres, la prohibición de relaciones
sexuales adultos-niños), pero tam bién y sobre todo la im posi­
bilidad real experim entada de lograr éxito con sus picardías
seductoras respecto del progenitor del otro sexo, y o iro tanto
fren te al ad ulto rival hom osexual, h arán que el niño recíb a la
castración eclípica. El fru to de esta castración es su, a d a p ta ­
ción a todas Tas situaciones de la sociedad. Más aún, las pu lsio ­
nes orales, anales, u retrales, que ya fueron castrad as en la e ta ­
pa del d estete y después en la de la autonom ía del cuerpo, van
a m etafo rizarse en la m anipulación de esos objetos suLiles que
son las p alab ras, la sintaxis, las reglas de todos los juegos (lo
cual no significa que el niño acepte p erd er cuando juega y que
no in ten te h ac er tram pa). Por últim o, los signos re p re se n ta ti­
vos de los fonem as —la escritu ra, la lectu ra—, los signos que
re p resen tan a Jos núm eros, son sublim aciones, es decir, fru to s
de todas las castraciones an terio res y que adquieren su sen­
tido en la orien tación del varón y de la niña hacia u n a vida
g en ítaF fu tu ra , esp erada como una prom esa y p rep arad a p o r el
placer de a d q u irir conócim ientos y poderes, técnicas, cu rio si­
dades y placeres. Al iinal del Edipo, el niño vive no ya p ara
com placer a p ap a o a m am á, sino para sí m ism o y p a ra sus
com pañeros y amigos.

Después del E dipo

E n tra el niño en el período de latencia, con todas las p ro ­


m esas de fu tu ro p ara la época en que arrib ará, con la p u b e r­
tad, la m ad u ració n genital. Una castración que cuerna con to­
das las posibilidades de éxito (en la sim bolización de las pul­
siones ca strad as que de ella re su ltará) es la que se da a tiem ­
po, ni dem asiado tem p ran o ni dem asiado tarde, p o r p a rte de
un adulto o herm ano m ayor a quien el niño estim a y que lo
am a y lo re sp eta no sólo en su persona sino de tal m a n c ia que
a través de él el niño siente que son respetados sus genitores.
A dm itam os que un niño haya recibido a tiem po cada u n a
de las castraciones, a través de u n com portam iento casto, por
p arte de alguien cuyas prohibiciones son creíbles p o r el hecho
m ism o de que la conducta de este hom bre o de esta m u je r
pro h ib id o res concuerda con lo que dicen.

63
F ru to de la z'ecepción del decir castrad o r, al principio siem ­
pre penosa de aceptar, es, tra s la difícil prueba, el renuncia­
m iento a los actos prohibidos m ediante los cuales el niño qui­
siera p ro cu rarse un placer aun m ayor que aquel que ya había
gustado, así fuese sólo con la im aginación, en sus proyectos.
Es el duelo en la realid ad de sueños de placeres que el niño
reconoce com o irrealizables, p a ra él que am a al adulto inter-
dictor y que desea identificarse con él. Es el renunciam iento a
las pulsiones canibalísticas, perversas, asesinas, vandálicas, etc.
Si p ro c u ra ra resu m ir, en u n a o dos frases, lo que denom ino
«frutos de la castración» diría que son la suerte reservada a
aquellas pulsiones que no pueden satisfacerse directam ente en
la satisfacción del contacto corporal, o en la satisfacción del
cuerpo con objetos eróticos incestuosos. E stas pulsiones si­
guen estando pro hibidas —y hay aquí un hecho de realidad
prom ocionante— p o r el m odelo que h a dictado el dicho de la
prohibición, con respeto p o r la hum anización del niño. Riva­
lizando con la m an era en que las em plean otros que son vale­
deros en la sociedad, estas pulsiones entran, tras un período
más o m enos prolongado de silencio, de represión, en los deno­
m inados procesos de sublim ación, es decir, en la cultura. Para
el cuerpo propio, se tra ta de la soltura, la gracia, la destreza,
la habilidad d eportiva y la autonom ía total; p ara lo m ental,
de la com unicación con b ase en el lenguaje y de la inteligencia
de las cosas de la vida. P ara las cosas del sexo, independiente­
m ente del in terés por el placer de los lugares erógenos sexua­
les y de las atracciones sentim ental-sexuales, a los tres años,
el orgullo que in sp ira al niño su apellido, su sexo, su pertenen­
cia al grupo fam iliar p o rtad o r, el placer de unirse a los niños
de su edad, son signo de que ha habido una buena castración
oral y anal.
La sublim ación de las pulsiones genitales cum plida después
de la castración edípica recibida e n tre los seis y nueve años
(esto a lo sum o), va a d esarro llarse d u ra n te la fase de laten-
cia, de los ocho-nueve a los doce-trece años, sobre objetos ex-
trafam illares, p ara relaciones sociales de intercam bios según
la Ley, y en el esfuerzo del niño por prom ocionarse con vistas
a u na p u b erta d que a b rirá la vía de la adolescencia: la cual re­
organiza todos los conflictos de las castraciones mal conse­
guidas del su jeto y de sus m odelos arcaicos, herm anos mayo­
res y padres. Luego, tra s este período de la adolescencia en
que todas las castraciones deben ser consideradas y aceptadas,
porque son el precio a pag ar p o r la eclosión de las potenciali­
dades sensuales y creadoras, sin descom pensaciones patóge­
nas, los adolescentes, ah o ra responsables de su palab ra simbó­
lica, de su persona, de sus actos, plenam ente asum idos en su
vida am orosa y social, se convierten en adultos, en los iguales
de sus genitores, estén en tra n d o éstos en la vejez o no, y ello

64
a veces seren am ente pero o tras con una decrepitud que requie­
re asistencia.
E sta p resentación, esta suerte de panoram a que acabam os
de tra z a r resp ecto de las castraciones lium anizadoras sucesi­
vas, p erm ite sin duda com prender m ejor que hablásem os de
castraciones «sim bolígenas». Sobre esta noción —capital— di­
rigirem os ah o ra n u e stra atención.

L a N O C I O N DE C A S T R A C IO N S I M B O L I G E N A

Sobre la palabra «simbolígeno»


Me p arece im p o rtan te añ ad ir el adjetivo sim bolígena al té r­
mino castración. P roporciona a éste el sentido que posee en
psicoanálisis. E n efecto, la palab ra «castración» significa, en
francés,* la m utilación de las glándulas sexuales, o sea un a ta ­
que físico que deja irreversiblem ente estéril al individuo cas­
trado. Ahora bien, en psicoanálisis, la palabra castración da
cuenta del proceso que se cum ple en un ser hum ano cuando
otro ser h um ano le significa que el cum plim iento de su deseo,
con la fo rm a que él q u erría darle, está prohibido por la Ley.
E sta significación p asa por el lenguaje, bien sea gestual, m í­
mico o verbal.
La recepción de esta prohibición al actuar, que el su jeto
anhelaba, provoca en quien la recibe un efecto de choque, el
reforzam iento de su deseo ante el obstáculo, a veces la reb el­
día, pues siente su deseo am enazado de anulación ante la to tal
inutilidad de p erseg u ir su objeto.
E xp erim en ta secundariam ente una inhibición de efecto de­
presivo. Es el tra b a jo de la represión de las pulsiones en juego:
una tensión re p reso ra que, superando el renunciam iento al ob­
jeto del deseo y a las m odalidades de su satisfacción, alcanza
al valor de este m ism o deseo, pudiendo ac arrear una m u tila­
ción definitiva (de orden psíquico) de sus fuentes pulsionales.
Debe h ab larse entonces de invalidación traum ática, de m u ti­
lación histérica y no de castración en el sentido psicoanalítico.
La confusión en que incurre el sujeto entre la d u ra p ru eb a
a su frir y este riesgo im aginario de m utilación, p ara su cu e r­
po y p a ra la zona erógena afectada p o r la prohibición, nos
incita a con serv ar p a ra este com plejo el nom bre de com ple­
jo de castración.
P ara ilu strarlo , se podría com parar al individuo con u n a
planta que, m uy joven, deja b ro ta r su p rim era ñor: creyendo
que es la única que h a b rá de tener. Entonces, el jard in e ro se
la corta. N osotros sabem os que la flor es el órgano sexual de
la planta. Si la p lan ta pu d iera pensar, creería p o r tan to e sta r
sufriendo una m utilación de su destino reproductivo. En re a ­
* Y en castellan o. [T.]

65
lidad, si el jard in e ro ha cortado esta p rim era flor es porque
sabe, al hacerlo, que la fuerza de las raíces dará m ás bríos al
crecim iento de la planta; y que, en cam bio, si deja la ram a ya
florecida em p obrecerá su vitalidad. La educación p o r los hum a­
nos de u n ser hum ano, niño en tran c e de desarrollo, correspon­
de a lo que realiza el jard in e ro , que sabe lo que está haciendo
y que som ete a la planta, suponiendo que ésta se pusiera a
pensar, al tran ce de la n ulidad de la gloria ligada a esta p ri­
m era floración, que ella im aginaba ser prom esa de su única
o p o rtu n id ad de fecundidad. Al igual que con la flor, en el ser
hum ano la castración es algo siem pre p o r recom enzar. Cuando
las condiciones de la relación em ocional entre un niño y un
adulto están plenas de recíproca confianza, un sentido hum a-
nizador sale en ellas a la luz, m ediante el ejem plo y las verba-
lizaciones. El niño, a im itación del adulto que representa p ara
él la im agen acabada de su p erso n a fu tu ra, acepta de él lo que
éste le im pone, porque desea, p a ra ad q u irir m ás valor, acce­
der al ejem plo que recibe de quien le parece creíble o de quien
gobierna su form ación y que, adem ás, tiene por virtu d de la
Ley derechos sobre él. La verbalización de la prohibición im­
pu esta a d eterm in ad a m ira de su deseo, a condición de que el
niño sepa a ciencia cierta que el adulto está tan marcado como
él por esta prohibición, lo ayuda a so p o rtar la prueba, y sigue
habiendo confianza en el sujeto, dado su derecho a im aginar
la finalidad de este deseo que el adulto h a prohibido. Así pues,
el su jeto deseante es iniciado, p o r prohibición, en la potencia
de su deseo, que es u n valor, al m ism o tiem po que se inicia
tam bién en la Ley, la cual le ofrece o tras vías p a ra la identi­
ficación de los otros hum anos, m arcados tam bién ellos por
la Ley. )
E sto da lugar a u n proceso que podem os denom inar de
m utación p a ra el sujeto, y de reforzam iento p ara el deseo. La
Ley de que se tra ta no es únicam ente una Ley represiva. Se
tra ta de una Ley que, aunque parezca m om entáneam ente re p re­
siva del actu ar, es en re alid ad una Ley que prom ociona al
su jeto p a ra su actuación en la com unidad de los seres hum a­
nos. N unca puede ser la Ley de un adulto determ inado que
la profiere en su provecho en c o n tra del niño. Es la Ley a la
que este adulto está som etido, él tan to como el niño.
Las pulsiones así rep rim id as experim entan u n a re estru ctu ­
ración dinám ica, y el deseo, cuyo fin inicial ha sido prohibido,
abo rd a su realización p o r m edios nuevos, sublim aciones: m e­
dios que exigen, p a ra su satisfacción, u n proceso de elabora­
ción que no exigía el o b jeto prim itivam ente tenido en vista.
Sólo este últim o proceso lleva el nom bre de sim bolización,
em anado de u na castración entendida en el sentido psicoana-
lítico.
Ello no im plica decir que castración es igual a sublim ación.

66
Una castración puecle conducir a la sublimación, pero también
puede desembocar en una perversión, en una represión de de­
senlace neurótico.
La perv ersió n es u n a sim bolización, pero una sim bolización
que 110 corresponde a la Ley p a ra todos: ley de la p rogresión
que, de castració n en castración, conduce a aquel y aquella que
la experim entan a u n a hum anización tan to en un sentido de
creatividad com o de ética. Puede haber un desvío de las pul­
siones hacia u n a satisfacción que no introduce la progresión
del su jeto hacia la asunción de la Ley. Por ejem plo, cuando
la castración conduce al individuo a la negación de los proce­
sos vitales, como se observa en el m asoquism o.1
Supongam os el caso de u n a chiquilla que reacciona ante
la agresión su frid a p o r p a rte de un com pañerito liberando sus
pulsiones agresivas p o r m edio del grito. Si la m adre interviene
para d e sb a ra ta r esta m anifestación oral de las pulsiones agresi­
vas de su h ija, b u rlán d o se de ella, como si se hiciera cóm plice
del chico, la niña, cuyo m odelo es la m adre, puede llegar a so­
m eterse a la agresión com o aquello que su m adre desea efecti­
vam ente p a ra ella. Es decir, gozar de un sufrim iento físico
su p uestam en te ap robado por la im agen acabada de ella m ism a
que el ad ulto representa.
Es de este m odo com o el Superyó se to rn a perverso, maso-
quista, hipocondríaco (cuando está introyectado) o m asoquis-
ta en la relación con el otro, o au to d estru c to r (accidentes re ­
petidos), o desprovisto de defensa hum oral ante agresiones
patógenas. ILa castración es com prendida a veces —según el
adulto que la cía, según el niño que la recibe, sobre todo según
la p a re ja p aren tal, ejem plo de vida recibido en ese preciso
m om ento y p rom esa de fu tu ro — como la prohibición de todo
deseo que tenga p o r fin el placer, y como u n a denegación de la
justa intuición experim entada por el niño en lo to can te a lo
que es gozar de su desarrollo físico, afectivo y m ental. Hay
aquí u n efecto sim bolígeno perverso de las castraciones. A m e­
nudo en teram en te inconsciente en los padres o educadores que
le h an dado origen. Una castración que induce el deseo de sa­
tisfacerse con el sufrimiento, en lugar de satisfacerse con el
placer, es una perversión. O tro caso es cuando hay efecto ho-
m osexualizante de la prohibición relativa al cum plim iento in­
cestuoso del deseo genital. La prohibición de la m u je r que es
o bjeto del su jeto hijo varón, o sea su m adre (o sus h erm an as),
puede serle verbalizada y ser oída por él como la prohibición
de to d a m u jer, siendo toda m u jer propiedad de su padre. Los
co m p o rtam ien to s y los enunciados de su padre le pro h íb en en­
tonces tr a ta r de a tra e r la atención de m u jer alguna en el m edio
fam iliar y social de su entorno. De este modo, la castració n

1. V éase el caso de León, cap. 3, pág. 229.

67
que el p ad re im pone a su deseo conduce al varón a o rien tar
las pulsiones centrífugas fálicas que se m anifestarán en él
hacia la búsq u ed a de un ho m b re y no de u n a m ujer.
Lo repetim os, castración no es exactam ente sinónim o ele su ­
blimación. Si hay sublim ación, es no obstante porque ha ha­
bido una castración, que ha sostenido la sim bolización de las
pulsiones en el sentido del lenguaje, hacia la búsqueda de nue­
vos objetos, de u n a m an era conform e con las leyes del grupo
restrin g id o fam iliar y del grupo social, y porque el sujeto ha
encontrado un placer m ás grande en el juego y en el cum pli­
m iento de sus pulsiones evitando el sector de realización veda­
do p o r la prohibición. El que haya habido castración dada y
recibida no asegura que el proceso culm inará en la sim boliza­
ción «eugénica», fuente de nuevas sim bolizaciones, excluyente
de una sim bolización que acab ará bloqueada y a la que se
debe llam ar «patógena». Una sim bolización patógena suscita
u n a dirección p erv ersa en el cum plim iento del deseo. El sujeto
puede caer entonces en el engaño del placer que ha descubier­
to, p o r ejem plo, en u n o b jeto de fijación que aporta un placer
intenso y repetitivo, donde el narcisism o quedará entram pado
po rque la búsq u eda de su deseo está detenida en el cuerpo,
lu g ar parcial o to tal del gozar, pero objeto p ara la m uerte.
Toda m i indagación concerniente a los trasto rn o s precoces
del ser hum ano se aplica a d escifrar las condiciones necesarias
p a ra que las castraciones dadas al niño en el curso de su desa­
rrollo le p erm itan el acceso a las sublim aciones y al orden
sim bólico de la Ley hum ana. E ste orden sim bólico es el que
prom ueve a determ inado espécim en hum ano, nacido de hom ­
b re y de m ujer, dotado de u n cuerpo m asculino o femenino,
a devenir su jeto responsable d en tro de u n a etnia dada, al m is­
mo tiem po que testigo de su c u ltu ra y acto r del desarrollo de
esta cu ltu ra en u n lugar y tiem po dados. A lo largo de la evo­
lución de un ser hum ano, la función sim bólica, la castración
y la im agen del cuerpo están estrecham ente ligadas. La fun­
ción sim bólica, de la que está dotado todo ser hum ano al na­
cer, perm ite a u n recién nacido diferenciarse, en cuanto sujeto
deseante y p ren o m brado, de un rep resen tan te anónim o de la
especie h u m an a (al que no o b stan te se reduce en el sueño p ro ­
fundo, en el m om ento en que el sujeto del deseo 110 se halla
en relación con un objeto en la realidad).
G racias a la castración, la com unicación sutil, a distancia de
los cuerpos, deviene creadora, de sujeto a sujeto, por m edio
de la com unicación, a través de la im agen del cuerpo actual
y del lenguaje, en el curso de cada estadio evolutivo de la
libido.
La castració n es generadora de u n a m anera de ser nueva
fren te a u n deseo que se to rn a im posible de satisfacer en la
form a con que h asta entonces se satisfacía. Las castraciones

68
—en el sentido psicoanalítico— son difíciles p ru e b as de p a rti­
ción sim bólica. Son u n decir o un ac tu a r significante, irre v er­
sible y que constituye ley, que por tan to tiene un efecto ope­
rativo en la realidad, siem pre penoso de a d m itir en el m om en­
to en que dicha castración es dada. Pero son tan necesarias
p a ra el desarrollo de la individuación del niño en relación con
su m adre, y después con su padre y con sus allegados, com o
p a ra el desarrollo del lenguaje.
El destete, p o r ejem plo, separa al niño de su m ad re com o
alim ento substancial, separando la boca del niño del pecho
lactífero. P ero el destete, p rim era castración oral, no ap u n ta
m ás que a u n a m odalidad de satisfacción del deseo, en cuanto
parcial. La tactilidad, el olor, el contacto cuerpo a cuerpo, el bi­
b eró n o la alim entación p o r cucharilla y la bebida en vaso, sub­
sisten; la m ad re sigue siendo objeto to tal de la relación que el
niño tiene con ella. C iertam ente, este pecho m aterno, en el m o­
m ento en que el niño lo m am a p o r ú ltim a vez, este pecho que es
un ob jeto parcial de su deseo (al m ism o tiem po que un m edia­
dor de su necesidad), este pecho que form a p arte de la m adre,
es apreh en d id o p o r el niño como si le perteneciera a él. Queda,
pues, el niño separado de una p arte de él m ism o, ciertam en te
ilusoria, p ero si hace esta experiencia es porque sobrevive a
la pru eb a, y tal experiencia es sim bolígena según la m anera
en que la m ad re dé el destete prom ocionante en su relación de
lenguaje, de te rn u ra y de intercom prensión.
E ntonces, el «circuito corto» del deseo de m ucosa a m uco­
sa, de la boca al pecho, se transform a, sobre un fondo de ten­
sión, sufrim iento, m alestar o falta, en circuito largo de com u­
nicación, de p siquism o a psiquism o; com unicación m ás ex­
ten d id a en el espacio y en el tiem po, y m ás sutil de lo que era
la com unicación repetitiva en el contacto corporal de las nece­
sidades asociadas al deseo. Se puede decir que el niño p riva­
do del pecho, del m am ar (vaso com unicante, an tropofagia
fan tasm ática), erogeniza tan to m ás lo sutil que percibe de su
m adre. La erogenización de lo sutil, olfato, audición, vista, es
ya u n sim bolígeno m ás de lenguaje que la de lo substancial,
la leche deglutida, el placer de la succión; porque lo su b stan ­
cial está ligado a la necesidad repetitiva en sus m odalidades de
placer sin sorpresa. E n lo sutil, el cruce de la voz de la m adre
con la voz de o tras personas introduce al niño en relaciones
nuevas; m ien tras que, en la relación boca a pecho, nadie se
inm iscuye. Gracias a las separaciones de efecto sim bolígeno de
este tipo que son las castraciones sucesivas, las zonas erógenas
ligadas a la tactilidad, antes de la separación de los cuerpos,
p o d rá n to rn arse lugares de deseo y de placer, tan to recibido
com o dado a otro, y signo de alianza.
El placer dado se experim enta desde ese m om ento com o un

69
descubrim iento, com o u n a invención, u n a creación de dos, p o r
u n a conjugación —a través del cuerpo— de los psiquism os de
la m adre y de su bebé. El goce pasa a ser, sim bólicam ente,
fru to de u n encuentro a la vez im aginario y real, en el tiem po
y en el espacio, asociado al cuerpo del niño en sus sensacio­
nes parciales, pero tam bién al cuerpo en su totalidad, gracias
a la p resencia sutil y expresiva de la m adre: presencia cuyas
m odalidades de percepción perm anecen en la m em oria, sin
elim inarse, com o sucede con lo substancial.
Se tra ta de u n a m odificación con valor sim bólico, nueva to­
dos los días, de la presencia m atern a, y no de una desaparición
del objeto-m adre. De u n afinam iento del conocim iento que el
niño tiene de ella y de sí, en el placer de acordarse de ella, de
esp erarla y reen co n trarla, sim ilar y sorprendente, en algo dife­
rente. E n cam bio, si el objeto desaparece p a ra siem pre, la cas­
tración ya no es ni valorización del deseo, ni p o rtad o ra de vida
conocida, ni a p e rtu ra a u n a llam ada de com unicación in terh u ­
m ana. Es, tras u n cierto tiem po de espera, un agotam iento del
deseo y una detención de la dinám ica del deseo, la m utilación
de la im agen del cuerpo que se había desarrollado en la rela­
ción del lactan te con su m adre; sucede a ello una im posibili­
dad de sim bolización de u n vínculo desaparecido, y p o r tanto
de la sublim ación en relaciones sutiles, fundadas en el lenguaje,
que o tras personas po d rían oír. P or m ediación de lo cual, estas
pulsiones desligadas b ru scam en te de la relación con la única
persona p o r la cual el niño se sabe existir, re to rn an al cuerpo
del niño ah o ra anónim o en relación con su deseo. El niño cum ­
ple u n a regresión com o «uno a n te rio r a su nacim iento», sin
poseer ya las referencias an terio res al nacim iento.
Es el autism o.
M ediante la castración sim bolígena, p o r el contrario, la m a­
dre, que ha d estetado a su hijo y com probado, p o r sus gritos,
su m alestar p a ra vivir y a c e p ta r esta difícil prueba, se ingenia
p a ra consolarlo. Más aún cuando, a m enudo, tam bién ella su­
fre por este cam bio de relación con su cuerpo propio y con su
bebé. E nseña al niño a sen tirse ta n cercano a ella y aún m ás
g ratam ente que antes de la privación, en su recíproco in ter­
cam bio hum ano. Le enseña a en c o n trar, en una com unicación
con base en el lenguaje, u n a in troducción a la atención de otro:
el padre, los herm anos y h erm an as, consoladores e interlocuto­
res de reem plazo, aliados de la m adre, que vienen a revelar al
bebé el m undo social. Cuando un niño se sonríe, tiende los
brazos y hay allí o tra perso n a que dice: «Qué m ajo es su bebé,
cómo se sonríe», esta p ersona lo inti'oduce a una d istinta de
su m adre; y, de unos brazos en otros, de persona en persona que
lo reconoce com o alguien que se com unica, él en tra en com u­
nicación con la sociedad. P or eso ju stam en te el destete, esta
castración oral, es sim bolígeno.

70
La angustia del octavo mes

E llo explica, p o r ejem plo, que la llam ada «angustia del oc­
tavo mes», observada y d escrita por ciertos psicoanalistas, no
sea un p asaje fatal ni necesario sino que a veces se debe a que
el niño no es suficientem ente llevado hacia aquello que le
atrae, hacia lo que desea to car (por el hecho de que su deseo
de m o tricid ad es im aginariam ente m ás precoz que la capaci­
dad real de su esquem a corporal). La angustia del octavo m es
procede de que el adulto no m ediatiza en el espacio los o b je­
tos que el niño ve y a los que, viéndolos, desea acceder con
su cuerpo o su tacto, con su prensión. Se tra ta de u n senti­
m iento de im potencia que proviene de la falta de m ediatiza-
ción p o r p a rte de la m adre; falta la socialización que en este
m om ento el b eb é h a b ría necesitado; entonces se a b u rre, algo
se deb ilita p o r no ejercitarse, algo de su lenguaje de deseo no
es com prendido.
A provechem os p a ra observar que p ara que las castraciones
ad q u ieran su valor sim bolígeno, es necesario que el esquem a
co rp oral del niño esté en condiciones de soportarlas. N acim ien­
to, destete, separación de la instancia tu te la r bicéfala ·—fem e­
nina y m asculina— fo rm ad a por am bos padres, etc., deben res­
p e ta r la in teg rid ad m ás tenue, original, que especifica el con­
tinuo n arcisístico de la im agen del cuerpo del sujeto.
Un niño que no h a alcanzado los siete m eses de vida fetal
no es capaz de so p o rtar el nacim iento sin especiales cuidados,
ni de sim bolizar con los intercam bios resp irato rio s la c a stra ­
ción um bilical. Un niño que aún no h a estado lo suficiente con
el cuerpo de su m adre no es capaz de so p o rtar el d estete sin
efectu ar u n a regresión a los estadios m ás precoces de los p ri­
m eros días de su vida. Hay u n m om ento preciso p a ra a p o rta r
cada castración; este m om ento es aquel en que ya las .pulsio­
nes, aquellas que están en curso, han aportad o cierto d esa rro ­
llo del esquem a co rp o ral que hace al niño capaz de o b ten er pla­
cer de o tra m an era que en la satisfacción del contacto cuerpo
a cuerpo, el cual h a dejado de ser absolutam ente necesario a
este espécim en de la especie hum ana que re p resen ta el orga­
nism o cuerpo, p a ra que sobreviva en cuanto ser de necesidad.
Hay que añ ad ir que a este organism o que hace al niño u n ser
de necesidad le está asociado u n sujeto de deseo.
E l su jeto que, a no dudarlo, se halla presente ya desde la
fecundación, no se m anifiesta m ás que a través de deseos. Es­
tos deseos no pueden separarse de u n a m anera in m ed iata de
su conjunción con las necesidades. El lenguaje, en el sentido
am plio del térm ino, y en el m ás preciso de palabras, constituye
la m ediación de esas evoluciones que son las castraciones su­
p eradas.
P or ejem plo, un niño que h a alcanzado la m o tricid ad , la

71
deam bulación d entro del m arco de su fam ilia, cerca de su
padre y de su m adre, si conoce a la persona con la que cam bia
de m arco puede co n tin u ar desarrollando su m otricidad y su
alegría de vivir: gracias a esta p ersona m ediadora entre el es­
pacio an terio r y el espacio nuevo, el niño está aún im aginaria­
m ente con sus padres, sobre todo si aquélla le habla de éstos.
Pero si se lo tra n sp o rta b ru sc am en te a otro lugar y quien lo
hace es alguien que no conoce a los padres, que no habla al
niño de lo que está pasando y del sentido de este cambio, que
no lo reenlaza a los recuerdos an terio res, lo que el niño vive es
un trau m a psíquico. D etiene su desarrollo m otor y sólo se in­
co rp o ra al nuevo m edio n u tricio tu te la r cum pliendo una regre­
sión, perdiendo sus adquisiciones, restableciendo una relación
arcaica con el m arco nuevo. La separación, castración de un
deseo h asta entonces em barcado en el am o r de las personas del
m edio an terio r, no h a sido sim bolígena, la separación ha sido
trau m ática, hay regresión, y la sim bolización se rean u d ará más
tard e. Pero, p o r el m om ento, es u n trau m a.2
E xiste o tra condición necesaria p a ra asegurar la dim ensión
sim bolígena del proceso de castración. R eside en las cualida­
des del ad ulto colocado en posición de ten er que dar la ca stra­
ción. Un niño acepta u n a lim itación y u n a tem porización para
la satisfacción de sus deseos, e incluso u n a prohibición de sa­
tisfacerlos alguna vez, si la perso n a que se los prohíbe es una
p ersona am ada, a cuyo p o d er y sab er sabe que tiene derecho
a acceder. E ste alguien, este adulto, sólo perm ite al niño el
acceso a la sim bolización de sus pulsiones si, al m ism o tiem po
que la castración que le da, siente respeto y am or casto por
el niño a quien propone lim itaciones m om entáneas o prohibi­
ciones definitivas respecto de determ in ad o goce parcial que el
niño buscaba. Aun es preciso que este adulto sea, para el niño,
el ejem plo de u n éxito hum ano y de la prom esa de que estas
m ism as pulsiones po d rán ser satisfechas m ediante la obtención
de un placer m ucho m ayor, a im agen de aquel que le habla y
que lo dirige. E ste es entonces u n m odelo que el niño puede
seguir, escuchar, si quiere al m ism o tiem po desarrollarse, estar
en el cam ino de acceso al falo sim bólico, y tener la certeza de
que su deseo es valorizado, de que el placer es accesible y bien
visto p o r el adulto. Aún no sabe cóm o h a rá p a ra en co n trar el
cam ino; pero, dado que este guía ya lo ha encontrado, ¿por
qué razón él m ism o, escuchándolo, prestán d o le confianza (y no
sum isión) no h ab ría de hallarlo?
De este m odo, u n a castración padecida conduce al individuo
a u na m ayor confianza en sí m ism o y a u n a com unicación cada
vez m ás diferenciada con el otro, y ello tan to m ediante una

2. Se trata de una castración m u tilad ora de la im agen del cuerpo di­


nám ica, es decir, no sim b olígen a.

72
destreza ci-eciente en el m anejo del vocabulario y en general
del lenguaje, com o p o r la destreza m anual que p e rm ite al niño
u n a actividad in dustriosa, u n saber h acer gracias al cual es
capaz de in tercam bios con los otros, puede ser apreciado pol­
los otros y aban d onar, de estrato en estrato, su dependencia
respecto de los adultos tu telares fam iliares. P ro g re sa r de cas­
tració n en castración es el m edio p a ra abandonar el com por­
tam iento de im potencia pueril p ara p a sa r al de pre-ciudadano
en vías de acceso a todos sus derechos: a condición, estos de­
rechos, de pagarlos con la aceptación de las leyes que rigen a
aquellos en cuya escuela el niño se ha integrado p o r am or, es
decir sus padres, sus educadores, así como sus com pañeros
de edad y sus com pañeros m ayores. E ste sentim iento de p ro ­
m oción le p erm ite d ejar d etrás de sí el gozar de la p rim e ra in­
fancia, p a ra acceder a un gozar m ás grande, un gozar de m ás
edad que él. E xiste en los niños n atu ralm en te este deseo de cre­
cer, proyecto incluido en su organism o en crecim iento. E sta
esperanza de no seguir siendo pequeños sostiene su coraje
an te m uchas con trariedades debidas a su im potencia en la re a ­
lidad, co m p arad a con sus iniciativas creadoras. P or desgracia,
m uchos adultos siguen aún ahí y reprochan, o m ás bien expre­
san de m an era peyorativa a u n niño su descontento, desvalori­
zando su valor de sujeto en nom bre de su cuerpo, lo cual es
v ejatorio p a ra él. Es bien com prensible que el niño que está
creciendo experim ente a veces el peligro de re to rn a r a la an te­
castración, puesto que al m ism o tiem po p erd ería las adquisi­
ciones que, gracias a esta castración, h a podido obtener. Antes
de ser ab so lu tam ente asegurado respecto de las nuevas m oda­
lidades cu ltu rales adquiridas, es peligroso p a ra un niño m ira r
p ara a trá s e identificarse con el que era él m ism o antaño.
A ello corresp o nden las actitudes fóbicas de pequeños que,
colocados en u n espacio nuevo, se refugian en las faldas de su
m adre, con u n a m ím ica prim ero m ás o m enos ansiosa pero que
puede llegar a serlo gravem ente, y son susceptibles h a sta de
llegar a p e rd e r el lenguaje: debido a que, ju stam en te, el len­
guaje u tiliza las pulsiones orales de u n a m an era civilizada,
m ientras que la fobia proyecta estas pulsiones sobre la idea
de un peligro en el espacio, que ten d ría form a de m andíbula
dental, d estin ad a a devorar todo o p a rte del cuerpo de quien
bu sca goce.
Cuando, p o r el contrario, un niño h a alcanzado el nivel de
la castració n anal, o sea que ya es capaz, m ediante su esquem a
corporal, de u tilizar pulsiones m otrices en teram en te sublim a­
das en la so ltu ra del cuerpo, soltura en todas las m odulaciones
de sus pulsiones de una m anera ya cultural, en ese m om ento
ya no tem e identificarse consigo m ism o tal com o e ra de peque­
ño. P o r o tra p arte, ésta es la edad en que los niños no tem en
ocuparse de los chiquitos, de reírse de sus rarezas, y ya no

73
sienten celos de las fam iliaridades de que los bebés son objeto
por p a rte de las personas am adas.
Inversam ente, cuando la castració n anal es m al asum ida,
bien sea p o rq u e fue m al d ad a p o r el adulto, bien porque el
adulto que la h a dado en p alab ras no es u n m odelo a im itar
p or el su jeto (si este m ism o adulto está angustiado por sus
propios deseos), jam ás aquel al que educa p o d rá sublim ar sufi­
cientem ente, es decir h ab lar, fa n ta sm a tiz ar «en brom a» sus
pulsiones anales. E l adulto tu te la r confunde im aginario y reali­
dad; no es ni to lerante, ni indulgente, ni perm isivo frente a sus
propios fantasm as, que deben p erm an ecer inconscientes, coar­
tados o reprim idos, los de sus pulsiones orales y anales. Es una
triste evidencia com p ro b ar que son m uchos los adultos inca­
paces de d a r una castración sim bolígena de los estadios arcai­
cos, p o rq u e ellos m ism os lam en tan h ab er dejado de ser niños
o lam en tan que su hijo crezca y experim ente deseos de autono­
m ía a su respecto. Im pide al niño alzarse a un nivel que le
perm ite so b rep asar aquel estadio ético arcaico en el cual tuvo
que perm an ecer algún tiem po, y del que la edad lo sacará casi
espontáneam ente si tiene ju n to a él unos pad res felices, quiero
d ecir pad res que viven de u n a libido genital m ucho m ás que
en el nivel libidinal de consum o y de tra b a jo (sublim ación oral
y anal). E n la dinám ica fam iliar, el agente de la educación, lo­
g rada o no, es m ucho m ás el inconsciente que un saber peda­
gógico aprendido. (F uera de la dinám ica fam iliar, la tram p a
incestuosa ya no está d irec tam en te p resente.)
Ahora que he explicitado lo que entiendo por castración
sim bolígena, voy a exam inar con m ás detenim iento su m anera
de actualizarse en la h isto ricid ad de la vivencia del niño.

L A C A STRACION U M B IL IC A L

Afirmar que el nacim iento constituye, de hecho, la p rim era


castración, en el sentido que hem os dado a este térm ino, puede
cau sar extrañeza. No ob stan te, es lo que dem ostraré aquí.
No cabe duda de que el nacim iento es ante todo, en aparien­
cia, ob ra de la naturaleza; p ero su papel sim bolígeno p ara el
recién nacido re su lta indeleble, y sella con m odalidades em o­
cionales p rim eras su llegada al m undo en cuanto ser hum ano,
ho m b re o m u jer, acogido según el sexo que su cuerpo atesti­
gua p o r vez prim era, y según la m an era en que se lo acepta
tal como es, fru stra n te o gratificante p ara el narcisism o de
c a d a uno de sus padres.
Lo que sep ara el cuerpo del niño del cuerpo de su m adre,
y lo hace viable, es el seccionam iento del cordón um bilical y
su ligadura.
La cesura um bilical origina el esquem a corporal en los lími-

74
tes de la envoltura constituida por la piel, separada de la pla­
cen ta y de las envolturas contenidas en el ú tero , y a él deja­
das. La im agen del cuerpo, originada parcialm ente en los r it­
mos, el calor, las sonoridades, las percepciones fetales, se ve
m odificada p o r la variación bru sca de estas percepciones; en
p a rtic u la r la pérdida, p ara las pulsiones pasivas auditivas, del
doble latido del corazón que in utero el niño oía. E sta m odifi­
cación viene acom pañada por la aparición del fuelle p u lm o n ar
y de la activación del peristaltism o del tubo digestivo que,
nacido el niño, em ite el m econio acum ulado en la vida fetal.
La cicatriz um bilical y la pérdida de la placenta pueden con­
sid erarse en función del destino hum ano anterior, com o una
prefiguración de todas las pruebas que m ás adelante serán de­
nom inadas castraciones (añadiéndoles el adjetivo oral, anal,
u re tra l, genital). Así pues, esta p rim era separación re cib irá
el no m b re de castración um bilical. Es concom itante al naci­
m iento y debe co nsiderársela fundadora, con las m odalidades de
alegría o de angustia m anifestadas al nacim iento del niño en
su relación con el deseo de los otros. Las m odalidades del n a­
cim iento, esta p rim era castración m utante, servirán de m atriz
a las m odalidades de las castraciones ulteriores.
El nacim iento viene acom pañado, m erced a las m odificacio­
nes fisiológicas que se operan en el cuerpo del niño, por un
grito sonoro m ediante el cual éste se m anifiesta, al m ism o tiem ­
po que reacciona con la evacuación del contenido substancial
in testin a l p o r el polo cloacal, m ientras que antes era un feto
cen trad o únicam ente p o r la salida um bilical, por la deglución
de líquido am niótico y la m icción u rin aria en éste.
A la p a r que su respiración y su propio grito, que el bebé
oye, la e n tra d a en juego del olfato (el olor m aterno) es incons­
cientem ente el im pacto prim ero, sobre el recién nacido, de una
localización p a rtic u la r de su relación con su m adre. La audición
p re n atal am o rtig u ada desaparece, p ara d ar paso a la audición in­
tensificada de las voces ya conocidas: las del padre, la m ad re y
los p arien tes.3
E sta p érd id a de percepciones conocidas y este su rg ir de p e r­
cepciones nuevas constituyen lo que se h a dado en llam ar el
«traum a» del nacim iento, que es una m utación inicial de nues­
tra vida y que sella con un estilo de angustia m ás o m enos
m em orizado, p a ra cada feto que arrib a a la vida aérea, su p ri­
m era sensación lim inar de asfixia, ligada al finiquito del ele-

3. N ó te se que recien tes estu d ios han probado que in utero el niño oye
los son id os graves, es decir, las voces m asculinas, y que lo que oye de
la m adre es el latid o del corazón y un ruido que se parece al de las olas
que rom pen contra la playa. El niño sólo escucha la voz m atern a si ésta
p osee in ten sid ad es graves. Lo m ás curioso es que esto se in vertiría tras
el n acim ien to, y que enton ces el niñ o oiría sobre tod o las frecu en cias
elevadas.

75
m entó acuático caliente y al surgim iento en el m undo aéreo
del peso. Así pues, m odificaciones cataclísm icas m arcan nues­
tro nacim iento, n u estra p rim era p artició n m utante, por la cual
dejam os u na p a rte im p o rtan te de lo que constituía in utero
n u estro propio organism o, envolturas am nióticas, placenta, cor­
dón um bilical; p a rte gracias a la cual hem os podido ser viables
p ara un espacio diferente que, al acogernos, nos im posibilita pa­
ra siem pre el reto rn o al espacio precedente, al modo de vivir
y de gozar que en él habíam os conocido.
En lugar de la sangre p lacen taria que alim entaba pasiva­
m ente la vida sim biótica del feto en el organism o m aterno, la
vida carnal se incorpora, podríam os decir, al aire, nuevo ele­
m ento com ún a todas las c ria tu ra s te rre stre s y cuyo flujo y
reflujo responden al fuelle pulm onar. Con este fuelle aparece
la m odificación del ritm o p u lsátil cardiaco, que ahora no es
pendular sino obediente a u n ritm o, com o lo era, en la vida
fetal, el corazón de ritm o ondu lato rio de la m adre. Sí: el niño
recién nacido h a perdido, al nacer, la audición de su propio
ritm o cardiaco tal com o él lo conocía. Aparece tam bién la sen­
sación de la m asa del cuerpo, som etida a la pesantez, y de las
m odalidades de m anipulación de la que es objeto por las m a­
nos que la recogen; y el plano de la cam a o el cuerpo de la
m ad re sobre el cual el niño reposa. La luz deslum bra su retina,
el olor de la m ad re llena su cavum , las voces del equipo asis­
ten te y los ruidos se dejan oír con claridad, m ientras que, hasta
entonces, las sonoridades del m undo sólo eran percibidas a
través de aquella p ared de agua y de carne, sobre aquel fondo
donde el ritm o pendular rápido del corazón fetal se cruzaba
con el ritm o, dos tiem pos y m edio m ás lento, del corazón m a­
terno. Según las horas del día, estos ritm os sincopados se al­
tern ab an con los de la m arc h a del cuerpo portador, y con los
ruidos de su actividad in d u strio sa, m arcados a veces por vibra­
ciones sonoras que las p alab ras, sobre todo las de las voces
graves, m asculinas, tra n sm itía n ahogadas h asta el huevo en que
el niño iba desarrollándose. P or la noche este doble ritm o au­
ditivo reposaba, y a él se sum aban el ronquido del sueño m a­
tern o y los borborigm os de los m ovim ientos viscerales diges­
tivos de la m ad re dorm ida.
Así pues, b ruscam ente, b ru talm en te, el niño descubre per­
cepciones de las que h a sta entonces no tenía noción: luz, olo­
res, sensaciones táctiles, sensaciones de presión y de peso, y los
sonidos fuertes y nítidos que h asta ahora sólo había percibido
sordam ente. El elem ento auditivo m ás destacado será, por su
repetición, el de su nom bre, significante de su ser en el m undo
p ara sus padres. Significante de su sexo, igualm ente, porque
esto es lo p rim ero que oye: «¡Es u n varón!», «¡Es una niña!»,
y las palab ras que acto seguido b ro ta ro n de los asistentes, y
la?, voces de los fam iliares que lo reciben, las voces que se

76
acercan, las voces que se alejan y, p erp etu am en te oídos, los
fonemas de las p alab ras «varón» o «niña», acom pañados del
nom bre con el que los padres lo significan desde ahora. E ste
nom bre, y esta calificación, la calificación de su sexo, son lan­
zados p o r voces anim adas por la alegría o p o r la reticencia,
expresando la satisfacción o no del entorno, y cada día descu­
brim os h asta qué pu n to los lactantes conservan, «engram adas»
como cintas m agnéticas en algún punto de su córtex, estas p ri­
m eras significaciones de alegría narcisizante, ya desde en to n ­
ces, o de reticencia, cuando no de pesadum bre, y de angustia
p ara ellos desnarcisizante, ya desde entonces.
Así pues, es el lenguaje el que simboliza la castración del
nacimiento que llamamos castración umbilical·, este lenguaje
golpeará rep etitiv am en te el oído del bebé com o el efecto de
su ser en el im pacto em ocional de sus padres, al capricho de
las sílabas sonoras, de las m odulaciones y afecto que él percibe
de m an era in tuitiva, sin que sepam os exactam ente cóm o le es
posible percibirlos. Es com o si todos estos afectos, acom pa­
ñados p o r fonem as, en carn aran un m odo de ser narcisístico
prim ero.
Las sílabas p rim eras que nos han significado son p a ra cada
uno de noso tro s el m ensaje auditivo sím bolo de n u estro naci­
m iento, sinónim o del p resen te en el doble sentido de actual
y de don que es el vivir efectivo p ara este niño que, de im agi­
nario que era p a ra los padres, pasa a ser realidad. R ealidad
irreversible, fem enino o m asculino, así es él y así será, com o
se p resen tó an te todos, ante sus padres y ante los re p re se n ta n ­
tes de la sociedad que lo acogieran. Como varón o niña, con
nom bre de varón o de niña, es dado por su p adre a su m adre,
recibido p o r su p ad re de su m adre, recibiéndolo am bos no sólo
el uno del o tro sino de las generaciones anteriores que los tra ­
jero n a ellos m ism os al m undo y tam bién del destino que lleva
o no, p a ra ellos, el nom bre de Dios, pero que, de cualquier m a­
nera, h a signado esta existencia. Es inexorable, el bebé es niña
o varón, así son las cosas, u n hecho ajeno al poder de los p a ­
dres. Con lo cual, en este asunto, tam bién éstos su fren una
castración. La castración de ellos es la inscripción del niño en
el R egistro civil, que signa su estatu to de ciudadano, suceda a
sus p ad res lo que suceda. Lo p ro teja n o no puedan protegerlo,
de ah o ra en adelante él está a su cargo, si pueden asum irlo;
pero no les p ertenece en teram ente, pues es un sujeto legal de
la sociedad sobre el cual sus derechos son lim itados. ¡Y su
deber, ilim itado!
Los proyectos fantasm áticos de nom bre y de sexo se acaban
con la fijación de esta inscripción en el R egistro civil, incluida
la p erten en cia a quien lo reconoce legal o adulterino, o a quien
se niega a reconocerlo legalm ente o, m ás aún, afectivam ente. Ya
no hay fan tasm as posibles, u n a vez cum plido este acto en el

77
Registro; el niño h a ingresado en u n a realidad de la cual no
p o d rá desprenderse, salvo obedeciendo a la Ley. La sim boliza­
ción, p ara el recién nacido ta n to com o p a ra sus padres, de esta
castración del feto y con él de los padres, con el nacim iento
y la inscripción en el R egistro civil, es su adopción plena y en­
tera, afectiva y social, o su adopción reticente, significada por
la m anera en que su genitores h an decidido inscribirlo. E sta
escritu ra cuya huella es d ejad a en el R egistro civil, unida a un
patroním ico,, le p ro cu ra p a ra toda su vida el significante m a­
yor de su ser en el m undo, aquel que su cuerpo llevará consigo
h asta la m uerte.
Es realm en te so rp ren d en te pero es así: el im pacto produci­
do sobre un recién nacido p o r la escucha y las percepciones
que él tiene del surgim iento de alegría, corazón a corazón, de
sus pad res o, p o r el contrario, de la depresión en la que su
nacim iento —p o rque es de tal sexo o p resen ta tal o cual as­
pecto— h a sum ido a uno de los pad res o a am bos,' reaparecen
siem pre en los psicoanálisis. Sea la que fuere esta sim bolización
de la castració n um bilical, ah o ra tenem os las pruebas form ales
de que puede p ro c u ra r al niño u n a potencia sim bólica m ás o
m enos grande, según la m an era en que la m adre ha vivido, en
el plano fisiológico, su alum bram iento, es decir, la expulsión
de la placen ta u n a m edia h o ra después de nacer el niño, y en
que la p a re ja co n ju n ta del p ad re y la m adre ha vivido la
prom esa, cum plida a sus ojos p o r la realidad, en lo concer­
niente a sus fan tasm as de genitud fecunda y viable en el bebé,
niña o varón. Pueden sen tirse colm ados; pero el bebé puede
no co n co rd ar con lo que en sus fantasm as ellos habían espe­
rado.
Así pues, hay dos fu entes de vitalidad simbolígena que pro­
mueve la castración umbilical: una se debe al impacto orgánico
del nacimiento en el equilibrio de la salud psicosomática de la
madre, y con ello de la p a re ja de cónyuges en su relación ge­
nital; la otra es el impacto afectivo que la viabilidad del niño
aporta, en más narcisismo o en m enos narcisismo, a cada uno
de los dos genitores, quienes, p o r ello, van a adoptarlo con las
características de su em oción del m om ento, y a introducirlo
en su vida como el p o rta d o r del sentido que en ese m om ento
él ha tenido p ara ellos.
E stas dos fuentes de potencia sim bolígena, resultantes de la
castración umbilical del niño y de la castración imaginaria de
los padres, son bien visibles cuando u n a u o tra de ellas ha sido
agotada en el m om ento del nacim iento. La m uerte o m orbidez
de la m adre m arca de m an era indeleble con una culpabilidad
inconsciente p a ra vivir a todo niño que, p o r el hecho de su
nacim iento, pareció ante su p ad re h a b e r sido responsable de un
efecto patógeno o m ortífero sobre su genitora. Asimismo, cuan­
do el sexo y la apariencia del niño han decepcionado profun-

78
dam ente, a la vez consciente e inconscientem ente, a uno u otro
de sus pad res, m ás aún si fue a am bos, p ara este niño el vivir
está ligado fun d am entalm ente, con su nom bre, a u n a culpa­
bilidad: lenguaje inculcado al sujeto relativo al vivir de su
deseo en su cuerpo. E sto se nos aparece en los casos de psi­
cosis precoces que tenem os que atender, donde el d eterio ro
de los m edios de com unicación del deseo es, como observam os,
el de u n ord en sim bólico precozm ente pertu rb ad o .
C o n trariam en te a lo que se podría pensar, no es el hecho
de la m u erte o de la hem orragia posnatal de la m adre, p o r
ejem plo, el que, habiendo producido un im pacto indeleble so­
b re la organicidad del niño, h a provocado el estado psicótico.
Porque el hecho es lo que se pudo co n statar en el plano de la
realidad; y lo que el trata m ien to psicoanalítico p ru e b a es que
fue el elem ento psicógeno el que actuó sobre la prohibición
de desarro llarse. El análisis de este nacim iento, y la reviven­
cia de este tran c e con p alab ras ju stas, dichas tan to p o r los p a ­
dres com o p o r el niño, dentro del análisis, son p recisam en te
lo que lo libera definitivam ente de las redes que lo re te n ían en
la p ro h ibición de vivir p o r su propia cuenta.
El precocísim o trasto rn o de m al desarrollo som atopsíquico
en el niño psicótico era im putado a un nacim iento catastrófico;
y a veces se invocaba u n a encefalitis que h ab ría pasado desa­
percibida. No obstante, el hecho de que el análisis p u ed a lib rar
al niño de la psicosis p ru eb a que los trasto rn o s no provienen
de h erid as físicas —de trasto rn o s funcionales o lesiónales físi­
cos precoces que hubiesen inform ado el cuerpo del recién n a­
cido. Las dificultades de desarrollo han sido expresión de em o­
ciones precoces y de afectos com partidos con el en to rn o que
no p u d iero n ser significados con palabras dichas al niño a
tiem po, así se tra ta ra de palabras invalidantes del derecho a
la vida sim bólica del niño.
Es, p o r tan to , desde la castración um bilical que la angus­
tia o la alegría, en la triangulación padres-hijo p o r donde circu­
la la v italid ad dinám ica del inconsciente, m arcan de m an era
sim bolígena o no el psiquism o de un ser hum ano, independien­
tem en te de su organicidad. Se tra ta de una p u esta en m arch a
de la fu ente dinám ica inconsciente que va a sostener, de m a­
n era rica o em pobrecida, el desarrollo del niño. E sta potencia
es p ro c u ra d a al su jeto con generosidad o m ezquindad, según
ei n arcisism o pacificado o conflictivo de los padres; y ella lo
sostiene o lo p e rtu rb a en la superación de las difíciles pru eb as
que son la m utación del nacim iento y los prim eros días de ad ap ­
tación a la vida aérea.
P o r las ab e rtu ras, p o r los orificios del ro stro abiertos a las
com unicaciones sutiles, centradas y convergentes hacia el ca-
vum —ventanas de la nariz, orejas, asociadas a las p ercepcio­

79
nes ópticas— son posibles estos encuentros, y sim bólicos de
su ser en el m undo.
Con esta sim bolización fu n d ad o ra del ser en m asculino o en
fem enino que sigue al nacim iento y a la nom inación del niño,
éste ingresa en el período oral. E ntonces, aquellos que han
sido heridos en su vida sim bólica p resen tan precoces tra s to r­
nos relacionados con estos m ism os agujeros que se han abier­
to a los intercam bios substanciales con el m undo exterior en
el m om ento de nacer, o sea: la en tra d a del tubo digestivo,
ligado en la cabeza al cavum , y, en la pelvis, la salida del tubo
digestivo, donde los excrem entos, en sus dos form as, líquido
y sólido, están estrech am en te ligados por contigüidad táctil
al desarrollo de las sensaciones genitales.
Si perm anecem os en el terren o de la realidad clínica debe­
m os añ ad ir que el efecto del nacim iento de un niño, con sus
características sobre los herm an o s m ayores, tan to p o r lo que
im plicó en la salud de la m ad re com o p o r la alegría o la tris ­
teza que el sexo del niño h a supuesto p ara el hogar, hacen
tam bién que este niño haya ap o rta d o trasto rn o o alegría a sus
herm anos y h erm an as m ayores, y que, como co n trap artid a,
reciba de éstos u n a potencia o un em pobrecim iento de su deseo
de vivir. Sabem os h asta qué pu n to la desilusión provocada por
el sexo de un h erm an ito o h e rm a n ita puede im plicar deses­
tru ctu ra ció n de la confianza de u n prim ogénito en sus padres,
cuando aún no ha alcanzado la edad de com prender que éstos
no son om nipotentes h a sta el p u n to de poder dom inar la rea­
lización de su deseo en cu an to al sexo del hijo que han traído
al m undo.4
Sabem os tam bién en qué grado la rivalidad fratern a puede
invalidar la potencia sim bólica de u n bebé, a causa de las pul­
siones de un herm ano m ayor que se niega a ad m itir en el hogar
la existencia del m enor. E n lo to can te al m ayor, el dram a que
vive con ocasión del nacim iento del m enor debe ser considera­
do en relación con su situación edípica. El sexo del recién
nacido pone en juego lo que le fa lta a él, falta de la que él
hace responsable, culpable, al recién nacido, la niña o varón. El
nacim iento de u n bebé en u n a fam ilia despierta las castra­
ciones de los hijos m ayores.
S eparación de la placenta, m om ento sim bolígeno del naci­
m iento, im p o rtan te p a ra todos los seres hum anos. Esto, h asta
ahora, h abía pasado desapercibido; pero ahora que la m edi­
cina es capaz de salvar a m uchos recién nacidos, observam os
cuán im p o rtan tes son el m om ento de la acogida social y sus
m odalidades, tal com o se los vive, p a ra el fu tu ro del desarrollo
som ático y em ocional.3
4. V éase el caso de Pedro, pág. 196.
5. La im portancia de la castración u m b ilical parece hoy en día m ejor
com prendida, ya que lo s e stu d io s sob re el alum bram iento fisiológico de

80
Así, los peligros reales que h a corrido u n bebé a causa de
u na infección del cordón, del ombligo, o de la an g u stia del p a r­
tero p o r u n a ligadura dem asiado corta del cordón y el tem o r
a u n a h em orragia en el recién nacido, deja huellas indelebles
en el psiquism o del bebé y propensión a la angustia, aun cuan­
do sólo se tra ta ra de tem ores anticipados y ningún suceso
haya venido a confirm ar en la realidad u n a in q u ietu d que se
prolongó p o r varios días. Todo lo que se relaciona con la m o r­
bidez psicógena, podríam os decir, originada en angustias neo­
natales, se m anifiesta en los niños —y a veces en los ad u lto s—
p or el hecho de que cualquier angustia que experim enten p ro ­
voca alred ed o r de la nariz y de la boca una palidez súbita, al
m ism o tiem po que un tem blor visceral, parece ser, secundado
a m enudo p o r un acceso de fiebre em ocional. F iebre em ocio­
nal p o rq u e se p re sen ta sin ninguna razón en estos pacientes,
niños o adultos, y desaparece cuando, m ediante el análisis, se
ha podido p o n er palabras en la angustia um bilical vivida d u ra n ­
te los p rim ero s días, los prim eros quince días de vida, antes
de que la caída co rrec ta del cordón tran q u ilizara al p arte ro
y a la fam ilia, y p o r lo tan to a] propio niño.

L A C A S T R A C IO N O R AL

Segundo de los grandes renunciam ientos típicos im puestos


al niño, la castración oral significa la privación im p u esta al
bebé de lo que constituye p ara él el canibalism o respecto de su
m adre: es decir, el destete, y tam bién el im pedim ento de con­
su m ir lo que sería veneno m ortífero p a ra su cuerpo, o sea la
prohibición de com er aquello que no es alim entario y que sería
peligroso p a ra la salud o la vida. E sta castración (destete),
cuando es ju iciosam ente dada, culm ina en el deseo y en la
posibilidad de h ablar, y p o r tanto en el descubrim iento de
nuevos m edios de com unicación, en placeres diferentes, con
objetos cuya in corporación no es o ha dejado de se r posible.
Todos estos ob jetos son soportes de tran sferen cia del pecho
lactífero o de la leche aspirada (m am ada al pecho o de la tetin a
del bib eró n ) p o r u n placer aún m ayor, com partido con la po­
tencia tu telar, con la m adre, el padre, los p arientes cercanos.
El destete, esa castración del bebé, im plica que la m adre

las m adres han llevado a investigar sobre el parto sin violen cia. La vida
ulterior del niñ o prueba que el parto sin violencia lo pon e al abrigo de
las angu stias existen ciales que conocen la m ayoría de los dem ás recién
n acidos. A ctualm en te en tod os los p aíses se llevan a cabo e sto s estu d io s.
En F rancia, el p ion ero de la in vestigación sobre el parto sin violen cia y
sob re las esta d ístic a s de los efecto s a largo plazo de este e stilo de alum ­
b ram ien to en los n iñ os, fue Frédéric Leboyer. (V éanse tam b ién los e s­
tud ios pu blicad os en Cahiers du nouveauné, editorial S tock .)

81
tam bién acepta la ru p tu ra del cuerpo a cuerpo en que el niño
se hallaba, y que había pasado del seno interno a los senos
lactíferos y al regazo, en ab so lu ta dependencia de su propia
presencia física. E sta castración oral de la madre im plica que
ella m ism a es capaz de com unicarse con su hijo de o tra m a­
n era que dándole de com er, tom ándole sus excrem entos y devo­
rándolo con besos y caricias: en p alab ras y en gestos, que son
lenguaje. La castración oral tan to del niño, del bebé destetado,
como de la m adre, tam bién ella p riv ad a de su relación erótica,
donante, con la boca del niño, com o igualm ente de su relación
erótica táctil y prensiva con el tra se ro de éste, se prueba por
el hecho de que la m adre m ism a alcanza un placer aún m ayor
hablándole a su hijo, guiando sus fonem as h asta que se hacen
perfectos en la lengua m aterna, tan to com o su m otricidad en
lo que resp ecta a tom ar y a rro ja r los objetos que ella entrega
y recoge, en un com ienzo de lenguaje m otor. Si el niño puede
entonces sim bolizar las pulsiones orales y anales en un com ­
p o rtam ien to con base de lenguaje, es porque su m adre disfru­
ta viéndolo capaz de com unicarse con ella y con otros; él p er­
cibe el placer que ella experim enta asistiendo a su alegría de
identificarse con ella, en sus intercam bios lúdicos, con base
en el lenguaje, con o tras personas. Lo que esta castración ha
prom ovido en el inconsciente y en el psiquism o de su hijo son
posibilidades de relación sim bólica.
No se debe olvidar que el cuerpo a cuerpo de una m adre
con su bebé es erotizante. Por o tra p a rte , así debe ser: esto for­
m a p arte de la relación m adre-hijo. P ero el destete ha de venir
a im p rim ir aquí u n a etap a d iferente, de m utación, de com u­
nicación p a ra el placer, a distancia del cuerpo a cuerpo: una
com unicación gestual que ya no es posesión del niño, y que
lo deja identificarse con su m ad re en su relación con los dem ás
y con el m edio circundante.
Así pues, lo im p o rtan te es que ella p erm ita a su hijo ser
tan feliz en los brazos de otro com o en los s u j o s , que le p er­
m ita e n tra r en la sonrisa y en la expresión de lenguaje (ensa­
yos fonem áticos) con o tro s diferentes de ella.
Desde u n p u n to de vista pulsional, objetal, la castración
oral es p a ra el niño la separación respecto de una p arte de él
m ism o que se hallaba en el cuerpo de la m adre: la leche que
él, el niño, había hecho b ro ta r de sus pechos. El se separa
de este o bjeto parcial, el pecho de la m adre, pero tam bién de
este p rim er alim ento lácteo, p a ra ab rirse e iniciarse en un
alim ento variado y sólido. R enuncia a la ilusión del canibalis­
m o respecto de ese objeto p arcial que es el pecho de la m adre.
T raslada p o r u n tiem po, si la m ad re no está atenta, sus pul­
siones canibalísticas a sus propias m anos, chupándose el pul­
gar o el puño, con la ilusión de que así continúa estando al
pecho de su m adre. Hay u n destete fallido, al m enos en parte,

82
en el niño que sigue ilusionándose con u n a relación con la
m ad re m ediante la instauración de una relación au to eró tica
e n tre su boca y sus m anos. Preciso es com prender que la leche
es p rim era m en te la leche del niño, con la cual él se h alla en
com unicación, a la p a r que la hace b ro ta r del cuerpo de la
m adre con su succión.
C uando se lo desteta, se lo priva del alim ento que él m ism o
h ab ía hecho elab o rar en la m adre y que era suyo, al m ism o
tiem po que su boca se ve privada de la relación tá c til con
el pezón y con el pecho, objeto parcial de la m adre p ero que
él creía suyo. Y el niño llena el agujero abierto que crea la
ausencia del pecho en su boca, poniendo en él su pulgar. Al­
canza con ello un placer desprovisto de alim ento, que es tam ­
bién placer de asegurarse que su boca m ism a no se h a m ar­
chado.
E sto es precisam ente lo que invito a exam inar a los niños
ya m ayorcitos ch upadores de pulgar que quieren «curarse»; les
pido que reflexionen: «Chúpate el pulgar p re sta n d o m ucha
atención a lo que sientes. ¿Es tu boca la que necesita de tu
pulgar? ¿Es tu boca la que está m ás contenta de ten er el pul­
gar, o es tu p u lg ar el que quiere refugiarse en tu boca?». Es-
ex trao rd in ario ver cóm o se concentran en sus sensaciones y
reflexionan. C om prenden que se tra ta del pulgar y no de la
boca, o de la boca y no del pulgar: y aquí se les puede hablar,
p recisam ente, de cóm o este pulgar ha reem plazado al pecho
m atern o , y de cómo ellos no aceptaron, cuando eran pequeños,
la privación de m am ar a m am á, m ientras que no o b stan te eran
b a sta n te grandes p ara, en ese m om ento, h ab lar y p o n e r en
sus bocas todo cuanto se hallaba a su disposición, pero vam os,
m am á no pensó que eran b astan te grandes p a ra conocerlo todo
y no solam ente p a ra co m p artir con ella el placer de e sta r al
pecho, y esta ilusión h a hecho d u ra r lo que ah o ra los irrita,
p ero a lo que no pueden ren u n ciar en los m om entos de can­
sancio o inquietud.
E n cam bio, la separación del destete es progresiva y la m a­
dre distrib u y e el placer parcial que liga la boca al pecho en
el conocim iento sucesivo de la tactilidad de otros ob jeto s que
el niño se m ete en la boca, estos objetos que ella n o m b ra lo
in tro d u cen en el lenguaje, y asistim os entonces al hecho de
que el niño se ejercita, cuando está solo y despierto en su cuna,
en «hablarse» a sí m ism o, con lalaciones p rim ero y luego en
m odulaciones de sonoridad, com o oyó a su m adre hacerlo con
él y con otros.
E n este p u n to se ve o b ra r a la sim bolización: si la m adre
está ate n ta a p o n er en la boca d'el niño, ya desde ese m ism o
m om ento (hacia los tres m eses), d u ran te los m inutos que si­
guen a la m am ada y que preceden al sueño, cu alq u ier cosa
que sus m anos puedan coger y que él se pone en la boca, en

83
lugar del pecho. Si le p ro c u ra las p alab ras que significan Io
que de este modo él experim enta con la tactilidad, por ejem ­
plo: «Esto es el sonajero, es frío, es m etal, es hueso, es tu osi­
to de peluche, es tela, es tu puño, es el dedo de papá, es la
lana de tu jersey», todas estas p alabras, cuando ella no está,
hacen que él la rem em ore y b u sq u e re p etir los sonidos que
la acom pañaban, y que pueda p ro b a r a ac tu a r como ella lo hace
con los pequeños objetos de su vida com ún, a celebrar con fo­
nem as, gritos, gestos y sonrisas jubilosas, la llegada del padre
y de los fam iliares del entorno, sin provocar con ello en la
m adre un sentim iento de celos o de abandono. Es así como el
lenguaje pasa a ser sim bólico de la relación cuerpo a cuerpo,
circuito corto del niño a la m adre, im itándose en circuito lar­
go, p o r lo sutil de las vocalizaciones y del sentido de estas
p alabras que recu bren percepciones sensoriales diferentes, pero
todas «m am aizadas» p o r la voz de la m adre, la m ism a que
cuando él estaba al pecho.
Así pues, el efecto simboligeno ele la castración oral es la
introducción del niño, en cuanto separado de la presencia ab­
solutam ente necesaria de su m adre, a la relación con otro: el
niño ha accedido a m odalidades de com portam iento, fundadas
en lenguaje, que le hacen a c ep tar la asistencia de cualquier
persona con la cual la m adre se en cu en tre en buenos térm inos,
con la cual él m ism o desarrolle posibilidades de com unicación,
esbozadas con su m adre o su p ad re y desarrolladas con otros.
Debemos subrayarlo: sólo después del destete propiam ente
dicho —privación del contacto cuerpo con cuerpo— comienza
a efectuarse la asim ilación de la lengua m aterna, por grupos
de fonem as secundando sensaciones y em ociones, las sensacio­
nes táctiles p ro cu rad as p o r el cuerpo próxim o de la m adre,
las em ociones ante su acercam iento o su alejam iento.
Es la época im precisa del lenguaje, cuyo fru to el niño no
puede m an ifestar sim ultáneam ente. Sólo m ás adelante será ca­
paz de ello, cuando descubra el p lace r de dom inar el objeto
p rim o rd ial anal, es decir los excrem entos, jugando con sus
esfínteres u re tra l y anal, jugando a conservar las m aterias o
a expulsarlas, sobre todo si es a petición de la m adre, y a pro­
d u cir sonidos o no, tam bién en este caso sobre todo a petición
de la m adre, en sus juegos cara a cara, y después a nom brar
con fonem as a sus padres, luego sus excrem entos, con frecuen­
cia antes de n o m b rar el alim ento.
Prim eras palab ras repetitivas de dos sílabas que correspon­
den al sentim iento de existir del niño, cuando está unido a su
m adre como un sem ejante y doble de su sensación, en lo cual
se inicia el p rim er lenguaje: M a... m a... ca... ca...; es siem pre
él —el otro, sem ejante «asem ejado»— el que provoca el com ien­
zo del h ab lar en estas dos sílabas sem ejantes repetitivas. Los
bebés com ienzan casi siem pre a h a b la r p o r ahí.

84
Creo que, precisam ente, este doble que es él de la m adre,
y esta sim biosis seguida de diada, con los ritm os preferencia-
les de dos tiem pos, todo ello hace de esta época una época de
ritm o de dos tiem pos. E videntem ente, esto procede del cora­
zón y sus latidos, pero sobre todo del hecho de que es p re ­
ciso ser doble, desdoblarse con displacer cuando la m ad re se
va, reunificarse con placer cuando vuelve a hallarse uno doble,
y volver a desdoblarse de repente p ara que lo sim bólico alcan­
ce la noción de sentim iento diferente de las sensaciones con
la m ad re y sin ella; sensaciones acom pañadas p o r el placer
residual de la sustracción de una de las sensaciones, m ien tras
que la m ad re se lleva la otra, y del reencuentro secundado por
una alegría aditiva, de ser tam bién expresada p o r la m adre.
El co n ju n to de esta m etaforización de las presencias de obje­
tos p arciales redoblados p o r la presencia-ausencia de la m a­
dre, m e p arece explicar la silabización doble que va a cons­
titu ir los p rim ero s significantes entre los niños y el ser que
los alim enta.
Ello explica que el papel de la m adre com o iniciadora en el
lenguaje sea prim ordial, pu n to no suficientem ente conocido
por las m ad res y las nodrizas. Es im p o rtan te que tras cada
m am ada, en el m om ento en que el niño, m uy anim ado antes
de d o rm irse, gu sta de en tab la r ya una conversación —lo cual,
para él, es m anipulación de objetos, y espejism o de m irarse
en el ro stro de su madre-—, la m adre le nom bre todos los
objetos que él se pone en la boca, que indique su nom bre, su
gusto, su tactilidad, su color. El niño aprende a d ar estos ob­
jetos a su m adre, com o le daría tina cucharada de com ida. Y la
m adre, al pro cu rárselos, se divierte con el juego que a veces
consiste en, de golpe, tira r el objeto p o r la borda: exactam ente
igual a com o en su boca, tras un ra to de m anipulación, de
m asticación p o r las m andíbulas y la lengua, hay desaparición
p o r deglución del objeto en el estóm ago; aquí la m etáfo ra del
estóm ago es el desplazam iento del tira r p o r la borda, del h ac er
d esap arecer de la cuna. El niño se llena de júbilo si la m ad re
recoge entonces las cosas arro jad as, ju stam en te p orque se tr a ­
ta de cosas y no de objetos parciales de consum ición. No es­
tam os aquí en el orden anal del arro jar; esto puede surgir, pero
el a rro ja r com ienza bajo el m odo de la deglución, del h acer
tra g a r p o r el espacio.
Asistim os así en el niño destetado dos o tres sem anas atrá s
—tiene e n tre seis y ocho m eses, em piezan a salirle los dientes—
al advenim iento de los frutos sim bólicos de una castración
oral que h a tenido lugar en buen entendim iento con la m adre.
E s el lenguaje m ím ico, expresivo, m odulado de m anera variable
según las p ersonas del entorno, y según las sensaciones y los
sentim ientos del niño; asistim os en el niño al advenim iento de
un lenguaje m odulado, no gram atical todavía, que alcanza su

85
m ayor inten sid ad hacia los dieciocho m eses. De este m odo el
niño p asa a ser capaz de m an ip u lar a las personas de su en to r­
no a distancia. Su boca h a h ered ad o su destreza m anual, que
los padres h ab ían valorizado; su lengua m anipula fonem as que
son, p ara los padres, p a ra el entorno, otros tantos signos de
los sentim ientos, sensaciones y deseos que él les quiere co­
m unicar. Es m uy in tere sa n te lo que sucede entonces entre las
diversas zonas erógenas. El p rim e r lenguaje en el que las pa­
labras aún no son reconocibles p ero donde el entorno reco­
noce la intención y la in tensidad del deseo, prom ueve en el
niño, si no está todo el tiem po con sus padres, una m anipula­
ción inventiva a distancia, y a veces u n a m anipulación de los
objetos próxim os p a ra atra erlo s hacia sí. Sabe perfectam ente,
p or ejem plo, cuando se a b u rre p o r la ausencia de la m adre,
que si echa a ro d a r objetos, si hace ruido o grita, esto h ará
volver al adulto. ¡Y el niño lo hace igual que tira uno de una
cuerda p a ra que suene u n a cam panilla! P ara él, esto es len­
guaje.
Si la m ad re p ractica intercam bios m ím icos y verbales con
su hijo, a distancia, el niño goza au tén ticam en te y aplaude con
las m anos: bien sea aplicando u n a co n tra la otra, cuando se
le enseña a hacerlo, o m ejo r aún tom ando objetos con sus
m anos y golpeándolos alegrem ente, de a rrib a abajo, sobre un
soporte fijo com o la m esa. Lanza entonces gritos de contento,
y se siente de lo m ás feliz si la m ad re añade una canción p ara
m odular con él la alegría que experim enta y que él m anifiesta
golpeando aquello que m anipula según un ritm o que le es
propio. Golpea según su ritm o, que la m am á juega a secundar
poniéndole p alabras, a veces m odulándolas, y esto pasa a ser
u na canción: es fantástico, todo co b ra sentido.
H e aquí de lo que es capaz u n niño que aún no camina
pero que jam ás se desespera p o rq u e su m ad re (o una persona
am iga que la sustituye) esté p re sen te o no, siem pre que no se
encu en tre dem asiado lejos, al alcance de la voz. El niño no se
abu rre, p o rq u e los fru to s sim bólicos de la castración oral ya
h an hecho de él un individuo hum ano, que posee una vida
in terio r relacionada con las alegrías de su m adre, asociadas
a sus propias alegrías; alegrías de su m adre que tam bién son
p a ra él la certeza de que su p ad re y los adultos del entorno de
su m ad re están orgullosos de él; y, si tiene herm anos m ayo­
res, de que está ascendiendo los peldaños que lo h arán igual a
ellos.
Olvidaría u n elem ento que puede desem peñar a veces un
papel capital si no m encionase aquí el aspecto olfativo de todo
lo que interviene en torno a la castración oral. Porque, al m is­
m o tiem po que la m am ada, cum plim iento de la necesidad, el
niño experim entaba u n a satisfacción erótica, a la vez olfativa
y seudocanibalística, p o r o b ra de la prensión del pezón entre

86
sus m andíbulas. El niño, que ya no dispone del pecho y se
alim en ta con biberon, se ve som etido a la ausencia de aquella
eró tica olfativa que acom pañaba a su canibalism o im aginario,
aun cuando la prensión y la succión, en el m om ento del destete
y del paso al biberón, sigan aportándole la satisfacción que ya
antes conocía. El cavum y la boca del niño van a servir, claro
está que de m an era inconsciente, p ara la com unicación sutil
con la m adre, a distancia del cuerpo a cuerpo, es decir, con
la m ad re com o persona to tal y no ya como objeto parcial,
substancial.
Es electivam ente p o r el olfato como la m adre puede, de un
ob jeto p arcial m am ario, llegar a ser singularizada com o objeto
total: p orque, precisam ente, el olfato no form a p a rte de un
lu g ar preciso p a ra el niño. La sutilidad del olor se expande
p o r el espacio que lo rodea, el niño se im pregna de él en la
vecindad de su m adre. El olor ya no es asignado a tal o cual
p a rte del cuerpo m atern o y, asociada siem pre la zona erógena
p itu ita ria a u n a inspiración nasal, ese olor dejado por la m adre
no puede au sen tarse del niño m ás que si éste se halla afecta­
do de anosm ia. Es im p o rtan te com prender que, como la nece­
sidad de re s p ira r no está som etida a tem porización, la olfac­
ción va a acom pañar a cada inspiración nasal. Así pues, el
deseo y la discrim inación del placer debido a la p resencia de
la m ad re tienen lugar p o r m ediación del olfato, m ien tras que
la n ecesidad de re sp ira r se satisface con cualquier aire, llega­
do p o r la boca como p o r la nariz, y cualquiera que sea su olor.
E l d estete puede co n stitu ir un acontecim iento euforizante
p ara el bebé y p a ra la m adre si, sobre un fondo conocido de
com unicación su b stancial —es decir, ahora la m am ada del bi­
b eró n — y de im agen funcional de succión —deglución de leche
y de alim entos líquidos o sem ilíquidos antes de que sean sóli­
dos, todos de u n gusto diferente al de la leche m a tern a— , el
niño y la m ad re conservan ju n to s lo que sigue siendo especí­
fico de su vínculo psíquico, m anifestado por su presencia con­
jugada. Es lazo sensoriopsíquico p ara el bebé el olor del cuer­
po de la m ad re próxim a, su voz, su vista, su m irada, sus r it­
m os, todo lo que se desprende de ella p ara él cuando lo tiene
en sus brazos y que él puede p ercib ir en el contacto cuerpo a
cuerpo; al m ism o tiem po, p a ra la m adre nada ha cam biado en
su bebé, que ya no tom a el pecho pero cuya gracia y d e sa rro ­
llo ella ad m ira todos los días.
In v ersam en te, preciso es decirlo, una m adre que no h abla
a su h ijo m ien tras le da de m am ar acariciándolo con stan tem en ­
te, o que, m ien tras le p re sta cuidados, por depresión, se m ues­
tra to talm en te indiferente, no prom ueve en el niño un destete
favorable a la socialización ulterior, a una expresión v erbal y
u n a m o tricid ad correctas.
M enos aún u n a m adre que, tras hab er destetado a su hijo,

87
no puede evitar devorarlo constantem ente con sus besos y
agobiarlo con toqueteos acariciadores. E lla m ism a ha sido la
niña h erid a de una relación hija-m adre p ertu rb ad a, que intenta
cu rar desesperadam ente. Su hijo es p a ra ella el fetiche de aquel
pecho m atern o arcaico del que ella m ism a fue privada de m a­
n era trau m ática.

L a C A S T R A C I O N ANAL

Hay dos acepciones del término castración anal. La prime­


ra, que se designa com o u n segundo destete, es sinónim o de la
separación en tre el niño, ah o ra capaz de m otricidad voluntaria
y ágil, y la asistencia auxiliar de su m adre para todo lo que
constituye el «hacer» necesario p a ra la vida en el grupo fam i­
liar: es la adquisición de la autonom ía, «yo solo», «yo, tú no».
E sta castración asum ida p o r el niño depende, como es obvio,
de la to lerancia p a ren tal al hecho de que el niño, día tras día,
desarrolla su autonom ía d en tro del espacio de seguridad ofre­
cido a su lib ertad a través de lo útil, del juego, del placer.
El niño, que se está haciendo sujeto, deja de ser un objeto
parcial retenido en la dependencia de la instancia tutelar, so­
m etido a su posesividad y a su total vigilancia (para la alim en­
tación, el vestido, el aseo, el acostarse, la deam bulación).
La otra acepción del térm in o castración anal, es —entre es­
tas dos p ersonas que son el niño ahora autónom o en su ac­
tu a r y el adulto educador— la prohibición significada al niño
de todo «actuar» dañoso, de «hacer» a otro lo que no le gus­
ta ría que o tro le hiciera. Es el acceso al decir que valoriza el
com ercio relacional e n tre las personas reconocidas como due­
ñas de sus actos, y com o placer tiene que ser recíproco y libre.
E n lo cual esta segunda acepción del térm ino castración anal
está ín tim am en te articu lad a con la prim era.
Todo niño con m ad re y p ad re no castrados analm ente de
él y que p reten d en inculcarle, en lo que le dicen o le hacen, la
prohibición de h acer daño (m ien tras que ellos m ism os dañan
su hum anización al considerarlo com o objeto de adiestram ien­
to) significa en p alab ras lo co n trario del ejem plo que dan.
E stos pad res no dan la castración anal. A diestran a un anim al
dom éstico. El niño es denegado, en vez de que las pulsiones
del deseo del niño sean en p a rte interceptadas y en parte sos­
tenidas a la en tra d a en el lenguaje p o r un com ercio de in te r­
cam bio lúdico, y socializado, con valor de placer entre sujetos.
P or consiguiente, sólo es posible h ab lar de castración anal
si el niño es reconocido com o sujeto, aunque su cuerpo sea
todavía inm aduro y sus actos jam ás sean confundidos con la
expresión del su jeto en él, m ien tras no haya adquirido la total
autonom ía de su p ersona en el grupo fam iliar.

88
La castració n anal, entonces, es la prohibición de d añ a r su
propio cuerpo, así com o el m undo inanim ado y anim ado que
rodea el trián g u lo inicial padre-m adre-hijo, p o r acciones m oto­
ras, de arro jam ien to , peligrosas o incontroladas. Se tra ta , de
hecho y en su raíz, de la prohibición del crim en y del v an d a­
lismo, en no m b re de la sana arm onía del grupo; al m ism o tiem ­
po que la iniciación en las libertades del placer m o to r co m p ar­
tido con o tro, en u n a com unicación de raíz en el lenguaje ges-
tu al en la que cada uno se com place en concordarse con los
dem ás. E ste control de las pulsiones m otrices dañinas, esta
iniciación al placer de la com unicación basada en el lenguaje
y al co n tro l de la m o tricidad, a la m esura y al dom inio de la
fuerza, em pleada en actividades útiles y agradables, todo esto
p erm ite al su jeto advenir al cuidado de sí m ism o, su co n ser­
vación, la deam bulación en el espacio, y luego la creatividad
in d u strio sa o lúdica (es decir, no sólo u tilitaria). Al m ism o
tiem po, qu ed a ab ierto el cam ino a otros placeres, que se des­
cu b rirán en estadios u lteriores, u re tra l y vaginal, que lo con­
ducirán, varón o niña, al estadio genital.
Los seres humanos, cualquiera que sea su eclacl, son capa­
ces de dar esta castración anal a los más jóvenes, tanto por
el ejem plo como por la palabra.

IPor qué llamarla anal, si todo cuanto acabo de decir p a re ­


ce in d icar u n a deprivación de placeres agresivos m otores que
serían p erju d iciales p a ra el propio niño o p ara los dem ás, y
una iniciación al placer de u n a m otricidad controlada, así com o
al com ercio con el otro? P orque aquí se sitúa, en el niño to d a­
vía in m ad u ro m otor, la p rim era m otricidad de la que tiene
p ru eb as que es agradable p a ra él m ism o y de que en general
da satisfacción a su m adre, puesto que ella viene a cam biarlo
y se lleva lo que él h a producido. Después de la succión-deglu­
ción, la m o tricid ad expulsiva u re tra l y anal provoca siem pre
una m odiñcación perceptible p o r el olfato y a m enudo una
variación de sensaciones en relación con el vínculo con la m a­
dre. A través de sus excrem entos, el niño rechaza a la m ad re
im aginaria in co rp o rad a con la form a de un objeto p arcial oral
que, después de la deglución que lo ha hecho d esaparecer, y
después de su reco rrid o p o r el tubo digestivo, se anuncia p ara
ex teriorizarse en el trasero . El ha com ido de m am á p o r u n pla­
cer ligado al canibalism o im aginario y expulsa ahora lo que,
de m am á, p o r placer, se des-corporiza de él en excreciones só­
lidas y líquidas. Lo que él toma y expulsa, lo que él recibe v da
es una m a m á imaginaria, mientras que la madre real le ha dado
el objeto alimentario parcial y le sustrae el objeto digestivo
excremencial. O bjeto del que, p a ra el niño, ella parece ap etecer
puesto que él no tiene todavía m ás lógica ni ética que una
lógica de incorporación de las cosas buenas: los excrem entos

89
del niño son valorizados en cuanto objetos supuestam ente de
alim ento y placer p a ra la m adre. Cuando el sistem a m otor
p rogresa y la castración oral ha sido sim bolígena, los cuidados
m aternos al trase ro del niño van acom pañados por palabras,
juegos, p o r toda una relación afectiva d u ran te la cual día a día
va progresando el esquem a corporal. Pero el esquema corporal
se desarrolla entrecruzado con la imagen del cuerpo·, ligada
al don erógeno excrem encial y al placer funcional de la fuerza
m u scular m otriz, placer que expresan las jubilosas palpitacio­
nes de sus m iem bros, su cuerpo, su boca, sus sonrisas, sus bor­
borigm os, sus sueños, sus juegos sonoros, y los gritos, significan­
do a la m adre su aflicción o su alegría.
Al p ra cticar estos juegos m otores, al an d ar a gatas, el niño
descubre, en sus desplazam ientos y en los que él im prim e a
cuanto objeto circundante pueda m overse que su m otricidad
pasa a ser p ara la m adre un p roblem a que ella intenta resol­
ver m enguando su lib ertad o, p o r el contrario, suscitando posi­
bilidades de desplazam iento explorador cada vez más am plias,
que son posibilidades de com ercio con el niño, fuente de pala­
b ras, de placer, fuente de aflicción y de alegría, de restricciones
y de autorizaciones concertadas y significadas m ediante el len­
guaje. La castración anal se entrega así progresivamente. Ella
orienta al niño a dominar él m ism o su motricidad, pero no
solamente la. excremencial. Es decir que el niño se vuelve con­
tin en te cuando logra el dom inio m o to r de sí m ismo, p ara su
buen entendim iento con el código del lenguaje m otor de los
seres anim ados del m undo exterior. La castración anal es posi­
ble, de una manera simbolígena que hace industrioso al niño,
sólo cuando hay identificación m otriz con el objeto total que
representa cada uno de los padres y de los hermanos mayores
en su motricidad intencional observable por el niño.
Cuando la sim bolización de la m o tricid ad en actos útiles y
lúdicos -no puede cum plirse p o r falta de iniciación, de control,
de palabras y de alegría lúdica con el entorno, el niño no pue­
de sublim ar el placer an o rrectal, el único que se le deja para
él m ism o; y vuelve a él p o r falta de desplazam iento de las
pulsiones anales, pasivas y activas, sobre otros objetos parcia­
les, situados m ás allá de su cuerpo, en un ejercicio de la m o­
tricid ad dirigido a una m ayor com unicación con las personas
sobre las cuales tra n sfe rir su relación con su m adre. El niño
retorna, por falta de castración anal simbolígena, a la com u­
nicación liminar inicial que tenía con la madre interior', es de­
cir, ju g ar a reten er, p o r estreñim iento, o a exteriorizar las heces,
eventualm ente en form a de diarrea, en cualquier caso de m a­
nera incontinente, no controlada. Y después se aburre, a veces
se excita con cualquier cosa, y se ab u rre o tra vez. La m adre
sigue siendo im aginariam ente in terio r, en vez de estar re p re­

90
sen tad a inconscientem ente por todos los objetos exteriores que
ella h a n o m b rad o y que ella debe p erm itir m anipular.
Así pues, el estreñim iento puede ser un signo de inhibición
de la relación m otriz con el m undo exterior: porque el niño
no ha sido iniciado p o r la m adre en esta relación p o rq u e se
en cu en tra en m ala arm onía con ella en lo que atañe a la fun­
ción excrem encial. Pero tam bién puede ponerse diarreico cuan­
do los efectos de u n a excitación m otriz no pueden expresarse
de o tra m anera, y son reprim idos en lo concerniente a las ac­
ciones de su cuerpo esqueletom uscular sobre los objetos del
m undo exterior. Las pulsiones anales se ejercen entonces so­
b re la im agen del cuerpo prim era, es decir sobre el peristal-
tism o del tubo digestivo, que se vuelve hiperactivo y cuyo
hip erfu n cio n am iento produce la diarrea. La d iarrea inicial es
una d iarrea no infecciosa; pero hallándose el tubo digestivo
som etido a u n a sobreactividad, el canal del tubo digestivo, que
ya no m an ip u la un contenido digestivo expulsado dem asiado
pronto, se excita sobre sí m ism o y provoca una infección por
efecto de un p eristaltism o en vacío, que acarrea el descalabro
m ucoso. Tal fue el descubrim iento de la señora Aubry, en las
investigaciones que realizó en «P arent de Rosan» con niños de
esta g u ard ería de adopción. Cuando las enferm eras discutían
sobre la cuna de estos niños abandonados, sin padres, cuya
im agen del cuerpo estaba ya reducida a la m era bola toráxico-
abdom inal y al tubo digestivo, yendo de un polo erógeno a]
otro, y sin que hubiese lenguaje dirigido a sus personas, ellos
in ten tab an p o nerse al unísono de este lenguaje violento en ta­
blado e n tre desconocidos que los angustiaban, y su reacción
era un h ip erp eristaltism o reactivo que daba lugar a la dia­
rrea. D iarrea que la señora Aubry descubrió ser absolutam ente
am icro b ian a y que cesaba si, una tras otra, se daban al niño
dos o tres com idas, p a ra llenar el canal de su tubo digestivo:
él ten ía entonces con qué ocupar su excitación p eristáltica y
esto ya no d ejab a secuelas patógenas.
La d iarrea no es sino una m anera de rechazar un peligro
m atern o im ag in ariam ente incorporado. Significa quizá, desde el
pu n to de vista del niño, que, si él expulsa m ucho, la m ad re
oral va a volver a dárselo p o r arriba, a ap o rta r objetos p arcia­
les en la e n tra d a del tubo digestivo: puesto que él expulsa
p o r ab ajo a la m adre «mala» (esto a causa de los decires con­
cernientes al olfato: «Huele mal»), le cabe esp erar que p o r
arrib a llegará la m adre buena, la leche, la papilla: «Huele
bien». Así sucedió, p o r o tra p arte, en la experiencia conduci­
da p o r la señora Aubry. A estos niños diarreicos que antes eran
puestos a dieta, ella les hacía d ar rápidam ente una o dos co­
m idas. Claro está que no hay que hacerlo si la d iarrea ya es
infecciosa y el tubo digestivo está afectado p o r frotam ientos in­
trínsecos debidos a un peristaltism o exacerbado. Pero todo ello

91
p ru eb a al m enos que, cuando la d iarrea se instala en un niño
colocado en un am biente de gran tension nerviosa, es que no
tiene m ás m edios que los digestivos p a ra m anifestarse. Si pu­
diera gritar, ya sería o tro recurso: el grito es la expresión de
una tensión, de una sobretensión en busca de com unicación
con el otro. Si ni siquiera el grito es oído p o r alguien, y no
m ueve a alguien a acudir p a ra tranquilizarlo, entrando en len­
guaje con el niño, entonces éste dirige la tensión sobre la m a­
dre arcaica im aginaria del tubo digestivo: porque en su propio
in terio r su fre de aquello que, en su tubo digestivo, está aso­
ciado a esa m adre exterior que lo hace su frir a través de una
tensión nerviosa ansiógena.
P ara co m p ren der m ejo r esta dinám ica se puede com parar
el tubo digestivo del niño con esos gusanos que se ven a orillas
del m ar y que, en su avance, trag a n la arena y la dejan detrás
de sí, com o si se alim en taran del m edio que atraviesan. Por
lo que resp ecta al niño, es su m ad re quien pasa por su in te­
rior, de la boca al ano: su m adre, im aginaria, en form a de ob­
jeto parcial que él ingiere. Y es la m adre exterior real —la
que lo acoge y anida, la que le p ro c u ra tran quilidad— quien,
en un fan tasm a alternado, da a la boca y tom a del ano. Cuando
el niño expulsa violentam ente el contenido de su tubo diges­
tivo, es com o si d ijera a su m adre: «Lléname por arriba». Es
decir que reclam a u n a com unicación. Q uisiera palabras, pero
antes que no ten er nada, prefiere el alim ento, y esto es lo que
está expresando. Lo que deirianda es la presencia de la m adre
sim bólica. Y si la m ad re no com prende que es ella, su presen­
cia, su tran q u ila te rn u ra lo que él necesita, si sólo le da m a­
terial digestivo, si sólo le da de beber, de com er, y esto no es
lenguaje, u n niño así, visto siem pre p o r ella como un tubo
digestivo p a ra el cual ella bu sca lo que le falta y que expulsa
la caca de la que ella se ap o d era sin aportación de palabras, el
niño queda inevitablem ente inhibido en cuanto a su iniciación
en el lenguaje p ara el fu tu ro . Y esto tiene lugar m uy pronto.
Cuando el niño com ienza a hablar, hace ya nueve m eses que
es potencialm ente hablante, p o rq u e él «traga fonemas». Los tra ­
gaba p or los oídos y debe echarlos p o r la laringe, es la m ism a
cosa analógicam ente p a ra lo sutil com o p a ra lo substancial, es
u n a m etáfo ra de lo que acontece en el tubo digestivo.

Decía, pues, que la castración motriz, portadora de la ley


de la prohibición del crimen, del daño vandálico tanto a sí
m ism o como al prójim o y a los objetos investidos por el pró­
jim o como su posesión, es una parte de la castración anal. Y digo
que todos los seres hum anos, cualquiera que sea su edad, son
capaces de d ar esta castració n anal a seres m ás jóvenes, siem ­
p re que, m ás d esarrollados que el sujeto a castrar, sean m ode­
los p a ra su devenir, p o r el anhelo que tiene el m ás pequeño

92
de im itarlos p a ra valorizarse narcisísticam ente, alcanzando una
im agen m ás d esarro llad a y m ás arm oniosa, m ás ad a p ta d a al
grupo que la que ahora posee. E ste anhelo se orienta a su de­
sarrollo en sociedad, hacia el pattern adulto, de v aró n o de
niña; p o rq u e el niño tiene, gracias al lenguaje, el conocim ien­
to de su sexo, pero tam bién lo tiene intuitivam ente, por su
deseo de im itar a los que siente, sin que sepa ιπ o s m uy bien
cómo, com o sus sem ejantes sexuados.

El caso ele Francisco


R ecibir la castración de un hermano mayor ele diferente
sexo, sin que se refiera nunca esta castración a com portam ien­
tos de su propio sexo, puede desviar el devenir del niño.
«El p rim e r paso p a ra devenir como mi p adre, e ra ser mi
herm ana», decía un niño que se había sentido obligado a lle­
gar h asta u n a ten tativ a de suicidio. E ra un varón de trece
años, inteligente, que necesitó dos días p ara salir del estado
de com a. H abía intentado suicidarse con un cuchillo de cocina
abriéndose el vientre. El servicio de cirugía quedó tra s to rn a ­
do al oírle decir, cuando volvió en sí: «¡Por qué re a n im a r­
m e, si volveré a hacerlo!». Cundió la desazón, se pensó en el
p sicoanalista de la consulta y me llam aron. Lo único que yo
sabía era que ten ía dos herm anas, una algo m ayor que él ν la
o tra m ás pequeña, que él era el único varón. Y fue lo prim ero
que le dije. E stab a con los ojos cerrados; esperé a que los
ab riera. E l sintió m i presencia. Abrió los ojos, me m iró, le
dije m i no m b re y que era psicoanalista, que la gente del ser­
vicio m e h ab ía llam ado «porque les llevó dos días rean im arlo
y p o rq u e sus p rim eras palabras fueron: “Por qué rean im arm e, si
volveré a h acerlo ”. Así que, póngase en el lugar de los m édicos
y ciru jan o s que h an sacado del aprieto a un niño m oribundo
y él les dice: “Quiero m o rir”. Ellos no lo entienden, y p o r
eso m e llam aron, a mí que soy psicoanalista, p a ra ver con
usted si realm en te desea m orir, o si desea vivir pero no sabe
cóm o hacerlo. Así que, si está dispuesto a h ab lar conm igo,
h ará...» (él h ab ía vuelto a c e rra r los ojos) « . h a rá u n a seña
con los p árp ad o s, ya que no puede hablar» (tenía tubos por
todas partes) «y si no quiere nada conmigo, bueno, lo en ten d eré
perfectam en te, no m e haga ninguna seña y me m archaré. Tiene
el derecho de ten er ganas de m orir, pero creo que sería in te­
resan te que co m p rendiera que a lo m ejor hay tal vez p ara
u sted u n a posibilidad de vivir, si com prende las razones pol­
las que cree que ya no tiene el derecho a vivir».
E n tonces hizo él una seña, que repitió dos veces: a b rir y
c e rra r los p árpados. Yo le dije: «Me llam o señora Dolto, u sted se
llam a Fulano, y vengo al hospital el m artes. Podrem os hablar,
p ero ¿puede decirm e, ya que puede h ab lar un poco, p o r qué ten­
d rá que hacerlo de nuevo? —N unca he sido com o los dem ás.

93
—Ah, claro, no me sorprende, p o rq u e los dem ás son chicas, ¡y
u sted es u n varón!». El abrió los ojos de p a r en par, como si mi
resp u esta lo hubiese dejado atónito. Yo dije: «¡H asta el m artes
que viene!».
Fue un trata m ien to ex trao rd in ario , un tratam ien to relám ­
pago, de cinco sesiones a razón de una p o r sem ana. A este
chico le era im posible alcanzar la m adurez: era un niño que
reivindicaba el identificarse a un hom bre pero que perm anecía
todo el tiem po fusionado con su herm ana, que le llevaba ca­
torce m eses. Y h abía llegado a esta tentativa de suicidio poco
después de alcanzar su h erm a n a la nubilidad. En seis m eses se
había tran sfo rm ado, de niña se había convertido en una jo-
vencita, con su reglas, m u tad a en com paración con él. Y ade­
m ás todos los varones se in teresab an en ella, la llam aban por
teléfono; y él, su herm ano, siem pre contestaba: «No está».
Cuando quien llam aba era u n varón y atendía él, parecía que
ella nunca estaba.
Estos dos niños jam ás h ab lab an uno del otro si no era di­
ciendo «nosotros». «N osotros dos-C ristina —decía él— querem os
esto... pensam os aquello...» Y ella decía: «Nosotros dos-Fran­
cisco...». Jam ás «Yo», ni el uno ni el otro; eran siem pre «el
uno y el otro». El niño era anoréxico desde los siete años, pero
nadie de la fam ilia se h ab ía preocupado po r esto. E ra longi­
líneo, m uy delgado, deportivo, activo, m uy adelantado en la
escuela, y los padres decían: «Sí, nunca com e grasas ni pan,
nunca come azúcar, en fin, se alim enta así desde los siete años»:
edad en que había nacido su h erm an a pequeña. Y de esto me
dio él la clave, m e dijo que así era desde que su m adre espe­
rab a el «fantasm a»... Yo le p reg u n té: «¿Qué es eso del fantas­
m a? —Búeno, u sted sabe, los bebés, cuando nacen, se ponen
de pie en la cuna y sacuden los velos. Así que yo la llam é “el
fa n ta sm a”. —¿Quién es, el fan tasm a? —Bueno, fue una niña.
—Entonces, ¿es su herm an a? —Bueno, no, usted sabe, si hu­
biese sido u n varón yo h a b ría podido ser herm ano, pero como
era u na n iña... —E ntonces, si era u n a niña, ¿usted qué era?
—Bueno, es m i h erm an a (pretendía referirse a C ristina) la que
era herm ana». E n su ab su rd a o currencia él h ab ría sido h er­
m ano si el recién nacido h u b iera sido un varón, pero ahora
no era nada, era C ristina, que com o u n a falsa gemela, era
«mi herm ana»... y la pequeña era el fantasm a. De hecho, era
él quien devenía un fantasm a.
Me dijo tam bién que cuando su m adre esperaba al «fantas­
ma», el m édico de la fam ilia le h ab ía explicado: «Debería us­
ted aprovechar p a ra que su m arido haga régim en, porque está
gordo y eso le puede afectar el corazón». T anto es así que m ien­
tras ella estuvo encinta, su m arido, el p ad re de Francisco, si­
guió un régim en p a ra adelgazar. Y Francisco añadió: «Usted

94
sabe, lo gordo de las m ujeres da bebés, pero lo gordo de los
h om bres, eso les ap lasta el corazón».
Fue increíble, todo lo que m e dijo en unas pocas sesiones
m ien tras en gordaba... ¡doce kilos! En la ú ltim a sesión me
dijo: «¿Qué tra b a jo es el s u j o . . . ? ¿Qué hay que e stu d iar p ara
h acer ese trab a jo ? ¡Yo quisiera hacer el tra b a jo que hace u s­
ted! —H ay que ser, o p rim ero m édico o p rim ero psicólogo,
y después psicoanalizarse y ap ren d er ese oficio».
A lo que contestó: «Ah, sí, el psicoanálisis, ya sé, u n asun­
to del com plejo de Edipo. Sí, m e lo contó papá». (E ra en la
ú ltim a sesión, la de despedida. Quiso que su p adre estuviese
presente.) «¡Oh, fue la h isto ria de un tipo, que lo jo ro b ab a otro
que estab a todo el tiem po haciendo laïus * (¡sic!) y él lo liquidó!»
Yo dije: «Sí, es m ás o m enos eso pero hay o tra cosa. —Claro,
lo sabes bien —dijo entonces el p ad re— , ya te dije que fue
p o rq u e el p ad re estaba enam orado de la m ism a m u jer que el
hijo (¡tam bién sic!)».
E n cu alq u ier caso, volviendo a la dificultad de sus id en ti­
ficaciones, si nun ca m ás había vuelto a com er grasas era p o r­
que q u ería hacerse hom bre y no tener esa gordura que da be­
bés. De ahí la anorexia, que lo llevaba h asta el desm ayo. Pocas
sem anas antes de in te n ta r suicidarse, en su clase le habían
elegido jefe. Al respecto me explicó: «Cuando los m uchachos
me eligieron yo’ m e dije: pero si no soy una niña, ¿p o r qué
los chicos m e b u scan a mí?».
C uando m e habló de su pérdida total de apetito, que lo lle­
vaba a desvanecerse, le dije: «¿Cómo fue que em pezó? ¿P o r la
im posibilidad de com er o p o r la im posibilidad de h acer caca?
—Eso, es la im posibilidad de hacer caca. U sted sabe, yo estaba
lleno de esos panecillos en form a de supositorios». (Se tra ta b a
de unos bocadillos que él había denom inado «en form a de su­
positorios» y que com ía en el in stitu to a m anera de alm uerzo.)
«Me llenaba tô do, y n a podían salir porque tenía dem asiados. Así
que no podía comer.»
Es, sin em bargo, ex trao rd in aria esta p u b erta d en cierne p ro ­
vocando u n a eclosión de todos los fantasm as infantiles. Todos
los orificios se confundían con una im agen del tubo digestivo
que era com o u na «cosa» en la que se am ontonaba todo lo
que ingería. El niño tenía la idea de obstáculo p o r acum ula­
ción. Además dijo: «Usted sabe, es como cuando las tu b ería s
están tapadas; hay que destaparlas». Y por eso él había d esta­
pado su estóm ago abriéndose el abdom en con un cuchillo de
cocina. Tenía que m a ta r al fantasm a para hacerse real. E n su
caso, la castració n anal había sido dada p o r la herm ana. Vale
decir que fue con la h erm ana con quien se identificó en el
* E ste eq u ívoco de la expresión del niño es intraducibie. V iene de
que laius es térm ino fam iliar equivalen te a «perorata», «discurso», pero
a la vez Laïus es Layo, el nom bre del padre de E dipo. [T.]

95
m om ento de poder a d q u irir el dom inio m o to r de sí m ism o y del
m undo que lo circundaba, en u n a especie de falso gemelo en
que se creía sem ejante a ella. El conocía bien la diferencia
sexual, pero no tenía diferencia de com portam iento h asta el día
en que el deseo de los m uchachos se dirigió a su herm ana. Así
que estab a perdido, pues su Yo auxiliar lo abandonaba. H asta
entonces no h abía dispuesto de una real autonom ía, a despe­
cho de un desarrollo intelectual m uy elevado y de un éxito
escolar poco com ún. La castració n anal había sido dada pero la
identificación m asculinizante era im posible, y el Edipo había
tenido lugar sobre u n a im agen del cuerpo borrosa, que no era
la de un varón; se tra ta b a de u n deseante-de-ser-varón cuya
im agen del cuerpo era asexuada o fem enina, asexuada subjeti­
vam ente p o r h ab er advertido él que no era fem enino, pero que
quedó secu n d ariam ente am enazado (a sus ojos) de feminiza­
ción, cuando la votación de sus com pañeros lo eligió jefe de
clase: él les gustaba, com o su h erm a n a a los m uchachos.
Aquí se observa cóm o la castración anal debe ser dada por
aquellos que sostienen, en aquel a quien la dan, lo cjue noso­
tros llamamos identificación con su sexo, el Yo ideal del niño
—es decir, el m odelo envidiado, aquel al que quiere identifi­
carse—, y que con gestos y p alab ras le prohíbe com portam ien­
tos m otores indeseables según las leyes del grupo: comporta­
m ientos que el deseo le sugiere, pero que serían dañinos, bien
sea para sí mismo, bien para otro. Deriva de ello que, si a es­
condidas o a espaldas del adulto, el niño, curioso p o r experi­
m en tar su deseo, desobedece las prohibiciones verbales que se
le h ab ían im puesto y con ello no sólo no experim enta ningún
daño sino que obtiene p lacer sin p erjuicio p a ra otro ni para
sí m ism o, ha descubierto solo el m edio de satisfacer su deseo
y, con esto m ism o, h a experim entado u n poder del que el adul­
to no lo consideraba capaz todavía. Es el m om ento m ás im por­
tan te en la relación educadora del adulto hacia el niño entre
los dos y los cu atro años. Cuando la instancia tu te la r descubre
esta tran sg resió n m otriz, debería felicitar por ella al niño que
ha desobedecido, en vez de culpabilizarlo p o r h ab er desobede­
cido u n decir; puesto que este decir ten ía p o r único propósito
el protegerlo de u n peligro real, y de ningún m odo hacerlo de­
pendiente de una palab ra p ro h ib id o ra de la m otricidad. E sta
p alab ra h a quedado caduca p o r el hecho de que el niño ya no
necesita de la prohibición p a ra h allarse seguro, poniendo en
riesgo su deseo. Aquí reside toda la dificultad de la educación
del niño de dos a cuatro años, a quien se quiere inculcar, por­
que es más cómodo, que él o ella no deben desobedecer las ór­
denes prudenciales de la instancia tutelar: cuando las transgre­
de y no le sucede ningún dolo, se debe decir: «Bravo. Yo te
lo había prohibido p o rq u e no te creía lo b astan te crecido como
p ara hacerlo sin peligro, pero dado que lo estás, pues bien, te

96
felicito, desde ah o ra tienes perm iso; pero no hagas ta l o tra
cosa, de la que no serías capaz, h asta el día en que te sientas
capaz de h acerla, pues po d ría significarte tal o cual problem a.
Cuida tam bién de que ta l niño' m ás pequeño que tú no lo haga
h asta que sea capaz de ello».
En cam bio, si con ocasión de esta tentativa de transgresión
o de una tran sg resión consum ada el niño ha experim entado
su im p o ten cia p o r un dolo sufrido p o r él, o p o r un p erjuicio
no deseado com o tal en su proyecto de actuar, la castración
anal h a de serle dada nuevam ente m ediante palabras, al m ism o
tiem po que se h a de a p o rta r un socorro a su narcisism o, por
h ab er fracasad o en este deseo de transgresión, deseo prom o-
cionante de identificación con el adulto. Por lo general, o b ser­
vam os que la educación se im p arte de u n a m anera m uy dife­
rente. El niño lia sufrido p o r el fracaso de su ten tativ a de tra n s ­
gresión, y el adulto, angustiado porque el niño h a corrido ries­
go de accidente o h a provocado u n incidente, lo agrede a su
vez, y de u n a m an era a m enudo sádica lo celebra v erbalm en­
te: «Te lo m erecías, has desobedecido y ahí tienes el castigo».6
E sta m an era de d a r la castración anal es ro tu n d am e n te ne­
fasta, in hum ana. Al niño le parece que el propio adulto, con
palab ras m ágicas en las que se expresa su deseo, es el agente
de su desventura. Es el adulto quien quiere, en su idea de om ­
nipotencia, im ponerle u n a im potencia m otriz, que am enaza de­
riv ar ah o ra del deseo del propio niño, p o r identificación con
el adulto, cuando ansíe alcanzar un éxito en la realidad. Es
ciertam en te necesario que el adulto verbalice el peligro real, la
im potencia en la que se hallaba el niño fren te a la acción que
q u ería realizar. Pero el adulto debe explicar que la m ism a im ­
potencia sería p atrim onio igualm ente de los adultos, si en su
p ro p ia escala in te n ta ra n acciones como las que el niño probó
cum plir y fracasó. E n el p rim er caso, el adulto p ro cu ra al niño
la esperanza de identificarse algún día con él, desarrollándose
y observando las m odalidades de sus actos; en el segundo, da
al niño la p ru e b a de que su im potencia no es m ayor que la
de sus pad res, si se vieran enfrentados, den tro de sus p ro p ias
condiciones, con los elem entos en juego en esta peligrosa acti­
vidad. La castración anal coloca al niño en un estado de segu­
ridad, sin d ejar de ap u n tala r su lib ertad de desear y su espe­
ranza de salir exitoso.
El niño, por experiencia, descubre que las prohibiciones son
aseguradoras desde el m om ento en que, si las transgrede, aca­
rrean p a ra él u n sufrim iento real. E sta experiencia le d ep ara
confianza en sus pad res y en aquellas de sus verbalizaciones
que lim itan su com pleta libertad. No obstante, preciso es sa­
b er que cu alq u ier co n traried ad es p ara el niño u n a h erid a nar-

6. Y llega in clu so a decir: «Dios te ha castigado».

97
cisística, al m ism o tiem po que el sufrim iento que puede ex­
p erim e n ta r an te una c o n tra ried ad provocada p o r un deseo o b ra­
do p o r él v o lu ntariam ente, p erten ece al orden de la castra­
ción. Ello explica la im p o rtan cia de no p ro h ib ir nunca m ás
que de m an era tem poral todo aquello que puede ser p erju ­
dicial p a ra el niño com o tal, pero que u n niño m ás grande
o un adulto p o d rá h acer y lograr, según el m odo de la ética
anal, sin peligro, cuando disponga de su tecnología. Es nece­
sario afirm ar siem pre al niño que con el tiem po, y con p a­
ciencia, observación, u n a d estreza m ás afinada y la identifica­
ción al co m portam iento de los adultos en los que puede con­
fiar, su perseverancia y sus esfuerzos serán recom pensados:
p o d rá acceder un día a la m ism a potencia que observa en sus
padres, y quizás incluso a u n a potencia m ayor que la de éstos.
De todo ello se desprende que los adultos, padres o no, capa­
ces de d ar a u n niño la ca stració n anal con el m áxim o de efi­
cacia sim bolígena tan to p a ra su p o d er lúdico, industrioso, a r­
tístico y u tilitario com o p a ra su sentido social y su respeto al
prójim o, son aquellos que no pro y ectan a cada paso una angus­
tia sobre las acciones de los pequeños que tienen b ajo su res­
ponsabilidad. Son aquellos que están listos p ara responder a
las p reg u n tas que el niño form ule, sin ir m ás allá de lo que
él p regunta; y que son aptos p a ra ayudarlo juiciosam ente cuan­
do se pone nervioso y se desanim a al no alcanzar determ inado
rendim iento p o r él ansiado, p o r no poder utilizar el recurso
técnico apropiado.
Son tam bién aquellos que saben decir no al deseo de un niño
cuando éste co n tra ría la ley de no-perjuicio, por ejem plo con
tom as de posesión —b irla r, su strae r, ro b a r los objetos perso­
nales de o tro en ausencia del p ro p ieta rio —, o bien con actos
realm ente peligrosos p a ra su edad. Cuando digo que el niño
debe ap ren d er a re sp e ta r el bien de otro en su ausencia, esto
no es posible m ás que si el niño posee, a su vez, objetos que
son un bien propio, y si el adulto no se arroga el derecho
de aten tar, en su ausencia, c o n tra este bien. Hay, por ejem plo,
m adres o pad res que tira n frecuentem ente ciertos juguetes de
su hijo con el p retex to de que están rotos. Otros confiscan los
juguetes u obligan al niño a confiarles el dinero que les han
regalado. No se dan cu en ta de que, haciendo esto, socavan la
posibilidad de respeto al bien de otro p o r p arte del niño. Al
principio, form a p a rte del juego del niño el despedazam iento
de sus juguetes, y n u n ca u n a posesión perteneciente a un chi­
q uito debería ser tira d a sin que lo decida él mismo. De igual
m odo, ninguna p erten en cia debe serle confiscada al niño por
castigo. Si se le re tira u n objeto, sólo ha de ser porque éste
tiene un alto valor real y p a ra ay u d ar al propio niño, quien
co rre el riesgo de estropearlo y de echarlo en falta poco des­
pués si el precio del objeto, o su seguridad, excluyen un posi­

98
ble reem plazo. Pero nunca: «Te confisco el m uñeco p o rq u e has
roto el jarrón».
El niño a quien se le ha respetado todo lo que ha m etido en
su cajón de juguetes, y que —por razones personales— le re ­
sulta precioso, re sp etará n atu ralm en te los objetos personales de
otro. Se observa que la castración anal sólo puede ser ciada
si los padres son realmente respetuosos del niño y de sus bie­
nes, si lo educan prestando confianza a la inteligencia y a la
vida en devenir clé este hombrecito o esta mujercita, si dejan
amplio margen a su iniciativa, si reducen día a día el núm ero
de prohibiciones que le han sido im puestas, en la m edida de
su desarrollo y de las experiencias adquiridas: algunas veces,
al precio de tran sgresiones de las órdenes parentales, riesgosas,
pero que se convierten en éxitos cuando el niño sale de ellas
sin incidente.
Cuando se p ro ducen estas transgresiones exitosas, estas deso­
bediencias que acaban siéndole provechosas, el niño se pone
p artic u la rm en te al acecho de lo que le dirán. ¿Le re ñ irán por
h ab e r desobedecido, o se enorgullecerán con su éxito? Si el
adulto reconoce h ab e r subestim ado las ap titu d es alcanzadas
p o r el niño al p ro h ib ir todavía aquello que éste ya era capaz de
hacer, el pequeño depositará aún más confianza en esa p erso ­
na m ayor que lo vigilaba por su seguridad y no p ara m a n te n e r­
lo b ajo su dependencia. Cuando se le im ponga o tra prohibición,
pero ah o ra m encionando transgresiones anteriores exitosas con
la aclaración de que, en este caso, la aventura sería dem asiado
arriesg ad a y h asta catastrófica, p a ra él o p a ra otro, el niño es­
cuchará y no desobedecerá.
Muchas modalidades educativas, en la etapa de la castración
anal ■ —o sea en tre los dieciocho m eses y los cuatro o cinco
años, época en la que están en juego la m otricidad, el v alor de
sociabilidad en el juego con los dem ás niños, el valor de dom i­
nio corporal, fuente de placer y salud-—, son origen de trastor­
nos del carácter en la familia y la sociedad. E stos tra sto rn o s
se deben ya sea a la inhibición, ya sea a la inexistencia de
resp eto p o r to d a regla de conducta. La no socialización del
niño proviene de que los educadores no han resp etad o día
a día sus deseos de iniciativas m otrices, aun cuando no com ­
p o rta ra n ningún peligro real, sim plem ente p orque éstas eran
un poco ruidosas, alterab an un tanto la ordenación del espa­
cio y provocaban en los padres angustias fan tasm áticas en
no m b re de las cuales d istrib u ían éstos im aginaciones proféti-
cas de desdicha, am enazas de castigos o de golpes, y palizas:
y ello al m enor in tento de transgresión de prohibiciones a b su r­
das y sádicas, v u lneradoras de una sana prom oción m otriz que
en realid ad hacía honor al buen sentido del niño.
P or ejem plo: la prohibición de ensuciarse, de h acer d esor­
den, de h acer ruido al jugar, de subirse a los m uebles (basta

99
con fijarlos a la pared), a las ram as sólidas de los árboles, de
to car todo lo que el propio adulto toca, observando bien cómo
se las arregla para, a su vez, ad q u irir destreza. El niño quiere
im itar a los adultos, ése es su deber, m e atrevo a decir; en este
esfuerzo debe co n tar con el sostén de una aten ta solicitud. Las
m anos de un niño de veintidós a v einticuatro meses, y su cuer­
po todo, pueden ser tan hábiles fren te al m undo exterior como
las m anos y el cuerpo de ciertos adultos, aun cuando todavía
no sea capaz de co n tro lar sus esfínteres con vistas a una con­
tinencia absoluta. A los cu atro o cinco años, educado sobre la
base de la confianza, el niño puede ser sum am ente hábil, si
se le enseña la tecnología y si tiene la alegría de ayudar a su
vez al adulto cada vez que éste lo autoriza. El trab a jo así com­
partido, la actividad m otriz de finalidad utilitaria, los juegos
con los p adres, actividades todas en que cada cual obtiene pla­
cer intercam biando p alab ras referid as a lo que se hace y a lo
que el niño sabe hacer, todo esto decuplica el placer de la
acción en el niño y lo p re p ara p a ra una progresiva y total
autonom ía p or introyección continua de un saber-hacer conju­
gado con la p alabra, y tam bién con el cariño entre él y el adulto,
en tre él y los otros niños, cariño que la actividad com partida
le perm ite experim entar.

In diqué an terio rm en te que la castración anal debía s i l deno­


minación al hecho de que se originaba en el funcionamiento
esfinteriano voluntario y en su control, incluso si su alcance
hum anizante llega m ucho m ás allá de la sola adquisición que
llam an del aseo, y que concierne a la conducta autónom a del
niño respecto de sus necesidades, del cuidado de su cuerpo, de
la continencia inconsciente d u ra n te el sueño profundo. Diré in­
clusive que esta adquisición, cuando es excesivamente precoz,
lejos de ser educativa, es mutiladora. Por lo cual no opera como
castración simbolígena, la única que hace posibles p ara el niño
los placeres de la sublim ación de las pulsiones anales. Como
todos los dem ás m am íferos, el niño es capaz, llegado el m om en­
to, de alcanzar u na continencia esfinteriana espontánea, haya
sido solicitado o no p o r el adulto tu telar. La continencia es­
finteriana es «natural» tan p ro n to com o el desarrollo neurofi-
siológico lo perm ite. Si los adultos enfobizan dem asiado pron­
to y /o dem asiado in ten sam en te la exigencia de «ser limpio»,
ello equivale a asignar a las necesidades una valorización que
no debería estar referida m ás que al deseo de com unicación
y de intercam bios socializantes.
Es así como la conducta de aquellos adultos que evidencian
un deseo de co n tro lar las necesidades de los niños acaba p er­
virtiendo a m uchos de ellos, conduciéndolos a utilizar la reten ­
ción pai'a com placer o disg u star al adulto exigente. E sta actitud
valorizante de la caca por la atención que se le dirige suscita

100
la m anipulación de los excrem entos cuando son em itidos, ac­
tu an d o entonces el niño a im agen del adulto que obtiene placer
en llevárselos... p a ra ju g ar con ellos, piensa él. Un niño al que
n un ca se han pedido o exigido excrem entos no juega con ellos,
y prefiere ju g ar con otros objetos; salvo que nunca tenga a su
disposición ni juguetes ni objetos. El niño tom a esto, sus excre­
m entos, p orque son el p rim er objeto parcial (m am aizado) que
puede e n c o n trar d en tro de su espacio; pero si tiene juguetes,
objetos que se in teresa en m anipular, en m eterse en la boca,
e tcé tera no se ocupará de su caca. El niño no pone in teré s en
ésta salvo que sea inducido p o r una actitu d valorizante cotidia­
na de su m adre hacia el contenido de sus deposiciones o del
orinal. U na castración anal sanam ente dada, es decir no c e n tra ­
da en el pipí y la caca sino en la valorización de la m o tricid ad
m an ual y corporal, p erm itirá al niño su stitu ir los placeres ex-
crem enciales (lim itados) p o r la alegría de hacer, de m an ip u lar
los ob jeto s de su m undo, tanto p a ra obtener placer com o p ara
p ro m o cio n arse p o r la identificación a los herm anos m ayores
y a los padres. Las m anos son, en efecto, lugar de desplaza­
m iento de la zona erógena oral tras el destete. A ctúan com o
b oca p ren siv a sobre los objetos: como los dientes, com o la
pinza de las m andíbulas, los dedos se hunden en los objetos
blandos a su alcance, arañándolos, despedazándolos, p alp án ­
dolos, apreciando sus form as. Un bebé gusta de ju g a r a desga­
r r a r con sus m anos, con alegría lúdica. Es la utilización de la
«boca de las m anos». Los bebés experim entan a veces u n a ale­
gría d esb o rd an te cuando consiguen ese dom inio sobre los ob­
jetos, sobre los elem entos, el agua, la tierra; alegría hum ana
de u n a p rim era dem olición que p a ra ellos es una obra, puesto
que es la tran sferen cia, sobre objetos parciales p lacenteros
p a ra las m anos, de los objetos parciales alim entarios placen­
tero s p a ra la boca. El deseo de una investigación táctil de los
objeto s nu n ca se m itiga. El lenguaje del p adre y de la m adre
co n cerniente a este «tócalotodo» explorador, ap o rta u n a segu­
rid ad asistid a a las p rim eras m anifestaciones de u n a observa­
ción y de u n a creación que son prein d u strio sas, aun cuando, al
com ienzo, esta investigación sea ap arentem en te descreativa, y
luego depred ad o ra. Sólo m ás adelante, tras u n cierto tiem po
de ejercicio ap aren tem en te destructor, la actividad m an u al se
vuelve con stru ctiva y aglom eradora, como, por ejem plo, en el
ap ilam iento de cubos. Entonces, a través de estos juegos de
desplazam iento del deseo oral, y después anal, el niño se hace
d iestro e inteligente, observa las leyes físicas según re fere n ­
cias sensoriales ad q u irid as por la experiencia, y en p a rtic u la r las
leyes de la pesadez, que él aprende a negociar.
E stas adquisiciones m otrices y creadoras se verán c o n tra ­
riad as si al «problem a» del pipí-caca, y a la continencia p re­
coz del niño, se le asigna un valor estúpido. El niño siem pre es

101
capaz de ella p o r sí m ism o; la educación consiste únicam ente,
una vez ad q u irid a dicha continencia, en depositar sus excre­
m entos en el lugar destinado a ellos p a ra todo el m undo, niños
y adultos, el baño, y entonces se las com pondrá con ellos solo,
y lleno de orgullo, tan p ro n to com o sea neurológicam ente po­
sible. E n efecto, el niño cree que los adultos que van al re trete
y se aíslan en él son poseedores de u n a llave sim bólica extre­
m adam ente valorizada —m ás aún cuando el niño no los acom ­
paña. H acer pipí y caca en el sitio reservado a los adultos y
de una m an era que trad u zca la continencia, característica de
los m ayores, da derecho a alcanzar un nivel ético que brinda,
con la autonom ía com pleta p a ra las necesidades corporales, el
sello de la dignidad h u m an a en sociedad.
Sólo de los niños a quienes se exigió dem asiado pronto la
continencia salen los que m anifiestan re traso en relación con
el esquem a corporal en la im agen del cuerpo. Porque p ara
ellos la ú nica m anera de seguir siendo sujetos es oponerse a
las órdenes aprem iantes de la m adre, y p rivarla de este placer
que ella en cu en tra —y que el niño siente incestuoso oral y
anal— en ocuparse del pipí-caca y de las heces, esa región a la
vez vergonzosa y sagrada donde necesidades y deseos son ori­
gen de valores éticos co n trad icto rio s.7 El niño del estadio anal
se vuelve civilizado p a ra h acer sus necesidades, y continente
d u ran te el sueño, en tre los veintiuno y veintisiete m eses a m ás
ta rd a r, siem pre que no haya existido ningún adiestram iento
educativo y que la educación con vistas a u na prom oción hu­
m ana en todos los otros com portam ientos —dom inio m otriz,
dom inio sensorial con su expresión en intercam bios de lengua­
je, conocim iento am pliado del vocabulario, aceptación de las
costum bres y reglas de sociedad, frecuentación de otros niños—
haya sido el móvil de las instancias tutelares.
La continencia n atu ra l es siem pre espontánea en un niño
criado sobre la base de confianza, del respeto a su dignidad de
hom bre, en m edio de niños m ayores y de adultos con los que
tiene derecho a identificarse apenas se configura la respectiva
posibilidad neurológica, sin que se le reprenda: «¡Ah, no, tú
no, eres dem asiado pequeño!». No se p resen ta naturalm ente en
los niños que, con el pretexto de que son pequeños, no pueden
satisfacer su deseo de ac tu a r a m edida que lo experim entan de
la m anera en que ven hacerlo a los otros.
Un niño que se ha hecho continente en form a espontánea
jam ás incom oda a los adultos, a m enos que éstos sean into­
lerantes an te sus preguntas, sus dem andas, sus pruebas, sus
iniciativas de acción. Sus dem andas que, a veces, cansan a los

7. H ay m adres ex h ib icion istas y m iron as que hablan en pú blico del


trasero de su h ijo y lo desn ud an para cam biarlo esté donde esté y de­
lante de cualquiera.

102
pad res, son siem pre inteligentes; y los adultos, cuando le ven
im p o ten te p ara realizar un deseo, m ás bien deberían alentarlo
a re in iciar m ás tard e la m ism a experiencia, antes que soltarle:
«¡Ya ves, te lo h abía dicho!». La m ayoría de los niños son obli­
gados a q u ed arse m ucho tiem po en lugares públicos o en la
m esa, p o r ejem plo, y porque a los padres les apetece, en u n a
inm ovilidad que les re su lta nociva. Y, en su p ro p ia casa, no se
ayuda a estos m ism os niños a ad q u irir habilidad, cosa que todo
niño desea. F recuentem ente, su torpeza se debe a la vez a su
inexperiencia, a su falta de concentración, a su insuficiente
observación, y sobre todo a la falta de palabras explicativas
p rocedentes de estos adultos cuyas actividades él gu sta obser­
var. El niño tiene necesidad de com prensión tecnológica, y p o r
tan to de u n a ayuda verbal de los padres, quienes deben expli­
carle que, si ellos se hubiesen puesto a la ta re a de la m ism a
m an era en que se puso él, se h ab rían llevado el m ism o disgusto
que él. Pero, u n a vez m ás, no es posible a rrib a r a esto, a este
p lacer del «hacer» tecnológico con m ateriales u objetos, si no
es m ediante la sublim ación del placer excrem encial, p lace r de
p ro d u c ir p o r sí m ism o los objetos parciales substanciales pipí
y caca, del cual cualquier otro «hacer» es un desplazam iento
en su in terés afectivo, ideatorio y de lenguaje en el v erd ad ero
sentido del térm ino.
Es verdad que, desde su nacim iento, sus excrem entos son
n ecesariam en te objetos de interés p ara los padres: ya que su
em isión reg u lar y su aspecto satisfactorio perm iten al m édico
y a la m ad re juzgar, con el funcionam iento digestivo, la buena
salud del bebé. Además, el niño ha confundido estos objetos
de interés excrem encial, al m ism o tiem po con referencias tác­
tiles a su lazo co n n atu ral con su m adre, y con referencias olfa­
tivas que él experim enta incluso cuando ella está ausente, si
ha defecado en los pañales. Ella es quien, tom ándoselos d u ra n ­
te la lim pieza, suprim iendo por tanto una sensación táctil en
el trasero , al m ism o tiem po que él percibe un olor c a ra c te rís­
tico, añade apreciaciones m ím icas (lenguaje) que jam ás pasan
desapercibidas p ara el niño. Es ella quien lo inicia en la fun­
ción de control m anual que ella tiene sobre estos objetos p a r­
ciales de expulsión debidos a la necesidad, y tam b ién en la
función que el propio niño, por m edio de su control, puede
cu m p lir respecto de estos objetos que tam bién sirven al deseo
y al p lacer que el excrem entar puede aportarle: placer frecuen­
tem en te solitario, tra s h ab e r sido com partido con la m adre.
Son necesidades, ya lo dije: pero si el «hacer» inicia al niño,
después del «comer», en el deseo es por interm edio de todas
las relaciones con la m adre vinculadas a dichas necesidades.
Con el desarrollo de su esquem a corporal, el niño se to rn a
n a tu ra lm e n te sensible al hecho de que puede, con sus em isio­
nes o im pidiéndolas, experim entar placer local o bien placer

103
a distancia p o r la m anipulación del clim a em ocional del adul­
to a su respecto. El control lúdico de sus excrem entos puede,
dependiendo de las exigencias educadoras, convertirse en un
intercam bio valorizado con los otros, intercam bio con base en
el lenguaje y com ercio de objetos. Se h a hablado m ucho —de­
m asiado, adem ás— de la caca-regalo: y esto es m uy propio de
ciertas m odalidades educativas que son co rrientes en nues­
tro m edio.
De allí la im p o rtan cia del estilo de resp u esta que ap o rtará
a ello el adulto, en especial la m adre. Si ella concede a la re­
cepción, a la visión o no visión del o bjeto parcial excrem encial
tan ta im p o rtan cia com o al niño entero ·—que parlotea, sonríe,
m anipula objetos y los in terc am b ia con ella— , da valor de len­
guaje a las necesidades, a los excrem entos como tales, m ien­
tra s que p a ra el niño se tr a ta de algo m uy distinto. Ahora bien,
los excrem entos como tales no pueden ser un regalo. Pasan
a serlo p a ra el niño si la m ad re los celebra m ás de lo que cele­
b ra sus actividades lúdicas m anuales y vocales. De algún modo
el ano se convierte entonces en u n su stitu to de la boca, puesto
que es el significado anal el que re su lta valorizado por ella.
E sto es lo que hace susceptible a la caca de convertirse —o
de seguir siendo— caca-regalo. ¡Vemos así m adres que se rego­
cijan, que le cu en tan a todo el m undo el pipí-caca de su hijo!...
Y él, ya «pervertible», in te n ta com placer aún m ás a su m adre
«m ostrándose», exhibiendo su talento. Cuando hay extraños,
tra e su o rinal delante de todo el m undo. Aquí es donde, preci­
sam ente, la castración sim bólica, y no la represión pura, será
bienvenida: «No traigas eso, m ejo r tra e tu juguete, a tu padre
o a mí nunca nos has visto trayéndole n u e stra caca a todo el
m undo». «Trae pasteles, m u éstran o s los juguetes que te in tere­
san, ven con n o sotros si quieres, pero entonces, haz como no­
sotros.» Es así com o la m ad re ayuda al niño —que, p o r su
n aturaleza sociable, quiere d e sp e rta r interés, p artic ip a r en el
grupo, ser adm itido en él·— a a p o rta r algo al orden social.
E ste enorm e valor asignado a la caca es muy reciente.8 Antes
del llam ado «lenguaje a la inglesa», la im portancia de la ex-
crem entación de los bebés y niños no existía. Se originó, en
p arte sin duda, en la «pereza» de las m adres para lavar los
pañales. Cuanto m ás p ro n to el niño se volvía limpio, m enos
tra b a jo tenían ellas, en u n a época en que no había lavadoras
ni algodón en guata. T am bién es cierto que p ara el niño era
u na ven taja no m o jarse dem asiado. Cuando se m ojaba, tenía
frío; cuando tenía frío, podía su frir cólicos; constituía esto todo
un conjunto ansiógeno, tan to p o r el tra b a jo de la m adre como
p o r el riesgo corrido. C uando yo era pequeña no había bragas
8. C iertos lib ros de recom en d acion es a las m adres, escritos por di­
versos «psi», parecen en tender que la adm iración del regalo fecal forma
parte de la pan oplia de a cto s atrib u ib les a una «buena madre».

104
de goma, h abía pañales de lana, pero el niño m ojado podía
coger frío, y la m o rtalid ad infantil era, ju stam en te, la gran ob­
sesión de las m adres.
De cu alq u ier m anera, si los m edios substanciales de in te r­
cam bio privilegiados siguen siendo estos objetos p arciales u re­
tra l y anal que son los excrem entos, y en la m edida m ism a en
que estos objetos parciales b ru to s son producidos inconsciente
y fatalm en te p o r su cuerpo, el niño será habilitado a creer
que su obediencia pasiva al deseo de que dé sus excrem entos
en el m om ento en que el adulto lo quiere, rep resen ta u n a re la ­
ción in terh u m an a arm oniosa. Esto pervierte lo que co n stitu irá
el sentido de la creatividad en el niño, y es u n a desviación com ­
pulsiva en devenir que convierte al niño en «la cosa» funcio­
n an te de una m adre que se pone ansiosa cuando no en c u en tra
en el o rinal lo que desea ver en su interior.
Im p lica esto u n grave daño p ara la hum anización fu tu ra de
niños cuya m adre cree ten er que consagrar, con el p retex to
de la educación, toda su atención a la obtención de u n adies­
tram ien to : o sea, después de la aceptación de la com ida tal
com o la m adre la im pone, la excrem entación a su gusto. Todo
ad iestram ien to es una incitación perversa a la pasividad, a una
in terp arasitació n prolongada; con ello la m adre re tra sa , p o r el
solo hecho de sus exigencias y de la regularidad que p re te n d e
im p o n er a los ritm os de las necesidades, el interés del niño pol­
la actividad lúdica m otriz, el acceso a la m archa, la agilidad
co rp o ral y m anual. E stas dos actividades exigen una relajación
m u scu lar que, obligatoriam ente, es fuente de «accidentes en la
braga». E l niño todavía no es apto, debido a su insuficiente
d esarrollo neurológico y anatóm ico (antes de los veintiuno a
los veintiocho meses) p ara controlar a la vez lo que ve, lo que
oye, lo que sus m anos realizan de m anera lúdica o in d u strio sa,
y sus esfínteres. A esta edad no le es posible e sta r a la vez
«en el h orno y en el molino». Felizm ente, las m adres, en m u­
chos casos, se cansan de no obtener lo que quieren y se in te­
resan tam b ién en todas las dem ás m anifestaciones del desa­
rrollo de su hijo, dejando para después ese adiestram ien to que
a ellas las extenúa y que es fuente in in terru m p id a de choques
em ocionales con el pequeño, si éste tiene carácter: lo cual es
m ejo r presagio p ara el fu tu ro que si en este terren o es obedien­
te a su m adre.

P ara el niño de nueve a diez meses, com o m uy tem prano, la


e n tra d a en el estadio anal activo del placer m o to r de todo su
cuerpo supone el advenim iento del deseo y del placer de los
d escubrim ientos m otores voluntarios: p rim ero del tronco, de
los m iem bros superiores, después de la pelvis, de los m iem bros
in feriores, que se form an capaces de deam bulación voluntaria,
sentado o a cu atro patas, de una destreza m anual cada vez

105
más satisfacto ria p ara él. F inalm ente, hacia el año, a veces
más tarde, el niño se in co rp o ra p a ra la m archa. Feliz del niño
que h a descubierto la m arc h a él solo y a quien nunca se sostu­
vo de pie ni se intentó h acer cam inar, com o se ve hacerlo con
excesiva frecuencia m ucho antes de que él descubra sus posi­
bilidades p o r sí m ism o. M om ento de alegría extrao rd in aria para
un niño es aquel en que, p o r vez p rim era, se le revela su posi­
bilidad de avanzar solo sobre sus dos pies; y es ciertam ente
deseable que descubra esto sin la presencia cercana del adulto.
E n cualquier caso, si el niño da sus prim eros pasos es por
deseo de ir hacia su m adre, o de ir hacia algo que lo atrae.
Cuando cam ina p or p rim e ra vez, está com pletam ente sorpren­
dido. Si cuando com ienza a an d a r surge algún incidente, no
puede volver a in ten tarlo antes de uno o dos meses, asociado
como está p a ra él el incidente a este descubrim iento.
E n mi experiencia de m am á, yo ocupaba la posición de esa
m adre que, d iscretam ente, asiste al advenim iento de la vertica­
lidad y descubre la so rp re sa en el ro stro de su hijo. Es emo­
cionante asistir al ex trao rd in ario y ra d ian te júbilo del hom bre­
cito o de la m u jerc ita que inventa de nuevo la p o stu ra erecta.
Ahora el niño puede desplazarse p o r el espacio. E ste despla­
zam iento m otor, que se efectuó p rim ero a gatas o sobre el
trasero , él lo re p e tirá gateando aunque sepa cam inar; y las
m adres tienen que co m p ren d er h a sta qué punto es necesario,
p ara el desarrollo del tórax y de los m úsculos de la espalda, ri­
ñones y hom bros, que los niños anden el m ayor tiem po posi­
ble a cu atro patas, aun cuando sepan m arc h ar de pie. Después,
le place al niño u tilizar un soporte estable que él em puja por
delante de sí, lo cual le p ro p o rcio n a goce y control de su
cuerpo, al m ism o tiem po que el placer de ir hacia su m adre
y de d ejarla p o r sus propios m edios; m ide así a su capricho su
espacio de seguridad, d en tro de la autonom ía que su m adre,
ella m ism a tranquilizada, le deja, p a ra explorar la casa y el
espacio que lo circunda.
El desplazam iento de objetos exteriores y su propio despla­
zam iento autónom o p o r el espacio, es p a ra el niño una m etá­
fora de lenguaje —en la dim ensión de la expresión m otriz, m er­
ced a las posibilidades de su esqueleto y de sus m úsculos—
del peristaltism o digestivo, que encam inaba el objeto alim en­
tario de la boca al ano.9 Así se explica que un niño que anda
solo p o r vez p rim era soltando todo apoyo, vuelva gateando al
lugar donde se había p u esto en pie y del cual había partido,
y ello varias veces antes de d esc u b rir que cam inando puede
llegar m ás lejos. La m o tricid ad ha de haberse desprendido de
su m odalidad prim igenia p a ra que pueda ser asum ida como
p ráctica de un sujeto m otor, y no ya dependiente de las con-

9. Tal vez esto expliq ue la relativa an orexia de ciertos niños cuando


descubren la m archa.
106
dicíones del espacio exterior.10 A esto se asiste en el p rim e r
inicio de la m archa. Lo repetim os: las condiciones q u e acom ­
p añ aro n la m arch a hacia un objeto son com o la m etáfo ra del
p eristaltism o que iba de la boca al ano, y el niño re to rn a, pues,
al lug ar espacial donde descubrió la posibilidad de in c o rp o ra r­
se y an d ar, p a ra rein iciar esta experiencia. El niño que descubre
la m arch a 110 puede realizar inm ediatam ente la experiencia al
revés, es decir, volver cam inando desde el pu n to al que h ab ía
llegado tra s d ar algunos pasos, al cabo de esta p rim era audacia,
cuando h a caído al suelo sobre el trasero. Cuando anda, nunca
se da la vuelta p ara regresar. Va siem pre en línea recta, es
decir que se desplaza cierto tiem po todavía p o r u n espacio
que p odríam os caracterizar como el del esquem a oral (m etá­
fora del tray ecto de u n orificio del cuerpo al otro).
Los cam bios de plano o, dicho de o tra m anera, su b ir y b a ­
jar, son u n nuevo descubrim iento que puede p receder a la m a r­
cha y su rg ir ya en la época del gateo. Pero el niño que ha
subido peldaños todavía no puede bajarlo s solo. Es tam bién
ex trao rd in ario p resen ciar la experiencia p rim era de su b ir a un
banco con b arrales de los dos lados, en am bos costados de un
pequeño descansillo; en sí, b a ja r es igualm ente fácil, pero des­
pués de h ab e r subido de un lado, el niño quiere b a ja r del otro,
hacia el que ad elanta la cabeza, m ovim iento que provoca su
caída. Así como, tras unos pocos pasos de m archa, no cree posi­
ble g irar sobre sí m ism o y volver andando, tam poco puede b a­
ja r reculando antes de u n prolongado aprendizaje. H ay un sen­
tido en el ord en de las cosas. El otro sentido sería, p a ra él,
desordenado. Es com o si en sus prim eros descubrim ientos de la
deam bulación m arc h ara hacia atrás. E sto es im pensable p a ra
él. Sólo algo m ás adelante, cuando se h a hecho dueño de la
m archa, se o p era u n a m utación del com portam iento del pe-
queñín, m u tación que le hace desear ac tu a r «sólo» com o lo «ha­
ce n» los grandes, m ientras que antes se valía de la ayuda de los
grandes p a ra «jugar» a sim ular actu ar como ellos. A p a rtir de
este m om ento quiere ser grande de veras, y no fingir serlo.
La p alab ra grande, p alab ra farfullada m uy precozm ente, p ro ­
n un ciad a «gande» (grande) o «tolo» (solo), p asa a se r sinóni­
mo de prom oción y de m eta narcisizante. «Mira, m am á, m ira,
papá, yo gande, yo tolo...» Es magnífico ver ese ro stro , ese or­
gullo del niño que quiere in te n ta r superarse solo, p a ra con­
q u istar su identificación con los grandes. Sus ten tativ as p o r
im itar a los adultos y herm anos m ayores hacen co m p ren d er
al niñito, que es incapaz de ello, que su debilidad e stá en la
pelvis y en la falta de dom inio de sus m iem bros pelvianos.
Sus m anos estab an investidas ya por u n a oralidad tra n sfe rid a
sobre objetos de agresión dental: despedazar, tira r, desplazar,

10. C iertos n iñ os saben cam inar en su casa pero en nin gún otro sitio.

107
ju n tar, separar. Ahora son los pies los que están investidos de
la agresidad y la tactilid ad reservadas h asta aquí a las m anos.
Es sabido cuánto gustan los niños de explorar los dedos de sus
pies, sus talones, sus piernas, y h a sta la raíz de sus m iem bros,
la ingle y el sexo, el ano, la región de las nalgas. Les gusta
pellizcarse, cosa que sigue siendo privilegio de las m anos, ori­
ginado sin duda en el desplazam iento de la pinza de la boca
sobre la de las m anos, que, p o r lo dem ás, se abre y se cierra
como un esfín ter gracias a la oposición del pulgar a los dem ás
dedos. Además, las nalgas con tin ú an siendo privilegio de las
m anos del adulto tu telar, pues antes de los tre in ta m eses el
niño a veces no tiene el brazo lo b a sta n te largo como p ara
alcanzar a todas las p artes de su cuerpo (sólo a los seis años
puede la m ano derecha, pasando el brazo p o r encim a de la
cabeza, to car el lóbulo de la o reja izquierda). Pero si el niño
tiene que descu b rirlas tam bién es p o rq u e ignora la form a tác­
til de su h en d id u ra n alg ato ria y de la región anal. Así pues,
todas las m anipulaciones de su cuerpo deberían ir acom paña­
das de p alab ras que designaran las diferentes p artes, muy le­
jos de que la m adre, viéndolo ac tu a r, le im pida tocarse. Desde
los p rim eros lenguajes, desde la época en que tenía pocos me­
ses, p o r poco que el niño h u b iere conseguido a tra p a r la región
genital p or casualidad —cuando sus m anos aún no eran otra
cosa que pincitas que a p re ta b a n todo lo que encontraban y
que atra ían todo cuanto se podía a tra e r—, el bebé, si entonces
no recibió p alm aditas en las m anos p o r su m adre, pudo loca­
lizar allí sensaciones m uy diferentes de las que podía tener
en o tras p artes, y diferentes tam b ién de las que su m adre, al
asearlo, provocaba.
O btenidos p o r ñn la d estreza del estadio anal y el control
m uscular generalizado, el niño realiza un descubrim iento m u­
cho m ás preciso del co n ju n to de todo lo que, de su cuerpo,
conocía, en la tactilidad que h a sta ahí su m adre había im pues­
to. Ahora el centro de su interés son sus propios descubrim ien­
tos. N ecesita palabras p a ra especificar todas estas regiones de
exploración sensible de su cuerpo; y es preciso que estas pa­
labras le hagan com prender que él está hecho como todos los
otros seres hum anos. Porque tiene necesidad de vocabulario
p ara conocer la geografía de su cuerpo, en p artic u la r la región
urogenital y el funcionam iento excrem encial activo y sensible,
pasivo y retentivo, funcionam iento al que gusta entregarse sin
saber aún poner p alab ras en este placer.
Sus expresiones verbales: «pipí, caca», son muy interesantes
p ara él, no sólo p orque im plican el dom inio de la palabra (ora-
lidad), sino tam bién p o rq u e son valorizantes en la realidad,
desde el m om ento en que al decirlas puede tam bién gobernar
la porción respectiva de su cuerpo. Se tra ta aquí de un dom i­
nio concertado de las p alab ras y la función, m ientras que cuan-

108
do el niño dice la p alab ra «comer», no puede com er al m ism o
tiem po. Cuando dice «pipí», puede hacerlo o no hacerlo. No
puede com er al m ism o tiem po que habla, pero sí defecar al
m ism o tiem po que habla.
Aquí reside toda la diferencia entre la defecación y lo que
sucede en la boca. Y esto explica tam bién el que la p ro h ib ició n
de h ab lar de ello lleve al niño a creer que le está p ro h ib id o
sen tir lo que acontece en esta región tan copiosam ente inerva­
da, y que le está prohibido sen tir la articulación inteligente
entre, p o r una p arte, el control a conquistar, a sem ejanza de
los adultos y herm anos m ayores, los funcionam ientos de su
cuerpo —con los placeres que los acom pañan— y, p o r la otra,
los placeres sensuales de diferente nivel que los del c o m p o rta­
m iento prom ocional.
No se entenderá la importancia que es preciso asignar a la
puesta en juego de la castración anal, si no se com prende que
ella es quien perm ite la obtención de un dominio adecuado y
humanizado de la motricidad, así fuese en la form a, e n tre o tras,
del apren d izaje de la m archa.
E l ca rác te r decisivo —p a ra el porvenir clel niño— de la cas­
tración anal, estriba, en síntesis, en que ella es el desfile que
va a p e rm itir (o no) la sublim ación de las m anifestaciones ex-
crem enciales b ajo la form a del hacer industrioso y creativo. AI
m ism o tiem po, la fase relacional del niño de la que aquí nos
ocupam os es tam bién aquella en la que tiene que d o m in ar su
m o tricid ad , y en la que le es preciso to m ar nota de com por­
tam ien to s sentidos p o r él como insólitos, los de los o tro s seres
vivos, anim ales, adultos y niños, que su autonom ía en el espa­
cio le p erm ite o b servar y que al principio son nuevos, ajenos
a su m undo tu te la r habitual. Cuando aún no había alcanzado
la autonom ía deam bulatoria, el niño observaba sin riesgos, ro ­
deado p o r un nim bo de seguridad fam iliar. E sta seguridad que
ah ora le falta, el niño necesita m ás todavía que antes tenerla
im aginariam ente, a través de las palabras conservadas en la
m em oria, sostén de enseñanzas relativas a los nuevos seres que
h a b rá de conocer: palabras p o rtad o ras de conocim ientos tec­
nológicos sobre el m undo del que form a p arte y que él descu­
b re día tras día, p alab ras que lo inician a la m anipulación
de las cosas p o r su perm anencia en el recuerdo cuando la p re ­
sencia tu te la r le falta. Con estas palabras explicativas que el niño
rem em ora, es com o si la presencia tu te la r fuera su in iciad o ra en
el com p o rtam ien to de seres y cosas aún desconocidos p ara él.
E stas enseñanzas le p erm itirán considerar el espacio desco­
nocido p o r d escu b rir cada día, lo sostendrán en la exploración
del ám b ito fam iliar, p o r todas las habitaciones de la casa y
sin peligro fantasm ático. El niño puede llevar a cabo esta con­
q u ista gracias a ese saber verbalizado que le p erm ite prom o-
cionarse p a ra ella. E ntonces, siente que se valoriza en las pri-

109
m eras p ruebas a que se ve som etido su narcisism o, cuando no
se las estigm atiza com o o tras tantas «tonterías», y en sus éxi­
tos reales cada vez que puede ac tu a r com o ve hacerlo a los
grandes.
Es fácil, en esta etapa in term ed ia en tre el niño pequeño
que es y la persona grande que desea ser, introyectar el fraca­
so y el éxito como efectos m ágicos debidos a la m alicia de las
cosas; a un deseo dañino de las c ria tu ras anim ales o vegetales
o incluso de las cosas inertes, que el niño antropom orfiza se­
gún el m odelo de su m adre om nipotente. El niño de este esta­
dio proyecta intenciones antropom orfizadas de devoración, o
de rechazo, o de daño, sobre todo lo que le resiste, sobre todo
lo que lo angustia, con razón o sin ella, en sus contactos con
los objetos.
E jem plo: un niño de nueve m eses que gatea con gran ra­
pidez recibe de su padre, que le ve poner los dedos en u n en­
chufe, la prohibición de hacerlo; si lo hace, muy m al le irá, y su
papá le prohíbe term in an tem en te m eter los dedos en los agu­
jero s de los enchufes. Como cualquier niño de nueve meses,
éste, que es inteligente, in te n ta tran sg red ir la prohibición. Y en
un m om ento en que nadie lo ve, com ete el acto prohibido. Gri­
ta, y llegan los m ayores. Felizm ente, el día de esta experiencia
el perjuicio no es m uy grande; pero el niño m u estra el enchu­
fe y dice, aterrad o : «¡Papá, ahí!». Tres días después, sus abue­
los vienen de visita y él hace señas a su abuelo para que lo
siga. El lo precede gateando. Le m u estra el enchufe, de lejos,
y vuelve a decir: «¡Papá, ahí!». En resum en, la persona que
enunció la prohibición está p ara él presente allí donde, habien­
do transgredido la prohibición, recibió la descarga eléctrica
desagradable."
Toda h erid a narcisística im pele al niño a replegarse sobre
placeres conocidos y p o r tan to nada riesgosos para su esquem a
corporal. A esta edad, todos los placeres corporales se focali­
zan esencialm ente en el cavum , la boca, el ano; en cuanto al
varón: la verga; en cuanto a la niña: la vulva y el clitoris;
placeres que se p roducen p o r interm ediación de sus manos.
Prohibiciones en exceso num erosas de tocar objetos exteriores
a su cuerpo obligan al niño a co n sid erar sus m anos como pe­
ligrosas; y si se le prohíbe to car su propio cuerpo, acaba cre­
yéndose en su cuerpo —todo o p a rte — un objeto de peligro,
seccionable, devorable, y creyendo que su sexo está expuesto
al peligro de sus propias m anos, las cuales son inquietantes por

11. Es lo que h acem os n o so tro s, ad u ltos, cuando transgrediendo el


orden de las leyes inscrito en la realidad mal aprehendida de las cosas
pensam os «Dios o los d ioses se oponen». Igu alm ente, cuando nuestros
p rocesos neuróticos nos condu cen al fracaso o a la enferm edad, busca­
m os al responsable perseguidor, a la mala su erte o, en sín tesis, al
«enem igo».

110
sí m ism as p a ra ciertos niños a quienes se les dice sin p a ra r:
«¡No toques!».
Sus ganas de despedazar, de desm ontar, de tocarlo todo, son
p a ra él una m an era de descubrirse m anos capaces, a sem ejan­
za de las de los adultos, de ocuparse en o tra cosa que en su
boca, su tra se ro o su sexo. D esarrolla el niño una hab ilid ad
m anual, u n conocim iento visual, auditivo y táctil de los o bje­
tos; al m ism o tiem po que al dom inarlos dom estica sus peli­
gros, ex p erim en ta su lado u tilitario o su lado agradable; en
resum en, se concilia con el m undo aprendiendo a conocerse y
a conocerlo,* a fam iliarizarse con él.
Un co n tratiem p o técnico, cuando coincide con una reacción
de bu rla, descontento o angustia por p arte del adulto, quien
a veces añade sentencias como: «Este niño me m ata», o bien
«Se va a m atar», «Este niño no hace m ás que tonterías», o
incluso: «Te lo m ereces, esto te enseñará a desobedecer», p ro ­
yecta de un tirón, p ara un niño precoz, su deseo en las dim en­
siones d ese stru ctu ran tes de una soledad petrificante en m edio
de los peligros que acechan bajo cualquier cosa atractiva, p e­
ligros que lo am enazan y con los que los padres están de acuer­
do, siendo p o r tan to cóm plices y perseguidores. C ualquier a tra c ­
tivo hace su rg ir en la imagen del cuerpo la im agen funcional
m otriz. In telig en tem ente utilizado, el deseo lo prom ocionaría a
b u sca r un placer que, si él lo obtuviera, lo iniciaría en una
autonom ía m ayor.
A nte un fracaso, el niño siempre necesita palabras que le
expliquen su causa, sin censurarlo, y lo reconcilien así con su
intención, «desmagicizando» el peligro que ha corrido y que
creyó pu esto ahí intencionalm ente por sus padres. Es necesario
estab lecer claram ente con el niño la tecnología de su fracaso;
tecnología a la cual los adultos están tan som etidos com o él,
p o rqu e se tra ta de las leyes de la realidad de las cosas.
Ante sus fracasos, el niño se siente hum illado a sus propios
ojos y pide consuelo, bien sea gritando, bien yendo a q u ejarse
a su m ad re con tono llorón y regresivo. Sin em bargo, m uy a
m enudo este niño que viene a p edir socorro a los adultos p o r­
que ha com etido una torpeza, siendo incluso que q u ería pro-
m ocionarse, recibe una actitu d de rechazo, con re sp u estas agre­
sivas: «¡Cállate, déjanos tranquilos!». O incluso el ad u lto lo
estupidiza con su pro p ia angustia, recogiéndolo en sus brazos
en vez de ponerlo de nuevo ante el obstáculo y de m o strarle
con sus p ropias m anos o con sus pies, a la p ar que se la ex­
plica en palab ras, la m anera en que h ab ría podido llevar la
experiencia a buen térm ino. Digamos tam bién que si los adul­
tos hacen p o r él lo que él no pudo hacer, lo que él no con­
siguió, es tan grave com o si no hicieran nada, p o rq u e al p ro ­

* «Apprenant à se et le con-naître», en el original. [R.]

I ll
porcionar el resu ltado inm ediato se suprim e el deseo de la ex­
periencia. De ahí una dependencia m ayor, siendo que el niño
in ten tab a hacerse independiente de su m adre.
Ya cuando el niño, p a ra su placer, gusta de perm anecer sen­
tado m anipulando pequeños objetos, y después, cuando deam ­
bula a cuatro p atas o sobre el trase ro , y m ás aún cuando ca­
m ina y gusta de explorarlo todo, la m anera en que se com­
p o rta el adulto p resen te es decisiva p a ra el desarrollo de este
niño. El papel de esta p resencia ad u lta es g arantizar la segu­
ridad en el m edio circundante, a fin de que el niño se sienta
lo m ás libre posible de ac tu a r com o está tentado de hacerlo.
Hay que acep tar el desorden, los objetos desacom odados, los
que el niño tira al suelo y allí deben quedar. Todo esto im plica
una tolerancia que m uchos adultos no tienen, sobre todo en
las viviendas pequeñas. ¡Y aun así! Si los adultos supieran
cómo dañan la inteligencia sensorial y m ental, la confianza en
sí y en los dem ás, cuando no to lera n el ruido y el desorden
causados tan to p o r los bebés sanos com o p o r los pequeños de
h asta tres o cu atro años, estoy segura de que abandonarían las
jaulas (corrales de juego) y la educación de! «no tocar», y que
d escubrirían la precoz inteligencia expresada en esta actividad
continua y en apariencia desordenada.
La presencia del adulto ocupado en sus labores dom ésticas
y profesionales, m ientras vigila d iscretam en te al niño, le pei'-
m ite b rin d a r a éste, a veces p erp lejo o descontento por no lo­
g rar sus fines, u na educación tecnológica m ediante el ejem plo
y las explicaciones verbales; b asta con que sum e la palabra a
los gestos eficientes, operativos, que el niño quiere observar.
Preciso es añ ad ir tam bién el estím ulo de frases am istosas,
desprovistas de angustia; y no asu sta r nunca a un niño con
algo que él desea (salvo peligro real e inevitable). D ejarlo p er­
catarse de su im potencia y, ante ésta, p rom eterle que cuando
crezca será capaz de esto o de aquello; pero no hacer nunca
las cosas p o r él, en su lugar, ni engañarlo con una ayuda física
que supone hacerle tra m p a a la dificultad.
Por tanto, es m uy im p o rtan te com prender lo que es la edu­
cación a esta edad. La lim pieza esfinteriana, naturalm ente, for­
m a p arte de ella, y todos los niños que a los cuatro o cinco
años no la h an adquirido son niños cuya educación m otriz no
ha tenido lugar, sino que h a sido «engañada», por así decir,
con una actitu d de ayuda excesivam ente am plia y puerilizante.
De ella resu ltan socorridos de p o r vida, que no salen (salvo
cuando duerm en o en los m om entos de desatención) de aque­
lla época en que no tenían el control de sus esfínteres. En rea­
lidad, la educación del niño pequeño, a p a rtir de la edad del
«tócalotodo», que es la edad de la m archa, equivale a suponer
la dem anda: «Explícam e cóm o po d ría hacerlo todo solo tan
bien como tú».

112
E ste narcisism o que im pele al niño a identificarse con los
adultos p o r él ad m irados se expresa en el hecho de que se ha
vuelto capaz de «m aternarse» a sí m ism o cuando tiene h am bre,
capaz de darse de com er, de servirse, de ponerse alguna ropa,
de p o nerse los calcetines, aunque todavía no pueda enrollarlos
o a n u d a r sus cordones. Es capaz de resg u ard ar su cuerpo de
disgustos, exactam ente com o lo h abría hecho su m adre: de sal­
v ar tensiones y necesidades siem pre que, evidentem ente, haya
com ida a su disposición. Tam bién puede ayudar a un niño m ás
pequeño que él, im itando el papel de m adre y p adre de m an era
adecuada. Se conduce entonces frente a este objeto hum ano
en fo rm a tal de evitarle peligro y sufrim iento (cuando h a supe­
rad o los celos, p o r supuesto, y sobre todo cuando se tr a ta de
u n niño de o tra fam ilia que le es confiado m om entáneam ente).
E n psicoanálisis, n osotros decim os que este niño ha elaborado
ya un pre-Superyó concerniente a todo lo que se relaciona con
el cuerpo y con su supervivencia, tanto los suyos com o los de
otro. Salvo estados em ocionales pertu rb ad o res, el niño ya no
supone riesgos p ara el prójim o, como tam poco puede olvidarse
de com er o de ir al baño. A lo sum o, p re sta a cu alq u ier o tra
p erso n a los m ism os deseos que los propios: lo cual p ro v o cará
incidentes que, p recisam ente, serán útiles p ara lo que atañ e a
la castració n anal.
E n efecto, la diferencia entre lo imaginario del hacer-con-
otro su p u estam en te sem ejante a él, y la realidad donde el otro
no tiene nada de ganas de comportarse como él esperaba, ins­
truye al niño de lo siguiente: de que su deseo imaginario no
corresponde al deseo imaginario de cualquiera. Si el o tro se
niega a ser su objeto, o su colaborador, p o r ejem plo p a ra ju ­
g ar con él, p a ra el niño significa una contrariedad. P ero si
la instan cia tu te la r le explica que cada cual tiene sus deseos,
y que sólo hay placer p a ra am bos cuando los deseos coinciden,
el niño h ab rá d escubierto la clave de la vida en sociedad. P or
desgracia, m uy a m enudo los adultos obligan a un niño m ás
grande a ju g ar con uno pequeño, siendo que esto no les causa
ningún p lacer y no tiene nada de necesario p ara el m ás joven.
Nunca es sano enseñar a un niño a obtener placer al precio
del displacer del otro. H ab rá que inculcárselo con p alab ras o
dax'le el ejem plo.
O tra situación frecuente: el niño p o r el que el ad u lto tu te ­
lar se «deja hacer», com o se dice, como si fu era un m uñeco,
y satisface todos sus deseos, es un niño que se e n c u en tra en
peligro y que después, en la sociedad de los niños de su edad,
será frágil. ¿Por qué? P orque no estará castrado de la c a stra ­
ción anal en cuanto ésta lleva a la distinción entre lo im agi­
n ario de u n a actividad m otriz soportada, o ejercida so b re otro,
y la realid ad del en cuentro con un otro cuyo deseo no se aviene

113
p ara nada a esa m anipulación de los dem ás a la que sus padres
le h ab ituaron.
Lo m ism o sucede cuando u n herm ano m ayor recibe el con­
sejo p erv ertid o r de darle el gusto a su herm anito o herm anita,
con el p retexto de que es pequeño; o de d ejar que éste lo in­
vada cuando él está sum ido en ocupaciones de m uy distinto
interés, en su tiem po y en su espacio. E sto se ve constante­
m ente en las fam ilias: estos consejos, esas órdenes pervertido­
ras tan to p ara el m ayor com o p a ra el m ás pequeño, pero a
quien m ás p erju d ican es al m ás pequeño, que no recibe la cas­
tración anal. E sta ética perversa en la época del estadio anal
perseg u irá de m an era n eu ro tizan te al niño en el estadio genital.
Por «castración anal», entiendo la prohibición de hacer lo
que se le ocurra, por placer erótico. H an de im ponerse a los
actos prohibiciones lim itativas si este «hacer» pudiese provocar
displacer o peligro p ara los dem ás, si el uso de la lib ertad en
realidad tu rb a la lib ertad de ac tu a r de otro.
La castración anal debe enseñar al niño la diferencia entre
lo que es su posesión, de la que es enteram ente libre, y lo que
es la posesión de otro, cuyo uso para él debe pasar por la pa­
labra que dem anda a otro p re sta rle objetos de los que él que­
rría disponer, y que acepta que este o tro se los rehúse. Más
allá de la pulsión de la posesión de objetos parciales, el respeto
p o r la posesión p ersonal de u n objeto p o r p arte del otro indu­
ce al niño a co m prender que su propio espacio se prolonga
hacia el m undo exterior, pero que tam bién debe re sp etar el
que el espacio de otro se prolongue en sus propios objetos
personales, sobre los cuales él no tiene derecho de acción, úni­
cam ente los de u na negociación por el lenguaje.
La educación de las pulsiones a p a rtir del estadio anal debe,
adem ás, d ejar libre al niño de d ar o no a otro un objeto que
le pertenece y que o tro desea, o de h ac er un trueque, a m enudo
desfavorable p ara el ingenuo que p ro c u ra hacerse amigos, o
bien si le tien ta un objeto p orque lo posee otro.
Los intercam bios de baldes, de palas, en el parque, se inicia­
rían tem p ran am en te y serían m uy socializantes si las m adres no
vinieran a «poner orden»: «¡No dejes que te cojan tu balde!».
Cuando el niño crece, se asiste al don tal vez irreflexivo, al
trueque tal vez desventajoso o ventajoso en exceso (según el
valor m onetario del objeto recibido a cam bio): a condición de
que se tra te de objetos que sean propiedad de los niños que
p articip an en el trueque, está claro que esto no se debe prohi­
b ir sino explicar. No hay reglamentación implícita para el don,
y sí la hay para el trueque. Pero si a los ojos de un niño tiene
más valor un cochecito que el precioso juguete recibido en su
cum pleaños, esto es cosa suya. A algunos padres les resulta
m uy duro adm itirlo, p ero p a ra u n niño —e incluso p ara m u­
chos adultos— el valor de las cosas es m ás afectivo que m one­

114
tario. Lo form ativo es discutirlo con el niño, pero n u n ca que
los p ad res co ntinúen sintiéndose poseedores de lo que lian
dado a su hijo, com o tam poco que no aprecien el valor afecti­
vo que éste asigna o no a un regalo.

¿Sadismo anal?

E n m i opinión, cuando se habla, en todos los escritos psi-


coanalíticos, del sadism o anal, como si el placer de d añ a r
estuviese n o rm alm ente ligado a las pulsiones de este estadio,
se com ete un grave erro r. De lo que se habla es de niños que
fueron educados de una m anera perversa, sin el resp eto debi­
do a su persona. P orque el niño que recibe, a m edida que se
m anifiesta su deseo de m otricidad, lim itaciones p o r razones de
autén tico p erju icio (para él o p ara otros), a la p a r que se ve
sostenido y consolado p o r una instancia tu te la r que le asegura
que m ás adelante sald rá exitoso, este niño, apoyado m ás allá
de su sentim iento de im potencia con palabras reco n fo rtan tes,
no d esarro lla en absoluto un deseo de destrucción sobre el otro,
com o tam poco com prendería que exista placer en d estru ir. El
niño no tiene sadism o nunca, salvo m uy al principio, en los
inicios de su p rim era dentición. El sadism o es oral, no anal.
La ética p erv ertid a en u n estadio p o r causa de una castració n
inexistente o m al dada (aquí, el destete), puede co n tam in ar de
perv ersió n el estadio siguiente del desarrollo. Toda conducta
coercitiva del adulto sobre el niño es iniciación en el sadismo
e incita al niño a identificarse con este modelo.
Puede así observarse que la castración anal no es o tra cosa
que la p ro h ibición (tan to p ara el propio niño com o p a ra los
dem ás) del d eterioro tan to como del ra p to de los o b jeto s de
otro, y de todo daño en detrim ento del cuerpo: no sólo del
cuerpo de los seres hum anos, sino el daño gratuito, p o r el m ero
p lacer de quien utiliza así su fuerza y su p o d er sobre el cuerpo
de los anim ales, sobre los vegetales estéticos o u tilitario s, so­
b re los objeto s usuales necesarios p ara las actividades de todos
en la fam ilia o en la sociedad: el vandalism o. La verbalización
de estas prohibiciones p o r p arte del adulto, quien da el ejem ­
plo aju stan d o sus actos a estas prohibiciones, es tam bién cas­
tració n anal.
Un chiquillo de v einticuatro a trein ta y dos o tre in ta y tres
m eses, que se en cuentra de lleno en el apogeo de la edad anal,
y p o r tan to de la m otricidad voluntaria, tam poco recibe la cas­
tració n anal, que debe ser sim bolígena en el sentido psicoana­
lítico, si todo le está prohibido y si su lib ertad de b u scar, de
m an era intensiva y autoerótica, el placer de sus m ovim ientos, de
su acrobacia, de su m anipulación desplazadora de los objetos
que puede m an ip ular, no tiene cabida en el tiem po de su jo r­

115
nada ni en el espacio del lugar en que vive. No puede sublim ar
sus pulsiones de u n a m an era social si tam poco tiene un com­
p añero con quien jugar. Sólo gracias a compañeros de su mis­
ma edad, algo mayores o algo menores que él, en un aprendiza­
je p o r la experiencia, logra el niño evitar tan to los episodios
desagradables causados p o r la fuerza de otro, si se tra ta de
niños m ás grandes, com o los que él m ism o causaría a los más
pequeños ú nicam ente p a ra d isfru ta r de su fuerza sobre ellos.
La castración anal es esta prohibición de dañ ar a otro im ­
p artid a día a día, desde la edad de la m archa, por la atención
tu telar, que perm ite un im pacto ú til y agradable de la actividad
m uscular d ejada a su libre iniciativa, controlada a distancia,
y asistida educativam ente con gestos y p alab ras al m ism o tiem ­
po que con el ejem plo continuo. E sto, u n a sana actitu d frente
a pulsiones m arcad as p o r la castració n anal, es lo que conviene
d ar a un niño. Es de desear que toda actividad libremente em­
prendida por él en aquello que le place sea respetada por el
adulto cuando no perjudica a nadie; y, cuando el niño juega
con interés, es im portante que el adulto no lo moleste nunca.
Así como tampoco tiene el niño derecho a molestar al adulto
ocupado. Aquí es donde el ejem plo es m ás eficaz que las pa­
labras.
El adulto, sea m asculino o fem enino, padre, herm ano m ayor
o delegado extrafam iliar, si da ju iciosam ente esta castración,
la cual se continúa p o r varios m eses y h asta p o r dos a tres
años, y si no utiliza sus verbalizaciones sobre los actos del niño
como intervenciones sádicas o rientadas a su exclusiva com o­
didad de adulto in to leran te con el deseo del niño, este adulto,
el único sanam ente educador, no se m u estra ni angustiado, ni
tenso, ni rezongón, cuando pro h íb e u n acto. Por el contrario es,
en u na palabra, afectuoso, y respetuoso del niño. Y si éste le
form ula una p reg u n ta relativa a la prohibición, él sabe expli­
cársela, sin co n ten tarse con decirle que si lo priva de algo es
p o r «su bien». In te n ta explicar cuál es la razón de la prohi­
bición y, p o r ejem plo, que el acto am enaza con p erju d icar al
niño, pero no com ete tergiversaciones utilizando argucias o el
ch an taje del «para darm e el gusto». N ada es m ás hum illante en
el verdadero sentido del térm ino, p a ra un niño, que una p ro ­
hibición del estilo: «¡Porque yo lo digo!», «¡Porque m ando yo!»,
sin que el niño sienta que hay una razón justificada en un
peligro p ara él, es decir, que se lo am a en su desarrollo m ismo,
y no como un anim al sobre quien se m anda y que debe red u ­
cirse a la obediencia. El adulto educador evita todo aquello
que puede ang u stiar in ú tilm en te a u n niño, y p o r tan to hacerle
re p rim ir sus pulsiones. E vita asim ism o todo lo que va a so­
breexcitarlo p o r efecto de u n a anticipación sexual. El educa­
dor de la p rim era infancia es aquel que com prende rápidam en­
te qué tipo de ca rác te r tiene ante sí con determ inado niño:

116
aquellos a los que hay que estim ular, aquellos a los que no
se debe, al tiem po que se vigilan sus progresos, p re s ta r excesi­
va atención p a ra que no se vuelvan exhibicionistas y en quie­
nes, p o r el co n trario, se tra ta de d esarro llar el sentido de la
prom oción en lo que tiene de auténtico, y no p ara que se p o n ­
gan a exhibirse ante u n espectador.
Es educativo, en la actitu d y los decires del adulto tu telar,
todo lo que va a p ropiciar el encuentro del esquem a corporal,
ah o ra com pletado, con la im agen del cuerpo, m ucho m ás que
lo que im p u lsará una dependencia del niño respecto de las p u l­
siones escópicas, auditivas y lisonjeras del entorno inm ediato.
P ara ocuparse adecuadam ente de los niños y llevar de v er­
dad el títu lo de educador, título que se asigna a los pad res
pero cuyas cualidades ra ras veces ejercen éstos con sus propios
hijos (pero que pueden ejercer con otros), es preciso to m a r en
serio el papel cívico que pueden desem peñar los herm anos m a­
yores en el desarrollo de uno m ás pequeño, cualquiera que sea
su índole,12 siem pre que esta connivencia entre los niños no
sea explotada p o r los padres como m edio para esquivar su
papel.
Las personas m ayores ejercen una im p o rtan te ta re a cívica
en el desarrollo de un pequeño, pues cuando un niño pide que
lo m iren cuando ejecuta lo que cree una hazaña, le es necesa­
rio c o n tar con la confianza del adulto, y estar seguro de que
éste lo au toriza a estas proezas.
Ello explica el que el exhibicionism o de un niño d u re cier­
to tiem po antes de que pueda renunciar a la adm iración que
p re te n d e su scitar. Todo niño necesita que su m adre lo m ire
cuando hace algo. E sto ha de acabar alguna vez, pero al p rin ­
cipio existe siem pre. De lo contrario, el niño crece sin sentido
cívico. Se d esarrolla únicam ente p ara sí m ismo. T am bién es
preciso que el adulto com parta y ratifique lo que él hace, di-
ciéndole: «E stá bien, y lo harás aún m ejor...». Y cuando el
niño quiere asu m ir riesgos, es im p o rtan te que el ad u lto sepa
decirle: «Hazlo si te sientes capaz, pero yo no quiero m ira rte
p o rq u e me da m iedo. Tú m ism o debes juzgar si eres capaz».
Es entonces cuando el niño va a asum ir o no el hacer, sin
ser visto, algo de lo que p o r su p arte se siente capaz. Lo im ­
p o rta n te es que la instancia educadora lo sostenga en el acce­
so a experiencias personales, cuyo fru to le p e rm itirá a d q u irir
los m edios de autonom ía y de valorización en sociedad de los
niños de su edad. Al m ism o tiem po, el educador debe resp o n ­
der a to d as las p reg u n tas que el niño le haga y no decirle n u n ­
ca: «esto no te incum be», puesto que, precisam ente, si el niño
d em u estra interés p o r algo, es porque ese algo «le incum be».

12. E star en un grupo con chicos m ás grandes y ser cuidad o por ellos
(sin m o lesta rlo s), escu ch arlos, observar cóm o juegan.

117
O, p ara ser m ás exactos, p o rq u e él lo h a observado y aspira
a u n a explicación sobre eso que h a observado. E ste sostén de
la curiosidad de los niños, en lugar de lim itarla o prohibirla
•—m ien tras que se tra ta de la m ás fundam en tal de las pulsio­
nes, la pulsión epistem ológica—,13 constituye el punto clave en
u na educación de las pulsiones orales y anales desprovista de
sadism o. La prohibición a un niño de interesarse en algo es
antieducativo y h asta nocivo: in tere sa rse en algo nunca es per­
judicial. Así pues, con p alab ras, cada vez que el niño hace
preguntas hay que co n testarle verídicam ente lo que se piensa,
lo que se sabe, o confesar la real ignorancia. Así quedan neu­
tralizadas las bases del sadism o. H abrá quizá sadism o más
adelante, en la época del estadio u re tra l, pero no en la del
estadio anal. El sadism o es entonces una regresión de las pul­
siones u re trales o genitales sobre el estadio anal. Pero, en el
estadio anal, no lo hay cuando el niño cuenta con un sostén
p ara realizar su actividad m otriz, y para, cuando ésta no es
realizable, h ab lar de ella y re cib ir u n a autorización a térm ino,
en beneficio del futuro, «cuando sepas hacer tal o cual cosa...».
Sostener y valorizar la curiosidad unida a la observación form a
parte del principio m ism o de la educación hum anizante. Si sus
m iras en cu en tran apoyo en la castració n sim bolígena, es que
la propia persona que lim ita a un niño el acceso directo y
conocido a su deseo es p a ra él el re p resen ta n te de un ser hum a­
no m ás evolucionado, poseedor de u n poder y de un saber que
él quiere alcanzar, p o d er y saber que esta persona está dis­
p u esta a delegarle y tra n sm itirle en p alab ras y anticipándole
una experiencia p róxim am ente autorizada. E ste es todo el tra ­
bajo, decir: «Pronto podrás, no está prohibido».
El trata m ien to psicoanalítico se basa precisam ente en este
perm iso p a ra h ab lar de su deseo. Tam bién invitam os a dibujar
todas las cosas que los niños fabulan; incluidas, por cierto, las
expresiones sádicas. E sto significa que estam os de acuerdo con
el deseo en sí, que aquí se expresa en fantasm as de una exage­
rad a violencia. A p a rtir del m om ento en que el niño lo realiza
en y p o r el diálogo en situación de transferencia analítica, ya
no tiene deseo efectivo de d añ ar en la realidad, p o r placer. Es
algo p robado p o r la experiencia. La expresión sim bolizada en
lenguaje, en una relación en cuyo tran sc u rso el sujeto es reco­
nocido com o válido -—y p o r tan to narcisizado p o r alguien que
no desea al niño pero que está al servicio de su desarrollo, res­
p eta su p erso n a y las de quienes son am ados por él, padres,
educadores, y no a p u n ta a sep ararlo de ellos—, es ya u n a su­
blim ación p a ra el deseo. La sim bolización aleja progresivam en­
te al sujeto del recurso al placer del cuerpo a cuerpo, que eclip­
sa la relación de sujeto a sujeto. Todo rep resen tan te de pul-

13. Que im p u lsa al ser hu m an o a saber. E n sín tesis, la curiosidad.

118
siones ajeno al cuerpo propio del deseante es ya u n a m edia­
ción en el cam ino del dom inio del deseo y de su valorización
h u m anizante, en acuerdo con la ley de vida e n tre hum anos.
Todo ser hum ano es n atu ralm en te social, a condición de que
lo social no invalide un deseo que está en pos de su cum pli­
m iento en el placer. Cuando es com partido p o r otros, el placer
se increm en ta: otros tanto m ás num erosos cuanto que el len­
guaje les p erm ite com unicarse lo que experim entan.
De ahí el valor sim bolígeno de las castraciones que p erm i­
ten a las pulsiones una expresión d istinta del m ero e in m ed ia­
to goce del cuerpo, el cual hacía desaparecer la tensión del
deseo, su prim iendo al m ism o tiem po la búsqueda enriquecedo-
ra del o tro d estin ada a com unicar y co m p artir las em ociones
del corazón y los cuestionam ientos de la inteligencia.

E l e spe jo

Lo que p erm ite al sujeto la integración m otriz p o r el sujeto


de su pro p io cuerpo ■ —integración que sanciona, en la relación
con el o tro, la castración anal—, es aquel m om ento narcisísti-
co que la experiencia psicoanalítica perm itió aislar com o es­
tad io del espejo.
P or o tra p arte, h ab lar de estadio es en sí abusivo, pues m ás
bien se tra ta de u n a asunción del sujeto en su narcisism o;
asunción que p erm ite y recu b re el cam po de la ca stració n p ro ­
pia del estadio anal y que deja sen tir sus efectos m ás allá, en
la realización de la diferencia de sexos (castración p rim a ria ,
com o se verá m ás adelante).
Yo añado que a m enudo se valoriza la dim ensión escópica
de las llam adas experiencias especulares: erróneam ente, si no
se in siste cuanto es debido en el aspecto relacional, sim bólico,
de estas experiencias que puede cum plir el niño. No b a s ta con
que haya realm en te u n espejo plano. De nada sirve si el sujeto
se co n fro n ta de hecho con la falta de un espejo de su ser en
el otro. P orque esto es lo im portante.
Lo que puede ser dram ático es que un niño al que le falta
la p resen cia de su m adre o de otro ser vivo que se refleje con
él, acabe «perdiéndose» en el espejo.
Como esa niña que se volvió esquizofrénica a los dos años
y m edio p o rq u e fue in stalad a en una habitación de h o tel don­
de todos los m uebles eran de cristal y las paredes se h allab an
re cu b iertas de espejos. Vivía en los E stados Unidos y h asta
los dos años y m edio era una niña perfectam ente sana, que reía,
jugaba, hablaba; en Francia, al cabo de dos m eses de hotel,
con u n a p erso n a c o n tra tad a p a ra que se ocupara de ella y a
quien ella no conocía, se la convirtió en u n a niña esquizofré­
nica. Se perdió, d ispersada, en el espacio de aquella h ab itació n

119
desconocida, en trozos de cuerpos visibles p o r todas partes,
en los espejos, en el cristal de las p u ertas, en los de las patas
de la mesa; fragm entada p o r todo el espacio y sin presencia
amiga. Sus pad res se dedicaban a v isitar París, dejándola con
u na g u ardiana desconocida p a ra la niña y p ara ellos y que no
hablaba inglés.
C iertos niños pueden caer así en el autism o, por la contem ­
plación de su im agen en el espejo, tram p a ilusoria de relación
con otro niño. No estoy hablando de los que se fragm entan en
cantidades de cristales, sino de los que tienen un espejo a su
disposición. E sta im agen de ellos m ism os no les ap o rta rnas
que la dureza y e! frío de un cristal, o la superficie de un agua“
d u rm ien te en la cual, atraíd o s al encuentro del otro, com o N ar­
ciso, no en cu en tran a riadie: u n a im agen, solam ente. Es, en el
niño, un m om ento de invalidación del sentim iento de existir.
El estadio del espejo, que puede ser sim bólico p ara el niño de
su ser en el m undo p a ra o tro en tan to que él es un individuo
en m edio de los otros, puede asim ism o ser des-simbolígeno para
su im agen del cuerpo, p o r la \ásión de esa cosa que es su cuer­
po propio si no lo reconoce com o el suyo.
In ten tem o s, pues, ab o rd a r nuevam ente lo que ha de enten­
derse p o r la individuación del sujeto niño en el espejo. ¿Cuál es
el alcance de esta experiencia p a ra el narcisism o prim ario, def
que em ergerá, después de la castración edípica, el narcisism o
secundario? 14
Se ha dicho ya que el niño puede, p o r m edio de imágenes
(fantasm as an ticip atorios), su p lir provisionalm ente la ausencia
del o tro dilecto, que es indispensable p ara su supervivencia.
Si este o tro llega a fa lta r p o r u n tiem po excesivam ente largo,
hay obligatoriam ente esbozo de regresión, sólo observable en­
tonces en u na exagerada som nolencia del bebé. Si se tra ta de
una regresión trau m ática, surgen en la im aginación del niño
pulsiones disociadas de todo fa n ta sm a de im ágenes de funcio­
nam iento. E ntonces com ienzan a p red o m in ar las pulsiones de
m u erte del sujeto. A la inversa, el pre-Yo del niño se origina
en la dialéctica de la presencia-ausencia m aterna, dentro del
continuo aseg u rad or de una percepción progresivam ente aso­
ciada a la p resencia prom etida, esperada y reencontrada, en
el seno del m edio espacial y tem poral del ser en el m undo, y
p or la m em orización en lenguaje. El niño oyente se conoce
él m ism o p o r quien le habla; y, día tras día, ese reencuentro
lo personaliza, rep resen tad o com o está, auditivam ente, p o r los
fonem as de su n om bre pron u n ciad o p o r esta voz, p o r estas per­
cepciones que él reconoce y que constituyen la especificidad de
esa p ersona (la m adre) rep etitiv am en te reencontrada. El re to r­
no de la m ad re sobre fondo reconocido es siem pre fuente de

14. Véase m ás adelante, págs. 125 y sigs., págs. 132 y sigs.

120
nuevos descubrim ientos. Y las percepciones nuevas to m an sen­
tido hum anizado del lenguaje m ím ico y vocal m aterno que las
acom paña.
A sí pues, la ¡¡uageu del cuerpo se ha elaborado com o una
red de. seguridad con la..madre fundada en e l lenguaje. E s ta “
re d .personaliza, l a s . experiencias del niño, en cuanto al olfato,
la vista, la audición, las m odalidades deí tacto, según los ritm o s
específicos del habitus m aterno. Pero no individualiza al niño
en cuanto a su cuerpo', porque los lím ites espaciales de sus p e r­
cepciones con base en el lenguaje son im precisos: él es tam b ién
.su m adre, su m adre es tam bién él·; puesto que ella es su paz,
su aflicción o su alegría. Podem os decir que las cesuras, las
particio n es (las castraciones orales y anales, como las hem os
designado) que re p resen ta n el destete y la m o tricid ad au tó n o ­
m a, h an operado ya u n a relativa individuación que p erm itió
al esquem a corporal del niño separarse del de su m a d re y,
p o r sustitución, ligar su propio esquem a corporal en elabora­
ción con su im agen inconsciente del cuerpo. Esta vinculación
del sujeto al cuerpo se cum ple mediante la elaboración de un
narcisismo preyoico, g arante a la vez, p ara el sujeto, de su
existencia y de su relación continua con su cuerpo, a través
de u n a ética que perenniza la aseguración tra s la p ru e b a an-
siógena que toda castración implica.
Pero la noción de individuación propia de este narcisism o
preyoico, referid a p a ra cada cual a los lím ites de la piel, en
su realid ad cohesiva, táctil y visible, em ana de o tra clase de
experiencia, la del espejo. E sta experiencia de la im agen que
él ve en el espejo, cuando la intuye como suya, lo coloca b ru s ­
cam ente an te u n a plusvalía de las pulsiones escópicas sobre
todas las o tras pulsiones, plusvalía que no cae p o r su peso y
que choca con los valores de cam bio com o con los valores nar-
Cisísticos de las o tras pulsiones: olfativas, auditivas, táctiles.
R ecordem os que, en la constitución de la imagen del cuerpo,
las pulsiones escópicas ocupan un lugar m u y modesto, incluso
totalm ente ausente para la organización del narcisismo pri-
m a rio ^E l espejo va a a p o rta r esta experiencia: la ap arien cia de
u n o tro desconocido, la im agen de un bebé como el su jeto ha
podido ver o tras en el espacio y que él ignora como suya; esta
im agen escópica debe entonces superponerse p ara él a la ex­
periencia, ya conocida, del cruzam iento de su esquem a corpo­
ral con su im agen del cuerpo inconsciente. Quiero decir que el
niño ve ahí u n a im agen de la que, fren te al espejo, ap rende
que él solo es la causa, puesto que no encuentra m ás que u n a
superficie fría y no a otro bebé y, adem ás, si se a p a rta del
fren te de esta fría superficie, la im agen desaparece. El lenguaje
m ím ico y afectivo que el niño h a establecido con el m undo
am biente no le ap o rta ninguna respuesta acerca de esta im agen
que en cu en tra en el espejo, contrariam ente a todas las expe-

121
rie n d a s que tiene del otro. Ello explica que si la m adre, .o una
persona conocida, no está cerca de él, d en tro de su espacio,
hay riesgo de que a causa del espejo su im agen del cuerpo
desaparezca sin que la im agen escópica haya cobrado un sen­
tido p a ra él. La im agen escópica cobra sentido de experiencia
viva tan sólo p o r la presencia, al lado del niño, de una persona
con la cual su im agen del cuerpo y su esquem a corporal se re ­
conocen, al m ism o tiem po que él reconoce a esta persona en
la superficie plana de la im agen escópica: ve el niño desdobla­
do en el espejo lo que él percibe de ella a su lado, y puede
entonces avalar la im agen escópica com o la suya propia, pues
esta im agen le m u estra, al lado de la suya, la del otro. Se des­
cubre entonces con la form a de un bebé com o otros a los que
ve, m ien tras que h a sta ahora, su único espejo era el otro con
quien él se hallaba en com unicación: lo cual podía inducirle
a creer que él era este otro, p ero sin que sepa o sepa realm ente
que este o tro tenía u n a im agen escópica, y él lo mismo.
Unicamente la experiencia del espejo posibilita al niño el
choque de captar que su imagen del cuerpo no bastaba para
responder de su ser para los otros, por ellos conocido. Y que,
p o r tanto, su im agen del cuerpo no es total. Lo cual no significa
que la im agen escópica resp o n d a de él. A esta h erid a irrem e­
diable de la experiencia del espejo se la puede calificar de agu­
jero sim bólico del que deriva, p a ra todos nosotros, la inadapta­
ción de la im agen del cuerpo al esquem a corporal, cuyo irre­
p arable daño n arcisístico m uchos síntom as ap u n tarán en lo
sucesivo a re p ara r. La repetición de la experiencia del espejo
vacuna al niño del p rim e r estu p o r que p o r ella ha experi­
m entado, y le asegura, con el testim onio escópico, que, pase
lo que pase, él nunca es despedazable: puesto que p ara los
otros que se reflejan com o él, el «rapto» de sus apariencias no
los alcanza en la in teg rid ad de su ser entero, que él sigue en­
con tran d o com o antes al calor de los intercam bios, de las opo­
siciones o concordancias de deseos en tre él y los otros, que el
lenguaje —en el sentido to tal del térm in o — significa, pero nada
o m uy poco el aspecto visible de los cuerpos.
Al h ab lar de este agujero, de esta hiancia, me refiero a un
«blanco», a una relación escópica extraña, discordante, que sir­
ve como m áscara viva, siem pre m ás o m enos traicionera, para
lo que es sentido p o r el sujeto. El sujeto descubre entonces,
con respecto al otro, que él no es auténtico m ás que en su
im agen del cuerpo inconsciente que, asociada o no al esquem a
corporal, según que sea en lo im aginario com o él piense a este
o tro o que, en la realidad, este o tro esté ahí, le perm ite discri­
m in ar la diferencia e n tre u n en cuentro en la ausencia o en la
presencia. E n tre un fa n ta sm a y u n hecho. El espejo perm ite al
niño observarse com o si él fu e ra otro al que nunca encuentra.

122
El «se» ve, p ero aquí todo su deseo de com unicarse con otro
se fru stra.
Im aginem os a u n ciego de nacim iento que se en c u en tra
con u n espejo. P ara él es sólo un caso p a rtic u la r de p ared, u n
espacio frío d en tro de un m arco lim itado que le p roporciona
referencias de percepción táctil, y eso es todo. P ara u n niño
vidente el efecto es p o r com pleto distinto, ya que tiene, en esta
ex trañ a ventana, el señuelo de un otro a quien él no conocía,
a quien no conocerá nunca y que, en lugar de un ser que p re ­
sen ta volum en y calor, es u n a superficie plana y fría. Su im agen
desaparece de esa superficie cuando él no está frente al espejo
y aparece cuando vuelve a situarse ante aquél. Esa im agen
pasa a ser p a ra él una experiencia concom itante de su p re sen ­
cia, p ero u na experiencia únicam ente escópica, sin resp u esta,
sin com unicación. Su llam ada, su gesto, en el espejo son los
m ism os p ero al revés. Su llam ada le habla a esta im agen, pero
el niño no oye m ás que su pro p ia voz, no hay o tra que le re s­
ponda. E n este sentido esta im agen es alienante, si no hay, en
el espacio, u na p ersona p o r él conocida y que, con él, fren te
aT espejo, le m u estre que tam bién ella responde a estas m ism as
curiosas condiciones de reflexión sobre la superficie p lan a y
fría.
He aquí u n a experiencia de ilusión del encuentro de otro,
con el que puede llegar a satisfacerse, un poco com o si se sa­
tisficiera con el o bjeto transicional: cayendo en su tra m p a por
el ab u rrim ie n to de e sta r solo, p o r falta de encuentros con o tras
p ersonas, p o r ausencia de juguetes, de distracciones, com o se
dice. E n este caso la tram p a puede llegar al punto de devenir
goce óptico, que q u ita valor a las relaciones in tersu b jetiv as:
cuando éstas no tienen p a ra el niño sentido de placer co m p ar­
tido. La tra m p a puede c o n stitu ir una fascinación m o rtífera p a ra
la p ro p ia im agen del cuerpo inconsciente: p o r to rn a rse la
im agen escópica u n su stitu to consciente de la im agen del cuer­
po inconsciente, y provocando en el niño el desconocim iento de
su v erd ad era relación con el otro. Se aboca el niño a no consi­
d erar ah o ra sino la apariencia del otro y a no d ar en su rela­
ción con el o tro m ás que la apariencia de un placer causado
p o r el en cuentro. Su pro p ia im agen puede ser suficiente p a ra
gozar; hace m uecas dirigidas al otro como se las hace a sí m is­
mo en recu erd o de su propia im agen: desde entonces ya no
se expresa en su verdad. E sta es la tram p a que crea u n a apa­
riencia. T ram p a de lo que no es un ser vivo, sino u n a ap a rien ­
cia parcial, u n m aniquí y u n a m áscara de ser vivo. Si el niño
puede q u ed ar fascinado p o r esta apariencia repetitiva de ser
viviente, es p o rq u e ella ejerce un efecto tran q u ilizad o r sobre

123
los fantasm as fóbicos de vivir ún icam en te con objetos inanim a­
dos; pero, al m ism o tiem po, es ro tu n d am e n te adinám ica.15
Todo bebé que ve su im agen de lejos en un espejo, sobre
todo la p rim era vez, experim enta una jubilosa sorpresa, corre
al espejo y exclam a, si sabe h ab lar: «¡Un bebé!», m ientras que,
cuando habla de sí m ism o, ya se no m b ra pronunciando los
fonem as de su nom bre. Es decir que no se reconoce. A p a rtir
de aquí será llevado a d esc u b rir su apariencia y a ju g a r con
ella; h asta aquí, cuando existía la im agen del cuerpo en la re­
lación del sujeto a lo deseado, era siem pre inconsciente y se
hallaba en intuitiva referencia al deseo de otro.
Aquí es donde los ciegos de nacim iento en análisis pueden
perm itirnos situar la diferencia entre ellos y los videntes en
cuanto a su narcisism o prim ario: diferencia debida a la ausen­
cia, en ellos, de la experiencia escópica del espejo. La m ím ica
afectiva de los ciegos es de una au ten ticid ad tan conm ovedora
como la de los bebés antes de la experiencia del espejo. Jam ás
disfrazan lo que sienten, y se lee sobre su ro stro todo lo que
experim entan al contacto de aquellos a quienes encuentran.
Pero no saben que el o tro lo lee. P or tanto, no pueden y tam ­
poco saben esconderse; lo que p ru eb a a las claras que noso­
tros, videntes, nos escondem os y escondem os al o tro lo que
sentim os debido a que hem os hecho la experiencia del espejo.
La visión de su im agen en el espejo im pone al niño la revela­
ción de que su cuerpo es u n a pequeña m asa al lado de tantas
o tras m asas de d iferentes dim ensiones y sobre todo de la gran
m asa de los adultos. El no lo sabía. Tam bién hay esto de nue­
vo: el descubrim iento de u n ro stro y de un cuerpo desde ahora
inseparables el uno del otro. P or tan to el niño ya no puede, en
la realidad, a p a rtir de la experiencia escópica com partida con
otro, confundirse ni con el o tro ni con el otro del otro, quiero
decir: ni con el padre, ni con la m adre, ni con u n herm ano
m ayor, lo que g u stosam ente hacía antes. Tam poco puede con­
fundirse en la realidad con los fan tasm as narcisístícos que lo
llevaban a im aginarse tal com o d esearía ser: porque el niño
im agina fácilm ente que es u n autobús, un avión, un tren, un
caballo, u n pájaro; se advierte esto cuando juega a las onoma-
topeyas, trad u ciendo de m an era sonora su su puesta identidad;
a veces, in te rp re ta un p erso n aje y cree serlo de veras. A p a rtir
de la experiencia del espejo, las cosas ya 110 serán como antes.
El niño sabe que ya no puede confundirse con u n a im agen fan-
tasm ática de él m ism o, que ya no puede jugar a ser el otro

15. E sa fascin ación del niñ o dejad o so lo puede detener su búsq ueda
de com unicación sobre u n a fa lsa resp u esta, en apariencia m enos terrorí­
fica que la soledad, pero resp u esta rep etitiva de una im agen fijada de sí
m ism o, fetich e de un otro. Se lo ve ad op tar p o stu r a s, jugar a hacer m ue­
cas, sonreír, hacer com o que llora, tod o aqu ello que puede ejercitarlo
en la expresión de sen tim ien to s n o experim en tados. E s el «hacer com o si».

124
que fa lta a su deseo. E n estos juegos imaginarios en los que
gusta fan ta sm a tizar una identidad diferente, aparece en su ha­
blar el «condicional»: «Yo sería un avión» «Tú serías. ».
P ara co m p ren d er aun m ejor este com plicado proceso del es­
pejo que exige ser dialectizado p a ra que el trau m a que im pli­
ca quede superado, citem os esta historia, docum ento que m e
pro p orcio n ó u n a m ad re de gemelos univitelinos (es decir, co­
pias exactas un o del o tro en su apariencia, pero no en su «na­
turaleza» ni en su «carácter», según su m adre). E stos gem elos,
que no se h ab ían separado nunca, nadie es capaz de d istin g u ir­
los ni siq u iera los parien tes cercanos, con excepción de la m a­
d re y de u n h erm an ito nacido después que los in terp e la ya
con ayuda de fonem as distintos, discrim inándolos sin e rro r. Un
día (co n cu rren ya al ja rd ín de infancia), como uno de ellos está
resfriad o , su m ad re decide que se quede en casa. Lleva al o tro
a la escuela. Vuelve, se dedica a sus tareas, y de p ro n to oye
que el h ijo que ju g ab a solo en la habitación está suplicando.
El tono de súplica asciende y se torna angustiado, y sin em b ar­
go el niño no llam a a su m adre. Se acerca ésta a la p u e rta en­
tre a b ie rta , y ve al chico suplicando a su im agen en el espejo
del arm a rio que tom e el caballo de m adera y se suba encim a.
Su ang u stia va en aum ento. La m adre, entonces, en tra y se deja
ver, llam ando a su hijo, que se precipita en sus brazos y, con
tono reivindicador y depresivo, le dice: «X ...16 no q uiere ju g ar
al caballo». La m adre, turbada, com prende que el niño h a tom a­
do su im agen en el espejo por la presencia efectiva de su h e r­
m ano. Se acerca ella al espejo, con el niño en sus brazos, tom a
el caballo con ellos y habla de la imagen que se ve en el espejo,
que es la de ellos pero que no es ni ella, ni el caballo, ni el
h erm an o ausente. Aquel cuya im agen se ve es él. La m a d re le
re cu erd a que esa m añana estaba un poco enferm o, pero no su
herm ano; que ella lo dejó en casa y llevó a su h erm an o a la
escuela, y que lo irá a buscar allí. El niño escucha con in ten sa
atención. ......·■
E n este caso p a rtic u la r de gemelos tan parecidos, el espejo,
que sin em bargo estaba colocado sobre la p u e rta del arm a­
rio de su habitación, jam ás había planteado al niño, todavía,
la cuestión de su apariencia. A no dudarlo, cuando se veía en
él el niño adm itía, y sin duda su herm ano hacía lo m ism o (te­
n ían m ás de tres años), que veía a su herm ano, sin e x tra ñ arse
de la bilocuidad de éste. Cuando el herm ano gemelo volvió de
la escuela, la m ad re reinició la experiencia con los dos niños,
y colocándolos a sus flancos ante el espejo, hizo ver a cada uno
su im agen com o la de él, y la imagen del otro como la de su
herm ano. Les explicó que se parecían, que eran herm anos ge­

16. N om b re de su herm ano gem elo.

125
melos, nacidos el m ism o día. Sus explicaciones, atentam ente
escuchadas, plan teaban visible y silenciosam ente un grave pro­
blem a a sus hijos.

Antes de la experiencia del espejo plano, era el esquem a


corporal de la m adre, su cuerpo en la realidad, el que daba
sentido a las referencias del n arcisism o prim ordial o fundam en­
tal de su hijo y las sostenía. Sólo después de la experiencia
del espejo es cuando la im agen del cuerpo del bebé da form a
a su propio esquem a corporal, según el lenguaje que constitu­
ye la im agen del cuerpo p a ra el sujeto, en referencia al sujeto
m adre. El niño sólo descubre su ap a ren te integridad o no, su
carác te r euforizante o no, si su n arcisism o se satisface con la
im agen que ve en el espejo 17 y que cualquier otro podría ver.18
E ste es el m om ento de la aparición clínica de la identifica­
ción primaria: origen del narcisismo primario, el cual sucede
al narcisismo primordial que llamo también fundamental. El
narcisism o p rim ario no viene a reem plazar al narcisism o fun­
dam ental. E stá em palm ado con él, en el sentido analógico de
injerto . Viene a sum arse a él, extendiendo así el cam po rela­
tio n al del niño. La im agen del corazón de la cebolla envuelto
en sus túnicas ilu stra claram ente la relación existente en tre n ar­
cisism o fu n d am en tal y n arcisism o p rim ario. E ste se superpone
a aquél. P rim ero hace fa lta el narcisism o fundam ental, después
el narcisism o prim ario, con la reflexión m ental concerniente a
sí m ism o, referid a a la experiencia de la im agen que el espejo
refleja. Antes, el narcisism o del niño se inform a por el incons­
ciente de la m ad re y se pone en concordancia con ella, se con­
form a según la m an era en que ella lo m ira. Su ser vivo (su
«vivancia») en el sentido vegetativo (pasivo), y su «vitalidad»
en el sentido anim al (m otor), su sexo, se adecúan inconsciente­
m ente a las em ociones que él suscita y que sienten las perso­
nas que, al ocuparse de él, reviven la h isto ria de su propio
narcisism o, que' el niño les hace rem em orar. El narcisism o del
niño, esta vez como sujeto, se construye así en su relación, día
p o r día, con los deseos de la elegida de su deseo y con sus fa­
m iliares, con su p ad re genitor o cualquier adulto que, por ser
el com pañero h ab itu al de su m adre, cualquiera que sea su sexo,
cobra a sus ojos valor de cónyuge de la m adre.
Reflexionemos: h asta ahora, el niño no ha visto, con sus pro­
pios ojos, m ás que la cara a n te rio r de su cuerpo, tórax, abdo­
m en, m iem bros superiores e inferiores. H a sentido los volú­
m enes de su cuerpo, agujeros, saliencias, relieves, rostros, cue-

17. Im aginem os que, situ a d o s fren te a un espejo, no viéram os nuestro


reflejo. ¡Qué angustia! Pero no hab ría nada de angustia si esto sucediera
antes de la experiencia prim era del esp ejo. A partir de ésta, ninguna
superficie reflectante podrá ser con sid erad a com o superficie neutra.
18. D e aquí proced e el gu sto por el disfraz, por el m aquillaje.

126
lio, espalda, p o r el contacto con las manos de su m adre prim e­
ro, después p o r el contacto de las suyas con aquellas p a rte s de
su cuerpo que pueden alcanzar, y por sensaciones de placer o
de dolor. Pero, h asta ahora, no se conocía ro stro ni expresivi­
dad propia. Se p alpaba la cabeza, sabía señalar con el dedo
o rejas, ojos, boca, nariz, frente, m ejillas, cabellos, en esos ju e ­
gos que las m ad res gustan de p ra cticar con sus hijos; p ero no
sabía que su ro stro es visible p ara otro como lo es p a ra él
el ro stro de los dem ás. E sto lo aprende sobre todo p o r el es­
pejo, com o d em o strab a yo m ás arriba, co n trariam en te al ciego
que lo sabe pero que no lo ha «visto».
Sin em bargo, el niño se siente cohesivo ya antes del estadio
del espejo, gracias a las referencias viscerales: por ejem plo, las
sutiles sensaciones p eristálticas continuas de su tubo digestivo,
en el cual siente el itin erario del objeto parcial oral, señ alan ­
do su estóm ago cuando ha encontrado buena la com ida. Des­
pués, lo que percibe del trán sito abdom inal; le gusta to carse
y acariciarse el vientre. A continuación, el objeto parcial anal y
su expulsión, que lo referencian a sensaciones táctiles y olfa­
tivas específicas. Todo esto constituye un continuo cohesivo,
in tern o , lim itado al conjunto de su revestim iento cutáneo, que
sensaciones táctiles han delim itado en ocasiones como los cui­
dados m atern o s y al tran sp o rte . Con ello se expresa h a sta qué
pu n to la m adre, o la nodriza, son realm ente el garante del n a r­
cisism o fu n d am en tal del lactante y ello h asta la m archa, y aun
h asta la experiencia ad quirida gracias a los retornos re p a ra d o ­
res a la m adre, luego de las dificultades relaciónales con los
otro s en sociedad. Por ello el reencuentro, de la m adre, que
sigue el ritm o de referencias específicas, es necesario p a ra la
p eren n id ad de la cohesión narcisística del niño. Sólo tra s la
experiencia especular, que el niño repite experim entalm ente
con sus idas y venidas deliberadas frente al espejo, com ienza
en cierto m odo a ap ro p iarse de su propio cuerpo, tendiendo
así a su narcisism o u n a tram p a, narcisism o que, desde este
m om ento, llevará el nom bre de prim ario. El parecer se pone a
valer, y a veces a prevalecer sobre lo sentido ciel ser. E n p a r­
ticu lar su propio ro stro , que el espejo le revela y que desde
ah o ra será indisociable de su identidad, solidario de su cuerpo,
tórax, tronco, m iem bros, convence al niño de que es sem ejan ­
te a los o tro s hum anos, uno en tre ellos. El descubrim iento de la
talla relativ a de su cuerpo dentro del m arco del espejo no es
u n a cosa obvia. ¿No es acaso ésta la razón p o r la cual d u ra n te
tan to s siglos p red om inaron en el arte la ausencia de p erspectiva
y u n a dim ensión no proporcionada del cuerpo hum ano resp ecto
del m arco arq u itectónico?
Así com o el niño descubre por la observación del espejo la
realid ad visible de su ser en el m undo, de frente e inm óvil o
casi inm óvil, así la observación de la desnudez de los otros

127
niños, que él sabe sem ejantes a él y a quienes ve de espaldas,
cabellos sin ro stro en la p a rte su p erio r y nalgas en la p arte
inferior, le in teresa m ucho m ás después de la experiencia es-
cópica que antes. Poco después de la aceptación de los frutos
de la experiencia del espejo, el niño descubre que si todos los
niños tienen en la p a rte su p erio r de su cuerpo una cabeza
con u n a cara adelante y cabellos d etrás, si en la p arte supe­
rio r de sus piern as tienen, d etrás nalgas (si los niños, de es­
paldas, son todos iguales), de frente, en cam bio, no son igua­
les. Vistos del lado de la cara, algunos tienen abajo u n a hen­
did u ra,19 como si tu v ieran ahí tinas pequeñas nalgas, y otros
una prolongación. ¿Y entonces qué p asa con su propio cuerpo?
¿H a visto bien? El niño sufre entonces lo que nosotros llam a­
mos castració n p rim aria, efecto del descubrim iento de la dife­
rencia de sexos; y ésta, n atu ra lm e n te , es asociada al rostro,
pues éste siem pre es visible de frente, com o el sexo, y con
sus orificios, ojos, nariz, boca, delim itado p o r la m asa de los
cabellos que referencian el ro stro a la cabeza. E ste descu­
brim iento de su cuerpo por referencia al de los otros niños no
puede producirse antes del estadio del espejo. Es su experien­
cia reiterada lo que p erm ite que la castración prim aria sea in­
tegrada en la convicción de ser hum ano, y no vivida como un
fenóm eno de anim alidad. V erse desnudo, conform e a la des­
nudez de los otros niños, le p erm ite saber que, así desnudo,
se h a rá ho m b re o m u je r adulto, y no seguirá siendo u n perro
esa o tra c ria tu ra cualquiera que antes de la experiencia escó-
pica tal vez creyó. P orque ese m om ento es precisam ente el de
las identificaciones aním ales, sin ro stro hum ano, pues e] niño
se identifica con todo lo que ve y le interesa. Pero se identifica
de m an era dom inante con su p ro p ia im agen en cuanto ha po­
dido reconocerse en el espejo, valorizado por la palabra, aun­
que sorp ren d id o prim ero, pero prom ocionado a ser un hu m a­
no en m edio de los otros, yendo-deviniendo hom bre o m ujer.
La identificación con el anim al, si no es com pensada por
el conocim iento de sí en cuanto hijo de hom bre, h ará que las
percepciones sentidas en su sexo se eroticen según la m anera
en que se le h ab la de ellas, en que se responde a sus pregun­
tas, y que le hacen asociar su sexo positiva o negativam ente al
narcisism o de su im agen especular. Hay casos en que el niño
no puede integrar con orgullo la particularidad de su sexo, va­
rón o niño. «Yo» [M o íJe ] * no se siente valioso por ser varón

19. C uriosam ente, los n iñ os n o hab lan m ás que de la «raya» del


trasero, esa línea oscura que separa de espaldas el m odelo m uscular.
Es una palabra que habla de lo visib le y no de lo táctil, com o la palabra
hendidura, que los n iñ o s no utilizan nunca.
* Ante la im p osib ilid ad de traducir este Moi-Je en térm inos ca ste­
llan os estrictam en te eq u ivalen tes, se opta por consignar «Yo» [Moi-Je],
pudiendo rem itirse el lector a lo aclarado en la N . de T. de pág, 9. [T.]

128
o p o r ser niña, a causa de una referencia al falo propia de su
fam ilia, a causa de su lugar en la serie de herm anos o de la
im p o rtan cia relativ a del p ad re o de la m adre dentro de la fam i­
lia (si el p ad re de su sexo le parece desvalorizado p o r el otro,
o en relación con el otro, en las conversaciones que oye o por
los intercam b io s y com portam ientos que observa). E n estos
casos, los niños se sienten o bien con un ro stro co rrespondien­
te a lo que son, varón o niña, pero con un sexo anatóm ico cuyas
sensaciones deniegan (posteriorm ente las reprim irán), no acep­
tando m ás que el placer de los funcionam ientos de necesidad
—estreñim iento, encopresis, p re su n ta cistitis o enuresis—, o bien,
p or el co n trario , con un sexo que corresponde cabalm ente al
suyo pero que su m an era de hablar, de com portarse, no asu ­
me. E stos niños no pueden, en sociedad, hacer co n co rd ar su
ro stro y su sexo.20
Se crea o su perpone al servicio de pulsiones libidinales que
el sexo no valoriza u n «Yo» [Moi-Je] anim al, al servicio de
las pulsiones de u n a zona erógena parcial, asociada al sexo an ­
tes de la castración p rim aria; y hay disparidad sentida del
ro stro hum ano correspondiente a este sexo, el suyo. E n estos
casos, el niño siente o bien u n rostro, o bien un sexo, dom ina
el uno o el o tro pero no se corresponden. Cuando el niño se
siente sexuado, se siente anim al cuando habla, se siente h u ­
m ano, pero de sexo indeterm inado. E n tre estos dos m odos de
su expresión, el sujeto es frágil, no cohesivo. El éxilu escolar,
al valorizarlo en tre los dem ás niños, puede ayudarlo a g u a rd a r
las apariencias; pero en estas im ágenes de alternativas se fijan
psicosis o enclaves psicóticos que perm anecen sigilosam ente en
la e stru c tu ra n eu tralizad a del niño en cuanto a su sexo, y que a
veces se rev elarán posteriorm ente. Porque, sobre esta base
disociada, no p u ede' ni ad e n trarse realm ente en el Edipo, ni
resolverlo. Es p artic u la rm en te después de la pub ertad , d u ra n ­
te las crisis provocadas p o r difíciles pruebas narcisísticas, so­
b re todo las tocantes al fracaso de las sublim aciones, cuando
se d esp ierta la angustia de las castraciones pregenitales (las
derelicciones de los m al vistos).
Es sin duda p a ra desem barazarse de estos resabios prege­
nitales del deseo que no h an pasado p o r la castración h u m an i­
zante p o r lo que son útiles las m ím icas, m áscaras, disfraces,
h u m an am en te desrealizantes, espontáneam ente necesarios en
los juegos de todos los niños, sanos o neuróticos; pero igno­
rados p o r los niños psicóticos que, sin m áscara, viven em ocio­
nes no hum anizadas. Probablem ente, las fiestas grupales y so­
ciales en que los ro stro s se cubren con m áscaras p erm iten así
a cada uno lib era r pulsiones reprim idas y no todas sublim adas
en acuerdo con la ética del deseo castrado. Ellas autorizan, en

20. Origen pregen ital de la denegación del valor de su p ropio sexo.

129
fechas fijas, un desquite colectivo, que desculpabilizan sin
duda a los adultos p o r enclaves que d atan de la época en que
había in co m patibilidad de ciertas pulsiones sexuales con su
ro stro hum ano.

0 ro stro hum ano, o derecho al sexo: esta contradicción p ro ­


cede de lo que no pudo ser castrad o y sim bolizado en el m o­
m ento de las diferentes castraciones, y en p artic u la r de la cas­
tración p rim aria, en la época del estadio del espejo.
La casti'ación prim aria, en tan to que en ella deben co n ju ­
garse a la vez la experiencia, iniciática p a ra lo im aginario, del
espejo, y la asunción sim bólica del sujeto, cuyo ro stro es ga­
ra n te de un deseo en concordancia con su sexo y con el p o r­
venir tal como él lo intuye, m erece que le prestem os brevem en­
te n u e stra atención. La ca stració n p rim aria llega después de la
integración m en tal consciente de las leyes éticas orales y an a­
les —prohibición del canibalism o, del vandalism o y del asesi­
n ato — que articu lan al narcisism o del niño el orgullo o la ver­
güenza de un actu ar, según que sea ético o no ético (hum ano,
sin sexo determ inado).
P ara in tro d u cir el estudio de la castración p rim aria que va­
mos a em prender, digam os que hace de puente entre, por un
lado, la castració n anal a la que está ligada y, por el otro, la
castració n genital edípica que le sucede directam ente. Digamos
tam bién que sólo después de la experiencia del espejo, con la
dialéctica que conduce a la asunción sim bólica del sujeto, ex­
p erim en ta el niño ese sentim iento de vergüenza que lo incita
al pudor: no m o strarse desnudo ante quien sería peligroso, o
esconderse p ara ver a los o tro s desnudos, o no atreverse a m i­
ra r a la vez el sexo y el ro s tro de aquellos que p ara él son
Yo Ideal. P ara el niño hay u n a persona m odelo en la realidad,
que es el referen te de su Yo Ideal. Con el Edipo, se revela p ara
el niño el sexo de esta persona. La vergüenza o el orgullo que
se m anifiestan tra s el descubrim iento del ro stro y del sexo co­
rrespondiéndose en tre sí, se expresa por el p orte de la cabeza,
la m irad a d irecta o no, la gracia del cuerpo en su prestancia
y m ovim ientos, o, p o r el co n trario , en una actitud ladeada, suer­
te de m áscara que puede a d o p ta r de m anera crónica el habitus
de alguien que tiene vergüenza de su sexo, y no sólo de su sexo
sino tam bién de sus deseos no castrados: deseos que su ro stro
no puede asu m ir sin c o rre r el riesgo de p erd er su apariencia.
Porque, después del estadio del espejo y de la castración p ri­
m aria, las m uecas, las m áscaras, los disfraces, se convierten en
recurso p a ra negociar, cam uflándolos, los sentim ientos de im ­
potencia o de vergüenza que el niño experim enta al sen tir pul­
siones que p o d rían hacerle p e rd e r las apariencias, o denegar
el valor de su sexo genital.
Cuando la experiencia del espejo queda integrada, sea cual

130
fu ere el m odo de esta integración, las representaciones de p e r­
sonas se m odifican. La intuición que el niño poseía de su v er­
dad y de la p rim acía de su im agen inconsciente del cuerpo, del
ord en de lo invisible pero que él rep resentaba en sus d ib u jo s y
m odelados, da paso a representaciones de im ágenes conscien­
tem en te valiosas y visibles. El niño dibuja personajes que son
com o él q u erría que el espejo le devolviese la im agen de su
cuerpo: en u n a apariencia acorde con su narcisism o. P re s ta a
las figuras h u m anas características reconocibles y a trib u to s
sim bólicos m asculinos o fem eninos si él está orgulloso del sexo
que posee.
Si su p erten en cia a su sexo lo hace desdichado, sus dibujos
trad u cen , m ediante referencias arcaicas, el m odo de educación
oral y anal que recibió en lo relativo a la aceptación de su ros­
tro , de su cuerpo y de su sexo. E n cualquier caso, después del
estadio del espejo los dibujos enfatizan, m ucho m ás que las
im ágenes inconscientes del cuerpo, las representaciones de los
artificios v estim entarios y los objetos parciales, accesorios aso­
ciados a sus p erso n ajes y destinados a valorizarlos.
Los niños se proyectan en estos personajes, y estos a trib u ­
tos de p o d er y de rol a desem peñar pru eb an que el sexo, p o r
sí m ism o, siem pre es u n problem a; esto durará, todo el período
preedípico y luego el período de latencia, y este rasgo carac­
teriza de hecho los dibujos de niños a p a rtir de la castració n
p rim aria, aun cuando ésta sea exitosa y otro tan to sucede con
la castració n genital ulterior.
E n efecto, la ética que desde nuestra primera infancia cen­
tra nuestro narcisismo, garante de nuestra cohesión, tiene como
m o m e n to s cruciales aquellos en que nos defendem os de la p ér­
dida de las ilusiones que se refieren a nuestro cuerpo, a nues­
tro rostro, a nuestro sexo, o a nuestra potencia, siem pre asocia­
dos a la angustia de castración. La identidad, subyacente en
cada un o de nosotros, de quien asum e plenam ente n u e stra s
em ociones, n u estra s p alab ras y nuestros actos, p la n te a serios
problem as. El narcisism o es necesario p ara defender la cohe­
sión del su jeto en su relación con su Yo (su cuerpo), y a través
de él, con la ap ariencia que ofrece, la cual, en ciertas situacio­
nes relaciónales, debe desdeñar en m ayor o m en o r m edida su
id en tid ad deseante subyacente (im agen del cuerpo inconscien­
te), p a ra no exponerse a riesgos de retorsión. Todo esto plan tea
serios problem as. En el curso del Edipo, y aun d u ra n te toda
la vida, nos com placem os en conquistar identificaciones suce­
sivas y en p erseguir su exaltación. Estas identificaciones pro­
ceden, sencillamente, del desplazamiento del valor atribuido al
falo; pero ninguna de estas identificaciones puede responder de
nuestra identidad deseante desconocida que, p o r su p a rte , des­
pués de la castración p rim aria, ¡carece de im agen inconsciente
del cuerpo! E sta id en tid ad desconocida de cada uno de noso­

131
tros, tan to varón com o niña, sin duda está am arrad a a la limi-
n ar y lum inosa percepción del p rim er ro stro inclinado sobre
el n u estro. ¿B rillaba esta m irad a con expresión de am or al
acogernos, a noso tros que éram os el nuevo huésped descono­
cido en el hogar de n u estro s padres? ¿E ra el rostro de un téc­
nico profesional en p arto s? E n cualquier caso, la m irada de
este ro stro hum ano es el p rim e r punto de referencia p ara nues­
tra identidad-valor.

L a C A S T R A C IO N P R IM A R I A A VECES LLAMADA
C A S T R A C IO N G E N IT A L N O E D IP IC A

Se tra ta del descubrim iento de la diferencia sexual entre ni­


ñas y varones.
H em os visto al niño llegar, después de los trein ta meses, al
nivel de desarrollo que le p erm ite la m otricidad, la deam bula­
ción, esté bien o m al educado, hable o no. Debido a que tiene
m anos y u n a laringe, m anifiesta en sus juegos, en sus intercam ­
bios con los otros, las suficientes sublim aciones concernientes
a las pulsiones de la época oral —olfato, gusto, vista, oído, tac­
to— com o p ara realizar observaciones y experiencias sensoria­
les personales.
C iertam ente, ha conocido el espejo y observado todas las
regiones corporales hom ologas a las suyas en el prójim o, se le
hayan p ro cu rad o o no las p alab ras que las significan.
Así, la visión del tra se ro de otro niño le ap o rta la revela­
ción de las form as nalgatorias en lo que tienen de visible, m ien­
tras que, salvo ev entualm ente y m uy ra ra vez p o r juego de es­
pejos, no h a conocido, en su form a, m ás que la cara an terio r
de su propio cuerpo. U nicam ente sus sensaciones táctiles le
p erm itiero n , p o r placer o m olestia, sen tir la región posterior
de su pelvis, p o r ejem plo cuando lo lim piaban.21
Como corolario, la cara a n te rio r de la pelvis, que sirve p ara
la m icción u rin a ria y caracteriza al sexo, sólo es observada por
el niño en lo que resp ecta a su diferencia de form as m asculina
o fem enina en general después de los tre in ta meses. (Asimis­
mo, m ien tras que en casa ve a los adultos, padres, herm anos
y h erm anas desnudos, cuando es pequeño no re p ara en el sis­
tem a piloso co rp oral de las dem ás personas.) De hecho, sólo
una vez que h a conocido la cara p o sterio r del cúerpo del otro

21. P ienso en esos n iñ os que cuand o hacen una tontería reciben una
paliza en el trasero: ahí, p u es, es d on d e m adre y padre sitúan el origen
in ten cion al del deseo en su hijo. Por qué no habrán de creerlo los niñ os,
tan in ocen tes, que gozan d iciend o escan d alosa y salazm ente «pipí» y
««caca», ¡pero que lo crean tam b ién los ad u ltos, y que encuentren ch o­
cantes estas palabras! ¡Y que im agin en que valorizando el trasero están
educando!

132
se in tere sa el niño p o r la cara an terio r de la pelvis: tan to la
suya, en el espejo, com o la del otro.
E n cam bio, esta cara an terio r ya le ha supuesto un p ro b le­
m a cuando, sentado en las rodillas del adulto, co m paraba el
pecho de las m u jeres con el tórax de los hom bres. ¿Por qué él
m ism o, niña o varón, al m irarse en el espejo y p alp arse el tó­
rax, co m p ru eb a que no tiene senos? ¿Por qué no los tiene su
padre? Los niños de esta edad verbalizan todas estas preguntas,
cuando tiene lib ertad p ara u sar palabras relativas al cuerpo.
Y las p alab ras que se les dicen en lo que concierne a estas di­
ferencias del cuerpo los incitan a suponer, sobre todo si son
varones, que la p ro tru sió n palpable de su sexo y del sexo de
los h o m b res es de la m ism a naturaleza que esta o tra p ro tru ­
sión, palpable en el tórax de las m ujeres: los pechos. No es
raro que los niños, y no solam ente los m uy pequeños, no ten­
gan m ás p alab ras p a ra calificar los pechos de las m u jeres
que las de «lolo» o «pi»,* nom bres que, por extensión, dan a
su sexo propio: en la lengua francesa ** la palab ra «pi», du­
plicada, p asa a ser «pipí», así como en francés «lolo» es la
repetición del fonem a del elem ento vital que, como la leche
del pecho de la m adre, calm a la sed: el agua.*** La p alab ra
«pi», onom atopeya de chorros sucesivos, que se les da p a ra las
ubres de las vacas o cabras ordeñadas a m ano, se redobla p ara
significar lo que llam an el «grifo» («canilla») de los varones,
o sea el pene, térm ino éste que ra ra vez se utiliza con los ni­
ños. Al su scitarse este interés por los pechos y el pene, interés
que el niño trad u ce con las palabras que se hallan a su dispo­
sición, el niño, m u je r o varón, se plantea la cuestión de la di­
ferencia de form as en tre el cuerpo de los hom bres y el de las
m ujeres, en tre el de los varones y el de las niñas. ¿Cómo puede
ser que los varones tengan uno abajo, los papás tam bién, las
m am ás tam b ién (esto es obvio), y que las m am ás tengan dos
arriba, m ien tras que las niñas no tienen nada tan bello ni tan
funcional, ni abajo ni arriba?
No hay duda de que la diferencia ya está expresada en las
frases: «Eres una niñita», «Eres un niño», pero aún no h a sido
referenciada al cuerpo; a lo sum o a «m aneras» conform es con
lo que se esp era de u n a niña o de un varón. El niño d escubre
la diferencia a través de preguntas relativas al cuerpo dife­
ren te que p re sen tan sus padres; pero, p ara eso, tam bién es
preciso que adv ierta que del lado p o sterio r del cuerpo no hay
diferencia e n tre chicas y varones. Esto trae ap a rejad a la cu­
riosidad p o r la delantera diferente. Cuando los padres se lim i­
tan a em p lear el tém iin o «trasero» o «popó» p ara designar

* Denominaciones familiares intraducibies. [T.]


** Y castellana. [T.]
*** Lo es homófono de l’eau, «agua». [T.]

133
la pelvis del niño, in d istin tam en te respecto de la p arte an te­
rio r como de la posterior, lo com plican todo, aun si, discrim i­
nando la zona p o r su funcionam iento, añaden a «popó» o a
«trasero» el adjetivo «grande» o «pequeño».* La p rim era vi­
sión clara, p ara un niño, de lo curioso que es el sexo de una
niña, significa un choque, así com o la p rim era visión clara,
p ara u n a niña, del sexo de un niño. No hay caso en el que, si
los niños pueden h ab lar con lib ertad , no reaccionen a b ru p ta ­
m ente a esta p rim era visión. El chico piensa que las nenas tie­
nen un pene, pero que está escondido, m om entáneam ente, p ara
adentro; y las niñas, todas, realizan de inm ediato un gesto ra p ­
tor, irreflexivo. C uántas de ellas, según los testim onios de los
p adres, dicen: «Eso es m ío, m e lo has quitado». No hacen p re­
guntas, rap tan , ¡convencidas de su derecho! En cuanto al va­
rón, este in terés le desconcierta, o bien suelta una carcajada y
corre a decírselo a quien q uiera escucharlo. P recisam ente en
conexión con esta experiencia del descubrim iento y las pregun­
tas indirectas o directas tocantes a la diferencia sexual, deben
darse resp u estas verdaderas al niño de am bos sexos, que con­
firmen el acierto de su observación y lo feliciten por haberse
percatad o de una diferencia que siem pre existió. Las palabras
verdaderas que expresan la conform idad de su sexo con un
fu tu ro de m u jer o de hom bre, proporcionan valor de lenguaje
y valor social a su sexo y al propio niño-, y prep aran un p o r­
venir sano p ara su genitalidad, a una edad en que las pulsiones
genitales no son aún pred o m in an tes. Desde pequeño, el niño
oye que es varón o chica; pero se tr a ta de una referencia p u ra ­
m ente verbal, que no h alla correspondencia con su observación
del cuerpo. Es una palab ra que contiene juicios éticos b astan te
vagos, según las fam ilias y, encim a, ideas desagradables o agra­
dables p a ra las m am ás o los papás que h abrían deseado o no,
al n acer el pequeño, un hijo de sexo diferente al suyo. En las
conversaciones corrientes de la vida, se dice que las niñas son
coquetas y los varones bruscos. Las niñas lloran, los varones
no deben llorar. Las niñas son delicadas, y los varones supues­
tam ente tem erarios. ¡Cuántas afirm aciones ociosas no oirán los
niños, referen tes a u n a diferencia no obstante sexual, m ucho
antes de sab er cómo referirlas a los genitales! ¡Y cuánto's niños
quedan abandonados sin explicaciones a esta observación, fun­
d ad o ra de su inteligencia general y de su afectividad! Porque
ella es la base de todas las discrim inaciones significantes que
dan sustento a las com paraciones, las diferencias, las analogías,
la inducción, la deducción y al vocabulario del parentesco, de
la ciudadanía, de la responsabilidad.

* D enom inaciones tam b ién de u so fam iliar, sin equivalen tes exactos
en el habla castellana. [T .] Tal vez la palabra «cola» —en español— sea
tributaria de esta in d istin ció n . [R .]

134
E s indispensable que los niños, cuando expresan su cu rio si­
dad o sus dudas sobre sus observaciones, o cuando a veces, p o r
pru d en cia, acusan a o tro niño de interesarse p o r ver o mostz-ar
esa región, o incluso cuando sostienen lo falso p ara conocer lo
verdadero, reciban en ese preciso m om ento no la orden de ca­
llarse ni p alab ras que los ridiculicen, sino las p alab ras ju sta s
del vocabulario referentes a su observación, a las form as fisio­
lógicas de su sexo, del de los otros: form as que hacen que,
desde su nacim iento, u n bebé sea inscrito en el R egistro com o
varón o m u jer, y que, al crecer, se haga hom bre como su p ad re
o m u je r com o su m adre. P alabras verdaderas, ju stas y sim ples:
¡qué difícil p arece ser esto! O bien escuchan una clase m agis­
tral, acom pañada de m oralejas, de advertencias; o bien, m ás
a m enudo, u n a negativa: «Este no es el m om ento, es d em asia­
do im p o rtan te p a ra co n testa rte ahora». ¡Como si hiciera falta
un cara a cara, en ú ltim a instancia erotizado, y térm inos b o tá­
nicos o zoológicos! F uera de que casi siem pre sólo se p ro p o n en
térm inos de funcionam iento, que confirm an la ilusión de una
form a de utilid ad urinaria, para confundir las pistas de la cu ­
riosidad relativ a al placer que el niño conoce ya y a su cues-
tionam iento: p a ra qué sirven la erección, el sexo (que se ob­
servan), o p a ra qué sirve lo que se siente con eso, tan in te re ­
sante, tan em ocionante, sobre todo cuando se tra ta de las niñas,
que no tienen, o que no pueden, h ablar de la erección peniana,
y que en el lugar donde sienten no se ve nada.
M uchos adultos —los psicoanalistas los oímos, en el diván,
y los m édicos tam bién pueden atestiguarlo— siguen sin tener,
p ara designar sus órganos sexuales, m ás que palabras in fan ti­
les, en las cuales la función sirve p ara denom inar el órgano,
o m otes en definitiva peyorativos, picarescos o argóticos. De aquí
proviene sin duda, de genitores a engendrados, de p ad re a hijo,
de m ad re a h ija, la im posible inform ación dada por los pad res
a los niños, quienes sin em bargo lo esperan todo de sus ex­
plicaciones. E sp eran sobre todo que no se dé m uerte al deseo
ni al placer: p o rq ue esto es lo que m ás le im p o rta al niño, que
lo h a d escubierto m ucho antes de advertir la distinción en tre
el placer que acom paña a la liberación excrem encial y el que
él siente ya sea p o r m anipulación de esta zona, ya sea en cier­
tos m om entos em ocionales de cuya explicación carece. Hacia
los treinta meses, acabando el período anal —pero puede ser
m ás ta rd e — , la pulsión epistemológica del niño sitia en el «para
qué sirve» y respecto de lo que fuere, buscando resp u esta sobre
lo útil, lo inútil, lo agradable o lo desagradable, a co rto o a
largo plazo; en síntesis, sobre lo que sum inistraba ya los crite­
rios de satisfacción o de renunciam iento ante los peligros de
las pulsiones orales y anales. Uno de estos peligros, bien co­
rrien te, es d isg u star a m am á, y este displacer el niño lo cons­
tata en to rn o al p lacer que a él le pro cu ran sus excrem entos.

135
La co n statación de este displacer es uno de los m edios con que
cuenta el niño p a ra d iscrim in ar lo que corresponde a lo sexual
en relación con lo excrem encial, m ien tras que al principio am ­
bos están confundidos. C onfundidos sobre todo en el varón,
dado que h asta los veintiocho o tre in ta m eses no puede o rin ar
sin erección. Sólo después las erecciones independientes de la
m icción hacen de este órgano, que se mueve solo y sin fina­
lidad funcional, u n problem a. No tiene entonces la posibilidad
de descifrar él solo el sentido de lo que experim enta. En cuan­
to a la niña, m uy tem p ra n am en te la función u rin aria pierde
relación con el placer de las sensaciones clitoridianas y vagina­
les. Además las niñas son m ás precoces, pero quizá, como sus
órganos en erección, es decir, cuando experim entan su sensa­
ción de variancia, no se ven, tienen m ás dificultad p ara hablar
de ello. Se tra ta de sensaciones íntim as, sin correspondencia
visible con el testim onio que de ellas podrían dar.
P ara cualquier niño sus padres son los poseedores de todo
el saber, y sus dichos tienen au to rid ad , después del destete, en
todo cuanto incum be al tom ar, al actuar, al hacer del niño que
tienen b ajo su tutela.

Con la m aduración n eurom uscular, el desplazam iento del


interés —que del trán sito digestivo se dirige a la deam bulación
p o r el espacio— hace que el niño registre, respecto de los di­
chos y de los actos, el ca rác te r agradable o desagradable que
percibe de ellos tan to en su propio cuerpo como en la arm onía
de sus relaciones em ocionales con su entorno. La castración
b rin d ad a p or la in stan cia tu te la r con palabras (y tam bién con
el ejem plo, en los m ejores casos), es decir, las prohibiciones
que lim itan la lib ertad del niño, conciernen a lo bueno y lo
m alo p a ra su cuerpo y p a ra el del otro, p ara las cosas y los
seres vivos, las p lan tas y los anim ales, en acuerdo o en co n tra­
dicción con el placer experim entado al llevar a la práctica sus
deseos o al fren arlos p o r sujeción a los del otro. El niño es
iniciado p or los adultos tu telare s en lo posible y en lo im posi­
ble, según la n atu raleza de las cosas, según lo prohibido o lo
p erm itid o que a ellas se refieren, y que en ocasiones dependen
de un saber tecnológico experim entado relativo a la edad, el
tiem po, el espacio, los dichos del adulto, m ás aún que a la ex­
periencia d irecta que tiene el pequeño de lo posible y de lo
im posible. «Más adelante, cuando seas grande», se le contesta
a veces. El criterio de lo im posible, que él intuye y que se le
enseña (verídico o no, según la ansiedad de la instancia tutelar),
tal es el au téntico peligro, a co rto o largo plazo, y, su corola­
rio, la prohibición de d añ arse o de d añ a r a otro a sabiendas.
Golpearse, lastim arse, enferm arse, envenenarse, cortarse, m u ti­
larse, quizás incluso m orir, éstas son las palabras que ha oído
y que le plan tean un p roblem a a propósito de todo aquello que

136
lo tie n ta y que se le prohíbe. Lo bueno y lo m alo se relacionan
con el cuerpo; p ero lo feo, lo ruin, con lo visto p o r el otro. El
b ien y el m al son algo m uy com plicado con respecto a lo bueno
y a lo m alo, p o rque lo bueno, tom ado en exceso, puede hacerse
m alo, y está m al desobedecer a la instancia tu te la r tom ando en
exceso lo que es bueno. A veces está bien no actu ar, aunque
tien te hacerlo, p o rque este hacer sería bueno pero e sta ría m al
p a ra o tro o si fu era observado por la instancia tu telar.
Todo lo realizado p o r el trab a jo m ental discrim inativo del
niño inteligente, desde que es introducido en el lenguaje, le
hace elab o rar un sistem a de valores, u n a ética concerniente a
lo im aginario y a la realidad, m ientras que él se en cu en tra,
p o rqu e es un ser viviente, a la búsqueda del placer, siem pre
m eta del deseo, inconsciente o consciente. E stá el p lacer «por
decir» o en brom a, el que se siente hablando; y tam b ién el
placer «de verdad», «de veras», el que se siente al realizar
lo que se desea. Ello subtiende todas las sublim aciones de las
pulsiones en los niños de am bos sexos. Por introyección de las
p alab ras del adulto, de las conductas del adulto que el niño
observa y de las que depende p ara sobrevivir, la im agen in­
consciente del cuerpo (recordem os que es triple: basal, funcio­
nal y erógena) se e stru c tu ra desde la p rim era castración u m b i­
lical, luego el destete y luego la independencia m otriz. Se es­
tru c tu ra inform ando el esquem a corporal con los dichos p a ­
rentales en cuanto que lim itan las iniciativas del niño (pre-
Superyó), p o rq u e éstas pondrían en peligro la cohesión del
su jeto y de su cuerpo p o r la que se m ediatiza su relación con
su ob jeto de am or: m adre, padre, persona tu telar. «Mamá-
Papá» o «Papá-Mamá», instancia bicéfala en cuanto o b jeto fa­
m iliar a m an ip u lar y, en cuanto relación m atizada con cada
uno de ellos, a a d u lar diferentem ente según el caso, p ero siem ­
pre, fatalm en te, proyectando sobre los dos el narcisism o del
hijo.
El niño, hacia los tres años, según la iniciación verbal y los
ejem plos recibidos, conoce ya su apellido, su dirección, su p e r­
tenencia fam iliar. Sabe au to m atern arse lo suficiente com o p a ra
no m o rir de h am b re o de frío si tiene qué com er y con qué
ab rigarse d en tro del espacio que lo circunda, sabe e n c o n tra r
in terés y placer en todo cuanto lo rodea sin excesivos riesgos,
y si conoce el espacio en el que sus fam iliares lo h an in tro ­
ducido, sabe ya conducirse, es decir, auto p atern arse. E ste niño,
n en a o varón, crece deseoso de identificarse con los adultos tu ­
telares, progenitores y herm anos m ayores. Y es entonces cuan­
do su observación y su deseo de saber —pulsión fu n d am en tal
de todo ser h um ano que le lleva, respecto de todo, a investi­
gar p a ra qué sirve, de qué está hecho, cómo funciona y poi­
qué— le p erm iten d escu b rir claram ente la diferencia sexual,
so rp ren d en te descubrim iento inm ediatam ente referido al pla­

137
cer específico que esta región, al ser excitada, procura. Es bue­
no, es agradable, ¿por qué? ¿P ara qué sirve? ¿Acaso no estará
bien? ¿Por qué?
«Porque eres m uy chiquito —se le dice con aire incóm odo—,
cuando seas grande lo sabrás. —¿Y cuando sea grande, seré
como tú?, dice el chico a su m am á o la chica a su papá. —Va­
mos, no digas to n terías —se le contesta— , serás como. . serás...
no lo sé. H ablem os de o tra cosa.»
De m an era que h acer estas p reguntas tiene algo, m isterio­
sam ente, de m alo, de prohibido. Lo que sucede es que los pa­
dres, adultos que han olvidado p o r com pleto la m anera de pen­
sar y sen tir de su p rim e ra infancia (cosa que Freud descubrió
y que denom inó represión) se sienten cuestionados en lo m ás
íntim o de sí m ism os; y quedan pasm ados, y se sienten casi mo­
lestos al revelárseles que su hijo experim enta un placer que
ellos creían reservado a los adultos, en relación con em ociones
que im aginaban ligadas a u n sexo com pletam ente desarrollado,
en un cuerpo de caracteres sexuales secundarios en teram ente
visibles. P ara un adulto, el deseo y el am or antes de la p u b erta d
son im pensables; y la posibilidad de u n orgasm o sexual arm
m ás. El adulto in terro g ad o piensa, pues, que es inútil respon­
der a p reg u n tas que les parecen desprovistas de fundam ento.
Pero el niño com prende el m a lestar de los padres de una m ane­
ra bien distinta.
El niño que ve que el sexo de o tro es diferente del suyo tie­
ne el fan tasm a de que se tra ta de u n a anom alía o de u n a m uti­
lación: ¿padecida?, ¿aceptada?, ¿efectuada por los padres? Es
el m ism o fan tasm a que en ocasiones despierta dem asiado p re­
cozm ente al niño a su genitalidad. Los padres lo han olvidado.
Pero el m alestar que el niño co n stata en el adulto le confirm a
que sin duda fueron ellos quienes hicieron eso con él o con
otro, ellos quienes lo quisieron, y ¿p o r qué? De aquí una angus­
tia ab so lu tam en te inútil, que se agrega a la p rim era angustia de
d esp ertar, inevitable y necesaria, dado el m odo de razonam ien­
to del pequeñito h asta entonces, bien sea p o r su lógica de las
form as (parecido-no parecido, grande-pequeño, m ás-menos, bue­
no-malo, posible-im posible), bien sea por su lógica de los fun­
cionam ientos de su cuerpo, siem pre acom pañados p o r aprecia­
ciones de las p ersonas tu telares (es bonito o feo, ha comido
bien o h a com ido m al, h a estado m uy enferm o, m ira cómo te
has puesto, etc.).
Así pues, el inconveniente de las no respuestas o de las res­
pu estas inadecuadas a ,la s preg u n tas del niño sobre el sexo es
el de confirm ar su hipótesis: fueron los padres los que co rtaro n
algo o tram a ro n aquello. O pinión m ás creíble aún p ara el niño
cuando es testigo de d isp u tas en tre pad res que ya no pueden
h acer concordar su deseo sexual y su am or. Hay un m alenten­
dido in h eren te a la edad respectiva del que pregunta y del que

138
responde; p ero tam bién hay un no-entendible en ciertas p re ­
guntas de los niños, p o rq u e tocan a lo m ás p ro fundo del su fri­
m iento afectivo y psíquico de los adultos, es decir, a sus p ro ­
pias angustias de castración y a sus difíciles y actuales tran ces
de im potencia.
E n la m ayoría de los casos —que evolucionarán saludable­
m en te gracias a un entorno educativo que posibilite al niño la
inteligencia de lo que observa, y que am e al niño com o fu tu ro
ho m b re o fu tu ra m u jer—, la aceptación de la castración p ri­
m aria im plica p a ra el niño de am bos sexos la valorización
del pen e en cuanto form a bella y deseable. E sta bella fo rm a del
pene se inscribe en la continuidad de la bella form a del pecho.
En cu an to a la niña, sólo en un segundo tiem po y después de
la reflexión ad m ite que p ara su cuerpo es m ás válido no ten er
pene p a ra hacer pipí: dado que, p o r una parte, ella puede h a ­
cer pipí (no de pie, ciertam ente, pero puede); y, p o r la otra,
h u rg an d o en la zona con la idea de que tal vez tiene u n o o le
crecerá, ha d escubierto el clitoris, y éste al fin y al cabo le
p ro cu ra m uchas satisfacciones; finalm ente, al ap ren d er que su
m ad re y las m u jeres hechas como ella están conform es, deduce
de esto que ésa es la condición p ara ser m am á, p a ra te n e r o
h acer bebés (concebir no es algo todavía pensable) y g u sta r a
los papás.
¡Entonces, bien está no ten er pene! Aceptemos este agujero
y este b o tó n (la vagina y el clitoris), como ellas los llam an.
Y adem ás están los otros dos botones del pecho. «¿Cuándo se
co n v ertirán en pechos p ara d ar de m am ar a m is bebés?» P re­
gunta de niña. Que conforta a la im agen del cuerpo de la niña,
im agen inconsciente, y conforta a la niña, conscientem ente, en
la aceptación de su esquem a corporal. Ella acepta m ás fácil­
m ente que el varón la castración uroanal, es decir, el re n u n ­
ciam iento al placer erótico con el objeto excrem encial. La
continencia esfinteriana va seguida de la sublim ación de las pul­
siones táctiles en la destreza m anual, tal com o la n iñ a la ob­
serva en el hábil desem peño de las m ujeres en el hogar. Asi­
m ism o, el placer m otor m uscular se desplaza m ucho m ás rá ­
p id am en te en las chicas que en los chicos, del narcisism o del
p eristaltism o erógeno y de la m anipulación del cuerpo en la
región vulvar, sobre el placer procurado p o r las labores seudo-
dom ésticas de m antenim iento de la casa, de cuidado de las m u­
ñecas, su stitu to s de hijos, y sobre la p u lcritu d de su cuerpo,
el arreglo de su peinado, sobre su vestim enta; en síntesis, sobre
la coquetería, la preocupación por sus vestidos, el gusto p o r los
pliegues, los botones, bolsillos, cintas, nudos...
O bservem os a los niños de esta edad que pasan b ien este
período. Las chicas, que no tienen pelos en la lengua, niegan
a los varones el valor de su pene, sin creer dem asiado en ello,
felices, cuando pueden, de verlos «hacer pipí», de co n tem p lar

139
lo «fuertes» que son cuando se pegan, pero: «¡Ustedes no, no­
so tras las chicas sí serem os m am ás y tendrem os bebés!». De ahí
el ju g ar a las m uñecas, clásico juego de nena, o al m enos con­
siderado com o tal, m ien tras que es, en efecto, juego de nena
pero juego erótico en lo que re sp ecta al hijo fetiche fálico anal,
como p a ra el varón el juego de los autitos: desplazam iento del
objeto parcial excrem encial sobre un objeto fetiche anouretral
que él m ism o conduce, del que es am o y al que adora. Así como
los juegos con arm as corresponden al desplazam iento del feti­
chism o del o bjeto parcial peniano, cuando el niño ha aceptado
el control de la continencia. Como podem os observar, la niña se
dedica a juegos de desplazam iento de objeto parcial anal con los
que se ejercita en la m atern id ad , y el niño a juegos de despla­
zam iento de o b jeto sexual p arcial anal y u re tra l (interno y ex­
terno —el pene— ) donde expresa su virilidad en devenir. El va­
rón experim enta una c o n tra ried ad ante esta p re su n ta superio­
rid ad de las niñas que no poseen pene pero que ten d rán bebés,
salvo si se les enseña, al m ism o tiem po que a las chiquillas que
de este modo creen triu n fa r sobre su p re su n ta superioridad en
la diferencia sexual aparen te, que u n a m u jer no puede tener
hijos sino a condición de que u n hom bre, el p ad re del niño,
dé a la m u jer, en la unión sexual, la posibilidad de concebirlo.

E n este preciso m o m ento debe hacerse saber con palabras


que el padre y la m adre están tan im plicados y son tan respon­
sables el uno com o el otro en la fecundidad, es decir, en la con­
cepción del niño. Todo niño de tre s años y m ás, cuando pregun­
ta «¿El sexo, p ara qué sirve?», debe oír claram ente expresado
lo que constituye la fecundidad de los seres hum anos, es decir,
la responsabilidad hu m an a de p a tern id ad y m aternidad en la
unión de los sexos. E sto es p erfec ta m e n te posible, y los padres
que en cu en tran dificultad con estas resp u estas pueden hacerlo
tras h ab er hablado de la cuestión con u n psicoanalista. Cuando
el niño no conoce a su genitor, o m ás ra ram en te a su genitora
y es criado p o r u n p ad re solo o con la ayuda am istosa de un
o u n a reem plazante, p a ra los pad res es m ucho m ás difícil res­
ponder. Y, sin em bargo, es indispensable.
R esponder claram ente la verdad se trad u ce por u n a alusión
im plícita o, m ejor, explícita, a la unión sexual de los genitores,
acto deliberado o no d u ra n te el cual el niño ha sido concebido,
y a m enudo a espaldas del deseo consciente o del goce de los
genitores. Todo niño conoce algo del placer sexual y es sensi­
ble a la form a en que los adultos, sin nom brarlo, se refieren,
al m ism o tiem po que a su concepción, a su am or recíproco, a
su propio placer, o su no-placer. El tiem po tran sc u rrid o entre
la concepción y el nacim iento, que enfatiza el papel m aterno,
da tam bién a los progenitores la posibilidad de ofrecer al niño
su statu s de sujeto. Es él quien, u n a vez concebido, ha asum ido

140
cada día su p a rte en la sim biosis fetom aternal. E sta re sp u esta
clara acerca de la concepción abre la posibilidad de una p alab ra
verídica del adulto sobre el placer sexual, que no siem pre está
forzosam ente al servicio de la fecundidad. Si 110 se les dice
esta verdad, los inocentes im aginan el acto sexual com o estric­
tam en te funcional, anim al, zoológico, «operacional». «Lo h a ­
béis hecho dos veces» (si hay dos hijos). Y con ello se los in­
duce a u n a incom prensión total y cada vez m ayor, al crecer, de
sus em ociones sentim entales y de los deseos experim entados
en su cuerpo, al evocar y /o ver a aquellos o aquellas a quienes
desean y am an.
Que la llegada al m undo de un niño sea asunto de un deseo
y de p lacer recíprocos de sujetos que se buscan, se hab lan y,
en el en cu en tro concertado, h an llam ado hacia sí al se r que
h an concebido, sabiéndolo o no (esperándolo o p retendiendo
evitarlo), esto es lo que, dicho con palabras que el niño p e r­
cibe com o verídicas, le revela la hum anización de la sexualidad
genital, lenguaje de vida y no sólo proceso funcional.
La filiación y la p aren talid ad responsables de este niño, de
las que tam b ién hay que hablarle, dan su sentido fundam ental
a su vida tal com o ella se h a inaugurado: fácil, difícil o im po­
sible de asu m ir p o r sus genitores. Y esta verdad h ab lad a lo
h um aniza definitivam ente, en relación con lo que ha podido
ver y sab e r acerca del celo, los acoplam ientos, la m atern id a d
en tre los m am íferos, en tre los pájaros, y la cam aradería p aren ­
tal que p ractican . Por lo general, a los niños no se les explica
claram en te la fecundación en los anim ales. Aun cuando hoy en
día no se elude in form arlos sobre la tecnología de la fecunda­
ción y del p a rto en tre los anim ales, casi siem pre se lo hace
em pleando térm inos am biguos: por ejem plo, el acoplam iento
p a ra la insem inación de un anim al dom éstico es llam ado «ca­
sam iento», el celo instintivo y estacional de los anim ales se
verbaliza en térm inos de deseo y de am or, como si se tra ta ra
de seres hum anos.
Sin u n a explicación verbal de la responsabilidad en la con­
cepción y la crianza del lactante, y po sterio rm en te en la educa­
ción del niño, pro cedente del genitor o de un reem plazante p a ­
te n ta n te , de la genitora o de u n a reem plazante nodriza, el niño
no puede co m p render el vocabulario del parentesco, en p a r­
ticu lar el vocabulario relacional en tre los adultos fam iliares y
él. Sólo el conocimiento de la unión sexual le permite co m p re n ­
der el sentido simbólico de las palabras de la parentalidad de
cuerpo, de la parentalidad afectiva o de corazón, y de la paren­
talidad social, es decir, la nom inación por un patroním ico legal,
in scrito en el R egistro del estado civil, patroním ico que el niño
lleva to d a su vida. La diferenciación de estas acepciones del
térm in o p aren talid ad — acepción p a te rn a y m aterna, carnal,

141
afectiva, legal— posibilita al niño la inteligencia de las rela­
ciones sim bólicas.
Se m e d irá que el niño de e n tre tre s y cu atro años no com­
pren d e n ad a de todo esto. No es verdad; él intuye su sentido,
si las p alab ras acotan u n a re alid ad que él h a experim entado;
palab ras ju stas p a ra el adulto, y que él siente justas, lo cons­
truyen com o ser hum ano. Tiene necesidad de saber que su pa­
dre, como él, fue concebido p o r la unión sexual de un hom bre
con su abuela p aterna, y que el hom bre que dio su apellido a
su p ad re es su abuelo p aterno. Sus tíos y tías paternos tam ­
bién fueron concebidos p o r el m ism o hom bre o, en todo caso,
fue el m ism o hom bre, el abuelo p aterno, quien les dio su ape­
llido y se m ostró, ante la Ley, responsable de ellos, a través
de su m adre, la esposa, que es p a ra él la abuela paterna. De
igual m anera, necesita sab er que su m adre fue concebida del
abuelo m atern o y de la abuela m atern a, esa que él conoce u
o tra de quien su m ad re le habla. Sus tíos y tías del lado m a­
tern o lo son p o rque son herm anos y herm anas de su m adre,
lo cual signiñea que nacieron de la m ism a m adre que su m adre,
o del m ism o p adre que su p ad re, o bien de la unión sexual de
este m ism o abuelo con esta m ism a abuela. C om prende enton­
ces que sus tíos y tías sean m ás jóvenes o de m ás edad que
su m adre. E l es su sobrino o su sobrina, los hijos de ellos son
sus prim os o prim as; lo m ism o del lado del linaje paterno. Y si,
p o r la razón que fuere, el niño no tiene parentesco legal del
lado de uno u o tro de sus padres, se le debe proporcionar la
explicación verídica de ello. E sta explicación del vocabulario
del p arentesco carece de sentido si la unión sexual no es m en­
cionada com o origen del nacim iento y de la filiación del niño,
asum ida p o r quien le h a dado su apellido, y que después lo
ha criado o no.
El varón —que goza ya en su im agen del cuerpo de su
valor erótico peniano, tan to p o r la im agen funcional anouretral
de la excrem entación com o p o r la m asturbación, en p arte su­
blim adas sobre objetos lúdicos y u tilitario s que es preciso do­
m inar, y que con ello se narcisiza com o varón— es despertado
así a la conciencia no sólo del p lacer que experim entará como
h om bre en la unión sexual de los am antes, sino tam bién de
lo que h ab rá de ser su valor social de com pañeros, tal vez de
m arid o de una m u je r a la que am ará; y sobre todo del valor
p ro cread o r de su p ad re y de su abuelo a quienes, h asta enton­
ces, sólo veía com o satélites, com pañeros, cóm plices, com par­
sas, agradables o no, de la m ad re o la abuela. Todo niño de p a­
dre desconocido no p a ra h a sta saber de quién lo concibió su
m adre. He visto m uchos h ijo s de m ad re soltera m anifestando
num erosos y diversos tra sto rn o s del com portam iento como
efecto de no respondérseles a u n a p reg u n ta im plícita o indirec­
tam en te explícita referen te a su padre: «¿Para qué lo necesi­

142
tas, acaso no som os felices?». «¿No tienes a tu tío, a tu abuela?».
E stas son las p alab ras que un niño oye cuando plantea la cues­
tión, ta n sólo in directa: «¿Por qué los dem ás niños tienen
papá?». Veamos, p o r ejem plo, u n niño m estizo con los cabellos
tan crespos com o los de un africano y cuya m adre era rubia;
com o él se le q u ejab a de las p reguntas que le hacían sus com ­
pañeros sobre el color de su pieí, ella respondió: «Te has b ro n ­
ceado en tu s vacaciones, en la m ontaña, eso es todo. —¿Y p o r
qué m e llam an “negro” ?». La m ad re no encontró n ad a m ejo r
p a ra decir que esto: «Son unos groseros, unos m aleducados».
Cuando se tra ta de niños aún no m uy crecidos, e n tre los
tres y los cinco años o incluso u n poco m ás, pero cuyo proble­
m a es éste, el de su genitud,22 una respuesta verdadera de su
m ad re puede restablecerlos en el orden de un com portam ien­
to hum anizado. E n ocasiones es necesario que ella tra b a je con
un p sicoanalista en la com prensión de lo que sucede, p a ra po­
d er decir esa verdad con las palabras m ás sim ples. E sto es lo
que el niño p recisa conocer y, de pregunta en respuesta, com ­
p ren d er. Y esto es lo que le da las loases sanas p ara el reencuen­
tro de lo que no sé denom inar de otro modo que com o su
orden. Pero p a ra eso no es indispensable ir a ver a un psicoana­
lista. Toda m adre, si supiera cuán im p o rtan te es esto, p o d ría
resp o n d er a su hijo. En m uchos casos sim ilares vi tan sólo a
la m adre. E n algunos, fue inútil intro d u cir a una te rc e ra p er­
sona, el psicoanalista, en el trab a jo de inform ación hum anizan­
te del niño. La m adre podía b astar, con sólo que hubiese com ­
p ren d id o sus resistencias. Pero la verdad sobre la genitud del
niño puede ser dicha tam bién p o r el abuelo, p o r cualquier p er­
sona q ue q u iera al niño y que conozca su historia, y que pueda
entonces con társela con respeto por la unión sexual que lo
engendró, sin ce n su rar a uno u otro de sus genitores. Es ne­
cesario decir la realid ad de los hechos y, de ser posible, a p o r­
ta r precisiones sobre el apellido, sobre la fam ilia m ism a del
genitor, sobre las razones que llevaron a los pad res a u n irse
y después a sep ararse. E ste ser hum ano, el niño, es él m ism o
el origen de su p ropia vida: su deseo lo hizo encarnarse, p er­
m anecer en la m atriz un día y otro, con esa m u je r que era
feliz de llevarlo en su seno o que tenía dificultades p a ra ello.
Todo esto su cuerpo lo ha vivido, y todo, pues, puede se r h a­
blado p ara que todo se hum anice, p ara que nada perm anezca
en u n a seudoanim alidad y organicidad, porque nacía es única­
m e n te orgánico en el ser hum ano, todo es tam bién sim bólico.
Al conocer la v erd ad de la unión sexual de sus padres, que ha
sido origen de su vida, la inteligencia de los niños hace eclo­
sión, reforzada p o r el conocim iento de su filiación, perm itién-

22. Con este térm ino significo, a la vez, las p oten cias físic a s de ía
p rocreación y la a su n ción del d eseo b ajo la propia resp on sab ilid ad .

143
doles d ar sentido a los sentim ientos que les inspiran su m adre,
su p ad re y sus respectivos linajes, si tienen la su erte de tener­
los. Pero p a ra la m entalidad de u n niño se tra ta de un deseo
que no es m ás que verbalm ente genital por el m om ento. La
responsabilidad, aceptada o esquivada, de sus padres, de asu­
m irlo parcialm ente, to talm en te o n ad a en absoluto al traerlo
al m undo, esto él todavía no puede com prenderlo, y adem ás
110 hay discurso m oral que h acerle oír actualm ente sobre los
hechos verídicos de su h isto ria. Ser p ap á o m am á es p ara el
niño una rep resen tación funcional y sin duda erótica, pero para
él se tra ta de funciones de zonas erógenas parciales del cuerpo,
cuyo supuesto placer' es del o rd e n del que él se pro cu ra a tra ­
vés de la m astu rbación, con el añadido de fantasm as de feli­
cidad de a dos, el chico con su m ad re o una princesa, la nena
con su p ad re o un p ríncipe encantado, pero sin la som bra de
u na rivalidad. Aún no es el E dipo. Si el niño no com prende
lo que sucede en cuanto a la responsabilidad y la m utación nar-
cisística que im plican la m a te rn id a d y la p atern id ad p ara sus
padres, esto, p a ra él, no se halla en contradicción con lo que
cree fue su dicha ante su nacim iento: ellos están contentos de
«tenerlo», y de desem peñar a su respecto el «rol» de papá y
de m am á. P ara él, aferrad o a su p ro p ia vida, es obvio que am or
y alegría van a la p a r con «tener» un hijo; y tener un hijo es
algo que confiere u n «poder discrecional». Y este últim o, para
él, es en teram en te com patible con el afecto que ellos le inspi­
ra n cuando es pequeño, sea cual fuere el com portam iento de
sus padres.
Pero, p o d ría decírsem e, si las condiciones em ocionales del
nacim iento del niño h an sido desventuradas, o aun catastrófi­
cas, ¿hay que decírselo? P or supuesto, puesto que él ha sobre­
vivido. Si el niño está ahí, después de las dificultades atrave­
sadas p o r su m adre, su p ad re, la fam ilia, por él m ism o, es
.porque tales dificultades fu ero n com patibles con su supervi­
vencia y p o r tan to dinám icam ente positivas p ara él, y form an
p arte de lo que h a de decírsele en palabras, felicitándolo p o r
h ab e r superado todo aquello. La vida es el bien m ás valioso,
y él vive. Uno se hace cargo de sí m ism o con palabras d é
otro, que lib eran el sentido y la fuerza del deseo p o r la verdad
así dicha sobre las dificultades que h a tenido uno que enfrentar.
Pero, añ ad irán aún tan to s pad res, si los niños saben el su­
puesto secreto de su concepción, ju g ará n sin tregua con su
sexo o incluso co n tarán a cu alq u iera la verdad de una filiación
que las p ersonas del en to rn o ignoran. E stos son pensam ientos
de adultos, y no tienen n ad a de cierto. E incluso es precisa­
m ente lo contrario. El niño, apaciguado en cuanto a las p re­
guntas que se h a hecho, e n tra en u n período de inteligencia de
la relación trian g u lar y de la vida en su conjunto que lo con-

144
duce al com plejo de Edipo. Y éste no consiste, com o piensan
los pad res, en ju g ar sin p a ra r con su sexo.
O tros p ad res dicen: «Si inform o a m i hijo, él se lo re p e tirá
a otro s niños, y entonces, ¿qué van a pensar de mí?». ¡Siem pre
el p ro b lem a de los pad res que piensan que está m al que un
niño sepa que el origen de su vida estuvo en el deseo y en el
am or de su padres! Si él está ahí, rep resen ta u n a unión sexual,
y entonces ¿por qué no ten d rá derecho a saberlo con p alab ras,
cuando esta verdad lo h a construido como es? «Pero en la es­
cuela, si h ab la de ello...»
H ablem os, pues, de la escuela a los tres años y de su misión.
E n su funcionam iento, la higiene de los cuidados que el niño
debe ap ren d er a conocer p ara ocuparse de sí m ism o p o d ría
ser im p a rtid a en las clases, en los jardines de infancia, y re to ­
m adas luego en la escuela prim aria. Lo m ism o en lo que res­
pecta al sexo m asculino y fem enino y al papel del deseo asu­
m ido, en co nform idad con las leyes: sin por esto desd eñ ar la
existencia de deseos que los niños expresan y que no in teg ran
la Ley, que ciertos adultos tam bién realizan y que los hacen
caer b ajo el peso de la Ley, llevándolos a la cárcel: los deseos
p ro h ib id o s de canibalism o, de asesinato, de robo, de daño, de
exhibicionism o, de violación, prohibiciones que ju sta m e n te re ­
doblan las castraciones orales y anales que estos adultos han
tran sg red id o . La escuela debería enseñar a los niños a discrim i­
n a r e n tre las necesidades que son irreprim ibles y los deseos que
son dom eñables, y que esta distinción es la que singulariza a
los seres hum anos en relación con los anim ales. La vida social
de los seres hum anos implica el dominio de los deseos según
la Ley, la m ism a para todos; y a p a rtir de los tres o cu a tro
años, en la escuela se puede verbalizar perfectam ente que no es
posible casarse con el p ad re o con la m adre, en tre h erm an o s y
herm an as, al m ism o tiem po que los niños juegan y siguen fan­
taseando, p o rq u e el com plejo de E dipo se vive y se resuelve
en fan tasm as, sostenido p o r el saber consciente de su p ro h i­
bición en la realidad. La única ley com ún a toda la especie hu­
mana, y de la cual la escuela no había nunca, es la prohibición
del incesto, homosexual y heterosexual. En la escuela se debe­
ría en señ ar a los niños que esta prohibición se aplica ta n to a
su deseo resp ecto de sus padres com o al de sus p ad res re s­
p ecto de ellos, así com o a las relaciones sexuales en tre h e r­
m anos.
T odas las o tras leyes referentes a ía sexualidad genital, es
decir, las reglas de validación e invalidación del m atrim o n io
y las que atañ en al reconocim iento legal de los hijos nacidos
de u n a un ió n extram atrim onial, así como lo referen te a los di­
vorcios, a la guarda de los hijos, a la pensión alim entaria, to­
das estas cosas de las que los niños suelen oír h ab lar o que
los co nciernen d irectam ente, obedecen a leyes diferentes según

145
los países. Los niños deberían, en la escuela, ser puestos al co­
rrie n te de todo esto en la etap a en que despierta su interés,
es decir, e n tre los cinco y los ocho años.
Por añadidura, en las escuelas de Francia se plantea actual­
m ente el problema de los días de la Madre y del Padre. ¡Cuán­
tos h o rro res tienen que vivir los niños a causa de estas cele­
braciones! Los niños experim entan hacia su m adre y su p ad re
sentim ientos íntim os que no pu ed en coincidir en absoluto con
las m elindrosidades que se les dicen en clase a este respecto.
La «m am á querida», Dios sabe que estas palabras, en ciertas
fam ilias, son to talm en te inadecuadas (porque la m adre está
enferm a, o es depresiva, o se h a m archado, o ha abandonado el
hogar, o h a m u erto o... qué sé yo): qué hacen todos estos po­
b res niños con este día de las M adres que no consigue m ás
que enclavar el problem a, m ie n tra s que con esta ocasión, p re­
cisam ente, y p rep arán d o la, p o d ría tra ta rse de la ñesta del p ro ­
pio niño, de su deseo de h a b e r nacido de la unión sexual de
sus p adres, que ha tenido u n sentido y que siem pre ten d rá uno,
el sentido de su deseo de vivir que lo liga a dos estirpes a tra ­
vés de quienes le concibieron. C iertos niños dicen en clase:
«Pues yo, tengo tres papás. —Es cierto —puede contestar la
m aestra— , algunos tienen tres papás, pero cada uno de noso­
tro s tiene n ad a m ás que u n p ad re de nacim iento y una m adre
de nacim iento. Uno puede te n e r tre in ta y seis papás, que son
los com pañeros de m am á; ellos pueden cam biar, pero cada uno
de n o sotros tiene u n solo p adre, aquel que dio el germ en de
vida a n u e stra m adre, la que nos llevó en su seno varios m eses
antes de que naciéram os. Todos nosotros hem os sido conce­
bidos p o r n u estro p ad re y n u e stra m adre en su unión sexual.
Algunos p ad res se q uieren m ucho tiem po o toda la vida, otros
se sep aran o se divorcian, pero esto no cam bia su parentesco
con su hijo».
E sta debería ser la enseñanza de la escuela, si su objetivo
es la educación. A todos los niños se les podría decir la verdad.
Todos los niños, hoy en día, oyen h ab lar p o r la radio, p o r la
televisión, de las leyes relativas al aborto. Oyen a sus m adres
h ab lar de la píldora, de m étodos anticonceptivos. ¿Por qué nq
pueden p lan tea r estas p reg u n tas? ¿Y p o r qué no les iban a
resp o n d er la m aestra o el m aestro? Con toda naturalidad, como
debería hacérselo en fam ilia. Y con ello, el vocabulario del pa­
rentesco em pezaría a co b rar sentido. ¿Qué es una m adre, qué
es un p ad re? ¿Qué es un tío, u n a tía, un abuelo, una abuela?
¿Cómo llegar a explicarlo si el niño no es inform ado de la ge-
n itu d y de la unión sexual que hace que sus antepasados sean
los pad res de sus abuelos, sus abuelos los padres de sus padres,
y él el p u n to focal del en cu en tro e n tre dos linajes que, a través
de él, tal vez se continuarán?
La rep resen tación tipo de un árbol genealógico en la escue­

146
la sería sin du d a u n a de las tareas m ás in teresan tes, e in v ita ría
a cada un o a tra b a ja r en ella ju n to con su p adre, con su m a­
dre, con sus h erm anos y h erm an as m ayores, si los tiene, con
sus abuelos. B ien que se d a a los niños h o rren d as p lanchas con­
ten ien d o dib u jo s que deben colorear. ¿P or qué, en los grados
p rim ario s, no darles el esquem a de u n árbol genealógico? Quie­
nes p ro ced en de fam ilias de diferentes regiones, o au n de dife­
re n te s países, p o n d rían m uchísim o interés en oír a sus p ad res
h ab larles, y al m aestro h ab lar con ellos, de las co stu m b res dife­
ren tes de sus abuelos y colaterales parentales, según su s regio­
nes de origen. Si p erten ecen a etnias diferentes, y con la inm i­
gración los hay cada vez m ás en las escuelas francesas, h acer­
les to m a r conciencia del origen de sus fam ilias, observando el
m ap a y h ab lan d o de las costum bres, hábitos, del clim a, de las
fam ilias de las que proceden; fam ilias quizá diferentes, del lado
de su p ad re y del de su m adre, cuando éstos se h an conocido
en F rancia: todo esto, a m i entender, es ta re a de la escuela,
desde que sabem os, gracias al psicoanálisis, que la m anera en
que el adulto creíble responde a las preguntas del niño, explí­
cita m en te m anifestadas entre los tres y los cinco años, d eter­
m ina la apertura o no de una inteligencia humana, quiero decir
de una inteligencia ligada a la ley social. Antes, la inteligencia
del niño está al servicio de la astucia, p o r desconocer la Ley
vigente p a ra todos.
C uando no h a obtenido resp u esta a las p reguntas sobre su
vida, sobre su genitud, el niño deja de preg u n tar, al m enos en
el ám b ito de la fam ilia. Cuando llega a la escuela, se las debe
p ro m o v er de nuevo, a ñn de in struirlo, responderle y h acer
de él no u n cachorro anónim o de la especie hum ana sino un
su jeto a quien se restituye la responsabilidad de su h isto ria
y de su deseo, al m ism o tiem po que se reconoce su deseo en
sus m iras m asculinas y fem eninas lejanas, «cuando yo sea gran ­
de», con las leyes de este deseo en las sociedades h u m an as y
p a rtic u la rm e n te en aquella de la que el niño form a p a rte . .
Si hago m ención al papel de la escuela en la inform ación y
educación sobre la genitud y la sexualidad de los niños, es p o r­
que cada vez e n tra n estos m ás tem pranam ente en la vida so­
cial, p rim ero en el ja rd ín de infancia y luego en la escuela, y en
estos ám bitos puede se r paliado todo lo que no se h a hecho
en la fam ilia. Ahora bien, vem os llegar a unos pobres pequeñí-
tos que ni siquiera saben de quién son hijos, que ni siq u iera
saben de qué m anera, p o r o b ra de quién, p ara quién tienen
sentido su vida y su supervivencia, que no conocen el sentido
de las p alab ras que utilizan: abuelo, abuela, m adre, p ad re, tío,
tía, herm an o , herm ana, etc. Es m isión de la escuela ofrecerles
el sentido del vocabulario, y la educación sexual consiste final-
m en té en explicitar el vocabulario del parentesco. Desde F reud,
sabem os que las psicosis se fo rjan en el curso de los estadios

147
pregenitales, es decir antes de la e n tra d a en la castración pri­
m aria, que es el d escubrim iento de los sexos; y que la respuesta
a la p reg u n ta p or la sexuación de cada niño es una de las más
im po rtan tes p a ra que éste p u ed a am ar, cuidar y resp etar su
cuerpo, am ar su propia vida y hacerse cargo de sí m ismo en
la fam ilia que lo cría, sea o no la propia.
El niño vive cada etapa de su vida según las palabras que le
inform an claram ente acerca de sus difíciles vicisitudes. Por
añadidura, cada etapa se vive según la m anera en que fue vivi­
da y su p erad a la etapa precedente. Los niños de hoy, sobre todo
en las ciudades, reciben tan poca enseñanza de sus padres que
este papel educativo incum be cada vez m ás a los m aestros. Por
o tra p arte, ¿acaso la In stru c ció n pública no ha pasado a ser
Educación nacional?
La castración prim aria, es decir e] descubrim iento de su
sexo p o r el niño y de que sólo a este sexo pertenece y de lo que
ello significa p ara el fu tu ro , puede fallar com pletam ente en
cuanto a sus efectos sim bolígenos a causa de la falta de infor­
m ación, de las reprim endas, que acom pañan las reacciones de
los adultos ante las p reguntas que el niño form ula respecto
de lo que h a observado, oído decir, sentido.
E n la escuela, todas las p reg u n tas de los niños deberían ser
válidas. M uchas escuelas han com prendido esto y ayudan a los
niños a o b serv ar a los seres vivos y a cuidarlos: vida de los
vegetales, crecim iento de los granos, cuidado de anim alitos pe­
queños dejados en clase b ajo su responsabilidad. Todo esto está
muy bien, pero no es una educación para la propia vida del
niño, no es suficiente p a ra enten d erla y conocerla. P ara un ni­
ño, cuando descubre la diferencia sexual y ésta le es explica­
da, lo extrao rd in ario está en que es la p rim era noticia que tiene
de una ley que no depende de sus padres ni de los adultos, de
una ley que es un hecho n a tu ra l y que, a algunos, les trastoca
su m undo. E sto produce u n efecto sim bolígeno de valorización
de su persona, pero tam bién puede ten er efectos contradicto­
rios. E n tal caso, es im p o rtan te que la escuela sea capaz de
ayudar al niño a re m o n ta r la desventaja que lo afirm ado en la
familia, o los valores inculcados p o r ésta, im ponen a su sexo.'
En ocasiones este m ism o niño, varón o m ujer, q uerría pertene­
cer al otro sexo p o r razones que él conoce y que podría ex­
presar, y que no le m olesta en u n c ia r cuando alguien está dis­
puesto a escucharlo. C uanto m ás reflexiono sobre el problem a
de la prevención de las psicosis en niños de dos años que p re­
sentan todavía un com portam iento sano, y de las neurosis en
aquellos que com ienzan a te n e r dificultades a p a rtir de la edad
escolar, m ás m e digo que lo que no se encuentra a punto es el
papel in fo rm ad o r y educativo de la escuela en lo que respecta
a las preg u n tas referen tes al cuerpo y al sexo de los niños,
ahora que éstos frecuentan la sociedad tan tem pranam ente, aho­

148
ra que las fam ilias son cada vez m enos num erosas y que los
niños tien en tan poco tiem po p ara h ab lar con sus padres.
P or lo dem ás, todo lo que oyen y ven en los m edios de com u­
nicación, en la televisión, se sum a a la confusión de lo que sien­
ten: im pulsos pasionales que inducen a conductas crim inales,
relaciones am orosas exhibicionistas. Todo esto, que incum be
a las relaciones de sus padres y a su propia existencia, sum a
im ágenes a las p reguntas que los niños se plantean. La escuela
debe cam biar, la escuela debe responder con un vocabulario
preciso a todas las preguntas del niño, en p artic u la r: «¿Por qué
aquel niño lleva el apellido de soltera de su m adre, o el de su
p ad re g en ito r que no es el m ism o que el de su m adre o el de
su h erm ano, o el de un am ante de su m adre, casado después con
ésta y que lo ha reconocido pero que no es su padre?». Todo
esto d eb ería ser aclarado en la escuela, ya que es en la escuela
donde todo esto se le aparece. Cuando pasan lista, ¡cuántos ni­
ños escuchan p o r p rim era vez un apellido que ignoraban y que
sin em bargo es el inscrito en el R egistro civil! 23

Com p l e jo de e d ip o
Y CASTRACION GENITAL EDIPICA
(P R O H IB IC IO N DEL IN C E ST O )

El período que sucede al m om ento en que los niños han des­


cu b ierto su p ertenencia a un sexo es aquel en el cual ingresan
en lo que el psicoanálisis denom ina com plejo de Edipo.24 Desde
que el niño tiene conocim iento de esta definitiva p erten en cia
a un solo sexo, la im agen de su cuerpo cam bia p a ra él; esta
im agen ya no es inconsciente, sino que es conscientem ente
aquella que debe, en la realidad, ponerse en concordancia con
un cuerpo que m ás tard e será el de una m u je r o el de un hom ­
bre. En cuanto al sujeto, y al deseo que éste tiene en lo que

23. El deseo de saber m ás acerca de su origen por resp u esta verbal


verídica de los resp on sab les actuales de su su pervivencia (su s padres
tu telares), es signo de la inteligencia de un niño. Burlarse de e ste deseo,
su straerse a responder, prohibir este cu estion am ien to por incon gru en te,
o engañar al niño co n testán d ole en térm inos del fu n cion am ien to fisioló­
gico de una m adre parturien ta, es atontar al hom bre o m ujer en devenir
que hay en el niño que pregunta sobre su vida, cuyo secreto —p ien sa él—
los ad u ltos poseen. Lo que hay que expresarle a un niño que p regu n ta a
la m adre, el padre o a un adulto cualquiera sobre su origen, es el deseo
de alianza carnal entre un hom bre y una m ujer, sus genitores, e stu v iesen
d isp u estos o no a asu m ir su consecuencia, la vida de un n u evo ser
hum ano con ceb id o por su unión sexual. Lo que las palabras del adu lto
deben significar es la triangular alianza de los d eseos de padre, m adre
y niño —m ujer o varón—, revelando así al hijo su parte propia de deseo:
a ser conceb id o, desp ués a nacer, y desde entonces a sobrevivir.
24. V éase el cap ítu lo sob re el com p lejo de Edipo en Au j eu d u désir,
op. cit.

149
respecta a dicho fu tu ro , es u n deseo de identificación al ser que
m ás am a en ese m om ento de su vida. Y p o r eso es tan im por­
tante, a causa de su función —ejercida o no— de iniciador en
la Ley, como espero h a b e r dem ostrado am pliam ente, que el
niño haya obtenido resp u esta en lo que atañe al papel que le
cupo a su p ad re en su concepción y después en su nacim iento:
rol de acuerdo con la n atu raleza en la unión sexual, según la
Ley en el reconocim iento del niño ante el R egistro civil, y papel
afectivo en la tom a a cargo del niño. El padre le ha dado o 110
su apellido, ha ayudado o no a la m adre a criarlo. El niño pue­
de o no co n tar con él com o guía, como ayuda para hacerse
hom bre o m u jer adulto.
Si su genitor falta, o tro hom bre, com pañero de su m adre,
puede servirle de p ad re tu te la r. A p a rtir de la en trad a en el
E dipo se desarrolla en el niño una visión de sí en el m undo
donde su vida im aginaria está dom inada p o r su relación actual
con los dos progenitores, en cuanto ligada al proyecto —que
él acaricia— de su porvenir adulto, según su sexo, seductor y
exitoso. El Edipo puede re su ltar, o bien sanam ente conflictivo,
o bien patológicam ente conflictivo a causa de la derelicción de
p erten ecer al sexo que tiene. E sto puede suceder cuando la
m adre no ha podido o querido decir la verdad sobre la filiación
del niño, m u jer o varón. Pero tam bién puede o cu rrir si a causa
de continuos dram as en tre los padres el niño se ve obligado a
su frir por su m adre debido a la actitu d del padre, a juzgar
m al a su padre, o a la inversa. Se dirá: ¿qué se puede cam biar
de la vida de un niño que tiene la desgracia de hallarse entre
una p areja desavenida, de ser criado p o r un hom bre o una
m u jer solteros, o de que sus padres estén divorciados, etc.?
Hay m ucho que hacer, poniendo p alab ras ju stas sobre la si­
tuación de hecho, y ayudando al niño a decir lo que él cree
culpable oír, a decir lo que cree culpable pensar; porque un
niño piensa siem pre cosas positivas sobre su padre y su m adre,
incluso si piensa cosas negativas, incluso si tiene p ruebas visi­
bles de su desinteligencia y sufre p o r la actitud educativa, a ve­
ces terrib le de soportar, de ciertos padres. Los hijos siem pre
en cuentran cómo disculparlos. Lo im portante, puesto que el
niño vive, es sostenerlo, ayudarlo a hacerse cargo de sí m ism o
y a h ab lar sin vergüenza de lo que sucede. No es cómodo ni
agradable. Sus padres le causan problem as; pero p ara poder
seguir desarrollándose acorde con el orden de su genitud, debe
ser sostenido, esforzándose p o r confiar en él como su hijo o
hija. Es lo que yo llam o en psicoanálisis «sostener el narcisis­
mo de este niño», su narcisism o p rim ario, el gusto p o r la vida,
y su narcisism o secundario, el interés p o r sí mismo, como al­
guien que va-deviene adulto en el sexo al que pertenece: bien
sea tom ando como m odelos a las personas que conoce, bien sa­
biendo que, aun con m odelos que él no q uerría im itar, hay en

150
él un deseo que busca un m odelo p ara hacerse adulto del sexo
que es el suyo.
Supongam os que el niño cuente con condiciones suficientes
de entendim iento de la p a re ja parental como p ara p ro seg u ir
su evolución. En este m om ento hay una diferencia en tre la
niña y el varón. El varón quiere identificarse con su p adre, como
tam bién la niña. Cada uno quiere actu ar com o los dos padres.
Pero el varón, que p o r obra de su intuición viril tiene la inicia­
tiva sexual, decide que quiere casarse con m am á. T am bién la
niña, en el m om ento en que va a e n tra r en el Edipo, dice q u erer
casarse con su m adre. Lo que sucede es que todavía cree que
la m ad re p roduce digestivam ente a los hijos y que, si se hace
am ar p o r su m adre, ésta le dará, en todo o en p arte, lo que
su m arid o le h a dado a ella m ism a, es decir, con qué ten er
hijos; p o rq u e p ara ella, en sus fantasm as, la concepción y el
p arto son cosas exclusivam ente fem eninas y tienen aún algo de
mágico. Con qué hacer un bebé anal, esto es lo que ella q u erría
recib ir del adulto am ado, hom bre o m ujer. Papá, si está en
la casa, de todas m aneras sería y seguiría siendo el papá, de
ella m ism a y de sus hijos. El varón está m ucho m ás d irecta­
m en te en el Edipo. Si estim a a su p ad re y si siente que su
m ad re estim a a su padre, está orgulloso de él, quiere parecérse-
le, busca identificarse totalm ente con él y, natu ralm en te, go­
zar de las p rerro gativas de que su padre d isfru ta con su m a­
dre en la intim idad. Es aquí cuando el padre puede y debe dar
a su hijo lo que llamamos, en psicoanálisis, la castración; de­
clararle: «Siem pre será im posible que un hijo am e a su m adre
com o o tro h om bre la ama. No porque tú eres pequeño y yo
grande, sino p orque tú eres su hijo, y un hijo y su m adre jam ás
pueden vivir la unión sexual y engendrar niños».

E l varón

¿Qué im agen del cuerpo está en juego para el niño que en tra
en el E dipo? H ablem os del varón. Las pulsiones genitales acti­
vas, que com o hem os visto se arraigan en lo u re tra l, siguen
siendo pulsiones parciales penianas, de sentido centrífugo en
dirección al objeto del deseo. Se tra ta de las pulsiones que el
varón trasp o n e sobre los objetos parciales que re p resen tan , a
su vez, im ágenes parciales de su cuerpo, el sexo peniano en
p artic u la r, que él desplaza sobre todos los in stru m en to s p ercu ­
tientes, las arm as destinadas al ataque, a la agresión p e n e tra n ­
te, en juegos balísticos, en acciones sádicas, de reventam iento,
o rien tad as a las niñas y supuestam ente para m atarlas. Proyecta
él aquí, hay que decirlo, bien sea su deseo de lanzar un líquido
m o rtífero (los excrem entos son aprehendidos com o m alos, p u es­
to que el cuerpo los rechaza), bien sea su deseo de lanzar algo

151
con lo que h acer bebés, cuando ya sabe que esto va a suceder
alguna vez en la vida, p o rq u e lo dicen los adultos o com pa­
ñeros de escuela m ás grandes. E sta alternativa no tiene nada
de contradictorio. Los niños que juegan a m a ta r pretenden
ro tu n d am en te que acto seguido el m uerto resucite. Es decir
«lo hacen p o r decir», «en brom a»; * las pulsiones, en fantasm as,
. no son «realidad».25 Y encim a, oye h ab lar del nacim iento de un
bebé: ¿de dónde vino? ¿Y la m u erte? E lla toca a personas del
entorno del niño. ¿Adonde vam os? Cuando el niño está en
pleno período edípico, la vida y la m u erte son la cuestión m ás
im p o rtan te. R enunciará entonces a sus juegos agresivos penia-
nos, al m enos a los que no están reglam entados en juegos casi
sociales. Y ello gracias a la prohibición del incesto, que debe
ser pro n u n ciad a tanto en relación con los herm anos como con
las herm anas, es decir, tan to hom osexual como heterosexual.
Los varones trasp onen la agresión peniana de tipo centrífugo,
inconsciente o preconscientem ente deseada, sobre la actividad
m anual, la actividad intelectual, la actividad de todo su cuerpo,
lúdica e in dustriosa. P or la p alab ra del p ad re y su ejem plo de
respeto a las m ujeres, a su m u je r y a sus hijas, el varón capta
la diferencia en tre su deseo u re tro a n a l de adueñarse del cuer­
po del otro, de palm earlo agresivam ente p ara sentirse viril (algo
sem ejante al celo de los anim ales), y el hecho de d ar un día
la vida, llegada la elección del am or asociado al deseo; con el
sentido de la responsabilidad que com prom ete a los am antes
en tre sí y después a los genitores, aquellos que han traído al
m undo un niño y que se com prom eten, uno y otro, a educarlo
h asta su m ayoría de edad. Cuando esto es dicho por el padre
a su hijo, se trata de la iniciación del hijo para la vida humana.
La castración edípica es eso. «Te prohíbo tu madre, porque es
mi m ujer y te ha traído al m undo. Las dos cosas son importan­
tes. Tus hermanas te están prohibidas sexualmente igual que tu
madre. P or mi p arte, no m e he casado ni con mi m adre, tu
abuela p atern a, ni con tus tías, que son mis herm anas; tu m a­
dre no se ha casado ni con su padre, tu abuelo m aterno, ni
con sus herm anos, etc.» 26
De este m odo el niño o irá lo que va a introducirlo en el
orden de la hum anización genital. Aquí la escuela tam bién ten­
dría que desem peñar un papel, hablando de la diferencia entre
la pulsión genital hum ana, ligada al am or y el celo fecundador
de los anim ales, que obedece a u n in stin to ciego de acoplam ien­
to en tre m acho y hem bra, sin am or, sin sentido de la respon­
sabilidad y del com prom iso, aunque ciertos anim ales observen

* «Pour de dire», «pour de rire», en el original. [R.]


25. N o son «de veras».
26. Es im p ortan tísim o decir y repetir esto al h ijo de m adre soltera,
cuyo patron ím ico pu ed e parecer, por com paración con el de los dem ás
niñ os, el de su padre.

152
un tiem po de em parejam iento para el sustento p atern o y m a­
terno de las crías, h asta que sepan p rocurarse solas su alim ento.
Carencia del padre, inepto para dar la castración. Si el padre,
o alguien, no imparte esta educación en el dominio ciel deseo
prohibiendo el incesto, el varón puede seguir lóela su vida con
la idea de una elección exclusivamente narcisística clel objeto
elegido, que tal vez no sea su hermana o su madre pero que
estará destinado exclusivamente a sus placeres parciales geni­
tales: o bjeto elegido eventualm ente para ser m antenido bajo
su dependencia p o r intim idación y violencia. La sum isión del
p ad re a la ley de respeto, de no agresión a su cónyuge, que es
la m ad re del niño, despierta al varón al hecho de que la vida
relacional de los adultos no es de tipo u re tro an al com o él su­
ponía p artien d o de su m anera de sentir y según su n arcisism o
infantil, sino de o tro tipo que aquella que a su edad le apetece.
De ahí el papel p e rtu rb a d o r de un padre violento, o de la au ­
sencia to tal de padre. Los que son agresivos, los que en la fam i­
lia son odiosos p a ra convivir, o se em borrachan, los que cuan­
do vuelven a casa pegan a su m ujer, los que son irresponsables
y no h ab lan con sus hijos, ninguno de estos los form an con
vistas a su desarrollo afectivo. Asimismo, hom bres que no p ro ­
cu ran ninguna alegría a su fam ilia sino a quienes sus hijos
ven poseyendo violentam ente a la m adre, son patógenos, p o r­
que de cu alq u ier form a el hijo joven los adm ira. Son m achos
que le parecen de una potencia fantástica, y que p a ra él son
m odelos anim ales m ucho m ás que hum anos. Padres así, con
la sum isa com plicidad de su esposa, dan a sus hijos el ejem plo
m ism o de com portam ientos m asculinos irresponsables. Su con­
d u cta «viril» aparece ante los niños, cuando son pequeños, como
m ágico, podem os decir: narcisista, oral, anal, fascinante. Es lo
que hallam os en los ogros de los cuentos, en los m o n stru o s de
los m itos. La reivindicación de dom inación, y h asta de desp re­
cio del varón p o r la n iñ a ,27 que p ara él form a m ás o m enos
p arte, m om entáneam ente, de su desarrollo norm al desde la cas­
tració n p rim aria h asta el final del Edipo, es dada en estos ca­
sos p o r el ejem plo de la conducta del padre respecto de la
m adre.
Si el p ad re continúa siendo el único que hace la ley en la
casa, d en tro del registro de sus pulsiones orales, anales y u re ­
trales, satisfechas en el etilism o o en el com portam iento p a ra ­
noico, el hecho de que el niño vea a este hom bre am o abso­
luto de u na m u jer am edrentada y haciéndole bebés a cada
paso, confirm a, al varón que lleva el apellido de este hom bre,
que si el h om bre es ciudadano valioso en la sociedad es gracias

27. Los niñ os del otro sexo tam bién hacen alarde de esta dom inación
y este desprecio; al m enos algo m uy frecuente entre herm anos y herm a­
nas (form a de subrayar la represión de las pu lsiones in cestu o sa s que son
corrien tes).

153
a las pulsiones u retroanales. G rande es entonces la sensibiliza­
ción del chico a la hom osexualidad: bien sea a la hom osexua­
lidad pasiva, p or identificación a la m adre a veces depresiva
pero valiosa, porque es la única p ro tec to ra de los niños ante el
padre; bien sea hom osexualidad activa, e stru c tu rad a en la rela­
ción con el padre, cuyo ejem plo lo incita a pensar que hacerse
hom bre, en el verdadero sentido del térm ino, es eso. Así se
fabrican hom bres de com portam iento paranoico, violadores de
m ujeres y de norm as tan p ro n to com o su deseo impulsivo e
indom inable resu lta m ínim am ente contrariado. Son adultos que,
en su infancia, no han planteado nunca com pletam ente el Edi-
po, o que nunca han recibido castración de su padre. Han sido
sólo individuos m asculinos, no del todo hum anizados, guiados
p or sus pulsiones m ás que dom inándolas a ellas, habladores,
pendencieros, hacedores de la ley, la suya, a m enudo inteligen­
tes, lógicos, y —el niño lo ve a las claras en el café— apreciados
p or sus amigos. De hecho, en sociedad, son modelos de vida
afectiva hom osexual; y en casa, en su relación con su m ujer,
anim ales siem pre en celo. Es evidente que las m ujeres forzadas
a ac ep tar una situación sem ejan te tam bién han nacido en fami­
lias que en su juv entud las a b ru m a ro n con situaciones difíciles.
En estos casos es im p o rtan tísim o el papel que pueden cum plir
los adultos del entorno, los adultos de la escuela, los m édicos
que conocen a los niños: no separarlos de su m edio fam iliar pero
hacerles co m p ren d er la falta educativa que dio origen a las
dificultades de su padre. No lo am arán m enos p o r ello, pero
será m enos nocivo com o m odelo de identificación. Además,
cuando los niños eran pequeños, tales padres han estado, con
frecuencia, perd id am ente enam orados de su m ujer, pero tanto
en su condición de hijos com o en la de am antes; son hom bres
cuyo E dipo ha tran sc u rrid o m uy m al, y que, muy a m enudo, lo
reviven en los celos que los agobian respecto del afecto y el in­
terés que su m u jer dirige a sus hijos, y m ás especialm ente a los
hijos varones. Un m édico conocedor del psicoanálisis y al co­
rrie n te de lo que es una vida fam iliar com o ésta, puede d ar muy
bien él m ism o la prohibición del incesto al varón y decirle que
tiene que d ejar de m im ar a su m adre, que ni siquiera debe ha­
cerlo p ara consolarla cuando la ve desdichada con su padre: él
ya es grande, debe tra b a ja r en la escuela, re sp etar a su padre y
a su m adre y d ejar de co m p o rtarse com o u n amigo exclusivo de
m am á. Su p adre no siem pre fue com o él lo ve en casa y, por
o tra parte, la m adre puede decirlo al m édico en presencia del
niño. El p adre ha caído en este estado a m enudo por razones de
depresión, de cansancio, de las dificultades de la vida m aterial.
Todo esto ayuda m ucho al niño a relativizar los dram as de que
es testigo; y, de una m anera diferente, ayuda a los dos padres a
través de su hijo. Cuando un varón ha alcanzado un nivel edí-
pico im posible a causa de un p ad re patógeno, el trab a jo con­

154
siste en hacerle en tender que aprenderá m ejo r en clase, que
triu n fa rá m ejor, si deja el hogar fam iliar y pide él m ism o ingre­
sar en un internado, si ello es económ icam ente posible; y, si
no lo es, con la ayuda de la sociedad. Pero la petición ha de
p ro v en ir del niño. No porque la situación sea difícil se debe,
salvo excepción, sep a rar al niño de su familia. Hay que e sp e rar
a que el propio niño lo pida. Es en el seno de la fam ilia donde
ha de resolverse el Edipo.

La nina

H ablem os ah ora del Edipo de la niña, del que decía que al


principio es tan to hom osexual como heterosexual, pu esto que
la chiquilla e n tra en la vida genital con la finalidad de sedu­
cir a alguien que la haga m adre igual que su m adre. P a ra ella,
que se rem ite al falo, los hom bres tienen pene y las m ujeres
tienen niños, está claro. Su deseo de identificación a su m adre
conduce a la niña, si la p a re ja parental se entiende, a desear
disp o n er de las preiTogativas que el padre reconoce a la m a­
dre. Pero la niña sólo puede en tra r en el Edipo a condición
de que in ten te tran sg re d ir la prohibición del incesto, haciendo
caer a su p ad re en la tram p a de su seducción. La niña no tiene
las pulsiones activas centrífugas penianas del varón. Con rela­
ción al falo, sus pulsiones son centrípetas. Ella atrae hacia sí.
Acecha el o b jeto que p ara ella representa la potencia y que
quiere to m a r p ara sí m ism a. En fantasm as, la tran sg resió n de la
prohibición del incesto p o r su padre o un herm ano da valor
a su p erso n a y a su filiación. Ser tom ada, ser p en e trad a como
m am á lo es p o r papá, y h asta som etida p o r la fuerza a esta
po tencia seductora, esto es lo que explica sus sueños de p e r­
secución, ra p to y violación p o r un señor cuya cara no ve pero
que tiene tales características de su papá o de uno de sus h er­
m anos. E n la realidad, lo que desea es gustar.
E ste deseo la lleva a d esarro llar cualidades fem eninas que
puede u tilizar p ara el éxito social: ap ren d er sus lecciones, h a­
cer bien sus deberes, p o rtarse bien, o b ten er buenas notas y
d e m o stra r cualidades fem eninas en el hogar, con las· cosas do­
m ésticas, con la vajilla, en todas las actividades que ve que
hacen los adultos, tan to la m adre como el padre, en las que
ella se ap licará p a ra g u star a am bos y, de ser posible, p a ra gus­
ta r m ás al padre, a fin de que éste la considere tan valiosa
com o su m u je r y, por qué no, m ás valiosa aún. De aquí re su lta
que la a c titu d «perversa» de las niñas es m ás m anifiesta y visi­
ble que la de los varones, en el Edipo. Las niñas son «perver­
sas» en el sentido de seductoras, p ara desviar al otro de la ley
luego que ésta les h a sido significada. Por eso es im p o rtan te
que esta ley sea claram ente significada. «Si lo com plazco real-

155
m ente, si soy m ás valiosa que m am á, él verá que soy yo quien
m ejor lo com prende, que su m ejo r esposa sería yo»; a lo cual
se añade el hecho de que esta expresión de deseos hacia el pa­
dre tom a a m enudo un cariz em bustero, artero, calum niador,
m ás o m enos ostentoso respecto de la m adre. Por ejem plo,
cuando el p adre llega a casa: «Oh, m ira, m am á ha salido, no
sé donde está, no sé si volverá p a ra la cena». O tras chiquillas
fantasean h asta la m itom anía h ab e r gustado a hom bres que se
han p erm itid o intim idades sexuales a su respecto, fantasm as
que nunca verbalizan ante su m adre: están destinados a des­
p e rta r los celos del padre, p ara que él haga o tro tanto con ellas,
o tro tan to si no m ás que esos supuestos hom bres que ellas
dicen h ab er logrado seducir. En sum a, las actitudes perversas
de la niña son m ucho m ás verbalizadas que las actitudes p er­
versas del varón, que son m ucho m ás vividas sin ser verbali­
zadas. Ya se sabe, las niñas tienen la lengua m uy larga, y su
astucia al servicio de su fin (o «ham bre»,* siem pre m ás o m enos
oral en su genitalidad).
Esto se debe a que las niñas han descubierto que su poder
de seducción reside en su aceptación de no tener el pene y en
su deseo de que otro se lo dé: no para tener el pene, sino para
ser dueñas ** de quien lo tiene y p uede así satisfacerlas. ¿Qué
blanco m ejo r que su padre, o el am an te de la m adre, aquel que
satisface a su m adre? ¿Cómo d iscrim in ar en tre estos fantasm as
contados p o r las chiquillas, y la realidad? E n los periódicos
leemos continuam ente h isto rias de seducción sexual y recibi­
mos m uchas en las consultas. ¿Cómo d iscern ir lo verdadero de
lo falso? Es muy sim ple. Hay u n a enorm e diferencia entre la
m anera en que habla, con detalles realistas, una chiquilla que
ha sido verd ad eram ente objeto de un seductor, y la que mito-
maniza. Por desgracia, estos fantasm as engañosos p ara los adul­
tos im plican en ocasiones secuelas sociales traum áticas para
todos; y todos los psicoanalistas h an tenido que tra ta r m ujeres
cuyos fantasm as edípicos verbalizados habían prom ovido la
credibilidad del entorno, y tra sto rn a d o y estropeado su vida.
0 , p o r el contrario, niñas que, som etidas p o r obra de su im­
p rudencia sed uctora a los asaltos de hom bres fam iliares o para-
fam iliares, no han podido h a b la r de ello a tiem po, porque se
sentían a la vez culpables y orgullosas de d esp e rtar la atención
de un adulto. Una vez m ás, pienso que sería m u y importante el
papel de la escuela en cuanto a dar a los niños la ley de la pro­
hibición de relaciones sexuales entre adultos y niños, a fin de
que puedan d istin g u ir en tre sus fantasm as y la realidad y de
que, si el niño se ve som etido realm ente a una situación tan

* Fin, fin, y faim, ham bre, son h o m ó fo n o s, [T.]


** «M aîtresse»: en francés, tanto «dueña» com o «am ante». La autora
se refiere a ello en la n ota 28 de este cap ítu lo. [R .]

156
p e rtu rb a d o ra pai~a él, sepa decir al adulto: «Es que está p ro ­
hibido»; en general, carecen de palabras p ara esquivar los avan­
ces de los perversos, porque nunca se les ha hablado de ellos
antes de una experiencia que los encuentra com pletam ente de­
sarm ados.
El decir de la prohibición del incesto saca al varón del E di­
po y, al contrario, introduce en él a la niña, sobreexcitando su
lenguaje y las sublim aciones orales y anales del decir y del h a ­
cer que le p erm iten tran sg red ir la prohibición o m ás b ien con­
seguir que la tran sg red a el adulto. Su coquetería su scita el
apreciado don de pequeños objetos, anillos, pendientes, collares,
d estinados a b rillar, a a tra e r la atención de los h om bres sobre
su apariencia, y a que las otras niñas la envidien. E l p ad re
y los varones siguen teniendo p ara ella un valor p red o m in an te
y quiere gustarles. Tam bién ella, mucho, m ás que los varones,
queda atra íd a p o r el espejo en el cual m ide la seducción de su
apariencia. En realidad, el narcisism o de las niñas resp ecto de
la fem ineidad que tienen que m o stra r se vive m ucho m ás en
superficie que el de los varones, cuya vivencia del E dipo es
m ucho m ás pro funda, tanto en las em ociones que experim en­
tan respecto de su m adre como en la rivalidad que sienten
respecto de su p adre, al que am an. La actividad fálica de la
niña, com o expresión activa y espectacular utilizable donde sea,
en casa, en la escuela, es enorm e; así se explica el fácil éxito
de las niñas d u ra n te el período edípico, y después d u ra n te el
de latencia, tras la resolución del Edipo, sobre todo si conser­
van la esperanza de gustar, con sus actividades fálicas, tan to
a las m u jeres como a los hom bres. La prohibición del incesto
d esp ierta en la niña sublim aciones de las pulsiones pregenita-
les, m ien tras que en el varón provoca sobre todo el d e sp e rta r
reforzado de pulsiones epistem ofñicas. Lo que p ara él está en
juego es la cuestión del saber, que se puede oír y esc rib ir com o
«eso-ver».* El quiere com prender cómo está hecho el m undo,
cóm o devenir jefe, quiere conocer las leyes que regulan los
derechos en tre los hum anos; m ientras que, p ara la niña, se
tra ta de «eso-ser», de «parecer»,** de gustar, de c o n q u istar todo
cu an to se pueda p a ra ser valiosa ante las instancias m aestra s.
M aledicencia y calum nia son entonces arm as contra las o tras
niñas, en sociedad.

Varón o mujer, el niño se fragiliza en el m om e nto de la re­


solución sana del Edipo, porque, haga lo que haga,’ al v aró n no
le es posible seducir a la m adre ni a la niña al p ad re, pues
estos dos adultos tienen sus deseos ocupados p o r o b jeto s se­
xuales que están en o tra parte, el cónyuge o una p erso n a ajena

* Savoi r, saber, y ca-voir, eso-ver, son hom ófon os. [T.]


** «Ça-être», «paraître», en el original. [R .]

157
al hogar, la querida de p a p á ,28 com o dicen los niños que oyen
a sus m adres quejarse de ella a sus am igas. No por ello ha
dism inuido la necesidad que aún tiene el niño de la protección
de sus padres, en todo caso de la protección de adultos que
lo sostengan; tiene necesidad de tu tela educadora para las di­
ficultades que van a surgir ante él en la sociedad. La prohibi­
ción de su deseo genital en fam ilia lo catap u lta a un deseo de
ju g ar con los niños de su edad; hacia am istades auxiliares con
seres hum anos de su sexo, m arcados p o r la m ism a dura prue­
ba que él en relación con sus padres. E n tre los hum anos del
otro sexo, ansia co n q u istar objetos de los que, enam orado, es­
tará orgulloso de o b ten er fam iliaridades sensuales y sexuales,
y si es posible un am or com partido; pero entonces chocará con
la rivalidad de los de su m ism o sexo p o r el m ism o objeto. El
desplazam iento social del E dipo m atiza la vida social de los
niños, en p a rtic u la r en la escuela, aunque se encuentren en
fase de latencia en cuanto a la preocupación sexual genital
como tal. Las preocupaciones afectivas sexuadas y la búsqueda
narcisista de placeres p arciales no ceden jam ás.
Muchos niños han vivido mal su Edipo o su salida del Edipo
por falta de una castración, quiero decir cuando queda sin ver-
balizar la prohibición de la realización del deseo sexual en fa­
milia, la cual libera el deseo p a ra su realización fuera del m edio
fam iliar. Por falta de ocasiones frecuentes de estar con otros
niños, cuando en los días festivos los padres los retienen con­
sigo, p ro cu ran ten er anim ales dom ésticos, tanto p ara am arlos
como p ara colocarlos b ajo su dependencia. Gatos, perros, ani­
m ales de com pañía, h am sters, e incluso tam bién, ahora, caba­
llos que gustan m ucho a los niños cuando son m ansos. Por
o tra parte, esto no significa que tales niños, con el tiem po, no
irán a «salir del aprieto» y resolver su Edipo; pero esto ocurri­
rá m ás adelante, p o rq u e los anim ales son como sus objetos
transicionales de antaño, que los enlazaban im aginariam ente a
su m adre-pecho. E stos anim ales a los que gustan m im ar, acari­
ciar, y cuyo afecto se granjean, sobre los que m andan o por
los que se hacen tem er, son p a ra ellos objetos transicionales
de su relación sensual difusa con los padres previa a la reso­
lución del Edipo: antes de h ab e rse dado cuenta de que con los
padres am ados no había esperanza del lado del porvenir fe­
cundo y del deseo genital. E ste apego a los anim ales puede,
adem ás, convertirse en m eta de sublim aciones que, m ás tarde,

28. H ay m uchas eq u ivocacion es im agin arias, sobre todo en las niñas,


en lo que concierne a la palabra «am ante» [ maî t r e s s e] , cuando su s m a­
dres la em plean en su p resen cia refiriéndose a su rival en el corazón de
su s esp osos. En efecto, el térm in o «m a î t r e s s e » ha suplantado al de «¿;¡s-
t i t ut ri ce » en el vocabulario escolar. [ Maî t re sse es, asim ism o, «maestra».
Pero el térm ino trad icion alm en te em p lead o en Francia para designar a
la «m aestra» era i nstitutrice. T.]

158
se co n tin u arán en una vocación ligada al m undo anim al. No
quiero decir que toda buena relación con los anim ales sea p ara
los seres hum anos el signo de una im agen del cuerpo no salida
de la relación edípica. Pero sí, si esto sucede cuando se tra ta
de anim ales a los que el am or de su am o aísla de sus congéne­
res, p o r la necesidad narcisista del niño de co n tar con u n con­
fidente afectivo y m udo.
Después del Edipo, en el período de latencia, el papel de
los adultos, padres, educadores, radicalm ente diferente del de los
am igos y com pañeros, sigue siendo muy im p o rtan te p a ra los ni­
ños en las situaciones de fracaso, de con traried ad es narci-
sísticas, de difíciles trances en sus am istades y am ores. Cuan­
do el niño se siente afligido, la m anera de reaccionar de los
adultos puede ayudarlo o culpabilizarlo. El niño es sensible a
la escucha d iscreta de la presencia casta, sensible del adulto
que, sin reproches ni discursos m oralistas, lo escucha. G anar
confianza en sí m ism o, incluso en y p o r sus fracasos, es posible
p ara el niño cuando sus padres son atentos y com pasivos, y
sobre todo seguros de sí m ism os. Un padre que dice a su hijo:
«Lo conseguirás, p orque eres mi hijo y el hijo de tu m adre, y
p o rq u e som os buenas personas, por lo tanto tú tam bién eres
una b u en a persona, aunque en este m om ento p ara ti sea difí­
cil», no es un p ad re que «serm onea» [« faire la morale·»'] sino
un p ad re que sostiene el ánim o [«sou ten ir le m oral »]: y el
niño tiene necesidad de esto tan to como de ser felicitado sin­
ceram ente. Lo m ism o p ara la niña que se m ortifica y se queja
an te su m adre: «Los chicos no me quieren, soy fea, nunca en­
co n tra ré m arido. —Sí, cariño —responde una m adre com pasi­
va—, en co n trarás u n excelente m arido porque eres una excelente
hija. Tu p ad re es estupendo y tenem os u n a hija estupenda. P or
el m om ento has fracasado, pero la próxim a vez te irá bien, p o r­
que eres una excelente m uchacha». Y acto seguido le expone
las ca rtas de triu n fo con que ella cuenta en el juego de la vida.
Sólo p o r el reconocim iento de los padres de sus propios valo­
res y, al m ism o tiem po, p o r el am or y la confianza que le de­
m u estran , el niño se siente valorizado y sostenido p a ra supe­
ra r sus fracasos con confianza en sí m ism o, ligada precisam en­
te al hecho de ser el hijo de estos m ism os padres.
Esta confianza, este afecto y este interés casto, podem os de­
cir, de los padres hacia su hijo, son irremplazables después ciel
Edipo. P orque el afecto de sus padres es de toda necesidad
p ara el niño en el m om ento m ismo en que, sabiendo que la
in tim id ad sexual y sensual con ellos está prohibida p a ra siem ­
pre, cree que ya no tiene ningún valor a sus ojos, que ya no
lo am an y que incluso lo rechazan. El discurso m oralizador,
tan to com o las intim idades de una te rn u ra consoladora, serán
nocivos a co rto o largo plazo, porque el niño debe d esp ren d er­
se cada vez m ás de la dependencia parental. El difícil papel

159
de los adultos es c o n trib u ir a este progreso lib erad o r p o r me­
diación de su auténtico afecto.

L a A PO RTACION N A R CISISTA DE LA CASTRACION EDIPICA


COM O LIBERADORA DE LA LIBIDO

¿Qué es, tras el Edipo, del narcisism o, y p o r tanto de la


ética y de la relación del sujeto con su cuerpo? ¿Qué ocurre
con la im agen del cuerpo inconsciente?
P ara in dicar a las claras los efectos narcisísticos propios
del choque del deseo con la ley de prohibición del incesto, es
decir, cuando es aceptada la castració n genital edípica, se deno­
m ina narcisism o secundario al nivel de relación consigo m ism o
que el su jeto alcanza en el m om ento en que ha franqueado
esta etap a estru c tu ra n te de la ú ltim a de las castraciones. E sta
ú ltim a castración es iniciadora en la vida social. Es procurada
p o r los pad res cuando pueden y saben hacerlo, sostenidos como
están, en esta difícil pru eb a, tan to p ara ellos como para su
hijo, p o r su Ideal del Yo p aren tal y su am or casto por sus hijos.
Es indudable que los pad res que en su niñez han recibido
en el m om ento apropiado la castración edípica p o r p arte de
sus propios p adres, es decir, los abuelos del niño, tienen m u­
cha m ás facilidad que otros p a ra asu m ir este trab a jo educa­
tivo. Por eso es im p o rtan te el papel, en sociedad, de los educa­
dores y m aestro s com o auxiliares de los padres, p ara sostener
al niño en su superación de los modos preedípicos y edipicos
de razonamiento y afectividad. E specialm ente para iniciar y sos­
ten er al niño cuyos padres, m al castrad o s edípicam ente, viven
am biguam ente su relación de am o r con su hijo: relación que
puede ser fílica o fóbica (caricias o golpes), sentida p o r el niño
como incestuosa a causa del in terés que sus padres dirigen a
su cuerpo y de las em ociones que ello le procura. Exam inem os
nuevam ente toda la evolución de este narcisism o desde la in­
fancia.
1. El narcisism o p rim o rd ial está ligado a la asunción de he­
cho, p o r el recién nacido, de la castración um bilical. A saber,
que haya podido zafarse del riesgo del nacim iento descubrien­
do su autonom ía re sp ira to ria y cardiovascular, acom pañada pol­
la olfacción y p o r el p eristaltism o del tubo digestivo en su to ta­
lidad.
2. El narcisism o p rim ario resulta, p o r su parte, de la expe­
riencia del espejo que revela al niño su rostro. E sta experien­
cia del espejo es concom itante o viene ad ju n ta al conocim iento
de su cuerpo como sexuado, m asculino o fem enino, y ello de
una m an era definitiva, creando la distinción entre lo posible y
lo im posible no dependientes de la voluntad de los padres.
3. Lo que la prohibición del incesto agrega, prohibición que

160
es fu en te de u n narcisism o diferente que hem os llam ado se­
cundario, es el im pedim ento, p ara las pulsiones sexuales en
sociedad, de p e rsistir sin una ley hum anizada: de re su lta r, p o r
así decirlo, anim ales y com o instintivas (el «¡No lo hice a p ro ­
pósito!» del niño). E n lo sucesivo, el niño deberá co n tro la r sus
deseos y h acer la diferencia en tre el p en sa r y el actuar. A prende
a a c tu a r en n om bre propio, lo cual constituye su id en tid ad de
su jeto en el grupo social. Su responsabilidad queda com prom e­
tid a en sus conductas. Se siente obligado a ella p o r sí m ism o,
a riesgo de p e rd e r las apariencias a sus propios ojos si no es
am o de su deseo y si actúa p o r efecto de im pulsos que lo aco­
m eten sin que com prenda sus m otivaciones.
A p a r tir del m om ento de la castración edípica, el niño debe
sab er conscientemente, en la realidad, que su deseo, en lo que
tiene de genital —com o el de todos los seres hum anos, ad u lto s
y niños, sin distinción de raza ni edad—, así como el placer
de la in tim id ad cuerpo a cuerpo sexual y de fecundidad con los
p arien tes cercanos, le están vedados definitivam ente y p a ra
siem pre. Debe re n u n ciar a sus prim eros objetos h etero sex u a­
les y hom osexuales, padre, m adre, abuelos, herm anos, h e rm a ­
nas, que son objetos incestuosos, como ellos m ism os renuncian
tam b ién a la realización de sus fantasm as sensuales a su res­
pecto. Ahora bien, preciso es saber, y todo niño lo siente, que
lo que le ha sostenido no es sino un fin incestuoso, durante
todo el tiempo de su promoción humanizadora. Después de su
nacim iento, sus deseos y m otivaciones estaban focalizados p o r
la m ad re, el p ad re y los parientes cercanos. Pero ah o ra desem ­
boca en tan grande angustia de ra p to y de violación evisceran-
te, o de castración y asesinato, según su sexo, según la dom i­
n an te pasiva o activa de sus pulsiones, según su ideal tam b ién
y los placeres sensuales esperados de la receptividad o de la
em isividad, los de la violencia de sus propias pulsiones, que,
p a ra sobrevivir, debe ren u n ciar a la erótica y a la ética inces­
tu o sa de su narcisism o prim ario. En efecto, lo que h a sta en­
tonces caracterizaba la dinám ica del deseo de los niños que
m ezclan fan tasm a y realidad, era el ser sostenidos sin saberlo
p o r su deseo incestuoso, dirigiéndose, sin saberlo, hacia la ex­
clusividad del deseo genital del p adre del sexo opuesto, sin
re n u n c ia r p o r ello ni a su narcisism o fundam ental de sujetos
ni a su destino fu tu ro de fecundidad com o individuos.
Cuando, sin p ercatarse los padres, las pulsiones eróticas in­
cendiarias del niño obtienen satisfacción en un cuerpo a cuer­
po que él se ingenia en conservar, ya sea con caricias o acos­
tán d o se en su cam a, situación tan p ertu rb ad o ra eró ticam en te
com o los castigos corporales que él los fuerza a aplicarle, el
niño co rre el riesgo de una regresión y de no m a n te n e r la
cohesión e n tre la im agen del cuerpo y el esquem a co rp o ral co­
rrespondiente a su edad, esa cohesión que le perm ite a la vez

161
seguir siendo sujeto de su h isto ria y co n q u istar su status de
hum ano. E ste statu s de hum ano, las crías de hom bres lo con­
q u istan a sem ejanza de sus p ad res. P ero no com prenden que la
única sem ejanza hum anizadora es la aceptación de las leyes
que rigen el ejercicio de las pulsiones en el ac tu a r entre hum a­
nos. Creen que esta sem ejanza hum anizadora consiste en im i­
tar, m im ctizar las m aneras de los adultos, como si los adultos
in terp re tara n un papel que ellos m ism os tienen que reproducir
p o r su cuenta. ¿P rocederá esto de las tram pas del lenguaje ver­
bal p o r lo que tiene de estereotipado, abarcand o todos los roles,
y de la de los gestos de la civilidad?
Las palab ras pronunciadas por los adultos son las m ism as
que las utilizadas p o r los niños, pero, siendo diferente su ex­
periencia, no significan una vivencia de idéntico nivel. Sólo a
través de la im agen del cuerpo que subyace bajo las verbaliza-
ciones del niño (y que él nos p ro c u ra en los dibujos hechos en
sesión, y sobre todo en los com entarios que form ula a su res­
pecto) es posible co m p ren d er este fenóm eno de am bigüedades
y m alentendidos en tre niños y a d u lto s .29 Hay m illares de ejem ­
plos. Citemos sólo uno: «am ar» p ara un niño en la edad oral,
es poner en la boca com o se hace con el alim ento; después, a
p a rtir del destete, «am ar» se significa no por el canibalism o
o la m ordedura, sino p o r su m ím ica, el beso. Bien educado, el
beso del niño se im pone el hacerse silencioso, y el niño, utili­
zarlo ritu ah n e n te en fam ilia. En cuanto a los besos llam ados
de nodrizas, aplicados ru id o sam en te sobre las m ejillas o las
nalgas del chiquillo, ¿quién osa p en sa r que son, para ellas y
ellos, u na alusión a los goces del canibalism o al propio tiem po
que del flato que preludia a la defecación? O tro ejem plo: me
acuerdo de u na reunión m u n d an a en que, tras hab er ido los
niños a salu d ar a los invitados, dos de ellos intercam biaron sus
reflexiones: «Pues oye, la señora que llam an la generala, ¡cómo
m oja cuando besa!». Con toda n atu ralid ad , esta señora les ha­
bía dado un beso m ojado a causa de su dentadura. Pero un
p ad re ho rro rizad o reaccionó: «¡Callaos, no sabéis lo que estáis
diciendo!». ¡Malicia de las palabras! *
E n su lucha p o r conservar a su m anera la sem ejanza con
el adulto, p o r co n q u istar su statu s hum ano, el neurótico repri­
me las pulsiones no castradas de los diferentes estadios, sin
poder ni actuarlas ni fantasmatizarlas, hasta aplastar con ellas
el deseo mismo. Ello constituye, a la vez, su sufrim iento y su
dignidad.
Aquí reside también la diferencia con los psicóticos, cuyo

29. U n niño de ocho años que lo ignoraba, inform ado p or su m adre


sobre la form a en que hab ía nacido, reaccion ó horrorizado: «Nacer no
es decente, ¡se ias ve todas desnudas!» (sic).
* Baiser, besar, se em plea vulgarm en te para denom inar el acto sexual
genital. [T.]

162
narcisismo ya no sufre de la pérdida de una semejanza h um an a
concerniente al placer de actuar sus pulsiones. Para él ya no
juega la distinción entre fantasmatizar y pensar, fantasm atizar
y actuar en la realidad.
Si p o r narcisism o, al producirse las diversas castraciones el
niño ren u n cia a las m aneras prim eras de goce p ara satisfac er
sus pulsiones, ello tam bién se debe a que los hum anos ad u lto s
son p a ra él, cuando es pequeño, una im agen de él m ism o valio­
so; digo bien: los adultos de am bos sexos, antes de la c a stra ­
ción p rim aria; después, el adulto m odelo de u n solo sexo. Cuan­
do el niño se en cuentra en la castración edípica, la im agen de
lo que él creía te n e r que devenir para afirm ar su identidad,
deja de ser la sem ejanza y ahora es una to tal identificación al
p ad re de su sexo, tom ando su lugar, poderes y prerrogativas.
A dvierte entonces que, h asta ahí, se había engañado. A lo que
tiene que identificarse es a la identificación de la sum isión del
progenitor a la Ley, y no a la imagen del progenitor ni a su
modo afectivo de presentarse ante los otros y ante él m ismo.
Es de o tro sujeto, castrado como él en relación con sus
deseos incestuosos, de quien el sujeto niño debe re cib ir el re ­
conocim iento an ticípatorio del valor erótico —a sus ojos m o­
m en tán eam en te eclipsado— de su cuerpo, de su sexo, de su
persona, de su dignidad de hom bre o de m u jer en devenir: p o r­
que, haga lo que haga, no puede cum plir sus deseos, h a s ta en­
tonces incestuosos y p ara él inseparables del hecho de a m a r a
sus p ad res o de ser am ado p o r ellos. Ya no sabe, ya no com ­
p ren d e lo que es el placer de am ar y de ser am ado.
Ahora bien, la castración edípica sob revien e en la vida de
los 7tiños en el m om en to de la caída de los dientes de leche.
Cuando se m iran en el espejo se juzgan desastrosos, y m uy
a m enudo se les dice: «¡Oh, qué feo estás así !» .30
•La caída de dientes en los sueños de adultos es u n a form a
im aginaria com ún de la angustia de castración. La caída de los
d ientes, esos dientes m ediadores de las pulsiones orales activas
y sádicas, ha signado en el esquem a corporal la aceptación

30. E s n ecesario que alguien, ajeno a la fam ilia, le asegu re que su


rostro y su persona siguen sien d o capaces de despertar am or y deseo.
N o ser co m o su m adre para una niña, o com o su padre para un varón,
n o llegar a tener una apariencia sem ejan te a la de ellos, confiere al niño
su statu s de su jeto y le asegura que se convertirá en el hom b re o la
m u jer que sd n acim ien to presagiaba. E s im portante exp licárselo bien
(tam b ién esto sería m isión de la escuela); porque b asta en to n ces, los
niñ os viven con la ilu soria esperanza de ser en el futu ro una c o p ia exacta
de su m od elo, y esta esperanza ellos la han volcad o en su r o stro de niño
o en su s condu ctas, siem pre valid ados por el placer o el d isp lacer que
su scitab an en su s padres. Ahora es cuando se les puede revelar el se n ­
tid o a v eces con trad ictorio que im plica el honrar a sus pad res y am ar­
los o ser am ados por ellos, cuando am ar no tien e sin o el se n tid o de
«gustar» [«faire pl aisir»] a quienes uno am a. Sin la integración de la
p roh ib ición del in cesto, «gustar» es am biguo y pu ed e resultar perverso.

163
edípica, la m utación del narcisism o p rim ario en narcisism o se­
cundario. Antes del Edipo, la regulación de la economía libidi­
nal inconsciente podía ser d esc rita com o una hom eostasis entre
el Ello, el Yo y el Yo ideal, p reserv ad a p o r un pre-Superyó;
esta econom ía se m odifica, p o rq u e el Yo ya no tiene Yo Ideal:
un Ideal del Yo, que no está rep resen tad o p o r una persona
existente, ha ocupado el lugar del fin a alcanzar que daba sos­
tén a las m otivaciones conscientes e inconscientes del deseo. Si
su persona continúa existiendo, creciendo, ya no es p o r u n pre-
Superyó em p arentado con la en tid ad tu te la r que velaba por
co n tro lar los actos del niño y de la que él dependía. Ahora, es
un Superyó articulado sobre los fantasm as que el niño m ism o
se creó en el m om ento de su deseo im posible hacia el objeto
incestuoso, fantasm as castrad o res o m ortíferos p ara el varón
(«¡la bolsa o la vida!»), fan tasm as de hom bres rap to res de su
cuerpo o de violación evisceradora de su sexo p ara la niña, vio­
lación que puede ten er p o r ejec u to ra a una m u jer cóm plice de
un hom bre. E ste Superyó, h ered ero inconsciente a la vez del
pre-Superyó y de los fan tasm as provocados p o r la prohibición
del incesto, tiene el efecto dinam izador de im pulsar al niño
a salir del círculo estrech am en te fam iliar p a ra conquistar en
la realidad social objetos lícitos, o m ás bien no prohibidos a su
deseo am oroso y sensual de connotación genital. Que este deseo
no sólo no está prohibido, sino que es lícito y válido si no se
aplica a la persecución de o b jeto s incestuosos, he aquí lo que se
debe verbalizar a los niños.
A estas conquistas que los valorizan frente a los varones y
chicas de su edad se ap licarán los años de latencia en los niños
que han recibido la castración. La adolescencia, con el em puje
fisiológico de la p u b erta d , relanza el deseo en sus m anifestacio­
nes a nivel de los genitales y de los afectos de am or p o r obje­
tos deseables. E sto confirm a, reforzándolo, el narcisism o secun­
dario que incita al m uchacho o a la jovencita a valorizarse en
sociedad: a la vez p a ra re fo rza r su propia im agen y p ara con­
q u istar el derecho de u n en cuentro cuerpo a cuerpo con el
objeto de am or, triu n fan d o sobre los rivales. E ste fantasm a
de salir exitoso en cualquier eventualidad de relación am orosa
y sexual no incestuosa sostiene el narcisism o secundario del
su jeto a p a rtir de la fase de latencia y m ás aún después de la
pu b ertad .
Así pues, es la barra bien puesta por el padre y la madre so­
bre el deseo de su hijo o hija com o incestuoso lo que libera las
energías libidinales del niño para su vida fuera de la familia.
E sta prohibición, a la que ellos declaran e sta r som etidos tanto
como el niño, a un tiem po ennoblece al niño y lo coloca en el
m ism o nivel que todos los ciudadanos. Le perm ite el libre jue­
go de sus pulsiones en sociedad, a p a r tir del m om ento en que
se expresa d en tro de las reglas. Desde este m om ento los juegos,

164
con sus reglam entos, pasan a ser im portantísim os; y tam bién
la aceptación de que el juego es m ucho m ás divertido si no se
hace tram p a, aunque a veces no ganar sea terrib le m e n te duro,
cuando resu lta que bien la suerte, bien la destreza, h acen que
el que gana sea el otro. E sto se m anifestará aun de o tra m a­
nera. El placer se dirige hacia el esfuerzo, el trab ajo , el ap ren ­
dizaje de todo lo que perm ite entender el m undo, las personas,
las leyes n atu rales, las leyes del com ercio entre los hom bres,
y todo lo que valoriza al niño entre los de su m ism a edad, que
ah o ra son pai’a él m ucho m ás im portantes que papá, m am á,
h erm an o s y h erm anas. Aquí es im portante que papá-m am á so­
p o rten el h a b e r p erd id o m ucha de su im portancia p ara su hijo.
Si qu ieren en señ ar a su hijo el respeto que éste les debe, sólo
lo conseguirán dándole el ejem plo de re sp etar su persona. Su
hijo, en cu alq u ier caso, no les «debe» nada. El (o ella) —una
vez convertidos en p ad re o m adre— h arán a sus hijos lo que
sus p ad res hayan hecho p o r él (o p o r ella).
Si, en cam bio, los padres reivindican, en el período de la-
ten cia y m ás aún en la adolescencia, una deuda de am o r y clé
reconocim iento, hay p e rju rio p ara su hijo; y, por los efectos
a largo plazo de esta culpabilidad, perjuicio p ara sus nietos.
C iertos p ad res p ervertidores hablan sin cesar de los sacrificios
que h a b ría n hecho p o r sus hijos: estos «sacrificios» son inhe­
ren tes, en realidad, a su responsabilidad de padres, y no gene­
ra n p o r tan to ninguna deuda de sus hijos a su respecto.
El período de latencia com prende prim eram ente u n a laten-
cia fisiológica. El volum en de las zonas genitales, pro p o rcio n al­
m en te ta n im p o rtan te en el recién nacido, como lo es la cabeza
en relación con el cuerpo, sigue siendo el m ism o p ara el cuerpo
de u n a n iñ a o varón de ocho o nueve años. El em puje puberal,
acom pañado p o r el rápido desarrollo de los órganos genitales
y de los caracteres secundarios de la sexualidad, tra e nueva­
m en te a lo im aginario las representaciones del deseo conocidas
en el m om ento de la inm inente castración edípica: com o si él
y la adolescente tu vieran que revivir en unos pocos días o se­
m anas las etapas significantes de su evolución desde la infancia
h asta el Edipo.
. Las ap titu d es tecnológicas y culturales, adquiridas d u ra n te
el p eríodo de latencia p ara el placer narcisista y tam bién, en
ocasiones, p a ra triu n fa r sobre un o una rival, se re e stru c tu ra n
y se o rien tan hacia lo que llam an vocación. Es el deseo de
m eta m ás lejan a de consagrar sus fuerzas o de arm a rse p a ra
d esem p eñ ar u n papel en la sociedad. «Salir» es la p a la b ra m á­
gica de los adolescentes.
D esearían asu m ir sus necesidades y vivir fuera del h o g ar fa­
m iliar, no sólo p a ra e sta r disponibles y ser libres de fre c u e n ta r
am igos de su sexo y del otro sin vigilancia, sino tam bién p a ra
to m ar p a rte en la vida cívica y social. El valor del tra b a jo con­

165
tin ú a siendo estim ado según el p lacer con él obtenido, sea cual
fuere el esfuerzo que exige; p ero el dinero que labores y esfuer­
zos, incluso displacientes, p erm iten ad q u irir p a ra fines inm edia­
tos de liberación de la tu te la p aren tal, tam bién em pieza a con­
tar; es el trab a jo alim entario, com o se dice. Ello explica el que
las dificultades económ icas actuales en nu estro s países de im ­
p o rtan te desem pleo re su lten dram áticas p ara los jóvenes, y m u­
chos regresan p o r ello a u n narcisism o pregenital. La im posi­
bilidad lícita de escapar a los pad res ganando dinero con el
propio tra b a jo socava el sentido de la vida inherente a las pul­
siones genitales, y contradice las pulsiones anales del h acer que
valorizarían al adolescente e n tre los de su edad si en contrara
trab ajo . E sto explica en gran p a rte la pequeña delincuencia
juvenil que parece generalizarse, y trad u ce las difíciles circuns­
tancias que atrav iesa n u e stra juventud. ¿Cómo disponer de di­
nero p a ra vivir bajo un techo personalizado y poder llevar a él
al objeto deseado, vivir de a dos, en pareja, si no es posible
tra b a ja r? ¿Cómo o b ten er el placer necesario p ara conservar el
propio narcisism o si sólo están autorizados los ^deseos pasivos
—de paciente espera—, cuando no hay trab ajo ? El deseo pasivo
no h o n ra al varón que q uiere co n q u istar a una jovencita, y tien­
de a privilegiar la m era ap arien cia atra ctiv a en ésta. Los deseos
pasivos articulados con las pulsiones pregenitales, por ejem plo
el erotism o olfativo, son el pegam ento, el éter y, m ás cara, la
cocaína; el erotism o oral es beber, la droga; el erotism o anal,
la im aginación falsam ente creativa en vacío, y m uchos son los
jóvenes sum idos en estas regresiones pasivas.
Felizm ente, hay aún posibilidad de u tilizar pulsiones activas,
socializadas: la m úsica, el baile, el am or y el descubrim iento
de la naturaleza, los deportes; pero esto tam bién cuesta dinero,
y de ahí la enorm e dificultad actual, incluso para jóvenes que
h an pasado las horcas caudinas de las diversas castraciones y
que h an sido hum anizados p o r la educación, pero que al llegar
a la adolescencia se en cu en tran sin intereses culturales ni esco­
lares y, jóvenes adultos ya, viven en m edio de una dificultad
social que no les p erm ite asu m ir su propia subsistencia ni su
desarrollo sexual, con el sentido que les daría form ar pareja,
aun p arejas tran sito rias. Ahora bien, la regresión de las pulsio­
nes activas anales, con la angustia de la desesperanza, conduce
a la violencia.

166
3. PATOLOGIA DE LAS IMAGENES DEL CUERPO
Y CLINICA ANALITICA

P r im e r o s r ie sg o s de a l t e r a c ió n de la im a g e n del cuerpo

Podem os p a r tir de lo que aquí equivale a u n a su erte de ley


general. Un ser h um ano que no p resen ta anom alías neurom uscu-
lares o neurovegetativas, puede haberse encontrado con la im ­
po sibilidad de e s tru c tu ra r su p rim era im agen del cuerpo e in­
cluso de so sten er su narcisism o fundam ental. B asta con que
haya padecido ru p tu ra s dañinas del lazo precoz con su m adre,
sea en el curso de la vida fetal sim biótica, sea en el de su vida
de lactan te, período en que el equilibrio de la diada m adre-
hijo es esencial p a ra su devenir hum ano.

D urante el em barazo

P arecería extraño que puedan producirse tales ru p tu ra s en


el curso de u n em barazo que ha sido fisiológicam ente sano y
que h a estad o b ajo el control del m édico. No o bstante, esto
es lo que en ocasiones se p re sen ta del lado de las prem isas a r­
caicas de las estru c tu ras de niños o adultos paranoicos. Por
ejem plo, puede p ro d u cirse en un bebé d u ra n te cuya gestación
la m ad re h a p erdido a un ser querido, si este choque le h a
hecho olvidar, d u ra n te algunos días, su em barazo: de este ol­
vido, que sólo ella recuerda, es m uy posible que u lterio rm en te
se en cu en tre u n a m arca en reacciones paranoicas del niño. E sta
observación no h a sido posible sino en el curso de ciertas curas
p sicoanalíticas y sin duda no es posible generalizarla. Debe com ­
p re n d erse que lo que afecta el vínculo sim bólico vital al que

167
me refiero no es u n a hostilid ad consciente de la m adre contra
el feto, consistente en que ella no q u erría ten er el niño o en
que dicho feto la p arasita ria. Tam poco se tra ta de los clásicos
vóm itos incoercibles; porque estas actitudes de cuerpo incóm odo
o de conciencia afectiva incóm oda d u ra n te el em barazo, estas
m anifestaciones y estos afectos, p o r negativos que puedan pa­
recem os, no dejan de p ro b a r que el lazo sim bólico libidinal
m adre-feto no sólo no h a sido olvidado por el consciente de la
m adre sino que se m antiene en su inconsciente y moviliza has­
ta en su afectividad consciente sentim ientos destinados al n iñ o .1
La su sten tació n de este vínculo inconsciente de deseo entre
el feto y su genitora, y viceversa, es lo que perm ite al niño vivir
sanam ente su vida fetal. Ya no es lo m ism o si, como he indica­
do, la m adre olvida que está encinta. E n efecto, este olvido es
im posible en cu alquier m u je r en gestación, y ello h asta cuan­
do duerm e. P ara toda m u jer, sem ejan te olvido parece an tin a­
tural. En realidad, se tra ta de un poderoso traum atism o psí­
quico en la gestante que h a sacudido h asta el sentido de su
vida; quizás incluso, p a ra h ab e r tenido efecto sobre el feto,
como observam os en algunos, le h a hecho tam bién olvidar su
p ro p ia existencia, e incluso a su m arido o am ante. De estos
trau m atism o s psíquicos en el curso de la gestación —a veces
to talm en te olvidados p o r m ad res que han traído al m undo ni­
ños psicóticos de nacim iento— hay algunos que sólo se m ues­
tra n con ocasión de un tra b a jo psicoanalítico. Son casos indu­
dablem ente excepcionales; al m enos, es ra ro que el feto no
m uera p or ab o rto o p o r las com plicaciones de un nacim iento
p rem atu ro .

En el parto

Algo sem é jan te se produce en los niños cuya m adre sufre


una h em orragia al d ar a luz. E ste peligro am enaza a los niños
que nacen sin cesárea con p lacen ta proevia} y que sobreviven.
E stán como en ru p tu ra del vínculo sim bólico con su m adre, y
ella de su vínculo sim bólico con ellos, du ran te las horas en
que la m adre se halla en peligro de m uerte y el propio niño
en reanim ación. La ru p tu ra del vínculo con la m adre se expe­
rim en ta con p o sterioridad. Si sus dificultades psicosociales lleva
a estos niños a la cura psicoanalítica, se descubre que viven
com o si h u b ieran m uerto al nacer. La cohesión sujeto-im agen
del cuerpo-esquem a co rp o ral no h a podido constituirse, porque,
p ara ellos, ir hacia la vida era c o rre r el riesgo de m orir. Algo
1. N o olvid em os que, n egativos o p o sitiv o s, los afectos, en el sentido
libidinal, son vivos, y por ta n to op erativos, dinám icos.
2. Se trata de una p lacen ta im p lan tad a a nivel del istm o y del cuello
del útero, región que en el p arto se tien e que dilatar.

168
se quebró en el vínculo sim bólico de la m adre cón su recién
nacido, debido a que en el m om ento del nacim iento la alegría
dio paso a la angustia de una m u erte inm inente. A este «blanco
relacional» de la genitora con su bebé, que a veces llega h asta
la ignorancia de su sexo antes de caer ella en estado de com a,
suelen añadirse, p rocedentes del am ante de la m ujer, del ge­
n ito r del niño, fantasm as m ortíferos p ara con este recién n a­
cido que h a causado u n peligro m ortal a su m adre.
Si la m ad re m uere finalm ente de las secuelas del d ra m á­
tico p arto , tra s m an ten e r algún tiem po intim idad con su bebé,
ello puede te n e r el efecto de vedar al niño su estru c tu ració n en
un narcisism o p rim o rd ial cohesivo. Estos dos choques sucesi­
vos p ara el niño —p a rto de alto riesgo y luego m u erte de su
m adre— provocan la ru p tu ra del p rim er vínculo hum anizador,
que h asta m ucho tiem po después no encuen tra la m an era de
desplazarse y luego de reco n stitu irse con las o tras personas
de la fam ilia; sobre todo si u n a de ellas es la que tom a el
relevo de la m ad re fallecida. E n efecto, en este caso suele ocu­
r r ir que el duelo fam iliar culpabiliza al niño de h ab e r m atado
a su m adre. Desde luego, la persona en cuestión no se lo dice;
pero su m an era de e sta r con el niño, de considerarlo y de m ira r­
lo, las am argas p alab ras que rodean su cuna, crean u n clim a
depresivo que el recién nacido percibe, dada su extrem a sensi­
bilid ad a todos los afectos que le conciernen. Es como u n ase­
sino y un incestuoso a la vez: violador, pues, inconsciente, de
los dos grandes tabúes de la hum anidad, que todo niño tiene
que co n stru ir después del destete y de la castración anal (que
es, recordém oslo, la deam bulación autónom a).
P ara el lactan te cuya m adre, que lo am am antaba y se ocu­
paba de él, m uere precozm ente a causa de un accidente, lo
que sucede es que la m adre se lleva, como si siguiese engancha­
do a ella, ese pecho que, p o r la concepción que un niño puede
ten er de él, h a p a rtid o con ella. Y al m ism o tiem po que este
pecho se lleva, a espaldas de todos, si desaparece sin p o d er
v erbalizar ella m ism a al niño que lo confía a o tra persona, la
boca relacional y de lenguaje del bebé, algo de su nariz, de
sus labios, de sus bronquios, de su lengua, de su audición, de
su olfato, im aginariam ente solidarios de aquel pecho desapa­
recido con la m adre: su voz, su olor, su tactilidad vital. La
m u erte precoz de una m am á que se ocupaba to talm e n te de su
hijo suprim e el lugar del vínculo en el cuerpo del niño, que h a­
cía la m ediación del niño con el lenguaje y con la existencia
h u m an a que este único adulto le procuraba. Sigue existiendo
com o m am ífero, pero ha perdido lo que, hum anam ente, de m a­
n era única, lo anim aba: su m adre. Lo que com e en él es «eso»;
p ero las m am adas ya no son reencuentro del placer conocido
y reconocido, él-ella, ella-él. El narcisism o de este lactante, niña
o varón, queda p rofundam ente herido, fisurado, podríam os de­

169
cir, y m uy fragilizado p a ra el futuro. Hay aquí dos niveles de
heridas:
1. Una h erid a en la relación del sujeto con su cuerpo propio,
debido a que la im agen del cuerpo es am putada de u n a zona
erógena que se h a m archado con la m adre, y que era el olfato,
la deglución del bebé. E sta im agen del cuerpo puede serle de­
vuelta si se le tra e nuevam ente, p o r así decirlo, m aterial o sutil­
m ente, el olor de su m ad re conservado en sus ropas. Lo que
reco b ra vida entonces es su cuerpo. Es su im agen de base, de
cuerpo propio; es la im agen de funcionam iento, la posibilidad
de succión; m ien tras que, sin el olor de la m adre, el niño ya no
sabía, p o r ejem plo, m a m a r ni tragar.
2. La o tra herida, el tra u m a m ás profundo, es la pérdida de
la relación in terp síq u ica que existía ya, a veces de gran inten­
sidad, en tre el lactan te y su m adre. E sta h erida no puede ser
re p ara d a o m ás bien su p erad a sino m ediante palabras verda­
deras, pronunciadas p o r alguien que el niño conoce como de
acuerdo con su m adre y con su p adre, y que le habla de la
difícil p ru eb a que h an vivido am bos, él y su m adre. E ste tra b a ­
jo psicoanalítico con lactan tes precozm ente separados de su
m adre, p or las razones que fueran, m uerte, enferm edad o aban­
dono, dem u estran que, m ás allá del hiato de la im agen funcio­
nal erógena, hay un hiato de la relación de sujeto a sujeto.
Sólo la p alab ra puede restablecer, de m anera sim bólica, la co­
hesión in tern a del niño; pero si se quiere ayudar al niño a su­
p erar la pru eb a, no se le puede a h o rra r el dolor. Los niños,
bebés, lactantes, com prenden las palabras, es asom broso, no
sabem os cómo, cuando son dichas p a ra com unicarles una ver­
dad que les concierne; p alab ras que re la tan lo que se conoce
de los hechos, sin juicio de valor.
Cuando el bebé sobrevive a esta inm inente m uerte sim bólica
que le h a am enazado en sus zonas erógenas y h asta en su ser
de deseo de com unicación, la consecuencia residual m ínim a de
estos acontecim ientos trau m á tico s y m utiladores es el retraso
y los defectos de lenguaje, los tropiezos de la lengua con el
p alad a r que im posibilitan todo o p a rte de la pronunciación de
los fonem as. Hay entonces gritos que son expulsiones continuas
de sonidos; o, p o r el contrario, ausencia to tal de sonorización,
p o r m u erte sim bólica de la laringe como lugar de placer activo
p o r las m odulaciones de com unicación .3
3. E sta m uerte sim b ólica parcial, clasificable sin duda com o síntom a
h istérico precoz, no debe ser con fu n d id a con las pu lsiones de m uerte
del individuo, porque el lactan te todavía no está individuado, y por tanto
el su jeto —presen te desd e la con cep ción — no puede haber investido su
cuerpo p ropio de su d eseo un ificado. Su cuerpo es parte con stituyente
de una diada m adre-hijo. Lo cual se asem eja, en este caso particular, a
las p u lsion es de m uerte del su jeto d esean te que él es; perdiendo el uso
de la laringe, el lactan te salva la in d ivid u ación futura del bebé. E s com o
si este lugar de la com u n icación son ora con su m adre se hubiera mar-

170
E l p e r io d o oral
ANTES DE LA EDAD DE LA M A R C H A
Y DE LA PALABRA
EL DESTETE, SUS FRACASOS

Una enseñanza de valor general que puede d esp ren d erse de


estos estudios de traum atizados precoces es que siem pre se
tra ta de secuelas de efectos nocivos de un destete no efectua­
do. No ha habido destete, es decir, separación del contacto cuer­
po con cuerpo h asta allí constante para todas las com idas: se­
p aració n experim entada com o dolorosa por una y o tra p arte,
y significada, seguida p o r el reto rn o de la m adre que haçe ca­
riños y verbaliza el destete, pero que ya no da de m am ar. No
ha existido ese «trabajo» que es el destete, ha existido sep ara­
ción b ru sc a y, adem ás, sin explicaciones. Asimismo, siem pre
son dificultades relaciónales con la m adre, pero dificultades ne­
gociadas con ella en torno a la adquisición de la m archa y de
la autonom ía, las que ayudan al niño a d esarro llar su n arcisis­
mo individual. En el tran scu rso de este período (llam ado de
castració n anal), pueden producirse traum as. Cuando, p o r ejem ­
plo, la m ad re se aboca, a una educación esfinteriana severa, sin
p e rm itir la m ediación del desplazam iento del placer excrem en­
cial sobre el placer de m anipular todos los objetos no peligro­
sos que estén al alcance del niño. Las castraciones, el nacim ien­
to y la cesu ra um bilical, el destete y la alim entación p o r vías
d istin tas al cuerpo a cuerpo con la m adre, la autonom ía y la
satisfacción de las necesidades de una m anera autónom a cuan­
do el niño adq u iere la respectiva posibilidad m otriz, todo esto
debe m ediatizarse —palabras, pequeños incidentes, com plici­
dades, alegrías y penas—, efectuarse lentam ente y sin b ru s ­
quedad: ni sin ningún conflicto ni sin ninguna palabra. E stas in­
cidencias sin (conflicto, p alabra) provocan graves tra sto rn o s de
no estru c tu ració n en la personalidad del niño.
En el caso extrem o de un destete cum plido por abandono o
m u erte de la nodriza-m adre, aquello que puede su b sistir en el
lactan te de su jeto deseante se m anifiesta p or una regresión
del com portam iento, debida a la rem anencia de fantasm as an­
terio res al tra u m a de lo que yo llam aría un d estete salvaje, en
lugar de un d estete hum anizador. El origen arcaico de lo que
ha co n trib u id o a co n stitu ir la im agen prensiva de la boca y de
la lengua, en la com uñicación de deseos tanto como de necesi­
dades, puede así reap arecer de una m anera que hace involu-
cionar las posibilidades del esquem a corporal enlazado h asta
entonces a la im agen del cuerpo inconsciente en com unicación

c h a d o c o n e lla . ¿ S e r á u n d e s p la z a m ie n to d e la s s e c u n d in a s s o b r e la la ­
r in g e , c o m o a lg o q u e h a q u e d a d o d e la p l a c e n t a a l n a c e r , p r i m e r a e t a p a
d e la in d iv id u a c ió n ?

171
con la m adre. La laringe y el cavum pueden p erd er, como acabo
de recordarlo, las ap titu d es de sonorización que el bebé había
adquirido an terio rm ente.
Hay entonces en tra d a en un m utism o psicógeno sin daño
de la audición. Pero tam bién puede tra ta rs e de la aparente p ér­
dida de reconocim iento de las voces fam iliares del entorno del
niño; éste se vuelve no sólo m udo, sino no oyente psicógeno.
Ya no oye las voces hum anas, las palabras, sino únicam ente
los ruidos am bientales. Anula lo que se dice, pero recibe las
referencias que son útiles p a ra su supervivencia suprim iendo
de su atención a los seres hum anos que lo rodean. En cuanto
a la im agen del cuerpo m ás arcaica, la im agen respiratoria, so­
bre la cual se articulan los ritm o s cardiovasculares vegetativos
y la paz del sueño, puede verse a lterad a p o r el sufrim iento afec­
tivo nacido del doloroso m enoscabo del vínculo bebé-m adre.
Cabe explicar la co rrien te patología del m alestar respiratorio
bronquítico y de la obstrucción del cavum visible en esas tran ­
quilizadoras velas que tan to s niños tienen necesidad de con­
servar b ajo la nariz, com o u n a ten tació n de reto rn o a la im a­
gen p ren atal en que esta región, el cavum y las vías respiratorias,
no erotizadas todavía, estaban sum ergidos en el líquido amnió-
tico, que aseguraba la im agen del cuerpo fetal. En cuanto a los
niños llam ados psicóticos, enm udecidos, inestables, am uralla­
dos en la incom unicabilidad o en el sufrim iento psíquico, ra ra ­
m ente tienen alterado su funcionam iento orgánico. El sujeto,
que ha estado en el origen de su encarnación en el m om ento
de su concepción y que ha sobrevivido al m om ento del naci­
m iento, parece ausente. Pero, ¿dónde se encuentra? En cual­
quier caso, no asum e, p o r m ediación de la im agen del cuerpo,
un esquem a corporal que vive a solas, como un espécim en anó­
nim o de la especie. Cuando el sujeto se desolidariza de su
cuerpo, se tra ta de lo que yo, personalm ente, denom ino pulsio­
nes de m u erte del sujeto. Las cuales no han de ser confundidas
con el deseo de d ar m u erte a o tro cuerpo, y ni siquiera al suyo.
Es solam ente como una re tira d a del deseo del sujeto, que tiende
a descansar del trab a jo de vivir con su cuerpo en la realidad;
como si se re d u je ra a un p u n to focal en que los ritm os de
m antenim iento vegetativo del cuerpo se conservan perfectam en­
te, conservando la p eren n id ad del sujeto m om entáneam ente en
«vacaciones» de libido. M uchos de estos niños viven olfateán­
dolo todo y sin h acer nunca n ad a con el objeto olfateado, al
que a veces recogen p a ra seguidam ente dejarlo caer. Olfatean
los cuerpos, los pies de las personas que se acercan. Se diría
que están a la búsqueda obsesiva de un olor: quizás el de las
vías genitales de su m adre, m ad re arcaica; quizás el de su naci­
m iento, que les p erm itiría re en co n tra rse como sujetos de deseo,
de com unicación interpsíquica. A veces, al verbalizárseles la hi­
pótesis que hem os elaborado en cuanto al sentido de su bús­

172
queda, vem os —en u n a m irada intensa que el niño dirige al
fondo de n u estro s propios ojos— que algo verdadero relativo a
su aflicción lo ha despertado por u n in stan te a u n a relación
h um ana, que queda sin continuación.
Tales disociaciones bruscas y duraderas de la im agen del
cuerpo y del sujeto, sin reparación posible, se encuentran fre­
cu en tem en te a raíz de hospitalizaciones precoces y de cam bios
sucesivos de nodrizas antes de la edad de la postura sentada
y de la deam bulación voluntaria, es decir, antes de los cu a tro
m eses, y aun en tre los cu atro y los nueve o diez m eses. El
niño reg resa a un estado en que sus necesidades vitales son
satisfechas p o r u n entorno con el que ya no tiene intercam bios
sutiles, de lenguaje, ni m ím icos ni m otores. Se vuelve au tista.
Sus pulsiones de deseo quedan desprovistas de salida, se sim ­
bolizan terato ló g icam ente en alucinaciones de peligrosas m an­
díbulas en algún pu n to del espacio. ¿Se tra ta rá de su p ro p ia
boca, que él h ab ría perdido y, en form a de vocalizaciones ate­
rra d o ra s, alucinadas, no serán sus propios gritos, lanzados al
espacio, los que p erm anecerían allí fuera del tiem po, de m a­
n era alu cin ato ria? Todo lo cual configura el cuadro de una
sintom atología fóbica m ayor en el niño m u tista y psicótico. El
fan tasm a o la m em oria de su cuerpo llevado en los brazos de
la m ad re desaparecida se m anifiesta como una dem anda, com o
una ten tativ a de com unicación de boca a pecho, no enlazadas
a u n a im agen inconsciente cohesiva, dem anda irreconocible
a p rio ri p o r el observador. E ste sujeto inconsciente ligado
quizá todavía a un pre-Yo m utilado de su m adre, de su «Tú»,
p arece q u ed ar reducido a algo de la im agen erógena y funcio­
nal de la pinza m andibular, como lo es sin duda su balanceo
perp etu o , sin placer y sin gritos. Se tom a a veces de sus p ro ­
pios brazos, antebrazos o m anos, fetiches ahora del pecho
m atern o en su cuerpo, únicos recuerdos garantes de u n a rela­
ción de am am an tam iento asociada al pecho y a los brazos
m atern an tes que significaban el am or. La clínica de los niños
psicóticos tiene que habérselas con estos niños autodevora-
dores, cada vez que experim entan (¿pero dónde?) m ás que de
co stu m b re la m o rd ed u ra de su desam paro, de una im posible
com unicación p erd id a y de u n a a te rra d o ra soledad psíquica
de inválido de todo lenguaje.
Toda fobia corresponde a im ágenes parciales arcaicas que
utilizan pulsiones del su jeto actual que él no conoce p o r suyas,
y que se p royectan en el m undo circundante. E sta sin to m a to ­
logía fóbica precocísim a y defensiva invade de m ás en m ás
to d a la libido del niño. Aunque consiga utilizar, trad u c ir, fijar
la angustia, y aunque la im aginería fóbica, si pudiese se r com ­
p a rtid a y co m p rendida p o r el adulto, tranquilice al niño, cuan­
do el estad o fóbico es tan precoz la angustia no p erm ite la
expresión de estas pulsiones, ni que alguien del m undo exte-

173
rio r las co m p arta hum anizadoram ente. El autism o se agrava
entonces de día en día, ap u n tan d o a yugular las fobias, vedan­
do al deseo toda tendencia de objetos, y sin poder llegar a
ello p o rque en el ser hum ano el vivir va sin cesar acom pañado
p or una función sim bólica, y ésta, en sus im aginerías abando­
nadas p or objetos parciales carentes de intención, se torna
cada vez m ás a te rra d o ra .4 La fobia se vuelve perseguidora y el
niño cae en estados psicóticos graves. El autism o traum ático
que acabam os de d escrib ir puede p re sen tarse sin que sea po­
sible referirlo claram ente a u n incidente ocurrido en la reali­
dad. Puede h ab er sido u n a separación precoz y bru sca de la
m adre. No o bstante, siem pre se debe a un trau m a simbólico,
sum ado a u n a d u ra p ru eb a en la realidad o acom pañándola.
E stas pruebas, siem pre asociadas a castraciones, han resu lta­
do no sim bolígenas, y el niño sufre de ello. P or añadidura, la
d u ra p ru eb a vivida p o r el niño a m enudo es concom itante de
p ruebas vividas p o r la m adre-nodriza, quien, por este hecho,
está poco aten ta a su bebé, salvo p a ra los cuidados m ateriales
urgentes —alim entación, cam bios—, pero sin palabras, ni ca­
ricias, ni afinada discrim inación de lo que le sucede y que en
o tro m om ento la alertaría. ¿Es que se tra ta , en realidad, de
ausencia de estru ctu ració n , causante de m utilaciones parciales
de la im agen del cuerpo? Es ta re a del psicoanalista, p o r la
tran sferen cia aceptada de las pulsiones de m uerte sobre su
persona, en estos casos de inicio de psicosis, descifrar su sen­
tido hum ano ético p ervertido com parado con el prim er senti­
do hum ano ético que es el deseo de com unicación. Se trata,
en el psicótico, de un deseo pru d en cial preventivo frente a la
angustia de to d a relación en la realidad. Como si el sujeto,
en este niño, razonara diciendo: «Si yo soy no, no, no, a toda
presencia» (peligro eventual de com unicación y p o r tanto even­
tu al arran cam ien to secundario doloroso), «no estoy presente,
no soy m ira de nada, p o r lo tan to ya no arriesgo nada». Claro
está que si digo esto es p a ra co m p ren d er m ejor la aparente
no tran sferen cia del niño sobre el terap eu ta. Pero a p a rtir del
m om ento en que el te ra p e u ta com prende la aguda inteligencia
de un niño psicótico y su m odo de resisten cia ante el sufri­
m iento, es posible hab larle de ella, sin culpabilizarlo p o r la
m áscara con que se viste: indiferencia, m utism o, accionar ani­
mal. Se lo ayuda así a re en co n tra rse com o hum ano y como
su jeto de su deseo, se lo ayuda a a c ep tar de nuevo su hum a­
nidad h erid a en su esquem a co rp o ral y a reco n stru ir, gracias
a la tran sferencia, u n a im agen del cuerpo en relación con el
esquem a corporal, que así queda com o desem brujado.
El niño psicótico es el asiento de u n verdadero tum or de
la sim bolización, digam os de u n tu m o r im aginario construido
4. El deseo obliga al su jeto a disfrazar su s necesid ades, com o si fue­
ran el deseo de un otro in visib le.

174
p o r una función simbólica que ha funcionado al vacío [« m ar­
cher à vide»] y sin ninguna posibilidad de relación con otro
ser humano. P orque el ser hum ano al que las pulsiones del
niño ap u n tab a n estaba ausente o, si su cuerpo estaba p re sen ­
te, estab a p síq uicam ente fuera de alcance p ara un niño desde
ese m om ento com o solitario.
Son fenóm enos poco m ás o m enos sim ilares a los que se
en cu en tran en lo que, siguiendo a Spitz, llam an hospitalism o.
Sobrevienen en niños que conocen num erosos cam bios, de no­
driza o de in stitu ciones, d u ra n te los p rim eros dieciocho m eses
de su vida, p ero sobre todo d u ran te los seis prim eros m eses,
que son decisivos. Puede h ab larse tam bién de hospitalism o
burgués, en que el lactan te es dejado por sus padres al cui­
dado de m u jeres m ercenarias sucesivas, a m enudo de sexuali­
dad fru stra d a p o r la vida, que lo crían com o un anim al o
com o u n a p lanta, sin o tras p alab ras dirigidas a su perso n a
que las que co rresponden a las necesidades, sin estim a por
sus pad res, a veces incluso con u n a hostilidad a su respecto
que el niño hereda.
E n todos estos niños crónica o sucesivam ente tra u m a tiz a ­
dos precoces, las pulsiones orales y anales pasivas se satisfa­
cen solitariam en te, de una m anera que se debe calificar com o
m a stu rb a to ria im aginaria invisible, y por tan to en form a no
observable; puede ser olfativa, óptica (el estrabism o, por ejem ­
plo), labial, glótica, lingual, rectal o m iccional, características
del ero tism o de regiones parciales en la época de estos esta­
dios precoces. E ste erotism o les hace elaborar fantasm as de
un cuerpo a cuerpo con la m adre ausente que su propio cuer­
po-cosa les sirve p a ra presentificar, en la soledad de la cuna.
La succión del pulgar, corriente en la m ayoría pero q u e en
ciertos bebés pasa a ser casi u n a pasión inveterada, es c ie rta ­
m en te aq u í u n a de las m anifestaciones m enos graves, pues es
com patible con el desarrollo u lterio r hacia u n a neurosis co­
rrien te. E s que la im aginación del bebé, sostenida por todos
los deseos norm ales p a ra su edad, no tiene aquí como re fe re n ­
cia estab le m ás que los m om entos de aportación de alim ento
o de recusación de excrem entos, así como los cuidados del
aseo y las m anipulaciones de su cuerpo como objeto del adul­
to. E ste m odo de crianza, cuando no incluye ni alegría com ­
p a rtid a ni palab ras, cosa que sucede con ciertas m adres, hace
del niño u n objeto y no p erm ite al sujeto de deseo, y sobre
todo al pre-Yo del lenguaje verbal que él es virtualm ente,
co n stru irse p o r intercam bio de percepciones cóm plices con el
otro. Si de tal m odo este niño se desarrolla en solitario h asta
el descu b rim ien to de la prensión m anual, su necesaria activi­
dad m astu rb ato ria , asociada a la succión del pulgar, se fija
a u n o b jeto in n o m brable que él m antiene bajo su nariz, chu­

175
pándolo, respirándolo, y su ser en el m undo queda totalm ente
absorbido en las sensaciones que, con ello, se p ro c u ra .5
E ste o b jeto innom brable constituye u n fetiche arcaico de
su relación con la m ad re lactan te que fue indispensable p ara
su seguridad, y este fetiche es m etáfora, p a ra el niño, de él-su
m adre, como pro m etido el uno al o tro en el cuerpo a cuerpo,
así com o en u n a m am ada in term inable. La ausencia ocasional
de este fetiche, único sím bolo del sujeto en relación de conti­
nuidad con su m edio circ u n d an te conocido, asegurador, refe­
rido a las entidades tu telare s del espacio m aternante, sum e
al niño en la m ayor de las angustias. Conocemos la angustia
de los niños que al aco starse no tienen su pequeño objeto
transicional; pero si la m ad re está p resen te y los consuela,
y les p erm ite cu m plir la regresión con ella, cuanto m ás hable
de la p érd id a de ese o bjeto con ellos, m ás rápidam ente sal­
drán de la regresión reactiva a esta pérdida. Lo grave es cuan­
do los niños no tienen m ás que este objeto perd u rad o de su
pasado, y ninguna o tra cosa, ninguna relación p o r la cual
to m ar el relevo de su relación con su m adre, ni juegos varia­
dos, ni canciones, ni p alab ras. E stos niños se hallan en un
gravísim o peligro, p o r poco que p ierd an su fetiche. Poco tiem ­
po después caen progresivam ente, sin que nadie se dé cuenta
de ello, en un autism o, éste secundario. M ientras tenían su
fetiche, se h allaban relativ am en te en relación con el m undo.
D esaparecido el fetiche, e n tra n progresivam ente en un au tis­
m o que hace p en sar en u n a especie de sonam bulism o. Las
pulsiones arcaicas orales no pueden ser relevadas por pulsio­
nes anales y pregenitales en las relaciones con la nodriza o
con o tras personas. El su jeto p ierde ciertas com ponentes de
su im agen del cuerpo que religaban su deseo a su cuerpo, y
acaba p resen tan d o tra sto rn o s som áticos (sobre todo el insom ­
nio) y trasto rn o s digestivos, acom pañados de aflicción. E ste
estado provoca en los p ad res fantasm as de m ala atención por
p arte de la nodriza en cuya casa el niño ha caído enferm o. Le
ponen en el hospital, en observación, y aquí aparecen las reac­
ciones en cadena de niños trau m atizad o s p or la pérdida del
objeto que venía a reem p lazar a la m adre; la p érd id a opera
como si fuese u n a separación precoz respecto de la m adre
m ism a tal como la he descrito precedentem ente. Todos estos
trasto rn o s precoces de la com unicación siem pre dejan secue­
las, aun si el niño logra su p e ra r la prueba. Siem pre quedan
algunas anom alías del lenguaje en el sentido am plio del té r­
mino. El esquem a corporal, co rrespondiente a su edad, no se

5. W innicott ha dado su nom b re a este «objeto transicional», y e stu ­


dió su fu n ción aseguradora en la crianza de los niñ os. Se lo puede com ­
parar con los jok ers de los ju egos de cartas, que sirven de reem plazan­
tes a todas las cartas fa lta n tes, particu larm en te referenciados a la carta
de triu nfo [ l ' at out ] (aqu í la m adre, «la Todo» [la Tout ] para su bebé).

176
h a en trecru zad o con las m ediaciones necesarias p ara la elabo­
ración de una im agen del cuerpo correspondiente, y de ello
se sigue u n re traso psicom otor y un retraso de lenguaje.
¿E n qué consisten, pues, las m ediaciones sim bólicas nece­
sarias? Ya lo hem os visto: son las percepciones auditivas, vi­
suales, táctiles, inform adoras, venidas de la m adre reaccionan­
do an te su hijo, aten ta como está al gozo y al padecim iento
de su bebé, y que le habla. A parte de los indispensables cui­
dados corporales, alim ento y cam bios, que se dirigen de las
m anos de la m ad re al cuerpo del niño, ap a rte del p o rta r el
cuerpo del niño p o r el cuerpo de la m adre, son las p alab ras
de ésta, sus canciones, sus m eceduras, sus caricias, sus rega­
ños, todo el lenguaje de la inteligencia del corazón de las
m adres, cuando la neurosis no ha esterilizado, por la angustia
de ser m u jer, las vías de acceso de la intuición m aterna.
Cada bebé, al nacer, suscita en la m u jer a la que crea com o
m ad re la fuente fam iliar, resurgida de la relación olvidada
con sus propios m adre y padre, desde el fondo de su p rim era
infancia, que alim enta su relación de m adre a hijo o h ija, so-
b reim p resio n ad a p o r su relación actual de am ante con el hom ­
b re que es o no el genitor de su hijo. E ste bebé, niña o varón,
su scita en esta m u jer, su m adre nutricia, palabras que son
las de su propio corazón, que despiertan la sonrisa y el cora­
zón del niño, y que d espiertan su espíritu p ara que se ab ra
a la escucha: de la m ism a m anera en que, al ab a n d o n ar la
m atriz del cuerpo de esta m ujer, suscitó la subida de la leche,
la leche de él, y que le conviene, p ara continuar su desarrollo.
E sta dialéctica cuerpo-corazón-espíritu del feto, y después del
lactan te con su m adre, tiene raíces en la fisiología; p ero en
el ser hum ano, com o todo es sim bólico, se elabora u n a com ­
p onente psíquica in terrelacional que constituye su m etáfora.
Es así como, p a ra cada ser hum ano, su relación con su m adre,
fu en te de su p ro p ia existencia, parece h u n d ir sus raíces en lo
que a falta de o tra p alab ra llam am os lo «sagrado». Se tra ta
de u n a evidencia sentida, a la vez ética y estética, p o r todo
ser h um ano al contacto de la naturaleza y de su belleza. E ste
sagrado, él lo nim ba con la luz del ro stro que se inclinó sobre
el suyo en las p rim eras horas de su vida, en los p rim ero s días
de sus difíciles p ruebas.
T oda m ad re es, al m ism o tiem po, m odelo de la m ediación
pacificadora de las necesidades y tam bién, a causa de la a rti­
culación de los deseos con las necesidades, fuente de la con­
fusión e n tre necesidades y deseos. Según lo que la m ad re ha
sido en las p articu larid ad es em ocionales que su hijo h a cap­
tado e in tu id o en las prim eras am arguras y alegrías olvidadas
de su vida, cen tradas en ella, se ha elaborado una sensibilidad
reactiva, sensibilidad um bilicada en el sueño de existir, sueño

177
p rim eram en te inducido por la m ad re y que, día tras noche,
p o r reap arecer y proseguir, p asa a ser realidad.
Se oye decir h abitualm ente: «Esa m u je r no es una buena
m adre». E sta afirm ación es absurda. N inguna m adre puede
ser llam ada buena o m ala. E sa m u je r es la m adre, y p o r lo
tan to es aquella en quien este ser hum ano se ha arraigado
válidam ente, puesto que no ha m u erto y h a sobrevivido a la
supuesta m ala m adre. Que haya sufrido p o r su causa, ésa es
o tra cuestión; pero, u n a vez m ás, no hay ni buena ni m ala
m adre, hay m adres que sostienen m ás o m enos el narcisism o
en la superación de las castraciones, que son p ara cada uno
las p ruebas necesarias p a ra la construcción de su identidad.
A lrededor de las p rim eras percepciones de n u estra m adre,
tal como la sentim os y que p ara nosotros era la vida ■—aun
si sufríam os o si vivir era difícil— se um bilicó nuestro sueño
de existir. E ste sueño, este prolongado sueño de n u estra p ri­
m era infancia, a m edida que íbam os creciendo fue siendo re ­
tom ado p o r n u estra razón am arrán d o se en unos cuantos fla­
shes a los colores de recuerdos, en referencia a la m irada, a la
escucha, a las palabras, a los acontecim ientos que, p ara noso­
tros, están asociados a la idea de m adre. E ste gusto por lo
«sagrado», ligado a la idea de m adre, es p ara cada uno de
nosotros una in stancia tan to m asculina com o fem enina. Pare­
ce algo extraño de decir, puesto que toda m adre es m ujer.
Y sin em bargo, b asta p en sa r en las construcciones con que
el ser hum ano rinde culto a la providencia p ara ver que las
rem ata con form as de referencia fálica, bóvedas y cúpulas que
aluden a los pechos, to rre s y flechas que aluden al pene. Son
form as corporales, objetos parciales «sagrados» del cuerpo
de nuestro s padres, percibidos com o gigantescos. N uestras pro­
pias pulsiones activas y pasivas se proyectan en las form as
genitoras y tutelares de estos adultos m ágicos que nos rem iten
a la fuente viviente de n u estro ser, podríam os decir a ese
coito inicial en n u e stra concepción que asocia la perm anencia
de la conciencia de sí al fru to vivo de una jerogam ia; unión
fecunda y perm an ente de pulsiones sexuales activas y pasivas
sublim adas, desde las m ás arcaicas h asta las m ás actuales.
P ara decirlo de o tra m anera, cada uno de nosotros, cuando
bebé, to talm en te dependiente del adulto, no puede sobrevivir
sino aplacada su sed y su h am bre, y protegido de los peligros
del m undo exterior. E stas dos condiciones son aseguradas por
la m adre, con su pecho, y p o r el p adre, que la protege con su
vigilancia arm ada. En cu an to al bebé, está pendiente del pecho
vital y de la fuerza p ro tec to ra. El bebé se halla en una posi­
ción libidinalm ente pasiva fre n te a estas dos instancias p aren ­
tales que él siente, u n a y o tra, com o activas a su respecto.
M ientras que él es fatalm en te pasivo en su cuerpo, vive en
su corazón un am or ard ie n tem en te activo por esa instancia

178
p a re n ta l de doble aspecto p ro tec to r a sus ojos. E stos todopo­
derosos am os del espacio, estos dos cuerpos fálicos deam bu­
lantes com o obeliscos anim ados, él los percibe dotados de
prolongaciones acariciadoras y palpadoras que reinan com o
m ágicam ente sobre un espacio en el cual él es to talm en te
im potente, librado a su buena voluntad y a su p o d er discre­
cional. A su ro stro ilum inado p o r el tim b re de sus voces que
le h ab lan , y p or las estrellas b rillantes de sus ojos, su seguri­
dad a m a rra su frágil espíritu, que sin su presencia am an te y
asegu rad o ra se extraviaría en la indiferencia de los elem entos
n atu rales constitutivos de su cuerpo, un cuerpo que, sin ellos,
carecería de referen tes de tiem po y de espacio. No h a de ex­
tra ñ a r el que, ya adultos, siem pre im potentes ante la creación,
los seres hum anos eleven sus tem plos con las form as de be­
lleza fálicas m asculinas y fem eninas.
La m ad re es tam bién la p rim era inform adora creíble acer­
ca de los peligros, y la m en sajera del am or que, dado p o r ella,
p or ella no puede ser retom ado. Pero ella es todavía quien
puede d ar la m uerte. El hom bre no es el re p re se n ta n te de la
m u erte p a ra el inconsciente. La m u jer lo es, porque de ella
vienen los goces que hacen olvidar su cuerpo al su jeto y su
ser al niño. Cuando, ham briento, ella lo h a calm ado, cuando,
angustiado, ella lo ha consolado, él siente que se h a vuelto
ella, p ero es tam bién a ella a quien debe renunciar, tan to la
niña com o el varón. E lla no retom a lo que h a dado, pero el
niño, p o r su p arte, debe h u rta rse a su solicitud a p a r tir de
cierto p u n to de su desarrollo, y rehusarle el placer que ella
le pide a p a rtir de cierto m om ento, que es, com o m uy tard e,
el del Edipo. P or eso pienso que la m adre puede ser el sím ­
bolo de la m u erte tan to como de la vida.
Tal vez sea ésta la razón por la cual los niños psicóticos
tienen m iedo de su m adre, cuando se la vuelven a en c o n trar,
porque aquella a quien reen cu en tran no es la que buscan, la
m adre arcaica, ni la percepción que de ellas esp eran p a ra
re en co n tra rse a sí m ism os. E n tre el m om ento en que h an sido
separados y el m om ento en que la ven, ya no es la m ism a.
Hem os visto cóm o la separación precoz y prolongada de cier­
tos niños respecto de su m adre, entre los cinco y los nueve
m eses, puede introducirlos en el autism o. E stos pequeños
tem en re a n u d a r lazos con su m adre, como si p a ra ellos en­
ca rn ara a la m uerte. La persistencia del sujeto en la b ú sq u e d a
de un goce arcaico perdido hace de él un ser hum ano in ad ap ­
tado a su edad, sin lenguaje con el otro, sin com plicidad de
la m irad a, sin reencuentro de los juegos m otores previos al
trau m a. A veces, en cam bio, el niño se agita sin treg u a y sin
m eta, es inestable, como se dice. A veces perm anece com ple­
tam en te inm óvil, ñjado, estuporoso. No acepta que se le ap a rte
de su habitus estereotipado m ás que p o r la m era tensión de

179
sus necesidades excrem enciales, o p o r la necesidad de com er,
cualquier cosa. Ju g ar con sus excrem entos sería la única
distracción que parecería te n e r algún sentido p ara él. En
realidad, sobrevive como el niño no destetado de una m adre
espectral, la m uerte, que lo am enaza y con la cual, para con­
ju rarla , se m im etiza, com o si olvidándose, se convirtiera en
otro, tal com o su m adre cuando, siendo él pequeño, lo había
sosegado. Cada uno de nosotros, g u ard a en sí uno de estos
niveles m ás o m enos arcaicos, y estancados p o r m ás o menos
tiem po, de un resto del m odo de relación con el m undo y con
la m adre an terio r al nivel narcisístico del Yo-Tú y del len­
guaje hablado, y después del «Yo» [Moi-Je ] . 6
Ciertos re traso s del h ab la son en realidad retraso s de len­
guaje, debidos a una invalidación del deseo de com unicarse
que, p or desdicha, sólo es reconocida a p a rtir de la edad de
la m archa. Se me dirá: ¿a p a r tir de qué edad se puede h ablar
de retraso del habla? Pues bien, desde el inicio de la vida
todo niño se en cu entra en estado de habla, él m ism o no puede
h ab lar verbalm ente pero posee el entendim iento de las pala­
b ra s y está co n stantem ente a la b ú sq u ed a de com unicación
con el otro, salvo m ientras duerm e. Y tiene necesidad de ser
rodeado de com unicación, constantem ente, prueba de su p ar­
ticipación en el m undo; e incluso m ien tras duerm e, la palabra
no le m olesta. La no estru c tu ració n o la desestructuración de
la im agen del cuerpo oral y anal aparece clínicam ente de m a­
n era indudable sólo cuando el niño h a alcanzado la edad de
la deam bulación individuada; es entonces cuando el entorno
social alerta a los padres que no h ab ían advertido nada en un
niño cuyo habitus, no obstante, era el de un anim al dom éstico
que ni siquiera se com unicaba con sus amos. Sin em bargo,
h ab ría sido fácil poner rem edio a su desam paro si la m adre,
el entorno, el ped iatra, al que ciertas m adres alarm adas aler­
tan a veces en vano — «Usted se ocupa dem asiado de él», «Esto
se arreg lará solo, cuando el niño vaya a la escuela»— hubieran
sabido co m p ren d er y d etec tar los prim eros signos de indife­
rencia p or los que se trad u c ían las p rim eras dificultades. La
ausencia de sonrisas, de m irada, de lalaciones, la ausencia de
bú squeda de la m adre p o r p a rte del niño, de com unicación
constante con ella, de llam adas, el silencio de un chico tra n ­
quilo o, p o r el contrario, los gritos continuos estereotipados,
he aquí los signos que el niño ofrece a la observación de quien
esté atento a ellos; u n niño que no m antiene u n a com unicación
cómplice, elástica, y que no en tab la una au tén tica relación
con su m am á.
E ste bebé pasivo, indiferente, a quien nom bran como tran-

6. ¿No es la conciencia de esto en cada u n o de n osotros lo que se


califica de nú cleo psicótico?

180
quilo, plácido, com o le llam an, pero que no reacciona a n te su
m ad re y sus fam iliares, que carece de expresiones, de p re n ­
sión lúdica, en apariencia siem pre satisfecho, que duerm e
cuando su m ad re lo pone a dorm ir, que come todo lo que se
le da, este bebé es, sin em bargo, m otivo de inquietud. Pero
no p a ra m uchos m édicos. Con tal de que engorde, de q u e haga
lindas deposiciones, de que le salgan los dientes... «¿Qué m ás
q u iere u sted ? —dicen a la m adre—. ¡Está estupendo!» Y es así
com o se van p re p ara n d o las psicosis, sigilosam ente, o las neu­
rosis precoces, en niños a los que se p o d ría h ab e r ayudado
p erfectam en te de hab erse advertido a tiem po su su frim ien to
y su p érd id a de com unicación, y la falta de expresión de este
m ism o sufrim iento. A la edad del desarrollo en que el esquem a
co rp o ral debería ser m ediador con otro p a ra la im agen del
cuerpo, las pulsiones de dom inantes activas están som etidas
a las m eras satisfacciones de las necesidades n atu rales de tales
niños. Son estas pulsiones las que dan expresión a todos sus
deseos, disfrazados de necesidades insaciables de b eb e r o de
com er, no verbalizadas. El niño se lo m ete todo en la boca,
los objeto s pequeños, los guijarros, los excrem entos, todo lo
que se p resen ta. De haberlas, las únicas m anifestaciones reco­
nocibles de este desorden son las del sueño y las del tu b o diges­
tivo. «¡Come tan tas porquerías!», se dice. R ara vez hay d iarreas,
pero sí vóm itos o estreñim iento. El niño hace cuanto puede
p o r conservar d en tro de sí u n poco de su espacio de seguri­
dad, localizado así con m ínim o esfuerzo .7 Pero este espacio
deshum anizado que él engulle y a veces vom ita, no habla, y
no lo alim en ta n i psíquica ni afectivam ente. Al crecer, este
niño p repsicótico actú a sus deseos de una m anera com pulsiva.
E n ocasiones llega a los extrem os: p o r ejem plo, alocadas ca­
rre ra s en las que huye de su casa, se pierde, se m ete en el
agua h a sta ahogarse; no tiene discrim inación ninguna del pe­
ligro. Com ete actos depredadores y destructores, es peligroso
p a ra sí m ism o, p a ra su p ro p ia conservación, y p a ra el otro.
Agrede a las p lan tas, a las flores, a los anim alitos, y en cual­
q u ier caso hace im posible su aceptación en u n pequeño grupo
de niños: ju stam en te lo que la m adre esp erab a p a ra sacarlo
de sus dificultades. Y esto es lo que a m enudo se hace n o tar,
p o r desgracia, como testim onio de una «inadaptación» que, en
el e sp íritu de los padres y de m uchos m édicos, concluye en
u n a in tern ació n , es decir, en la segregación en un m edio p a ra
«niños así». Una educación que llam an especializada se p ro ­
pone, en efecto, a lo sum o, ad a p ta r a este m arciano al com ­
p o rtam ien to de los terráq u eo s de su tiem po y de su ed ad apa­
rente, p ero no puede prom over a este sujeto. P ara ello h aría
fa lta dejarlo con su fam ilia, y ello el tiem po necesario p a ra

7. V éan se m ás adelante lo s casos clín icos de págs. 185 y 190.

181
p re p a ra r el relevo de la fam ilia p o r otro m edio po rtad o r, y
ocupar este tiem po en un tra b a jo psicoanalítico con el p ad re
y la m adre. Sólo en u n a situación trian g u lar integrada p o r el
psicoanalista, el papá-m am á o altern ativ am en te uno y otro, y
el niño si éste lo acepta, puede em prenderse una psicoterapia
psicoanalítica. La p sico terap ia psicoanalítica de un niño psicó-
tico solo, siendo que su fam ilia existe, es inútil. S upuesto el
caso de que, en u na fam ilia de tra sp la n te o de colocación, por
decirlo así, y ayudado p o r u n a psicoterapia, el niño reco b rara
conciencia de sí m ism o, el tra u m a de la separación con los pa­
dres, sin trab a jo de p alab ra en tre el niño y sus padres apo­
yados p o r el psicoanalista, im pide el reencuentro del sujeto
an terio r al traum a. Hay u n a laguna irrem ediable. Por eso mi
insistencia en que ningún tra b a jo con un niño psicótico co­
m ience con él solo; p rim ero hace falta un trab a jo con los pa­
dres y después con los pad res y el niño, antes de pensar en
cualquier o tra solución educativa.
Además, no se tra ta de u n a educación ni de una reeduca­
ción, sino de re co b ra r una auten ticid ad , de distinguirla de la
vida im aginaria m atern a resp ecto del feto, luego del bebé, y de
la vida im aginaria del p ad re fren te al niño, y después de la
vida im aginaria del niño fren te a sus padres, según los acon­
tecim ientos relatados p o r los adultos y que han vivido los
tres. E stán en juego, p ara la m adre, las rém oras de su filia­
ción, como he d em ostrado en todos los casos de m aternado; y,
asim ism o, en el padre, la ré m o ra de su filiación con su m adre
o su padre, según que ah o ra se tra te de una niña o de un varón
psicótico. El tra b a jo psicoanalítico con un niño psicótico 110
consiste sino en volver a p o n er en circuito una com unicación
en tre las tres personas —p ad re, m adre, niño— de su escena
p rim aria. La tran sfere n cia del psicoanalista sobre su hijo ayuda
a los padres. Su m odo de tra b a jo , la búsqueda del interlocutor
encerrado en la p risión que su hijo se h a construido modifica,
a veces ante sus ojos, el h ábito estereotipado del niño. In te rro ­
gado cóm o es su hijo p o r esta perso n a diferente, el psicoanalis­
ta, que se in teresa realm ente en su vida y en su h istoria, los
padres pueden c o n stata r que u n a relación diferente se establece
entonces en tre este adulto y él. Lo cual vuelve a d esp e rtar en
ellos la esperanza de una relación hu m an a con su hijo. H abían
ido perdiendo día a día esa esperanza, ante la gravedad de un
estado del que, h asta entonces, nadie com prendía nada. Esto no
quiere decir que ahora el psicoanalista lo com prenda m ás. Pero
lo im p o rtan te no es eso. Lo im p o rta n te es que el propio niño se
reencu en tre a sí m ism o. E n este tra b a jo psicoanalítico los
padres pueden com prender, a p a r tir de lo que ellos m ism os
experim entan, las interferencias, en la d u ra pru eb a que el niño
psicótico constituye, de su relación con él, y la dura prueba
que él significa p a ra los dem ás m iem bros de la fam ilia, en

182
p a rtic u la r sus herm anos y herm anas, si los tiene, m ien tras
que, h a sta ese m om ento, no se habían p ercatad o de ello en
absoluto. Y, con seguridad, no es una de las m enores ven tajas
y fru to s de u na psicoterapia de nifio psicótico, aun si no se
logra re stitu irle la alegría de vivir como ciudadano lib re y au ­
tónom o, el que las o tras personas de la fam ilia, sus herm anos
y h erm an as, no conserven de p o r vida la huella tra u m á tic a de
los su frim ien to s padecidos a causa de este niño.
E n cu an to al propio niño psicótico, el trata m ien to com ien­
za a m o s tra r sus frutos en torno al reencuentro de las p rim e­
ras relaciones, las de un bebé m uy pequeño con sus padres.
La dificultad estrib a en que los niños psicóticos, p a ra salir de
u n a an g u stia generalm ente taponada, tienen que p a sa r p o r un
m iedo pánico a vivir de o tra m anera. Al com ienzo del tra ta ­
m iento psicoanalítico, y sobre todo en cuanto com ienza a ser
operativo, estos niños pasan p o r períodos agresivos en los
que su co m p o rtam iento y sus habitus viscerales se desorde­
nan, lo cual suele re su lta r en la suspensión del trata m ien to , al
in te rp re ta rse tales p ertu rb acio n es como una contraindicación
p a ra el trata m ien to psicológico o como u n a enferm edad orgá­
nica. H ospital, exámenes, etc., el ciclo angustiado de los adul­
tos recom ienza. De nuevo se aísla al niño, en vez de c o n tin u ar
el tra ta m ie n to a p esa r de las perturbaciones ocasionales, fun­
cionales o som áticas, que el psicoanalista debe p ro c u ra r com ­
p re n d e r ju n to con el niño com o un lenguaje reactivo a su an­
gustia de curarse. Angustia que él com unica a sus fam iliares,
a su m ad re y a los internistas.
E sto s desarreglos del funcionam iento som ático en relación
con el habitus estereotipado, fijo, de buena salud del niño
antes del trata m ien to psicoanalítico hablan, p o r el co n trario ,
en favor de la prosecución de éste. P rueban que el sujeto, en
este niño psicótico, está intentando re co b ra r la com unicación;
p ero que antes de poder expresarlo en afectos y p alab ras, en
rep resen tacio n es, dibujos, m odelados, m ím icas, juegos com ien­
za p o r reaccio n ar con el lenguaje funcional del cuerpo, ese
pre-Yo inconsciente. Lo ideal sería que hubiese m uchos m édi­
cos in form ados del psicoanálisis, que los psicoanalistas fue­
sen p ed o p siq u iatras. Tiene que hab er in tern istas o p ed iatras
que asu m an el trata m ien to m édico funcional de estos niños,
al tiem po que alientan a los padres y al propio niño a que
p rosigan el psicoanálisis a pesar de los diversos desarreglos
p o r los que el sufrim iento se expresa. El que se ocupa del
cuerpo del niño no puede ser quien asum a su psicoterapia;
p ero es posible que el uno cuente con el sostén del otro, p ara
que el niño pu ed a co ntinuar este trab ajo , ciertam en te difícil
p ero que m erece la pena: p o r lo m ismo que los niños psicó­
ticos g eneralm ente son seres hum anos p artic u la rm en te inteli­

183
gentes, precoces y sensibles, d etrá s de. su m áscara desperso­
nalizada.
M uchos niños pi'esentan actu alm en te este tipo de proble­
m ática de in adaptación precoz p a ra la que el diagnóstico vacila
en tre neurosis y psicosis. Podem os decir que la psicosis infan­
til aparece en fam ilias en las que am bos padres han tenido que
su p erar, cada uno en la pro p ia fam ilia, un episodio traum ático
inconsciente en sus relaciones con sus propios padres previo
a la edad del Edipo. E ste episodio, que en ellos fue reprim ido,
se expresa en su hijo de u n a m an era ilocalizable, salvo me­
diante el psicoanálisis. No o bstante, podem os ver niños califi­
cados de psicóticos en base a sus síntom as, cuyo estado no
corresponde en realidad m ás que a p ertu rb acio n es precocísi­
m as de su h isto ria p artic u la r, sin que hayan en trad o en reso­
nancia trau m a s infantiles de los padres.

E dad oral , anal y p e r io d o s u l t e r io r e s hasta

LA C A S T R A C I O N PR IM A R IA

Antes de abocarnos a la p resentación de ejem plos clínicos


y p ara que cobren su pleno sentido de ilustración de mi obje­
tivo, que es la articulación, u n a y o tra vez, de la im agen del
cuerpo con el esquem a corporal, es necesario resu m ir las gran­
des líneas del proceso de regresión o desestructuración paula­
tin a de las im ágenes del cuerpo, proceso inverso al de su es­
tru ctu ració n . No olvidem os que estos procesos de la im agen
del cuerpo dependen siem pre, p a ra desarrollarse, de u n a rela­
ción afectiva, m ientras que el esquem a corporal puede desa­
rro llarse h asta en condiciones de desam paro afectivo.
Pido disculpas p o r la aridez ab stra c ta de ciertos cuadros
clínicos, pero ellos son u n a referencia necesaria p ara com pren­
der lo que acontece con la patología hum ana. Cuidém onos de
no desem bocar ap resu rad a m en te en un determ ínism o, que en
últim a in stan cia sería casi organicista; p orque es p o r la rela­
ción de lenguaje en tre el su jeto niño y su entorno, p o r lo que
la generalidad del proceso de articulación de la im agen del
cuerpo y del esquem a co rp o ral se configura como personaliza­
ción narcisística defensiva del sujeto. Tam bién m ediante la
transferen cia, tan to del pacien te com o del psicoanalista la re­
versibilidad será o no posible en el curso de los aconteceres de
una psicoterapia. Veamos, pues, las generalidades que perm i­
ten la com prensión clínica de la patología por las im ágenes
del cuerpo.
R ecordem os, a títu lo in d icativ o ,8 que la im agen del cuerpo
es trin ita ria : im agen de base, im agen funcional e im agen de

8. V éase cap. 1, pág. 42.

184
zona erógena, todas su jetas a representaciones sensoriales fan-
tasm atizad as y com unicables en tre sujetos. Los niños nos re­
velan la existencia, bien sea asociada a esta im agen trin ita ria ,
re p resen ta b le en el dibujo o el m odelado, bien sea disociada
de ella, de u n a im agen dinám ica, ésta sin representación, con
excepción de un esbozo de espiral o de una línea en ú ltim a
in stan cia p u n tead a; im agen dinám ica cuyas potencialidades de
re p resen tació n el deseo, enclavándose en ella, absorbe. E sta
im agen dinám ica, solidaria del sujeto en estado de vigilia y en
el sueño ligero, al parecer, deviene puntiform e en el sueño p ro ­
fundo, d ejando a las pulsiones de m uerte, apoyos del esquem a
co rp o ral en ausencia de toda com plicidad del sujeto, el gozar
sin afecto de falta cualquiera, y sin rep resentación de la paz
vegetativa de los órganos.

El caso de Nicolás
Me acuerdo de Nicolás, niño considerado psicótico, que
tenía casi seis años cuando lo conocí. A los tres días de nacer,
se p ro d u jo la evacuación de París. Se quedó sin leche, sin po­
sibilidad de cam bio de pañales d u ran te m ás de dos días, pero
felizm ente al lado de su m adre. Uno y o tra sin com ida ni agua,
solos en u n vagón abandonado por todos.
N icolás era el m enor de una fam ilia de cinco niños; los
cu atro m ayores, m ujeres y varones, habían perm anecido p e r­
didos varias sem anas, separados de su m adre; los cu a tro h a ­
bían sido evacuados a raíz del bom bardeo del tre n que los
llevaba a todos al encuentro del padre, ya evacuado al su r de
F ran cia con su adm inistración. La m adre y el bebé debían ser
derivados a u n hospital, pero resultó que los llevaron a una
ciudad d iferen te de la prevista. Además, m uy p ro n to el tre n
quedó detenido en pleno cam po a causa de u n bom bardeo de
la vía fé rrea que im pedía alcanzar la estación anunciada. En
las g ran jas vecinas no quedaba nadie, ni personas, ni vacas,
ni agua. Todo el m undo había sido evacuado y los conductos de
agua h ab ían saltado. E sta m ujer, separada de sus cu a tro hijo s
m ayores e inq u ieta p o r ellos, quedó sola con el bebé, vacío su
pecho de leche después de u n a subida en apariencia n orm al
pero que la angustia había interrum pido. Vivió c u a ren ta y
ocho h o ras espantosas, asistiendo a la m u erte de su chiquito
p o r inanición y sed, sin poder siquiera cam biarlo pues ella
m ism a se hallab a com pletam ente extenuada e im potente. Fi­
nalm en te las cosas se arreglaron, y ella y su bebé fu ero n so­
corridos; Nicolás se salvó de la m uerte p o r d esh id ratació n y
creció norm alm ente. E sto es lo que ella m e contó resp ecto del
niño. Cuando lo vi, tenía m ás de cinco años y era psicótico;
pudo salir adelante gracias al psicoanálisis. No m e es posible
re la ta r aquí el desarrollo de esta cura, pero insisto en m encio­
n arla pues en la h isto ria de este caso, considerado de psico­

185
sis, no h abía n ada patológico en las relaciones del p ad re o de
la m adre, d u ran te su infancia, con sus propios padres. La gue­
rra había pasado sobre am bas fam ilias sin desgarram ientos ni
duelos im po rtan tes. Los cu a tro hijos m ayores habían superado
el choque de la evacuación, y todo el m undo se encontraba
bien. R esidiendo en zona libre, en el cam po, m ientras duró la
guerra, los niños, en p a rtic u la r Nicolás, no habían sufrido ca­
rencias. Sólo que este niño p arecía salvaje, indiferente, aunque
no rehuía la m irada. Lo p rim ero que sorprendía en su aspecto
—y lo m enciono com o indicación clínica— era la pelam bre
que recu b ría su cabeza, unos cabellos im posibles de peinar.
Tenía la voz ronca, se lo veía angustiado, vagaba sin dirección
fija, com o sus cabellos, yendo, viniendo, con los codos plega­
dos y las rodillas m edio flexionadas, deshablando; no malo,
nunca m al intencionado, pero im previsible. No era que jugara
v erdaderam ente. «Trajinaba», aquí y allí, desplazando objetos.
H abía que vigilar todo el tiem po p a ra que no se p ro d u jera un
incidente o u n accidente.
Esto sucedía en 1946, yo ten ía poca experiencia. El único
signo dado p o r Nicolás de que sus visitas al dispensario donde
me veía tenían im p o rtan cia p a ra él, fue que, aquella m añana,
a las seis se h abía puesto en pie, tra tó de vestirse y esperó a
su m adre ju n to a la p u erta. Una de las cosas m ás curiosas fue
ver de e n tra d a el cam bio que se p ro d u jo en el sistem a capilar
de este niño. E n tre tan tas anom alías y conductas caprichosas,
la m ad re ni h ab ía pensado en h ab larm e de ésta, que sorpren­
día al p rim er golpe de vista. Los efectos del tratam ien to em ­
pezaron p o r cam biarle el cabello, que se puso flexible y peina-
ble, p ara gran so rp resa de su m adre, quien en ese m om ento
me lo com entó, al m ism o tiem po que el niño encontraba un
sueño de ritm o norm al, jam ás instalado anteriorm ente; des­
pués, poco a poco, la continencia diurna, después la nocturna,
la m archa con el cuerpo vertical, el placer de jugar, la expre­
sión de tiernos sentim ientos hacia su m adre y, p o r últim o, la
palabra, p rim ero gram aticalm ente pobre pero adecuada a lo
que sucedía.
Toda invalidación de u n a im agen funcional, sean cuales fue­
ren su razón y n aturaleza, cuando el sujeto está anim ado por
un deseo, estim ula p rim ero la in tensidad de este deseo. En
cam bio, si la invalidación no cede hay resurgim iento de una
im agen del cuerpo pasada, de u n pasado en que el goce ligado
al aplacam iento de las tensiones fue conocido y del que el nar­
cisism o continúa inform ado. El sujeto puede, por un tiem po
m ás o m enos prolongado, vivir del fantasm a de una satisfac­
ción arcaica, m ien tras su vitalidad real, en el esquem a corpo­
ral, agota en vano sus fuerzas.
La rep resen tación de la m u erte real, representación del
cuerpo convertido en cosa inanim ada, arcaica, como si fuese

186
un o b jeto caca, o u n a cosa, em puja a todas las pulsiones ac tu a­
les a focalizarse en el reencuentro de la im agen funcional y de
la im agen erógena en busca de un objeto; siem pre articu lad o ,
éste, con un p rim e r objeto perdido en la realidad sensorial
pero no en lo im aginario .9 En caso de no satisfacción, en caso
de no adecuación de ningún objeto al deseo, en estado de falta
de la p erso n a com o objeto total, a falta de un o b jeto parcial
asociado a ella, la im agen dinám ica, tras hab er in ten tad o una
sobreactivación finalm ente inútil en el lugar m ism o de la zona
erógena, se desplaza sobre una zona erógena que corresponde
a u n a im agen del cuerpo erógena o funcional anterior. Si esta
zona regresiva h a perdido toda relación con su objeto arcaico,
o si se tra ta de u n a im agen funcional, que no p ro c u ra ningún
placer, la im agen dinám ica pone en tensión a la im agen de
base, la cual, p o r definición, está desprovista de zona erógena.
El su jeto se pierde, p o r no ten er un objeto p a ra su deseo, y

9. E sto queda bien ilu strad o por el final de la cura de N icolás: tras
un os cu an tos m eses de sesio n es sem anales, la curación del esta d o p sic ó ­
tico de N icolás se an u n ció por varias sesion es en las que parecía m im ar
su m uerte. Se echaba cuan largo era en el piso, con m ayor o m enor
brusqu ed ad, perm anecía así un rato y después volvía a em pezar. R ecuer­
do, fu e quizás en la últim a o en una de las últim as sesio n es (yo tom aba
n o ta s), el m ás elab orad o de sus fantasm as: antes de echarse señalaba
sob re su p ropio cuerpo su zona toráxico-abdom inal, alrededor del om ­
bligo, com o si un b u lto la ocupara. Yo: «¿Qué hay ahí?». El: «Piedra».
[«C aillou»]. D esp ués, com o si este peso lo desequilibrara, caía h acia ade­
lan te cuan largo era. Se quedaba así un m om en to, luego se p on ía a
cuatro p atas, gateaba un poco, volvía a ponerse en pie y recom enzaba.
«¿H aces un dibujo?» A la ligera, N icolás dibuja: «casa, ventana, un m u­
ñeco» (se señala), un enorm e m anchón negro sobre el cuerpo. D elin ea
un trazo b alístico: el cuerpo que ha caído al su elo desd e la ventana.
Aquí, p asó a ser no ya cabeza, tronco, brazos, sin o un im p reciso rectan-
gulito con tres p rolon gacion es, «patas» (com o si fuera un ind efinido perro
sin cabeza ni cola), en el su elo, rodeado de grafism os m ás o m en os ce­
rrad os, «hojas». R esp ecto de las h ojas, «¿esto qué es?». El señ ala su
cara, su s m anos, com o fragm entad as en «hojas» en torno al «cuerpo
defenestrad o». «¿Quién es?» N icolás se señala y dice: [«y/s eux m o r d lo
p as la, va las, fi, ni m oi y a plus»'] «Caído, viejo, m uerto, no h ay agua,
ahí está, se term inó, no esto y m ás» [T om bé, vieux, m o rt, l ’eau p a s la,
voilà fini, m a Va p u], Lo que podría escribirse: ¿Se trataba del traum a
inicial? E sta escen a no se dirigía «a mí», pero yo era testigo. S u erte de
m ím ica son orizada, ejecutada con firme pasión, su erte de ju ego de M is­
terio de la E dad M edia. El dibujo, realizado no o b stan te por su geren cia
m ía, n o m e era m ostrad o, ilu straba el m im odram a de este son ám b u lo.
Yo, joven p sicoan alista, estaba ahí, aceptaba, casi no com pren día. N i
«buenos días» ni «hasta la próxim a». El niño entraba, im p acien te, ten so,
y salía cada vez m ás con ten to de reunirse con su m adre. «Ello» se estab a
curando. N icolás se m antenía erguido sobre su s piernas, la esp ald a de­
recha, la cabeza libre sob re el tronco, en vez de arrem eter com o un jab alí
com o al com ienzo de la cura. Muy pronto recuperó el dorm ir, el apeti­
to, com o un ser hu m ano, d esp ués la continencia diurna esfinteriana y luego
la nocturna urinaria. H ablaba m ejor, con palabras gram aticalm en te c o ­
nectadas. N icolás besaba ahora tiernam ente a su m adre y a su padre,
actuaba de m anera coherente. En él tam bién se ordenaban su jeto , verbo,
com p lem en to.

187
p or no ten er en su cuerpo la rep resen tació n de una tension
p ara este objeto. Su m alestar se p re sen ta entonces como so­
m ático: ni la conciencia ni la em oción lo tom an a su cargo.
Así se generan las pertu rb acio n es del dorm ir, bien sea el sueño
profundo súbito, bien la crisis epiléptica, bien las ausencias.
Cuando la im agen de base se disocia de las im ágenes fun­
cionales y erógenas, lo cual no puede p roducirse sin un cierto
pánico lim inar, tenem os el esquem a que F reud había hallado
en las neurosis a p ropósito del narcisism o secundario, y que
explicó en Inhibición, síntom a y angustia. E n las situaciones
p o r él d escritas d em u estra de qué m an era los síntom as del es­
tadio genital proceden de las pulsiones pregenitales que no
pueden expresarse m ás que p o r m ediación de im ágenes del
cuerpo pregenitales. P or ejem plo, en lugar de poder efectuar
el coito, el su jeto hom bre se ve atacado p o r diarreas; en lugar
de gozar, la m u je r padece calam bres u terin o s o náuseas. El
síntom a deviene anal u oral, el estrecham iento, como un esfín­
te r que se contrae, vaginism o, o los vóm itos, rechazo de un
objeto parcial fálico, oral, el alim ento. Las que están en juego
son im ágenes del cuerpo orales o anales, desviando el deseo, y
rehusando incluso el placer de estas pulsiones regresivas hacia
las cuales se h a desplazado u n a libido que rehúsa la im agen
del cuerpo genital. Todo sucede a propósito del lugar genital
de los p artícip es, pero con im ágenes fóbicas orales o anales.
Todo esto que, observém oslo, es fácilm ente in terp retab le en
los térm inos de la im agen del cuerpo inconsciente, no tiene
validez m ás que p a ra individuos que, al m enos en principio,
han alcanzado la posibilidad de u n a asunción genital de la
im agen relacional de su cuerpo, es decir, el estadio del espejo,
al que m e referí en u n capítulo a n te rio r .10
Pero cuando se tra ta de u n niño antes de la castración p ri­
m aria, es decir, antes de la inteligencia de tres años y por tanto
antes del conocim iento de su sexo, y m ás aún cuando se tra ta
de un niño an tes de la m archa, antes del com pletam iento neu-
rológico del esquem a corporal, si al m enos no tiene a su dispo­
sición la succión del p u lg ar salvador, las frustraciones de apla­
cam iento de tensiones no tienen p a ra él com o lugar de angustia
m ás que lo que le sirve com o vínculo con la m adre, con, en p ar­
ticular, síntom as de desorden que podem os llam ar vegetativos:
del tubo digestivo o de las salidas del cavum, encopresis, enu­
resis o bien rin o faringitis, otitis. Cuando las zonas erógenas,
ro stro, boca y ano, nalgas, ligadas a las pulsiones orales y ana­
les, ya no se en cu en tran in tegradas al placer ni en relación de
lenguaje con la m adre n u tric ia (incluso cuando ella no está), ni
con las im ágenes funcionales (siendo la im agen funcional oral
el peristaltism o no p e rtu rb a d o de la boca al ano), ni con la

10. V éase pág. 119.

188
im agen de base correspondiente (el vientre, estóm ago, in testi­
nos), hay regresión del sujeto h asta im ágenes card io rresp irato -
rias y p eristálticas p ertu rb ad as. Puede hab er llam ada a u n re to r­
no im posible de la m adre fetal, en caso de no reconocim iento
olfativo de sí m ism o p o r el niño, o llam ada en vano a la m adre
táctil y vocal, lo que provoca ciertas crisis de asm a, los espas­
m os del sollozo, las laringitis estridulosas. Suele o c u rrir que
estas angustias, y sobre todo los sucesos que las desencadenan,
pasen desapercibidos p ara la m adre o bien que, p o r el c o n tra ­
rio, la alteren al m áxim o. Ella no puede entonces to m ar al niño,
tran q u ilizarlo , acunarlo, es decir, devolver a su bebé, p o r no e star
a lerta o p o r h allarse dem asiado angustiada, los ritm os de la vida
al m enos fetal, después oral, aérea, de los prim eros días, lleván­
dolo en sus brazos, acunándolo, hablándole de lo que sucede
y tranquilizándolo. E ste niño sufre y ya no tiene la seguridad
de su relación de sujeto con el objeto to tal que es su m adre
a través de un o bjeto parcial específico de ésta, com o su voz
o su olor. E ntonces la im agen del cuerpo de este niño, a quien
no se le verbalizan las expresiones de su cuerpo enferm o, no
tien e ocasión de ser significada, en su sufrim iento p o r no ha­
b er sucitado p alab ras y gestos de com pasión p o r p a rte de la
m adre. La im agen deviene m uda p ara él, y lo reduce a u n es­
quem a corporal en lucha con las pulsiones de m uerte. E sto
es lo que sucede con los aislam ientos en el hospital, en cám ara
aislada, sin p resencia frecuente de la m adre p ara las com idas
y los cam bios, con el hospitalism o que puede re su lta r si la d u ra
p ru e b a se prolonga: ese hospitalism o al que ya he aludido y
que seguidam ente verem os en el caso de S ebastián. R esultan
entonces, al m enos en tre los que escapan a la disociación en tre
su jeto e im agen del cuerpo, graves perturbaciones del carác­
te r cuya d esaparición lleva largo tiem po y que nunca se p re­
sen tan sin regresiones.
M ás allá de estas angustias, reforzadas p o r el silencio de la
m ad re o de la p ersona asistente si ésta no le habla al niño de
los acontecim ientos traum áticos que ha vivido o está viviendo,
los trau m a s psíquicos precoces a ellas ligados alteran d u ra d era
o definitivam ente el desarrollo de la im agen del cuei-po, sobre
todo si los síntom as reactivos secundarios entrañan, con el no
reconocim iento de este sentido som ático, con base en el len­
guaje, que co bra el desam paro psíquico, la prolongación de la
estan cia del niño en el hospital, consum ando la ru p tu ra de la
diada m adre-liijo que, p o r m ediación de síntom as regresivos,
in ten tab a re co n stru irse fantasm áticam ente en el niño. Tal es
el origen de la m ayoría de estos casos de niños con trau m a s
precoces en su im agen del cuerpo que son los psicóticos; en
p a rtic u la r los que h an visto lesionada su im agen de b ase del
estadio fetal u oral, y m enos gravem ente su im agen de base

189
del estadio anal (siendo la im agen de base del estadio anal la
cohesión cabeza, tronco, m iem bros).
E ste cuadro de con ju n to reviste u n a im portancia capital
p ara la com prensión de lo que sucede en pediatría, en la guar­
dería o en el hospital. H a de re te n erse en p artic u la r que la
im agen de base está siem pre asociada, en el origen del sujeto,
a la im agen fetal previa a la castración p rim era um bilical que
sigue al nacim iento, y que ella rem ite, pues, a la escena prim a­
ria, la escena concepcional del niño, y a la cuestión del deseo
original de este ser hum ano en sus genitores y en el propio
niño, no sólo p ara su concepción en el m om ento del deseo
recíproco de los am antes, sino p a ra la supervivencia del niño
y, asim ism o, p ara la aceptación de su sexo.

El caso de Sebastián: una entrada en el autismo


a los cinco meses
P ara h acer m ás perceptibles los precoces efectos de las di­
ficultades psicotizantes de la im agen del cuerpo, intercalem os
aquí el ejem plo de un lacta n te de cinco m eses, Sebastián, cu­
yos p adres se vieron forzados a m u d arse tres veces en una se­
m ana. E stos padres, joven p a re ja de quien él era entonces hijo
único, esp eraban una vivienda definitiva que no estaba lista.
El niño había sido alim entado al pecho h asta los cuatro m e­
ses, y la m ad re lo destetó en el intervalo entre los cuatro y los
cinco m eses. Las cosas h ab ían ido bien, ella contaba con vol­
ver al trab a jo p ara pagar la instalación de la nueva vivienda,
y buscó u n a m u jer de reem plazo que vendría a su casa a cui­
d ar al niño. Como en pocos días tuvo que cam biar de casa
dos veces y la vivienda que le p re sta b a n era sólo tem poral,
en espera de la definitiva, tam b ién h abía tenido que cam biar la
persona que cuidaba al niño, pues estas diversas casas se h a­
llaban en b arrio s d istan tes e n tre sí. E n pocos días, pues, el
niño había tenido ya dos alojam ientos diferentes, y dos cuida­
doras diferentes. P ara a h o rra r al chiquillo u n a terc era deam ­
bulación cotidiana, la m ad re decidió bu scar una m u jer que
pudiera cu idar al niño en su p ro p ia casa h asta que ellos se
hicieran, p or fin, con su vivienda. Ni la m adre, ni el niño, ni
el p ad re conocieron a la nueva cu id ad o ra h asta la m añana en
que el bebé fue depositado en su dom icilio, m ientras la m adre,
llegado p o r fin el m om ento, re an u d ab a el trab a jo p ara el que
se había com prom etido. E sa tard e , cuando pasó a ver a su
h ijito antes de volver a su casa, la cuidadora le dijo: «Su niño
está en el hospital, tuvo u n a d iarrea verde a las once. Yo ya
tuve un bebé que m urió de eso, así que enseguida lo llevé al
hospital». N aturalm ente, en el h o sp ital aceptaron al bebé como
caso de urgencia; sin em bargo, cuando la m adre llegó, le dije­
ron: «No hem os visto d iarrea pero déjelo en observación».

190
Así llegó a m í el testim onio m aterno sobre el inicio de la
separación hijo-m adre. Y tuve que tra ta r este caso cuando Se­
b astián , esquizofrénico m utista, tenía ya siete u ocho años. No
se sen tab a nunca, com o si sen tarse lo hiciera sufrir. Vivía de
pie o acostado. D escubrí entonces, con preguntas a la m adre,
lo que ella llam aba su estreñim iento y que refería a lo declara­
do p o r el m édico del p rim er hospital, al salir de él S ebastián.
La m ad re m encionaba frecuentem ente a los m édicos la p alab ra
«estreñim iento», pero, decía, sin in tere sa r a los varios que h a­
bía consultado. «Póngale supositorios», decía uno. «E ste otro
m edicam ento», decía otro. E n realidad, al niño le a te rra b a de­
fecar. Más o m enos cada quince días, aullando de dolor, ex­
pu lsab a un enorm e escíbalo que, decía su m adre, ni siquiera
lo aliviaba. El m édico que aconsejé consultar a la m ad re diag­
nosticó u n a fisura anal, la tra tó y luego, apreciando el riesgo
que la hospitalización im plicaba p ara el pequeño, p racticó
en su consultorio, b ajo anestesia general y en p resen cia de la
m adre, la extracción de un fecalom a del tam año de u n a ca­
beza de bebé. Las dependencias del consultorio se im pregna­
ron de u n olor a putrefacción tan insoportable que el m édico
tuvo que su spender las dem ás visitas del día. El niño llevaba
esta p u trefacció n fecal, este cuerpo extraño fecal, desde hacía
años, desde hacía m ás de cu atro años. Sólo que, cada tanto,
hacía u n a enorm e «caca» gritando de dolor. La m ad re decía
a tes m édicos: «Está estreñido, eso es todo». S eb astián re h u ­
saba todo alim ento susceptible de estreñirlo, com o el chocolate
que m ad re y abuela —¿por qué?— creían que le h a ría bien.
Además, el chocolate que S ebastián rechazaba era ocasión p a ra
que las dos m u jeres se pu sieran a discutir. Desde que su pe­
ristaltism o quedó restablecido, p rim ero p o r la intervención
m édica y luego p o r el trata m ien to em prendido conm igo, que
le verbalizaba todo lo sucedido, y ello en presencia de su m a­
dre, S eb astián pudo sentarse y en co n trar placer com iendo de
todo. No con ello, p o r desgracia, curó de su psicosis. P ero su
vida se h ab ía vuelto m ás agradable, el niño estab a m enos an­
gustiado.
Volvam os a la génesis de esta psicosis. Como decíam os,
colocado a los cinco m eses, sin explicaciones —él que era m uy
d esp ierto —, en casa de una cuidadora a la que no conocía, Se­
b astián h ab ía sufrido el desajuste de su im agen p e ristá ltic a
digestiva, secundariam ente, sin duda, al hecho de verse recha­
zado y depositado sucesivam ente en casa de tres m u jere s di­
feren tes en u n a sem ana. La terc era había tenido a su cuidado
un b eb é que había m uerto de toxicosis, iniciada con u n a dia­
rre a en casa de la m ujer. El p rim er día que lo tuvo con ella,
u n a deposición d iarreica de Sebastián, a las once de la m a­
ñana, la tra sto rn ó p o r com pleto. Lo había recibido a las ocho.

191
Lo condujo al hospital, donde lo aislaron p a ra tenerlo en ob­
servación. Ahí fue donde esa tard e, alarm ada p o r la cuidadora,
fue a verlo su m adre, sin que se le p erm itiera e n tra r donde
estaba su h ijito ni hablarle. E n esa cám ara aislada Sebastián,
en pocos días, llevó a cabo u n a p ro fu n d a regresión, agravada
secundariam ente p o r u n a bronconeum onía contraída en el hos­
pital. Y el p ed iatra dijo a la m adre: «No he visto la diarrea,
parece m ás bien estreñido, se en cu en tra bien pero lo tendre­
mos unos días, p o r precaución». La m adre se quedó tranquila,
m ás aún cuando todavía no les hab ían entregado el apartam en­
to prom etido. Claro, el niño tenía cinco m eses, p ara ella era
m uy duro sep ararse de su bebé; pero tenía que tra b a ja r, y le
habían dicho que en ese sitio esta ría tan bien como en casa
de una cu idadora desconocida. Y adem ás ella no se daba cuen­
ta de nada. Fue hablando de este período cuando recordó el
desam paro del pequeño en su cám ara de aislam iento. D etrás
del cristal, en pocos días quedó irreconocible. Al poco contrajo
la bronconeum onía. ¿Qué la h ab ía causado? A su im agen res­
p irato ria le faltab a el olor y la presencia de la m adre. El la
buscaba, cuando la divisaba tra s los cristales del recinto; al
comienzo gritaba, pero al cabo de tres, cuatro días, se había
puesto indiferente. Su im agen re sp ira to ria pulm onar estaba
privada del olor de la m adre, que h abía abandonado su zona
erógena olfativa. Sus ojos, sus oídos que ya no oían a su m a­
dre, sus pulsiones de m u erte se h abían movilizado sobre la
im agen funcional re sp irato ria, abandonada p o r el sujeto del
deseo. Hay siem pre en el aire m icrobios que, criatu ras vivien­
tes como son, no piden m ás que p re cip ita rse p a ra p ulular sobre
un cuerpo cuyo funcionam iento circulatorio no es óptim o. El
esquem a corporal se ventila m al cuando el niño sufre, en la
im agen del cuerpo oral olfativa, p o r no reen co n tra r el olor de
la m adre am ada. En cuanto a la im agen peristáltica, pues de
eso se tra ta en el estreñim iento, la im agen funcional del tubo
digestivo regula el trayecto del contenido alim entario según
el esquem a corporal del tubo digestivo: esta im agen funcional
se había inm ovilizado, com o h abía dicho el médico. «En vez de
d iarrea, su hijo parece estreñido, pero está bien. Póngale su­
positorios y después lléveselo, se aburre»: esto dijeron al curar
al niño de la bronconeum onía. Pero no, no podían llevárselo,
el piso no estaba listo. Así fue com o este bebé de cinco me­
ses, espléndido al llegar, tuvo que p erm an ecer seis sem anas en
el hospital. De risueño precoz que era, este niño que recono­
cía p erfectam en te a su m adre, padre, abuelos, se había vuelto
triste, apático, perdido, no se fijaba en nada ni jugaba. Cuando
la m adre, que había em pezado a in sta la r su piso, vino a bus­
carlo pensando que todo se arreg laría en cuanto se lo llevara,
Sebastián no m ejoró y poco después se tornó progresivam ente
autista. ¿Cómo reconocerse, en este ap artam en to nuevo que

192
sus p ad res esperaban, esta vez con u n a cu n ita que a ellos les
p arecía p erfecta p ero que ya no era su cesto (su objeto p a r­
cial, asociado a él-su m adre, conocido antes de los cinco m e­
ses)? E sta m adre, que había interrum pido m om entáneam ente
su tra b a jo m ás p a ra in stalar su vivienda que p ara ocuparse de
él, no le pedía nada, y él no le pedía nada. E stab a m uy ocu­
p ad a y él, com o dice, era m uy bueno.
Si se quiere generalizar partiendo de un ejem plo ta n d ra­
m ático pero desgraciadam ente nada excepcional, digam os que,
sin p alab ras dirigidas al niño, palabras a través de las cuales
él pu ed a oírse reconocido como sujeto, la función sim bólica
co rre peligro de verse p e rtu rb a d a y re su ltar de ello desórdenes
fisiológicos, éstos debidos a efectos descreativos m o rtífero s
que actú an cada vez m ás sobre la desorganización y la pérdida
de las im ágenes del cuerpo, que van de la im agen actual a las
m ás precoces, las cuales son «carnalizadas» por su entrecru·
zam iento con el esquem a corporal.
P or desgracia, todo desorden fisiológico les parece a los
adultos exclusivam ente del dom inio del cuerpo, único en fer­
mo: lo cual angustia, no sin razón, a los padres y al m édico.
La dialéctica de la im agen del cuerpo trin ita ria se cierra sobre
el narcisism o del niño, y éste, en cuanto sujeto que expresa
el lenguaje preverbal, sufriendo por no ser com prendido ni re ­
conocido en su afectividad y en su am or p o r su m adre, efec­
tú a u n a regresión. El deseo de com unicación sutil de sujeto
a su jeto re su lta así reprim ido del lado del niño, y se to rn a im ­
posible después a causa de un trasto rn o funcional que no es
in terp re tad o en su carác te r de lenguaje. Del lado del adulto,
lo que hay es angustia ante el trasto rn o som ático del niño, y
p o r tan to de este cuerpo-objeto, único reconocido com o re p re­
sen tan te del niño. Como consecuencia, la angustia y su cuerpo
p arecen ser todo lo que, del niño, es reconocido por el entorno.
El su jeto ya no es reconocido en lo que in ten ta decir. De lo
que se h ab la es de los síntom as del niño, pero a su persona,
lam entablem ente, no se le habla más.
La m ad re recu erda, en efecto, que en el nuevo ap a rtam en to
no le h ab lab a a S ebastián. Le había hablado m ucho d u ra n te
los p rim ero s cu atro m eses, cuando lo alim entaba, y tam bién
d u ra n te el destete, el m es en que estuvieron ju n to s, cuando
ella se an g u stiaba p o r ten er que volver a su trab ajo . Y des­
pués tuvo que ocuparse de tan tas cosas, y él se enferm ó, ella
lo veía tra s los cristales de la cám ara en que lo h abían aislado.
El se puso inerte, indiferente, ella ya no le hablaba, ni de él ni
a él. De S ebastián les hablaba a los dem ás diciendo «el peque­
ño», ya no era «Sebastián». Y lo m iraba con ojos tristes, angus­
tiados. D espués de esas catastróficas jo rn ad as con cam bios su­
cesivos de vivienda, de cuidadoras, y finalm ente el aislam iento
en el hospital, la observación-colocación hospitalaria, que el

193
m édico juzgó tem poralm ente cóm oda p a ra unos padres en di­
ficultades, había sido ro tu n d am e n te m o rtífera p ara la rela­
ción del niño con ellos, y p o r ta n to de S ebastián consigo m is­
m o y con el mundo. Y esto sin que nadie lo advirtiera. Ahora
bien, Sebastián tenía cinco m eses, la edad m ás frágil, justo
después del destete, p a ra el desencadenam iento del autism o,
cuando se produce u n a separación en tre el niño y su m adre
y no sólo entre el niño y su m ad re sino aquí entre el niño y su
espacio de seguridad conocido con la m adre y el padre. E ste
cam bio en el hábito de vida de u n niño que h asta entonces ha
dependido exclusivam ente de u n a persona, precisam ente en el
m om ento de un destete bien realizado — com o en este caso,
el paso del pecho a la alim entación variada y al biberón— exi­
ge extraordinarios cuidados y m ediaciones. Al niño han de ex­
plicársele todas las m odificaciones de lugar, de hábitos de
vida. El com prende. Sufre, pero no se vuelve loco. Es im por­
tan te decirlo, ahora lo sabem os: tal vez en tre quienes lean esta
observación haya p ed iatras que la re co rd a rán y sabrán preve­
n ir trasto rn o s sim ilares, advirtiendo al bebé de las cosas que
van a cam biar para él, explicándole las razones de los actos de
sus p adres, forzados a confiarlo tem p o ralm en te a otros.

El síntoma como equivalente


de lenguaje destinado a los padres

El síntom a convertido en m edio de expresarse a través de


u na disfunción ansiógena d estin ad a a los padres es tam bién
lo que encontram os en el llam ado m ericism o, cuando el bebé
vom ita la leche a su m ad re sin h ab e rla digerido. En todos los
casos que he podido observar, la relación bebé-m adre se en­
cu en tra p e rtu rb a d a p o rq u e ella se au sen ta en cuanto le ha
dado el biberón, o incluso m ien tras se lo está dando, siendo
que el niño, precoz, inteligente, desea u n intercam bio conver­
sacional, de ro stro a ro stro . Q uerría después de cenar una rela­
ción in terp erso n al, cóm plice, afectiva y anim ada. En general
se tra ta de niñas, m ás ra ra m e n te de varones. En el caso de los
varones, los vóm itos precoces del lactante, en chorros carac­
terísticos, vienen, es sabido, de u n a ligera m alform ación del
píloro m uy fácil de tra ta r. Pero aquí no hay m ericism o, que es
cuando los vóm itos no obedecen a ninguna causa orgánica. En
el m ericism o en contram os m ás a m enudo a una niña, inteli­
gente, precoz, cuya m adre parece m enos sagaz que su h ija y
que generalm ente e n tra en depresión después del parto. No le
h abla a su bebé, sólo le preocupan las horas y las dosis, el peso
y la d uración del sueño; no está ate n ta a las m anifestaciones
de este pequeño ser hum ano, y no establece relación festiva,
cóm plice, con su bebé. Cada vez que el niño llam a, ella inter-

194
p rê ta que es p a ra com er o p a ra que lo cam bien. Pero cuando
lo cam bia, el bebé no ve su ro stro de la m ism a m an era que
cuando le da el biberón. T anto es así que el niño acaba com ­
p ren d ien d o que la única relación interpsíquica pasa p o r la co­
m ida. E ntonces, el niño devuelve lo com ido o lo bebido, pues­
to que se tra ta de biberones, p ara que ella vuelva a em pezar;
p o rq u e así, al m enos, el intercam bio dura m ás y ella sigue p re ­
sente, gracias a este subterfugio. Al comienzo se tra ta de un
e rro r de dirección, que se instala de m anera crónica. E n lugar
de sonoridades procedentes de la imagen funcional pulm onar,
con el aire pasando p o r la laringe, el lactante se confunde en­
tre la laringe que, p ara el esquem a corporal sano, funciona
en am bos sentidos, y la faringe contigua, que sólo h a de fun­
cionar en u n único sentido; m ás aún cuando se da el hecho de
que su m ad re no le canta ni le habla. Se sirve entonces del
o b jeto p arcial de la necesidad, la leche que ha llegado al estó­
mago, p a ra devolver esta leche por la faringe, cuando en ver­
dad lo que él d esearía prolongar son sonoridades suaves y aca­
riciad o ras, la presencia tranquilizadora de su m adre. Lo que
le ap etecía en ese m om ento era que lo llevara en sus brazos;
y escu p ir su leche era in ten tar, torpem ente, significárselo.
E n vez de o b ten er de la m adre m im os y palabras, esta re­
gurgitación co n stante angustia a ésta y, a continuación, al m é­
dico. Ahora ella no se atreve a levantar ni a m over a su hijo.
Le aconsejan dejarlo en observación en el hospital. Así sobre­
viene la separación, que no hace m ás que agravar y provocar la
m an ifestación en cadena de una relación p e rtu rb a d a con la m a­
dre, que se culpabiliza p o r ella. Hay sobrevaloración de la boca
vo m itadora que se h a tornado chillona, del funcionam iento
bucal tan p ro n to com o no queda nada m ás p a ra tra g a r y vom i­
tar. Es la expresión de un sujeto reivindicando en vano el ro s­
tro definitivam ente perdido de esa m adre que lo h ab ía aco­
gido al nacer. La vom itadora pasa a ser una chillona, al m ism o
tiem po que sigue siendo una vom itadora. P ara esta boca, enor­
m e a b e rtu ra cu ad rada, ruidosa (a los tres años) y que no habla,
todos los objetos parciales son buenos, caca, tierra , todo lo
que, innom brable, e s . asociado a una m adre que no la no m b ra
sino com o «la pequeña». Todo lo que puede ser zam pado y
vom itado com ienza a reem plazar, en cuanto la niña puede h a­
cerlo, u n a relación m adre-hija que ya no tiene nada que en­
señarle. La m adre, en su narcisism o de m á rtir extenuada, es
rep etitiv a y estereotipada. «La pequeña» traga lo que fuere,
se m ete cu alq u ier cosa en la boca. La m adre se lam en ta y «des­
pués grita». E stos m ericism os se prolongan a veces de dos a
tres años d u ra n te los cuales la niña come y lo devuelve todo,
y sin em bargo engorda, crece; pero en realidad son neurosis
graves, experim entales, podríam os decir, provocadas p o r el he­
cho de que no ha sido reconocida una dem anda del su jeto a

195
su m adre sujeto, una dem anda de palabras, de com unicación
psíquica y de afectividad. E sta dem anda se expresa entonces
p o r el único lenguaje al alcance de la niña, es decir, los vóm i­
tos de leche no digerida, apenas h a term inado el biberón, para
que la relación p erfu san te de la m adre con el bebé continúe;
quizá se tra te del desplazam iento de la perfusión del cordón
um bilical.
Cada vez que hay m ericism o e n tre un bebé y su m am á,
como cuando hay anorexia del lactante, el tratam ien to debería
co nsistir en conversaciones de la m adre no con un psicólogo,
sino con un psicoanalista, hallándose p resen te el bebé y siendo
reconocido como in terlo cu to r al m ism o título que la m adre,
en los brazos de ésta. En vez de eso, el m édico, alarm ado por
la angustia de la m adre, se deja llevar al círculo infernal de
los tratam ien to s orgánicos, de las observaciones, de los cal­
m antes, y a la denegación del sujeto (el niño y su deseo) que
hace que sólo sea atendido su cuerpo objeto. El cuerpo pasa
a ser la única cosa de la que se habla, por no h ab er sabido
hablarse a la p ersona del lactante, dirigiéndose a él a través
de su n om bre cuando era necesario, y por no haber sabido
que un lactante, varón o niña, es ya un sujeto, algunos más
precoces que otros p a ra m an ifestarlo pero todos receptivos a
la p alab ra verd adera que les es dirigida en lo que atañe a su
h isto ria y a su intento de hacerse com prender. Aun es preciso
p ara ello estar en condiciones de ten er u n a escucha aprecia-
blem ente aguda de los niños y de los bebés, como lo dem ues­
tra el ejem plo siguiente.

Lo que hablar ele su mal puede querer decir

El caso de Pedro
Pedro es un niño de tres años que llega a mi consulta des­
pués de todo un periplo p o r consultorios de neurólogos, pues
se queja de dolores de cabeza y ello desde el mes siguiente a
su en tra d a en el parvulario. E n la p rim era entrevista, veo apa­
recer un niño com pletam ente atontado, de ro stro congestio­
nado, ojos hundidos y m edio ocultos b ajo los párpados supe­
riores, y que rep ite con tono m onótono: «Me duele la cabeza,
m e duele la cabeza, m e duele la cabeza». Me sorprende, p ri­
m eram ente, que un niño de tres años diga: «Me duele la ca­
beza», sin tocársela. En general, u n niño de tres años dice,
tocándola: «Me duele m i cabeza». No dice «la».
Ante esta m anera de expresarse que m e intriga, le pregun­
to: «¿Dónde es que te duele la cabeza? M uéstram e dónde te
duele la cabeza». P edro m u e stra su ingle, cerca de la entre­
p ierna o del pubis, quizá su pene. «Aquí», dice. Yo: «¿Te duele
ahí, en la cabeza de quién?». El: «La cabeza de mamá». Todo

196
esto an te dos p ad res com pletam ente estupefactos. P regunto
entonces a la m adre: «Señora, ¿tiene u sted a veces dolores
de cabeza? —Sí, es verdad, tengo m igrañas catam eniales. Des­
de joven, cda vez que tengo la regla m e p asa eso, debo que­
darm e en casa dos días, y como trab a jo de secretaria en u n a
em p resa en la que estoy hace siete años, desde antes de n acer
Pedro, ya m e conocen, puedo in te rru m p ir mi trab a jo p o r dos
días y después lo retom o. —¿Y cuándo em pezó el dolor de ca­
beza de su hijo? ■ —H acía poco tiem po que iba al ja rd ín de in­
fancia, donde estaba m uy contento, cuando una m añ an a fue
su p ad re el que lo llevó, yo no m e sentía bien, y m i hijo vol­
vió, traíd o p o r u n a em pleada de servicio con una n o ta de la
m aestra: “Su hijo está enferm o, se queja de la cabeza”. P or
su erte yo estab a en casa. Me había quedado, precisam ente, a
causa de la regla y de mi dolor de cabeza».
G racias a su dolor de cabeza, la m ad re no co n c u rría a su
trab a jo . Dado que el niño iba al ja rd ín de infancia, sabía que
ella h ab ía vuelto a tra b a ja r tras la in terru p ció n m otivada por
su nacim iento. T rabajo de m am á, escuela p a ra él, esto era algo
acordado en tre ellos b astan te tiem po atrás, y P edro era u n
niño m uy inteligente. Pero ese día com prendió. A los tre s años,
conocía bien a su m adre. E ra el día de su regla, su olor lo
denunciaba. No iría a tra b a ja r. E ntonces, ¿por qué iba a ir él
a la escuela? E l quería quedarse con ella, puesto que ella se
qued ab a en casa. E ntonces pronunciaba esas p alab ras, esos
fonem as m ejo r dicho, p ara él de efecto mágico, los que hacían
qu edarse en casa a m am á. ¿Por qué no él? «Me duele la ca­
beza.» Aunque, ¡caram ba!, esos fonem as, esa serie de p alab ras
hab ían sido tom ados como expresión de un dolor de la cabe­
za de él, lo h ab ían llevado al hospital, lo habían tenido en ob­
servación y, b ú sq u ed a tras búsqueda, después de todos los
exám enes som áticos posibles, como no se en co n trab a n ad a
orgánico, lo h ab ían enviado a un psicoanalista. ¿La cabeza,
dónde? Ahí, en su sexo. ¿La cabeza de quién? La cabeza de
m am á. ¿Qué cabeza era ésta? La cabeza, claro, o la m am ada,*
que se h ab ía cortado sin duda cuando ahí hubo sangre, com o
este niño inteligente no había podido d ejar de o bservar cuando
su m ad re se acostaba, y él ju n to a ella, los dos días de sus
reglas.
E sta p equeña h isto ria estuvo destinada a m o stra r que escu­
char a un niño es importante, siempre que se co m prenda lo
que a su edad quiere decir hablar. Y esto depende de la im a­
gen del cuerpo, que es un lenguaje, y un lenguaje que no es
u n lenguaje en nom bre del niño h asta después de a d q u irid a
la au tonom ía com pleta, y sobre todo h asta que no h a tenido
lu g ar la castració n edípica. En ese m om ento, en el niño que

* Juego de palabras Intraducibie entre tète y tétete. [T.]

197
ha pasado b ien el trance, «su» p alab ra asum e lo* que «él» sien­
te. No es que ahora pueda decirlo, pero lo que el niño asum e
es lo que siente, y no ya las verbalizaciones, consignas o pala­
b ras de efecto m ágico sobre otro.
La cohesión de las tres com ponentes de la im agen del cuer­
po, ligadas en tre sí p o r la im agen dinám ica, es sinónim o de
seguridad. Su disociación, p o r el contrario, perm ite a las pul­
siones de m u erte alcanzar p re p o n d eran cia sobre las pulsiones
de vida. Y ésta es una señal de alarm a p a ra la integridad nar-
cisística del Yo o del pre-Yo .11
Hay peligro de organicidad patológica cuando la disocia­
ción hace que ya no haya referencia a la h isto ria del sujeto;
entonces las pulsiones de m u erte se ponen a prevalecer, lo cual
m antiene cuando m enos la vida, digam os, vegetativa del cuer­
po. Cuando se atiende m uy bien al niño en lo que atañe a su
cuerpo, a sus necesidades, pero sus deseos particulares, sus
placeres, sus actos, su sexo, no son referidos a su relación con
su p adre y su m adre, con su fu tu ro , con su historia desde que
nació, p a ra él es com o si su único valor fuese orgánico. Si los
que hacen que se lo atien d a son su cuerpo y sus necesidades,
se ve entonces inducido a fingir, a in te rp re ta r el rol que se le
p resta, el de no ser m ás que un objeto. Por ejem plo, lo aco­
m eten necesidades im periosas, o bien le falta algo m aterial, o
bien tiene que su frir p ara que se ocupen de él, p ara que le den
o hagan lo que fuere. Lo que el niño dice es estereotipado,
siem pre caram elos, siem pre u n juguete, siem pre hacer pipí o
caca. E n ciertos casos p artic u la res de m adre-hijo, es el dolor
de oídos, el de estóm ago o cu alq u ier pantom im a, con tal que
se ocupen de él. Aquí su esquem a co rp o ral es el único sostén
del niño en una su erte de narcisism o de los intercam bios me-
tabólicos. Si aparece un dolor auténtico, puede reintegrarle,
con su aislam iento afectivo, la ilusión de que él existe como
sujeto, y volverlo atento a ese percibido diferente que él es
el único en p ercibir. Su narcisism o p rim o rd ial se disocia del
estado de b ien estar sensitivo p a ra ligarse a un estado pató­
geno, ese dolor que pasa a ser u n a com pañía, por falta de una
persona ju n to a él. El malestar fisiológico puede convertirse
así en el significante específico del status relacional imagina­
rio del sujeto con todo otro,12 por falta de un otro. La imagi-

11. R ecordém oslo. El pre-Yo designa la conciencia del su jeto en su


esquem a corporal y en su im agen del cuerpo previam ente a la castración
prim aria (im agen del cuerpo tod avía n o con scien tem en te sexuada, pero
ya erógena, debido a la erectilid ad local; esq u em a corporal percibido com o
erógeno en relación con los o b jeto s deseados: pene eréctil para el m ucha­
cho, clitoris y vagina eréctiles para la chiqu illa).
12. ¿Todo ot ro? {¿Tout aut re?] ¿Es decir, voces? ¿Olores? ¿Im ágenes
táctiles antropom orfizadas que ju stifican , sin que ellos puedan decirlo,
las fobias precoces de los bebés?... T am bién los d ioses y los dem onios.
En el adulto «razonable», se observa la existen cia de este período no

198
nación hace que u n a p a rte de su cuerpo sea com o un otro, y
que am bos se ocupen el uno del otro, él de su m alestar y su
m alestar de él, consagrándole esta parte de su c u e rp o .13 Así
es com o debe com prenderse el fundam ento sim bólico de la
h ipocondría, que es u n a neurosis que linda con la psicosis
n arcisística, com pletám ente d istin ta de la histeria: el h istérico
no tien e m ás p ro pósito que m anipular a o tra persona, m ien­
tras que el hipocondríaco se m anipula a sí m ism o. Cuando tie­
ne dinero y visita a m uchos m édicos, los deja im potentes p a ra
atenderlo, pero esto no le p ro cu ra placer. Ellos son los te sti­
gos de su coloquio interm inable con el m al d entro de su cuer­
po, que es im posible de curar, y con motivo. Sucede com o con
ciertos n eu róticos y ciertos enferm os psicosom áticos p a ra quie­
nes la curación no debe darse com pletam ente: lo único que
n ecesitan es alivio; la curación sería sím bolo de p érd id a n arci­
sística, de m u erte am enazadora p ara ellos. E stán dem asiado
solos. E sto s achaques crónicos, poco graves según el diagnós­
tico m édico y que no ponen en peligro la vida de los enferm os,
p e rtu rb a n considerablem ente su existencia y sus relaciones,
p ero les son necesarios. Son u n a form a de am or por sí m is­
m os, donde ellos son a la vez la m am á y el niño (¿acaso no
es éste el tem a de la canción: «El placer de am or d u ra tan
sólo u n m om ento, el su frir p o r am or dura toda la vida»?). Es
u n am o r que ocupa.
Decir que la imagen del cuerpo es la encarnación simbólica
del sujeto significa que en ella no se inscriben sino las em o­
ciones sim bolizadas, es decir, las que tienen un sentido de len­
guaje, de com unicación interhum ana, en cualquier caso las que
h an cobrado este sentido p ara el sujeto. La sim bolización de
la que aquí se tra ta es en realidad una presim bolización. La
sim bolización p ro piam ente dicha no interviene sino con la cas­
tració n edípica y el acceso al orden sim bólico de la ley, la
m ism a p a ra todos, sin prerro g ativ a p ara ciertos su jeto s res­
pecto de otros que estaría n exceptuados de ella. En efecto, sólo
después de la castración edípica puede el sujeto decir «Yo» en
su p ro p io n om bre, «Yo» hijo o h ija de X ..., nom bre que signi­
fica su filiación y justifica la prohibición del incesto. Se sabe
individuado, nacido de sus padres, pero diferente de su p ad re
y de su m ad re, de los que ha salido, y ligado p o r ellos a dos
fam ilias de origen. Accede a la responsabilidad de sí m ism o
en la sociedad b ajo el nom bre que le fue dado p o r sus pad res
y el apellido que recibe de ellos, pero que rige tam bién su ge­
n itu d según la ley del país del que son ciudadanos. E n cuanto

cu m p lid o del n arcisism o prim ord ial sosten id o por un d olor crón ico psi-
cosom ático: «Otra vez m i hígad o haciendo de las suyas». El h ígad o es
el «todo otro» que no es uno.
13. V éase el caso de Tony, pág. 287.

199
a la forclusion del nom bre del padre ,14 concepto lacaniano,
pienso que se in stala m uy precozm ente en el niño, m ucho an­
tes de la castració n edípica, al com ienzo de la castración p ri­
m aria, pero no he estudiado en p a rtic u la r la elaboración de
esta ausencia de presim bolización patógena p a ra la economía
psíquica. La forclusion del no m b re del p ad re produce un en­
clave psicótico, pero este m ism o enclave es el garante de la
conservación del narcisism o del sujeto y sobre todo de una
ética oral, g arante ella m ism a de la conservación y cohesión
de las p rim eras im ágenes del cuerpo, resp irato rias y diges­
tivas.

Patología de la imagen del cuerpo


en la que sólo ha fallado el destete

El d estete ha fallado si no ha conducido al niño a una re­


lación de com unicación con su m ad re m ás rica aún que cuan­
do estaba al pecho; y no sólo con su m adre p resen te sino con
u na m ad re im aginada, cuando ella está ausente; una m adre con
la que él se halla en co n stan te conversación en las lalaciones
que em ite al ju gar, en el in ten to de p o n er fonem as sobre todas
sus observaciones y sensaciones táctiles, com o si fuera con su
m adre con quien estuviese en coloquio perm anente.
R epitám oslo, los efectos del destete m al sim bolizado pue­
den d ejar su m arca en te rro re s de devoración que, por o tra
p arte, encontram os m ás o m enos en estado de huella en m u­
chos de estos niños. Si se en c u en tran a oscuras im aginan lo­
bos o cocodrilos que p o d rían devorarlos. Como si zonas eró-
genas orales que no fueron suficientem ente sim bolizadas pu­
dieran p asearse p o r el espacio y tom arlos, a ellos, como objeto
de su deseo. E sta patología del destete se desarrolla a causa
de erro res m atern ales com etidos al efectuarlo, por falta de pa­
lab ras oídas de labios de la m ad re explicando al niño la razón
de la privación. Tam bién, quizás, a causa del sufrim iento que
experim enta la m adre al p riv arse del placer de ser m am ada
p o r su bebé. O tra situación de destete que no perm ite la sim ­
bolización de las pulsiones p ro h ib id as, bajo la form a del cani­
balism o respecto de la m ad re después del destete, se presenta
cuando hay u n paso brusco del niño que m am a a otro espa­
cio que lo separa, p o r el tiem po de varias m am adas y de varios
cam bios de pañales, de su m adre, siendo ésta reem plazada por
o tra persona asistente. Cuando, p o r ejem plo, la m adre re tira
al niño de su pecho el m ism o día en que lo confía a una guar-

14. E sta forclu sion es correlativa, m e parece, de una ausencia no for­


m ulada, de una denegación o una derelicción del lazo filial con su propio
genitor, que es coexisten cial al n a rcisism o de por lo m enos uno de los
dos padres del p sicótico.

200
dería o a una nodriza, su bebé no puede conservar en su in te­
g rid ad la im agen del cuerpo adquirida. Queda ésta am p u tad a,
al m enos en p arte , de la im agen de la zona erógena, e incluso
de u n a p a rte de la im agen funcional del cavum (olfato, audi­
ción, im agen linguopalatal) que se ha m archado ju n to con su
m adre. P ara que la zona erógena oral m antenga su vivacidad
m ás allá del duelo del objeto parcial, el pecho, es in d isp en sa­
ble que el niño conserve una relación sensorial con la m adre,
que su m adre objeto total siga presente, que reto rn e según rit­
m os de b a sta n te frecuencia y que el pecho del que se lo priva
perm anezca en su m em oria. Ello exige que la m adre se ocupe
de su bebé, al que ya no tiene al pecho, por lo m enos ta n to
com o antes. E l niño debe proseguir en la construcción de su
im agen del cuerpo, la zona oral, en lugar de m am ar y to car el
pecho, descubriendo todas las o tras tactilidades, gustos y olo­
res de funcionam iento alim entario, dentro del clim a conocido
de su relación con su m adre, alternativam ente presente-ausente
y reto rn an d o , hablándole y m im ándolo, despertándolo a todas
las percepciones nuevas alim entarias sobre el continuo cono­
cido del olor, de la voz, de la m irada y de los ritm os, que son
sus m anipulaciones específicas.
El paso a o tra persona, a o tra voz, al m ism o tiem po que la
p érd id a del pecho y de los cuidados de aseos p o r la m adre, aún
m ás si esto se produce en un espacio distinto de aquel en que
el niño vivía desde hacía m eses con su m adre, puede b a s ta r p a ra
pro v ocar un trau m atism o, una ru p tu ra en la im agen del cuer­
po, am agando un com ienzo de psicosis en u n niño sensible e
in telig en te .15 Como efecto del destete defectuoso puede h a b e r
tam bién, a largo plazo, solución de continuidad en la im agen
del cuerpo en cu anto a la relación entre la boca (lengua, p ala­
d ar) y la laringe, faringe; con lo cual la laringe re su lta ser
h ered era, p o r contigüidad de esquem a corporal, de la depriva­
ción de la faringe, que deglute la leche m aterna, al m ism o tiem ­
po que la resp iración de su olor. La laringe puede, p o r ausen­
cia de im agen de placer, desinvestir el placer de la sonoriza­
ción de los fonem as; el niño grita todavía, pero ya no «charla»,
solo en su cuna o en brazos de su m adre. E sto provoca, pos­
terio rm en te, trasto rn o s tales como el tartam udeo, el re tra so
de lenguaje o la in ep titu d p a ra el aprendizaje del habla, debido
a u n a suspensión de im ágenes de esta región a la vez funcio­
nal y erógena, suspensión que pasó desapercibida d u ra n te las
sem anas que siguieron al destete m al efectuado, es decir, b ru s­
co y no m ediatizado p o r palabras de am or que o cu p aran el
lugar del cuerpo a cuerpo, y sobre todo, repitám oslo, cuando
hay privación del pecho al m ism o tiem po que ausencia de la
m ad re y p érd id a del espacio conocido. Aprovecho p a ra d ar u n a

15. Véase el caso de S ebastián, pág. 190.

201
indicación sobre el tartamudeo·, que, en m i opinión, proviene
de la b ru sc a d esestru ctu ració n de u n tab ú que databa de la
edad oral, tra s un destete sin problem a aparente, en el cual
la sublim ación consiste en el ap etito por todos los otros ali­
m entos que no son el proveniente del pecho m aterno, y la ela­
boración de una nueva ética inconsciente co nstruida sobre el
tab ú del canibalism o. E ste ta b ú guarda relación con las pulsio­
nes fálicas; el síntom a del tarta m u d e o expresa el desasosiego
del niño, invalidado en su orgullo fálico p o r una im agen o
una experiencia real, y que choca d en tro de sí con la im posibi­
lidad de reg resar a la im agen activa de devoración oral no so­
lam ente del pecho, sino del objeto total, su b strato vivo físico
del sujeto m adre.
P ara que se m e entienda m ejor, citaré el caso de un m ucha­
cho de quien me ocupé cuando tenía dieciocho años. Llam ém oslo
Joël. Su tartam u d eo apareció cuando tenía tres años. Se hallaba
entonces en un salón de té con su m ad re y su tía, herm ana
de su padre. Las dos m u jeres se reunían cada ocho días en ese
lugar con él. Ambas, ese día, según acostum braban, se pusie­
ron a h ab lar en tono b u rló n de las extravagancias del padre
del niño, su esposo y herm ano respectivam ente. De pronto,
Joël resbaló de su silla y desapareció bajo la m esa. H abía p er­
dido el tono de su esquem a co rp o ral p o r invalidación de su
im agen fálica del cuerpo. De e star sentado en la silla, com ien­
do, acabó hallándose b ajo la m esa, sin que nadie entendiera
el porqué. Lo incorporaron, volvieron a sentarlo a la mesa,
regañándolo, p o r supuesto. Según parece, se m ostraba apabu­
llado. Todo esto lo rem em oró p o sterio rm en te la m adre cuan­
do, en su análisis, Joël recordó la escena del salón de té, habló
de ella a su m ad re y ésta le confirm ó la exactitud de su recuerdo.
Pues bien, aquí h abía com enzado el p rim er tartam udeo, un ta r­
tam udeo que después no cesó nunca, asociado al pastel de cho­
colate que Joël com ía m ien tras las dos m ujeres se desternilla­
b an de risa bu rlándose de su p ad re. R ecuerdo encubridor que
apareció como rep resen ta n te , a la vez, de una derelicción del
p ad re y del tarta m u d e o del hijo. Puede decirse que Joël sobre-
determ inó el falo en cuanto am o esténico m otor de la im agen
del cuerpo vertical, h a sta el p u n to de que no pudo conservar
la p o stu ra sentada, y que p erd ió el control de la fonación, su­
blim ación del falism o oral en cuanto com patible con un futuro
de varón. H a de decirse tam b ién que el chocolate es, por ana­
logía de color, u n a im agen del excrem ento anal. H ubo inva­
lidación de las posibilidades de tran sfere n cia fálica u re tra l y
anal sobre el habla, que estab a adquirida, y sobre la escansión
de la colum na de aire. Joël p re sen tab a un tartam udeo p a rti­
cular: en vez de em itir los sonidos, h ablaba tanto al asp irar
com o al expirar. E sto caracterizab a su tartam udeo. El m ucha­
cho asp irab a la colum na de aire en el m om ento en que quería

202
p ro n u n c ia r los fonem as, e inflaba de tal m odo su tó rax de aire
que ya no conseguía sostener su respiración. El aire que h abía
asp irad o tarta m u d e an d o volvía a salir, como ajeno a la escan­
sión de las p alab ras que él p ro cu rab a ligar en u n a expiración
a la vez ventosa y sonora. N inguna reeducación, desde su in­
fancia, h ab ía logrado ayudarlo, y Dios sabe que las había hecho
(no tarta m u d e ab a cuando leía en voz b aja ni al re c ita r poesías
de m em oria). La cura psicoanalítica, al re m o n ta r la h isto ria
libidinal, lo liberó totalm ente de sus trasto rn o s de fonación,
tra s h ab e r liberado su im agen del cuerpo an terio r a los tres
años.
A parte de los diversos trasto rn o s del lenguaje, la im p o rta n ­
cia de la época oral y de la castración a ella asociada, con la
nueva ética del ta b ú del canibalism o (la represión de la m o rd ed u ­
ra), hace que sea en los fracasos que la m arcan donde se origi­
nan las n eurosis fóbicas, como largam ente indiqué m ás arriba.
P ara esta neurosis fóbica m uchos niños hallan co rrien tem en te
un paliativo en el objeto transicional, auténtico fetiche táctil y
oloroso asociado al m am ar de uno o dos dedos. E ste fetiche
está destinado a ser soporte de las pulsiones, tan to pasivas
com o activas, cuya satisfacción es in terru m p id a p o r la p érd id a
causada p o r la ausencia de la m adre sin m ediación suficiente
de p alab ras p o r p a rte de ésta. Tal pérdida, p a ra m uchos, aca­
bó afectando el interés vocal auditivo o afectivo hacia el len­
guaje verbal, insuficientem ente investido en reem plazo del cuer­
po a cuerpo, reem plazo que ha de tener lugar en la relación
del niño p rim ero con su m adre y después con su p adre. Des­
pués del destete, el padre, m ás aún en los varones, es el re­
feren te com o o bjeto to tal que sostiene la im agen inconsciente
del cuerpo en su desarrollo, y, en las niñas tan to com o en los
varones, el narcisism o es sostenido por la relación con el p ad re
tan to com o con la m adre; a veces, la im agen que sirve de Yo
Ideal es u n a superposición, una suerte de entidad bicéfala, la
m am á-papá o el papá-m am á .16
El o b jeto transicional, u n a vez investido, no puede ab an d o ­
n a r al niño sin que éste caiga en una angustia extrem a. T rad u ­
ce el deseo del niño de conservar una sensación Iim ínar táctil
del pecho con su boca. Por desgracia, es u n pecho d esierto de
p alab ras y de lenguaje significantes. Si el niño p ierde este ob­
jeto , es com o si p erd ie ra definitivam ente no sólo su b o ca y su
lengua, sino tam b ién una p a rte m ás o m enos im p o rtan te de la
en tid ad Yo Ideal, que p ara él está asociada a toda com pletud
de im agen del cuerpo. P erdería tam bién, de este m odo, su
cohesiva certeza de ser, asociada a la im agen de base de la
im agen inconsciente del cuerpo (en la época del destete, en tre
los cinco y los siete m eses, es el abdom en, el tórax la im agen

16. V éase «Mots et fantasm es», en Au jeu du désir, op. cit.

203
re sp irato ria y cardiovascular), u n a certeza de contar con una
vida vegetativa segura.

Patología de imágenes del cuerpo


que han permanecido sanas después del destete,
en el período clé la analidad y de la deambulación
individuante del niño.
Patología de la castración anal

La etap a de aprendizaje de la m arch a y de la autonom ía


corporal en el espacio puede ser origen de la destrucción de
una im agen del cuerpo h a sta entonces sana, vale decir que la
dificultad de estru c tu ració n in terviene sobre la base de una
buena relación en tre el niño que m am a y su m adre, habiendo
evolucionado el niño, en cualquier caso, sin dificultades hasta
los dieciocho m eses. Al decir «im agen del cuerpo sana» me
refiero a u n a im agen del cuerpo que perm ite la com unica­
ción in terh u m an a, la m anipulación lúdica y u tilitaria de los
objetos, asociada a cierta intencionalidad, creadora de com­
plicidad en relación con todo lo que sucede, la relación fecun­
da en tre el niño y las p ersonas de su fam ilia, creación y fe­
cundidad productivas en relación con el estadio de evolución
de este niño. Una im agen del cuerpo que, en sum a, perm ite al
niño d esarro llarse «yendo-deviniendo de acuerdo al genio de
su sexo», con un narcisism o bien instalado, dentro de la co­
m unidad hu m an a que el niño integra.
La d esestru ctu ració n a que aludo sobreviene en un niño
cuyas experiencias y descubrim ientos propios de la edad de
la deam bulación no son balizados p o r p alab ras alentadoras,
prudenciales sin duda pero que le explican bien, deseoso co­
mo está el niño de nuevos rendim ientos, las m anipulaciones
necesarias p a ra el descubrim iento sin incidentes graves del
m undo de las form as. Antes de la m archa, el niño, a causa de
su atención visual y auditiva, p artic ip a b a ya p o r identificación
fan tasm ática en lo que m iraba, en todas las actividades de los
adultos y herm an o s m ayores a quienes veía desplazarse. Hacía,
cabría decir, experiencias p o r personas interpuestas. E ra una
anticipación de su fu tu ro cercano. Con la m archa, p ara él se
trata , a través de dificultades y fracasos, a veces de incidentes
y dolores físicos, de re d u cir la im agen del cuerpo —que él ha
fantasm atízado al m odelo de la im agen om nipotente de las
personas grandes— a las m eras dim ensiones de aquello que
es realizable p a ra su pequeña p erso n a que acaba de verticali-
zarse y que se ha hecho autónom a gracias a la m archa. Se
tra ta de reducir, esta im agen, a la realidad de las experiencias
posibles p a ra su esquem a co rp o ral de niño torpe aún con su
pelvis, con sus m iem bros inferiores, a causa del com pletam ien-

204
to tard ío del desarrollo de la m édula espinal en el ser hum ano
(de los veintiocho a los tre in ta m eses), re traso responsable de
la p rolongada incoordinación m otriz en las crías de ho m b re y
de la incontinencia excrem encial infantil.

La experiencia de la realidad

El niño descubre, a fuerza de experiencias a veces penosas,


los lím ites del espacio de seguridad que lo rodea, espacio de­
finido p o rq u e puede desplazarse por él sin dem asiados riesgos,
y los d eterm in an tes de una tem poralidad que, en su duración,
ya no sigue exclusivam ente el ritm o de las apariciones-desapa­
riciones de su m adre. Ahora es él m ism o quien, gracias a su
poder de desplazarse y de desplazar objetos, puede m odificar
las apariencias del m arco am ueblado que lo rodea, y b u sc a r la
presencia de la m adre o su straerse a ella. Preciso es com pren­
der que la adquisición de este nuevo poder, que h ab itu alm en ­
te desem boca en la autonom ía, es un período difícil p a ra el
niño y tam b ién p a ra las m adres, sobre todo si éstas son ansio­
sas, y p a ra m uchos pad res que a veces lo son m ás todavía que
las m adres. A p a rtir de la m archa espontánea, de pie, en tre los
doce y quince m eses, h asta los treinta, el m odo de crianza y
las p alab ras dichas o no dichas al niño acerca de sus activida­
des, los cum plidos o reproches que recibe de su m ad re res­
pecto de las iniciativas que lo hacen ac tu a r sin su ayuda, la
atención que ella pone o no en aceptar su participación a veces
todavía to rp e en las ocupaciones en las que quiere ayudarla, los
estím ulos o las p uestas en guardia ansiosas que recibe de la
in stan cia”tu telar, u n a lib ertad controlada sólo desde la m irad a
con u n a ayuda cada vez m enos necesaria o, p o r el contrario,
la lim itación de su lib ertad física p o r su encierro en u n a jau la
o en un espacio reducido y desprovisto de sorpresas, todo esto
ejerce influencia sobre toda su vida de ser hum ano. Dieciocho
m eses, son el período que se puede denom inar del «tócalo-
todo», m uy dificultoso p ara las m adres. Los cuatro a seis m e­
ses que siguen son los m ás im portantes p ara la educación si
se los em plea p ara el enriquecim iento del lenguaje asociado a
las experiencias m otrices libres en una relación de confianza
en el adulto. V erbalizar lo que interesa al niño, lo que él m ira,
in te n ta alcanzar, toca y m anipula, crea en él la riqueza del
vocabulario, no p ara ahora sino p ara ocho o diez m eses m ás
tarde. El niño «transportado» por este lenguaje inform ador, y
h asta iniciático, que la m adre le b rin d a p ara conocer el m undo
que lo rodea, puede re n u n ciar al auxilio del tran sp o rte. Ahora
pesa m ucho y puede ren u n ciar progresivam ente a la asistencia
física de su m ad re p a ra sus necesidades. Llegado a los veinti­
dós m eses, si desde la edad de la m archa (doce a catorce me-

205
ses) ha podido ejercitarse en hacerlo todo como los adultos,
el niño es enteram ente capaz de com er solo con p ulcritud, de
to m ar hábilm ente lo que necesita, de servirse de utensilios de
m esa, de servirse en el plato, todo esto a im agen de los adul­
tos, si él «desea» to m ar sus com idas con ellos. Si día tras día
se deja lib ertad p ara ello, le enorgullece hacer solo sus ne­
cesidades en el m ism o lugar que es utilizado por todos, lim ­
piarse solo si, evidentem ente, se le ha enseñado a hacerlo
asistiéndolo d u ran te el tiem po necesario, y progresivam ente la­
varse, vestirse, desvestirse solo. A costarse solo cuando tiene
sueño y d ejar d o rm ir a los dem ás cuando él no duerm e. Jugar
con todo lo que encuentra, escuchar canciones y cuentos, ha­
cer preg u n tas y m ás preg u n tas, seguro de que se le contestará,
y de este m odo convertirse ráp id am en te en u n niño seguro de
sí m ism o y de su autonom ía.

Autonomía del niño

E sta autonom ía del niño en relación con las instancias tu te­


lares y d en tro de un espacio de seguridad equivale a la con­
q u ista del sentim iento de lib ertad , sentim iento inseparable del
de ser u n hum ano. D epende esencialm ente, p a ra cada niño, de
la tolerancia que a su respecto ofrezcan el narcisism o posesivo
m aterno o el de la perso n a encargada de su vigilancia. Depen­
de tam bién de la introyección de esta tolerancia por p arte
del niño. Cierto es que u n niño que en casa está siem pre en su
jaula, al que se desplaza siem pre en brazos o en cochecito, que
no puede in te n ta r explorar según su propio ritm o el espacio
que lo rodea siendo que hace ya varios m eses que ha alcanzado
el desarrollo m uscular que se lo p erm itiría, se encuentra en
u n gran peligro: porque no hace m ás que experiencias visua­
les, im aginarias, p o r procuración, identificándose con otro, sin
ninguna experiencia real de su p ro p ia m asa corporal, la de un
objeto parcial del espacio cuando se lo sep ara de su m adre
que, antes, lo paseaba, llevándolo d irectam en te o con u n co­
che. Es evidente que u n niño criado com o si fuera un prisio­
nero, tan pro n to como puede escap ar al exterior o fuera del
corrali to en casa, co rre rá el riesgo de su frir accidentes: no
tiene ninguna experiencia de su cuerpo ni del espacio, lo cual
hace que la m adre, que ya an tes era intolerante con su liber­
tad, se vuelve cada vez m ás ansiosa, y lo introduce una y otra
vez en su co rralito «para e sta r tranquila»; así se va instalando
u n círculo vicioso. El niño se encam ina hacia una inexperien­
cia to tal de su esquem a corporal, al m ism o tiem po que desa­
rro lla el fan tasm a de om nipotencia de u n a im agen del cuerpo
p u ram en te n arcisista oral, sin experiencia m otriz, que lo vol­
verá cada vez m ás inhábil, m ás inexperto; el peligro se incre­

206
m en tará el día en que ya no exista un im pedim ento exterior
que, p a ra la m adre, supone u n a seguridad, pero que, p a ra él,
es u n a cárcel patógena. D entro de esta cárcel, sus pulsiones
anales sin exutorios, reprim idas sin palabras y por tan to no
sim bolizadas, se refuerzan y se aplican, en el registro oral
im aginario (de dos dim ensiones), a fantasm atizar una om ni­
potencia asociada a un esquem a corporal ignorado, no invali­
dado pero que se experim enta casi como tal p o r carecer aún
de relaciones con la im agen funcional del cuerpo que el niño
construye no p o r experiencia, sino identificándose con los de­
m ás, m irándolos ponerse en m ovim iento y dom inar el espacio.
E n /s u im aginación, p re sta su im agen del cuerpo inm ovilizada
a las im ágenes de la deam bulación de los otros, que él observa
y m em oriza. No se convierte en «Yo [Moi-Je], él es Tú, Yo-tú
IMoi-Tu], Además, m uchos de estos niños hablan de sus deseos
poniéndolos en segunda persona: «Tú quieres esto, tú quieres
aquello», es com o si h ab laran de sí siendo el otro. Son niños
muy inhibidos desde el pu n to de vista m otor. Tras un destete
b astan te bien vivido, p orque el niño se hallaba en una buena
relación con su m adre y toleraba lo que ella le im ponía, lo que
falló es la castración anal. El cordón um bilical im aginario,
podríam os decir, que liga aún a la m adre con su hijo, lim ita
o libera al niño según que la m adre lo tolere corto o m uy lar­
go. Pues bien, hay m adres que no toleran ninguna lib ertad
para su hijo, y o tras que saben elim inar todas las ocasiones
de accidente grave alred ed o r de su hijo y, en esta área de li­
bertad, d ejarle to m ar iniciativas y hacer experiencias. El len­
guaje co m p o rtam ental, em ocional y verbal de la instancia tu­
telar, com binado con las experiencias lúdicas y u tilitarias que el
niño gusta de realizar, perm ite a éste m em orizar todo lo que la
m adre le ha explicado respecto de los objetos a su alcance
y de la tecnología adecuada p ara conseguir su m anipulación;
p ara que ello tenga lugar sin incidentes ni fracasos. E sto es lo
que contribuye a la adquisición de la autonom ía. P ara el niño,
sólo de este m odo se construye un pre-Yo lim itado p o r un
pru d en te pre-Superyó que sostiene y estim ula el deseo. E ste
pre-Superyó no es sino la voz interiorizada de la m adre o del
padre, el Tú al que el niño se rem ite yendo-deviniendo Yo.
E sta voz, si no tolera sus iniciativas, inhibe la relación de la
im agen del cuerpo con el esquem a corporal. Si p o r el co n trario
tolera sus iniciativas y verbaliza los diversos aspectos del éxito
o las causas de un fracaso, el sujeto asum e arriesg ar su deseo
p o r la aplicación de su esquem a corporal a las incitaciones que
m otivan este deseo en el m undo exterior. E sta voz introyecta-
da, m em orizada en él, es como si le dijera ante nuevas inicia­
tivas de acciones: «Ve, lo puedes hacer, m am á (o papá) lo
p erm itiría si estuviese aquí». O, por el contrario: «No, no pue­
des, es peligroso, m am á (o papá) lo diría, ella (o él) lo ha

207
dicho». E sto explica, adem ás, p o r qué lo que p ara cierto ni­
ño puede ser u na transgresión, no lo será p ara otro. Cada niño
d esarrolla su autonom ía en función de las palabras, de los
fonem as, de su sonoridad, del tim b re de la voz tensa o diver­
tida, inq u ieta o alegre, con que la m adre ha acom pañado sus
p rim eras iniciativas. M am á estaba allí, vio, dijo que sí o no
dijo nada, y p o r tan to la próxim a vez puedo llegar m ás lejos.
M amá me vio y se enfadó, p o r tan to no debo hacerlo más. E sta
audición in terio r, interiorizada, coloca al niño en seguridad o
en inseguridad según que haya sido controlado con o sin an­
gustia, am ado o rechazado en sus experiencias cotidianas m o­
trices, según que las p alab ras p ro hibidoras de la m adre y su
estilo, griterío, am enaza de pegarle, o am enaza con el padre,
con el policía, con el hom bre del saco, etc., hayan estado o no
en relación con la realidad de un peligro que el niño podía
correr. En efecto, si un día, p o r casualidad, o por un im pul­
so violento, el niño tran sg red e esa palabra prohibidora y los
m uros artificiales erigidos a su alrededor, y sale victorioso
sin tro p ezar con ninguna de las desgracias anunciadas, enton­
ces p ierd e todo Superyó y en consecuencia tam bién todo cri­
terio de seguridad, y, p o r tanto, toda prudencia. Si m am á se
había equivocado o lo había m ovido a erro r, ya no hay m am á
en el sentido de instancia tu te la r de referencia. Y ya no hay
necesidad de ocuparse de la seguridad. Serán entonces un in­
cidente, o una p ersona ex terio r a la fam ilia, o, hecho m ás p er­
judicial, un accidente, los que a p o rta rá n bien sea la re stric­
ción verbal, bien la b a rre ra de la ley, la de la naturaleza de las
cosas, a este niño que ya no está bajo control y que, sin saberlo,
por sano deseo de vivir, se halla en peligro, habiendo perdido
la confianza en sus padres. Puede observarse que del niño in­
hibido al niño p ru d e n te y al niño incontrolado, que constituye
un peligro p ara sí m ism o y p a ra los dem ás, los m atices de com ­
p o rtam ien to trad u cen u n a im agen del cuerpo que procede del
m odo de crianza y de educación a que sus padres lo som eten.

Simbolización ele la realidad

En las relaciones del niño con su m adre, la realidad se sim ­


boliza según dos grandes dim ensiones, el espacio y el tiem po.
El espacio de seguridad es el dejado a su lib ertad y que la m a­
dre ha investido con p alab ras. E stas palabras m em orizadas
lo asisten como perm isivas y auxiliares en todas las ocupacio­
nes que puede el niño h a lla r en ese espacio cuando ella está
ausente. P or el contrario, si expresiones verbales relativas al
tocam iento, al actu ar, a la m o tricid ad y a una lim itación de su
libre espacio de vida reducen el espacio de seguridad, el niño
siente que sus deseos e iniciativas son ansiógenos p ara su ma-

208
dre. La duración de la separación con la madre o con cu alq u ier
p erso n a tu te la r es tam bién una referencia p a ra su seguridad.
Tal duració n puede ser o no com patible con el ritm o necesario
p a ra reen cu en tro s eufóricos después de los m om entos de
eclipse: esto depende de los niños, pero tam bién de la fr u s tra ­
ción que p ara la m adre supone la separación y que ellos p e r­
ciben. E n el m ejor de los casos, esta separación es el signo
de la lib e rta d del niño respecto de su m adre: no se tra ta de
abandono, desde el m om ento en que ella le ha avisado y él se
h alla seguro con personas conocidas. Se reúnen con alegría
si, p o r lo m enos, la m adre no está ausente dem asiado tiem po
y si esto no conduce al niño a experim entar u n a an g u stia que
inhibe su ansia de libertad. La autonom ía no puede conquis­
ta rse m ás que d en tro de la seguridad ligada a la am an te aten ­
ción de la in stan cia tu telar. Todos los conocim ientos del niño,
algunos adquiridos p o r deseo de tran sg red ir cosas desconoci­
das an terio res, otros adquiridos dentro de la atm ósfera confia­
da de la in stan cia tu telar, todos estos conocim ientos experi­
m en tad o s ju gando le ap o rta n sensaciones nuevas, agradables
o desagradables. Y esta percepción organiza la imagen del
cuerpo entrecruzada en el tiempo y en el espacio con el esque­
m a corporal, com o lo están la tram a y la u rd im b re en u n te ji­
do. El tejid o de estas relaciones entre su deseo y el m undo
que lo rodea, que él llega a dom inar o no, e stru c tu ra n lo que
he denom inado su narcisismo primario. Todo esto acaece du­
ra n te el período en que se com pleta el desarrollo neurológico
de la m édula espinal. E lla ap o rta la capacidad sensoriom otriz,
que el niño ex perim enta con placer, de sensaciones finas de
las p lan tas de los pies, del perineo y de toda región uroanoge-
nital, y p o r tan to de las referencias sensoriales de la conti­
nencia esfinteriana asum ida p ara su placer. Es la época en que
el niño juega a re te n er o expulsar voluntariam ente sus excre­
m entos, incluso si ya era relativam ente aseado, com o dicen
las m ad res, es decir, continente por v irtu d de la atención que
la m ad re p re sta b a a sus funciones excrem enciales, y el placer
aseg u rad o r, p a ra u n bebé inexperto e inm aduro neurológico,
de dep en d er de ella.

La educación en el estadio anal

La continencia esfinteriana aparece espontáneam ente en


to d a c ria tu ra h u m an a p o r el m ism o hecho de ser u n m am ífero
su p erio r. Todos los m am íferos son continentes p o r n atu ra leza
desde su com pletam iento neurológico. Por lo tanto, la conti­
nencia no posee en sí m ism a ningún valor cultural. Pero sí so­
breviene u n valor cultural, secundariam ente, cuando el niño
d escu b re que la continencia, cuando él juega a dom inarla, sir­

209
ve p ara su placer, y tam b ién que le perm ite satisfacer o m ani­
p u lar a su m adre, quien reacciona vivam ente a lo que ella llam a
accidentes en la braga y que ya no son, a p a rtir de los trein ta
meses, accidentes, sino pru eb as del placer b ru to obtenido por
el niño con sus pulsiones anales. Por identificación con los
adultos y p o r placer de hacerse «como ellos», el niño, ahora
neurológicam ente bien capaz de control esfinteriano, desea ir,
como los padres, a los excusados dispuesto p ara la excremen-
tación de todos, pequeños y grandes. E sto él siem pre lo había
observado; y si fue respondido en cuanto a lo que los adultos
iban a hacer solos en el re tre te , tam bién él, un buen día, alre­
dedor de los tre in ta m eses pasados, q u errá conducirse como
un adulto. Así, en dos días, la continencia esfinteriana queda
ad q uirid a y p ara com placer a nadie m ás que a sí mismo.
Las m adres que pro h íb en al niño la lib ertad esfinteriana
únicam ente p ara que no se ensucie, y antes de que alcance la
posibilidad anatóm ica, sensorial, sensoriom otriz de controlar
neurológicam ente sus esfínteres y de experim entar el placer
ligado o este control, es com o si le pro h ib ieran individuarse
con respecto a ellas, conocer la paz del cuerpo e interesarse en
aquello que lo cuestiona y que él tiene los m edios físicos de
dom inar, p ara su placer.
Dejar que el niño cum pla sus progresos según sus propios
ritmos es una de las claves de la crianza de los niños, si se
quieren p revenir tra sto rn o s fu tu ro s de las relaciones consigo
m ism o (es decir, trasto rn o s narcisísticos) y trasto rn o s de las
relaciones con los dem ás. Una m ad re que con palabras coarta
las necesidades de su hijo, le im pide satisfacerse a su propio
ritm o, u n a m ad re que regaña a su hijo p o r o rin ar o defecar,
lo fuerza al m ism o tiem po a inhibirse, aunque no fuera esto
lo que ella se proponía. Lo que ella tenía en vista eran el pipí,
la caca, y esto toca de m an era global a la destreza, física y
m anual, a veces incluso a la d estreza de palabra, a la habilidad
p ara expresarse. E n la época del «tócalotodo», el niño precisa, pa­
ra todos los objetos que desea tocar, que se le enseñe la
técnica p ara hacerlo, a través de las palabras de la m adre o
de o tra p ersona de la fam ilia, m ostrándole que tiene m anos,
como las tienen los adultos, sin duda m ás pequeñas pero que
pueden ser m ás hábiles aunque sean m enos fuertes. Si el niño
utiliza sus m anos con inteligencia obtiene los m ism os resulta­
dos que los adultos. Si hace cu alq u ier cosa y de cualquier m a­
nera, no logra sus fines. E sta enseñanza del tocam iento m edian­
te palab ras que acom pañan los intereses m anipuladores del
niño, constituye u n a educación m ucho m ás im portante que la
del aseo esfinteriano; es la educación en la sim bolización de
las pulsiones u re trales y anales p o r desplazam iento del obje­
to parcial sobre todas las cosas. Pero, p ara m uchas m adres, n a­
da más que el aseo esfinteriano y el com er p rolijam ente form an

210
p a rte de la educación. In te n ta n d esin teresar al niño, lo m ás
b ru scam en te posible, de la caca y del pipí (objeto p arcial anal),
sin p a sa r p o r la transposición del interés esfinteriano sobre
las m anos, que en o tro tiem po eran m anos-boca y que ah o ra se
h an vuelto m anos-ano, y que, m ediante el tocam iento y la m a­
nipulación de objetos diversos, como por ejem plo el agua y la
arena, obtienen un placer com binado con el de la inteligencia.
Las ideas con que el niño acom paña todo lo que hace con las
m anos son p rim eram en te representaciones im aginarias; des­
pués viene la sim bolización gracias a p alab ras del en to rn o que
el niño en cu en tra placer en rep etir, asociadas a sus activida­
des lúdicas. Su deseo de «hacer», de «deshacer», de «rehacer»,
de « arrojar», de acum ular, todo este placer físico y m an ip u la­
d o r se origina en las pulsiones anales desplazadas desde el
p lacer del p eristaltism o respecto de ese objeto parcial sólido y
líquido que son las heces, a todos los objetos de m anipulación,
co n stan tem en te a disposición del niño.
No se puede su p rim ir el interés p o r el placer u ro a n al en
que se juega —con ocasión de la necesidad repetitiva, asociada
al placer de los cuidados de aseo m aternos— el deseo de co­
m unicación de su jeto a sujeto, sin que el objeto p arcial p ri­
m ero (las heces) sea reem plazado, y m ejo r aún, p o r otros.
La p ro h ibición de un deseo, o del placer ligado a la satis­
facción (cu alq u iera que sea) de un deseo, sin que la libido ten­
ga ninguna o tra salida p ara aplacar sus tensiones, pone en pe­
ligro la vitalidad, la inteligencia y la sensibilidad del ser hu­
m ano.

La continencia esfinteriana

Sólo cuando el niño h a conquistado u n a elevada destreza


m anual con agua, tierra , todos ellos objetos soportes de sus
fan tasm as derivados del deseo originado en las pulsiones ana­
les, juegos de agilidad m otriz del cuerpo, acrobacias, y se aboca
a ellos estan d o solo o en com pañía de otros niños, la continen­
cia esfinteriana sobreviene con toda norm alidad, no antes de
los veintidós m eses y p o r lo general en tre los veinticinco y los
veintisiete m eses. E n las niñas se presenta un poco an tes que
en los varones, en tre los diecinueve y los veinte, m eses com o
m uy p ro n to , y p o r o tras razones, que son la com pleta inde­
pendencia del ap a rato excrem encial en relación con el ap arato
genital. (La continencia esfinteriana puede ser p re te n d id a de
u n a n iñ a un poco antes que la de un varón.) Todas estas ad q u i­
siciones m anuales form an p a rte del placer de vivir de un niño
que am a a la in stancia tu te la r y que es capaz de an ticip arse a
sus progresos p o r d ar placer a la m adre o al padre. P ero esta
anticipación no debe ser excesiva. Si sucede dem asiado pronto,

211
el p rim er co n tratiem po afectivo en sociedad supondría el ries­
go de p erd er el niño u n a continencia esfinteriana adquirida por
sum isión y dependencia del adulto, y no p o r un placer que él
m ism o, independientem ente del adulto, encontraba en ella.
El sentim iento de la dignidad hu m an a es m uy precoz. Todo
acto y toda verbalización del adulto que no respete este senti­
m iento, invalida el deseo de autonom ía del niño, como si éste
fuese culpable de su p lacer en crecer, dom in ar solo sus nece­
sidades y d escu b rir el placer de dom inarse a sí m ism o en los
funcionam ientos de su cuerpo en el espacio, lo que le perm ite
día tras día el desarrollo neurológico, com pletado hacia los
tre in ta m eses, de su esquem a corporal.
La continencia esfinteriana, la autonom ía p ara la satisfac­
ción de las necesidades excrem enciales, form a p arte del ejer­
cicio de la dignidad hum ana. Ni m ás ni m enos que la autonom ía
p ara la actividad y el descanso, o el com er solo y p o r placer
con la técnica observada en los herm anos m ayores y adultos
modelo.
P ara co n q u istar estos m edios de autonom ía gestual que
integran al niño en el grupo de sus fam iliares como un ser hu­
m ano en tre otro s y p o r ellos respetado, es preciso no ser tra ­
tado como un anim al dom éstico sujeto a órdenes verbales im­
perativas; es preciso que el p lacer de la autonom ía, que ha de
ser descubierto cotidianam ente (a riesgo a veces del displacer,
del fracaso, cuando no se es aún am o de la coordinación), no
sea h u rtad o al niño a causa del p lace r que su dependencia pro­
cu ra al adulto: u n a dependencia de la que él tiene que des­
p renderse; m ás aún, el placer de la autonom ía no tiene que
ser tom ado culpable p o r u n adulto que necesita, p ara su pro­
pio narcisism o, la dependencia del niño, su p oder sobre éste, y
que se m u estra ansioso ante esta lib ertad de vivir que el niño
quiere asum ir.
Todos los conflictos que rodean, d u ra n te la crianza y la pri­
m era educación, la adquisición de la autonom ía y la disciplina
esfinteriana, provienen de estas contradicciones de deseo entre
el niño y su m ad re n u tricia educadora; lesiones inconsciente o
conscientem ente infligidas p o r las m adres al sentim iento de
dignidad hu m an a de su varón o de su niña.
La clave es aquí la confusión que ellas inculcan a su hijo,
o que ellas no desm ontan si él m ism o la h a producido, entre
su estado de infancia o de im potencia neurológica p ara dom i­
n a r sus esfínteres y la vergüenza que él puede o debería
ex p erim en tar p o r ellos. E sta vergüenza espontánea del niño
testigo de su im potencia, o la vergüenza inculcada y cultivada,
¡ay!, como m edio educativo p o r la m adre, se extiende por
contigüidad a todas las sensaciones natu rales de placer que
p ro cu ra u n a región que es tam bién la región genital, cuyo
valor ético, erótico y estético debería ser conservado, pero

212
su straíd o al control p aren tal que el niño siente in tu itiv am en ­
te com o incestuoso.
V olviendo al narcisism o ligado a la im agen del cuerpo en
cuanto tiene de funcional, el sentim iento de la dignidad h u ­
m ana está ín tim am ente articulado con él. Como lo están todas
las conquistas de dom inio de sí y del espacio, progresivam en­
te p o sibilitadas al niño que lo está deseando m ucho an tes de
que su desarrollo neurológico term inado (veintiocho a trein ta
m eses) lo capacite fisiológicam ente p ara él.
H acer sus excrem entos como los adultos, es decir, en el
m ism o lu g ar y de la m ism a m anera, y solo, no con la ayuda
de su m adre, es algo que llena de orgullo a todos los niños.
La lim pieza esfinteriana p re m a tu ra necesita la ayuda de la
m adre o de o tra persona. Cuando se produce en su m om ento,
el niño se desenvuelve rápidam ente solo, y es esto lo h um ani­
zante p a ra él.
Un dato p ara saber si no es dem asiado p ronto p a ra em pe­
zar a so licitar del niño una continencia esfinteriana voluntaria,
es la h ab ilid ad que m uestra, y el placer que obtiene, subiendo
y b ajan d o solo una escalerilla dom éstica o una escalera, así
com o el placer que m anifiesta perm aneciendo largo tiem po en
cuclillas m ien tras juega. Es la prueba de que el sistem a neu­
rológico de la m édula espinal está lo b astan te desarrollado
como p a ra d a r las referencias a la vez de coordinación y de
senso rio m o tricid ad con vistas al placer propio.
P oner precozm ente al niño en el orinal supone un riesgo, el
de in d u cir retraso s psicom otores im portantes, o incluso los
basam entos de una neurosis obsesiva. De una m anera general,
es im p o rtan te que los rendim ientos exigidos por los padres
sean realizables agradablem ente p o r los niños. Es im p o rtan te
tam bién que p ad re y m adre no den a sus hijos m ás que p ro ­
hibiciones progresivam ente m odificadas en función de su cre­
cim iento y de su coordinación neurom uscular.
Es im p o rtan te que se estim ule a los niños cuando corren
pequeños riesgos, que reciban felicitaciones cuando han logra­
do o in ten tad o algo, si un pequeño incidente les h a hecho
fracasar. Los fracasos son form ativos, si se los acepta y se
reflexiona sobre ellos. Ante una dificultad p resen tad a en ausen­
cia de sus p adres, el niño tiene que poder decirse: «Claro,
m am á o p ap á me habían dicho que era un poco difícil»; en­
tonces, an te un fracaso que lo hum illa, se consuela com o lo
h aría su m adre, si estuviese ahí, p o r su im potencia actual,
p restan d o confianza en el porvenir. El sabe que, cada día, se
va desarrollando. Es un m om ento extraordinario en el des­
cu b rim ien to del m undo por el niño, y en el desarrollo de su
m o tricid ad , sobre todo cuando constata que, este desarrollo,
hace felices a todos.
E rro re s de juicio, fracasos en las acciones no deben gene-

213
ra r sentim ientos de culpa o derelicción. E stos sentim ientos
depresivos como, p o r el contrario, el m enosprecio de la reali­
dad y el endilgam iento de la responsabilidad a otros, son obs­
táculo p ara la inteligencia de las cosas y p ara la investidura
del esquem a corporal; uno y otros son fruto de una p rim era
educación ansiosa y culpabilizante del niño ya antes de los
veinte m eses y en los que preceden a la castración prim aria
(dos años y m edio a tres años).

La castración anal y sus sublimaciones

Un niño de muy co rta edad com prende bien que m om en­


táneam ente se le im ponga una prohibición, pero que próxim a­
m ente se le dirá: «Ahora puedes, has crecido, antes no podías,
ah ora sí puedes». O, p o r el contrario, cuando se tra ta de un
acuerdo social de buena vecindad, p o r ejem plo: «A los dem ás
no les está perm itido, tam poco te está perm itido a ti, y a mí
m ism o no m e estaría perm itid o si yo ju g ara al mismo juego
que tú»; la prohibición em ana aquí de los reglam entos de una
vida social, no se refiere a la perso n a del niño, a su torpeza,
se refiere a determ inado lugar y a determ inados reglam entos
válidos p ara todos, o al m enos p ara todos los de su edad,
reglam entos que son aplicados en ese lugar p o r una instancia
su p erio r a los padres y que no se dirigen a él personalm ente.
Cuando a un niño que confía en sus padres se le prohíbe algo,
él adm ite esta contención p o rq u e sabe que está destinada a
evitarle un riesgo dem asiado grande. Tal vez no sea agradable,
pero no es hum illante, p orque no se lo siente como una me­
dida vejatoria. Cuando algo está prohibido p ara todos y de
una m anera d u radera, el niño sabe que es por razones de
interés general que d esbordan el interés p artic u la r de cada
cual, incluido el de sus padres. Lo im p o rtan te es com batir el
in stin to gregario, tan fácilm ente explotable en el ser hum ano,
m am ífero tribal, y ed u car su sentido cívico y social, la acepta­
ción de las reglas sin c o a rta r la posibilidad de criticarlas.
En cualquier caso, superado el estadio anal, el niño deberá
h ab e r aceptado la prohibición de to m a r sin pedir, y después
sin devolverlo tras haberlo usado, lo que pertenece a otro, o
incluso lo que p ertenece al grupo fam iliar. Si su dignidad hu­
m ana es resp etad a con p alab ras y con actos, integrará perfec­
tam ente la prohibición de todo com portam iento que se efec­
túe en d etrim en to de otro, la prohibición de dañarse a sabien­
das a él m ism o o de d añ a r a otro. Esta prohibición del robo,
del rapto, de la agresión sobre personas u objetos que perte­
necen a otro, debe serle verbalm ente significada. El niño com ­
prende y adm ite perfectam en te estas restricciones a sus pul­
siones cuando ve que los propios adultos se som eten a estas

?.!4
reglas, sobre todo si no usan a su respecto de la fuerza física,
tratá n d o lo como si fuera un anim al o una pro p ied ad de la
que pueden disponer.
H asta ahora, su cuerpo propio era fatalm ente el «objeto»
de sus p adres. ¿Qué les sucede a los niños cuando realm en te
se lastim an m ucho? B asta con que la m adre aplique un poco
de m ercuriocrom o, con que pase su m ano p o r la zona doloro­
sa, p a ra que ya no sientan nada; sin em bargo esa herida, esa
q u em ad u ra, ta rd a rá varios días en curar. En lo sucesivo, la
prohibición de atentar contra su propio cuerpo o ele arries­
garlo peligrosamente, debe serle verbalizada: es vivificante
■para el niño, es d ar confianza al sujeto que hay en él, a la
persona. Ciertos niños, p ara lo m ejo r como p ara lo peor, se
co n sid eran un objeto de su m adre, de su padre, de la persona
tu te la r de servicio. Es im p o rtan te despertarlos a la responsa­
bilidad de sí mismos. E s una etapa m uy importante entre la
crianza y la educación. El cuerpo propio del niño no es, en
los hechos, u n o bjeto p a rtic u la r perteneciente a su m adre o
a su p ad re, o a o tra persona tu telar: es un objeto libidinal,
p ara lo que en él es placer oral (im aginario y sensorial), anal
(m otor); placer narcisista dentro de los lím ites de u n a cas­
tració n —las prohibiciones que se relacionan con lo oral y
con lo anal·— que constituye la hum anización del niño. Pero
para ello, es preciso que también la madre (y asim ism o el
padre) haya aceptado ser castrada analmente de su hijo. ¿Qué
se quiere decir con esto? Que no necesita todo el tiem po de
su hijo p a ra su p lacer oral y anal, ni tam poco gozar de su
presencia, ac tu a r en función de él, no necesita e sta r todo el
tiem po vigilándolo, besándolo, ni toquetearlo sin p a ra r, m a­
n ipularlo, vestirlo, desvestirlo, acariciarlo, lavarlo, acostarlo,
cuando le place a ella... P or el contrario, el niño está llam ado
a asu m irse él m ism o en todos los gestos que puede y día tras
día, a d esc u b rir que puede h acer las cosas solo y que desea
h acerlas solo. Es necesario que ella se interese p o r él, que no
sea in d iferen te a sus progresos, p o r supuesto. Si, tra s h ab e r
dicho: «Puedes hacerlo todo solo», no se ocupa de él, él se
siente abandonado y ya no entiende nada. E ntiende de m anera
au tó n o m a p o r la m irad a de su m adre y p o r las p alab ras que
ella le p ro cu ra, p a ra en tregarle su lib ertad com o u n a relación
de ella con él; y es él quien, entonces, se au to m atern a, con su
autorización, y necesariam ente, al comienzo, con su ayuda
verbal. El necesita que ella se asocie con palabras a sus ale­
grías, a sus éxitos, cuando él se los com unica; y que se com ­
padezca y lo consuele, p o r lo m enos con palabras y a veces
con m ínim os gestos m aternales, caricias reco n fo rtan tes, si él
ha tenido u n a experiencia penosa per-ο tam bién rica en ense­
ñanzas. Al m ism o tiem po que lo consuela, la m ad re puede
v erbalizar los hechos, sin juzgar, sin regañarlo p o r h a b e r te­

215
nido un fracaso. Y sin echarle siem pre la culpa a otro, si se
le dice que el fracaso vino del otro. ¿Ha surgido en la relación
de él con otro? H abría que entenderlo, si es posible. Todo esto
significa al niño que se lo considera un ser en constante de­
venir, proyectado al fu tu ro p o r el im aginario de su padre y
de su m adre, y que se va haciendo m uchacha, m uchacho,
y muy p ro n to h om bre o m u jer; que es reconocido por los
adultos tu telares como u n sujeto anim ado de deseo, a quien
se resp etan su lib ertad y sus fantasm as. El niño verbaliza casi
todo lo que hace. No p a ra que el adulto lo oiga, sino porque
no puede hacer o tra cosa. V erbaliza lo que hace porque así
hum aniza sus actos; pero si lo que él dice es utilizado en su
contra, o incluso p a ra esp iar esto que hace o lo que piensa,
se destruye la lib ertad que él estab a construyéndose. Cuando
se lo educa com o acabo de sugerir, el niño siente que le esti­
m an como un re p resen ta n te viviente del deseo auténticam ente
genital de los adultos. Se siente su hijo o su hija en sus m i­
radas, y esto p re p ara la identificación con el adulto de su
m ism o sexo. Lo cual será posible m uy pronto, cuando haya
culm inado, gracias a su crecim iento neurológico (hacia los
trein ta m eses), la asunción de su ser m otor y hum anizado.
H asta entonces, el p ad re y la m adi'e son vistos como un Yo
ideal bicéfalo, tu te la r (tal vez lo que la escuela de Melanie
Klein llam a p adre com binado).

Efectos patógenos sobre el niño de la erotización


oral y anal de sus padres.
Su efecto retroactivo sobre el destete
con efecto mutilador

Una m ad re p ara la cual el cuerpo propio de su hijo es un


objeto libidinal, oral, anal, sobre el cual ella hace uso de po­
deres discrecionales p a ra su propio placer, al que besa y con
el que juega como si fuera un m uñeco, al que devora con los
ojos, con caricias, al que no deja ju g a r con nada que no la
divierta a ella, esta m adre evidencia haberse quedado pasiva­
m ente en el desarrollo de la prohibición anal y sobre todo
genital, y su hijo desem peña p a ra ella el papel de un anim al
de com pañía. El es su m uñeco, o bien su caquita, como lo
llam a m ien tras lo besa con glotonería. En este caso el niño
no puede co n tin u ar su desarrollo sin volverse fóbico u obse­
sivo, y con síntom as relacionados con estas dos neurosis infan­
tiles que p e rtu rb a n su adaptación fuera del grupo fam iliar, los
que m ueven a llevarlo al psicoanalista (y su erte para él si lo
llevan).
La obsesión es un m edio p ara detener el desarrollo libi­
dinal en referencia a una ética anal donde la prohibición con­

216
cierne a todos los objetos parciales de placer. F rente a las
cosas que lo rodean, el niño se ubica com o si todas fueran
caca pro h ib id a p o r m am á; m ás prohibida aún si, llam ándolo
ella «su caquita», esto p ru eb a que sólo él es caca valedera.
Así pues, el niño está investido de una potencia erógena sobre
su m adre, potencia que lo inhibe de m ás en m ás, puesto que
es patógeno p ara un niño ser el objeto erótico de su m adre,
y sobre todo un objeto erótico arcaico que no tiene com o im a­
gen de desarrollo la actitu d genital de una m u je r fren te a su
m arido y viceversa. Las pulsiones de vida de este niño avivan
u n a dinám ica sem piternam ente bloqueada sobre el surco del
disco: «tom ar», com er, o caram elo, «no se toca», pipí, caca; y,
p a ra la relación afectiva, «tesorito», si el niño es «un am or»,
y pan-pan si es «malo» (caca p ara ella), es decir, si se ha
ensuciado. Lo que com plica m ás esta actitud del «no se toca»
aquello que a la m ad re le parece sucio, es que estas p alab ras
tam bién se pron u ncian respecto del pene del niño, el cual, en
ciertos casos, es tan obsesivo que no puede o rin ar solo. Si se
tra ta de u n varón, es su m ad re la que debe sacarle la verga
del calzón p a ra que orine. O bien tiene que hacerlo sentado
com o si fu era u na niña. En cuanto a la niña, no puede lim ­
piarse sola, p orque no hay que tocar, eso es algo que le re ­
pugna (al varón tam bién). Se tra ta de actitudes fobo-obsesivas
pro piciad as p o r una m adre no castrada, que fru stra, en vez de
d ar la castració n sim bolígena. Una m adre (o una m u je r edu­
cadora) que educa así a un niño, es alguien angustiado p o r su
p ro p ia genitalidad reprim ida, se ha entram pado en su regre­
sión a u n a fijación fetichista a su hijo, bajo el p re te x to del
am o r m aterno; expresa un erotism o pedofílico. E sta m adre
se ingenia en re tra s a r el uso de su inteligencia p o r p a rte ciel
niño, p o r m iedo a que éste se vaya a in te re sa r en sus funcio­
nes físicas y en su sexo. Culpabiliza en él la curiosidad (la pul­
sión epistem ológica), fundadora del espíritu hum ano. Cuando
él fo rm u la preg u ntas sobre el sexo o los excrem entos, ella no
responde, o bien: «Cállate, no está bien, no es bon ito hacer
esas preg u n tas, de eso no se habla». En cuanto al niño, cada
vez que experim enta una iniciativa, inm ediatam ente aparece
este pre-Superyó, com o si, ante una intención de m ovim iento,
algo le d ijera: «¡Cuidado, no vayas, detén esas manos!». A cau­
sa de la sobrevaloración de las pulsiones orales (com er exige
despedazar), todo puede ser cortado, troceado, incluso él, todo
en cu b re un peligro; el pre-Yo hum ano fru strad o pro h íb e la
individuación, se aliena en un rol de anim al dom éstico am aes­
trad o según el deseo de su am o, el adulto tu telar, y en ello
se perv ierte; los deseos del sujeto se proyectan entonces al
pre-Superyó aludido, im aginando una zona erógena, oral, ávi­
da, devoradora, fru stra n te de placer, y m utiladora, secciona-
d o ra de dedos que se pasearían p o r algo que m am á h a dicho

217
que no se toca. En el origen, ningún niño tiene una imagen
de cuerpo despedazada. Tiene u n funcionam iento oral que des­
pedaza los objetos del m undo ex terio r —así es como él traga—
y un funcionam iento anal que despedaza los elem entos del
m undo in terio r p ara exteriorizarlo —así es como él hace caca—.
La experiencia repetitiva de sus necesidades de aporte y de
recogida va acom pañada p o r el despedazam iento del objeto
parcial (oral y anal), pero esta experiencia de cuerpo no es
vivida com o relación de sujetos. P ara que haya relación de
sujetos, hacen falta p alab ras que aludan a actividades distin­
tas del com ercio de objetos parciales del cuerpo, y del cuerpo
a cuerpo. P ara su hijo, la m ad re aún no es m ás que un objeto
total, lo he dicho, un objeto que él se re p resen ta a veces como
bicéfalo, papá-m am á, m am á-papá, con el que el niño se iden­
tifica sin sab er aún que él es sólo de un sexo, a sem ejanza
de uno solo de estos dos adultos. P or lo tanto, él no está des­
pedazado. Es la m adre quien, en ciertas m odalidades educa­
tivas, induce la inflación im aginaria del despedazam iento dental
o anal sobre el objeto parcial, debido a que ella hace de su
hijo su objeto parcial. No tiene en cuenta m ás que las nece­
sidades de su hijo y le deja desem peñar el papel de un cuerpo
que funciona, pero no asum irse com o sujeto de sus iniciativas;
y, ap arte de sus necesidades, su p u estas y reales, y de los cui­
dados p restad o s a su cuerpo, 110 le habla. Es así como un
sujeto puede to rn arse ávido de d a r goce a su m adre, valori­
zándose a fuerza de despedazarse. Si tiene valor, es p o r ser un
pedacito, de alim ento o de caca, y la m adre deviene im agina­
riam ente p ara el niño u n a boca despedazante p o r la cual él
tiene necesidad de ser co n stan tem en te besado (m ím ica de co­
m er) o m irado (com ido con los ojos) o escuchado, o incluso
tran sp o rtad o . El niño es su «chiquillín», la niña es su «neni-
ta», su gato, su juguete, su m inina, en todos estos casos el niño,
m u jer o varón, jam ás es llam ado p o r su nom bre; el niño-
objeto lleva cantidades de sobrenom bres, en realidad apodos
que, p ara la m adre, expresan su te rn u ra respecto de un objeto
al que ella le rehúsa, en verdad, la cualidad de sujeto hum ano.
El niño está som etido a u n deseo realm ente perv ertid o r y
que, de este varoncito o de esta chiquilla, hace un objeto de
posesión erótica de su m adre.
Si los dos padres se co m p o rtan de esta m anera, el niño,
como ser viviente, tiene p rácticam en te prohibido d isfru tar de
su propio tiem po en el espacio de ellos. El niño tiene que vivir
en u n tiem po detenido. Tiene que com portarse como u n a lar­
va, como u n a estatua, com o u n falo am bulante, sin cabeza ni
piernas: p o rque p ap á y m am á son verdaderam ente p ara el
niño (según su pensam iento anal mágico, que no se experi­
m enta sobre la realid ad sensorial y espacial sino sobre un
im aginario conservado desde la edad oral) bocas seccionantes

218
u ojos acechadores. Un niño puede ser «estropeado», en el
sentido de h aberse abism ado en la llam ada del deseo de su
m adre o de su p adre (m enos a m enudo, debo decirlo, del p a­
dre, p o rq u e p o r lo general está menos en casa). E sto sucede
cuando la p areja cae en la tram p a de la fascinación ab so rb en te
o rechazante que puede ejercer sobre ella un hijo, se tra te de
un niño herm oso o de uno desfavorecido p o r la naturaleza.
Cada uno busca colm ar su falta en ser [«manque à ê tr e »] p ro ­
tegiendo a su hijo, exhibiéndolo, divirtiéndose con él, sacián­
dolo h asta el hastío, sobrecolm ándolo, a fin de que no am enace
ir a b u sca r en o tra p arte respuesta a la falta inherente al
deseo. Sin él, la p areja no se sostendría. El es p ara cada uno
el señuelo del falo. Ahora bien, en el niño, se lo reconozca
o no, el su jeto siem pre está, no sabem os dónde, desde la con­
cepción; y, puesto que hay sujeto, hay deseo de articulación
vital con el Ello, con el conjunto de las pulsiones que em anan
del capital genético, que está representado p o r el cuerpo p re ­
sente: tal es el propio fundam ento de la posibilidad de un
tra ta m ie n to psicoanalítico; incluso se puede decir que tal es
el artícu lo de fe previo, consciente o no, p ara cualquier psi-
co terap eu ta, sin el cual no po d ría ejercer este oficio. El sujeto
está, no sabem os dónde, pero puesto que hay cuerpo, hay un
sujeto. Si le es im posible expresarse en su cuerpo, esto es lo
que su scita el trab a jo de la psicoterapia. Se tra ta de re m o n ta r
la h isto ria de este m al-viviente, a fin de ayudar al sujeto a
re e n c o n tra r el cam ino recorrido p a ra com unicar con nosotros
un deseo propio de él, a través de su esquem a corporal, p o r
una im agen del cuerpo que no ha evolucionado sino que ha
perm anecido narcisísticam ente resucitable.
A hora bien, este deseo a -veces no puede ni m anifestarse ni
h asta ser im aginable p ara el niño. En ciertos casos el niño
es, en su persona, p o r entero, com o un osito de peluche, como
una m uñeca, o b jeto parcial de u n adulto tu telar. Sin em b ar­
go, hay en algún pu n to un sujeto que tiene un deseo propio,
velado, p ero que en sus pulsiones pasivas acecha el m om ento
en que será hallado p o r alguien; o bien es un sujeto que bajo
la m ásca ra de u na indiferencia prudencial, a causa de un es­
tad o fóbico invasor, está anim ado p o r pulsiones activas, y
desea com unicarse a través de ellas con alguien que acepta
ser to talm en te pasivo en su presencia, y disponible. E sto m is­
mo, esta disponibilidad p a ra el encuentro con las pulsiones
m ás arcaicas de un ser hum ano, es lo propio de la tra n sfe re n ­
cia a p rio ri del psicoanalista. Sobre todo del psicoanalista de
niños. Hay, a veces, pruebas lim inares del deseo de sujeto,
fonem as que se arriesga a em itir, que todavía no son gritos ni
sonrisas y que p o r tanto no son todavía un código conocido,
ni siq u iera fonem as cercanos auditivam ente a los de la lengua
m atern a, pero que son quizá como los gritos que im itan ruidos

219
de la naturaleza, signos que, p a ra él, tienen un sentido, por
haberse elaborado y entrecruzado, a causa de la función sim­
bólica, con sensaciones de su vida visceral, en sus m om entos
de soledad. Así, ruidos de coches, ruidos de sirenas, golpes
dados p o r obreros, o los albañiles que él oye y que, para él,
debido a que estas percepciones del m undo exterior se en­
trecruzan con la percepción de su cuerpo en tensión de ne­
cesidades o en fantasm as de deseos, se convierten en sus
significantes im posibles de descifrar. E stos significantes so­
noros, gestuales, que se han vuelto síntom as com pulsivos, es
indispensable saber que ya tienen un sentido hum ano que
nosotros no captam os y decírselo. E stos significantes válidos
exclusivam ente p ara él, yo creo que él ni siquiera sabe p o r qué
los ha elegido, y después, a fuerza de repetirlos, los ofrece
como significantes. Quizá sean m ágicam ente conjuratorios, ne­
cesarios p ara re te n er al niño en la realidad m ediante una
articulación efím era de u n a percepción llegada del m undo
ex terior con lo que perm anece apegado a ella: restos de fan­
tasm as. La función sim bólica, que ya no enlaza a estos sujetos
con el m undo de los hablantes, los enlaza no obstante con e!
m undo cósm ico, con la naturaleza, con los objetos que los
rodean. E stos niños están m uy aislados, los llam an raros,
tard a n en hablar; en realidad, están en pre-psicosis, que se
agrava si se les deja en su aislam iento. Son fracasos de la
educación de doce a tre in ta m eses, la fase anal, m otriz y ética.
E n efecto, d u ra n te este período, de una m anera constante, las
fam ilias se encu en tran con las m ayores dificultades educativas.
Al comienzo, el niño tiene inhibido su deseo, o bien se le deja
satisfacerlo desordenadam ente, según que se tra te de padres
exigentes o desatentos; lo decisivo, pues, es su conducta res­
pecto del niño, pero en segundo lugar, es él que ya no está en
contacto con ellos y, solos, no pueden hacer nada p o r ayu­
darlo. Después de algunas desventuradas experiencias, después
de algunos fracasos al in te n ta r a c tu a r «como los grandes» que
lo rodean, el propio niño puede acab ar reconciliado consigo
m ism o gracias a p alab ras dichas con generosidad p o r padres
que h an com prendido, con la ayuda de alguien (un psicoana­
lista) a quien le h an hablado, qué cosa llevó al niño al aisla­
m iento. Tam bién hay veces en que los padres, contando
incluso con ayuda, 110 son ya suficientes. El contacto está defi­
n itivam ente ro to y realm ente se hace necesaria una cura per­
sonal del niño, que es larga y que sólo resu lta posible si el
niño está angustiado, cosa que no siem pre sucede. E ste «mar­
ciano», com o dicen sus padres, se satisface a veces con su
vida im aginaria.

220
La estructura ele un niño considerado psicótico

Las tres im ágenes del cuerpo: de base, funcional y erógena,


que, articulándose a cada in stan te unas con otras, fo rm an esa
cohesión de un ser hum ano que conserva su narcisism o, pue­
den hab erse disparado como bolas de billar; en vez de con­
serv ar valores éticos hum anos como los que el niño debía
h ab e r ad q uirido después del destete, y com o los que ten d rá
que d escu b rir d u ran te la castración anal, el niño puede igno­
ra r o in v e rtir estos valores éticos. E ste niño obedece a la
ética de fan tasm as arcaicos absolutam ente inadecuados no
sólo a su actual esquem a co rp o ral ,17 sino disfóricos con re s­
pecto a la im agen del cuerpo propia de la gran m ayoría de
los niños de su edad. Por ejem plo, padece un estrab ism o
doble, o todavía in ten ta to car y h asta to m ar con el dorso de
la m ano, o únicam ente con la boca, o incluso, cuando desea
cam inar, en vez de a b rir la hen d id u ra que perm ite a d e la n ta r
un pie resp ecto del otro, sus pies se cruzan, y p o r consiguiente
no pued e cam inar, hay que llevarlo. He dado ejem plos de
esto en otros trab a jo s, y todo el m undo conoce m uchos en la
clínica infantil. El niño q u erría crecer, sus padres tam b ién lo
desean, lo expresan, pero, a cada m anifestación de sus pu l­
siones libidinales, cada día nuevas, su palab ra ap u n ta a p ro ­
h ibir, a fren ar, o incluso algo peor, a desvalorizar su deseo.
Sus gestos o verbalizaciones paralizan las iniciativas del niño,
así sea, m ínim am ente, m eterse las m anos en la boca o p o n er
sus m anos en su sexo, lo que ya es algo p a ra un niño que
h asta ah o ra no hacía nada.
De ello re su lta que el sujeto niño es inducido a in teg rarse,
a e stru c tu ra rse , en u n a im agen narcisística que no lo prom o-
ciona ya p a ra la adquisición de las potencialidades de su es­
quem a corporal (que le p erm itirían ad q u irir u n a autonom ía
m otriz) p o rq u e esta adquisición am enazaría indisponerlo con
la instan cia tu telar. Lo im p o rtan te es com prender que el cam ­
bio de a c titu d educativa (si, p o r ejem plo, los padres alarm ados
p o r el re tra so psicom otor de su hijo hacen un tra b a jo psico­
analítico) no im pide al niño conservar su habitus atrasad o .
D escubrirse libre de m ovim ientos se ha vuelto peligroso p a ra
él, aun si ah ora se le autoriza a ello, porque ocurre que el ser
hum ano bebé, y niño pequeño sobre todo, in tro y ecta la im a­
gen de los adultos que se han ocupado de él, sobre todo si es
precoz e inteligente, com o si estos adultos fueran la presenti-
ficación de él m ism o, fu tu ro hablante, dueño de sí, viviente
vegetativo y viviente anim ado. E stru c tu ra inconsciente in tu i­
tiva. Antes de la castración prim aria, el proceso de integración
del otro com o u n sí m ism o que sabe, se recibe de todos aque-

17. V éase el caso de Pedro, pág. 196.

221
líos que son m ás grandes y m ás fuertes, de am bos sexos. Des­
pués de la castración prim aria, esta integración se cum ple en
provecho de las im ágenes de los otros, herm anos m ayores y
adultos, del m ism o sexo que el niño, si la castración prim aria
ha sido bien realizada; y del otro sexo si, p o r el contrario, la
castración lo ha desnarcisizado en su sexo, en vez de narcisi-
zarlo. O bien incluso el niño vive com o si no quisiera saber
nada de su sexo, y puede entonces reg resar al m ero funciona­
m iento u retro an al (encopresis), com o expresión asociada a su
perineo. Hem os visto el problem a en la etapa de la castración
p rim aria. A veces, con el tiem po, ello en tra ñ a experiencias
peligrosas p a ra el niño y p a ra los dem ás; porque el deseo,
antes de d ejarse re p rim ir p o r com pleto, in v ertir o neutralizar
en cuanto al fu tu ro genital —el cual está efectivam ente en
cuestión en lo que atañe a las cosas de la vida y a su principio
«crecer y m ultiplicarse» (en la m edida de lo posible)—, este
deseo se acum ula a fuerza de se r contrariado. Las pulsiones
de vida, agresivas, activas y pasivas, se refuerzan. Surgen ac­
tos inconscientes, irreflexivos, im previsibles, im pulsivos: para
escapar al statu s m o rtífero de objeto, el niño, coartados sus
actos, dem asiado pasivo p rim ero y después inestable, pasa a
ser el niño catástrofe, «sem illa de delincuente», se dice, mor-
dedor, violento, p red ad o r, dem o led o r ,18 te rro r de los parques
y los com ercios. La reacción de los padres, coercitiva tanto
como ansiosa, co n stan tem en te en alerta, le confirm a día tras
día que es com o objeto, com o cosa perteneciente a sus padres,
que él tiene que p erm an ecer cada vez m ás; a falta de am or
y de caricias que su conducta to rn a im posibles de prodigar, y
tam bién p o rq u e toda suavidad y te rn u ra exasperan su sadism o
inconsciente, parece ingeniarse p a ra provocar a los adultos,
p ara reaccio n ar a fin de que algo suceda, para no descubrirse
en un desierto relacional, blanco de sus solas pulsiones activas
o pasivas. Se puede co n sid erar a las instancias tutelares, los
educadores, la m adre, el padre, com o inconscientem ente mu-
tiladores, fru strad o res de este niño, y en segundo térm ino
como verdugos de niños. En ciertos casos estos m ism os pa­
dres, e incluso otros al principio m ás tolerantes, no pueden
re p a ra r los estragos de u n a castración no dada a tiem po y
con am or. El pre-Yo del niño ya no es dom esticable por un
ser hum ano que lo am a y al que él am a, un ser hum ano sana­
m ente educador, q ue p erm ite la utilización y la sim bolización
lícitas de las pulsiones prohibidas.
E stos niños, así criados, anulados p ara el deseo y que han
introyectado la prohibición de desear, suelen caer en acciden­
tes psicosom áticos y se enferm an, presas de o tras criaturas,
los m icrobios, que están listos p a ra ocuparse del cuerpo de

18. Y h asta incendiario.

222
aquel que ya no se asum e, o de ciertos órganos de este cuer­
po, m al vitalizados. Si su cuerpo resiste, se convierten en
niños peligrosam ente caracteriales. Sus noches están llenas
de pesadillas o insom nios, porque, aun en lo im aginario, las
p rohibiciones surgen en una tabulación donde se satisfacen
deseos tran sg reso res que los padres introyectados im piden o
descalifican. E n cuanto a su sueño vigil, p ara el niño tra n s ­
cu rre en gu erra continua sin piedad con su deseo y las con­
tradicciones éticas de su im agen del cuerpo, que siguen siendo
o h an vuelto a ser no castradas.
No in ten taré confeccionar aquí el catálogo de todos los
casos en que sem ejante experiencia profundam ente distorsio­
n an te del narcisism o hum ano se produce en el período del
d esarro llo n eu ro m u scu lar term inal de la m édula espinal, es
decir, en tre los veinticuatro y los tre in ta y seis o cu aren ta
m eses, en tre los dos y los cuatro años. Debo p re cisar que es
siem pre en los fracasos inconscientes de la educación, en el
sucederse de los enfrentam ientos entre la libido del niño y la
de sus adultos educadores, con la m ejor buena voluntad cons­
ciente de una y o tra parte, donde se originan estas graves p e r­
turb acio n es fu tu ras, sexuales y psicosociales, fijaciones p erv er­
sas o procesos psicotizantes. En m uchos m odelos educativos,
existen m om entos de educación fallida. Por suerte, en la m a­
yoría se evidencian p o r trasto rn o s de salud (psicosom áticos)
que constituyen u n paréntesis y perm iten, m erced a un tiem ­
po de regresión, volver a em pezar. Pero cuando el cuerpo no
paga su deuda con la ley de la castración sim bolígena, los fra­
casos se inscriben en el habitus psicosocial y volverán a m os­
tra rs e en quienes p o sterio rm en te tienen el valor de em p re n d er
u n psicoanálisis, m uy arduo en aquel adolescente y adulto
físicam ente sano p ero cuya desadaptación no p erm ite am or
ni creación.

El caracterial. La prepsicosis

E l narcisism o de la im agen del cuerpo del niño re su lta de-


solidarizado del esquem a corporal de su edad fisiológica, p a r­
ticu larm en te en el caso en que el deseo libidinal oral de tom ar,
de saber, de com prender, y el deseo anal de hacer, de actuar,
de ex p erim entar, despiertan en la instancia tu te la r u n a reac­
ción tan erotizada o tan reprim ida (en el inconsciente es la
m ism a cosa), que la m adre es presa de una angustia inconte­
nible, asociada a u n a reacción expresiva m ás o m enos co n tro ­
lada: «¡Cuidado!», donde el niño percibe siem pre lo que en­
cubre. Si ella reacciona ante su angustia con una culpabilidad
Superyoica —que se rem onta a la época de su infancia—, esta
cu lpabilidad se expresa en m iradas de desprecio, en actitu d es

223
hostiles o palabras de censura y de ru p tu ra de am or, que ella
cree educativas. Al niño ni siquiera le es posible re c u rrir a
este fan tasm a de placer arcaico: que ella lo consuele en su
difícil trance, reconciliarse consigo m ism o identificándose por
introyección con la m adre acogedora p ara el bebé aún im po­
ten te y a quien ella sabía tran q u ilizar. Puesto que ya no lo
ama, y que él le cree, y puesto que a sus ojos ella tiene razón
(dado que él 110 puede juzgarse con otros ojos que los suyos),
entonces lo que sucede es que sencillam ente ella lo desea y,
si ya no lo desea, entonces es que tiene necesidad de él. Toda­
vía le da de com er, pero tam bién al p erro se le da de com er.
El niño no puede salir de este aprieto. Queda entonces som e­
tido a la introyección de em ociones insólitas, sin rep resen ta­
ciones, o a veces con, com o única rep resentación asociada al
sujeto, su nom bre, vocalizado agresivam ente, a veces tam bién
su patroním ico, el apellido del p ad re (de la m adre, si se tra ta
de una m adre soltera), al cual su m ad re lo asocia cuando no
está co n tenta con él, en cuanto bebé solam ente de ella: «Tú
eres (el h ijo) Fulano, o (la h ija) Fulano». Su nom bre, p ro n u n ­
ciado con severidad, y el p atro n ím ico Fulano que se le añade,
son p ara el niño que así se oye censurado, rechazado, el signo
de su em oción m ás depresiva. Surgen entonces en lo incons­
ciente los efectos de las pulsiones de m uerte, que invisten en
todo o en p a rte tal o cual zona funcional o erógena de su cuer­
po, y esto provoca, p o r ejem plo, anorexia, vóm itos, encopresis,
enuresis, insom nio. Oímos a m ad res y padres que creen que
son blanco p referido, com o si se tra ta ra de retorsiones oposi-
cionales de este niño al que p re te n d en a d ie stra r .19 Cuanto más
m u estra él síntom as de esta clase, m ás quieren adiestrarlo,
y lo que se genera es u n a d ram ática situación libidinal perver­
tida, en tre seres hum anos que ya no pueden hacer o tra cosa
que destruirse. El niño p ierd e incluso la sensibilidad de sus
sensaciones esfinterianas discrim inadas, de sus sensaciones de
trán sito , queda to talm e n te librado a las pulsiones de m uerte,
p o rque ha sido alertad a su im agen de base, la fundam ental,
que está asociada a la m adre, de quien he dicho que es, a un
tiem po, la vida y la m uerte. Si la m ad re no posee ya ninguna
característica de vida p a ra el esp íritu y p a ra el corazón, en­
tonces, p a ra el cuerpo que no puede vivir sin espíritu y sin
corazón ella pasa a ser la m u erte que llega, o incluso la m uerte
esperada; y la m uerte-m adre será su referencia antiexistencial
y existencial a la vez. Sin h a b la r de que el significante «muer-

19. Quién n o recon ocería e sta s palabras de cualquier madre: El (o


ella) m e ha hecho una diarrea, él (o ella) se m e ha enferm ado de tos fe­
rina, m ien tras que los pad res dicen, m á s bien: «El (o ella) m e las
pon e negras, m e provoca. N o m e dejaré m anosear por tu h ijo o til hija.
El (o ella) m e está tom an d o el pelo». Las m adres su fren en ellas m ism as
lo que les pasa a su s h ijo s, los pad res se sien ten provocados.

224
te», en francés m uerte, m orir, m uerde, m order,* se inscribe
en la im agen del cuerpo: estos niños, llegados al lím ite de lo
viviente y que son sujetos de extrem a inteligencia, ya no pue­
den trag ar, ya no pueden m asticar: su anorexia, que es una
falta generalizada del deseo de am ar, del deseo de desear, del
deseo de in tercam b iar, es m uy p artic u la r y psicótica. Al m is­
m o tiem po, es ra ro que su garguero sepa todavía beber. C uan­
do se los quiere ayudar a beber, todo se derram a, estos niños
han p erd id o los referentes de la relación de la zona (erógena
y funcional) oral del tragar. La vida no es sino la m u erte ...
Y no obstan te, si no hay un testigo hum ano presente, el niño
aún puede to m ar com idas solitarias y com er a veces a ras del
suelo, p o rq u e este m odo de funcionam iento esqueletom uscu-
lar se asocia p ara él al de anim alitos dom ésticos que escapan
a las prohibiciones que, en su cuerpo, ha introyectado. E stas
extravagantes conductas de niños con grandes dificultades,
llam ados prepsicóticos, no son caprichos. En cam bio, m uchos
niños tien en fugaces caprichos de este tipo que no llegan a
in stalarse. Todos los niños psicóticos entran así en u n estado
crónico que puede h ab e r sido vivido, du ran te unas horas, unos
días, unos m inutos, un niño que ha podido salir de él y que,
a través de extrañas y p asajeras actitudes del cuerpo, decía
algo que no podía expresarse de otra m anera. Pero el niño
psicótico no puede recuperarse. Ha caído preso de pulsiones
que, en quienes se desarrollan sanam ente, sólo se m anifestaron
una vez, se tra te de pulsiones insólitas provocadas p o r un fan­
tasm a o p o r un acontecim iento real, o de pulsiones agresivas
co n tra la in stancia tu telar. El niño que se vuelve psicótico es
ra ro que se lim ite a eso. En general, pulsiones de m u erte del
su jeto de deseo están localizadas en sus zonas erógenas, y la
única m an era de lu ch ar co n tra la angustia de su relación con
sus p ad res de hoy es refugiarse en el recuerdo de sus padres
de ayer, de u n él-mismo arcaico. Se podría decir que tam bién
se tra ta aquí de u n proceso de autism o, de u n d esaju ste entre
el tre n de vida relacional actual y su im agen existencial; de
ahí el re to rn o a ciertas com ponentes de la im agen del cuerpo
del niño que no puede seguir constantem ente focalizada en su
esquem a corp o ral de hoy, y hacerle corresponder la m anifes­
tación de sus deseos de sujeto.
La im agen del cuerpo, lenguaje pasivo y activo de las pu l­
siones en carnadas de su deseo, hace que el sujeto conserve
la convicción n arcisizante de un esquem a corporal a n te rio r al
de hoy, donde sus pulsiones se expresaban de o tra m anera,
p o r ejem plo el que tenía antes de los quince, diez, nueve, siete
m eses. Las pulsiones de m uerte reinan sobre el resto del esque­
m a co rp o ral actual, que tiene como prohibida la conciencia;

* «M ort, m ourir, m ort, m ordre», en el original, [R .]

225
la im agen a n te rio r re sp irato ria, circulatoria, el trán sito diges­
tivo, son lo único que puede su b sistir como no prohibido. El
niño se siente como poseído p o r enem igos instalados dentro
de su cuerpo, que él no puede dom inar. Q uerría expresar lo
que le sucede, pero choca con la ausencia de palabras p ara
expresarlo, 5' h asta con la ausencia de m ím icas; porque sus
deseos se reflejan p ara él sobre u n a no m anifestación hum a­
nizada de vida en el adulto tu te la r. A tal punto que, de recha­
zo, la vida del adulto es un corolario de lo inexpresable de la
vida del niño. Y como la im agen del cuerpo es cada instante
triple, el su jeto disocia u n a de las com ponentes de esta triple
imagen, ya sea la erógena, ya sea la funcional, ya sea, y esto
resulta m ás grave p ara la salud o p a ra la angustia, la imagen
de base. Un súbito m a lestar neurovegetativo, o una angustia
creciente inexplicable, le hacen pro v o car sobre sí m ism o un
accidente; si la afectada es la im agen de base, el niño cae en
una enferm edad duradera. La im agen disociada se escabulle
del presen te del sujeto: el cual, p ara no quedar m utilado,
cosa que sucede cuando la afectada es la im agen de base, y
p ara re cu p erar su narcisism o, regresa a una imagen del cuer­
po an terio r, a una ética arcaica del narcisism o, ética pasiva
o agresiva. E sta se m anifiesta en cóleras clásticas que escapan
a su conciencia, lo cual p o r o tra p a rte es m enos grave para
el fu tu ro del desarrollo del niño que los estados estuporosos
casi catató n ico s ,20 debidos a la regresión a una ética pasiva.
E n ciertos casos, el niño que an terio rm en te h ab rá conocido
una vitalidad satisfactoria, conserva un buen do rm ir a pesar
de las pesadillas, y, puesto que de la época oral data una
vitalidad fan tasm ática que subsiste y reaparece en los sueños,
guardianes del d o rm ir y de los fantasm as inconscientes, pul­
siones de vida que tienen vedada su perm anencia en el esque­
m a corporal actual in ten tan re c o b ra r su focalización, a falta
de un esquem a corporal actual o incluso an terio r que el niño
no puede recu p erar, y se proyectan, prestándose a ello, en el
esquem a corp o ral de otro c u e rp o .21 Incluso este cuerpo puede
no ser el de un ser hum ano: caso en el que el niño fantasm a-
tiza y fabula escenas de goce, de p lacer y de peligro. Un tes­
tigo de estos juegos lo co n sid eraría alucinado. No lo está aún,
pero fabula seres extraños, poderosos, am enazadores, sobre
todo al atard ecer: los objetos de la realidad pierden en este
m om ento sus contornos, y la vida exterior una p arte de sus
ritm o s y ruidos hum anos, con lo que el niño puede sentirse
cooperador subyugado de u n a vida im aginaria de la que ya

20. V éase el caso de las dos m uñecas-flor, en Au j eu du désir, op. cit.,


y los casos de Pedro (niño lo co ) y de León, en este volum en, págs. 196
y 229.
21. E ste proceso su b siste en los artistas y n ovelistas, y sirve com o
«m ateria prima» para su trabajo, obra de su blim ación.

226
no se siente co n stru cto r. Algunos parecen h ab e r «despegado»
de la realid ad y sus fantasm as pueden ser tom ados, y a veces
lo son, p o r alucinaciones; pero, de hecho, cada vez que recibí
niños en este estado o que se me reclam ó telefónicam ente a
causa de d ram áticas crisis seudoalucinatorias en algunos de
ellos, p u d o verificarse que si alguien les habla con su m a deli­
cadeza, con toda calm a, dándoles de beb er un alim ento que
les g u stab a de pequeñitos, com o un tazón de leche o de cacao
o u n yogur, y se les habla de las im ágenes m ism as que los
dom inan y p o r las que se sienten invadidos, se les puede sacar
de la tram p a. Se relajan, porque son com prendidos sin asus­
tar, se les puede explicar que no hay ningún cocodrilo, serpien­
te, ro b o t, león, lobo, ex tra terre stre, m arciano: son ellos que se
lo im aginan, y la persona que está ahí, con ellos, puede tra n ­
q uilizar com pletam ente a estos novelistas de h u m o r negro, de
ciencia-ficción, o a este aduanero R ousseau en cierne, su m er­
gidos en plena selva. No tiene nada de dañino, n ad a de m alo
ni de in q u ietan te p a ra los dem ás decir, rep resen tar, im ita r lo
que uno im agina. Si un niño sum ido en este estado en c u en tra
p erso n as que se angustian tan to p o r ello que acuden a la con­
sulta, o se sep aran de él poniéndolo en observación o ingresán­
dolo de en tra d a en u n hospital psiquiátrico, el niño no se re ­
cupera. Lo m ism o si la resp u esta es la bu rla. Su cuerpo, soli­
dario de su esquem a corporal agredido p o r la im agen erógena
arcaica, su fre un proceso de despedazam iento, y sus p arte s
frag m en tad as se convierten en objeto de estas instancias im a­
ginarias que son sus únicas presu n tas com pañías. E ntonces,
dichas instancias im aginarias producen efectos reales. Pueden
so b rev en ir enferm edades de órganos (siem pre hay gérm enes
infecciosos listos p a ra ocu p ar el cuerpo hum ano, cuando una
p a rte de su im agen funcional hace que el esquem a co rp o ral
sea alcanzado p o r inhibiciones reactivas). T am bién pu ed en o r­
ganizarse procesos alucinatorios sensoriales, viscerales, debido
al d u ro tran c e de la soledad en que se deja al niño, a causa
de la an g u stia de su entorno.
In sistam o s en que cuando una experiencia de no re sp u esta
de la m ad re a u n a m anifestación del deseo del niño no llega
h asta m ortificar la im agen de base, sino que sólo provoca la
disociación, respecto de ésta, de la im agen erógena o de la im a­
gen funcional, aparece u n fantasm a, el fan tasm a del león, del
h o m b re del saco, del lobo m alvado, de la b ru ja, del diablo
que, a los ojos del niño, son los aliados de la in stan cia tu telar.
Si la m ad re no sólo apoya la credibilidad de estos fan tasm as
que el pequeño h a recibido p o r contagio de otros niños, sino
que adem ás los u tiliza como m edios de presión p ara a s u s ta r y
au m en ta r su p o d er sobre el niño, entonces podem os d ecir que
la educación fo rja en este hom bre o esta m u je r u n a fragilidad
m ental y, en un período u lte rio r de dificultades y sentim ien­

227
tos de im potencia, hay riesgo de resbalón de la libido fuera
de la realidad en accesos delirantes o alucinaciones.
E n el tratam ien to de los adolescentes, de los jóvenes adul­
tos que éstos serán, es m uy im p o rtan te que recuperen el re­
cuerdo de estas p rim eras m anifestaciones, debidas a la resis­
tencia del sujeto, en época de libido oral, p ara aceptar una
castración p rim aria sentida com o sádica, o una castración edí­
pica m al efectuada, torpe, desvalorizadora p ara el deseo geni­
tal; p o rque sólo volviendo a h a b la r de este período cobrará su
sentido el período alucinatorio del adolescente o del adulto, y
d ejará paso al deseo de ex perim entarse y decirse en la tra n s­
ferencia. Lo que se había trad u cid o p o r una invención seuclo-
alucinatoria, se re p resen ta com o un m edio de expresión al de­
seo del individuo de hoy, que busca, a través de las fracturas
de su im agen del cuerpo y en la tran sferen cia sobre su ana­
lista, reen co n trar experiencias antiguas o arcaicas. Las pulsio­
nes genitales del adolescente o del adulto se expresan en parte
en una sintaxis fan tasm ática y según una ética fálica anal o
fálica oral, pasiva anal o pasiva oral. Esto es lo que conduce
a los accesos alucinatorios. En la relación del consciente y el
inconsciente de los seres hum anos que viven, se dice, norm al­
m ente y aquellos que son terrib le m e n te desdichados y viven
de u n a m an era n eurótica o psicótica, los procesos son los m is­
mos. La diferencia estrib a en que p a ra quienes pueden caer
en estados psicóticos y q u ed a r cogidos en su tram pa, se tra ta
de situaciones de econom ía libidinal no hom ogénea; y, p ara los
casos de neurosis, de enclaves que, crónicam ente, actúan de
tal m anera que inhiben ciertos tipos de pulsiones y hacen re­
surgir las im ágenes del cuerpo arcaicas, asociadas a relaciones
in tersu b jetiv as a n terio res ,22 y que se reactualizan en el trab a jo
de la cu ra gracias a la tran sferen cia. Así se explica que el m i­
nucioso análisis de tales situaciones, con las que el niño se va
construyendo en el curso de su desarrollo, sea im portantísim o
en el psicoanálisis de los adultos.
Cuando en la vigilia el fan tasm a no puede desem bocar en
una im aginación clara, expresada en el juego o verbalm ente,
d u ran te el d o rm ir cobra la form a de sueños, pesadillas, o bien,
por el contrario, sueños de satisfacción, satisfacción de m atar,
p o r ejem plo, de m a ta r a los seres tu telares en objetos peligro­
sos antropom orfizados o en anim ales nefastos. Todo esto re­
sulta favorecido p o r la so b rein v estid u ra de la im agen funcio­
nal vegetativa que el d o rm ir im plica. E sta im agen funcional
que yo califico de vegetativa, concierne a lo atinente a la vida
de los órganos y a lo padecido en el cuerpo, p o r oposición a
la vida anim al, que corresponde a la actividad esqueletom uscu-
lar, a la actividad del cuerpo anim ado en el esquem a corporal

22. V éase Le Cas D om inique, «C'est préhistorique».

228
en cuanto dom eñable p o r una voluntad, ya sea exterior, ya sea
la del sujeto. La prevalencia posible de la im agen funcional
vegetativa, originada en la época oral del predestete, se p ro d u ­
ce en el sueño; en el sonam bulism o, lo que está en juego es la
im agen funcional anim al de la época anal previa a la p ro h ib i­
ción de d añ a r (o previa al conocim iento de esta prohibición).
Una vez m ás, gracias a la universalidad de tales procesos
es posible el psicoanálisis, debido a que hay regresión de las
pulsiones en fabulaciones verbalizadas o m im adas, en los ju e ­
gos, las asociaciones libres, en el seno de la tran sferen cia du­
ra n te la sesión de psicoterapia, y en los pensam ientos re feri­
dos al psicoanalista. La expresión del niño, que utiliza su libido
en la relación transferencia!, perm ite un trab a jo de reto rn o
de lo reprim ido, sin que la regresión sea actuada en el cuerpo
o expresada en la realidad social. El terap eu ta, p o r su presen ­
cia y p o rq u e acepta los fantasm as, sin valorizarlos, p ero p ersi­
guiendo su origen en la vivencia histórica, desde la m ás reciente
h asta el pasado que se rem onta a la niñez de su paciente, vuelve
a tra e r estos dichos y estas im ágenes a afectos que son revivi­
dos en la tran sferencia. E stos afectos de la época pasada,
cuando fue tra u m á tic a y ansiógena, se expresan, aquí y ahora,
en elem entos ideativos, em ocionales y relaciónales, reactuali-
zados fren te al psicoanalista. Inconscientem ente rem em orados,
a m enudo deform ados, traen a la sesión, del tiem po pasado y
de o tro s espacios, em ociones y expresiones que d atan de esa
época de la relación del niño con los otros. El fru to de u n a
castració n no efectuada puede ser dado tardíam ente, en la dis­
crim inación que realiza el paciente, en análisis, a la escucha de
su palab ra, en tre lo im aginario y la realidad. Los sucesos que
acom p añ aro n a la castración no efectuada son revividos fren te
al psicoanalista, m erced al cual, a través de su escucha, son
m eram ente verbalizados, sin otro juicio que el to can te a su
inadecuación a la realidad de la supuesta relación del analista
con él o con ella (su paciente hom bre o m ujer).
P ara ofrecer u n a ilustración de todo cuanto acabo de decir,
re la taré u n caso esclarecedor. El lector com prenderá m ucho
m ejor lo que he querido decir a lo largo de todas estas páginas
en las que, lo confieso, la exposición del trab a jo con las im á­
genes del cuerpo puede parecer m uy com plicada.

El caso de León

León es traíd o p o r su m adre al dispensario p o r consejo de


la escuela y del m édico quien, tras cierto núm ero de exám e­
nes, no h a en contrado ninguna explicación neurológica p a ra su
extraño habitus. León p resen ta una deam bulación m uy p a rti­
cular, parece no p o d er sostenerse, es un m uchachote de ocho

229
años, fláccido, un tan to grueso, de tejidos subcutáneos todavía
un poco infiltrados, com o los de un niño de m enos edad.
Lo veo e n tra r en el gabinete de consulta y, desde la puerta,
co stear la p ared apoyándose en ella; acto seguido, p ara venir
a sentarse, alarga el brazo, se apoya sobre la m esa y se deja
caer en la silla. Acto seguido se desplom a sobre la m esa, en la
que apoya brazos, codos y tórax, com o si, sentado, no pudiese
m antener el tronco en posición vertical sobre el asiento. Ca­
m ina siem pre así, ag arrándose de los m uebles o de las pare­
des, si está en la calle, de u n adulto o de un com pañero de
escuela, a la m an era de un bebé que com ienza a m antenerse
en pie y todavía no puede cru zar u n espacio sin apoyo auxiliar.
La escuela aconsejó a la m ad re trae rlo al C entro en el que
atiendo, p o rque el niño no atiende en clase, no juega con los
dem ás. P o r o tra p arte, no p re se n ta ningún tra sto rn o del carác­
ter. En su curso no tiene enem igos, y h asta le ayudan a des­
plazarse, no m olesta. E n su casa le quieren. Es un niño casi
totalm ente pasivo.
Los tests, de cuyos resu ltad o s se m e inform a, le conceden
un cociente intelectual de 63. Su cara está desprovista de m í­
m icas, tiene unos ojos redondos, poco móviles, inexpresivos, y
su boca siem pre está en tre ab ierta . Sólo vive sentado, desplo­
m ado. La m adre dice que desde su p rim era infancia tiene una
voz afinada, m odula todas las canciones pero sin pronunciar
las p alabras, todas las canciones que oye p o r la radio. H abla
con un tempo m uy curioso, escandiendo las palabras y sepa­
rando las sílabas con lentísim o ritm o, en tono m onocorde.
E n resp u esta a m is preg u n tas sobre esta form a de h ab lar (cuya
rareza la m ad re no h abía observado), confirm a que el niño
habla así desde m uy pequeño. Su herm ana, dos años y medio
m enor que él, es m uy suelta de lengua; desde pequeñita es muy
despabilada, y los dos niños se entienden perfectam ente, aun
siendo m uy diferentes.
El m arido (al que no pu d e conocer) habla el francés, dice
ella, con fu erte acento ex tran jero : es de origen polaco. La m a­
dre, en cam bio, h abla a un ritm o en teram en te norm al, con voz
m odulada, agradable. A m í m e so rp ren d e que León pueda m o­
d ular canciones con su laringe pero no los fonem as. Digo que
León me parece m úsico. Su m ad re m e responde que, en efec­
to, despertó la atención de un p ro feso r que, habiéndolo oído
ca n ta r y conociendo sus fracasos escolares, propuso enseñarle
a to car el piano. Lo está haciendo desde hace unos meses. Una
carta de este profesor, a d ju n ta al historial, relata que el niño
m u estra p articu lares dotes y que, co n trariam en te al estilo ha­
b itu al de su m o tricidad corporal, cuando toca el piano, siem pre
que esté sentado y apoyado sobre un respaldo, sus m anos y
dedos son m uy ágiles. Según este hom bre, León posee las do­
tes de un virtuoso, y p o r eso le dedica él su interés. Aconsejó

230
a los p ad res realizar una consulta. La fatigabilidad de León
obliga a su p ro feso r a sostenerle los brazos bajo los codos, o
los hom bros b ajo las axilas. El esfuerzo m u scu lar de los hom ­
b ro s le es tan difícil a este niño como el esfuerzo de la m a r­
cha. P o r el co n trario, se sirve perfectam ente de los pedales
del piano, provistos de un prolongador y llevados así al nivel
de sus pies. Cuando León toca el piano, su profesor lo sostie­
ne, pues, de las axilas, y entonces los dedos del niño revelan
u n a n o table agilidad.
E ste p ro feso r de piano fue quien alertó a los padres, acon­
sejándoles llevar a León a un especialista en m otricidad. En el
h o sp ital de niños le tuvieron unos días en observación y, tras
ser seriam en te exam inado, la conclusión diagnóstica fue que
no h ab ía n ada neurológico. El m édico m encionó a los padres
un elem ento su plem entario, una apatía general y una debilidad
m en tal y escolar de su hijo. Más tard e supe que este m édico
aludió a la p alab ra «psicoterapia», sin que la m adre le p re s­
ta ra atención. S obre la base de la opinión del especialista, la
escuela, tra s confirm ar p o r test la debilidad m ental de León,
aconsejó a la m adre que lo colocara en un in tern ad o m édico-
pedagógico. Dice h ab e r quedado muy preocup ada pues el niño
está m uy apegado a sus padres y a su herm anita, le gusta
m ucho el piano, to m a u n a lección casi diariam ente, puesto
que el p ro feso r vive en el m ism o edificio, y ella considera que
en el in tern ad o todo esto le faltaría. P or eso ha venido al
C entro indicado p o r el profesor de piano y acepta de buen
grado la p ro p u e sta de una psicoterapia, recurso que este Cen­
tro, recien tem en te ab ierto en París, posibilita. El niño acepta,
a su vez, venir a verm e regularm ente, si esto le ev itará ir al
in tern ad o y le p e rm itirá quedarse con su fam ilia, o incluso
ev entualm ente en su escuela.
Cuando veo a León, hace cinco o seis m eses que co n cu rre
al C entro de consultas. Se lo confió desde un principio a una
reed u cad o ra en psicom otricidad, con la que acaba de finalizar
u n a veintena de sesiones. La reeducadora está desalentada;
lejos de p ro g resar, el niño parece m ás ausente que antes, tan to
resp ecto de ella com o de la m adre y de su entorno. La buena
voluntad de León está fuera de dudas, lo m ism o que la de su
m adre. No h an faltado ni a u n a sola sesión, pese a que la m a­
dre tra b a ja y a las dificultades de circulación (estam os en
París, en plena guerra). De m odo que el d irec to r del C entro
pensó que se p o d ría in te n ta r u n a psicoterapia psicoanalítica,
ya que la reeducación había fracasado.
Tenem os, pues, el cuadro de un niño de ritm os am inorados
p a ra la p alabra, p a ra la m otricidad, p ara la ideación y que, sin
em bargo, can ta m uy bien, con ritm os digitales y laríngeos n o r­
m ales. ¿A qué se debe, pues, esa debilidad n eurom uscular, esa
necesidad de sostén físico, de apoyo p a ra su espalda en una

231
p ared o en el respaldo de u n asiento? ¿Qué significa esa falta
de tono, de origen no orgánico? ¿Por qué la im posibilidad de
leer y escrib ir en u n niño de ocho años que da pruebas, en
cambio, de tan ta destreza m anual, pero exclusivam ente sobre
el teclado de un piano? ¿P or qué su nulidad en m atem ática, él
que ha aprendido el solfeo y p o r tan to sabe tocar m úsica le­
yendo (?) la tran scrip ció n gráfica de los sonidos y ritm os?
Una ca rta del p ro feso r de piano, a quien solicité, por in ter­
m edio de la m adre y del niño, m e com unicara su im presión
actual sobre éste (ya que su p rim era ca rta databa de hacía
m ás de diez m eses y de la época de consultas en el hospital
p o r los trasto rn o s de m o tricid ad ) m e inform a que, en efecto,
León lee p erfectam ente la m úsica con la vista pero que no
puede n o m b rar las notas que lee. La p ru eb a de que lee las
notas y de que h a asim ilado el solfeo es que esta lectura se
tran sm ite inm ed iatam ente a sus dedos. El, tan lento, descifra
con gran facilidad un trozo m usical que no conoce, y lo toca
en el tempo adecuado. La c a rta confirm a que León está excep­
cionalm ente dotado p a ra un niño de ocho años, y que, si no
fuera un im pedido, se lo p o d ría co n sid erar un virtuoso. El pro­
fesor añade que vive desde hace m ucho tiem po en el edificio
y conoce bien a los padres, em pleados en el taller de la planta
baja, que éstos son personas h onestas y estupendas y que el
niño le interesa. León le ha hablado de mí, y dice que se m ues­
tra confiado.
Se tra ta , pues, de un caso com plejo. La escuela lo conside­
ra incapaz de leer y yo pienso que no puede ser verdad, pues
aunque no puede p ro n u n c ia r las n o tas las lee con toda rapidez.
Lo m ism o debe de suceder con las letras, que su vista leería
p erfectam en te sin que el niño p u ed a pro n u n ciar los fonemas
al hilo de la lectura. León tiene u n ca rác te r m anso; y, a los
ojos de su m adre, ello es u n a contraindicación p ara ingresarlo
en u na escuela especializada donde, ella lo sabe y así es, hay
m uchos niños caracteriales. E n la escuela, y en la vida corrien­
te, los niños nunca se m eten con él. A veces lo ayudan, dicen
la m aestra y su herm ana; pero ¿en un internado, con niños
difíciles...?
Pregunto a la m adre sobre los com ienzos de la m otricidad
de León y m e en tero de que siendo m uy chiquito se sentó en
la cuna, siendo m uy chiquito tendió a chuparse el pulgar pero
ella se lo im pidió, enganchando sus m angas a la ropa con im ­
perdibles; y tam bién m e entero de que, tan pronto como fue
capaz de sentarse, ella lo sentó en u n a silla alta de bebé. Allí
perm anecía él, tranquilam ente, h o ras y horas enteras, a la al­
tu ra de la m esa de tra b a jo de los padres, dedicados a la cos­
tu ra en u n taller fam iliar de confección. El los m iraba tra b a ­
ja r con u na sonrisa. Más adelante lo sentó en su orinal, a la
vez orinal y silloncito bajo, al que lo atab an con un ancho cin­

232
tu ró n . Y su lugar en la sillita alta fue ocupado p o r su herm ani-
ta. C uando el niño tenía que hacer sus necesidades, q u itab an
el cin tu ró n y re tira b a n una tablilla, el sillón tenía un hueco en
el asiento, m uy cóm odo p a ra él que cam inó tan tarde. «No se
sep arab a de nosotros, nunca nos molestó.» León vivió, pues,
sentado, atado, sin h acer nada con las m anos, m iran d o tra b a ­
ja r al p ad re, a la m adre, a sus com pañeros, d u ra n te tre s años.
Pero cuando teniendo León tres años y m edio com enzó a ir
p o r m edio día al ja rd ín de infancia, los padres quisieron se n ta r
a la niña en un silloncito hueco parecido al de su h erm a n o y
ella se negó, echando el cuerpo hacia atrá s y gritan d o de tal
m an era que la m adre tuvo que renunciar a aplicarle este sis­
tem a de contención y d ejarla en el suelo sobre una alfom bra;
p o r entonces la chiquilla se negó tam bién a p erm a n ece r en la
sillita alta. Sólo en ese m om ento liberó la m adre al p o b re León
de su asiento hab itual. León nunca gateó. Cuando lo liberó del
asiento, al que estaba atado en casa, él perm aneció sentado,
con la espalda c o n tra una pared. A veces, p ara acercarse a su
h erm an a se a rra s tra b a sobre el trasero, y cuando se incorpo­
ra b a se ag arrab a de un m ueble. Empezó a cam inar de veras,
com o le vi hacerlo, al m ism o tiem po que su h erm an ita, es de­
cir, cuando ella ten ía catorce m eses y él m ás de tre s años y
m edio. La m ad re pensaba, lo m ism o que sus com pañeros de
taller, que la frecuentación de otros niños, en la escuela, le
h aría bien, e in ten tó la experiencia en 1939, p ara S em ana S an­
ta, teniendo León cinco años. Los sucesos de la g u erra in te­
rru m p iero n la experiencia. Todo el m undo evacuó P arís y la
p ro p ia m ad re se replegó a B retaña, a la casa de la abuela
m atern a.
D u ran te las sesiones de psicom otricidad León dibujó repe­
tid am en te lo m ism o, con trazo negro: una casa cu a d rad a con
un techo aproxim adam ente trapezoidal, ventanas sin cu ad rícu ­
la de cristales, vacías, una chim enea que no despide hum o y
u n a p u erta . E n tre la casa y el borde su p erio r de la h o ja hay
u n a especie de «n» m uy desplegada, «el cielo». El b o rd e infe­
rio r de la casa coincide con el de la hoja, y por tan to no está
subrayado p o r una línea que delim itara su im plantación sobre
el suelo. E stos d ibujos estereotipados estaban en el legajo que
contenía la observación de León que se m e hizo llegar. La
m ad re dijo que en casa nunca hizo otros dibujos. Su h erm a­
na d ib u ja, León no. N unca utilizó el color, pese a que en el
C entro tuvo siem pre lápices de colores a su disposición.
Com enzam os el tratam ien to . Las prim eras sesiones son m uy
po bres en p alab ras y en actos. Veo a la m adre antes que al
niño, p ero en su presencia, y después al niño solo. E n cada
sesión tra e el m ism o dibujo, hecho m ientras esperaba o vuelto
a h acer m ien tras yo hablo con su m adre. A m is preg u n tas sobre
este dib u jo responde con escasas palabras, lentas, acom pasa­

233
das, como he dicho antes, sin ninguna expresión m ím ica (el-
techo-el-cielo-la-puerta). P or su habitus, no puedo ad v e rtir si
tiene in terés en la psicoterapia; sin em bargo, la m adre dice
que él siem pre le recu erd a el día de la sesión. Al cabo de al­
gunas sesiones, la ca rta del p ro feso r de piano me confirm a su
interés p o r .la p sicoterapia y su tran sferen cia sobre mí. He
sabido p o r la m adre, a lo largo de estas sesiones, que ella es
b reto n a y que el padre, de origen polaco y naturalizado fran ­
cés, es judío. A todo esto, cuando se casaron ella no sabía lo
que q u ería decir «judío», y no entendió nada de lo que su m a­
rido le explicó, p orque ella no tenía religión. Todo esto suce­
dió en tre 1934 y 1935, teniendo ella diecinueve años. Lo conoció
u n dom ingo, m ien tras se p aseab a con u n a am iga del pueblo que
se había instalado en P arís, com o ella. T rab ajab a como criada
y sus p atro n es le daban alojam iento y com ida. Su m arido le
llevaba quince años, fue el p rim e r hom bre que conoció, era
tím ida. Se casaron en la iglesia, ella p o r seguir la tradición,
en París; su m adre vino de B retaña. Ella no es practicante,
pero dice ser creyente, devota de M aría. Su m adre y las am i­
gas del pueblo no hubiesen entendido que no se casara p o r la
Iglesia. Su m arid o no tenía religión pero se sentía contento de
com placerla. A los niños los b au tizaro n juntos, cuando León
tenía cinco años, u n verano, en B retaña, la p rim era vez que
volvió ella a casa de su m ad re después de h a b e r abandonado la
región (fue el verano de la E vacuación). El p ad re com unicó su
aprobación al bautism o p o r carta, pero después no se volvió
a h ab lar del asunto. De su religión católica b reto n a recuerda
ella todavía algunos cánticos en latín y en bretón; los solía
ca n ta r en el taller y León conoce bien las m elodías, aunque no
pronuncia las letras. El m atrim onio está m uy bien avenido. T ra­
b ajan los dos en ese m ism o tallercito fam iliar de confección
que recibió a su m arido em igrado de Polonia siete u ocho años
antes. E lla es la única h ija de u n a fam ilia de cinco hijos, al­
gunos de los cuales m u riero n a m uy corta edad, los otros algo
m ás m ayorcitos, pero sólo conserva vagos recuerdos de ellos.
No obtuvo su certificado de estudios, no tenía capacidad, dice.
Aprendió co stu ra con las m onjas, en B retaña. Sus padres eran
pobres, y p o r esta razón se traslad ó ella a París, colocándose
prim ero como criada; después, cuando conoció a su m arido, él
gestionó su puesto en este taller. Una am iga de B retaña la
alojó p o r algún tiem po, después se casaron y luego llegó León.
Es una fam ilia m uy unida, la m ad re nunca tuvo que rep ren d er
severam ente a sus hijos ni aplicarles correcciones, y el padre
es m uy bueno con ellos. El p ad re tiene unas m anos muy labo­
riosas. El m ism o instaló su pequeña residencia de las afue­
ras, con una h u e rta contigua en la que cultiva sus legum bres;
pero a p esar del interés que p re sta a León y León a su padre,

234
el niño es dem asiado débil y propenso a cansarse, no puede
ay u d ar a su p ad re en el ja rd ín . Se sienta y lo m ira.
La m ad re está preocupada p o r el fu tu ro escolar de León,
a quien no está en condiciones de ayudar pues ella m ism a no
h a cu rsad o estudios y lee con b astan te lentitud, dice (yo pen­
saba, p a ra m is ad entros, que el h ab lar p untuado de León im ita
quizá la m an era de leer de su m adre). El padre, com o no re a ­
lizó estudios en francés, tam poco puede ayud ar a su h ijo; es el
único m iem b ro de su fam ilia que em igró, su fam ilia sigue en
Polonia. La m ad re h a visto fotos de una herm ana, que p a ra el
casam iento envió a su herm ano una carta m uy cordial. La h e r­
m ana de León, de casi seis años, ya concurre a la escuela p ri­
m a ria y su ap ren dizaje es m uy bueno. Al contrario que León,
no sabe cantar, p ero es vivaz y hacendosa, y ya colabora con
su m ad re en casa y con su p ad re en el jard ín . T am bién m e
entero de que en septiem bre de 1939, cuando se declaró la
guerra, el p adre, naturalizado francés, fue m ovilizado; todas
las escuelas p rim arias de París cerraro n y la m adre p a rtió a
B retañ a, a casa de sus padres. Allí León tuvo que ir a la escue­
la, pues en París ya iba u n poco al ja rd ín de infancia y la
escuela quedaba al lado del taller de los padres.
E n B retaña, el niño frecuentó la escuela de una m an era
b a s ta n te irreg u lar, debía hacerlo porque tenía seis años; pero
no qued ab a cerca y, dada su m anera de cam inar, ir lo fatiga­
ba, aun acom pañado por su m adre. No había com edor. Los
niños debían volver a casa a m ediodía y re g resar p o r la tard e.
Su m ad re piensa que este defectuoso p rim er año escolar dejó
a León en desventaja p ara los cursos sucesivos. Tras la d e rro ta
de 1940, el p ad re, cuya unidad se había replegado, fue desm o­
vilizado en el M ediodía, y volvió a París donde la m ad re se
reunió con él y donde am bos se reintegraron al m ism o trab a jo ,
pese al au sen tam iento del p atró n y de algunos otros obreros
(en su m ayoría judíos que habían dejado P arís y no h ab ían
vuelto, al revés que el p ad re de León). Los alem anes habían
ocupado P arís y el p ad re de León, que ten d ría que h ab e r usado
la estrella am arilla, se negó. Ahí fue cuando explicó o tra vez
a su m u je r que él era ciudadano francés, que lo h ab ían m ovi­
lizado, y que a causa de esto pensaba que no tenía n ad a que
tem er, p ero que era judío, sólo que ella no entendió n ad a de
todo esto. Sólo sabe que los alem anes se las tom an con los
ju d ío s p o rq u e suelen ser ricos: ¿por qué irían contra su m a­
rido, si él no lo es? En cualquier caso, su m arido tuvo que
esconderse. Sigue tra b a ja n d o en casa y ella, p o r su p arte , con­
tin ú a yendo al taller, al m ism o local de confección donde se
h an reag ru p ad o algunos com pañeros franceses, no ju d ío s y
que son m uy buenos con ella. Es un trab a jo m uy diferente del
que se h acía antes de la guerra: retoques, nunca cosas nuevas,
p o r falta de telas. Como su m arido tiene que esconderse, ella

235
le lleva a casa algunos tra b a jo s que, u n a vez term inados, vuel­
ve a en treg ar en el taller. T am bién m e hace saber, dado que
mi persona le in spira u n a ab so lu ta confianza, que su m arido
ha cavado un pozo en el ja rd ín y que, cubierto p o r ram ajes,
duerm e en él p o r las noches, pues los alem anes ya han venido
al b arrio a d eten er a los ju d ío s y aco stu m b ran volver p o r la
noche o al am anecer.
D urante el día el m arido tra b a ja en casa, ella p arte por la
m añana con los niños, que van a la escuela situada al lado del
taller, vuelven a las cu atro y m edia y es ahí, en el edificio al
que pertenece el taller, donde vive el pro feso r de piano que
oyó ca n ta r a León y que, ah o ra casi a diario, le da una lec­
ción; no cobra sus clases pero el taller tra b a ja p ara él, y a
veces ella le da h arin a o m an teq u illa del m ercado negro, tra í­
das de las afueras p o r alguno del taller. La m adre tam bién
me ha contado que tiene u n a «manía»: llam ar a sus hijos a su
cam a los dom ingos p o r la m añana, los dem ás días no tienen
tiem po. Y m ien tras el p ad re p re p a ra el desayuno, ella se pone
a cu atro p atas, con la cabeza fuera de las sábanas, sus dos hi-
jito s debajo de ella y de este m odo juegan, ladrando, a la
m am á p e rra con sus cachorros. E ste juego se inauguró en Bre­
taña: su p ro p ia m adre, viuda, vivía sola con una p erra que
había tenido cachorros. Y un día en que retozaba con los ni­
ños inauguró este juego que constituye el m om ento de felici­
dad de la sem ana p a ra to d a la fam ilia. El p ad re ríe viéndolos
divertirse así, y ella no le en c u en tra nada de malo. La m adre
de León habla de su m arido com o u n a chiquilla de una p er­
sona grande de sexo n eu tro . Dice h a b e r sido muy salvaje cuan­
do conoció a su esposo, tím id a con los m uchachos y poco lo­
cuaz con las chicas; sólo ten ía u n a am iga que era de su m ism o
pueblo y que tam bién tra b a ja b a de criada; y eso h asta su ca­
sam iento, cuando su m arido pasó a serlo todo p ara ella. Con
sus com pañeros de taller se entiende m uy bien, son como una
segunda fam ilia p a ra ella.
P or lo que atañ e a las relaciones sexuales, le son indiferen­
tes; lo que a ella le gusta es que la m im en, ap retarse contra
su m arido, tan bueno con ella. Sus em barazos m archaron bien,
am am antó a sus hijos casi un año, com o se hacía en B retaña,
y siem pre los llevaba con ella a todas p artes, h asta que se p u ­
sieron m uy pesados p a ra cargarlos; después, en cochecito.
D urante las dos p rim era s sesiones León m e parece alelado
y m udo, o casi, ante su dibujo. Si le hago alguna pregunta so­
b re éste o sobre lo que su m ad re m e h a dicho en su presencia
respecto de él, no contesta. Y h a sta la cu a rta sesión no com­
prendo lo que sucede. Lo hubiese com prendido desde la te r­
cera, pero sólo com prendí a la cu a rta, y m ás claram ente aún
a la quinta: de hecho, León responde ocho días después, en
cuanto llega a la sesión, a las p reg u n tas que le form ulé ocho

236
días an tes. Cuando m e di cuenta y se lo dije, felicitándolo poí­
no h a b e r respondido antes de reflexionar bien, p o rq u e eso es
signo de inteligencia, sus ojos redondos, un tan to globulosos
y h asta entonces sin expresión, com enzaron a b rilla r y a expre­
sa r alegría. Le pido entonces que haga un m odelado. Parece
no h a b e r oído. (E ra en la cu arta sesión.) Cuando llega a la
quinta, siem pre con el m ism o dibujo y el m ism o com por­
tam ien to —ag arrarse de las paredes y desplom arse sobre la
m esa—, to m a inm ediatam ente la p asta de m odelar y fab rica
unos pedazos: cuatro m orcillas rigurosam ente del m ism o ta ­
m año, que coloca sobre la m esa unas al lado de o tras; tra s lo
cual, se detiene. Yo lo felicito y le digo que, ciertam ente, hay
en su in te rio r algo que él in ten ta decirm e con este m odelado:
quizá que en casa son cuatro, cuatro iguales, de la m ism a fa­
m ilia; p ero a lo m ejo r él piensa o tra cosa. A la sem ana siguien­
te llega con su m ism a len titu d y agarrado a la pared, y con el
m ism o dibujo. E n absoluto silencio, retom a el m odelado y su
idea de las cu atro m orcillas del m ism o tam año, que vuelve a
h acer exactam ente com o en la sesión precedente; luego, tras
contem plarlas, hace dos m orcillas m ás del m ism o tam año, pero
m ás ñnas, siem pre echado sobre la mesa, con los antebrazos
y p a rte de las m anos com pletam ente apoyados. In te n ta luego
re u n ir estos seis pedazos cilindricos, estos seis objetos p arcia­
les, sin que yo entienda lo que pretende hacer. Id én tica decla­
ración de m i p arte : ya se ve que él in ten ta h acer algo y decir
algo con eso; yo no lo entiendo, pero deseo entenderlo y a lo
m ejo r la vez que viene com prenderem os m ás. Como respuesta,
u n a m irad a directa. A la sem ana siguiente, se p re sen ta de la
m ism a m an era en cuanto al ritm o m otor, pero esta vez tocan­
do apenas la p ared h asta el pequeño espacio que debe fran ­
q u ear p a ra llegar a la m esa, espacio que efectivam ente a tra ­
viesa, sin p o n er la m ano sobre la m esa p ara apoyarse antes de
to m ar asiento, com o había hecho todas las veces anteriores.
Su dib u jo es diferente, un barco, tan geom étrico y vacío como
la casa, p ero la «n» desplegada que ocupaba el cielo en el
d ibujo de la casa, ah o ra está debajo del barco (sin duda re­
presenta el agua); León no dice palabra y de inm ediato se
pone a m odelar. Con ayuda de los m ism os elem entos que an­
tes, m odelando con b astan te rapidez las m orcillas cilindricas
y añadiéndoles una plancha realizada con apreciable destreza,
construye un asiento y una plancha p ara el respaldo, y m e dice:
«Es-una-silla», espaciando las sílabas. Le pregunto si la silla
está co n ten ta de su destino de silla, si él la ha hecho p a ra al­
guien. No hay respuesta, ni a la p rim era ni a la segunda p re ­
gunta. A la sem ana siguiente llega con un dibujo del m ism o
barco, p ero ah o ra la h oja no alcanza p a ra contenerlo todo.
Las p a rte s d elan tera y trase ra, así como la superior del triá n ­
gulo de las velas, están fuera del m arco de la página. El casco

237
del barco llega al lím ite in ferio r de la hoja, com o las casas de
los prim eros dibujos. León en cu en tra algunos elem entos de la
silla en la caja de m odelado, los coge y com pleta lentam ente
el objeto, con cuidado. «Es la silla», dice; después, tra s un si­
lencio en que m ira altern ad am en te al objeto y a mí, m e dice:
«Ella está co n tenta de ser u n a silla». (Se tra ta de la respuesta
a mi p reg u n ta de la vez pasada.) Yo digo: «¿Acaso espera a
alguien? —Sí. —E ntonces, ¿puede que alguien venga a sen­
tarse encim a?». En ese m om ento com ienza a m odelar u n muñe-
quito. Una m asa ovoide, bien pulida; le pega encim a u n a bola
cefálica, m ás dos m orcillitas dobladas p ara las piernas. Des­
pués un «som brero», placa trian g u lar term in ad a en punta
como el triángulo de las velas del baxxo, es sobrepuesto a la
bola cefálica. Sobre la cara a n te rio r de ésta pega dos bolitas,
a guisa de ojos, y en el espacio que los separa hace un agujero
con un lápiz, p a ra la nariz-boca. No hay orejas ni cabellos, ni
cuello, tam poco brazos. León tiende el m uñequito en el suelo,
delante de la silla. «¿Qué es eso?» No hay respuesta. «¿Un m u­
ñequito?... ¿Tú? —Sí. —¿Q uieres se n ta rte en la silla?» No hay
respuesta. «¿La silla quiere que te sientes en ella?» Sin decir
nada, León sienta al m uñeco en el asiento y doblando las dos
piernas les hace to c a r el suelo delante de las p atas de la silla;
después p resiona fu ertem en te la espalda del m uñequito sobre
el respaldo de la silla. «¿E stá co ntento el m uñequito? —Sí.»
Ambos contem plam os largam ente, en silencio, el objeto que
León ha fabricado. Yo: «¿Qué piensa, el m uñequito?». No hay
respuesta. «¿Es amigo de la silla?» No hay respuesta. «La silla,
¿está contenta? —Oh, sí», dice León ráp id am en te y con con­
vencim iento. Y añade: «Ella está m ás contenta que el muñe-
quito». Yo le dirijo una m irad a interrogativa. «Bueno, sí, cuan­
do él se vaya ella se q u ed ará con su espalda, y el m uñequito
se qu ed ará sin espalda.» Esboza u n a pequeñ a sonrisita sarcás­
tica. Yo le pregunto: «Pero, ¿conservará él su cabeza, su trase­
ro, sus piernas?». No hay resp u esta, pero sí una m ím ica que
m e parece ser la de u n niño sentado en su orinal, haciendo
fuerza p a ra defecar e hinchando el vientre. Fin de la sesión
sin palabras.
A la sem ana siguiente la m adre pide h ab lar conmigo a so­
las; un día de esa sem ana, al am anecer, vinieron a detener a su
m arido; felizm ente, él estab a escondido en el pozo del jard ín
y no lo en co n traron. Ahí no lo buscaron. Los despertaron a
ella y a los niños y les hicieron preg u n tas. E lla dijo lo que se
había convenido: que su m arido se h abía m archado a la zona
libre y que ella carecía de noticias. P reguntaron a los niños,
que no respondieron, aún estaban m edio dorm idos. H icieron
desvestir a León, ella no sabe p o r qué. Y a ella le dijeron que
ten ía derecho a divorciarse. P reg u n taro n a los niños dónde
estaba su padre. Ellos d ijero n que no sabían. Después, León

238
se descom puso. Se hizo en la cam a, cuando la policía se fue
vom itó, y todo el día estuvo con diarrea. Yo pregunto: «Esa
d iarrea, ¿no le había em pezado ya, antes de que llegara la po­
licía?». (R ecuerdo su m ím ica de defecación y m i p erp le jid a d
sobre lo que podía significar.) «Sí, claro —m e dice— , tiene u ste d
razón. La d iarrea em pezó al día siguiente de la ú ltim a sesión.»
E incluso, cosa que la sorprendió, no du ran te el día sino en la
cam a. E n cam bio, cuando vom itó fue después que vinieron los
alem anes, y tam b ién fue después de eso que, estos tres días,
se hizo pipí en la cam a. Me aclara entonces que el niño fue
aseado a m uy co rta edad, porque ella era m uy a ten ta a eso, y
siem pre cam bió a sus bebés apenas se m ojaban p a ra e v ita r
ese frío que m ata en el vientre de los bebés (sus herm anos y
h erm an as m u erto s a m uy corta edad). Yo le p regunto si sabe
p o r qué los soldados alem anes hicieron desvestir a su hijo.
«No.» Le explico entonces que era p ara ver si León estab a cir­
cuncidado. E lla ignora, a la vez, la cosa y el térm ino. ¿N o h a
notado que su m arido está circuncidado? No, pero ella ig n o ra
cómo es «eso» en los hom bres (se refiere al pene). R ecuerda
que cuando tuv ieron su p rim era relación sexual, su m arid o le
dijo que ella podía m irar, pero que tenía que saber que él era
judío. E lla le contestó que no sabía a lo que se refería, p ero
que eso no im p o rtaba, puesto que lo quería. Y h asta la p o rta ­
ción o b lig ato ria de la estrella am arilla, que él h ab ría debido
acep tar pu es era judío, ella no supo m ás del asunto y sigue
ignorando el rito de la circuncisión. «¡Ah, entonces lo desvistie­
ron p o r eso! ¡Para ver! P orque m e preg u n taro n si los niños
eran ju d ío s y yo contesté que m i m arido era francés, q u e yo
era fran cesa y los niños tam bién.» De hecho, su m arido, com o
m uchos judíos, se había creído ciudadano protegido p o r F ran ­
cia, p u es se h ab ía natu ralizad o e incluso le h ab ían m ovilizado
y h abía estado bajo banderas. Agrega ella entonces que, an te
el riesgo de arresto , el p ad re acaba de p a rtir efectivam ente
p a ra in te n ta r p asa r a la zona libre, y que si allí en cu en tra dón­
de alo jarse ella y los niños irán a reunirse con él.
La m ad re sale. E n tra León, con sem blante m uy cansado.
Va d irectam en te de la p u e rta a la silla, sin apoyarse p a ra n ad a
en la p ared y no se deja caer ni sobre la silla ni sobre la m esa.
P erm anece sentado norm alm ente, me mii'a. No dibuja ni m o­
dela. Yo le hablo de lo que m e ha contado su m adre. León
m e dice que su p ad re h a p artid o «de veras», y que con m am á
y su h erm a n a irá a reu n irse con él cuando consiga u n a casa
en ese lu g ar donde no hay guerra. Yo le hablo de su m odelado
de la vez pasada, y del respaldo de la silla que q uería qu ed arse
con la esp ald a del chico. Me cuenta entonces lo que su m ad re
m e d ijera en las p rim era s sesiones, cuando hablábam os, a m e­
nudo solas pues León, a causa de su len titu d y del dib u jo
que estab a elaborando, la dejaba a rato s conmigo. «C uando yo

239
era pequeño, y m i h erm a n a tam bién, m am á quería que nos
q uedáram os en el orinal y nos ataba.» ¿A él le gustaba? El no
sabe si le gustaba, pero a su h erm a n a no. Gritó tanto que la
m adre no se lo hizo: a la h e rm a n ita no la ataron; entonces
su m adre tam poco se lo hizo a él. ¿R ecuerda él a qué edad
sucedió esto? Sería a los cu atro o cinco años, en B retaña, como
parece decirm e o, al m enos, p o r lo que yo entiendo de lo que
m e dice. C om prendo sobre todo que la abuela no quería que
la ch iquita g ritara, y p o r eso m am á se lo dejó de hacer a ella.
Y entonces, con él, que sin em bargo no gritaba, pasó lo m is­
mo. Fue sin duda el verano en que comenzó el ritu al de la
p erra y los cachorros. Yo le hablo de la novedad de hacerse
pipí en la cama. «Mamá dice que es porque los soldados vinie­
ron a b u sca r a p ap á y yo m e asusté. —¿Es verdad? ¿Te asus­
taste?» El no sabe. «¿Qué q u erían los soldados? —Q uerían ver
mi pipí», dice con m ím ica u n tan to m olesta. Le explico enton­
ces la circuncisión, que p ru e b a que el hom bre o el niño es
judío o no. Si uno es judío, se le hace la circuncisión; es lo
m ism o que el b au tism o pero se ve. Se les quita a los chiqui­
tines el pedacito de piel que hay en la p u n ta del pipí —del que
le proporciono el verdadero nom bre de verga, así como de la
piel el verdadero nom bre de prepucio— y esta piel sirve p ara
re cu b rir la p u n ta de la vex-ga —a la que doy su verdadero
nom bre de glande. Le digo que, ese día, en la fam ilia de su
padre, del p ad re de su padre, etc., se le pone su nom bre al
chaval. Es una fiesta igual que el bautism o en la fam ilia de su
m adre, en B retaña. Cuando a él lo b autizaron en la iglesia,
ju n to con su h erm ana, su p ad re no estaba porque era solda­
do; p ero h abía escrito que estab a de acuerdo en que él y su
h erm an a fueran bautizados com o cristianos. Ese día no corta­
ron n ada de su verga, sólo p u sieron agua sobre sus cabezas,
y les p ro n u n ciaro n sus nom bres. Ya que había hablado de ver­
ga y de prepucio, aprovecho p a ra h ab lar de la erección de la
verga, y veo que entonces León m e escucha con m ucha aten­
ción. En esta sesión noto que al h a b la r de la p artid a de su
p adre y de cuando los alem anes lo desvistieron, su ritm o ver­
bal se hizo casi norm al, con, p o r m om entos, breves silencios
como de anonadam iento, con aire indiferente: casi como un
tarta m u d o que se in te rru m p e antes de h allar la palabra que le
p erm itirá co n tin u ar la frase. D espués de h ab lar de la verga y
de la circuncisión, hago u n silencio y digo: «¿Conoces tú la di­
ferencia que hay e n tre las niñas y los varones?». Me responde:
«Las m am ás tienen tetas, las niñas no y los papás tam poco.
—¿Y tú, tienes? ·—Yo, sí. Tengo un poco de tetas, m ás que mi
h erm an a pero no tan to com o m i m adre. —¿Y no has notado
que tu herm an a no puede h a c e r pipí com o tú? ¿Que ella no
está hecha como tú, ahí?». El m e contesta: «No, ellos tienen

240
pelos que tapan, salvo que los papás los tienen en el vientre 23
y tam b ién en la cara, y no tienen los cabellos rubios com o las
chicas».
¿El color del cabello? Su h erm ana era ru b ia com o su m a­
dre, él castaño como su p ad re m oreno (y que, decía, de peque­
ño ten ía su m ism o color de pelo). Cuando crezca, él será m o­
reno. Yo le expreso con térm inos precisos la realid ad de la
diferencia sexual, la ausencia de pene en las niñas y las m u ­
jeres, le p reg u n to qué sabe él de todo esto, qué puede decir
de ello. Me co n testa que le parece m uy bien que eso no le
crezca a su herm ana, pero en cuanto a su m adre... él creía que
ella ten ía uno. E lla no se lo había dicho. ¿Acaso él se lo había
p reg u n tad o ? «No, no se lo pregunté. Pero las vacas tienen cua­
tro, con leche que les ordeñan. Pero no es igual, las cabras
creo que dos. Las p erras son com o las m a m ás. No tienen pe­
los, ahí.» M uestra el lugar de su ombligo en el centro de su
vientre. «Las p erras tienen m uchos cachorros, y necesita ta n ta s
tetas en el vientre, p a ra darles de com er, pero después los
ahoga.»
Cito el texto exacto, que voy escribiendo a m edida que él
habla, ah o ra con ritm o norm al. Asistim os a u n destapam iento
de p alab ras, com o un destapam iento excrem ental, podríam os
decir, concerniente a fantasm as de im ágenes del cuerpo con­
fusas e inconexas. Todo ello a p a rtir de un asiento, de un m ue­
ble, y de u n a espalda cosificada. Los m odelados encubrían
ideas im precisas y angustiantes de rapto, de castración, con­
fundiendo sexo, pelos, m am as, ombligo y juicios m orales. De
acuerdo con que su herm ana no tiene pipí ni tetas, de acuerdo
con que él sea com o su m adre, pero es increíble que su m adre
no tenga pene, aunque los pechos lo sean, sin em bargo.
La cu ra toca a su fin. Tengo conciencia de ello, al m enos
lo preveo respecto de esta fam ilia que m uy piOnto h a de m a r­
ch ar a la zona libre, si el p ad re consigue p asa r la línea diviso­
ria, com o espero. D urante las sesiones siguientes, la m adre
viene expresam ente sola antes de León, p ara h ab larm e de las
p reg u n tas que aconsejé a su hijo form ularle. En efecto, al final
de n u e stra en trev ista dije a León que h ab lara con su m ad re
de todo lo que habíam os hablado nosotros. E lla está m uy con­
fundida. No sabe cóm o h ab lar de cosas así. De tal m an era que
realizam os la sesión los tres, la m adre, León y yo, él y ella
hablándose, y ella pidiéndom e con la m irada que la ayude a
resp o n d er. G enitud, la de León, erección, concepción, em b ara­
zo, nacim iento, el de León, am am antam iento, el suyo, naci­
m iento de su h erm anita, conform ación sexual de las niñas y
de las m u jere s adultas, fu tu ro social p ara cada uno de ellos,

23. V ientre con fu n d id o con tórax, com o en el cuerpo ovoid e indife-


ren ciado del m uñ eq uito m odelado.

241
él y su herm ana, prohibición del incesto entre los seres hum a­
nos: todo se tra tó allí, p o r asociación de palabras o de ideas.
En el m om ento de h ab larse del incesto, la m adre intervino refi­
riéndose a la p erra de la abuela, en B retaña. Entonces León,
in terrum piéndola: «Sí, tuvo crías con su hijo perro». Esto me
p erm ite explicar que lo que sucede en tre los anim ales no puede
suceder en tre las personas. León m e dice entonces que su pro­
fesor de piano no se ha casado, que se ha casado con la m ú­
sica, que él se lo ha dicho, y que es m ucho m ejor. La m adre
sonríe, divertida. Yo respondo que el p ro feso r es igual a un
hom bre, y que hay m úsicos, p ianistas, que se casan con m uje­
res sin d ejar de e star casados tam b ién con la m úsica, y que
tienen hijos, pero no con la m úsica sino con m ujeres. León
replica: «Pero si uno se casa, entonces se tiene que divorciar.
Lo dijero n los alem anes. P ero eso es caro». Su m adre lo m ira,
so rp re n d id a .24 Yo le digo que cuando las personas se quieren
como su p ad re y su m adre, no se divorcian; que los alem anes
pro n u n ciaro n esa palab ra p o rq u e creen que las personas que
son judías, _como lo es su padre, no son buenas personas; y
añado que piensan así p o rq u e son tontos, los alem anes. P or lo
que toca a su m am á, ella no se divorciará, 3' pronto se reuni­
rán todos con su padre, que se h a ido a la zona libre. Esbozo
ráp id am en te un m apa de F rancia, p a ra explicarle lo que sig­
nifican zona ocupada, zona libre, línea divisoria, palabras todas
éstas que p o r entonces se em plean constantem ente a nuestro
alrededor.
Al final de la sesión, la m ad re m e preg u n ta si puede tra e r
a su hija, que tam bién q u erría sab er las cosas como su herm a­
no, p o rque ella, la m adre, no sabe qué responder, dado que a
ella nunca le enseñaron nada. E lla ignora cómo decirlo. León
está to talm en te de acuerdo en que venga su herm ana. Así pues,
la sesión siguiente, que sería en efecto la últim a, se realizó
con los dos niños y la m adre. La chiquilla está al tanto de la
ausencia de pene en las niñas y de la m atern idad. Pero ignora
la p enetración necesaria p a ra la fecundación. Inm ediatam ente
asocia con la p e rra de la abuela y los acoplam ientos de perros
en la calle, de lo que han hablado entre am iguitas. «Los pe­
rro s se suben encim a, se quedan pegados, es una cosa fea.»
Yo hablo de la prohibición del incesto en tre los seres hum a­
nos, lo que la deja pensativa. Luego, veo que se m ira de sos­
layo con su m adre. E sta le dice: «¡Te he cogido, tú que siem pre
dices que te casarás con papá!». Yo respondo: «Las niñas pe­
queñas siem pre lo dicen; es en brom a, pero al crecer ap ren ­
den la verdad. Tu m am á no se casó con tu abuelo, su papá; tu

24. Lo que habría salid o m u y caro era casarse en Bretaña, si hubie­


sen viajado ella con su m arid o y el testigo, un com pañero del taller;
por eso se casaron en París, y co stea ro n el viaje de la madre.

242
p ad re no se casó ni con su m adre ni con su herm ana». (H an
hablado de la h erm a n a del padre, han visto u n a foto suya.)
La niña ríe y dice: «Claro, si no, no habríam os tenido m am á.
—Ju stam en te —respondí— tus hijos, los que ten d rás con un
m arido, que en este m om ento es un chico al que no conoces,
tu m am á será su abuela, y tu papá su abuelo. Y si tu herm ano
se casa, pues bien, tú 's e r á s la tía de los hijos de tu h erm a­
no, y él será el tío de tus hijos». León tom a entonces la p ala­
b ra y dice: «Yo no me casaré nunca... Sí, a lo m ejo r... Si me
caso, entonces será con mi profesor de piano. 0 bien, seré...».
No continuó p o rq ue su h erm an ita se echó a reír: «Eso no p u e­
de ser, un señor que se case con un señor. Un señor siem pre
se casa con u n a señora. —Sí —dice León— , entonces h aré
com o él, m e casaré con la m úsica». Yo respondo: «Sí, tal vez».
Y la herm an a, furiosa: «¡No puede ser, no es justo, la m úsica
no es u n a señora, y yo quiero ser tía, así que tendrás que ca­
sarte p o rq u e si no no podré ser tía, la m úsica no puede ten er
hijos!». Los niños se enzarzan en la disputa, la m adre sonríe,
divertida, nos despedim os y la fam ilia se va.
R ecibí una ca rta de la m adre inform ándonos que tenía m u ­
cho trab a jo , estaba dem asiado ocupada y no podía tra e r a
León; ten ía que p re p a ra r su equipaje. Ib a a m arc h arse a la
zona libre, donde su m arido había encontrado tra b a jo y vi­
vienda p a ra todos. León estaba m uy bien. Los com pañeros del
taller lo en co n trab an transform ado, la carta continuaba expli­
cándom e esto con detalles. En la escuela em pezaba a leer, es­
c rib ir y co ntar, y todas las tardes tra ía buenas notas." Le diver­
tía s a lta r a la p ata coja, h asta em pezaba a ju g a r a la pelota
y a co rrer. La ca rta proseguía: un día, al volver a casa, se
h abía asu stad o m ucho, los niños no estaban; los encontró es­
condidos en el pozo del jard ín , le habían gastado una brom a.
D espués expresaba su urgencia por ver a su m arido y term i­
naba agradeciéndom e: a las m am ás h abría que decirles que es
increíble que los doctores no descubrieran antes que con él
no era com o con los dem ás; y añadía que ella ya no ju g ab a a
la p e rra con sus chiquitos (como yo le había recom andado),
lo sentía un poco pero había com prendido lo que yo le había
dicho, y que era p o r el bien de los niños. Su m arido y sus
hijos lo eran todo p ara ella, y ella quería hacerlo todo p ara
que fu eran sanos y felices.

He relatad o el caso de León en su integridad, con todos sus


detalles, a fin de que se com prenda de qué m anera el psicoaná­
lisis de niños p erm ite ap rehender la función inconsciente, o r­
ganizadora, de la sim bólica del cuerpo que interviene desde la
edad oral y anal de la libido, antes de toda reflexividad cons­
ciente; y cómo el narcisism o de ese hom bre o esa m u je r en
devenir inviste su fu tu ro sexual, el cual depende, p o r tanto,

243
de la form a en que se m a tern a y educa al niño, m ucho antes
de que éste conozca las p artic u la rid ad es de la diferencia se­
xual. Se perciben aquí con toda claridad los estragos que, para
el deseo, siguieron a la constitución de la imagen del cuerpo y
sus efectos sobre el habitus del esquem a corporal de León, los
estropicios causados por la am ante educación de un niño atado
a su asiento. E sta im agen del cuerpo de un sujeto cuyo deseo
tenía pro h ib id a la m otricidad, actuó sobre el esquem a corpo­
ral inhibiendo potencialidades neurológicas sanas, que no obs­
tan te perm anecieron in tactas. La m otricidad, la agilidad de
las p artes distales, m anos, dedos, laringe, ojos, pies, era posi­
ble, pero no la cohesión de las im ágenes en tre sí, y por lo tanto
el tono articulado del esquem a corporal. Además, si se repara
en que en su rep resentación de u n a silla, León dejaba ausentes
al principio el respaldo y el asiento, ilustración de su propia
ausencia de trasero y de espalda en su esquem a corporal, se
com prende que este niño que nunca tuvo un juguete a su al­
cance y que, atado a su silla, sólo m iró vivir a los adultos, de­
sarrolló una debilidad m en tal aparente, ideativa, verbal y cor­
poral; pero conservó y h a sta desarrolló, a sem ejanza de los
adultos, una agilidad potencial de sus dedos, al ver trab ajar,
coser, a todas esas m anos hábiles en el taller de confección, y
al in tro y ectar lo que veía. E ste caso nos m u estra de qué modo
la m ism a educación fue su frid a e integrada con daños por el
varón y no p o r la niña, tre in ta m eses m enor que él. Tampoco
ella podía resolver aún el Edipo, pero al m enos lo había plan­
teado. P or « p lan tear el Edipo» entiendo: fan tasm atizar el m a­
trim onio incestuoso con su padre. M ientras que León ni si­
quiera había planteado su Edipo, a causa de una identificación
canina, cachorro, com o su herm ana, de u n a m adre p erra, sin
duda incestuosa im aginaria respecto del genitor am ado, su m a­
rido, el p ad re de sus hijos, pero no deseado sexualm ente como
hombz'e.
Y adem ás, lo que no he dicho es que a todo esto se le sumó
el tru n cam ien to del apellido p aterno. Me lo com unicó la m a­
dre, no recuerdo en qué sesión. E stab a incluso en la h istoria
clínica. «Fulano», conocido p o r «Fulano». Le llam aban, en efec­
to, pongam os que «Karpo», p o r Karpocztslci, o algo aún m ás
com plicado. La m adre no podía p ro n u n ciar correctam ente el
apellido legal de su m arido. León h abía oído este nom bre, di­
ferente del que conocía, ún icam en te cuando p asaban lista en la
escuela, y ello desde el p rim e r día de la escuela de B retaña,
no en el parvulario de P arís, donde llam aban a los niños por
sus nom bres de pila. E n el taller, en la vida corriente, sus p a­
dres y él m ism o, y sus com pañeros de la escuela, pronuncia­
ban sólo las dos p rim eras sílabas del patroním ico paterno,
pues el apellido com pleto era juzgado como dem asiado com­
plicado p a ra que lo artic u la ra un francés. Es probable que esta

244
m u tilació n del p atroním ico p aterno y su revelación en la es­
cuela hayan sum ado su im pacto sim bólicam ente m u tila d o r a
la confusión im aginaria de León respecto de la diferencia se­
xual, en relación con la cual no había recibido una castració n
hum anizadora. E sto debió so b red eterm in ar una sim bólica de
invalidación conducente a la identificación de un su jeto h u m a­
no con un sem i-individuo fem enino o asexuado, m am ífero, con
un cuerpo cuyo único rasgo sem ejante al de su p ad re era el
color del cabello. El juego de la p erra y los cachorros, p ra c ti­
cado desde m uchísim o tiem po atrás, como m ínim o tre s años,
todos los dom ingos, había com enzado y continuado desde el
fam oso verano del bautism o, en la época en que la h erm a n a
lo vivía con él y su m adre, en ausencia de su padre. E se m is­
m o año qued aro n separados del padre, m ovilizado p o r m ás
de un año h asta finales de 1940. El juego practicado con la
m adre h ab ía perennizado aquella identificación canina de la
época en que la p e rra de la abuela había tenido crías que se
decía eran hijos de su hijo. Lo cual había procurado, en la re ­
lación fam iliar de León con su m adre, entonces sola con ellos,
sin p resencia de u n hom bre, la autorización im aginaria del
incesto, p ero sin que se h ab lara de ello. El niño h ab ía despla­
zado este fan tasm a sobre la silla, lentam ente m o ntada con ele­
m entos de form a fálica ensam blados, y que, tom ando posesión
del m u ñequito de p asta (que, prudentem ente, había dudado de
si en treg arse a ella), obtenía un placer sádico en d esp o jarlo
de su espalda y de su pelvis. M ediante asociaciones referid as
a papá, que no ten ía que saberlo (recuérdese la m arc h ita que
can tan ya en el ja rd ín de infancia todos los niños: «He p erd i­
do el do de m i clarinete, ah, ¿y si lo sabe mi papá?»), com ­
p ren d í que esto ten ía que ten er una relación con el Edipo,
p ero esto no fue explicitado ni p o r él ni p o r mí. Se advierte
cómo, en psicoanálisis de niños, lo expresado m ediante el m o­
delado, el dibujo, las pocas palabras y asociaciones que el
niño le agrega, da valor de soñado a lo dicho en sesión; y que
es posible d escifrar, com o en un sueño, el tra b a jo del incons­
ciente que, en este encuentro con un psicoanalizado (el te ra ­
p euta), expone su problem ática, m ientras el tera p eu ta, ponien­
do tam b ién él su inconsciente al servicio de la cura, asocia
lib rem ente. Sólo p o r la exclusiva agilidad de sus dedos y p o r
las vocalizaciones laríngeas en u n tempo rápido de canciones
sin p alab ras, el narcisism o varonil de León, sujeto de su de­
seo, no pro h ib id o aún antes del destete, al año de edad, en las
m anifestaciones de sus pulsiones activas, se había defendido
en su in teg rid ad de fu tu ro hom bre. La sexualidad oral de León,
en cam ino hacia la genitalidad futura, había quedado blo q u ea­
da, y casi p o r com pleto, en el m om ento del destete, lo m ism o
que la eclosión de la libido anal, debido a la contención im ­
p u esta a sus m anos y brazos y después a todo su cuerpo. El

245
niño había quedado bloqueado en todas las articulaciones la­
biales, dentales, en la colum na de aire fálica laringo-traqueal.
Su sexualidad anal no había investido las pulsiones fálicas ac­
tivas en su cuerpo, en el esquem a corporal esqueletom uscular.
E sta p rep o n d erancia de las pulsiones pasivas había inhibido
la tonicidad de las articulaciones escopulohum erales, sacroilía-
cas, caderas y rodillas, produciendo esa ausencia de estru ctu ra
vertical que a p rim era vista h a b ría podido considerarse como
efecto de u n a especie de m iopatía orgánica. Su extravagante
form a de h a b la r le p erm itía no identificarse ni al habla con
acento de su p adre, ni a la m an era de h ab lar de las m ujeres,
su m adre y su herm ana: así se re sistía inconscientem ente a la
identificación fem enina. Pero todo q uedaría inm ovilizado: a
la vez en la articulación activa de su inteligencia, en lo a rti­
culado vocal, lingual y bucal, y en la unión a realizar entre
sus percepciones ópticas y su habla, p ara p ronunciar los fo­
nem as de las letras y notas que podía leer. Según la m aestra,
no podía leer ni escribir; pero es probable que con paciencia
se hubiese podido facilitarle el conocim iento de las letras, la
lectura con la vista, sin la pronunciación de los fonem as, como
su pro feso r había notado que él hacía con las notas m usica­
les cuya represen tación gráfica, descifrada p o r sus ojos, pasa­
ba directam ente, p o r m ediación de sus dedos, a la ejecución
en el piano. E n resum en, su narcisism o fundam ental había
quedado m arcado p o r una ética oral pasiva o casi, pero León,
sujeto, conservaba un deseo m asculino en su relación con el
m undo, con las cosas, y en el espacio. Su relación en los in ter­
cam bios interp ersonales era casi u n a relación cosificada, que
el dibujo estereo tipado de la casa ilustraba. El efecto de reedu­
cación no podía sino obsesionalizarlo m ás en una inhibición
invasora. Su esquem a corporal estab a invalidado por una im a­
gen del cuerpo en la que, p a ra se r valedero ante su m adre,
debía acep tar ser un objeto p arcial erótico, oral o anal, es
decir fragm entado, m anteniéndose unidos los pedazos p o r un
asiento ex terio r o ralm ente ra p to r. P ara p re serv ar la cohesivi-
dad de estos pedazos, p a ra m an ten e r entero este esquem a cor­
poral, se veía obligado a e n c o n tra r constantem ente un apoyo
relevo, cosa o persona, u n tu to r físico, exterior, p ara su cuer­
po p ro n to p ara deshacerse com o un puzzle.
A través de este caso clínico se com prende cómo el trasero
que, al comienzo, en el em brión, es una región caudal, deviene
sucesivam ente una región em isiva de orinas in utero, después
u na región uroexcrem encial y genital, después la región de un
tono específico de la verticalidad p a ra el esquem a corporal de
la cin tu ra pelviana, con sus dos vástagos que son los m iem ­
bros inferiores, al principio no funcionales. Con posterioridad,
en esta región de la pelvis aparece la focalización urogenital,
im agen de necesidades, y la te rc e ra focalización, la del sexo en

246
el varón, en form a de te rc e r m iem bro, peniano, que en un co­
m ienzo no tiene m ás sensaciones substanciales que las funcio­
nales, u rin aria s en el varón. Sin em bargo, el pene es eréctil
d u ra n te la m icción u rin aria de los varones h asta alred ed o r de
los veintiocho o tre in ta m eses. Entonces, en pocos días, a cau­
sa del desarrollo del órgano denom inado veru-montanum, el
pene en com unicación con la vejiga queda fláccido, m ien tras
que está en erección cuando se com unica con las vesículas se­
m inales en este m om ento de su desarrollo no funcional. T anto
la necesidad, al com ienzo de la vida, h asta los veintiocho o
tre in ta m eses, como el deseo genital, van acom pañados, pues,
de u n a im agen peniana eréctil en el varón. En la niña, la señal
visible de sus sensaciones sexuales, el pene, este te rc e r m iem ­
b ro in ferio r de los varones, está ausente. Pero la función u ri­
n aria está presen te. El clitoris y la vulva son órganos eréctiles,
uno fálico, la o tra o rb icu lar en la en tra d a de la vagina; son
invisiblem ente sensibles en los encuentros de la niña con o tras
perso n as que su scitan en ella una atracción afectiva o física.
La función u rin a ria excrem encial puede ser confundida con la
función anal. Además, en el lenguaje corriente, las m ad res sue­
len h a b la r del «pequeño» y del «gran» trasero: el h acer «peque­
ño» y el h acer «grande». Excepto p o r el olfato, que diferencia
m uy bien la em isión de orina de la de heces, los niños son h a ­
b ilitad o s a no h acer, en el lenguaje, diferencia en tre defeca­
ción, m icción y sexuación.* El trasero puede obsesionalizarse,
volviéndose u na su erte de cosa estática, si p o r un tiem po exce­
sivo se im pone a los bebés la p o stu ra sentada; p a ra que el es­
quem a co rp o ral se haga dinám ico y m otor, los niños h an de
ex p erim en tar progresivam ente en el espacio la agilidad hecha
posible m erced a su desarrollo neurom uscular. N ecesitan des­
plazar, em p u jar, tira r, objetos, m uebles, y agarrar, ca m b ia r de
lu g ar los objetos prensibles, arrojarlos, recogerlos, m o strarse
dueños de estos objetos parciales en el espacio ex terio r a su
cuerpo. E ste dom inio de los objetos exteriores, - asociados a
los adultos, es un desplazam iento del dom inio de los objetos
p arciales digestivos del espacio interior, alim ento, heces, orina.
Cuando el desarrollo de la m édula espinal se lo p erm ite, los
niños de am bos sexos necesitan sentarse, re p ta r, desplazar el
cuerpo sobre su trasero , y después gatear; y cuando la m édula
espinal, al d esarro llarse, proporciona puntos de referencia sen-
soriom otores gracias al com pletam iento de las term inaciones
nerviosas de los pies y del perineo, viene el placer de la deam ­
bulación a cu atro p atas, y después sobre los dos pies, e m p u jan ­
do u n a silla o apoyándose contra un soporte fijo antes de soltarlo

* A firm ación ésta que, en general, no podría aplicarse a los m od ism os


lin g ü ístico s de los hisp an oh ab lan tes. [T.]

247
p ara cam inar, y después co rrer, tre p a r, y hacer acrobacias por
p u ro placer.
E n León, niño pasivo de tejidos infiltrados, la rep resen ta­
ción de m am íferos p erro s a cu a tro p atas, no autorizaba la ver­
ticalidad. Tal rep resentación estaba referida a la inclusión, el
calor de la m adre en la p e rre ra de cam a con la herm anita,
concom itante todo ello con u n a im agen de sexualidad inces­
tu o sa y fecunda de hijo p e rro con su m adre p erra. E sta m a­
tern id ad de la p erra, el p a rto de sus cachorros, su am am anta­
m iento, que él había observado, com o había podido observar
a su m adre am am antando a su h erm ana, estas im ágenes escó-
picas conscientes registradas en su m em oria no eran, pues, del
todo ajenas a referencias hum anas; pero aquí la sim bolización
h um ana se h ab ía disparado p o r todos los estadios. El estadio
oral y el estadio anal de la pelvis convertían al niño en un ob­
jeto parcial aditivo (aporte alim entario) o sustractivo (recogi­
da excrem encial), asociados am bos a las operaciones de adi­
ción y sustracción que el cálculo sim boliza. Aquello que h ab ría
p erm itid o la lectura y el cálculo quedó invalidado p o r el des­
pedazam iento de la im agen del cuerpo con su efecto sobre el
esquem a corporal. El estadio uro g en ital se había confundido
con la im agen de base v en tral y caudal estáticas (el vello de los
h om bres sup u estam ente en su om bligo, llam ado vientre). Los
otros, las m am ás y los papás, ten ían vientres, él no. ■
El em palm e cin tu ra escapular-cintura pelviana p o r la co­
lum na v erteb ral que las reú n e consolida la articulación cohe­
siva y el tono im aginable del esquem a corporal. Ahora bien,
no había habido en este niño m ás que despedazam ientos que
im pedían la cohesión que se adquiere p o r las experiencias de
la deam bulación y del libre juego de un cuerpo que construye,
en el fracaso y en el éxito, la posibilidad de expresar ese cuerpo
y de hacerse una rep resen tació n del esquem a corporal; el cual
es u n ab stracto preconsciente y consciente de los poderes rea­
les actuales del cuerpo anim ado, com o Yo, tem poroespacial
en tre los otros, Tú. El estadio oral, p a ra León, estaba ligado a
las m am as su p u estam ente penianas y al vientre lactífero de la
p e rra («Pero después, a los cachorros, los ahogan»). P or otra
p arte, la p ro p ia m adre confundía el sujeto hum ano con una en­
tid ad anim al fálica, la p erra, que ten d ría un hijo perro, padre
de sus propios cachorros; la m adre jugaba a identificarse con
los p erro s y los niños en cajab an el fan tasm a de la m adre.
E n cuanto a su padre, p a ra León se reducía a la significan­
cia despedazada de las p rim era s sílabas de su apellido y su
h ab lar con acento, enlazado a la desnudez del varón provocada
p o r los alem anes y al hecho de que un judío debía divorciarse
según la Ley, como había dicho a su m adre el policía que vino
a d eten er al padre. Quizás este ho m b re que con sus palabras
h abía desencadenado la reacción de descontrol esfinteriano,

248
in d u jo a León cachorro a ahogarse en su pipí nocturno. No lo
h ab ía asustado, no, pero él había dicho que el com pañerism o
tem po ral de su m adre-hem bra con su p ad re —judío m ás que
hom bre, pero m acho con la m u jer h em b ra— debía term i­
nar. Su padre, que p re p ara b a el desayuno los dom ingos, podía
p asa r p or un cria d o r de niños incestuosos cachorros. Hay que
d ecir que León no había conocido a su abuelo m aterno, pues
la abuela b re to n a había enviudado m ucho tiem po atrás. La im a­
go m asculina y p atern a no estaba, a p esa r del nacim iento de
su herm an a, acoplada genitalm ente, sin duda porque la m adre
era frígida. P ara León, la imago paterna m asculina p arecía de­
ten tad a p o r el p ro feso r de m úsica, único que p erm itía inves­
tir la m o tricid ad dinám ica de los dedos sobre las teclas del
piano, esos dientes inm ensos de un piano-cosa sonora m ediante
el cual se m an ifestaba el virtuosism o de León y la velocidad
de sus ojos p ara d escifrar la p a rtitu ra : un papel donde las no­
tas y los ritm o s están im presos sobre dos p en tagram as de
cinco líneas paralelas, asociables quizá con los cinco dedos de
la m ano en el esquem a corporal, dedos que él investía, frag­
m entados tal vez pero eficaces en su excepcional gusto y talento
p a ra to car el piano. E ra su am ado profesor quien lo h abía reco­
nocido como m úsico, quien se había ocupado de él y estim aba
a sus p adres. F inalm ente, había perm itido al sujeto ex p resar­
se, paliando su invalidez con el socorro de su cuerpo al del
niño cuyos ho m b ros y brazos no eran capaces, solos, de llevar
el peso de los antebrazos, m uñecas y m anos. El com pleto res­
tablecim iento de este chaval de ocho años se cum plió a través
de la tran sferen cia sobre mí, sobre mí asociada en la situación
de tres (yo, él, su m adre), y después, con la ca rta de su p ro fe­
so r de piano, en o tra situación de tres (yo, él, su profesor). Por
fin, conmigo, él, su herm an a y su m adre, configuram os una
situación de cuatro en que se habló del p ad re y del peligro de
que se desplazara, razón p o r la cual no había podido conocer­
me; p ero se in teresab a m ucho p o r sus hijos y en p a rtic u la r p o r
su hijo, y en las idas y venidas im puestas p o r el trata m ien to ,
que su m ad re efectuaba utilizando tiem po de su trab ajo .
E l restablecim iento de León dice m ás que m uchas teorías
sobre el esquem a corporal invalidado de un organism o neuro-
lógicam ente íntegro, y sobre la m anera en que la im agen in­
consciente del cuerpo puede ser fuente de este desarreglo sim ­
bólico del funcionam iento de un cuerpo, que el deseo varonil
cuya dom inante es, en el estadio genital, fálica, no puede inves­
tir sin peligro p ara la ética elaborada a p a rtir de las relacio­
nes in tersu b jetiv as de la p rim era infancia.
H em os visto que, p ara León, la imagen del cuerpo:
1 . no tenía referencia hum ana clara;
2 . estaba frag m entada como en el estadio oral y anal p a­
sivo: no h abía existido castración oral (aunque su m ad re lo

249
h abía destetado), ni castración anal, seguidas de sim bolización
de pulsiones que quedan pro h ib id as p a ra la expresión del con­
tacto cuerpo con cuerpo;
3. esta im agen del cuerpo era genitalm ente am bigua, por
no decir que estaba ausente. Es cierto que el trab a jo psicoa-
nalítico hizo aquí m ucho m ás que cualquier internación en
IMP * y que doctas reeducaciones especializadas.
Lo que la h isto ria que hem os relatad o tiene de psicoanalí-
tico (a diferencia de u n a p sico terap ia reeducativa psícom otriz),
es que fue el propio León quien dijo las palabras y significó
con lenguaje lo que posibilitó, a través de la transferencia, que
en él el su jeto re en co n tra ra su deseo. El psicoanalista no sabía
n ada del placer pasivo m asoquista, a la vez fascinante y tem ido,
que se h abía apoderado de León y que le había sostenido para
vivir. Lo que dio un vuelco a su cura fue la expresión sádica de
su sonrisa y la rapidez de reacción con que verbalizó el placer
ra p to r experim entado p o r u n a cosa en d etrim ento de un ser
vivo.
Siem pre es así, cualquiera que sea el caso ante el que nos
hallam os, y aunque tengam os algunas luces sobre las genera­
lidades de u n a im agen del cuerpo en determ inado m om ento
de la evolución del niño. El esp íritu que guía mi labor es acla­
ra r los procesos inconscientes de un niño determ inado, en su
relación con tal m adre y con tal padre, y pro cu rar, con ejem ­
plos clínicos, p o n er a los psicoanalistas en condiciones de es­
cuchar a los otros. De todas m aneras, de lo que vive cada cual,
m ás allá de estos procesos com unes, nada sabem os. Es él, este
niño, aquel otro, el que puede saber. G racias a estos trabajos,
lo que tal vez ganam os sea u n a sensibilización p ara la escucha,
en el sentido am plío del térm ino.
C ualquiera que sea el saber que hayam os adquirido por el
testim onio ajeno, n ad a sustituye a la observación p o r todos
nu estro s sentidos de lo que sucede en determ inado ser hum ano.
Sabem os, y un caso com o el de León, con su apariencia de
atontam iento, de debilidad m en tal y h asta de psicosis, lo p ru e­
ba, que d etrás de este aspecto siem pre está el sujeto deseante.
El busca com unicarse con el sujeto p resen te en nosotros, psi­
coanalistas, que som os un o tro deseante de la especie hum ana.
¿Cómo reu nirse? ¿Cómo irán a reconocerse esos dos pedazos
de la concha que son estos dos interlocutores? ¿Cómo lo lo­
grarán, sim bólicam ente, el p sicoanalista adulto y el paciente
niño, que, cada uno p o r su lado, dem andan y desean encon­
trarse?
Al psicoanalista no lo instruye m ás que su propia experien­
cia de analizado, de exanalizante, su h isto ria y sus propias di­
ficultades relaciónales en el curso de su historia, aquella que

* In ternad os M édico-Pedagógicos. [T.]

250
ha podido re c u p e ra r y revivir con su psicoanalista. P or eso
la experiencia de la que dam os testim onio, u n a vez que som os
psicoanalistas, de las curas de niños, es tan valiosa p a ra ocu­
p arse de los otros niños en vías de desarrollo. El lenguaje
m ediante el cual se expresa el deseo de u n chiquillo que va
desarrollándose, y el lenguaje de un niño m ás crecido que p a­
dece de trasto rn o s, que recupera su orden m ediante la expre­
sión de las dificultades relaciónales pasadas revividas con su
p sicoanalista en la cura, esto es lo que utilizam os com o m edio
de tra b a jo y lo que perm itió extender el psicoanálisis a la cura
de psicóticos y niños.
No sé cóm o h ab ría evolucionado León en IMP, lu g ar de
escolarización y socialización en que el personal educativo tr a ­
b aja con n o to ria entrega y que a m enudo está al tan to del psi­
coanálisis, o sea que es to leran te respecto de m odos de ex­
p resión de los niños poco conform es con lo que la escuela
co rrien te espera de ellos. H em os visto ya el fracaso, e incluso
la agravación del estado de León, en veinte sesiones de psico-
m o tricid ad . Pienso que este caso nos p ru eb a h asta qué pu n to
es necesaria u n a investigación psicoanalítica antes de cualquier
reeducación, m ás bien que después de su fracaso, p a ra todo
niño que p resen te u n cociente intelectual bajo (el test de León
arro jó u n resu ltado de 63 de C.I., y sin em bargo había sido un
bebé precoz), u na debilidad psíquica al m enos aparen te, un
com po rtam ien to im pedido (sin que se descu bran lesiones o r­
gánicas), un lenguaje verbal y m o to r ab erran te. Es necesaria
u n a investigación psicoanalítica con escucha de los pad res, p o r
el tiem po que haga falta, antes de decidir si el niño traíd o p o r
sus p ad res al psicoanalista dem anda una ayuda, sufre, si tiene
necesidad o no de u n a educación especializada, sum ada o no
a u n a cu ra psicoanalítica, y sobre todo si le beneficiaría una
sep aración con sus padres, p ara la cual deberá ser p rep arad o ,
aun en el caso de que los padres sí se beneficiarían con la se­
p aració n y, si no ellos, los otros hijos. Toda la fam ilia, los
abuelos com o los padres, son p artes activas en la h isto ria de
u n niño que vive con dificultad. Esto no significa que tengan
que sen tirse culpables. La m adre de León no era en n ad a cul­
pable de todo lo que sucedió y que, sin em bargo, fue obra
suya, p ero o b ra tam bién de la com plicidad, de la sensibilidad
p a rtic u la r de León. Su herm anita, en cam bio, no h ab ía sopor­
tad o la coartación de su m otricidad que la m adre, creyendo
ac tu a r bien, q u ería im ponerle. La responsabilidad p o r la e n tra ­
da en u n tra sto rn o del desarrollo no incum be únicam ente
a los padres.
E n ocasiones, la connivencia de deseo en tre los niños y sus
p ad res puede to rc e r el porvenir del niño, e incluso el porvenir
relacional de los padres con su hijo. Esto es, precisam ente, lo
que el psicoanálisis perm ite estudiar. León había quedado en­

251
tram pado, «pervertido» es la p alab ra que corresponde, por su
am or a su m adre, porque él era un varón, sin duda; su herm a­
na no se había dejado cazar. Pero León tenía una sensibilidad
excepcional, una inteligencia intu itiv a y reflexiva, potenciali­
dades libidinales precoces, ricas en pulsiones pasivas, y Dios
sabe que, estas pulsiones pasivas, las explotó. No term inaría­
m os nunca de h u rg a r y de en c o n trar razones p ara sem ejante
hundim iento de León en un estatism o angustiado de despeda­
zam iento. Lo im p o rtan te era: ¿cóm o ayudarlo a en co n trar una
salida de esa ganga que o b stru ía su com unicación? Esto es lo
que la form ación psicoanalizante-psicoanalista, y el estudio ana­
lítico de la relación de tran sferen cia, p erm ite descubrir.
Sobre la base de lo dicho, una vez m ás, ¿qué h abría sido
de León en una in stitu ció n m édico-pedagógica? Esto es difícil
de prever. De todas form as, sonaba a separación artificial, in­
tolerable p a ra él tan to com o p a ra los suyos. León h ab ría sido
adm itido en un IMP, donde tienen cabida todos los niños abe­
rran tes, y todos o casi todos d espiertan el interés y el afecto
de adultos consagrados a la infancia m arginal; p ara cada uno
de estos niños, que a su m anera es cada uno un barco ebrio,
m al tim oneado, hay un adulto que p ro c u ra rá hacerlo navegar.
¿Pero qué m otivación hubiese tenido León p ara salir del en­
cierro en que se hallaba? ¿Qué h a b ría sido de su educación
m usical? Agredidas p o r niños caracteriales, la fina sensibilidad
de León y la len titu d de sus reacciones lo h abrían inducido a
encerrarse todavía m ás, y quizás incluso a gozar m asoquística-
m ente de esas agresiones.
El espíritu educativo que preside el trabajo de los IMP se
concreta en m étodos que ap u n tan a utilizar en los niños posi­
bilidades que aún les re sta n todavía no despertadas, o quizá
todavía no reprim idas. Un m edio social afectivo seudofam iliar,
parafam iliar, to lerante, ejerce sobre ellos una conducción es­
clarecida en una atm ósfera que q uiere ser de seguridad. Cier­
tos niños, abandonados p o r padres no disponibles a su respec­
to, en cu en tran en estos in tern ad o s u n a atención educativa a la
que están dispuestos a p re s ta r u n a inm ediata confianza. El
cariño personalizado de las educadoras especializadas, la tran­
quila au to rid a d de las o tras, devuelven, a niños que ya no creen
en los adultos, confianza en éstos, que son sostenes y modelos
p ara su crecim iento físico y p a ra su desarrollo psicosocial.
O rtofonía, p sicom otricidad y h a sta psicoterapia de apoyo u
otra, perm iten a niños sum idos en el fracaso escolar y en la
incapacidad p ara los intercam bios afectivos un aprendizaje
nuevo del ser en el m undo.
Al niño in adaptado se lo supone carenciado del am or m a­
tern o y p atern o que la educación que h abría debido recibir
le hubiese dispensado. La reeducación en estos ám bitos de vida
y cuidados se o rien ta a «reparar» los efectos de un daño pade-

252
ciclo p recedentem ente. En el IMP se actúa como si con la m adre,
la nodriza, los prim eros «otros» del niño, que se ocupaban de
él, el vínculo relacional no hubiese tenido la calidad suficiente
p ara el buen desarrollo del com portam iento y del lenguaje del
niño. E sta es la hipótesis de trab a jo ¿por qué no? La educación
en IMP ap u n ta a crear un nuevo vínculo relacional del niño
con los adultos, es decir con él m ism o que los tom a com o apo­
yos y m odelos de su desarrollo. El equipo de educadores ela­
b o ra p a ra cada niño un proyecto pedagógico que in ten ta llevar
a bu en p u erto al educador o educadora encargado especial­
m ente de él. E ste interés personalizado obra como auxiliar de
las fuerzas de desarrollo que se han conservado sanas en el
niño, fuerzas que la relación afectiva de su stitu to p a ren tal asu­
m ida p o r este ad ulto apunta a utilizar al m áxim o, p a ra su scitar
el esfuerzo de adaptación del niño al grupo del que form a parte.
P ero en cuanto al deseo de este niño, en cuanto a su propio
deseo, tal como, desde su nacim iento, se elaboró en arm onía
o en co n tra p u n to con los deseos de quien se ocupaba de él, se
lo olvida. No se lo puede ten er en cuenta. El pasado quedó
atrá s y aquí se entiende que el niño p a rtirá o tra vez de cero. No
se tiene en cuenta el deseo y su estru c tu ra pasada; adem ás, no
hay condiciones p a ra tenerlo en cuenta ni p a ra d escifrar el
papel patógeno del deseo del niño y de sus m otivaciones, o su
aceptación inconsciente del fracaso y la m arginalidad, com o
tam poco, adem ás, su sum isión al papel de objeto de la solici­
tu d m édica y pedagógica.
Como resp u esta a la dedicación de u n educador a su p er­
sona, puede su scitarse en un niño, efectivam ente, el deseo de
com unicarse de u n a m anera distinta a la de antes. Tal estilo
de m otivación genera una erotizacíón de las relaciones del niño
con este adulto, que entonces puede m ovilizar pulsiones libi­
dinales nuevas sobre un fondo de transferencia de las relacio­
nes an terio res. P ara lim itar la erotizacíón, los educadores se
aplican a desem peñar un rol parental, por supuesto, e inevi­
tab lem en te artificial, pero actuando ellos m ism os en él su
tran sferen cia m aterno-paternal sobre el niño. Y con esto se
engañan los dos, el niño y el adulto. De cualquier m anera, este
rol de la tran sferen cia se m anipula en ai'as de las adquisicio­
nes del niño, que valoriza a su educador preferido. Pero en
cuanto a la relación, no hay m anera de dem istificarla. La tra n s­
ferencia no puede ser analizada porque no es posible, a la vez,
analizar y d isfru ta r de la situación relacional. Lo que es re la­
ción se actúa en la realidad, y no sólo en la gestual o hablada.
Es imposible que exista a la vez psicoanálisis en el sentido de
cura —análisis de la transferencia y de las resistencias— y
educación o reeducación, ya sea en el seno de la fam ilia o en
u n IMP; en un lu g ar donde viven y se encuentran psicoanalis­
tas y psicoanalizantes, no puede hab er psicoanálisis. Con lo que

253
pertenece a la tran sferen cia que p o d ría ser analizada, se m ez­
clan dem asiadas relaciones reales de beneficio libidinal recí­
proco, quiero decir: tan to p a ra los adultos como p ara los niños.
El trab a jo psicoanalítico, cualquiera que sea la edad del
psicoanalizante, no se puede em p re n d er sino sobre el deseo
m anifestado y p erseverante del paciente que sufre y que desea
tra b a ja r p ara lib rarse de un m alvivir insoportable para él. Ahora
bien, los síntom as, en los niños, son m edios que tiene el sujeto
para u tilizar la angustia y h acerla m enos penosa de soportar.
Esto hace que pocos niños se m anifiesten deseosos de analizar­
se y, como no son previsores respecto de su futuro, obstaculi­
zado p or estos síntom as, no padecen la angustia que pueden
su frir los adultos, que prevén p a ra sí un fu tu ro m uy difícil.
E l niño puede ser m ovido a d esear u n a cura p o r la palab ra de
sus padres o de sus educadores, quienes a su vez confían en el
m étodo y le infunden la esperanza de un b ien estar mayor,
cuando, a p esa r de sus síntom as, el niño perm anece angustiado,
y sobre todo cuando ellos alientan su coraje en el transcurso
de un tratam ien to p o r m om entos m uy penoso si es eficaz, pe­
noso no sólo p ara él sino tam bién p a ra su entorno.
Lo que hizo posible la visita de León al C entro fue la am e­
naza que pesaba sobre él y su m adre: la separación. El IMP
era la única p ro puesta de escolarización posible para León,
según la m aestra y el director, que lo conocían bien. El re cu r­
so a una eventual p sico terap ia fue m encionado por el médico
que había exam inado el estado neurológico y las cro n a x ia s 25
de León, dos años antes, y que no había encontrado anom alías
orgánicas. «Una p sicoterapia p o d ría ayudarlo —dijo a la m adre
como conclusión—. La debilidad m otriz de su hijo es como su
debilidad m ental y escolar, no tiene base orgánica.» Pero en
ese entonces la m adre no estab a dispuesta a com prender ni
a aceptar.
Fue una gran su erte p a ra León el que su aceptación p o r la
escuela to cara a su fin, y m adre e hijo se vieran confrontados
con la angustia de una inm inente e inevitable separación. Hizo
falta esto p ara m otivar el recurso a la consulta médico-pedagó­
gica a propósito de un estado patológico de pasividad de estilo
de invalidez psicosocial. P odríam os decir que León presentaba
una h isteria precocísim a, asociada a un estado libidinal po­
tencialm ente perverso, sin d e ja r de ser inocente, de la que no
tenían conciencia ni él ni sus padres.
León, que llegó al C entro p o r consejo de su profesor de
piano, p rim ero fue confiado a una psicom otricista que intentó
desbloquearlo. Fue un com pleto fracaso. Más, inclusive. Ella
m ism a, el m édico que lo exam inó al llegar y que lo orientó
hacia la psicom otricidad, su entorno tam bién, todos quienes

25. V elocidad de excitabilid ad neurom uscu lar fisiológica.

254
lo conocían, lo en contraban m ás atontado y m ás lento que
antes de su arrib o al Centro y a la reeducación. Lo cual llevó
a consignar estas palabras en la observación de León que se me
entregó: «Evolución hacia un estado esquizoide».
La bu en a v oluntad consciente de León estaba fuera de duda,
lo m ism o que la de su p erseverante m adre, a p esa r de su
trab a jo , de la dificultad de León para desplazarse y de la es­
casez de tran sp o rte s urbanos. Tal vez se tra ta ra de u n a inade­
cuación en los m étodos de trab ajo . La reeducación, con su
proyecto pedagógico, no tom aba en cuenta la prohibición «su-
peryoica» del deseo inconsciente del sujeto. Su im agen del
cuerpo le p rohibía sin duda la m ovilización de su cuerpo, am e­
nazándolo con el despedazam iento.
Se podía in te n ta r el tra b a jo psicoanalítico, que no ap u n ta
a la su presión de las resistencias sino que in ten ta darle oca­
sión p a ra expresarse con otros medios de lenguaje diferentes
de los del cuerpo m ism o, en su habitus y su funcionam iento.
E ra m i deseo re s titu ir a este niño su libertad de sujeto, enm as­
carad a p o r un pelele m al articulado, lento.
Con un a p rio ri debido a mi form ación psicoanalítica, yo
p a rtía de la existencia de un narcisism o fundam ental, conform e
p a ra el su jeto hum ano con el genio de su sexo, es decir, en acu er­
do con su esquem a corporal p o r el cual el sujeto, en la realidad,
se presentifica y m antiene en relación con los otros y con el
m undo. El cuerpo de León no tenía ninguna lesión, ninguna
d isfunción orgánicas. Su apariencia, su habitus, se debían, pues,
a la im agen del cuerpo que él se había construido, a im posibi­
lidades de tono y de m otricidad im aginarías e inconscientes.
León no sufría, salvo de «fatiga al esfuerzo m uscular». Si el
su jeto de su deseo perm aneció im perm eable, o incluso resis­
tió inconscientem ente al trab a jo de reeducación y a u n a rela­
ción positiva con alguien de quien él esperaba conscientem ente
una m ejo ría de su estado, m ejoría que le p erm itiese quedarse
con su fam ilia y co n tin u ar en su escuela, fue porque este tra ­
bajo, el de la p sicom otricista, no se dirigía al sujeto de su h is­
toria, al su jeto de la h isto ria de su deseo; se dirigía solam ente
al cuerpo de León, un cuerpo que era la resu ltan te patológica
de su h isto ria relaciona!. El origen de su invalidez era, sin du­
da ninguna, psicógeno, pero esta invalidez era física, carnal,
si puedo expresarm e así. Su cuerpo era realm ente inválido,
aunque ello resu ltase orgánicam ente inexplicable. Yo pensaba
que, dado que León esperaba tanto del Centro, tenía asidero
in te n ta r u n a psico terapia psicoanalítica.
Me propuse, pues, escuchar lo que la diada m adre-hijo tenía
que decir, del lado de la m adre (y si era posible del del p ad re)
p rim ero , y después del lado del hijo; sin p ro c u ra r m odificar
n ada de los efectos actuales de su fusión libidinal patógena,
en cu alq u ier caso patógena p ara León. El psicoanalista debía

255
p re sta r su confianza en estos dos sujetos, la m adre y el niño,
extraviados en un m agm a fusional que neutralizaba la sexuali­
dad de cada uno de ellos, en todo caso la de León, conservan­
do am bos el placer de una sexualidad arcaica, incestuosa, re­
cíproca e inconsciente. Tenía que ser atentam ente escuchado
todo aquello que p u jab a p o r ex p resar en sesión, de m anera
m uda, este León en apariencia m edio dorm ido. Su habitus, sus
dibujos repetitivos, su m odelado pobre, estereotipado debían
ser, como tales, adm itidos, sabiendo pertin en tem en te que, sien­
do como eran, expresaban un m ensaje que había que desci­
frar; pero ¿cuál? Sólo León podía saber lo que su lentitud, su
torpeza, sus m anos, decían. E ra preciso que a sus obras, que
rep resen tab an cosas con grafism os y m odelados rudim entarios,
León pudiese darles vida im aginaria y reen co n tra r el sentido
de sus deseos, p restan d o la palabra, la suya, a esos pedacitos
—en p a rtic u la r— de p asta de m odelar, p restarles intenciones,
sentim ientos, placeres. Lo que su p alab ra y sólo ella podía así
expresar, al psicoanalista le co rrespondía hacérselo enlazar con
lo que su m ad re d ijera de su h isto ria, y con los recuerdos que
él m ismo guardaba de ésta. Fue este trab a jo de descifram ien­
to, p o r o bjeto de tran sfere n cia interpuesto, lo que perm itió
analizar la tran sferen cia que León hacía de su m adre sobre la
silla, ra p to ra de su cohesión m otriz, que lo despedazaba. Efec­
to de los fantasm as de goce pasivo de un objeto oral am ado,
a disposición de un sujeto caníbal m ás o m enos conscientem en­
te supuesto en todo in te rlo c u to r interesado p o r él. Para el
niño que crece, este m odo de p en sa r el goce oral se ve en­
frentado a los fantasm as de m utilación peniana y, m ás tarde,
de castración genital. Tales fan tasm as angustiantes vienen, en
su historia, en socorro de la prohibición del incesto, cuya acep­
tación sostiene el efecto sim bolígeno y dinám ico conocido con
el nom bre de «resolución edípica». León tenía ocho años. Pero
¿en qué p u n to de esta evolución se hallaba? Yo no podía sa­
berlo. Mi deseo era in te n ta r co m p ren d er a León a través de su
relación de tran sferen cia conm igo. R esp etar sus resistencias,
lograr que se d ijeran en lugar de que fuesen m im adas, p erm itir
el reto rn o de las pulsiones rep rim id as: tam bién éste era mi
deseo. P ersonalm ente, m i tra b a jo de psicoanalista se apoyaba
en mis pulsiones epistem ológicas, que me hacían esperar que
León, si el sujeto en él conseguía p riv ar sobre el Yo, reencon­
tra ra la inteligencia ideativa y psicom otriz contenida en su ca­
p ital genético de ser hum ano, hijo de hom bre y no solam ente
hijo de m u jer y subyugado p o r ésta. A lo m ejo r él recuperaba
la ética n arcisista de un ser hum ano que ha em ergido sano
del cuerpo de su genitora, ética de validación del esquem a
corporal, concerniente al cuerpo propio del varón (o de la niña,
"" "tro caso) yendo-deviniendo ho m b re (o m ujer), y que cada
lio de desarrollo pone en cuestión. Un cuestionam iento

256
que se cum ple en referencia al falo y a las pulsiones activas y
pasivas del deseo, que la experiencia de la angustia de cas­
tració n de cada estadio lleva a organizarse p ara la supervi­
vencia del n arcisim o .26 En el relato de las sesiones hem os visto
cóm o la simbolización ele la imagen del cuerpo puede efectuar­
se por mediación de objetos parciales. A través de d ib u jo s o
m odelados, el niño expresa lo que siente en la tran sfere n cia
sobre el psicoanalista, aquí sus angustias y sus goces de des­
pedazam iento en cuanto sujeto enteram ente alienado en ob­
jeto del deseo del otro. El lenguaje verbal p restad o a estas
represen tacio n es p erm ite focalizar im aginariam ente el deseo
sobre estos objetos de tran sferen cia inventados y ejecutados p o r
el propio niño: el sujeto que hay en él tom a estos objetos p a r­
ciales com o objetos que lo rep resen tan p ara él m ism o, objetos
dotados de intenciones, que actúan como las personas que han
sido p a ra él m odelos en su infancia, y que él transfiere de
nuevo sobre la p ersona del analista. Mi. trabajo de psicoanalis­
ta era cuestionarlo allí donde yo me sentía cuestionada p o r su
co m portam iento, y donde, p o r él sobre todo, yo me sentía, poco
a poco, cuestionada en la relación que él tenía conm igo.
Lo que se desp rende claram ente del caso de León y explica
p o r qué cu alq u ier otro m étodo que no fuera el psicoanalítico
estaba destinado al fracaso, es que la transferencia, p o r posi­
tiva que fuese p o r su parte, sobre alguien que hubiese q u eri­
do ayudarlo, no podía hacer de él, en su relación con la perso ­
na que lo ayudara, m ás que un objeto de consum ición caniba-
lística. E n su relación de transferencia todo el m undo era com o
la silla resp ecto del m uñequito, m utilando el esbozo de cohe­
sión unificante de su cuerpo; a través de esta am enaza de m u­
tilación, se expresaba la prohibición de la ética fálica.
E sto es lo que él había sentido en la actitu d pedagógica de
la p sico m o tricista, y lo que tam bién había sentido en m i p e r­
sona d u ra n te las p rim eras sesiones, a despecho de la circu n s­
tan cia de ser yo únicam ente escucha y de mi aceptación de su
persona. P or eso no podía responder a m is preguntas: pregun­
tas que le in teresaban, ¡puesto que suscitaban ocho días de
m editación! Yo m e in teresab a p o r lo que él sentía y pensaba,
m ás que p o r lo que hacía y m ostraba. A toda perso n a que de­
seara p a ra él u n a ayuda, un apoyo, una guía, León la sentía
com o el sillón, ese sillón-retrete de su infancia que sobre todo
h ab ía hecho de él u n voyeur, en p arte paralizado, iniciado en
no h acer n ad a que pudiese ser placer p ara sus m anos, en la
m ism a época en que veía a todas las o tras personas, sus padres
y los com pañeros de éstos de taller, m o stra r u n a gran anim a-

26. La definición del narcisism o que propongo es, lo recuerdo: un


con tin u o, desd e la vida fetal h asta el día considerado, de un yendo-devi-
n ien d o en acuerdo con el genio de su sexo.

257
ción con sus m anos y, al m ism o tiem po que trab a jab an , obte­
n er con ello placer. Se com prende que hubiese sido peor, para
León, no su frir esta invalidación de su deseo p o r el placer m o­
tor, puesto que ello h ab ría supuesto signar su pertenencia al
sexo fem enino (él ad m itía los an to jo s de su m adre, al contrario
de su herm ana, y en esto p reserv ab a su virilidad potencial).
Su herm an ita, una niña, había rehusado la coacción del sillón,
y vociferó tan to ante la contención sentada que su m adre te r­
minó p o r ah o rrársela. Fue la defensa de este prim erísim o y
últim o bastió n de su p erten en cia hum ana, conservar p ara sí
m ism o una libido en m asculino, un narcisism o de varón ante
los grifones del destino sexuado de su en tra d a en la carne, lo
que, tras la caricatu resca p an talla del gran inválido m otor,
había salvado la inteligencia y la sensibilidad de este hom bre
en devenir que era León. D etrás del pelele desarticulado y sin
fuerzas, un su jeto cuyos ojos co rrían con velocidad sobre los
signos y tran sm itía n su sentido a los dedos, los cuales corrían
a su vez con velocidad sobre el piano; un corazón am ante, un
hijo y un herm an o solidario de u n a fam ilia, de un grupo, un ser
de sublim ación de deseo; en resum en, un niño precoz, un
ser raro: ése era León. Sí, p ero ... sum ido en una neurosis his­
térica precocísim a y en la perversión sexual de un objeto p a r­
cial fálico de m ad re infantil inocentem ente incestuosa.
La de León es u n a h isto ria en tre tantas. Hay gran cantidad
de niños que p re sen tan anom alías precoces de adaptación cuan­
do llegan a la edad en que, obligatoriam ente, los padres deben
confiarlos a la sociedad p a ra su instrucción, p ara su form ación
psicosocial, es decir, la escuela obligatoria. Todos aquellos
que —sean las que hayan sido las razones dinam ógenas, vin­
culadas a las condiciones de su desarrollo d u ran te su existen­
cia fetal, po sn atal y luego d u ra n te su crianza— no correspon­
den a las exigencias de nivel físico, m ental y caracterológico
dictadas p o r los reglam entos institucionales, se ven apartados
de la frecuentación de la escuela com ún. P ara ellos están las
instituciones destinadas a ay u d ar y re ed u ca r a los que viven
mal, a los m al socializados, a los que hablan mal, com en mal,
se p o rtan mal, com o si no debieran ser respetados tal como
son, tan to p o r los otros niños com o p o r los adultos enseñantes.
De hecho, seres que son de lenguaje, com o todos los dem ás,
pero extraviados en un m odo de receptividad y de expresivi­
dad que los hace difíciles de com prender. No todos los sufri­
m ientos origen de esta inad ap tació n de los niños p ara vivir
con los otros de su edad son evitables; porque hay m uchos de
estos niños que, d etrás de su m áscara seudoorgánica de a tra ­
so, de debilidad m ental, de psicosis, son niños precoces que
no han sido reconocidos com o tales en sus p rim eras sem anas
de vida, y que se han desanim ado definitivam ente de tra ta r de
com unicarse con u n en to rn o que no los com prendía y que no

258
resp o n d ía a p reg untas que, a m enudo, su cuerpo planteaba,
puesto que aún no podían hablar.
El psicoanálisis no tra jo únicam ente la peste, com o decía
Freud, tam bién inauguró un estudio, un m edio de estudio de la
evolución del ser hum ano, tan prolongadam ente in m ad u ro y
d ependiente de sus padres antes de la eclosión de su genitali-
dad. S obre todo, el psicoanálisis perm ite esclarecer los m o­
m entos frágiles e inevitables de la estru c tu ra psíquica en que
se organizan, en la p rim era infancia, contradicciones insolu­
bles e n tre necesidades físicas y deseos afectivos relaciónales:
incom prensiones y contradicciones que dejan sus huellas en la
econom ía libidinal fu tu ra de los sujetos, y sobre todo de los
que son m ás precozm ente inteligentes y sensibles. Tal vez, y
ése es m i deseo, si som os m uchos los psicoanalistas in te re sa ­
dos en la prevención de los trasto rn o s psicosociales m ediante
una crianza m ás adecuada de cada niño, podrem os elab o rar
reglas de co m p o rtam iento p ara los adultos, conductas a resp e­
ta r p o r todos los adultos que vivan en contacto con los niños,
ya sea en las guarderías, en los hospitales, en las escuelas, a fin
de que los m ás dotados no se conviertan, como es hoy su su er­
te, en los clientes de las instituciones p ara retrasad o s y psicó-
ticos. Es una lástim a, sobre todo si se Jo puede evitar.
D esde el m om ento de nacer, la angustia del deseo y la de
la m u erte zigzaguean sobre el eje que, p ara cada uno de noso­
tro s, enlaza lo im aginario al sexo, articulando n u e stra a tra c ­
ción p o r un ser con el tem o r de disgustarle. El narcisism o de
cada uno está obligado inconscientem ente a vérselas con lo
que es el destino del hom bre, en m asculino como en fem enino.
Solo, u n ser hum ano no sobrevive.. P ara todo bebé, la arm onía
con la m ad re nutricia, con el adulto, m u jer u hom bre tu telar,
es coexistencial a su supervivencia. Pero al individuarnos en
relación con esta p rim era y vital dependencia de lenguaje, ne­
cesitam os los unos de los otros p ara so p o rtar este dram ático
destino de deseante im aginariam ente potente y de individuo
m uy im p o ten te en la realidad. Los otros nos ap o rtan entonces,
con sus dificultades diferentes o sem ejantes a las n u estra s, la
posibilidad de reconocernos seres hum anos todos en dificul­
tades, y la posibilidad de hablarnos los unos a los otros. El
psicoanálisis ap o rtó la pru eb a de que el niño, p o r pequeño
que sea, posee el entendim iento del sentido de las p alab ras
q ue conciernen a su ser en el m undo. P rueba tam bién de que
la p a la b ra puede lib era r ;il ser hum ano si éste logra, con ella,
ex p resar su sufrim iento a quien lo escuche con atención y sin
juzgar. Tam bién hem os aprendido que el niño, antes de p o d er
v erb alizar sus estados afectivos, expresa su alegría a través
de la salud en un estado de bienestar; y sus dificultades rela­
ciónales a través de los trasto rn o s funcionales de su salud.
A hora bien, la m edicina de niños se enfren ta constantem ente

259
con trasto rn o s funcionales de los pequeños y, casi siem pre,
esos trasto rn o s son de origen psicógeno; si pudiese darse la
p alab ra a la m adre p a ra que relate lo que ha sucedido y para
expresar al niño con p alab ras lo que tam bién él quiere decir y
trad u ce con su cuerpo, la m ayoría de estos síntom as reactivos
d esaparecerían sin necesidad de p ro h ib ir a] cuerpo, p o r m edios
m edicam entosos y quím icos, las m anifestaciones funcionales
de desarreglo. Es posible ayudar a las crías de hom bre a vivir,
en lo que tiene de inevitable, su difícil destino, induciéndolas a
expresarse y descifrando el sentido de lo que enuncian, sin
obligarles a que cesen p re m a tu ra m e n te de significar, a su m a­
nera, sus deseos. Pienso en los gritos significantes de esos ni­
ños rodeados p o r una atm ó sfera angustiante, p o r ejem plo, y a
los que se preten d e im p o n er silencio; en esos niños que no pue­
den dorm ir, en esos niños que vom itan y que necesitan que se
com prenda el sentido del su frim ien to que de este modo m ani­
fiestan. E sta es la lab o r cotidiana de los psicoanalistas de ni­
ños en las consultas ho sp italarias. En general, se im pele a es­
tos niños, p o r intim idación o m edicam entos inhibidores, a cesar
p rem atu ram en te de significar a su m an era su deseo. Los im­
pedim entos opuestos a esta actividad de regulación provienen
del hecho de que los adultos (p ad res o tu telares) soportan muy
m al la expresión del sufrim iento de los pequeños. Y adem ás,
p or razones que les conciernen, a veces ellos m ism os están
angustiados y contam inan secu n d ariam en te su angustia al
niño quien, expresando su sufrim iento, in ten tab a lib rarse de
sus propias angustias. En cu alq u ier caso, estos pequeños, aco­
sados p o r deseos ansiógenos hacia sus pad res am ados, sienten
que estos deseos deben ser falsificados, h asta el punto de que
acaban p o r disfrazarlos, co n trariarlo s, pervertirlos, y ello muy
precozm ente, p ara co n fo rm ar a sus padres. Los padres no son
educadores de oficio. Los pad res sirven de iniciadores y de
m odelos prim eros. Sólo a quienes no están, como ellos, im pli­
cados, n arcisísticam ente en la relación im aginaria con el niño,
al conjunto de los adultos de una sociedad, y en particular a
los que se dedican a la educación y asistencia de los hum anos,
sólo a ellos les corresponde esa inm ensa lab o r de prevención
y cura precoz de los in fo rtu n io s de la salud psicoafectiva y
co m p ortam ental de los niños. Ellos deben saber que cu rar
ah ora m ism o y p o r com pleto los desórdenes funcionales del
cuerpo de los niños, sería ag rav ar la represión de sus senti­
m ientos y afectos, m ien tras la palabra no venga en su auxilio
p ara en u n ciar lo que su cuerpo in ten tab a ex p resar .27

27. En los servicios de p ed iatría d ebería autorizarse a m adre y padre,


y hasta obligarlos —con la corresp on d ien te asisten cia— , a entrar en el
recin to donde está aislado el niño, tocarlo, levantarlo en brazos, cam ­
biarlo, alim entarlo, hablar de él con las en ferm eras y de éstas con él,
pu esto que reem plazan a los pad res en su ausen cia, y de los m édicos que

260
P a t o l o g ía de la im a g e n del cuerpo en el p e r io d o de l a te n c ia

(D E S P U E S DE U N E D I P O RESUELTO NO O B STA N TE A T I E M P O )

H em os visto que con el E dipo se inauguró en el niño el


n arcisism o secundario, es decir una actitu d em ocional (activa
y pasiva) respecto de sí m ism o en cuanto presen tiñ cad o en
el m undo p o r este cuerpo, con el sexo que tiene, p a ra el que
h an quedado definitivam ente vedadas las realizaciones p ro c rea­
doras con los fam iliares. He dicho que, a m ás ta rd a r h acia los
ocho años, en la m ayoría de los niños se in augura el período
de latencia: sim ultáneam ente con una re tira d a de la in ten sid ad
orgánica del funcionam iento de las glándulas genitales, se. pone
so rd in a a la in tensidad em ocional de las relaciones hijo-padres.
Dicho esto, no hay que olvidar que, desde su nacim iento, todo
niño es inconscientem ente inform ado de su sexo, a causa "ele
su deseo intuitivo, electivo, atractivo, hacia los re p resen ta n te s
del o tro sexo. El pequeño siente confusam ente este deseo en
sensaciones íntim as. Y este deseo, aunque al crecer se focalice
cada vez m ás en los genitales, es global. D esem peña p a ra el
ob serv ad o r un papel innegable en toda opción em ocional fren ­
te al p ad re y la m adre, en cuanto rep resen tan tes del sexo que
a tra e al su jeto y no sólo de su seguridad y de una acogida
calurosa, solícita, vital p ara su persona. Llegados a la llam ada
edad de la razón, los niños saben que el am o r de su m ad re y
su p a d re p o r ellos no es del m ism o orden que el am o r asociado
al deseo físico que ellos intuyen en la relación e n tre adultos.
Su deseo, m ás o m enos fantasm atizado, de acceder al acto ge­
n ital con su m ad re o su padre, 110 se realizará: los niños lo
saben, p ero necesitan que les sea verbalizado, y significado con
acciones y no acciones em ocionales o pasionales del ad u lto a
su respecto. P o r desdicha, cuando los padres no h an recibido
de sus pro p io s p ad res la castración, los niños tienen que h a­

lo a tien d en en este lugar tem p oral para entregarlo curado a su s padres.


Para los bebés y n iñ os enferm os, Ja presencia reiterada y pluricoti-
diana del con tacto sen sorial con m adre y padre es in d isp en sa b le para la
con servación al m en os de las im ágen es del cuerpo de base, y tam bién
de las im ágen es fu n cion ales. E sta conservación garantiza una rápida re­
cu p eración de la salud p sícosocial com pleta, sin secuelas p síq u ic a s, a fecti­
vas o p sico so m á tica s, tras la vu elta a casa y la curación.
Se alegan dos p retextos para prohibir o d esacon sejar las v isita s de
los padres: 1. evitar lo s llan tos del niñ o cuando se van; 2. evitar la an­
gu stia en que los su m en los aparatos colocados al niño. Ahora bien, la
reacción em ocion al del niño es garantía de su coh esión sujeto-pre-yo en
su cuerp o su friente. E n cuanto a la angustia de los padres, e s tam bién
la del niñ o, pero las palabras de los asisten tes p erm iten sim b olizarla y,
m ás adelante, com pren der las verbalizaciones del niño acerca de la rea­
p arición de recuerd os vin cu lad os con este p eríod o h osp italario, d ifícil
de vivir para él y para su s padres.

261
bérselas con com portam ientos sensuales am biguos bajo la cu­
b ie rta del afecto parental.
Cuando los dos padres se am an, se estim an y viven sus de­
seos y su am o r de u n a m an era tran q u ilam en te conflictiva, es
decir casi siem pre am istosa, al contacto de la sociedad en que
tienen am igos de su edad, el periodo de latencia es m ás fácil
de vivir p a ra los niños. P ero esto no sucede tan fácilm ente cuan­
do los pad res no se entienden o no d isfru tan de una vida social
que los niños puedan observar. El cuerpo del p ad re siem pre
posee, sea el que fuere, un valor conm ocionante, tanto para la
h ija como p ara el hijo; pero, en función del ser y del actuar
del padre, de su parecer, no siem pre es valioso, no siem pre es
fácil p a ra ellos, fren te a la sociedad, ser la h ija o el hijo de
este hom bre, su padre, de esta m u jer, su m adre.
P or ejem plo, a los niños cuyos pad res se divorcian y m an­
tienen un conflicto oficial, u n conflicto que ha de resolverse en
la guarda del niño p o r p a rte del uno o de la otra, les es difícil
sentirse en la seguridad necesaria p ara utilizar de m anera
creativa su libido en sociedad. La distancia afectiva que es
necesario to m ar respecto de am bos padres se to rn a im posible,
a causa, bien sea de su conflicto, bien sea del régim en de guarda
decidido en favor del uno o de la o tra. E stos hijos del divor­
cio suelen ser traídos al consultorio del psicoanalista por tras­
tornos clínicos. P resentan, com o síntom a de su sufrim iento, al­
teraciones de la com unicación del sujeto con su esquem a cor­
poral, o incluso tra sto rn o s debidos a la invalidación de la su­
blim ación de las pulsiones orales y anales que había sido puesta
en m arch a p o r las castraciones de la p rim era infancia, antes
del Edipo. La reaparición de estas dificultades de una castra­
ción edípica no m an ten id a p o r el m odelo p aren tal coincide con
los conflictos fam iliares y desvitaliza la libido com prom etida
en sublim aciones a n te rio re s .28 E stas sublim aciones, que dan
valor al niño en la fam ilia y en la sociedad en concordancia
con su sexuación, se h ab ían co n stru id o en la época en que el
pro gen ito r qué daba la castració n era creíble sin discusión.
Pero la separación de los pad res modificó en el niño en vías de
estru ctu ració n y crecim iento el valor de m odelo y de credibi­
lidad del adulto, en cuanto adulto valioso.
Además, tam bién existe, sum ado al p u d o r que apareció en
la época de la diferencia sexual, p ero m ás aún en la castración
edípica, u n p u d o r simbólico, que interviene en el hecho de mos­
tra rs e feliz o no m o strarse cuando el niño siente desdichados
a sus p adres, o de verse obligado a triu n fa r con el solo fin de
consolar a p ad re o m ad re de su fracaso conyugal. Entonces el

28. E stas d etencion es del d esarrollo, e sta s vueltas atrás, de las que
el niño se sien te una víctim a, no carecen de relación, en lo que a él res­
pecta, con el ju eg o de la oca.

262
niño cum ple u n a regresión, o bien queda em pantanado en u n a
relación dual p reedípica que se prolonga.

E l caso de Marcos
R ecuerdo a este niño, que llam arem os M arcos, cuyos p a­
dres, sin hab erse divorciado, vivían un d ram a conyugal de in­
com prensión i-ecíproca desde la m uerte de su hijo m ayor, un
varó n extrem ad am ente brillante, m uerto en u n accidente tre s
años an tes. A M arcos, el segundo, que en su infancia p ro m etía
ser ta n dotado com o el prim ogénito y que h asta entonces no
h ab ía p resen tad o ninguna dificultad, hacía dos años que lo
echaban de todas p arte s. Siguiendo el consejo de los psicólogos,
los pad res ·—dos enseñantes— finalm ente lo colocaron en un
pensionado, a causa de sus dificultades caracteriales en el hogar
y de u n co m portam iento insoportablem ente p ro vocador res­
pecto de su padre. Cuando lo conocí, acababan de echarlo del
in stitu to p o r re ite ra d a falsificación de sus lib retas y p o r una
co n d u cta provocativa respecto de los profesores y cuidadores.
M iré con él las lib retas falsificadas que sus padres me tra je ro n .
H ablando con él descubrí, con asom bro, el sentido de estas
falsificaciones.
Supe p o r él y p o r sus padres que, siendo alum no externo,
co n tin u am en te p erd ía su lib reta de notas y nunca la daba a
firm ar a sus padres; y esta conducta, que d u ran te unos m eses
el establecim iento escolar dejó pasar, finalm ente provocó su
expulsión. E n este m om ento M arcos era alum no in tern o , le
era difícil p erd er su libreta. E ntonces, ¿qué es lo que anuló?:
los cu adros de h o n o r de los prim eros m eses, que estab a n ins­
critos en la lib reta, falsificando los puestos y notas obtenidas,
que h ab ían sido excelentes en las p rim eras sem anas de su
llegada al in stitu to , p a ra poner, en su lugar, m alas n o tas y m alos
puestos. E sta lib reta, con b o rrad u ras y falsificaciones, había
llegado a m anos del d irecto r del in stitu to de provincias donde
M arcos h ab ía sido colocado desde hacía algo m ás de u n tri­
m estre. E l director, al ver esta lib reta con b o rra d u ra s, y dado
que recib ía co n tinuas quejas sobre la conducta del chico,
decidió, p a ra d ar ejem plo, expulsarlo p o r ocho días.
M arcos era u n chico de doce años, bien desarrollado, de
aspecto vigoroso. ¿C ulpable? No: fastidiado. Y a la defensiva.
«No estoy loco. No sé p o r qué m e h an traíd o aquí.» Le p re ­
g unté si el d irec to r le había pedido explicaciones sobre las
razones que le m ovieron a falsificar su libreta. «No, no me
habló de eso.» Pero, ¿por qué la falsificaba? «Bueno, p a ra que
m is p ad res no supieran» (que él era buen alum no). ¿Y p o r
qué no h ab ían de saberlo sus padres? Ah, esto era m uy com ­
plicado. In ten tó salir del paso explicando que si sus pad res
sab ían que él era u n excelente alum no, ten d ría que d e ja r de
serlo. P rim ero, eso no era justo. El no se esforzaba, y las

263
buenas no tas las obtenía sin proponérselo. Y adem ás, él no
estaba ahí p a ra consolar a los p ad res p o r la m uerte de su h er­
m ano m ayor. Su herm ano m ayor sí que había sido u n alum no
m aravilloso. Siem pre el prim ero . Y él, M arcos, si bien tenía
buenas notas, nunca sería ta n bu en alum no como lo había
sido su herm ano. Aquí M arcos se puso a llorar. Además, si
uno tra b a ja bien en clase se puede m orir. Lo dijeron unos
amigos de sus padres: a los doce años, y desde la edad de
nueve, M arcos m aquinaba esta frasecita pronunciada p o r unos
amigos de sus padres tra s la m u erte de su herm ano m ayor,
esta frasecita que lo talad rab a. Ellos h ab ría n dicho, del m a­
yor: «E ra dem asiado inteligente, dem asiado perfecto. De esos
niños que no deben vivir». D aba dem asiadas satisfacciones,
era dem asiado estupendo. «Los que se van son siem pre los
estupendos.» P alabras com o éstas, que se dicen en m om entos
de duelo, p alab ras de p reten d id o consuelo entre adultos alre­
dedor de la p erso na del m uerto. Conocemos estas frases: «Po-
brecito, hizo bien en m orir», «Los m ejores se van», etc. Son
palab ras co rrientes. M arcos h ab ía tom ado estas palabras como
profecías de su p ro p ia m u erte si él, en clase, alcanzaba un
éxito com parable al de su herm ano. P orque él, que tam bién
era excepcionalm ente inteligente, no podía hacer o tra cosa
que triu n far, y esto lo a terro riza b a; y adem ás, al nacer, él lo
sabía, decepcionó a su h erm ano, que quería u n a lierm anita, y
al decir esto lloró todavía m ás.
Mi tra b a jo con este niño fue m uy poco u n trab a jo psico­
analítico. P or o tra p a rte , h ab ía venido a la región parisiense,
a casa de sus padres, p a ra qu ed arse la sem ana de su exclu­
sión, que preced ía en quince días a las vacaciones; finalizadas
éstas, volvería al pensionado. Con su autorización, y en su
presencia, a la segunda o te rc e ra en trev ista que tuvim os ju n ­
tos hablé p o r teléfono con el d irec to r del instituto. E ste quedó
pasm ado al en terarse de que la falsificación de la lib reta había
consistido en su stitu ir las buenas notas p o r o tras m alas. No.
se le h ab ía o currido averiguar las m otivaciones de esa lib reta
con b o rrad u ras; adem ás, ¡en su vida había visto algo así! Pues
bien, fue este m ism o d irec to r quien consiguió la cura del
niño; no u n a cu ra psicoanalítica, sino educativa y hum ana.
H abló con M arcos y am bos decidieron que, cuando volviera al
in stitu to , iría p rim era m en te a ver al director. Lo que entonces
sucedió lo supe p o r éste, que m e telefoneó una o dos veces
d u ran te los dos ú ltim os trim estres. H abía llegado a un pacto
con M arcos: existirían dos lib retas, u n a en la que pondrían
las notas y las evaluaciones, en su estado original; esta lib reta
la conservaría el director. Y los padres de M arcos no se ente­
ra ría n de su existencia. Y adem ás h a b ría o tra libreta, redac­
tad a en tre el niño y el d irecto r, que estaría destinada a los
padres, con no tas y pu esto s com pletam ente corrientes, a fin

264
de que con la firm a del d irec to r los padres sin tie ran que el
niño era tolerado, que cum plía su año escolar, sin m ás; de
esta m an era no se in q u ietarían dem asiado, pero sobre todo
no te n d ría n dem asiadas satisfacciones. A M arcos le re su lta b a
in to lerab le dárselas, porque, como él decía: «Yo no estoy p a ra
com placerlos». Como c o n tra p artid a del com prom iso ciel di­
re c to r en el secreto de la libreta, M arcos, p o r su p a rte , se
co m p ro m etía a no p e rtu rb a r las clases provocando a sus p ro ­
fesores.
E ra u n p acto astuto. M arcos quedaba aliviado de u n a cul­
pab ilid ad m ágica respecto de su herm ano, culpabilidad que
le p ro h ib ía triu n fa r en clase tan to como el m uerto, y tam b ién
de su tem o r de m o rir a su vez por ser, com o el m ayor, un
h ijo m odelo. Ya no tenía necesidad de provocar a los p ro fe­
sores com o lo hacía con sus padres; y com prom etía su p alab ra
an te el d irector. P ero sobre todo, la fuente m ism a de su acti­
tu d desaparecía. ¿Cuál era esta fuente? Que M arcos había
enloquecido p o r a d v e rtir la expectativa, en casa de sus pad res
depresivos, de sen tirse reconfortados por su hijo en lugar de
reco n fo rtarse el uno al otro, como en las p arejas b ien ave­
nidas. E l d irec to r h ab ía com prendido que el niño era víctim a
de u n m ecanism o de autocastigo, y decidió ayudarlo. P ara
este ed u cad o r era u n a situación difícil de sostener, y tam b ién
p o r eso m e telefoneaba. H ubiese querido, a espaldas de su
alum no, telefo n ear a los pad res p ara contarles u n secreto que
le re su lta b a difícil guardar; pero se había com prom etido ante
M arcos y yo le dije: «Tendrá que llegar u sted h a sta el final,
de lo c o n tra rio todo se m alogrará». Y resistió, feliz de ayudar
al h ijo de un enseñante, él que tam bién lo era, a salir de u n
m al paso. Al final del año escolar, M arcos había cursado un
excelente año p ero siem pre haciendo creer a sus p ad res, poi­
caría, que (y ellos le creyeron) cada sem ana estab an p o r ex­
pu lsarlo, p ero que a trom picones las cosas sin em bargo m ar­
chaban, etcétera.
Cuando M arcos volvió a m i consulta con su padre, p o r con­
sejo del d irector, tuvo lugar entre nosotros tres u n a sesión
donde la verd ad salió a la luz en tre los dos hom bres, y donde
se h ab laro n y se com prendieron realm ente; pero M arcos hizo
p ro m e te r a su p ad re que no diría nada a su m adre de todo
esto: ella no aceptaría, decía él, su m entira. Yo pienso que la
razón era que existiera u n secreto, un pacto en tre estos tres
h o m b res, el d irecto r, algo m ayor que el p ad re (y que aquí,
sin duda, h ab ía hecho las veces de abuelo), el p ad re y el p ro ­
pio M arcos. Supe, m ás adelante, que el p ad re se som etió a un
psicoanálisis.
He aquí u n a h isto ria que d em uestra que después de un
E dipo b ien llevado, el d ram a de la pérd id a de su herm ano
fue capaz de co nducir a u n chico como M arcos, por la angus­

265
tia m o rtífera y la angustia de ca stració n que surgiría si daba
satisfacción a sus p a d re s ,29 a d e stru ir la im agen que presen­
tab a y a hacerse juzgar m al socialm ente. El Edipo de este
chaval estuvo resuelto m ucho antes de la m u erte de su h e r­
m ano; pero el accidente m o rtal h ab ía fragilizado el equilibrio
libidinal de todo lo que qu ed ab a de la fam ilia. Si se hubiese
em prendido u n psicoanálisis (de h a b e r estado m otivado el m u­
chacho p a ra ello, cosa que no o curría), seguram ente habría
aparecido la rivalidad en tre herm an o s de la p rim era infancia,
rivalidad to talm en te re p rim id a en el segundo, que profesaba
u n a gran adm iración p o r el m ayor; rivalidad, adem ás, sin
duda recíp ro ca en tre dos varones cuyas edades diferían en
dos años y am bos superdotados. E sta rivalidad fue revivida
seguram ente en el período de los fan tasm as edípicos, 3' des­
pués en el de la rivalidad que M arcos había evidenciado con
su p adre en form a de provocación continua. La m adre era
enseñante, com o el padre, y después de la m u erte de su hijo
m ayor fue una m u je r depresiva. Todo esto se h abría m ani­
festado, con el d esp e rtar de lo que resu ltó reprim ido pero no
to talm en te sim bolizado en la p rim e ra infancia, la culpabili­
dad, en M arcos, de no h a b e r nacido niña. Pero en la vida, estas
energías libidinales rep rim id as ju g ab an su juego de o tra m a­
nera. ¿Por qué? P orque, con la resolución edípica, en el niño
que h a en trad o en la fase de latencia se produce la introyec-
ción característica del Yo Id eal y del Superyó preedípico en
el Yo m ism o. E l narcisism o de su Yo, ese narcisism o p rim ario
m utado en narcisism o secundario, en este caso se hallaba
exacerbado p o r la introyección de u n Yo Ideal que se había
construido sobre u n herm an o prestigioso y u n padre a satis­
facer. El Yo Ideal m aterno, el de una enseñante valiosa, tam ­
bién h ab ía contado, y esta im agen conservada de u n a m adre
real ah ora sum ida en la angustia, p o r depresiva, se superpuso
sin duda al Yo del chico, acentuando u n a su erte de fem iniza­
ción de las pulsiones pasivas desde la m u erte del herm ano. La
m ad re ya no era severa con él, ya no exigía, estaba dem asiado
deprim ida. P or el contrario, suplicaba que hubiese paz en la
casa, que fuesen buenos con ella, que el p adre no se encoleri­
zara, etc. Todo esto ejerció u n efecto depresivo sobre M arcos,
quien reaccionó con pulsiones activas agresivas: h ab ría hecho
falta ayudar a la m ad re a re cu p erarse, pero eso no le tocaba
a su hijo sino a su m arido. H a b ría hecho falta hacerse perdo­
n a r p o r ella el p erm an ecer vivo, este segundo hijo que no
h abía satisfecho a la m ad re tan to com o el m ayor, pues ella
tam bién hubiese preferido tener, com o segundo hijo, u n a niña.
H ab ría hecho falta, pues, que M arcos sustituyera a su her-

29. Me reñero asim ism o al Su peryó interiorizado que el niño com o


segundo h ijo h ab ía construido.

266
m ano. E sto era im posible, y enorm em ente arriesgado. S usti­
tu ir a su p ad re p a ra consolar a su m adre era algo p erverso
p a ra un niño que ha aceptado la prohibición de las cariñosas
in tim id ad es y del am o r sensual con su m am á: cosa p recisa­
m ente p ro p ia de un niño que ha superado la castración edípi­
ca y que h a en trado en la fase de latencia.
Todo esto h ab ría quedado explicitado en un psicoanálisis,
pero todo esto, todas estas fuerzas inconscientes libidinales,
ju g ab an de m an era inconsciente p ara p ro h ib ir a M arcos p re s­
tan cia y éxito en su m edio social, estuviese donde estuviese.
De no h ab erse hallado una solución p ara sem ejante c a rre ra
hacia la auto d estrucción, hacia la autoderelicción de sí, hacia
el rechazo de la sociedad, este niño h ab ría caído p ro b a b le­
m en te en u n a depresión sem ejante a la de su m adre, o peor
aún. Se h ab ría perdido. El caso es que su estado m ental ala r­
mó lo b a sta n te al p siq u iatra que lo visitó en provincias p ara
aco n sejar éste al p ad re que llevara a M arcos a un p sico an a­
lista, tem iendo que sus trasto rn o s caracteriales evolucionaran
o bien a un estado m ás grave —él no había dicho cuál— , des­
de el p u n to de vista m ental, o bien hacia un fracaso escolar
seguido de delincuencia juvenil. A decir verdad, para el su jeto
postedípico que era M arcos, traum atizado, se tra ta b a de sal­
var el pellejo.
Con M arcos, advertim os la fragilidad de una e s tru c tu ra
posted íp ica que a los nueve años era no obstante exitosa y
sana; el niño, sacudido en ese m om ento, desencadenó a los
doce una neurosis de angustia y un estado depresivo co n tra
el cual luchó desesperadam ente. Por m ás edípico y p o sted í­
pico que fuera, M arcos no sabía distanciarse de sus padres
po rq u e h ab ía pasado a ser el hijo único, la 'ú n ica esperanza,
tra s el duelo, difícil de cum plir, de un hijo m ayor ejem plar.

De la fragilidad postedípica

Si la teo ría psicoanalítica postula que después de u n com ­


plejo de E dipo bien resuelto el individuo dispone de u n a libido
sólidam ente e stru c tu ra d a p a ra el porvenir —y esto no es fal­
so—, hay que añ ad ir que esa solidez aún necesita de la ayuda
del en torno, y sobre todo que no su rjan incidentes tra u m á ti­
cos em ocionales en cascada. El psicoanálisis clínico nos p e r­
m ite ap reh en d er esta dinám ica inconsciente en juego d u ra n te
el período de latencia, tras una resolución edípica efectu ad a
con to d a norm alidad, es decir cuando la prohibición del in­
cesto fue claram ente asim ilada y el niño está p erfec ta m e n te
integrado en la sociedad de los de su m ism a edad.
La experiencia de las consultas nos dem uestra que los
niños de am bos sexos son todavía frágiles y p ervertibles (sin

267
que esto sea p o r fuerza visible), debido a que sus éxitos o sus
fracasos suscitan efectos desnarcisizantes o, por el contrario,
narcisizantes, sobre sus padres. Y, en particu lar, sobre el pa­
d re al que aún necesitan referirse — según su sexo— p ara
alcanzar u na esta tu ra de adulto. M ientras que se m ostraron
com pletam ente sanos en su vida fam iliar y social h asta la edad
de las opciones genitales y después del Edipo, y que en la
realid ad no se han producido incidentes, he aquí que con la
nubilidad, en ciertos adolescentes o incluso en ciertos adultos
jóvenes, aparece una an g u stia con efectos de extenuación que
desorganizan el psiquism o: efectos inhibidores, destructores,
psicosom áticos. E n el caso de M arcos, todos los consejos coin­
cidían en que «se p u siera a este m uchacho deprim ido y en
vías de convertirse en ca racterial, en un in stitu to climático», ya
que el aire libre le h aría bien. ¿Por qué no? Pero lo que le
hacía su frir no era la falta de aire libre. A m enos que fuera
la falta de un clim a arm onioso en tre sus padres.
Todos estos jóvenes que, de hecho, estaban listos para una
sexualidad adolescente y ad u lta sufren, en el m om ento en que
ella debería aparecer, u n a au tén tica im potencia que es preci­
so llam ar sexual, que se ignora, y que es característica del
período de latencia y sólo p reo cu p ará conscientem ente al su­
je to una vez confirm ada la adolescencia. Pero esta im potencia
potencial genital no afecta solam ente al sujeto, en cuanto a
su deseo de en co n trarse con los otros y de confirm arse por su
expansión fu era del ám bito fam iliar; esta im potencia afecta
tam bién a las sublim aciones de los deseos pregenitales ya cas­
trados. Es lo que se observa en quienes tienen dificultades de
concentración, dificultades escolares.
Pueden existir tam bién estados de angustia m o rtífera que
provocan depresiones, acting out de desesperación, con oca­
sión, por ejem plo, de la su p u esta traició n de los amigos. No
se tra ta necesariam ente de u n a am istad conscientem ente se­
xuada, puede ser una am istad sentim ental intensa, tanto ho­
m osexual como heterosexual, pero im precisa, como lo son a
esta edad.
El sentim iento de esta traició n es incluso lo que sur je
cuando los padres se divorcian, siendo que el niño, de uno u
otro sexo, se en cuentra en el período de latencia o en el pe­
ríodo púber. Si hay m uchos hijos del divorcio que recu rren
a toda clase de p sicoterapias, se tra ta , en la m ayor p arte de
los casos —p o r poco que se tra te de psicoterapias au tén ti­
cas— , de p sicoterapias de apoyo de las castraciones pregeni­
tales, las cuales tienden a ceder b ajo la angustia de la sepa­
ración de los padres, y de la elección en tre uno u otro que
el niño se cree obligado a hacer cuando oye h ablar sucesiva­
m ente a los defensores de uno u o tro de los m iem bros de la
p areja. Le es m uy difícil seguir valorizándolos a los dos. En­

268
tonces, u n a am istad m uy intensa, sellada p o r la exclusividad
n arcisística, sirve com o refugio. Y si el amigo o la am iga del
m om ento, traicionan, se produce el dram a.

Fragilidad de la adolescencia

H ay tam bién adolescentes que parecen h ab e r pasad o ya el


Edipo, p ero que no han com prendido del todo la prohibición
del incesto hom osexual o heterosexual, p orque no h ab ían ex­
p erim en tad o m ás tem pranam ente su potencia de expresión
coh eren te como varón o niña y tal vez no habían tenido te n ta ­
ciones eróticas hom osexuales ni heterosexuales p o r sus h erm a­
nos y h erm anas, o su m adre, antes de los siete u ocho años.
E sta conciencia del erotism o puede sobrevenir sú b itam en te
con la nubilidad. Entonces, los preadolescentes se sienten p e r­
tu rb ad o s, las niñas cerca de su padre, o de su tío, los varones
cerca de su m adre, de su tía, de su herm ana, porque no saben
cóm o h a b la r de lo que experim entan. Las pulsiones son vivi­
das sin p alabras, sin im ágenes, el cuerpo está conm ovido y
ellos no saben qué hacer con ello ni a quién h a b la r de ello.
Y esto puede su scitar com portam ientos perversos, a m enudo
com pulsivos, o m astu rb ato rio s, de los que se consideran cul­
pables, y a través de los cuales evitan de hecho el tra b a jo de
llegar a su fin; es decir, hablar, visitar a aquel (o aquella) a
quien am an en sus fantasm as y en el secreto de su m a stu rb a ­
ción. ¿Cómo irán a ju g ar estas pulsiones, si no es p a ra con
seres hum anos y en p a rtic u la r aquellos que llenan la im agi­
nación del adolescente? Ellas van a suscitar, en el adolescente
solitario afectivo, la conquista ilícita y com pulsiva de cosas,
de artefacto s: p o r falta de la conquista de amigos, chicas o
varones p ara actividades de placer com partido. S u scitarán
incluso pasión p or los anim ales, a quienes se da y de quienes
se recib en caricias valorizantes, y ello p o r no p o d er esc rib ir
p alab ras de am or y recibir o d ar caricias a aquellos y aque­
llas que ocupan el pensam iento. E stos varones y estas chicas
rep rim en a m enudo sus deseos activos, que sienten socialm en­
te culpables, y en tra n en u n repliegue pasivo, im p o ten te, que
a veces se trad u c e en un estado crónico de cansancio que en
realid ad es un cansancio histérico, sin que ellos lo sepan. No
pueden h acer deportes, obligan a sus padres a c o rrer tra s los
m édicos tan p ro n to como se p resen ta una com petición, un
tra b a jo cualquiera, tan p ro n to como los im plica u n a obliga­
ción de la sociedad. Todo los agota. E m otividad ten eb ro sa,
palpitaciones, tono en eclipse. ¿E nferm os? Lo que los deprim e
es el clim a de abandono afectivo en que se en cuentran.
Los fracasos y el éxito de sus deseos tienen en estos niños
efectos am biguos. Se sienten raros, no saben cómo h a b la r de

269
ello, creen ser los únicos en experim entar sensaciones sexua­
les, contu rb ad o ras, a la vista o el encuentro del objeto am ado
o del objeto deseado al que no am an. Q uerrían com portarse
como ven co m p o rtarse a cu alq u ier hijo de vecino, y esto les
confiere todos los aspectos de u n a patología de causa ansió-
gena. Procesos com pensadores les hacen desear a veces con­
v ertirse no en crim inales p ero sí en delincuentes, delincuentes
pasivos, exhibicionistas, propensos a escandalizar, tim oratos,
agrupados en un círculo m o to r de m arginados subyugados
p o r un líder. La excitación a p o rta d a por la p reparación de un
golpe les perm ite a veces e n tra r en contacto con otros jóvenes
de su edad, a lo que no se atrev erían si no se tra ta ra de
aunarse co n tra los defensores de las leyes p a ra in ten tar em ­
b au c arlo s .30 T ran sgredir las reglas, com o lo hacía M arcos p ro ­
vocando sin p a ra r a los profesores y guardianes del orden en
el in stitu to , o tran sg red ir las leyes de la sociedad civil, es algo
muy ten tad o r p a ra m uchachos inhibidos, m uchachos e inclu­
so chicas. E n tre las chicas, se tra ta m ás bien del robo en las
tiendas, p a ra ex p erim entar el goce del m iedo a ser apresadas.
He tenido en análisis algunas m u jeres y jovencitas que a esto
le llam aban cleptom anía: sin em bargo, no había en estos casos
cleptom anía, sino robo histérico, p a ra experim entar sensacio­
nes vecinas al orgasm o engañando y transgrediendo a los vi­
gilantes de los grandes alm acenes. Tam bién es el placer de
hacerse p re n d e r y p ro n u n c ia r un alegato: estoy enferm o, no
lo hice adrede; m itom anizar cualquier h isto ria p ara in ten tar
poseer, corresponde decirlo, a los guardianes de las tiendas.
Hay todo un juego del gato y el ra tó n con policías de civil,
que llenan de m om entos de relajación la vida vacía y angus­
tiad a de estos chicos y chicas. Y en ciertos casos tam bién
puede existir el deseo de que sus padres sean censurados a
través de sus hijos, o de causarles problem as, porque no se
ocupan b astan te de ellos. Aquí, hay retorno a la retorsión del
niño ante su su frim iento de no ser ya el objeto de deseo y
de am or exclusivo de sus padres.
Pueden ap arecer asim ism o, en los jóvenes de am bos sexos,
una hom osexualidad o m ás bien una hom osexualidad de com­
p o rtam ien to reivindicada com o hom osexualidad arraigada, con
arrogancia pasiva en los varones y cinism o afectivo en las
chicas. Hay, en este co m p o rtam ien to espectacular de hom ose­
xualidad exhibida, como u n abandono de la com petencia. En
este caso, en el plano de la sexualidad; pero este abandono
de la com petencia puede verse en todos los planos, el escolar
y tam bién el profesional. Ello dio lugar a la época de grupos
de jóvenes que no ten ían clara su sexualidad, incapaces de

30. V éase el caso de los tío s de T ony en su adolescencia: caso de


Tony, pág. 287.

270
asu m ir la resp o n sabilidad de sus am ores y su independencia
p a ra asu m ir u n a responsabilidad am orosa. En realidad, estas
hom osexualidades o incluso estas heterosexualidades espec­
tacu lares son fingidas. Se tra ta de conductas reactivas. G ritos
de d em anda de jóvenes que aú n son niños, ignorantes de sí
m ism os y del otro. Se m u estran de diferente m anera que lo
que creen que la sociedad ad m ira y valora a fin de que la
sociedad les dé im portancia, les p reste atención. El alcohol,
la droga en sus inicios, cuando los jóvenes em piezan a p ro b a r­
la, fo rm an p a rte de este m odo de derelicción, de abandono de la
com petición y, podem os decir, de una form a de suicidio lento
y progresivo.
P ero incluso todo esto puede culm inar en un suicidio v er­
dadero, equivalente de una escena prim aria, la de su concep­
ción, negándose el adolescente a reconocer que fue p a rte en
ella en el acto inicial de su vida. Estos jóvenes no pueden
a d m itir que h an nacido de su propio deseo, que este deseo
fue reasu m id o día tra s día y que p o r él sobrevivieron h asta
hoy. Se oye con frecuencia un «Yo no pedí vivir», en tono
perseguido y reivindicador; a veces, un «Nadie me quiere»
que, en realidad, trad u c e un «No tengo nadie a quien querer»,
y se puede decir incluso m ás: «Yo m ism o me soporto con di­
ficultad». E sta desesperación de la soledad del corazón, en
vez de reconocerla y de expresarla claram ente, el adolescente
la desvía en reivindicaciones m agnificadas, se faliciza, m e a tre ­
vería a decir, en un «Yo me am o vencido». Y en un tra n sp o rte
de am o r hacia sí m ism o, un acting im pulsivo del deseo de o tra
cosa, de algo nuevo, del deseo de salir del paso, se suicidan,
creo, con u n a ú ltim a esperanza de sensación erótico-nirvánica.
Felizm ente, los hay en quienes el acto se m alogra (y a p a rtir
de ahí es posible, psicoanalíticam ente, estu d iar con ellos los
procesos que los condujeron h asta ese punto). En el curso de
este com a el su jeto ha velado, y es m ás lúcido después de la
ten tativ a de suicidio del Yo que antes. Y adem ás quizá queda
desculpabilizado de vivir, tra s h ab e r superado u n a ocasión de
m u erte inm inente: dado que ésta ha sido negada, a lo m ejo r
eso significa que es preciso ju g ar el juego de la vida.
La m ayoría de los niños que los psicoanalistas tienen que
ver tra s el período de latencia y al comienzo de la p u b e rta d ,
son niños que carecen de m edios creativos, de aquellos que
h ab rían podido hacerles d escu b rir las castraciones de sus de­
seos en los estadios arcaicos de su desarrollo. En los casos
clínicos que he podido estudiar, estas castraciones se habían
m alogrado, no h ab ían desem bocado en la sim bolización de
pulsiones que h ab ían quedado sim plem ente reprim idas, en
cu an to a su objeto, sin ser utilizadas para la co n q u ista de
ob jeto s lícitos que ap o rta ran a los niños, al m ism o tiem po,
p lacer y la socialización ligada al co m p artir de este p lacer con

271
otros. A veces tam bién son niños que han sufrido tem p ran a­
m ente una m utilación de su im agen del cuerpo, en la edad
del estadio del espejo, o incluso en la edad de la castración
p rim aria. E ntonces son niños considerados psicóticos, ina­
daptados.
Pero los que realm ente corresponden a trasto rn o s neuró­
ticos postedípicos son los sujetos a los que vemos aferrarse
al espejo de los ojos de quienes lo m iran, es decir salir vic­
toriosos no p o r sí m ism os sino p o r ser vistos, salir victoriosos
sin p ro y ectar esta victoria en un porvenir adulto. Estos jóve­
nes viven aferrados a u n a im agen de su rostro, de su cuerpo,
a su aspecto, a la superficie de su apariencia visible. Es la
inflación del m o strar, p a ra esconder el desam paro interior.
A la m enor duda sobre el eventual éxito de una em presa orien­
tad a a realizar su deseo, un m u ro im aginario se levanta como
un obstáculo en tre ellos y el m undo. La angustia del vacío,
del absurdo, despoja al proyecto de sentido y genera, conse­
cuentem ente, falta de dinam ism o p a ra defenderlo y asum irlo.
E stos jóvenes re cu rre n al espejo p a ra reen co n trarse y no p er­
derse p o r com pleto. Es m ucho m enos grave cuando re cu rren
solitarios, ahora, al tra n sisto r, a la m úsica, p ara m itigar su
angustia. Y m enos grave sobre todo cuando esta m úsica soli­
taria los incita a pasearse rítm icam en te en patines, o a bailar:
porque hay aquí un p lacer de todo el cuerpo, que produce
cansancio y que, asim ism o, les p erm ite m o strarse indiferentes
m ien tras circulan en m edio de los otros. E xperim entan con
alegría la so ltu ra de su esquem a corporal. Y esos joggings
que vemos p or todas p arte s, esas gim nasias acrobáticas y ve­
loces d u ra n te las cuales no se puede siquiera pensar, que em ­
brutecen, pero que sostienen un falso contento agotando el
cuerpo, son algo no o b stan te m ejo r que la pasividad y la dro­
ga, son la búsqueda cíe una supervivencia física, con una sol­
tu ra del cuerpo que, al m inuto, satisface las tensiones de éste,
ya que no puede satisfacer las del corazón.
Tam bién está la fragilidad an te el p rim er am or, el p rim er
am or sentim ental, o el p rim e r am or sentim ental asociado a
proyectos de futuro, debido a que el deseo com ienza a m ez­
clarse con él. H asta entonces, estos jóvenes sólo habían cono­
cido la am istad. E sta vez se tra ta de un deseo am oroso, y
cuando p o r fin alcanzan al objeto de su am or esa persona los
rechaza. E n lugar de co n sid erar la experiencia como un hecho
debido quizás a un e rro r de su im aginación, que idealizó a la
persona am ada m ien tras que ésta revela ser, en los hechos,
com pletam ente distinta, o tro es el razonam iento que se hacen
el m uchacho o la chica. Se tra ta in m ediatam ente de una dere­
lictio n insoportable. Surge sin tard a n za en ellos la resonancia
—una resonancia que se descifra en sus sueños, cuando los
cuentan— de una desatención sentida ya en su infancia pero

272
entonces reprim ida, la desatención de que se sintieron objeto
p o r p a rte de u n pro g en ito r conscientem ente am ado; de golpe,
la com paración inconsciente de estos dos trances los hace
sen tirse culpables, com o si fuera en sí incestuoso h a b e r am a­
do a alguien que no respondió a sus esperanzas. Vem os sui­
cidarse a jóvenes y no fallar, o a otros que no expresan su
d epresión e n tra r en estados psicosom áticos de efectos orgá­
nicam ente graves. Es absolutam ente im perioso que u n a perso ­
na que no sea un p arien te cercano inm ediato —no siem pre es
necesario que se tra te de un psicoanalista, p ero tiene que ser
alguien n eu tra l y experim entado, ciertas abuelas lo hacen m uy
b ien— p re ste oídos a la desesperación de am or de este m u­
chacho o de esta chica, lo escuche, lo com padezca, sin conso­
lar, sin criticar, sin juzgar, pero sosteniendo d iscretam en te el
narcisism o del desam parado.
Tam bién ocu rre que el objeto am ado p o r el adolescente
o el adulto joven, chica o chico enam orado, sea puesto en el
pináculo, to talm en te idealizado al punto de que ni siquiera
es concebible, p a ra él o ella, e n tra r en com unicación con tan
sublim e entidad; con ello, el sujeto pierde p o r com pleto todos
sus recu rso s p a ra cualquier cosa. Se m u estra como u n p erro
echado acechando el paso de su am or y está todo el tiem po
esperando m iradas que no llegan nunca, y con m otivo, puesto
que el otro, a quien ni siquiera se atreve a d eclarar que lo
am a, no sospecha que es deseado(a), y puesto que ella, o él,
vive en esferas m uy d istin tas a las de este enam orado o ena­
m o rad a perdidos. Es la erotom ania de los jóvenes, algunos de
los cuales in teg ran grupos de fans de sus estrellas, héroes o
h ero ín as soñados. E n algunos no es dem asiado peligroso, sus
m om entos de ocio se llenan y les perm ite conocerse y tra ta rs e
en tre los m ism os fans; pero otros viven u n auténtico desam ­
p aro p o r no ser observados, am ados, sostenidos, en la vida,
p o r aquel o aquella de quien están enam orados.
Así pues, hay dos m aneras, p a ra un sujeto que h a alcanza­
do el narcisism o secundario característico de u n post-E dipo
sano, de desnarcisizarse, y en una form a que ráp id am en te
ejerce efectos descreativos y m ortíferos serios. O b ien es la
re sp u esta negativa a su deseo, y entonces ya no tiene razón
p a ra seguir existiendo, y aquí la destrucción de todas sus im á­
genes del cuerpo, que le hace p erd er los derechos e inclusive
los m edios p a ra in te n ta r seducir. O bien el o tro deseado reac­
ciona com o si este deseo no le concerniera, lo cual puede ser
en tendido p o r el enam orado como si su deseo estuviese p ro ­
hibido p o r u n a seudom agia: esto despierta en él y la adoles­
cente las angustias de la época edípica, la obsesión de e sta r
de m ás, los celos tere b ran tes por aquellos o aquellas que sí
son acogidos m ien tras que ellos no lo consiguen; y esto puede
provocar, en vez de u n a derelicción conducente a u n suicidio

273
lento o rápido, u n acto vengador dirigido al rival m ás afor­
tunado. E sto es lo que, en p artic u la r, sucede entre los sujetos
en quienes puede descubrirse, cuando se conoce su historia,
que no fueron narcisizados cuando eran niños, en el m om ento
de las castraciones, las cuales (com o realidades, frente al sue­
ño, que todo niño está obligado a padecer) no resu ltaro n pro-
m ocionantes sino penosos tran c es en una época en que sus
hei-manos y h erm anas parecían ser los objetos preferenciales
de los padres.
E stas castraciones m al dadas y m al recibidas, dadas sin
respeto ni com pasión p o r su sufrim iento a niños que las reci­
ben como bofetadas, hacen que, después de períodos de laten­
cia m ás o m enos vivibles y de soportables com ienzos de ado­
lescencia, los prim eros fracasos am orosos fuera de la familia,
se tra te de u n am or claram en te heterosexual u hom osexual
o sólo vagam ente teñido de sexualidad, asfixien de culpa al
joven. De u na culpa to talm en te im aginaria, que no tiene nada
que ver ni con la responsabilidad de actos desafortunados que
h ab rían m alogrado u n a felicidad, ni con ninguna lógica. Es
conocido ese test que cuenta una h isto ria en que un chiquillo,
o una chiquilla (según el sexo del niño som etido al test), ha
tenido un diferendo con su p ad re o su m adre, a quien había
desobedecido, m ientras que o tro niño se h alla en excelentes
térm inos con sus padres. E n el te st propuesto, que es oral,
se supone que los dos niños to m an el m ism o cam ino y pasan
p o r un p u en te que, p o r accidente, se derrum ba. En el acci­
dente m uere uno de los niños. ¿Cuál? Un niño en período de
latencia o al com ienzo de la p u b erta d , y cuya resolución edí­
pica no h a sido sim bolígena, o u n niño m uy pequeño, dirá
de la m ism a m anera, inm ediatam ente, que el que m urió es el
que h ab ía desobedecido. P or el contrario, un niño que ha
vivido bien su período de latencia, un adolescente que confía
en sí m ism o y que so p o rta ser excluido p o r quienes eligió
como dilectos, responde sin tai'danza: «¿Cómo se puede sa­
ber?». E n aquel que asigna la m u erte accidental al niño deso­
bediente, h ay proyección sobre las entidades del m undo de un
pensam iento mágico, concerniente a la om nipotencia parental,
el Superyó. El niño proyecta de este m odo lo que él querría
poseer y que cree poseen sus p ad res: la om nipotencia. Aquí
se trata, a todas luces, de u n a castración fallida, porque todo
p adre debe ser sentido p o r su h ijo com o alguien que no posee
la om nipotencia, pero que se siente responsable de su hijo y
sufre de verse obligado a hacerlo su frir p ara ayudarlo; que
se com padece, p o rque él tam b ién h a pasado p o r este trance,
y sabe explicárselo a su hijo. E l niño no castrado no fue h a­
bilitado p ara com prenderlo, siendo pequeño e incluso no tan
pequeño, p o r conversaciones con sus padres, a raíz de inci­
dentes reales o de h isto rias contadas o de sucesos diversos:

274
cosas to d as ellas de las que los padres, cuando se p reo cu p an
p o r la educación y el desarrollo de su hijo, hablan con éste.
El n iño no fue iniciado, por ejem plo, en el hecho de que de­
sobedecer puede ser a veces necesario p a ra co n q u istar la au to ­
n om ía y p a ra salir de u n a situación bloqueada, a condición
de que aquel que desobedece haya reflexionado sobre lo que
hace, haya m edido los riesgos y decidido p o r sí m ism o afro n ­
tarlo s, incluido el riesgo de disgustar y de ser re p ren d id o p o r
sus p adres. Es cierto que personas experim entadas, com o
p arecen ser los adultos, saben prever los peligros que el niño
no puede prever. P or desgracia, m uchos padres prevén tam ­
bién peligros que no existen, y con sus abusivas prohibiciones
o sus ab su rd as profecías inhiben el deseo que tiene todo niño
de h acerse autónom o, el deber y el deseo de p en sa r p o r sí
m ism o y de asu m ir sus riesgos, cuando así lo ha decidido.
Vuelvo a este leitmotiv, sería m isión de la escuela so sten er
en los niños el esp íritu crítico respecto de los dichos de los
adultos y de los reglam entos a m enudo absurdos a que se los
som ete, y que el niño se cree culpable de tran sg red ir m ien tras
que tien e el deber de hacerlo.
D esp ertar el sentido crítico en relación con los d eten ta d o ­
res del po d er es, tam bién, m uy im portante; y si los p ad res no
p ueden hacerlo, te n d rá que hacerlo la escuela. Los d e te n ta ­
dores del p o d er son, a los ojos de la Ley, los que están en car­
gados, p o r ejem plo, de hacerla respetar. Pero quienes p re te n ­
den u tilizar su poder con m anipulaciones y se identifican con
su rol, son m alos m aestros; se puede ayudar a los niños a
to lerarlo s p o r u n tiem po, pero hay que sostener tam b ién el
ejezxicio del sentido crítico frente a estos com portam ientos
a u to rita rio s que no tienen n ad a de sensato y que no son m ás
que au to rid ad p o r p u ra autoridad, es decir, que están des­
p rovistos de sentido hum ano, socialm ente útil.

La anorexia

E n la patología de las im ágenes del cuerpo después de la


castració n edípica, y luego en el período de latencia, al co­
m ienzo de la vida responsable en sociedad, los adolescentes
p re se n ta n con gran frecuencia, desde„„.el pu n to de vista clínico,
problem as de anorexia, a veces leves pero que pueden hacerse
gravísim os. Es preciso com prender este síntom a en relación
con la im agen del cuerpo. No se rem onta a la etapa del Eclipo
sino a m ucho antes, en tre los tres y seis años. El E dipo no
h a hecho m ás que re e s tru c tu ra r lo que había sucedido cuando,
estas chiquillas eran m ás pequeñas, en el m om ento de. la cas­
tració n p rim aria, es decir cuando accedieron al sab e r de su
p erten en cia sexual y al orgullo, narcisísticam ente gratificante,

275
de hacerse m ujeres com o su m adre. M om ento que se dialec-
tiza tam bién según el valor del nom bre del padre, según la
form a en que la m adre haya suscitado la conciencia de. éste;
porque es alred edor de u n hom bre, re p resen ta n te fálico va­
ledero, com o se organiza toda la sexuación de la niña. Las
chiquillas que h an aceptado, en la etapa de~la castración p ri­
m aria, a los tres años, el aplazam iento de su vida sexual h asta
la nubilidad, pero que h an estado convencidas del valor de su
p ersona en cuanto h ija de este ho m b re y de esta m ujer, estas,
pequeñas ra ram en te —yo no lo he visto nunca— hacen una
anorexia. Cuando llegan a la p u b e rt¿ d “ s'áBén “conservar" el
falism o necesario de sus pulsiones arcaicas, es decir, una ac­
tividad in d u strio sa, una actividad al servicio del juego, una
actividad al servicio de la vida social; triu n fan en la vida
escolar y social. Con p udor, sin vergüenza de sí m ism as, son
felices de sacar provecho de su apariencia y de a tra e r las mi­
radas de o tro cuando su cuerpo se desarrolla y se convierten
en jovencitas. Rivalizan con las o tras niñas sin culpabilidad.
Es preciso saber em pero que, en tre estas jovencitas que
llegan a la nubilidad después de un E dipo logrado y de un
período de latencia socialm ente exitoso, hay algunas que, al
e n tra r en la adolescencia, se disfrazan, podríam os decir, de
falsos varones. E sto no siem pre es signo de una hom osexuali­
dad en vías de constitución. A veces es señal de un exceso
en dotes fem eninas, »a veces resisten cia a d ejar expresarse
deseos pasivos de seducción, y tam b ién táctica prudencial:
p o rque a una m uchacha que su scita las m iradas y los deseos
de los varones y la rivalidad de las o tras chicas, le es muy
difícil seguir p ertrech án d o se p a ra la vida social. Puede verse
ten tad a a ab an d o n ar la com petencia escolar. Sin em bargo, en
la actualidad, es sabido cuán im p o rtan te es p ara una m u jer que
quiere ser autónom a en todas las situaciones ser capaz de
ganarse la vida, sobre todo cuando, cargada de hijos, su sala­
rio resu lta necesario o bien si h a de quedarse sola a cargo
de su hijo. Las pulsiones pasivas dom inantes de las m uchachas
p ú b eres pueden tra b a r el éxito en un oficio; y las chicas tipo
«varón fallido» son a veces m ucho m ás heterosexuales de deseo
que chicas su p u estam ente m uy fem eninas, cuyo encanto fe­
m enino es reconocido y alabado p o r todos y que, algunas
veces, no son ni varón ni chica, sino pasivas al extrem o, y que
esp eran ser objeto de elección de u n ser fálico, cualquiera
que les dé todo lo que ellas no in ten tan p ro c u rarse p o r sí
m ism as —es decir, las posibilidades de la vida en sociedad—
com o p arásito s, legales o ilegales. Cuando en cuentran un hom ­
b re que se hace cargo de ellas, esposo legítim o o am ante re­
gular, p ara ellas es u n garan te fálico social del que se apro­
vechan como un bebé se aprovecha del seno m aterno y del
adulto tu te la r del que depende. Cuando se hacen m ujeres y

276
p o r desdicha m adres, no son capaces de c ria r a sus hijos.
Pueden ser b uenas nodrizas, buenas gestantes, p ero crían a
sus h ijos con el narcisism o de su propia p ersona sexuada. No
p ueden d ar a los niños las castraciones y su scitar en ellos la
sim bolización de las pulsiones cuya expresión b ru ta está p ro ­
hibida. Son educadoras del com er bien, del ac tu a r bien, del
p re sen tarse bien, pero no del devenir deseante autónom o de
un varón o de una niña.
La anorexia m ental o la bulim ia, estos síndrom es m ucho
m ás frecu en tes en las m uchachas que en los varones en la
etap a de la adolescencia o de la pubertad, son síntom as que
en cu en tran sus raíces libidinales en torno a la época de u n a
ca stració n p rim a ria que fue m uy m al sostenida p o r la edu­
cación de la m adre. En los varones, la bulim ia es a veces un
sín d ro m e del período edípico; y, du ran te la fase de latencia,
m ás b ien se da la anorexia; en la adolescencia, o tra vez la
bulim ia. En las chicas, la anorexia aparece en el m om ento
del em p u je puberal, y aun después. E sto se debe a que las
pulsiones genitales de la niña retom an u n a organización eco­
nóm ica un tan to sem ejante a la de las pulsiones orales: sucede
que, en el m om ento del destete, las pulsiones orales relativas
al deseo del pecho (no m e refiero a la necesidad de la leche,
me refiero al deseo del pecho como objeto parcial de la m a­
dre) pu ed en h a b e r sido reprim idas sin que la sim bolización
en la relación de sujeto a sujeto, p ara el placer, en tre el bebé
n iñ a y su m adre, haya reem plazado y superado con m ucho el
in terés táctil y gustativo del pecho p ara la boca del b eb é niña.
El in terés p o r la relación con la m adre y el deseo sexual en
sentido am plio quedan, en estas niñas que se vuelven anoré-
xicas, to talm en te reprim idos, sin m u tarse en relaciones in te r­
h u m an as con la m ad re y las m ujeres. Con la p u b erta d , el
in terés peniano, el interés p o r el falo, que en el ho m b re está
rep resen tad o p o r el pene, como lo está en la m u je r p o r los
pechos, hace que el em puje puberal, el crecim iento de los pe­
chos, la p resen tación de las reglas, signifiquen p a ra la joven-
cita, consciente e inconscientem ente, su posible fecundidad.
Ahora bien, casi siem pre se da el caso de que la p a re ja de
los p ad res viva con u n estilo infantil, en un clim a sea grato
o sea ingrato; y estas chiquillas no soportan la idea incons­
ciente de em barazo. Su obsesión consciente es engordar. Viven
u n a especie de m agm a conflictivo en el cual la sexualidad de
adulto se abism a, m arcad a p o r un signo negativo, el h o rro r de
ten er pechos grandes, el h o rro r de ser gorda. E sto exige ser
analizado, y se tra ta de u n a p ertu rb ació n en las relaciones
reales e n tre la niña y su m adre, entre la niña y la com ida, en tre
la niña y su p ad re, e n tre su fem ineidad im aginaria y su inexpe­
rien cia de los varones, entre la niña y su espejo. E ngordar,
p alab ra inconscientem ente referida a la de em barazo, peligro-

277
so p ara la estética de u n a joven que quiere seducir: esto, su­
puestam ente, le im pediría gustar. P ero a quien quiere gustar es
sobre todo a ella m ism a en el espejo, a ella m ism a en su pro­
pia m irada, b o rran d o todas las redondeces fem eninas de su
cuerpo, incluso las m ás discretas. El deseo p o r el p a d r e . se
disfraza entonces de afecto com plicado y conflictivo, o bien,
al contrario, de m anifiesta h u id a de su vista y negativa a res­
p o nder cuando él le habla. Su p ro b lem a tiene raíces en un con­
flicto de am or y de deseo respecto del padre, y en un conflicto
de fem ineidad rival con la m adre, cuya h ija ha subsistido como
un bebé-gato: la m adre, sin duda, se preocupa por ella, pero
nunca la consideró verd ad eram en te com o un jovencita yendo-
deviniendo m u jer. El narcisism o de la m uchacha queda apre­
sado en un pacto leonino. Vive conflictos inconscientes por
com pleto autónom os, que d atan de sus tres a seis años y m uy
poco tienen que ver con la co nducta actual de sus padres a su
respecto, conducta en realid ad secundaria, ligada a su justifi­
cada in q u ietu d en lo que atañe a su estado de salud deterio­
rado.

Embarazo e imagen del cuerpo

Los vóm itos del em barazo, en la m u je r encinta, tam bién


proceden de u n conflicto que se re m o n ta a la im agen del cuer­
po de la p rim era edad, a la vez en el destete y en el inicio del
Edipo.
E n cuanto a las apendicitis, en los varones y en las niñas,
son trasto rn o s psicosom áticos relacionados con la época en
que im aginaban la concepción según u n a tecnología digestiva.
H ace m ucho tiem po que se su p eraro n estos fantasm as, pero
hubo una época en que fueron operativos y dejaron las posibi­
lidades de u n a infección u lte rio r en cierto punto del esquem a
corporal, p o r el hecho m ism o de que la im agen del cuerpo
grávida de las m u jeres encinta era vista como rep leta de caca
mágica. Los varones, o incluso las niñas, suponían detrás del
p arto un caso p a rtic u la r de potencia anal de la m adre. El niño
incestuoso inconsciente que todo niño antes del Edipo desea
gestar, a sem ejanza de su m adre, com o pren d a del am or y del
deseo que él tiene p o r su p ad re (y no m e refiero solam ente a
las chiquillas sino tam bién a los varones), este hijo incestuoso,
inconsciente, hay que a b o rta rlo de veras, y antes de poder li­
q u id ar su Edipo. El apéndice pasa a ser así el asiento de una
inflam ación y hay que extirparlo, p a ra salvar al sujeto de
una tram p a arcaica que cum pliría, en la disfunción del esque­
m a corporal, el fan tasm a de u n deseo que o tro ra no pudo de­
cirse claram ente en el niño. Es, pues, su cuerpo el que repite
u n decir, el que lo significa, en este apéndice: un decir que,

278
actualm ente, en realidad ya no tiene sentido p ara el niño que
h a alcanzado los siete-ocho o catorce-quince años. Es posible
que el lector quede m uy sorprendido por lo que acabo de decir,
pero si frecu en tara a los niños vería qué asom broso es el n ú ­
m ero de los que fantasm atizan y vociferan a todo el m undo
que qu ieren ten er un bebé, y que suponen y m u estran que lo
tienen d en tro de su cuerpo, en su vientre. E videntem ente, no
queda m ás recu rso que la risa: «¡Ah, sí, de veras lo crees!».
Ellos lo han dicho y, p ara ellos, m ás adelante no h a b rá apen-
dicitis; sólo en aquellos que reprim en este deseo y no hab lan
de él, el cuerpo te n d rá que significarlo antes de que d ejen la
infancia atrás. E sa es la diferencia: la p alab ra expresa un
deseo y evita que eso hable en el cuerpo, si no hoy, m ás tarde.
P or eso los fan tasm as de los niños, cuando los expresan, no
deben p ro v o car m urm ullos ni denegaciones ni sentim ientos;
d e ja r h ab lar a los niños, eso es todo y con eso b asta; estas
p alab ras son lib eradoras p a ra lo que se halla en vías de ser
san am en te rep rim ido; tras lo cual, será sim bolizado de o tra
m an era que no en el cuerpo, y de m anera cultural. Las pulsio­
nes fem eninas del varón se sublim an entonces de u n m odo
diferen te que llevando en sí un fru to de carne, y las pulsiones
em isivas genitales de la niña se sublim an de un m odo diferente
que en el deseo de hacerle ella m ism a un hijo a su padre.

H ist e r ia y p s ic o s o m a t ic a

Los desarrollos prestados a lo largo de este tra b a jo a la


noción de una im agen del cuerpo referida al esquem a corpo­
ra l y a la vez distinguida de él, me inducen a p re cisar cóm o
in tervien e la relación en tre el cuerpo real y la im agen dina-
m ógena libidinal inconsciente que el sujeto se forja, y la di­
ferencia, en cu anto al narcisism o, de los síntom as propios de
la h isteria y de los que corresponden a trasto rn o s psicosom á-
ticos.
Se h a dado el nom bre de histeria a com portam ientos que
inconscientem ente tendían a la m anipulación del otro; m ien­
tra s que se da el nom bre de trasto rn o s psicosomáticos a afec­
ciones funcionales del cuerpo que no se deben a causas orgá­
nicas: no hay infección, no hay incluso, al m enos en u n p rin ci­
pio, tra sto rn o s lesiónales; no hay trasto rn o s neurológicos; y,
sin em bargo, el individuo padece un desarreglo de su salud,
sufre. Su cuerpo está enferm o, pero el origen de su desorden
funcional fisiológico es un desorden inconsciente psicológico.
E n cu alq u ier caso, se tra te de histeria o de psicosom atis-
mo, el o la en ferm a sufren realm ente y su actividad psicosocial
se ve p ertu rb ad a. G eneralm ente se dice que en los tra sto rn o s

279
llam ados histéricos, el individuo es con m ás frecuencia m u­
jer; lo d u d o .31
El individuo h istérico se p o rta en conjunto bien, pero a
través de trasto rn o s «m im icados» que aparecen repentinam en­
te, se com place inconscientem ente en u n a m anipulación del
otro, yo diría que p o r m edios de débil. En la m ujer histérica,
u n a libido fru stra d a se trad u c e en escenas espectaculares que
la paralizan, y que culpabilizan a u n cónyuge que no la satis­
face sexualm ente; pero en estas escenas ella m ism a experim en­
ta algo del orden del orgasm o inconsciente: su econom ía libi­
dinal desem boca, con ocasión de estas crisis, en una descarga
nerviosa inconsciente seguida de bien estar, como en un or­
gasmo.
Lo que el histérico o bstruye es la vida interindividual, la
vida de relación, a través o de la buena m archa de su pareja,
o de sus relaciones de trab a jo ; m ien tras que el psicosom ático
no obstruye la buena m arc h a de sus relaciones afectivas con
los dem ás: en él, el o bjeto de la m anipulación pasa a ser el
m édico, p o r el estado crónico de u n enferm o a cada paso acha­
coso, cuando no verd ad eram en te alarm ante.
Una parálisis histérica co n tu rb a o hace su frir a un indivi­
duo, inconsciente de ser él m ism o el que la ha provocado; su
m eta inconsciente era m an ip u lar a o tro p o r quien se siente
fru strad o , pero finalm ente queda prisionero de un decir en su
cuerpo, al que cree atacado p o r un agente exterior, m icrobia­
no, por ejem plo, o por un accidente causado por su torpeza y
que le im pide m overse. Se siente víctim a de una causa que le
es ajena, m ien tras que en realidad, sin saberlo, él m ism o se
autovictim iza, p ara un fin inconsciente, que es el de ac tu a r so­
b re su entorno o vedarse él m ism o el actuar. E n el caso de la
psicosom ática, de lo que se tra ta es de los efectos de una lucha
inconsciente (a descifrar) e n tre las instancias de la psique,
que se hallan en contradicción en el propio in terio r del indi­
viduo; m ien tras que la h isteria es u n a lucha im aginaria entre
un individuo y otro, del que desea o tem e inconscientem ente
u n a satisfacción en u n a realidad que no sabe dom inar de otra
m anera. F reud cita el caso de u n a parálisis histérica del brazo

31. P ien so que si es sob re tod o en las m ujeres que se habla de his­
teria, ello se debe a que, en el h om b re, la h isteria se utiliza m ucho más
socialm en te que en la m ujer, y ello con com portam ientos falócratas,
com p ortam ien tos de prestan cia que la socied ad aprecia com o valores, y
por lo tan to narcisizan tes para el su jeto y operativos en cuanto a sus
actos sob re otro. Si la que se d iagn ostica enseguida es la histeria de la
m ujer, m ás que la del hom b re, es porque cuando ella no consigue al­
canzar sus p rop ósitos y su su frim ien to n a rcisístico se ve así sob reexci­
tado, a veces persevera en e l m ism o sín to m a , inconscien te en su fuente,
y ello explica que la h isteria parezca no tener relación con el éxito social.
Lo cual hace que se denom ine h isteria en la m ujer lo que son recursos
adm irados com o accesorios en el éxito social del hom bre.

280
de u n a m uchacha cuyo herm ano se había fractu ra d o la pierna,
a raíz de lo cual vino a visitarlo un amigo. La joven se había
enam orado secretam ente del joven visitante. Pero, u n a vez cu­
rad o su herm ano, el amigo no volvió a co n cu rrir a la casa. Sin
saberlo, ella, que deseaba ver nuevam ente al joven, pero que no
podía ni confesárselo ni decirlo, paralizó su brazo p a ra im itar
a su herm ano. El brazo de ella se hallaba com o d en tro de u n a
escayola im aginaria, con esta lógica m ágica inconsciente: «Si
u n m iem bro se inm ovilizaba, el joven volvería». En estado de
hipnosis, F reu d hizo h ab lar a esta jovencita del sentido que
ten ía su brazo inm óvil y com o fracturado. E n el sueño hipnó­
tico el su jeto del deseo tiene com pleta lucidez acerca de lo que
atañ e al Yo; la m uchacha dorm ida sabía, pues, que su brazo
inm ovilizado era u n a llam ada a la visita del joven. El Yo ad ap ­
tado al lenguaje am biental no tiene acceso al significante del
deseo, a causa de las resistencias que se desarrollan en él y que
im piden al su jeto su p e ra r los tabúes que acom pañaron su edu­
cación. D orm ida, la joven podía expresar su esperanza de una
visita del am ado. E sta com prensión de ella m ism a no la h ab ría
tenido al d esp e rtar, si F reud no le hubiese dicho que la había
revelado b ajo hipnosis. Fue, por o tra parte, ante los estragos
em ocionales narcisísticos causados p o r sem ejante revelación
com o F reu d ad virtió que era inútil, e incluso p erju d icial, tra ­
b a ja r acercando b ru scam en te el inconsciente al consciente m e­
dian te u n a lab o r efectuada bajo hipnosis y revelada después
al durm ien te: esto no hacía o tra cosa que generar trau m as.
F reu d p robó que valía m ucho m ás tra b a ja r con las re sis­
tencias m ism as del sujeto consciente p ara decir la v erd ad de
su deseo inconsciente. P orque, u n a vez que se h an expresado
y que h a sido analizado su período de organización, las resis­
tencias ya no tien en razón p a ra subsistir. Más precisam ente,
en el curso de este tra b a jo entre el analizante y el an alista
la tran sfere n cia de la relación em ocional con las p erso n as de
su infancia se establece sobre el analista y, agotadas con ello
las resistencias, el deseo puede ser verbalizado y puesto nue­
vam ente en relación con la época en que apareció p o r vez
prim era.
E n lu g ar de la revelación salvaje, a m enudo tra u m á tic a e
inutilizable, de deseos reprim idos, Freud, inauguró la cura de
los trastornos psicosociales por mediación de la transferencia
que el pacien te realiza sobre quien lo escucha y lo asiste, a lo
largo de en cu en tros cuyo ritm o tem poral se ha fijado co n trac­
tualm en te, siem pre en el m ism o espacio, pago de p o r m edio.
La relación en tre estos dos particip an tes p asa a ser ocasión
de experiencias o revivencias del pasado, o nuevas, p a ra el p a­
ciente, que se en cu en tra ' al m ism o tiem po confrontado con
un m arg en de apreciación, diferente entre el p sicoanalista y
él, en cu an to a lo im aginario y a la realidad del m a te ria l ap o r­

281
tado, sesión tras sesión. De ahí, p a ra el paciente, una m ad u ra­
ción: la cual procede de la elucidación sin culpa de sus deseos,
de los que aquí habla sin actuarlos, y del lenguaje del que dis­
pone p ara expresarlos. E sta lab o r lo conduce a ca p ta r el valor
que tienen, uno respecto de los otros, sus deseos, el decirlos o
el callarlos, según la ética que día a día critica desde el diván.
E sta ética va reaju stán d o se al desarrollo de su nivel de con­
ciencia, que se d esprende de a p rio ri arcaicos, y de su juicio
—consciente— que se afina en atención al vínculo con su psi­
coanalista. Lazo que se «desintim iza», se trivializa, se desfas­
cina. El analista, guía del tra b a jo subjetivo de su paciente, no
interviene nunca en la realidad que suscita en éste actos a plan­
tear, decisiones a tom ar, según aquel o aquellos de sus deseos
que han de ser negociados con lo social, p ara asum irlos en las
m ejores condiciones de realización. La cura acaba con el quitus
recíproco en tre el analizante y el analista, ya no estando el pri­
m ero m otivado p ara c o n tin u ar u n reco rrid o de su h isto ria que
ha dejado de interesarle, y el segundo, de preferencia, de
acuerdo.

Un caso de histeria en un muchacho: Alex


Tuve o p o rtu n id ad de conocer a u n niño, un varón de trece
años, que se h abía quebrado varias veces el brazo derecho y a
quien una vez quitado el yeso le era im posible m ovilizar el
codo. Su brazo seguía paralizado, aunque la radiografía no evi­
denciaba obstáculos p a ra la extensión y flexión del antebrazo
sobre el brazo. En el tran sc u rso de u n a o dos sem anas de una
reeducación sin m ayor fru to , el chico volvió a fractu ra rse el
m ism o brazo. Nueva escayola, y, u n a vez quitada, im posibili­
dad de m over el brazo derecho. A continuación, tercera frac­
tu ra del m ism o brazo y p o r tan to te rc e r yeso. Por supuesto,
una vez m ás, quitado el yeso no hubo m ovilización posible.
P ara confirm ar que el codo tenía absoluta lib ertad de m o­
vim ientos, ya que la radiografía no m o strab a ninguna anom alía
circulatoria (era en la consulta de cirugía de un hospital de
niños), se le aplicó al chaval una dosis ráp id a de anestesia
general: b ajo la anestesia, su brazo to talm en te libre se m ostró
p erfectam en te m ovilizable. Así pues, la recuperación funcio­
nal no tenía p o r qué p lan tea r problem as. Al d esp ertar de la
anestesia, si se hubiese in ten tad o m ovilizar el codo del niño
se lo h ab ría vuelto a q u eb rar. Y él m ism o, cuando intentó ha­
cerlo, no lo consiguió. Sin em bargo no sentía ningún dolor en
este m iem bro su perior invalidado. E n estas circunstancias el
jefe de servicio, sabiendo que yo, la externa de la consulta,
estaba psicoanalizada, m e preg u n tó si podía ocuparm e del m u­
chacho y hacerle reconocer que n ad a se oponía, en la realidad,
a la recuperación de la m ovilidad de su brazo.
Yo acepté, el chico tam bién. Alex com enzó a acudir diaria-

282
m ente al consultorio de cirugía, perm aneciendo am bos en una
sala diferen te a la de la atención de pacientes. Nos reuníam os
d u ra n te una m edia hora, a am bos lados de u n a m esa. El dibu­
jab a, y hablábam os. Yo no le había atendido p o r su fractu ra ,
ni en el m om ento de la anestesia, ni por ninguna ten tativ a de
reeducación. Yo reunía, pues, las condiciones clásicas p a ra
desem p eñ ar la función de psicoterapeuta. Al cabo de escasas
sesiones, el deseo inconsciente que obligaba a Alex a ten er su
brazo inm ovilizado se m anifestó con claridad. El niño vivía en
la «zona»,* u n a región específica desfavorecida, cercana al hos­
pital. Tenía u n a herm ana, cuatro años m ayor, que lo h ab ría
seducido cuando él tenía ocho —o sea, cinco años antes-— y
ella doce, o al m enos él lo afirm aba. ¿E ra esto v erd ad ero o
falso? El chico q uería m ucho a esta herm ana; tenía un her-
m anito cu atro años m enor que él al que tam bién q u ería m u­
cho. Me habló de su deseo real por su herm ana. Deseo real,
recu erd o s confesados con cierto m alestar de h aber jugado a
creerse su m arido y ella su m ujer, du ran te una escena de te r­
n u ra seu d o m aternal entre su herm ana grande, él y el herm a-
nito pequeño. Pero lo im p o rtan te no era esto, decía. E n o tra
sesión m e dijo que lo im portante, para él, era un sueño que
lo fastid iab a, p ero que no podía contar. D ibujaba agresiones
con u n cuchillo, m aquinalm ente, sin d ejar de h ab lar, y sus
d ibujos estab an asociados al silencio sobre ese sueño re p e titi­
vo. De sesión en sesión asociaba sobre este sueño, y, m ien tras
lo contaba, lo rep resen tab a con m ím icas según las ca ra c te rís­
ticas v ariadas del relato.
Un día, m ien tras m im aba una escena, u n a v arian te del sue­
ño en que figuraba su «herm ana grande» (así la llam aba él en
el sueño, m ien tras que en la conversación co rrien te siem pre
decía «mi herm ana»), para gran asom bro suyo com enzó a m o­
vilizar su brazo derecho como si su m ano, esgrim iendo un p u ­
ñal im aginario, a p u n ta ra a mi persona, que su p u estam en te re ­
p re sen tab a el lugar de la herm ana grande en el sueño. H abla­
m os de lo que acababa de rep resen tar con su m ím ica y, al
m ism o tiem po, lo com param os con los dibujos que realizaba
m aqu in alm en te al hablar. E sto podía significar que su brazo
derecho, arm ado con un cuchillo, era susceptible de asestar
un golpe m o rtal a su herm ana, o quizás a su m adre de cuando
él era pequeño, puesto que hablaba de h erm ana grande, o a
o tra m u jer, com o yo, por ejem plo. E videntem ente, te n e r p a ra ­
lizado el brazo derecho le im pedía hacer una b arb arid ad . E ste
im pedim ento le venía de su conciencia hum anizada ■ —concien­
cia inconsciente tal vez— de la prohibición del incesto, de la
p ro h ib ició n del asesinato. La prohibición del asesinato, com o
hem os visto, viene con la castración anal, y la del incesto con

* E l «barrio periférico». [R.]

283
la castración edípica. Lo que p a ra él se trad u cía en la culpa­
bilidad de u n a transgresión incestuosa, su herm ana había in­
tentado im ponérselo, al m ism o tiem po que la culpabilidad del
asesinato eventual de su herm ana, crim en que p o r o tra p arte
podía ser el desplazam iento sim bólico de su propio deseo in­
cestuoso arcaico ya que, lo hem os visto, en la im agen del cuer­
po del varón la m agnificencia de la erección peniana y el deseo
que la acom paña hacia el objeto elegido m aterno hacen que el
niño sueñe con cargarse al objeto de su am or.
Se tra ta b a de una re sp u esta a su herm an a que, en la actua­
lidad, teniendo ella diecisiete años y él trece, pretendía que
co m p artiera con ella la cam a grande de los padres, donde ella
dorm ía desde unos m eses atrá s, a p a rtir del ingreso de su
m ad re en un hospital. E lla lo in stab a a aceptar. Decía que pon­
d rían en tre am bos una alm ohada larga, pero él se negaba. Este
era el conflicto actual. Alex p re fería do rm ir en el suelo o en la
o tra h ab itación de la vivienda, que ten ía dos, en la que dor­
m ían el p ad re, cuando se en co n trab a en casa, y el herm anito.
Sin em bargo, él y su h erm an a h abían com partido, en su pri­
m era infancia, el m ism o colchón, y tam bién antes de que su
m adre in g resara en el hospital. Pero ahora, él no quería. En
resp uesta a su herm ana, que le pro p o n ía quizás un símil cuer­
po a cuerpo que le daría placer a ella, él quería responder con
un contacto corporal que m ata, y de esto es de lo que se de­
fendía inconscientem ente.
Su parálisis h istérica era u n a autom utilación im aginaria,
indolora, incóm oda, pero m enos grave que las fractu ras verda­
deras au tom utilantes. E ra n ad a m ás que un rem edo incons­
ciente; Alex se caía, y siem pre sobre el m ism o brazo, fractu rá n ­
doselo. R eparada la fractu ra , se volvía a fractu ra r. Pero en el
sueño anestésico la h isteria desaparecía. E n cuanto él se hacía
consciente de que ella lo fijaba en la im potencia total del brazo
crim inal, ahora inm ovilizable. Alex tenía casi trece años, al­
canzaba, p o r tan to, la p u b erta d . Se hallaba en pleno creci­
m iento, y esta p u b erta d había despertado en él el recuerdo
de u n a seducción, m uy a n te rio r sin em bargo en sus afirm a­
ciones. Seducción d u ra n te la cual su h erm ana lo había obliga­
do, decía él, a m astu rb arla, después de h ab er hecho ella otro
tan to con él. E ste recuerdo, si es que no era un fantasm a,
n arrad o con m uy escaso afecto, se hallaba sin duda en el ori­
gen de un deseo inconsciente. A lo m ejo r era el recuerdo en­
cu b ridor de un deseo fantasm atizad o a la edad del herm ano
leño, deseo heterosexual aún poco rival con el padre, pero
o de m acho, que se expresaba en deseo de penetración
j r e la p ersona de su h erm a n a o de su m adre previam ente
a la época edípica. El niño había desplazado la penetración
peniana sobre la p enetración de u n cuchillo. Aunque su brazo
estuviese paralizado, su m ano podía d ib u jar representaciones

284
gráficas. Se podía ver u n a m ano, blandiendo un cuchillo de
carnicero, pero en el m ism o dibujo nunca se veía a la persona
eventualm ente am enazada p o r este cuchillo. Todo el tra b a jo del
análisis giró en to rn o de estos dibujos y de aquel sueño que
él no podía contar.
¿Cómo eran el padre, el abuelo de este niño? Las dificulta­
des de la em igración p ara esta fam ilia procedente del E ste la
h ab ían conducido a la precaria situación que se observa en la
p eriferia de París. Ahora bien, si bien el brazo del niño no
n ecesitab a de reeducación alguna, el k inesioterapeuta, que te­
nía un buen co n tacto con Alex, y después que la psicoterapia
p erm itió aliviar las m otivaciones psicógenas de esta ex tra ñ a in­
validación de la m otricidad, quiso re an u d ar su trab a jo . Y a
Alex le gu stab a m ucho conversar con este k inesioterapeuta
m asculino. El hecho es que le contó lo que me había dicho, y
el k in esio terap eu ta resultó el m ejor de los educadores p ara
este varón p re p ú b er cuyo padre, ausente o m uy preocupado,
descuidaba a sus hijos. La m adre, ignoro el m otivo, estaba
desde hacía m eses en un hospital, yo ignoraba cuál. La que se
o cupaba del hogar era la h erm ana de quince o dieciséis años,
si es que se podía llam ar hogar a esa b arrac a dividida en dos
cuartos.
Podem os decir que todo lo que es histérico es siem pre lla­
m ada de socorro dirigida visiblem ente a otro, con vistas a ob­
ten er u n a satisfacción libidinal m ás o m enos claram en te eró ti­
ca, a la vez deseada y reprim ida. E sta am bivalencia del deseo
induce al su jeto a una regresión de las pulsiones, inconscien­
te, aunque es p ro bable que de en trad a haya sido consciente.
E sta regresión expresa las pulsiones asociándolas a un m odo
arcaico de satisfacción.
E n Alex, la pulsión de penetración genital se tran sfo rm ab a
en p ulsión de m iem bro p en e trad o r que Alex no q u ería reali­
zar. Ahí estab a el síntom a histérico, en el desplazam iento del
pene sobre el brazo y el cuchillo.

El trastorno psicosomático proviene m ás bien de u n dolor


padecido en ocasión de u n sufrim iento íntim o: sufrim iento
debido a u n a relación decepcionante con u n ser elegido, que
se trad u c e en u n a h erida im aginaria, con reto rn o a u n a im a­
gen del cuerpo arcaica y a la época de la relación del sujeto
con o tra p erso n a que no es aquella de que ahora se tra ta . El
tra sto rn o psicosom ático actual es la repetición, a veces am ­
plificada, de u n a disfunción pasada, real o im aginaria, del cuer­
po pro p io del paciente. Cuerpo que pasa a ser el su stitu to de
u n com pañero contem poráneo de un duro trance asociado al
tran c e de hoy, u n com pañero que el sujeto cree que lo com ­
p ren d ería, que no lo dejaría solo con su sufrim iento y con su
h erid a actual. Así pues, en el trasto rn o psicosom ático y en la

285
h isteria el narcisism o afectado no parece ser el m ismo. E n la
histeria, entiendo que el que está en peligro es el narcisismo
secundario; en el caso psicosomático, sería el narcisismo pri­
mario. En la histeria, lo que podríam os denom inar ética de lo
erótico se ordena en torno a la genitalidad; en lo psicosomá-
tico, se ordena en torno a la dependencia del com er y del ha­
cer, o de la autonom ía con respecto al ser am ado en la infan­
cia, al ser am ado en la relación electiva donde él ha podido
acom pañar los difíciles trances de las castraciones anales y
orales.
Habría, pues, algo más arcaico en los trastornos psicoso-
máticos que en los trastornos histéricos. Citemos un caso —el
de u na m adre— que m e parece típico de un trasto rn o psicoso-
m ático. D urante las exequias de su hijo, que m urió siendo
adulto, en el m om ento de depositarse el ataúd en la tierra la
m adre sintió una suerte de p u ñ alad a en el estóm ago. El exa­
m en realizado poco después evidenció que tenía un cáncer de
estóm ago del que m urió al m es siguiente, el día del aniversario
de la m u erte de su hijo. Es m uy posible que el cáncer existie­
ra de m ucho tiem po atrás, y que hubiese pasado desapercibi­
do p ara ella: esto es lo que d ijero n los m édicos a su m arido;
pero la m u jer sintió su m o rd ed u ra ese m ism o día, y en el m o­
m ento m ism o en que depositaban a su hijo en la tum ba. Es
com o si la m u erte clé este prim ogénito, el p rim er hijo al que
había am am antado, d esp e rtara en ella un destete im posible.
Tal vez había quedado ligada carne con carne, inconsciente­
m ente, a este hijo m ayor, incluso m ás allá de la época de su
destete; en el m om ento de la m u erte de su hijo, la separación
definitiva de su cuerpo le a rra n c a b a la substancia visceral de
su propio estóm ago. ¡M orir un «mes» [mois'] después que su
hijo, el m ism o día! M uerte de ese «Yo» [Mo/] * que m utó a la
m u jer en m ad re al n acer su prim ogénito (y las m ujeres lo
saben, hay un prim ogénito de cada sexo, p ara los padres tam ­
bién): ser m ad re p o r p rim era vez es una m utación, una m uta­
ción del Yo, u n a m utación del n arcisism o de la m ujer, pero
no del su jeto del deseo: este sujeto está m ás acá del cruce
del tiem po con el espacio, no conoce ni nacim iento ni m uerte,
sino solam ente el verbo ser p a ra am ar.
Como sujetos, no conocem os a los otros sino a través de
n u estra relación yoica con ellos y de la suya con nosotros:
éste es el p roblem a del enferm o psicosom ático, ligado a la
relación de lo sim bólico con la realidad, tiem po entrecruzado
con el espacio, que constituye la carn e viviente, por m ediación
de la articulación de la im agen del cuerpo sobre el esquem a
corporal.
El sujeto no tiene p alab ras p a ra expresar el sufrim iento que

* H om ofón icos en francés. [R .]

286
q u ieb ra el continuo de una relación vital. El cuerpo está com o
m utilado, en un lugar específico de la h isto ria del vínculo de
am or quebrado; y significa, yugulando m ás o m enos u n a p a rte
de él, la expresión im posible del sufrim iento padecido, anes­
tesiado así en p arte.
E n sim ilar orden de ideas, es bien sabido que el cardíaco
no debe su frir em ociones p o rq u e las em ociones afectan al co­
razón, el de la im agen del cuerpo, el de las em ociones; p orque
este corazón tiene u n a repercusión sobre el esquem a corporal,
y sobre el funcionam iento del corazón en cuanto viscera. El
«corazón de corazón», y el «corazón de carne», com o m e ense­
ñó a decir un niño que tuve en tratam iento, son distintos, dife­
renciales, pero a veces, en la patología, interfieren el uno en
el otro.
T am bién es b ien sabido que, cuando en una fam ilia hay
discusiones dram áticas, puede despertarse una úlcera de es­
tóm ago en un crónico ulceroso potencial. El análisis de u n su­
jeto ulceroso confirm a la arcaicidad de esta p e rtu rb ació n psi-
cosom ática. Su libido quedó m arcada por el am or de su m adre,
confundido con su deseo por ella. Las representaciones o n íri­
cas, p resen tad as d u ra n te el análisis, obedecen a una ética ca-
nibalística, y en ellas el analizante revive la época en que su
m adre lo alim en taba al pecho. E sta ética de am or m aterno,
este com er a besos, desem peña, h asta en el estóm ago, su p a­
pel en las relaciones con las personas que com parten con no­
so tros n u estra s com idas y cuyos accesos de carác te r re p erc u ­
ten em ocionalm ente sobre los dem ás.

El caso de Tony: padre psicosomático,


hijo hipocondríaco (¿o histérico?)

Conocí a un hom bre, llam ém osle «el p ad re de Tony», que


hab ía sido el hijo m enor de u n a fam ilia de cinco varones. Pa­
decía desde hacía años u n a úlcera de estóm ago, y ya a los
catorce había su frido de g astritis. E ra el único de los cinco
h erm an o s que ten ía una vida social y genital regular: estaba
casado, y Tony era su hijo único. Sus cuatro herm an o s eran
delincuentes y se pasaban la vida en la cárcel.
Su p ad re, o sea el abuelo patern o de Tony, niño criado en
la A sistencia P ública como su m adre (la abuela de Tony), h a­
b ía m u erto de u n accidente de tra b a jo siendo el p ad re de
Tony m uy pequeño: no conservaba recuerdos de él. E n cuanto
a la m adre, alcohólica (¿o se hizo alcohólica después de su viu­
dez?), h ab ía m u erto de delirium tremens cuando el p ad re de
Tony tenía diez años. El decía que la m adre los h ab ía am a­
m antad o a todos. Sus ojos se llenaban de lágrim as cuando
h ab lab a de ella, que había sido tan buena pero que vivió u n a

287
vida desarreglada y a quien la sociedad rechazó a causa de su
alcoholism o. Así fue que a su m uerte, él, que tenía diez años,
y dos de sus herm anos, los m ás inm ediatos a él, fueron aco­
gidos p o r la A sistencia Pública. E sta m adre rechazada por to­
dos h abía inducido en sus hijos, cuando eran m uy pequeñitos,
y que la am aban, un conflicto íntim o de perdido am or, cora­
zón a corazón, p or ella, y después de vergüenza de ella frente a
la sociedad. E stos hijos crecían en u n a to tal indigencia m ate­
rial. Los otro s cuatro h ab ían construido su estru c tu ra libidi­
nal conservando como único Yo Ideal a la m adre am ada de
cuando eran pequeños, y su único sostén había sido esta iden­
tificación, ya que el «trabajo» del p adre lo h abía «matado» en
una época en que no existía la S eguridad Social, ni subsidios
fam iliares ni com pensaciones p o r accidentes de trab a jo para
los obreros que m orían de estos accidentes. Crecían con ella
sin m ás fam ilia, y se volvieron com o ella, individuos inadap­
tados a las leyes y objetos rechazables p o r la sociedad. Todos
h abían com enzado p o r la delincuencia juvenil, a los catorce
años, y a esa m ism a edad el p ad re de Tony pagaba con sus
gastritis u n a suerte de delincuencia de su tubo digestivo. Con­
servaba la m ism a fijación a u n a m adre que había sido tan
buena nodriza y u n a am an te tan tiern a en su recuerdo. Sus
herm anos h ab ían com enzado p o r ro b a r y después se dieron
a la bebida, y después llegó la prisión en suspenso y después
el ataque a m ano arm ada. Dos de ellos habían llegado al cri­
men. El era un delincuente psicosom ático: a quien atacaba
era a su estóm ago, o bien éste lo atacab a a él, o m ás bien él
m ism o se autodevoraba, p o r falta del pecho m aterno que ha­
bía sido el últim o en m am ar y que, p o r este hecho, lo había
alim entado m ás tiem po que a los dem ás, como él decía.
Puede ad v ertirse aquí, d istrib u id a p o r toda una familia, la
distinción a que aludíam os en tre los trasto rn o s histéricos y
los trasto rn o s psicosom áticos. Tres de los herm anos, los que
tenían m ás de cu atro años al m o rir el padre, eran histéricos,
delincuentes histéricos activos, y el cuarto, u n histérico pasivo.
El quinto era psicosom ático, el p ad re de Tony.
Lo que me dio ocasión p a ra conocer a este hom bre y su his­
to ria no fue, como po d ría creerse, u n a cura psicoterapéutica
de su úlcera. Lo conocí en consulta hospitalaria, cuando el
servicio en el que yo tra b a ja b a m e solicitó el examen psi­
cológico de un varón de diez años, Tony, precisam ente. Tony
faltaba a la escuela desde hacía varios meses pretextando agu­
dos dolores en las rodillas. Ni la observación en el hospital
ni los exám enes y análisis que se le p racticaro n perm itían
com prender la causa de este sufrim iento. ¿Se tra ta b a de un
m ulador? ¿Cuál era su nivel m ental? Sus dolores, se decía,
; im pedían realm ente d o rm ir y p e rtu rb a b a n sus m ovim ientos,
¿ n el prolongado espacio de tiem po que duró su observación

288
en el hospital, Tony no se m ostró ni caracterial ni escolarm en-
te re trasad o . Su C. I. era de 105; en resum en, era un caso com ­
plicado. No, este niño no era ni un delincuente, ni un re tra sa d o
m ental, ni un caracterial: sufría. E ra hipocondríaco. ¿R odi­
llas? [G enoux] Yo, nosotros [Je, nous']. ¿Qué sucede con no­
sotros, m i p ad re y yo? Se diría un juego de p alab ras o de
males.* Pero era esto lo que aparecía en las sesiones en que
yo lo escuchaba. El niño planteaba claram ente el problem a de
su fam ilia p a te rn a a través de una llam ada de socorro que
h ab ía tom ado fo rm a de lenguaje con este síntom a m ediatizado
en dolor de rodillas. En un principio, un m édico de su b arrio
al que llam aro n u n día en que efectivam ente tenía la rodilla
u n tan to h inchada y caliente, prescribió reposo sin escuela
d u ra n te u n a sem ana y diagnosticó «dolores del crecim iento».
E sto h ab ía sucedido algunos m eses antes. Y después, Tony
cum plió sus diez años, la edad en que su p adre h abía perdido
a su m ad re y le recogió la Asistencia Pública. Es pro b ab le que
al cu m p lir su hijo diez años todos aquellos viejos recuerdos
re to rn a ra n a la m em oria del padre, pero en cualquier caso los
h ab ía callado. P orque nunca había dicho nada, ni a su m u je r
ni a su hijo, de su infancia o de su fam ilia. La m ujer, tam bién
ella de la A sistencia Pública, fue abandonada m ucho m ás p re ­
cozm ente que él, y conservaba un buen recuerdo de u n a no­
driza de su infancia, fallecida, p o r desgracia, poco después de
su p a rtid a a u n a pensión de la Asistencia. Lo único que sabía
de su m arid o era que había tenido a su m am á h asta los diez
años y que la p o bre m u jer... Pero no conocía la delincuencia
de un cuñado, al que jam ás había visto, sino de u n a m an era
m uy vaga, a causa de unos «papeles y cartas de abogado» que
su m arid o recibió u n día. E ntonces él le dijo que ten ía que ir
a h a b la r con u n abogado p o r las to nterías hechas p o r su h e r­
m ano, el m ás inm ediato a él. E lla era d iscreta y cariñosa,
am ab a a este m arido, huérfano como ella y golpeado p o r la
desgracia. Así pues, el niño no conocía n ad a relacionado con
su origen ni con su parentesco, ni p aterno ni m aterno. Y fue
esta cu ra p sico terapéutica, psicoanalítica, de un nieto, lo que
p erm itió co m p ren d er lo que es el destino libidinal en u n linaje
cuando el narcisism o en vías de estru ctu ració n re su lta herido.
La ética del deseo se había arraigado en el p ad re de Tony
en la época oral, en los problem as narcisísticos de validez
fálica de su m ad re; y, para sus herm anos, en torno a los p ro ­
blem as secundarios, ligados al desprecio y al abandono de u n
p ad re vencido p o r u n accidente de trabajo.
G racias a los trasto rn o s hipocondríacos del m uchacho me
fue posible conocer la h isto ria de esta fam ilia y asim ism o, p o r
la p a la b ra y el re to rn o del decir concerniente a todo lo no
* Se diría un ju ego de palabras [«m ots»] o de m ales [«m aux»]. H om o-
fó n ico s en francés. [R .]

289
dicho, ayudar al niño a re c o b ra r la salud. Los traum as del
corazón que no son hablados pueden, p o r tanto, ser expresa­
dos p o r el cuerpo, que se siente trau m atizad o p o r interm edio
de la im agen del cuerpo, en trecru zad a como tra m a y urdim bre
en el tejid o de n u estro narcisism o. E n este caso de rodilla
dolorosa, se tra ta b a del corazón de Tony y del suyo, su corazón
asociado al corazón de su padre; en síntesis, no de rodilla
[genou] sino de Yo-Nosotros [Je-Nous]; estos dos corazones
en el sentido del lazo afectivo que liga a un ser hum ano con
su genitor, con aquel a quien él am a en el comienzo de su vicia
y que le hace am arse a sí m ism o, quiero decir el padre o aquel
que ocupa su lugar. E ste m ism o padre, responsable de su hijo,
niña o varón, es el que, a p a r tir de los tres años, lo separa de
la relación dual con su m adre p a ra convertirlo en un ser social
sexuado y según la Ley. P or eso todo el decir o el no decir
relativo a un p ad re es ta n trau m á tico , en el sentido de una
ausencia de elem entos estru c tu rales en la vida inconsciente; y
tam bién p o r eso este trau m a tism o se traslad a a la generación
siguiente, y éste es uno de los descubrim iento s m ás im portan­
tes del psicoanálisis: la heren cia de u n a deuda inconsciente
que desdinam iza a uno de los descendientes de la segunda o
tercera generación.
El p adre de Tony, en la época de su destete, que no había
conocido a su p adre, sólo podía ser criado p o r referencia a lo
que la sociedad le significaba acerca de su m adre p ara sepa­
rarlo de ella. A hora bien, esta sociedad tam poco ayudó a sus
herm anos m ayores, los su stitu to s del p ad re p ara él. P ara un
niño pequeño, los herm anos m ayores re p resen tan otras perso­
nas grandes en contacto con m am á, son un poco sustitutos pa­
ternos. Pues bien, estos h erm an o s m ayores eran incapaces de
servir de referen tes a la Ley, al e sta r ellos m ism os traum atiza­
dos p o r la decapitación de la fam ilia y p o r el desam paro en
que había quedado la m adre, con sus cinco hijos. El trau m a
debido al abandono de los niños p o r uno u o tro de los padres
es diferente según la edad del desarrollo, no físico, sino afec­
tivo y sexual, de cada uno d en tro de una m ism a familia. Si a
continuación de u n tra u m a tism o que h a golpeado a todos los
hijos, m ás a la m ad re (o al padre) que los tiene a su cargo
solo(a) tra s la d esaparición de su cónyuge, cada uno puede
h ab lar de su su frim iento a quien sabe oírlo, oírlo p o r él m is­
mo, y entonces cada uno puede llegar a asum ir este percance
y a superarlo. E incluso salir fortalecido de esta experiencia,
si al respecto h a podido expresar todo lo que un ser que vive
en el desam paro tiene que decir sobre este acontecim iento.
Toda difícil p ru eb a es u n a experiencia de supervivencia del
cuerpo y es com o si éste tu v iera p o r m etáfora el psiquism o;
pero p a ra que el psiquism o siga vivo, es preciso que haya len­
guaje intercam biado, expresivo, actual, con alguien que p resta

290
a aquel a quien escucha el valor de sujeto de su p ro p ia h is­
toria.
T oda difícil p ru e b a es u n a experiencia en la realid ad que
puede ser asum ida psíquicam ente, si el cuerpo sobrevive a
ella. Pero p a ra eso, hace falta un trab a jo que se llam a tra b a jo
psicoanalítico, y este trab a jo no puede ser cum plido sino con
alguien que, m ediante su escucha y su propia form ación, dé
al que le h ab la u n a castración sim bolígena, es decir, lo ayude
a com p ren d erse con la sim bolización de lo que ha perd id o y
que entonces com ienza a pertenecerle en propiedad. Así, a ese
v aliente p ad re que debió abandonar el puesto de jefe de fa­
m ilia a causa de u n accidente de trab a jo m ortal, cada uno de
sus h ijos hubiese podido, p a ra rendirle hom enaje, ayudado
p o r o tra persona, sostenerse en m edio de las dificultades, p o r­
que todos eran niños inteligentes; pero h ab ría hecho falta
reh ab ilitar, tan to la persona del padre, de quien no ten ían o tra
experiencia que el abandono en que se vio sum ida la m adre,
com o el su frim iento de la m adre, cuya única solución había
sido b eb er p a ra dejarles la com ida a los hijitos, en u n a época
en que el vino, en los cafetines, era tan barato.

D e engendradores en engendrados: el s u f r im ie n t o
De im a g in a r io en r e a l id a d : las deudas y las h e r e n c ia s

P o n er p alab ras al sufrim iento de un difícil trance, p a ra


quien puede oír estas p alab ras y p re sta r su atención al sujeto
que h ab la confiando en él, esto es algo que m itiga la angustia.
Y, sin angustia, están la vida, la supervivencia, p erm itien d o a
quien h a superado lo peor de la prueba h allar la solución p o r
sí m ism o. E sto significa que las pulsiones cuya satisfacción es
vedada provocan increm entos en la tensión libidinal y, con
ello, angustia, com o todo lo que es excesiva tensión en un ser
hum ano. El descenso de la tensión libidinal provoca el replie­
gue y el dorm ir; su exceso, provoca angustia. Y la angustia
p o r exceso de tensión provoca un m alestar, y el m al-estar es
sentido com o culpabilidad ya en p rim er grado; después, com o
paraliza las fuerzas vivas del individuo, éste se siente secunda­
riam en te culpable de no d ar la cara, de fa lta r a la dignidad
ligada al hecho de asu m ir el propio deseo, arraigada en el ser
hum ano desde su origen. P or eso la angustia tiene necesidad
de expresarse. Si no puede hacerlo en palabras, lo h a rá p o r la
conducta o el funcionam iento corporal, p o r el com portam iento
del cuerpo en sociedad o el com portam iento caracterial, o p o r
una disfunción del cuerpo vegetativo o m otor. Todo es len­
guaje en el ser hum ano. El cuerpo m ism o, a través de la salud
o a trav és de la enferm edad, es lenguaje. La salud es el len­
guaje del sano; la enferm edad es el lenguaje de alguien que

291
sufre y, a veces, de u n angustiado. E sta r enferm o es signo de
lucha co n tra u n enem igo del equilibrio de los intercam bios
que llam an salud. Toda la energía se focaliza entonces p ara re­
sistir al dolo o p ara c u ra r el dolo que u n agente exterior ha
provocado d irectam ente (accidente, herida, enferm edad) o se­
cund ariam en te p or reacción de defensa. En estas últim as pá­
ginas he in ten tad o d escifrar la evolución de la im agen del cuer­
po ligada al narcisism o prim ario, y después al narcisism o
secundario tra s la resolución del Edipo. Dije que era erógena
y funcional, pero tam bién en su origen, lo que describí como
u n a im agen de base co n tra cuya integridad toda am enaza es
sentida com o m ortal. E lla reenlaza el cuerpo al lenguaje m ás
vegetativo, cardio-respiratorio-digestivo. La integridad de esta
im agen del cuerpo en cuanto a lo ca rd io rresp irato rio y a lo
digestivo es lo que pro p o rcio n a al ser hum ano la seguridad,
h asta en el dorm ir; sin lo cual el su jeto del deseo ya no puede
an im ar la carne, y de ello se derivan graves perturbaciones
psicoorgánicas.
Si la imagen de base se ve afectada, hay desvitalización
parcial o to tal y h asta u n a reacción lesional. Si la afectada por
un suceso trau m ático que no se h abla es la imagen funcional,
hay reacción funcional, hum oral, neurom uscular. Efectos des­
com paginadores de la hom eostasis y del tono, con punto de
p a rtid a inconsciente, a lteran m ás o m enos el Yo y el orden
de las instancias psíquicas, y, a p a rtir de aquí, el com porta­
m iento com o expresión global de lenguaje. Si la afectada es la
imagen erógena, puede h ab e r anulación o, p o r el contrario,
sobreexcitación del deseo, de u n a m an era que desborda lo que
el sujeto es capaz de dom inar en cuanto al paso de su expre­
sión al esquem a corporal. E n los herm anos del padre de Tony,
p o r ejem plo, el sufrim iento padecido a la edad en que eran
casi púberes, cuando su m ad re se desquició totalm ente para
el punto de vista social, no les p erm itió construirse a través
de una ética de trab a jad o res. Su p ad re había sido despreciado
en su valor de tra b a ja d o r, pu esto que en ello dejó su pellejo
y la sociedad no tuvo de ninguna m an era en cuenta su digni­
dad de cabeza de fam ilia, ayudando a sus hijos a sobrevivir
incluso m aterialm ente, y no sólo educativam ente. A la m uerte
del padre, en lo que re sp ecta a los hijos m ayores, en quienes
el p ad re h ab ía im preso el ejem plo del trab ajo , de una vida
honesta y ordenada, la castració n que había com enzado a dar­
les estalló (si puedo expresarm e así). Los frenos pulsionales
al daño y al crim en tam bién estallaron, llevándose consigo la
sim bolización de la sexualidad oral y anal, tram polín de una
libido utilizable en la escolaridad y en el trab ajo . Además, la
m adre, tie rn a y querida, quedó a su libre arb itrio , y las em o­
ciones incestuosas de estos niños se despertaron. Todo esto
en lo inconsciente; pero lo que resu ltó fue que el trab a jo había

292
p erd id o valor; p o r añadidura, el am or filial p o r la m ad re fue
escarnecido, pues sus hijos todavía no podían tra b a ja r, ganar
dinero p a ra ayudarla, y no podían hacer o tra cosa que asistir
al m odo en que la gente, alrededor de ellos, la re p ro b ab a p o r
re sistir bebiendo a la im posibilidad de com er p a ra a p lac ar su
ham bre. Los m ayores, golpeados h asta en su dignidad hum ana,
es decir, en la im agen de base de su narcisism o, p o r la dere-
licción que h ered ab an respecto de su p adre y su m ad re en la
edad social edípica, no pudieron sino volverse delincuentes
graves, dos de los cuales llegaron h asta el crim en de sangre,
p o r escalada y cárceles sucesivas y frecuentación de delincuen­
tes tal vez peores que ellos, y que no hab ían guardado de su
m ad re u n a im agen tan prestigiosa como la que sí conservó
cada uno de ellos.
E l herm an o p o r cuya razón un abogado había llam ado a¡
p ad re de Tony, era el que lo precedía directam ente. E ra a b ú ­
lico, h istérico pasivo, no le gustaban las chicas, según su abo­
gado h ab ía sido explotado p o r una banda, pero no h abía co­
m etido ni robos ni crím enes. E ste herm ano había sido el
com pañero de pensión del p ad re de Tony en la A sistencia Pú­
blica, al m o rir la m adre. E ra aquel que la m adre d estetó p re ­
cisam en te en el m om ento en que estaba encinta del p ad re de
Tony.
E l p ad re de Tony no em itía ningún juicio peyorativo sobre
sus herm anos. La desgracia le había golpeado y h ab lab a de
ellos con resignación, pero expresaba un am or in q u eb ran tab le
y ard ie n te hacia su m adre, y una estim a idealizada p o r un
p ad re del qixe no guardaba ningún recuerdo y de quien no
había oído decir o tra cosa que su destino ya de niñ o de la
A sistencia Pública y su accidente de trabajo.
Los síntom as, sean hipocondríacos como en Tony, el nieto
del que m urió p o r accidente de trab ajo , histéricos com o en sus
tíos o psicosom áticos como en el p ad re de Tony, pueden ser
entendidos com o el lenguaje del Yo inconsciente en cuanto
solidario del cuerpo propio, lugar del esquem a corporal. E s­
tos síntom as que obstruyen la lib ertad de vivir son o tro s ta n ­
tos m edios con los que expresar el sufrim iento de ixn ser hu­
m ano alcanzado en su narcisism o: el cual, de castració n en
castración, sim bolígena o no, perm anece ligado en el curso de
su p rim e r desarrollo, a una ética inconsciente, y que asegura
la co n tin u id ad en la cohesión de la estru c tu ra psíquica y sexual.
E sta contin u id ad de las estru c tu ras psíquicas y sexuales es
lo que com prende el térm ino de narcisism o, ligado al cruza­
m iento de la im agen del cuerpo inconsciente con el esquem a
co rp o ral p reco n sciente y consciente. Es la condición de la a r­
ticulación del sujeto, que no es tem poral ni espacial, o p u esta­
m en te a lo que se puede decir de su cuerpo, el cual p artic ip a
del Yo p o r el que el sujeto se objetiva en sus m otivaciones

293
de com portam iento; justificándolas en la realidad m ediante
fantasm as o racionalizaciones verbales que se m anifiestan en
sus intercam bios con el cosm os, si podem os h ab lar así, es de­
cir, la salud, sus relaciones con los anim ales y los hum anos,
su hábito caracterológico.
Los otros cuerpos tam bién son objetos que pertenecen a la
realidad en trecru zada del tiem po y del espacio. Cada cuerpo es
rep resen tativ o de u n su jeto deseante, si es un ser hum ano;
pero es percibido por los otros b ajo su form a de objeto ofre­
cido a su deseo, provocándolos p a ra desearlo de una m anera
fílica o fóbica; quiero decir d esear p a ra e n tra r con él en una
relación de intercam bio de placer, o p ara rechazar una rela­
ción de intercam bio con él que sería displacer.
Es el su jeto del deseo —en cuanto no solam ente testigo
sino tam bién acto r de su h isto ria, p o r m ediación del cuerpo—
el que tom a carne en este cuerpo el día de la concepción de
cada cual, y el que reconduce su co n tra to de ser viviente, de
inspiración en inspiración, después de arriesgar, de expiración
en expiración, con confianza, ese co n trato de ser viviente. Se
puede decir que el narcisism o de u n sujeto reconduce el con­
tra to del su jeto deseante con su cuerpo de segundo en segun­
do. Vivir es eso, p a ra un ser hum ano.
E ste co n trato que liga al su jeto con su cuerpo es el m is­
terioso enigm a de cada ser hum ano. Cuando habla, cada cual
h abla de sí m ism o b ajo la cu b ierta de la p alab ra «Yo» [Moi]
distinguida de «Tú» y de «Ellos», pero al m ism o tiem po, este
sujeto que habla de sí en nom bre de «Yo» [/e ] puede, o bien
renegar del Yo [M oi], o bien tom arlo conscientem ente a su
cargo (y quizás en o tra p arte). E incluso, cuando duerm e,
este sujeto es el testigo o tro de ese «Yo» [Moi] inmóvil, se
p o d ría decir vegetativo; y sim ultáneam ente el trab a jo de rea­
sunción de su cuerpo se cum ple en el sujeto, al que el deseo,
d u ran te la vigilia, había fatigado: es decir que el narcisism o
de base vela p o r reconducir cotidianam ente, en el ser vivo, su
contrato, p o r reconducir ese enigm a. Ese «Yo» [/e ] adorm e­
cido que ni siquiera p o d ría p ro n u n c ia r el «Yo» [/e ] gram ati­
cal de una frase, este «Yo» [Je] adorm ecido que vela, no se
sabe dónde, p erm itiendo al cuerpo la refección de sus fuer­
zas, ese «Yo» [/e ] es testigo del deseo de todos estos desean­
tes que se rem o n tan h asta la noche de los tiem pos, engendra­
dos de m ad re en hija, de p ad re en hijo, desde que el m undo
es m undo.
El niño hum ano ab o rd a este enigm a alrededor de sus tres
años. Cree, el inocente, que el adulto, im agen acabada de él,
va a d ar resp u esta a todas las p reg u n tas que se form ula; pero
el adulto, p o r su p arte , espera de sus hijos respuesta al enig­
m a del sentido de su vida, re sp u esta al enigm a de los fracasos
del Yo [M oi] en relación con el deseo del Yo [Je],

294
Y en este «m aldonnes», en este m alentendido donde cada
uno esp era del o tro u n a resp u esta que nadie puede darle, ra ­
dica el p ro b lem a de las relaciones entre hijos y padres. N in­
guno de ellos puede aceptar fácilm ente su im potencia: el hijo,
la de sus padres, y los padres, la de su hijo (im potencia p a ra
darles la satisfacción que su deseo im aginario q u e rría h allar
en la realidad).
E n cu alq u ier caso, en Tony, que tenía dolor de rodillas
[«genoux»], en esta articulación de sus m iem bros inferiores,
el enigm a de este dolor planteado a m édicos que no tenían,
con todo su sab e r sobre el cuerpo, solución p ara ío que ocu­
rría, fue lo que p erm itió que el contacto con un psicoanalista
desvelara el o tro enigm a que planteaba «Yo-Nosotros» [Je-
N o u s ] al p ad re en el cuerpo de su hijo, y al hijo en su am or
p o r su fam ilia, en vísperas de ten er que asum ir solo su deseo.
E sta h isto ria tam bién me perm itió a mí, en esa época joven
analista, co m p ren d er cómo el sufrim iento no hablado de dos
linajes puede expresarse en un niño de diez años, su h ered e­
ro: Tony, im pedido de hacer una vida norm al y privado de
sueño p o r un dolor lancinante hipocondríaco, gritaba u n su fri­
m iento que se rem o n tab a a su padre y a su abuelo, y quizá
m ás lejos aún.
E s verdad que n ad a cam bió p ara el p ad re p o r el hecho de
que, al h a b la r conm igo, reactiv ara en sí m ism o, a su edad, las
em ociones afectivas de su niñez. Pero no se hallaba ab so lu ta­
m ente solo: al p en sa r nuevam ente en el sentido de su vida,
p o día h ab lar a su hijo de lo que él ignoraba ,pero que le cau­
saba m alestar, o de lo que sabía y le producía dolor.
Tony, p o r su p a rte , no había hecho a su p adre p re g u n ta s
directas; las p reg untas se planteaban p o r m ediación de su cuer­
po, sin resp u esta del lado del cuerpo en cuanto objeto del sa­
b er m édico. El enigm a de las m utaciones del crecim iento y del
destino de los seres hum anos, en los diferentes períodos de su
h isto ria personal, encubre acontecim ientos in terio res pasados
e incluso fenecidos. Son acontecim ientos que tu v iero n lugar
en tre sus abuelos y sus genitores, como tam bién acontecim ien­
tos sucedidos d u ra n te la vida del sujeto pero que no pu d iero n
h ab larse al hilo de las m utaciones de su vida. E ra el cuerpo
de Tony el que p arecía im pedirle vivir, y sin em bargo no era
eso lo que este cuerpo representaba, sino lo no dicho. Tony
hizo posible que finalm ente su p ad re pudiese poner p alab ras en
su h isto ria, dirigidas a u n psicoanalista que lo escuchaba, p a­
lab ras de hijo, de nieto, que había sido p ad re a su vez y engen-
d ra d o r de hijo. Pudo, con estas palabras, h ab lar de su m u je r
y de su hijo, de los que nunca le hablaba a nadie; h a b la r de su
m adre, de su infortunio, del valor de esta m u jer, de sus desdi­
chados h erm an o s de los que nunca había hablado a Tony, esos
tíos vencidos p o r su fuerza libidinal a los que un p ad re, desa­

295
parecido dem asiado pronto, no h abía podido iniciar en otra
ley que la del tra b a jo y la valentía, ley que con su m uerte en
el trab a jo sin h onor reconocido, resu ltó caduca y absurda.
Y qué decir del desam paro en que su desaparición había
dejado a m u je r e hijos de co rta edad, el m ism o desam paro
que había conocido el p ad re del p ad re de Tony, abandonado a
la A sistencia Pública, ese desam paro que había conocido la m a­
dre de Tony, tam bién ella aban d o n ad a a la Asistencia Pública.
Pero aún hay que rem o n tarse m ás atrá s en la historia de estos
deseantes, hay que re m o n ta rse al desam paro de la bisabuela
m atern a y de la b isabuela p a te rn a de Tony, con sus em barazos
despojados de valor p o r la sociedad; m ujeres que habían ser­
vido de o bjeto a un hom bre irresp o n sab le y no habían contado
con sostén p a ra asum ir a sus hijos. Todo esto es lo que Tony
resum ía en su cuerpo, en sus dos rodillas, rep resen tan tes cada
uno de sus m iem bros inferiores de su asiento en la vida, de
sus dos p adres, p a ra quienes el enigm a era «Yo-Nosotros».

A manera de conclusión

El enigm a de n u estra vida —de todos y de cada uno— en


su relación p o r m edio de n u estro cuerpo con el cuerpo de los
otros, y p o r m edio del lenguaje con los otros sujetos, a través
de las m ediaciones de las cosas m ás sustanciales llegando
h asta las m ás sutiles de las m irad as y los sonidos, este enigm a
subsiste.
Im agen del cuerpo, en trecru zad o en cada m icrosegundo con
el esquem a corporal, su b stra to de n u estro ser en el m undo,
nexo de los sujetos con su cuerpo en su substancialidad palpi­
tante, lugar de su apariencia: así puede llam arse tam bién al
deseo inconsciente. El enigm a p ersiste, ligado al peso de la
carne, siem pre p lural, con sus necesidades y sus deseos en que
el Yo [Moi] de cada cual (con los de los otros) se agota. Y ade­
m ás, ¿qué h acer con este su jeto en busca de una sutil unión
con otro su jeto ? Deseo que p re te n d e avenirse con el otro m e­
diante la arm onía sutil del am or. El enigm a «Yo-Nosotros»
subsiste, de generación en generación, m ien tras que yo, tú, los
otros, m ueren, y el lenguaje es el enigm a que, separados como
estam os los unos de los otros, nos une m ás allá... m ás acá...
¿cómo? ¿E n quién? ¿Será, este incognoscible, el Sujeto del
verbo Ser?

296
CASOS CLINICOS DE TRASTORNOS DE LA IMAGEN
DEL CUERPO

40 Federico, 7 años: sordo, inestable, función del nombre perdido.


45 Gilles, 7 años: enuresis, inestable, inepto escolar, fóbico.
56 Agnes, de pocos días: pérdida de la imagen del cuerpo olfa­
tiva, se deja morir.
93 Francisco, 13 años: brillante alumno de tercer curso del insti­
tuto, tentativa de suicidio por eventración con un cuchillo, ima­
gen del cuerpo no masculina.
185 Nicolás, 7 años: psicótico por no identidad humana, imagen
del cuerpo oral mortífera.
190 Sebastián, 8 años: autista mutísta, hospitalismo a los cinco
meses.
196 Pedro, 3 años: fobo-histérico («dolor de cabeza») y obsesivo
verbal, apariencia de débil mental prepsicótico.
202 Joël, 18 años: tartam udo desde los 2 años, castración prim aria
mal vivida.
229 León, 8 años: lento, distónico motor, fobo-histérico débil men­
tal, músico.
263 Marcos, 12 años: superdotado, caracterial angustiado ’prede-
lincuente, postedípico descompensado.
282 Alex, 13 años: parálisis histérica después de repetitivas frac­
turas del brazo, postedípico amenazado de descompensación
y paso al acto incestuoso, angustia fóbica.
287 Tony, 11 años: rodillas inválidas, dolores agudos psicosomá-
ticos en camino a la hipocondría, neurosis familiar.

No creo que se deba al azar el que la mayoría de los ejemplos


corresponda a niños varones. Varones y niñas son llevados por su
madre en su seno y criados por ellas (o por mujeres, al nacer).
La prim era identificación tiene por modelo a la madre. En el trans­
curso de las castraciones sucesivas, los varones se separan de su
alter ego prim er amado, deseado en las pulsiones femeninas de

297
madre y hermanas. Las niñas reencuentran en sí mismas lo que
dejan, el poder femenino de sus pulsiones pasivas representadas
en la madre y las hermanas. El papel del padre y de la Ley es do­
minante en los varones.
Al convertirse en madres, muchas niñas hurtan sus hijos a las
pruebas castradoras de su padre y de la ley, desvalorizando así la
filiación simbólica humana en beneficio de la m aternidad fisioló­
gica y de la parentalidad afectiva.
El narcisismo de los varones y de las niñas es diferente. La
Ley, inesquivable para los varones.

298
ALGUNOS TEMAS ANEXOS ABORDADOS

272 Objetos transicionales.


100 Continencia esfinteriana.
119 El espejo.
145 La escuela a los tres años, su función.
172 Psicosis infantiles.
173 Fobias precoces psicotizantes.
252 Tiempo completo escolar especializado (EMP, IMP): recupe­
ración de la salud psicosocial dificultosa, psicoterapia psico-
analítica imposible; alegato por el tiempo escolar parcial no
especializado, y el resto del tiempo entre cuidados y reedu­
cación.
260 Para una prevención hospitalaria de los trastornos psicoso-
ciales de los niños pequeños.
275 Anorexia.
279 Histeria y psicosomática.

299

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