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Capítulo XI Conceptos Fundamentales III

La insistencia pulsional y su clínica


Lic. Anahí Rebagliati.

Pensar en la clínica psicoanalítica empuja al trabajo de la misma manera que la


pulsión instala al psiquismo a la elaboración. En nuestro quehacer clínico nos
encontramos a diario con la insistencia pulsional, devenida síntomas o compulsión a la
repetición. En ambos casos se trata del destino de lo traumático subjetivado como
sufrimiento o padecer y como angustia.
Nuestro trabajo es estar junto a quien sufre una enfermedad anímica, asumiendo
una vocación de racionalidad, articulada con la particularidad de cada historia.
Experiencia transferencial, centrada en la escucha del discurso de quien padece,
conduciéndolo en la búsqueda de las determinaciones inconscientes de ese padecer.
Siendo su instrumento esencial la palabra, aunque a veces nos resulte insuficiente
La insuficiencia de la palabra nos remite al encuentro con lo traumático. Resto
libidinal que escapa a las representaciones y hace tope al psiquismo en su trabajo
elaborativo. Este excedente de la palabra no alcanza a cubrir y hace tope al dominio del
principio de placer, se manifiesta en un volver a vivir automático y repetitivo, como
sostiene Freud en Más allá del principio de placer (1920) donde vincula, la eficacia
patológica del trauma, con la compulsión a repetir lo no elaborado, como si esto no
hubiera pasado, colocando al sujeto en la inercia del sufrimiento en un perpetuo retorno
de lo mismo, mantenido con identidad y actualidad.
Luego de muchos años de trabajo con sujetos que sufren, se angustian y vuelven a
vivir situaciones penosas, en lugar de recordarlas, es que Freud recurre al concepto de
trauma para explicarlas, reencontrándose con conceptualizaciones vertidas en sus
primeros textos, pero ahora anudadas con la pulsión de muerte, en tanto se trata de la
repetición cómo actividad para el fracaso, la desdicha y la muerte.
Los pacientes con los que nos encontramos hoy en día, nos colocan tanto:
• frente a la posibilidad de develar lo oculto por represión en la superficie
discursiva, conforme a la estratificación dinámica del material patógeno,
escuchando los efectos de metáfora en él, presentando síntomas sustitutivos
portadores de significación a ser leída en la asociación libre.
• Cómo, ante dolencias derivadas de una mayor presencia de la pulsión de
muerte, encontramos actos autodestructivos, acting, consumo de drogas,
alcohol, estados depresivos severos, bulimias, anorexias y enfermedades
psicosomáticas.
Tratándose entonces de manifestaciones patológicas, más restitutivas que
sustitutivas, en donde estas manifestaciones vienen a llenar un vacío, marcando un déficit
en la simbolización. Hay un desplazamiento de la simbolización a la vivencia, en donde
el cuerpo no es tanto expresión del lenguaje en el discurrir deseante, sino más bien un
depósito de sustancias, comida, droga, enfermedad, “cuerpo extraño” que deberá advenir,
infiltrado, en el trabajo terapéutico. No es el cuerpo enlazado a representaciones, sino el
cuerpo ofrecido al juego de la pulsión ,en un movimiento reflejo, repetitivo y automático,
entre un extremo y otro, el todo y la nada, el vacío y lo lleno, lo maravilloso y el desecho.
Categorías absolutas que muestran un abigarrado sostenimiento narcisístico.
Cabe preguntarse cuál es la posición del analista frente a pacientes con tal grado de
desamparo, derrumbe, destrucción y malestar, cuando muchas veces, el abocar a la
búsqueda de las determinaciones inconscientes de ese padecer, para aliviarlo de un
destino de fracaso y malestar, no es suficiente y es necesario crear las condiciones
favorables para la cura, que no se presentan espontáneamente.
Es, ante este tipo de pacientes, que nos damos cuenta que, nuestra presencia como
analistas, abarca mucho más de lo que pensábamos, que no se trata exclusivamente de
interpretar con nuestro saber adquirido, pues es necesario responder de otra forma. Nos
conmueve la posición del analista en el sentido clásico, en donde el sujeto viene con una
interrogación acerca de sus síntomas y el analista ocupa el lugar del Otro, interpretando,
descifrando una verdad que las formaciones del inconsciente están sustituyendo. Nos
confrontan con una responsabilidad mayor, en donde nuestro deseo como analista ante
ellos tiene que dar testimonio una y otra vez, debemos dar pruebas de que ellos ocupa en
un lugar para nosotros, que se encuentran alojados y amparados. En dónde sea posible
que ese sentimiento de desecho, de ser resto caído del mundo, quede localizado en el
analista, para que el analizante pueda ocupar un lugar de protagonismo en las escenas de
la vida, sin quedar siempre al margen de ellas o a punto de caer.
Si ante estos pacientes, nuestra posición se torna rígida en la línea interpretativa,
no hacemos más que acentuar la compulsión a la repetición. Es indiscutible que la
interpretación, es una herramienta infaltable del analista, pero hay momentos en que nos
convocan de otra forma y a ese llamado, es necesario acudir, porque el riesgo es, o bien
que el llamado sea cada vez más estruendoso y riesgoso, no sólo dirigido a nosotros sino
también a otros, O bien, que deje de llamarnos con riesgo al suicidio. Acudir a su llamado
es darle un lugar como sujeto, con chance a sostener su deseo de vivir, pudiéndose
encontrar con su interés en su vida y por su vida.
Pasaré a relatar dos reseñas clínicas ejemplificadoras de este tipo de respuesta del
analista.
• Se trata de una paciente de 31 años, que realiza una consulta en un estado de angustia
desbordante, de e insomnio regulares y con una compulsión a repetir que, en varias
ocasiones, puso el riesgo su vida. Ante tales circunstancias y con una imposibilidad
insoslayable por mi parte de continuar viéndola durante un mes, le recomiendo su
internación, como resguardo a su vida. Luego de esto comenzamos nuestro trabajo.
Durante el primer año de tratamiento permaneció en un constante desafío, ponía en
duda mi capacidad, mi formación y decía que era mejor no venir, pues era lo mismo que
estar hablando sola, que yo era una pared y se arrepentía de haberme llamado. Decía estar
cada día peor y que nuevamente se iba a tener que internar. El día en que se cumplía un
año de su internación me llama por teléfono, de madrugada, de enfrente de la clínica, en
una franca pelea, acusándome de inepta y diciendo cuanta razón tenía cuando pensaba
que no debería haber empezado el tratamiento conmigo. Según ella, de nada servía el
trabajo realizado. Era imposible que me escuchara, no hacía más que repetir una y otra
vez lo mismo, con provocación. Hasta que en un momento le dije:
-Haga lo que usted quiera, si quiere internarse, intérnese, pero sepa que en esto, la que
pierde es usted.
Inmediatamente estalla en un llanto desconsolador y por primera vez la escucho
preguntar de manera diferente
-Licenciada ¿qué hago?.
Los llamados continuaron durante bastante tiempo, a cualquier hora, de cualquier día, con
estado de gran angustia pero con respeto y agradeciendo el haber sido escuchada.
Luego de tres años de su primer tratamiento, en la última sesión dice:
-Licenciada estoy muy emocionada porque usted pasó todas mis pruebas. Estoy muy
contenta con el trabajo que realizamos, si alguna vez necesito ¿puedo volver?

• Es un paciente que consulta a los 26 años, con un grado de tortura moral alarmante,
con autorreproches constantes, sin motivación para vivir y con reiteradas
enfermedades, que hacían imposible la continuidad en su trabajo, trabajo que era para
él, una cárcel, al igual que la carrera universitaria que estaba promediando. A los seis
meses de tratamiento me confiesa, con vergüenza y angustia manifiesta, su adicción a
la cocaína desde hacía seis años, época en que su padre había fallecido.
Durante bastante tiempo, los pocos momentos en que no estaba drogado, era
cuando asistía a sus sesiones, que habían aumentado en frecuencia. Decide dejar su
trabajo, así como la facultad, ambos habían sido elegidos por su madre con quien el vivía.
Había nacido con un defecto físico en una pierna, que los llevó a reiteradas operaciones y
a cuidados excesivo de parte de su madre, con la idea de que nunca le iba a hacer posible
arreglarse sin ella, y con un rechazo velado de parte de su padre, quién se avergonzaba de
el y lo consideraba incapaz de sostener algo en la vida, con consecuencia e idoneidad. Sin
embargo, desde muy chico, da signos evidentes de su pasión por las motos y la mecánica
de motos, lo que era notoriamente desatendido por los padres y hermanos, que lo
consideraban como un berretín, al que conformaban con la compra de las motos que el
pedía.
Conjuntamente con el trabajo de separación de las sentencias y mandatos
familiares, fue posible impulsar a un trabajo de duelo por la muerte de su padre, a quien
el decía no haber llorado, porque era lo mismo su presencia, que su ausencia. En
ocasiones evidencié mi angustia por el estado de degradación al que llegaba, como
consecuencia de la droga. Di reiteradas muestras de mi confianza en su recuperación y
comencé a pedirle material de revistas de motociclismo, las que vengo leyendo desde
hace meses. Hemos pasado muchas sesiones hablando de motociclismo, con un
entusiasmo creciente en el, lo que ha motivado que su acercamiento a la cocaína sea
prácticamente inexistente y su acercamiento al motociclismo notorio, tanto información
teórica, que se ha tornado sistemática y regular, como así también su capacidad práctica,
con el deseo ahora cercano, de llegar a vivir de ello, considerándolo posible.
Freud sostenía que lo reprimido primordial repite y repite en transferencia y que
no podemos ahorrarle al paciente esa fase de la cura, pero si podemos facilitar la
rememoración y la asociación libre, marcándole esos sucesos como la repetición de
situaciones anteriores y realizando un manejo de la transferencia. Acerca de esto último
no hay texto freudiano. Quizá sea lo que cada analista, de acuerdo a su subjetividad y
estilo, deba construir y crear de acuerdo a la escucha de la historia fantasmática de cada
analizante, que así lo requiera, teniendo en cuenta, siempre, que se trata de un trabajo
analítico.

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