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El amor viene en muchas formas.

Lo verdaderamente interesante es encontrar la pieza


Que mejor se encaje a nosotros
Aunque cuando nos haya tocado una rota.
Índice
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Capítulo 91
Capítulo 92
Capítulo 93
Capítulo 94
Capítulo 95
Capítulo 96
Capítulo 97
Capítulo 98
Capítulo 99
Capítulo 100
Capítulo 101
Capítulo 102
Capítulo 103
Capítulo 104
Capítulo 105
Capítulo 106
Capítulo 107
Capítulo 108
Capítulo 109
Capítulo 110
Capítulo 111
Capítulo 112
Capítulo 113
Capítulo 114
Capítulo 115
Capítulo 116
Capítulo 117
Capítulo 118
Capítulo 119
Capítulo 120
Capítulo 121
Capítulo 122
Capítulo 123
Capítulo 124
Capítulo 125
Capítulo 126
Capítulo 127
Capítulo 128
Capítulo 129
Capítulo 130
Capítulo 131
Epílogo
Sinopsis
Hay cosas tan inevitables en la vida como el hecho de enamorarse.
Y John O'brien, como sacerdote que es, debería de saberlo muy bien.

Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando conoce a Marissa de los


Santos, una joven llena de complejos que siempre va vestida de negro.

John sabe que la cortesía es necesaria y la amabilidad esencial, pero,


además de lo evidente, él comprende que estar demasiado cerca de Marissa
no es lo correcto. Ya que tarde o temprano habrá consecuencias por su
comportamiento.

A veces, la tentación no es tan fácil de esquivar como uno piensa.

Por eso, John relata mediante confesiones a Dios sus vivencias, en un


intento de espiar sus pecados y encontrar una forma de sobrellevar el
creciente, y genuino amor por la joven que desde un principio, no debió
amar.

Sin embargo en ocasiones, el amor pesa más que la fe.


Capítulo 1
Padre,

Por las noches mi corazón late inquieto y me tiemblan las manos. Ahínco
mis rodillas en el suelo de piedra y rezo.

Repito tu nombre ciento de veces, y pido que me guíes siempre por el


camino correcto.
Pero mi fe flaquea por momentos señor, y a cambio de tu nombre repito el
de ella.
Capítulo 2
Padre,
Solo soy una oveja más de tu rebaño. El siervo fiel que dicta tus enseñanzas
a quienes más necesitan oírlas.
Mi voz no sirve más que para repetir tus palabras, y mis manos para obrar
con tus designios.
Por eso me pones a prueba una vez más señor, ahora lo comprendo. Una
prueba con nombre y apellido.
Una prueba con apariencia de mujer.
Capítulo 3
Padre,

Me acerqué a ella un día. Era una joven de ojos vacíos y piel tan oscura
como mi sotana. No sonreía padre, no parecía feliz como estaba.
Por eso supe en el exacto momento que la vi, aquella pobre criatura
necesitaba ser consolada.

Así que me senté a su lado y quedé en silencio. Ella apenas notó mi


presencia, su mirada estaba fija en el suelo.
Era un alma desgarrada padre. Y yo sería el hilo que la remendaría en tu
nombre si necesario.

Pero no me di cuenta señor, que en aquel momento acababa de cometer mi


primer pecado, el de la egolatría.

Diciéndome mentalmente que lo hacía por ti cuando en verdad lo hacía por


hacerme ver benevolente delante de los feligreses que pasaban allí en aquel
momento.
Capítulo 4
Padre,

Entonces ella me miró, su expresión tan negra como el iris de sus ojos.
Sé lo que es un abismo cuando veo uno padre, y ella estaba a punto de
hundirse gustosamente en el suyo propio. Como si fuese la salvación
idónea.

Como si ella no te conociera padre. Como si tu luz y sabiduría no la


hubiesen alumbrado jamás.

Me sonrió con educación antes de intentar levantarse del banco de madera.


Pero la costó hacerlo sola. Su cuerpo no era delicado, toda ella era
demasiado. Por eso me levanté yo y ofrecí mi mano para que pudiera
levantarse.

Ella se sonrojó mirando a otra parte antes de aceptar mi ayuda. Diciéndose


a sí misma, en voz baja, lo gorda y horrenda que era. Yo me abstuve de
consolarla en aquella ocasión.

Pero si comenté —Que en el mundo no hay humano horrendo a los ojos de


Dios. Todos somos hermosos en la casa del señor.

Ella me observó por segunda vez entonces, su mano todavía en la mía, los
ojos en busca del significado de mis palabras. Intentando ver allí la excusa
perfecta para caer en el abismo de su interior.

—Gracias padre.— Fue la respuesta que profirió antes de encaminarse a la


salida.
Capítulo 5
Padre,

La segunda vez que la vi fue un miércoles, el día de la semana en que salía


a ayudar a los más necesitados.

Ella pasó a mi lado, con la mirada perdida en el horizonte más allá de su


alcance. Yo la deseé los buenos días. Eso la sorprendió tanto que volcó su
atención a mí.

—¿Eres el cura de aquella vez verdad?— Me reconoció de inmediato


pareciendo avergonzada.
—Me declaro culpable.— Había sido mi respuesta, y ella sonrió.
—¡Hasta luego!— Comentó no mucho después, observándome una última
vez luego de darme la espalda y seguir su camino.

En ese entonces yo no sabía su nombre padre, pero me enseñaste a amar al


prójimo como a mí mismo. Por eso yo la amé.

Mas señor, yo no sabía que amarla me convertiría en pecador.


El pecado de amar a alguien más que a ti, padre.
El pecado de ella ser la primera cosa que pase por mi cabeza tras
despertarme, y la última al cerrar mis ojos por las noches.
Capítulo 6
Padre,

Pasaron dos primaveras enteras antes de volver a verla. Yo nunca me


olvidaba de un rostro, mucho menos el de ella, tan afligido como parecía
entonces.

Recé por ella cada noche de la misma forma que hacía por los demás. Recé
para que volviese a la iglesia.

Recé para que estuviera bien.


Recé para verla.
Y ahora me castigo por ello, el haberla visto de nuevo.
Señor, perdóname.
Olvidé que bajo mi túnica sigo siendo tan impuro como los demás mortales.
Olvidé que yo también siento.
Capítulo 7
Padre,

Descubrí su nombre de casualidad. De la misma forma en que la conocí.


Sin querer.

Y debería haberme dado cuenta que me estabas poniendo a prueba en aquel


instante. Pero la ingenuidad me hizo creer lo contrario.

En mi cabeza, yo pensaba convertirla. Pero al final el convertido terminó


siendo yo.
Me transformé en este ser indigno de estar en tu presencia padre.

Por eso me arrodillo ante ti una vez más. Porque no puedo hacer más que
esto.
Rezar.
Y rezar.
Y rezar.
Hasta que ella desvanezca de mi cabeza, y mi corazón busque tu sabiduría
antes que a ella.
Pero padre... Me duele. La herida en mi interior ahora tiene nombre.
Se llama Marissa.
Capítulo 8
Padre,

Y ella me sonrió. Después de dos años enteros sin verla fue lo primero que
hizo tras encontrarme en el centro de la iglesia.

¿Y sabe lo que hice yo padre? Sonreírla también.

La Biblia nunca pesó tanto en mis manos como en aquel instante.


Capítulo 9
Padre,

Pero algo fallaba en aquella sonrisa. Lo noté una vez ella se detuvo delante
de mí, con los brazos cruzados.

Aquellos ojos negros seguían ocultando el abismo que vi allí hace dos
primaveras, incrustado en sus pupilas.
—Mi hermana se va casar.— Ella empezó con la sonrisa aún en los labios.
—Yo la estoy ayudando a organizarlo todo.— Fue lo que me explicó aquel
día.

—¿Y en qué puedo serle de ayuda señorita?— Había sido mi respuesta.

Pero ya sabía lo que ella me pediría.


Capítulo 10
Padre,

¿Cómo podría ser pecaminosa un alma tan pura como la de ella?


Marissa no debería ser mi camino a la perdición.

No es justo utilizarla como excusa por mis pecados. El único culpable es


mi corazón.
Por eso te pido perdón señor. Juré entregárselo entero a tu causa, pero mi
pecho no entiende de propósitos y mandamientos, solo de sentimientos.

Y tengo mucho de ellos por ella.


Perdóname una vez más.
Capítulo 11
Padre,
El día se hizo un poco gris después de ella haberme explicado el porqué de
estar allí para empezar.

Pero más gris me he vuelto yo al escucharla.

Cada palabra que salía de sus labios era una plegaria en contra de su
voluntad. Me preguntaba con alegría las fechas disponibles en la Iglesia
para realizar la boda.
Mas padre, la alegría era tan fingida como la sonrisa que se empeñaba tanto
en mostrar al mundo y enseñármela a mí. Luego a mí padre. Que había
visto infinitas sonrisas y presenciado mares de lágrimas.

Marissa no tenía la menor idea.


O quizá sí.

Quizá quisiera que la salvara de alguna forma, pero Padre, yo no tenía ese
poder.
Mis manos no estaban hechas para abrazarla, ni mis labios para adorarla.
Mi boca solo profesaba palabras de la Biblia para apaciguar sus desdichas.
Y sin embargo, no eran las palabras que Marissa tanto necesitaba escuchar.

Y yo padre, me vi incapaz de preguntar por qué.


Capítulo 12
Padre,

Empecé a verla más veces en la iglesia. Cada vez vistiendo negro de


tonalidades más oscuras.
Me habría gustado verla en colores alegres.
Y sin embargo, por desgracia, no pude hacerla demasiado caso entonces.

No adrede al menos.
Había más almas que consolar aparte de ella, y mi deber como sacerdote era
velar a todas por igual.
Favoritismo nunca había sido una opción. Porque si lo fuera…. Mi tiempo
pertenecería entero a ella.
Y solo a ella Padre.
Capítulo 13
Padre,

Marissa no me importunó una, sino ciento de veces sobre las posibles


fechas de la boda para su hermana. Por eso comenzó a ir en todos mis
sermones, a espera de engatusarme en los ratos libres.
Pero mi respuesta siempre fue la misma.—Antes necesito hablar con los
novios Marissa.
Y ella repetía siempre las mismas excusas.—Están muy ocupados Padre, y
no pueden venir.
—Cuando se trata de una unión en la casa de Dios es necesario seriedad
joven. Necesito como mucho verles la cara.—Era lo que yo la decía cada
vez que ella empezaba.

Entonces Marissa alcanzaba el móvil, abría la galería y me enseñaba la foto


de los novios. Y cuando lo hacía, el abismo se la asomaba a los ojos.

Yo lo noté.

—¿A qué hacen buena pareja Padre?— Me comentaba con la sonrisa más
triste que tuve la casualidad de ver. Ella no se daba cuenta de ello, pero sus
labios temblaban al hacerlo.
Y yo me vi incapaz de confesar este hecho a ella.
No cuando se esforzaba tanto en parecer feliz delante de mí. Y delante de ti
también Padre.
Pero, mi deber como sacerdote era escuchar y hacerla entender tus palabras.
No preguntarla a dónde duele para buscar formas con las que curarla.

Así no funcionaban las cosas.


En mi sotana no había tiritas para sanar las heridas de su corazón.
Lo único que yo podía hacer por ella era remandar lo que quedaba de él
con oraciones a ti Padre.
Oraciones para hacerla sentirse mejor de alguna forma.
Oraciones para sacármela de la cabeza de paso.
Capítulo 14
Padre,

Entonces ella apareció un miércoles delante de la iglesia. Vestía negro como


todas las veces anteriores. No parecía molestarla el calor que hacía fuera.

Sin embargo aquel día yo no podía hacerla compañía, me tocaba visitar a


los crios del orfanato, y se la hice saber con delicadeza.

Marissa me sonrió y preguntó si podría acompañarme.

Yo la dije que sí.—Una ayuda siempre viene bien.—Fue mi respuesta.

Y nos pusimos en marcha.

En algún momento del camino, después de intercambios de cortesía y


gestos educados para evitar el tan típico silencio incómodo, Marissa me
confesó que no era religiosa y que no entendía la gente que lo era.

Aquello me sacó una sonrisa.

Era más que evidente para mí que ella no creía en lo que yo profesaba.

Mis sermones la hacían bostezar cada vez que los oía. Nunca traía una
Biblia consigo u compartía alguna con los feligreses. Ella ni siquiera se
molestaba en prestar atención a mis palabras.

Marissa actuaba como si yo no la viese en absoluto. Pero Padre, ella no


comprendía lo mucho que se equivocaba.

No hubo un solo día que yo no la observase.

Creyendo, inocente de mí, que yo lo hacía por vocación. Velar por ella con
la mirada, prestar atención hasta a los mínimos detalles.
Observar sus movimientos, y ofrecer mi mano cada vez que necesitara
ayuda para levantarse cuando no podía hacerlo por si sola.

En mi cabeza padre, yo estaba haciendo lo correcto. Pero no era correcto


sentir las cosas que comenzaba a sentir por ella.

Padre, perdóname una vez más, en aquel momento, yo había pecado.


Mismo sin saberlo aún.
Capítulo 15
Padre,

Ella me hizo infinidad de preguntas aquel día. ¿Qué por qué yo era un cura?
¿Qué sentido tenía la vida? ¿Qué por qué muchas personas eran felices y
otras tantas sufrían?
¿Qué si Dios tenía la respuesta para todas las preguntas? y ¿Perdonaba a los
hechos más inconfesables?
¿Por qué?
¿El celibato era obligatorio?
¿Vestir el traje de sacerdote no era incómodo?
Y tantas preguntas más que no alcanzo a recordar señor. Pero escuché a
todas ellas con paciencia. Sin embargo, no tuve la ocasión de responder a
ninguna.
Marissa no esperaba una respuesta de todas formas, los dos lo sabíamos
muy bien. Ella apenas buscaba una forma de evadirse, y yo terminé siendo
la distracción perfecta.
El amigo que ella necesitaba en aquel entonces.
Y Marissa para mí fue, la ayuda necesaria con los críos del orfanato.
Capítulo 16
Padre,

Sin embargo, los niños no fueron amables con ella de la forma que era yo.
Muchos la miraban con asombro y tantos otros se reían por lo bajo. Los más
descarados decían lo gorda que era sin tapujos, pero Marissa no pareció
afectada.

Unos pocos la comparaban con el cielo de la noche, por lo oscura de su piel


y lo distinta que era de la mía.
Yo los reprendí de inmediato, y Marissa me detuvo con la misma rapidez.
—Los niños tienen razón Padre.—Ella me dijo con tranquilidad.—No está
bien regañarles por decir la verdad.— Razonó.
Oírla decir aquello me dolió tanto como si me hubiesen apedreado en aquel
mismo instante.
—Discúlpense con la señorita ahora mismo.—Mi voz nunca sonó tan rígida
como en aquel momento.— ¿Acaso no me han oído?—Subí más el tono
mientras miraba a cada uno de ellos.
Los niños no tardaron demasiado en agachar la cabeza avergonzados.
Marissa intentó decirme algo, pero yo la detuve con la misma rapidez.

Disciplina era una de las cosas más importantes que yo, como siervo de
Dios, debería de enseñarles.
Amabilidad y consideración también.
Y era, por desgracia, algo que a los críos les faltaban.
Algo que yo como sacerdote fallé en enseñarlos.

Perdóname Padre, otra vez te había decepcionado. Y como castigo la había


lastimado a ella también.
Capítulo 17
Padre,

Una vez solos ella y yo, me disculpé profusamente por la indiscreción de


los críos bajo mi cuidado.

Marissa me observó boquiabierta antes de reírse a pierna suelta debido a mi


clara incomodidad.

—Los niños de mi cole eran más creativos.— Ella aseguró indiferente.—Y


más crueles también. Así que por favor, no te preocupes por eso.

Oírla decir aquello no apaciguó mi corazón. Al contrario, solo hizo sentirme


más ácido por dentro.

Y no quería verme amargo delante de ella, no era justo y tampoco correcto.

—No es algo que yo pueda dejar pasar.—Expliqué.—Mucho menos cuando


ellos no son capaces de ver lo hermosa que eres realmente.—Se me escapó
sin querer. Tanto había sido así que la miré desconcertado, y ella, con
normalidad, me observó antes de reírse otra vez.

—Oh sí, lo de la belleza interior y esas cosas. Lo pillo.—Marissa razonó


con rapidez quitando peso a lo que yo acababa de decirla.—Por desgracia,
la belleza interior no me hará entrar en el vestido que quiero ponerme en el
día de la boda.

Me sonrió, y todo lo ocurrido antes pareció insignificante para ella.

Sin embargo para mí no Padre.

Por eso, no mucho después de haber llegado a la alcoba, me arrodillé en el


suelo de piedra y recé fervientemente a ti.
Mis rodillas empezaron a doler después de un tiempo, pero no me atreví a
levantarme. Por cada pinchazo de dolor, una nueva oración salía de mi
boca.

Era el precio justo por mi error, por eso seguí arrodillado de aquella forma
el resto del día.

Porqué había fallado en disciplinar a tu rebaño más joven Padre.


Porque mi pecho dolía por cosas que yo no comprendía.
Porque algo en mi estaba cambiando.
Porque en mi cabeza rondaban los recuerdos de la primera vez que la vi, y
de cómo se llamó a si misma gorda y horrenda.
Porque yo la había llamado hermosa, y aquello me atormentaba.
Porque empecé a sentir rabia, el segundo pecado en mí tras conocerla.

Y según me temía padre, no sería el último.


Ni siquiera el más dañino de los pecados que albergarían mi corazón.
Capítulo 18
Padre,

Lo segundo que olí luego del fuerte olor a incienso fue el aroma a lavanda.
La esencia impresa en mi olfato cada vez que ella se acercaba.
Su marca registrada después de la ropa negra y los ojos abismales.

—Buenos días, Padre John.— Marissa me saludó con ímpetu tras haberse
aprendido mi nombre de memoria.

Y yo nunca antes había pensado lo bonito que sonaba en la boca de alguien


más.
Capítulo 19
Padre,

Por primera vez ella escuchó mi sermón hasta el final. Su mirada fija en la
mía y en nadie más.

Sin distraerse ni una sola vez.

Y por desgracia padre, resultó ser también la primera que yo deseara que
ella mirase a otra parte.

El abismo de sus ojos amenazaba con entrar en los míos. Y peor aún Padre,
me asustaba encontrar razones para seguir hundiéndome más en él.
Capítulo 20
Padre,

Ella me comentó un día que mi voz era bonita. Y que no hacía falta decirla
nada a cambio, que simplemente aceptase el cumplido y punto.

Me alegré que ella dijera lo último, ya que de todas formas me había


quedado sin palabras.
Capítulo 21
Padre,

Y otro miércoles llegó. Con ella asomándose por la puerta de la iglesia de la


misma forma que la vez anterior.

Vestida de negro y bajo el cálido sol.

—Buenos días Padre John.—Me saludó como de costumbre, aunque yo no


me acostumbraba a oír mi nombre en su boca aún.— ¿Vas a ver a los críos
hoy verdad?

No fue una pregunta sino más bien una afirmación, y noté por cómo me
miraba que ella vendría también.

Yo simplemente asentí y ella me siguió. No entendí porque lo hizo Padre,


pero yo no la quería allí. Una parte de mí se imaginaba lo peor.

Sin embargo el peor nunca llegó.

La luz de aquella extraña mujer alcanzó a los críos de alguna forma.


Quizá de la misma forma que me alcanzó a mí la primera en vez que la vi
sentada en el banco de madera de la iglesia.

¿Cómo alguien de ojos abismales era capaz de iluminar a los demás con
tanta intensidad?

Probablemente alguien genuino.


Capítulo 22
Padre,

¿Cuántas oraciones serán necesarias para olvidarme de las cosas que me


alejan de tus propósitos?

Mis ojos no ven más que una sombra padre, y no es la reflejada por tu
imagen.
Mis motivaciones cambian cada vez que me arrodillo ante ti.

Y aunque me entretengan tus escritos, los pensamientos impuros amenazan


con desviarme del camino correcto.

Entonces sueño con el pecado.


Un roce de manos.
Marissa me acaricia la mejilla derecha y sonríe. El pecho me duele cuando
lo hace.
Se siente real.
Y en mi cabeza Padre, en el pecado que hay en mi interior, ella no tiene
ojos abismales.
Por eso sé que es un sueño.
No, no un sueño.
Una pesadilla.
Una pesadilla que sabe dolorosamente a paraíso.

Y entonces, cuando me doy cuenta de que aquello no es real, una luz me


ciega de pronto, abro los ojos y ella ya no está. Los rayos de sol reflejados
en mí cara desde la pequeña ventana que hay en mi alcoba es el único
testigo de mí transgresión.

Por eso levanto mi cuerpo entumecido de la cama y descanso mi cabeza en


tu altar padre. Mi garganta está seca, pero eso no me impide rezar.
—El Señor es mi pastor, nada me faltará. En lugares de verdes pastos me
hace descansar; junto a aguas de reposo me conduce. Él restaura mi
alma…..
Capítulo 23
Padre,

Perdóname. Pude haber tratado la situación de muchas formas, y sin


embargo escogí la más cruel.
La indiferente.

—Buenos días Padre John yo…

—Quieres hablar sobre fechas disponibles para la boda de tu hermana, es


algo de lo que tengo constancia.—Respondí con la voz taciturna mientras
preparaba mi sermón para aquel día.—Siéntese.—Señalé la silla que había
delante de mi mesa. Marissa se mantuvo de pie aún, quizá sorprendida por
mi comportamiento inflexible.

Sin embargo, más la sorprendería saber lo mucho que yo había soñado con
sus manos acariciando mi mejilla anoche. Y que por ello me veía obligado
a actuar de aquella forma.

Pero Padre, yo debería haber sido más amable.


Ella no tenía la culpa de plagar mis pensamientos.

Yo sí.

—E-entiendo.—Ella balbuceó antes de sentarse frente a mí.—B-buenos


días.

Ni entonces yo me vi capaz de alzar la mirada y saludarla también. Mi vista


fija en la libreta que tenía sobre la mesa. Solo distrayéndome para alcanzar
un segundo libro que ubiqué cuidadosamente frente a Marissa. Y ni así la
miré a los ojos.

No podía hacerlo.
No sin titubear de paso.
Capítulo 24
Padre,

Ella entonces me preguntó si había hecho algo mal. Si había sido molesta
en alguna ocasión. Y que si fuera este el caso, no había sido su intención.

La incomodidad que emanaba de ella era casi tan grande como mi


culpabilidad.

Y yo era el causante de dicho agobio. La estaba haciendo sentirse afligida


cuando no tenía por qué estarlo.

La culpaba por estar en un lugar de mi cabeza que yo no podía controlar, sin


darme cuenta, que mientras más frio era yo con ella, más me desviaba yo de
tu camino Padre.

He sido necio y estúpido, por creer en mi enferma cabeza que lo estaba


haciendo por un bien mayor.

Disciplinarla pensé, antes de convertirla en una buena cristiana.

Pero YO no estaba siendo un buen cristiano en aquel momento.

¿De qué me serviría ser uno sin predicar con el ejemplo?


Capítulo 25
Padre,

Mi voz sonó rígida y cruda tras explicarla que no, no era una molestia para
mí. Y con la misma frialdad comenté que el libro que tenía delante era de
las fechas disponibles para la boda de su hermana.

Lo que Marissa tanto me había importunado hasta aquel momento, yo se la


regalaba en bandeja de plata.

Pero la respuesta que recibí de ella no fue la que yo había esperado.


Marissa asintió de forma mecánica, casi indiferente, mientras que su
cabeza estaba en otra parte.
Igual que la segunda vez que la vi, cuando ella miraba al horizonte más allá
de su alcance.
Perdida una vez más.
Solitaria.
Y Padre, muy a mi pesar entendería el porqué de su razón de ser más
adelante.
Capítulo 26
Padre,
Marissa aún con la mirada perdida en otro luegar me preguntó si una no
creyente tenía el derecho a confesarse.
Y de repente, mi sermón dejó de ser una prioridad más que mirarla. Cerré la
libreta tan rápido que casi la tiré al suelo.
Marissa se sorprendió por mi falta de delicadeza.
Yo me sorprendí por su tan poca fe.
Nuestros ojos se encontraron.
Algo había cambiado.

Ya no había un abismo reflejado en aquellas iris tan negras. Quizá porque


ella se haya rendido a la oscuridad después de todo.
O peor Padre.
Haya hecho del inhóspito, horrendo y frío abismo un hogar.

—Hija mía.—Hablé sin vestigios de frialdad en mi voz esta vez.—


Escucharte es mi acometido y deber.—Alcé las manos con cuidado, pero no
la toqué.
No era correcto ni decoroso.
Volví a bajar las manos no mucho después. Mi mirada aún fija en ella.

—Perdóname Padre, porque he pecado.— Marissa empezó.


Capítulo 27
Padre,

Habría sido menos doloroso si ella hubiese llorado como todos los demás.
Pero no fue así. Con Marissa nada era fácil.
El confesionario nunca me pareció tan desolador como en aquel momento.
Un lugar arrebatado de su calidez habitual.

Claustrofóbico.

Y sin embargo lo más triste Padre, es que mucho me temía yo que ella se
desmoronaría en casa. Cuando estuviera sola.
Sin nadie que ampararla más que su propio abismo interior. El que ya no
habitaba en sus ojos, y que muy probablemente tomó por rehén su corazón.
Capítulo 28
Padre,

Mientras más compuesta y serena sonaba la voz de Marissa al confesar sus


pecados, más trágica resonaba en mi ser.

Había muchas formas de llorar, pero, era la primera vez que yo veía de
fuera hacía dentro.
Porque ella estaba sufriendo.

Lo sé por como toqueteaba el mostrador de madera de forma metódica. Una


distracción, el recordatorio de que ella no estaba en un lugar seguro y que
por ello debía contenerse.

La rejilla del confesionario nos separaba, y las lágrimas que ella se negaba
en derramar fueron desgarradoras para mí.
Entonces fue cuando comprendí.
¿Cómo pude haber sido tan ciego Padre?
Ella no confiaba en mí.
Y sin embargo, aunque bajo, la oí sollozar.
Sería un sacrilegio abrazarla, por eso me hundí más en mi sitio recostando
la cabeza en la pared.

Recé para que me dieses fuerza Padre.


Fuerza para mantenerme inmutable ante toda aquella situación.

Voluntad para quedarme allí y no levantarme, abrir la puerta, romper la


distancia que nos separaba, acariciar las dos mejillas de aquella bendita
mujer y acomodarla en mis brazos.
Porque incluso en aquel momento, yo, iluso, creía que lo que sentía por ella
era pena.
Pero la pena no hacía dolerme el cuerpo entero.
Ella sí.
Capítulo 29
Padre,

No hay forma tan cruda como explicar algo que te duele como si esto no
significara nada.
Y Marissa lo estaba haciendo.

Quitar importancia al dolor que sentía para que con suerte, doliera menos.
No funcionó.

—Padre, yo quiero a mi hermana.— Ella empezó con tranquilidad.—De


pequeña cuando me hacían bullying por ser distinta, ella siempre estuvo a
mi lado. Defendiéndome. Incluso en los momentos donde mi vida, para mí,
dejó de valer algo — sonrió débilmente toqueteando el mostrador de
madera. — Gracias a ella me he levantado cada día, aun cuando deseaba
estar metida bajo las sábanas y ahogarme en ellas. Dormir para nunca más
despertar — explicó — Y ahora que lo pienso, me hace gracia. Las niñas de
mi edad soñaban con príncipes azules. Y yo, con formas de morirme
indoloras.

Aplasté el rosario que llevaba en manos involuntariamente. Escucharla


hablar sobre temas tan delicados como es el suicidio con ironía me afectaba.
No solo como un sacerdote, sino también como persona.

Me costó seguir oyéndola.


Y sin embargo, no podía hacer más que esto: escuchar.

— Después de la secundaria el bullying acabó. Pero mis ganas de morir no.


— Ella siguió toqueteando el mostrador como antes. — Fue entonces
cuando le conocí a él. La primera persona que me hizo desear otra cosa más
que la muerte. Y me enamoré perdidamente. — Se oyó como se movía en el
asiento incómoda. Como si el confesionario fuese demasiado estrecho para
ella. — El problema Padre, es que mi hermana lo quiso también. Ella
siempre había sido la más bonita de las dos de todas formas. — Se escuchó
un débil sollozo. — Y yo me vi incapaz de decir nada. Solo la odié, odié y
odié. ¿Cómo pude ser tan egoísta Padre? Luego ella, que hizo tanto por mí.
¿Cómo pude haber sido una persona tan horrible?

En ese entonces yo no conocía la historia completa señor, por eso la


incentivé a que rezara tres aves marías, como también que se arrepintiera de
la injusticia que había cometido contra su pobre hermana en pensamiento.
Que el suicidio no tenía perdón de Dios.
Que necesitaba reflexionar sobre sus pecados

Y muchas más estupideces salieron de mi boca Padre.


Necedades que me harían arrepentirme amargamente el resto de mi vida.

Porque puede que mi voluntad te pertenezca entera a ti Padre, pero la de


Marissa no.
Debería haberme dado cuenta en ese entonces señor.

Que la prueba a la que me ponías era demasiado pesada para cumplirla yo


solo.
Debería haberme alejado en ese momento. En ese preciso momento...
Cuando la historia de Marissa todavía era difusa, y mis sentimientos aún se
encontraban inmersos en tus escritos.
Capítulo 30
Padre,

Ella dejó de aparecer entonces. Y yo, dejé de buscarla en la multitud


después de la tercera semana. Quizá el confesionario haya sido demasiado
para ella, fue lo pensé.

Y aunque me avergüence decirlo en voz alta, en un principio sentí alivio. Si


ella no estaba, no me alteraría.
Pero si ella no estaba, me dolería igual.

Los críos del orfanato me preguntaron si Marissa volvería el siguiente


miércoles.
Yo solo pude responderles con un frágil quizá.
Capítulo 31
Padre,
Fue casualidad verla sentada en el banco de madera de la plaza. Llevaba
los cascos puestos, vestía negro y tenía la mirada en los zapatos.
I wish I was special But I'm a creep...♫
Se oía de fondo.
Hacía años que yo no escuchaba RadioHead Padre, por eso aquello me sacó
una sonrisa.
Marissa entonces me miró. Yo ni siquiera me había dado cuenta de que la
estaba mirando abiertamente, quizá por eso ella me haya observado tan
sorprendida.
Yo aparté la mirada.
Lo hice sin querer. Pero ella se dio cuenta igual.

Yo di a entender algo erróneo Padre. Como por ejemplo, que su confesión


de alguna forma me había causado rechazado, cuando en verdad solo aparté
la vista avergonzado de haberla mirado por mucho rato.
Debería haberme explicado entonces.
Sin embargo, no dije palabra.
Capítulo 32
Padre,

Su voz sonó forzosa tras decirme un débil "Hola Padre John" mientras se
quitaba los cascos.
— Buenas tardes hija mía. — Fue mi respuesta. Después de tres semanas
sin oírla, ya casi me había olvidado el sonido de su voz. — Me alegra ver
que te encuentras bien.
— S-sí. Muy bien. — Asintió con la cabeza y la boca pequeña antes volver
a mirarme a los ojos.
Y cuando lo hizo, contrasté lo oscuro que eran reflejados al sol.
Ojos color medianoche. Tan negros como su propia piel.

— ¿Tu hermana dijo algo sobre las fechas para la boda?— Pregunté
entonces intentando mirar a otra parte más que aquellos ojos Padre. Pero
fue difícil.
Marissa no respondió. Solo me observó, como hipnotizada por algo que yo
no supe ver.

— Pecas. — Ella empezó apuntado a mi rostro.


— ¿Perdón?— Aquello me había desconcertado un poco.
— Tus pecas, se ven bonitas iluminadas por el sol. — Comentó sin malicia.
De forma inmediata acaricié mis propias mejillas, sin entender por qué ella
había dicho algo así tan de repente. — Oh, lo siento. No quería haberlo
dicho en voz alta.
— Pecas...Cierto. Tengo muchas en la cara. — Confirmé bajando las manos
y volví a mirarla. — Muchas las tengo de nacimiento. Otras fueron debido a
mis años mozos. Antes de conocer a Dios y hacer mis votos, siempre estaba
en la playa. Metido en las olas del mar. — Aclaré con franqueza. Aunque
Marissa no me hubiese preguntado lo expliqué, porque sabía que me lo
preguntaría en el futuro. Todos lo hacen.
Y yo siempre respondía de la misma forma.
Sin embargo, con Marissa fue diferente. No me sentí obligado en hacerlo.
Explicarme. Salió por puro instinto.
Por eso señor, te pido perdón.
Debería haber cortado este instinto antes que empezara a dominar mi
corazón.
Capítulo 33
Padre,
Hacía mucho que no me preocupaba de mirarme al espejo. Solo lo hacía
para afeitarme o cortarme el cabello.
Pero después de Marissa haber dicho lo de mis pecas, me pareció casi
imposible no hacerlo. Observar mi reflejo en los cristales, e intentar
descifrar lo que ella vio allí.
La soberbia buscando hueco en mi interior.
Y lo más triste Padre, es que iba ganando. Porque yo quería verme hermoso
para ella. Y que dijera en voz alta lo guapas que eran mis pecas otra vez.
Capítulo 34
Padre,

Marissa tuvo un despiste y se tropezó con la pata de uno de los bancos de


la plaza.
La Biblia se me resbaló de las manos cuando acudí en su auxilio.
Ella era más importante que cualquier libro, incluso el tuyo Padre.
Por eso me duele confesártelo de esta forma.
Porque es pecado.
Por qué la cogí del brazo para alzarla del suelo. La sostuve por los codos y
sentí su calidez.
Me arrepentí de haberlo hecho con la misma rapidez que la alcancé.
En un abrir y cerrar de ojos.
Ella me dio las "gracias" con la mirada todavía en el cielo azul, mientras
que la biblia seguía tirada en el suelo por alguna parte.
Capítulo 35
Padre,

Después de conocerte, aprendí que el único amor real es el que proviene de


tus manos.
Porque me amas, y me diste la responsabilidad más importante de todas:
Predicar tus enseñanzas.
Pero Señor, ¿Por qué a veces me siento tan hueco aun después de haberlas
leído?
Mis pensamientos se difuminan y vislumbro trenzas.
Pequeñas y largas.
Tan grandes como el pelo de Rapunzel.
¿A quién podría pertenecer más que a ella Padre?
No lo sé, pero las visiones cada vez me perturban más.
Capítulo 36
Padre,

Este miércoles ella apareció. De negro, como siempre, pero con flores
blancas en la manga de la blusa.
Me gustó el toque de color en aquella oscuridad.
Ella también me observó con el mismo escrutinio.
Y por un momento, me olvidé que necesitaba respirar.
Capítulo 37
Padre,

El sol no cedía bajo nuestras cabezas. Y los críos no tardaron en acercarse a


saludarnos con abrazos.

Marissa los aceptó sin ningún tipo rechazo.


Como una buena cristiana, y también como una buena mujer.

No mucho después los niños se fueron a tomar la merienda, y nosotros nos


quedamos allí, bajo el crudo sol ardiente de Agosto.

Las gotitas de sudor amenazando con empaparme el collarín y humedecer


mi mata de pelo dorada.

Sin embargo, Marissa seguía de la misma forma, como si el calor la sentara


bien, y el negro que vestía fuese su armadura plateada.

— Padre…— Ella empezó con la mirada en los críos todavía.

— ¿Sí, hija mía?

— ¿Alguna vez amaste a alguien más que a Dios?

Yo no supe responder a aquella pregunta tan repentina. Porque en parte


quizá, no tenía respuesta para ella aún.

Oh señor, ¿Por qué me habías impuesto una prueba tan difícil de realizar?
Capítulo 38
Padre,

Era una noche cálida. Las estrellas brillaban en el cielo cuando ella
apareció. Y tú casa señor, nunca estaba cerrada por muy tarde de la noche
que fuera.

Siempre ha sido así


Por eso la dejé entrar.

— Soy una persona horrible Padre.— Marissa se arrodilló delante de mí


apenas verme, con las manos temblorosas agarrando mi sotana.—
¡HORRIBLE!— Chilló inconsolable.

Mi mano entonces descansó en su cabeza para apaciguarla. Sus trenzas


haciendo cosquillas en la yema de mis dedos.

— ¿Qué te ocurre Marissa?— La llamé por su nombre, porque en mi


cabeza no me parecía correcto seguir llamándola "hija".

— L-le besé Padre. — Agarró más fuerte mi vestimenta apoyando la cabeza


en mis piernas.

Y señor, por primera vez desde que la conocí deseé no estar allí.
Por primera vez ansié con todas mis fuerzas ser otro.
Y sin embargo, seguía siendo yo.
Capítulo 39
Padre,

No quería hacer la pregunta que rondaba mi mente porque muy bien sabía
yo la respuesta.

Pero era inevitable.

— ¿A quién has besado Marissa?— Mi mano se mantuvo rígida sobre su


cabeza, el cosquilleo en la yema de mis dedos todavía allí.

Y sin embargo sabía lo que ella me diría.


De la misma forma que sabía lo que ella sentía en aquel momento.
Rechazo. Negación. Arrepentimiento.

Me costó seguir tocándola después de eso.

Porque ella no era capaz de contenerse de la misma forma que lo hacía yo


cada vez que la veía.

Que por mucha pena que Marissa me produjese, no traspasé jamás la


distancia que nos separaba para consolarla.

¿Por qué ella no podía hacer lo mismo con él?

Con el novio de su hermana. El hombre destinado a compartir su vida con


alguien más.
Alguien que no era Marissa.

Pero Padre, ojalá yo hubiera sabido entonces que ella en verdad... No había
hecho nada malo más que en su propia cabeza.

El peor enemigo de Marissa terminó por ser ella misma.


Dios...Si yo no hubiese dado todo por hecho... No me habría encariñado
tanto con ella.
Mi amor por esta pobre criatura no habría sido un sacrilegio entonces.
No.
Eso no es cierto.

Aunque que yo supiera todo de antemano la habría... Habría... Habría sido


todo igual.

Padre, el sacrilegio siempre fue algo inevitable ¿No?


Capítulo 40
Padre,

Después de las circunstancias, confesiones y lágrimas, Marissa aprendió a


confiar en mí.

Como si se hubiese dado cuenta de repente que yo no la delataría a nadie


más que a ti Padre.

Que sus más oscuros secretos estarían por siempre en el limbo de mi cabeza
y la de ella.
Como si el peso de su conciencia ya no la sobrecargara tanto de alguna
forma.

Sin querer, yo la di paz.

¿Así que puedo tomar el mérito de esto señor?

No.

Y sin embargo, mi parte más egoísta prefiere creer que sí. Que la serenidad
que hay en ella se debía enteramente a mí.

Lo sé Padre.

Tengo otro pecado más con el que cargar en mi conciencia ahora.


Capítulo 41
Padre,

Todo empezó a ser tan raro que me costó acostumbrarme en un principio.


Me estaba haciendo viejo de alguna forma.
Marissa empezó a seguirme a igual que los críos del orfanato, siempre en la
iglesia, a mi lado. El olor a lavanda impregnando mi olfato. Hasta los
feligreses se dieron cuenta de ello después de un tiempo.
Joanna, la señora que siempre iba a confesarse, me comentó un día que
quizá — Esta pobre criatura se está enamorando de ti Padre.
Pero no era cierto. Yo lo sabía, y eso era más que suficiente.
Supongo Padre, que antes de sentir lo que siento por ella ahora, lo primero
que salió de mi fue la amistad.
De una forma u otra, desde que la conocí, sentada en aquel banco de
madera y con la mirada fija en el suelo, eché de menos tener a alguien con
quien hablar de nimiedades.
Eché de menos a un amigo.
Y Padre, ella lo echó de menos también.
Capítulo 42
Padre,

Recién había encendido las velas de la capilla cuando noté a alguien


sentarse en uno de los bancos de la iglesia.
— Buenas noches Marissa. — Empecé. Me aprendí el sonido de sus pasos
después de un tiempo. — ¿Necesitas algo?
— ¿Cómo supiste que era yo?— Ella preguntó sorprendida antes de negar
con la cabeza y sonreír. — Espera un segundo. ¡No digas ni una palabra!
No serás el primero en llamarme King kong.
— Yo jamás diría algo así. — La garanticé con vehemencia, sacando así
una segunda sonrisa de Marissa.
Por supuesto, fue una broma de su parte. Ella sabía que de mis labios jamás
saldrían un insulto, mucho menos uno hacía ella.
Luego a ella Padre. La mujer que plagaba mis sueños, aunque yo lo llamase
pesadillas.
Capítulo 43
Padre,

Y volvió a preguntarme sobre mis viejos amoríos, si los tuve siquiera, antes
de ser el Sacerdote que soy ahora.

Para responderla me senté a su lado. La madera chirrió un poco antes de


acomodarme en el asiento, y una vez lo hice miré al frente.

La luz de las velas era lo único que nos alumbraba.

Pero no temas Padre, no estábamos solos. Mi Biblia nos hacía compañía en


mi regazo. Estando tus mandamientos tan presentes en mi cabeza como
corazón.

— ¿Y Por qué querrías saberlo?— Indagué sobre su atípica curiosidad en


mi vida personal.— ¿Qué provecho sacarías sobre las andanzas de un viejo
sacerdote?

— No eres viejo Padre John. ¿Qué edad tendrás? ¿25?

— Cumpliré 38 este año.

— ¿QUÉ? ¿Estás de coña?— Me miró boquiabierta antes de volver a


sonreír. — Ahora entiendo lo que dicen de las Iglesias — murmulló.—
Hacen milagros.

De esa vez me tocó reírme yo Padre.

¿Hacía cuanto qué no sonreía de aquella forma?

Años.
Capítulo 44
Padre,

Ella explicó entonces que me preguntaba todo aquello por curiosidad.


Saciar su morbo al descubrir, que un siervo de Dios después de todo tenía
las mismas apetencias que los demás seres mortales.
Que yo no era inmune al amor, como tampoco al pecado.

— Sí, amé a alguien antes. — Fue mi respuesta. — Hace mucho tiempo.

— ¿Y qué más?— Ella indagó centrada en mí. Olvidándose por completo


de la distancia, e impregnando su olor a lavanda en mi ropa.

— Ya he respondido a tu pregunta señorita. — Me levanté del banco con


aquel olor todavía en mi olfato. Y me di cuenta, aunque tarde, que una de
las velas se había apagado.

¿Cómo pude no haberlo notado?

Por ella, evidentemente.


Capítulo 45
Padre,

Noté una pizca de decepción en la mirada tan oscura de aquella mujer. Vi


ganas de saber más, como también la tristeza de no haberme podido sacar lo
que tanto deseaba.

Un nombre y una apariencia con la que fantasear y montarse películas en su


cabeza.

No la culpaba por ello, era razonable después de la confesión que acababa


de hacerla.

“Sí, amé a alguien antes.”

Marissa no fue la primera mujer que me hizo esta misma pregunta.

Incluso, hubo un tiempo en el que deseé fervientemente que mi cara fuese


desfigurada, para que los demás te viesen a ti en mis sermones Padre, y no
al rostro que dictaba tus enseñanzas.

Muchas mujeres dijeron ser una lástima que yo fuese un cura. Quizá,
porque ellas no viesen más allá de la apariencia. Solo piel y huesos.

Y yo Padre, era mucho más que eso.

Pero en aquel momento señor, en tu sagrado hogar, delante del altar lleno de
velas yo deseaba algo más.

Deseaba ser atractivo.

Deseaba que Marissa me mirase de la forma que hicieron tantas mujeres


anteriores a ella.
Mujeres que incluso a día de hoy siguen mirándome de la misma forma.

Pero Marissa no lo haría, en su cabeza todavía pesaba el beso del hombre


que jamás tendrá al lado.

El hombre que empezaba a atormentarme también.

Nunca en mi vida deseé tanto realizar una boda como en aquellos instantes.

Lo haría de inmediato para verlo lejos.

Y no entendía el por qué.


Capítulo 46
Padre,

He soñado otra vez con el pasado. Hacía años que no lo hacía. En él, mi
boca sabía a agua salada, y en mi piel reflejaban los rayos de Sol.
Las olas del mar eran monstruosas bajo mi plancha de surf, y el pelo se me
había convertido en un desastre de nudos.

Todo mi cuerpo tiritaba de emoción. Estaba a punto de tomar la mejor de


las olas y era lo que importaba.
Si alguna vez fui feliz, era ínfimo en comparación a aquel día.

Me sentía vivo.

La nostalgia me quitaría el aliento una vez despertase, pero allí, en mi


cabeza, donde la ilusión ganaba forma y se transformaba en realidad, allí
era mi hogar. Con el agua golpeándome la espalda, y la plancha bajo mis
pies donde siempre debió estar.

Padre, me declaro culpable si es pecado soñar.

Entonces, como melodía para mis oídos percibo a alguien llamarme a lo


lejos. Padre, yo reconocería aquella voz en cualquier parte. Me llamaba por
mi nombre. ¿Cómo no hacerla caso? Escucharla era mejor que cualquier ola
de todas formas.
Y sin embargo, todo se hizo difuso una vez llegué a la orilla.

Rostros borrosos y voz entrecortada.

"¿Cuándo me enseñaras a surfear?" Ella me decía con una voz azucarada y


yo la envolvía en un abrazo. Entre desperfectos y vista nublada ella
irradiaba sobre todo lo demás, aun cuando yo apenas podía ver mis propios
pasos.

Yo era más joven en este sueño.


Marissa seguía igual.

"Cuando quieras nena." Fue mi respuesta mientras la acariciaba el pelo.


Una de sus trenzas se había enroscado en la cremallera de mi neopreno.

Ella ni tan siquiera se quejó.

La Marissa de mis sueños nunca lo hacía. Porque la persona que tenía


delante era ella. Estaba seguro de ello.

Tan seguro como que aquél era mi pasado.

Y ella... Hacia parte de él Padre.

Porque mi pasado era el único lugar en el mundo entero donde Marissa y yo


llegaríamos a ser algo.

Ahí es cuando despierto.

Me cuesta levantarme de la cama y darme cuenta de que no tengo arena


bajo los pies. Mi vista se adapta a mi entorno con normalidad, y además de
la claridad mañanera, lo segundo que veo es tu altar señor.

Y una parte de mí se alegra de ello, pero la otra, se hunde desdichada en mí


ser.

Por eso te pido perdón Padre.

Exime a este pobre desgraciado que se extravió del camino correcto por un
momento para soñar.
Capítulo 47
Padre,

Ella llegó antes siquiera que el más fiel de tus seguidores el lunes por la
mañana en la iglesia.
No parecía haber dormido en absoluto.

— Buenos días Padre John. — Me saludó. Su voz era incluso más dulce
que la de mis sueños.

Menudo chiste.
La gracia residía en que Marissa se equivocaba al pensar que mi voz era
bonita. Siendo la de ella encantadora.
No puedo asegurar con seguridad cuál era el tono de mis mejillas en aquel
instante, pero supongo que el rojo habría estado allí.

¿Lo habrá notado ella?

No. Muy probablemente no.


Capítulo 48
Padre,

Marissa hizo acto de presencia como de costumbre, y sin embargo, parecía


mucho más seria de lo normal.

No tanto como la primera vez que la vi, aunque casi.

Iba acompañada de una mujer con facciones semblantes a la de ella. Una


mujer de piel más clara y rostro amigable.

La mujer también vestía negro.

Descubrí no mucho después que se llamaba Janice. Era la madre de


Marissa.

Algo no iba bien, pero yo no supe verlo en aquel entonces señor.

Como por ejemplo:

¿Por qué la hermana de Marissa no vino también?


¿Por qué Marissa no intentó hablarme ni una sola vez mientras su madre
estaba allí?

Las dudas inundaban mi mente, y las respuestas se encontraban en un lugar


inalcanzable a mis manos.

Y Marissa…no me las daría tan fácil así.


Capítulo 49
Padre,

El día siguiente después de lo ocurrido y los demás que habrían de seguir,


han ocurrido de forma inalterable. Mis sermones aún aburrían a Marissa
como la primera vez, y sin embargo ahora, ella hacía el esfuerzo de
prestarme la atención antes de su vista vagar por las estatuillas de la iglesia.
Más interesada por ellas que no por las palabras que salían de mi boca.

Me alegraba ver que al menos intentaba escucharme al principio.

El sacerdote que había en mí se regocijaba de ello. Que de alguna forma, yo


la estaba convirtiendo, aunque a pasos muy pequeños.

Incluso, Marissa charlaba con alguno de los feligreses en contadas


ocasiones. Lo hacía cuando yo me distraía con los demás y no podía estar
por ella, o ella acercarse a mí de alguna forma.

Momentos poéticos aquellos, cuando nuestras miradas se encontraban de


casualidad mientras hablábamos con otras personas.

¿Era así cómo se sentía tener un amigo?

Había pasado años desde que yo dejé de tener a uno a mí lado señor .
Como también olvidé lo que era el coqueteo.
Cosa que yo también estaba haciendo, mismo sin querer.
Capítulo 50
Padre,

Ella se acercó a mí una tarde. Yo estaba de espaldas a la entrada de la


Iglesia, pero sabía perfectamente quien entraba.

Después de un tiempo me acostumbré a sus silencios. Y ella a mi forma de


adivinar quién era todas las veces.

Nunca la dije que su olor a lavanda la delataba. Con miedo quizá que ella lo
cambiase adrede.

— Buenas tardes Marissa.— La saludé mientras cerraba mi libreta y


volcaba mi atención a ella.

— Buenas tardes Padre.— Ella me sonrió con modestia.— ¿Escribiendo un


nuevo sermón?— Indagó.— Por favor, que este sea bueno.— Bromeó
sentándose en el banco de madera delante del altar.

— Ingeniosa como siempre señorita. — Ladeé la cabeza a un lado con la


mirada reprochadora. — He visto la señora Janice el otro día con usted. —
Empecé todavía de pie, hoy no tenía tiempo de sentarme a su lado y charlar.

— Mi madre, sí. — Marissa dejó de sonreír entonces. Y por un momento,


vislumbré el abismo que había pensado haber desaparecido de aquellos ojos
negros. Vestigios de él seguían allí aún. — No te hagas ilusiones Padre, ella
no vendrá más. — Cruzó los brazos mirando al suelo de piedra. — Solo
vino a ver si yo sigo respirando todavía. Cuando la comenté que estaba
yendo a la iglesia no se lo creyó. — Dio de hombros. — Jolín, si ni yo me
lo creo a veces. Pero bueno, la traje y punto. Ahora me dejará en paz por
una temporada. — finalizó con amargura antes de volver a sonreírme. —
Mejor te dejo con tus sermones Padre. Veo que te estoy importunando. —
Intentó levantarse del banco, dándose cuenta con incomodidad que la
costaba hacerlo sola. — ¡Mierda!
— Cuidado con esa boca señorita. — La reprehendí, pero no sin antes
ofrecer mi mano como apoyo. Ella me miró entonces, observó mis manos,
sonrió y las aceptó agradecida.
Perdón Padre. — Asintió con la cabeza al levantarse con mi mano derecha
en su codo. — Y gracias Padre.

— No hay nada que agradecer hija mía. — Dije lo último por costumbre,
aunque no me pareciera bien llamarla hija.

— Eres muy amable Padre John. ¿Lo sabías?— Comentó cuando


finalmente estuvo de pie a una distancia considerable de mí.

— Ni mucho menos joven. Dios es infinitamente más amable que yo.

— Dios no me ofreció una mano que alzarme. Tu sí Padre. — Replicó con


honestidad. — Eres una buena persona. Y me habría gustado haberte
conocido cuando era más joven — habló — Habrías sido mi primer amor,
de eso no cabe duda. — Se despidió con un débil saludo antes de dirigirse a
la salida.

— Que tengas un buen día.— Repliqué sin poder acrecentar mucho más.
Marissa no me permitió hacerlo.

Parecía como si ella supiera lo que yo diría a continuación.

“Siempre estaré aquí para escuchar tus desdichas Hija mía…Y tu alimentar
las mías.”
Capítulo 51
Padre,
La oí tararear una canción cuando tenía los cascos puestos y pensaba que
nadie la veía. Por desgracia, Marissa no había sido bendecida con el don del
canto.
Incluso, se me escapó una risa traicionera mientras me apoyaba en la
esquina de la plaza en uno de mis paseos matutinos.
La casualidad me hizo encontrarla. O fue eso lo que me obligué a creer.
Porque en mi interior lo sabía Padre...Que aquello solo fue una excusa.
Yo sabía que ella estaría allí.
No había sido la primera vez que la encontraba en aquel mismo sitio.
El mismo banco de madera.
Sola.
Distraída.
Por eso me detuve en seco y esperé hasta que ella terminase de cantar la
canción.
No quería romper la magia de aquella escena.
Padre, ¿Cómo pude haber sido tan ciego?
No era apropiado mirarla.
No de aquella forma.
No de lejos.
Aún más cuando me entraron ganas de sentarme a su lado y escucharla
cantar más de cerca, y que su brazo derecho rozara en el mío sin querer.
Padre, no me importaría ayudarla a levantarse ciento de veces con tal de
tocarla otra vez.
Y eso no estaba bien.
Algo malo me estaba ocurriendo, y empezaba a darme cuenta de ello.
Por eso di media vuelta sin mirar atrás.
Capítulo 52
Padre,
Ella llegó un cuarto de hora antes de yo empezar el sermón.
Escogió el lugar más lejano donde sentarse, y aun así, yo la vi igual.
¿Qué sentido tenía ella de esconderse ahora? Marissa hacía parte de todos
los rincones de aquella iglesia.
Grabados en mi cabeza.
Sus pasos, olor y esencia. Toda ella daba vida a aquel recinto, y me distraía.
Señor, ¿Cuándo fue que empecé a verla como algo celestial?
Capítulo 53
Padre,
Me senté a su lado una vez la multitud se dispersó luego de la lectura.
Siempre terminaba de la misma forma. Conmigo sentado a su lado.
¿Cuándo se convirtió esto en costumbre?
No alcanzo a entenderlo Padre.
Es todo tan confuso.
— Me gustó el sermón de hoy. — Marissa empezó. Era la primera vez que
me lo decía.
— Así que has prestado atención. Ya veo. — Comenté con falsa seriedad.
— ¡No seas así! Si yo siempre te escucho Padre John. — Se enfurruñó
cruzando los brazos.
— Oh, perdóname entonces.— Dije.— Es solo que todas las veces que mi
vista recaía en tu dirección te encontraba muy atareada observando a todo
lo demás antes que la biblia.— Puntué.— Y por cierto, todavía no tuve la
casualidad de verte con una. Qué raro ¿Verdad que sí joven?
Y eso fue suficiente para avergonzarla.
No había sido mi intención reprenderla Padre, pero me gustó demasiado la
expresión de su cara.
Parecía frágil.
Pero no la fragilidad trágica que reflejaban sus ojos a menudo.
Era algo delicado y femenino.
El tipo de fragilidad que sacaría el lado más protector de un hombre.
Por eso Padre, de forma inconsciente alcé la mano izquierda y la apoyé
sobre la cabeza de Marissa. Sentí las trencitas de su pelo hacer cosquillas en
la palma de mi mano.
— No es una bronca. — La animé acariciándola la frente como haría a los
niños del orfanato. — Es una broma. — Sonreí conciliador.
— M-me esta acariciado e-el pelo. — Ella balbuceó sorprendida.
Yo también me sorprendí de mis propios actos indecorosos. Pero apartar la
mano de golpe solo traería más incomodidad. Por eso no lo hice Padre.
— Eres una buena persona también Marissa. Yo solo quise recordártelo. —
Me excusé mientras alejaba la mano de ella.
Y Padre, casi podía jurar haberla visto sonrojarse. Aunque no estaba del
todo seguro de ello.
Perdóname una vez más por mi impertinencia.
No debería haberla tocado jamás.
Capítulo 54
Padre,
Un joven de tez morena y cabeza afeitada vino a verme un día. No, no a
verme. Sino a buscarla. Le reconocí de inmediato. Marissa me había
enseñado una foto suya hace algún tiempo.
Era el novio de su hermana.
Él hombre que ella besó, y luego vino a mis pies pidiendo perdón de
haberlo hecho.
De forma inevitable sentí un amargo sabor en la boca tras recordarlo. Con
solo mirarlo yo...Padre...No puedo decirlo sin castigarme por ello.
Porque es pecado.
Odiar al prójimo sin apenas conocerlo es abominable. Y alguien
abominable no tiene hogar en tu santa casa Padre.
Perdóname.
Además, yo tampoco entendí el porqué de él llevar la cabeza afeitada, ya
que en las fotos que me enseñó Marissa él tenía el pelo largo.
Tan largo como el mío padre. Y Rizado, muy rizado.
— Buenas tardes Padre. Perdona molestar. — Fue su forma de presentarse
ante mí. El tono de su voz me pareció malsonante y soporífera. —
¿Conoces a una mujer llamada Marissa? Su madre me comentó que suele
venir a menudo en esta iglesia y...
— Buenas tardes a ti también hijo mío.— Lo interrumpí sin poder evitarlo.
— Antes que nada, me gustaría felicitarte.— Ubiqué la biblia sobre el
banco de madera antes de acercarme al individuo.
— ¿Felicitarme? No sé lo que me quieres decir, pero gracias creo.
— Marissa me comentó sobre la boda. Estuvimos hablando sobre las
posibles fechas. — Ladeé la cabeza a un lado intentando ser todo lo cortés
que pude.
Intentando no hablar demasiado sobre Marissa con él. Como si con apenas
mencionarla fuese una forma de perderla. Regalarla con mi voz de la misma
forma que regalo tus palabras en mis sermones padre. Y por una vez, yo no
estaba dispuesto a compartir.
Pero más confuso me quedé yo tras oírle decir con la voz embargada por la
tristeza que:
"No puede haber una boda estando la novia muerta Padre."
Capítulo 55
Padre,
No tengo nada que confesar sobre lo ocurrido después.
Solo vacío.
Confusión.
Desdicha.
En mi cabeza rondaban dudas existenciales y dolor, mucho dolor.
Al comienzo yo no creí las palabras de aquél hombre. ¿Pero qué sentido
tenía él de mentirme a mí?
¿Qué sentido tenía Marissa de mentirme también sobre el bienestar de su
hermana más querida?
No lo sé señor.
Y ansiaba como un tonto saberlo todo.
¿Recuerdas antes, cuando dije en alguna ocasión que lo mejor sería
alejarme sin saber la historia completa de Marissa?
Entonces. Aquél debería haber sido el momento clave para dejarla ir.
Y sin embargo, solo la agarré más fuerte dentro de mí Padre.
Capítulo 56
Padre,

Entonces ella vino por la noche. Vestida de negro, y demasiado


avergonzada como para mirarme a los ojos.

Yo estaba tan perdido en mí mismo que ni siquiera lo noté.

Olvidándome por completo que la había tocado el pelo, y ella reaccionó a


mí afecto aquella vez.

— Buenas noches padre John. — Empezó como de costumbre. Pero yo no


sonreí como de costumbre.

— Buenas noches hija mía. — Me vi incapaz de decir su nombre y Marissa


se dio cuenta de ello al instante.

Alguien como ella era sensible a los tonos. Y él mío fue crudo. Las víctimas
de bullying notaban los matices mejor que nadie.

Yo debería de saberlo Padre.

— ¿Hice….algo mal?— Me preguntó con la voz fina y la mirada puesta en


el suelo.

— Yo solo soy el mensajero de Dios, hija mía — comenté sin acercarme.—


Mi propósito no es juzgar si hiciste algo malo o no.— Y sin embargo el
tono de mi voz no cambió.

— P-perdona. Seguro que no es un buen momento. Mejor me voy.— Estaba


a punto de darse la vuelta, pero si yo la dejara ir, me temía que no la
volvería a ver. Y de esa vez de verdad.
Mi mano derecha alcanzó el pulso izquierdo de Marissa y la jalé para que
no siguiera.

— ¿No tienes nada que confesarme…Hija?— No quería sonar autoritario


Padre, pero me salió así.

— ¿Por qué me estás tratando de esta forma Padre?— Ella preguntó a


cambio, pareciendo débil y quebradiza. Como si su único amigo en el
mundo entero la estuviese traicionando de la peor forma posible.

Mas el problema Padre…era que yo no era su amigo. Y todo en mí


rechazaba serlo.
Marissa seguía sin entenderlo todavía.

Yo la ahorraría la molestia de juntar las piezas ella sola.

— Tu querida hermana, ¿Dónde está? ¿Por qué nunca vino a realizar los
preparativos de su propia boda?— La acerqué más a mí de forma
involuntaria. Marissa tembló tras la inesperada cercanía. Y Padre
perdóname, yo temblé también.

Ella me miró entonces, con los ojos bien abiertos y la boca en forma de O.
Finalmente dándose cuenta de algo que yo no.

— ¿L-lo sabes no?¿Quién te lo ha dicho?!¿QUIÉN?!— Formó las manos en


puños y me agarró del collarín, pero no para lastimarme, sino para seguir
manteniéndose de pie, como si estuviese a punto de desmoronarse.

— No importa quién me lo ha dicho — dejé que siguiera apoyada en mí,


mis manos sueltas. Yo no la tocaría como tampoco preguntaría el porqué.
Yo no era nadie para obligarla Padre. Aunque desease con todas mis fuerzas
hacerlo, no era de mi incumbencia. Simplemente no. — Hija mía…—
Encontré fuerza para volver a hablar aun cuando sus manos estaban sobre
mi pecho. Aquello me afectó más de lo que jamás pensé que lo haría.—
Siempre estaré aquí para oír tus pecados.— Marissa agarró más fuerte mi
traje mirando al suelo. Ella estaba temblando.
— P-p-adre perdóname…porque he pecado. — Su agarre aflojó
completamente y casi estuvo a punto de desplomarse en el suelo de Piedra.
Sin embargo, yo no se lo permití.

Ni una herida caería sobre ella en mi presencia. Sin importar lo mucho que
deseara no haberla conocido en aquel momento.

Muy pocas cosas me dolían tanto como la mentira Padre. Y aun así, con
ella….No me dolió tanto.
Capítulo 57
Padre,

Después de todo no me equivocaba. Marissa siempre ha sido, desde el


principio, un alma que pedía a gritos ser consolada.

Lo que yo no sabía entonces es que lo sería por mí.

Mis manos la harían encontrar la paz dentro de su infierno personal, con


ella tomando de paso mi luz espiritual como recompensa.

Todo tenía un precio a final del día.


Mi luz por su abismo.
Yo la quería cerca, y ella lo estaría a cambio de mi fe.

No me pareció un cambio injusto, y sin embargo, mi transgresión empezó


aquél día.

Nunca me dolió tan poco corromperme.


Parecía casi correcto Padre. Aunque no lo fuera realmente.
Lo siento tanto…
Tantísimo Padre.
Capítulo 58
Padre,

El confesionario no se sintió claustrofóbico como la vez pasada. Como si


Marissa se hubiera acostumbrado al entorno de alguna forma.
Estábamos cómodos los dos.
— Fue hace dos años y medio Padre. Casi tres.— Comenzó ella con la voz
baja, toqueteando la madera como hizo antes, en su primera confesión.— El
día ideal para dar la noticia ideal.— Oí como se movía en el asiento al otro
lado de la rejilla que nos separaba.— Mi hermana comentó con mi madre
que se iba a casar, pero no a mí, su hermana mayor.— El toqueteo de sus
dedos se detuvo por un momento.— Ella sabía que eso me afectaría, pero
no esperaba que yo estuviese en casa y la escuchase.— dio un profundo
suspiro.— Así que salí de la habitación y la felicité. Pero padre, me vi
incapaz de contener las lágrimas mientras lo hacía. Ella lo notó, y me miró
con desagrado. ¿Qué culpa tenía yo de estar triste? Entonces ella me echó
en cara tantas cosas que ahora no recuerdo. ¡Todo fue tan difuso entonces!
— No pudo evitar sollozar antes de seguir. — Me llamó estorbo, y que se
había contenido tantas veces por mi culpa. Yo la grité también. Mi madre
intentó tranquilizarnos pero fue en vano.— Sollozó una segunda vez.— La
culpé de habérmelo robado. Ella replicó que era imposible haberme robado
algo si él nunca fue mío para empezar. Me llamó dramática, gorda
envidiosa, fea. Y, y-yo la llamé muchas cosas también. N-n-no me acuerdo
en que momento terminamos tirándonos cosas, echándonos en cara nuestros
peores fallos. — Se calló un segundo, tomando aire. — Lo que si me
acuerdo es que tenía una revista sobre la mesa y la lancé contra ella. La
punta de la revista dio en su ojo izquierdo, y la cegué por unos momentos.
— aclaró.— Esta fue la gota que colmó el vaso. Ella ni siquiera se molestó
en tirarme nada a cambio, solo se fue.— Volvió a toquetear la madera del
mostrador con nerviosismo.— Al día siguiente, supe que tuvo un accidente
mientras iba de camino a casa. Un despiste en la autopista que la costó la
vida.— Marissa dejó de sollozar, pero yo sabía que estaba llorando. Podía
sentirlo. — ¿Y sabe lo que es peor Padre?
— ¿Si?— La incentivé a que siguiera de la misma forma que haría con los
demás en un confesionario.
— Que sentí rabia. Tanta rabia que me ahogaba — explicó con la voz más
firme que antes. — Ella no solo me había quitado el amor de mi vida Padre.
Me quitó también la muerte que yo tanto deseaba. Incluso muerta ella
seguía ganando. Todo lo que yo una vez deseé...ya no estaba. — Se calló un
largo rato.— Así que dime Padre. ¿Qué me queda ahora? No tengo el amor
de mi vida, n-no la tengo a ella tampoco. La odio tanto por haberse ido
antes que yo. ¡Era yo la que debería haber dejado de existir primero!
— No la odias hija mía. — La interrumpí.— La quieres demasiado. Por eso
te duele.— Acerqué mi rostro a la rejilla, Marissa se mantuvo en silencio.—
Han pasado casi tres años enteros y aún sigues de luto ¿Verdad?— Pensé
entonces en la ropa negra que ella vestía cada día aun estando bajo el sol.
— Incluso, te has empecinado en buscar la fecha para una boda que nunca
se realizará. A espera quizá, que tú hermana vuelva de repente, y todo
vuelva a ser como antes.
— ¿C-cómo...? Yo...Padre...
— La quieres tanto que sería pecado besar el hombre que ella una vez amó.
Aunque no lo sea realmente.— Intenté a mi manera hacerla entender.—
Hija mía...tienes que dejarla ir. — intenté consolarla lo mejor que pude.
— ¿Cómo Padre?
— Viviendo la vida que ella ya no podrá vivir. — finalicé.— No ha sido tu
culpa. No eres una mala persona Marissa. Ha sido un accidente.

Entonces nos callamos los dos Padre.

Y algo me decía, que la estaba perdiendo de alguna forma. Librarla de aquel


peso no me quitaría el mío.

El miedo se apoderó de mi corazón.


Como si la paz en ella la acercara más a él y la alejara de mí.
Capítulo 59
Padre,

Esperé pacientemente a que ella saliera del confesionario por su propia


cuenta.

Lo hizo después de un tiempo. Con los ojos hinchados y los labios más
oscuros de lo normal. Como si lo hubiese mordido incontables veces.

Caminó hasta mí. Ya no había un abismo en aquellos ojos tan negros.

Tampoco vacío. Aquellas iris brillaban tanto como las estrellas que habían
en el santo firmamento.

Por primera vez la vi hermosa no solo por fuera.

Por eso contuve el aliento mientras Marissa se acercaba a mí.

Su mano se detuvo sobre mi cabeza. Sonreía como una niña pequeña


cuando acarició uno de los mechones de mi pelo.

Mi cuerpo estremeció de forma involuntaria.

— Gracias Padre John.— La mirada de aquella mujer parecía tragarme


entero. Y ella, tan inocente, no se daba cuenta de su hechizo. Me acerqué un
poco más y ella ni siquiera notó.

— M-Marissa, me alegro que estés bien.— Indagué.

— Has dicho mi nombre. Creí por un momento que lo habías olvidado ya.
— Comentó con una sonrisa genuina antes de abrazarme fuerte. Fue
repentino, extraño, y cálido. Sentí sus brazos rodearme la cintura, el olor a
lavanda impregnarse en mi ropa, y sus trenzas chocar en mi hombro.
Como una niña pequeña en busca de cariño y afecto.
Una niña incomprendida que finalmente había encontrado lo que tanto
buscaba.

Yo la acaricié el pelo con la misma delicadeza que la otra vez. En un


principio lo hice dudoso, asustado de que al tocarla la magia se rompería,
pero no.

Por un momento incluso pensé que aquello era un sueño. Sin embargo, ni
en mis sueños más salvajes se sentía tan real como en aquél instante.

— Padre John…— Ella empezó con la cabeza enterrada en mi pecho, de la


misma forma que hacían los críos del orfanato cuando yo los alzaba en
brazos.

— ¿Sí?— Indagué distraído, dándome cuenta con incomodidad que yo tenía


los ojos cerrados y mi mano libre dibujaba círculos en la espalda de
Marissa.

Aparté la mano de golpe, como si me quemara. Y por suerte, Marissa no lo


notó.

— Hueles…a hogar.— Ella soltó una débil risita contra mi pecho, su nariz
haciéndome cosquillas.— Gracias por escucharme. Has sido…el mejor
amigo que tuve alguna vez.— Tomó distancia para mirarme a los ojos,
esperando verme sonreír a igual ella, y sin embargo señor, lo que ella vio
allí no pareció gustarle demasiado.— ¿Padre John? ¿Hice algo malo?—
preguntó confusa antes de verse a sí misma y alejarse de golpe.— ¡P-
Perdona! Y-yo no pensé en mis actos. ¡Dios! Ni siquiera pedí permiso antes
de acercarme.— Se excusó profusamente y yo no la detuve.

Me vi incapaz de decir nada Padre.

Ella acababa de lastimarme, y ni siquiera entendí por qué.

El peso de su abismo empezaba a residir en mí.


Capítulo 60
Padre,

La noche fue tormentosa y lenta.


Mi cabeza repetía la misma escena una y otra vez. Caricias, un abrazo
cálido, la yema de mis dedos dibujando círculos en el hombro de Marissa.
La cercanía tan inmoral.
El incómodo hormigueo en todo mi cuerpo. Las ganas de acercarme solo
unos centímetros más.
No pude dormir.
Por eso recé.
Con la cabeza apoyada en el frío suelo de piedra pero la mente en lugares
distintos.
Recé más fuerte entonces.
Sin embargo las imágenes en mi cabeza eran más vividas que mis
oraciones.
Imploré auxilio Padre. Me arrastré a tu altar con la cabeza en el suelo.
Hiriéndome, pero no había dolor peor que mi desdicha.
Prefería la herida ante aquellos sentimientos.
— ¿Por qué me haces esto señor? ¿Por qué me torturas así?— Besé el altar
inconsolable. Saboreé algo metálico. Era sangre. Brotaba de mi frente de
haber arrastrado la cabeza hasta allí. No me importó lo más mínimo.— ¿No
he sido tu siervo más fiel? ¿No cumplí tus designios de la forma que toca?
— Susurré.— Por favor Padre...Nunca antes te pedí algo así. Te imploro,
líbrame de estos sentimientos. Haz que mis ojos no la vean y mis manos no
la alcancen Padre. — Recé.— Porque yo, ahora me doy cuenta, no puedo
hacerlo solo. — Besé otra vez el altar.— No puedo, y me duele.
Habré dormido en aquella posición luego de eso Padre, porque lo último
que recuerdo es oscuridad.
Y que benevolente has sido de no permitirme soñar aquella noche.
Porque si lo hubiese hecho de seguro Marissa estaría allí.
Para atormentarme.
Capítulo 61
Padre,
De desencuentros también está hecha la vida. Cinco minutos ha sido
suficiente. Recogí la biblia y me adelanté hacía el orfanato.
No miré a los alrededores. Ella tampoco lo hizo.
Me encaminé a una calle, y Marissa salió por otra.
El paisaje me hizo no pensar demasiado en su ausencia.
El aire de la calle enmascaró el olor a lavanda que siempre provenía de ella,
y con el ruido de todo los demás me vi incapaz de reconocer sus pasos entre
la multitud.
Fue el miércoles más solitario que presencie desde que la conocí. Me hizo
recordar por momentos la época que yo era, lo que ya no soy.
Me habría gustado contar esta parte de mi vida a Marissa. Ver su reacción.

¿La sorprendería saber el niñito de papá que he sido antes?


¿Qué tenía el mundo a mis pies y me aburrí de ello?
¿Qué perdí la fe en mí mismo?
¿Qué el dinero podía comprar absolutamente todo, y que yo podía tenerlo
todo también?
¿Y aun así, lo abandoné?

Me habría gustado contarla mis más extrañas anécdotas y de lo mucho que


amé surfear. También del vacío que me produjo después de un tiempo.
Además, me habría encantado terminar la charla con una confusa moraleja.
Que de todo lo vivido hasta ahora, de las personas que conocí y amé….Ella
era mi favorita.
Entonces, dejo de pensar conmigo mismo y miro al frente. El orfanato está
cerca, y no tengo a nadie con quien hablar más que contigo Padre.
Debería estar agradecido de no haberla visto.
Y sin embargo, sentía que un día sin verla era un día perdido.
Perdóname Padre, pero empezaba a fallarte.
Capítulo 62
Padre,
Había sido un largo día. Los críos habían saltado en mis brazos quitando lo
que me quedaba del aliento.
Me hicieron olvidarme de Marissa por el resto de la tarde.
Lo triste fue cuando me tocó volver y recordar.
Y Marissa estaba allí.
Esperándome en la puerta.
El desencuentro de antes no pareció haber sido suficiente para ella. Como si
verme fuese tan necesario como respirar.
Pero Padre, ¿Por qué tenía que encontrarme ahora?
— Me compré una biblia.— Fue lo primero que Marissa dijo mientras
alzaba en alto el objeto.— Pero no te emociones demasiado Padre. Apenas
lo hice para que sepas, que por mucho que yo no entienda tu religión, esto
no significa que menosprecie lo que tengas que decir.— Se rascó la parte de
atrás del cuello antes de volver a mirarme.— Tú me escuchaste. Y yo, como
mucho, haré el esfuerzo de escuchar lo que tengas que decirme también. Y...
— Se me acercó de inmediato al ver algo que no la gustó.— Por
Dios...Tienes una herida en la frente Padre John ¿Pero qué...— Antes que
ella pudiese tocarme di dos pasos hacia atrás con la misma rapidez que ella
se acercó.
— Estoy bien. Solo es un rasguño. — Me excusé con una sonrisa antes de
encaminarme dentro de la Iglesia. Por suerte, ella no me siguió. — Gracias
por intentar entenderme.— Indagué de espaldas a ella. No vi la necesidad
de girarme, ni ella de seguirme.— Pero no tienes por qué hacerlo. No por
mí al menos, hazlo por Dios. — Sentencié.
— Dios no ha escuchado mis penas sino...
— No sigas por ahí Marissa. Por favor.— Ladeé la cabeza a un lado.— No
bajo suelo sagrado. No cuando él puede oírnos.— Miré hacia adelante otra
vez.— Dios hizo que nuestros caminos se cruzaran, ¿No es esto de por sí un
milagro?
— Por supuesto Padre John. P-perdóname.— La voz la salió diminuta,
como si no estuviese del todo de acuerdo con lo que acababa de decirme.
— No es a mí a quien debes pedir perdón Hija mía. Yo no soy nadie.
— Eres mí amig...
— No termines esta frase joven.— Me giré tan bruscamente que la asusté.
Pero mi voz sonó casi cantarina.— No soy tu amigo, Marissa. Solo soy el
hombre que te hace compañía e intenta hacer que tu alma encuentre la luz
mediante los viejos testamentos que repito en mis sermones. — Aclaré lo
más cortés que he sido capaz, y aun así, vi en aquellos ojos tan negros el
dolor del rechazo. Finalmente nos sentíamos de la misma forma. Fue
hermoso ver en ella lo que yo veía en mí mismo. — Si de verdad quieres un
amigo señorita, debes mirar en otra parte. Yo solo...

— ¿Yo solo qué? ¿Y por qué no? ¿Es que acaso los curas no pueden tener
amigos? Yo nunca tuve a uno, y es la primera vez en toda mi vida que me
siento...A gusto. Así que dime Padre John. ¿Por qué no puedes ser mi
amigo?
Porque yo no sería uno bueno.
Porque estar cerca de ti hacía sentirme extraño.
Porque la palabra "amiga" me dolía por dentro.
Porque...Porque...
— Porque tener a un amigo me distraería de las cosas que verdaderamente
importan.
— Y yo te prometo que no sería una molestia Padre. Si hasta podré
ayudarte, como en un servicio comunitario. Yo..
— No sigas Marissa. Yo ya ni siquiera me acuerdo de cómo es tener un
amigo...
— Y yo nunca tuve a uno. ¡Podríamos aprender los dos!— Caminó hasta
pararse delante de mí, un deje de esperanza en sus ojos tan negros.— Por
favor. Y además, sé que lo pasas bien conmigo.— Alzó la mano, y de esa
vez yo no di dos pasos hacia atrás. Sus dedos acariciaron mi frente con
delicadeza al tocar la herida que tenía en la frente. Por un momento sentí el
escozor y apreté los dientes, Marissa lo notó.— Podré incluso curarte las
heridas que tengas. Los amigos hacen esto.
No las que yo llevo dentro del pecho. Esas heridas no las podrás curar.
Quise decirla, pero las palabras siguieron en mi interior.
A cambio, dije las que no quería hablar.
— No Marissa, no es tan fácil así.— Alejé su mano de mi frente con
delicadeza.— No puedo darte la atención de un amigo. Porque si lo
hago...Sí realmente lo hago, no podré ayudar a los demás de la forma
correcta.— Apunté al confesionario de ejemplo.— A igual que usted, existe
mucha más gente que necesita un hombro donde llorar y alguien con quien
desahogarse.— La miré profundamente a los ojos.— Mi deber como
sacerdote es escuchar y amar a todos por igual. Y si soy tu amigo
Marissa...aunque solo a ratos...estaré dejando de lado a todos los demás. A
los críos del orfanato...a todos los feligreses que vienen a esta Iglesia. Y
también a ti, por no darte lo que esperabas.— Di un largo suspiro antes de
seguir. También noté como los ojos de Marissa empezaban a brillar. Como
si estuviese conteniendo las lágrimas. Lágrimas que me negué fieramente a
limpiar con mis dedos. No podía hacerlo. Y no lo haría. — En mi corazón
solo hay espacio para Dios, y todo lo demás.
Fue mi respuesta final.
Y me pareció que el mundo acababa delante de mis ojos.
Padre...aunque me duela confesártelo, deseé locamente abrazarla en aquél
momento y permitir que llorara en mis brazos.
Capítulo 63
Padre,

Entonces ella me miró con ímpetu. Conteniendo las lágrimas que se negaba
en derramar delante de mí. Así de obstinada la vi.

Toda ella brillaba. O solo...me había quedado yo impresionado de la


inocencia que profesaban aquellos ojos tan únicos.

Como si finalmente viera algo que yo no.


Como si me comprendiera por primera vez.
Aunque no de la forma que ella pensaba.

— Tienes razón Padre.— Estuvo de acuerdo.— Los amigos no se piden


después de todo. Debería haberte convencido con actos y no palabras. ¿Para
qué etiquetarnos? No hay necesidad...

— Marissa...— Intenté corregirla, pero ella ya estaba más que convencida.


Su mirada lo decía todo.— No lo has entendido...Yo...

— Entendí perfectamente cada palabra Padre.— Ella me sonrió entonces.—


Pero no quiero tener más resentimientos en mi corazón. No quiero
imaginarme que mañana te pasara algo a ti o a mí, y lo único que yo
recuerde sea un rechazo y rencor. No quiero escuchar la molesta vocecilla
en mi cabeza diciéndome una y otra vez que "debería haber actuado
distinto". No otra vez.— Por un momento tembló sin querer antes de apoyar
la biblia sobre uno de los bancos de madera de la Iglesia.— Guárdala por
mí ¿Quieres? No me emociona que mi madre piense de repente que se me
ha ido las castañas. Además, sé que la cuidarás mejor que nadie.

—Marissa...

— La dejo en buenas manos. Que por cierto, las tuyas son preciosas.
Deberías trabajar en anuncios de cremas para manos Padre John.— Me
guiñó el ojo derecho. — Hasta luego...

— Que tengas una buena tarde, hija mía...— No pude decir nada más.
Y lo más extraño Padre, fue que independiente de todo, verla alzarse por sí
misma de aquella forma trajo una sonrisa a mis labios.

Sus ideales seguían siendo los mismos.


Marissa aún no creía en lo que yo predicaba.
Y aun así era suficiente para mí.
Ahí estaba el problema Padre.
Que no debería serlo.
No cuando tus enseñanzas son lo primero.
Capítulo 64
Padre,
El obispo Mateu vino a hacerme una visita por la tarde. Su mirada libre de
reproche parecía verme al completo.
La sabiduría que emanaba de aquel hombre era un recordatorio más que
suficiente de mis debilidades.
— Hijo mío, han llegado cosas a mis oídos.— Empezó con la voz pacífica,
pero insondable.
Antes que él dijera nada más yo lo sabía. Entendía perfectamente sobre que
iría aquella charla.
Sabía que hablaríamos de ella.
Pero yo no quería hacerlo.
No cuando luchaba internamente conmigo mismo cada noche.
— Entiendo.— Fue mi respuesta antes de acercarle una silla donde
acomodarse y yo hacer lo mismo.
— Hijo mío, sé que lo que diré es algo delicado, pero es mi deber como
Obispo recordártelo.— Me acarició el hombro con delicadeza y me miró a
los ojos.— Entiendo cómo te sientes joven. La tentación a veces...
— Hermano, no es así...— Intenté convencerlo, y de paso convencerme a
mí.— Marissa es una chica que necesitaba ayuda, y yo, como siervo de
Dios no hice más que extender la mano.
— Y ahora no puedes dejarla ir.— Respondió Mateu con la voz serena y el
rostro en calma.— Lo veo en tu mirada John. Eres joven todavía.
— No tan joven hermano.
— Sí lo eres. — El Obispo replicó con una débil sonrisa.— Todavía sigues
siendo demasiado joven para dejar de sentir. Tu corazón aún busca consuelo
en otro. A mí me pasaba lo mismo antes, pero mi mujer falleció, y mis
sentimientos terrenales se fueron con ella— explicó— Entonces me
convertí, quedando en mí apenas espacio para Dios.— Tomó una larga
pausa antes de volver a mirarme.
— Lo siento mucho hermano.— Respondí.
— No lo hagas. Todo en esta vida tiene un propósito. Él mío ha sido ser lo
que soy ahora.— Cruzó los brazos.— Y espero hermano John, que tu
propósito sea el mismo.
— Por supuesto.
— Bien.— Miró a la ventana.— No me gustaría perder a un alma tan pura
como la tuya por cosas pasajeras como es el sentimiento terrenal. Algo
volátil debo acrecentar.— Volvió a mirarme y me sentí incómodo.— ¿Me
permites darte un consejo?— Indagó antes de levantarse con dificultad y yo
alzar las manos para ayudarle.
— Todos los que quieras hermano.
— Aléjate de esa mujer John. No es buena para ti.
Las palabras del Obispo eran dulces, pero me supieron amargas en la
garganta. Sentí escozor y rabia.
No podía evitarlo Padre.
La ira fue involuntaria.
¿Por qué quería él que me alejase de ella? ¿No era mi propósito ayudar a
todos que necesitasen?
¿Por qué alejarme?
Porque era la única solución adecuada.
El obispo había visto lo que yo todavía no. Que yo iba perdiendo la batalla.
El único ciego ante toda aquella situación siempre fui yo Padre.
Capítulo 65
Padre,
Era tarde cuando ella entró por la puerta. Llevaba pantalones negros, y la
blusa, por primera vez desde que la conocí era de un tono distinto.
El azul marino la sentaba igual de bien que el negro.
— ¿Tienes un segundo Padre John?— Marissa empezó con una sonrisa
inocente antes de enseñarme un tape con dos trozos grandes de bizcocho
dentro.
— Marissa...— Quise reprocharla y era necesario hacerlo. Aquello no
podía seguir, no después de la charla que tuve con el Obispo. Pero tras
mirar aquellos ojos tan negros no pude imponerme ante ella.
Solo un capricho más, me prometí antes de poner fin a todo.
Ese era el trato.
Trato que yo rompería con la misma facilidad que empezaba a romperse mi
fe.
Capítulo 66
Padre,
Nos sentamos en el mismo sitio donde horas antes acomodé al Obispo
Mateu. Su imagen aún clavada en mi retina.
— ¿Te apetece café?— Comenté sin sentarme todavía.
— Sí, estaría genial con el bizcocho de zanahoria que traje.— Asintió.—
¿Podrías traer también tenedores? Para no ensuciarte las manos de
chocolate.
— ¿Chocolate?— Indagué curioso.— ¿No era bizcocho de zanahoria?
— Oh, es una receta brasileña. Tu solo hazme caso. — Me guiñó el ojo
derecho.— No te arrepentirás.
Y ella no se equivocaba. No me arrepentí en absoluto.
Traje el café como también los tenedores que habían en la cocina.
Y menuda casualidad que al dar mi primer bocado en aquel desastroso
bizcocho, el amargo en mi garganta se fue por completo.
O eso fue lo que me obligué a creer.
Me negaba en aceptar que el amargo solo desapareció por la compañía de
Marissa.
— ¿Bueno?— Ella llamó mi atención tocando su hombro con el mío.
— Muy bueno. ¿A quién debo felicitar?— Me distraje con la taza de café
en un intento de no sentir su cercanía. El olor a lavanda constante en mi
nariz.
— A mí madre.— Nos reímos los dos entonces. Como en un mal chiste.—
¿Qué pasa? ¿Acaso creías que había sido yo? — Apoyó el codo izquierdo
sobre la mesa para mirarme con más naturalidad.— Hasta para la cocina mi
hermana era mejor que yo. — Cerró los ojos por unos momentos antes de
volver a abrirlos con una sonrisa.— No he sido una buena hermana mayor
que digamos. ¡Ni siquiera me ha tocado ser la más guapa!— Dejó de
observarme y tomó un trago del café que preparé.— Dios Padre John, si
hasta el café te sale bien.
— No deberías menospreciarte así.— Solté el tenedor y empujé la taza de
café a un lado. No me gustaba su tono.
— Y no lo hago, es simplemente la verdad. Soy una inútil, pero me
acostumbré a ello hace algún tiempo.— Ella cruzó los brazos sin dejar de
sonreír. — Te he estado observando Padre John...¿sabes...?— Comentó
cambiando de tema.
Al escuchar aquello no pude evitar ruborizarme entero.
Marissa me observaba... A mí.
— Bueno, vienes a mis sermones a diario. Es inevitable.— Agarré la taza
de café como si mi vida dependiera de ello. Casi deseé tener mi biblia
delante como ancla.
— Sí, cierto. Pero no solo eso. Eres...No sé cómo decirlo sin sonar
impertinente Padre.
— Entonces no lo digas.— Tomé un trago de café con dificultad.
— ¿Por qué no? No es como si fueras a hacerme nada después de decírtelo.
— Dio de hombros mientras tomaba un poco de distancia.— Eres hermoso
Padre John, pero eso ya te lo habrán dicho mucha gente.
Casi escupo el líquido sobre la mesa.
Aquello me había sorprendido.
— ¿P-Por qué me estás diciendo algo así Marissa?— La miré con los ojos
abiertos y la boca en forma de O.
— Porque nunca antes había llamado a un hombre hermoso. Quería probar
al menos una vez.— dejó escapar una risita.
— ¿Satisfecha?— La observé con una mirada reprochadora, pero Marissa
no me hizo demasiado caso.
— Muuuuucho.— Asintió.— Te pusiste súper adorable, así que ha valido la
pena.
— Me alegro.— Me acerqué a ella de forma inmediata y mi mano derecha
descansó de forma obscena en su mentón. Marissa me observó sorprendida,
pero más sorprendido estuve yo al darme cuenta de que estaba sonriendo
mientras la acariciaba. Nuestras miradas se encontraron y mi rostro se
acercó más al de ella como imanes. No podía apartarme. Tampoco quería
hacerlo. Marissa siguió mirándome a los ojos, pero los míos, pecaminosos,
se fijaron en la boca de ella. Tan cerca. Si me acercara un poco más casi
podía sentirla...Casi...
— ¿Padre John...?— Entonces el hechizo se rompió y mi mirada alcanzó la
de ella una vez más. Vislumbré confusión en aquellas pupilas tan negras,
también algo más que no llegué a descifrar.
¿Qué demonios pensaba hacer señor?
Yo solo quería...darla una lección.
Pero al final, quien me dio una lección fue ella. Si Marissa no hubiese
dicho nada yo...Yo...
— Dale las gracias a tu madre de mi parte.— Tomé distancia y la libré de
mi agarre en el mentón. Por dentro algo me quemaba Padre, y no era solo
por el calor.
— P-por supuesto.— Marissa asintió mecánicamente. Parecía incómoda, y
era por mi culpa.
— Y Marissa...— Con cuidado recogí las tazas de café y me levanté del
banco.
— ¿S-si Padre John?
— Esto no volverá a repetirse ¿Está bien?— La miré detenidamente a los
ojos, pero ella miró a otra parte.— Marissa, mírame. — Amenacé con
acercarme, solo suerte que mis manos estaban inmovilizadas con las dos
tazas de café. Sino la habría tocado otra vez. Y mucho me temía yo que
terminaría haciendo una barbaridad.
Marissa me hizo caso, pero a duras penas. Aquella mujer estaba perdida, y
yo no la enseñaría el camino esta vez.
— ¿Qué quieres decir?— Marissa tomó algo de control sobre si misma
mientras lo decía.
— Que no habrá más charlas innecesarias entre nosotros.
— ¿Pero por qué?— Ella me cuestionó dolida.
¿Por qué? ¿De verdad estaba ella haciéndome aquella pregunta?
¿Es qué no lo veía?
— No es decoroso Marissa, y está fuera de lugar.— Dejé las dos tazas
vacías sobre la mesa cuando mechones de mi pelo cayeron sobre mi vista.
— Si no tienes confesiones que hacerme o dudas sobre pasajes de la biblia
que preguntar, no podré ayudarte en nada más.
— Pero padre John yo...
— Ya es tarde joven, deberías irte a casa. — Toqueteé la manga de mi
sotana de forma involuntaria.— ¿Quieres que le acompañe a la puerta
señorita?
— N-no. No hace falta.— Marissa me miró dolida antes de dar de
hombros.— Sé cuándo no soy bienvenida.
— Marissa yo..— Quise remediar la situación de alguna forma, pero, a final
me callé. Era lo mejor después de todo.— Buenas noches Marissa. Y que
Dios siempre esté contigo.
— Buenas noche padre.— Su voz sonó débil luego de recoger el tape y
encaminarse a la puerta.
Una vez ella desapareció yo me desmoroné en el suelo de piedra. Siendo la
mesa el único apoyo donde descansar mi cabeza.
— Señor, Dios todopoderoso, misericordioso y omnipotente, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, expulsa de mí toda influencia de los espíritus malignos.
Padre, en el nombre de te pido que rompas toda cadena que los demonios
tengan sobre mí...
Capítulo 67
Padre,

La iglesia rebozaba aquel domingo. Había cientos de rostros, pero ninguno


era el de ella.

La multitud solo aumentó la soledad que me embargaba por dentro.

El vacío que ella dejó no se llenaba con nada.


Ni siquiera con tus palabras Padre.

Perdóname por sentirme así.


Capítulo 68
Padre,
El sol me saludó como de costumbre y me levanté. Marissa estaba en la
puerta de la Iglesia, esperándome. La vi reflejada en la ventanilla, bañada
por los rayos de sol.
No entendí por qué.
No quise saberlo tampoco.
Por eso me arrodillé al suelo y recé. Me quedaría todo el día allí si
necesario para alejarla de mí.
En algún momento creo que funcionó.
Cuando me levanté, ella ya se había ido.
Capítulo 69
Padre,
Era miércoles cuando ella apareció delante de la Iglesia. Una forma de
encontrarme y asegurarse que yo no la rechazaría.
Chica lista.
Pero yo también ansiaba aquel día. Era la única excusa de tenerla tan cerca
sin penalizarme después.
Todo por los críos, me excusé.
El vínculo más puro que hay.
Capítulo 70
Padre,
¿Quién iba decir que Marissa intentaría convencerme de lo ficticia que era
mi fe?
Como si yo ya no supiera suficiente.
— Estuve leyendo algunas cosas en mis ratos libres.— Marissa comentó
mientras cogía a uno de los críos en brazos. Era uno de sus favoritos,
demasiado achuchable, palabras textuales de Marissa.
— ¿Sí?— La permití que siguiera. Me gustaba oírla independiente de lo que
fuera.
De mientras, Giovanna, una de las niñas bajo mi cuidado me peinaba el
pelo. Además de repetirme una y otra vez que quería tener uno parecido al
mío cuando fuese mayor.
Ella aún no entendía lo afortunada que era de tener el pelo tan rojo como las
manzanas de los árboles.
— Es sobre una paradoja que me encontré de casualidad. — Marissa se
excusó avergonzada antes de seguir.
— Paradojas...Yo me conozco unas cuántas. — Hablé con tranquilidad,
cosa que pareció animarla más, aunque solo un poco.
Presentí casi de inmediato el tipo de paradoja que Marissa me contaría. Pero
me abstuve de decir palabra.
— ¿Una deidad omnipotente, omnisapiente e infinitamente buena existe?
— Marissa indagó con el crio aún en brazos. Ella se veía adorable de
aquella forma, intentando parecer concisa y seria, cuando en verdad era lo
opuesto. Uno de los niños intentó repetir las mismas palabras de Marissa,
pero eran largas y extrañas para seres tan pequeños e inocentes como ellos.
Así que la paradoja de Epicuro, pensé conmigo mismo intentando esconder
mi risa delatadora.
— Vaya paradoja propones a un pobre cura como yo Marissa. — Ubiqué a
Giovanna a un lado antes de volver a mirarla, Marissa también sonreía. Los
dos lo hacíamos. Ella me quería poner a prueba, pero no lo conseguiría tan
fácil así.
— Son hechos Padre John, hechos. — Marissa también soltó al crio antes
de sentarse en un tronco a mi lado. Pero no demasiado cerca.
— Los hechos no tienen por qué desmentir la fe. — Dije cruzando los
brazos. — La fe es algo que uno siente, y para eso no hay hechos que valga.
Tras oír aquello Marissa paró en seco. Como si lo que estaba a punto de
decirme fuera una estupidez.
— Es cierto, perdóname Padre John. Olvida lo que te acabo de decir. — Se
rascó la cabeza incómoda, cosa que no me gustó en absoluto.
— No vuelvas a hacerlo. — Dejé escapar sin querer.
— ¿No hacer qué?
— Dejarse llevar por las opiniones ajenas y no expresar tus ideas. — La
aconsejé.— El primer error es callarse, además. Podrías hacerme cambiar
de opinión. ¿Así que por qué no lo intentas?
Conviérteme en un no creyente Marissa.
No me importaría si fueras tú.
— Okay, vale. — Ella finalmente asintió con la sonrisa en alto. Me gustaba
verla de aquella forma. Parecía tan feliz Padre...Y lo mejor de todo es que
lo era debido a mí.
Y yo lo sabía.
Y no me importaba en absoluto ser egoísta en aquel aspecto.
La sonrisa en el rostro de aquella mujer me pertenecía.
¿Por qué no regocijarme en ello?
Oh Padre, porque era pecado.
— ¿Me repites la paradoja? — La motivé. — Me estoy haciendo viejo y se
me olvidan las cosas de vez en cuando.
— No eres para nada viejo Padre John, pero te la repetiré con gusto. —
Bromeó. — ¿Una deidad omnipotente, omnisapiente e infinitamente buena
existe? — Indagó— ¿Qué me dirías Padre?
— Que sí. — Respondí.
— Entonces te haré otra pregunta. ¿El mal existe?
— Sí, existe. — Respondí otra vez haciéndome el inocente. Como si no
supiera en absoluto el final de la paradoja. La respuesta que ella intentaba
sacar de mí.
— ¿Dios sabe que el mal existe? — Cruzó las piernas distraída, y yo hice lo
imposible no mirarla mientras lo hacía.
— Sí. El señor lo sabe todo.
— ¿Dios puede acabar con el mal?— Fue la última pregunta, pero yo ya
sabía la respuesta de todas formas.
— Sí, Marissa.
— Entonces, si Dios puede acabar con el mal y aun así no lo hace, no es un
Dios infinitamente bueno.
— ¿Y si yo hubiese dicho qué no? ¿Y si Dios no puede acabar con el mal?
— Repliqué.
— Entonces Dios no sería omnipotente, porque no estaría en todas las
partes— explicó Marissa con confianza.
— ¿Y si te digo que Dios no sabe que el mal existe?— Retruqué una vez
más, y la sonrisa de Marissa aumentó.
— Entonces Dios no sería omnisapiente. Es decir, no lo sabría todo. La
moraleja está en que es imposible que Dios pueda ser las tres cosas. ¿Qué
me dices sobre esto Padre John?
— Que eso no cambiará mi fe. Y que te gusta Epicuro. — Razoné, haciendo
que Marissa me mirara sorprendida.
— ¿L-lo s-sabias? ¿Lo de la paradoja?
— Oh, sí. A mí también me gusta filosofía. Además, lo hice en la
universidad hace mucho, mucho tiempo.— Comenté. Marissa entonces hizo
un largo puchero antes de mirar a los críos deprimida. — No te desanimes
Marissa, siempre podrás seguir intentando convencerme. Algún día lo
conseguirás.
Y mucho más pronto de lo que ella pensaba. Bastaba con un toque, y yo
caería rendido a sus pies.
Era tan fácil que dolía.
Demasiado fácil.
— ¿Has hecho la universidad?— Ella preguntó curiosa, olvidándose por
completo de la pequeña derrota que acababa de tener.
— Sí. ¿Tengo pinta de no haberla hecho?— Bromeé mirándola a los ojos.—
No siempre he sido un cura Marissa.
— Oh.— Ella realmente estaba sorprendida con mi confesión, como si de
verdad creyera que yo siempre fui así. Padre, Marissa no sabía lo mucho
que se equivocaba.— ¿Y...Has tenido alguna novia?
Suerte que yo no tenía nada en la boca padre, sino caso contrario lo habría
escupido en el suelo.
— Uhum...Mejor nos vamos ya. Es hora de los críos descansaren. — Cogí a
Giovanna de la mano y empecé a llamar a los demás niños. Marissa en un
principio siguió observándome antes de hacer lo mismo.
Era obvio que yo la había dejado intrigada, pero había temas que era mejor
no hablar. No cuando estos la acercaría más a mí, y me haría recordar el
pasado.
Y peor Padre, me haría echar de menos hacer parte de él.
Capítulo 71
Padre,
El sermón de hoy había sido sobre tu amor hacia todos los demás. A los
animales, a la tierra, a la vida, a los humanos.
Sobre todo a los humanos.
Prediqué de lo puro, lo intocable y lo inmaculado.
No la miré ni una sola vez mientras decía todo aquello. Me pareció
demasiado íntimo y especial.
Como en una confesión.
Y la única persona quien yo debería de confesarme es a ti señor.
Capítulo 72
Padre,
Perdóname por no ser capaz de comandar mis propios pensamientos.
Pero es inevitable.
Estaba todo tan oscuro Padre, y ella era tan cálida...
“Padre John, ¿Estás dormido?” Marissa susurró en mi oído izquierdo.
Sentí cosquilleo en todo el cuerpo.
Me volqué hacía ella entonces. Estábamos en mi alcoba. Marissa
arrodillada en el suelo de piedra mientras apoyaba los codos sobre el
colchón. Y yo me encontraba acostado de cara a la pared.
— ¿Qué haces aquí?— Pregunté sin aliento. Me di la vuelta. Estaba tan
oscuro Padre, pero yo la veía tan bien como a luz del día.
“Observándote.” Ella respondió acercando sus dedos a mi frente. “Eres
hermoso Padre John.” Repitió de la misma forma que la vez pasada. La
misma voz, el tono exacto.
— No deberías estar aquí.— Musité intentando conseguir algo de distancia
entre ella y yo. Pero la cama no era grande Padre, y su mano reposó en mi
regazo.
“¿Y por qué no Padre John?” Ella toqueteó mi pierna izquierda débilmente
hasta que yo la detuve con mis propias manos. ”¿No te gusta?”
— No es algo que deba ocurrir.— Expliqué sin alejar mi mano de ella.
“¿Pero lo deseas? ¿Quieres que esto pase?” Marissa se alzó del suelo y
sentó a mi lado. Con la mano libre me acarició la mejilla derecha. “Dime
que sí, Padre John. Y yo daré el primer paso.”
— P-por f-favor. N-no me hagas hacer esto. — Imploré con los ojos
cerrados. El calor de la palma de su mano en mis mejillas. — No me
obligues a confesártelo Marissa.— Sentí como ella se acercaba más, la
yema de sus dedos alzándome el mentón, obligándome a mirarla.
“No te obligaré a hacer nada.” Ella sonrió antes de acercar los labios a mi
mejilla derecha. “Lo haré yo por ti.” Con la yema de los dedos acarició la
punta de mi nariz antes de acercarse un poco más. “No es pecado sino es
real.” Dejó escapar una risita segundos antes de besarme.
— Que dios me perdone.— Susurré antes de caer rendido bajo su encanto.
Suspiré gratamente luego de cogerla de la cintura y ubicarla sobre mis
piernas. Los besos de Marissa eran inocentes, pero yo la doblegué ante mi
deseo. Mi mano derecha en su cintura y la izquierda en su cuello,
manteniéndola erecta.
— Tócame.— Casi la supliqué.
“¿Dónde?” Ella consiguió formular entre beso y beso sin perder el aliento.
— En cualquier parte. Solo tócame. — Dejé mi boca deslizar sobre su
cuello y mi nariz captar el aroma de su piel. No sentí el olor a lavanda allí.
No sentí ningún olor aparte del sudor.
Era obvio que aquello no era real, pero yo aún no me había dado cuenta
todavía.
Tampoco me importaba que lo fuera.
Estaba perdido de todas formas.
Sentí de repente como los dedos de Marissa me desvestían. Mi pecho
subiendo y bajando de forma incontrolable.
“Eres adorable Padre John.” Marissa dijo con delicadeza antes de besar el
centro de mi pecho y trillar el camino hasta mi hombro.
— M-marissa…Yo...— Cerré los ojos fieramente mientras la cogía de la
cintura. Marissa suspiró bajo mi caricia.
“Shhh…” Fue la respuesta de ella.
Y un gemido ha sido la mía.
— Ahh….— Proferí mientras la mano de ella bajaba de mi abdomen a mi
entrepierna.— oHhh… dios…
Entonces todo se volvió claro, y Marissa desapareció entre la luz cegadora.
Lo único inmutable fue el olor a sudor impregnado en mi nariz.
Y una vergonzosa erección bajo las mantas.
Capítulo 73
Padre,
Yo pensaba que sería incómodo verla en el sermón de aquél día. Pero
terminó siendo todo lo contrario.
Marissa vino acompañada de él.
Luego él, de entre todos los mortales. Y encima la cogía del brazo derecho
mientras que con el izquierdo sostenía un ramo de flores.
No pude evitar sentirme traicionado de alguna forma.
Como si él no tuviera derecho a tocarla, como si Marissa fuese solo mi
milagro.
Yo la hice resplandecer de aquella forma. ¿Entonces por qué la tocaba otro?
¿Por qué tenía que ser el novio de su hermana fallecida?
Tuve ganas de alejarla de él. Acercarme, alzar las manos, acariciarla las dos
las mejillas y preguntar por qué.
Pero no podía hacerlo.
No era de mi incumbencia después de todo.
— Buenas días hermanos y hermanas.— Empecé ubicando la biblia delante
de mi, pero la cabeza en otra parte.
Capítulo 74
Padre,
Una vez di por finalizado el sermón Marissa se acercó a saludarme.
Él se había quedado atrás.
No entendí por qué.
— Ha estado bien lo de hoy Padre John.— Marissa me felicitó.— Hasta
Carlos estuvo atento, y mira que es incluso más incrédulo que yo.—
Bromeó echando una mirada hacia atrás antes de volver a mirarme.
Quise interrogarla sobre que hacía él allí.
Y Marissa, como adivinando mi curiosidad lo aclaró.
— Hoy es el aniversario de la muerte de mi hermana, así que lo traje
conmigo.— Empujó una de las trenzas que la dificultaba la vista detrás de
oreja.— Yo quise...darle algo de paz también —explicó.
— No tienes que darme explicaciones Marissa.— Me obligué a decirlo de
forma casi mecánica.
— C-cierto.— Ella soltó una risita incómoda.— Es solo que...sentí que
debería aclarártelo. — Me miró a los ojos genuinamente.— Y no sé... Pero
me pareció haberte visto decepcionado conmigo de alguna forma.—
Arrastró el zapato en el suelo de piedra con incomodidad.
Padre, ¿Tanto se me notaba en la cara?
— ¿Por qué piensas algo así? Yo jamás...— Observé a los demás feligreses
que aún quedaban en la Iglesia en un intento de escapar de aquella
conversación incómoda.
— Bueno, perdona. No me hagas caso entonces.— Marissa negó con la
cabeza rápidamente antes de tocarse la sien.— Después de todo, no tienes
motivo para estarlo. Soy estúpida.
No, no lo era en absoluto.
— ¿Tu madre no vino contigo?— No pude evitar preguntar aun así.
— No hay un solo día que mi madre no visite la tumba de mi hermana.—
Marissa explicó.— Los únicos que todavía nos cuesta es a Carlos y a mí.
Por eso lo traje conmigo. Supongo que estoy intentando hacer que él siga
adelante.— Tras decir lo último Marissa miró al techo evitando mi mirada.
— ¡Y no es lo que parece! Y-yo no podría...Ya sabes... intentar algo. Eso me
comería por dentro.— Cruzó los dedos, pareciendo avergonzada.— Y b-
bueno, supongo que ya tomé mucho de tu tiempo Padre John. Lo siento.
Mejor me voy ya.
— Hasta luego hija mía.— Me despedí sin saber que más decir. Pero
deseando fieramente mantenerla allí por más tiempo. Al menos el suficiente
para que la molestia se disperse en mi corazón.
— ¡Hasta el miércoles Padre John!
Y señor, tuve que obligarme a darla la espalda para no tener que verla irse
con él.
No soportaría presenciar un toque más.
Capítulo 75
Padre,
Sentí una caricia en la mejilla derecha antes de abrir los ojos y alejarme del
toque.
— Perdona. Es solo que había una hoja un tu rostro y... — Marissa se
excusó antes de sentarse a mi lado.
— ¿Cómo fue la visita a la lápida de tu hermana? — Pregunté dejando algo
de distancia entre ella y yo. Hacía demasiado calor, por eso me acomodé
bajo la copa del árbol que había en el orfanato.
— Bien, dentro de lo que cabe. — Marissa comentó débilmente antes de
apoyar la cabeza en el tronco del árbol. — Sí, creo que bien. — volvió a
decirlo, como intentando convencer a sí misma.
— ¿Ha pasado algo? — Pregunté al notar su tono de voz.
—No, nada — explicó rápidamente. — Y es por eso que no me
acostumbro. Sabes Padre John... — ella alzó la cabeza y me miró. — Yo
también necesito seguir adelante. Live my best life, eso es. — Sonrió con
algo de picardía antes de observarme con ojitos inocentes — Padre John...
¿Puedo abrazarte un momento?
La observé confuso padre. ¿Por qué querría abrazarme?
— Marissa... Pero...
— Pooooorfi, será lo último que te pida Padre. ¡Lo prometo! — Cruzó los
dedos delante de mí, y su expresión no cambió hasta yo asentir con la
cabeza.
Sentí entonces como su peso recaía sobre mí y sus brazos se enroscaban
alrededor de mi cuello.
El olor a lavanda latente en mi olfato y sus trenzas haciendo cosquilleo en
mis mejillas.
— Echaré de menos abrazarte Padre John. — Ella confesó con los labios
cerca de mi oído. — Gracias por la amabilidad y paciencia.
Y tras decir lo último dio dos pasos hacia atrás.
Aquellas palabras me trastornaron.
— ¿Es eso una despedida hija mía? — La miré confuso.
— Lo es Padre John. — Marissa asintió. — Qué viva en un pueblo pequeño
no me condena a una vida pequeña. O eso es lo que leí por ahí. — Sonrió.
— La única forma de seguir adelante será empezar de cero. Probaré suerte,
viviré en un piso de mala muerte. Seguramente hasta pase mal una
temporada, y no encuentre amigos de verdad. Puede incluso que vuelva a
casa después de un tiempo. Pero, quiero probar suerte. Uno solo tiene 25
años una vez en la vida. Puede que hasta encuentre el amor de casualidad,
¿Quién sabe?
Te aburrirás, quise decirla.
El mundo no será tan brillante como crees. Yo lo viví con lujo de detalles y
mares de dinero y al final, me cansé.
Tú también lo harás.

Aunque por razones distintas, puede que una de ellas sea por la falta de
ingresos. Yo lo hice por tener demasiado de ello en este caso.
— Lo harás bien Marissa. — Dije lo único decente sin desilusionarla de
paso. No era mi acometido dar lecciones de moral, aunque una parte mía, la
más oscura, deseaba irse con ella. O peor, obligarla a quedarse.
— Gracias.
—¿Cuándo...?
—OH, cierto. Cuando me iré. —Marissa se levantó del tronco con
dificultad. Yo no la ayudé esta vez. — Este fin de semana, el domingo.
— ¿Tan pronto? — Indagué en ascuas.
— Será lo mejor. Mientras más tarde, más encontraré excusas para no irme
como en un bucle interminable.
— Entiendo.
No, no lo entendía.
Pero verla sonreír ha sido suficiente para mantenerme callado.
— Hasta luego Padre John... — Marissa se encaminó sola a la salida del
orfanato. Hoy no se quedaría hasta la tarde conmigo.
Necesitaba decirla algo.
Lo que sea.
— ¡Marissa! — Me obligué a llamarla. Necesitaba hacerlo.
—¿Sí? — Ella ladeó la cabeza a un lado.
— Si en algún momento te cansas del piso de mala muerte y no quieras
volver a casa, o necesites un trabajo, lo que sea, búscame. — La miré de
lejos, ella también me miró a mí, sorprendida.
— No es por ser malagradecida Padre, pero convertirme en monja no va
conmigo. — Bromeó, y aquello me sacó una sonrisa.
— Jamás te obligaría a tamaño castigo. — Repliqué, y de esa vez quién se
rió fue ella. — Hay una empresa que conozco que siempre acepta a nuevos
trabajadores. Estarán encantados de tenerte.
— ¿Y cómo puedes estar tan seguro Padre John? — Marissa indagó sin
dejar de sonreír.— ¡Si ni siquiera sabes lo que hago! — añadió en un tono
dramático.
Porque es la empresa de mis padres.
— Es solo un presentimiento mío. — Respondí a cambio.
Marissa no dijo nada más.
Yo tampoco lo hice.
Después de ese día, no la volví a ver en un largo tiempo.
Y por extraño que parezca, no olvidé un solo día las facciones de su rostro.
La imagen de Marissa tan viva en mi pecho como en mí corazón.
Supe entonces que quizá, y solo quizá la amaba.
Capítulo 76
Padre,
Una vez abrí el cajón que había en mi alcoba, encontré la Biblia de Marissa
en el rincón bajo papeles que hice de apunte en su día.
No me acordaba que tenía la Biblia guardada allí.

Marissa ni siquiera la reclamó antes de marcharse.

Con cuidado ubiqué el tomo sobre la palma de mi mano y lo ojeé de


casualidad. En uno de los pasajes había un marca páginas con una
dedicatoria:

"El regalo para el cura con las pecas más adorables de todo el universo.
Gracias por hacerme ver más allá de mis fallos Padre John. Y gracias por
enseñarme que vivir no tiene por qué ser sinónimo de sufrir.
P.D: Perdona la mentirijilla, pero si te dijera que la Biblia en verdad era
un regalo, mucho me temía yo que no lo aceptarías."

— Vaya...— Suspiré al leerlo antes de sentarme en el colchón. No sonreí.


No tenía ánimos de hacerlo de todas formas.— Creo que la echo de menos
después de todo.
Me permití el sacrilegio de confesarlo en voz alta solo aquella vez, antes de
dejar la biblia sobre el cajón y levantarme.

Era miércoles otra vez, y tenía pendiente ir al orfanato.


Dos años pasan volando, pensé dando un último vistazo a la Biblia
momentos antes de cerrar la puerta detrás de mí.
Casi se me olvidó el olor a lavanda que emanaba de Marissa.
Casi.
Dos años más y lo borraría por completo de mi olfato.
Y de mi existencia con suerte.
Incluso, la idea no me pareció tan mala.
Pero Padre, nada sale como uno espera.
Capítulo 77
Padre,
Entonces recibí una carta por correo que me hizo parar en seco una
mañana. Por un momento pensé que habían sido mis familiares, pero me
equivocaba.

<< ¿La propuesta del trabajo todavía sigue de Pie Padre?


Perdona por no hablarte en persona, pero tampoco me has facilitado un
número de contacto, y , por desgracia, estoy algo inmovilizada que
digamos.
Me encantaría verte otra vez, pero entiendo perfectamente si no puedes
venir.
¿Estaré siendo egoísta en pedírtelo? Te prometí que no volvería a rogarte
nada la última vez que nos vimos, así que lo siento Padre.
E independiente de lo que pase, te deseo lo mejor a ti y a los críos del
orfanato. Dios, si hasta los echo de menos de vez en cuando.
¡Hasta luego!
P.D: No te ilusiones demasiado Padre. Aún sigo sin querer ser una
monja.>>

La dirección que Marissa ponía más abajo era la de un hospital.


Durante un momento, se me olvidó como respirar.
Capítulo 78
Padre,
El infierno puede tomar muchas formas,
pero no una tan desoladora como la que vio mis ojos.
Por qué la persona que tenía en mi frente, recostada en una camilla blanca,
envuelta en paredes blancas y techos blancos...la persona que yacía allí,
realmente allí, llena de moratones y heridas no era... no era... Marissa.

No podía serlo.

Y lo que más me hizo añicos por dentro fue que mi mirada, sí, mi maldita
mirada pareció dolerla más que cualquier herida que podría tener, y tenía en
la piel.
La compasión solo es bonita cuando lo sientes hacía los demás.
No cuando los demás sienten hacía ti.

— Gracias por venir Padre John. — Una voz quebradiza resonó tras
aquellas paredes. Me costó reconocer que pertenecían a Marissa. — No me
mires así padre, no es como si me hubiese atropellado un camión. — Ella
bromeó, pero sin sonreír.
Yo tampoco lo hice.
— Marissa, por todo lo sagrado que hay en esta tierra.. — Empecé
acercándome a su cama y cogiéndola de la mano. — Dime que te ha pasado
hija mía. — La miré con profunda pena. Los brazos de aquella pobre mujer
tenían moratones tan grandes como la palma de mi mano, y lo más
aterrador padre, era que yo podía distinguir perfectamente el morado del
tono de su piel. También había costras a medio curarse en cada rincón de
piel visible, y sus labios, sus delicados labios tenían marcas de sutura.
— Bueno... — Ella indagó intentando sonar despreocupada. — Después de
todo era un piso de mala muerte. — Una risa cruda escapó de sus labios y
sus ojos se encontraron con los míos. — Han entrado a robarme, y yo
intenté defenderme. Pero como ves, acabó así. — Alejó la mano de mi
toque con incomodidad y yo la permití. — Me han dado una buena paliza.
— se quedó callada un rato y yo esperé pacientemente a que siguiera. —
Nunca había visto tanta sangre en toda mi vida Padre. Y era mía. — Miró al
techo. — ¿Y sabes de una cosa? Nunca me aferré tanto a la vida como en
aquellos instantes. Fue casi poético. — finalizó con desinterés antes de
volver a mirarme. — Por desgracia, mi jefa no tomó demasiado bien mis
largas vacaciones en el hospital, así que perdí el trabajo. Y antes que me
preguntes, no. No sé lo dije a mi madre. — resopló. — No quiero
preocuparla por tonterías.
¿Tonterías?
¿De verdad me estaba ella diciendo aquello padre?
Marissa no estaba viendo lo que veía yo.
En absoluto.
— ¿Te duele algo?— Fue lo único decente que me vi capaz de hablar.
— Solo todo el cuerpo, por lo demás genial. — Sonó amarga tanto por fuera
como por dentro antes de poder contenerse. — Perdona Padre,— realmente
parecía avergonzada— es solo que la suerte no parece estar de mi lado.
Siento pagarlo contigo.
— No te disculpes por hablar lo que de verdad sientes. — Quise cogerla de
la mano otra vez pero me detuve a tiempo. — Recuerda, yo siempre estaré
aquí para escucharte.
Eso pareció tranquilizarla un poco. Noté como profirió un débil gracias
antes de observar mi rostro con curiosidad.
— Sigues exactamente igual Padre John.— Apuntó a mis mejillas.— Pecas
adorables, como siempre. De verdad me das envidia.— Comentó un poco
dolida.— Tan guapo como hace dos años, y yo...Mírame, todo un desastre.
— sonrió por fin.— Pero no me arrepiento, bueno, puede que un poco.
— ¿Si?— La insté a que siguiera. Me vi incapaz de sentarme, de pie era lo
mejor.
— Sí. Independiente de lo que me trajo aquí, he pensado bastante y he
seguido adelante por mis propios pies— explicó— Dios, si hasta parezco
que estoy en un confesionario ahora mismo Padre.— Movió el brazo
izquierdo con molestia.— Pero no lo estoy, y como tu bien dijo una vez...—
Tomó un largo suspiro antes de continuar.— No eres mi amigo ¿Cierto? Así
que ahorraré contarte mi vida durante estos dos últimos años. Supongo no te
importará de todas formas.— Marissa intentó dar de hombros, pero la dolía
demasiado como para hacerlo por si sola.
Aquellas palabras fueron tan duras como un puñal en el pecho. Y lo peor
Padre, es que yo no podía refutarlas.
Lo había hecho por mi propia cuenta.
— Entiendo que quieras desahogarte. — Musité.
La mujer que tenía delante no se parecía en nada a la que conocí hace dos
primaveras pasadas.
Después de todo, la vida la había endurecido de la peor forma posible.
Mediante el dolor.
Como si Marissa ya no hubiese vivido sufrido suficiente Padre.
— No Padre John, no desahogarme. — me corrigió. — Solo quiero un
trabajo. Supongo que ahora yo soy un caso de caridad, como los críos del
orfanato.
No, jamás.
— Trabajo...— pensé en voz alta y ella asintió con la cabeza.
— Haré lo que sea por uno. — Se esforzó en parecer profesional delante de
mi.— Puede que las heridas me ralenticen un poco, pero eso solo será por
un tiempo y...
— ¿Volverás a tu piso?— Pregunté mirándola directamente a los ojos.
— B-bueno, es el único que tengo— explicó como si fuese algo obvio.— Y
por suerte lo tengo pagado tres meses adelantado, así que sí.
— Tienes a tu madre.— No dejé de mirarla, pero ella se distrajo observando
al techo.
— No quiero preocuparla por...
— ¡QUE NO ES UNA TONTERIA!— Vociferé de tal forma que la asusté.
— Perdóname. — Me excusé con la misma rapidez. — Solo por favor, no
vuelvas a repetir lo que ibas a decir. No es cierto, y lo sabes. — Apunté a
sus hombros.— Ni tan siquiera puedes moverlo por ti misma.
— Lo siento. — Marissa agachó la cabeza de inmediato. Avergonzada.
— ¿Cuándo te darán el alta?
— De aquí a tres días creo. Mi médica parecía escéptica cuando lo dijo, hay
que decirlo.— Me explicó.
— Bien.— Asentí conmigo mismo.— Entraré en contacto con el Obispo
Mateu de que estaré una temporada fuera y...
— ¿Qué? ¿Pero por qué?— Marissa me observó sorprendida.— ¿Qué
piensas...?
— Cuidarte, eso es lo que haré.— Respondí rascándome el pelo con
seriedad. — No puedo dejarte sola.
— Pero los feligreses, y los críos...y todo lo demás Padre John.— Marissa
estaba perpleja ante toda aquella situación. Yo también lo estaba padre.
Y siendo honesto conmigo mismo, lo que dije a continuación me dolió en el
alma, pero era lo que Marissa necesitaba oír.
— Echar una mano cuando uno necesita es lo que hacen los amigos
Marissa.
Y noté con el peso en la conciencia como ella sonreía débilmente tras mi
respuesta.
Capítulo 79
Padre,
Contactarme con él no ha resultado ser tarea fácil. Intermediarios de por
medio, secretarias, acreditación de quien soy y si tengo cita.
Se me había olvidado por completo lo inalcanzable que él era de todo,
incluso, de su propia familia.
— ¿Sí? — La voz que alcancé a escuchar me pareció irreconocible.
— Hola papá.
— John. — Un leve carraspeo se oyó través de la línea.
— Ha pasado un tiempo. ¿Qué tal estas? — Indagué.
— Sabes cómo estoy. — Respondió en un tono serio. En toda mi vida
nunca lo vi sonreír siquiera. — ¿Todavía sigues jugando a ser cura?
Siempre empezaba de la misma forma.
Y yo siempre respondía igual.
— No es un juego papá, es mi fe.
— Si tu fe te impide cumplir con tus responsabilidades, no es una buena fe.
— Replicó. Siempre lo hacía exactamente igual.
— No sigamos por ahí. Ya sabes como siempre acaba Papá. — Suspiré. —
Te quiero, ¿No es eso suficiente?
— Si de verdad lo hiciera, no habrías abandonado la empresa para empezar.
— El tono de su voz aún más serio que antes.
— Harry es mucho más capaz que yo. — Razoné. — Es listo, y siempre
quiso tener el mando de la empresa. Ya hemos hablado de ello.
— Harry no eres tú, y lo sabes John. La empresa no aguantaría un año con
él antes de ir a quiebra — explicó como si fuese algo obvio, pero no para
mí.
— Harry ha madurado de muchas formas papá. Más de las que te imaginas.
— Dije con delicadeza. — Es mejor persona de lo que yo seré jamás.
— Siempre lo proteges John. Siempre. — Papá suspiró resignado al otro
lado de la línea. — Pero no me has llamado para hablar de la empresa o
preguntar por mi bienestar ¿verdad?
— N-no. — Respondí un poco avergonzado. — No lo hice por eso.
— ¿Y qué es entonces?
— Para pedirte dos favores.
Pero él solo me los concedería a cambio de algo. Papá siempre ha sido un
hombre de negocios.
El Obispo Mateu no era nada en comparación a él.
Y yo, no podía hacer más que aceptar sus condiciones.
Siempre ha sido así desde que yo era pequeño. Nada nunca era gratis con él.
Por eso te pido perdón Padre, por haber aceptado la propuesta.
"Es por una buena causa", me aferré firmemente a este pensamiento.
El único que me quedaba de todas formas.
Capítulo 80
Padre,
Marissa fue dada de alta dos días después de yo haberla visitado.
Por suerte, el Obispo Mateu encontró a un reemplazo idóneo para mi puesto
en la parroquia de última hora.
Y por extraño que parezca, él no me interrogó el porqué de haber pedido
vacaciones de forma tan inoportuna.

Yo nunca lo había hecho antes.


Yo nunca lo había necesitado antes tampoco.

Por eso me alegré de él no haber indagado demasiado.


No sabría que decirle de todas formas Padre.
Además, aproveché el rato libre que me quedaba para recoger mis cosas,
como también quitarme la indumentaria eclesiástica con algo de tristeza en
la mirada.
Me costó sacarla de veras Padre.
Sentía que estaba desnudo sin ella en mí cuerpo, como una oveja sin pelaje
en invierno.
La sotana era una forma simbólica de enseñar a los demás que yo pertenecía
a tu causa de cuerpo y alma.
Y sin ella me quedaba sin propósito. Como si estos hubiesen sido
arrebatados de mí.
Por último recogí la Biblia que me regaló Marissa y la metí en la mochila.
Porque yo podría no estar en la Iglesia de ahora en adelante, pero, la Iglesia
siempre estaría en mí.
Era un hecho irrefutable, pensé antes de ajustar la gabardina sobre mis
hombros e ir de camino a recoger a Marissa en el hospital.
Capítulo 81
Padre,
El coche que tenía disponible no era el más adecuado para alguien envuelta
en moratones, por eso, pedí al chófer que condujera despacio una vez
recogiéramos a Marissa en el hospital.
Hacía años que yo no conducía un vehículo por mi cuenta.
Por eso no me atreví a ponerlo en marcha yo solo. No quería ser el causante
de un accidente debido a mi falta de práctica.
El chófer fue la opción más acertada después de todo.
— ¿A dónde debo llevarte Sr.O'brien?— El chico me preguntó con todo el
respeto del mundo, y sin embargo no me gustó escuchar aquél apellido.
Hacía años que yo ya no era un O'brien.
— A este hospital.— Le entregué el papel con la dirección escrita, y
observé como el joven transcribía todo en el GPS que tenía al lado del
volante.— ¿Cómo te llamas hijo?
— Gerardo, señor O'brien.— Respondió él con la misma educación antes de
pisar el embrague y poner la marcha atrás.
— Bien Gerardo, yo me llamo John.— Comenté.— Y me gusta que me
llamen así. ¿Puedo llamarte Gerardo?
— Por supuesto señor.— El chico asintió mirando través el espejo
retrovisor panorámico sin saber que decir realmente.
— Vaya, señor ¿Eh?— Sonreí.— A veces se me olvida que ya no soy joven.
Y es entonces cuando me acuerdo de Marissa.
Ella sí lo es.
Solo yo que no.
Trece años de diferencia nunca pesó tanto como en aquel instante. Aquel
año, sin ir más lejos, yo recién cumplía los cuarenta, y Marissa como
mucho llegaba a los veintisiete.
Me sentí un poco depresivo al pensar aquello, y no llegué realmente a
comprender el porqué.
Cuando de repente, todo empezó a encajar en mi cabeza.
Algo que no me había parado a pensar antes.
Que Marissa, desde el principio, solo me veía como un viejo amigable e
inofensivo.
Olvidándome por completo de sus cumplidos y de lo hermosa que ella decía
ser mis pecas.
Capítulo 82
Padre,
El chófer me abrió la puerta del coche y yo asentí antes de alzarme por mis
propios pies.
Las vistas del hospital siempre me parecieron melancólicas, y en aquel día
no ha sido diferente.
Me encaminé a la puerta mientras sentía miradas en mi dirección, unas
curiosas y otras un tanto fuera de lugar.
No me costó encontrar la médica de Marissa, pero a ella la costó
reconocerme en ropa de calle.
— ¿Eres el cura del martes, cierto?— Indagó intentando no mirarme
mucho, y aquello me hizo gracia. Por suerte o por desgracia yo tenía la
buena genética de mi padre. Las miradas nunca fueron un problema para
mí. Lo que pasa es que me había olvidado de este hecho.
¿Marissa me mirará de la misma forma? No pude evitar pensar.
— Sí, vine a recoger una de tus pacientes, Marissa de los Santos. —
Expliqué rápidamente antes de la doctora guiarme hasta la sala de espera.
— Tengo entendido que Marissa está desempleada, y debido a las heridas
que tiene no podrá ejercer durante una temporada Padre.— La médica
comentó mientras caminábamos por los pasillos del hospital.— Así que la
recomendé que buscase ayuda del gobierno, pero veo que la Iglesia tomó
las riendas del asunto. — Sonrió amigablemente en mi dirección, y yo la
sonreí de igual forma sin molestarme en rectificar su error. — Es una buena
chica que ha tenido mala suerte.
— Sí, lo es.— Estuve de acuerdo.
— Espero de verdad que la puedan ayudar en lo que sea,— confesó.— Yo
no puedo hacer nada al respecto, pero me alegro que al menos tenga a
alguien para echarla una mano. En su día intenté hacer que ella entrase en
contacto con alguno de sus parientes más cercanos pero ella se negó
completamente. — Dejó escapar.— Pero bueno, que me voy del tema.—
Apuntó a una silla una vez llegamos a la sala de espera.— Ahora te la
traigo.— Me observó un segundo antes de mirar a otra parte.— No sé cómo
funciona las ayudas en la iglesia, pero es una paciente delicada.— Cruzó los
brazos, dejando entrever sus brazos tonificados, prueba de que era una
mujer que hacía bastante ejercicio físico. Su largo pelo rubio platino
perfectamente peinado en una coleta alta.
— La cuidaré bien, doctora.— Prometí.
— Bien.— Ella estuvo de acuerdo, aunque no parecía del todo convencida.
— Te pasaré un listado de medicamentos que ella debe tomar para el dolor,
y las cremas para las heridas que tiene en el vientre, brazos y piernas. —
Enumeró.— Los medicamentos son caros, pero necesarios para una
curación efectiva. No sé cómo la iglesia la ayudará en este aspecto...
— No será un problema.— Rápidamente la corté.— Ella tendrá todo lo que
necesita.
— Bien.— La doctora volvió a asentir.— Y antes que me preguntes, sí, la
paciente necesitará ayuda a la hora de ponerse la crema en las heridas. —
Comunicó.— Tiene moratones en la espalda, que ha sido la parte más
afectada en la agresión...— Me observó detenidamente antes de seguir.—
Es muy importante que cuide bastante esa zona, y...Bueno, no puedo decir
mucho más sin atentar contra la confidencialidad del histórico de mi
paciente. Además, usted no es un pariente cercano, ni siquiera su pareja, así
que entenderás que no puedo decirte mucho más. Demonios, si incluso ya
hablé demasiado.
— Soy un sacerdote doctora.— La tranquilicé.— Tu secreto estará siempre
a salvo conmigo.
— Por eso dije todo lo que dije.— Ella replicó rápidamente antes de sonreír.
— Y aunque no me fie de los curas en general, me pareces un buen tipo.—
Me miró de los pies a cabeza sin esconderlo esa vez.— Además tienes a un
chófer fuera en un coche deportivo último modelo, así que supongo que mi
paciente tendrá toda la comodidad necesaria. — Volvió a mirarme a los
ojos.— Solo espero que realmente sea un acto de amabilidad lo que estás
haciendo Padre. Aunque bueno, eso ya no es de mi incumbencia.
Con una última mirada de su parte la doctora giró en sus talones antes de
irse por el pasillo opuesto al que me guió hasta la sala de espera.
Sus palabras me dejaron confuso por un momento antes de dejarlo estar.
Yo lo hacía por un bien mayor, y no por un vano sentimiento en mi pecho.
Antes que un hombre yo era un sacerdote, y si Marissa necesitaba mi ayuda
la tendría siempre.
Siempre.
Y sin embargo, no pude evitar pensar con algo de dolor lo que la médica me
explicó sobre Marissa.
"Heridas en la espalda, como también en brazos y piernas y moratones.
Para que necesite antibióticos contra el dolor solo puede significar una
cosa...que realmente ha sido duro.
Y sabe Dios quién lo habrá hecho...Si tan solo yo...hace dos años la hubiese
detenido...
Quizá, y solo quizá esto nunca habría ocurrido.
Una parte de mí siempre se culpará por este incidente. Como si
desilusionarla antes habría cambiado algo.
De todas formas, será algo que yo nunca llegaré a saber Padre.
— ¿Padre?— La voz de la doctora resonó en la sala de espera, lo que me
obligó a levantar la mirada, y encontrarme con los ojos tan oscuros de
Marissa.
— Sí, Perdona. ¿Me has dicho algo?— Indagué sin molestarme en mirarla,
estaba demasiado preocupado con observar a Marissa como para hacerla
caso. La médica la había sentado en una silla de ruedas, evitando así que
caminara por cuenta propia, y la ropa que llevaba encima no era negra, el
color que me había acostumbrado a verla hace años. Casi eché de menos el
negro en ella.
Casi.
— Que tengo que darte el listado que te comenté antes, y si podrías
acompañarme.— Volvió a repetir y finalmente me digné a mirarla.
Marissa apartó la mirada cuando yo volví a obsérvala, y no entendí
realmente el porqué.
Parecía extraña.
— Sí, por supuesto.— Alcancé a decir antes de acercarme.— Marissa, hola.
— Sonreí todo lo amablemente posible, pero ella siguió con la mirada en
otra parte.— V-voy un momento con la doctora, ahora vuelvo ¿está bien?—
Me obligué a seguir hablando tras notar su silencio. No me gustaba verla
tan callada, casi me sentí culpable.

¿Quizá estuviese enfadada después de yo haberla gritado la última vez?


Marissa simplemente asintió antes de yo dar media vuelta y seguir a la
doctora al despacho.
Y sentí como si de cierta forma ella me hubiese rechazado.
Como si mi apariencia, mi yo entero, no fuese suficiente.

Has llegado tarde Padre John, muy tarde. Una voz maliciosa repetía una y
otra vez en mi cabeza a cada paso que yo daba.

Es cierto, concluí.
Demasiado cierto.

Y ahora, solo me quedaba intentar arreglar los destrozos. Rezando, para que
con suerte tuvieran arreglo.
Capítulo 83
Padre,
Con papeles en mano y todo zanjado, me despedí de la doctora antes de
pasar a recoger a Marissa en la sala de espera.
Una vez allí, ella seguía estando callada, incluso luego de yo haberla guiado
en la silla de ruedas hasta la salida del hospital.
El silencio fue incómodo por un rato hasta que ella finalmente habló.
— ¿Iremos a mi casa Padre? — preguntó bajito.
— Sí, pasaremos allí a recogerte ropa y todo lo que necesites, pero no para
quedarte.— Expliqué mirando al frente, Gerardo estaba fuera, a mi espera.
— No pienso volver al pueblo. — Marissa empezó con nerviosismo. — No
me lleves allí.
— No lo haré. — Respondí mientras alzaba el brazo para llamar la atención
del chófer. — ¡Gerardo! ¿Me puedes ayudar a acomodarla en el coche? —
El Joven vino de inmediato.
— Y-yo puedo levantarme s-sola. — Marissa rápidamente intentó moverse,
pero una larga mueca de dolor se le asomó a la cara. Era más que evidente
que ella no podría hacerlo sola.
— ¿Me permites? — Acerqué mis dedos sobre su mano y ella finalmente
me miró. Parecía derrotada, incapaz de hacer nada sola. Y yo casi pude ver
un destello de culpa en aquella iris tan negra.
— Gracias — habló finalmente permitiendo que mi manos se entrelazaran
con las de ella. Estaban frías.
— Tendré cuidado. — Aclaré con delicadeza antes de mirar a Gerardo. —
Okay, yo la levanto y tu aparta la silla de ruedas ¿está bien?
— Si señor John. — El joven asintió.
— A la de una, dos, ¡Y tres! — Con destreza la cogí de las piernas y
cintura, no me ha resultado muy complicado. Por suerte yo me había
acostumbrado a llevar a los críos en brazos muy a menudo, sostener a
Marissa no ha sido una gran dificultad. — Ábreme la puerta. — Indiqué al
chico y el hizo caso.
Mientras yo la sostenía todo lo cuidadosamente posible alcancé a oír un
segundo gracias cerca de mi oído.
Y por mi propio bien, resolví no hacerla caso. O de lo bien que se sentía
ella en mis brazos, sin importar el peso o las circunstancias.
Podría acostumbrarme a llevarla siempre así.
No me importaría en absoluto.
Y sin embargo, de repente, Gerardo me llama, y me avisa que ya puedo
ubicarla dentro.
Entonces dejo de pensar y actúo.
Capítulo 84
Padre,
El viaje en coche no ha sido incómodo como yo creía que sería.
Silencioso más bien, pero no menos armonioso.
Marissa observaba el vehículo a su alrededor con asombro antes de decirle
a Gerardo la dirección de su piso.
De vez en cuando ella hacía como que miraba la ventanilla, pero yo sentía
su mirada en mí. Observando mí reflejo en el vidrio tintado del coche.
Aquello me sacó una sonrisa. Claro que ella estaría curiosa, era normal.
Verme en otra cosa que no una sotana o casulla la parecería extraño.
— Me pedí vacaciones. — Comenté de repente, haciendo que ella diese un
pequeño vuelco, sorprendida.
— ¿Los curas tienen vacaciones? — Marissa preguntó intentando
recomponerse.
— Aunque muy pocos la piden, sí, tenemos. — Expliqué. — Es la
primera vez que lo hago a decir la verdad.
— ¿Nunca pediste vacaciones antes? — Marissa me observó interesada.
— Nunca hubo una ocasión que yo necesitara ausentarme tanto tiempo. Así
que no. — Tras decir lo último Marissa miró hacía sus manos avergonzada.
Como si ella hubiese hecho algo malo.
— Padre John, yo...Sé que antes te dije que soy un caso de ayuda pero...
— Yo lo haría por cualquiera, no te sientas responsable por una decisión
que tomé. — Aclaré. — Si los críos del orfanato necesitasen más de mi
tiempo yo lo haría igualmente.
Marissa volvió a mirarme con algo menos de culpa, aunque no del todo. Me
alegró ver que aun después de dos años enteros la quedaba algo de
inocencia en la mirada.
Por muy poca que sea.
— De verdad eres un buen hombre Padre John. — Ella habló de repente,
como dándose cuenta de algo que no lo había hecho antes. Me miró los
ojos. — De todas las personas que conozco, eres la primera que me hizo
ver más allá de lo establecido. — Sonrió finalmente. — Sé que ya te lo dije
muchas veces antes, pero, gracias. — Me tocó el brazo. — De todo lo malo
que me ha pasado, tu eres lo bueno que me saco. — Confesó con una débil
sonrisa en el rostro, haciéndome sonrojar hasta a mí Padre.
— Yo no... — Intenté excusarme.
— Por favor, no menosprecies tu amabilidad. — Fue ella quien me cortó
esta vez. — Es igual de hermosa como todo tu ser. Te quiero Padre John.
Escucharla decir algo simple como un "te quiero" me descuadró de forma
tan evidente que Marissa me preguntó si estaba bien.
Ella no sabía lo mucho que aquello me afectaba.
— Yo también te quiero hija mía. — Me obligué a hablar, aunque, me vi
incapaz de decir su nombre mientras lo hacía. Era demasiado para mí.
Capítulo 85
Padre,
En alguna parte del camino me atreví a preguntar— Marissa, ¿No te
preocupa saber a dónde te llevaré luego?
Ella dejó de observar la ventanilla entonces, porque de esa vez si la estaba
mirando, antes de volcarse a mí con plena serenidad.
— No. — Respondió.
— ¿Por qué? — La cuestioné.
— Porque sé que estaré a salvo mientras este contigo, sin importar a donde
vayamos. Incluso bajo el puente padre. — Ella me sonrió antes de volver a
mirar a través de la ventanilla. Como si mí pregunta haya sido una
estupidez.
Marissa confiaba plenamente en mí, me di cuenta.
Y me costaba sobrellevar este hecho.
— Nunca te dejaría bajo un puente. — Aclaré entonces. A lo que Marissa
estuvo de acuerdo, aun cuando no giró la cabeza en mi dirección, aunque si
me observó en el reflejo del cristal.
— Yo tampoco. — Ella replicó conteniendo la risa, como si aquello fuese
un chiste, y yo, miré a mis manos en un intento de ahogar mi propia risa
que empezaba aflorar luego de oír la suya.
Gerardo de vez en cuando nos miraba por el espejo retrovisor panorámico
con curiosidad. Como intentando descifrar mi interacción con Marissa. Y
muy probablemente haya sacado conclusiones equivocadas.

Pero no vi la necesidad de desmentirlas.


Mucho menos ganas de hacerlo.

En mi cabeza, en aquél momento, parecía como si los dos años que pasé sin
ella no llegaron a existir siquiera.
Marissa estaba allí, como si nunca hubiera ido jamás.
Y Padre, perdóname, pero el júbilo latente en mi pecho era mucho más
gratificante que recitar tus enseñanzas inscritas en el sagrado testamento.
Capítulo 86
Padre,
Llegamos a su bloque de pisos.
Por suerte había ascensor y pude acomodarla bien en la silla de ruedas antes
de guiarla hasta allí. En un principio, Marissa pareció reacia a que yo la
acompañara.
— No tuve tiempo de limpiar el desastre.— Se había excusado con el rostro
avergonzado.
— Lo importante es que tú estés aquí.— Fue mi respuesta, y la pareció
convincente. Al menos para acompañarla hasta la puerta de entrada, allí ella
me obligó a esperar fuera.
— N-no quiero que lo veas padre.— Marissa habló realmente apenada.— Si
todavía me cuesta acostumbrarme a que me veas así...— Se señaló a si
misma con desdén antes de volver a mirarme a los ojos.— ¿Me perdonas?
— Por supuesto.— Asentí entonces. Me entraron ganas de corroborar lo
que ella acababa de decirme, pero me detuve a tiempo. Yo la veía hermosa
igual. Pero eso, ella no necesitaba saberlo aún.
Capítulo 87
Padre,
Esperé un largo rato hasta que ella volvió a salir por la puerta, llevaba una
mochila apoyada en el regazo y un libro descubierto por encima de todo con
tapa blanda.
— Es un libro de poesía.— Ella explicó al ver mi mirada desviarse hacia
allí.— No preguntes.
— Está bien. No preguntaré.— Me eché a un lado antes de ponerme detrás
suya para empujar la silla de ruedas. Me di cuenta de que la temblaban las
manos, estarían doloridas aún por los moratones, además Marissa las estaba
forzando mientras movía las ruedas de la silla por si sola.— ¿Y qué tipo de
poesía es?— Indagué con tono burlón.
— ¡Te he dicho que no preguntes!— Ella movió la cabeza a un lado
mostrándome la lengua.
— Señorita, no me obligues a castigarte como a los niños del orfanato.—
Insté.
— Oh por favor, — Marissa hizo una pose dramática antes de reírse.— No
haces daño a una mosca Padre John.
— Te sorprenderías.— Dejé escapar y eso captó la atención de ella al
instante.
— ¿Así? Dime qué entonces.— Me interrogó antes de apretar el botón para
abrir las puertas del ascensor aún si salir del papel dramático. Se estaba
comportando como una completa niña pequeña.
Y no me desagradaba en absoluto.
— Me alegro de que estés contenta.— Dije a cambio, y eso pareció
desarmar a Marissa por completo. Quizá la seriedad en mi voz la
sorprendió.
Noté también como ella se movió un poco en la silla mientras esperábamos
a que ascensor llegase.
— ¿Sabes?— Su voz sonó baja, casi como en un susurro.— Cuando te vi
entrar por la puerta del hospital aquella vez, el tiempo se detuvo para mí —
explicó— Sentí como si yo nunca me hubiese ido, y que era miércoles otra
vez. — Ladeó la cabeza a un lado.— Entonces me dio un vuelco al corazón,
pero del bueno. Como si todo lo que una vez perdí estuviese volviendo a
mí.— Se detuvo un segundo para mirar la mochila sobre su regazo.— Padre
John, yo...— Entonces vino el ascensor y Marissa no tuvo las agallas de
seguir.— Vaya, ¡El ascensor finalmente llegó!
— S-sí. — Fue mi respuesta.
— Sí. — También fue la de ella.
Capítulo 88
Padre,
Quizá mis confesiones suenen demasiado poéticas o dramáticas. Quizá la
memoria me falla y las hice hermosas aún sin querer. Quizá yo sea un
completo don nadie una vez abra los ojos. Quizá mienta para vivir más de
lo que me toca por derecho.
Quizá yo sea un completo fraude.
Pero Padre, tú me conoces mejor que nadie.
Yo no te mentiría ni aunque me torturasen. Por eso, abriré mi pecho en
canal por última vez, para que veas lo bueno y lo malo que habita en mi
interior Padre.
Ya no pediré perdón, porque no está en mí hacerlo.

Porque ya no me duele el alma oír más que silencios, y el habla no es


necesaria para sentir tu presencia.

Así que por favor Padre.

Solo escúchame un rato. No me saltaré ningún detalle.


No me detendré hasta el punto final.
Capítulo 89
Padre,
Mientras más cerca estábamos de llegar a la villa, más Marissa se
sorprendía con el paisaje que teníamos delante.
Sin embargo ni una sola vez ella me cuestionó por qué.
O cómo.
Solo cuando el mar empezó a asomarse por el horizonte que ella habló.
— Vaaaya. — La oí suspirar y yo asentí.
— Hace años que no vengo por aquí. — Comenté. — Y me doy cuenta
ahora mientras observo el paisaje, que puede que lo haya echado un poco de
menos.
— ¿V-vivías aquí antes? — Marissa indagó boquiabierta. — ¿E-eres rico?
— Rico dices... — La observo un largo rato y ella me observa a mí
también. — Bueno, digamos que mi familia lo es. — Intenté ser lo más
escueto posible. No me apetecía adentrarme sobre asuntos familiares
desagradables con Marissa. Como por ejemplo, que yo había renunciado mi
parte de la herencia familiar entre otras cosas.
— ¿Y por qué te has convertido en sacerdote entonces Padre John? —
Marissa preguntó abiertamente, de la misma forma que me habían
preguntado tantos otros.
Me dolió un poco que ella no lo entendiera, pero Marissa era joven. Y
cuando uno tiene toda una vida por delante lo único que quiere es comerse
el mundo.
Yo lo hice también cuando tenía su edad.
— Por que sentí que debería hacer algo más. — La respondí lentamente
sin dejar de mirarla. Marissa de vez en cuando apartaba la vista y observaba
el techo del coche a cambio. Como si mirarme por demasiado tiempo fuese
incómodo. — Me di cuenta que tener una casa grande, y vivir la vida a lo
grande no me hacía sentirme más grandioso. — Mi voz sonó dura, hasta
para mí. Pero Marissa simplemente asintió.
Me pareció que ella quería decirme algo más, pero, se detuvo al recordar
que no estábamos solos.
— Gracias por responderme. — Ella habló a cambio.
— Gracias por escucharme. — Fue mi respuesta.
Media hora más tarde y habíamos llegado.
Capítulo 90
Padre,
Entonces nos sentamos en el larguísimo sofá del comedor. Yo la ayudé a
que se acomodará para evitar que se lastimara ella sola.
Marissa me agradeció una vez más, antes de dejar su mirada perderse en los
recovecos de la villa y olvidarse de mí.
— Preciosa. — Ella comentó por cuarta vez con la boca abierta y los ojos
como platos.
— Te escuché la primera vez. — Bromeé haciendo que ella me observará
un pelín avergonzada.
— Cierto. — Marissa dejó de curiosear y se volcó a mí. — Eres una cajita
llena de sorpresas Padre John. — Indagó. — Y no me mires así, eres una
cajita de sorpresa de las buenas. — Me sonrió.
— Cierto. — Asentí. — ¿Te apetece comer algo? ¿O quieres un tour por la
villa?
— ¡El tour! —Marissa respondió de inmediato antes de mirar al suelo
avergonzada.
— Que así sea entonces. — Alcé las manos, como pidiendo permiso para
tocarla, a lo que Marissa rápidamente aceptó de buen grado. — ¿Me
permites?
— Por supuesto.
A igual que la primera vez, yo la cogí de las piernas y su cabeza reposó en
mis hombros cuando la levanté del sofá. Rápidamente encontré la silla de
ruedas y la ubiqué todo lo confortablemente que creí necesario.
Mi extremo cuidado sacó una sonrisa a Marissa.
— Es tan raro Padre John. — Ella empezó aún con la risa en los labios.
— ¿El qué?
— Si fueras otra persona yo me sentiría incómoda de pedirte ayuda. —
Apuntó a sí misma. — Ya sabes, para moverme y eso. Pero...
— ¿Pero?
— ¿Recuerdas cuando te dije una vez que olías a hogar?
Sí, claro que me acordaba. No había un solo día que me olvidase de nada
que ella alguna vez me dijo.
Me acordaba de sus palabras incluso más que los versículos de la Biblia. Y
por extraño que parezca, aquel descubrimiento no me aterró.
Ni siquiera me sentí culpable por ello.
— Puede que me acuerde. — Repliqué. — O puede que no. Ya solo soy un
viejo sacerdote después de todo. — Tomé distancia para revisar que Marissa
estuviese bien puesta en la silla de ruedas.
— ¡Por Dios! ¿Todavía seguimos con eso? — Marissa frunció el ceño. —
Ojalá yo fuera igual de hermosa como tú a mí edad. Y eso ya es pedir
mucho.
Lo eres.
— No me parece que sea así el dicho. — Repliqué.
— ¡Al demonio con el dicho! — Soltó sin querer antes de mirarme —
Perdón. Me ha salido. — Se excusó. — Pero a lo que iba, que no quiero
esperar a ser hermosa después de los treinta. Quiero ser igual de hermosa
como tú ahora.
— La belleza no te asegura un sitio en el paraíso, hija mía.
— No, pero es un plus añadido. — Ella intentó cruzar los brazos, aunque al
final pensó mejor, parecía molestarla. — ¿Y bien?
— ¿Sí?
— ¿El tour aún sigue de pie o seguiremos charlando Padre?
Ahora me tocó a mí sonrojarme.
— Por supuesto.
Capítulo 91
Padre,
El tour tardó más de lo que yo me había esperado. No me acordaba de lo
grande que era la villa, o de todos los recovecos que había en ella.
Suerte que la vivienda estaba preparada con rampas y zonas especiales para
la silla de ruedas. Así Marissa tendría más libertad, sin la necesidad que yo
estuviera pendiente de ella todas las horas.
Y yo, por mi parte, después de años sin pisar aquella villa, me alegraba de
tener al menos, una casa bien equipada para Marissa Padre. Aunque,
cuando era más joven e ingenuo, sentía lo opuesto sobre las zonas para
personas discapacitadas.
Poco estético, es lo que pensaba antaño.
Sin embargo, mi yo ebrio del pasado utilizaba las mismas rampas "poco
estéticas", debido a que la escalera parecía una zona de campo minado, que
con un paso en falso y yo terminaría desmantelado en el suelo.
— ¿Y esto qué es? — Marissa preguntó de repente sorprendiéndome, pero
rápidamente volví a centrarme en ella.
— Mi viejo estudio. — Respondí mirando la puerta momentos antes de
alejarme de la silla de ruedas para alcanzar el manillar.
— Oh. — Ella dejó escapar una vez yo la di espacio suficiente para
curiosear antes de entrar del todo en la habitación. — Espera un segundo,
¿Es aquello una plancha de Surf? — preguntó enérgica cuando yo volví a
ponerme detrás de la silla de ruedas y la guié adentro.
— Lo es.
Y me trajo recuerdos.
Cuando de repente, sin querer, Marissa movió la rueda de la silla hacia
atrás, encontrando mi pie de por medio.
Yo solo solté un débil aullido sorprendido antes de alejarme del todo,
haciendo que Marissa se parará en seco.
— ¡Dios santo Perdóname Padre! — Ella re direccionó la silla tras ver que
me había alejado lo suficiente para no lastimarme. — Lo siento tanto.
Solo tras sentir las manos de Marissa en mi mejilla, que me di cuenta que
me había agachado para tocar los pies.
Pero Padre, aquellas manos tan cálidas me hicieron olvidar del dolor.
No había angustia en mí después de ello.
Señor, no sabes lo mucho que había echado de menos que ella me tocará
una vez más.
Dos años había sido demasiado tiempo.
Capítulo 92
Padre,
Me quedé un largo rato quieto, sin saber cómo actuar. Solo sentí y escuché.
— ¿Padre John? ¿Te hice mucho daño? — Marissa repetía una y otra vez
con las manos en mis mejillas y la mirada en mi rostro. — ¿Me oyes? ¿Te
duele mucho? ¿Padre John?
— ¿Sí? — Finalmente la miré, pero de verdad Padre. Ella realmente parecía
preocupada.
— Los pies, ¿Te duelen mucho?
— Oh, no. No. — Repetí aún sin alejarme y ella sin apartar las manos
tampoco.
— ¿De verdad? Estás muy callado y tienes la mirada perdida. — Siguió
observándome.
— Es solo que... — Intenté explicarla el porqué, pero ninguna de mis
respuestas parecían apropiadas.
Porque me has tocado. No, eso no.
Porque he echado tantísimo de menos tus caricias. Tampoco.
Porque nunca creí que volverías a acercarte tanto a mí. No es lo idóneo.
— Porque yo...— Antes que yo fuese capaz de formular alguna estupidez
alguien entró por la puerta.
— ¿Señorito John?
Marissa dejó de acariciarme de inmediato, como si recién se diese cuenta de
lo que había hecho.
— Hola Carla, ¿Qué tal estás? — Me alcé del suelo, y ladeé la cabeza a un
lado. — ¿Cómo va todo? — Empecé antes de volver a mirar a Marissa. Ella
observaba a Carla con curiosidad y un pelín de vergüenza, como si hubiese
hecho algo malo. Yo solo no entendí el qué.
— Bien, Johnie. Bien. — Ella respondió observando abiertamente a
Marissa. Como intentando descifrar lo que estaba ocurriendo allí, y si hizo
bien en entrar.
— Que mal educado estoy siendo, perdonarme. — Asentí para que Carla se
acercara. —Marissa, está es Carla, la mejor cocinera de todos los tiempos.
— Comenté. — Y ante todo, una más de la familia. Soy afortunado de
tenerla aquí. — Caminé hasta ella y la di un largo abrazo. Carla lo aceptó
sin pensarlo dos veces.
Y por extraño que parezca, sentí la mirada de Marissa clavada en mi
espalda.
Nunca la sentí tan penetrante como en aquél momento Padre. Me aparté de
Carla no mucho después.
— Y Carla, está es Marissa. — Me ubiqué detrás de la silla de ruedas para
apartarme de en medio. Y por un momento, no supe qué más decir, aunque
finalmente dejé de pensar demasiado en ello y solté — Marissa solía
ayudarme con los críos del orfanato, como también oía a menudo mis
sermones.
— Un placer Marissa — Carla respondió entonces.
— Igualmente, señora Carla.
— Por favor, solo llámame Carla. — Ella movió levemente la cabeza. —
Todos lo hacen.
Marissa asintió entonces, pero su mirada seguía igual de penetrante, como
cuando la sentí en mi espalda.
— ¿Os apetece comer algo? — Carla preguntó por cortesía, a lo que
Marissa rechazó la oferta, y yo hice lo mismo.
— La has abrazado... — Marissa comentó bien bajito, pero yo la escuché.
— ¿Sí Marissa? — La observé, pero, ella simplemente negó con la cabeza.
— Nada, no es nada. — Me sonrió, pero por educación.
"Cuando yo te abrazaba antes, no respondías de la misma forma." Ella no
pudo evitar murmullar con tristeza, y yo no hice más que fingir no haberla
escuchado.
Capítulo 93
Padre,

La primera semana con Marissa fue la más serena que tuve la casualidad de
tener en un largo tiempo.

Y si aquello fuese igual de plácido que el mismísimo cielo, por favor padre,
una vez mi alma abandone mi cuerpo cansado, me gustaría vivir por
siempre en estos recuerdos.

Como un paraíso hecho a mi medida.


Si no es egoísta de mi parte pedírtelo claro está.

Sin embargo calma no evita que se avecine la tormenta. De la misma forma


que hay tormentas inevitables.

— ¿Estás leyendo la biblia? — Marissa indagó curiosa tras acercarse al


comedor. Las heridas en los brazos y piernas de ella tenían mejor pinta, y
Marissa se movía con algo más de soltura sin hacer tantas muecas de
desagrado. Era una buena señal, pero no la mejor.

Yo debería haberme dado cuenta Padre. La médica me avisó de tener


cuidado.

— ¿Has tomado ya los antibióticos? — Pregunté a cambio. Marissa hizo un


largo puchero antes de asentir con la cabeza.

— Sí papá, lo hice — bromeó. — ¿Y ahora me darás de comer en la


boquita? — replicó antes de acercarse del todo, sentada en la silla de
ruedas.

— ¿Es necesario que lo haga? — pregunté con seriedad y no mucho


después sonreí. Ella en un principio me observó boquiabierta luego de
reírse.
— ¡Por Dios Padre John! Por un momento creí que me tomabas en serio.

— ¿Debo hacerlo? — Arqueé las cejas, y Marissa hizo todo lo posible de


no mirarme con cara de pocos amigos.

— Esperemos que no Padre. — Ella respondió entonces. — Pero ahora


enserio. ¿Molesto aquí?

— ¡No! Por supuesto que no. — Hablé de inmediato. — ¿Di a entender


algo equivocado? Sí es así, lo siento Marissa, no ha sido mi intención.

— No lo decía en este sentido Padre. — Ella señaló la biblia sobre la mesa.


— Te digo si te molesto ahora, mientras haces tus cosas.

— Oh Entiendo.

— Te molesto ¿No?, mejor iré a dar una vuelta por la villa.

— No, no. No lo haces en absoluto. — Alcé las manos para que ella se
detuviera. — ¿Te apetece charlar un rato? Ya he leído suficiente por hoy. —
Aclaré al ver duda en sus ojos tan negros.

— Sí, me encantaría. — Me sonrió, pero al ver como yo me preparaba para


ayudarla a sentarse en el sofá Marissa se alarmó un poco. Algo en su
reacción me desagradó.

— ¿Marissa?

— ¿P-por qué no charlamos fuera? Las vistas son hermosas. — Ella se


excusó rápidamente, y yo no hice más que asentir.

Debería haberme dado cuenta en aquél instante que algo iba mal Padre.
Pero pasé por alto su reacción.
Capítulo 94
Padre,
Quedamos fuera ella y yo, observando el gigantesco paisaje forestal.
Me puse un poco melancólico de forma inevitable. Me olvidé con el pasar
de los años lo mucho que amaba aquellas vistas.

“¿Llegaría Marissa a amarlas de la misma forma que hago yo?” Pensé sin
poder evitarlo, mas, con la misma rapidez descarté dicho pensamiento.
Marissa no estaría allí tiempo suficiente.

Aunque, el amor no tenía por qué ir despacio. A veces, con solo una mirada
bastaba.

El paisaje era embriagador después de todo.


Tan embriagador como ella.

— Es hermoso. — Marissa suspiró cerrando los ojos. Yo volqué mi mirada


hacía ella entonces.
— Sí, lo es.

Ella volvió a abrirlos para observarme.


Y era extraño Padre, pero nunca me había sentido tan en paz como en aquél
momento.
Mirándola a los ojos, y viéndome reflejado en ellos.
Deseé como nunca cogerla en brazos, apoyarla en la barandilla más
cercana, descansar mis manos en su cintura, e implorar que ella me
acariciara las mejillas para rogarla un beso. Por muy ínfimo que sea.

Sin embargo, no hice más que apartar la vista y ponerme detrás de la silla
de ruedas para guiarla a otra parte.
Capítulo 95
Padre,

El silencio fue más que bienvenido mientras caminábamos por la terraza.


Con la brisa de la tarde acariciando mi mejilla izquierda, y jugando con las
trenzas del pelo de Marissa.

Invitándonos a respirar hondo, y sentir los aromas que traían consigo.

Flores.
Olía a flores, estaba seguro de ello.

Pero no lavanda como siempre iba inmersa Marissa. Su marca registrada en


mi ser.
El tipo de olor que no me importaría olfatear por el resto de mi vida.

— ¿Te puedo hacer una pregunta hija mía? — La vieja costumbre me hizo
llamarla así. Aunque ya me hubiese acostumbrado hace mucho a decir su
nombre sin sentirme fuera de lugar.

— Todas las que te apetezca Padre. — Respondió ella con serenidad.

— ¿Cuándo... Has dejado de estar de luto? — Marissa me observó un largo


rato sin entenderlo del todo, hasta que hizo el mismo recorrido que mi
mirada y se dio cuenta de ello. Que ya no vestía negro.

— Bueno...Creo que fue una vez que salí del pueblo— explicó mirándose a
sí misma distraída. — Aunque no sé muy bien porqué. Solo pensé que...Ya
no me apetecía tanto seguir vistiendo negro. Además, el calor no ayuda. —
Levantó la cabeza y me observó con una sonrisa cómplice. — ¿Verdad que
si Padre? Tú deberías de saberlo tan bien como yo.

— Cierto. — Sonreí también recordándome de la sotana. Aunque,


independiente del calor, echaba de manos tenerla puesta.
— ¿Te puedo hacer yo otra Padre?

— Mmm-hmm. — Asentí.

— ¿Siempre has hablado así?

— ¿Perdón? — No la comprendí. — ¿Hablado así cómo?

— Como si cada palabra que saliera de tu boca estuviera pensada hasta el


más mínimo detalle. — Dio de hombros. — Cuando te oigo hablar, pareces
sacado de una película de época.

— ¿Te molesta eso?

— No. Por el contrario Padre. — Marissa miró al paisaje otra vez. — El


problema es que me gusta demasiado. Y aún no encontré a otro como tú. —
Volvió a mirarme. — Así que dime. ¿Cómo?

No pude evitar sonrojarme. Marissa no se había dado cuenta de lo que


acababa de decirme, pero yo sí.

Buscar a otro como yo.


Yo jamás buscaría a otra como ella.

Quizá en parte porque, no me interesaría otra Marissa que no fuese la que


tenía delante.
¿Sentíamos lo mismo Padre? Puede que no, puede que sí. O puede que solo
sea algo parecido.

Y algo parecido no tiene por qué ser lo mismo. Con los años uno aprende la
diferencia.

— Clases de oratoria. — Respondí después de un tiempo.

— ¿Clases de oratoria? ¿Enserio?


— Sí. Mi padre quería prepararme para cuando yo... Bueno, para el día de
mañana. — Comenté. — A final le di utilidad para mis sermones. Una
lástima que muy pocos lo escuchen. — Arqueé las cejas y Marissa contuvo
una risita delatadora.

— Vaya.

— ¿Qué pasa?

— Echaba de menos tus indirectas muy directas. — Aquello nos dio risa a
los dos.

— Y yo echaba de menos tu espontaneidad.

También tu voz.
Tú presencia.
Tu dolor.
Tus inseguridades.
Tus ojos abismales.
Toda. Entera.
Pero no lo entenderías.
Ni siquiera yo lo entiendo aún.

Supongo que ha pasado demasiado tiempo. Y aun así, gran parte de ello lo
pasé lejos de ella.

Padre, ¿Por qué me entraron ganas de abrazarla de repente?

— ¿Padre John? — Marissa alzó los brazos intentando llamar mi atención


otra vez. Y yo, recién me daba cuenta que me distraje haciéndome pajas
mentales.

Oh Marissa.
Perdona si te hice sentir invisible por un momento.
Pero a veces hasta yo me canso de tenerte presente en mi mente.
¿Verdad que sí Padre?
A ti no te puedo mentir de todas formas.
— ¿Me decías algo?

— ¿Por qué no entramos? El tiempo está cambiando. — Ella apuntó al


cielo, y era verdad. Estaba a punto de llover.

— Adelante. — La guíe hacía dentro con delicadeza. Y casi creo haberla


visto sonrojarse.
Capítulo 96
Padre,

Era una madrugada agradable, fuera llovía despacio, muy despacio, y por
una vez desde que llegué en la villa, no tenía sueño.
Así que no dormí.

La primera hora me dediqué a observar la ventana y reflexionar sobre


muchas cosas. La mayor parte de ellas sobre Marissa. Sin embargo no
todas.

Después, opté por leer la Biblia. Aunque no estaba en la Iglesia, y mis


sermones se mantendrían en la libreta por un tiempo, eso no significaba que
debería dejar de escribirlos.

Ha sido tranquilo por un rato, hasta que de repente, escuché el sonido de


algo caer contra el suelo venido de la habitación de al lado.

Marissa.

La biblia se me escapó de las manos tan rápido que creo que terminó en el
de parquet.

— ¿Marissa? — Dije en voz alta una vez llegué al pasillo y toqué la puerta.
Ella no me respondió. Así que estaría en el lavabo que hay que la
habitación. — ¿Marissa me oyes? Voy a entrar. — Alerté, y al ver que no
había respuesta finalmente abrí la puerta. Marissa no estaba allí, y la puerta
del lavabo estaba cerrada. Mi corazón dio un vuelco. — ¡Marissa! —
Alcancé la maneta de la puerta pero no la moví. — ¿Marissa me oyes?

— S-sí. — La oí susurrar entonces, y pude respirar con más tranquilidad.

— He escuchado un ruido. ¿Estás bien? — Pregunté pegado a la puerta,


intentando escuchar su respiración y comprobar realmente que estaba bien.
— S-solo ha sido un susto. — Ella se excusó, pero por la forma como dijo
me hizo preocuparme. ¿Qué estaba pasando allí dentro?

— ¿Puedo entrar? — Repliqué poco convencido.

— ¿P-por qué? — Ella consiguió indagar aunque a duras penas.

— Necesito saber que estás bien. — Respondí. — Si es muy incómodo


para ti yo podría llamar a Carla y...

— ¡No! — Marissa chilló. — N-no quiero molestar a nadie. De verdad


que estoy bien Padre — habló con la voz exaltada.

No, ella no estaba.

— No me iré de aquí hasta que pueda verte — dije. — Ya no eres una


niña Marissa, por favor, déjame entrar. — Intenté sonar lo más normal que
he podido, pero empezaba a alarmarme.

— E-estoy desnuda. N-no puedes entrar. — Ella aclaró finalmente. — E-


es vergonzoso.

— ¿Te puedes tapar con una toalla? Prometo que solo quiero comprobar
que estés bien. — Y era verdad Padre. Quizá en otras circunstancias eso
me habría ahuyentado, pero no en aquel instante. No cuando oí el estruendo
de un cuerpo chocando contra el suelo antes.

No podía alejarme.
Era mi deber cuidarla por encima de todas las cosas.

— Sí, c-creo que puedo hacerlo. — Ella alcanzó a decir y se hizo un largo
silencio. Aquello me alarmó un momento, pero entonces, Marissa volvió a
hablarme. — P-puedes entrar.

Y lo hice.

Fue tan rápido que apenas capté la escena delante de mí con claridad.
Marissa estaba en el suelo, sentada, desnuda y con una toalla tapando su
parte frontal. Lo primero que pude ver con claridad ha sido su espalda. Al
descubierto, una larga herida se veía en toda su espina dorsal, y moratones.
Demasiado moratones como para contarlos todos.

Y lo más terrorífico Padre, es que yo podía verlos todos, sin importar lo


oscura que era la piel de Marissa. Y las heridas no parecían curadas en
absoluto.

— Marissa hija mía... — Me acerqué rápidamente y la toqué el hombro.


Olvidándome por completo que ella estaba desnuda, y a cambio, lo único
que sentí fue rabia.

Me entraron ganas de hacerles daño a las personas que habían lastimado a


Marissa de aquella forma.

Yo no les daría mi perdón. Yo les daría todo el dolor que le dieron a ella.

— E-estaba intentando ponerme la crema y... — Marissa empezó con la


mirada en el suelo, agarrando la toalla con las dos manos. — La mano me
empezó a doler, y cuando...Cuando me di cuenta de ello ya estaba en el
suelo.

— ¿Te puedes mover? ¿A dónde duele? — Me di la vuelta y alcé su


mentón con los dedos. — Marissa mírame. — La llamé, pero ella aún
seguía con la mirada en otra parte. No me gustaba verla así. — ¡Por Dios
Marissa! ¿Por qué estas avergonzada? — Solté confuso. — No has hecho
nada malo. ¡Deberías haber pedido ayuda! — Dije con fiereza. — Santo
cielo, yo debería haberte preguntado más veces.

— ¡No! — Marissa finalmente me miró. — Tu no...Yo solo no quería


verme… necesitada...No me gusta depender de nadie y...

— No puedes hacerlo todo sola. — Mi mano siguió en su mentón. — No


vayas por este camino Marissa, no te lo recomiendo. — No dejé de mirarla
hasta que ella finalmente asintió. Todavía no me gustaba su expresión, pero
era un comienzo. — ¿Te puedes mover? — Pregunté.

— N-o. Me duele todo. — Fue honesta.

— Vale, bien. — Asentí. — Ahora yo te levantaré del suelo, y te pondré


boca abajo en la cama una vez lleguemos allí. Dolerá un poco, ya que
tendré que tocarte los moratones al levantarte. ¿Preparada?

Marissa estuvo de acuerdo, y sin embargo, cuando alcancé su cintura ella


tembló.

— ¿Estás bien? — Pregunté.

— Sí. — Fue su respuesta final.

Entonces la levanté. En algún momento la toalla cayó al suelo y Marissa


intentó cogerla, pero yo la prometí que no miraría.

Y no lo hice.

Ella tembló otra vez mientras yo la acomodaba boca abajo en la cama.


Rápidamente conseguí una manta en el armario y la tape hasta la cintura, al
ver lo incomoda que estaba de yo mirarla.

Marissa no entendía que yo no la miraría sin su debido permiso.


Sin embargo, la espalda si la miré, y la rabia nubló mi mente otra vez.

— ¿Estás a gusto así? — Pregunté tomando distancia.

— Mmm-hmm. — Marissa asintió.

— ¿La crema para la espalda a dónde la tienes? — La cuestioné y aquello


tomó a Marissa por sorpresa.

— Padre John tu no...no es necesario que...


— ¿A dónde está la crema Marissa? — Mi voz sonó cortante, y ella
entendió finalmente que yo iba enserio.

— Cerca del grifo del lavabo. — Fue su respuesta.


Capítulo 97
Padre,

Cuando la toqué, sentí como el temblor recorría todo su cuerpo.


Pero no supe identificar si Marissa lo hizo por dolor o por vergüenza.

Supongo que habrá sido un poco de los dos.


Mis dedos acariciaron cada moratón y herida a medio curar. Su piel estaba
caliente Padre, e hice lo imposible de no lastimarla demasiado.

— Sí te duele algo, por favor, házmelo saber. — Hablé, y Marissa respondió


asintiendo con la cabeza. Entonces yo, con la mano derecha sostuve el bote
de la pomada, mientras que con la izquierda lo esparcí por toda su espalda.

Marissa se quejó un poco, pero no dijo palabra. Así que yo seguí.


Y ahora que lo pienso Padre, si aquel mismo momento hubiera ocurrido en
otras circunstancias yo...Muy probablemente no la hubiera tocado siquiera.

Pero no hubo otras circunstancias más que aquella.

Marissa volvió a temblar otra vez Padre, y yo, sin saber una forma mejor de
consolarla, la cogí de la mano derecha luego de dejar el recipiente de la
pomada a un lado. Eso la sorprendió, pero yo no la solté, ni ella me rechazó.

Debido a eso, mi mano izquierda siguió entrelazada con la suya, mientras


que con la derecha yo terminaba de aplicar la crema en todos los moratones
que había en su piel.
En algún momento, no me acuerdo cuál, todo aquello me pareció
demasiado personal.

Íntimo.
Imborrable en mi memoria.

— ¿Padre John? — Ella empezó luego de estar callada por tanto rato.
— Dime. — Terminé con la pomada, aunque no me atreviese a alejarme la
mano de la de ella.

— Cuéntame algo que no atrevas a decir a nadie. — Susurró. — No me


importa que sea una mentira.

— Yo jamás te mentiría. — Rápidamente acrecenté, pero ella no dijo nada a


cambio.

— Yo solo...necesito distraerme. Por favor, haz que mi cabeza esté en otra


parte que no aquí. — Era más que notable que Marissa se sentía
avergonzada.

Pero no debería de estarlo. No de aquella forma.

— Algo que no me atreva a decir a nadie...— Repetí sus palabras en mi


boca y me dejaron un sabor agridulce. — Algo...

Que cuando te vi por primera vez tus ojos se grabaron en mis retinas.
Que nunca pensé que llegaría el día en que me gustarían mis pecas, hasta
que me hiciste ver lo hermosas que eran. No has sido la primera en
hacerme verlo, y sin embargo eres la que cuenta ahora.
Que mi nombre en tu boca también suena hermoso y no me importaría
escucharlo por el resto de mi vida.
Que el olor a lavanda ahora es mi obsesión.
Que verte avergonzada me afecta de maneras insospechadas.
Que aún después de dos años enteros, sigues siendo mi favorita.
Que cada vez me cuesta acercarme más a ti sin querer besarte de paso.
Que quiero que me leas aquel libro de poesías que trajiste contigo.
Que me digas a donde duele porque esta vez sí tengo curitas para sanarte.
Que me hagas renunciar a la fe que tanto amo, porque por dentro estoy
cambiando de una forma que asusta.
Que la biblia ya no me consuela por las noches.
Que el frío en mis huesos a veces se hace insoportable.
Que algún día llevaré a los críos del orfanato a Disney Land, y adoptaré a
cada uno de ellos.
Que tengo miedo que después de este mes no vuelva a verte. Y de esa vez
enserio.
Que conocerte ha sido lo más extraño que me ha ocurrido y también lo más
agradable.
Que soy demasiado viejo para seguir mirándote de la forma que hago.
Que tú empiezas a notarlo.
Que probablemente yo jamás te lo diga.
Que te quiero.

— No me gustan las arañas. — Dije a final.


— ¿De verdad? — Marissa pareció dudar, su mano aflojando un poco en la
mía.
— De verdad. — Asentí antes de levantarme de la cama. — ¿Te ayudo a...
darte la vuelta?
— No, gracias.
— Que descanses entonces hija mía.
— Tu también padre.
Capítulo 98
Padre,

Al día siguiente Marissa difícilmente me dignó más que unas cuántas


miradas. Seguiría estando avergonzada por lo de ayer. Pero yo no la dejaría
escaparse tan fácil así.

— Buenos días Marissa. — La saludé antes de ponerme cómodo en el sofá.


— Buenos días Padre John.
— ¿Qué tal la espalda? — Pregunté directamente. Era preferible hablar de
ello antes que ella cambiase de tema.
— B-bien. — Marissa asintió incómoda.
— ¿Cuándo hay que volver aplicar la pomada? — La cuestioné. — Según
tengo entendido debes hacerlo dos veces al día.
— N-no tienes que preocuparte por esto Padre John...yo…
— ¿Quieres que lo haga Carla entonces? Si es así yo...
— ¡No! Por favor no la molestes. — Marissa respondió de inmediato
mirándome a los ojos. Ella se dio cuenta no mucho después que yo sonreía.
— ¿Estás siendo irónico verdad qué sí?
— Puede que un poco. — Estuve de acuerdo. — Pero digo muy enserio lo
de la aplicación de la pomada. Incluso tengo pensado contactarme con
algún cuidador para que te pueda ayudar si tanto te molesta que lo haga yo
y...
— ¡Por Dios Padre John! No. — Marissa abrió los ojos como platos. — No
sé ni cómo podré pagártelo después.
— No se supone que debas pagar nada. En absoluto. — Mi respuesta sonó
tan agria que Marissa movió la silla de ruedas hacía atrás. Sorprendida. —
Perdóname.
— No tienes por qué disculparte Padre. Yo soy la que debería de hacerlo,
por las molestias. — Marissa recalcó mirándome por fin. Algo en ella
estaba cambiando, pude darme cuenta. Pero no sabía si para bien o para
mal. — ¿Puedo ser franca contigo Padre?
— Por supuesto.
— Bueno, supongo que después de verme desnuda tenemos más confianza
¿No? — Ella río de repente, como si lo de ayer fuese una completa tontería.
— Prometo que no lo hice. — Me expliqué, pero Marissa ya lo sabía. Ella
estaba bromeando conmigo ahora, y supongo que yo me lo había ganado.
— Lo sé. — Ella acercó la silla hasta donde yo me encontraba con brillo en
los ojos.
¿Cómo yo no me había dado cuenta Padre? Hacía mucho que ya no había
un abismo allí.

Y por suerte, ella tampoco se hundió en él.


Me alegro tanto por ella.

— ¿Por qué presiento que no me va a gustar? — Crucé los brazos a espera


de su gran revelación. Marissa no me hizo esperar demasiado.

— Padre John...tu...ya sabes... ¿Lo has hecho alguna vez? — Indagó un


poco avergonzada.

— ¿Hacer qué?

—Bueno, eso, lo que hacen todos los demás. — Marissa hizo gestos raros
con los brazos antes de darse por vencida. — El celibato padre. Antes de
ello ¿Lo has hecho?

Vaya, aquella pregunta sí fue inesperada. No pude evitar toser unas cuantas
veces.

— ¿Por qué me preguntas esto Marissa?

— Bueno, curiosidad. — Ella respondió rápidamente, pero había algo más.


— Okay, vale. No me mires así Padre. — Se distrajo por un rato mirando al
techo antes de volcar su atención a mí otra vez. — ¿Eres virgen o no?

¿Por qué la interesaba saber aquello Padre? No tenía la menor idea, pero
me hizo gracia la forma en que lo dijo.
— Siento decepcionarte Joven. — Me acomodé más en el sofá. — Pero la
castidad la perdí hace mucho, mucho tiempo — Expliqué. — ¿A qué se
debe esta pregunta?

Si esto hubiera ocurrido hace diez años, seguramente me habría reído antes
de invitarla a mi habitación a que lo descubriera por sí misma. Pero claro,
eran otros tiempos. Y por suerte, no la conocí en ese entonces.

Marissa pareció desanimarse un poco.

— No somos tan parecidos después de todo. — Ella musitó bajito antes de


asentir. — Siento haberte preguntado cosas tan raras, es solo que...

— ¿Qué pasa?

— ¿Cómo se siente acostarse con alguien más?

Nunca me moví tan incómodo como en aquél instante. ¿De verdad teníamos
que hablar de ello?

— Marissa...

— Por Dios Padre. — Ella resopló. — Pasé toda mi infancia deseando


morirme, con críos llamándome fea y ballena. Y encima mi primer beso fue
con el novio de mi hermana muerta. Perdona que sea tan directa ahora, pero
eres el único hombre que me ha visto desnuda a parte de mi madre, así que
sí, me da morbo saberlo ¿sabes? — Se me acercó más.

— ¿Sabes qué es una pregunta muy personal verdad? — La encaré con


seriedad. — No es algo que uno deba preguntar tan a la ligera Marissa.
— Lo sé. — Ella estuvo de acuerdo. — Pero no te estoy preguntando como
lo haces. — Sonrió. — Eso lo sé muy bien. He leído sobre ello, y visto.
REALMENTE visto en muchos videos muy prácticos. — Miró a otra parte
un momento.— Y si soy honesta padre, también...ya sabes… Lo probé
conmigo misma a veces y...
— ¡Marissa!

— Tómalo como una confesión ¿Quieres? A mí también me avergüenza


decir estas cosas, ¡Pero ya me has visto desnuda! — Me señaló. — Y
encima me vas a ayudar con la crema en la espalda, así que por favor,
escúchame ¿Vale?

Asentí con desgana, pero no dije palabra.


Si era una confesión, yo la oiría sin más.
O al menos lo intentaría.

— A lo que iba. — Ella volvió a mirarme. — Que tengo curiosidad por


saber cómo se siente el tener a alguien más tocándote porque sí ¿Sabes? Me
pregunto si será como en los libros.

— No lo es. — Dije de repente, me salió sin querer.

— ¿No? ¿Entonces cómo es?


¿De verdad me estaba ella preguntando algo así? Por supuesto que sí.
¿Quería yo responderla? Puede que un poco quizás.
— Deberás probarlo por ti misma hija mía. — Me obligué a soltarlo al
final. — Es todo lo que puedo decirte.
— ¿No muy bueno entonces? — La desconfianza en su cara me sacó una
débil sonrisa.
— Sino fuera bueno, — Expliqué. — los demás no lo harían tan a menudo.
— Me obligué a acrecentar. — Después de todo es un pecado carnal muy
común.
Marissa me observó fijamente por un largo tiempo, pensativa. Intentando
comprender mis palabras.
— ¿Te gustaba cometer este pecado antes de ser un sacerdote? — Me
preguntó sin tapujos.
— No voy a responder esta pregunta Marissa, lo siento.
— Y yo lo siento por preguntártelo Padre. — ella calló, pero no sin antes
regalarme una sonrisa.
Una prueba que independiente de mi respuesta, ella no se lo tomaría a mal
en absoluto.
Capítulo 99
Padre,
He de confesar que después de aquella charla con Marissa mi cabeza dejó
de funcionar de la manera que toca. Me han vuelto los sueños innombrables
y el ardor en la piel.
Por las noches yo la aplicaba medicina, y en las madrugadas ella me
corrompía con la suya propia en sueños.
El deseo siempre ha sido algo extraño Padre. Un sentimiento que abandoné
hace tantos años y que de alguna forma encontró el camino de vuelta a mí.
Haciéndome ver la verdad más obvia de todas.
Que yo todavía sigo vivo.
Que no estaba indemne de pecar.
Y que pecaría en una de aquellas noches.
Sin pensar.

Me acuerdo de todo Padre, cada detalle, cada suspiro. Aquella noche llovía
como ninguna otra y yo tenía las manos pringosas de pomada tras haber
aplicado en cantidad a la espalda de Marissa.
Ella no volvió a hacerme preguntas incómodas quizá porque sabía que yo
no las respondería.
Y llevaba razón.
Aunque, pude notar, ella no se acostumbró a sentir el tacto de mis dedos en
su piel de la misma forma que me acostumbré yo a tocarla.
En nuestras "sesiones nocturnas" me di cuenta, apenas hablábamos. Luego
ella Padre, que siempre se cuestionaba todo.
Hasta mi fe.
Como sí estando callada la hiciera ver invisible y menos Marissa.
Sin comprender que aún en silencio era tan única como ella misma.
Después de un rato tomé distancia, como cada noche. La pregunté si
necesitaba algo más, y como todas las veces anteriores ella respondió que
no.
Era hora de marcharme y lo hice.
Fuera seguía lloviendo como si no hubiera un mañana, y estaba bien. Me
gustaba la lluvia.
"Lágrimas del cielo," me dijo una vez los críos del orfanato y desde
entonces yo también lo creo.
¿Estabas llorando debido a mi eminente pecado Padre?
¿Sabías lo que ocurriría y por eso me enseñaste tan desgarradora tormenta?
Puede que solo esté delirando.
Pero lo que ocurrió después no fue un delirio.
Capítulo 100
Padre,
Ocurrió como aquella vez en mis sueños. Estaba todo tan oscuro señor, y
la lluvia no dejaba de caer fuera.
Y ella era tan cálida...
"”Padre John, ¿Estás dormido?"” Marissa susurró en mi oído izquierdo.
Sentí cosquilleo en todo el cuerpo.
Déjà vu.
Tal cuál mi sueño.
La misma voz.
La misma oscuridad.
¿Así que sería el mismo no? ¿Por qué no dejarme llevar por una vez
entonces?
No es pecado sino es real.
Pero en el sueño no llovía Padre. Debería haberme dado cuenta de este
detalle una vez me volqué hacía ella.
Entre las sombras vislumbré su silueta, tan negra como todo lo demás.
Deseaba verla el rostro, pero mi vista siguió viendo oscuridad.
— Acércate. — Me senté en la cama, pero no era la misma de mi alcoba.
Algo fallaba, pero mi mente siguió su curso.
La silueta de Marissa lo hizo, sin embargo ella no me tocó como en sueños.
"Padre John no hay..." Antes que ella siguiera susurrando, mis manos
finalmente encontraron el camino a sus mejillas. Estaba caliente.

¿Podrían los sueños sentirse tan reales?

La cama hizo un largo chirrido al levantarme, pero apenas lo noté. Lo único


importante era acercarme y acariciarla.
Absorber el calor de su piel para hacer más humana la mía. Que hacía
mucho mendigaba migajas de calor para mantenerme a flote.
Sentí Marissa temblar bajo mi toque entonces. Ella nunca lo había hecho
en otro de mis sueños.
Me gustó sentirla así.
Inocente.
No me importaría soñar más veces con esta Marissa.
No me importaría en absoluto.
— ¿No me preguntarás ahora si quiero que esto pase? — Acerqué mi nariz
al de ella, y seguía estando igual de cálido que el resto de su cuerpo. — ¿No
darás tú el primer paso? — Recité, y ella tembló otra vez. Sin respuesta. —
Vaya, me toca a mí ahora, ya veo.
— Padre John creo que te has equivocado de perso...
Mi boca encajó perfectamente con la de ella de una forma que nunca había
hecho antes.
Dios.
¿Cómo podría seguir estando todo tan cálido?

Mi mano derecha terminó detrás de su cuello, impulsándola hacía adelante.


Mientras que mi mano izquierda alzaba su mentón para tenerla donde mejor
podía besarla.
El olor a lavanda nunca me pareció tan embriagador como en aquel
instante.
— Cielo, sino abres la boca no podré besarte de la forma que quiero. —
Susurré lentamente, con mis labios buscando hueco en los de ella. Marissa
nunca se me había resistido así antes.
Sin embargo ella no tardó demasiado en entreabrirlos, poco a poco, confusa,
pero mi boca nunca se alejó de la de ella, así que cedió a final.
Como recompensa dejé de sostenerla el mentón e acaricié las trenzas de su
pelo.

Parecía real. Demasiado real.

Y aun así padre, no me di cuenta. O simplemente preferí no hacerlo.


Entonces mi lengua finalmente descubrió a que sabía su boca. Zumo de
frutas fue lo primero que sentí.
En mi mente, ingenuo quizá, pensé que toda ella sabría a lavanda.
Pero no me desagradaba el sabor.
Marissa tembló otra vez entonces, acompañada de un débil gemido.
Aquello me afectó de forma abismal.
Quería tomarla en aquel mismo instante.
No tenía por qué ser lento, no tenía por qué ser bonito.
No tenía por qué ser sagrado.
La quería sobre mi miembro, gimiendo mi nombre una y otra vez.
¿Así qué por qué no?
Mi lengua jugó con la suya y ella se sorprendió de ello, como si nunca
hubiese besado a alguien de aquella forma tan íntima. Mi mano izquierda
bajó a su clavícula.
Ella gimió más alto, en mi boca. Yo nunca me había puesto tan duro con
solo un gemido.
"Oh mierda." Mi voz salió cruda y exaltada.
Aquello pareció excitar más a Marissa, y su excitación me puso más rígido
a mí.
Más cerca.
La necesitaba más cerca.
Ella también parecía quererme. Sus manos se habían anclado en mi pecho
en algún momento.
Y Padre, tocarme en aquél estado no era una buena idea.

Pero una mala idea nunca se sintió tan bien.

Yo ya no necesitaba seguir impulsándola hacía mí, Marissa venía por si


sola. Por eso mi mano izquierda bajó a su cintura y la derecha siguió el
mismo curso. La necesitaba sobre mí, y lo necesitaba ahora.
Fue entonces cuando sentí algo frío tocar mi codo, era metal. El metal de
las sillas de rueda de Marissa.
Una alarma eminente Padre, pero aun así la dejé pasar.

Solo cuando mis manos descansaron perezosamente en la cintura de


Marissa y amenacé con levantarla que algo hizo clic.
— ..Ugh...— Fue una débil queja, casi imperceptible, pero no un gemido.
El mismo tipo de queja que Marissa hacía cuando yo la aplicaba crema en
la espalda.

Caí en la cuenta no mucho después.


Aquello no era un sueño ¿Verdad?
Nunca un sueño se había sentido tan real de todas formas.
Capítulo 101
Padre,
Por un momento creí haber perdido la voz.
Todo seguía estando oscuro, casi silencioso de no ser por la lluvia cayendo
fuera.
No sé todavía cómo fui capaz de mantener la compostura y las manos en la
cintura de Marissa, pero lo hice.
Algo me decía que si las alejara tan pronto habría dolido más.
Como un rechazo.
Y SANTO CIELO, lo que menos quería en aquél instante era ahuyentarla.
Mi cuerpo pedía a gritos que siguiera, que la cogiera con cuidado, la
acomodara sobre la cama y la hiciera mía tanto por dentro como por fuera.
Incluso me prometí ir despacio, hacerla sentirse cómoda, hundirme en sus
piernas lentamente, como las olas de un mar en calma.
Pero mi cabeza tenía otros planes. Hacer lo correcto sin hacer nada.
Toda una contradicción, lo sé padre. Pero amarla tampoco había sido lo
deseado.
Y aun así, no amarla era la peor de las alternativas.

Al verme tan callado, Marissa me sacó de la miseria con su voz. Por eso, en
aquel instante comprendí, que ella siempre sería mi favorita.

¿Por qué Padre? Por su descarada osadía de ser como mejor es.
Ella misma.

— ¡Perdóname! — Su voz sonó exaltada, casi escurridiza. El tono tan


suyo...Tan Marissa.

Pero Padre, ¿Por qué era ella la que se disculpaba?


El único culpable de aquel desastre fui yo.
— ¿Por qué? — Mi voz sonó gruesa e inestable.
— E-entré en la h-habitación s-sin tocar y seguro que te me has confundido
con alguien máshesidoestupidayunadespistadalosientantopadre...
—Marissa, tranquila, despacio. — Amenacé con tocarla el hombro, pero al
final encogí las manos alejándome de su cintura. Por una vez me alegré que
estuviera todo tan oscuro para no verla.
Habría sido más complicado contenerme mirándola a los ojos.
— ¡NO! DIOSMIOLOQUEHEHECHOLOQUEHEHECHO. — Ella repitió
una y otra vez. — Se había ido la luz y no quería molestar a Carla así que
entré en tu habitación para llamarte y...y...Seguro esperabas a alguien más y
yo tampoco te avisé que era yo y...— Antes que Marissa siguiera
incontrolable, me atreví finalmente a cogerla de las dos mejillas,
obligándola a parar en seco.
— ¡Marissa escúchame! — Mis manos apretujaron delicadamente sus
mofletes. Sentí con temor como Marissa temblaba otra vez bajo mi toque. Y
entonces, con desespero, pude comprobar que yo aún ansiaba besarla
hambriento, pero, me obligué a pensar en otra cosa. — No has hecho nada
malo. Santo cielo, el único culpable aquí soy yo.
— ¡SEGUROTEHABRÁSEQUIVOCADO! ¡HASDICHOCOSASRARAS!
— Ella hizo ademán de negar con la cabeza, estaba exaltada, pero mis
manos la impedían moverse más.
— No Marissa. — No era el momento adecuado, pero ¿Acaso habría
alguno Padre? Yo jamás pensaría que diría aquello en voz alta, jamás
pensaría confesar mis pecados delante de ella. Luego de ella Padre. No era
justo imponer mis sentimientos a Marissa, pero después de lo que yo
acababa de hacer...lo peor sería contarla una mentira. Siempre odié mentir
por encima de todo lo demás. — Marissa...Yo jamás te confundiría con
alguien más. Es imposible que lo haga.
Tu olor me persigue a todas partes.

— Pero...
— Si te pido que me escuches, ¿Lo harás? — Pregunté permitiendo mi
pulgar derecho hacer círculos en la mejilla de ella. Sentí como su cabeza
movía de arriba abajo, estando de acuerdo. Pero yo necesitaba que me lo
dijera con palabras. — ¿Oirás la confesión de este viejo y aburrido
Sacerdote? — Ella volvió a mover la cabeza. — Háblame Marissa. Necesito
oír tu voz.

— S-si Padre. — Ella respondió con la voz bien bajita, como una cría
asustada.
— Solo John Marissa. — Casi la besé otra vez. Casi.

Yo había perdido el derecho de ser llamado Padre.


Capítulo 102
Padre,

Por primera vez, fui yo quien me abrí en canal a ella. Estábamos a oscuras,
ella, la tormenta y yo.

Un sacerdote enamorado de una mujer rota.


Yo estaba roto también.

¿Quién no lo estaría aunque apenas un poco en este mundo de locos


Padre?

— Me preguntaste si amé a alguien alguna vez, y yo te dije que sí. ¿Te


acuerdas de eso?

— Sí. — Marissa asintió.

Dejé de acariciarla las mejillas. Necesitaba sentarme.


Yo ya no era tan joven.
Santo cielo, nunca me sentí tan viejo como en aquel momento.
Me moría por tomar un trago de alcohol del que fuese.
Sin embargo me quedé con las ganas.

— Amé a una mujer, — empecé distraídamente. — Por un tiempo, eso es.


— Me puse cómodo en el colchón. — Me casé con ella no mucho después.
Un error, pero de lo más divertido. — Sonreí un momento, los recuerdos
ganando vida en mi cabeza. — Mi padre no la soportaba, quizá por eso me
agarré a ella más firmemente — crucé los brazos. — Ella no tenía un duro,
pero era preciosa. ¿Qué importaba el dinero? ¡YO TENÍA PARA LOS
DOS! — Oí la silla de ruedas de Marissa moverse, pero no me inmuté. —
Mi padre nunca dejó de darme dinero, aun cuando no le gustaba mi mujer o
mi modo de ser — reflexioné. — Él debería de haberlo hecho. Dejarme
pudrir, me lo merecía. De verdad. — La lluvia se tranquilizó fuera. — He
sido un ingrato toda mi vida. — Suspiré un momento. — Pero a pesar de
eso, ha sido maravilloso con mi mujer por un tiempo ¿Sabes? Lo hacíamos
en cualquier lugar, público o privado, nos daba igual todo. A mí me daba
igual todo. — Miré al suelo, aunque no había más que oscuridad. —
Bebíamos hasta decir basta, y las drogas...Eran lo peor. — Cerré los ojos.
— Marissa...en esa época yo… viví una vida llena de todo y a falta de nada.
¿Quería algo? Lo tenía, así de fácil. ¿Quién no se corrompe? Iba de juerga
con los amigos, surfeaba en la playa, me acostaba con mi mujer y el ciclo se
repetía una y otra vez. Hasta que un día, me aburrí. — Mi pecho encogió de
repente. — Un niñato aburrido con mucho dinero en el banco no es buena
combinación. Lo siento tanto...tanto Marissa.

Me detuve un rato para mirarla. Solo veía su silueta, aun cuando mis ojos se
habían acostumbrado finalmente a la oscuridad.

— Siento no haberte dado un consejo decente la primera vez que te has


confesado...— Recordé entonces. — No debería haberte dicho las cosas que
dije...Yo…no sabía que tu hermana estaba... — Rasqué la cabeza. — Lo
siento mucho Marissa... — Antes que pudiera decir algo más su mano me
acarició el pelo. Fue delicado.
— No eres una mala persona John. — Marissa dijo entonces. Las mismas
palabras que le dije a ella en su día volvían a mí. Aquello me hizo sonreír.
Ella ni siquiera había escuchado toda la historia todavía Padre. Y sin
embargo, lo único que yo podía pensar era que me había llamado John.

Así de fácil era sacarme una sonrisa.


Por favor Padre, que ella siga llamándome así una vez todo eso acabe.

— Te habría roto si me hubieses conocido antes. De la misma forma que lo


hice con mi mujer...— Fui honesto. — No, creo que habría sido más cruel
contigo.

— Me habrías humillado ¿No? — Por un momento la oí sonreír, como si


fuese algo obvio. No me gustó el tono de aquella risa.

— Sí, Marissa. Y disfrutado de ello. — Alcancé su mano y la alejé con


cariño de mi cabeza. — Por eso quiero que lo entiendas. — La ubiqué en su
regazo, lejos de mis manos. — Que una vez acabe lo que tenga que
contarte, no te sientas obligada a darme una respuesta. — Me moví en la
cama incómodo. — Yo… John O'brien…El sacerdote que conociste aquel
día en el banco de la iglesia, siempre estará aquí para ayudarte. Siempre
Marissa. — La aseguré firme. — Aun si te alejas, aún si mi confesión te
ahuyenta de alguna forma.

— No...John yo jamás...

— Nunca digas nunca Marissa. — Negué con la cabeza. — Eres demasiado


joven. ¿Y sabes de una cosa?

— ¿Si?— Ella pareció preocupada.

— Debería haberte detenido hace dos años. — Confesé. — Deseé con todas
mis fuerzas que te quedarás allí, conmigo y con los críos. El mundo no es
bueno con la gente como tú. — Sonó crudo, pero era lo que yo realmente
pensaba. — Siento no habértelo dicho entonces Marissa. — Intuí lo que
ella me diría a continuación, por eso seguí hablando. — Santo cielo, te dije
que te decepcionaría como un amigo ¿No? Ni siquiera soy un buen cristiano
después de tantos años...Y por favor, no intentes consolarme. Sé que estás a
punto de hacerlo. — Sin poder contenerme, alcancé su mano y la sostuve
entre las mías. —Eres una buena persona Marissa. Solo te pido que lo
escuches hasta el final ¿Vale?

— Vale.

Fue la primera vez en que oí su voz tan rígida como en aquel momento.
Me sentí un niño delante de ella, y no al revés.

Hacía años que no me sentía tan indefenso a los ojos de nadie a parte de ti
Padre.
Y mucho me temía, que una vez acabara mi historia, la querría incluso más
que aquella noche.
La querría para el resto de mi vida.
Capítulo 103
Padre,
Se sentía bien poder sacarlo todo de dentro el pecho.
Podía respirar otra vez. Como si por un largo tiempo el oxígeno no entrase
en mi sistema y los olores no fuesen igual de potentes cada vez que me
tomaba una bocanada de aire.
Estaba en paz.
Marissa me hacía sentir en paz.
— Mi mujer se había enganchado demasiado a las substancias químicas
después de un tiempo. Y yo, al igual que de ella, me aburrí luego de una
temporada — expliqué. — Cuando uno puede tener el mundo, cualquier
cosa sabe a poco. Hasta el amor — sentí la mano de Marissa sostener
firme la mía. Dándome fuerzas quizá. — No sé cuándo fue, o en qué
momento empezó, pero, cada vez que salía con mis amigos me acostaba
con una mujer distinta. Y mi esposa, bueno, ella estaba demasiado
colocada como para importarse. — El recuerdo me amargó la boca. Como
si pudiera saborearlo en la lengua y envenenara mi saliva. — Cuanto más
la miraba, menos atractiva me parecía con el pasar de los tiempos. Y no me
importó lo más mínimo. Ni siquiera me culpaba por ello. Si ella estaba de
aquella forma, era culpa suya, es lo que yo pensaba. — Una risa amarga
escapó de mis labios. — Pero yo la guie por este camino. Mi dinero compró
la droga que ella utilizaba día sí y día también. Supongo que ella estaba
dolida de alguna forma, aunque, nunca llegué a cuestionarla por qué. Estaba
demasiado ocupado follando a mujeres en hoteles de lujo que no valían ni la
mitad de lo que valdría mi esposa. — Alejé mis manos de las de Marissa al
sentir como ella se ponía rígida debido a mi tono de voz. Yo nunca había
hablado de forma soez delante de ella. También hacía años que no hablaba
contigo de esta misma forma Padre. — Las drogas la proporcionaron más
amor de lo que yo estaba dispuesto a dar. ¿O quién sabe? Puede que nos
hayamos aburrido los dos, y el dinero fuese la única cosa que nos mantenía
unidos. Aunque lo dudo — reflexioné. — Cuando ella descubrió que yo la
engañaba, lloró toda la noche y me tiró cosas. La pedí el divorcio al día
siguiente. Ella se negó en aceptarlo al darse cuenta de que no recibiría nada
de mi parte — expliqué. — Yo podría ser joven entonces, pero no era tonto.
Si algo aprendí de mi padre fue a adelantarme a los hechos para utilizarlos a
mi favor. Por eso, cuando me casé con ella lo hice con separación de
bienes. Contraté a buenos abogados. Ni siquiera me molesté en hacerla la
vida imposible. Lo hicieron ellos por mí.
Marissa se mantuvo callada, atenta a cada cosa que salía de mi boca.
Obedientemente.
Era bueno ser escuchado por alguien más Padre.

— Después de dos meses enteros viéndola en mí casa, negándose al


divorcio, y más colocada de lo habitual, decidí tomarme unas vacaciones
lejos de allí. — Callé de repente, necesitaba respirar antes de seguir, y
Marissa pareció entenderme. — Antes que pasara un mes siquiera, me
llamaran para comunicarme que la encontraron muerta en el sofá. Una
sobredosis. — Dirigí mi mirada al techo. — No me molesté en ir a su
entierro. No tuve la poca decencia de al menos regalar mí presencia como
despedida. La voz me salió ronca. — Pero alas, el karma existe. Y tuve un
accidente en coche no mucho después.

— John yo...

— Todavía no he acabado cielo. — Hablé dejando de mirar al techo. — La


última persona que amé, realmente amé, la conocí en el hospital. Menuda
casualidad.
— ¿Quién fue la segunda? — Marissa preguntó al ver que yo no decía nada.

Revolver el pasado me hacía sentir raro la verdad.

— No segunda. Segundo. — La corregí mientras peinaba mi flequillo hacía


atrás con nerviosismo. — El segundo amor de mi vida fue un hombre.

Me habría gustado ver la expresión de Marissa en aquél instante.


Capítulo 104
Padre,

Me habría gustado decirla tantísimas cosas más. Pero me centré en las


importantes primero.
Hablaría de las hermosas en otra ocasión. Si Marissa me lo permitiera.
— ¿Otro... Hombre? — Más que curiosa, ella sonó sorprendida. Y aun así,
no me pareció que estuviera rechazándome ni mucho menos. Pero no podía
estar seguro sin mirarla a los ojos. Y seguía estando todo tan oscuro señor.
— Sí. Y ni siquiera me lo explico aún. — Respondí. — Pero Marissa...
— ...¿Sí?
— No me convertí en sacerdote por vergüenza de haber amado a otro
hombre de la misma forma que hice con una mujer — expliqué. Marissa no
sería la primera persona en creer algo así. Harry, mi hermano pequeño, lo
hizo. Y tengo certeza absoluta, de que sí mi padre hubiese sabido de mi
relación poco ortodoxa con Jeremy, también habría pensado lo mismo.
Pero mi fe no empezó por vergüenza.
Mi fe es lo que es.
Sin excusas, ni motivos, o porqués.
Solo está ahí.

Y puede que con suerte, quizá, algún día hable de esto con Marissa. Puede
también, que ella me cuente incluso muchas de sus vivencias para comparar
con las mías.

O puede que todo termine en un fatídico quizás.


No sería la primera vez de todas formas.

— Yo no... — Marissa empezó lentamente, en un intento de hacerme ver


que me equivocaba. No hizo falta que siguiera, yo lo haría por ella.
— ¿Has pensado algo así? — Terminé su defensa. — Ahora no, pero seguro
lo harás en el futuro. La gente tiene la mala costumbre de atribuir mi fe a mi
poca hombría. Pero Marissa, cuando yo estuve con él... Me sentí incluso
más hombre de lo que jamás seré ahora que ya no le tengo al lado.—
Toqueteé la sábana de la cama distraídamente.— A él también le
encantaban mis pecas — confesé. — Creo que empecé a cuidarme más
después de eso. Él hizo que me diera cuenta que la salud es importante, y
solo con mi cara bonita no es excusa para ser un completo desastre —
sonreí. — Desde entonces no pasó una sola semana en que no me afeitara.
— Me mantuve un minuto pensativo, escarbando en mi memoria algo. Lo
que sea para contar. — A él le dieron una paliza en una discoteca por ser
homosexual. Terminó en el hospital compartiendo habitación conmigo.
Después de eso, bueno, pasamos cuatro años maravillosos juntos. No me
acuerdo con detalle cómo fue, o que ocurrió después, solo que estábamos
ahí, de manos dadas, felices. Viajamos por todo el mundo, y lo hicimos a
nuestra manera. Con él, yo he sido un poco mejor persona. Le conté cosas
que no diría a nadie, pero, él nunca me contó los secretos que plagaban su
cabeza — esclarecí. — Supongo que él quiso más la silla de ruedas. O su
odio por la misma fue tanto que no le quedó espacio para amarme —
suspiré. — La paliza en aquella discoteca le quitó algo...Algo que nunca
pudo recuperarse. No mucho después él me dejó por su terapeuta. Con la
excusa de que yo no lo entendía, y que nunca le había presentado a mis
padres. — Una amarga risa escapó de mis labios. Alta, casi estridente. — Si
yo lo hubiese hecho, él habría dejado de sonreír. Mi padre se lo habría
tragado entero antes de echarlo a los perros. Conozco a mi familia y la
quiero, pero, eso no significa que hagan lo mismo los demás. — Reflexioné
sobre que más contar de mi pasado con dificultad. Quizá, mi relato se
estaba haciendo demasiado largo. — Seis meses después, le dije en una
llamada telefónica que me haría cura. Él no me creyó, yo le deseé que fuese
feliz como respuesta a su incredulidad. También le dije que una vez me
convirtiese en Sacerdote que pasara a oír uno de mis sermones. — Estiré las
piernas un momento. — Y él lo hizo.
Marissa se río tras escuchar lo último.
Yo lo hice también Padre.
El silencio que siguió fue confortable. Ninguno de los dos dijo palabra.
Pero ahí estaba el problema Padre. Que yo no me atrevía a seguir.
— ¿Ha habido alguien más? — Ella indagó curiosa, parecía como si
hubiese olvidado por completo que no hace mucho yo la había besado, y
ella había aceptado.
— Sí, ha habido una tercera.
— ¿En serio? ¿Pero ya eras Sacerdote entonces no?
— Sí.
— ¿Entonces...?
— Ocurrió no hace mucho. Fue en verano, "ella" parecía desconsolada. —
Empecé.
— ¿Era del pueblo? ¿La conozco yo? — Marissa preguntó con curiosidad,
o más bien morbo quizá.

— Sí, la conoces. Aunque mucho me temo yo que no lo suficiente. —


Susurré. — Es inocente, pero incapaz de ver lo mucho que brilla sobre todo
lo demás.

— No has dicho ningún nombre, John. Ninguno de tus amores. — Marissa


habló de repente. — ¿Por qué?

Porque si lo hago también tendré que decir el tuyo cielo.

— No necesitas un nombre para que entiendas una historia.

— Lo necesitas para que la historia valga la pena ser recordada.

— ¿Cuándo has aprendido a ser tan sabia siendo tan joven? — Repliqué
con ironía.

— Poesía. — Marissa respondió. — Leo bastante de ellas últimamente. Me


habrá sacado una que otra vena poética.
— ¿Me leerás alguna un día de estos?
— Eso por encima de mi cadáver.
Nos reímos los dos.
Se sentía bien Padre.
Marissa también hacía sentirme como en un hogar.

— ¿Y qué pasó con la tercera? — Ella indagó. — ¿Cómo acabó?

— ¿Acabar? — Sopesé mi respuesta. — ¿Se supone que para amar hay que
tener fecha de caducidad? No Marissa. No acabó — expliqué. — Ni
siquiera hubo la oportunidad de empezar.

— Cuéntamelo. — Ella me instó a que siguiera. Pero yo no me dejaría


ganar tan fácil así.

En cambio me levanté de la cama y me acerqué a su silla de ruedas.


Descansé mis manos en él apoya brazos y pegué mi boca al oído derecho de
Marissa. No me hizo tocarla para saber que temblaba. — ¿De verdad te
apetece escuchar está historia? ¿Tanto quieres escucharme decir lo mucho
que te deseo Marissa? — Susurré. — ¿Lo sabes verdad? Que te quise besar
incontables veces y que sigo deseando hacerlo ahora. — Marissa negó con
la cabeza de forma enérgica. Sus trenzas chocando en mi clavícula. — Sí lo
sabes Marissa. — Dejé mi aliento hacer cosquillas en su cuello de forma
intencional. — También sabes el porqué de yo nunca haber querido ser tu
amigo. Dilo Marissa.
— N-no.— Ella musitó. — N-no sé de lo que me estás hablando...

— Lo sabes. — Con cuidado empecé a toquetear una de sus trenzas, la más


cercana a su pecho. Ella alzó la cabeza de inmediato. Se oyó un suspiro. —
Sabes que yo te...

— Detente. — Manos temblorosas agarraron mi pulso, Marissa estaba


asustada.
Yo me había sobrepasado y de alguna forma aquello me aterrorizó. — Por
favor Padre John...

— ¿Por qué? — Me vi incapaz de alejarme o decir palabra. Ella había


vuelto a llamarme Padre luego en aquel momento. ¿Por qué allí?

— No...no...no..— Ella repitió una y otra vez.

— Marissa, yo... yo te adoro. — Confesé. — ¿Por qué estás asustada? —


Mi mano intentó tocar su mejilla, pero Marissa se vio reacia a mi caricia.

— Tu no padre John...No...— Ella sollozó de repente. — Mi hermana


murió por culpa de mi estúpido lloriqueo de un amor no correspondido. A
Carlos lo lastimé tras haberme dejado ser besada por él aquella noche de
duelo...Y a ti padre...Oh Dios Mío...Soy una persona horrible. — Soltó mi
pulso intentando por todos los medios alejarse, pero mis manos se aferraron
en su apoya brazos. — ¡Déjame ir Padre!
— No.
— ¡Que me dejes ir! — Sus manos empujaron mi pecho, inconsolable. —
P-por favor padre...Deja que me vaya.

— ¡No hasta que me digas por qué! — La cogí de las dos mejillas, con
miedo de tocar sin querer una de sus heridas en los brazos. No quería
lastimarla aun cuando claramente ella me estaba lastimando a mí.
Y Dios, yo ya era demasiado viejo para recibir un rechazo sin antes
preguntar por qué.

— D-dijiste una vez que en tu corazón solo hay espacio para Dios, y todo lo
demás.— Ella recitó las palabras que en su día dije al rechazar su amistad.
— Padre John, lo siento tanto. Soy terrible. ¡Perdóname!
— No Marissa, no eres terrible. — Intenté consolarla. — No lo eres cariño,
por favor, no llores. — Aparté las lágrimas de sus ojos con el pulgar.

— Sí lo soy Padre...p-porque te estoy quitando lo que más aprecias...t-te


estoy quitando tu fe. — Su sollozo me pareció desgarrador. — Oh padre...
¿Por qué siempre tengo que quitar a alguien? ¿Por qué luego a ti?
Entonces la besé una segunda una vez. Pero no como antes. En aquel
instante yo sabía que aquello no era un sueño.
Te quiero.
Te quiero.
Te quiero.
Por favor no me digas que no.
Por favor no me apartes.
Por favor no llores.
Por favor no te rompas delante de mí.
Entonces la luz volvió y la lluvia pasó.
Pero mi boca no se separó de la de ella ni la luz me amedrentó.

Y Marissa...Ella me besó también.

Aun cuando lloraba mares de lágrimas y tenía los ojos firmemente cerrados.
Aun cuando sus manos seguían empujándome, su rostro no dejaba de
avanzar hacia mí.
Mis manos casi alcanzaron su espalda hasta que alguien tocó la puerta.
Un chirrido fue suficiente para separarnos del todo.
Pero ahora que pienso con claridad Padre ¿Algo nos unía para empezar?
Capítulo 105
Padre,
Carla preguntó si estábamos bien. Marissa rápidamente respondió que sí
antes de dar media vuelta y escapar de aquella situación tan incómoda.
Lejos de mí.

Sentí entonces que la estaba perdiendo Padre, pero yo ya era demasiado


viejo para intentar alcanzarla de todas formas.
Los jóvenes luchaban por lo que querían. Los viejos como yo solo asentían
con la cabeza mientras dejaba la vida seguir su curso.

Carla notó mi desdicha de inmediato.


Supongo que estaba en mí, decir verdades con la mirada.

— Johnie cariño, ¿Estás bien? — Ella preguntó utilizando mi apodo más


infantil. Como si supiera de antemano mi respuesta.
— Solo estoy cansado. — Apoyé la mano derecha detrás del cuello con
lentitud. — ¿Necesitas algo Carla?
— ¿Seguro estás bien cariño? Tienes el pecho marcado. — Tras oír su
observación observé mi abdomen sorprendido. Sí, tenía marcas de manos.
Rojizas.
Manos de Marissa.

No pienses en ello John.


Ahora no.

— Sí. No te preocupes. — Me preparé para ir a la cama. — ¿Me apagas la


luz antes de irte por favor?
— Claro cariño. Que descanses. — Carla respondió con dulzura, pero era
más que evidente que tenía dudas. Dudas que yo no respondería.— Hasta
mañana.
— Hasta mañana Carla...

Y entonces, al igual que antes, me encontré a oscuras una vez más.


Todo en mí ardía.

Demasiado para absorber en tan poco tiempo.


Intenté dormir Padre, de verdad que lo hice, pero fue imposible.
Marissa estaba en todas partes.

Rechazo.
Dolor.
Sus caricias.
La forma en la que se sorprendió tras ser besada por mí, como si no
hubiese tenido la ocasión de ser besada de aquella manera por nadie más.
Sus lágrimas.
Temblores.
Gemidos.
— Hmm...— Gruñí con apenas recordar. Gemidos débiles, pero constantes.
Producidos por mi toque.
Quería oírlos otra vez.
Necesitaba oírlos otra vez.

Con mi mano subiendo despacio a su entrepierna, la yema de mis dedos


tocando su centro.
Y otro gemido más. Necesitaba otro más.
Hacía años que no pensaba en tocarme de ninguna forma.
También hacía años que no besaba a nadie a diferencia de tus sagradas
escrituras Padre.

Solo lo haría una vez.


Sí, una única vez.

En aquel instante yo no era un sacerdote. Solo era un pecador más. Y


actuaría como tal.
La puerta estaba cerrada y todo a oscuras.
Nadie volvería a entrar de todas formas.

Así que con rapidez me deshice de los cordones del chándal y lo bajé hasta
la rodilla. La cama hizo uno que otro chirrido antes de yo amoldarme del
todo a ella.
Sentí con algo de desconcierto como mi miembro chocó en el estómago una
vez lo dejé al aire libre.
Un pequeño gemido escapó de mis labios cuando toqué la punta con
cuidado.
De forma inmediata cerré los ojos y me vino en mente Marissa.
— Oh-ooh... — Mi mano derecha cerró en puño alrededor de mi pene
mientras lentamente la subía y bajaba. Estaba tan rígido que de forma
inconsciente arqueé la espalda más en la cama. Pensé en Marissa sobre mí
entonces. Con su sexo rozando el mío y gemidos, infinidad de ellos. Yo
movería mi cadera en círculos alrededor de su vagina, con ella gritando una
y otra vez incoherencias. La daría su primer orgasmo masturbándola.
Acostumbrándose a mí. — Ohhh s-sí.. — Moví la mano más rápido y me
obligué a ahogar un sonoro gemido apretando la mandíbula con fuerza.
Imaginé mis dedos adentrándose en la vagina de Marissa poco a poco. La
imagen mental fue tan efectiva que hice mi brazo de mordaza para evitar
gruñir alto.

La quería. Dios como la quería.

Marissa entonces empezaría a moverse de la forma en que yo movía mis


dedos. Siguiendo el ritmo. Después de un tiempo yo insertaría un segundo
dedo. — ¡Joder sí! — Solté aún con los dientes hincados en el brazo. Estaba
oscuro pero sabía que quedaría una rojiza marca allí. Pero no me importó.
Sentiría la humedad de su interior y estrechez con ansias. La besaría
entonces para que no pensara demasiado en el dolor, solo el beso. —
Mierda... E-estoy a p-punto... D-de venirme... — apreté más el puño en mi
pene pensando de repente que estaba en el interior de Marissa. No necesité
de una imagen mental de la escena para abrir los ojos como platos. —
¡Marissa! — Lo último que sentí fueran espasmos y temblor en el cuerpo
entero. Manos pegajosas de semen.

Dios santo. ¿Tan malo era desear que todo aquel líquido estuviese dentro
de Marissa?

Sí. Pero ya no pediría perdón Padre.

En cambio me levanté de la cama y me dirigí al lavabo que había en la


habitación.
Capítulo 106
Padre,

La mañana resultó ser milagrosa para mí alma.


Era un hombre nuevo con expectativas nuevas y un punto de vista diferente.

La marca de la mordida que me hice en el brazo seguía igual de roja que


ayer, pero aquello no me produjo inquietud.

Realmente lo había mordido con fuerza.


Aunque también, realmente la deseaba.

Un cambio equivalente dirían los alquimistas. La cantidad exacta de dolor


para recibir la cantidad exacta de placer.

Pero padre, yo seguía deseando más, mucho más. Y sin embargo, me


contenté con lo que tenía a mano.

Nunca mejor dicho.

La mano me había ayudado bastante anoche.

Demasiado.

Así que, con la ropa puesta y el pelo decente, me atreví a salir de la


habitación y bajar al comedor. Para mi sorpresa Marissa ya estaba allí.
Como esperándome. Aunque, una vez hice acto de presencia ella no me
miró a los ojos.

Por curiosidad, seguí el recogido que hizo su mirada antes de alejarla a otra
parte. Marissa empezó por mi clavícula, no mi rostro. Entonces bajó
lentamente a mi pecho, deteniéndose un segundo en mis brazos, aunque no
notó nada fuera de lo normal, ya que por suerte, yo siempre llevaba camisas
de manga larga.
Marissa siempre tan valiente, por una vez, no ha tenido agallas de mirarme
a la cara.

Aquél acto de inocencia me conmovió un poco, pero por las razones


equivocadas.

Yo también la afectaba de la misma forma que ella a mí. Y puede que quizá,
y solo quizá, mis sentimientos hayan llegado a Marissa después de todo este
tiempo.

Y sin embargo, yo rezaba encarecidamente para que aquellos sentimientos


no fuesen derivados de la idolatría.

No sería la primera vez que alguien se sintiese obligado a amarme debido a


un acto de amabilidad por mi parte.

“Ha sido bueno conmigo. ¿Por qué debería rechazarlo?” Es lo que


rondaba mi cabeza.

Y yo, jamás la aceptaría si este fuera el motivo principal.


Capítulo 107
Padre,

Marissa tenía pinta de haber pasado la noche en vela, cuestionándose dudas


existenciales, es lo que diría yo en una situación habitual.
Pero lo que pasó ayer no fue habitual.
— Eres un sacerdote. — Ella dijo de repente con la mirada en el suelo.
Intentando ver allí lo que parecía no haber encontrado en mí mirada.
Sí, lo soy.
Quise decirla.
— No cuando estoy contigo. — Respondí en cambio.
—L-lo eres. — Ella replicó aún sin mirarme.
— No Marissa... No lo soy. — Mi voz sonó quebradiza. — Cuando estoy
contigo solo soy un hombre. Uno viejo. Que no sabe que decirte o como
remendar los fallos que cometí. No puedo deshacer los besos que te dí. Y
tampoco puedo hacer que te sientas menos culpable de ello. Pero...—
Respiré hondo. — Te quiero. Y eso no es algo que tú puedas arreglar. Pasé
un largo tiempo negando este sentimiento en mi corazón, y ahora que soy
capaz de decirlo en voz alta sin peros, no quiero que te sientas culpable. —
Una vez empecé a hablar, me costó detenerme. Aquello era una señal. — Te
conté mi pasado para que veas que yo también soy humano Marissa. Que
amo, y que soy capaz de pecar como todos los demás.

Ella siguió sin mirarme.


Yo no me acerqué a ella esta vez.

— Yo también te quiero Padre...— Ella empezó. Pero por como reaccionaba


lo supe de antemano.
— Solo que no de la misma forma — terminé por ella. Marissa me miró
entonces, aquellos ojos negros finalmente me habían tragado.
Ella me estaba rechazando, ¿Verdad?
— Padre John yo...— La silla de ruedas hizo un pequeño chirrido y sin
embargo yo apenas lo capté.
Fue entonces cuando me pasó por la cabeza algo que se me había olvidado.
Marissa había recibido Bullying de pequeña. Y rechazar a alguien no
debería de ser algo fácil para ella.
No sin reprimendas.
Y te juro por mi vida señor, que sonreír en aquel instante era lo que menos
que me apetecía hacer.

Pero lo hice por ella. Después de todo, Marissa siempre sería mi favorita.

Me acerqué a la silla de ruedas, ella miró a otra parte, aunque por extraño
que parezca, no se alejó. Parecía preparada para recibir una reprimenda o
desagrado.
Como si estuviese acostumbrada a ser lastimada.

Yo no añadiría una cicatriz más a su corazón, por mucho que ella estuviese
rompiendo el mío.

Jamás.

— Gracias por ser honesta conmigo hija mía. — Hablé con serenidad una
vez me arrodillé delante de la silla de ruedas. Si ella no me quería como un
hombre, sería un sacerdote entonces. — Decir la verdad es una virtud, y tú
lo has hecho. No deberías sentirte culpable por ello. — La consolé, aunque
sin tocarla. — Después de todo Marissa, la verdad te hará libre. — Ella
entonces me miró, tal como yo quería que lo hiciese. Por eso, lentamente
me levanté del suelo mientras ella seguía mis movimientos. — ¿Me
permites? — Apunté a su frente, y ella, dándose cuenta de lo que quería
hacer, asintió débilmente la cabeza.
Con lentitud acerqué mis labios a su frente y lo dejé allí por unos instantes
más de la cuenta. Un acto egoísta de mi parte, lo sé. Pero lo necesitaba
Padre.
Fue difícil controlarme después de haberla besado de la forma que hice
ayer, pero Marissa no quería al John de ayer.

Y si ella no lo quería, yo tampoco.

Entonces, en un pestañeo me alejé. Quería arrodillarme una vez más, pero,


Marissa solo se sentiría más culpable si yo hiciera de aquella forma. Por eso
no lo hice.
— Y Marissa...— Me di la vuelta yendo en dirección a la cocina. No podía
mirarla cuando estaba a punto de contarle una mentira.
— ¿S-sí Padre?
— Siento haberte besado. — No lo sentía Padre, sino todo lo contrario.—
No volverá a ocurrir.
Capítulo 108
Padre,

Oí el monótono ruido de la silla de ruedas seguirme hasta la cocina, Marissa


estando callada.
Ella no me dejaría solo ¿Verdad?
A veces ella me recordaba a un perro. Siempre constante y hambriento de
compañía.
Y aun así, un perro no rechazaba a su dueño.
— ¿Café? — Apunté a la cafetera.
— Sí, por favor. — Marissa asintió deteniendo la silla delante de la mesa de
granito. Yo la seguí. Quizá en parte porque no me sentía incómodo con ella
después de todo. Los años me habían enseñado infinidad de cosas. Una de
ellas era aguantar.
Hay confesiones que pesan mucho más que un rechazo.
Y yo escuché demasiadas con el pasar de los años.
Confesiones abominables que me hacían llorar. Solo no comprendí si de
rabia o impotencia.
Puede que de las dos.
— Demasiado azúcar. — Marissa indagó después de tomarse un pequeño
sorbo.
La miré a los ojos sorprendido.
Maldita sea. Ni siquiera la pregunté la cantidad.
— Te haré otro, perdóname...— Intenté alcanzar la taza pero Marissa
rápidamente la quitó de mi alcance.
— No. Déjalo — respondió. — Si me das el tiempo necesario, podré
adaptarme al nuevo sabor. — Entrecerró los ojos un momento. — Así que
te gusta el café dulce…Que infantil — sonrió antes de volver a abrirlos.
¿En qué momento hemos vuelto al pasado Padre? Porque aquello no me
parecía el presente en absoluto.
Casi llegué a creer que estábamos en la iglesia otra vez, con ella
trayéndome otro bizcocho de zanahoria hecho por su madre.
Pero no era el pasado.
Y yo la besé.
Y ella también me besó.
“Si me das el tiempo necesario, podré adaptarme al nuevo sabor.” Resonó
en mi cabeza.
¿Era aquella una señal Padre? ¿O yo qué estaba siendo demasiado sensible
al tema?
Si la doy algo de tiempo entonces…
No es que me quede mucho de todas formas.
— Siempre me han gustado las cosas dulces. — Comenté al final mientras
sorbía mi propio café.
Era extraño Padre. Creo que los dos éramos raros de por sí ella y yo. Ayer
habían pasado cosas fuera de lugar, y hoy compartíamos la mesa como si
nada hubiera cambiado.
Yo, seguía siendo un viejo sacerdote.
Y ella, la mujer más dulce que tuve el placer de conocer en mi vida.
Hasta el café me parecía amargo en comparación a ella.
— Lo triste es que hemos dejado de mirar hacia atrás para, simplemente,
mirar hacia otro lado. Lo malo es que seguimos asustados de poder perder
lo que no tenemos. Lo terrible es querer querer, y sentirte despiadado al
hacerlo. — Marissa recitó, luego de dar un último sorbo al café con el
rostro sereno. — Un poema de Escandar Algeet — explicó antes de dar
media vuelta en la silla de ruedas. — Tengo muchos de ellos en mi libro de
poesía. Quizá otro día te recite uno diferente. — Se encaminó al comedor
dejándome en shock.
“Eres cruel Marissa…muy cruel.” Musité bien bajito, pero nada pasaba
inadvertido en tu presencia Padre.
Marissa quizá no lo hubiese hecho a propósito, pero aquél poema, era una
declaración.
¿Debería hacerla entender?
No.
Sería un secreto.
Capítulo 109
Padre,
El resto del día fue tranquilo. Puede que el paisaje me hiciera sentir en paz
conmigo mismo.
Y aunque extraño, eché de menos a los críos. Hoy era miércoles después de
todo. El día en que salía de la parroquia para estar con ellos.
En algún momento terminé en la puerta de mi estudio. La abrí, y con pereza
apoyé el hombro en el umbral sin atreverme a entrar todavía.
Olía a manualidades y me traían recuerdos de otros tiempos. Como por
ejemplo, cuando renuncié al surf.
Jeremy también surfeaba, mi ex pareja, pero, desde que terminó en silla de
ruedas por la paliza que le dieron en aquella disco, yo…dejé de hacerlo por
él.
O puede que Jeremy solo haya sido una excusa más para dejar mi hobbies a
un lado.
Después de todo, me aburrí del mar. De las olas bajo la plancha, del agua
salada en mi saliva. De la arena pegándoseme en la piel.
Puede que me haya aburrido de vivir entonces.
No lo sé realmente Padre.
Solo me sentía vacío. Había probado de todo, y Jeremy era más interesante
que lo demás.
Supongo me habría quedado con él por el resto de mi vida si no me hubiese
dejado por el terapeuta.
Y no te habría conocido entonces Padre.
Tampoco habría conocido el orfanato y a los críos.
No habría cambiado de parecer y seguiría siendo un bastardo insensible.
No vería la vida tal como es.
No habría….conocido a Marissa tampoco.
— ¿Te quedarás toda la vida en esta puerta Johnie?— Carla comentó
curiosa detrás de mí. Apenas la noté allí.
— Oh, perdona. ¿Necesitas pasar?— Me eché a un lado rápidamente.
— No cariño, solo quería llamarte la atención. — Ella sonrió antes de
cruzar los brazos. — ¿Te encuentras bien Johnie? Sabes que siempre estaré
aquí para ti.
— Lo sé — respondí. — Pero ya no soy un niño Carla.
— ¡No digas tonterías! Para mí siempre serás el hijo que nunca tuve, ahora
dame un abrazo y pide perdón por la boludez que acabas de decirme, anda.
— Abrió los brazos dándome la bienvenida. Yo acepté su afecto. Era
cálida. Nunca creí que echaría tanto de menos su abrazo hasta no recibirlo
otra vez después de tanto tiempo.
Ella fue la única mujer que respeté.
Incluso cuando mi padre la despidió cuando yo recién cumplí los dieciocho,
en un acto de rebeldía, la llevé conmigo a la villa, y Harry, la permitió
quedarse aun cuando yo renuncié a todo para hacerme cura.
No me arrepentía en absoluto haber tomado aquella decisión a los
dieciocho. Carla es feliz ahora, y yo mucho más por verla allí, en aquel
instante, haciéndome compañía.
Por suerte o por desgracia, yo siempre he sido un hombre afortunado.
Aun cuando no me lo merezco.
Capítulo 110
Padre,
Charlar terminó siendo una de mis aficiones favoritas después de viejo. Y
Carla era tan buena oyente como habladora.
La medida adecuada de ambas cosas.
La conté sobre los críos del orfanato, de la parroquia, de lo buena que era la
gente, y de las que aún no habían visto la luz todavía.
Carla me escuchó atentamente, vislumbré asombro en su mirada y
curiosidad, mucha de ella. Supongo que yo era una nueva persona.
— ¿Y la chica Johnie? Marissa. No me has dicho mucho sobre ella. —
Indagó la mujer.
— Marissa es poco común, creo que es la palabra adecuada. — Empecé.
Aquello sacó una risa floja de Carla.
— ¿De verdad?— Soltó. — Tú también eres alguien poco común Johnie, y
si la memoria no me falla, tienes la mala costumbre de obsesionarte con la
gente más variopinta.
Aquello me sorprendió.
— ¿Por qué lo dices Carla?— La cuestioné fascinado.
— ¿Quieres qué te haga una lista? Eras un niño raro que te gustaban cosas
raras. En eso te pareces a tu padre aún hoy día— explicó— Pero eres mejor
persona que él. De eso no cabe duda.
— Carla….
— Sí, lo siento. Es tu padre, y ahora eres un sacerdote, así que no puedes
hablar mal de él, pero Johnie, mírame a los ojos y dime que no es verdad.
— Se puso incómoda en la silla que había en el estudio. — El pobre de
Harry lo aguantó por demasiado tiempo antes de tener aquél ataque de
ansiedad. ¡Y aun así lo sigue respetando en la actualidad!— Cerró las
manos en puños. — Johnie, tu padre ha vuelto a ser rígido con él desde que
tu renunciaste a todo.
— No somos nadie para juzgarlo Carla. — Intenté sonar comprensivo. —
Hay gente que ama de forma distinta, eso es todo.
— Johnie, tu deberías de saberlo más que nadie que eso no es amor.
Después de todo, el señor Raúl ha hecho exactamente lo mismo contigo. —
Sonó enfadada. — Este hombre nunca quiso hijos, sino monigotes. Pero
mira como es la vida que el heredero le salió sacerdote. ¡El chiste se cuenta
solo!— Noté como ella apretaba la mandíbula con furia. A Carla nunca la
gustó ver a niños siendo maltratados por sus padres. Nunca.
— Ven aquí, déjame abrazarte.
— Oh Johnie…lo siento tanto. — Ella chocó en mi pecho antes de
acariciarme el pelo.— Debería haber sido más directa con él.
— No, no, no. Tu trabajo era cocinar, no hacerme la vida más llevadera.
Pero gracias por la amabilidad. Mi padre solo quería lo mejor para Harry y
para mí. Por eso siempre ha sido tan estricto. Y seguro que él lo siente a día
de hoy.
— Por dios, ¿Dónde está mi Johnie y que has hecho con él?— Ella bromeó
entonces.
— Con suerte, ha dejado de existir.
— ¿Es eso cierto?— Carla indagó alejándose de mí. — Porque ayer por la
noche juro haberlo visto comiendo a besos a una señorita muy complaciente
que digamos.
Nunca me había puesto tan rojo como en aquél instante Padre.
— ¿L-lo has visto?
— Sí, lo hice. — Carla confesó. — Incluso tenía pensado no decir nada,
pero, la puerta estaba entreabierta y me daba a mí que Marissa no estaría
muy contenta con que la viesen, por eso hice el ruido — explicó — Pero
veo que no fue una idea muy acertada. La ahuyenté ¿Verdad que sí cariño?
No Carla.
Por el contrario, me quitaste a mí la culpa de haberla presionado.
La habría lastimado más si todo aquello hubiera seguido su curso.
Marissa habría sido mía por mis actos.
No por libre albedrío.
Yo no sería distinto de Carlos que la besó aquella noche hace tiempo.
—Gracias Carla. — Agradecí a la mujer que tenía el mismo nombre del
hombre que Marissa amó. Y fue extraño, pero no desagradable.
Capítulo 111
Padre,
Una vez volví a mi habitación lo primero que hice fue coger la biblia y
sentarme sobre el colchón. Pero no para hacer lo que piensas.
No leería versículos o prepararía sermones. No aquel día.
En cambio ojee unas cuantas páginas hasta encontrar lo que buscaba.
Un pequeño marca páginas con una dedicatoria.
"El regalo para el cura con las pecas más adorables de todo el universo.
Gracias por hacerme ver más allá de mis fallos Padre John. Y gracias por
enseñarme que vivir no tiene por qué ser sinónimo de sufrir.
P.D: Perdona la mentirijilla, pero si te dijera que la Biblia en verdad era
un regalo, mucho me temía yo que no lo aceptarías."
— Cierto. — Murmuré conmigo mismo. — No me gustan los regalos. No
se me da bien aceptarlos cuando no tengo nada que dar a cambio. —
Acaricié el relieve de la letra y sonreí un poco. Sin embargo, una vez solo,
recordé que yo, había sido rechazado por ella también. Me acordé además
que dolía. — No pienses en ello John, ya eres demasiado viejo para sufrir
mal de amores.
De algo hay que morir ¿No?
Que sea de amor entonces Padre. Terminar mi vida de la misma forma que
hizo Marianela.
Fallecer de un corazón partido.
Vaya señor, estoy siendo demasiado dramático después de todo. Jeremy me
dejó esta mala costumbre como regalo de despedida.
Ser uno exagerado.
— ¿Padre John?— Marissa llamó desde la puerta sorprendiéndome. Sin
querer, dejé caer el marca páginas en el suelo.
Nuestras miradas siguieron el mismo curso antes de yo agacharme para
recogerlo.
— Gracias por la biblia. — Empecé una vez alcanzando el marcador. —
Nunca tuve la oportunidad de agradecértelo.
— Oh. — Fue la respuesta de ella antes de mirar incómoda hacia otro lado.
— Me había olvidado de eso.
— Yo no. — Respondí poniendo la biblia a un lado con el papel antes de
volver a mirarla. — ¿Hay algo en qué pueda ayudarte Marissa?
Capítulo 112
Padre,
Ella siguió en la puerta por un tiempo. Yo en un principio pensé en invitarla
a pasar, pero me detuve después de pensarlo mejor.
Marissa entraría cuando se sintiera cómoda. Yo no daría este paso.
— ¿Marissa?— La llamé.
— S-sí, cierto. Bien. — Se movió incómoda en la silla de ruedas antes
apuntar con el dedo a la cama. Yo asentí, y ella entró. — Gracias Padre.
— No hay de qué.
— Gracias por el café de antes.
— Ha sido un placer. — Repliqué.
— Gracias por amarme también. — Aquello me descuadró de tal forma que
la miré sin saber que decir o cómo actuar. Marissa siguió con la mirada en
otra parte. — Bueno Padre, supongo que me toca ser honesta también —
explicó. Y me pareció mucho más adulta de lo que jamás la he visto hasta
aquel momento.
— Te escucharé. — Fue mi respuesta.
Marissa asintió.
— Eres un hombre muy hermoso padre, pero eso ya te lo he dicho antes
¿Verdad?— Ella finalmente me miró a los ojos. No me gustó su tono, y a
ella tampoco le gustó mi reacción. — Solo escúchame, y entenderás porque
lo digo ¿Vale?— Crucé los brazos y asentí con la cabeza. — Bien. Yo no lo
decía por ser una coqueta o intentar algo contigo, sino todo lo contrario
padre. Cada vez que te elogiaba me daba cuenta, de lo diferente que
realmente somos los dos. Tú y yo. Quizá por eso quise tanto ser tu amiga.
Para parecerme más a ti, la persona que jamás me daría una oportunidad
siquiera.
— Marissa pero que…
— Padre, entiéndeme por favor. — Marissa negó con la cabeza. — ¿Quién
iba a quererme? Mírame, ¡Si ni siquiera me quiero a mi misma! — Confesó.
— Pero tú estabas allí, me escuchaste y me entendiste en el momento clave
de mi vida. Los hombres hermosos no me ven hermosa, por eso yo jamás
pensé que…usted alguna vez llegaría a verme de esta forma. Por eso seguí
apareciendo una y otra vez en la parroquia. Porque contigo podría ser yo
misma…y tu…eras inalcanzable. Y estaba bien para mí así. — Acarició la
frente. — En mi cabeza te idealicé perfecto. Pero si me quieres padre, dejas
de serlo ¿Entiendes?
Tragué saliva.
No me gustaba para nada donde iba todo aquello padre.
— Yo no soy perfecto Marissa. Solo soy un hombre que peca como todos
los demás.
— ¡No! ¡No lo entiendes!— Me observó con desdicha. — No es solo
cuestión de pecados padre, es más que eso. Es lo que yo te puedo ofrecer a
cambio. — Soltó. — Me miro al espejo a veces y pienso, de verdad que lo
hago, y entonces me doy cuenta que… No tengo nada que ofrecerte.
— ¿Ni siquiera amor? — Alcé la mano para coger la de ella y Marissa me
lo permitió. — Yo no te pido mucho más. — Entrelacé sus dedos con los
míos. Marissa tembló.
— ¿Y si no es suficiente Padre? Tienes el amor de Dios ¿No? ¿Y si el mío
no te llena de la misma forma? — preguntó.
— ¿Por qué crees eso?
— N-no lo sé…Nunca me ha pasado algo así antes...— Confesó. — Estoy
asustada.
— ¿Nunca…has tenido un novio siquiera? — Pregunté con delicadeza y
Marissa negó vehemente.
Era obvio Padre.
Marissa había sufrido bullying en gran parte de su vida. Lo único constante
en su mente era la muerte. ¿Cómo tendría tiempo de echar una pareja
estable, si ella no era una persona estable?
— No pasa nada. Es normal sentirte asustada. — Con la mano libre la
acaricié la mejilla derecha. — ¿Quieres…intentarlo conmigo? — Pregunté.
— Ya no soy tan joven y puede que te aburras de mí y…
— ¡Nunca!— Ella me detuvo.
— Shhh...— La callé rápidamente con un dedo en los labios. — Eres joven,
y sé por experiencia que la primera relación de una persona no tiene por qué
ser la última. — Expliqué. — Pero no me importaría ser una fase en la tuya
Marissa, porque te quiero. Y lo que siento por ti no tiene nada que ver con
el amor a mi fe. No hay un solo día que se me olvide lo que alguna vez sentí
por mis ex parejas, pero eso no me hace querer menos a Dios. ¿Entiendes?
— Pero padre John si lo haces… ¿Qué ocurrirá entonces? ¿Un cura
puede…Besar a una mujer? ¿Está permitido eso? — Cuestionó mirándome
a los ojos, mi dedo todavía sobre sus labios.
— ¿Me quieres Marissa?— Pregunté a cambio. Necesitaba saberlo. Quería
escucharla decírmelo.
— T-tengo miedo.
— Eso es una buena señal. — Sonreí. — No soy el único que está asustado
de los dos. — Marissa abrió los ojos como platos. — No me mires así
pequeña, me has hecho pasar un mal trago antes.
— ¿D-de verdad?
— Sí. — Fui honesto. Y ella calló entonces, por eso yo no insistí más.
Saldría de ella cuando fuese el momento. Y sin embargo, yo necesitaba de
una prueba, por pequeña que fuese. — ¿Puede besarte? — Pregunté con
delicadeza.
Ella miró al suelo antes de asentir.
Era la respuesta que yo ansiaba de todas formas.
Capítulo 113
Padre,

Fue lento, muy lento. La forma correcta de haberla besado debería haber
sido está desde el principio. Con mis manos en sus dos mejillas, ambos ojos
cerrados, y mi nariz tocando con delicadeza el de ella.
Mi boca sobre la suya aún cerrada, como pidiendo permiso antes de entrar.
El nerviosismo previo. La excitación creciendo a fuego lento.
Los pelos de punta, y la incomodidad de equivocarse en algo.
Marissa se merecía aquel momento padre, y confieso que yo también.
Entonces, mi lengua encontró el camino al cielo de su boca y Marissa
contuvo una risita.
Bien.
Me gustaba oírla sonreír. Por eso lo hice una segunda vez, mover la punta
de mi lengua en el cielo de su boca, de forma que la obligué a alejarse de mí
con los ojos abiertos como platos.
— ¡Me hace cosquillas! — Marissa me miró impresionada. — No me has
besado así antes. — Replicó sin realmente pensar en lo que estaba diciendo.
— ¿Quieres que te besé cómo ayer entonces? — Pregunté con una sonrisa
maliciosa que no pude deshacer a tiempo. Me salió sin querer Padre.
Marissa rápidamente miró al suelo.
¿Se habrá acordado de mis manos en su piel y de cómo la hice sentir?
Porque yo me acordaba perfectamente de sus manos en mi pecho.
— Hey. — La acaricié las dos mejillas con delicadeza. No dejé de
acariciarlas hasta que ella finalmente me encaró. — Tenemos todo el tiempo
del mundo Marissa. Podemos ir despacio. — Mi respuesta la hizo sonreír.
Como si todo aquello la hiciera una gracia tremenda.
— Tengo veintisiete años Padre, — Ella habló en medio a risas. — ¡Si me
espero más creo que me volveré majareta! — Rió con algo de amargura. —
¡O una monja!
En algún momento se me escapó la risa también.
La espontaneidad de Marissa era contagiosa.
— No me tientes señorita. — Repliqué unos instantes más tarde.
— ¡Dios! ¿Yo puedo tentar a alguien? Eso sí es nuevo. — Ella comentó
sorprendida. — ¿De verdad?
— ¿Quieres realmente que te responda a esto? — Mi mirada pareció
comerla de tal forma que Marissa apartó la vista.
— V-vale...lo pillo.
— ¿Te tiento yo a ti? — Pregunté con curiosidad.
Aún seguíamos cerca, nuestras narices a poca distancia la una de la otra, la
tensión constante, y sin embargo estaba satisfecho.
Y Marissa también.
— Bueno... — Ella toqueteó distraídamente él apoyabrazos de la silla de
ruedas. — Te veías súper adorable con la sotana y...
— ¿Y? — Inquirí.
— Bueno... — Su mirada se detuvo en mi hombro. — ¡Que conste que yo
no soy la única que piensa esto! — Soltó. — He escuchado a los feligreses
y bueno, dicen que eres demasiado sexy para ser un cura. Mucha tentación
para un lugar tan sagrado como es la iglesia — explicó — ¡Y Dios! Por
culpa de ellas tuve sueños raros.

Padre, debería haberme preocupado que los demás hablasen más de mi


apariencia que no de mis sermones, pero, no podía dejar de pensar en lo
último que dijo Marissa.
Sueños raros.
— ¿Qué tipo de sueños? — Indagué.
— No pienso decírtelo ni que me maten. — Ella respondió defensivamente.
— ¿Por qué? — Pregunté con inocencia, aunque ya me imaginaba que tipo
de sueños eran.
— No.

— Vale, — Asentí. — Sabes que siempre estaré aquí, por si cambias de


opinión y decides contármelo.

— No va ocurrir, no te preocupes Padre. — Me aseguró vehemente.


Sonreí tras oír su respuesta.
¿Cómo alguien tan joven me hacía sentirme tan pleno Padre?
Marissa era única.
Como una pieza hecha a mi medida.
Y señor, no me dolía la conciencia el pensar que deseaba besarla otra vez.
Necesitaba hacerlo.
Porque por mucho que amase mi fe, me di cuenta.
La amaba mucho más a ella.

— Quiero besarte otra vez. — Dije entonces.


— Yo también. — Marissa respondió con la misma intensidad. Un poco
menos avergonzada que antes pude captar.
Como si estuviese acostumbrándose a mí.
En parte era bueno, pero por otra yo sabía, que para ella confiar plenamente
en mí tendría antes que ir despacio.
Los besos como los de ayer tendrían que esperar.
Yo podría vivir con ello por un tiempo.
He pasado años besando únicamente la biblia, mi única forma de intimidad.
Esperar por Marissa era aceptable.
Aunque, tenerla tan cerca empezaba a ser una tortura.
Capítulo 114
Padre,
Luego de una larga sesión de besos me obligué a parar después de un
tiempo.
Por el bien de Marissa, y por mi sanidad.

— ¿He hecho algo malo? — Ella preguntó con los labios hinchados y la
mirada perdida.

— No cariño, pero si seguimos. — Suspiré resignado. — Quien hará algo


malo voy a ser yo. —Acaricié las trenzas de su pelo, permitiendo que mis
dedos rozaran su cuello, dando a entender mi punto. Sentí como la piel de
Marissa se erizó bajo mi tacto.
Y sin embargo, ella se mantuvo callada. Era más que evidente que Marissa
estaba en desacuerdo que termináramos nuestra estimulante "actividad".
Aquellos ojos abismales no podían engañarme. Había deseo en ellos, y
seguro que en los míos también.
Pero no.
Aún era demasiado pronto.
No solo para ella, sino también para mí.

Por mucho que la culpa ya no me comiera por dentro y la deseara como a


nadie...Mi fe aún seguía tan presente en mí como el aire que salía y entraba
de mis pulmones.
— E-entiendo. — Marissa murmulló finalmente. Aunque, no me gustó en
absoluto el sonido desanimado de su voz. Por eso, con delicadeza ubiqué
mis labios en su frente y planté un inocente beso allí.
— Habrán más besos. — La aseguré. — Mejores incluso. — Tomé
distancia luego de verla sonreír débilmente mirando a otra parte.
Seguramente avergonzada de ser tan transparente en mis ojos.
Yo también deseaba ser transparente en los de ella.
— Okay. — Marissa asintió.

— Se está haciendo tarde ¿Pido a Carla que nos prepare la cena? —


Pregunté estirándome en la cama y casi tirando la biblia al suelo de paso.
Al notarlo, me dolió por dentro. Ni siquiera me acordaba de que la tenía
junto a mí. Como si no existiera para empezar.
— Me parece una idea genial. — Marissa respondió estando de acuerdo
con la cena. Y de paso, me hizo dejar de pensar en mis demonios internos.
Así de milagrosa era ella para mí.
Capítulo 115
Padre,
La noche nunca pasó tan rápido. La cena apenas la sentí en la boca, mis
ojos siempre fijos en Marissa.
Y ella, bueno, ella estuvo un largo rato fingiendo estar interesada en la
etiqueta del aceite que había sobre la mesa para la ensalada. Aunque, no
me engañó por demasiado tiempo.
Lo sé porque luego de un rato pregunté por las propiedades del aceite que
ella observaba con tanto esmero, ¿Y adivina qué Padre? No supo
explicarme ni una sola palabra.
Me entraron ganas de reír, pero no lo hice.
— Una moneda por lo que piensas. — Empecé en algún momento.
— Mis pensamientos valen mucho más que una moneda padre. — Marissa
finalmente me miró a los ojos con una sonrisa caprichosa. Ella me
escrudiñaba de una forma que era bastante obvia para mí.
Marissa podría ser sensible a los tonos, pero yo, a las miradas. En parte
debido a mis pecas, siempre tan llamativas. Demasiado para mi gusto.
— Que sean dos monedas entonces. — Repliqué, y ella me encaró.
— Prefiero un beso.
Casi escupo el líquido que tenía en la boca Padre.
Había creado sin querer a un monstruo hambriento de besos. Y peor, a uno
que decía lo que piensa sin filtros.
— Marissa…— Intenté recomponerme y de paso no sonrojarme. Suerte que
Carla se había ido hace algún rato.
— ¿Lo dije en voz alta verdad? — Ella ladeó la cabeza de un lado a otro
con desespero antes de enfrentarme con dificultad.
— Me temo que sí.
— ¡Mierda! — Marissa toqueteó el pelo con nerviosismo antes de alejarse
de la mesa. Habíamos terminado de todas formas. — C-creo que me iré a la
cama.
— La pomada. — La recordé.
— ¿Qué?— Ella pareció confusa por un momento hasta que finalmente
juntó las piezas. — Oh no…Se me había olvidado de este pequeño detalle.
— ¿Qué tienes que cuidarte?
— Que me tienes que tocar.
Padre, que alguien detenga a esta bendita mujer. Si antes yo estaba
sorprendido, ahora me encontraba tan rojo como un tomate.
¿Desde cuándo se habían intercambiado los papeles?
Se supone que la virgen era ella y no yo. ¿Entonces por qué me
avergonzaba yo tanto?
— ¿Es esto un inconveniente?— Pregunté acercándome a su silla de ruedas,
teniendo el cuidado de antes mirar a mi alrededor para comprobar que
estábamos solos. — Prometo que no muerdo…aún.
— V-v-vale.— Marissa tartamudeó sin poder evitarlo.
Se sintió bien verla incómoda.
Yo no quería ser el único avergonzado en aquél instante, y lo había
conseguido.
Capítulo 116
Padre,
Como de costumbre esperé en la puerta hasta Marissa llamarme para darme
permiso de entrar. Un acto de cortesía por mí parte.
Hoy no fue distinto, y sin embargo, me pareció completamente diferente.
Marissa me llamó. Yo entré. Ella estando acostada en la cama, sin la blusa
puesta, ningún sujetador a la vista y hacía boca abajo sobre el colchón.
Ni las heridas en su piel me quitaron las ganas de besarla entera.
Puede que porque sabía que ahora tenía el permiso para hacerlo.
Padre, era tan tentador…

— ¿Dónde está la pomada?— Pregunté a cambio, y Marissa señaló con el


dedo la mesilla de noche.

Una vez sentado en la cama, y con mi peso haciendo presión en el colchón,


goteé la crema en su espalda y mis pensamientos volaron lejos. Lugares
inadecuados por el momento Padre.

Pero no pude evitarlo.

— ¿Padre John?— Marissa empezó después de sentir la yema de mis dedos


en el centro de su espina dorsal. Supuse que intentaba evadirse. Yo también
lo necesitaba, o terminaría haciendo algo de lo cual me arrepentiría más
tarde.
— Solo John Marissa. — La corregí. Porque cada vez que ella me decía
Padre, se sentía…inmoral. Me hacía recordar que estaba traicionando a mis
votos y a mí fe.

Que yo no era distinto a Judas Iscariote después de todo. Y que de la


misma forma que él traicionó a Padre por monedas de oro, yo lo estaba
traicionando por el amor de una mujer.

— Me costará acostumbrarme, pero lo haré…John. — Marissa murmulló


bajito.— ¡Dios! Qué raro suena.
— Me gusta cuando dices mi nombre así. — Confesé mientras pasaba
pomada en una de sus cicatrices, la más oscura de todas.
— ¡Eres raro!— Ella replicó conteniendo un pequeño pinchazo de molestia.
La cicatriz todavía la dolía. — ¿Pero por qué te gusta?
— ¿Por qué? — Traté de tener más cuidado en la siguiente cicatriz. Por
suerte las que quedaban solo eran moretones.
— Sí. ¿Por qué?
— Por que suena puro en tu voz.— Hablé con honestidad.— No hay
malicia mientras lo dices.— Terminé de aplicar la crema en el último
moratón satisfecho con mi trabajo.
— ¿Cómo puedes estar tan seguro Pad…es decir, John?
Verla intentar rectificar su fallo ha sido adorable, solo lástima que yo no
pude mirarla el rostro mientras lo hacía.
Aunque, no me quejaba con las vistas que tenía tampoco.
— Mucha gente me han llamado por mi nombre. — Aparté la mirada de su
cuerpo y me entretuve mirando las manos. — Después de un tiempo
empiezas a captar el más mínimo de los detalles. La forma, los tics y los
gestos. — Tapé la crema. — El toque, las caricias o la falta de las mismas.
— Ubiqué la pomada sobre la mesilla de noche con cuidado de no caerse.
— Con el tiempo uno aprende a valorar la pureza de las cosas, hasta por la
forma como dicen tu nombre. Y cuando uno lo hace, es porque ya no le
queda pureza en el corazón. Por eso, soy capaz de notar la pureza en tu voz.
Mi última declaración hizo que Marissa se pusiera rígida en la cama.
— ¿Por qué dices algo tan cruel…John? — Ella preguntó molesta. —
Hablas como si fueras alguien sucio. Y no me gusta. — Giró el rostro en mi
dirección. — No vuelvas a hablar mal de ti mismo delante de mí. Me
enfada.
Que Marissa fuese capaz de decir aquello en voz alta solo realzaba más la
pureza de su ser.
Ella no lo veía Padre, pero yo sí.
— Creo que te enfadaré más veces entonces. — Dije con una débil sonrisa.
— Entonces tendré que decir lo bueno que eres cada vez que lo hagas. —
Ella replicó. — Aunque será complicado, ya que técnicamente estaré
enfadada contigo, pero haré lo mejor que pueda.
Me reí tras escuchar su respuesta.
Pero ella no lo hizo.
— ¿Marissa…?
— No puedo dejar de pensar en besarte. — Ella aclaró de golpe. — Pero
estoy enfadada, así que no me entiendo. Quiero echarte la bronca por
decirme algo tan triste y a la vez besarte.
Su honestidad empezaba a hacer mella en mi moderación, y eso no era
buena señal. Si siguiéramos por este camino, yo terminaría en su cama
haciendo más cosas además de pasarla crema en la espalda.
Y sin embargo, lo único que realmente me impedía hacer lo que de verdad
tenía ganas eran dos cosas:
La primera las heridas en la espalda de Marissa que aún no se habían
curado del todo.
Y la segunda, la más importante de todas, la falta de preservativos.
Yo podía ser un viejo con la vida más que hecha, pero Marissa aún tenía
toda la suya por delante.
La realidad no era como en la novelas. Los críos del orfanato eran prueba
más que suficiente de ello.
— ¿Por qué no me recitas otro de tus poemas?— Pregunté en un intento de
pensar en otra cosa más que Marissa, o de comerla a besos.
Mi idea la distrajo por un rato, parecía realmente pensativa antes mirar
hacia otro lado.
— Me sé uno, pero solo la parte final. — Comentó con la voz pequeña. —
¿Lo quieres oír aun así?
— Por supuesto. — Respondí.
En un principio hubo silencio. Yo aún seguía sentado en la cama, mis
manos en mi regazo, no me atreví a tocarla entonces. No sabía con
seguridad si podía controlarme.
Fue entonces cuando oí a Marisssa soltar un largo suspiro antes de empezar.
Lo único que podía ver con claridad eran sus trenzas. Supuse que ella no
quería que yo viera su expresión mientras lo recitaba. Por vergüenza quizás.

“Que río en los funerales y lloro en las fiestas


Y encuentro un sabor suave en el vino más amargo,
Que a menudo doy por hecho las mentiras
Y que, mirando al cielo, caigo en los hoyos.
Pero la Voz me consuela y dice: <<Cuida tus sueños, los sabios no los
tienen tan bellos como los locos>>.”

— ¿De quién es? — Pregunté acercándome a ella. Mi rostro peligrosamente


cerca de la parte trasera de su cuello desnudo. El chirrido de la cama fue el
único que delató mi cercanía.

Ella soltó un débil quejido a cambio, no se esperaba mí reacción. Y mucho


menos luego de recitarme el trozo de un poema que no recordaba del todo.
Sin embargo, ella no tartamudeó tras responderme.

— Baudelaire — dijo. Como si recién hubiese notado que estaba medio


desnuda delante del hombre que no hace mucho la habría besado no una
sino infinidad de veces.

— El poeta maldito por excelencia. — Pensé conmigo mismo en voz alta.


— Me gusta. — Arrastré mis labios a la punta de su hombro derecho y
planté un casto beso allí. No me importó que algo de la pomada se quedara
en mi mejilla izquierda. — Un beso como recompensa. — Marissa no giró
el rostro en mi dirección, aunque no hizo falta. Sentí como ella tembló bajo
mi toque. — Gracias.
Capítulo 117
Padre,

Y otra semana pasó en un abrir y cerrar de ojos. Con mi fe debilitándose


cada día más. Los punteros del reloj moviéndose con clara maldad hacía mí.
Un recordatorio de que yo iba perdiendo.

Por eso dejé de preocuparme con el tiempo. De todas formas, era una
batalla que ya no ganaría.
Mi corazón gobernaba todo mi ser. Y él, traidor, se convirtió en vasallo fiel
de Marissa.

—¿Qué pasaje de la biblia toca hoy?—Ella preguntó una vez estábamos


fuera, admirando el enorme cielo blanquecino. Hoy probablemente llovería
otra vez.
—Corintios.—Respondí abriendo el manuscrito y apoyando la biblia sobre
mis piernas. En algún momento, no sé cuál, mi mano derecha terminó
enlazada con la izquierda de Marissa.
Nuestros dedos habían encontrado el camino hacia el otro, y me pareció
correcto. Ella necesitaba esto, y yo se la daría.

Toda la dulzura e inocencia que ella quisiera.


Caricias libre de malicia, besos castos incluso.

Y sin embargo, lo de la biblia ha sido idea de Marissa. Me extrañó que no


pidiera besos, a mí no me importaría dárselos por el resto de la tarde.
Recuerdo además que la pregunté por qué, y su respuesta como siempre, me
sorprendió.
—Me gustan tus sermones. Son agradables. — Había honestidad en su voz,
así que la creí.
—¿De verdad? Me alegra saberlo.—Me sonrojé un poco, lo que hizo
Marissa acercarse más a mí.—¿Qué pasa?
—¡Que eres adorable!—Ella soltó extasiada por el raro descubrimiento que
acababa de tener. Y con una espontaneidad típica en ella, alzó la mano
derecha y apretó con delicadeza una de mis mejillas.—¿Ves? Hasta tu piel
es perfecta…Parece una constelación de estrellas— comentó —No puedo
dejar de mirarte.
Su honestidad me hizo avergonzarme aún más, y como resultado terminé
colorado más de lo habitual.
—¿Puedo tocarte también?—Indagué saboreando su inocente caricia.—Es
injusto que solo tú puedas hacerlo—bromeé. Y Marissa, al darse cuenta de
la cercanía y descaro de su parte, tomó algo de distancia dejando caer la
mano en su regazo otra vez..
—Si ya lo haces cada noche.—Ella respondió como si aquello fuese algo
evidente. La espalda de Marissa se encontraba mucho mejor debido a mi
ayuda después de todo. Pero, la forma en que lo dijo daba a entender otra
cosa.

Yo rápidamente miré a mí alrededor antes de volver a encararla con


reproche.

—Marissa por Dios— cerré la biblia y la observé.— No digas cosas que


puedan malinterpretarse….o darme ideas.

Ella entonces se paró a pensar en lo que acababa de decirme antes de mirar


al suelo avergonzada.—Yo no…

—Vaya, vaya. Iba a preguntar si os apetece un bocadillo de merienda, pero


VEO que están muy ocupados. —Carla apareció sorprendiendo tanto a
Marissa como a mí.
— No, ni mucho menos Carla.— Me recompuse todo lo rápido que he sido
capaz.— Marissa y yo estábamos a punto de tomar un descanso — apoyé
la Biblia sobre el banco donde antes estaba sentado y miré a Marissa. Ella
asintió con la cabeza antes de dirigirse al comedor y agradecer la
amabilidad de Carla.

Cuando ella desapareció por la puerta Carla carraspeó en un intento de


esconder la risa que tanto deseaba soltar.— ¿Así que cada noche eh? Estos
jóvenes de hoy en día… — bromeó yendo camino a la cocina.
— No es lo que parece Carla…. — retruqué avergonzado.
— Mmm-hmm.
— Carla…
— Prometo no decir nada, será nuestro pequeño secreto. — Ella habló lo
último despreocupada antes de meterse en la cocina, dejándome solo.
Vaya.
Capítulo 118
Padre,

Las semanas que siguieron han pasado con una rapidez alarmante, pero en
el buen sentido.

Cuando uno es feliz todo sabe a poco.

Marissa ha estado recuperándose como era lo esperado. Las heridas


cicatrizaron y los moratones empezaban a irse con el pasar de los días.

Nuestros besos también habían profundizado más. Incluso, hubo una tarde
en la que me vi obligado a alejarme, caso contrario, la habría llevado
conmigo a la cama para que siguiéramos con la sesión de una forma más
"placentera" para los dos.

Marissa pareció tentada a acercarse a mí otra vez, aunque, al final prefirió


distraerse mirando al techo.

La tensión era palpable padre, y las ganas irrefrenables.


Pero ella seguía estando herida y necesitábamos ir despacio.

— ¿Puedes...Quedarte hoy?— Marissa me preguntó una noche. Su espalda


desnuda boca arriba en la cama, y mis manos aún pringosas de la pomada.

— ¿Cómo?— indagué confuso. —¿Necesitas algo más?

Marissa entonces hundió la cabeza en la almohada antes de volver a


mirarme. Parecía avergonzada.

— B-Bueno, no. Solo me gusta tu compañía.— Explicó con la voz


entrecortada.
—¿Quieres que me quede aquí?— señalé la habitación.— ¿Contigo?

— Si te apetece quedar...— Ella parecía más incómoda con cada palabra


que salía de su boca. No me costó demasiado juntar las piezas del
rompecabezas. Marissa quería que yo pasase la noche con ella. Yo solo no
supe descifrar si lo de “pasar la noche” era de forma literal o no.

— ¿De verdad quieres esto?— La cuestioné con seriedad.— ¿No te han


enseñado en casa que debes tener cuidado?

— Si me lo han enseñado no me acuerdo.— Marissa reflexionó.— Supongo


que estaba más preocupada con morirme que no otra cosa — rió con
amargura.— Además, sé que me tratarás bien.

Esta mujer no sabe de lo que soy capaz cuando estoy cachondo padre.
Debería avisarla, y aun así no hice más que asentir.

Al ver que yo me quedaría, Marissa pidió que me diese la vuelta para


pudiera ponerse la parte de arriba del pijama, y yo estuve de acuerdo. Sin
embargo, no pasó mucho rato antes de acomodarme en el colchón y ella
acabar apretujada en mis brazos. Con mi espalda apoyada en el cabecero de
la cama y la mano derecha acariciándole las trenzas del pelo, mientras que
con la mano la izquierda la envolvía la cintura con cuidado de no lastimarla.

En algún momento no pude evitar hundir mi rostro en su cuello, y como


premio la oí reír debido a que la hacía cosquillas.

— Me gusta eso.

— A mí también.— Ha sido mi respuesta.

— …¿John?— Ella indagó al ver que mi rostro aún seguía haciendo de


almohada su piel.

— ¿Sí?
— Te quiero.

¿Por qué luego en aquél momento padre? No estando tan cerca. Ella me
estaba tentando demasiado.

La respondí con un beso entonces. En el cuello, como venganza.

Marissa gimió.

Y nada terminaba bien cuando ella gemía.

El calentón que me entró no fue una buena señal.


Capítulo 119
Padre,

Besar nunca se sintió tan bien. Cada temblor me excitaba más y más. Y
peor, Marissa no opuso resistencia.

Fue espontáneo.

— Che. — Restregué mi nariz en su nunca, pero con las trenzas de por


medio me dificultó el paso.— Ahora deberías de apartarme ¿Sabes? —
trillé con los dedos la curva de su cintura sobre el pijama. Marissa
estremeció.

— Se siente bien.— Ella estiró más el cuello acomodándose en mis brazos.


— ¿Por qué debería alejarme?

— Porque…— La besé el hombro lentamente.— Quiero hacerte más cosas


que no solo besarte.

— Sé cómo es, lo he visto en videos.— Marissa volvió a temblar. — E-


estoy p-p-preparada.— Balbuceó entre excitada y confusa.

— No lo estás.— Dejé mi mano bajar delicadamente a su pierna izquierda.


Marissa se puso rígida, y como estaba apoyada en mí, el minino roce animó
a mi miembro. Me obligué a contener un gruñido involuntario. — No es lo
mismo. Ni siquiera te lo imaginas.— Ella se movió más sobre mí, rebelde, y
yo, empecé a darme cuenta de que quizá, lo estuviese haciendo adrede. —
Marissa…no sabes lo que estás haciendo.— Mi excitación empezaba a
hacerse notable. Y ella, haciendo oídos sordos a mi advertencia, se movió
otra vez sobre mí regazo. Un gemido escapó de mis labios sin querer. Y
como última instancia, me vi obligado a sostener su cintura con las dos
manos para mantenerla quieta.— N-no te muevas más — balbuceé.

— ¿Por qué?— Ella preguntó entre confusa y algo dolida.— ¿N-no te


gusta? — señaló lo obvio.— En los videos vi que los hombres disfrutan.
Pero aquello no era un video. Y Marissa no debería tomarlo como tal.

— ¿Por qué lo estás haciendo?— Intenté sonar lo más racional posible, pero
me costaba estando tan excitado, además de seguir teniendo a la causante de
ello en mis brazos.

— Porque te quiero.— Ella respondió demasiado rápido. Sin pensar


realmente en el peso de aquella declaración.

Entonces me di cuenta.

Marissa aún seguía siendo demasiado joven. No era tan fácil amar a
alguien. Tampoco tan rápido.

Pero en parte la comprendía señor. Marissa seguía siendo una mujer que no
había tenido experiencia real antes que conmigo. La única referencia de
parejas que ella habría tenido a parte de la de su fallecida hermana, eran de
novelas eróticas y videos subidos de tono en páginas web.

— ¿Por qué lo estás haciendo?— Volví a preguntar. Mis manos aun en su


cintura.

— Porque me apetece.— De esa vez, su voz vaciló por un momento.

— No es la respuesta que quiero oír de ti.— Porque sabía que no era cierto.
No hace mucho ella pidió tiempo para adaptarse a mí, diciendo que estaba
asustada. Y ahora me quería después de unos cuantos besos.

No.
Algo más estaba ocurriendo.
El amor aparece tan rápido.

— John yo…quiero que estés bien. — Ella empezó bajito.

— Y lo estoy.— Me obligué a responder. Pero algo me decía que aquello


me dolería de una forma irreparable.
— Tú me has ayudado cuando no lo ha hecho nadie. Y…— agachó la
cabeza.— Solo quiero retribuirte la amabilidad.

Lo sabía.
Vaya sí duele señor.

— Me estás diciendo que quieres acostarte conmigo ¿Cómo pago por la


amabilidad?— Aflojé el agarre en su cintura.— ¿Estoy entendiendo eso
bien Marissa?

Su rigidez e incomodidad ha sido respuesta más que suficiente. Ella aún no


entendía padre, quizá porque ella no me amaría jamás de la forma como lo
hacía yo.

No importa.
Por mucho que me doliese, de esa vez yo la enseñaría una valiosa lección.

Que uno nunca debe entregarse de tal forma apenas por un acto de
amabilidad. Que no todos serían igual de comprensivos que yo. Y que en el
mundo hay gente tan cruel como los tipos que la han lastimado, y que por
desgracia, habría más.

Mucho más.

— Sigue.— Me acerqué más a ella y mi voz sonó cruda.— ¿Por qué te


paras ahora? Mis manos ya no te detienen.— susurré en su oído haciéndola
temblar. Ella se puso más rígida si cabe.— Ahh…— permití que me oyera
gemir. Marissa movió un poco más. Mis manos descansaron perezosamente
en sus piernas.— Si quieres que me venga como en los videos que has visto
tendrás que hacerlo mejor.— musité.— Pon más ganas, muévete más.—
gruñí.

Marissa se movió más, algo patosa e incómoda al principio. Pero sin


querer, yo no creo que ella tuviese la experiencia necesaria de hacerlo
adrede, se detuvo de tal forma que el hueco entre sus nalgas abrazó
cálidamente el bulto de mi miembro. Se me olvidó por un momento como
respirar. Agarré sus piernas como si mi vida dependiera de ello y cerré los
ojos con fuerza.

Me obligué a recordar que aquello era una lección. Que tarde o temprano
Marissa diría basta, como también que había ropa de por medio. Aunque, el
pijama de Marissa era de una capa muy fina, y mi pantalón era de tela.

Mis manos aún seguían agarradas a sus piernas, así que Marissa intentó
alcanzarlas con las suyas, haciendo así que su trasero hiciera más presión a
mi entrepierna. El gruñido que escapó de mi boca fue gutural.

— Oh mierda…— Apreté los dientes y contuve las ganas de moverme.


Marissa ladeó la cabeza a un lado, en parte confusa, y en otra satisfecha de
que fuese capaz afectarme de tal forma.

Entonces vi en su mirada. Ella intentaba contentarme.

Y yo juré que no la tocaría si ocurriera algo así.


Y no pienso romper mí promesa.

Marissa no me veía como un hombre al que amar. Ella siempre me vería


como alguien intocable. Un ídolo al cual sin importar lo mucho que yo
pidiera, ella me lo daría con creces.

Idolatrar no es amar. Nunca lo fue y nunca será.

Incluso, empecé a dudar de sus ganas inmediatas de querer besarme tanto.


¿De verdad lo hacía por qué lo deseaba? ¿O por qué veía en mi mirada las
ganas de hacerlo?

— Basta. — Dejé mis manos caer lentamente a un lado.

Yo no la condicionaría a amarme.

Nunca.
No cuando mi propio padre me condicionó hace años a amar solamente al
dinero y olvidarme de hacerlo con los demás.

Si Marissa algún día me amase…lo haría por su propia cuenta.

— ¿Qué pasa..? — Ella preguntó de repente, asustada.— ¿No te gusta?

Ahora lo comprendo Padre. Alguien que pasa toda la infancia falta de vida
y deseosa de muerte, no puede cambiar de forma tan rápida.

No alguien que aún se siente por todo en el fondo.

En la vida real nada nunca es fácil. Ni siquiera los traumas.

Marissa había pasado toda su vida sin quererse a sí misma. Y ahora que
comprendía que otro lo hacía por ella, me convirtió en un ídolo por realizar
la hazaña que ella no fue capaz hacer por si sola: amarse de verdad.

— Lo que pasa cariño…— susurré luego de abrazarla con cuidado en mi


pecho.— Es que también te tiene que gustar a ti.

Finalmente me desenlacé de ella con cuidado. Aquello no podía seguir de


aquella forma.

— John yo….— Ella buscó mi mirada de forma alarmante.

— No tienes por qué llamarme John si no te sale.— expliqué con


delicadeza una vez me puse de pie, ya no tan cerca de ella.— Solo hazlo
cuando de verdad te apetezca hacerlo, y no porque yo pedí que lo hicieras.
— La hice saber.— Buenas noches Marissa.

En un principio quise desaparecer sin más, pero, aquello sería


contraproducente, por eso me digné a final a besarla la frente antes de irme.

— Te quiero pequeña.
Me costó cerrar la puerta detrás de mí, pero más me costó dejarla sola sin
explicar por qué.

Ella seguramente se estaría preguntando que hizo mal padre. Pero yo no era
la persona adecuada para consolarla en aquel momento.

No cuando yo también necesitaba ser consolado.


Capítulo 120
Padre,

Lo primero que sentí fue un cosquilleo en el cuello. Luego humedad y


entonces labios.

Sí, alguien me estaba besando.

Abrí los ojos de inmediato. Estaba oscuro, pero supe quién era. El rechinar
de la silla de ruedas la delató.

— Marissa, ¿Qué haces?— Tome distancia, y aun estando tan oscuro casi
pude sentir agobio en ella. — ¿Por qué estás aquí?

— ¿Por qué me has rechazado antes?— Ella preguntó a cambio.— ¿Hice


algo mal? ¿No soy lo suficiente buena?

No.
No es este el caso.

— ¿Por qué me estabas besando?— La seguí cuestionando.— ¿Por qué lo


has hecho?

— Porque te quiero, por eso lo hice.— Ella se justificó sin titubear ni una
sola vez.

— No lo haces.— Respondí.

— ¿Y cómo lo sabes? No estás en mi cabeza. — Sentí su mano alcanzar la


mía y me vi obligado a apartarla.

— No.— Empecé.— No sigas.

— Estas enfadado.
— No.—dije— Estoy herido.

— ¿Por qué? Si yo solo hice…

— Por eso estoy herido Marissa, porque has intentado comprarme.— Mi


voz pareció inconsolable hasta para mí.— ¿Entiendes lo que has hecho?

Se hizo el silencio por un tiempo que me pareció eterno.

— Te quiero.— Ella confesó por segunda vez.

— No quiero este tipo de amor venido de ti.— Mi parte más egoísta salió a
flote.— No un amor basado en idolatría y a cambio de algo. Mi amabilidad
no tiene un precio.— La hice entender lo mejor que he sido capaz.— Te la
doy gratis.

— ¿Me estas rechazando Padre?— Fue una pregunta, pero Marissa lo tomó
como una afirmación. Como si supiera que sería desechada mucho antes de
cuestionarme siquiera. — ¿Es eso lo que me estás diciendo?

— No me quieres Marissa.— Con nerviosismo despeiné mi pelo en plena


oscuridad.— Solo buscas a alguien a quien idolatrar.

— ¿Es eso una forma bonita de rechazarme? Los críos del instituto que me
hacían la vida imposible eran más creativos. Hazlo mejor.— La amargura
sonó peligrosamente en su voz.

Aquello me sorprendió.

— Marissa…

— ¿Ha sido algo que dije? ¿No soy lo suficiente atractiva? ¿O será porque
no soy un hombre?— Ella numeró las posibilidades.— ¡Oh! Ya sé, es que
porque soy un caso de caridad y John, el santísimo sacerdote se aburrió de
mí.
— ¡Marissa!— Me sentí ultrajado de tal forma que aún en la oscuridad
conseguí alcanzarla del brazo y la acerqué a mí.— ¡Yo jamás!

— ¿¡Jamás qué!?— Ella realmente sonó exaltada.— ¡Antes parecías gusto


y de repente te fuiste!

— ¡Porque solo querías complacerme por creer que me debías algo!

— ¿¡Y QUÉ SI LO ES?! ¿¡Y qué si sentía que debería darte algo de mí a
cambio?! — Ella explotó.— ¡ES MI CUERPO!— Intentó alejarse de mí,
pero mi mano era firme.— ¡PUEDO DARSELO A QUIEN QUIERA!—
Sentí un dedo chocar en mi pecho.— ¡Y te lo estaba ofreciendo a ti!

— Habla más bajo, Carla podría….

— ¡QUE LO ESCUCHE!¡ NO ME IMPORTA!

— MARISSA— Soné tan alterado que sentí como ella estremecía debido a
mi voz. — Escúchame bien, porque solo lo diré esta vez.

No pude verla, pero casi podía adivinar que estaba asintiendo.

— No quiero tu cuerpo como pago, no es lo que pretendo ni deseo de ti.—


Carraspeé con desagrado.— Lo único que te pedí fue amor, no idolatría.
Tampoco has hecho nada malo— seguí.— Eres una buena mujer a la cual le
han pasado cosas malas. No eres un caso de caridad, jamás te vi de esa
forma. Es imposible que yo te vea así…—expliqué.—Porque te quiero.—
Mi voz ganó profundidad.— Y eso no cambiará. Pero no quiero pasar mi
vida con alguien que está a mí lado solo porque piensa que me debe algo a
cambio. Yo no soy Dios Marissa— solté.— Y no quiero ser tratado como
uno por ti.

— Padre…— Marissa suspiró.— Uno no escoge como amar a alguien—


dijo con la voz embargada por algo que no supe descifrar.— Solo ocurre.

— Eso no es amor Marissa…


— Te equivocas John.— Sentí como ella se acercaba. Y por un momento,
me pareció que estaba soñando.— No existe una forma correcta para amar
— murmulló.— Te quiero a mi manera. ¿Puedo besarte ahora por favor?

Yo no respondí. Y mi silencio la pareció la respuesta adecuada.

Sentí su boca tocar la mía y fue mágico. Ella había mejorado bastante en el
arte de besar, encontrando de paso el camino al cielo de mi boca.

Me estaba rindiendo ante ella Padre, y no me importaba.


Capítulo 121
Padre,

Si rechazarla era mi pase al paraíso, entonces terminaría una larga


temporada en el infierno.

La deseaba como un necio. Pero un necio feliz.

Ahora entendía porque los piratas caían en el mar luego de escuchar el


canto de una sirena. Porque era irresistible. Un pecado no oírla aunque sólo
una vez.

— Maldita sea.— dejé escapar cuando Marissa tomó algo de distancia para
respirar. Sus manos en mi pelo. Me entró la piel de gallina. La quería, y la
quería en aquél instante.

— ¿Lo hice bien?— Ella preguntó aprehensiva, como si ser agresiva de por
si no estuviese en su naturaleza.

— Sí...—murmuré en su oído haciéndola temblar.— Hazlo otra vez.


— No fue un comando y sin embargo sonó como uno.

Marissa lo hizo obedientemente. Por eso, en un principio, permití que ella


tomara el control. Sus dedos entrelazados en los mechones de mi pelo, su
boca sobre la mía. Su lengua curioseando el interior de mi boca. La faltaba
experiencia, mucha de ella, pero eso yo podría dársela con el tiempo.

Santo cielo, la enseñaría hasta lo que no sé con la condición de que no se


detuviera.
Y aun así yo necesitaba más. Quería más.
— Tócame— gruñí. Marissa tembló debido a mi cambio de voz, pero yo ya
me había cansado de contenerme Padre. Ella me había tentado demasiado.

— ¿Dónde? — La oí contener el aliento, su inexperiencia saliendo a flote.

— Donde te apetezca, pero tócame. — No pude aguantar más señor, así que
la besé a mi manera.

— Ahh...— Ella gimió bien bajito, pero ha sido suficiente para despertarme
del todo. Mis manos fueron a su cintura, y con una destreza que no me
acordaba tener, la levanté rápidamente antes de acomodarla a horcajadas
sobre mis piernas. Mi acto la sorprendió de tal forma que ella ladeó la
cabeza a un lado, confusa. Y yo, disgustado que ella hubiese interrumpido
el beso, me hundí en su cuello. Si no podía tener sus labios, me contentaría
con su piel.

— Oh Dios mío.— Marissa gimió más fuerte sin poder contenerse. Antes
que ella fuese capaz de tapar la boca con las manos, las mías la detuvieron.

— No.— Mi voz salió exaltada momentos antes de tocar su piel con la


lengua, y percibir , como ella intentaba cerrar las piernas de golpe. Sin
embargo, como estaba a horcajadas sobre mí lo único que consiguió fue
hacer presión sobre mis muslos. La estaba excitando. — Tócame Marissa.
— Succioné el centro de su cuello con lentitud, sus piernas hicieron más
presión sobre la mía, incluso tembló. — Por favor...— pedí, y solo entonces
sentí dedos temblorosos tocar mi cintura, casi vergonzosamente. Yo
succioné más fuerte su piel desnuda entonces, obligándola a apoyarse en
mí. Sus dedos se convirtieron en garras. Pero no fue desagradable.

La acerqué más para tomar su boca en la mía otra vez. Su gemido resonó en
mi garganta.
Nuestros pechos se chocaron y ambos gemimos al unísono. Y de mientras,
la yema de mis dedos recogía todo el camino de la espalda de Marissa hasta
llegar a su trasero.
No era pequeño, o respingón. Era amplio y robusto, y que bien se sentía al
tacto Padre.

— Y-yo... — Marissa parecía hecha de gelatina, cada vez temblaba más. —


T-tengo...

— ¿Miedo? — acaricié un poco más su trasero, aunque sin apretar. A


cambio opté por dejar mi mano descansar allí solamente. Acerqué mi boca a
su oído muy despacio. Y con malicia dije. —¿No me ofrecías tu cuerpo
antes? — susurré con la voz pesada. Marissa tembló una vez más, pero no
de deseo. Aprehensión más bien. — Solo estoy conociendo tu cuerpo
cariño. — expliqué. — Te haré sentir bien.

— P-pero. — Ella intentó formular algo, sin embargo yo la detuve con un


beso.

— No tenemos por qué hacerlo ahora. — Tomé un poco de distancia y la


besé la frente. —¿Confías en mí?

— Sí. —Marissa respondió sin titubear siquiera. Aquello de forma un tanto


morbosa me excitó más.

Con facilidad la acerqué más a mí y me acomodé más en la cama. Marissa


se mantuvo callada.

— Te tocaré ¿vale? — expliqué con la voz gruesa. Mis ojos finalmente se


habían acostumbrado a la oscuridad, así que fui capaz de verla asentir con
la cabeza. — Bien. — Tras ver su pleno consentimiento la volví a besar otra
vez. Lento. Despacio. Con la mano izquierda pasé una de sus trenzas detrás
de la oreja y la besé con sensualidad. — Céntrate en el beso. — La insté. —
Despacio, — guíe su lengua, y entre pausas la calmaba. — Eso es.—En
algún momento ella dejó de estar tan rígida y empezó a arfar. Aquella era la
señal.
Mi mano derecha acarició la parte superior de su trasero, lo moví con
cuidado hacía adelante, y la tela del pijama hizo el resto. La fricción fue
placentera ya que Marissa no apretó más las piernas a mí alrededor. La
besé de forma insistente antes moverla otra vez. Ella notó mi intención, por
eso me besó con más ímpetu. Señal de nerviosismo.

Yo la besé también aun así.

Bajé mi mano izquierda después de un tiempo y la ubiqué al lado de la


derecha. Ejercí presión hacia abajo y Marissa me cogió del hombro.

— ¿Muy rápido?— Conseguí indagar sin sonar como un desquiciado.

— Q-quiero hacerlo y-yo.— Ella habló con valentía.

— ¿Hacer qué Marissa?— Pregunté fingiendo inocencia.— ¿Qué estamos


haciendo?

— S-sexo…— Ella respondió como si fuese obvio, yo me reiría sino


estuviera tan cachondo en aquel momento Padre.

— No cariño.— Hundí mis manos en su trasero para traerla más adelante y


flotarla contra mi miembro.— Nos estamos conociendo aun. — expliqué.—
Cuando tengamos “sexo”— Me acerqué más a su oído.— Lo sabrás.

Y con ello volví a besarla, mis manos aún pegadas en ella. Moviéndola en
mi eje.
Suspiros.
Gemidos.
Manos, temblores.

—Ahh..ahahhh...— Ella y yo suspirábamos a la vez.

— Oh Diosss….

—Shh…— La susurré entre besos.— No queremos despertar a Carla


¿verdad?— Moví mis caderas a contrapartida de Marissa obligándola a
besarme para ahogar el largo gemido que amenazó con soltar.
— Y-yo no…ahhhh….puedo….ahhh…eso es…
— Bueno…— La presioné más fuerte hacía mí.
Más suspiros.
Infinidad de ellos.

Mis dedos rozando la blusa del pijama de Marissa de vez en cuando, su


peso, toda ella sobre mí. Las ganas de embestirla como un loco y llegar al
orgasmo y aun así no hacer nada más que sentirla dando vueltas sobre mí.

Fricción.
Besos húmedos.
Calor. Manos en mi espalda, utilizándome de ancla para no desplomarse.
Mi boca en su clavícula.

Mis ganas de desvestirla.

— E-estoy….ahhhh a punto….— Sus movimientos empezaban a ser


frenéticos, y cada vez yo la empujaba más hacía abajo, aun cuando era
imposible adentrarse más con la ropa de por medio.

— N-no…aahhh…te pares…— La alenté moviendo mis caderas acorde a la


de ella.

Yo también estaba a punto Padre. La ropa era un incordio, y yo ansiaba


embestir contra ella una y otra, y otra vez. Aunque, aquello de momento era
suficiente.

— ¡John!— Ella chilló mi nombre.

Su orgasmo fue suficiente para forzar el mío.

— ¡Ahhhhh Joder!— Maldije sin poder evitarlo. Hacíamos demasiado ruido, así que la besé para
callarnos.

Calor.
Piel con piel.
Temblores y espasmos.
Entonces paz.

Era un camino sin vuelta Padre, y no me arrepentí incluso después de aquel


instante.
Yo pertenecía entero a ella. Y era asustador ser de alguien más.
Capítulo 122
Padre,

La sostuve entre mis brazos antes que la magia se hiciera merma. Antes que
la vergüenza la embargara por completo y nos alejáramos.

Yo no habría sido tan cuidadoso en el pasado, aunque en el pasado, yo


habría actuado de infinitas maneras distintas sin haberte conocido antes
Padre.

Yo no la habría amado igual.

—Quédate conmigo hoy. — No era una petición, aunque sonase como tal.
Y al parecer, fue la respuesta que Marissa esperaba. Sentí como ella movía
la cabeza apoyada en mi hombro. Un acuerdo silencioso. Era raro verla tan
callada. Mucho más después de haberla oído gemir mi nombre tras un
sonoro orgasmo.

Pero no me preocupé demasiado, era normal. Luego de un tiempo ella se


acostumbraría a mí. Entonces avanzaríamos un paso más.

Como en un baile. Un pie delante del otro.

Sentí humedad en mi entrepierna, era semen. Quité importancia a la


molestia. No sería la primera vez que me dormía en aquel estado de todas
formas. Ya me ocuparía de ducharme por la mañana. Después de todo, no
me apetecía alejarme de Marissa tan pronto. No aún.

Estaba cansado y tenía sueño, aunque, recuerdo haberla acomodado a la


derecha de la cama antes de caerme dormido. Mis brazos descansando
cómodamente en la cintura de ella, como forma de evitar que huyese por la
mañana sin que yo me enterara. Y mi rostro, bueno, terminó frente al de
ella. El olor a lavanda impregnado en mis sabanas de ahora en adelante.
Nunca pensé que llegaría a tener algún tipo de fetiche, y aun así, el olor a
lavanda me excitaba de una forma inmoral. Puede que porque lo
identificase con Marissa cada vez que lo sentía en el ambiente.

Demasiado pronto padre, y ya tenía ganas de ella otra vez.


Capítulo 123
Padre,

Me desperté con el rechinar de la puerta. No me costó demasiado adivinar


quién era.
Carla.

— ¡Oh, perdóname! — Ella respondió rápidamente de tal forma que


despertó a Marissa también.

Yo entonces observé a mí alrededor para darme cuenta, agradecido, de que


estaba vestido, y Marissa igual.

Menos cosas de las cuales preocuparme.

— Buenos días Carla, ¿Pasa algo? — Intenté sonar sereno mientras echaba
un vistazo a Marissa. Ella parecía mucho más atareada en avergonzarse qué
no decir algo. Como los buenos días, por ejemplo.

— Harry ha llamado y...— Carla empezó, aunque no mucho después volvió


a callarse.— Nada. Dejaré que te despiertes primero y cuando bajes a
desayunar te explico.

— Gracias Carla— respondí.

— De nada Johnie.

Una vez la puerta volvió a cerrarse, el silencio que siguió pareció eterno.
Marissa estando tan callada como la primera vez que la conocí. Los
silencios no solían ser buenos, mucho menos con ella.

Por eso me acerqué a su rostro y sin pensar demasiado la besé en los labios.
Mi acción la sorprendió y sin embargo ella no se alejó.

Profundicé más el beso, y Marissa, dándose cuenta de cómo terminaría


tomó distancia dando un largo soplido.

— V-vale, vale. — Ella movió las manos de forma enérgica.— Acabo de


despertarme y ¡Carla me ha visto aquí!

— ¿Es esto un inconveniente? — La acaricié la mejilla derecha.— Porque


ayer lo pasamos muy bien juntos, y no te preocupaste sobre Carla
escucharnos.— Tras oír lo último Marissa miró a otra parte. Avergonzada.
— Marissa cariño mírame.

— N-no.

— ¿Por qué no?

— ¡Porque es vergonzoso! — Ella dio un pequeño chillido.— Y encima me


dices estas cosas.

— ¿Qué cosas?— Indagué inocentemente.

— ¡Sugestivas! — Apuntó a mi pecho con nerviosismo.— ¡Se supone eres


un cura! No deberías decir cosas así.

Su observación me dolió de una forma que ella no entendería.

Por supuesto.

¿Cómo era yo capaz de olvidar tan pronto mi fe señor?

Y aun así, si la hubiese seguido al pie de la letra, no podría haber tocado a


Marissa siquiera.

— Un cura no besa aun mujer de la forma que yo te beso.— Expliqué.—


Un cura no desea a una mujer de la forma que yo te deseo.— Acerqué mi
boca a su oído. — Y un cura tampoco hace lo que hicimos anoche. Por eso
cara mía— dejé mi mano vagar por su cintura.— Para ti ya no soy un cura.
— Y dando fuerza a mi punto, permití que mis dedos toquetearan su piel
por debajo del pijama.— Solo soy un hombre más, loco de poseerte, aquí y
ahora.— Marissa tembló. — Pero por desgracia, tenemos un desayuno que
tomar, y yo necesito con urgencia de una ducha.— Alejé mis manos de ella
con dificultad.— ¿Te ayudo a ponerte en la silla de ruedas, nena?

— N-no...Puedo hacerlo yo sola.— Marissa titubeó con los ojos abiertos


como platos.

Finalmente ella parecía haberme notado.

Se sentía bien Padre.


Yo me sentía bien.
Capítulo 124
Padre,

La ducha fue vigorizante, pero más satisfactorio me resultó recordar lo de


ayer mientras me vestía distraído.

Los sonidos.
El movimiento descompasado.
Las ganas irrefrenables.
El deseo de más.

Sin embargo, me obligué a controlarme una vez tenía puesto el pantalón de


tela. Para evitar momentos embarazosos por la mañana al menos.

Así que, una vez me acerqué a la cocina encontré a Carla colgada del
teléfono fijo, sola. Marissa aún no había salido de la habitación.

Por un momento, mi lado más pesimista salió a flote. Dejé de fantasear con
lo mucho que la deseaba e imaginé de si ella, quien sabe, se hubiese caído
una vez más con la silla de ruedas en el lavabo.

No me traía buenos recuerdos verla de aquella forma.

— Estará bien hijo mío.— Carla se me puso delante de repente.

— ¿De verdad lo crees?— No pude evitar indagar.— ¿Y si…?

— Seguro estará ruborizándose delante del espejo.— dio de hombros.—


Anda, coge el teléfono que tu hermano está al otro lado de la línea
hablando cosas que no entiendo. Iré a ver si Marissa sigue entera aún.
— Me guiñó el ojo izquierdo antes de tirarme el fijo en las manos.

“Hey Bro! How you doing?” Sonó del otro lado. Yo reconocería aquella voz
siempre. Harry.
— ¿Qué tal hermano?

“No speaking english anymore Bro? Already forgot our mother tongue?” Él
indagó con la voz animada.

— No needed.— Respondí con algo de nostalgia.— Ya sabe que papá no


le gustaba.

“Yeah.” Harry se detuvo un rato, pareciendo pensativo. — Pero bien que lo


pasábamos genial chismorreando en inglés, ¿A qué sí?

— Sí.— Estuve de acuerdo.— ¿Dónde estás ahora?

— Texas.— Respondió.— Hace mucha calor, pero me gusta. ¿Y tú qué tal


hermano?¿ Las vacaciones bien?

— Sí.— Respondí.

“And the woman?”

— ¿La mujer?— Me moví incómodo.

— Carla me chivó. — Harry se rió.— ¿Los curas pueden echarse un polvo


o algo?

— Harry…

“Just saying...Don’t be angry, I’m just kidding.”

— Ella es especial.

“YOU MOTHERFUCKA! I KNOW YOU TRIED SOMETHING YOU


DIRT PRIEST!”

— ¡Harry!
— Okay, vale. Pero fuera coña, ¿Lo has hecho?— Sonó morboso al otro
lado de la línea.

— ¿Desde cuándo te has convertido en una copia mía?— Pregunté en


cambio, recordando por momentos a mi yo del pasado. No me gustó
rememorar.

— Desde el instante en que te has ido.— Su voz pareció estancarse.

— Harry yo…

— Te eché de menos hermano. — fue honesto conmigo.— Todo cambió


sin un John que hacerme la vida más llevadera. Pero he encontrado a
una chica, y bueno. Texas no es un mal sitio. Está muy lejos de todo, tal
como me gusta.

— Sabes que puedes contar conmigo siempre ¿Verdad?— Me obligué a


decir cuando lo único que quería hacer era abrazarlo. Yo también lo
echaba de menos. ”I’ll always be you BIG BRO whenever you need it.”

“I know that. And sorry to not be there right now.”

“You already are. Hear you voice is good enough to me lil’brother.” Fue mi
respuesta.

“Treat the girl right, You hear me?”

“Loud and clear.” Repliqué antes de colgar el fijo más a gusto conmigo
mismo.

Me agradó haber hablado con él Padre. Hacía años que no lo hacíamos de


aquella manera tan informal.

Por eso, con pereza eché una mirada a mí alrededor antes de encontrarme
con los ojos de Marissa.

Ella me observaba con curiosidad, y algo de desdicha. No entendí por qué.


Aunque, no pasaría mucho antes de yo comprenderlo.

No nos conocíamos en absoluto después de todo. Ella y yo.

Iba siendo hora de arreglar aquello.

— ¿No te apetece desayunar?— Pregunté.

— Sí. — Ha sido la respuesta de ella.


Capítulo 125
Padre,
La mesa estaba repleta de dulces, tostadas, mermelada, café y jugos de
muchas variedades. Carla como siempre, no decepcionaba en este aspecto.
Con apenas una única mirada el desayuno ya alimentaba de por sí.
Sin embargo, tuve el ímpetu de reprenderla por la misma razón que me
maravillaba. Marissa y yo no comeríamos todo aquello. Y había tanta gente
en el mundo pasando hambre que...
Hablaría con ella más tarde señor. Mi cuerpo no necesitaba demasiado.
— No sabía que hablabas inglés. — Marissa empezó entonces, tomándose
un sorbo del té de frutos del bosque que había en la mesa.
— Es la lengua materna de mi madre. — Respondí sirviéndome un vaso de
café. Carla ya se había ido para ese entonces. — Supongo que nunca hubo
la ocasión de decírtelo.
Aquello pareció apaciguarla por momentos antes de volver a observarme
detenidamente.
— No sé porque nunca sospeché. No parecías ser de aquí desde un
principio. — Ella indagó consigo misma. — Pero bueno, yo tampoco
parezco ser de España, y sin embargo lo soy.
— Mi padre es español. — Aclaré. — Así que soy un poco de Ambos.
Americano y europeo. — Marissa siguió mirándome con notable descaro.
Como si hubiese olvidado por completo lo que hicimos ayer.
No me importó que me mirara, aunque, para desagrado mío, mi cuerpo
reaccionaba de forma instintiva.
Qué bien que había una mesa de por medio Padre.
— Tienes un hermano también...— Ella siguió indagando consigo misma
aunque que sus ojos estuviesen en mí. — ¿Cuál de los dos es el mayor?
— Yo soy el mayor. — Respondí. — Pero él es el más guapo. Supongo
que es un precio justo. — Mi respuesta pareció tocar la fibra de Marissa, de
tal forma que ella se distrajo tomando otro sorbo del té.
— Vaya...— Suspiró.
— ¿Qué ocurre cielo? — Mi forma afectuosa de nombrarla pareció
avergonzarla un poco, al menos, antes de ella volver a estar sería otra vez.
— No sé nada sobre ti, eso es lo que ocurre.
— Claro que lo sabes.— Reflexioné antes de dejar la taza de café vacía
sobre la mesa. — Conoces una parte de mi vida que no compartí con nadie
más que a Dios Marissa. — Crucé los brazos.— Yo te conté el mal que
hice a mis anteriores parejas y mis acciones más vergonzosas. Y tú, me
confesaste parte de tu vida también — hablé con naturalidad. — Puede
que por lo general cuando alguien conoce a otra persona solo diga lo bueno,
pero cariño. Hemos sido afortunados de no ser este nuestro caso — sonreí,
y Marissa asintió. — Ahora solo nos queda decir saber lo bueno, ¿No
crees?
— Sí, ya lo creo.
Capítulo 126
Padre,
Nos miramos hasta saciarnos por completo. Como si nunca hubiéramos
parado a hacerlo como en aquel instante.
Como si no nos quedara tiempo suficiente.
Me gustó ser mirado de aquella forma por Marissa.
Me sentí afortunado de una forma...que aún no sé decirlo con palabras.
— Te quiero.— Dejé escapar sin querer.
— ¿Qué?— Ella me observó sorprendida.
— ¿Qué?— Repetí sin saber cómo actuar. ¿De verdad había dicho aquello
en voz alta?
— Yo también te quiero Padre.— Ella respondió con la mirada en mi
pecho.— Te quiero John…Dios...que vergonzoso es decirlo en voz alta.
— N-no tienes por qué hacerlo solo porque yo lo dije.— Eché a un lado el
mechón de mi pelo avergonzado.
— Y no lo hago. Solo te quiero.— Ella explicó.— Creo que lo hice en el
momento que te confesé lo de mi hermana, y después te abracé.—
Finalmente me miró a los ojos.— Nunca antes había abrazado a alguien
que olía a hogar. Encima fuiste a verme en el hospital.— Sonrió
acercándose a mí. Sus manos en mis mejillas.— Gracias por quererme
padre. Ahora creo en milagros.— Acercó sus labios a los míos.— Ahora
todo lo que quiero es vivir. — Su beso sabía a té y galletas, y el mío
muy probablemente supiera a café.
Ya hablaríamos de todo lo demás luego. Lo único que me apetecía en aquel
momento era besarla.

Y ella a mí.
Capítulo 127
Padre,

Luego del desayuno optamos por distraernos en mi estudio. Marissa ya se


movía lo suficientemente bien como para estar de pie a ratos, sin la
necesidad de la silla de ruedas.

Aunque, los bancos de madera en el estudio no eran del todo cómodos para
ella, por eso, la senté en mi regazo con tranquilidad, de la misma forma que
haría con los críos del orfanato.

En un principio ella se quejó con ímpetu. Que pesaba demasiado soltó, y


que a final terminaría por hacerme daño.

Yo no la hice caso.
Quería tocarla.
Quería saber que todo aquello seguía siendo real.

Después del largo tira y afloja ella se rindió ante mi insistencia.


La victoria nunca supo tan dulce.
Capítulo 128
Padre,

No sé decir con claridad cómo empezó la charla, pero si recuerdo con


detalle mientras la teníamos, Marissa estando en mis brazos.

— ¿Cómo se llamaba tu hermana? — Pregunté en algún momento.

— ¿No lo sabes Padre? — Marissa me observó curiosa acomodándose en


mi regazo. — Entonces... ¿Quién te ha dicho que ella ha...?
— Carlos.— Respondí luego de un rato. — Él vino a la parroquia un día y
simplemente salió el tema. — La acaricié una de las trenzas con cariño.
— ¿Q-qué hacía él allí? — Ella tembló por un momento bajo mis brazos, y
no me gustó en absoluto su reacción.
— No lo sé. — Dejé mi nariz recorrer el hombro de Marissa hasta hacerla
temblar por mí, y no por él. — Te estaba buscando.
— ¿Buscándome? — Ella ladeó la cabeza de forma que su mirada acabó
fija en la mía.— Tú nunca... Me has dicho nada.
— Los celos no me han permitido hacerlo.— La besé antes que ella dijera
algo más. Marissa en un primer momento intentó alejarse, pero no la
permití hacerlo. No quería tener de responder a preguntas incómodas e
infantiles a mi edad.

Sin embargo, mi problema luego de un rato empezó a ser otro. Besarla me


estaba afectando en límites inimaginables. Como si no la hubiese probado
lo suficiente.
Como si quererla fuese de por sí inevitable.
Tendría que detenerme antes de oírla gemir. Y algo me decía que ella estaba
a punto de hacerlo.
—… Aham...— La acaricié las mejillas alejándome. — ¿Y cómo se
llamaba?

— Olanda.— Marissa consiguió formular recuperando el aliento. El beso la


había afectado también. — A m-mi madre siempre la gustó el mar—
explicó — Olanda fue por las "olas" del mar. Y Marissa por el "mar" en sí.
— Movió un poco las piernas, y sin querer hizo fricción en mi miembro.
Me obligué a tragar un gruñido involuntario. Por suerte, ella no pareció no
notarlo. — ¿Y tus familiares John?
— No tengo demasiados — respondí. — Al menos por parte de mi padre.
Por parte de mi madre nunca llegué a conocer a nadie. Pero tengo a mi
hermano Harry y Carla. También a los críos del orfanato y los feligreses —
enumeré. — Tengo infinidad de cosas más. Y también te tengo a ti... Si me
lo permites.

Tras oír lo último ella miró hacia el suelo antes de asentir lentamente. Como
si no estuviese acostumbrada a ello.
Como si ser deseada fuese algo completamente nuevo para ella.

Dios... La deseaba insanamente otra vez.


— ¿Y tu padre John? ¿Él... Está vivo?— Me preguntó una vez tuvo fuerzas
de mirarme sin avergonzarse de paso.
— Sí, él está vivo.— asentí.
— Oh.
— Pregunta. — La alenté. — Sé que quieres hacerlo.
— ¿Por qué no lo has nombrado antes?
Aquella sí era una buena pregunta.
Capítulo 129
Padre,

De repente sentí frio. Tanto que me aferré más a Marissa de forma


involuntaria.
La necesitaba cerca, tanto como fuese posible.

— Mi padre y yo...—dejé que mis manos descansaran en las rodillas de


Marissa. — Tenemos una relación complicada.

— Si quieres podemos hablar de otra cosa...— Marissa comentó


rápidamente pero yo negué con la cabeza.

— No, no me importa hablar de ello. — dibujé caracolas con la yema de los


dedos en la pierna de Marissa como distracción.

Tocarla parecía ser el antídoto idóneo para mi creciente malestar. No me


importaría tocarla por el resto de mi vida si necesario.

— Bien.— Marissa asintió y yo lo hice igual.

— De joven yo solía ser... El opuesto de lo que soy ahora. — Empecé. — Y


mi padre siempre ha sido... Rígido. — Ladeé un poco la cabeza para que
Marissa me viera con claridad. — Y su rigidez terminó por chocarse con la
mía.— Expliqué.— Sin embargo, cuando yo era un crío, hacía de todo para
complacerlo, pero eso para el señor Raúl González no era suficiente. Nada
para él lo es. Y a veces, creo firmemente que él aún sigue pensando que
tanto yo como Harry no somos sus hijos biológicos. — Sonreí un poco.—
No me mires así Marissa, que no pasa nada cariño. — La besé con
delicadeza en los labios antes de alejarme. — Supongo que independiente
de su rigidez, padre intentó amarme a su manera. Yo solo...no comprendí
sus formas. Por eso... dejé de intentar comprenderlo y comencé a hacer las
cosas a mi modo.— sonreí con amargura.— La rebelde.— observé
distraídamente a mi vieja plancha de surf.— No debería haber actuado de
aquella forma ahora que lo pienso. Porque por mi culpa... Harry aguantó él
solo la rigidez de mi padre. Mientras que yo simplemente opté por seguir
mi propio camino.

— John yo...— Marissa parecía dispuesta a decir algo antes de negar con la
cabeza y envolver sus brazos alrededor de mi cintura. Abrazándome como
respuesta. — Ahora eres alguien distinto.— restregó su nariz en mi cuello
haciéndome cosquillas.

— Eso no me hace menos culpable.

— Eso te hace humano. — Sentí su boca rozar mi piel, y su aliento


calentarme con cada palabra que ella recitaba. Aquello me estaba excitando
de una forma que jamás pensé haber imaginado. Marissa me estaba
consolando, fue lo que me obligué a recordar, pero aquello no me hizo estar
menos exaltado.

La quería.

¡Y maldita sea padre! La deseaba.


Quería hundirme en su interior y clamarlo como mío propio.
Contemplarla desnuda y descubrir lo que la hace ser como es.

— M-Marissa...

— ¿Sí? — Ella musitó dulcemente.

— Estás demasiado cerca. — Expliqué bien bajito. Mi voz empezaba a


cambiar. — Y sé que lo estás haciendo por un buen motivo, pero mi cuerpo
entiende de otros que no el tuyo.— Ella siguió en la misma posición, sin
moverse siquiera. — Marissa...

— Lo entiendo.— Ella asintió después de unos segundos en silencio.

No, no lo haces.

— Te deseo Marissa.— Intenté hacerla entender.


— Y-yo también lo hago.— Ella replicó.

No de la forma que hacía yo.

— Perdona que sea soez cariño...—Tragué saliva. — Pero no solo quiero


que nos masturbemos. Quiero tocarte, quiero hacerte todo lo que me ronda
la cabeza. — Susurré cerca del oído de Marissa y la sentí temblar de forma
involuntaria.— Quiero hacerte el amor por primera vez...Y entonces follarte
una vez te acostumbres a mí. — Su cabeza terminó hundida en mi pecho.
Ella estaba avergonzada de escucharme, pero yo dejé de avergonzarme de
mis sentimientos. Me prometí ser honesto con ella, y lo sería en todo.—
Quiero besarte entera, y cuando digo entera, es entera y…

— ¡V-vale! Lo entiendo, lo entiendo.— Ella alzó las manos y me tapó la


boca con sus dedos, pero eso no me impidió besarlos. Me hizo gracia la
forma como los ojos de Marissa se abrieron como platos. No la culpaba de
tal reacción, ella aún no conocía esta faceta mía. El John que no era un cura
todavía era recién para ella. Y casi desconocido para mí. —John... Yo...

— Quieres alejarte ahora.—Me desanimé un poco, pero Marissa me


sorprendió al negar con la cabeza.

— Y-yo quiero hacerlo también… Pero... Sabes...— Musitó un poco


avergonzada.— Ahí abajo yo... Porque no me podía mover... Así que...

— ¿Marissa…?— La observé sin entenderla del todo.

— ¡Que no me he afeitado ahí abajo!— Soltó tan de repente que en un


principio me costó entender lo que ella intentaba decirme. Una vez lo hice,
me vi incapaz de contener la risa. — ¡Padre John!— Ella dejó escapar
"Padre" con nerviosismo. — En los videos que vi las mujeres lo tenían
afeitado y el mío está grande.

— Marissa cariño mío...— Acaricié sus mejillas.— Que tengas pelo ahí
abajo es lo que menos me preocupa ahora. — La hice entender.— Estás
lastimada, y tienes poca experiencia en el acto sexual. Me da mucho más
miedo lastimarte que no ver algo natural de tu cuerpo como puede ser el
pelo.— La miré detenidamente a los ojos. — Marissa, te deseo. — La
acerqué más a mí y la besé. Ella me besó también. Quedamos así unos
minutos antes de alejarme. — Pero no podemos hacerlo...

— ¿Por qué no?— Ella sonó desdichada.— ¿Es por el pelo verdad? Si me
das un rato me deshago de él y...

— No cariño, no es eso.— Sonreí por su inocencia. — Yo no tengo


preservativos.

—Pero en los videos que yo vi...— Ella se puso pensativa.— No recuerdo


haberlos visto con ninguno.

— Marissa... Tú no sabes si yo estoy limpio.— Expliqué. — Que lo estoy,


que cada año hago mis pruebas, pero eso no es suficiente ¿Vale? Quiero que
tú entiendas eso cuando en un futuro te vayas a acostar con alguien más.

— ¡Yo no pienso hacer estas cosas tan vergonzosas con alguien más!— Me
observó boquiabierta. Yo acababa de decir una estupidez, y sentí ganas de
pegarme un puñetazo bien fuerte, pero cambio, para remendar mis fallos, la
besé. Ella pareció reacia al comienzo, pero me aceptó al final. El beso no
tardó demasiado en ganar más fervor.

Ambos deseábamos eso.


Ambos lo queríamos.

— He escuchado... que hay una píldora del día después...— Ella comentó
entre suspiros, y aquello fue... La gota que colmó el vaso. Mi cuerpo la
quería, y la razón dejaba de tener control sobre mí. El único vestigio de ella
se fue cuando comprobé que la puerta del estudio estaba cerrada.

— Maldita sea...— gruñí.— No quiero que tu primera vez sea en mi viejo


estudio, en un banco.

— Yo nunca creí siquiera que tendría una primera vez...— Marissa sonrió,
como si todo aquello fuese demasiado surreal para ella.— ¿De verdad crees
que me importa el lugar Padre?— Y de nuevo ella profirió la palabra
prohibida. Pero de esa vez, eso solo me excitó más.

Que alguien la detenga Padre, o mucho me temía yo pasarme de la cuenta.

— No me tientes más de la cuenta pequeña.— Empecé a besarla el cuello


lentamente.— Estoy intentando ir despacio aquí.

Entonces la escuché reír y algo en mí hizo clic.


No tenía por qué ser vergonzoso, o romántico como en las películas y en los
libros.
Marissa nunca me ha pedido algo así.
Y ahora, me doy cuenta, que ella tampoco quiere algo del estilo.
Tanto ella como yo, solo queríamos ser amados.

Y yo la amaría Padre.
Aunque a mi manera.
Capítulo 130
Padre,

¿Hace falta que te lo explique con detalle? ¿De cómo la desvestí poco a
poco y mis manos sintieron las curvas que formaban su cintura?

¿Qué de todos los colores el negro ahora sería uno de mis favoritos?
¿Qué deseé adentrarme en ella de tal forma que a punto estuve de tener un
orgasmo con solo mirarla?

¿Qué la senté sobre mi regazo estando los dos desnudos, y despacio me


hundí en su interior? ¿Qué lo hice lento y que fui todo lo delicado que
pude?

¿Qué no hicimos el amor, sexo o lo que sea que nombren los demás?

Que hicimos poesía padre.


Una de versos agudos y estrofas inconexas, sin sentido para los demás, pero
entendible para ella y para mí.

Que mis manos recorrieron toda su espina dorsal, y las de ella, se


encariñaron con mi pelo.

Que las ganas eran tantas que terminamos sobre la mesa del estudio. Que
después de la primera vez terminamos agotados, y que ella más que nadie
necesitaba descansar. Que la segunda vez, más dispuestos, fuimos
enérgicos. Y que la tercera habíamos perdido la vergüenza por completo.

Que en ninguna de las veces terminé dentro, porque no me pareció lo


correcto.

Que la besé en todas partes, al menos, en las que ella me permitió hacerlo.
Marissa quiso besarme también.
No me importó ser adorado por ella.
Me avergoncé incluso.

Nadie nunca me había tratado de aquella forma. Como si estuviera


compuesto de cristal. Como si el roto fuera yo.

Y sin embargo, el milagro seguía siendo ella, y solo ella padre.

Que cuando acabamos, y aun tras ella tener todas aquellas cicatrices y
moratones a medio curar, se levantó, recogió la ropa del suelo y me
ofreció ayuda para vestirme.

No entendí porque lo hizo padre. Aunque, empecé a comprenderlo una vez


ella me abrazó.

— Todo irá bien. — Marissa me consoló. — Todo.

Padre…yo…estaba llorando.

Lo que no supe identificar fue por qué.

Aunque ahora lo sé.

En aquel instante yo la había escogido por encima de todo lo demás.

Finalmente.

Marissa era más importante para mí que mi fe. Y de cierta forma, dolió
decirte adiós señor.

Por eso, te diré esto una última vez.

Perdóname padre, porque la he amado.

Perdóname padre, porque la seguiré amando ahora un poco más.


Capítulo 131
Padre,

Está será la última vez que me arrodille ante ti.

No creo que sea necesario que repita mis motivos, ya que Padre, lo sabes de
sobra.

Renuncio a mis votos como Sacerdote por algo más poderoso que mi fe.
Algo que me hace levantarme cada día.

Algo que se llama Marissa.

La sotana yace sobre el colchón donde dormí durante años, en la humilde


alcoba a las afueras de la iglesia.

Una parte de mí ya echa todo esto de menos. Y siempre lo haré mucho me


temo yo.

Sin embargo no volveré Padre. Aunque Marissa se canse de mí luego de un


tiempo. Yo jamás me cansaré de ella.

Por eso, soy indigno de seguir estando bajo tu techo Padre. Porque la amo
más que tus mandamientos.

Y este sentimiento no se borrará de mi existencia.

Puede que algún día se amenice y cada vez que la mire solo quede una
ínfima parte de lo que siento ahora.

Puede que después de tanto besarla se me haga monótono, y tenerla en mis


brazos deje de ser una prioridad.

Sin embargo aun así, la encontraré mucho más estimulante que leerme tus
palabras señor.
Siento la impertinencia Padre. Pero juré decirte la verdad siempre, y está es
la única que me queda por darte.

Con tu permiso Dios, me llevaré la sotana conmigo por un tiempo. No por


si me arrepiento en algún momento y me animo a seguir tu camino una vez
más, sino por la promesa que le hice a mi padre.

Tú lo sabes muy bien señor.

La primera es que tomaría su puesto en la empresa una vez él falleciera.


Y la segunda como también la más importante…que sería yo el hombre que
oiría todos sus pecados antes de él abandonar este mundo.

Mi padre seguirá siendo rígido hasta el último momento. Aunque, ahora yo


lo comprendo mejor.

Compartir lo malo también es una forma de amor. Y nadie lo ha enseñado a


hacerlo de otra manera, por eso, cuando llegue el momento, estaré allí
señor.

Siendo su hijo más rebelde, el primero en abandonarlo y el último en verle


irse al más allá.

Ha sido una promesa y pienso cumplirla hasta el final.

Y eso haré.

Solo te pido señor que Marissa siga estando a mi lado cuando esto ocurra.

Por favor, haz que ella se quede conmigo toda mi vida.

Sí padre, “mi vida”.

Porque la de ella jamás pertenecerá a alguien más que no a ella misma.

Y eso es más que suficiente para mí.


Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y
lo invisible…

Esta será mi última oración a ti, es mi despedida señor.

Mi creador, el creador del suelo por el que camino, del agua que bebo y
con la que me baño, del sol que me calienta y de la luna que me cobija.
Dios mi creador creo en ti, creo en ti todos los días, a cada hora, cada
segundo, te amo y eres mi guía en cada momento. Sin duda alguna creo en
ti.”
Epílogo
Fue en un cálido Agosto cuando los feligreses escucharon la triste noticia
de que John O’Brien dejaría de ser el Sacerdote de la parroquia, y que
como era de esperar, otro tomaría su puesto indefinidamente.

El Obispo Mateu ha sido el responsable de dar la noticia a los demás, y por


la forma como lo dijo, se notaba de lejos lo apenado que estaba por los
acontecimientos. Aunque, más adelante saldría a la luz que el religioso
recibía una formidable cantidad de dinero mensual por parte de la familia
O’brien debido temas que por desgracia, no se han especificado. Sin
embargo la gente no es tonta, así que no ha sido muy complicado llegar a la
conclusión de que John ha sido el Sacerdote de la parroquia no solo por su
valía y compromiso con Dios.

Sin embargo, como el religioso renunció mucho antes de explotar la


noticia, no se le ha atribuido al caso. John terminó por ser una víctima más
de la codicia del ser humano.

— Oye vecina. — Una señora de pelo canoso se puso cómoda en el banco


de madera de la plaza.
— ¿Qué pasa?
— ¿Has escuchado lo nuevo?
— ¿Qué nuevo Martha?
— La hija de Janice se va a casar — empezó. — ¿Sabe quién es no?
— ¿Janice?..¿La madre de la chica que se mató en un accidente de coche
hace unos años atrás?
— Esa es, esa es. — Asintió. — ¿Y te acuerdas de aquél cura guapetón que
tu hija estaba loquita? — Hizo señas a su cuero cabelludo. — El
rubiales ese de ojos claros.
— Ni me lo recuerdes. — La otra mujer frunció el ceño. — Que la niña se
pasó toda la noche llorando por él haberse ido. Un drama. ¿Pero qué
pasa con el tipo? Recuerdo haberlo visto hace como un mes de camino
al orfanato.
— Pues que se va a casar con la otra hija de Janice, la callada —
chismorreó. — He oído que ya tienen fecha y todo para la boda — bajó
la voz. — Aunque, por lo visto lo han aplazado para el próximo año.
— ¿Y eso por qué comadre?
— Según he oído por ahí planean hacer un viaje con los críos del orfanato
al extranjero, pero eso solo es una excusa.
— ¿Y por qué lo dices?
— ¿Has visto a la hija de Janice? Si antes ella era gorda es que ahora no
pasa ni siquiera por el marco de la puerta. Además, yo tengo ojo para
ver cuando una mujer está embarazada. — Cruzó los brazos. — Y te
puedo asegurar que ella lo está.
— Que buena vista tienes comadre.
— Años de chismorreó hija mía. Años de chismorreo — sonrió. — ¿Y tú
qué tal?
— Ya sabes, lo de siempre.

△△△△△△

— ¡Giovanna! — Una de las tantas monjas que había en el orfanato


persiguió a la criatura por un rato. — ¡Santo cielo niña! ¡Estate quieta!
— ¡No!— La niña respondió con una larga sonrisa traviesa. Su largo pelo
rojo había crecido bastante desde la última vez que John y Marissa la
habían visitado. Pero hoy con diferencia, era un día especial.
— ¡Tienes que vestirte!
— ¡Lo haré cuando Padre John y la señorita Marissa vengan!— Replicó la
pelirroja con ímpetu. No cabía duda que Giovanna ya no era una niña,
pero aun así seguía comportándose como tal. Sin embargo, dicho
comportamiento no era un problema.

En algún momento del camino la niña dejó de querer tener el pelo tan rubio
como el de John, y aprendió a amar el suyo propio. Muchos la apellidaron
Ana de las tejas verdes, y a Giovanna no la importó en los más mínimo.

Incluso, la señorita Marissa la había felicitado por el pelo tan bonito que
tiene.

Giovanna estaba encantada con los halagos.


— ¡Giovanna!— La monja gritó una última vez. — ¡Tienes que ponerte el
vestido! ¡Date prisa que nos vendrán a recoger muy pronto!
— ¡La la la la la!— La niña cantó distraídamente, sin darse cuenta que más
adelante en el pasillo alguien estaba entrando por la puerta. El choque
frontal fue inevitable. — ¡Ouch!
— Vaya, vaya. Que tenemos por aquí. — Una dulce voz resonó en el
pasillo. — ¿Una fugitiva?
— ¡Señora de los Santos!— La monja se adelantó todo lo rápido que pudo
intentando no perder el poco aliento que la quedaba. — ¡Qué bien que
has venido!

— Buenos días hermana. — Janice la saludó. — Vengo a recoger a los


críos, pero me doy cuenta que se te escapó uno.

— Vaya por Dios, sí. — La monja sonrió avergonzada. — Pido disculpas


por eso.

— No pasa nada. — La señora se agachó un poco para mirar a la niña de


frente. — ¿Por qué no te quieres vestir cariño?

— Porque estoy esperando a Padre John y la señorita Marissa. —


Giovanna respondió.

— Oh cariño, entonces tenemos un problema. — Janice razonó.

— ¿Por qué?— La cría la miró con curiosidad.

— Porque ellos también te están esperando a ti. — Explicó. — Así que…


¿Por qué no te pones guapa y nos vamos?— La acarició los largos
mechones rojos con cariño. — Daremos un pequeño paseo, te harás
unas fotos, y nos encontraremos con John y Marissa en un pestañeo.

— ¿De verdad?

— De verdad. — Janice asintió.— Ahora ves a ponerte guapa.


— ¡Vale!— La niña asintió enérgicamente antes de dar media vuelta y
sonreír victoriosa a la monja.

— ¡Giovanna cuidado!— La monja reprendió la cría al ver como corría en


disparado.

— No te preocupes hermana, seguro que ella se pondrá muy mona. —


Janice replicó con una larga sonrisa.

— Eso espero, pero igualmente la echaré un ojo. — La monja respondió


con desespero. — ¿Así que les harán los pasaportes hoy verdad?

— Sí, eso fue lo que Carla me confirmó en la llamada. — Explicó. —


Gerardo, el chofer, nos está esperando fuera con el autobús.

— ¿El chico sabe conducir un autobús?— La monja la observó


boquiabierta.

— Se ve que él conduce de todo, así que sí. — Janice volvió a sonreír.

— Vaya…Y señora de los Santos…— La monja pareció vacilar un


momento. — ¿Carlos?… ¿Cómo está él?

— Oh. — Ella se puso silenciosa por un largo rato antes de volver a


sonreír. — Bueno, supongo que él ha seguido adelante como todos.

— Perdón por entrometerme.

— No, no pasa nada. — Janice negó con la cabeza. — Es solo que…Un


día él simplemente dejó de visitarme. Aunque, no hay un único año en
que la tumba de mi hija esté vacía. Siempre cuando voy a limpiar su
lápida hay un ramo de rosas allí. Por eso sé que él está bien.

— Y Marissa lo sabe…

— Marissa no tiene por qué saberlo. — La señora movió las manos de


forma enérgica.
— ¿Por qué lo dices?

— Bueno, es complicado ¿Sabes?— comentó. — Ambos han perdido a


alguien importante, yo también he perdido a mí hija. Incluso, inocente
de mí, llegué a pensar por un momento que los dos terminarían juntos,
pero, — se detuvo por un rato. — Dolor con dolor no hace una buena
mezcla. Además, — sonrió rápidamente. — A John tampoco le haría
mucha gracia.

— Vaya señora de los Santos, ¿De verdad piensas algo así de John?

— Oh cariño, claro que lo pienso. — Janice tapó la boca con la palma de


las manos. — Un hombre como él sabe perfectamente donde está el
peligro. Y según he podido notar, a él no le hace demasiada gracia
compartir la atención de mi hija.

— No creo que el señorito John sea así, pero, me abstengo de decir nada
más.

— Jojojo, cierto, cierto. — Janice estuvo de acuerdo. — ¿Y los demás


críos? ¿Están listos?

— Sí señora.

— Oh por favor, solo llámame Janice— sonrió. — Todos lo hacen.

△△△△△△

— ¡Santo cielo! ¿¡Es que tengo que hacer todo yo sola en esta casa o que
pasa?!— Carla caminó de un lado a otro con desespero. No hace mucho que
habían contratado a más cocineros y personal de limpieza, aunque, ninguno
de ellos se había acostumbrado del todo al entorno. — Roberta, ¡Las
habitaciones! Josep, ¡Prepara el jardín!— señaló las ubicaciones estresada.
— ¡Y casi se me olvida! Tendremos que hacer bocadillos para los críos, y
preparar más habitaciones para la llegada de Harry también. ¡Tantas cosas
por hacer! ¡Tantas cosas por hacer!
— Tranquilícese señora. — Una de las chicas de la limpieza se le acercó.
— Estoy tranquila, estoy tranquila. — Carla repitió una y otra vez luego de
respirar fondo. — ¿Johnie aún no ha llegado con Marissa de la playa?
— No señora.
— Perfecto. — Asintió. — Así que tendremos tiempo. — Miró de reojo a
la chica. — ¿Qué esperas? ¡A trabajar!
— ¡Sí señora!

△△△△△△

Con algo de dificultad Marissa pudo recostarse en la tumbona para tomar el


sol. Carla la había echado tanto a ella como a John de la villa para hacer
una limpieza a fondo.

A Marissa no la importó demasiado, tomar el sol de vez en cuando la


sentaba bien. Además, ella tendría la oportunidad de observar a John
desnudo bajo la luz del día en todo su esplendor. Y cabe añadir que era una
vista MUY FORMIDABLE.

— Si me sigues mirando así señorita, tendrás serios problemas con mi


mujer. — John bromeó acercándose a ella.
— ¿A sí?— Marissa lo observó con una sonrisa traviesa. — Pues más le
vale tener cuidado o acabaré por robarte — le guiñó el ojo derecho a él.
— Mucho me temo yo que siempre volveré a ella. — se acercó a tumbona
y la besó en la frente. — Estoy perdidamente enamorado.
— ¿Aun cuando parece que ella se comió un caballo entero ella solita?
— Bueno…— Él se rascó la parte trasera del cuello con seriedad. —
Ahora que lo dices…
— ¡John O’brien!
— Es broma, es broma — sonrió con malicia. — La quiero por encima de
su apariencia física.— Se acercó al estómago de ella.— Además, yo soy
el responsable de esto. — Acarició la abultada barriga de Marissa con
ternura. — Así que ya me vale quererla ¿No crees?
— Si si. — Marissa asintió. — Apuesto a que ella te quiere también.
— ¿De verdad lo crees señorita?
— Yo lo hago.— Marissa le acarició las mejillas con delicadeza.— Lo raro
es que haya alguien en el mundo entero que no lo haga.— hizo un largo
puchero.— Maldita sea, que ya me estoy poniendo celosa.

John sonrió de forma jovial antes de besarla en los labios.

— ¿Sabes?— Él se puso cómodo en la tumbona al lado de la de Marissa.—


Hace algún tiempo soñé con algo parecido.
— ¿Cómo?— Ella lo miró con interés.
— Soñé que estábamos en la playa,— explicó.— Y que tú estabas allí,
llamándome para salir del mar, y yo te quería enseñar a surfear.—
Cruzó los brazos.
— ¿Ha sido un buen sueño entonces?
— No.— Él negó con la cabeza.
— ¿Por qué lo dices?
— Porque no era real.— se acercó a Marissa y la acarició el pelo.— Pero
esto si lo es.— Recostó su frente con la de ella.
— Yo también te quiero tontorrón.— Ella cerró los ojos lentamente y John
hizo igual.
— Lo sé.— Él asintió.
— ¿Puedo hacerte una pregunta?— Marissa volvió a abrir los ojos luego
de un rato.
— Todas las que quieras.
— Yo…nunca más he vuelto a verte rezar, o leer la biblia.— Indagó con
cautela.— Y antes…no había un solo día que te viera sin la biblia bajo
el brazo.— Comentó.— Cariño…¿Yo…?
— Shhh….— John rápidamente la detuvo con un beso.— Tú no tienes que
preocuparte de nada cariño ¿Me oyes?— La encaró hasta que Marissa
asintió con la cabeza.
— Pero….
— Nada de peros. — La acarició las dos mejillas con delicadeza.— Yo
quiero a Padre, y lo haré por el resto de mi vida.— confesó.— Pero a ti,
— acarició el estómago de Marissa.— Y a nuestro futuro pequeñajo, os
quiero incluso más— sonrió.— Y por desgracia, en mi corazón no
queda altar para adorar a nadie más.
— John…cariño mío.
— Te quiero Marissa.— La besó otra vez.— Y quererte me consume por
completo.— dejó su boca bajar hasta el cuello de Marissa con
delicadeza.— Oye…
— ¿S-si?
— ¿Has probado alguna vez hacer el amor en el mar?— susurró en el oído
de Marissa con creciente deseo.— Podríamos probarlo y…
— ¡John O’brien no te atrevas!— Marissa lo fulminó con la mirada,
aunque era más que evidente la sonrisa esbozada en su rostro.
— ¿Es eso un reto?— siguió besándola el cuello con delicadeza.
— ¡Tenemos cosas por hacer hoy!
— Uhum….— Él asintió sin dejar de mirarla.— Lo sé.
— John….
— Venga cariño…sino podremos hacerlo en un tiempo con los críos en
casa y mi hermano.
— ¿Y el bebé?— Ella intentó alejarlo y contener un gemido sin querer.
— No le importará demasiado.— Permitió que su mano bajara hasta las
piernas de Marissa.
— Eres incorregible John O’Brien.
— Y tu mi perdición futura señora O’Brien.

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