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Si las críticas a esta idea han sido constantes desde su misma aparición, puede
decirse que, en la actualidad -sobre todo si se amplía la discusión a los avances
tecnológicos, que hacen por un lado posible la extensión de un modo universal
de los beneficios de la revolución industrial, pero, por el otro, parecen implicar
procesos irreversibles de degradación del hombre y del medio ambiente-, es ya
una idea definitivamente admitida que el desarrollo científico y tecnológico
ilimitado no es causa necesaria de progreso humano, sino más bien de problemas
éticos y sociales y origen de desequilibrio ecológico para el planeta. La idea de
progreso inevitable por la ciencia y la tecnología cede paso a la de control
necesario, por el hombre, de las aplicaciones tecnológicas y científicas y a la
conciencia de la responsabilidad, cara a un progreso que puede existir o no, pero
que el hombre puede intentar producir. Por otro lado, paradójicamente, se
consideran rechazables -por sospecha de adicción a la irracionalidad-
determinadas posturas intelectuales que suponen desconfianza o pesimismo ante
la razón o la ciencia por la peligrosidad de sus aplicaciones.