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Tema 18: El contrato general

Autor:

2 de mayo de 2023

1. Aproximación al concepto de contrato

1.1. El contrato como medio de intercambio de bienes y servicios

Nadie es autosuficiente, por tanto, cualquier persona ha de contar con los demás, ya sea para
hacer frente a sus necesidades reales, ya sea para satisfacer sus caprichos.

La satisfacción de las necesidades individuales en un mundo en el que todas las riquezas están
ya ocupadas y nadie realiza actividad alguna sin la oportuna contraprestación se consigue,
pues, a través de una cadena sucesiva de intercambios económicos. Todos estos intercambios
no son de la misma naturaleza, y no todos ellos pueden calificarse como contratos.

No todo intercambio de bienes y servicios es un contrato, lo es igualmente que la mayor


parte de tales intercambios constituyen la base de lo que los juristas denominan contrato:
esto es, el acuerdo en realizar un determinado intercambio de un bien o servicio
cualquiera por otro bien o servicio.

Uno de dichos bienes es el DINERO: precisamente el dinero es el medio de intercambio por


excelencia; pero, igualmente, puede cerrarse un contrato cualquiera en el que el dinero no
intervenga para nada.

1.2. La patrimonialidad de la relación contractual

Un contrato es fundamentalmente la «veste jurídica» de una operación económica con-


sistente en un intercambio de bienes o de servicio.

No nos detenemos a pensar en dicha veste jurídica, cuando el intercambio se hace de forma
inmediata: tomarse una caña en un bar. La inmediata satisfacción de la sed tras pagar su

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correspondiente importe, hace que, no le otorguemos mayor importancia al contrato celebra-
do, en cuanto “esquema jurídico”, y que, en definitiva, hayamos hecho sobre todo una simple
valoración económica.

La valoración o decisión económica ínsita en todo contrato evidencia un dato que, desde
el punto de vista jurídico, tiene una extraordinaria importancia: el carácter patrimonial
de la relación contractual. Todo contrato debe tener por objeto prestaciones susceptibles
de valoración económica, ya consistan tales prestaciones en bienes (o cosas) o servicios;
aunque naturalmente dicha valoración económica resulte unas veces fácilmente determinable
(precio de mercado de cualquier bien) mientras que, en otras, su materialización depende en
gran medida del propio interés, voluntad o capricho de los contratantes (la consulta de un
profesional cualquiera; la compra de una ganga; o pagar más o menos caro un retrato a un
afamado pintor). En los contratos unilaterales (caso de una donación o regalo), el requisito
de la patrimonialidad ha de estar presente en todo acuerdo contractual; mientras que, por
el contrario, otras figuras Jurídicas consistentes también en un acuerdo de voluntades (el
ejemplo típico sería el matrimonio) no pueden ser consideradas propiamente como contratos
por faltarles la nota de la patrimonialidad.

2. La autonomía privada

2.1. Libertad de iniciativa económica privada y autonomía privada

El contrato, considerado en general, subyace de un intercambio económico objeto de valora-


ción por las partes, en definitiva, de la libertad de iniciativa económica privada reconocida
por la generalidad de los sistemas de los países evolucionados.

Tradicionalmente, el contrato ha sido considerado como un instrumento dejado a la voluntad


de los particulares y, de dicha realidad, la doctrina jurídica ha deducido el principio de
autonomía privada o autonomía contractual.

Autonomía significa darse a sí mismo la norma, la ley, en una palabra, autonormarse. Por
consiguiente, el principio de la autonomía privada es sencillamente una expresión con la que
los juristas tratan de resaltar que el Ordenamiento jurídico reconoce a los particulares un
amplio poder de autorregulación de sus relaciones patrimoniales.

Como todo principio general, y en buena medida, abstracto, la autonomía privada es una
verdadera realidad y también un tópico muchas veces tergiversado.

2.2. Ámbito propio de la autonomía privada

La relevancia que la voluntad de las partes asume en el ámbito contractual requiere algunas
observaciones que enmarquen el alcance efectivo de la autonomía privada y de la libertad

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contractual:

Es evidente que la autonomía privada no puede ser contemplada al margen del orde-
namiento jurídico, que la reconoce y protege y, por tanto, no puede atentar contra el
propio ordenamiento jurídico y, en concreto, contra las normas de carácter imperativo
dimanantes del orden público, la moral y la buena fe. La generalidad de las normas lega-
les referentes al contrato tienen carácter dispositivo, y por consiguiente, son disponibles
y sustituibles por las partes. Empero, también contiene normas de derecho imperativo
que tiene primacía sobre la autonomía privada y a las que ésta ha de subordinarse.

No se debe llevar a una hipervaloración conceptual de la voluntad de las partes que


concluya en afirmar sencillamente que el contrato es un acuerdo de voluntades, con el
olvido del substrato económico del mismo y, en particular, de la nota de patrimoniali-
dad.

3. El principio de la autonomía privada y el contenido


del contrato

3.1. La libre determinación del contenido del contrato

El juego de la autonomía privada y la prevalencia del consentimiento no se manifiestan sólo


respecto de la forma del contrato. Más fundamental es el hecho de que los contratantes
están habilitados para establecer el tipo o modelo de contrato que crean más favorable para
sus intereses o más acorde con la intención perseguida. Según el artículo 1.255 del Código
civil: «los contratantes pueden establecer los pactos, cláusulas y condiciones que tengan por
conveniente, siempre que no sean contrarios a las leyes, la moral, ni al orden público».

Cabe deducir de dicha norma dos consecuencias fundamentales:

En primer lugar, respecto de los contratos regulados específicamente por el Derecho


positivo (o legislación), los particulares pueden introducir las modificaciones que con-
sideren adecuadas a su designio contractual.

En segundo lugar, parece obvio que el principio de la autonomía privada no tiene por
qué quedar limitado o circunscrito al ámbito de los contratos legalmente regulados o
tipificados (contratos típicos). Muy al contrario, los particulares son libres para celebrar
pactos que no contraríen las normas imperativas, aunque tales acuerdos no estén
contemplados expresamente por la ley como contratos.

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3.2. Los contratos típicos

Son aquellos esquemas contractuales que están legalmente contemplados y a los que el Dere-
cho objetivo proporciona una regulación de carácter general. Así pues, los diversos tipos de
contratos recogidos en el CC (compraventa, arrendamiento...) o en cualquier otra disposición
legal serían calificables como típicos.

Por lo general, la regulación legal de los mismos suele ser tributaria de una larga tradición
histórica o de una expansión sociológica de ellos. Su regulación objetiva se limita a ofrecer el
marco básico del contrato de que se trate, mediante escasas normas de carácter imperativo, al
tiempo que ofrece la posibilidad a los particulares de modificar el resto de la disciplina legal,
que se caracteriza por tener naturaleza dispositiva. La libertad contractual puede recaer sobre
la mayoría de los extremos de interés práctico (cómo y dónde se entrega la cosa o se presta
el servicio contratado, precio y modalidades de pago, garantías específicas de la operación,
etc.), que quedan al arbitrio de la voluntad de los contratantes. Si dejan sin regular algún
extremo, la disciplina legal se aplicará de modo supletorio.

3.3. Los contratos atípicos

Los contratos atípicos son aquellos que aun careciendo de reconocimiento legal y de regulación
positiva, reúnen los requisitos esenciales de la genérica figura contractual. Hay que destacar
que su admisibilidad es indiscutible y la jurisprudencia, sobre la base del artículo 1.255 y
otros preceptos concordantes, tiene suficientemente declarado que la libertad contractual
derivada de la iniciativa económica privada conlleva que las personas pueden estructurar
libremente figuras contractuales no consagradas aún legalmente.

La celebración de un contrato atípico supone estructurar un modelo contractual que, en


concreto, no cuenta con una regulación supletoria ad hoc y es conveniente, por tanto, perfilar
cuidadosamente las reglas o cláusulas contractuales para evitar imprevisiones en la ejecución
efectiva del contrato.

El problema fundamental se plante al tener que decidir que normas se aplicarán supletoria-
mente en caso de litigio entre las partes (poco previsoras en el momento del establecimiento
del clausulado contractual). El Tribunal Supremo atiende a la justicia del caso concreto,
sobre la base de diseccionar lo mejor posible la voluntad de las partes, y a la aplicación de
las normas generales de la contratación.

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