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Capítulo 4
Dios es la Fuente de todo poder

“En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de
Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia” (Zacarías 13:1).

“Mas el que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed; mas el agua que yo le
daré, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14).

"Los que sirven a Dios deberían apuntar a la perfección. Los hábitos incorrectos deben ser
vencidos. Los hábitos correctos deben ser formados. Bajo la disciplina del mayor Maestro que el
mundo ha conocido alguna vez, los cristianos deben avanzar hacia adelante y hacia arriba, hacia la
perfección. Este es la orden de Dios, y nadie debería decir: no puedo hacerlo. En cambio, debería
decir: 'Dios requiere que yo sea perfecto, y él me dará la fuerza para vencer todo lo que se
interponga en el camino de la perfección'. Él es la fuente de toda sabiduría, de todo poder… El
mundo ha establecido una norma para satisfacer las inclinaciones de los corazones no
santificados, pero esta no es la norma de los que aman a Cristo. El Redentor los ha elegido del
mundo, y les ha fijado su vida libre de pecado como norma. Los quiere elevar sobre toda
nimiedad de palabra o acción... La victoria significa mucho más de lo que suponemos. Significa
resistir al enemigo y aferrarnos a Dios. Significa tomar la cruz y seguir a Cristo, haciendo
alegremente aquellas cosas que son contrarias a la inclinación natural. Cristo vino del cielo para
mostrarnos cómo vivir una vida de sacrificio. En su fuerza hemos de ganar la perfección. Él ha
hecho todo lo posible para que lo logremos, y cuando venga por segunda vez, nos preguntará por
qué no hemos realizado su objetivo para nosotros. Día tras día, hora tras hora, nos estamos
preparando para el juicio, decidiendo nuestro destino eterno... Ningún compromiso con el
pecado podrá ser aceptado alguna vez por un Dios puro y santo. Ninguna conversión es genuina si
no cambia radicalmente el corazón, el carácter, cada línea de conducta... Esta vida presente es
solo nuestra escuela de formación. Aquí debemos ser purificados para que en la venida de Cristo
podemos ser sin mancha ni arruga ni cosa semejante, preparados para recibir la herencia de los
santos en luz” (Elena G. de White - Signs of the Times, 17 de julio, 1901).

“El anciano jefe exhortó a los israelitas a que consideraran en todos sus aspectos lo que les había
expuesto y a que decidieran si realmente querían vivir como vivían las naciones idólatras y
degradadas que habitaban alrededor de ellos. Si les parecía mal servir a Jehová, fuente de todo
poder y de toda bendición, podían en ese día escoger a quien querían servir, “a los dioses a
quienes sirvieron vuestros padres,” de los que Abrahán fue llamado a apartarse, o “a los dioses de
los Amorreos en cuya tierra habitáis” (Elena G. de White - PP 562).

“Los que trabajan por las almas deben obtener un conocimiento más profundo, más pleno y más
claro de Dios que el que se puede adquirir mediante un esfuerzo ordinario. Deben poner todas sus
energías en la obra del Señor. Están ocupados en una alta y sagrada vocación, y si ganan almas
como salario, deben asirse firmemente de Dios, y recibir diariamente gracia y poder de la Fuente
de toda bendición. “Porque la gracia de Dios que trae salvación a todos los hombres, se manifestó,
enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo
templada, y justa, y píamente, esperando aquella esperanza bienaventurada, y la manifestación
gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo, que se dio a sí mismo por nosotros para
redimirnos de toda iniquidad, y limpiar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.” Tito
2:11-14 (Elena G. de White - HAP 167).
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“Melquisedec, al bendecir a Abrahán, había reconocido a Jehová como la fuente de todo su poder
y como autor de la victoria: “Bendito sea Abram del Dios alto, poseedor de los cielos y de la tierra;
y bendito sea el Dios alto, que entregó tus enemigos en tu mano.” Génesis 14:19, 20. Dios estaba
hablando a aquel pueblo por su providencia, pero el último rayo de luz fue rechazado, como todos
los anteriores” (Elena G. de White - PP 153-154).

“Jesús, el divino Maestro, ensalzó siempre el nombre de su Padre celestial. Enseñó a sus discípulos
a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.” Mateo 6:9. No debían
olvidarse de reconocer: “Tuya es... la gloria.” Mateo 6:13. Tanto cuidado ponía el gran Médico en
desviar la atención de sí mismo a la Fuente de su poder, que la multitud asombrada, “viendo
hablar los mudos, los mancos sanos, andar los cojos, y ver los ciegos,” no le glorificó a él, sino que
“glorificaron al Dios de Israel.” Mateo 15:31. En la admirable oración que Cristo elevó
precisamente antes de su crucifixión, declaró: “Yo te he glorificado en la tierra.” “Glorifica a tu Hijo
—rogó, —para que también tu Hijo te glorifique a ti.” “Padre justo, el mundo no te ha conocido,
mas yo te he conocido; y éstos han conocido que tú me enviaste; y yo les he manifestado tu
nombre, y manifestarélo aún; para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en
ellos.” Juan 17:4, 1, 25, 26 (Elena G. de White - PR 50).

“Hasta el tiempo de la rebelión del hombre contra el gobierno divino, había existido libre
comunión entre Dios y el hombre. Pero el pecado de Adán y Eva separó la tierra del cielo, de
manera que el hombre no podía ya comunicarse con su Hacedor. Sin embargo, no se dejó al
mundo en solitaria desesperación. La escalera representa a Jesús, el medio señalado para
comunicarnos con el cielo. Si no hubiese salvado por sus méritos el abismo producido por el
pecado, los ángeles ministradores no habrían podido tratar con el hombre caído. Cristo une el
hombre débil y desamparado con la fuente del poder infinito” (Elena G. de White - PP 183-184).

“Durante un tiempo, Dios, en su misericordia compasiva, pasó por alto esta terrible equivocación;
y el rey, por una conducta prudente, podría haber mantenido en jaque, por lo menos en gran
medida, las fuerzas malignas que su imprudencia había desatado. Pero Salomón había comenzado
a perder de vista la Fuente de su poder y gloria. A medida que sus inclinaciones cobraban
ascendiente sobre la razón, aumentaba su confianza propia, y procuraba cumplir a su manera el
propósito del Señor. Razonaba que las alianzas políticas y comerciales con las naciones
circundantes comunicarían a esas naciones un conocimiento del verdadero Dios; y contrajo
alianzas profanas con una nación tras otra. Con frecuencia estas alianzas quedaban selladas por
casamientos con princesas paganas. Los mandamientos de Jehová eran puestos a un lado en favor
de las costumbres de aquellos otros pueblos” (Elena G. de White - PR 38).

“Muchos recuerdan a los israelitas de antaño, y se maravillan de su incredulidad y murmuración,


creyendo que ellos no habrían sido tan ingratos; pero cuando se prueba su fe, aun en las menores
dificultades, no manifiestan más fe o paciencia que los antiguos israelitas. Cuando se los coloca en
situaciones estrechas, murmuran contra los medios que Dios eligió para purificarlos. Aunque se
suplan sus necesidades presentes, muchos se niegan a confiar en Dios para el futuro, y viven en
constante ansiedad por temor a que los alcance la pobreza, y que sus hijos tengan que sufrir a
causa de ellos. Algunos están siempre en espera del mal, o agrandan de tal manera las dificultades
que realmente existen, que sus ojos se incapacitan para ver las muchas bendiciones que
demandan su gratitud. Los obstáculos que encuentran, en vez de guiarlos a buscar la ayuda de
Dios, única fuente de fortaleza, los separan de él, porque despiertan inquietud y quejas” (Elena G.
de White - PP 299).
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“Dios deseaba que su pueblo le considerase a él solo como su legislador y su fuente de fortaleza.
Al sentir que dependían de Dios, se verían constantemente atraídos hacia él. Serían elevados,
ennoblecidos y capacitados para el alto destino al cual los había llamado como su pueblo escogido.
Pero si se llegaba a poner a un hombre en el trono, ello tendería a apartar de Dios los ánimos del
pueblo. Confiarían más en la fuerza humana, y menos en el poder divino, y los errores de su rey los
inducirían a pecar y separarían a la nación de Dios” (Elena G. de White - PP 656).

“Antes del amanecer volvió con sus acompañantes al campamento israelita, a fin de hacer
preparativos para el combate. Al consultar aquel espíritu de las tinieblas, Saúl se había destruido.
Oprimido por los horrores de la desesperación, le iba a resultar imposible inspirar ánimo a su
ejército. Separado de la Fuente de fortaleza, no podía dirigir la mente de Israel para que buscara y
mirara a Dios como su ayudador. De esta manera la predicción del mal iba a labrar su propio
cumplimiento” (Elena G. de White - PP 736).

“Tan pronto como Satanás pueda separar el alma de Dios, la única fuente de fortaleza, procurará
despertar los deseos impíos de la naturaleza carnal del hombre. La obra del enemigo no es
abrupta; al principio no es repentina ni sorpresiva; consiste en minar secretamente las fortalezas
de los principios. Comienza en cosas aparentemente pequeñas: la negligencia en cuanto a ser fiel a
Dios y a depender de él por completo, la tendencia a seguir las costumbres y prácticas del mundo”
(Elena G. de White - PP 776).

(Israel pide un rey) “Como todas las gentes.” Los israelitas no se dieron cuenta de que ser en este
respecto diferentes de las otras naciones era un privilegio y una bendición especial. Dios había
separado a los israelitas de todas las demás gentes, para hacer de ellos su propio tesoro. Pero
ellos, despreciando este alto honor, desearon ansiosamente imitar el ejemplo de los paganos. Y
aun hoy subsiste entre los profesos hijos de Dios el deseo de amoldarse a las prácticas y
costumbres mundanas. Cuando se apartan del Señor, se vuelven codiciosos de las ganancias y los
honores del mundo. Los cristianos están constantemente tratando de imitar las prácticas de los
que adoran al Dios de este mundo. Muchos alegan que al unirse con los mundanos y amoldarse a
sus costumbres se verán en situación de ejercer una influencia poderosa sobre los impíos. Pero
todos los que se conducen así se separan con ello de la Fuente de toda fortaleza. Haciéndose
amigos del mundo, son enemigos de Dios. Por amor a las distinciones terrenales, sacrifican el
honor inefable al cual Dios los ha llamado, el de manifestar las alabanzas de Aquel que nos “ha
llamado de las tinieblas a su luz admirable.” 1 Pedro 2:9. (Elena G. de White - PP 657-658).

“¡Cuán tristes y rebosantes de significado son las palabras “y con él todo Israel”! El pueblo al cual
Dios había escogido para que se destacase como luz de las naciones circundantes, se apartaba de
la Fuente de su fuerza y procuraba ser como las naciones que le rodeaban. Así como con Salomón,
sucedió con Roboam: la influencia del mal ejemplo extravió a muchos. Y lo mismo sucede hoy en
mayor o menor grado con todo aquel que se dedica a hacer el mal: no se limita al tal la influencia
del mal proceder. Nadie vive para sí. Nadie perece solo en su iniquidad. Toda vida es una luz que
alumbra y alegra la senda ajena, o una influencia sombría y desoladora que lleva hacia la
desesperación y la ruina. Conducimos a otros hacia arriba, a la felicidad y la vida inmortal, o hacia
abajo, a la tristeza y a la muerte eterna. Y si por nuestras acciones fortalecemos o ponemos en
actividad las potencias que tienen para el mal los que nos rodean, compartimos su pecado” (Elena
G. de White - PR 68-69).

“Mientras Elías veía a Israel hundirse cada vez más en la idolatría, su alma se angustiaba y se
despertó su indignación. Dios había hecho grandes cosas para su pueblo. Lo había libertado de la
esclavitud y le había dado “las tierras de las gentes; ... para que guardasen sus estatutos, y
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observasen sus leyes.” Salmos 105:44, 45. Pero los designios benéficos de Jehová habían quedado
casi olvidados. La incredulidad iba separando rápidamente a la nación escogida de la Fuente de su
fortaleza. Mientras consideraba esta apostasía desde su retiro en las montañas, Elías se sentía
abrumado de pesar. Con angustia en el alma rogaba a Dios que detuviese en su impía carrera al
pueblo una vez favorecido, que le enviase castigos si era necesario, para inducirlo a ver lo que
realmente significaba su separación del Cielo. Anhelaba verlo inducido al arrepentimiento antes de
llegar en su mal proceder al punto de provocar tanto al Señor que lo destruyese por completo”
(Elena G. de White - PR 87-88).

“La crisis que arrostró Ester exigía presta y fervorosa acción; pero tanto ella como Mardoqueo se
daban cuenta de que a menos que Dios obrase poderosamente en su favor, de nada valdrían sus
propios esfuerzos. De manera que Ester tomó tiempo para comulgar con Dios, fuente de su fuerza.
Indicó a Mardoqueo: “Ve, y junta a todos los judíos que se hallan en Susán, y ayunad por mí, y no
comáis ni bebáis en tres días, noche ni día: yo también con mis doncellas ayunaré igualmente, y así
entraré al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca.” Vers. 16 (Elena G. de
White - PR 442-443).

“En sus muchas actividades, Nehemías no olvidaba la Fuente de su fuerza. Elevaba


constantemente su corazón a Dios, el gran Sobreveedor de todos. “El Dios de los cielos—
exclamaba, —él nos prosperará;” y estas palabras, repetidas por los ecos del ambiente, hacían
vibrar el corazón de todos los que trabajaban en la muralla” (Elena G. de White - PR 473).

“En nuestro trabajo para Dios, corremos el peligro de confiar demasiado en lo que el hombre, con
sus talentos y capacidad, puede hacer. Así perdemos de vista al único Artífice Maestro. Con
demasiada frecuencia, el que trabaja para Cristo deja de comprender su responsabilidad personal.
Corre el peligro de pasar su carga a organizaciones, en vez de confiar en Aquel que es la fuente de
toda fuerza. Es un grave error confiar en la sabiduría humana o en los Números para hacer la obra
de Dios. El trabajar con éxito para Cristo depende no tanto de los Números o del talento como de
la pureza del propósito, de la verdadera sencillez de una fe ferviente y confiada. Deben llevarse
responsabilidades personales, asumirse deberes personales, realizarse esfuerzos personales en
favor de los que no conocen a Cristo. En vez de pasar nuestra responsabilidad a alguna otra
persona que consideramos más capacitada que nosotros, obremos según nuestra capacidad”
(Elena G. de White - DTG 338).

“La senda de la sinceridad e integridad no es una senda libre de obstrucción, pero en toda
dificultad hemos de ver una invitación a orar. Ningún ser viviente tiene poder que no haya recibido
de Dios, y la fuente de donde proviene está abierta para el ser humano más débil. “Todo lo que
pidiereis al Padre en mi nombre—dijo Jesús, —esto haré, para que el Padre sea glorificado en el
Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Elena G. de White - DTG 620-621).

“Estas cosas os he hablado—dijo, —para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción:
mas confiad, yo he vencido al mundo.” Juan 16:33. Cristo no fracasó, ni se desalentó; y los
discípulos debían manifestar una fe igualmente constante. Debían trabajar como él había
trabajado, dependiendo de él como fuente de fuerza. Aunque su camino iba a ser obstruido por
imposibilidades aparentes, por su gracia habían de avanzar, sin desesperar de nada y esperándolo
todo” (Elena G. de White - HAP 20).

“Estas cosas os he hablado—dijo, —para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción:
mas confiad, yo he vencido al mundo.” Cristo no desmayó ni se desalentó, y sus seguidores han de
manifestar una fe de la misma naturaleza perdurable. Han de vivir como él vivió y obrar como él
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obró, porque dependen de él como el gran Artífice y Maestro. Deben poseer valor, energía y
perseverancia. Aunque obstruyan su camino imposibilidades aparentes, por su gracia han de
seguir adelante. En vez de deplorar las dificultades, son llamados a superarlas. No han de
desesperar de nada, sino esperarlo todo. Con la áurea cadena de su amor incomparable, Cristo los
ha vinculado al trono de Dios. Quiere que sea suya la más alta influencia del universo, que mana
de la fuente de todo poder. Han de tener poder para resistir el mal, un poder que ni la tierra, ni la
muerte ni el infierno pueden dominar, un poder que los habilitará para vencer como Cristo venció”
(Elena G. de White - DTG 634).

“La vida de Cristo, que da vida al mundo, está en su palabra. Fue por su palabra como Jesús sanó la
enfermedad y echó los demonios; por su palabra calmó el mar y resucitó los muertos; y la gente
dio testimonio de que su palabra era con autoridad. Él hablaba la palabra de Dios, como había
hablado por medio de todos los profetas y los maestros del Antiguo Testamento. Toda la Biblia es
una manifestación de Cristo, y el Salvador deseaba fijar la fe de sus seguidores en la Palabra.
Cuando su presencia visible se hubiese retirado, la Palabra sería fuente de poder para ellos. Como
su Maestro, habían de vivir “con toda palabra que sale de la boca de Dios” (Elena G. de White -
DTG 354).

“Los discípulos eran el medio de comunicación entre Cristo y la gente. Esto debe ser de gran
estímulo para sus discípulos de hoy. Cristo es el gran centro, la fuente de toda fuerza. Sus
discípulos han de recibir de él sus provisiones. Los más inteligentes, los mejor dispuestos
espiritualmente, pueden otorgar a otros solamente lo que reciben. De sí mismos, no pueden suplir
en nada las necesidades del alma. Podemos impartir únicamente lo que recibimos de Cristo; y
podemos recibir únicamente a medida que impartimos a otros. A medida que continuamos
impartiendo, continuamos recibiendo; y cuanto más impartamos, tanto más recibiremos. Así
podemos constantemente creer, confiar, recibir e impartir” (Elena G. de White - DTG 337-338).

“Por medio de férvida oración y de entera confianza en Dios, Salomón alcanzó un grado de
sabiduría que despertó la admiración del mundo. Pero cuando se alejó de la Fuente de su fuerza y
se apoyó en sí mismo, cayó presa de la tentación. Entonces las facultades maravillosas que habían
sido concedidas al más sabio de los reyes, sólo le convirtieron en agente tanto más eficaz del
adversario de las almas” (Elena G. de White - CS 563-564).

“Cuando Saúl se unió a los profetas en su culto, el Espíritu Santo obró un gran cambio en él. La luz
de la pureza y de la santidad divinas brilló sobre las tinieblas del corazón natural. Se vio a sí mismo
como era delante de Dios. Vio la belleza de la santidad. Se le invitó entonces a principiar la guerra
contra el pecado y contra Satanás, y se le hizo comprender que en este conflicto toda la fortaleza
debía provenir de Dios. El plan de la salvación, que antes le había parecido nebuloso e incierto, fue
revelado a su entendimiento. El Señor le dotó de valor y sabiduría para su elevado cargo. Le reveló
la Fuente de fortaleza y gracia, e iluminó su entendimiento con respecto a las divinas exigencias y
su propio deber” (Elena G. de White - PP 662).

“Sin embargo, el Señor seguía interesándose en ese pueblo, y no lo entregó a los desastres que le
habrían sobrevenido si el brazo frágil de la carne hubiera sido su único sostén. Lo puso en
estrecheces para que pudiese convencerse de cuán insensato es fiar en el hombre, y para que se
volviera a él como a su única fuente de auxilio” (Elena G. de White - PP 671).

“El Salvador utilizó este servicio simbólico para dirigir la atención del pueblo a las bendiciones que
él había venido a traerles. “En el postrer día grande de la fiesta” se oyó su voz en tono que resonó
por todos los ámbitos del templo, diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en
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mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre.” “Y esto—dice Juan—dijo del
Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él.” Juan 7:37-39. El agua refrescante que brota
en tierra seca y estéril, hace florecer el desierto y fluye para dar vida a los que perecen, es un
emblema de la gracia divina que sólo Cristo puede conceder, y que, como agua viva, purifica,
refrigera y fortalece el alma. Aquel en quien mora Cristo tiene dentro de sí una fuente eterna de
gracia y fortaleza. Jesús alegra la vida y alumbra el sendero de todos aquellos que le buscan de
todo corazón. Su amor, recibido en el corazón, se manifestará en buenas obras para la vida eterna.
Y no sólo bendice al alma de la cual brota, sino que la corriente viva fluirá en palabras y acciones
justas, para refrescar a los sedientos que la rodean” (Elena G. de White - PP 437-438).

“El jefe a quien Dios había escogido para derrotar a los madianitas no ocupaba un puesto
eminente en Israel. No era príncipe, ni sacerdote, ni levita. Se consideraba como el menor en la
casa de su padre, pero Dios vio en él a un hombre valiente y sincero. No confiaba en sí mismo, y
estaba dispuesto a seguir la dirección del Señor. Dios no escoge siempre, para su obra, a los
hombres de talentos más destacados sino a los que mejor puede utilizar. “Delante de la honra está
la humildad.” Proverbios 15:33. El Señor puede obrar más eficazmente por medio de los que mejor
comprenden su propia insuficiencia, y quieran confiar en él como su jefe y la fuente de su poder.
Los hará fuertes mediante la unión de su debilidad con su propio poder, y sabios al relacionar la
ignorancia de ellos con su sabiduría” (Elena G. de White - PP 595).

“Los medios de los cuales disponemos no parecerán tal vez suficientes para la obra; pero si
queremos avanzar con fe, creyendo en el poder de Dios que basta para todo, se nos presentarán
abundantes recursos. Si la obra es de Dios, él mismo proveerá los medios para realizarla. El
recompensará al que confíe sencilla y honradamente en él. Lo poco que se emplea sabia y
económicamente en el servicio del Señor del cielo, se multiplicará al ser impartido. En las manos
de Cristo, la pequeña provisión de alimento permaneció sin disminución hasta que la hambrienta
multitud quedó satisfecha. Si vamos a la Fuente de toda fuerza, con las manos de nuestra fe
extendidas para recibir, seremos sostenidos en nuestra obra, aun en las circunstancias más
desfavorables, y podremos dar a otros el pan de vida” (Elena G. de White - DTG 339).

“El corazón de piedra se quebranta. Una oleada de amor inunda el alma. Cristo es en él una fuente
de agua que brota para vida eterna. Cuando vemos a Jesús, Varón de dolores y experimentado en
quebrantos, trabajando para salvar a los perdidos, despreciado, escarnecido, echado de una
ciudad a la otra hasta que su misión fue cumplida; cuando le contemplamos en Getsemaní,
sudando gruesas gotas de sangre, y muriendo en agonía sobre la cruz; cuando vemos eso, no
podemos ya reconocer el clamor del yo. Mirando a Jesús, nos avergonzaremos de nuestra frialdad,
de nuestro letargo, de nuestro egoísmo. Estaremos dispuestos a ser cualquier cosa o nada, para
servir de todo corazón al Maestro. Nos regocijará el llevar la cruz en pos de Jesús, el sufrir pruebas,
vergüenza o persecución por su amada causa” (Elena G. de White - DTG 407).

“Estas palabras significaban más que la limpieza corporal. Cristo estaba hablando todavía de la
purificación superior ilustrada por la inferior. El que salía del baño, estaba limpio, pero los pies
calzados de sandalias se cubrían pronto de polvo, y volvían a necesitar que se los lavase. Así
también Pedro y sus hermanos habían sido lavados en la gran fuente abierta para el pecado y la
impureza. Cristo los reconocía como suyos. Pero la tentación los había inducido al mal, y
necesitaban todavía su gracia purificadora. Cuando Jesús se ciñó con una toalla para lavar el polvo
de sus pies, deseó por este mismo acto lavar el enajenamiento, los celos y el orgullo de sus
corazones. Esto era mucho más importante que lavar sus polvorientos pies. Con el espíritu que
entonces manifestaban, ninguno de ellos estaba preparado para tener comunión con Cristo. Hasta
que fuesen puestos en un estado de humildad y amor, no estaban preparados para participar en la
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cena pascual, o del servicio recordativo que Cristo estaba por instituir. Sus corazones debían ser
limpiados. El orgullo y el egoísmo crean disensión y odio, pero Jesús se los quitó al lavarles los pies.
Se realizó un cambio en sus sentimientos. Mirándolos, Jesús pudo decir: “Vosotros limpios estáis.”
Ahora sus corazones estaban unidos por el amor mutuo. Habían llegado a ser humildes y a estar
dispuestos a ser enseñados. Excepto Judas, cada uno estaba listo para conceder a otro el lugar
más elevado. Ahora, con corazones subyugados y agradecidos, podían recibir las palabras de
Cristo” (Elena G. de White - DTG 602-603).

“Pero a menos que los miembros de la iglesia de Dios hoy tengan una relación viva con la fuente
de todo crecimiento espiritual, no estarán listos para el tiempo de la siega. A menos que
mantengan sus lámparas aparejadas y ardiendo, no recibirán la gracia adicional en tiempo de
necesidad especial” (Elena G. de White - HAP 45).

“El que enseña la Palabra debe vivir en concienzuda y frecuente comunión con Dios por la oración
y el estudio de su Palabra; porque ésta es la fuente de la fortaleza. La comunión con Dios impartirá
a los esfuerzos del ministro un poder mayor que la influencia de su predicación. No debe privarse
de ese poder. Con un fervor que no pueda ser rechazado, debe suplicar a Dios que lo fortalezca
para el deber y la prueba, que toque sus labios con el fuego vivo. A menudo los embajadores de
Cristo se aferran demasiado débilmente a las realidades eternas. Si los hombres quisieren caminar
con Dios, él los esconderá en la hendidura de la Roca. Escondidos así, podrán ver a Dios, así como
Moisés le vio. Por el poder y la luz que él imparte podrán comprender y realizar más de lo que su
finito juicio considera posible” (Elena G. de White - HAP 291-292).

"Cristo tomó sobre sí la naturaleza humana, pero la conectaba diariamente con la naturaleza
divina. Dedicaba noches enteras a la oración, dejando un ejemplo para toda la humanidad;
porque al igual que él dependía de Dios, la Fuente de toda fuerza, nosotros hemos de ser
vigorizados y renovados, para ser fortalecidos para el deber y apuntalados para la prueba, por la
comunión con Dios" (Elena G. de White – Signs of the Times, 21 de noviembre, 1895).

"El Salvador es nuestro sustituto y garante. Él se encuentra a la cabeza de la familia humana.


Él ha sido sujeto a todas las tentaciones que nos fastidian y oprimen a nosotros. Él fue tentado
en todos los puntos como nosotros, y por lo tanto es capaz (conoce precisamente el método)
para socorrer a aquellos que son tentados. Fue afligido en todas nuestras aflicciones. Cristo es
nuestro refugio, nuestra fuente de poder. En él se nos provee todo poder, si su palabra mora
en nosotros, y a nosotros nos toca escoger si serviremos a Dios o a Baal" (Elena G. de White –
Signs of the Times, 20 de febrero, 1896).

“Estas cosas os he hablado—dijo, —para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción:
mas confiad, yo he vencido al mundo.” Cristo no desmayó ni se desalentó, y sus seguidores han de
manifestar una fe de la misma naturaleza perdurable. Han de vivir como él vivió y obrar como él
obró, porque dependen de él como el gran Artífice y Maestro. Deben poseer valor, energía y
perseverancia. Aunque obstruyan su camino imposibilidades aparentes, por su gracia han de
seguir adelante. En vez de deplorar las dificultades, son llamados a superarlas. No han de
desesperar de nada, sino esperarlo todo. Con la áurea cadena de su amor incomparable, Cristo los
ha vinculado al trono de Dios. Quiere que sea suya la más alta influencia del universo, que mana
de la fuente de todo poder. Han de tener poder para resistir el mal, un poder que ni la tierra, ni la
muerte ni el infierno pueden dominar, un poder que los habilitará para vencer como Cristo venció”
(Elena G. de White - DTG 634).

“Cristo tomó sobre sí la naturaleza humana, pero la conectaba diariamente con la naturaleza
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divina. Dedicaba noches enteras a la oración, dejando un ejemplo para toda la humanidad;
porque al igual que él dependía de Dios, la Fuente de toda fuerza, nosotros hemos de ser
vigorizados y renovados, para ser fortalecidos para el deber y apuntalados para la prueba, por
la comunión con Dios” (Elena de White – Signs of the Times, 21 de noviembre, 1895).

“La oración es el aliento del alma. Es el secreto del poder espiritual. No puede ser sustituida por
ningún otro medio de gracia, y conservar, sin embargo, la salud del alma. La oración pone al
corazón en inmediato contacto con la Fuente de la vida, y fortalece los tendones y músculos de la
experiencia religiosa. Descuídese el ejercicio de la oración, u órese espasmódicamente, de vez en
cuando, según parezca propio, y se perderá la relación con Dios. Las facultades espirituales
perderán su vitalidad, la experiencia religiosa carecerá de salud y vigor” (Elena de White -
Mensajes para los Jóvenes, 247, 248 / Or 104.2).

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