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suponer, por ejemplo, destacar que un problema no ha sido abor-

dado mediante cierta metodología. En ese caso, y en otros, es muy


probable que ese elemento se repita en la relevancia. A pesar de
ello, eso no supone un problema, mientras se comprenda que el
mismo elemento cumple dos funciones distintas y sus características
(por ejemplo, con qué profundidad es tratado) dependerán de la
función que está cumpliendo.
En el caso de la relevancia, la función no es la de construir un
problema. Con suerte, eso ya está hecho (precisamente, en la con-
textualización/fundamentación). De lo que se trata ahora es de
mostrar que ese problema es digno de ser investigado, es decir, es relevante.
Sí, la frontera es fina, pero creo que la idea de función puede ayudar
a definir qué va en cada apartado y cómo debe tratarse. (A este
respecto, aconsejo discutir la cuestión con el/la profesor/a guía:
los límites difusos suelen causar confusión.)
Veamos ahora qué puede argumentarse50:

i. Que el problema no está investigado. Éste es al argumento del mi-


llón, el macho/la hembra alfa de los argumentos. Proviene,
claro, del mito básico de la ciencia: aquél que reza que cada
investigación «debe sumar» al «edificio de la ciencia». Si uno
dice esto, es un/a winner: no se puede argumentar nada mejor.
Iría más o menos así: «Este problema de investigación no ha sido
investigado (nunca, en ningún lado, por nadie).» Suena poderoso,
sí. Pero, claro, es muy poco probable poder justificarlo: «¿Me
va a decir que de 7.000.000.000 de personas… a ninguna se le
ocurrió investigar esto que usted propone?» Sobre todo es poco
probable que alguien pueda argumentar algo así en el contexto
de realización de una tesis, teniendo en cuenta los recursos de
tiempo y dinero con los que se cuentan y la (no) formación en
investigación que se tiene en ese punto de la carrera profesional.
Claro, es tan atractivo que muchos/as «caen en la tentación»,
más que nada por comodidad o por no haber hecho una buena
búsqueda de antecedentes. Es muy común escuchar cosas del

50 Para una exposición «más seria» de cómo justificar la relevancia de una investiga-
ción, ver Hernández Sampieri (op. cit., p. 51-52) y Sautu et al. (op. cit., pp. 67-68).

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tipo: «Este tema no está investigado.» «¿Y cómo lo sabes?» «Lo
miré en internet.» En definitiva, es un argumento muy bueno…
pero es poco probable poder recurrir a él. Por otra parte, si uno va a
correr el riesgo de usarlo debe estar muy bien preparado, no
vaya a ser que uno de esos/as machos/hembras alfa esté en el
tribunal de tesis y diga: «¿Cómo que no hay investigaciones? Yo
he escrito doce libros sobre esto…» Ahí, la relevancia y hasta
el proyecto mismo puede desbarrancarse en una pestañeada.
Pero, bueno, pensemos en los/as valientes: ¿cómo se puede
sostener un argumento de este tipo? Tras una búsqueda muy
concienzuda, es decir, tras una búsqueda bibliográfica y de bases
de datos seria (pero seria-seria), que acredite más allá de las dudas
de todos/as los/as incrédulos/as del mundo que ese problema no
ha sido investigado. Por lo general, este argumento sólo pueden
utilizarlo los/as investigadores/as de alto standing, que integran
equipos financiados. Para los/as comunes mortales, sólo nos queda
esperar que «aparezca algo», como una nueva tribu urbana, una
tecnología revolucionaria, una inesperada tendencia al suicidio
colectivo o un movimiento social que desborde las previsiones.
Ahí, hay que salir corriendo, atrapar el fenómeno en una pregunta
de investigación y decir: «Este problema no ha sido investigado.»
Pero, aun en ese caso, siempre habrá antecedentes (nada aparece
en un vacío social): investigaciones parecidas, conceptos cercanos,
contextos sociohistóricos relevantes, etc. Todos esos elementos, si
bien pueden no ser «el mismo problema» operan como, repito,
antecedentes y deben ser mencionados. En definitiva, la generación
espontánea, en ciencia social, no existe. (Advertencia: el resto de
argumentos son degeneraciones de éste, así que, desde aquí, es
colina abajo en el pedigrí académico.)
ii. Que el problema no está investigado… aquí. En ocasiones, un
problema de investigación/teorización tiene una larga e impor-
tante tradición en otros países, pero no en el país/contexto en
el que nos encontramos. Así, podemos argumentar una relativa
originalidad del problema de investigación: «Si bien existe una
importante tradición en esta área y este problema de investiga-
ción ya ha sido abordado en otros contextos, en nuestro país se
encuentra en buena medida inexplorado.» O algo así

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iii. Que el problema no está investigado… así. En otras ocasiones,
la relevancia puede argumentarse a partir de un giro en la meto-
dología. Éste es el caso cuando un problema ha sido abordado,
por ejemplo, sólo en hombres, sólo mediante modelos cuanti-
tativos, sólo en contextos urbanos, etc. En casos así, investigar
mujeres, mediante modelos cualitativos, en contextos rurales puede
entenderse como un aporte… y como un buen argumento para
la relevancia del proyecto: «Este problema ha sido investigado,
incluso en nuestro país, pero, lamentablemente (!), los modelos
metodológicos empleados han sido mayormente cuantitativos.
En esta investigación utilizaremos un enfoque cualitativo, etc.»
Similares argumentos pueden esgrimirse si uno «se escapa» de
la irrelevancia cambiando las características de la muestra, el
contexto, el tipo de institución, etc. En definitiva, se trata de
un giro metodológico
iv. Que el problema tiene relevancia social. Puede que estudiar los
efectos traumáticos producidos a hombres de negocios por
repentinos chorros de agua fría provenientes de jacuzzis de los
hoteles cinco estrellas en que se hospedan… no sea un problema
socialmente relevante. Al contrario, puede que la inmigración, la
prostitución, las cuestiones de género, las minorías sexuales, el
embarazo adolescente, el desempleo, los pueblos originarios,
la pobreza y otros fenómenos sociales de ese tipo sí. De lo que
se trata es de encontrar fenómenos que representan problemas
importantes y amplios para una sociedad y cuyo tratamiento
y avance podría suponer un beneficio importante para las
personas implicadas. El otro lado de la moneda es que ciertos
problemas, debido a su exposición mediática (el bullying es un
buen ejemplo), acaban «sobreinvestigados», de manera que
puede argumentarse su relevancia social, pero difícilmente su
originalidad/novedad. Este argumento remite a algo mucho
más valioso que «el edificio de la ciencia»: remite a la idea de
que la ciencia está para abordar problemas relevantes, algo
que a menudo se nos pasa por alto. En este línea, la Escuela
de Chicago y los enfoques latinoamericanos que mencioné en
el punto vi del apartado dedicado a la disputa cuali/cuanti
intentaron responder a esta preocupación… y nosotros/as,

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creo, deberíamos emularlos: la ciencia social no debería ser
un lujo pequeñoburgués, encerrado en «castillos de cristal»
—como denominara Mario Bunge a las universidades— y
mayormente orientado a engordar currículums académicos
v. Que la investigación solucionará un problema práctico. A veces, las
investigaciones derivan en la propuesta de modelos de inter-
vención o de programas que, a su vez, contribuyen a solucionar
problemas de diverso tipo. En este sentido, las investigaciones
pueden contribuir a solucionar una gama amplísima de pro-
blemas: desde mejorar las relaciones entre vecinos a reducir la
rotación laboral, desde optimizar el transporte público a preve-
nir la violencia en los estadios de fútbol. Todo eso y otras cosas
puede usarse como argumento para reforzar la relevancia de un
proyecto. La pregunta, claro, es lo que define qué es un proble-
ma y a quién beneficia su solución. Como se da habitualmente,
somos los/as que nos movemos en las universidades quienes
definimos qué es un problema y cómo debe «solucionarse».
Esto alude, otra vez, al punto vi que mencioné antes: según
practicamos la ciencia hoy, en la mayoría de los casos, son muy
pocos/as los/as que pueden definir qué constituye un proble-
ma, buscar sus soluciones y ponerlas en marcha. Eso, como he
sostenido, proviene del carácter elitista y sectario de la ciencia
según la practicamos, por lo que creo que no deberíamos sen-
tirnos demasiado orgullosos/as de «contribuir a solucionar un
problema» porque, en buena medida y habitualmente, nadie
fuera de la universidad ha tenido la oportunidad de definirlo
como tal. Pero, eso sí, lo podemos poner como argumento en
la relevancia
vi. Que el problema constituye un vacío teórico. Éste es el argumento
habitual de las tesis teóricas, pero no sólo de ellas. Consiste en
decir que el proyecto contribuirá a «llenar» «un vacío teórico»
o «una laguna». Palabras que, por lo demás, emanan de una
idea positivista de la ciencia: aquélla según la cual hay algo que
debe completarse —¿nuestra imagen del mundo?— y que para
eso es que investigamos, como si no pudieran haber revolucio-
nes kuhnianas que lo resignifiquen por completo y conviertan
nuestras queridas teorías en sólo una gran laguna. Como fuere,

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aquí podría entrar un ejemplo que he utilizado antes: aquél del
tesista que proponía un uso sistémico-narrativo para los sueños.
Eso, por ejemplo, era una laguna: a diferencia del psicoanálisis
y la corriente humanista, la orientación sistémica ha ignorado
en buena medida los sueños. Así, se podía argumentar —y así
lo hizo el tesista— una relevancia teórica para el proyecto
vii. Que el proyecto hará aportes metodológicos. En este caso, el argumento
consiste en decir que un recurso metodológico nuevo surgirá
tras la realización de la tesis: un nuevo cuestionario, un nuevo
método de selección de personal, un test, una validación de
un instrumento diseñado en otro contexto… Todo eso puede
considerarse un aporte a la ciencia y ser un argumento. El punto
flojo de esta línea de argumentación es que tiende a dar por
supuesto que, por ejemplo, la sola novedad de un método o el
solo hecho de validar un cuestionario operan automáticamente
como argumentos: «Este método es nuevo», «Este cuestionario
no estaba validado aquí.» Yo creo que hay que ir más allá y hacer
un análisis más profundo. Un nuevo método de detección de
mentiras en una entrevista laboral, ¿es bueno… para quién? Un
nuevo cuestionario que «mide» la autoestima, ¿es útil… para
quién? En tanto los métodos/técnicas no pueden, simplemente,
considerarse herramientas, sino dispositivos que portan una historia
y generan unos efectos, es necesario, entiendo, debatir dicha
historia y dichos efectos: ¿de dónde proviene la necesidad de
ese instrumento?, ¿para qué va a usarse?, ¿a qué intereses sirve?,
¿de qué intereses proviene? A pesar del valor de esta reflexión
(que es la que para mí cuenta), uno puede poner simplemente
«relevancia metodológica» y casi seguro pasa, aun cuando el
instrumento en cuestión no tenga la menor relevancia social o,
lisa y llanamente, opere a favor de los/as malvados/as de este
mundo
viii. Que el proyecto contribuirá a mejorar las vidas de las personas implicadas
en la investigación. Un argumento que no he leído jamás, lo cual,
con todo lo vergonzoso que es para la investigación social, no deja
de ser muy revelador. Este punto, evidentemente, se relaciona
con mi objeción a la distinción cuali/cuanti: no se dice que se
pretende eso… porque raramente se pretende eso. De todas

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