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Julio C.

Neffa

El trabajo humano. Contribuciones al estudio de un valor que


permanece

CEIL-PIETTE CONICET

Asociación Trabajo y Sociedad

Cuidado de la edición, corrección: Graciela Torrecillas

Irene Brousse

Héctor Cordone

© Asociación Trabajo y Sociedad

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Prohibida la reproducción total o parcial en cualquier forma

ISBN

Impreso en Argentina, julio de 2003

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P R I M E R A P A R T E
Grandes rasgos de la evolución del concepto de trabajo desde la antigüedad
hasta fines del XIX.

Introducción
En esta parte vamos a analizar someramente por grandes periodos y sin asumir el rol
historiográfico, la evolución del concepto de trabajo hasta fines del
siglo XIX. Trataremos de centrar la reflexión sobre ciertas corrientes de pensamiento y
autores que consideramos relevantes para los objetivos de esta publicación, prestando
atención a la teoría del valor, dada su coherencia e impacto sobre la concepción del mundo
del trabajo a pesar de su relativo desconocimiento en el medio académico.
Por otra parte, está acotado el ámbito geográfico y el largo período analizado:
nos limitamos a lo ocurrido en la “civilización occidental”, a los trascendentales cambios
introducidos desde fines del siglo XIX hasta la Segunda Guerra
Mundial, concretamente en los procesos de trabajo, por las innovaciones organizacionales
y tecnológicas; el taylorismo y el fordismo, fenómenos que ya
fueron parcialmente objeto de otras publicaciones y sería redundante transcribirlos aquí
(Neffa,1989y1998).
Desde hace una década aproximadamente, como resultado de profundos y
dramáticos cambios económicos, culturales y sociales, se ha intensificado la
reflexión en el medio académico acerca del trabajo humano. El impacto de la
grave crisis económica actual sobre el empleo, -tanto en términos cuantitativos como
cualitativos-, y sobre los ingresos de quienes trabajan por su propia
cuenta o como asalariados son los detonantes del creciente interés.
Numerosas publicaciones, desde diversas perspectivas teóricas y metodológicas, han
permitido avanzar en el conocimiento de este concepto que ha cambiado tanto a lo largo
de los siglos.
En los diccionarios figuran definiciones antiguas de trabajo tales como: “estado del que
sufre”, “instrumento de tortura” (tripalium), “dolores debidos al
esfuerzo del parto” y a veces algunas definiciones modernas: “el conjunto de
actividades humanas coordinadas con vistas a producir o contribuir a producir lo que es
útil”; “estado, situación de una persona que actúa para obtener
tal resultado”.

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El concepto de trabajo ha sido objeto de múltiples definiciones. Para Mauri-
ce Godelier, son “las diversas maneras inventadas por el hombre para actuar
sobre su medio ambiente natural y extraer de él los medios materiales de su
existencia social” (Godelier, citado por Chamoux, 1998). Para otros antropólogos, luego
de estudiar las formas primitivas del trabajo humano y de seguir
su evolución a lo largo de la historia, se trata de un concepto provisorio, objeto de análisis
y no un concepto definitivo, para explicar la historia del hombre en sociedad (Chamoux,
1998).
Cuando nos enfrentamos al desafío de definir un concepto que como el de trabajo implica
relaciones humanas, no podemos desconocer la necesidad de situarlo históricamente,
genealógicamente quizás, para atender a las diferentes
transformaciones de sentido, de las que un mero examen filológico no podría
dar cuenta. Más allá de los aspectos curiosos que pudieran aparecer en un re-
corrido por significados y definiciones, lo indudable es que contamos ya con
algunos, los actuales, y por qué no, los que nos interesan para orientar la búsqueda, los
que le imprimen alguna dirección al recorrido, resultando así una
perspectiva o estrategia de indagación que afecta siempre lo que se pretende conocer.
De manera preliminar podemos definir el trabajo como un conjunto coherente de
operaciones humanas que se llevan a cabo sobre la materia o sobre bienes inmateriales
como la información, con el apoyo de herramientas y diversos medios de trabajo,
utilizando ciertas técnicas que se orientan a producir
los medios materiales y servicios necesarios a la existencia humana. Según la
etimología vigente, el trabajo es una noción que indica la existencia de un es-
fuerzo, es una actividad física penosa y generadora de fatiga, que para dar lugar a una
obra utiliza herramientas apropiadas, se sirve de una tecnología y
moviliza, -además del cuerpo- un saber productivo y la voluntad.
La evolución del sentido de este concepto está atravesado por fuertes contra-
dicciones y ambigüedades: entre su valoración positiva y la realidad empírica
del trabajo explotado y alienado; entre su existencia como un imperativo para satisfacer
necesidades y las utopías acerca de su carácter liberador de la necesidad en la sociedad
futura; entre su capacidad para desarrollar la personalidad de quien lo ejecuta y la
alienación que consiste en el sometimiento al
control, la heteronomía y la dominación que experimentan los asalariados; entre su poder
creador de bienes socialmente útiles y la expropiación del pro-

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ducto en virtud del contrato de trabajo.

1. Breve síntesis de la evolución de la concepción del trabajo desde


la antigüedad hasta la revolución

El trabajo como concepto ha sido definido en y por el mundo moderno. Y ha


marcado tan profundamente la vida social de los hombres contemporáneos,
que nos sentimos inclinados a pensar muy naturalmente que siempre ha revestido la
misma forma abstracta y organizada con que lo conocemos hoy. Sin
embargo, sabemos también que eso no fue siempre así, y por eso nos vemos motivados a
buscar una y otra vez cómo ha sido pensado, qué lugar ha ocupado, qué valoración ha
tenido para otros hombres a lo largo de la historia de
Occidente, aunque este recorte también responda a intereses particulares del
orden de la investigación.

1.1. El trabajo en la antigüedad.

Según los etnólogos y los antropólogos, en las sociedades primitivas no se podía


distinguir fácilmente el trabajo (tal como en nuestros días lo concebimos)
de las demás actividades humanas. Al no existir un sistema de intercambio
económico mercantil, la noción actual de trabajo no tenía mucho sentido. Más
bien se trataba de actividades tal como lo hemos definido en trabajos anteriores a los
cuales nos remitimos (Méda, 1995; Neffa, Panigo, Pérez, 2000).
Las diversas etapas del desarrollo de las actividades económicas en la prehistoria podrían
resumirse así, siguiendo a Louis -Henri Paris (1965).
Primeramente en la época del pitecántropos, la actividad más importante consistía en la
recolección de alimentos (frutos y raíces) sin que fueran el resultado de un previo trabajo
agrícola; se trataba de la actividad de los “recolectores”, sedentaria y caracterizada por
una cierta regularidad a lo largo del año
dada por los estacionales.
Posteriormente, en la época neardentalense, se ha identificado una etapa caracterizada
por la talla del silex, de los huesos y de la madera, recurriendo al
fuego, a las presiones y golpes ejercidos con otras piedras o mazas de madera, con el
objeto de fabricar herramientas y armas, para utilizarlas en la caza

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de animales, en la pesca y para la defensa personal. Esta actividad de los “talladores” se
desarrollaba en lugares de trabajo específicos, una suerte de proto-talleres de pedernales,
adonde concurrían los que debían hacer tareas de tallado y se disponía de ciertas
herramientas para la fabricación de los bifaces.
Es sólo más tarde –a medida que aumentaban las necesidades en materia de
alimentos por el crecimiento demográfico- ya en la época del homo sapiens,
cuando se desarrollan nuevas actividades: la caza y la pesca, utilizan jabalinas o arpones
de madera con puntas de hueso o silex, lo que implica una actividad con cierto grado de
nomadismo, pues los “cazadores” debían seguir
las manadas de mamuts y bisontes, y así proveerse de carne destinada a su alimentación
y de huesos para fabricar armas y utensilios. En las cavernas que
les servían de morada datan de esa época importantes grabados sobre piedra,
marfil o arcilla, que ponían ya de manifiesto la existencia de una división del
trabajo y la emergencia de jefes de los clanes, de magos o sacerdotes que interpretaban
los misterios de la naturaleza; además estos grabadores –los primeros artistas- centraban
su atención sobre los animales que cazaban y sobre
las mujeres, representaban a menudo la función reproductiva que aseguraba la
posteridad.
A lo largo de estas etapas se fue logrando un progresivo mejoramiento de la
productividad en cuanto a la fabricación de herramientas sencillas y de armas;
fabrican más centímetros de filo útil en los huesos y utilizan en el silex una
menor cantidad de esos insumos. A partir de esas épocas se observa el desarrollo de
nuevas actividades: construcción de edificios públicos y de sepulturas, la minería, la talla
de piedras de gran tamaño y su emplazamiento en lugares estratégicos durante la llamada
“era monumental”, el segundo y tercer
milenio, cuando innovan en las leyes de la física mediante el uso de grandes
palancas que multiplicaban la fuerza humana. Además, el transporte y el emplazamiento
de los dólmenes requirió el trabajo forzado de esclavos o siervos
y un gran esfuerzo de coordinación.
La duración de esas actividades coincidía con el tiempo dedicado a las provisiones, o el
destinado a protegerse de las inclemencias del tiempo, alojarse,
vestirse y alimentarse para asegurar la reproducción de la fuerza física de trabajo; todo
esto insumía sólo un tiempo limitado dentro del total de la jornada,
dado que las necesidades naturales no son ilimitadas y a las dificultades para

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conservar los productos perecederos ante las diferencias de temperatura.
Se trataba siempre de una actividad personal, pero que podía llevarse a cabo
colectivamente y en un contexto social (familiar, de parentesco, grupal, tribal
o de la comunidad local), lo que no excluía una dimensión lúdica. En ese entonces, la
motivación de los individuos no era puramente económica ni la satisfacción de intereses
personales, sino que formaba parte de las obligaciones
sociales que no requerían una remuneración monetaria. La dimensión colectiva o social
primaba sobre la individual, pues “los individuos en tanto tales
no habían irrumpido todavía como actores de la historia” (Méda, 1995). No
tenía mucho sentido hacer la distinción entre el espacio donde se vivía y don-
de se desarrollaban esas actividades, tampoco entre el tiempo de trabajo y el
de no-trabajo.
En su ya clásica Filosofía del trabajo Guido de Ruggiero observa que “dentro del concepto
de trabajo se puede distinguir entre el trabajo con un fin teórico y el trabajo con un fin
práctico, es decir, entre el trabajo intelectual y el
manual. Pero sabemos que no existe trabajo intelectual que no implique alguna actividad
física del organismo y no se exprese en actos e indicios físicos y
sabemos que no existe, por otra parte, trabajo manual que no esté guiado por
la inteligencia. De manera que la distinción es sólo empírica y considera a la
proporción mayor o menor de ambos términos” y el autor prosigue señalando
que en aquella época se consideraban las dos especies de trabajo como sien-
do totalmente separadas entre sí y se excluía de manera expresa el trabajo intelectual del
ámbito de ese concepto. Esto es lo que justificó durante mucho
tiempo el menosprecio valorativo del trabajo manual, que se consideraba
propio de los esclavos”. Por eso, “cuanto más duro y penoso era el trabajo en
la antigüedad más se comprende que nuestros ancestros lo sintieran como una
maldición y una condena que pesaba sobre una alta proporción de la especie
humana, buscando los medios para evadirse” (Ruggiero, 1973).
En su Historia general del trabajo L. H. Parías cita a Heródoto cuando dice
que los egipcios “estiman menos honorables que los otros ciudadanos a aquellos que se
dedican a los oficios manuales” y seguidamente recurre a una obra
literaria egipcia previa a nuestra era a la que Parías denomina “Sátira de los
oficios” destinada a la edificación de los jóvenes escribas donde constan las
experiencias que un anciano transmite a su hijo junto con su valoración de las

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profesiones de la época:

“He considerado a los que eran afligidos, y por eso deseo que consagres tu corazón
a los libros... El escriba, esté donde esté en la administración, no sufrirá jamás la
miseria. Me gustaría que amases los libros más aún que a tu madre y pongo sus
atractivos ante tus ojos; esta profesión es superior a todas las otras y no hay en todo
el país nada que pueda serle comparado.”

“He visto al metalúrgico trabajando, en la boca del horno; sus dedos están como la
piel de un cocodrilo: huele peor que la freza de pescado.”

“El carpintero que maneja la azuela anda más cansado todavía que el campesino, su
campo es la madera, y su azada es el torno. Al atardecer se encuentra extenuado,
porque ha trabajado más allá de sus fuerzas; y, sin embargo, por la noche hay toda-
vía luz en su casa.”

“El barbero afeita hasta entrada la noche. Va de rincón en rincón, de calleja en calleja,
para encontrar a quien afeitar. Sus brazos no pueden parar si han de llenar su
vientre, tal como la abeja, que no puede comer sino a medida de su trabajo...”

“¿El albañil que levanta los muros? Soporta el dolor del látigo; siempre al aire libre,
expuesto al viento, trabaja vestido con un simple paño. En el taller no lleva más que
una cintura de loto, que deja su detrás desnudo- sus brazos se bañan en la arcilla, todos
sus vestidos están manchados y come su pan con los dedos terrosos.”

“El jardinero lleva la pértiga, sus espaldas ceden bajo las cargas de agua, y su nuca
está por ello oprobiosamente tumefacta...”

“El tejedor vive encerrado en su taller; está más incómodo que una mujer pariendo;
con las rodillas replegadas sobre su estómago, se ahoga, Si pasa un día sin tejer, le
dan cincuenta azotes; tiene que dar una propina a su portero para poder salir un momento
a respirar.”

“El zapatero, cuya suerte es muy miserable, está perpetuamente bajo sus obras de

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curtir; siempre le falta algo, y su suerte es la de un cadáver. Todo lo que tiene don-
de hincar el diente es su cuero...”

“Ya ves que no hay profesión en la que no seas mandado a no ser la de funcionario:
es él quien manda...”

“Ya ves que no hay escriba a quien le falte la comida y ventajas en el palacio real.
Es su propio destino el que lo coloca al frente de la administración. Da, pues, gracias a tu
padre y a tu madre que te han puesto en el camino de la única vida verdadera”

Glosario
1. Actividad es una noción muy amplia, que indica la forma en que se utiliza
el tiempo de vida, y que expresa todo el dinamismo de la naturaleza humana,
siendo el trabajo solo una de ellas, al lado de las actividades desarrolladas
en las esferas doméstica, educativa, cultural, recreativa, deportiva, relaciones
con los amigos y familiares, las actividades asociativas, sindical, política, religiosa,
lúdicas, etc. La actividad tiene un sentido en primer lugar para quien
la realiza y expresa el dinamismo propio de la vida humana; puede estar orientada a
obtener de manera directa un bien o acceder a un servicio que satisfaga una necesidad,
material o inmaterial.
2. El trabajo es una actividad, realizada por una o varias personas, orienta-
da hacia una finalidad, la prestación de un servicio o la producción de un bien
-que tiene una realidad objetiva y exterior al sujeto que lo produjo-, con una
utilidad social: la satisfacción de una necesidad personal o de otras personas.
El trabajo así entendido involucra a todo el ser humano que pone en acto sus
capacidades y no solamente sus dimensiones fisiológicas y biológicas, dado
que al mismo tiempo que soporta una carga estática, con gestos y posturas
despliega su fuerza física, moviliza las dimensiones psíquicas y mentales. El
trabajo puede dar lugar a la producción de bienes y servicios destinados al uso
doméstico, en la esfera no mercantil, sin contrapartida de remuneración sala-
rial.
3. Cuando el trabajo se realiza con el objetivo de obtener a cambio un ingre-
so, en calidad de asalariado, de empleador o actuando por cuenta propia, es-
tamos en presencia de un empleo.

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