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Foucault (1996) considera que ambos son testigos “(…) más bien de la locura trágica, nacida en
el Siglo XV, que, de la experiencia crítica y moral de la sinrazón, que se desarrolla, con todo, en
su propia época” (Foucault, 1996, pp. 30-31). A su vez, considera que comparando su obra y lo
que ella sostiene, con las significaciones que se presentan en la obra de sus contemporáneos o
imitadores, “(…) es como se podrá descifrar lo que sucede, a principios del Siglo XVII, en la
experiencia literaria de la locura” (Foucault, 1996, p. 31).
En la obra de Shakespeare y de Cervantes, el autor considera que la locura ocupa un
lugar siempre extremo, puesto que no tiene recursos. Así, “nada puede devolverla a la
verdad y a la razón. Solamente da al desgarramiento, que precede a la muerte” (Foucault,
1996, p. 31). Así, la locura disipada se tiene que confundir con la inminencia del fin, de tal
manera que la locura triunfará aún, por encima del fin de una vida que, sin embargo, se
había liberado de la locura en este mismo fin. El autor menciona que, de manera irónica, la
vida insensata del caballero lo persigue y lo inmortaliza su demencia.
Muy pronto, la locura abandona esas “regiones últimas” donde Cervantes y Shakespeare
la situaron. De esta manera, en la literatura de principios del Siglo XVII, la locura ocupa
un lugar intermedio, siendo más bien un nudo que un desenlace. Así, la locura ya no es
más considerada en su realidad trágica, sino solamente en el aspecto irónico de sus
ilusiones.
Foucault (1996) menciona que la locura “(…) es despojada de su seriedad dramática: no es
castigo ni desesperación, sino en las dimensiones del error” (Foucault, 1996, p. 32). De esta
manera, su función dramática subsiste en la medida en que se trata de un falso drama.
Sin embargo, dicha ausencia de gravedad no le impide ser esencial, puesto que, si colma la
ilusión, es gracias a ella como se consigue derrotar a la ilusión. Así, “en la locura, donde encierra
su error, el personaje comienza involuntariamente a desenredar la trama” (Foucault, 1996, p. 32).
De esta manera, acusándose dice la verdad.
Asimismo, Foucault (1996) plantea que la locura “(…) es la falsa sanción de un final falso, pero
por su propia virtud, hace surgir el verdadero problema, que puede entonces ser verdaderamente
conducido a su término” (Foucault, 1996, p. 32). Así, oculta bajo el error el secreto trabajo de la
verdad. No tiene necesidad de ningún elemento exterior para acceder al desenlace verdadero,
siéndole suficiente llevar su ilusión hasta la verdad.
Por otro lado, Foucault (1996) considera que la locura también es “(…) en el centro mismo de la
estructura, en su centro mecánico, a la vez fingida conclusión plena de oculto recomenzar, e
iniciación a lo que aparecerá como reconciliación de la razón y de la verdad” (Foucault, 1996, p.
32). La misma indica el punto hacia el cual convergen, de manera aparente, el destino trágico de
todos los personajes, a partir del cual surgen las líneas que conducen a la felicidad recuperada.
Consecuentemente, en la locura se establece el equilibrio, pero lo oculta “bajo una nube de
ilusión”; en tanto que esconde y manifiesta, dice la verdad y la mentira, es sombra y luz.
De esta manera, nace la experiencia clásica de la locura, en tanto que la “gran amenaza” que
aparece en el Siglo XV se atenúa y la locura ha dejado de ser “(…) en los confines del mundo,
del hombre y de la muerte, una figura escatológica (…)” (Foucault, 1996, p. 33). Así, a pesar de
estar dominada, la locura conserva todas las apariencias de su reino, siendo ahora una parte de
las medidas de la razón y del trabajo de la verdad.
El autor menciona que no es de extrañar el encontrar a la locura tan a menudo en las ficciones de
las novelas y el teatro, ni de verlas “merodear” realmente por las calles. Así, “la locura dibuja una
silueta bastante familiar en el paisaje social. Se obtiene un nuevo y vivísimo placer de las viejas
cofradías de tontos, de sus fiestas, sus reuniones y sus discursos” (Foucault, 1996, p. 34).
Así, este mundo de principios del Siglo XVII resulta extrañamente hospitalario para la locura,
puesto que la misma se encuentra allí, “(…) signo irónico que confunde las señales de lo
quimérico y lo verdadero (…)” (Foucault, 1996, pp. 34-35). Sin embargo, nuevas exigencias se
encuentran naciendo.
BIBLIOGRAFÍA
Foucault, M. (1996). Primera parte. I. Stultifera Navis. En Foucault, M. (1996). Historia de la
locura en la época clásica. (pp. 6-35). Ed. Siglo XXI: México.