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Caso práctico ejercicio del derecho al libre

desarrollo de la personalidad

En días pasados, desde que mi hijo inició su cuarto año escolar en un


colegio de la ciudad de Medellín en el que se encuentra estudiando
desde transición, se presentó una situación hasta ahora inédita frente a
su presentación personal, relacionada con su corte de pelo. La primera
semana de clase, el niño llegó a la casa con un mensaje de su
coordinador de disciplina que solicitaba el favor a sus padres de
motilarlo, ya que su corte no se ajustaba a lo establecido en las normas
del colegio. Vale la pena anotar que el llamado de atención fue en
público, lo que le generó dificultades al niño con sus compañeros.

Ello motivó un cruce de notas con el coordinador de disciplina del


colegio en las que expresaba mi extrañeza por la solicitud de cambiar el
corte de pelo del niño, el mismo corte que había tenido durante todo el
año anterior y que no fue problema en ningún momento, y solicitaba que
me explicarán por qué era un inconveniente ahora. Además,
recomendaba que en futuras ocasiones no se le llamara al niño la
atención en público. Frente a esto, solo me remitieron en la respuesta al
manual de convivencia del colegio donde se estipulaba que los cortes
de pelo de los alumnos debían ser “tradicionales”.

Luego de preguntarle al niño como se sentía con su corte y que él


manifestara que no se lo quería cambiar, decidí entonces dejar las
cosas como estaban. Días después, recibimos en la casa un llamado
por teléfono del coordinador de disciplina en el que nos solicitaba
cortarle el pelo por lo menos un centímetro, como si esto hiciera la
diferencia. Decidí entonces escribir una carta sentida en la que
planteaba mi posición como padre de familia, abogado y ciudadano que
usaba, como argumento de fondo, el respeto al libre desarrollo de la
personalidad y la supremacía de la Constitución Política de Colombia
sobre los manuales de convivencia, además sobre el carácter de
irrenunciabilidad de los derechos fundamentales. Luego de esto, recibo
nuevamente el llamado del coordinador del colegio, que al parecer no
entendió el punto que yo quería mostrar a estas alturas, manteniendo su
posición de solicitar el corte de pelo del niño por lo menos un centímetro,
ya que él no tenía cómo explicarles a los demás padres si llegasen a
preguntar por qué él sí tenía un corte de pelo que a sus ojos no era
considerado “tradicional”.

Luego de solicitar una cita con el coordinador para exponer mi posición,


cita que me fue negada, decidí llamar directamente al rector y solicitar
un espacio de diálogo para plantear la situación que se estaba
presentando y encontrar una solución a favor del niño, pues a estas
alturas ya creía que por tener un corte de pelo “no tradicional”, según
una directiva del colegio, estaba violando normas, se le estaban
presentando problemas de autoestima y estaba siendo víctima de
“bullying” en su colegio por parte del coordinador.

Me fue concedido el espacio, en el que dialogué con los coordinadores


de disciplina y académicos del colegio, y con el rector de la institución.
En este espacio expuse la situación, encontrándome inicialmente con
una posición retrograda y violatoria de la Constitución y los derechos
fundamentales del niño en todo momento por parte del coordinador de
disciplina, tal cual había sucedido hasta ahora a través del cruce de
notas. Se expusieron argumentos como el de haber firmado en la
matrícula la aceptación de las normas del colegio, inclusive aduciendo
que de no estar de acuerdo no lo debí haber matriculado allí, el qué
dirán los demás padres de familia de por qué este niño si tenía un corte
“no tradicional” y los otros no y, nuevamente, la petición de cortarle por
lo menos un centímetro.
Con tranquilidad, un poco de paciencia y trayendo en todo momento
argumentos de carácter jurídico, expuse claramente que mi posición no
era una diferente a la de enseñarle a mi hijo de nueve años a defender
sus derechos de manera pacífica, con argumentos y sin que creyera que
estaba violando normas simplemente por ejercer su libre desarrollo de la
personalidad, que el ejercicio de los derechos fundamentales no puede
estar condicionado a nada diferente a los derechos de los otros, que son
derechos irrenunciables y que, indiscutiblemente, la Constitución está
por encima de cualquier manual de convivencia.

Finalmente, el rector y la coordinadora académica se pronunciaron a


favor de mi argumentación, y simplemente recomendaron peinar a mi
hijo de forma cómoda para que su pelo no interfiriera en su vista al
momento de estar en el salón de clase.

De esta experiencia quiero resaltar la enseñanza que quería dejarle a mi


hijo sobre luchar por sus derechos con argumentos, dialogando y sin
presiones, y quiero reflexionar sobre la posición que a estas alturas de
la vida y 23 años después de haber firmado la Constitución Política de
1991, tienen instituciones educativas en nuestro país, posición que
abiertamente vulnera los derechos de nuestros hijos. Lo que me lleva a
preguntarme si como padres de familia deberemos tener algún tipo de
formación jurídica para poder defender los derechos de nuestros hijos
en sus colegios.

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