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Isabel Introzzi
Nuestra vida cotidiana está plagada de acciones que dependen de las Funciones Ejecutivas (FEs).
La lista de comportamientos o de situaciones en las que intervienen estos procesos cognitivos
puede ser infinita: evitar una fuerte discusión con el jefe para conservar el trabajo, no responder a
un insulto o agresión verbal de un alumno durante el transcurso de la clase, lograr ajustarnos y
mantener el plan de dieta que iniciamos hace una semana, cambiar un hábito poco saludable, lograr
concentrarnos y poder finalizar a término un trabajo complejo y tedioso que debemos entregar en
pocos días, entre otras miles de situaciones en apariencia muy heterogéneas.
Todos estos comportamientos
comportamientos dependen en gran parte de las FEs y éste es el principal
motivo por el que numerosos investigadores y profesionales de distintas disciplinas se encuentran
abocados al estudio de las mismas. En las últimas tres décadas, la evidencia empírica ha permitido
mostrar que las FEs presentan un fuerte impacto sobre la calidad de vida, pues están involucradas
en el aprendizaje, la salud mental y física, la vida social y el rendimiento académico y laboral, entre
otros ámbitos de vital importancia para una vida plena y ajustada a las demandas del medio. Estos
hallazgos, han incrementado el interés de psicólogos, educadores, psicopedagogos y
neurocientíficos generando un notable aumento en la cantidad de publicaciones científicas y de
divulgación general destinadas a su estudio y análisis. En líneas generales, los descubrimientos
científicos iniciales lograron concentrar la atención de gran parte de la comunidad científica,
impulsando de este modo el desarrollo de una multiplicidad de estudios que generaron a su vez
nuevos hallazgos y el desarrollo de diversas líneas de investigación. Parece que este ciclo de
crecimiento, continua reproduciéndose hasta el día de hoy, lo que ha permitido generar un
importante avance en diversas áreas, particularmente en aquellas destinadas a obtener una mejora
en la calidad de vida a través del desarrollo de distintos tipos de aplicaciones y líneas de
intervención. Los programas de entrenamiento y rehabilitación de las principales FEs (ver Diamond
& Lee, 2011; Karbach & Unger, 2014; Rapport, Orban, Kofler & Friedman, 2013), el diseño de
programas educativos y curriculares que incluyen el desarrollo y estimulación de las FEs como un
objetivo prioritario (por ejemplo Diamond, Barnett, Thomas & Munro, 2007; Hermida et al 2015),
la actualización y desarrollo de nuevas técnicas y herramientas de evaluación para la detección de
déficits ejecutivos (ver Lezak, Howieson, Bigler & Tranel, 2012) y los nuevos programas de
modificación de conducta y hábitos disfuncionales que consideran las características operativas
básicas de estas funciones, constituyen claros ejemplos del crecimiento y grado de avance vinculado
a éste campo de estudio. Pero, entonces, ¿qué se entiende por FEs?
Cómo se explicó anteriormente, las FEs están fuertemente implicadas en la mayoría de las
actividades cotidianas. Pero, ¿qué son las FEs? ¿en qué tipo de actividades se manifiestan? ¿cuáles
son sus principales características? y, finalmente ¿en qué se diferencian de otros procesos
cognitivos?. En los apartados siguientes intentaremos dar respuestas a estas preguntas.
Definir las FEs no resulta una empresa fácil, ya que existen prácticamente tantas definiciones
como autores dedicados a su estudio. Sin embargo, con el tiempo se ha llegado a un consenso en
relación a la definición de sus principales características y propiedades. Una definición lo
suficientemente amplia, general y aceptada por la mayoría de los investigadores es la que las
conceptualiza como el conjunto de procesos cognitivos que actúan controlando o modulando las
emociones, comportamientos y pensamientos con el objeto de orientar o guiar el comportamiento
hacia el logro de metas u objetivos que resultan valiosos para el individuo (Gioia, Isquith, & Guy,
2001). Con respecto a esta definición, resulta pertinente aclarar que aunque inicialmente las
definiciones e investigaciones se han focalizado prioritariamente en el control que las FEs ejercen
sobre la cognición y el comportamiento, actualmente se tiende a incluir el control de las emociones
como una de sus funciones más relevantes (ver Schmeichel & Tang).
Las FEs constituyen un constructo complejo, no solo por lo abarcativo de la definición sino
también por una de sus principales características: la multidimensionalidad. Es justamente por esta
característica que hablamos de “Funciones Ejecutivas” y no de “Función Ejecutiva”. El uso del
plural para referirse a este constructo no es arbitrario ni fortuito. Nos referimos a las “Funciones
Ejecutivas” porque se considera que son varios los procesos que contribuyen al comportamiento
guiado por los objetivos. Aunque la autonomía entre estos procesos parece no ser completa (Letho
Juujarvi, Kooistra & Pulkkinen, 2003; Miyake et al. 2000, Miyake & Friedman, 2012) en la
actualidad se distingue entre distintos procesos ejecutivos.
¿Qué significa la ausencia de una completa o total autonomía entre los procesos ejecutivos?
Aunque en principio esta afirmación puede resultar algo confusa para el lector, puede explicarse en
términos sencillos a través de un ejemplo. Pensemos en dos objetos que pertenecen a la misma
categoría semántica como sería el caso de una mesa y una silla. Ambos objetos comparten un rasgo
semántico que los caracteriza y los discrimina de un conjunto de objetos pertenecientes a otras
categorías. Sin embargo, aunque ambos objetos comparten las características comunes a todos los
muebles: tener alguna funcionalidad, ser trasladables, incrementar el confort, etc., también
presentan características que les son propias y distintivas. Lo mismo sucede con los procesos
ejecutivos. Todos los procesos ejecutivos comparten un conjunto de características que los
discriminan de otros procesos no ejecutivos pero a su vez, cada proceso ejecutivo presenta rasgos
únicos que justifican la discriminación entre ellos.
Existen ciertos aspectos que suelen estar presentes en la mayoría de las conceptualizaciones y
modelos vigentes sobre las FEs. Así, las FEs suelen caracterizarse como:
Pero, ¿qué significa cada una de estas afirmaciones? Para una compresión más completa de
las FEs resulta entonces necesario describir en qué consiste cada una de estas características
vinculadas al funcionamiento de estos procesos.
a. Las Funciones Ejecutivas como procesos de control.
¿Por qué se define a los procesos ejecutivos como “procesos de control”?. ¿En qué tipo de
situaciones intervienen?
El acto de control asociado al concepto de FEs se refiere a la habilidad de las personas para
reemplazar un impulso o tendencia prepotente por otro tipo de respuesta más débil aunque más
apropiada a la situación. Baumeister y Heatherton (1996), se refieren a esta operación de una
manera sencilla y muy ilustrativa; “como la puesta en marcha de un proceso interno capaz de anular
o impedir la ejecución de otro” (p. 2). Es decir, existe un conjunto de respuestas que se activan
como parte de programas innatos, hábitos y aprendizajes bien establecidos y/o de la motivación, y
existe otro tipo de respuestas u operaciones internas cuyo principal objetivo, es la anulación de los
anteriores. Este, es el tipo de control que permiten las FEs, y es por ello que para la mayoría de los
autores constituyen el principal recurso de la autorregulación, es decir, del comportamiento
orientado hacia objetivos futuros y con un elevado valor para el individuo (Bauer & Baumeister;
Hofman, Schmeichel & Baddeley, 2012).
En los últimos años, se han desarrollado distintas teorías basadas en paradigmas duales que
intentan explicar la manera en que funciona un acto de control ejecutivo (ver Hofmann, Friese &
Strack, 2009; Metcalfe & Mischel, 1999; Strack, Werth & Deutsch, 2006). Este tipo de explicaciones
aporta una descripción clara de la clase de situación en las que intervienen o en las que se activan las
FEs. En líneas generales, plantean que, en determinados contextos, el comportamiento de las
personas puede explicarse como el resultado de la activación de dos sistemas diferentes, que
podrían considerarse como dos caras de la misma moneda: el sistema impulsivo y el sistema
reflexivo. El contenido del sistema impulsivo, son los impulsos, es decir, la inclinación a ejecutar
una acción específica en un contexto particular (Baumeister & Heatherton, 1996). Los impulsos son
específicos, se activan de manera automática, requieren escasa deliberación consciente y su
gratificación suele estar próxima espacial o temporalmente (Hofmann et al., 2009). Por otra parte,
los esquemas del sistema reflexivo consisten en un conjunto de reglas, normas y objetivos
personales (p.e.: “mi dieta no me permite comer esa porción de torta de chocolate”) que favorecen
la activación de un conjunto de operaciones ejecutivas complejas y de alto orden como la inhibición
o supresión de respuestas prepotentes (Strack & Deutsch, 2004). Este tipo de esquemas, necesitan
su propia fuente de energía para activarse y operar. Sin embargo, debido a su compleja naturaleza,
suelen ser complejos y difíciles de poner en funcionamiento aunque una vez iniciados son
tremendamente poderosos. Como explica Vohs (2006), podríamos pensar que la principal fuente de
energía que alimenta a este sistema proviene de los recursos de autorregulación, cuyo componente
principal son las FEs (Bauer & Baumeister 2011; Hofmann et al., 2012).
De acuerdo a estos enfoques, la manifestación o expresión conductual de ambos tipos de
sistemas resulta incompatible (Strack & Deutsch, 2004). Supongamos que experimentamos un
fuerte impulso de comer una deliciosa porción de torta de chocolate, pero sabemos que eso no es
conveniente debido a que estamos intentando bajar de peso. Esta situación implica un conflicto
interno que puede definirse por la acción de dos fuerzas que pujan en sentido contrario y dónde
finalmente solo una logrará tener acceso al control de la conducta. Todo depende de la activación
relativa de cada sistema. En síntesis, en esta lucha solo existe un ganador: el impulso o la reflexión (que
favorece la activación del control ejecutivo): o me como la porción de torta o logro contener el
impulso en pos de mi objetivo que es bajar de peso- ambas conductas no pueden manifestarse de
manera simultánea
Está claro entonces que el ámbito natural de las FEs es el conflicto. Cuando se presenta un
conflicto entre un impulso o tendencia prepotente y una meta u objetivo, resulta necesaria la
autorregulación, un mecanismo de naturaleza compleja y general que nos permite conducir nuestro
comportamiento hacia la meta deseada y, para varios autores, las FEs constituyen una de las
principales herramientas de la autorregulación (Bauer & Baumeister 2011; Diamond, 2013,
Hofman, Schmeichel & Baddeley, 2012; Miyake & Friedman, 2012)
La autorregulación en general y el control ejecutivo en particular, tienen importantes
beneficios para el normal desempeño en nuestra vida cotidiana y la vida en sociedad (ver Diamond,
2013; Tangney, Baumeister & Boone, 2004). Actualmente, nadie duda del enorme beneficio que
implica un buen control ejecutivo, sin embargo, el uso de las FEs también tiene un costo. El
funcionamiento ejecutivo necesario para el autocontrol, consume una cantidad de recursos que son
finitos. La energía con la que contamos para ejecutar nuestros actos de control, es limitada. Por este
motivo, cuanto más usamos menos tenemos para emprender futuros actos de autocontrol.
Baumeister y sus colegas, han proporcionado innumerables ejemplos -a través de ya más de 60
publicaciones científicas- de cómo la ejecución en alguna tarea ejecutiva afecta negativamente el
desempeño en una tarea subsiguiente que también demanda un elevado autocontrol. Se supone que
la primer actividad consume una cantidad de recursos que ya no estarían disponibles para el
desempeño en la segunda actividad y es justamente por este motivo que en ésta última, el
rendimiento es inferior (ver Baumeister, Schmeichel & Vohs, 2007; Bauer & Baumesister, 2011;
Baumeister, Heatherton & Tice, 1994). Sin embargo, las FEs no solo suponen un costo en términos
de recursos, también se caracterizan como procesos conscientes que implican la percepción
subjetiva de esfuerzo. Durante un acto de control, las personas somos muy conscientes de que
estamos haciendo algo que no deseamos o que no estamos haciendo algo deseado o que no
estamos haciendo algo que queremos intensamente – p.e. no ingerir la porción de torta- (Vandellen,
Hoyle & Miller, 2012). Además, en una situación de conflicto, al activarse las FEs percibimos
claramente que estamos haciendo un gran esfuerzo. Como explica Diamond (2013), “es mucho más
fácil continuar haciendo algo que veníamos haciendo que generar algún cambio, funcionar en piloto
automático que reflexionar acerca de cuál será nuestro próximo paso o simplemente caer en la
tentación en vez de resistirnos a ella” (p.136). Todos estos actos requieren control ejecutivo y un
gran esfuerzo respecto a sus principales competidores, a saber, comportamientos más fáciles de
ejecutar y de carácter más automático.
Por otro lado, para entender cómo y en qué tipo de situaciones se activan las FEs, podemos
pensar a modo de ejemplo, en la situación de un conflicto entre jefe y empleado. Supongamos que
nuestro jefe es una persona bastante desagradable, injusta y hostil y que estamos intentando
exponer nuestras ideas en una reunión de trabajo. Mientras intentamos completar la presentación,
nos interrumpe y critica de manera continua en un tono ofensivo y amenazante. Lo más probable,
es que nuestro impulso más fuerte e inmediato sea el de insultarlo, llorar desconsoladamente, salir
corriendo de la sala de reuniones o simplemente abalanzarnos sobre él y darle un golpe certero. Sin
embargo, sabemos que a través de su historia y experiencia individual, los seres humanos van
elaborando de forma progresiva un complejo entramado de objetivos que se organizan de manera
jerárquica y que orientan su conducta a más corto, mediano o largo plazo. La estructura de este
entramado es jerárquica, pues muchos de estos objetivos (usualmente lo más elevados, abstractos y
de alcance a más largo plazo) están supeditados y dependen del cumplimento de muchos otros (más
concretos y de alcance a más corto y/o mediano plazo) (Fishbach & Converse, 2011). Regresemos
ahora al ejemplo del jefe. En nuestra estructura de objetivos, satisfacer las necesidades básicas de
nuestra familia, funcionaría como un objetivo de orden superior, conservar el trabajo sería un
objetivo de nivel inferior supeditado al anterior y, evitar discutir con el jefe, correspondería a un
nivel más bajo, altamente dependiente de los anteriores. El tema es que evitar discutir o agredir al
jefe requiere de control ejecutivo. En este ejemplo, existe un claro conflicto entre nuestro impulso
de agredir o insultar al despiadado jefe y un conjunto de objetivos de orden superior.
Lamentablemente, el impulso de agredir al jefe es mucho más próximo, acotado y limitado, y por
ende, más fácil de concretar que los otros objetivos y esto, es precisamente lo que complica la
situación, y demanda la intervención del control ejecutivo. Claramente, cualquiera de las opciones
de respuesta descritas: -llorar, salir corriendo o agredir al jefe- están muy al alcance de nuestras
manos, es decir que son fácilmente accesibles y realizables, pero en mayor o menor medida,
pondrían en peligro, uno de los principales objetivos jerárquicos mencionados: conservar el trabajo.
Por lo tanto, es justamente en este tipo de situaciones donde deben intervenir las FEs. Si decidimos
que lo prioritario para nosotros continúa siendo conservar el trabajo deberemos ejercer un acto de
control que permita regular o controlar nuestras emociones, pensamientos y conductas con el
objeto de proteger nuestra principal meta u objetivo. Y esta última, es precisamente la principal
función y el contexto natural en el que se desenvuelven las FEs.