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Autoras
Fernández Canales, Maria Lujan
Garcia Juárez, Maria Eleonora
Manso, Fernanda Patricia
Estudiantes UBA
Nuestra postura
En base a todo lo expuesto, habiendo mencionado los argumentos a favor y en contra
del control de constitucionalidad de oficio y los criterios que ha sostenido la Corte
Suprema de Justicia de la Nación, cuyo correlato se halla en las distintas posiciones
doctrinarias, expondremos nuestra posición frente al tema.
En cuanto al interrogante formulado al principio del presente: para que el control de
constitucionalidad tenga lugar, ¿es necesario que sea pedido por las partes o puede el
juez, motu propio, declararlo de oficio?, o mejor dicho, ¿es viable el control de
constitucionalidad de oficio, es decir, sin que hubiese mediado petición de parte?
Entendemos que sí, tal como lo considera hoy la doctrina mayoritaria y la
jurisprudencia, en especial, el máximo Tribunal. Partiendo del principio de supremacía
constitucional, debe concederse a todos los jueces esta facultad de control de
constitucionalidad de oficio en forma amplia, y que, en realidad, es un deber para ellos,
en virtud de su función de defender la Constitución.
El fundamento principal en el que se basan las razones para sostener lo dicho es la
supremacía de la Constitución Nacional, por cuya protección debe velar el Poder
Judicial, además de constituir uno de los fines más importantes del control de
constitucionalidad (hasta podemos afirmar que éste existe en virtud de dicha
supremacía). En base al art. 31 CN, surge el deber, o mejor aún, la obligación, de la
adecuación de la actividad de los Poderes del Estado a la Carta Magna (hoy es más
correcto referirse al “bloque de constitucionalidad”). De manera que los integrantes del
Poder Judicial, como guardián de aquélla, tienen la función en cada caso planteado de
verificar si la norma que resuelve el pleito se halla en consonancia con la norma
suprema. Como lo ha expresado, gran parte de la doctrina, “la declaración de
inconstitucionalidad de oficio no sólo es facultativo a petición de las partes sino es un
imperativo para el juez”, afirmación con la que concordamos y, por tanto, consideramos
que el control –de oficio- puede llamarse una “facultad-deber”.
Hay que agregar además que en el Preámbulo se establece el objeto de afianzar la
justicia. Esto debe ser considerado como un objetivo principal y final para el Poder
Judicial, en su carácter de órgano del Poder, de modo tal que el proceder de los jueces
debe tender hacia dicha finalidad. Es así que esto conlleva a afirmar la obligación de
ejercitar el control constitucional, aún de oficio, para garantizar una administración de
justicia razonable y conforme a derecho, que respete los derechos fundamentales de la
1° parte y las disposiciones de la 2° parte de la Constitución.
A ello se suman las características básicas asignadas al Poder Judicial como lo son la
imparcialidad y la independencia, las cuales hacen a su naturaleza misma. Este
reconocimiento, como una virtud de dicho Poder, junto con su función de velar por la
Constitución y las leyes conformadas a ésta, confirma que el mismo se halla en una
posición más que ventajosa para ejercer el control de constitucionalidad, siendo éste de
oficio o a petición de parte.
Podemos decir entonces que, es obligatorio para el juez, en su tarea de administrar
justicia, verificar la constitucionalidad del acto o de la norma que se presente en el
caso. El Poder Judicial tiene a su cargo el “ejercicio de la jurisdicción”, mediante el cual
es competente para administrar justicia. Esto lo hará dando una decisión sobre la
controversia planteada en un pleito, por medio de una sentencia. Pero para llegar a tal
decisión (que pone fin al conflicto), aplica el derecho. Y es en esta tarea de determinar
el derecho aplicable al caso, frente a los hechos debatidos, donde aparece la necesidad
de que el juez considere la totalidad del ordenamiento jurídico, encabezado por la Ley
Suprema, y que proceda a ejercer el control de constitucionalidad, ya que es su función
defender y garantizar la mencionada supremacía constitucional. Suele resumirse, por la
doctrina, este procedimiento en tres pasos: 1) determinar el derecho aplicable al caso; 2)
verificar la constitucionalidad, o sea, la conformidad de aquél con la CN; 3) si se halla
adecuado a la misma, se aplicará, mientras que si ello no es así, se declarará la
inconstitucionalidad y no se lo aplicará. En el caso “Mill de Pereyra”, comentado antes,
se receptó este argumento, diciendo que “la atribución que tienen y el deber en que se
hallan los tribunales de justicia … de examinar las leyes en los casos concretos que se
traen a su decisión comparándolas con el texto de la constitución, para averiguar si
guardan o no conformidad con esta, y abstenerse de aplicarlas si las encuentran con
oposición con aquella, constituye uno de los fines superiores y fundamentales del poder
judicial nacional y una de las mayores garantías con que se ha entendido asegurar los
derechos consagrados en la constitución contra los abusos posibles de los poderes
públicos, atribución que es derivación forzosa de la distinción entre los poderes
constituyentes y legislativo ordinario que hace la constitución, y de la naturaleza
necesariamente subordinada del segundo”. Como correctamente se resalta en este
párrafo tomado del voto del Dr., Boggiano, este control a la actividad de los otros
órganos contribuye a condenar los “abusos” en que aquéllos puedan incurrir, vulnerando
la norma suprema como los derechos fundamentales de los individuos y de la sociedad
toda.
Por otro lado, actuar de oficio significa hacerlo motu propio. Pero, como bien expresa
Ricardo Haro, “debemos distinguir la oficiosidad para abrir la instancia judicial, de
aquella que hace posible realizar dentro de la instancia un acto judicial”. De
manera que la función jurisdiccional sólo puede actuar de oficio en una causa, caso o
pleito concreto planteado ante un tribunal. Pero una vez abierta la instancia judicial por
la parte, no puede sostenerse que el juez no pueda de oficio realizar el control de
constitucionalidad, el que constituye “un acto tan eminente e insoslayable de su función
jurisdiccional”, como afirma dicho autor. Concluye éste que “identificar prohibición
para actuar de oficio con existencia de causa: sí. Pero identificar prohibición para
actuar de oficio con causa más petición de parte: no”.
Habiéndose receptado el modo de control difuso, implica que el control de
constitucionalidad no se realiza en abstracto sino en concreto. “El ejercicio de la
actividad jurisdiccional no supone en modo alguno la admisión de declaraciones en
abstracto, es decir, fuera de una causa concreta en la cual debe optarse entre la
aplicación de una norma de rango inferior en pugna con la Constitución Nacional”
(Fallos 303:306). Entonces, no se ejercita dicho control sobre la norma “en abstracto”
sino que es, dentro de un caso concreto, sobre la norma que se encuentra cuestionada en
cuanto a su aplicación por contradecir las disposiciones supraconstitucionales. Esto se
une con otro carácter del sistema adoptado en nuestro país, cual es el efecto interpartes
de la sentencia que declara la inconstitucionalidad.
De acuerdo con lo expresado ut supra, la función primaria del Poder Judicial –de ejercer
la jurisdicción- tiene una arista básica, consistente en la facultad de “decir el derecho”.
Frente a los hechos alegados y probados por las partes en un litigio, el juez, como
tercero imparcial, valorará los mismos y establecerá bajo qué normas del sistema
jurídico encaja la cuestión presentada. Ahora bien, se le reconoce al juez esta facultad
aún cuando las partes aleguen de manera equivocada el derecho o, de hecho, no lo
aporten; de manera que en virtud de aquélla, el juez aplicará la norma que considere
adecuada al pleito puesto que se entiende que él “conoce el derecho”. Como dijimos, en
esta tarea, el magistrado va a tener que previamente controlar la subordinación a la
norma superior, tachando de inconstitucional a aquella contraria a la misma, aún si lo
hiciera de oficio. Como se observa, esta declaración de inconstitucionalidad es una
“cuestión de derecho” y no de hecho, por lo que se ubica dentro del ámbito de la labor
de “decir el derecho”. Por ello, es válidamente admisible la aplicación del principio
“iura novit curia”, el cual no afecta el derecho de los litigantes. Así lo entendió la
Corte Suprema, al considerar que “si bien los jueces no pueden declarar la
inconstitucionalidad de la ley en abstracto, es decir, fuera de una causa concreta
sometida a su juzgamiento, de ello no se desprende que necesariamente la parte
interesada deba requerir en forma expresa el control de constitucionalidad, ya que este
constituye una cuestión de derecho, insita en la facultad de los jueces que se resume en
el adagio romano iura novit curia y que incluye el deber de mantener la supremacía de
la Constitución” (caso “Ricci c/ Autolatina Argentina S.A”).
De esto se derivan dos ideas. La primera es que el control de oficio no vulnera el
derecho de defensa de las partes. Como razona mayor parte de la doctrina y el mismo
Tribunal Supremo, si la declaración de inconstitucionalidad de oficio violara el derecho
de defensa en juicio, también podría decirse, a contrario sensu, que ello ocurre cuando
el juez resuelve un caso considerando una disposición no prevista por las partes o citada
equivocadamente. Y en segundo lugar, la declaración de inconstitucionalidad por
control de oficio no viola el principio de congruencia, puesto que ante la omisión o el
error en la cita del derecho que se alega, el juez está facultado para traer en su decisorio
la norma considerada por él como correcta, de manera que no vulnera la congruencia
entre lo planteado y lo decidido. Además se entiende que las partes participaron del
debate ejerciendo su derecho de defensa, expresando sus pretensiones y alegando y
probando sus afirmaciones. El magistrado considerará todo ello y dictará sentencia,
pudiendo no fundamentarla en disposiciones citadas por los litigantes, sino en base a
aquellas que crea conveniente al caso y que haya triunfado en el control de
constitucionalidad (en pos siempre de mantener la supremacía constitucional).
Por otro lado, puede afirmarse que no se afecta mediante la procedencia del control
de oficio, la presunción de legitimidad de los actos estatales, la cual no es absoluta y
“cede cuando los actos cuestionados contrarían una norma de jerarquía superior” (“Mill
de Pereyra”). La facultad conferida al Poder Judicial no atenta contra los actos de los
restantes órganos del Estado, ya que dichos actos, en cuanto a su validez constitucional,
no significa que ella sea “irrevocable”. En efecto, esto se basa en que los mismos no
gozan de una presunción de validez iure et de iure, sino, por el contrario, gozan de una
presunción iuris tantum (que admite prueba en contrario). Esto tiene incluso aplicación
en una de las especies, como es la presunción de legitimidad de las leyes debidamente
sancionadas y promulgadas.
Por eso, también puede afirmarse que el control de oficio no afecta el equilibrio de
poderes. La doctrina y la jurisprudencia sostienen que el control ejercido por el Poder
Judicial favorece dicho equilibrio, desde que para que exista el mismo y se encuentren
en armonía entre ellos, debe haber siempre un órgano de control para evitar abusos, lo
cual responde al sistema de frenos y contrapesos. Puede decirse que carece de sentido
distinguir entre que el control constitucional, ejercido por el Poder Judicial, sea a pedido
de parte o de oficio, puesto que en pos de la protección de la división de funciones, el
control entre los órganos de gobierno y la supremacía constitucional, es necesario
siempre controlar la constitucionalidad de los actos estatales. Este criterio –en cuanto a
la no afectación de la división de poderes- fue sostenido desde un principio por los
jueces Fayt y Beluscio, diciendo que “no puede verse en la admisión de esa facultad la
creación de un desequilibrio de poderes a favor del Judicial y en mengua de los otros
dos, ya que si la atribución en si no es negada, carece de consistencia sostener que el
avance sobre los otros poderes no se produce cuando media petición de parte y sí
cuando no la hay. Tampoco se opone a la declaración de inconstitucionalidad de oficio
la presunción de validez de los actos administrativos, o de los actos estatales en general,
ya que dicha presunción cede cuando contrarían una norma de jerarquía superior, lo que
ocurre en las leyes que se oponen a la constitución” (Fallos 306:303). Agregando lo
sostenido por Boggiano: “la declaración de inconstitucionalidad sin que medie petición
de parte no importa un avasallamiento de los poderes Ejecutivo y Legislativo, pues
dicha tarea hace a la esencia del Poder Judicial, una de cuyas funciones específicas
consiste en controlar la constitucionalidad de la actividad estatal, a fin de mantener la
supremacía de la Constitución Nacional” (“Mill de Pereyra”).
Por lo expuesto, entonces, consideramos que es procedente el control de
constitucionalidad de oficio.