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Teoría y Análisis Literario


Teórico Nº 29

Materia: Teoría y Análisis Literario C


Cátedra: Jorge Panesi
Teórico: N° 29 – 5 de julio de 2011
Tema: Jacques Derrida.

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Estimados y fieles alumnos.


La vez pasada cometí dos errores. El primer error es que no les dije quién era el autor de
esta biografía. Como biografía es una decepción, más que una hagiografía es una cuasi
celebración, lo que es más tibio. Derrida fue publicado en Flammarion, París, 2002. Su
autor es Benoît Peeters. Es un poco decepcionante.
Me parece que Derrida, cuando escribe, no piensa en un lector fácil sino
sacrificado. Sus conferencias –las que dio en Buenos Aires eran de aproximadamente
una hora, conferencias normales-, cuando han pasado a libros, casi todos al final, en su
origen fueron conferencias. De una conferencia de tres horas pasamos a un libro de cien
páginas. Cuando la gente hacía lo posible para que el conferenciante termine, Derrida
seguía. El lector, a diferencia del que oye, puede regular su tiempo de lectura. No sí
hacen esta materia y tienen un examen parcial. Una de las quejas de Derrida, como
filósofo y lector, es que no lo leen con la atención y el cuidado que él merece.
¿Qué queda de un libro cuando lo cerramos? No solo queda la impresión sino
también un resumen. Esto es, evidentemente, no la negación de la lectura sino algo en lo
que Derrida no creía de ninguna manera que es que un texto, la textualidad, pueda ser
reducida a un resumen. El texto, evidentemente, escapa a esa síntesis. Lo que es
específicamente textual, si hay algo así, es algo que escapa. En un resumen damos
cuenta no de los gestos, no de las redes significantes, no de lo que un texto hace
reverberar de sí y en otros textos parecidos o las vibraciones que podemos extraer de las
menciones o alusiones que nosotros podemos encontrar o fabricar para un texto. Un
texto no se atiene meramente al contenido, al contendido llamado «esencial»,
«importante». «principal». Por eso a Derrida no le gustan las tesis. Las tesis, los
resúmenes, congelan el movimiento infinito, podríamos decir, de la significación y la
diseminación, etc. Con una tesis o un resumen todo eso que está en la movilidad del
texto, en la resonancia –estoy diciendo muchas metáforas: resonancias, reverberaciones-

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que constituye un texto, se pierde.


Dice Derrida, en el texto que ustedes van a tener que leer, si lo leen alguna vez,
que es «Ante la ley»: «Todo texto tiene tanto de ilegible como legible». ¿Por qué? En
realidad, un texto nunca es homogéneo y eso que escapa a los resúmenes, aquello que
no se puede resumir, a lo mejor es algo que una lectura no puede dar cuenta. Algo
resiste en el texto y a lo mejor una lectura no puede dar cuenta de eso, pero sí de otros
aspectos.

Alumna: El lenguaje tampoco es transparente.

Profesor: Desde ya. En todo discurso hay cosas ilegibles y a veces no se trata por la
voluntad y el deseo de hermetismo del autor. A lo mejor no pueden ser leídas porque no
ha llegado el momento de leerlas. Lo que en otro contexto no pudo ser leído, era
ilegible, después pudo serlo. Pensemos en un texto de los siglos XVII o XVIII: hay
cosas que no parecen ilegibles porque hemos perdido esa resonancia y otras que no
parecen ilegibles por lo monstruosas. En un momento y una sociedad, por ejemplo, se
escribieron textos que alababan o, por lo menos, toleraban o propagandizan la esclavitud
o la tortura. Es el caso de los textos de Sade que, para algunos, son una maravilla y para
otros son sencillamente ilegibles. Para los surrealistas eran lo más literario, en cuanto a
transgresión, que se podía encontrar. Hicieron una revalorización de Sade, del mismo
modo que la hizo Foucault, vía Blanchot. Imaginemos leer a Sade en la parroquia de
una iglesia. Cualquier cura o pastor puede leer el texto de Sade, pero si sintoniza con
Sade es que algo anda mal. Si le resulta muy legible, Dios nos libre cómo dirían los
pastores y curas. Nunca un texto estaría completo. Si un texto está completo, si tenemos
el sentido último del texto, el resumen del texto, ese texto está muerto para siempre.
Está congelado, no sirve. A eso apunta Derrida en un texto que pienso analizar hoy.
Antes voy a volver a algo que es importante porque es como el broche de la
teoría de la firma de Derrida. Son los tipos de firma que Derrida encuentra, pero ya las
había encontrado leyendo a Genet. Derrida construyó una máquina de leer firmas. La
firma tiene que ver con uno mismo, con una marca que no sé si es del autor. Esto lo
afirmó una alumna que esta mañana me escribió: a pesar de estos cursos, el asunto del
autor, la muerte del autor, no la convencía.
En primer lugar, como dijimos y retomo desde ahí, una firma, se relaciona y
articula con un nombre que es, insisto, el nombre del muerto, el nombre de la

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«thanatografía» y no de la autobiografía. Para que la biografía esté completa el


biografiado tiene que haber muerto. Está muy claro lo que dice Derrida de la
«thanotografía» por la autobiografía. El nombre, además de ser el nombre de un muerto,
en cuanto propio no tiene nada de propio según vimos. Esta es una de las paradojas en
las que insiste Derrida; por ejemplo, las paradojas del narcisismo o de la especularidad.
Todo lo propio, en general, termina en una suerte de aporía o de callejón sin salida.
Obviamente, a lo propio le hace falta el otro, esa dimensión que tendría toda huella, toda
marca, todo signo.
¿Hay algo propio? Seguramente: hay algo que Derrida denomina «idion», de
donde viene idiosincrasia, idioma e idiota, no habría que olvidarlo. El idiota es aquel
que está absolutamente encerrado en su cápsula. Un idiotismo, en materia lingüística, es
aquello que no podemos traducir; no solo que no dice nada, sino que solo es entendible
como un repliegue de la lengua que se resiste a la traducción. No es que no haya nada
relacionado con el «idion», existe todo eso. Por eso ese juego de Derrida con los
traductores. Recuerden que, para él, una definición positiva de la deconstrucción es
asimilarla a una suerte de traducción generalizada, en la medida en que la traducción no
cree nunca en los resúmenes. La traducción pone el texto llamado «original» en otro
lado, lo convierte en otro. Como dice Derrida, comentando el famoso texto de Benjamin
«La tarea del traductor», un texto, para sobrevivir, para tener una sobrevida, daría
señales, deseos o imperativos de ser traducido. Es decir, de pasar a otra lengua. La
subsistencia de un texto depende, en buena medida, de su traducción. De otro modo
queda reducido a un espacio que es el de su propia lengua, no tiene otro. No siempre las
traducciones empobrecen el original. Benjamin y Derrida no creían eso. Lo ponen en
una nueva dimensión que el texto original no tenía, le ponen otro sentido. No en un
sentido contrario o sí.
Estábamos en ese punto en que un nombre cualquiera, por pertenecer a la
lengua, tiene una forma muy rara de pertenecer porque un nombre propio no es
exactamente un nombre como los demás. Tiene algo de general y, en ese sentido, un
nombre cualquiera entra a formar parte del sistema de la lengua, entra a formar
relaciones con la lengua. Por lo tanto, es un núcleo difícil de traducir: Pierre no se
traduce por Pedro porque Pierre es piedra en francés. La lengua castellana no conecta,
inmediatamente por lo menos, con piedra. A menos que nos acordemos del catecismo.
La firma es paradójica. ¿Por qué firmamos? La firma es como una especie de
clausura, de candado. El que firma parece decir que corta el texto ahí. Es un gesto que

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Derrida lee, primero, como clausura. Es decir, «Noli me tangere», no toques este texto.
Lo cerré, cerré la puerta como en «Casa tomada» de Cortázar. Tirá la llave, la clave, del
texto. Con eso digo que yo tengo el secreto de este texto, cierro y punto y aparte. Es un
gesto, dice Derrida, de reapropiación de ese texto. Cuando alguien termina un poema y
se lo da a su amada o amado o lo cuelga en Internet, sabe que está sujeto a las peores
inclemencias humanas; a la crítica, al escarnio, a la mala interpretación o a la buena
interpretación pero despiadada. Esta dispuesto a todo. También al plagio pero eso sería
una suerte. Si algo se plagia es porque hay un consenso al respecto. Yo cierro el sentido
del texto, es como un broche para que nadie se lo apropie. Paradoja: estoy matando dos
pájaros de un tiro. Estoy matando a mi texto, si nadie lo lee muere, y estoy matando mi
firma que está ligada con ese texto.
Todo nombre propio, respecto de la lengua, tiene una posición especial por ser
propio. Está en un estatuto particular que Derrida describe como perteneciente a la
lengua sin pertenecer. Está como en una región diferente, en cierta medida opuesta a
todos los nombres de la lengua. Fíjense que esto es homólogo a lo que ocurre con la
firma y su posición dentro del texto. La firma pertenece al texto, se relaciona con el
texto, pero está en una posición marginal. Da lo mismo que la firma vaya al principio o
al final, lo mismo que un título. Es una convención, una ley que el texto puede respetar
o no. Yo puedo firmar en cualquier lugar y transgredir tranquilamente esa convención.,
esa norma como diría Mukarovský que, en este aspecto, se va a parecer bastante a
Derrida. Obviamente, Derrida no tiene ninguna carga semiológica. Para Derrida ser
semiólogo sería un espanto; creer en el sistema y en el doble plano del signo sería caer
en el filosofema materia-espíritu, inteligible.-sensible, etc. pero en cuanto a que un texto
está sujeto a normas y a una cierta juridicidad que lo sobrepasa totalmente, los dos, si
pudieran dialogar, estarían de acuerdo.
Así como el nombre respecto de la lengua está sin estado, pertenece sin
pertenecer, la firma, de la misma manera, respecto del texto está como en una periferia
del mismo modo que el título. Con respecto al título, en «Ante la ley», Derrida hace un,
a lo mejor, insoportable pero muy detenido análisis. La convención que todo el mundo
respeta es algo que va de suyo: nadie se pone a pensar en las comas, salvo la gente muy
inteligente. Adorno, en Notas sobre literatura, tiene un artículo dedicado a los signos de
puntuación. Es un artículo muy bueno y muy divertido, aconsejo su lectura. Derrida no
es el único que está sujeto a estas pequeñas cosas del texto: las comas, los puntos, los
títulos, las firmas, los blancos, etc.

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Volviendo a la firma. Derrida, con su maquinita de analizar firmas, vuelve sobre


un poeta francés que se convertirá en amigo de él y que también tiene la pasión por la
firma. Ese poeta es Francis Ponge y Derrida escribió sobre él un libro todavía no
traducido, creo que nadie lo va a traducir, que se llama Signéponge. La palabra «signé»,
en francés, es «firmado» y, en este caso, el que firma es Ponge. Lo analiza a propósito
de este asunto de la firma. A nadie se le escapa que esto que dijimos -de que un nombre
propio está en relación con todos los nombres comunes con que se relaciona en una
lengua- de «signé» también puede ser leído como «signe» que quiere decir «signo».
Hay dos palabras con la que el apellido Ponge rima o tiene relación. La primera es
«éponge» que es esponja. Acá aparece el problema al que se dedican Francis Ponge y
Derrida, quien le sigue el juego. No existe otro análisis de este poeta en este sentido. Es
un análisis muy original y hay que estar tan loco como el poeta. Si el texto delira, la
única manera de acompañar ese delirio es mediante un delirio aún mayor o, por lo
menos, mediante un delirio firme y razonado. Si no hay manera y alejo a la locura que
significa la poesía. Siempre estuvo la idea de que el poeta enloquece, Hölderlin y otros
tantos a lo largo de la historia. Es como un mito muy acendrado a lo largo de la historia
de la literatura. Fíjense que tiene que ver con lo propio. Hay una insistencia en esponjas,
en toallas esponja a lo largo de todos los poemas y libros de Ponge.
Qué tiene que ver «éponge», lo cual a veces remite a su nombre y también es un
nombre común, la esponja, con lo propio. Hay que recordar que, en francés, «propre»
significa «propio» pero también «limpio». Por lo tanto, fíjense que Ponge disemina en
toda su poesía -quizás en sus poesías más importantes, en un libro que incluía varios
poemarios y tituló Parti pris des choses (Tomar partido por las cosas)- la cosa que, en
este caso, serían las servilletas y las esponjas. Obviamente, las servilletas y las esponjas
sirven para limpiar, pero es algo, dice Derrida, un tanto dual porque una esponja sirve
para la limpieza, pero también arrastra la suciedad. Es limpia y sucia a la vez. Con lo
cual no hay nada limpio, en un sentido literal, porque siempre lo propio está sujeto a la
repetición, a la iterabilidad, a cambiar de contexto y, por lo tanto, está sujeto a
ensuciarse, a volverse, desde lo propio y lo público, lo otro. Por eso, como dice Derrida,
no hay narcisismo; hay locura y gente idiota. Siempre estaría la figura del otro por ahí.

Pregunta inaudible:

Profesor: Los textos de Derrida son todos así. Están llenos de palabras idiosincrásicas o

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de Heidegger, por ejemplo, o de Hegel en alemán o en el idioma que fuese. En este


caso, en inglés porque la conferencia fue dada en inglés. Ese es un gesto que tiene que
ver, como vamos a ver, con el momento de la deconstrucción en Estados Unidos. La
deconstrucción se instaló como tal no en Francia. Como corriente dominante de la teoría
literaria se instaló en Estados Unidos en el momento en que Derrida escribe ese texto.
La conferencia es en abril y unos meses después se produce lo que se llamo el «Affaire
Paul de Man» que fue un gran escándalo. En ese texto uno ve a Derrida defendiéndose
de los enemigos que rodean a la deconstrucción. Yo los percibo en el horizonte, están
allí con nombre y apellido.
Paréntesis. Parece que no saben bien qué es una constelación. La constelación es
un concepto de Benjamin. Se supone que es un conjunto de textos o de acciones que
tienen unos parámetros comunes y que uno los relaciona. A veces esas relaciones no son
tan evidentes, las fabrica un lector.
Entonces, hay tres tipos de firmas y con esto concluyo este capítulo. Esto se
encuentra en Signéponge. La primera sería lo que normalmente entendemos por firma;
cuando alguien en un cuaderno pone su firma. No su nombre porque son dos cosas
diferentes; se separa en cuanto al tipo de acción que ejercen sobre los textos. La segunda
que, según Derrida, es una metáfora de la primera y que son las marcas idiomáticas que
los grandes escritores o los muy conocidos logran imprimir dentro de la lengua.
No necesita firma si yo, por ejemplo, les leo una página muy famosa de «Funes
el memorioso». Ustedes ya saben que es de Borges, la reconocerían inmediatamente.
Evidentemente, Borges no necesitaría firmar, su firma está diseminada en todos sus
textos: esa es la segunda manera de firmar. O la que hace Ponge que es esparcir su
nombre en las cosas que nombra: esponjas, servilletas. Una segunda forma es que la
firma se convierte en una cosa (esponja, jabón) y entonces la firma deja de ser firma. Se
hace una especie de monumento funerario al recuerdo, como una piedra, como los
«cólossos» de Vernant que, evidentemente, Derrida ha leído. Se convierten en la
nominación de una cosa corriente; las esponjas están en la naturaleza, en nuestros
baños. La firma y el nombre, sin embargo, se pierden. Es una paradoja: parece
conservarse porque está en las cosas corrientes pero, al mismo tiempo, se pierde como
firma y como nombre.
Tercero. La firma en general, el mismo Derrida dice que este es un concepto
complicado. Como decía Sade: «Un esfuerzo todavía, conciudadanos». Les leo una
larga cita que yo traduje.

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“Primero, la que podría denominarse como firma en el sentido propio.


Representa el nombre propio y se articula en una lengua y es legible como tal. El acto
de quien no se contenta con escribir su nombre propio, como si estuviera llenando una
ficha de identidad, sino que se compromete a autentificar, si esto es posible, que se trata
indudablemente de quien escribe. Este es mi nombre, yo me refiero a sí mismo tal como
se me nombra y lo hago, entonces, en mi nombre. Yo suscribo, afirmo, sí, por mi honor,
el límite entre la autografía de su propio nombre y una firma entraña, de hecho y de
derecho, problemas dudosos que no quiero regir como se hace siempre. Al contrario,
aquí es mi cuestión pero aparto esto por un instante.
Segunda firma: metáfora banal y confusa de la primera. Son las marcas
idiomáticas que un firmante abandonaría o calcularía en su producto. (Es decir, Ponge
poniendo un verso donde esté la esponja, el jabón, etc.) Estas marcas no tendrían una
relación esencial con la forma del nombre propio, tal como se articula o se lee “en” una
lengua. Incluso la inclusión del nombre propio en una lengua no es una cuestión
evidente. (Esto de que los nombres propios pertenecen a la lengua sin pertenecer.) A
veces, a eso se lo llama el estilo, el idioma inimitable de un escritor, de un escultor, de
un pintor o de un orador o de un músico que es el único que no puede, como tal, escribir
su firma en el primer sentido, su firma nominal. El músico no puede firmar en el texto
(Derrida entiende texto como la sonoridad musical, no la partitura). Le falta el espacio
para hacerlo y el espaciamiento de una lengua, salvo que sobrecodifique su música a
partir de otro sistema semiótico; por ejemplo, el de la notación musical. Es también su
oportunidad.
A partir de este segundo sentido se dirá que la obra está firmada como Ponge o
como equis sin tener necesidad de leer el nombre propio. Y en tercer lugar, algo más
complicado: la firma que se puede llamar “firma general” o “firma de la firma”, el
pliegue de la puesta en abismo cuando, a partir de la firma, en un sentido corriente, la
escritura se designa, se describe y se inscribe a sí misma como acto, acción y archivo.
Se firma antes del fin para dar a leer. Yo, me refiero a mí misma, esto es escritura; yo
soy escritura, esto es escritura, lo que no excluye nada puesto que, cuando la puesta en
abismo triunfa, cuando se abisma y produce un acontecimiento, es el otro, la cosa como
otro, la que firma”.

O sea la escritura. Hoy he dado un ejemplo aunque le falta la firma. Es el


ejemplo de Cortázar y «Casa tomada» con la llave que se tira. Con esto el texto se

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refiere a sí mismo, pero faltaría la firma que, evidentemente, no está. Ese texto lo firma
Cortázar. El texto se vuelve sobre sí mismo; está diciendo que, de algún modo, la llave
que se ha perdido, que tiré, es la llave que el que firmó esto, el narrador, ha tirado. No
va a decir que eran los peronistas que tocaban el bombo, aunque algunos han
interpretado el texto de esa manera. Terminamos con la firma.
Vamos a leer ahora el texto que traduje. Derrida ha querido que esto se lea en la
Universidad de California, en Irving, en 1987, y fue publicado en1988. En octubre se
produce el gran revuelo. ¿Cómo traducirían «jetér», en francés, y «jety» en inglés? Es
un muelle, un atracadero. Yo traduje como «espigón». En francés tiene la particularidad
de que el verbo se traduce como «arrojar» algo que sale de repente; por ejemplo, la
deconstrucción a otros enemigos suyos que están presentes en este texto. Como un
alumno de teoría literaria, Derrida lee mal. Le han mandado el título del congreso en el
que tiene que hablar que se llama Los estados de las “teorías”. Pero él saca el plural,
cuando lo lee, y absolutiza esto y lee Los estados de la Teoría (con mayúscula y una
sola). O sea, está leyendo que la teoría literaria es un corpus ordenado de teoremas, de
acciones y postulados que pueden reunirse en un solo discurso, como suponen los que
hacen planes de estudio. Entonces, tenemos esta dualidad; es decir, esta posibilidad de
que haya una teoría unificada y la posibilidad en que cree Derrida de que hay distintos
teorías en plural y que ninguna tiene la verdad por sobre la otra para ser recogida en una
teoría que, a la manera estalinista, diría esta es la teoría literaria, como si ocurre en las
altas casas de estudio de Argentina por razones que yo explique en mi primera clase.
Evidentemente, empieza a resonar en el texto este asunto de «states», los estados que,
desde ya, se unen en esa bandera con las estrellas. Entonces, tenemos el problema
geopolítico, si ustedes quieren, de California. Insiste en que hay un contexto inmediato
que es California.
Voy a ser malévolo: qué significa California para Derrida. Se trata de los buenos
vinos. «Firma, acontecimiento, contexto» es un texto casi transparente en el que Derrida
quiere convencer de una serie de teoremas teóricos, como diría él. ¿Por qué el vino?
Ustedes saben que Searle no se quedó callado porque tocaron su herencia: Austin.
Entonces, escribió un artículo que se llama «Reiterating the Differences: A Reply to
Derrida» que se publicó en la revista Glyph, en 1977. Esta era una revista deconstructiva
y fue incluido para demostrar amplitud de criterios. Acá está Searle masacrando a
Derrida. Searle dice que Derrida hace malas interpretaciones de Austin y que cuando él
lee grandes rupturas, en realidad, para Searle estas rupturas son triviales o

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manifiestamente falsas. Además, esto que denuncia Derrida, la subordinación de la


escritura, para Searle es una dependencia lógica necesaria. No le faltan razones (o no).
Si hay algo que dominó la historia de la filosofía, a partir de cierto momento, es la
lógica y la lógica necesita de la escritura para poder constituirse como tal. La escritura
tiene gran importancia para la lógica. Searle cree que la escritura es importante pero
secundaria; el habla común es hablada.
Además cosa terrible y que ustedes verán aparecer, una y otra vez, en este texto
que les traduje. Consiste en que, según Searle, Derrida tiene una confusión entre
«citacionalidad», «uso» y «mención». Eso es, justamente, el asunto de las comillas. Las
comillas, en Estados Unidos, para Derrida tienen un doble valor. Cuando ponemos
comillas en una palabra mantenemos esa palabra a una cierta distancia. No decidimos
que es esa palabra que entrecomillamos, pero tenemos cierta sospecha sobre esa palabra.
No nos precipitamos a comulgar con esa palabra o esa frase. No sabemos cuál es el
alcance de esta palabra; no sabemos hasta dónde llega, es indecidible para mí en este
momento: tomo una serie de recaudos. ¿Esto sería una mención? Lo es. Searle dice que
Derrida confunde uso y mención. Además, confunde «lo serio» y «lo no serio». Por otra
parte, Searle dice que Derrida convierte a Austin en un filósofo irreconocible. Como si
dijera que Austin le pertenece, soy su legatario. Esto lo dice Derrida en una respuesta
interminable que también salió en la revista Glyph y luego fue un libro que se publicó
primero en inglés y que se llama Limited Inc. El artículo de Searle tiene tres o cuatro
páginas y Derrida le dedicó un libro entero. O sea, una sociedad: la teoría de los actos
de habla como herencia, dice Derrida, que solo un heredero tiene derecho a interpretar.
Es un problema de kiosco o de negocios. Yo soy el heredero y digo que está bien, que
está mal, quien se aparte o no del verdadero sentido de la teoría de los actos de habla.
Primero, me tengo que dedicar a estudiar muy seriamente, sostiene Searle, los
actos de habla normales y puros: prometer, etc. Derrida le va a contestar que no hay
nada puro ni propio ni limpio porque todo se contamina porque se repite. Entonces,
Derrida confundiría, según Searle, la iterabilidad, la citacionalidad y el parasitismo. Es
decir, cuando tengo solucionado la lengua estándar me puedo dedicar a analizar esas
monstruosidades de los actos de habla que no son puros y que son, como decía Austin,
los que se dicen en un poema o lo que dice un actor en el escenario. Con lo cual los
actos de habla ficcionales o literarios quedan afuera. Debo decir que hay un artículo de
Searle que estudia el problema de la ficción literaria y de la ficción fuera de la literatura.
Entonces, para Searle, el discurso parásito no tiene nada que ver con la citacionalidad:

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Cito a Searle: «Ni es una instancia ni una modificación de la citacionalidad (el discurso
parásito) en el sentido en que cualquier uso del lenguaje es una instancia de uso de
elementos iterables». Searle se aviene a usar la misma terminología de Derrida.
Entonces, las reglas que rigen el «discurso parásito» son modificaciones que rigen el
lenguaje ordinario o el discurso serio.
Searle, además de ser filósofo del lenguaje, muy serio, por cierto, es bodegero en
California, una rica zona viñatera. Searle tiene una bodega a la cual alude Derrida, al
final del texto; habla de los viñedos aclimatados en California. Searle está en este texto.
Digo estas cosas porque ustedes no pueden leer esto en el texto. Son alusiones irónicas a
California que es donde está su peor enemigo, que ha estado en el norte de California
hablando mal de la deconstrucción. Dice, me parece que con acierto, que la
deconstrucción va a tener poco tiempo de vida, se va a agotar inmediatamente. Esto fue
dicho en abril del ’87 y a fines de año estalla la «bomba deconstructiva».
Entonces, no hay algo así como una totalidad de la teoría literaria. Derrida dice
que no hay una «tabla» pedagógica en la que yo pueda poner los principales conceptos
de una teoría. Eso le parece a Derrida una atrocidad. ¿Por qué? Porque la tabla, diría
Deleuze, territorializa ese discurso, lo congela. Uno diría que todo lo que se enseña ya
está muerto. La conclusión sería que todo lo que yo enseño son cosas del pasado,
revitalizadas por la gracia de ustedes y mi entusiasmo. Sin entusiasmo no hay
enseñanza. Así como Lacan decía que lo único que tenía para enseñar era un estilo, yo
no sé si tengo eso pero tengo entusiasmo y si no lo tengo me doy cuerda. Hay que tener
entusiasmo por lo que se enseña y por el acto mismo de enseñar.
Entonces, un cuadro supone una estructura jerárquica y jerarquizada. El cuadro
es como el representante del «establishment» de la teoría literaria. Se cree, parece decir
Derrida, que la teoría literaria puede ser puesta en un cuadro. Evidentemente, es como
congelar, mientras que él tiene una visión de la teoría literaria como un espigón. El
espigón es una construcción que se hace para detener las zonas anegables. Se hace con
elementos naturales o artificiales algo que detiene y que permite una cierta protección.
Es decir, es algo que se vuelve invariablemente sobre sí mismo. Derrida, en este
momento, es muy conciente de este peligro tabular, totalizador y totalizante y de
«establishment» por el que está pasando la deconstrucción. No puede sino ser conciente
de esto que ocurre. Parece muy triunfal pero, al hablar de la teoría en este sentido,
parece que está diciendo que este es el peligro que conlleva esta escuela llamada
deconstrucción.

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Además, si ustedes ven las citas que hace, hay un gran enemigo que tengo que
explicar y que es un enemigo que, en este momento en que Derrida está escribiendo,
está muy en alza en el mercado norteamericano. Hay un kiosco que, en parte Derrida
exagera, sería un enemigo de la deconstrucción y que se llama «New Historicism».
Curiosamente no es una teoría anónima, pero Derrida no dice quiénes son los que han
inventado este nuevo espigón teórico. Entonces, el «New Historicism», como la
deconstrucción, sería un parapeto que comienza a elaborar teoremas, métodos, etc.
Todos luchan por la hegemonía, cuestión que Derrida subraya. La deconstrucción, el
marxismo, el «New Historicism», luchan por la hegemonía y todavía están vivos los
estructuralistas aunque con menor fuerza. Esto sería un campo de fuerzas en lucha,
Derrida utiliza la palabra «campo», y la particularidad que tiene con respecto del todo,
además de luchar por la hegemonía es que, a diferencia de otras disciplinas, el «Nuevo
Historicismo» no es un discurso que se da en los departamentos de Historia. Noten que
los departamentos es algo fundamental en la vida norteamericana: uno nace, se
desarrolla y muere en el departamento de inglés o de matemáticas.

Alumno: Lo que estaría marcando Derrida es que si su teoría se institucionaliza, en la


academia norteamericana, terminaría como el estructuralismo que se puede resumir con
un cuadro sinóptico.

Profesor: Sin duda. Lo que inventa es que este espigón tiene como un doble
movimiento. En el pensamiento de Deleuze, a partir de la idea de «rizoma», está claro
que hay dos movimientos. No solo está el movimiento libertario de que se acabaron las
formas, viva el «rizoma», se conecta todo con cualquier cosa. Hay momentos en que esa
suerte de anarquía del «rizoma» se detiene y aparece el Edipo y todo lo siniestro para
Deleuze. Sería exactamente lo mismo que está diciendo Derrida: la deconstrucción, el
«Nuevo Historicismo», etc., en el momento en que puede tener esa ansiedad de
hegemonía y de poder estabilizarse empiezan a ser un peligro. Yo leo este texto como un
momento de peligro. Es decir, Derrida solo cita a gente de su mismo palo y habla para
ellos.
Qué ocurre con la totalidad. Cada espigón tiene un doble movimiento. Un
movimiento que va hacia lo tabular, la estabilidad, el teorema, las tesis. Es una
maquinita discursiva e institucional que produce poder, en ese sentido la palabra «state»
esta funcionando. Pero cada espigón, dice Derrida, no puede desentenderse del resto de

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los espigones, tiene que dar cuenta de ellos. Tenemos un discurso no totalmente
asentado –sujeto a la iterabilidad, a la mezcla- y si hay un ejemplo de mezcla es el
«New Historicism». Lo mete ahí y tiene que justificar por qué lo incluye. Dice que no
se va a meter con el marxismo sino con el «New Historicism». A mí no me convence
por qué lo hace, salvo que se trate de un espigón que está tomando una fuerza y ha
logrado levantar una pared considerable en desmedro, me parece, de la deconstrucción.
Digamos que, a fines de los ’80, la teoría literaria es algo imprescindible en este
contexto norteamericano. La corriente hegemónica es la deconstrucción. El «New
Historicism» nació como crítica literaria. Los norteamericanos que inventaron esto lo
hicieron en los departamentos de literatura y particularmente de literatura inglesa. Lo
hicieron estudiando el Renacimiento. Greemblatt, uno de los más importantes teóricos
de esta corriente, se devano los sesos pensando que le pongo a esto nuevo que acabo de
inventar. En realidad es una mezcla, como todos estos espigones de los que habla
Derrida, de varias fuentes. El marxismo es una de ellas, sin ser totalmente marxista.
Hay un problema, entonces, con el nombre. En un momento, Derrida ironiza con
respecto a qué está primero: ¿el discurso o el nombre del discurso? A veces está primero
el nombre del discurso y luego viene el discurso, se genera a partir de ese nombre un
discurso. Esto lo dice, creo, porque en el prólogo de uno de los primeros textos de
Greemblatt sobre el Renacimiento, toda esta gente también se dedica mucho a
Shakespeare, él nos cuenta las dificultades que han tenido para encontrarle un nuevo
nombre a esta manera (no dice que es una teoría). Si hay un ejemplo clarísimo de todo
esto de lo que habla Derrida es el «Nuevo Historicismo». En un momento, a Greemblatt
no le gusta más el nombre. Es cierto, parece una escuela historiográfica y no teoría
literaria. Obviamente, esta corriente dice banalidades como que hay que leer los textos
en su contexto, pero de una manera determinada como vamos a ver. Otro de los teóricos
de esta corriente es Montrose y es profesor en la universidad de California. En
California están todos los enemigos y por eso las ironías de Derrida con respecto a
California. No está hablando de cualquier lugar sino de un centro de polémica.
Quizás lo más interesante de esto es que el «New Historicism», Greemblatt
después cambiaría esto por el nombre un poco más decente de «Poética Cultural», trata
de leer los textos en un contexto que no está dado de antemano; no un contexto que yo
puedo ir a buscar a un discurso histórico y luego aplicar este contexto y ver cómo se
reproduce, se refleja, se refracta este contexto histórico en los textos literarios. Eso me
parece bastante obvio y creo que la deconstrucción no tendría nada que decir al

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respecto. Esta manera de entender el contexto no está muy lejos de la manera en que lo
entiende la deconstrucción. Estoy tratando, muy aviesa y malignamente, de decir que
Derrida tiene el culo a cuatro manos frente al «New Historicism».
Evidentemente, acá se trata del Marxismo, de una cierta idea de la historia y del
contexto. También de la antropología y, particularmente, de Geertz con su visión
postmoderna, como dicen algunos antropólogos, de la cultura. Es el ideal del espigón,
todo se mezcla, y no hay teoremas muy rígidos. Recién en un segundo momento, a
Greemblatt y Montrose, se les ocurre teorizar un poco. Si la lectura que estoy haciendo
es correcta, es difícil de entender porque Derrida y la deconstrucción tendrían miedo del
«New Historicism», en el sentido de que detrás de Derrida hay una sustancia teórica
mucho más consistente por la presencia de la filosofía francesa y alemana como un
paragolpe mucho mayor que estas ideas que han salido, lo cual es interesante, de
lecturas concretas. Es decir, salieron de lecturas sobre el Renacimiento donde estos
problemas sobre el contexto son importantes. Además tiene importancia aquel que
fabrica el contexto; es decir, el contexto de lectura actual. Un contexto que no se puede
independizar del objeto que se está leyendo.
Dice Montrose: «El texto crea la cultura que lo crea, conforma las fantasías que
lo conforman». No es que ahí está el contexto que repercute en el texto que estoy
leyendo, sino que ese texto está en una serie de intercambios con la cultura en la que se
encuentra situado. Es una ida y vuelta. A esto, teóricamente, lo van a llamar
«negociación». Por supuestos, los marxistas van a decir que es una teoría capitalista
porque emplea la palabra «negociación», lo que implica mercancías e intercambio de
mercancías. Lo dicen en el sentido de que en una cultura se intercambian cosas. Una de
las ideas centrales, aparte de esta del intercambio cultural, es la idea de práctica. Así
como hay práctica de trabajo y de toda índole en una cultura, también hay prácticas
estéticas. Estas prácticas, dicen ellos, no se darían separadas del intercambio como cree
la teoría de la autonomía literaria, donde hay una zona que se destaca de loas otras. En
esta negociación que ve el «Nuevo Historicismo», de lo que se trata es ver a la
producción estética como práctica. Por ejemplo, un título de Greemblatt es El
renacimiento autocreado.
Quizás podría objetarle, esta es una de las críticas más importantes, el uso que
hacen de la anécdota. Hay toda una retórica que intenta tapar, un poco, la intemperie
teórica que rodea a esta escuela; de hecho, ya no produce más. Comienza a principios de
los ’80, tiene su auge a finales de esta década, sigue produciendo durante los ’90 y, que

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yo sepa, no hay ningún trabajo posterior de interés. Al principio sí fue así con estos
trabajos sobre Shakespeare y el Renacimiento.
Entonces, el texto crea la cultura y está en una relación de negociación: no es
que solo es creado por él. Está en una red cultural de intercambio con otras prácticas.
Con la idea de práctica aparece un personaje central, que ha influido mucho sobre todos
ellos, que es Michel Foucault. Lo mismo se puede plantear con respecto a la
deconstrucción; no es un discurso puro el discurso que aparece y se multiplica en los
distintos espigones. El texto, para esta escuela, al ser un espacio de intercambio de estas
prácticas con otras, no forma una ola separada –como siempre lo vio la historia de la
literatura e incluso el Formalismo- sino que lo ve en intercambio con cualquier práctica
no jerarquizada. El texto y la práctica literaria pierden el elitismo que, según ellos,
conservaban hasta entonces por ser una práctica entre otras. Por ejemplo, una retórica de
composición de un artículo del «New Historicism» sería poner el texto en relación con
otros textos y discursos que pertenecen a prácticas diferentes.
En uno de sus trabajos, por ejemplo, se ve lo que hoy llamaríamos el
«trasgénero». En las comedias de Shakespeare hay travestismo todo el tiempo: es una
práctica estética. Lo más lógico sería relacionarlo con documentos, como hacen ellos,
sobre juicios, esto suena muy a Foucault, que existieron en el Renacimiento a gente,
mujeres particularmente. Parece obvio pero hay que poder relacionar una cosa con la
otra. Me parece que el «New Historicism», en cierta medida, logra quitar este empaque
y este elitismo con respecto a los fenómenos literarios.
Por supuesto, si se plantea como una teoría literaria, como una historia que es, al
mismo tiempo, literaria y cultural, esta teoría se ve amenazada por una hegemonía que,
evidentemente, acabó no solo con el «New Historicism» sino también con la
deconstrucción, en cierta medida, y que es algo que fue hegemónico hasta hace siete o
diez años atrás como son los «estudios culturales» en Estados Unidos. En realidad,
fueron importados de Inglaterra. Derrida diría que no puedo imaginar el contexto que
viene, lo que viene viene, la democracia está por venir, no puedo programarla. Ve al
«New Historicism» pero no ve en el horizonte algo que se está produciendo y que son
los estudios culturales. Tampoco pudo ver ese gran acontecimiento, para la
deconstrucción, que significó el descubrimiento de que su principal representante y
cabeza de escuela en Estados Unidos, Paul de Man, era un nazi compungido y
declarado.
Estos discursos o espigones forman una especie de monstruos, por eso la

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teratología de la que habla Derrida, pero hay una normalidad monstruosa que es lo que
Derrida teme, que los espigones se conviertan en una tabla inmóvil. Entonces,
bienvenido este movimiento. Evidentemente, las comillas.-sean uso, cita o mención-
marcan algo nuevo, según Derrida. Normalmente se pone entre comillas aquello que yo
considero que esta sucio, las comillas parecen decir que no es esto, tomo distancia de
esto, pero estas comillas, en realidad, tienen el valor de estar en contra de lo limpio. Al
contrario, las comillas se usan para denunciar, según Derrida, aquello que está fijo,
determinado, propio, limpio: la comilla se usa de otro modo.
Según Derrida, en cada espigón hay una tendencia a la hegemonía estática y, por
otro lado, estaría este movimiento perpetuo que es un movimiento trasgresor. Es
impropio, se mezcla, y transgredí. Qué se transgrede: lo establecido. Un discurso se
mezcla con otro, le pongo comillas y digo tengo mis reparos. Una cita para que vean
esto: «Sería fácil demostrar que lo que desde hace poco se llama o se llama a sí mismo
“New Historicism”, si tenía una entidad estable por fuera de la localización institucional
que promueve el crecimiento de esta nueva especie en el norte de California, cerca de
algún trasplante de viñedos franceses».
Estos espigones o discursos mezclados o como queramos llamarlos, esto que
llama teorías con comillas o en minúsculas o en plural, en realidad, dice Derrida, es un
invento absolutamente y exclusivamente norteamericano. Yo agregaría que la teoría
literaria solo puede funcionar en la universidad. Ahí tiene los medios para funcionar
como cualquier otra teoría. La teoría literaria es un artefacto exclusivamente
norteamericano y el «New Historicism» y la deconstrucción, son demasiado parecidos,
de ahí el odio. Derrida nunca fue invitado a los departamentos de filosofía, a la
deconstrucción le pasó lo mismo que al «New Historicism», la deconstrucción creció en
los departamentos de literatura comparada.
Por otro lado, hay como un mercado de las comillas y de las citas. Derrida juega
con la palabra «mark», marca, y con «quotation mark». Hay citas que en ciertas cátedras
se pueden hacer y en otras no. Eso es muy palpable; si ustedes ven revistas
norteamericanas de una determinada época van a ver que todo el mundo cita lo mismo.
Se cita a partir de un sistema de prestigio. Estas instituciones académicas son
instituciones espantosamente jerárquicas y todo lo que producen está sometido al
torniquete de las jerarquías. No hay democracia universitaria; hay elitismo y jerarquía
universitaria. El otro punto es el prestigio, todos nos peleamos por el prestigio e incluso
por tener prestigio ante ustedes.

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Ahora, fíjense en lo que hace Derrida como un patrón de estancia que mira el
ganado. Dice qué es esto de las «quotation mark» que están en el mercado
norteamericano y por lo que todo el mundo pone las cosas entre comillas. Es un efecto
de la deconstrucción y parece decir, muy satisfecho de sí mismo, bienvenido sea. Es
como si dijera: miren como se han reproducido los efectos de la escuela deconstructiva.
Derrida usa muy cuidadosamente la palabra «deconstrucción», en un buen sentido, y la
palabra «deconstruccionismo» cuando se trata de la deconstrucción entendida
tabularmente, entendida como una teoría seria y disciplinada.
No dejan de presentarse distintas polémicas dentro del espigón deconstructivo.
Muy al pasar, Derrida se refiere a una polémica bastante fuerte, no fue como la plantea
acá, entre un deconstruccionista americano (Rodolph Gaché) que escribió un libro
despreciando los usos literarios de la deconstrucción. La verdadera deconstrucción,
parece decir Gaché, está en los departamentos de filosofía. Derrida dice que no es así,
que está bien que la deconstrucción se vuelva seria y que tenga sus métodos, sus
instrumentos, sus teoremas, pero, al mismo tiempo, está la otra cara del espigón que es
el espigón trasgresor: la deconstrucción como aquello que tira abajo, que rehace lo que
está hecho, etc.
Las paradojas de las comillas. Estas comillas le recuerdan algo que ha dicho en
«Firma, acontecimiento, contexto» y que parece que ha prendido en la teoría literaria: el
postulado de la citacionalidad en general o del injerto. Sencillamente, cualquier parte de
un discurso puede ser trasladado, injertado, citado, mencionado en un discurso que no
tiene nada que ver con el anterior. Es una propiedad del lenguaje instituida por Derrida
como «citacionalidad en general». La idea es que lo que se produce, en este movimiento
constante de la citacionalidad, es un procedimiento de diseminación. Se contamina un
discurso en contacto con otro y se genera una movilidad perpetua.
Un acontecimiento no está preparado, viene de la nada –el acontecimiento está
teorizado en «Firma, acontecimiento, contexto»- y es impredecible. Si yo puedo
predecir un acontecimiento deja de serlo. Pone como ejemplo a Baltimore porque
ninguno de los que estábamos allí sabían que es lo que iba a venir: la deconstrucción.
Derrida, como patrón de estancia, ve como todo el mundo empieza a usar comillas
como un efecto de la deconstrucción. Efecto y defecto si esto de encomillar se
transforma en algo mecánico y estratificado.
Hay algo que, sin embargo, se está coagulando en la deconstrucción. Si yo cito a
otro deconstructor y cuando hay una polémica la esquivo, evidentemente, estoy

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escamoteando algo que es ese peligro, esa esclerosis. Esto va por el primer movimiento
del espigón que es el movimiento estabilizador y no el movimiento desestabilizador
que, evidentemente, la deconstrucción ha tenido. Derrida ha tenido que defenderse
mucho de los que creían que su discurso era un discurso de mero análisis textual,
textualista. Siempre se preocupó por deconstruir no solo los discursos sino también las
instituciones. Eso aparece en «Pasiones». Está muy claro que Derrida, primero, se
dedicó a estudiar, esto es muy novedoso dentro de la filosofía, algo que se vio como
secundario: cuál es el juego institucional de la filosofía. No siempre la filosofía estuvo
enclavada en la universidad. Descartes no estaba en la universidad, estaba en otras
relaciones con las instituciones; por ejemplo, se relacionaba con la nobleza, con el
sistema feudal, con la lengua francesa. Hay todo un juego lingüístico que Derrida va a
analizar. La lengua de la filosofía, en la época de Descartes, era el latín. Descartes
escribe en francés o se traduce del latín al francés por un interés institucional en que la
lengua francesa adquiera un relieve que, en el fondo, no tenía. Acompaña las políticas
públicas de la institución monarquía.
En última instancia, la literatura, para Derrida, no existe antes del siglo XVIII.
¿Por qué? Porque en el siglo XVIII se da un juego jurídico que nunca antes se había
mantenido. Esto también lo sostiene Foucault, cuando se dedicó a analizar los
problemas de la literatura en «Lenguaje y literatura». Hay muchas cosas en lo que
coinciden: qué pasa en el siglo XVIII, qué derecho comienza en el siglo XVIII.
Justamente el derecho a la propiedad intelectual que es fundamental para el concepto de
literatura moderna. No hay literatura hasta antes del siglo XVIII y el momento de auge
de la literatura es, evidentemente, el siglo XIX. Derrida tiene que reconocer una cosa: el
estatuto del discurso literario es un estatuto oscuro. ¿Por qué se saca de la circulación
normal de los discursos a la literatura y se la aparta? Cuál es el estatuto que se le da a
estos discursos: no sabemos. ¿Se puede definir a la literatura como discurso? No. ¿Tiene
esencia la literatura? No. Tampoco es puramente autónoma. ¿A qué está sometida la
literatura (eso es «Ante la ley») o con qué está en relación? Está sometida a algo que la
desborda y eso que la desborda es la juridicidad, la ley. La ley en todos los sentidos
posibles. El uso de las comillas es un uso convencional. Hay una norma que nos dice
qué significan las comillas: eso es una juridicidad específica para la literatura pero la
desborda. Los textos, en general, se atienen a esta convencionalidad de las comillas y la
literatura también, pero hay otros elementos jurídicos como los que dicen que es un
autor. Esa persona, el autor, es una persona jurídica, entre otras cosas, que tiene

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derechos sobre su texto y lo puede patentar. Terminamos por hoy.

Versión CEFyL.

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