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LAVADO DE DINERO

Delito de cuello blanco,


sin castigo
Katharina Pistor04 de octubre de 2020, 11:00

El control de acciones consideradas delito en muchos países, como


fraude, malversación, evasión y lavado de dinero, está declinando a
pasos acelerados

NUEVA YORK – Aunque mucho se debate sobre el rol apropiado del


gobierno en la sociedad, pocos cuestionarían que la aplicación de la ley
cae dentro de la órbita del Estado. Pero los gobiernos, cada vez más,
hacen la vista gorda a la aplicación de las leyes contra los delitos más
lucrativos del mundo: el fraude, la malversación de fondos, la evasión
impositiva, los sobornos y el lavado de dinero cometidos por gente de
buen pasar.
En parte, este incumplimiento se puede atribuir a una falta de recursos.
Las autoridades encargadas de aplicar la ley muchas veces no están a la
altura de las técnicas sofisticadas de los delincuentes de cuello blanco,
que se perpetran con la asistencia de abogados y contadores bien
remunerados. Pero el mayor problema es que, cada vez más, los
esfuerzos de cumplimiento de la ley no están dirigidos a los delincuentes
sino a los periodistas que intentan descubrir sus delitos.

Consideremos el caso de Wirecard, el procesador de pagos y proveedor


de servicios financieros alemán. La empresa, hasta hace poco una
predilecta de los inversores, resultó ser uno de los mayores fraudes en la
historia de posguerra de Alemania. En un clásico esquema Ponzi, la
compañía dijo haber depositado dinero en el exterior que nunca existió.
Como con los escándalos de Enron y Bernie Madoff, los contadores,
abogados y reguladores que supuestamente debían salvaguardar la
integridad del sistema financiero fueron cómplices. Además de no
cumplir en absoluto con su trabajo, apuntaron sus armas contras los
periodistas que intentaron exponer el fraude.

Por ejemplo, el regulador financiero de Alemania, BaFin, llegó a


presentar una demanda penal en abril de 2019 contra Dan McCrum y
Stefania Palma, dos periodistas del Financial Times que investigaban las
prácticas y los reportes falsos de Wirecard. La procuración de Múnich no
cerró su investigación contra McCrum y Palma hasta el 3 de septiembre
de este año, más de dos meses después de que Wirecard ya había sido
forzada a la quiebra y de que su CEO, Markus Braun, ya estaba preso a la
espera de una investigación criminal completa. Aparentemente, la
información engañosa que la compañía y sus agentes contratados
presentaron ante los reguladores fue considerada más creíble que los
informes de los periodistas que trabajaban para una de las publicaciones
financieras más respetadas del mundo.
Éste no es un caso aislado. Si bien el fraude, la malversación de fondos,
la evasión impositiva y el lavado de dinero siguen siendo considerados
delitos en la mayoría de los países, su control está declinando a pasos
acelerados, y en ningún lugar más que en Estados Unidos en la
presidencia de Donald Trump. Como documenta mi colega John C.
Coffee, de la Facultad de Derecho de Columbia, en su nuevo libro
Corporate Crime and Punishment: The Crisis of Underenforcement, las
acciones de aplicación de la ley contra las corporaciones cayeron un 76%
en comparación con la era de Obama, y un 26-30% en el caso de los
delitos de cuello blanco en general. Al ritmo actual, no pasará mucho
tiempo para que los delitos financieros sean encubiertos por completo.

Algunos podrían decir que este control no merece el esfuerzo. En un


artículo titulado en referencia a la famosa novela de Fiódor Dostoyevski
“Crimen y castigo: un abordaje económico”, el difunto economista y
premio Nobel Gary Becker (uno de los fundadores del campo del derecho
y la economía) sostenía que la cuestión clave para la aplicación de la ley
no tiene tanto que ver con la moralidad como con los costos y beneficios.
Como la aplicación de la ley en sí misma tiene un costo, Becker
preguntaba: “¿cuántos recursos y cuánto castigo deberían utilizarse para
aplicar diferentes tipos de legislación... cuántos delitos deberían
permitirse y cuántos delincuentes deberían quedar sin castigo?”

Estas cuestiones normativas, sostenía, deberían estar determinadas por


la “pérdida social” neta; vale decir, la diferencia entre los perjuicios a la
sociedad y los beneficios para los criminales. Según este razonamiento,
se desprende que cuanto mayores los beneficios para los delincuentes,
más probabilidades de que contrarrestaran la pérdida social,
especialmente a la luz de los altos costos de monitorear los delitos de
cuello blanco.

Las agencias de aplicación de la ley en Estados Unidos y otras partes


parecen haber escuchado el consejo de Becker. En lugar de combatir los
delitos que son lucrativos para los delincuentes pero costosos para
detectar, han dirigido sus recursos limitados contra quienes intentan
descubrir esos delitos y la complicidad del estado en ellos.

En consecuencia, cuando la Red de Control de Delitos Financieros


(FinCEN) supo que el Consorcio Internacional de Periodistas de
Investigación (ICIJ) estaba a punto de informar sobre miles de Reportes
de Actividad Sospechosa (SAR) sin responder que habían sido
presentados ante la agencia, emitió un comunicado advirtiendo que la
publicación no autorizada de documentos que pudieran poner en peligro
la seguridad nacional constituye un delito. El Departamento de Justicia,
agregó la agencia, ya había sido notificado.

Sin dejarse intimidar, el ICIJ difundió su exposición sobre los “Archivos


de la FinCEN” el 20 de septiembre, detallando cómo grandes bancos
globales –entre ellos JPMorgan Chase, HSBC, Standard Chartered y
Deutsche Bank- presentaban un SAR tras otro y, al mismo tiempo,
seguían beneficiándose con las actividades de clientes sospechosos que
estaban desplazando miles de millones, si no billones, de dólares.

Según la ley actual, presentar un SAR no exige que un banco deje de


brindar servicios al cliente en cuestión, pero debería al menos encender
una señal de alarma dentro de la institución. No lo hizo. Por el contrario,
los bancos mantuvieron el rumbo y siguieron sumergiendo en papelerío
a 267 agentes mal pagos y excedidos de trabajo de la FinCEN. Entretanto,
“vigilantes del mercado” contratados ganaban más desviando las
investigaciones de sus clientes que monitoreando sus actividades. Los
asesores legales y los contadores de Wirecard aparentemente
embolsaron en conjunto 120 millones de libras (150 millones de dólares)
por año antes de la liquidación de la compañía.

Los archivos de la FinCEN no tienen todos los detalles dramáticos de la


bomba de los “Panama Papers” de 2016 del ICIJ, que reveló una evasión
impositiva descarada por parte de estrellas del deporte y políticos
prominentes, cometida con la ayuda de la firma legal panameña Mossack
Fonseca. De hecho, gran parte de lo que contienen los archivos de la
FinCEN ya se conocía desde hace un tiempo. Tal vez ésta sea la razón por
la que la noticia se reciba con indiferencia –Cuanto más cambian las
cosas... como dicen los franceses.

Pero aún si el comportamiento escandaloso de parte de los grandes


bancos no es nada nuevo, todos deberíamos estar profundamente
preocupados por la complicidad de los vigilantes y de las autoridades de
cumplimiento de la ley en delitos altamente lucrativos. No sólo le han
dado la espalda a la ilegalidad descarada; han demostrado que están más
que dispuestos a amordazar a la prensa libre en el proceso.

El autor

Katharina Pistor, profesora de Derecho Comparado en la Facultad de


Derecho de Columbia, es autora de The Code of Capital: How the Law Creates
Wealth and Inequality.

Copyright: Project Syndicate, 2020.

www.project-syndicate.org

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