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antecedentes, buscar escenas en tu imaginación que revelen cómo

desarrolló el personaje esas tendencias que parecen contradictorias,


se volverá menos teórica, más intuitiva y natural.
Algunas personas, especialmente las que han adoptado
estándares religiosos para la conducta correcta, siempre se verán
afectadas por la contradicción, la encuentren donde la encuentren.
Pero la rectitud es enemiga de la creatividad. Para el escritor,
gracias a Dios, las cosas son un poco más fluidas. Aun así, no
puedes tan solo ensamblar por las buenas rasgos opuestos y
pretender que has hecho un buen trabajo.
Conscientes de que en la escritura nada es insignificante,
analicemos los distintos tipos de contradicción desde la que parece
más superficial a la más fundamental y trascendente.

Contradicciones basadas en la yuxtaposición física, irónica o


cómica
Cualquiera que conozca la cultura de las pandillas, en concreto los
apodos callejeros, se habrá encontrado con una contradicción
basada en la yuxtaposición irónica: los tipos enormes a los que
llaman Tiny (pequeño), los que están siempre enfurruñados a los
que llaman Smiley (sonriente) y los asesinos llamados Sweet (dulce,
agradable).
También están:

La hermosa joven con una deformidad en el brazo o la pierna,


o que lleva peluca para ocultar su cabello devastado por la
quimioterapia.
La madre madura que se viste como su hija adolescente.
El pajarito escuálido y con gafas que se peina para llamar la
atención, se echa una copa al gaznate y no puede evitar
hacer de Romeo o pelearse con el otro cretino sentado un
taburete más abajo.
El envejecido gigoló que se afeita con una Lady Remington,
como hace Richard Bone en la escena que abre Cutter y
Bone, de Newton Thornburg.

Contradicciones basadas en nuestra necesidad de cumplir


distintas funciones sociales
En su diálogo filosófico El sobrino de Rameau, Denis Diderot
plantea que cada uno se ve obligado a asumir un número
interminable de máscaras para cumplir los diversos roles y las
múltiples obligaciones que se exigen de nosotros. Si sentimos que
una de esas máscaras es más sólida o está mejor arraigada, es solo
porque el hábito, creado por la asunción diaria de ese papel
particular: hija obediente, vecino quejica, jefe exigente, la ha vuelto
más rutinaria, familiar y natural. Pero solo se necesita un cambio
repentino o drástico en el entorno social para que nos preguntemos:
¿qué se espera de mí aquí? ¿Quién se supone que soy? ¿Qué
tengo que hacer para encajar?
Nos comportamos bien en distintas situaciones sociales: la mesa
de la cena, la oficina, el estadio, la iglesia, la habitación. Sentimos
diferentes grados de libertad para «ser nosotros mismos» en cada
uno de esos entornos, según quién más esté allí, nuestra relación
con ellos, nuestra posición. El que destaca en la oficina quizá no
funcione en el dormitorio, y viceversa, a menos que el lugar de
trabajo sea francamente progresista. Aun así, la mayoría de la gente
recorre a diario sin esfuerzo tan diversos ambientes.
Piensa, por ejemplo, en una madre soltera que trabaje. En la
oficina y en casa es un torbellino: toma decisiones, dice lo que
piensa, es práctica. Entonces llega un hombre del que está
locamente enamorada para llevarla a una de sus escasas citas. Sus
hijos apenas la reconocen: no solo se ha vestido de punta en
blanco, además está encantadora, habla con voz suave, se ríe, es
respetuosa. Puede que se estén preguntando: ¿quién es esta
extraña y qué ha hecho con mamá? Y en cambio, en otra
circunstancia completamente diferente, por ejemplo en el hospital
con su padre moribundo, esa misma mujer puede revelar un aspecto
completamente distinto mostrando impaciencia, mal genio, debilidad
o miedo.

Contradicciones basadas en la competencia de valores morales


o de objetivos
Nos consideramos honrados y responsables, hasta que un día nos
encontramos un sobre lleno de dinero (Casa de juegos, de David
Mamet). Le has sido fiel a tu cónyuge durante años, hasta que una
noche te encuentras solo en un lugar extraño («Un episodio en la
vida del profesor Brooke», de Tobias Wolff). En la novela Robo: una
historia de amor, de Peter Carey, Michael Boone se debate entre su
amor desesperado por la misteriosa Marlene, que apareció una
noche en medio de una lluvia torrencial, y su deber con Hugh, su
hermano gravemente perturbado.
Algunas de las mejores tragedias de la historia se basan en tales
conflictos: Antígona debe elegir entre la lealtad al Estado o el amor
de su hermano; Orestes debe elegir entre incurrir en la cólera de
Apolo o que le ataquen las Furias; dado su conocimiento previo de
que va a morir en el saqueo de Troya, Aquiles debe decidir si
alcanza la muerte gloriosa del guerrero (kleos) o acepta la invitación
de su madre, la nereida Tetis, regresa a Ática y vive el resto de sus
días en paz.
Son conflictos centrales, en el núcleo del argumento, pero también
pueden emplearse para la caracterización otros conflictos menores
basados en objetivos o valores opuestos, mostrando las fuerzas
contradictorias que impulsan al personaje: la monja despiadada (La
duda), el psicólogo criminal adicto al juego (Cracker), la madre
prostituta (Bellman and True).
Contradicciones consecuencia de un secreto o de un engaño
Que alguien esté ocultando algo crea una oportunidad obvia para
una contradicción. Tarde o temprano lo escondido se desbordará sin
que nos demos cuenta y provocará ese inexplicable cambio de
conducta que resulta intrigante por sí mismo.
En Rebeca, de Daphne du Maurier, el impacto en Maxim de Winter
de la muerte de su esposa, a la que al mismo tiempo quería y
despreciaba, se encona bajo la superficie de su amabilidad, para
estallar en arranques inexplicables de hiriente mal genio que con el
tiempo cobran un aspecto tan amenazante que su personalidad se
acerca cada vez más al colapso, lo que sugiere que la muerte de
Rebeca quizá no fuera un trágico accidente, después de todo.
En La Pimpinela escarlata, de la baronesa Emmuska Orczy,
Marguerite St. Just se pregunta qué le ha sucedido al hombre con el
que se casó. Antes era un encantador baronet pleno de
compañerismo militar y de ardor romántico, pero sir Percy Blakeney
se ha convertido en una parodia de sí mismo: hace el papel de
dandi de pocas luces cuando están en sociedad y se niega a tocarla
cuando están solos. Marguerite acabará por descubrir que esa
afectación es un disfraz con el que sir Percy oculta su condición de
dirigente de un grupo de nobles ingleses que intentan salvar a los
aristócratas franceses que se enfrentan a la muerte bajo el gobierno
del Terror. Su cariño revivirá cuando sir Percy descubra que los
rumores que había oído (que Marguerite era responsable de la
ejecución del marqués de St. Cyr por el Tribunal Revolucionario) no
incluían que denunció al marqués por el trato salvaje que
dispensaba al hermano de Marguerite, y que nunca fue su intención
que le ejecutaran. En ambos casos, la ocultación de la verdad por
sir Percy –su identidad como la Pimpinela escarlata, su creencia de
que su esposa colaboraba con el Terror– era el origen del
comportamiento que ella encontraba desconcertante y
contradictorio.
Contradicciones basadas en la oposición entre rasgos
conscientes e inconscientes
Este tipo de contradicción comparte un terreno común con las que
se basan en el cumplimiento de distintos papeles sociales y las que
son consecuencia de un engaño. Toda la construcción del ego, la
imagen que mostramos a los demás, se basa en cierto grado de
represión, secreto y camuflaje. Esto dice mucho de quién queremos
ser, quién fingimos que somos, en quién tememos convertirnos y
cuál es nuestra posición entre los demás. Hasta ese punto, todos
vivimos una mentira, o al menos ejercemos cierta cantidad de
prestidigitación psicológica en cada momento de cada día con cada
persona que encontramos.
Y, sin embargo, uno de los atributos clave de los rasgos reprimidos
es que la represión aumenta en secreto su poder. Al intentar ocultar
un impulso como, por ejemplo, el hecho de ser coqueto o temerario
o mezquino, ponemos en marcha una olla a presión que un día
puede llegar a explotar.
La tensión creada por esos dos impulsos antagónicos: controlar
nuestro comportamiento para «seguir adelante» o soltarnos y «ser
nosotros mismos», constituye uno de los conflictos centrales de
nuestra vida. Y el conflicto es intrínsecamente dramático.
Comprender esa lucha interior puede ser útil para que el personaje
actúe de forma impredecible. Por cada rasgo que exhibimos, su
opuesto acecha en algún lugar de nuestra psique. Estos trazos de
sombra pueden ser débiles y estar apenas formados por su falta de
uso consciente, pero existen, lo que significa que, si un personaje
actúa de modo poco creíble, podemos hacer que resulte más natural
si mostramos lo que ha sucedido y cómo se ha originado esa batalla
entre sus rasgos conscientes y reprimidos.
Las contradicciones pueden hacer visibles tanto las intenciones del
personaje como lo que no sabe que está en su propia naturaleza, y
lo hacen de golpe, sin necesidad de un complicado psicoanálisis.
Los intentos de muchos autores de reflejar el funcionamiento del
inconsciente degeneran en laboriosas explicaciones, o, si no, el
autor hace el papel del inconsciente, con lo que reduce al personaje
a mero espécimen psicológico, o lo convierte en marioneta.
En la serie de televisión Mad Men, Don Draper (Jon Hamm)
adopta por completo los valores hipermasculinos de Madison
Avenue en la década de 1960. No es ya solo el príncipe hacedor de
lluvia de Sterling Cooper, es el alfa prácticamente en todos los
grupos masculinos que encuentra. Parte de esto es una farsa –ha
asumido una identidad falsa para escapar de la vergonzosa pobreza
de su infancia y para ocultar otros problemas del pasado, y protege
con diligencia esa máscara–, pero también nos habla de su
necesidad de encajar, de triunfar. Su papel en el ascenso de Peggy
Olson (Elisabeth Moss) puede parecer que contradice la estrechez
de miras de aquellos valores, aunque su apoyo no sea ni mucho
menos incondicional o siquiera constante. Pero es el único alto
cargo de la empresa que reconoció su talento y promovió su
ascenso al departamento creativo, un tributo a un sentido de la
justicia que, en otros casos, intenta ocultar. Lo que es más
importante, Don ve en Peggy una honradez y una falta de artificio
que en secreto admira y envidia.

Contradicciones del temperamento


Cada uno de los personajes principales de Valor de ley, de Charles
Portis, resulta intrigante y contradictorio: Mattie, a pesar de su
juventud, es indomable y sabe hacer negocios. LaBoeuf es valiente
a pesar de su vanidosa preocupación por su aspecto. Cogburn, el
gordo borracho y tuerto, es implacable, astuto y, al final, también
valeroso.
En The Wire (Bajo escucha), Jimmy McNulty es un padre
comprometido y un policía obstinado, además de un borracho sin
remedio y un mujeriego empedernido.
En su cuento «The Other Place», Mary Gaitskill retrata con
destreza a un niño de trece años usando solo su nombre (Douglas),
su edad y tres contradicciones: la primera es que es muy inteligente
pero detesta leer; la segunda es que ha heredado un «temblor
esencial» que le hace mover las manos de modo involuntario y, sin
embargo, tiene un talento exquisito para dibujar, y le encanta
hacerlo; la tercera es que dibuja bellos bocetos de cuervos: le
fascinan porque son de los pocos animales más inteligentes de lo
que necesitan para sobrevivir, y hace también dibujos detallados y
vívidos de hombres con armas de fuego, o que están colgando de
una soga, o cortando a otros hombres con una sierra eléctrica.
Este tipo de contradicción es difícil de atribuir a una causa, lo que
no necesariamente indica una deficiencia. Los lectores y el público
no necesitan ni quieren que se les explique todo. Pero al idear un
personaje como Cogburn, LaBoeuf, Mattie o McNulty, es necesario
intuir el todo psíquico que abarca las contradicciones, y no
simplemente juntarlas y esperar a que seque el pegamento. Es
probable, por ejemplo, que la precocidad de Mattie se deba en parte
a su necesidad de asumir el papel de adulta responsable dada la
falta de sentido comercial de su madre y la ausencia de su padre.
Pero esa capacidad y esa determinación son innatas. Mattie no ha
salido a su madre: es hija de su padre.
Siguiendo con nuestros ejemplos:

Macbeth es audaz cuando es violento y cobarde cuando teme


algo, desmedido en su ambición pero atormentado por su
conciencia. Es a la vez miedoso y temerario.
Willy Loman predica la importancia de ser querido, cuando
está claro que él es el personaje de la obra que más aislado
se encuentra.
En Casa de arena y niebla, Kathy es una joven atractiva e
inteligente, obsesionada desde la adolescencia por un claro
deseo de estar muerta.
Blanche DuBois está desesperada y es débil y vanidosa sin
remedio, tiene la facilidad de los alcohólicos para la negación
y el delirio, pero también es ferozmente orgullosa y resiliente,
capaz de mantener una determinación extraordinaria.
En Ciudadano Vince, Beth se ha roto el brazo y tiene que
atender a sus clientes con escayola (un caso de
«yuxtaposición cómica», de los antes mencionados).
En Breaking Bad, Walt es a la vez un profesor de química que
podría haber logrado mucho más y un excepcional cocinero
de metanfetamina. Su giro a la actividad criminal desata en él
una confianza y una asertividad antes reprimidas, lo que
demuestra tanto cuando defiende a su hijo, que tiene parálisis
cerebral, de una pandilla de abusones, como en un
inesperado aumento de deseo sexual por su esposa
embarazada. Los demás creen que esa conducta «le viene de
la nada». Walt dice que, por primera vez en años, está
«despierto».

Más allá de todas las otras consideraciones hasta aquí expuestas,


las contradicciones son útiles porque son interesantes por sí
mismas. Nuestra percepción se dirige por instinto hacia lo que no
encaja. Es una adaptación evolutiva: nos alerta de las amenazas.
Ese sonido inesperado que hemos oído podría ser solo el viento en
la hierba, o bien un depredador que se acerca. La sarta de insultos
de tu vecino, normalmente pacífico, podría no ser nada, o bien algo
que ignoras por tu cuenta y riesgo. El mensaje subyacente a toda
contradicción es: .

Ejercicios

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