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El alcohol.

Un texto de Marguerite
Duras

El alcohol

Viví sola con el alcohol veranos enteros en Neaulphe. La gente


venía los fines de semana. Durante la semana estaba sola en
la casa grande, fue ahí que el alcohol tomó todo su sentido. El
alcohol hace resonar la soledad y termina por hacer que uno la
prefiera a todo lo demás. Beber no es obligatoriamente querer
morir, no. Pero no se puede beber sin pensar que uno se mata.
Vivir con el alcohol es vivir con la muerte al alcance de la mano.
Lo que impide matarse es la idea de que, una vez muerta, una
no beberá más.
Comencé a beber en las fiestas, en las reuniones
políticas, primero vasos de vino y luego whisky. Y luego a los
cuarenta y un años conocí a alguien que realmente le gustaba
el alcohol, que bebía todos los días pero razonablemente. Muy
rápido lo sobrepasé. Eso duró diez años hasta la cirrosis, los
vómitos de sangre. Paré durante diez años más. Era la primera
vez que lo hacía. Volví a empezar y luego volví a parar, ya no
sé por qué. Luego dejé de fumar y no pude hacerlo sino
bebiendo nuevamente. Ya es la tercera vez que lo dejo. Nunca
he fumado opio, ni hachís. Me he “drogado” con aspirinas todos
los días durante quince años. Nunca me he drogado.
Desde que empecé a beber me convertí en alcohólica. De
inmediato bebí como una alcohólica. Dejé a todo el mundo
detrás. Empecé a beber en la tarde, luego al mediodía, luego
en la mañana, luego comencé a beber en la noche. Una vez en
la noche, y luego cada dos horas. Nunca me he drogado de
otra forma. Siempre supe que si empezaba con la heroína, la
escalada sería rápida. Siempre he bebido con hombres. El
alcohol sigue atado al recuerdo de la violencia sexual, la hace
resplandecer, en ella él es indisoluble. Pero solo en esencia. El
alcohol remplaza el evento del goce pero nunca ocupa su
lugar. En general los obsesos sexuales no son alcohólicos. Los
alcohólicos, incluso “en situación de calle” son intelectuales. El
proletariado que ahora es una clase más intelectual que la
clase burguesa, de lejos, tiene una tendencia hacia el alcohol
en el mundo entero. El trabajo manual es quizás, de todas las
ocupaciones del hombre, la que conduce más directamente a
la reflexión, y entonces a la bebida. Vea usted la historia de las
ideas. El alcohol hace hablar. Es la espiritualidad llevada hasta
la demencia de la lógica, es la razón que intenta comprender
hasta la locura por qué esta sociedad, por qué este Reino de
la Injusticia —y que concluye siempre por una misma desdicha.
Un ebrio es a veces grosero, pero rara vez obsceno. Algunas
veces está furioso y mata. Cuando uno ha bebido demasiado,
vuelve al principio del ciclo infernal de la vida. Uno habla de
felicidad, dice que es imposible, pero sabe lo que quiere decir
esa palabra.
Carecemos de un dios. Este vacío que descubrimos un
día de adolescencia nada puede hacer que nunca haya
sucedido. El alcohol ha sido hecho para soportar el vacío del
universo, el vaivén de los planetas, su rotación imperturbable
en el espacio, su silenciosa indiferencia respecto al lugar de
nuestro dolor. El hombre que bebe es un hombre
interplanetario. Es en este espacio interplanetario que se
mueve. Es ahí que acecha. El alcohol no consuela en nada, no
ocupa los espacios psicológicos del individuo, no reemplaza la
ausencia de Dios. No consuela al hombre. Al contrario, el
alcohol conforta al hombre en su locura, lo transporta a
regiones soberanas donde es el dueño de su destino. Ningún
ser humano, ninguna mujer, ningún poema, ninguna música,
ninguna literatura, ninguna pintura puede reemplazar al alcohol
en la función que tiene con el hombre, en la ilusión de la
creación capital. [el alcohol] Está ahí para reemplazarla. Y lo
hace para toda una parte del mundo que habría debido creer
en Dios y ya no cree.
Las palabras del hombre que son dichas en la noche de la
ebriedad se desvanecen con ella en cuanto llega el día. La
ebriedad no crea nada, no va en las palabras, oscurece la
inteligencia, la descansa. He hablado dentro del alcohol. La
ilusión es total: lo que usted dice, nadie lo ha dicho aún. Pero el
alcohol no cree nada que permanezca. Es el viento. Como las
palabras. He escrito en el alcohol, tenía una facultad para
aguantar la ebriedad que me venía quizás del horror de la
borrachería. Nunca bebía para estar borracha. Nunca bebía
rápido. Bebía todo el tiempo y nunca estaba borracha. Estaba
retirada del mundo, inalcanzable pero no borracha.
Una mujer que bebe es como un animal que bebiera, un
niño. El alcoholismo alcanza el escándalo con la mujer que
bebe: una mujer alcohólica es algo raro, es algo grave. Es la
naturaleza divina que se ve afectada. A mi alrededor he
reconocido este escándalo. En mi época, para tener la fuerza
de afrontarlo en público, entrar sola a un bar, en la noche por
ejemplo, era necesario haber ya bebido.
Siempre se dice demasiado tarde a la gente que está
bebiendo demasiado. “Bebes demasiado”. Es escandaloso
decirlo, en cualquier caso. Uno nunca se sabe a sí mismo
alcohólico. En el 100% de los casos se recibe esta noticia
como una injuria, uno dice: “si usted me dice eso, es porque
está molesto conmigo”. En cuanto a mí, el daño estaba ya muy
avanzado cuando me lo dijeron. Estamos en un espacio
paralizado de principios. Hasta un cierto grado se deja a la
gente morir. Creo que en la droga este escándalo no existe. La
droga separa completamente al individuo drogado del resto de
la humanidad. No arroja al individuo a la intemperie, a las
calles, no hace de él un vagabundo. El alcohol es la calle, el
asilo, los otros alcohólicos. La droga es algo muy corto, la
muerte viene muy rápido, la afasia, la oscuridad, los postigos
cerrados, la inmovilidad. Nada consuela más que beber. Desde
que ya no bebo, tengo simpatía por la alcohólica que era.
Realmente bebí mucho. Luego vinieron en mi auxilio pero
entonces estaría contando mi historia y no hablando del
alcohol. Es increíblemente simple, los verdaderos alcohólicos
son quizás lo que hay de más simple. Uno está ahí donde el
sufrimiento está impedido de hacer sufrir. Los vagabundos no
son desgraciados, (?) es una tontería decir eso, son ebrios de
sol a sol, las veinticuatro horas del día. Lo que viven no podrían
vivirlo en ningún otro lugar más que en la calle. Durante el
invierno de 1986-1987, en vez de ver que les quitaran su litro
de vino rojo cuando llegaran al asilo de noche, prefirieron
arriesgarse a morir, el frío. Todo el mundo se preguntó por qué
no querían ir al asilo, y era por eso.
Lo más duro no son las horas de la noche. Pero
evidentemente si uno tiene un insomnio tenaz, es entonces lo
más peligroso. No hay que tener una gota de alcohol adentro
de uno. Formo parte de esos alcohólicos que vuelven a
empezar a beber a partir de un solo vaso de vino. No sé qué
nombre nos da la medicina. Esto funciona como una central, un
cuerpo alcohólico, un conjunto de compartimientos diferentes,
todos vinculados entre ellos, primero por el pensamiento, y
luego el cuerpo. Está hecho, embebido poco a poco, y
cargado[1] –es la palabra: cargado. Es a partir de cierto tiempo
que uno tiene la elección: beber hasta la insensibilidad, la
pérdida de la identidad o quedarse en las primicias de la
felicidad. Morir de alguna manera, cada día, o bien seguir
viviendo.

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