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IFÁ Y LA CREACIÓN

Autor: Amadeo Piñero


Napoles
Introducción

El descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo trajo a


estas tierras oleadas de aventureros y valerosos hombres
europeos. Unos arribaron con el deseo de enriquecerse
rápidamente, y otros con el afán de adquirir glorias
personales y regresar a sus países de orígenes.
Con ellos vinieron - junto a sus vicios y enfermedades -
los logros de su cultura; también este contacto introdujo en
Europa las cualidades y defectos de sus nuevas colonias,
después de una larga y convulsa interacción.
No era raro que en dichos países existieran negros
esclavos y que algunos vinieran con los conquistadores al
Nuevo Mundo, al inicio del descubrimiento.
Una vez que en las Américas aumentó la necesidad de
mano de obra barata, pues los indios de las islas
antillanas fueron extinguidos casi en su totalidad, y los de
tierra firme no estaban aptos o eran incapturables para
esos propósitos, la metrópoli comprendió las ventajas de
la importación de esclavos africanos, hombres vigorosos
y resistentes a diferentes climas, y por lo tanto podrían ser
utilizados en las plantaciones y minas. Así, llegaron a
nuestras regiones millones de nativos procedentes de
Senegal, del Níger, del Congo, hasta de tierra adentro o de
las costas orientales.
Estos negros trajeron sus lenguas, sus costumbres y
creencias ancestrales, y aquí las fundieron con las de los
amos, así surgió una nueva cultura, un sincretismo, y una
mezcla racial.
En el caso de Cuba, la unión del cristianismo con las
creencias africanas de tipo animista, fetichista, el culto a
los antepasados, y los dioses-reyes, originó la Regla de
Ocha o Santería, y mantuvo vivo el culto a Ifá, que con
anterioridad fuera asimilado por los pueblos yoruba, al
mezclarse en esas tierras con las creencias locales.
Ifá, la deidad del oráculo supremo, es adorado por los
babalawos o sacerdotes de su culto, quienes son
curanderos, adivinos o consejeros, y su mayor exponente
es Orula, el representante de Ifá en la Tierra.
También existen otras reglas o cultos afrocubanos, pero
el complejo religioso cultural Ocha-Ifá es - a nuestro
criterio - el más amplio y el que cuenta con mayores
seguidores en Cuba.
La Colección De Olofin al Hombre, Cosmogonía
Afrocubana es una obra que reúne además los siguientes
títulos: La leyenda de los orichas, La leyenda de Orula y
El hijo de Ifá; en los mismos se recrea una serie de
historias acerca los dioses del panteón yoruba, y sobre
todo de una mitología cuyo origen se pierde en el tiempo.
Se recoge de manera coherente toda la información que
aparece dispersa y sin orden, y que sepamos nunca hasta
ahora se había hecho un trabajo similar.
En este primer libro, Ifá, los orichas y la creación,
comenzamos con el universo y nuestro sistema solar; las
deidades que participaron en el desarrollo de la
naturaleza en la Tierra; la especie humana y su evolución.
En la segunda parte se trata sobre el descenso de Ifá a la
Tierra y la creación del culto que lleva su nombre; su
expansión por diversos puntos de la geografía y el
reencuentro con la fe cristiana en el transcurso de los
siglos.
Escribimos estas obras inspirados en que - de una
forma u otra - en siglos pasados hemos vivido en estas
tierras, y que también hemos vivido en África y Europa, y
que hemos seguido, de alguna manera y durante todo este
tiempo, el peregrinaje de las razas humanas que
conformaron el pueblo cubano. Como homenaje a los
ancestros y desde la óptica del quienes perdieron su
nación de origen debido a la cruel trata esclavista, y de
quienes lucharon por mantener viva su cultura y sus
creencias, es que escribimos estas obras.
1ra. Parte LA CREACIÓN

OLOFIN Y LA JERARQUÍA DE IFÁ

Olofin

Olofin y la nada, sólo Él en su altísima vibración. No


existían ni el tiempo ni el espacio. Fue entonces que
decidió echar a andar el tiempo: Originó un sinnúmero de
vibraciones para tejer el Universo.
Olofin sopló fuertemente y de las partículas de su aliento
se formaron las estrellas y los sistemas planetarios; emitió
finos silbidos de los cuales surgieron las distintas
deidades.
Olofin determinó que las cosas estuvieran separadas
unas de otras: el frente; detrás; encima; debajo; un lado y
otro lado; esto originó el espacio. Él hizo que todo tuviera
un pasado, un presente y un futuro, y esto fue la génesis
del tiempo.
Como Olofin se sentía solo, creó de sí mismo muchas
entidades, para distribuirlas en el espacio durante todo el
tiempo; lo hizo mezclando distintas vibraciones, para
diferenciarlas unas de otras. Así cada una tendría sus
propias características.
Creó primero que todos a Oloddumare para que
dominara los espacios, y a Olorun para que dominara la
energía. Luego el Universo - incluía nuestro sistema solar
-, la Tierra y su Luna, como elemento complementario.
Con posterioridad Olofin creó a Oddua, a Obatalá y a
Ifá, quienes serían los Benefactores de la futura
humanidad.
Silbó a su derecha y creó las Deidades Mayores; silbó a
su izquierda y creó las Deidades Menores. Después les
asignó a cada una su tarea. Por ultimo, emanó miríadas de
pequeñas vibraciones individualizadas, y mantuvo la
emanación vital permanente.
Tantas cosas hizo Olofin, que esto escapa a nuestros
conocimientos, pero están encerradas en su portentosa
memoria. Él dejó asentadas las leyes de los movimientos;
dio colores a las vibraciones por su orden, originando la
luz. Estableció el equilibrio de las cosas, la comparación
y la superación. Hizo que la Luna compitiera con el Sol
por el dominio de las influencias en el planeta.
Hecho todo esto, regresó a su reposo, para deleitarse en
la contemplación de la gran aventura universal.

La Escala de Ifá

Ifá nació de Olofin para beneficio de la raza humana.


Hizo inventario de todo lo creado con el objetivo de
asignarle a cada cosa una posición en la Escala de
Valores.
En su Escala, Ifá ubicó a Olofin en el peldaño veintiuno;
a Oloddumare y a Olorun en el peldaño diecisiete. Se
ubicó a sí mismo - junto a Obatalá y Oddua - en el
peldaño dieciséis, aunque a Oddua lo situó en la cima del
peldaño de esta tríada. Colocó a la Deidades Mayores en
el doce, y a las Menores en el ocho.
Determinó que los espíritus de los hombres deificados
estarían en el peldaño siete; los hombres físicos en el
cinco; los animales y las plantas en el cuatro; y dejó por
último las cosas inanimadas en el tercer peldaño de la
Escala de Valores.
Estableció en el espacio que existe entre un peldaño y
otro siete niveles de diferenciación: para el ser humano
hizo que, en el justo medio de ese espacio, estuviera el
hombre común, con sus virtudes y defectos; encima puso
al hombre sabio, que aplica su inteligencia en alguna
actividad donde sobresale. Más arriba, ubicó la
dimensión del hombre santo, quien ha pulido su espíritu y
hecho acopio de virtudes. Y en la cima, al santo-sabio,
quien resume los mejores atributos que puede poseer un
hombre.
Ifá colocó - del hombre común hacia abajo - al necio o
ignorante, que se burla de lo que desconoce y tiene
cerrada su razón; al malvado, que lleva en sí las peores
cualidades y sentimientos de la especie. Y ubicó en lo
más bajo, al malvado-sabio, quien - queriéndolo o no -, ha
hecho pacto con las Entidades Malévolas, aplicando su
sabiduría en la destrucción.
Estableció que el comportamiento del hombre es lo que
le permite ascender o caer del lugar que ocupa en la
Escala. Del justo medio hacia arriba crece la influencia
de las Entidades Nobles en él; hacia abajo sucede lo
contrario.
Orula fue el mejor representante de Ifá en la Tierra. Él
se nutrió del espíritu de Ifá. Orula, por inspiración divina,
construyó con la concha de una jicotea el primer opelé;
conoció los ingredientes adecuados - y el modo de
sacratizarlos - para que lo ayudaran en su labor; heredó de
Changó el tablero labrado con la madera del árbol
sagrado. Aprendió de Osain el secreto de las plantas;
recibió de Oggún las armas del sacrificio; tuvo en Elegguá
su mejor mensajero y amigo. Supo de las cualidades de
las piedras del río, del monte y la sabana. Adoró a las
mujeres, porque éstas lo cuidaban.
Orula conoció por Ifá los secretos de la creación. Él
tiraba su opelé para escribir - en correspondencia con el
signo - el secreto que se le revelaba; así elaboró el Libro
Sagrado. Por eso Orula dice que todo se le pregunta a Ifá,
porque Ifá tiene una respuesta para toda pregunta.
Desde milenios atrás, los hombres olvidaron las
verdades trascendentes, sin saber que éstas quedaron
escritas en fragmentos en el Libro de Ifá, y que nadie
posee esa obra completa, lamentablemente perdida. Los
iniciados de distintos lugares del orbe tienen partes de
esta gran enseñanza del Maestro Orula, que ha trascendido
hasta nuestros días gracias a la tradición oral.

NACEN LOS DIOSES Y EL HOMBRE

La espiritualidad eterna. La inmortalidad

Cuando Olofin creó de sí mismo el conjunto de


deidades, surgieron - en una última emanación -, un
sinnúmero de pequeñas vibraciones individualizadas.
Tenían la misma esencia del ser que las creó, y todas -
como Él - conocían los secretos del Universo; partieron
del no-tiempo y del no-espacio. Para todas, el tiempo y el
espacio eran relativos con respecto al absoluto; por lo
tanto, estas dimensiones no afectaban su naturaleza, pues
eran inmortales desde el principio originario y, ¿quién
pone límite a lo ilimitado?, ¿quién le discute al Gran
Constructor su Obra?
Esto es así para las pequeñas individualidades, y para
las grandes entidades, creadas con propósitos definidos
en el Universo.
Entonces tenemos las miríadas de seres espirituales que
interactuarían con los planos materiales de la creación:
serían protagonistas de hechos trascendentes y vivirían su
experiencia en la Tierra.
Todo esto quedó registrado en el Libro de Ifá, para que
en el futuro se tenga conocimiento del pasado, porque
entre el ser humano y la bestia hay una gran diferencia: la
bestia recibe como herencia los instintos y tiene en su
memoria huellas de la vida de sus antecesores; posee
finos sentidos para enfrentarse a la naturaleza; la fuerza o
la agilidad son sus atributos principales, y con la muerte
se extingue su yo individual.
En el ser humano los instintos son más débiles: olvidó
sus vidas pasadas; la inteligencia es su dote principal. Al
morir, su mente se suma al infinito, donde el espíritu
recobra el conocimiento universal.
Iifé Oore, la ciudad de los espíritus

Al nacer, los espíritus se expandieron por el espacio,


deambularon sin orden ni propósito fijos, pues no tenían
tarea inmediata que acometer en el programa cósmico.
Fue Oloddumare quien les fijó un plano de residencia, con
el objetivo de que se reagruparan en esa área, entre la
Tierra y la Luna.
Un plan preconcebido los mantendría allí: serían
testigos del trabajo de los constructores celestes cuando
descendieran las siete Deidades Mayores; cada una
tendría un séquito de Entidades Menores, las que se
distribuirían por el planeta.
Los espíritus observarían las evoluciones de la esfera
terrestre donde se originó la naturaleza primitiva. Y Orula
- inspirado en Ifá - plasmó todo esto en los distintos
signos del Libro Sagrado, para honra del Gran Benefactor
y de su Padre Olofin.
Así, pues, estos espíritus vagaron por tiempo indefinido
sobre la Tierra. Se preguntaban qué propósitos los llevó
hasta allí, pues no poseían los atributos que permiten
efectuar cambio alguno, ni tampoco la energía de sus
vibraciones afectaba aquello que se llamaba materia, ya
que la escala de Ifá también determinó los límites del
poder.
Aun ahora, los espíritus de los fallecidos van a Iifé
Oore, donde recuperan su conocimiento universal,
enriquecido con la experiencia vivida. Y quien visita por
un instante esos lares y regresa después a la vida terrestre,
no encuentra palabras para traducir la grandeza de lo
infinito. De Iifé Oore bajan los espíritus de luz a cumplir
diversas misiones en la Tierra, y no deben confundirse
con aquellos otros, esclavos de las Entidades Malévolas.

Las Entidades Malévolas

Olofin creó el Universo en el espacio y en el tiempo, y


junto a él las leyes que mantendrían su equilibrio;
estableció dos extremos para el cumplimiento de las
mismas: en el extremo que está a su diestra se encuentran
las fuerzas nobles, las que luchan por la armonía y el
mantenimiento del orden establecido. En el opuesto están
las contrarias.
Permitió que las fuerzas del bien inclinaran ligeramente
a su favor la balanza, siempre con el peligro de perder la
ventaja, ya que el mal rodea al bien.
Ifá, por mediación de Orula, trasmite al hombre su
sabiduría y le dice que - del peldaño doce hacia abajo -
todas las deidades y seres de la creación pueden ser
influenciados por una u otra fuerza, ya que las más nobles
o generosas tienen sus pasiones y venganzas, y las
malvadas pueden abrir el sendero de la prosperidad y el
bien. Todo depende del conocimiento que se tenga de los
distintos caminos, y del arbitrio en el cumplimiento de los
dictados de Ifá.
Por eso no olvidemos los consejos que Orula suele dar,
y así las malas influencias no atribularán nuestro espíritu
con la desgracia: aunque tratemos de esconder en un
ropaje de santidad nuestros malos pensamientos, lo que
adicionemos o restemos nos dará la realidad de los
méritos adquiridos, y las Entidades Malévolas pueden
ayudar a hacer un bien, pero cuidémonos mucho de que
sus influencias nos absorban por completo. Por eso te
decimos:
Trata a Echu con respeto para resolver problemas
nobles. No hagas pacto con Abita y así no caerás en sus
redes. No imites los defectos de las Entidades Superiores,
que ellas no sufren las calamidades de la vida material,
porque fueron creadas con propósitos diferentes y gozan
de la bienaventuranza de sus planos celestiales.
Si en ti crece la maldad corres el riesgo de que, al morir,
tu espíritu sea apartado del conocimiento universal, y se
convierta en un instrumento más de las Entidades
Malévolas.

La formación de la Tierra

En un grupo de siete descendieron al Planeta las


Deidades Mayores; siete vibraciones - las fundamentales -
, con sus séquitos de Entidades Menores; tenían el
propósito de crear la naturaleza mineral primitiva.
Vino Olokun y conformó las simas que dieron lugar a
los océanos, y Orichaoko levantó las tierras del fondo de
los mares. Changó creó la atmósfera y las nubes con sus
cargas eléctricas; Oggún elaboró los minerales y trabajó
las montañas; Yemayá perfiló las costas, actuando en el
equilibrio tierra-mar; Ochún dio lugar a los ríos, los
manantiales y todas las aguas dulces; Oroiña dominó los
fuegos centrales de la esfera terrestre y mantuvo el control
de los volcanes.
Después descendieron otros grupos de Entidades
Mayores y entre todos dieron lugar a las estaciones -
según la posición planetaria -, así como a las rotaciones
de la Tierra y de la Luna, y originaron las mareas, los días
y las noches.
Entonces tomaron diversos elementos de las rocas, las
aguas y los aires con el objetivo de conformar los reinos
animados a partir de la naturaleza muerta: los vegetales,
que eran capaces de reproducirse por sí mismos, al igual
que los animales.
Durante muchos milenios modelaron todas las variantes
posibles. Ejecutaron gradualmente su tarea: destruían unas
formas para construir otras más complejas, y con eso
dieron lugar a la enorme diversidad que actualmente
conforma estos reinos.
Las deidades hicieron que las plantas se nutrieran de la
tierra, dándoles carácter sedentario, y que los animales se
desplazaran por el aire, el agua, o el suelo, para
alimentarse de los vegetales.
Los elementos quedaron constituidos como una
presencia vital para estos reinos, y así: el agua permitía la
vida material; el aire contribuía al equilibrio planta-
animal y era el vehículo del aliento de Olofin; el fuego
asumió la labor de destructor-revitalizador en el proceso
de cambios; la tierra sería el sostén de todo lo anterior, y
Olorun suministraría la energía vivificante.
Estas deidades quedaron a cargo de lo que ellas mismas
habían creado: se distribuyeron - acorde a sus
características vibratorias - las múltiples riquezas del
planeta.

Creación de los seres humanos en la Tierra. Otorgamiento


del espíritu

Descendieron, entonces, al plano terrestre, los tres


Grandes Benefactores de la humanidad: Oddua, Ifá y
Obatalá. El primero tomó una parte de la legión de
espíritus que se encontraban cerca, y los instruyó en la
tarea que tenían por delante.
Ifá modeló un cuerpo de muy poca densidad, semejante
al físico que tendría la nueva especie en fase de creación.
Cada espíritu instruido por Oddua ocupó uno de los
cuerpos astrales elaborados por Ifá, y en posesión de esa
morada semimaterial, comenzaron a vagar sobre la tierra
como fantasmas.
Al mismo tiempo, Obatalá comenzó a cumplir un
objetivo definido: construir una especie destinada a
superar a los demás animales, y que prevaleciera sobre
ellos. Para esto mezcló y combinó los elementos
evolutivos necesarios, dando lugar al arquetipo humano:
dos piernas que lo sostuvieran firmemente, en posición
erguida, propia de un rey; dos brazos fornidos, para
dominar a las demás especies; un corazón grande y fuerte,
y un pecho poderoso donde se albergara el aliento vital;
una cabeza en lo alto, con los mejores sentidos, para
observar y percibir las cosas en la distancia; un
complicado mecanismo de nervios, fluidos y músculos.
Así quedó consumada la obra del gran constructor del
hombre.
Entonces vino Oddua a completar la creación: asignó un
espíritu, con su cuerpo astral, a cada uno de los reyes de
Obatalá, logrando la interacción físico-espiritual que los
ayudaría a vivificar sus sentidos y desarrollar sus
instintos.
Ifá - coejecutor y testigo presencial de tan maravillosa
obra - transmitió a Orula la verdad de dichas
realizaciones, anotadas en este y en otros signos, para que
el conocimiento de la creación humana llegara a nuestros
días.

Los tres cuerpos del ser humano

Una vez que el grupo de espíritus quedó a cargo de los


seres humanos y comenzó la interacción cuerpo-espíritu,
se reveló la importancia del periespíritu creado por Ifá.
Pues el espíritu - desprendido de Olofin - no podía, con su
alta vibración, manifestarse directamente en el grosero
plano vibratorio del hombre-animal. Ifá, con su creación,
había resuelto de antemano esta contradicción: modeló un
cuerpo astral con vibración intermedia, que sirviera de
interfase de unión y completara el proceso de formación
del nuevo ser.
El hombre, desde su surgimiento, se formó con tres
cuerpos: el físico, su doble astral y su espíritu, gracias a
la voluntad de Obatalá, de Ifá y de Oddua. Mas Ifá, con su
sabiduría infinita y clarividencia, preparó el cuerpo astral
para diversas funciones, que se explican en otros signos,
de acuerdo a la inspiración que Orula recibió de Ifá.
Por eso, el hombre común debe aprender las enseñanzas
de Orula para adquirir sabiduría; el ignorante no debe
mofarse de las cosas que le son desconocidas, para que no
se acreciente su ignorancia.
En resumen, hay que aprender sobre la evolución
material lo siguiente: primero se amortiguaron las
vibraciones de la energía, se lograron formas cada vez
más densas hasta llegar a la materia; y ésta puede ser,
para quien le interese, el punto de partida donde, al
comenzar a elevar nuevamente la vibración del
pensamiento, se entra en armonía con el infinito.
El periespíritu

Por iniciativa de Ifá nace el doble astral o periespíritu,


que es el enlace entre el cuerpo físico y el espíritu que lo
domina; tiene además, entre otras funciones primordiales,
proporcionar los cauces por medio de los cuales el ser
humano se alimenta con el aliento vital de Olofin.
En un principio no existía la muerte. No se concebía que
lo creado tuviera un final, por lo que el periespíritu era
imperecedero, igual que las otras partes. Pero cuando se
estableció la muerte, poniéndole fin a la vida del cuerpo
físico, el doble astral - con atributos, tanto del espíritu
como del cuerpo material - comenzó a sobrexistir a este
último, durante un tiempo más o menos prolongado, de
acuerdo a la influencia de una u otra parte sobre él.
En el hombre espiritual, el periespíritu perece
prontamente, mientras el del hombre apegado a los
asuntos vulgares de la vida terrena queda vagando por los
espacios oscuros, ignorante de su efímero destino e
impidiéndole al espíritu - a él adherido - emprender el
viaje a Iifé Oore, la morada donde descansará de la
misión cumplida, aunque siempre, más tarde o más
temprano, el espíritu marchará por ese camino.
El vidente que puede contemplar las formas invisibles a
las personas comunes, debe aprender a distinguir entre los
espíritus de luz y las Entidades Malévolas, así como a los
dobles astrales que, sin propósito fijo, deambulan por los
espacios, y que, por carecer de los atributos físicos
necesarios, perdieron la coherencia del pensamiento y
muchas veces sirven de instrumento a las Entidades
Malévolas.

La irradiación espiritual

Enlazado al cuerpo físico por medio de su doble astral,


el espíritu flota toda la vida alrededor de dicho cuerpo,
que es su pequeña morada, en la cual permanecerá un
número de años tratando de trasmitirle el mensaje de lo
imperecedero.
El hombre común no recibe mucho de esta irradiación,
más bien, ante las malas acciones que ejecuta, le llega una
vocecilla interna que generalmente se le llama voz de la
conciencia. Es precisamente su espíritu quien le aconseja
pues, ¿quién mejor que uno mismo desde lo alto para
aconsejarse?, ¿quién ha de quererte más, si no tú mismo?
Por eso el hombre común ha de sentir el afán de
superarse; y el hombre sabio debe emplear su inteligencia
meditando sobre estos misterios, para que adquiera la
cualidad del santo y sea santo-sabio: sólo a un paso de ser
deificado, y así, continúe su ascenso en el escalafón de
Ifá.
Las virtudes fortalecen el espíritu constantemente,
recubren el cuerpo con una coraza astral impenetrable a
los malos pensamientos y a toda vibración dañina; y si a
las virtudes se le suman los conocimientos que Orula
trasmite, se conocerá la verdad imperecedera mucho antes
de morir; se aprenderá de las experiencias pasadas para
adentrarnos en el porvenir con éxito; el miedo y la
incertidumbre no volverán a torturarnos, y al morir, el
espíritu - ya libre de ataduras - marchará a rendir cuentas
ante el poder de Ifá.
EL HOMBRE NACE PARA MORIR
El poder de la vida. Los puntos vitales del cuerpo

Una vez nacido el hombre de la inspiración de los tres


Grandes Benefactores y de acuerdo al plan de la mente de
Olofin, comienza el intercambio energético en los cuerpos
humanos: la alimentación nutre el cuerpo
reincorporándole los elementos que se consumen con el
esfuerzo físico y mental; el agua es el vehículo que, dentro
del cuerpo, traslada estos elementos a todo el organismo,
y en el equilibrio sólido-líquido-gaseoso, el aire
combustiona los elementos, originando el calor o energía
requerida para los esfuerzos.
Todos estos nutrientes nacieron del aliento de Olofin y
se mantienen con la vitalidad que Él les comunica; dieron
lugar al poder de la vida. Sin Él no existiría nada de lo
creado, según consta en el Libro de Ifá.
Asimismo, es Olorun el transmisor de esa vitalidad -
que efluye constantemente de sí, junto al calor y la luz - y
se sirve de Oloddumare para enviar ese poder a la tierra.
La conjunción de ambos es la armonía de los grandes para
armonizar a los pequeños.
No sólo el hombre se nutre de ese aliento; también lo
hacen el reino vegetal en su amplia manifestación, el reino
animal con todas sus variedades, y finalmente el reino
mineral. Todos absorben estas radiaciones, y tienen,
además, la propiedad de revertir dicho proceso en un
momento determinado, convirtiéndose en emisores del
aliento vital. Por eso, cuando causas diversas nos
dificultan asimilarlo, podemos servirnos de las plantas,
los animales y las piedras para aprovechar su aliento, que
es el mismo de Olofin, y armonizar así los cauces por
donde deben entrar esas vibraciones, que mantienen el
poder de la vida en la propia persona.
Al diseñar Obatalá el cuerpo humano - en consonancia
con el periespíritu que le diera Ifá - no es sólo por la nariz
o la boca por donde entran estas energías, sino también
por las zonas del cuerpo donde están los puntos vitales,
como son los centros de fuerza ubicados en las
articulaciones de las extremidades, y las partes
principales del cuerpo: bajo vientre, estómago, corazón,
cuello, frente y centro de la cabeza.
La energía vital de Olofin entra, como un torbellino,
desde el doble astral al cuerpo físico a través de tales
puntos, que pueden alterarse por diversas razones, y esto
afecta el desenvolvimiento físico o espiritual. Por tal
razón, desde tiempos inmemoriales, los iniciados en el
culto efectúan limpiezas rituales sobre el cuerpo, y se
hacen ceremonias para cuidar la cabeza de la persona.
También se tocan o estimulan estos puntos con las
vibraciones que suministran las plantas debidamente
cortadas, los animales sanos, las piedras de altos poderes,
o simplemente las manos; esta labor se acompaña con los
rezos e invocaciones pertinentes.
Por dichos cauces entran y salen del cuerpo físico las
vibraciones que genera Olofin, y, armonizados
correctamente, fortalecen la salud y mejoran la
disposición a la vida.
Sólo los ignorantes se burlan de lo que desconocen,
pero dice Ifá que todos los que se burlen de su religión y
ciencia han de venir un día a arrodillarse a sus pies, según
escribiera Orula en el Libro Sagrado, bajo la inspiración
de Ifá.
La separación en hombre y mujer

Al principio de la creación el ser humano era andrógino;


o sea, carecía de definición en el sexo. Llevaba en un solo
cuerpo los principios masculino y femenino, y cada cierto
tiempo tenía períodos de gestación espontáneos, se
reproducía a sí mismo y el nuevo cuerpo creado adoptaba
un espíritu. El ser humano era inmortal, clarividente y rey:
estaba realmente a la altura de los dioses.
Por eso muchas Deidades Mayores, celosas de este
poder e influidas por las Entidades Malévolas, plantearon
su desacuerdo a los Tres Benefactores, y desencadenaron
las terribles fuerzas de la naturaleza, haciendo peligrar el
equilibrio del planeta. Entonces, Obatalá se vio obligado
a descender nuevamente a la Tierra, y hacer ciertas
correcciones a la especie humana.
A partir de un momento determinado, comenzaron a
nacer, de los mismos andróginos, individuos con
características sexuales definidamente diferentes.
Esta diferenciación trascendería, desde luego, a los
demás aspectos físicos y psíquicos de los humanos. Así,
nacieron los primeros hombres, con estructura física
similar a la actual, y las primeras mujeres.
Los atributos principales del hombre serían: el valor, la
fuerza, la agilidad y el afán de búsqueda. Los de la mujer:
la maternidad, la pasividad y la resistencia al sufrimiento.
Los andróginos quedaron como una raza diferente,
apartada de esta otra que había surgido; estaban
destinados a extinguirse más adelante.
Más tarde Obatalá ordenó, a las Deidades Mayores, que
trabajaran en la separación en dos sexos de los animales
superiores, tal como se había hecho con los humanos, para
que trascendiera esta armonía a la otra parte del reino
animal.
Al principio, el ser humano era dos en un solo cuerpo, y
las Entidades Malévolas movieron sus fuerzas para
separar tamaña creación.

Los pechos en las mujeres

Al ser la maternidad uno de los atributos de la mujer,


quien recién surgía por la separación de los andróginos,
Obatalá determinó que los pechos, o mamas, quedaran en
la mujer con la función de alimentar a la criatura que
habría de concebir en su vientre. Como consecuencia,
estos pechos serían pronunciados, y así podrían almacenar
la cantidad necesaria de fluido que - cada cierto tiempo -
solicitaría el recién nacido.
Pero el Creador, clarividente y sabio, hizo que en el
hombre las tetillas quedaran, al parecer inútiles, como un
recordatorio de lo que fueron sus ancestros. Por eso
siempre ha de tener en cuenta que la mujer, en un
principio, era parte de sí mismo.
Aunque las mujeres no son perfectas - también son
influenciadas por las Entidades Malévolas -, el hombre
debe comprender que a medida que se asciende en los
niveles de la escala de Ifá, es mayor la consideración
hacia ella.
El sabio comparte su vida, generalmente, con una
compañera que es su báculo; el santo tiene en muy alta
estima a las mujeres que le rodean; el santo-sabio
considera a la mujer como un elemento sagrado; y el
hombre deificado no hubiera llegado nunca a esa
posición, si no es por la veneración que en su vida le
profesaron las mujeres.

Asignación de un tiempo de duración a las cosas en la


Tierra

Una vez consumada la separación de animales y


humanos en macho y hembra, éstos comenzaron a
reproducirse mediante apareamiento; así se generaron
nuevos individuos de uno y otro sexo, que aumentaron su
población en el planeta.
Todos se alimentaban de las plantas, de manera que
Oloddumare
- el que reina en los altos y en los bajos espacios -
percibió el posible desequilibrio entre plantas y animales
- pues éstos se reproducían más rápido que los vegetales -
y el grave problema que tal situación originaría en el
futuro.
Por lo que convocó en su carácter de segundo de Olofin
- y al igual que Olorun, vigilante de la creación - a un
concilio de todas las deidades, para establecer lo
siguiente: tanto las plantas como los animales y el hombre,
tendrían un tiempo limitado de existencia en la Tierra.
Unas plantas vivirían más tiempo y otras menos, de
acuerdo a su constitución; unos animales serían más
longevos que otros, según su naturaleza. El hombre viviría
un poco más que los animales de mayor longevidad, y esto
permitiría restablecer el equilibrio entre los dos reinos.
Oloddumare asignó a algunas Deidades Mayores y
Menores el cumplimiento de este principio: acortar o
alargar el tiempo de vida de cada especie, según fuera
necesario, así como su tiempo de reproducción, pues hay
plantas que generan una o muchas más de una sola vez; y
hay animales que procrean a uno, o varios, en una
gestación, de acuerdo a las múltiples formas de vida que
crearon las Deidades Mayores.
Con su decisión, Oloddumare evitó que el caos llegara
al planeta. Y si algo de este principio se alteró en el
transcurso de los milenios, no se debió a un error suyo,
sino que recibió de Olofin la intuición de llevar las cosas
sólo hasta ese punto, pues en la mente del Supremo
quedaban otros designios por realizar.

Los humanos ingieren alimentos sanguíneos

Al establecerse un tiempo de duración para la vida de


las especies, se decidió que fuera Ikú la deidad que
limitara dichas vidas; aunque Ikú es considerada por Ifá
una Entidad Malévola, y no era tarea sencilla controlar su
poder, ya que tiene numerosos aliados y trabaja de muchas
maneras.
Así que, al descender a la tierra con su comitiva
tenebrosa, hizo estragos, tanto en la especie humana como
en el reino animal, y desoló los bosques y exterminó los
vegetales.
Los animales fueron aguijoneados primero por el
hambre - en medio de aquella naturaleza primitiva - y
comenzaron a atacarse entre ellos, al principio, sólo para
obtener los alimentos. Una vez que de sus heridas brotó la
sangre y fue saboreada por sus fauces, se volvieron
feroces, despedazándose unos a otros según su fortaleza:
los más fuertes se alimentaron de los más débiles.
El hombre, que comenzaba a sufrir también las
escaseces, observaba aquellas escenas con creciente
agitación, hasta que usó su increíble musculatura, su
agilidad y sus sentidos, y participó de estos festines.
Cuando por primera vez comió carne y probó la sangre de
las bestias reconoció al momento que sus poderes físicos
se desarrollaban aún más, y con alaridos de gozo se
proclamó dueño de la naturaleza.
Estas escenas pavorosas estremecieron a muchas
deidades nobles, que no podían creer lo que veían; pero
Ikú y sus aliados se regocijaban en extremo, ya que el
mismo reino animal y el hombre les habían ayudado en su
tarea de limitar la vida de las especies.

La enfermedad que lleva a la muerte

En el concilio de los dioses - convocado por


Oloddumare para poner término a la vida de las especies
en la Tierra - se le asignó a Ikú el cumplimiento de este
principio, quien se auxilió de sus aliados más
importantes: Azonwano, que adquirió una legión de
espíritus con la misión de regar la enfermedad en el
planeta; y Arún, que es la enfermedad misma.
De manera que ésta llegara a los seres vivos: plantas,
animales, o humanos, ya que para morir primero hay que
enfermar.
Los seres humanos al nacer son pequeños y débiles;
Arún en ese momento hace presa de ellos sin esfuerzo.
Después crecen y adquieren un gran vigor; entonces él
encuentra muchas dificultades para atacarlos. Cuando
llegan al término fijado para sus vidas deben envejecer
antes de morir, y así - desposeídos del vigor de su
juventud - puede Arún penetrar con facilidad en el cuerpo
y prepararlo para entregárselo a Ikú.
Pero en la medida que - el ser humano en especial - se
adentra en la vejez, se debilita el cuerpo que Obatalá le
construyera y Oddua fortalece el espíritu de la persona,
pues la senectud, en la generalidad de los casos, trae
aparejada una especie de cansancio hacia la vida, un
conformismo por lo vivido; y esto significa que el espíritu
- estimulado por Oddua - ya desea marchar a Iifé Oore. Es
así como Arún toma posesión del cuerpo e Ikú le despoja
de la vida terrena.

La cadena de la vida

De esta forma se originó la cadena de la vida: la tierra


es el sostén de todo ser: plantas, animales y hombres. Las
plantas se alimentan de la tierra; los animales de las
plantas y de ellos mismos, según su poder; el hombre se
alimenta de las plantas y de los animales. Y al final,
cuando se extinguen sus vidas, la tierra, que los soportó a
todos, se alimenta de ellos.
Orichaoko, la deidad que domina la tierra, es quien
alimenta estas formas de vida, y, a su vez, se alimenta con
los cadáveres que van a su seno. Cadáveres que Arún
conquista para dárselos a Ikú, quien, satisfecha, los
entrega a Orichaoko.
La cadena de la vida trasciende también al plano
familiar, pues los padres alimentan a sus hijos, quienes al
crecer lo hacen con los nietos de sus padres, y con estos
mismos en sus últimos días de vida, según lo establecido
en el transcurso de las generaciones.
Y Orula trasmite a los hombres - iniciados o no - la
sabiduría sobre los orígenes, de cómo se transforma todo
con el tiempo, para que el conocimiento le dé al individuo
común la posibilidad de ascender en el escalafón de Ifá.

EL ESPÍRITU REGRESA Y VIVE

Las virtudes curativas de las plantas

Una vez que Ikú comenzó a ejercer su dominio en la


Tierra - con el apoyo de otras Entidades Malévolas - los
Tres Benefactores solicitaron a los dioses de los bosques
y sabanas que se esmeraran en su trabajo con las plantas:
les dieran más vigor a sus vibraciones y escogieran las
variedades que cumplirían un objetivo: estas plantas
mejorarían su absorción de elementos de la tierra,
haciendo más complejo su proceso orgánico, con el fin de
almacenar sustancias especiales en sus hojas, tallos,
raíces o frutos, para que, una vez ingeridas por animales y
hombres, fortalecieran su organismo en las zonas
debilitadas por Arún y evitaran así su influencia durante
mucho tiempo en tales puntos. Todo esto impediría, por
último, que Ikú realizara con facilidad su tarea.
Y de acuerdo a las evoluciones del día y la noche, y a la
posición lunar, en concordancia con el estado de salud de
las plantas, éstas - en ciertos momentos del día - se
esforzarían por ofrecer sus mejores propiedades
curativas, albergadas en alguna de sus partes.
Fue Osain quien se afanó duramente en esta tarea, e Ifá
quien les dio cuerpo astral a los animales y a las plantas;
en este caso para que el hombre aprovechara sus
vibraciones al sacudirse con sus ramas, y así armonizara
su periespíritu y recobrara la salud. De esta forma, a
pesar del nuevo decreto para su destino, no se encontrara
indefenso ante Arún.
Y varias fueron las deidades encargadas de llevarle al
hombre la intuición sobre la existencia de estas cosas.

La naturalidad de la muerte
Al balancearse en este punto el proceso vida-muerte y
establecerse la cadena de la vida, los humanos vieron
cómo les nacían criaturas que comenzaban su aprendizaje
desde pequeños, y se desarrollaban después hasta
alcanzar la adultez; sin embargo, ellos, los creadores de
esos nuevos individuos, perdían el vigor que sus hijos
ganaban.
Y sus instintos, orientados por la irradiación espiritual
que emanaban de sí mismos, les hacían sentir satisfacción
con aquel estado de cosas, de forma tal que cuando les
llegaba la vejez, se complacían al verse rodeados de
descendientes: indecisos los pequeños, ágiles los
medianos, fuertes los mayores, siempre dispuestos a
comenzar los apareamientos, tal como habían aprendido
de sus ancestros y observado en los animales.
El espíritu le inculcaba al hombre anciano que ya todo
estaba hecho; lo más natural era retirarse a un lugar
apartado y dejarse morir, y una vez que se debilitaran
totalmente sus miembros debido a la inacción, quedarían
expuestos a que Arún entrara en ellos, si es que ya no lo
había hecho antes.
Sin desgarramiento, sin temor a las tinieblas, el hombre
dejaba de existir sobre la Tierra; su espíritu se alejaba de
aquel cuerpo sin vida, dispuesto a emprender una nueva
tarea.
Ese instinto, esa sensación de que cumplimos, nos
acomete en los últimos instantes de una larga existencia.
El que la muerte sea tratada con naturalidad es algo que
está escrito en el Libro de Ifá por Orula.

La reencarnación

La cantidad de descendientes creados por Obatalá


aumentaba con las estaciones: nuevos espíritus ocupaban
el lugar que correspondían a esos cuerpos; habitaban un
cuerpo masculino o femenino, según la modalidad de sus
vibraciones, o su inclinación específica. Al terminar su
misión en la tierra, muchos de ellos, ávidos de repetir la
experiencia vivida, pedían a los Benefactores les
permitieran su regreso a estos planos.
Como esto era parte del plan preconcebido por Olofin,
no recibieron objeción alguna a sus deseos, y ocuparon
nuevamente un cuerpo.
El afán de búsqueda natural en los hombres - unido al
interés de sus espíritus por nuevas experiencias - los hizo
partir, con sus mujeres, del pequeño foco territorial donde
Obatalá modelara los andróginos; Elegguá fue la deidad
que los guió por diversos derroteros.
Así, se esparcieron los grupos hacia otras regiones del
planeta, con hábitats diferentes. Se desplazaban
constantemente de un lado a otro, mientras en el camino
quedaban los ancianos que perdían su vigor y los que
sufrían variados accidentes, sirviendo de presas a Ikú.
En esta peregrinación, que duró milenios, los espíritus
pudieron reencarnar en los cuerpos humanos en
incontables ocasiones. Muchos - aquellos que Oddua tomó
al principio - comenzaron encarnando en los andróginos;
otros lo hicieron milenios después; todos continuaron
reencarnando desde esos primeros tiempos, hasta el
presente.
Aunque nuestro cuerpo tenga un número limitado de
años, somos espiritualmente tan antiguos como la creación
misma; pero en la actualidad no estamos preparados para
conocer tamaña aventura.

El deseo del hombre por la mujer

Cuando el ser humano era andrógino autogestaba su


descendencia por un complicado proceso que llevaba
dentro de sí mismo. Al separarse en dos sexos, igual le
sucedió a sus instintos; las propiedades físico-espirituales
se dividieron en dos.
Ya no se sentían tan completos como al inicio, pues
Oddua tomó la legión de espíritus destinados a
reencarnar, e hizo parejas con ellos; polarizó las
modalidades de sus vibraciones, intercambió sus energías,
modeló, en fin, un espíritu con inclinaciones femeninas y
otro con las contrarias. Y bajo esta forma reencarnarían
en la Tierra.
A partir de aquel entonces, el hombre siempre tuvo el
instinto de complementarse con una mujer y viceversa,
como si cada uno buscara aquella parte que le faltara
desde un principio, por lo que es natural que todos los
humanos busquen su pareja.
Algunas deidades se rebelaron contra estas decisiones;
incluso llegaron a desear que todos se mantuvieran
andróginos. Con el auxilio de las Entidades Malévolas
aún hoy confunden los caminos de la reencarnación, de
manera que hay quienes nacen con un sexo que no les
agrada y ejecutan actos que al parecer conspiran contra lo
establecido.
Pero, en términos generales, el hombre se hace completo
al compartir con una mujer su vida, lo cual no es más que
un deseo ancestral de buscar la otra parte física y
vibratoria, aquella de la que, en el principio de los
tiempos, Oddua y Obatalá nos separaran.

La confusión del sexo opuesto

Cuando surgió el deseo natural del hombre por la mujer


- después de la exclusión de los andróginos -, algunas
deidades se opusieron a esos cambios; se dejaron
influenciar por las Entidades Malévolas que dominaban
las fuerzas del desorden. Y de común acuerdo, usaron su
poder para que parte de los espíritus destinados a
reencarnar - según el plan establecido - sufrieran
perturbaciones vibratorias que los desorientaran en el
camino de Iifé Oore a la Tierra.
Los espíritus estaban preparados para adherirse, en el
momento del nacimiento, a un varón o una hembra. Ellos
cumplían su cometido tan pronto la criatura asomaba la
cabeza. Y para su sorpresa o consternación, una vez
completado el parto, descubrían que ese no era el cuerpo
al que estaban destinados, aunque por leyes superiores ya
no tenían otra alternativa que vivir el destino de aquella
reencarnación; de manera que, al desarrollarse ese ser
humano, era fácilmente notable que sus inclinaciones no
se correspondieran con su sexo.
Pues una mujer, aunque quiera ser hombre, no tiene los
atributos físicos necesarios; lo mismo le sucede a un
hombre afeminado. Y esta pretensión los convierte en una
caricatura de lo que no pueden ser; sirven más bien de
mofa a los ignorantes y los malvados, y llevan una vida
surrealista y vana para la reproducción.
Aún hoy día la confusión del sexo es obra de las
entidades antes mencionadas, que tuercen los caminos de
la reencarnación en muchos casos, pero también hay otros
que se producen por corrupciones humanas.

Menstruación y procreación. La ilusión y el amor

Al crear Obatalá y Oddua las formas del hombre y la


mujer, así como sus atributos psíquico-espirituales,
determinaron que el hombre fuera más ancho en los
hombros que en las caderas, y que el valor - su atributo
principal - se albergara en el pecho.
El atributo distintivo de la mujer, la maternidad, se
albergaría en el bajo vientre, y por eso nació más ancha
de caderas que de hombros.
También consideró Obatalá que, como el hombre
recibiría la fuerza, la agilidad y su afán de búsqueda,
debía ser más corpulento que la mujer, quien se
caracterizaría, además, por su pasividad y resistencia al
sufrimiento.
La tarea de procrear recayó en la mujer, quien recibiría
del hombre - en el intercambio sexual - los elementos
iniciadores del proceso; ésta desarrollaría en su vientre,
física y astralmente, una criatura que al inicio se
alimentaría de la sangre que allí almacenaba.
Si la fecundación no se efectuaba - periódicamente, en
consonancia con las fases de la Luna, que servía para
intuir el tiempo transcurrido -, la mujer eliminaría la
sangre, la cual caería sobre la tierra, como excusa ante
Orichaoko por la criatura que no le daría como alimento
futuro.
Por eso, tanto el hombre como la mujer observaban la
llegada de la fase lunar correspondiente, y cuando la
mujer no alimentaba la tierra con su sangre, la pareja
sentía nacer dentro de sí un enorme júbilo, porque se
anunciaba que una criatura nueva llegaría al grupo
familiar.
Y al sentirse felices por el fruto que acababan de lograr,
nació la ilusión y el sentimiento de amor en la pareja, que
trascendió a los hijos y a todo el conjunto de la familia
primitiva.

La evolución de los primitivos

Una vez establecidos los grupos familiares primitivos


en las distintas regiones del planeta, adquirieron diversos
hábitos alimentarios y se diferenciaron entre sí por el
clima, pues la pigmentación de la piel estaba en
correspondencia con esto.
Mediante un lenguaje rústico, casi mímico, auxiliados
más bien por la comunicación interespiritual o telepática,
se esmeraron en trasmitir a su descendencia sus
sentimientos nobles y las formas rudimentarias de su
pensamiento.
Los descendientes acrecentaron sus percepciones de la
naturaleza; designaban las cosas con variadas sonoridades
guturales, y tenían un código de sonidos propio a cada
grupo, como precedente de los dialectos.
Se auxiliaron con carbones y piedras para dibujar
figuras en las paredes de las cavernas; le adjudicaron a
cada dibujo una expresión onomatopéyica para que
entendieran todos.
Las Deidades Menores - que convivían en aquel
ambiente natural -, conocedoras de las propiedades de
cada cosa, le aportaban su saber a los hombres. Éstos no
habían perdido sus facultades clarividentes - que les
permitían conocer sus vidas pasadas y su origen -, y
podían por tanto visualizar y comunicarse con las
entidades de los bosques, dejándose guiar muchas veces
por ellas. Oddua fue quien les facilitó esas aptitudes.
Aprendieron la fabricación y uso de algunos
instrumentos que Ochosi y otras deidades les enseñaran
con amabilidad, de manera tal que fueron más eficientes
en la caza y en la pesca, en la extracción de raíces
comestibles y en la recolección de frutos.
Como existían diversos peligros, los grupos comenzaron
a unirse, para hacerse así más fuertes, y eligieron como
consejero y guía de la tribu al de mayor sabiduría y
longevidad.
Al acrecentar su poder, vencieron a las grandes bestias.
Sus carnes las hacían más digeribles con el fuego, del que
ya dominaban el secreto.
De esta manera comenzó la evolución de los primitivos.
Y así fue anotado por Orula en el Libro de Ifá.

OBATALÁ LE DA INTELIGENCIA AL HOMBRE

El sentido del pudor

A medida que los primitivos se unían en grupos para


hacerse más fuertes, el encuentro de núcleos diferentes era
un acontecimiento notable, pues esto les ampliaba las
posibilidades de aparearse.
El deseo del hombre por la mujer lo llevó a ser
exclusivo con su pareja; para esos menesteres buscaba la
soledad, a diferencia de los restantes animales, que
ejecutaban su enlace a la vista de la manada.
Entonces surgió entre los dos un sentimiento de
vergüenza que les hizo considerar necesario ocultar sus
partes pudendas del resto del colectivo, para que no se
exacerbara el deseo de los más jóvenes, pues esto
ocasionaba problemas y desórdenes en el grupo.
Al inicio utilizaban las plumas de las aves que cazaban,
amarradas con hilos obtenidos de la corteza de los
árboles. Después aprendieron a trabajar las pieles de los
animales, de manera que éstas conservaran - al menos -
algo de su tersura. Notaron que también se protegían de
golpes, arañazos y de las inclemencias del clima.
Babá Acho fue la deidad que inculcó en el ser humano
este sentimiento de pudor, y del cual se sirvió para que el
hombre aprendiera, desde un principio, a utilizar las
pieles como vestimenta y más tarde como calzado, lo que
aumentó en él la seguridad; mucho después, con la
confección de tejidos, hizo más cómoda y elegante la
prenda de vestir.

Los gigantes

Según mejoraban los hábitos de vida de los primitivos,


se perfilaron más las características físicas de los
hombres y las mujeres, por lo que muchas Entidades
Mayores no pudieron resistir la tentación de vivir, al
menos, una de estas existencias materiales, y reencarnaron
en criaturas que iban naciendo de las mujeres.
Esos cuerpecitos - alimentados con el increíble poder
espiritual de dichas entidades - dieron lugar a los
semigigantes que, a su vez, originaron en sus
apareamientos a los gigantes, en quienes reencarnaron las
Entidades Superiores por algunas generaciones.
Pero, ya hartos de las experiencias vividas, regresaron a
sus planos celestiales, dejándole esas tareas a los simples
espíritus, como al principio.
Así, pues, se creó una raza de gigantes, hijos de los
dioses, altos como los mayores árboles. Parecían tener
una vida larga y sin final, dominaban el lenguaje de las
plantas y de los animales, y se sentían capaces de
competir con los dioses mismos.
Ya habían adquirido conocimiento de los secretos nunca
antes revelados a los hombres; se convirtieron en grandes
hechiceros, trasmutadores del orden de las cosas, dotados
para viajar por los espacios - en su levitación apenas
tocaban el suelo -. Alteraron la naturaleza de tal forma,
que las Deidades Superiores, temerosas de ser apartadas
del planeta por aquellos hombres, convocaron a un
concilio a los Tres Benefactores, pidiéndoles solución al
problema creado.
Y Oddua reprimió duramente a estas deidades por haber
evidenciado su poder espiritual tan claramente en los
planos materiales. Obatalá les recriminó por haber
desarrollado las formas físicas de tales criaturas. Por
último, Ifá les reprochó por abrirle a esos seres terrenales
los cauces de las energías astrales con tanta amplitud. Los
dioses tuvieron que prepararse para la guerra contra los
gigantes, dándole libertad de acción a las Entidades
Malévolas.
Desataron a Sopongo, Houla Shomafo, Afrekete y
Chakuata, para que trataran de debilitar aquellos
organismos imbatibles; y vino Aruye - el susto - a
perturbar los sueños de los gigantes en la Tierra. Oyá se
paseaba con su centella por las nubes oscuras, y Abita
Oque por las elevaciones para causarles pavor.
También vino Okún Molorun a sembrar el estupor en los
corazones de los gigantes, junto con Eruba - el miedo -.
Ikú continuó, acompañada de Arún, su faena; Echu, con su
cuadrilla, trocaba y confundía los caminos de esos
hombres; Changó lanzaba rayos constantemente a la
Tierra; Olokun levantaba los mares, arrasándolo todo a su
paso. Ocurrieron sucesivos diluvios que cambiaron la faz
de la tierra, de forma tal, que los gigantes no encontraban
donde poner los pies, cuando perdían el poder de levitar,
debido a los golpes del viento y al trepidar de los truenos.
Acudieron también para participar en esa guerra -
acompañadas de monstruos espantosos - las deidades que
bajo otros nombres moraban en distintas regiones del
planeta.
Los gigantes se defendían lanzando enormes piedras -
cargadas de extraños poderes - a las deidades que
encontraban a su paso, quienes, al verse atravesadas por
esas moles sufrían heridas que sólo restañaban gracias a
su condición de inmortales. Aquellos hombres usaban
todo tipo de polvos mágicos y artificios para debilitar el
poder de las deidades; luchaban a manos limpias contra
las fieras que Olokun hacía surgir de los fondos marinos.
De esta forma, en una guerra que duró muchísimas
estaciones
- que no era cruenta en el sentido que se conoce hoy en
día, sino más bien de orden espiritual por el dominio de
los poderes de la naturaleza - los gigantes fueron
mermando sus facultades, y el valor se debilitó en sus
pechos.
Y como el espíritu del cual estaban dotados enfrentaba
una tarea fuera de sus capacidades, les nacieron - al paso
de las generaciones - individuos más y más pequeños, que
perdieron el conocimiento de los secretos que dominaban
sus padres y abuelos. Una vez que volvieron a su estatura
normal, continuaron los nacimientos de hombres con talla
y atributos comunes a la especie, dando fin a la era de los
gigantes.

Los hemisferios cerebrales

Terminada la guerra de las deidades contra los gigantes,


Oloddumare convocó a un concilio a todos los dioses con
el objetivo de adaptar la escala de Ifá a algunos de ellos.
Esto se haría de acuerdo a su comportamiento y
responsabilidad en los sucesos ocurridos, por lo cual los
poderes de muchas entidades disminuyeron
indefinidamente, como reprobación por el papel
desempeñado.
Por último, Oloddumare instruyó a los Tres
Benefactores para que trabajaran en la parte interior de la
cabeza de los hombres y le variaran sus atributos
psíquicos.
Así, la parte del cerebro que hasta ahora tenían
funcionando, sería relegada hacia atrás y reducido su
tamaño, mientras se favorecía el desarrollo de las otras -
dando lugar al funcionamiento de las neuronas, como
equilibrante o receptor-trasmisor en el mecanismo físico-
síquico-espiritual -; también disminuiría la actividad de
las glándulas - encargadas de las facultades clarividentes
-, hasta hacerlas casi nulas.
Todo esto se hacía para que el hombre - al tener otras
aptitudes - no volviera a ser blanco de ninguna entidad
superior, ni sus cualidades fueran aprovechadas por
alguna Entidad Malévola de las que andaban libres por el
mundo, ni tampoco fuera víctima a plenitud de la magia
negra o de las fuerzas del mal.
Así, la interacción espíritu-cuerpo físico quedaba
elevada a un plano más indirecto o sutil: ya no sería el
espíritu quien trabajaría con todo su conocimiento en un
cuerpo, sino que aportaría la irradiación necesaria para
que el hombre físico aprendiera de la vida que tenía por
delante, ahora menos prolongada que al principio.
Esos conocimientos - adquiridos en la tierra en diversas
formas de pensamiento - se archivarían en el nuevo
cerebro que se le construía al hombre, ya dividido en
hemisferios cerebrales, con funciones específicas cada
uno.

Las civilizaciones primitivas, el saber y la inteligencia

Así los hombres quedaron sometidos, durante muchas


generaciones, a los cambios que Obatalá y Oddua les
hicieron a sus cerebros. El resultado final fue un ser
humano con la frente más erguida y su cerebro dividido en
hemisferios o zonas, cada uno con sus propiedades
particulares, donde almacenaría los conocimientos que
aprendería en la nueva vida; también tendría un cerebelo
destinado a las funciones primarias - guardaría nociones
de las vidas pasadas -, y con las facultades
extrasensoriales, en vías de extinción.
El hombre tenía ya la posibilidad de deducir y sacar
conclusiones ante nuevos problemas, de acuerdo a los
conocimientos que adquiriera. Esto se le facilitaba con el
desarrollo del lenguaje hablado. Realmente dejaba de ser
un Dios para convertirse en más humano, aun así seguía
superando a los demás animales.
El hombre comprendió de inmediato la necesidad de
agruparse en núcleos poderosos, donde cada uno realizara
las funciones más apropiadas a sus facultades o
inclinaciones.
Por eso se crearon las civilizaciones primitivas, donde
los más sabios, o los más fuertes, gobernarían - según el
caso - y los ancianos celebrarían consejos, parecidos a
los de los dioses, en los cuales determinarían - de acuerdo
a su sabiduría - cómo proceder ante las nuevas
situaciones.
Quedaban animales grandes y feroces, aunque muchos
habían perecido en los diluvios; los más fuertes serían
quienes se ocuparían de combatirlos.
Contarían también con los hechiceros - que aún
conservaban, por mandato divino, algo de clarividencia -,
quienes conocían las virtudes de muchas plantas y algunos
ritos para alejar a Arún o a las malas influencias. Estos
conocimientos los trasmitían a sus hijos - o a aquellos que
se lo merecían -, y mediante un rito secreto los convertían
en iniciados en tales ejercicios. Así nacieron las
iniciaciones que han llegado hasta nuestros días.
Después de creadas estas nuevas condiciones, Obatalá -
al frente de un grupo de Deidades Mayores - descendió a
los planos terrestres a encarnar en cuerpos de niños recién
nacidos. Ellos en numerosas ocasiones reencarnaron en
diferentes lugares del planeta, e instruyeron a la
humanidad en las artes de la caza y de la pesca, así como
en las construcciones de todo tipo, en la filosofía y
conocimientos generales.
Debido a esto en la Tierra surgieron hombres notables,
quienes trascendieron hasta nosotros por medio de
leyendas y escrituras: eran los sabios de la antigüedad que
nos legaron sus conocimientos, y los grandes reyes que
unificaron pueblos y naciones.
Estos dioses, por su naturaleza espiritual, luego de
reencarnar, fueron deificados por los hombres; por eso
existe confusión al diferenciar a estos dioses de los
hombres deificados. Estos últimos existieron
fundamentalmente como profetas, lo mismo que Orula,
quien fue un espíritu planetario, de carácter noble y
generoso, que reencarnó dieciséis veces - como profeta o
iniciado - en distintas regiones del orbe y en diferentes
momentos, llenando con su experiencia los dieciséis
signos mayores, o avatares, del complejo oráculo de Ifá.
La peregrinación del Profeta Orula permitió - bajo la
conducción del gran Benefactor Ifá - acopiar todos los
datos que se recogen en el Libro Sagrado, con el objetivo
de que los iniciados en el culto tengan conocimiento de
estos misterios, los cuales, a pesar de todo, no se han
perdido totalmente.

DE LA INTELIGENCIA A LA MALDAD

La inteligencia domina la fuerza

En el transcurso de las siguientes generaciones ya no se


verían
- salvo contadas excepciones - hombres dotados de alta
estatura y fuerza descomunal, capaces de cargar un árbol
gigantesco en sus espaldas, después de arrancarlo de la
tierra.
Se abrirían paso nuevos hombres con las proporciones
comunes a las actuales, quienes ante la necesidad de
realizar construcciones enormes, utilizarían la inteligencia
que los Benefactores les dieron para ejecutar estas obras
magníficas, mediante piezas más pequeñas y fácilmente
manejables, con el uso de mecanismos y artificios para
elevar pesos mayores. Una de las deidades que presidió
estos oficios fue Oggún, quien enseñó a los hombres a
extraer y aprovechar los metales de la tierra.
Pero al desarrollársele la inteligencia, en el hombre
surgió una variedad de instintos que no tenía en sus
orígenes, cuando sólo albergaba sentimientos nobles.
Incluso, en la época en que fue gigante y luchó contra los
dioses, no llevaba en sí ideas malvadas, como la envidia,
la lujuria, la bajeza o la cobardía. Mas al desatarse las
Entidades Malévolas en el planeta, éstas trabajaron duro
para influenciar en la psiquis humana: dieron origen a los
individuos de variadas raleas, que desde entonces se
mueven en todas las sociedades, como los malhechores,
los asesinos y los violadores; los hechiceros de la magia
negra, que abusan de sus facultades; los traficantes de
supercherías; los que comercian con el dolor ajeno, y
todos los que se ubican en los niveles más bajos del
peldaño en que Ifá colocara a las personas.
Sin embargo, a partir de esta época, el hombre quedó
facultado para emplear libremente su inteligencia con
variados propósitos, pues lo que no se puede con fuerza,
con inteligencia se obtiene.

El hechizo, el brujo, la maldad, la brujería

Al predominar la inteligencia sobre la fuerza y andar


libres por el mundo las Entidades Malévolas, éstas
comenzaron a distorsionar los pensamientos de los
hombres, quienes pretendían alcanzar metas y lograr
deseos fuera de sus posibilidades. Su ambición les hizo
acudir a los curanderos y a los que dominaban parte de
los secretos vedados al resto de los mortales; algunos de
ellos estaban, a su vez, influenciados por las fuerzas del
mal.
Los hombres comenzaron a utilizar con fines perversos
las propiedades de los elementos del planeta, y así surgió
la magia negra, a cuyo semidominio llegaban mediante
invocaciones - en los lugares apropiados - a las Entidades
Malévolas; e hicieron pactos con ellas para adquirir
poder.
Esto les permitió practicar el hechizo como una forma
de obtener lo que por el buen camino no eran capaces de
lograr.
Así surge también la brujería, que son las malas artes
aplicadas a los mortales, con el ánimo de vencer y
prevalecer. Se le llamó brujo al que a tal cosa se
dedicaba.
Cuando el hombre se hizo sedentario, comenzó a
desarrollar una forma elemental de agricultura, y con el
objetivo de que las cosechas fueran exitosas, llamaban al
hechicero o brujo para que invocara a las deidades;
también hacían conjuros cuando pasaban Azonwano y
Arún por la región con el objetivo de que se alejaran.
Con posterioridad, al pretender trabajar con los dos
extremos de las fuerzas: el bien y el mal, esto les
disminuyó su valor en el escalafón de Ifá, y muchos se
dejaron arrastrar hacia el extremo del mal.
El practicante que lucha por mantenerse en el fiel de esa
balanza adquiere el conocimiento de los dos extremos, y
queda mejor dotado para solucionar las situaciones de una
manera justa. Debe tener en cuenta la vida perniciosa que
nos rodea y no nos permite estar absolutamente en el
extremo de las fuerzas nobles, lo que nos haría blanco de
la maledicencia del colectivo.
No obstante, hay que aprender a manejar las situaciones;
se debe mostrar siempre inclinación al bien y a la ayuda
solidaria, aunque no debemos permanecer desarmados
ante las influencias del mal: tenemos que atacarlo con el
rigor necesario para así apartarlo del camino.
El mismo Orula se vio obligado a usar sus artes en la
lucha contra los brujos de otras religiones, quienes
valiéndose de malas influencias, quisieron destruirlo.
La hechicería por “compra” de eggun

Al estar sometido el hombre al hecho inexorable de la


muerte, y como paso posterior - después de ser espíritu
libre - a la reencarnación, debe estar consciente que una
vez terminada su vida le espera enfrentar el juicio ante Ifá.
Sucede que muchos seres espirituales no pueden romper
el lazo que los ata al cuerpo físico una vez fenecido éste,
pues cuando vivían hicieron pactos con Entidades
Malévolas y llegaron a los más bajos niveles de la Escala
de Ifá, de manera que las vibraciones y fuerzas de estas
Entidades se pusieron a su servicio para ejecutar obras
diabólicas y perjudicar al prójimo.
Al arribar Ikú a la puerta de esa persona, llega con su
comitiva tenebrosa a saldar las cuentas pendientes; le
impide al espíritu, indefinidamente, el viaje a Iifé Oore, y
éste queda - como ya se dijo - atado al cuerpo del
cadáver, mientras el periespíritu, que pierde su función de
enlace, parte a sus dimensiones a vivir un tiempo
limitado, como una hoja que se desprende del árbol y es
juguete de los aires, hasta que, carente de lozanía, cae a la
tierra y después se desintegra.
Así, sale el cuerpo astral por esos rumbos, en tanto el
espíritu, aterrorizado por las cadenas que lo atan, queda a
la espera de un hechicero de la magia negra que venga a
contratarle. Éste, para efectuar la “compra”, se vale a su
vez de un pacto con cualquier Entidad Malévola, quien le
facilita los medios para adquirir alguna parte del cadáver,
pues en el mismo está la cadena invisible que ata al
espíritu. Como quedó esclavo del hechicero, debe
ejecutar actos repudiables por el tiempo que dure su
condena, hasta que su dueño, al morir, pasa a ocupar un
puesto similar a lo ya narrado, al tiempo que puede, o no,
quedar liberado el primero, en dependencia de si alguien
recibe en sus manos esa herencia espeluznante y continúa
el pacto que su antecesor hiciera.
Igual le sucede al torpe, ignorante, o malvado, quien - al
renegar de estas verdades - endureció durante la vida su
cuerpo astral innecesariamente, y al morir - aunque
abandone el cuerpo físico - quedará el espíritu atado a su
envoltura astral, divagando en los espacios propios de
estos tipos de seres, quienes al estar privados de la
claridad de pensamiento se sienten aterrorizados por
dicho estado, y se prestan fácilmente al juego de
Entidades Malévolas que hicieron pactos con hechiceros
sin escrúpulos; aunque en este caso el tiempo de
esclavitud es más corto.
Por eso debemos cuidar las armonías de la vida y
recibir influencias por igual de los Tres Benefactores,
para que continuamente ascendamos en la Escala de Ifá y
el espíritu pueda viajar alegremente a Iifé Oore.

Las injurias y las afrentas

Como muchos hombres veían que parte de sus deseos no


se cumplían debido a la oposición y a los obstáculos
propios en cada caso, se dieron cuenta que: tanto por la
mayor inteligencia de unos hombres, como por las
mejores condiciones físicas de otros, estos individuos
ocupaban una posición jerárquica en el colectivo que los
distinguía del resto.
Entonces surgió la envidia en algunos, como sentimiento
perverso en sus mentes; se valieron de la injuria para
tratar de destruir a sus contrarios; no pocas veces
lograban lo que se proponían con tal método, ya que la
admiración siempre está rodeada de un poco de celos, al
igual que el bien lo está del mal.
El hombre desató en el grupo la injuria a que los
impulsaba la envidia, para sobresalir donde no lo
merecía; empleó la afrenta con el objetivo de destruir a su
oponente, como una forma de menoscabarle los méritos
adquiridos y apartarlo de su posición privilegiada.
Pero, el hombre que hace uso de esos métodos, deja de
ser necio o ignorante para convertirse en un malvado; y si
descuella sobre los demás en semejantes perversidades,
termina en malvado-sabio, instrumento de las Entidades
Malévolas - y cae al nivel más bajo de la Escala de Ifá.

El engaño y la mentira

Con la diversidad de sentimientos propios de los


humanos, éstos se valieron de diferentes recursos para
lograr sus deseos, entre los que se encontraban el engaño
y la mentira.
Como se sabe, la mentira es algo que se dice sin ser
cierto, con el objetivo de torcer los caminos de la verdad.
A menudo, se logra engañar a una persona, y ésta,
desorientada, equivoca la senda correcta y llega inclusive
a conclusiones desacertadas.
Como al final la verdad siempre se descubre, la
revelación suele dar paso a otras influencias malvadas en
el engañado; es así como proliferan la venganza y el
deseo de castigar al mentiroso, y resultan victoriosas las
Entidades Malévolas.
Pero el hombre sabio busca la correcta medida de la
justicia para sancionar como es debido, y nunca más, al
que a tales cosas se dedica. Incluso, aprende a hurgar en
el interior de las personas con quienes se relaciona.
El que no actúa con legalidad nunca puede ocultarlo
totalmente, de manera que siempre se refleja en su rostro.
A veces al sabio le resulta suficiente observar en la
profundidad de los ojos, o la contracción de los músculos
faciales para conocer la veracidad de las palabras del
interlocutor, ya que Obatalá diseñó al hombre sólo para
ejecutar acciones nobles, y éste, al realizar actos que
están fuera de ese orden, de alguna forma queda al
descubierto cuando desvía el camino, o más tarde,
definitivamente, la verdad se abre paso; y el engañador,
en resumen, sufre su castigo.

El gran engaño a la mujer

Al parecer, la mujer es más débil que el hombre debido


a los atributos que le otorgara Obatalá; y es blanco de los
deseos carnales de quienes utilizan el engaño para
alcanzar sus propósitos.
Muchas veces los hombres obtienen de la mujer sus
caricias, para, una vez satisfechos sus impulsos sexuales,
alejarse de ella, y ésta queda en el abandono y la soledad;
el paraíso de ilusiones que le fue construido con el auxilio
de la mentira se destruye.
La mujer debe estudiar bien al hombre que se le acerca,
ya que si es doncella, no puede dejar de tener en cuenta
que el sabio Obatalá, al diseñar su figura, colocó en la
entrada de su cauce sexual, como muestra de su
virginidad, una fina tela que se desgarra en la primera
unión con un hombre.
Y desde que nació con su sexo, la mujer tuvo esa
condición como garantía de su pureza, pues era una
cuestión de alto honor, tanto para ella como para sus
padres y familia, conservarla, hasta que, debidamente, en
presencia de testigos, se efectuara el rito que la une a su
pareja.
La mujer que olvidara este principio, y se dejara
arrastrar por el engaño, o por su propia voluntad,
desmerecía mucho ante la opinión de quienes la rodeaban,
y tendría que dedicarse a los oficios y labores propios de
la llamada chusma; así como el hombre que se
aprovechara del engaño, o de la fuerza, con el objetivo de
robar la virginidad de una joven, podría perder hasta la
vida a manos de los ofendidos.
Aunque actualmente, en muchas sociedades, apenas se
aprecia el valor del atributo con que Obatalá dotó a las
vírgenes, la mujer aún nace con el mismo, como
recordatorio de su valor intrínseco.
Así pues, quien niegue estas verdades trascendentes,
demuestra su ignorancia sobre la creación.
La defensa es permitida. El arte de matar y salvarse

Al ver los Tres Benefactores que la maldad proliferaba


en el planeta, y adquirían poderes los hombres que usaban
de ella, contrapesaron las acciones injustas con la justicia
misma, para que no quedaran impunes los actos de esa
índole.
Permitieron a los hombres buenos la defensa, para así
frenar las malas acciones; despertaron el instinto de
salvación en los seres humanos, y en los reinos vegetal y
animal, como una forma natural de proteger el cuerpo
físico.
Pero la defensa no ha de ampararse en las Entidades
Malévolas; por lo tanto, el que se vale de este recurso
debe estar desposeído de odios estériles para aplicarlo
justamente: puede ir desde la simple defensa personal, en
la cual ha de adiestrarse, hasta la defensa del colectivo,
donde los más valerosos inculcan esa virtud en los más
débiles, de manera que los violadores de los derechos
ajenos se sientan reprimidos, y el miedo al castigo que
recibirán les refrene sus impulsos.
Asimismo, los Benefactores autorizaron a quien viera en
peligro su vida, o la de algún ser querido, a eliminar antes
- si fuera necesario llegar a tal extremo - a aquel que
desee provocar el daño; siempre y cuando sea
sorprendido en el desarrollo de su acción y el agredido
ejecute su defensa sin crueldad ni ensañamiento - para que
Ifá no le prive de sus méritos en la escala de valores -;
aunque aconsejaron preferible el uso de la sanción moral
o la advertencia previa a fin de evitar que acontezcan
disputas semejantes.
De igual manera, le dieron ciertos poderes a los
iniciados en el culto, para que los emplearan contra los
brujos y malos hechiceros, destruyendo sus facultades y
enrevesando sus caminos, de manera que, desde un
principio, los hijos de Ifá fueran respetados por estas
habilidades.
Y tuvieron en Orula a su mejor representante - hábil en
defenderse con sus armas de los múltiples enemigos que
lo rodeaban – quienes conocieron perfectamente la
supremacía de la religión que reverencia al Benefactor, lo
cual fue escrito debidamente en el Libro de Ifá.

REGRESO A LA ESPIRITUALIDAD

Los hombres vienen a expiar sus faltas a la Tierra

Es así que continúa la cadena de la vida en el planeta,


donde los espíritus de los hombres fallecidos regresan
con la misión de reencarnar. Pero al estar los humanos
poseídos - en uno u otro grado - de sentimientos
perversos, el resultado de sus acciones no fue siempre lo
que se esperaba, y sus actos inicuos les diminuyeron su
posición en la Escala de Ifá.
Los Tres Benefactores determinaron que, de acuerdo a
la vida transcurrida y los pensamientos buenos o malos
emanados del hombre en ese lapso, así como las malas o
buenas acciones realizadas, una vez liberado el espíritu
con la muerte, se analizarían los valores obtenidos, y esto
determinaría el nuevo tipo de existencia.
Por eso, el hombre tonto no debe complacerse con los
malos sentimientos, ni el que vive en la abundancia
dilapidar sus recursos vanamente burlándose de los
humildes. Ni se debe envidiar la suerte de los demás, pues
cada uno es el resultado de sus propios esfuerzos.
Quien utiliza su voluntad para alejar las malas
influencias, obliga a la mente a pensar en las virtudes y al
cuerpo a ejecutar buenas acciones, gozará del favor de los
Benefactores, que tendrán en cuenta esa acumulación de
méritos y otorgarán libertad al espíritu afanoso en elegir
su destino. Todo iniciado que de verdad lo sea, debe
aprender los dictados de Orula. No debe usar con
perversidad los secretos que se le revelan, ¡y sólo debe
buscar su grandeza espiritual y la de Ifá!

El olvido de la vida pasada al nacer

Al quedar restringida la acción del espíritu sobre el


cuerpo físico del ser humano, con nuevos hemisferios
cerebrales para su memoria y la disminución de sus
facultades extrasensoriales, el hombre pierde la conexión
que tenía con el infinito.
Esto hace que, al nacer, el espíritu, que bien sabe su
historia y los hechos vividos anteriormente, tenga
limitaciones en llevar su conocimiento a la persona en la
que reside; pero su influencia se nota en la voz de la
conciencia, que afecta la mente, aun en los individuos más
ruines de la especie.
Es el espíritu quien, en ocasiones, da indicios de
existencias anteriores; hasta el más simple de los mortales
intenta - al menos un día - recordar cosas que olvidó, o
está en lugares que le parece haber visitado antes. A
veces siente atracción - o lo contrario - por una persona
que nunca había visto; pues los humanos suelen
preguntarse ¿por qué me ha tocado esta vida? Y es raro
que alguien esté verdaderamente satisfecho con la
situación en que se encuentra, porque olvidó que todo es
consecuencia de sus actos.
Por eso, Orula te aconseja meditar acerca de estas
cosas, debes buscar el silencio para escuchar tu propio
espíritu; si eres iniciado, efectúa periódicamente tus
limpiezas rituales, y observa los tabúes que señala tu
signo; no hagas nada que se considere reprochable, para
que la pureza de tu mente, de tu cuerpo y de tu
periespíritu, permita que las vibraciones del espíritu te
cubran por completo. Y en la beatitud, en la nobleza,
sentirás que existes, porque exististe antes y existirás en el
futuro, para grandeza de tu espíritu, que ascenderá en el
Escalafón de Ifá.

Comunicación de la persona con su guía espiritual

Al ser tu guía espiritual - con su leyenda desde el


comienzo de los tiempos - nada más y nada menos que tú
mismo, medita siempre acerca de la trascendencia de tus
acciones, los sueños, presentimientos, e inclinaciones,
hasta ver si puedes encontrar la vía de comunicación.
Si lograras, mediante la pureza del comportamiento,
desarrollar las facultades que en ti están adormecidas,
mejorarás notablemente el enlace físico-espiritual, se
aclararán los caminos que te conducirán a la suerte y
estarás más dotado para la vida en que transcurres.
Si estás escaso de recursos no tienes que lamentarte de
tu suerte, si tienes sabiduría puedes hacerte rey entre los
pobres. Porque lo importante es el mérito que adquieras
ante las personas, cualquiera que sea el espacio en que
momentáneamente te encuentres, ya que lo principal es
aprender a ser dueño y no esclavo de las situaciones; a
todo esto puede inclinarte tu espíritu guía, pues teniendo
interés hallarás el conocimiento.
Y aprende también que tu carácter es parte de tu
espíritu, pues éste es, a su vez, semejante en vibraciones a
alguna de las siete Entidades Mayores que modelaron los
primeros tiempos y reinos naturales del planeta; así como
que los Tres Benefactores tomaron de los elementos de
estos reinos lo necesario para construir los ancestros, de
quien tú eres descendiente.
Y aunque hayas olvidado estas verdades trascendentes,
tu guía espiritual te hará percibirlas de una forma u otra
por medio de la comunicación sutil, tanto en la dicha
como en la desgracia.
Pero, si tuvieras clarividencia, no abuses
innecesariamente de ella, para que los cauces de la
vitalidad no sufran más de lo debido ni extrañas
perturbaciones acosen tu mente.
Los Ochas bajan a la cabeza de la persona

Si tuvieras clarividencia y ésta - por malas influencias -


fuera perturbada, o existieran dificultades en manifestarse
como es debido; si tu salud no fuera la mejor, e Ikú
pudiera hacer presa de ti antes del cumplimiento de tus
días en la Tierra; si Entidades Malévolas se posesionaran
de tus sueños, o de tus nervios, y no lograras equilibrarte
con los ritos elementales, debes buscar la manera de
entrar en armonía con el infinito y ver con detenimiento,
de acuerdo a tus vibraciones innatas, qué deidad domina
fundamentalmente esas vibraciones, la cual, en principio,
será la que baje a tu cabeza, efectuándose así tu iniciación
en el culto.
Por tu propio bien, y cumpliendo con las reglas
establecidas, te debes someter a la Ceremonia del Asiento
del Santo durante siete días, y no menos, pues siete fueron
las emanaciones de Olofin en la Creación, al hacer:
1. A Oloddumare y Olorun como entidades.
2. El Universo en el espacio y el tiempo.
3. Los Tres Benefactores.
4. Las Deidades Mayores.
5. Las Deidades Menores.
6. Los seres espirituales.
7. El aliento vital, cuya emanación es eterna.
Y no menos, ya que siete fueron las Entidades Mayores
que mezclaron sus vibraciones para crear los reinos
iniciales en la naturaleza, y los Tres Benefactores usaron
de esas siete vibraciones, y sus productos, para conformar
el cuerpo humano.
Por lo tanto, el siete es un número sagrado, y de acuerdo
con el fundamento establecido por Ifá desde el comienzo
de las iniciaciones, son siete los días que se necesitan
para que el Asiento del Santo sea eficaz.
Con el fin de que el espíritu, que no ha logrado
armonizar con el cuerpo por las razones mencionadas,
pueda retirarse algo de su materia. Así se rasura la
cabeza del aspirante, se limpia astralmente con las
purificaciones y se colocan en ella los ingredientes
secretos; pues, libre al fin momentáneamente de
pensamientos mundanos, y en la privacidad del igbodún,
se facilitará la apertura del cauce por donde fluirá la
energía de la Entidad Superior que nutrirá los tres
cuerpos, mejorando la vida de la persona en todos los
órdenes.

Olofin se aleja de la Tierra debido al humo de las fogatas

Una vez establecidos los grupos poblacionales en las


distintas regiones del planeta, se desarrollaron las
civilizaciones antiguas, en las cuales vinieron a
reencarnar grupos de Deidades Mayores; lo hacían en
cuerpos de niños que fueron reyes, así como en grandes
personajes que aportaron su saber a la filosofía y
conocimientos generales.
Al ver Olofin, el Creador, que los fuegos nocturnos
iluminaban la Tierra por doquier, decidió poner fin al
examen que constantemente tenía sobre ésta - daba por
sentado que ya las fuerzas habían armonizado sus
equilibrios -; se dedicó a observar otros mundos y
sistemas distantes a nosotros, y el adelanto obtenido en la
elaboración de las formas por las deidades reinantes en
aquellos lugares, así como el resultado de las
interacciones entre los espíritus y los cuerpos físicos
creados en esos planetas.
Él delegó totalmente en Oloddumare y Olorun la tarea
de mantenerse vigilantes de los eventos que acontecerían
en nuestros planos; confiaba plenamente en la capacidad
del Dominador de los Espacios y en la de aquel que
penetra con sus rayos por todos los rincones.
También tuvo en cuenta que los Tres Benefactores
cumplirían cabalmente su tarea, lo mismo que la comisión
de Dioses Mayores y Menores que señoreaban el orbe.
No significó esto que Olofin se olvidara de nosotros, ya
que su mente es infinita, lo mismo que su sabiduría, y su
interrelación con todos los peldaños de la Escala de Ifá es
permanente. Por ello, siempre ha de ser objeto de respeto
y veneración como un padre y se le debe rendir el
homenaje merecido por su grandeza.
Éste es el último consejo que les damos por ahora, de
acuerdo con nuestro humilde conocimiento y con la
inspiración que recibió Orula , al hacer constar estos
hechos en el Libro de Ifá .
2da. Parte LA LEYENDA DE IFÁ

IFÁ Y LAS RELIGIONES


Olofin perdona a sus hijos gracias a Yemayá

Una vez que Olofin se alejara de la Tierra debido al


humo de las fogatas, y tras dejar a las distintas deidades al
cuidado del planeta, fijó su atención en diversos puntos
del espacio para observar con detenimiento el desarrollo
de aquellos lugares, volviendo, de vez en cuando, a
analizar nuestra existencia y el curso que tomaban las
cosas en el orbe.
Se sintió inclinado a rehacer todo el trabajo, dañado por
las tentaciones en que habían caído las deidades y los
hombres, y citó a aquéllas - por mediación de
Oloddumare - a un concilio, donde el Dominador de los
Espacios explicó lo que el Creador tenía en mente.
Esta noticia causó gran pesar a las deidades, que se
habían afanado duramente a lo largo de tantos milenios en
la elaboración de las formas. Cada una expresó su parecer
sobre el asunto, pero el más claro fue el de Yemayá.
Ella sugirió al gran Oloddumare que llevara a Olofin la
opinión del concilio, en la que se le manifestaba lo duro
que había sido el trabajo realizado, y que, en caso de
repetirse, los conduciría al mismo resultado, ya que la
creación material, y la del hombre, había sido una
experiencia nueva. Tanto la criatura humana como las
deidades recibían influencias de las dos fuerzas
existentes: el bien y el mal; un principio universal
inalterable ante cuya acción la alternativa más inteligente
era permitir a los hombres que avanzaran, y en su
desarrollo se reencontraran con su espíritu para tener
acceso a los conocimientos superiores; también se debía
permitir que ellos se gobernaran por un tiempo, pues aún
no habían vivido esta experiencia.
Y si después de todo esto Él no quedaba conforme,
podría ejecutar en el futuro lo que mejor le pareciera, ya
que para Él no existía ni el futuro ni el espacio, porque
todas esas cosas las encerraba en sí mismo.
Oloddumare se ocupó de trasmitir el mensaje, que al
parecer dejó satisfecho a Olofin, pues las cosas no se han
acabado todavía, aunque tal vez para el Creador todo
aquello no fue más que una forma de probar la capacidad
de sus subordinados.
Y como nada pasó, el mundo sigue su curso con el
gobierno material de los hombres, y este enigmático
suceso quedó registrado por Orula en el Libro de Ifá.

Las religiones

Después de la extinción de los gigantes y del trabajo de


los Benefactores en la cabeza del hombre, el individuo
terminó de conformarse con las características psico-
físicas similares a las actuales; por mandato de Ifá un
grupo de elegidos conservaron restos de sus facultades
clarividentes, y algunos ritos y prácticas remanentes de
una ciencia que se había perdido en el tiempo. Ellos
fueron instruidos para que tales conocimientos
permanecieran ocultos a la mirada profana, y sólo los
trasmitieran a su descendencia u otros que seleccionaban
después de rigurosas pruebas.
Esto dio lugar a las iniciaciones en distintas regiones
del planeta, las que en un principio se regían - más o
menos - por los mismos reglamentos, aunque después
sufrieron variaciones de acuerdo con las características
que adquirían los seres, cuando se expandían por el orbe,
y las divinidades que señoreaban en diferentes latitudes.
Se originó de esta manera una variedad de filosofías,
religiones y artes de la magia propios de cada lugar, que a
su vez - en parte - fueron distorsionadas por quienes
estaban influenciados por las Entidades Malévolas. Esto
dio lugar a un sinnúmero de sectas de la magia negra y
otras prácticas.
Así quedaron establecidas muchas religiones con el
propósito de adorar a las deidades locales y solicitar sus
favores ante diversas circunstancias: usaban algunas
prácticas con el objetivo de trasmutar los destinos de su
pueblo y evitar las adversidades. Otras religiones, sin
escrúpulos, se valían de variados poderes para resolver
sus situaciones en la vida.
Cada religión o secta usaba diferentes atributos o
elementos para validar su creencia, de manera que, con el
paso de los años, se distorsionó el empleo y se
resquebrajó la custodia de los conocimientos primigenios
y fundamentales.
A partir de entonces, cada creencia se consideraba
poseedora de la verdad absoluta, y cada nación se creía
en el derecho de hacer prevalecer su génesis y religión
ante los demás. Esta situación distanció y enemistó a
muchos pueblos, lo que unido a otras consideraciones,
como las económicas, los condujo a la guerra y justificó
la matanza de muchos inocentes, y esto hizo - como nunca
antes - que las Entidades Malévolas se llenaran de
satisfacción.
Así, pues, de un origen común, surgen las distintas
religiones y sectas.

El primer lugar donde se aprendió Ifá

Los Benefactores previeron que la maldad proliferaría


en el planeta debido a los cambios realizados en el ser
humano y a la liberación de las Entidades Malévolas, y
por eso acordaron que Ifá, por única vez, descendiera a la
Tierra para establecer un culto, que después de varios
milenios se conserva aún vigente.
Lo haría en un punto geográfico que estuviera
equidistante a todos los asentamientos conocidos en aquel
momento; determinaron que sería conveniente en las
orillas del Nilo, pues allí comenzaban a establecerse
grupos humanos.
Así, bajo el título de Unofre o Nefer, Ifá vivió su única
existencia terrestre, y su nombre no sería olvidado a lo
largo de los años, llegando incluso a ser deificado por los
hombres.
Estableció las reglas del culto y los requisitos
indispensables para ser un iniciado, así como facilitó los
atributos necesarios para su práctica en aquellos
momentos.
Trazó - por mandato de Olofin - los dieciséis signos del
oráculo sobre una piedra blanca, rectangular y misteriosa,
e instruyó a los sacerdotes en la técnica del oráculo, en
los rituales secretos para mejorar los destinos, en la
medicina, y en las curaciones magnéticas.
Surgió, con el paso de los años, un imperio alrededor de
su culto, destinado a gobernar sobre vastas y diversas
regiones, y en el que algunas Deidades Mayores
encarnaron en niños predestinados para ser faraones o
grandes sacerdotes.
Estos reinos realizaron obras de misteriosa construcción
y proporciones que aún nos sorprenden en la actualidad;
en esta civilización fue que Orula reencarnó en varias
ocasiones como profeta de Ifá, y recibió la inspiración del
Benefactor para la elaboración del Libro Sagrado, cuyos
restos han llegado hasta nosotros.
Y aunque constantemente hubo mucha sangre y muerte
alrededor de estos reinados, y no siempre los iniciados se
mantuvieron fieles a los dictados de Ifá, se cumplió con el
designio de que su culto prevalecería, tal como lo
atestigua el hecho de que, aún en nuestros días, son
numerosas las personas que reverencian al Benefactor que
dio origen a este culto.

La sabiduría, belleza refinada del awó

Es así que la religión nace con la nueva existencia del


hombre, reordenada por los Benefactores, y en la que los
iniciados, desde un principio, debían esmerarse en
dominar todos los conocimientos existentes.
Desde el comienzo de esta época, estudiaron los
números y crearon una escritura que sólo ellos
comprendían; observaron el movimiento de las estrellas
en el cielo; descubrieron la relación entre este fenómeno y
la vida terrestre, y muchas más cosas que se perdieron en
el tiempo.
Este legado muestra a todo el que adora a Ifá la
necesidad de ser culto y polifacético en el aprendizaje,
para que al reflexionar sobre estos detalles, adquiera
sabiduría, virtud que constituye para el sacerdote un
elemento de refinada belleza, pues le permite ganar
clarividencia y eficacia en su obra, ya que un awó sin
sabiduría es como un árbol estéril, sin hojas, cuyos frutos
no pueden aprovecharse, ni tan siquiera su sombra, y de
quien se aleja todo el que busca estas cosas.
Por lo contrario, un sacerdote culto y con facilidad de
palabra se encuentra mejor dotado para guiar a sus
ahijados y enfrentarse a sus oponentes, e incluso en las
cosas que no domina tiene la habilidad necesaria para
aprender sin demostrar ignorancia.
Si a esto le suma un proceder adecuado ante la sociedad
y el ejercicio del culto sin engaños o artimañas
innecesarias, colabora así para que la fe no caiga en el
ostracismo y el repudio, lecciones que están señaladas en
varios signos del Libro de Ifá, escrito por el Profeta
Orula.

Ifá otorga la facultad de profetizar

Al quedar el hombre sujeto al arbitrio de la maldad, al


libre influjo de las Entidades Malévolas en el planeta y
estar desprovisto de las facultades clarividentes iniciales,
con sólo unos pocos elegidos que conservaron ciertas
habilidades en la percepción, mientras la mayoría de los
seres humanos permanecía indefensa ante un porvenir
inseguro, Ifá se condolió de las criaturas que vivían en la
Tierra.
Después de su descenso a los planos terrenales -
cumplida su misión en Egipto -, una vez en las alturas
nuevamente, recorrió las diversas regiones del orbe con el
propósito de instruir a las deidades que en esos lugares
moraban, para que transmitieran a sus sacerdotes los
conocimientos sobre los diferentes métodos de predecir
el porvenir, y que así estuvieran preparados; esto les
permitiría incluso salvar situaciones futuras.
Ya que el pasado del hombre quedó trazado por un solo
camino, pero el futuro tiene infinitas sendas - de acuerdo a
las faltas que toca a cada cual expiar en la Tierra -, y hay
que escoger la que menos tribulaciones provoque si ya
estamos advertidos lo que puede causarnos un derrotero
equivocado.
Sabemos que hay cosas que no se pueden aplazar
indefinidamente, como la muerte, pero hay otras que bien
pueden moderarse, o cambiarse, si se actúa
adecuadamente y con la preparación necesaria. Existen
ceremonias para salvar a los enfermos, cambiar los
caminos, eliminar un mal, y otros prodigios que se
explican en los diversos signos.
Ifá instruyó en estos temas nobles a las deidades
mencionadas; también le dio a los iniciados - en su
ceremonia - la facultad de profetizar los acontecimientos.
Y, según la zona geográfica donde se extendiera el
culto, facilitó a los sacerdotes los materiales adecuados
para sacralizarlos mediante un ritual, ya que los mismos
les permitirían ejercer su trabajo - al menos al comienzo
de su ministerio -. Con posterioridad, la práctica en sí
hace innecesarios estos materiales para la predicción de
los problemas, y sólo quedan como objetos de veneración,
aunque por principio y respeto deben estar siempre a
mano, así como el Libro de Ifá.
Unidos a la facultad de profetizar, el awó tiene otras
habilidades: cuenta con las armas para luchar contra la
magia del mal y las adversidades, según testimonia Orula,
bajo la inspiración de Ifá.

Obatalá cambia la ropa negra por la blanca

Cuando quedaban pocos hombres con facultades


clarividentes, las deidades y espíritus se manifestaban a
éstos con el objetivo de instruirlos o aconsejarlos ante el
devenir de las cosas, como lo hacía Babá frecuentemente.
Babá es una deidad sobria y está libre de la acción de
las fuerzas malignas, por eso consideró oportuno - desde
el comienzo de los tiempos - vestir un traje acorde con sus
características: escogió el color negro para sus
presentaciones, pues le daba un aspecto serio y venerable
ante quien lo observara.
Mas, después de desatarse las Entidades Malévolas en
el planeta y comenzar los espíritus esclavizados a
desplazarse por los espacios en sus faenas, todos ellos se
encontraban notoriamente influenciados por las fuerzas
del desorden, y estaban dominados por vibraciones que no
le daban claridad a sus materializaciones.
O sea, para explicarnos mejor: un espíritu inmundo
suele llamarse oscuro porque no irradia luz, y como tal
éste es su aspecto; vibra además, o influye, de modo
desagradable para quien es sensible al fenómeno.
Sucede así, que lo opuesto a la luz o la blancura se
asocia generalmente al mal, porque la pureza del espíritu
casi siempre se manifiesta con una irradiación clara, y
esto se interpreta como el color blanco.
Ante tales hechos, Obatalá decidió - a partir de
determinado momento - cambiar su ropa negra por la
blanca, por eso el iniciado en su culto y en el de Ifá se
visten, durante el tiempo establecido, con ese color.
Esto es así desde que el hombre sabe que puede ser
influenciado por las Entidades Malévolas.

Orúmila viene al mundo

Después de sucesivas reencarnaciones de las deidades


en la Tierra, éstas se fueron retirando de las regiones que
ya habían alcanzado cierto grado de desarrollo; ahora los
espíritus deificados se ocuparían de las tareas mundanas:
o sea, los de los niveles superiores al sexto peldaño se
encargarían de mantener y aumentar la cultura, en general,
en los territorios donde habrían de reencarnar.
De esta forma, los Benefactores le asignaron a Orula la
tarea de vivir varias existencias en Egipto, con el objetivo
de conservar la fe de su predecesor y guía, Ifá.
Orula, u Orúmila, fue de los primeros espíritus en
reencarnar en el planeta bajo la forma de los andróginos.
Y a lo largo de la evolución de los humanos vino a la
Tierra centenares de veces a ocupar el cuerpo de algún
recién nacido.
Orula poseía vasta experiencia en estos planos, además
de que siempre había sentido inclinación hacia las fuerzas
del bien; en sus vidas terrestres se manifestaba como un
hombre generoso y sabio. Así, entonces, su labor sería la
de un profeta en el culto durante varias reencarnaciones.
Porque era un designio divino - como se expresó
anteriormente -, que los humanos comenzaran a vivir su
independencia en el mundo, e iniciaran su propio reinado,
auxiliados por los buenos espíritus y algunas deidades que
aún en nuestros días descienden a la Tierra por momentos,
ya que hace varios siglos dejaron de reencarnar; desde las
alturas sólo observan y velan nuestras actuaciones,
influyéndonos con sus vibraciones.
En sus inicios, el culto se estableció en una zona
determinada; se practicó en las cámaras secretas de los
templos y en las pirámides. Con posterioridad sufrió una
serie de azares y persecuciones, que no lograron se
extinguiera, tal como lo testimonian las casas que en
diversos lugares lo mantienen vigente.

Orúmila, hechicero de magia negra

Al ver los Benefactores cómo la maldad proliferaba en


el planeta, y que una parte de los sacerdotes se dedicaba a
la magia negra, instruyeron al espíritu de Orula para que
reencarnara, además, en distintas zonas geográficas y se
adiestrara en las malas artes con un fin determinado:
recoger dichas experiencias en el Libro Sagrado, y que
los sacerdotes de Ifá tuvieran conocimiento de las
mismas. También debía trabajar la magia blanca, como
contraparte de la otra, y lograr la destrucción de la magia
negra en las regiones donde imperara el culto a Ifá.
Orula cumplió su cometido en esas reencarnaciones, y
se adentró en todos los secretos que tenían los brujos y
hechiceros; conoció cómo se esclaviza un eggun y se hace
un pacto con una Entidad Malévola; cómo se preparan los
distintos filtros y polvos para el mal; así como las
invocaciones que se deben hacer para eliminar a una
persona o realizar acciones destructivas.
También aprendió a trabajar con la pólvora y los
elementos perniciosos de la Tierra. Penetró la magia
negra, la roja y otras poco escrupulosas, y supo de las
religiones que practican el culto con hipocresía, y
predican principios que ni remotamente cumplen sus
sacerdotes.
Hizo acopio de estos conocimientos, y los llevó a los
iniciados en el culto, quienes dedicaban parte de su vida a
la preparación de fórmulas con el objetivo de destruir
dichos poderes dañinos.
Guardó celosamente los secretos; sólo permitió su
acceso a los de mayor jerarquía en el culto, lo que ayudó
a que el imperio de Egipto fuera indestructible,
prácticamente, por centurias.
Y que aún en nuestros tiempos - a pesar de los azares
que ha sufrido el culto a Ifá - siga todavía vivo y con
armas suficientes para combatir el daño.
Estas cosas que vivió el gran Orula se detallaron en
varios signos del Libro de Ifá.

LOS ESPÍRITUS SE MATERIALIZAN

La materialización del espíritu

Al elaborar Ifá su Escala y aplicarla a la Creación,


ubicó a las entidades en peldaños acordes a sus
vibraciones. Por ejemplo, las deidades vibran más alto
que los espíritus y por eso ocupan un lugar prominente en
la Escala.
Y en cuanto a los espíritus - dentro de los niveles de su
peldaño -, los superiores poseen una vibración más
elevada. Este principio es aplicable a la generalidad del
universo.
Los videntes asocian la luz o refulgencia de las
entidades a su nivel de desarrollo, pues sucede que los
seres oscuros, y las Entidades Malévolas en general,
poseen un tipo de vibración desagradable, tanto para
quien las observa como cuando ocurre un acercamiento
muy próximo. Sin embargo, las manifestaciones de los
espíritus de luz originan bienestar y gozo.
La clarividencia es la facultad, ya casi perdida, de ver
cosas que están fuera del rango de la luz visible; mientras
más elevada es la vibración de la entidad que se
manifiesta, se hace más difícil su observación directa. Es
muy común que los videntes perciban visualmente a las
entidades de los planos groseros, y no las de los altos
peldaños; lo que hace algo contradictorio este hecho real,
pues las personas han deseado siempre contemplar lo
imperecedero, pero lo que han logrado - en todo caso - es
ver los espíritus de luz, mas no las Deidades Superiores,
que son pura energía no observables.
Por eso las deidades, cuando quieren exponerse a la
vista de una o varias personas, se construyen un cuerpo
astral de baja vibración, casi material: se crean una figura
humana de características semejantes a las que son
adoradas por los devotos de su culto. Bajo esta forma se
dan a conocer en la región o zona donde se mantiene la fe
en ellas, ya sea como santos, dioses o vírgenes, con los
colores y atuendos que se le asocian.
Pero como existen personas comunes que no poseen
facultades videntes, ese cuerpo astral no logra
manifestárseles visualmente, por lo que la entidad - junto
con la elaboración de su figura humana - debe y suele
darle un toque energético a las glándulas adormecidas que
en el hombre se encargan de esas facultades, para que,
despiertas al menos por unos instantes, le permitan al
individuo percibir lo grandioso en la figura de la entidad,
y hasta oír sus palabras. Esto da pie para que del asombro
se pase al comentario y después a la leyenda, y por
supuesto, aumenta la adoración y la fe a la deidad en la
región.
No obstante, el mortal que pueda observar, aunque sea
de momento, una entidad invisible a las personas
comunes, debe apreciar y saber diferenciar lo puro y
elevado de lo grosero y bajo, no vaya a suceder que, por
un acto de fe basado en la ignorancia, quede sometido al
manejo de aquellas entidades que sólo buscan miembros
para su colonia de esclavos, que es la encargada de
mantener funcionando en nuestros planos las fuerzas del
mal.

El descenso de la Virgen

Una vez que Olofin se alejó de la Tierra, dejándola al


cuidado de sus segundos y demás deidades, comenzaron a
hacerse menos frecuentes las reencarnaciones de las
Entidades Superiores en los planos donde moraba el
hombre, pues consideraban que, después de un
aprendizaje milenario, éste debía establecer
definitivamente su gobierno en el planeta.
Pero como las influencias del bien y del mal se
encontraban en pugna, y el odio surgido entre los pueblos
por estas razones los llevaba a la guerra y a la
destrucción, el amor no lograba afianzarse como un
motivo ejemplar que uniera a los diversos reinados.
Los cultos los habían dividido, así como las ambiciones
y prepotencia de los poderosos, y las diferencias
culturales.
Los Benefactores, acongojados por este orden de cosas,
citaron a un concilio a las Deidades Mayores que
moraban en todas las regiones, y determinaron que una
deidad pura y limpia descendiera a la Tierra a realizar
una vida común como mujer, y tuviera un primogénito en
quien reencarnaría el mejor de todos los espíritus de luz -
quien ya habría vivido innumerables existencias durante la
evolución humana, y hubiera sido profeta y sabio en
varias ocasiones -. Él recibiría el calificativo de “El hijo
del Hombre”, porque con él comenzaría una nueva era o
reinado.
De esta manera, la deidad escogida encarnó en una tribu
de judíos y en una mujer con el nombre de María, quien se
desposó con un hombre santo, que se haría santo-sabio y
sería deificado por sus méritos.
Y, una vez cumplida su misión en la Tierra, María
ascendería nuevamente a los cielos, y se ocuparía, al
materializarse en diversas regiones del orbe, de llevar el
mensaje de amor de su hijo a esos lugares, dando ocasión
a hechos conocidos como milagrosos entre los pueblos.
Recibió diferentes nombres, según la región en que se
manifestara; en Cuba fue llamada Virgen María de la
Caridad del Cobre, o sencillamente Virgen del Cobre,
quien no es más que aquella deidad escogida por los
Benefactores, destinada después a ser patrona de nuestro
pueblo, que la adora y pide sus favores para bien
solamente, pues nadie debe pensar en solicitar su ayuda
para venganzas, odios o bajas pasiones, ya que en su
pureza no encaja un sentimiento malévolo.

LA MISIÓN DE JESÚS

Jesús viene a la Tierra


Cuando la deidad escogida por los Benefactores
encarnó en el cuerpo de María al momento de nacer,
transcurrió el tiempo necesario, y, ya en edad de
desposarse, Oddua descendió a nuestros planos a
visitarla, y según es conocido por todos, era virgen al
concebir a su hijo Jesús, con el que huyó - junto a su
esposo - a Egipto, porque allí, en su tierra, ocurrió la
matanza de los santos inocentes.
Luego vendría Jesús, ya adulto, a ejercer su plan de vida
entre las tribus de Israel.
Fue entonces cuando tuvo su meditación y su lucha
espiritual con Abita, donde demostró ser el mejor de
todos, el Selecto de la Creación.
Sus hechos y milagros no han sido olvidados: Él
devolvió la vida al cuerpo de Lázaro; curó enfermos y
explicó su mensaje, mediante un lenguaje nuevo para
todos.
Jesús tenía su poder en la palabra, y en la gran virtud de
sus manos, pero tal vez la envidia o la influencia de las
Entidades Malévolas, actuaron sobre uno de sus
discípulos, quien lo vendió por bajo precio, aunque luego
se ahorcó arrepentido. Mientras tanto, Jesús fue sometido
a un consejo público por las autoridades que avasallaban
a sus tribus, con el objetivo de elegir entre Él y un
criminal, de forma tal que por una acción de gracia uno de
los dos sería liberado de una posible condena.
La multitud decidió el perdón del criminal y la condena
del inocente; por esta razón ese grupo, y después su
pueblo, sufrió un descenso terrible en el conteo de sus
valores, que los convirtió - una vez más - en una raza de
emigrantes, despreciados y perseguidos en otras naciones.
El nacimiento, calvario y resurrección de Jesús dio
lugar al gobierno espiritual del hombre sobre el planeta; y
es una lástima de que haya comenzado con dolor y
tristeza, pues antes de venir Él a la Tierra, los
Benefactores se ocupaban de dicha tarea, y con
posterioridad, ellos lo dejaron a cargo de los espíritus,
para valorar las acciones que llevaban a cabo en sus
reencarnaciones.
Al principio, muchos de los seguidores de Jesús no
comprendieron sus palabras, pero una vez que se retiró a
Iifé Oore, les abrió el conocimiento y así les permitió
proseguir con la obra por Él iniciada.

Hablan los muertos egipcios

Todas esas cosas y muchas más ocurrieron durante su


vida, pero siendo pequeño, Jesús llegó con sus padres a
Egipto huyendo de la crueldad del rey Herodes, y luego
regresó en diversas ocasiones a aquellas tierras, hasta
alcanzar su adultez.
Allí su espíritu se regocijaba al observar a los
sacerdotes egipcios
- en Menfis - dedicados a fines nobles, como la cultura y
la medicina, y compartió con ellos sus conocimientos
innatos sobre los misterios. Fue muy respetuoso, y a su
vez se ganó el respeto de todos; llegó a iniciarse en el
culto, de acuerdo a su plan de vida, antes de que se le
revelara la misión que venía a cumplir en la Tierra.
Era un adolescente que no sentía temores, ya que el
espíritu de Oddua le acompañaba siempre; esto era
comprendido por los videntes del culto.
En cierta ocasión, penetró en la cámara secreta del
templo - donde se hallaba la piedra blanca rectangular en
que Ifá trazara los dieciséis signos de su oráculo por
mandato de Olofin - a la que él tenía acceso sin
limitaciones; en su interior se encontró a un sacerdote de
aspecto venerable, ya conocido, quien manejaba los
iquines sobre la esterilla, e invocaba a sus ancestros y
deidades de acuerdo con el método milenario que Ifá
enseñara a sus alumnos al comienzo del culto, poco
tiempo después que, junto a Elegguá - su ayudante y amigo
-, viajaran largas distancias hasta el reino de Orungán con
el objetivo de pedirle las nueces del árbol sagrado, cuya
entrega efectuó aquél con toda gentileza.
Y ahora Jesús, sentado a los pies del sacerdote, que no
era otro que Orúmila en una de sus reencarnaciones, le
veía maniobrar con mucho respeto, hasta que el adivino se
dirigió al joven y le dijo:

“Tu espíritu viene con una misión muy especial a la


Tierra, por lo que de ahora en adelante hablarás en
parábolas, para que sólo te entiendan los de oído
abierto.
Has venido a nosotros, los sacerdotes de Ifá,
compartiendo tus conocimientos con los nuestros, y en
un futuro lejano, nosotros iremos a ti con respeto.
Aunque tu vida sea corta, tu reinado será eterno, y los
que huyan, o se burlen de ti, más tarde o más temprano
se arrodillarán a tus pies.
En tus últimos momentos en la vida terrena sentirás la
burla y sufrirás la vejación, y te causarán heridas que
han de llevarte al estado latente, pues el lazo que une el
espíritu a tu cuerpo no será cortado todavía, sino que tú
mismo lo desatarás cuando emprendas el vuelo,
convirtiendo tus cuerpos físico y astral en partículas
que se esparcirán por el orbe, para que sus vibraciones
se adhieran a los distintos reinos naturales.
Las Entidades Malévolas te harán una prueba
tentadora, al mostrarte los caminos que puedes elegir, y
todos estarán regados con la sangre de los hombres,
pero tú, como noble que eres, escogerás aquel donde
eres el primero en ofrecer la tuya como compensación,
aunque después, de todas formas, se verterá un gran
caudal en tu nombre, mas no siempre defendiendo tu
causa.
Pronto seguirás un camino que se separa del nuestro.
Ambos serán azarosos, pero los dieciséis signos mayores
del oráculo te dicen que, pasado ese mismo número de
centurias, nuestros senderos, en otras tierras, han de
encontrarse nuevamente, y los que crean en mí
veneraran tu nombre.
Tal es el signo que llevas en esta vida, hermano.
Cúmplelo con valor, por amor a todos, pues serás Rey,
juez y consejero de los hombres en el futuro”.

IFÁ SE VA A OTRAS TIERRAS

Incredulidad ante una profecía de Orúmila

Después de la retirada de Jesús de los planos terrenales


la vida siguió su curso en las distintas regiones, y el
decursar de los años borró unas cosas y estableció otras.
Desaparecieron los imperios de aquellos tiempos y
surgieron nuevos reinos.
Después de varios siglos de tan lamentables sucesos, el
Profeta Orula volvió a reencarnar en Egipto. Ya no era la
época de lujo y esplendor de los antiguos faraones, ni
siquiera se parecía a los tiempos de la dominación
romana, pues el pueblo se había atomizado, tanto en lo
cultural como en las creencias que profesaba, debido a los
múltiples invasores – europeos y asiáticos - que asolaron
repetidamente el país y entronizaron a otros dioses traídos
de los países del norte, así como la religión musulmana
que se extendía por aquellos territorios.
Y aunque siempre quedaban grupos de iniciados en el
culto a Nefer, éstos eran cada vez más escasos, y sus
prácticas las ejercían con temores, por eso se ocultaban -
a diferencia de épocas antiguas - cuando el poder de los
sacerdotes era comparable al de los monarcas.
En estas condiciones, Orula vivió - bajo otro nombre -
su última reencarnación en aquel país, con el fin de
continuar su misión sacerdotal, la cual fue harto difícil, ya
que el pueblo se había vuelto inculto y solía burlarse de la
sabiduría de los iniciados.
El Maestro comprendió que en esa zona quedaba muy
poco por hacer, pues el principio enunciado por
Oloddumare de que todo lo que existiera en la Tierra
tuviera su final, ya se estaba cumpliendo en lo que
concernía a aquel lugar, y esto se manifestaba en los
acontecimientos señalados anteriormente.
E incluso esta misma profecía - anunciada por él en el
concilio de los sacerdotes - fue puesta en duda de forma
irreverente por sus compañeros, porque Ifá no les
permitía razonar correctamente, con el objetivo de
desarraigar su culto de aquellas latitudes.

La guerra dentro de la religión

Así, se dividen los sacerdotes del culto a Nefer, ya que


en la medida que perdían sus dotes clarividentes variaban
las interpretaciones que hacían del oráculo. Como las
influencias malévolas se apoderaron de sus mentes, cada
quien pretendía ser superior a los demás en estas artes, y
aunque todavía conservaban - en lo más secreto de los
templos - el Libro Sagrado, las interpretaciones de los
iniciados sobre las parábolas y frases ocultistas daba
lugar a explicaciones diversas, y a veces encontradas.
Llegados a este punto, la disciplina se había relajado y
era insuficiente el respeto al orden jerárquico establecido
durante milenios, y por eso se crean varios grupos que se
unen más por simpatías que por el bien común de la fe que
practicaban.
Y Orula, lógicamente, se vio envuelto en esa lucha
fratricida, que poco a poco se hizo más violenta y directa,
pues cada facción atacaba a las restantes con las armas de
la magia, y no dudaban en utilizar el espionaje, la intriga y
la compra de favores para lograr sus propósitos, lo cual
provocó el descrédito mutuo ante los pobladores.
Incluso comenzaron a adorar imágenes ajenas al culto
por considerarlas más valiosas, al proceder de países que
aún mantenían su poder; también hubo otros que
abandonaron la fe para abrazar la del Islam.
Ante estas cosas, aun previendo sus resultados, Orula
trató de mitigar los odios y eliminar las fricciones entre
los grupos; utilizó su sabiduría milenaria en el ejercicio
divino, así como su experiencia terrenal, pues era un
hombre de edad algo avanzada en aquel momento.
Pero, al constatar las pocas posibilidades de salvar el
culto en la región, escogió a cuatro de los sacerdotes más
jóvenes con el objetivo de continuar la obra en otras
tierras.

Los blancos expulsan a Ifá

Una vez que el culto se dividió en grupos con diferentes


pareceres, los acontecimientos que la población
consultaba - por necesidad - con ellos, eran interpretados
de diversas maneras, y esto creaba el caos y el descrédito
de la fe en Ifá.
Y fue ante la amenaza de ataque de una banda de
malhechores, que la población del lugar corrió temerosa a
consultar a los sacerdotes, quienes no pudieron llegar a un
acuerdo en el vaticinio. Cada grupo hizo el suyo -
diferente a los demás -, pero Orula fue el único que
predijo el saqueo de su pueblo, y esto le costó ser
expulsado del templo, mientras que algunos se disponían a
enfrentar el peligro que se les venía encima.
Después de este hecho, Orula hizo el llamado a sus
discípulos para que le siguieran y evitar a tiempo la
muerte. Se dirigió con su comitiva a cierta distancia, Nilo
arriba; mientras los invasores exterminaban a todo el que
se resistió al saqueo. Con posterioridad, cuando éstos se
retiraron, los sobrevivientes la emprendieron a golpes y
cuchilladas contra los sacerdotes e hicieron perecer a
muchos de ellos.
Los que quedaron se mantuvieron en el ostracismo,
conservando un resto de conocimientos en algunos ritos y
principios filosóficos, que a duras penas se incorporaron
con el tiempo a otras agrupaciones como la de los
masones.
Mientras duró la confusión y la matanza, Orula
marchaba río arriba con su comitiva, orientado por
Elegguá, quien había reencarnado en ese tiempo para ser
amigo del Profeta.
Elegguá había nacido en una ciudad de un reino lejano
del África negra, donde fue contratado para servir en
Egipto a los sacerdotes, y recorrió un largo camino; por
eso era un profundo conocedor de las rutas que seguían
las caravanas de comerciantes por zonas de diversos
climas, y ahora ejecutaba la misión que le encomendara
Ifá.

Ifá se va de viaje

Orula parte con un pequeño grupo de iniciados,


alejándose de Egipto; se llevaba consigo algunos atributos
y otras pocas cosas que pudieron salvar.
Hicieron un alto en el camino para invocar y consultar a
Nefer y a los astros sobre la ruta a seguir. Comprendían
que hacia el Norte era imposible viajar, pues las
religiones cristiana, musulmana y otras de índole pagana,
se habían establecido en dichas regiones, y esto impedía
que germinara allí la fe en Nefer. Hacia el Sur estaban los
países de las razas negras, con muy poco desarrollo
cultural, además eran salvajes y belicosos, y hasta
carecían - una parte de ellos - de un concepto religioso.
Elegguá intervino y explicó que él procedía de los
países cercanos a la desembocadura del caudaloso río
Níger, distante al sudoeste, donde existía una civilización
relativamente adelantada y próspera, con ciudades-estado,
leyes y ejércitos para su defensa, que incluso algunas
deidades encarnaban en cuerpos de soberanos. Los cultos
que se practicaban eran sencillos y más bien animistas,
por lo que - según su opinión - allí sería más fácil asentar
el servicio a Ifá.
El grupo se mostró satisfecho con esta explicación, al
consultársele a Nefer éste lo aprobó, por lo que se
armaron de valor y fe para emprender aquel larguísimo
viaje. Con lágrimas en los ojos realizaron su última
limpieza ritual en Egipto, después de hacer su rogativa a
Amon-Ra y a Nefer para que les fueran propicios en
aquella peregrinación.
Subieron por la parte navegable del Nilo y continuaron
por la rama del Nilo Blanco, ya en balsa o caminando,
guiados por Elegguá, que conocía todos los derroteros, así
como las principales lenguas negras, debido a su origen y
experiencia. Con posterioridad se unieron a las caravanas
de nómadas - hombres aguerridos y de difícil trato que
atravesaban las zonas desérticas en busca de mercancías -
con quienes se pusieron de acuerdo, gracias a las
simpatías que despertaba el pequeño negrito Elegguá y el
dulce trato del Maestro Orula y sus discípulos, virtudes a
las que se sumaban el pago en oro y pedrería, que les
ofreció el Profeta de lo poco que pudo tomar en la huida.
Los papiros y pergaminos que contenían el Libro
Sagrado con sus secretos milenarios quedaron ocultos en
las cámaras del templo, aunque el gran Orula confiaba
plenamente en sus conocimientos y experiencia para
reconstruir los aspectos principales de esta obra, una vez
que se establecieran en el lugar a donde marchaban.
La intención del grupo era atravesar la antigua Nubia -
país que siempre estuvo en guerra con Egipto, debido a
odios ancestrales, y esto los obligaba a viajar tomando
ciertas precauciones -, después cruzarían el Sudán hacia
el Oeste, hasta encontrar los afluentes tributarios del
Níger; evitarían desviarse más al Sur, donde vivían los
Congos y otras tribus belicosas. Una vez llegados a las
corrientes de agua, descenderían y atravesarían el Níger,
para arribar finalmente a los reinos de Guinea: Arará,
Nago, Yoruba y otros, en que Elegguá se sentiría como en
su casa.
La travesía, complicada en extremo, fue de múltiples
pruebas y experiencias, tanto para Orula como para sus
discípulos.
Estos sucesos Orula los tuvo en cuenta para la
elaboración del nuevo Libro Sagrado.

ORULA Y LOS ORICHAS

La continuidad de Lázaro por camino arará

En la peregrinación que realizó Orula, con Elegguá y sus


seguidores, recorrieron durante algunos años zonas
geográficas de variado clima; la comitiva se asombraba
de las cosas increíbles que veían a su paso, pues estaban
acostumbrados a los paisajes monótonos del Nilo; para
ellos las montañas y zonas boscosas eran novedades que
despertaban su curiosidad, por lo que inquirían
constantemente a Elegguá, y al mismo Orula, con muchas
preguntas.
Entraban en aldeas de disímiles dialectos y costumbres,
donde Elegguá, que era políglota, se las arreglaba para
entenderse con los hombres que allí moraban.
Y Orula, por medio de él, investigaba acerca de los
nombres y propiedades de las plantas de la comarca. Con
su hábil técnica y conocimiento milenario hacía brebajes y
curaciones milagrosas, para lo cual se auxiliaba también
de la virtud de sus manos y del apoyo de Nefer.
Como la fama corre más rápido que cualquier hombre,
siempre que llegaban a una aldea ya ésta les había
precedido, por lo que recibían un trato respetuoso en
todas partes; y ellos se cuidaban mucho de no ofender a
las deidades e ídolos locales.
Y aquellos morenos rudos aceptaban de buen grado al
pequeño grupo de blancos que, guiados por un negrito,
entraban en sus territorios. Les ofrecían albergue y
alimentos para el viaje, así como escolta de bravos
guerreros que se brindaban voluntarios.
Arribaron a las zonas costeras, las cuales recorrieron
para conocer los pueblos que la habitaban; se internaron
en territorio arará hasta llegar al reino de Babalú Ayé,
quien poseía un espíritu muy adelantado y en alguna
encarnación anterior había sido Lázaro, el amigo que
Jesús resucitó de entre los muertos.
No pudieron llegar en un momento más triste al lugar,
pues el Rey acababa de morir víctima de infecciones en la
piel y Ochún - su esposa - en el palacio era acompañada
por un grupo de mujeres en sus lamentaciones. Ochún era
la misma deidad que al inicio descendiera al planeta para
elaborar sus formas y que ahora vivía como Reina de
aquella tierra.
Al entrar Orula con su séquito al palacio del Rey,
conoció la novedad por boca de Ochún, quien ya había
oído sobre aquel sacerdote blanco y las curas milagrosas
que realizaba. La regia mujer le rogó con dulzura que
hiciera todo lo posible para devolverle la vida a su
esposo.
Orula se retiró a un lugar apartado con su grupo, y
dirigió una súplica a Nefer para que intercediera ante los
demás Benefactores y le arrebataran a Ikú el espíritu de
Babalú Ayé, que se encontraba aún en las cercanías de su
cuerpo, pues habían transcurrido pocos momentos de su
muerte.
Se auxilió de ingredientes secretos que llevaba con él, y
le solicitó permiso a la Reina para untarlos en
determinadas partes del cadáver, mientras recitaba las
invocaciones y cánticos en una lengua desconocida para
los nativos del lugar. Y con su arte de la magia logró que
Babalú volviera en sí y se incorporara de su lecho en
proceso de franca recuperación.
Éste, quien había vislumbrado los reinos de la muerte,
agradeció a Orula su salvación; ya era la segunda vez que
su espíritu vivía tal experiencia: primero a manos de
Jesús y ahora de Orula. Y por estas cosas, así como por
su bondad y sabiduría, Babalú Ayé fue deificado. Los
Benefactores y demás deidades le dieron el poder de
curar las enfermedades y hacer milagros entre sus
devotos.
Orula permaneció muchos días en el palacio del Rey,
instruyéndolo en la filosofía del culto a Nefer, a quien por
defecto de pronunciación en el país se le llamaba Ifá,
nombre con el que ha llegado hasta nosotros.
Un oba que no es de esta tierra

En la peregrinación de Orula por las tierras del Níger -


junto a Elegguá y sus cuatro discípulos - el Maestro hizo
cosas muy grandiosas, gracias a las cuales se ganó el
respeto de los habitantes, que comenzaron a rendirle a su
paso el homenaje propio de un rey.
Muchos manifestaron el deseo de adquirir tales
conocimientos, de la misma forma que él aprendía los
rituales y cultos autóctonos. Orula comprendió la
necesidad de no desechar tales aspiraciones, pues eran
parte de la idiosincrasia de esos pueblos, y que más bien
debía permitir que el culto a Ifá fuera asimilado por ellos.
Entonces encargó a sus cuatro discípulos, que ya eran
hombres de experiencia, la tarea de dirigirse a diferentes
zonas y preparar – cada uno - cuatro alumnos, quienes
serían escogidos entre los pobladores más inteligentes y
humildes. De este modo, hicieron las primeras
iniciaciones del culto a Ifá en el África negra; cada uno de
los dieciséis hombres recibió uno de los nombres de los
signos mayores en lengua yoruba.
Y para facilitar una mejor comprensión de su sistema
adivinatorio - ya que allí se utilizaban como recurso,
además de los caracoles, los cuatro cuescos de nueces de
kola -, meditó largamente sobre el asunto. Descubrió que
con éstos, o con cuatro piezas de madera que se hicieran
iguales y se engarzaran en tramos de cadena, cuando se
tiraran sobre la estera podían originar los dieciséis signos
mayores del oráculo mediante un código determinado.
Con estos componentes se creo el opelé, para que los
recién iniciados en las tierras del África, lo usaran; las
nueces de obi kola o ikines quedaban para ceremonias
más profundas, que debían hacerse en unión de varios
sacerdotes. Orula hizo para sí un opelé con piezas de
concha de jicotea, animal sagrado entre los yoruba.
Después determinó las reglas para la iniciación y los
grados sacerdotales, y el matrimonio con mujeres que
respetaran y ayudaran en el trabajo del culto, tal como
hacían los sacerdotes de los orichas, porque en Egipto se
mantenían célibes los de Ifá, al ser este culto - desde un
principio - exclusivo para hombres.
Asimismo, reelaboró parte del Libro Sagrado, al menos
en los aspectos fundamentales de los signos mayores,
testimoniando estos hechos en dicho libro.

Los orichas guerrean contra Orula

En esta época algunas deidades reencarnaban en


aquellas regiones y originaban individuos que descollaban
en el colectivo, los cuales fueron deificados por sus
pueblos: eran adorados lo mismo por su entidad de los
planos altos como por su corporeización en los terrenales;
por todo esto la población creaba innumerables historias
sobre ellos.
En algunas ocasiones intervenían desde las alturas, y en
otras como seres vivientes, lo que pudiera prestar
confusión hoy en día a quienes poco conocen de estos
temas. Ya que los orichas, en general, fueron Reyes de
carne y hueso, y sus espíritus procedían del peldaño doce
de la Escala de Ifá, y del dieciséis en el caso de Obatalá.
Como parte de la adoración que se les profesaba, los
que se iniciaban en su culto debían cumplir la ceremonia
del asiento durante siete días, tal como Ifá enseñara al
comienzo de las iniciaciones en la Tierra. Pero muchos de
estos sacerdotes - así como las deidades reencarnadas -
vieron con recelo el nuevo culto que se instauraba en sus
comarcas y decidieron combatirlo sin tregua, tanto con el
empleo de las artes mágicas, en las que eran muy dotados,
como presionando a los ciudadanos más ortodoxos para
que rechazaran abiertamente el culto a Ifá.
Orula tuvo que desplegar todas sus habilidades
políticas: estableció en sus invocaciones rituales los
cantos o rezos propiciatorios dedicados a los orichas,
cuyos poderes no negaba. Colocó, además, sus atributos
en los altares o lugares de adoración, otorgándoles con
esto un espacio en el templo, lo que a la larga originaría
un sincretismo o asimilación de las ideas de Ifá en la
cultura de aquellas regiones.
Y los orichas, ya fueran entidades o seres vivos,
comenzaron a sentirse complacidos por tales atenciones,
hasta que por último permitieron la veneración de Ifá.
Orúmila le hace ebbó a Changó

Durante muchos años, Orula concentró sus esfuerzos en


estas tareas: logró asentar el culto a Ifá en las regiones de
la actual Nigeria, después de aprender las lenguas del
país y componer rezos propiciatorios, cantos y alabanzas
en los varios dialectos, incorporando también los
tambores nativos en el acompañamiento de los cánticos.
Pero desde un principio fue solicitado por el Rey de
Oyó para consultar un problema, por eso Orula viajó a esa
ciudad y se presentó en el palacio.
El Rey era una de las reencarnaciones del mismo
Changó, la antigua deidad que trabajara en darle formas al
planeta. Él continuaba descendiendo periódicamente,
porque sus vibraciones eran afines con el poder y la
guerra, en los que descollaba en tierras de la Guinea con
sumo respeto de los demás, que tejían alrededor de sus
acciones numerosas leyendas, muchas de las cuales
trascendieron hasta nosotros.
Ya en presencia del Rey, el adivino Orula se estremeció
por su porte, prestancia y don de mando, pero como sabio
que era se inclinó con modestia y le preguntó acerca de su
necesidad. El soberano - después de explicar la situación
en que se hallaba su pueblo, empeñado en la guerra y
hundido en la adversidad, acosado por numerosos
enemigos - solicitó consejo a Orula, ya que él mismo,
aunque era adivino de nacimiento, estaba preocupado por
los acontecimientos.
El Profeta desplegó la estera delante de Changó, manejó
los ikines después de invocar a Ifá y a las demás
deidades, y obtuvo un signo; a partir de éste le explicó al
Rey la limpieza ritual a que debían someterse él y sus
hombres para aclarar los caminos y reforzar los ánimos,
de manera que obtuvieran la victoria. Estas
recomendaciones fueron cumplidas con disciplina y fe por
el soberano y las demás personas.
Changó partió decidido a la guerra: expulsó
rápidamente a los enemigos de su país, regresó victorioso
al palacio y compartió alegremente con Orula.
Changó fue el primero en llamar a Orúmbila con ese
nombre, ya que al verlo adorar al Sol naciente todos los
días le dio tal título, pues él decía: Orún-bila (le abre el
camino al Sol), quedándose después como Orúmila u
Orula.
De este modo surgió el nombre con el que conocemos al
primer sacerdote de Ifá en la Tierra, ya que con
anterioridad se identificaba con otros, perdidos en el
tiempo.
En los días que Orula estuvo en el palacio de Changó, le
enseñó al Rey muchas cosas, como el arte de la danza, en
el que Orula era experto, pues en su juventud la practicaba
en las cámaras del templo, como método de adoración-
invocación, y hasta para recrearse en los ratos de ocio.
Changó le obsequió a Orula el tablero circular que usaba
para ejercer la adivinación, en la que tenía una destreza
innata.
Este tablero había sido labrado con la madera de Iroko,
el árbol sagrado; e inmediatamente Orula comprendió que
era el atributo que le faltaba para suplir la piedra blanca
rectangular del templo de Menfis, y que de ese momento
en adelante todo sacerdote de Ifá, o babalawo, lo debía
tener entre sus atributos.
Changó entrega el mando a Orúmila

Fue así como nació la amistad entre estos dos hombres,


Rey uno y Profeta el otro, la cual animó a Changó a hacer
pregonar de inmediato por todas partes que se autorizaba
el ejercicio libre del culto a Ifá.
Y como después muchos sacerdotes negros lo ejercían,
su fusión con las creencias locales fue un hecho
consumado.
Changó dejó definitivamente el arte de la adivinación y
se dedicó a otras tareas hasta el fin de sus días en la
Tierra; una vez de regreso a las alturas, a su peldaño en la
Escala de Ifá, recibió las plegarias y tributos rituales que
continuaban ofreciéndole los hombres, y la veneración de
los babalawos, que siempre le piden su bendición, al
igual que a Elegguá, la pequeña e inquieta deidad de tan
grande poder, que ha quedado como guía de los
sacerdotes y de toda familia necesitada de su protección y
ayuda.
Es bueno aclarar que en el culto a Ifá se reconoce el
valor de todos los orichas - tal como hiciera Orula cuando
llegó a sus tierras -, ya sea Oggún, Yemayá, Orichaoko, o
cualquier otro; la ignorancia no es la falta que distingue a
este culto, cuyos iniciados saben que es el mérito de la
entidad lo que genera la fe en ella.
Este proceso de unificación y mezcla de diversas
creencias fue llevado a cabo gracias a la voluntad de
Orula y la ayuda de las deidades; el culto a Ifá se mantuvo
en otras tierras y conservó su grandeza, la de Orula y sus
iniciados.

Orula trasmite sabiduría a los sabios

Durante su vida en Nigeria, el gran Orula dedicó sus


últimos años a continuar las enseñanzas a los sacerdotes
que fueron iniciados por sus cuatro primeros discípulos;
les explicó cómo la luz del conocimiento penetra en la
mente a través de una conducta correcta, lo cual previene,
además, de ser víctima de las Entidades Malévolas.
El ejercicio del culto debía darles para vivir sin que la
ambición se albergara en sus corazones, pues el sacerdote
que oculta un camino venturoso para el consultante,
mostrándole sólo, por simple afán de lucro, los senderos
azarosos, se ve envuelto en similares desventuras, y va
perdiendo la credibilidad entre sus ahijados, amén de
perjudicar su casa y el buen nombre del culto.
De la misma manera, quien atiende a una mujer aquejada
de problemas, y en lugar de ayudarla la envuelve entre las
finas redes de su credulidad, con ánimo de poseerla,
despreciando su situación familiar o conyugal, es un
vicioso que tarde o temprano sufrirá el castigo de los
Benefactores.
El babalawo no debe ser tonto en las cuestiones
materiales, pero tiene que medir muy bien sus pasos y
evitar acciones innecesarias. Del mismo modo ha de
actuar en la preparación de brebajes y limpiezas rituales,
y cumplir los requisitos que Osain ha exigido desde los
primeros tiempos, sin violentar los pasos que lleva cada
ceremonia para que con ésta - debidamente realizada - se
obtengan los beneficios que la persona espera.
Y como método de defensa no se debe hacer daño
innecesario, ya que para protegerse del enemigo es
suficiente rechazar sus ataques, de modo que éste se
percate de la imposibilidad de su victoria, así como
brindarle también otros caminos para que se aleje de
nuestras vidas.
El Maestro dejó aclarados ciertos puntos de la Escala
de Ifá; demostró que un espíritu deificado es tan fuerte e
influyente entre los hombres como una deidad, y la
posición relativa en la Escala, en este caso, se debe al
orden de las emanaciones de Olofin; lo principal es el
nivel que ocupan en el peldaño el espíritu y la deidad,
pues un espíritu deificado en los más altos niveles no es
inferior a una deidad que haya descendido de su peldaño.
Orula instruyó a sus seguidores - entre otras cosas - en
lo siguiente: en el arte de la escritura antigua mediante
símbolos, para preservar los secretos, y en el significado
y descripción de los signos mayores y menores.
Con posterioridad, fue deificado una vez más después
de su muerte, y la continuación del Libro Sagrado quedó
en manos de los babalawos, quienes seguirían existiendo
a lo largo de los años; y a él mismo cuando reencarnara en
esa tierra, para su grandeza y la de Ifá, el Benefactor.
IFÁ LLEGA AL NUEVO MUNDO

El capataz de los ladrones

Después que el espíritu de Orula se desprendiera de


esas tierras, el pueblo tejió muchas anécdotas sobre él y
lo identificó con el mismo Ifá. Al pasar los años continuó
su obra en otra reencarnación, ahora tenía piel negra como
aquellos, en quienes germinó la semilla que sembrara.
Los sacerdotes de Ifá tenían un puesto preferencial en
todos los lugares, eran consultados en los acontecimientos
importantes, y obraban, además, como hábiles médicos y
curanderos, así formaban parte de la armonía de esos
reinos.
Pero, como las Entidades Malévolas trabajaban día y
noche con los instintos y ambiciones de los hombres, y no
todos eran devotos al culto de Ifá y los orichas - que ya no
descendían a reencarnar -, individuos inescrupulosos
llegaron a merodear las costas de aquellas regiones, de
donde raptaban a quienes encontraban desprevenidos por
los caminos, con propósitos sólo conocidos por ellos.
Entraron en arreglos con algunos reyezuelos. Éstos, que
habían capturado prisioneros en sus guerras tribales, los
vendieron como animales en su ansia por enriquecerse;
con posterioridad se dedicaron al robo de hombres y
mujeres en las tierras alejadas de las costas. Estas
acciones desconcertaron los corazones del noble pueblo
yoruba, pues veían desaparecer sus vástagos y diezmadas
las familias.

El tráfico de esclavos

Lo que comenzó con pequeñas tentativas tomó fuerza al


paso de los años, cuando las ambiciones de dichos
individuos crecieron.
Los blancos que vivían en los países al Norte de África
habían descubierto tierras casi vírgenes al Oeste del gran
océano, donde se asentaron por la fuerza con el único afán
de enriquecerse rápidamente, aun a costa de perder sus
espíritus, pues impusieron la esclavitud y el exterminio de
los nativos que allí moraban, quienes fueron sometidos a
un régimen para el cual no estaban diseñados, de manera
tal que sólo la tristeza de verse en ese estado los conducía
a la muerte.
Para mayor desgracia, muchas de las tribus nativas
estaban compuestas por individuos clarividentes, que
desde su nacimiento se oprimían la frente para conservar
la forma que tenían sus ancestros - Obatalá, por
complacencia, les dejó seguir tales prácticas, con el fin de
que no perdieran las facultades espirituales, ya que eran
personas nobles -, y al ser convertidos en esclavos, sus
dotes de ver el futuro les revelaban que sólo tenían por
delante el sufrimiento y la vejación, por lo cual preferían
la muerte colectiva y rápida antes que tan bochornosa
situación.
Así, al ver los colonizadores que carecían de mano de
obra barata, movieron sus influencias económicas y
políticas: organizaron el tráfico de esclavos desde las
costas de África hasta las tierras de América. Cientos de
miles de hombres negros de distintas latitudes fueron
llevados por la fuerza, después de ser arrancados de
forma inmisericorde de su ambiente natural, con la
complacencia de muchos gobernantes, de uno y otro
continente, que sólo estaban interesados en engrosar sus
arcas.

Elegguá se disfraza de limosnero

Después de azarosas travesías en las que muchos


murieron, esta masa humana arribó a las Américas en
distintas oleadas, y fue distribuida por las regiones que se
colonizaban, para ser sometida al trato degradante de la
esclavitud.
Llegaron así a las costas del Nuevo Mundo negros de
distintas tribus, principalmente de la zona de Nigeria a la
que nos hemos referido. Entre ellos se encontraban
muchos iniciados en el culto a los orichas y también
algunos sacerdotes de Ifá, pues la mayoría de éstos,
gracias a su posición privilegiada, logró escapar.
Pero los que llegaron a estos lugares y eran sacerdotes
trajeron consigo sólo su fe como atributo, ya que la
violencia misma de la situación les impidió que fuera de
otro modo.
Los iniciados en los cultos, que se consideraban hijos
de sus deidades, se vieron de repente desplazados a una
vida miserable, aunque, por sólo citar un ejemplo, los
inquietos hijos de Elegguá se las arreglaron - desde el
momento mismo de su llegada - para husmear los caminos,
montes y sabanas, con vegetación y fauna diferentes a las
conocidas en África.
Con los míseros harapos que les habían dado para
cubrirse, comenzaron a averiguar y conocer las virtudes
de cada planta, animal o piedra que encontraban a su
paso, buscando la forma de incorporarlas a su fe para
poder mantenerla viva en sus corazones, ya que esos
recursos los habían aprendido de sus ancestros y seguiría
siendo así hasta nuestros días.
Con muchas dificultades, debido al estado en que se
encontraban, y el paso de los años y de las generaciones,
lograron reunir parte de los antiguos ritos y
reconstruyeron - a golpes de memoria y reflexión - los
Libros Sagrados y las libretas que tenían esos temas; una
vez que algunos aprendieron el arte de la escritura se hizo
más fácil esta tarea.
Un hombre se puede extinguir, pero no la fe que profesa
cuando es trasmitida de padre a hijo y de sacerdote a
iniciado, tal como lo demuestra el hecho de que, a pesar
de los siglos transcurridos, siguen vigentes entre nosotros
los orichas que descendieron a reinar en los alrededores
del Níger, así como el Benefactor Ifá, que se instaló en
esos predios gracias al esfuerzo de Orula y sus
seguidores.

Adivinación con granos de maíz

Los pocos sacerdotes de Ifá que arribaron a nuestras


costas, llegaron desprovistos de los materiales necesarios
para la adivinación y el ejercicio del culto, y tanto dieron,
hasta que encontraron la manera de sustituirlos por
elementos autóctonos.
De este modo fue que descubrieron, en el sentido
místico, propiedades parecidas al obi kola en las semillas
del corojo; las jutías reemplazaron a las ratas africanas;
Iroko se convirtió en la ceiba, en cuya majestuosidad se
manifestaban los orichas, que desde las alturas habían
acompañado a sus hijos en la trágica aventura, cruel y
aberrante episodio que, no obstante, cumplía el cometido
de expandir por otros continentes a las etnias del África, y
con ellas sus cultos y el dominio de sus deidades.
En un inicio carecieron de sus atributos sagrados, pero
encontraron una planta cuyas semillas serían básicas como
alimento, y en las que notaron, además, cierto valor
mágico, aún hoy día apreciado. Este grano fue el maíz,
empleado por los sacerdotes en el fondo de los
barracones para atefar y obtener los signos sobre la tierra
misma, aquella que, pródiga en extremo, les suministraría
con el tiempo lo necesario para ejercer el culto.
Estos primeros sacerdotes de Ifá - esclavos en nuestras
tierras - vieron, en la interpretación de los signos
obtenidos, que algún día, aunque fuera lejano, sus
descendientes romperían los lazos de la esclavitud y
harían prevalecer el culto, y reconstruirían poco a poco
los Libros Sagrados, que para entonces serían muchos,
debido a la imposibilidad de unificar otra vez la religión
que profesaban.
Así es testimoniado en estos libros, elaborados gracias
al esfuerzo de los iniciados, para grandeza de Orula y de
Ifá.

El gobierno de dos tierras separadas

De esta forma el pueblo yoruba quedó dividido: los que


permanecieron en sus tierras y los emigrados por la
fuerza.
Sus orichas les acompañaron espiritualmente en el
éxodo, lo que permitió conservar la fe hacia ellos en los
nuevos territorios, de la misma manera que en sus lugares
de origen, donde encarnaron y fueron deificados por los
hombres.
Pero los atributos que usaban para el culto en su país
natal fueron sustituidos por otros, de acuerdo a las zonas
geográficas que ahora habitaban.
Y el culto a Ifá - que había tenido su cuna en el antiguo
Egipto, donde se mantuvo por milenios, y que llegó más
tarde a la cuenca del Níger transportado por Orula para
quedar asentado y asimilado en aquellos pueblos -,
después de varios siglos emigró nuevamente, esta vez a
las regiones de América.
Ifá quedó también como deidad encargada de dos
tierras, pero en esta de ahora venía a cumplir con el
oráculo que dieciséis siglos atrás Orula le vaticinara a
Jesús en Egipto, donde le dijo que los caminos de ambos
habrían de reencontrarse al cabo de ese tiempo en lugares
lejanos.
Los hombres blancos que dominaban las nuevas
comarcas creían en el Señor Jesús, aunque en la práctica
ni remotamente imitaban su ejemplo, pues eran violentos,
vengativos y ambiciosos: el látigo que descargaban en las
espaldas de los negros esclavos era una buena muestra.
No obstante, con el paso de los años, los dos bandos
mezclaron sus hábitos - en una combinación en la que se
integraron también, entre otros, los asiáticos -. Así se
originó un multimestizaje, común en nuestras zonas, que
fundió las costumbres y las creencias religiosas.

La corona de Ifá prevalece


La creencia en Ifá se mantiene en las tierras de forzada
adopción, a pesar de que se imponía a los negros esclavos
la adoración a los santos de la religión cristiana. Y estos
hombres sencillos aceptaban tales obligaciones. Además,
en definitiva, si los santos habían sido hombres y mujeres
deificados por sus méritos, se asemejaban a los Ochas que
ellos reverenciaban; por eso las nuevas imágenes eran
vistas con respeto y veneración; era como hacerlo con sus
deidades ancestrales, que eran representadas con
elementos de la naturaleza.
Y para facilitar el culto - tanto a unos como a otros -
optaron por identificarlos entre sí, de acuerdo a sus
características e historia: Changó fue también Santa
Bárbara; Babalú Ayé, San Lázaro, y así todas las demás
conocidas, pues hasta los Ibeyis que se adoraban en
África encontraron sus similares del catolicismo.
Estas actitudes demostraron la amplia imaginación de
los yoruba que arribaron a las costas de América, quienes
también, por supuesto, identificaron a Orula con un Santo
de la Iglesia Romana, San Francisco de Asís, ejemplo de
pureza y sencillez.
Todo esto lo aceptaron como un medio de mantener su
creencia ancestral; de evitar que se extinguiera en el
tiempo, lo que posibilitó la perdurabilidad del culto hasta
nuestros días.

La entrega a Obatalá de las riendas del mundo

Una vez eliminada la esclavitud en la mayor parte del


planeta, comenzaron a crearse sociedades modernas, más
participativas. Oloddumare determinó que, en lo que a él
tocaba, ya había cumplido su cometido, y decidió que uno
de los Benefactores: Obatalá, tomara las riendas del
mundo, pues tenía el mérito de haber creado al ser
humano, objeto de tantos avatares y vicisitudes en el
transcurso de los milenios.
Y el inmaculado Babá se prestó para cumplir la
encomienda, ya que el reinado de Jesús era exclusivo para
los espíritus humanos y aún los hombres no estaban
preparados para gobernarse con independencia, cada
tentativa los arrastraba al desenfreno de sus ambiciones y
a guerras devastadoras como nunca antes se vieran.
Se consideró que, en un principio, el gobierno del
mundo debía pasar a un miembro del peldaño dieciséis de
la Escala de Ifá, y
- como ya se expresó - que Obatalá ocupara ese puesto
por algún tiempo; con posterioridad se analizaría entre las
Deidades Mayores quién podría ocuparse cada año de tal
responsabilidad, y así se iría descendiendo gradualmente
en la escala, y una vez que la humanidad estuviera
preparada, se entregaría el mando absoluto al espíritu de
Jesús: a partir de ese momento comenzará su reinado
espiritual y material en el planeta.

El certamen sobre el gobierno del mundo

Es por esta decisión que cada año vienen uno, o varios


orichas, a gobernar el planeta, de acuerdo con el tipo de
vibraciones que predominan en el espacio durante dicho
período, por lo que a veces Changó u Oggún ensombrecen
con la guerra al mundo, o Elegguá reina sobre todos para
facilitar los caminos de la suerte. O vienen Ochún y
Yemayá a apaciguar y traer el amor a los corazones,
cuando no Babalú Ayé, el que gobierna en los años de
epidemias y de milagros o hechos extraordinarios. Pero si
se busca clarividencia para mejorar los destinos, es
Obatalá quien vuelve a tomar el mando, pues sus
vibraciones son armoniosas en extremo.
Siempre queda Jesús para juzgar las acciones humanas,
y ubicar los espíritus en los niveles de la Escala de Ifá, de
acuerdo con los méritos obtenidos en vida.
Es necesario que haya consenso entre las Casas de culto
a la hora de determinar el signo del año, para que no
existan contradicciones entre las letras o signos que se
obtienen, pues el desacuerdo resta prestigio a los nobles
fines que se persiguen.
Porque primero deben hablar los babalawos de mayor
jerarquía, para que las demás Casas, sin orgullos ni vanas
pretensiones, acepten el fallo emitido por los más sabios,
lo cual redundará en beneficio del culto, de sus sacerdotes
y del gran Ifá.

La obligación del awó de aprender Ifá


Los múltiples avatares por los que ha pasado el hombre
hacen que la experiencia se manifieste como una voz
interna, dándole soluciones a los problemas. Porque las
experiencias tienen, cada una, su lección provechosa, que
se suman al conjunto de valores llamado sabiduría. El
hombre sabio aprende no sólo mediante sus experiencias
particulares, sino que toma las lecciones padecidas por
otros en sus vidas para sacar conclusiones e incorporarlas
a su saber.
Así, pues, un awó debe asimilar estas cuestiones, de
forma tal que en el ejercicio del culto pueda aconsejar a
los ahijados, y que la sabiduría por él trasmitida llegue a
ellos, obligándolos a reflexionar, que es el camino para
que también se hagan sabios.
De igual modo, el sacerdote debe conocer las religiones
y filosofías que predominan en otras regiones del orbe, y
tener en cuenta que todas estas variantes de pensamiento y
fe se derivan de una verdad inicial que Ifá trasmitiera a
los hombres en el comienzo de sus vidas como seres
inteligentes, y que esa semilla primera - sembrada en
diversas zonas - dio origen a múltiples explicaciones
sobre la génesis y la evolución.
No obstante, todas tienen algunos puntos comunes, pues
aunque la verdad se disfrace con muchos atuendos
diferentes, en el fondo siempre es una sola, invariable y
constante.
Por eso el sacerdote de Ifá debe estar convencido de los
valores que posee, así como debe estudiar y profundizar
en la filosofía del culto. No acudirá innecesariamente a
iniciarse en otras Reglas, ya que el solo hecho de ser awó
le da licencia para dominarlas, pues este título bien
otorgado equivale al de un doctor en la ciencia de la
religión.
Decimos ahora, sencillamente, que quien no asimile este
consejo demuestra su poco conocimiento en el culto que
profesa.
Por eso está obligado a profundizar en los significados
de cada signo, a estudiar, mediante otras obras - si es
necesario - las cosas que allí se mencionan, pues mientras
más se conozcan estos misterios mayor será el poder del
culto sobre la Tierra.
Observen que a pesar de tantas vicisitudes, la creencia
en Ifá no se ha perdido, aunque es la más antigua de todas
las conocidas, lo que por sí solo demuestra su valor
imperecedero.
Estudiar a Ifá no significa memorizar los rezos sin
comprenderlos, ni tampoco aplicar los ritos mediante una
mecánica establecida, sino que es, más bien, apreciar la
belleza que emana de su culto, y que la labor ejecutada
tiene una trascendencia espiritual. También se debe
comprender la lección de sus historias y la importancia de
sus mensajes.
Porque a través del culto a Ifá los hombres también
pueden aprender el lenguaje de la vida.

La escala de Ifá para el hombre

Descripción

A: Olofin sobre el peldaño veintiuno. Hacia abajo amplía la longitud de sus

vibraciones, amortiguando su frecuencia, creando las formas más densas. / B


y C: Oloddumare y Olorun, como segundos de Olofin. / D, E y F: los Tres

Benefactores: Obatalá, Oddua e Ifá, irradiando hacia el ser humano. / D:

Obatalá, sus dieciséis rayos influyen sobre el cuerpo físico. / F: Ifá, sus

dieciséis rayos influyen sobre el cuerpo astral. / E: Oddua, su irradiación es


ininterrumpida, indivisible, espiritual. / Desde “i” hasta “I”: línea de puntos (7)
que son los niveles del hombre dentro del espacio entre el quinto y el sexto

peldaños. / J: el hombre deificado, que es espíritu puro, no necesita ya de D o


F, ni de sus radiaciones. Recibe de la espiritualidad de Oddua, más el aliento de
Olofin, común a todos. El espíritu puro puede ascender por el poder de sus

vibraciones hasta el peldaño dieciséis. Siendo así en el caso de Jesús, que se


identifica con Oddua mismo. / El hombre debe vivir dentro del triángulo “I-b-ñ”
/ Si se desplaza hacia “a” deja de estar influenciado por Ifá, y será víctima de

distintas enfermedades mentales. / Si se desplaza hacia “o” pierde la influencia


de Obatalá; se convierte en un individuo eterizado, débil, víctima de

enfermedades y problemas físicos. / El justo medio de la línea de “i” a “I” es el

adecuado para el hombre y mientras más arriba mejor para él. / En el área “K-
L-a” quedan los cuerpos físicos sin vida, propiedad de Orichaoko. / En el área

“M-N-o” se mueven los cuerpos astrales prestos a desaparecer, pues carecen

del físico y del espíritu. / En el área “I-M-ñ-o” se encuentra el espíritu con su


doble astral, que lo retiene impidiéndole marchar a Iifé Oore. / En el área “L-I-

a-b” se encuentran los espíritus sin doble astral, pero atados a sus cuerpos
físicos, o a parte de éstos, por pactos que las personas hicieron en vida con

Entidades Malévolas y ahora son esclavos de la magia negra. / En el triángulo

“G-H-I” se encuentra Iifé Oore, donde los espíritus se ubican en distintos


niveles, de acuerdo a su luz o desarrollo; pueden llegar al séptimo peldaño en

caso de ser deificados. Y desde estas alturas descienden a los planos


terrestres a cumplir diversas misiones.

Glosario

Abita: el Diablo, la Entidad Malévola por excelencia.


Ahijado: toda persona que visita una casa de culto, de
babalocha o babalawo, y en la que ha recibido atención
religiosa, como consultas, obras o iniciaciones.
Aliento vital: la emanación perenne del Creador que
sostiene todo el Universo y lo que hay en él.
Amon-Ra: deidad que rige el Sol. Se identifica con
Olorun.
Andrógino: del griego andros, hombre, y gyné, mujer.
Lleva en sí los principios masculino y femenino.
Animista: culto a los espíritus a través de elementos de la
naturaleza.
Arún: Deidad Mayor que preside las enfermedades y
actúa, en principio, desarmonizando el periespíritu. La
enfermedad misma.
Asiento del santo: ceremonia de siete días en la cual el
ahijado se consagra en la religión.
Avatar: camino, recorrido, reencarnación con un fin
determinado.
Awó: también babalawo: sacerdote de Ifá.
Azonwano, Houla Shomafo, Afrekete, Chakuata:
deidades aliadas de Ikú y Arún, encargadas de regar las
epidemias.
Babá: padre. Sobrenombre de Obatalá.
Babá Acho: Deidad Mayor, enseñó a los hombres a
vestirse y les inculcó el sentido del pudor. Un camino de
Obatalá.
Babalawo: también awó: padre del saber. Sacerdote de
Ifá.
Benefactores: Obatalá, Oddua e Ifá, creadores del
hombre con sus tres cuerpos.
Brujería: aspecto de la ciencia oculta que tiene variados
fines, turbios en general.
Brujo: practicante de la brujería.
Cauce vital: zonas del cuerpo astral por donde entran o
salen las vibraciones, buenas o malas, que intervienen en
la salud y el poder de la vida.
Changó: Deidad Superior que controla la atmósfera y
participó en su creación.
Clarividencia: facultad no común de ver sucesos en el
tiempo y entidades invisibles al resto de las personas.
Conocimiento universal: facultad de espíritus libres y
entidades de saber los misterios de la creación.
Coraza astral: propiedad del periespíritu de convertir al
cuerpo en invulnerable a las influencias dañinas. Se
fortalece ascendiendo en los niveles de la escala de Ifá.
Cuerpo astral o periespíritu: doble invisible del cuerpo
físico, creado y dominado por Ifá.
Culto: forma de adoración de una o varias deidades, con
sus reglas y filosofía propias.
Curandero: el que se dedica a curar, o sanar personas, sin
tener título de médico. En nuestro país es común encontrar
curanderos que mezclan y aplican sus creencias religiosas
con el uso de la medicina verde y otros elementos de la
naturaleza, para atender a los enfermos.
Deidad: dios, entidad por encima del hombre en la escala
de Ifá.
Deidades Mayores: conjunto de dioses que controlan los
poderes naturales en el planeta.
Deidades Menores: conjunto de dioses cuyos dominios
son regionales.
Deificar: acción de elevar a la categoría de deidad a un
ser humano, ejecutada por sus seguidores o fieles.
Diluvio: son las intensas y prolongadas lluvias que
acontecieron en una época lejana, en los inicios de la
civilización humana. También, ras de mar, dominio de las
aguas del mar y de la atmósfera sobre la Tierra.
Ebbó: limpieza ritual.
Echu: Deidad Mayor, influenciada por las fuerzas del
bien o las del mal, en dependencia de su comportamiento.
Eggun: muerto.
Elegguá: Deidad Mayor, dueño de los caminos y los
destinos humanos.
Emanación: acción de Olofin al despedir de sí mismo las
vibraciones de diversas frecuencias que originan los
estados materiales y espirituales del universo, comparable
al mantra inicial de las religiones del Asia, o la gran
explosión inicial o big bang de los científicos.
Encarnación: acción que lleva a cabo el espíritu al
descender a la Tierra y adherirse a los cuerpos físico y
astral de una persona en el momento de su nacimiento,
para cumplir un plan preestablecido.
Energía cósmica: energía sutil que llega al planeta
procedente de astros y sistemas lejanos, y que por su
naturaleza influye en nuestras vidas y en las facultades
paranormales.
Entidad: deidad, dios, oricha; ser espiritual creado por
Olofin.
Entidad Malévola: las que utilizan las fuerzas
desarmonizantes, o que tienden a la destrucción o
eliminación del bien, o del fundamento establecido.
Espíritu: individualidad creada por Olofin, cuya tarea
primordial es la reencarnación, aunque cuando es libre
puede servir de consejero o guía en la Tierra. Ángel de la
Guarda.
Hechicero: el que practica el hechizo o encantamiento,
mayormente con propósitos turbios.
Ibeyis: orichas menores del panteón yoruba. Taewo y
Kaínde son jimaguas, hijos de Changó y Ochún, o de
Changó y Oyá. En la religión católica sincretizan con San
Cosme y San Damián.
Ifá: Deidad Mayor y Benefactora de la humanidad, tiene
un culto que lleva su nombre y un oráculo por el cual se
guían sus creyentes.
Igbodún: cuarto sagrado donde se realizan los ritos
secretos del culto y los de la iniciación. Su acceso está
vedado a los no iniciados o aleyos.
Iifé Oore: la ciudad de los espíritus, dimensión en que
éstos se encuentran.
Ikú: Deidad Mayor, encargada de privar de la vida a las
personas, arrebatándoles su espíritu.
Iluminación: conocimiento de las verdades universales,
al que muy pocas personas han podido llegar.
Iniciado: el que se ha sometido satisfactoriamente a la
Ceremonia del Asiento y conoce al menos parte de los
secretos del culto.
Iquines: también equines: nueces del obi kola (Elaeis
guineensis) o coquito africano, que emplea el babalawo
en la consulta del oráculo.
Iroko: árbol sagrado, que en Cuba se identifica con la
ceiba. En África puede ser un baobab o una especie de la
caoba.
Irradiación espiritual: la que emana de una entidad. Las
vibraciones que un espíritu proyecta a su alrededor o de
una persona.
Islam: conjunto de pueblos que profesan la religión que
tiene a Alá como único Dios y a Mahoma como su
Profeta.
Iyawó: iniciado en Ocha.
Jicotea: tortuga de agua dulce (voz americana).
Libro sagrado: registro de todos los datos acopiados en
los respectivos signos del oráculo por las distintas Casas
que practican el culto. Tiene su origen en el libro inicial o
conjunto de papiros y pergaminos elaborados por Orula.
Es de carácter secreto.
Limpieza ritual: acción que ejecuta el sacerdote en el
cuerpo de la persona, con animales, plantas, ingredientes,
etc., para despojarlo de vibraciones dañinas; se acompaña
de rezos e invocaciones.
Lucumí: se generaliza con este nombre a los pueblos
yoruba y de sus alrededores.
Magia negra: son las aplicaciones de la ciencia oculta; se
utilizan las fuerzas del mal con fines innobles.
Misterios: arcanos o elementos secretos de cualquier
religión. Fundamentos de la filosofía de un culto, vedados
a los no iniciados.
Musulmán: el que profesa la fe del Islam.
Oba: rey o jefe importante.
Obatalá: Deidad Mayor y Benefactora de la humanidad.
Modeló el cuerpo físico de la persona.
Obi Kola: coquito africano.
Ocha: oricha, deidad del panteón yoruba.
Ochosi: Deidad Mayor que habita en la selva y enseñó a
los hombres las artes de la caza y la pesca.
Ochún: Deidad Mayor, creó todas las fuentes de agua
dulce y en ellas domina con su séquito.
Oddua: Deidad Mayor y Benefactora, encargada de
instruir a los espíritus en sus misiones a la Tierra.
Oggún: Deidad Mayor, participó en la formación de la
Tierra originando los minerales y las montañas, quedando
al cuidado de éstos.
Oloddumare: segundo de Olofin y vigilante de la
creación, domina los espacios.
Olokun: Deidad Mayor, elaboró las profundidades
marinas, donde gobierna desde ese entonces.
Olofin: el creador de todas las manifestaciones del
Universo, llamado en otras partes Mente Cósmica,
Arquitecto Universal, y otros.
Olorun: segundo de Olofin y vigilante de la creación, al
igual que Oloddumare. En nuestro sistema solar domina la
energía que dimana constantemente el astro rey.
Opelé: instrumento formado por ocho piezas fabricadas
con diversos materiales, engarzadas en tramos de cadena,
de forma tal que al ser tirado por el awó, en el acto de
adivinación, puede dar lugar a cualquiera de los signos
del oráculo de Ifá.
Oráculo: complejo adivinatorio que sirve al awó para
manifestarse acerca del pasado, presente y futuro del
cliente.
Orichaoko: Deidad Mayor, domina las tierras y es quien
devora los cadáveres que le suministra Ikú.
Oroiña: también Oroina: Deidad Mayor, participó en la
formación de la Tierra trabajando en su núcleo central. Es
la dueña de los volcanes.
Orungán: también Orugán: rey mitológico del mediodía.
También se le identifica con el Sol. Dimensión humana
del astro en el panteón yoruba.
Osain: Deidad Mayor, dueño y creador de la vegetación.
Plano: estado vibratorio, dimensión, situación en que se
ubica un ser o entidad.
Regla: culto a una o varias deidades. Sistema filosófico-
religioso.
Signo: oddun, letra, avatar que se determina en la consulta
del oráculo.
Tablero: pieza circular de madera sagrada, labrada, de
amplia simbología. La utiliza el awó como uno de sus
atributos en la consulta del oráculo.
Bibliografía

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Otras fuentes consultadas


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— —: Gran tratado de la vegetación (inédito).
— —: Libreta de vocabulario yoruba (inédito).
— —: Tratado de los oddun de Ifá (inédito).
Libretas y tratados facilitados por otras casas de culto,
con licencia de Ifá.
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historia”.
— —: Diciembre de 1981, “El Caribe. Voces múltiples
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— —: Mayo de 1984, “África en su historia”.
— —: Junio de 1984, “Grandes rutas comerciales del
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— —: Septiembre de 1986, “Averroes-Maimónides. Dos
grandes espíritus del siglo XII”.
— —: Marzo de 1988, “Un nuevo mundo que cambió el
mundo”.
— —: Marzo de 1989, “Rutas de la Seda, caminos del
conocimiento”.
— —: Julio-agosto de 1994, “Extraños extranjeros”.
— —: Abril de 1995, “Orígenes de la escritura”.
— —: Marzo de 1996, “¿De dónde viene el racismo?”

Índice
- Introducción

1ra. Parte LA CREACIÓN

OLOFIN Y LA JERARQUÍA DE IFÁ

1-Olofin
2- La Escala de Ifá

NACEN LOS DIOSES Y EL HOMBRE

3- La espiritualidad eterna. La inmortalidad


4- Iifé Oore, la ciudad de los espíritus
5- Las Entidades Malévolas
6- La formación de la Tierra
7- Creación de los seres humanos en la Tierra.
Otorgamiento del espíritu
8- Los tres cuerpos del ser humano
9- El periespíritu
10- La irradiación espiritual
EL HOMRE NACE PARA MORIR

11- El poder de la vida. Los puntos vitales del cuerpo


12- La separación en hombre y mujer
13- Los pechos en las mujeres
14- Asignación de un tiempo de duración a las cosas en la
Tierra
15- Los humanos ingieren alimentos sanguíneos
16- La enfermedad que lleva a la muerte
17- La cadena de la vida

EL ESPÍRITU REGRESA Y VIVE

18- Las virtudes curativas de las plantas


19- La naturalidad de la muerte
20- La reencarnación
21- El deseo del hombre por la mujer
22- La confusión del sexo opuesto
23- Menstruación y procreación. La ilusión y el amor
24- La evolución de los primitivos
OBATALÁ LE DA INTELIGENCIA AL HOMBRE

25- El sentido del pudor


26- Los gigantes
27- Los hemisferios cerebrales
28- Las civilizaciones primitivas, el saber y la
inteligencia

DE LA INTELIGENCIA A LA MALDAD

29- La inteligencia domina la fuerza


30- El hechizo, el brujo, la maldad, la brujería
31- La hechicería por “compra” de eggun
32- Las injurias y las afrentas
33- El engaño y la mentira
34- El gran engaño a la mujer
35- La defensa es permitida. El arte de matar y salvarse

REGRESO A LA ESPIRITUALUIDAD
36- Los hombres vienen a expiar sus faltas a la Tierra
37- El olvido de la vida pasada al nacer
38- Comunicación de la persona con su guía espiritual
39- Los Ochas bajan a la cabeza de la persona
40- Olofin se aleja de la Tierra debido al humo de las
fogatas

2da. Parte LA LEYENDA DE IFÁ

IFÁ Y LAS RELIGIONES

41- Olofin perdona a sus hijos gracias a Yemayá


42- Las religiones
43- El primer lugar donde se aprendió Ifá
44- La sabiduría, belleza refinada del awó
45- Ifá otorga la facultad de profetizar
46- Obatalá cambia la ropa negra por la blanca
47- Orúmila viene al mundo
48- Orúmila, hechicero de magia negra
LOS ESPÍRITUS SE MATERIALIZAN

49- La materialización del espíritu


50- El descenso de la Virgen

LA MISIÓN DE JESÚS

51- Jesús viene a la Tierra


52- Hablan los muertos egipcios

IFÁ SE VA A OTRAS TIERRAS

53- Incredulidad ante una profecía de Orúmila


54- La guerra dentro de la religión
55- Los blancos expulsan a Ifá
56- Ifá se va de viaje

ORULA Y LOS ORICHAS

57- La continuidad de Lázaro por camino arará


58- Un oba que no es de esta tierra
59- Los orichas guerrean contra Orula
60- Orúmila le hace ebbó a Changó
61- Changó entrega el mando a Orúmila
62- Orula trasmite sabiduría a los sabios

IFÁ LLEGA AL NUEVO MUNDO

63- El capataz de los ladrones


64- El tráfico de esclavos
65- Elegguá se disfraza de limosnero
66- Adivinación con granos de maíz
67- El gobierno de dos tierras separadas
68- La corona de Ifá prevalece
69- La entrega a Obatalá de las riendas del mundo
70- El certamen sobre el gobierno del mundo
71- La obligación del awó de aprender Ifá

Glosario
Bibliografía

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