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Testimonio y Presencia en La Familia
Testimonio y Presencia en La Familia
Los ancianos son un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones,
sobre todo cuando dan testimonio de fe. Por nosotros se sacrificaron, se entregaron y,
en ciertos casos, se inmolaron.
Que los abuelos vuelvan a ser una presencia viva en la familia, en la Iglesia y en la
sociedad. Por lo que respecta a la familia, los abuelos deben seguir siendo testigos de
unidad, de valores basados en la fidelidad a un único amor que suscita la fe y la
alegría de vivir.
Citando a Juan Pablo II en su Carta a los ancianos de 1999 podemos asegurar que
“Es hermoso poderse gastar hasta el final por la causa del Reino de Dios.”
Se dice que la ancianidad comienza con la jubilación, aunque vemos que muchas
personas que se han jubilado no se sienten ancianos, porque solemos relacionar
ancianidad con achaques, enfermedades y dolores. Pero hoy en día, con los adelantos
en medicina y cuidado de la salud, la vejez no llega con estas características, sino que
los ancianos y abuelos se sienten plenos y con ganas de vivir, de seguir aportando sus
dones a la sociedad, enriqueciendo los ambientes.
Envejecer implica haber vivido más, llevar en la historia más recuerdos, experiencias y
vivencias que los más jóvenes. Contar con una sabiduría que va más allá de la finitud
física propia del ser humano, poder aceptar lo que no fue y lo que fue, trascendiendo
el aquí y ahora.
Es tiempo de trascender, mirar hacia atrás y valorar lo logrado, pero también amigarse
con lo no conseguido. Perdonar a los que se han ido y a los que están y personarse a
sí mismo por los errores pasados, pensándolos como momentos de crecimiento y
sabiduría.
Llegar a anciano es un gran privilegio, Permite retroalimentar una larga vida al poder
revivirla en retrospectiva. Es tiempo de darle sentido a la propia historia y revivirla con
amor y alegría por lo vivido y también tiempo de sabiduría, recuperando el interés por
la vida, conociendo el final y aceptándolo.