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CAPÍTULO 3
sea, formas de autocomprensión racional que, en cada etapa, se dan para sí los sistemas
sociales. Las imágenes culturales que se suceden en tal proceso dinámico se constituyen
en etapas del aprendizaje de la sociedad. En ellas los sujetos reconocen su competencia
comprensiva y de acción como estructuras simbólicas del mundo de la vida.
En Habermas, para comprender la evolución social debemos contemplar que hay un
permanente equilibrio homeostático funcional entre los modos de producción económicos
que crean condiciones de integración sistémica y los niveles de integración social3. Tal
integración estará conformada a través de las imágenes del mundo que tienen una lógica
dinámica de transformación. Esta perspectiva, en consecuencia, alude a las estructuras
conceptuales por medio de las cuales los actores, colectivamente organizados, interpretan el
mundo, despliegan sus relaciones sociales y las transforman; en un plano reflexivo alcanzan
la autopercepción de su identidad. Esta idea de evolución como equilibrio inestable no
deshecha la idea de progreso en el sentido de que las transformaciones como instancias de
reconstrucción del equilibrio, implican una etapa cualitativa distinta a la anterior. En tanto
esta nueva etapa supere los desajustes sistémicos que la antecedieron, será evaluada como
una etapa superior. De esa valoración se desprende el parámetro de una transformación y
cambio orientado hacia el progreso.
En el planteo evolutivo que sostiene la teoría de la acción comunicativa podemos reconocer
los siguientes supuestos: a) la idea de un proceso evolutivo evaluable desde un parámetro
normativo que implica la idea de progreso. Aquí se encuentran los fundamentos normativos
de la crítica. Si las transformaciones aluden a una evolución como reajustes sistémicos, la
idea de progreso se acopla desde el plano reflexivo como valoración de cambio evolutivo.
Con esta idea queda disuelta la filosofía de la historia que postula un telos de progreso
como eje que vertebra y da sentido a las distintas etapas: b) La presunción de que esta
evolución de imágenes simbólicas del mundo es sistemática y cumple, por consiguiente, una
función estructurante que integra a los actores con la realidad social exterior e interior. c) La
idea de racionalidad que en un sentido amplio orienta las acciones de los sujetos y, al mismo
tiempo, se objetiva como racionalidad social a través de las formas de integración que
desarrollan los actores. La idea de racionalidad en los actores permite justificar y argumentar
las acciones; el potencial de autonomía para que sea base de un pensamiento cierto y
fundamentado aparece en la Modernidad. Desde el punto de vista de un observador externo,
el desafío teórico que se plantea es cómo justifica la racionalidad su ideal de universalidad. d)
Las formas de interpretación del mundo enlazadas con nuestras prácticas de la vida cotidiana
“descansan sobre la base sólida de un fondo de convicciones comunes, de elementos que
percibimos como evidencias culturales y de expectativas recíprocas” 4. Este es el supuesto según
el cual, tras cada decisión motivada y fundamentada se trasluce el mundo de la vida 5 y cada una
de nuestras acciones revela, al mismo tiempo, una imagen de la cultura. Este planteo que es
uno de los aportes filosóficos de Habermas, se verifica a través de la reconstrucción de la
teoría de la racionalización de la vida6 de Weber. Tal interpretación de la racionalidad se
replantea ahora con los aportes actuales de las ciencias sociales . Ellas ponen en evidencia la
base empírica que permite identificar las transformaciones de las imágenes del mundo. La
pregunta que queda planteada es cómo se reconocen en la racionalidad los aspectos
universalmente válidos de sus estructuras funcionales.
La teoría del conocimiento en la filosofía moderna se ha caracterizado por el postulado de la
universalidad de la razón. La exposición kantiana de tal universalidad alude, como es
sabido, a sus aspectos formales: juicios sintéticos a priori, categorías del entendimiento,
formas puras de la intuición sensible. Deslindados los problemas de contenido y forma de la
razón universal, las discusiones que se suscitan en la modernidad tardía han sido relativas a
cómo se legitiman las pretensiones de universalidad válidas frente a formas de racionalidad
3
J. Habermas (1976), 169; [trad. cast. 155].
4
“Diálogo con Habermas” en G. Borradori (2003), 66.
5
J. Habermas (1999), t. 1, 70.
6
J. Habermas (1999), t. 2, 428.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 72
presume que la ciencia representa con sus categorías una imagen acorde con la realidad. Pero en
Habermas, las estructuras de imagen del mundo no tienen que ver con los modos de aprehender
la realidad objetivada, sino con el orden y la coordinación de las prácticas de vida. Las
imágenes de mundo, en la cultura moderna o en culturas primitivas, son construcciones
formales no conscientes que se asimilan en proceso de aprendizaje. Ellas desarrollan
competencias interpretativas por medio de las cuales los sujetos logran dar sentido a las
interacciones y al entendimiento. Esas imágenes habilitan los procesos que reconocemos como
socialización por medio de los cuales, las interacciones quedan implicadas con referencias
comunes hacia los mundos sociales, subjetivos y objetivos. En consecuencia, para Habermas, la
diferencia entre las imágenes del mundo no radica en los modos de abordar la experiencia, ya
sean estos como apertura flexible o bien, como clausura más o menos consistente. Las
relaciones cognitivo-instrumentales que equivalen a formas de conocimiento; relaciones
práctico-morales, como formas del valor; y estética-expresivas, como formas de la subjetividad ,
se articulan de modo diferenciado y con preeminencia de una sobre la otra, en función de
los grados de racionalidad reflexivo-crítica. Es decir, las imágenes cerradas, por ejemplo,
corresponden a imágenes míticas que se caracterizan por una deficiente diferenciación de estas
tres dimensiones (objetiva, social y subjetiva) como así también, por la falta de reflexividad de
los actores para someter a la crítica las imágenes gestadas a través de la tradición cultural13. En
el pensamiento mítico, la estructuración acrítica de la tradición cultural propia de su sistema
de sociedad no permite reconocer el sustrato del cual se han nutrido tales imágenes. Éstas, en
consecuencia, son tomadas de modo natural y de allí se desprenden las creencias que
imprimen sentido a las acciones con un fuerte sesgo a-crítico.
Las imágenes caracterizadas como abiertas corresponden a las que acompañan a la
comprensión del mundo en la racionalidad moderna. Ésta es capaz de reflexionar sobre sus
propios supuestos de modo tal, que queda habilitada la posibilidad de cuestionar la
legitimidad de las creencias y con ello sus aseveraciones. Se trata de la racionalidad que,
según Habermas, subyace a las interpretaciones científicas ya que, por tales procedimientos, se
constituyen las formas consistentes del saber. La historia de la ciencia y la autocrítica de la
comprensión objetiva14 es un rasgo de la aplicación de esa racionalidad como imagen abierta del
mundo. Ahora bien, cada una de estas formas de imágenes: cerrada, como la imagen del mundo
mítica o abierta, como la imagen del mundo moderno, Habermas considera que están en
correspondencia refleja con los plexos culturales 15. De esto podemos inferir que los
contenidos de la cultura transponen el plano prerreflexivo, adoptan una forma consciente
respecto a las imágenes del mundo que las componen y se constituyen en imágenes culturales.
La cultura comprende para sí un doble aspecto: prerreflexivo y crítico. En el primer caso,
las mismas imágenes del mundo representan un sustrato estructural-simbólico no consciente:
la herencia cultural. En el otro caso, las imágenes del mundo incorporan para sí la posibilidad
de sometimiento a la crítica de las estructuras simbólicas heredadas. Este principio de
autorregulación crítica se incorpora también al mundo simbólico en un nuevo estadio de la
cultura recibida. Ya se trate de imágenes de mundo cerradas o abiertas, la trama que se
trasluce por su intermedio procede de un universo de sentido pre-teórico dado a través de la
cultura heredada. Esto no puede implicar a nuestro entender, que la cultura pierda su
dimensión irreflexiva. Las nuevas transformaciones que ella alcanza como producto de la
reflexión sobre sus estructuras simbólicas, genera nuevos sustratos estructurales. Estos, sólo
de un modo irreflexivo, pueden seguir cumpliendo el rol sistémico funcional de plexo
simbólico de legitimación. Nuestra afirmación encuentra una justificación teórica en el
mismo sistema habermasiano. El mundo de la vida, concepto que Habermas retoma de
12
R. Horton, “African Thought and Western Science, en B. R. Wilson (1970) (comp.) Rationality, Oxford, 153,
citado por J. Habermas (1999), t. 1, 93.
13
J. Habermas (1999), t. 1, 82.
14
J. Habermas (1999), t. 1, 83.
15
J. Habermas (1999), t. 1, 70.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 74
16
E. Husserl (1990), La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, ed. cit.
17
A. Schütz y T. Luckmann (1977), Las estructuras del mundo de la vida, ed. cit.
18
J. Habermas (1999), t. 1, 82.
19
Un ejemplo que permite comprender estas afirmaciones puede ser tomado de la entrevista de G. Borradori a
J. Habermas. Con motivo de los atentados del 11 de septiembre del 2001, en EE. UU., frente a la pregunta por la
aparente contradicción entre modernidad y fundamentalismo, Habermas dice: “Probablemente hay un motivo que
conecta los dos fenómenos [...]; a saber: la reacción defensiva por miedo a un desarraigo violento de formas de vida
tradicionales. [...] El mundo occidental sirve en su conjunto de chivo expiatorio para las propias experiencias, muy
reales, de pérdida que sufre una población arrancada de sus tradiciones culturales en el curso de procesos de
modernización radicalmente acelerados. Lo que, en Europa, en circunstancias más favorables, pudo ser de todas
maneras experimentado como un proceso de destrucción creativa, no ofrece en otros países la perspectiva de una
compensación experimentable, de una compensación que pueda redimir, en la distancia de generaciones, por el dolor
de la desintegración de las formas de vida acostumbrada”. Cfr. G. Borradori (2003), ed. cit.
20
J. Habermas (1999), t. 1, 104.
21
J. Habermas (1999), t. 2, 161 – ss.
22
J. Habermas (1999), t. 1, 95.
23
J. Habermas (1999), t. 1, 70.
24
J. Habermas (1999), t. 1, 71.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 75
25
Para estas reflexiones tomamos en cuenta la reconstrucción de las discusiones antropológicas que retoma
Habermas con los autores citados: J. Habermas (1999), t. 1, 99; P. Winch (1994) Comprender una sociedad primitiva,
ed. cit.; E. Evans-Pritchard (1976), Brujería, magia, oráculos entre los azande, ed. cit.; A. McIntyre (1971), “Against
the Self Images of the Age”, citado por J. Habermas (1999), t. 1, 84. Pero también, nuestros análisis desde una
bibliografía anexa que será citada en cada oportunidad.
26
L. Paramio (1971), Mito e ideología, ed. cit.; L. Kolakowski (1975), La presencia del mito, ed. cit.
27
A. Spirkin (1965), 353 – ss.
28
J. Habermas (1999), t. 1, 71.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 76
míticas del mundo. Porque la singularidad del mundo moderno se recorta sobre el trasfondo del
horizonte mítico.
El carácter totalizador y sincrético de la imagen mítica ha sido recalcado de distintos
modos por la antropología. Los estudios estructuralistas como los de Maurice Godelier 29 o
Claude Lévi-Strauss30 han insistido en el carácter concreto del pensamiento empírico-mítico y
cómo la percepción del mundo se ordena a partir de analogías y oposiciones planteadas en
términos binarios. Esto último se comprende en el planteo de Lévi-Strauss, si tomamos en
cuenta que su análisis es deudor de una teoría del lenguaje, la de Trubetzkoy. La antropología
estructural dicotomiza los fenómenos entre homologías y heterogeneidad, equivalencia y
desigualdad, identidad y oposición31. Para esta disciplina, una cultura es una unidad sistémica
con variaciones significativas para lo cual se plantea como objetivo reconocer las constantes
estructurales o invariantes ligadas a esas variaciones significativas 32. El hecho social como
totalidad aparece dotado de una significación social y religiosa, utilitaria y sentimental, jurídica
y moral33.
El carácter concreto del pensamiento primitivo destacado por el estructuralismo de Lévi-
Strauss, conduce a Habermas a establecer semejanzas con la epistemología constructivista o
genética de Jean Piaget. Esta línea teórica describe análogas estructuras mentales (pensamiento
concreto-sincrético) como etapas que se cumplen en la ontogénesis del desarrollo cognitivo 34.
Por otra parte, Habermas, valiéndose de la antropología de Maurice Godelier 35, avanza hacia
una caracterización sociológica de las imágenes míticas del mundo. Esto quiere decir:
reconocer cómo la estructura de las imágenes míticas se constituye a partir de las acciones y las
experiencias. Ambas implican vínculos de intercambio normativamente estructurados sobre
principios de reciprocidad. Un ejemplo de lo mencionado se encuentra en las investigaciones
antropológicas referidas a las culturas de pueblos originales . Cuando estos casos se toman
como análogas a las culturas primitivas, muestran la interacción social como reciprocidad-
equilibrio-justicia36. Las acciones que llevan a cabo los actores reproducen y consolidan las
imágenes míticas, al no poder salir del orden social preestablecido que es tomado como natural.
Las relaciones analógicas que articulan las interpretaciones cotidianas de los actores dan
consistencia al sentido común. Con él instituyen al mundo como una totalidad que, al mismo
tiempo, reviste atributos humanos, es decir, la no-distinción radical entre mundo no humano
(naturaleza) y mundo humano (cultura). La totalidad es conciencia, voluntad, autoridad y poder
29
M. Godelier (1974), 379, citado en J. Habermas (1999), t. 1, 74.
30
C. Lévi-Strauss (1984), Antropología estructural, ed. cit.; (1990), El pensamiento salvaje, ed. cit; (1979),
Antropología estructural, II. Mito, sociedad, humanidades, ed. cit.
31
P. Gómez García (1981), 35.
32
C. Lévi-Strauss (1984), 310 – ss.
33
C. Lévi-Strauss (1979), 66 – ss.
34
J. Piaget (1986), 163 – ss.
35
M. Godelier, “Mythe et Histoire”, Annales, Économies, Societés, Civilisations, Cuaderno “Structure et His-
toire”, Paris, 1971, citado en J. Habermas (1999), t. 1, 74.
36
A. R. Radcliffe-Brown al retomar el análisis antropológico en torno a lo que se denomina “relaciones
burlescas”, dice: “La relación burlesca es una peculiar combinación de amistad y antagonismo. La conducta es tal,
que en cualquier otro contexto social expresaría y provocaría hostilidad; pero no ha de tomarse seriamente porque no
se hace con esa intención. Existe una supuesta hostilidad y una amistad real. Para expresarlo de otro modo, es una
relación de desacato permitido [...] pues es evidente que el mantenimiento total de un orden social depende del tipo y
grado de respeto que se manifiesta hacia ciertas personas, cosas, ideas o símbolos”. Cfr. A. R. Radcliffe-Brown
(1986), 108; También, G. Bateson alude a estas relaciones de equilibrio y reciprocidad, en su análisis de los vínculos
sexuales en las comunidades aborígenes de Nueva Guinea: “Lo significativo es que el sistema de hábitos de cada
sexo encaja como los dientes de un engranaje con el sistema de hábitos del otro; que la conducta de cada uno de ellos
promueve los hábitos del otro [...] Lo que nunca encontramos es una falta de pertinencia recíproca en las conductas
de tales grupos”, Cfr. G. Bateson (1992), 117.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 77
en una jerarquía cuyas razones el mito trata de explicar 37. Las operaciones del pensamiento
tienen su base en lo intuitivo y lo concreto , y podemos afirmar aún más en coincidencia con
las perspectivas antropológicas que indagan sobre el desarrollo de la conciencia 38 que se
presentan en una amalgama no diferenciada que podemos caracterizar como “sincretismo”. No
hay una autopercepción desde la subjetividad como autónoma y fundada en el sí mismo ; de un
yo separado del mundo circundante, distante; la totalidad de lo dado y existente se presenta
como atributos análogos a las condiciones de existencia de los sujetos 39. La totalidad percibida y
pensada es antropomórfica, y la naturaleza, humanizada. En este punto sería coincidente con
la caracterización que Habermas hace al insistir en “la naturaleza y la cultura proyectada
sobre un mismo plano”40.
El concepto de cultura que hemos tomado en estos análisis no se refiere a una
sumatoria contingente de producciones materiales, ni sublimaciones artísticas del “espíritu de
un pueblo”; tampoco son las costumbres. Más bien, debemos pensar la cultura como la trama de
significaciones que constituye el repertorio desde el cual se nutre la orientación consciente de
las acciones y donde se inscriben los sentidos naturalizados de las prácticas de vida41. Este es
un trasfondo de criterios sedimentados por los vínculos ; se transmite como tradición vivida y no
como reproducción planificada . En caso del pensamiento mítico se presenta de modo
naturalizado y reificado; refractario a la crítica. La cultura, en tal pensamiento, en tanto
estructura simbólica que enlaza los puntos de vista, conceptos, actitudes, costumbres y ritos , se
adhiere como el “espíritu” de la naturaleza y de la totalidad. Este es un proceso de conjugación
sincrética que ha sido reconocido por todas las investigaciones antropológicas. Ellas muestran
cómo la unidad hombre-mundo, cultura-naturaleza, se enreda en la imagen mítica 42. El mito,
por otra parte, sentencia toda intervención posible del hombre con la obligación ineludible de
que todas sus actitudes contribuyan a preservar el orden. Así es como el hacer cotidiano y
doméstico renueva su alianza con la totalidad y preserva el orden cosmológico. Las acciones en
el mundo y ante los otros, no tienen cabida como intervenciones para trastocar o modificar los
acontecimientos preestablecidos. Sólo es posible administrar los recursos de la naturaleza y de
los demás hombres para ayudar a la realización o desempeño de la “predestinación” 43. A partir
de la aprehensión del sentido de la totalidad se reconoce y explica el sentido de las acciones
individuales, y esa totalidad es tomada como un orden cosmogónico y cosmológico que
asegura, en tanto perenne, la identidad y la existencia. Con estos contenidos se constituyen las
representaciones interpretativas de las imágenes del mundo44.
Si comparamos cómo se ordenan las acciones según las imágenes míticas del mundo con
nuestras actuales nociones de racionalidad, encontraremos diferencias conceptuales, pero no ,
justificativos que encuadren a aquellas como estructuras prelógicas o irracionales, como sostuvo
Levy-Bruhl. “En pocas palabras, el conjunto de hábitos mentales que excluye el pensamiento
abstracto y el razonamiento propiamente dichos parece, por lo visto, extendido a una gran
cantidad de sociedades inferiores, constituyendo un rasgo característico y esencial de la
mentalidad primitiva”45. Esta visión de un paralelismo entre formas lógicas del pensamiento
37
J. Habermas (1999), t. 1, 75.
38
A. Spirkin (1965), 153 – 166.
39
A. Spirkin (1965), 153 – ss.
40
J. Habermas (1999), t.1, 76.
41
Sobre la noción de cultura, cfr. aquí, Introducción.
42
L. Paramio (1971), 30 – 45.
43
R. Cantoni (1977), 165 – 185.
44
J. Habermas (1999), t. 1, 75.
45
L. Levy-Bruhl (1972), 32 [subrayado nuestro].
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 78
46
Véase las investigaciones de Rensch, que avala estas consideraciones. Cfr. B. Rensch (1980), 122 – 145.
47
Citado en B. Rensch (1980), 122.
48
Véase entre otros estudios, la compilación Estructuralismo, mito y totemismo que reúne algunas
investigaciones desarrolladas por K. O. L. Burridge, M. Douglas, R. Fox, E. Leach, C. Lévi-Strauss, et al., referidos a
los problemas que mencionamos. Cfr. K. O. L. Burridge et al., (1972), ed. cit.
49
J. Habermas (1999), t. 1, 78.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 79
segundo”50. Estas diferencias entre los niveles de forma y contenido del signo podemos
explicarlas a partir de identificar e interpretar el enlace comunicativo del lenguaje , tomando
en cuenta su estructura sintáctica o correlatos signo-referentes; como así también, si
atendemos las imágenes del mundo que “son dichas” a través del lenguaje ; es decir, del uso
designativo-indicial y comunicativo que , por cierto, se define pragmáticamente. Esta sería la
razón por la cual Habermas afirma que en el lenguaje mítico hay “confusión sistemática entre
nexos internos de sentido y nexos objetivos externos”51. Hay una imagen del mundo construida
lingüísticamente que se encastra confusamente con el orden del mundo, de la naturaleza y la
cultura. El lenguaje, en el uso mítico, no es tomado como construcción enunciativa de un
mundo dado, sino que el mundo está anclado en el lenguaje ; lo revela y confiere existencia a un
mundo predicho, ordenado. La realidad no se presenta como una exterioridad al lenguaje y a la
acción, sino que está dado a través del lenguaje y el pensamiento. No es una realidad de cosas
percibidas sino, una totalidad configurada en la amalgama de la imagen del mundo. De esta
forma, la imagen mítica constituye una unidad sistemática entre las operaciones lógicas y las
relaciones con las cosas; se presentan en el lenguaje conjugando una única percepción y
comunicación funcional.
Desde el punto de vista del uso social del lenguaje, las expresiones en los mitos no
alcanzan a diferenciar de modo conceptual sujetos actores y objetos manipulables.
Habermas considera que en las prácticas mágicas se ignora la relación entre “imagen
teleológica y acción comunicativa” 52; entre acción instrumental según un propósito y
acciones tendientes a la construcción de las relaciones interpersonales. El sincretismo que
rodea a esta concepción del mundo vincula primero, el no-reconocimiento de campos de
objetos diferenciados relativos a las cosas físicas, a la voluntad emergente de la subjetividad
y a las normas compartidas. El sincretismo amalgama al mismo tiempo y en un solo hecho
la violación de la norma, la violación de las cosas y la transgresión del deber de la voluntad.
Dicho de otra forma, el orden de lo bueno y de lo sano se conjuga con el orden de lo útil y
lo debido53.
Las particularidades de la comunicación lingüística en el contexto del mundo mítico
que nos describe Habermas, su análisis se desprende de los supuestos de la teoría de la
acción comunicativa según la cual, la comunicación lingüística aplicada a procesos de
entendimiento compromete “presuposiciones formales de comunidad o intersubjetividad” 54. Es
decir, las referencias al mundo objetivo, social o subjetivo se hacen con premisas compartidas
desde las cuales se alude a la verdad, la rectitud o la veracidad. La posibilidad de desempeñar o
realizar (Einlösung) tales pretensiones de validez dependen de los mundos referenciados por los
sujetos en sus interacciones: mundo objetivo, social y subjetivo 55. Como detallaremos más
adelante, la realización de tales posibilidades de acreditación de la verdad, rectitud o
reconocimiento de la sinceridad estarán en estrecha dependencia del sometimiento a la crítica
de tales pretensiones56. La discursividad argumentativa pone en evidencia las razones por las
cuales se afirma como verdadera una manifestación que alude, por ejemplo, al mundo
objetivado, o bien expone razones por las cuales se considera una actitud como correcta, en
50
R. Barthes, Mytologies, Paris, 221, citado por R. Paramio (1971), 31.
51
J. Habermas (1999), t. 1, 78.
52
J. Habermas (1999), t. 1, 77.
53
J. Habermas (1999), t. 1, 91.
54
J. Habermas (1999), t. 1, 79.
55
J. Habermas (1999), t. 1, 81.
56
Cfr. aquí, Capítulo 5.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 80
relación con las normas que cobijan las decisiones. También, deberá saber fundamentar o
justificar por qué se puede tomar como sincera o no una actitud en la interacción. Para que el
lenguaje pueda ser un vehículo de estas argumentaciones críticas en los distintos planos , mundo
objetivo, social y subjetivo, debe darse un proceso de diferenciación que posibilite que cada una
de esas formas del mundo se haya desgajado de la visión totalizadora y sincrética de mundo.
Rasgo que no podemos reconocerlo en el contexto del mundo mítico, pues, para ello, la
cultura debe mostrar algún aspecto que posibilite ser relativizada, rectificada, criticada y
reorientada. Pero en la imagen mítica el lenguaje es una realidad que reifica en sus sentidos una
conexión incuestionable de la relación hombre –naturaleza-cultura. El lenguaje nos posibilita, en
tales condiciones, las diferenciaciones de planos que allanen la asunción de la crítica
racional. Esta relación entre lenguaje y planos de la racionalidad es el aporte habermasiano
que se monta en la teoría weberiana de la racionalización social. La articulación no se hace
sino involucrando al mismo tiempo, la categoría de mundo de la vida proporcionada por
Husserl.
Apoyándose en Weber y en su Excurso: Teoría de los estadios y direcciones de rechazo
religioso del mundo57, Habermas define los subsistemas de acción racional como despliegue de
la racionalización social. Las relaciones de producción material no aparecen como motor del
proceso de diferenciación de las formas de mundo, sino, más bien, es la racionalización
cultural. Con esto invierte la lógica de la transformación social y esfuma la idea de la
racionalidad social articulada fundamentalmente al logro de fines cognitivo-instrumentales 58.
De esta manera, el proceso racional descripto por Weber lo asimila Habermas al concepto
de mundo de la vida y concluye con una interpretación según la cual, la racionalización
social y cultural involucra las transformaciones de ese mundo. Así visto, el proceso racional
que interviene en el mundo de la vida conduce a la desmitologización de la imagen del mundo y
trae como consecuencia la cosificación de la naturaleza, la disolución de la visión de la sociedad
arraigada como natural y, también, la desnaturalización del orden organizativo de la sociedad.
Para llegar a esto, el pensamiento humano debió hacer un largo recorrido hasta reconocer lo que
es contingente en el orden social, como así también, de qué el hombre tiene la posibilidad de
intervenir y transformar la naturaleza y la sociedad.
La diferencia entre categorías relativas a los ámbitos de la naturaleza y de la cultura, es
una abstracción de objetos externos, del mundo de los hechos observados y descritos. Las
actitudes posibles frente a estos mundos externos dependen de los motivos de las personas las
que se encuentran ligadas, al mismo tiempo, a otro ámbito de objetos: el ámbito de la
subjetividad59. En este lugar se estructuran las condiciones de posibilidad para la manipulación
de las cosas, las que se logran cuando se reconocen las causas y la producción de los hechos,
como así también, sus efectos. Corresponden al ámbito de la subjetividad, también, las
condiciones de posibilidad para el acatamiento o violación de las normas que constituyen la
trama del mundo objetivo social. Tales presupuestos que corresponden a la teoría de la acción
comunicativa se infieren de una hipótesis según la cual, y siguiendo a Winch 60, presume que
hay una sincronía entre la concepción del mundo y las estructuras del lenguaje 61. En la
concepción mítica del mundo, por ejemplo, al no diferenciar mundo objetivo y social, cosas y
normas, la comunicación no diferencia entre lenguaje y mundo . “No es la realidad la que dota
57
M. Weber (1998), 527 – ss.
58
J. Habermas (1999), t. 1, 198; J. Habermas (1999), t. 2, 429 – ss.
59
J. Habermas (1999), t. 1, 80 – 81.
60
P. Winch (1994), “Comprender una sociedad primitiva”, ed. cit.
61
J. Habermas (1999), t. 1, 87.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 81
de sentido al lenguaje. Lo real y lo irreal se muestran en el sentido que el lenguaje tiene. Más
aún, tanto la distinción entre lo real y lo irreal como el concepto de correspondencia con la
realidad pertenece a nuestro lenguaje” 62. Para Habermas la particularidad del lenguaje en
función comunicativa, dentro de la imagen mítica, presenta una diferenciación deficiente entre
lenguaje y mundo63; o sea, entre la comunicación lingüísticamente medida y el referente común
objetual sobre el cual se dan las posibilidades de entendimiento.
4. Sobre la función expresiva y comunicativa de los lenguajes
Para ello, se apoyan en la idea de “lengua” como conjunto finito y relativamente estable de
elementos. Por el contrario, la idea de “discurso” se entiende como el lugar donde se ejerce la
creatividad; excede la noción de enunciación, o sea, la de sucesión de oraciones; es la
condición de producción de un texto donde se configura como una unidad de sentido que
articula, a la vez, unidades de lenguaje con la finalidad de la comunicación y para lo cual tiene
en cuenta el complejo de la situación involucrada en dicha discursividad y no en cada
enunciado70. A través de los discursos, desde este punto de vista , se representa la semiosis
social, entendida como proceso de producción y recepción del sentido 71. La teoría del discurso
en la semiótica se postula, así, como un análisis translingüístico72. La potencialidad de esta
perspectiva, en consecuencia, y a nuestro a entender , permitiría comprender a las imágenes del
mundo como plexos discursivos y, de este modo, reconocer la semiosis social inscripta en los
discursos religiosos, culturales, sociales, del mundo natural, etc. En otras palabras, cómo se
articula el lenguaje con el contexto social y cómo realiza su función expresiva y comunicativa.
Mientras tanto, la noción de discurso a la que Habermas alude en su teoría de la acción, parte
de una filosofía del lenguaje de los actos de habla y desemboca en la teoría de la
argumentación crítica73. Esta noción de discurso se refiere al procedimiento argumentativo
por medio del cual se confiere significado al reconocimiento de las pretensiones de validez
de una norma de acción. También, es una forma de comunicación emancipada de la
experiencia y despreocupada del actuar que garantiza la discusión en torno a tales
pretensiones de validez (afirmaciones, recomendaciones o advertencias) cuando éstas han
sido problematizadas. Es por esta razón que Habermas complementa la hipótesis de la
argumentación con el supuesto de los participantes en condiciones ideales de habla, es
decir, sin limitaciones ni coacciones, de tal modo que se imponga por razón propia, la
coacción del mejor argumento. Para esto tenemos que incluir también, el supuesto de que
los participantes están racionalmente motivados por un propósito cooperativo de búsqueda
de la verdad. Así se comprende que la teoría de la acción comunicativa trascienda la
dimensión empírica y contextual de la comunicación y se oriente más bien, hacia la
búsqueda de formas estructurales que, vistas desde el lenguaje, permitan reconocer las
condiciones de posibilidad para el entendimiento en la interacción motivada por objetos
diferenciados. Esta indagación de la teoría habermasiana se enmarca en el plano de la
reconstrucción, o sea, “del dominio intuitivo de los sistemas normativos, que se encuentran en
la base de la producción y enjuiciamiento de manifestaciones y actos simbólicos” 74; en
contraposición al plano de la interpretación estructural derivada de la lingüística que alcanza
su objetivo por medio de la abstracción de las manifestaciones empíricas. Esto último es lo que
lleva a cabo el enfoque sociosemiótico del lenguaje, superando al análisis de la lingüística,
cuando se aplica a las condiciones pragmáticas de los discursos. Al respecto Verón nos recuerda
que: “Toda producción de sentido, en efecto, tiene una manifestación material. Esta
materialidad del sentido define la condición esencial, es el punto de partida necesario de todo
estudio empírico de la producción de sentido. Siempre partimos de “paquetes” de materias
sensibles investidas de sentido que son productos [...]”75. Habermas, por el contrario, alude a
los discursos como unidades lingüísticas, superior a la oración y comprendidos dentro de la
70
Cfr. D. Maingueneau (1989) 15 – 20.
71
E. Verón (1987), 125.
72
E. Verón (1987), 123.
73
Sobre la noción de discurso en Habermas, cfr. aquí, Capítulo 3.
74
J. Habermas (1998, a) 45.
75
E. Verón (1987), 126.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 83
se inscribe en la dependencia de una doxa. Todo debate se desarrolla sólo apoyándose sobre una
tópica común a los argumentadores opuestos. En toda sociedad, la masa de los discursos –
divergentes y antagonistas – engendra, entonces, un decible global más allá del cual no es
posible - salvo por anacronismo – percibir lo «noch nicht Gesagtes», lo «aún-no-dicho» (para
traducir a Ernst Bloch)”80.
Otro ejemplo desde la semiótica que muestra esta porosidad de los discursos se
encuentra en la semiótica social de Halliday 81. Aquí, el análisis parte de una doble articulación
funcional y pragmática entre lenguaje y estructura social: como expresión discursiva y como
estructura funcional comunicativa. El lenguaje no sólo es expresividad del sistema social sino,
también, “simboliza activamente al sistema social, creándolo y siendo creado por él”. El
lenguaje, visto por Halliday, puede ser tomado como institución y sistema. Como institución ,
alude a los modos de uso vivo de un lenguaje: dialecto y registros. Como sistema, el lenguaje es
considerado en su estratificación dada por los contenidos, formas y expresiones. Pero también,
en el sistema se pueden reconocer distintos componentes funcionales, tan variados como
acciones posibles se puedan orientar. Éstas pueden estar relacionadas con los mundos
objetivados a través de las referencias enunciativas, con las experiencias vividas, con los
componentes lógicos o con las acciones interpersonales. La idea del lenguaje como institución
enfatiza, así, el arraigo en las vivencias espontáneas y los usos irreflexivos; la idea de sistema,
por su parte, se refiere al carácter reflexivo que adquiere el lenguaje cuando éste es objeto de
estudio. El lenguaje, en suma, es una semiótica social 82 cuya evolución indica las maneras
cómo se ha utilizado y, a la vez, cómo se ha articulado con las estructuras sociales y el
conocimiento. El lenguaje relacionado con nuestra noción de mundo de la vida que se
desprende de la teoría habermasiana, lo visualiza como institución variable de acuerdo con el
usuario y la situación. Tales variaciones de lenguaje se han institucionalizado en los plexos de
sentido. Son expresión de las modificaciones que se operan en el sistema. De este modo,
como dice Halliday, el lenguaje no sólo se define por su capacidad de representación
referencial sino, también, por la capacidad metafórica que le permite simbolizar las
interacciones sociales dadas en contextos; como, asimismo, simbolizar las estructuras sociales y
de conocimiento que se expresan en las variaciones de los usos del lenguaje 83. En consecuencia,
en esta línea semiótica, las modificaciones funcionales del lenguaje tienen que ver con
variaciones de las vivencias y de los modos de expresión de las interacciones, experiencias y
conocimientos.
Como se observa, esta relación que hemos establecido entre el análisis habermasiano
y el proporcionado por las teorías del discurso, permite resaltar el potencial de la semiótica
para explicar de modo más significativo cómo se pliegan en el lenguaje las imágenes del
mundo.
En Habermas, la perspectiva del lenguaje desde la cual se trata de establecer relación con
las imágenes del mundo no es sólo por su función sino, también, por los rasgos esenciales que lo
singularizan como medio de expresión y representación. Para ello parte de von Humboldt84
quien dice que “el lenguaje, ese punto medio en el que viene a reunirse las más diversas
individualidades en virtud de la comunicación de sus aspiraciones externas y de sus
percepciones internas, es lo que se encuentra en la relación más estrecha y viva con el carácter
80
M. Angenot (1998), 23.
81
M. Halliday (1998), 237 – ss.
82
M. Halliday (1998), 247.
83
Ibíd.
84
J. Habermas (2002, a), 65 - ss.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 85
[...] Se debe considerar la lengua no tanto como un producto inerte sino sobre todo como
producción; abstraer en mayor medida de su acción designador de objetos, y mediadora de la
comprensión, y remontarse con mayor celo hasta su origen, tan estrechamente unido a la
actividad interior del espíritu, y a la influencia que ejerce el lenguaje sobre ésta y ésta sobre
aquél”85. El lenguaje, así visto, no sólo es comunicación sino expresión del espíritu y
concepción de mundo de los sujetos. Esta perspectiva articulada con la pragmática lingüística en
la teoría de la acción comunicativa86, trasciende las abstracciones y generalización de los usos.
La tarea es, en consecuencia, determinar las estructuras formales que derivan de tal trascender,
sin alcanzar el punto de la trascendencia, pero sí, el de la universalidad de las condiciones de
posibilidad para el entendimiento. Este es un desafío teórico para Habermas que implica
moverse en un plano no empírico, tampoco de la abstracción y de la generalización, y
mucho menos metafísico. Así también, una reflexión teórica que extraiga consecuencias
desde una filosofía de la intersubjetividad destrascendentalizada.
Para Habermas toda interpretación es racional 87 y la indagación reconstructiva es una
base que abre la posibilidad de la interpretación porque permite desentrañar las formas
pragmáticas del lenguaje como condiciones de comunicación y entendimiento. La perspectiva
de la reconstrucción que toma Habermas refuerza la hipótesis según la cual los rasgos
estructurales del lenguaje que aseguran su función comunicativa no se modifican a través de las
transformaciones sociales. Más bien, cada etapa supone cambios en las condiciones
contextuales que desempeñan al potencial enunciativo y de validez de los lenguajes. Esto es así
sin representar una evolución que va del pensamiento prelógico al lógico. El lenguaje, como
sistema social, se reestructura por los cambios de función en las mediaciones entre los actores,
sin que esto signifique una modificación estructural del mismo. Por ejemplo, si volvemos a
la interpretación mítica del mundo, veremos, entonces, que en su estructura conceptual los
requisitos de validación no están ausentes, pero sí indiferenciados : la validez adquirida a través
de la verdad proposicional, la rectitud y la veracidad están confundidas entre sí. El lenguaje, en
este caso, tiene una autocomprensión maciza donde los mismos componentes sígnicos no
diferencian entidades sino, más bien, las simbolizan como imágenes de una realidad como
totalidad que todo lo incluye. Para el lenguaje del mundo mítico, la totalidad de lo real es la
totalidad del lenguaje. Paramio, al respecto, nos dice , “no podemos considerar el significado y
el significante independientemente, sino a través de la relación que existe entre ellos, que es lo
que denominamos signo [...] el mito es una cadena semiológica que existe antes que él. Lo que
es signo en un primer sistema se convierte en significante en el segundo” 88. Tanto el
planteamiento de Paramio como el de Barthes 89, se refieren a la distinción entre lenguaje
objetivo y narrativo; éste último corresponde al mito. Desde la sociología, si extendemos las
propiedades del mito al lenguaje como medio de interacción comunitaria, podemos sustraer el
carácter de metalenguaje que se les asigna. Entonces, presenta correlaciones significativas
donde la diferenciación sígnica entre objetos, niveles de la realidad y planos de legitimación no
es categórica. Así es como en el mundo mítico, el lenguaje no interpreta al mundo abrigando
la posibilidad del relativismo conceptual y de la crítica. No pierde las propiedades expresivas
85
W. v. Humboldt (1990), 39; 62 – 25.
86
J. Habermas (2002, a), 65.
87
J. Habermas (1998, a), 43 – ss.
88
L. Paramio (1971), 31.
89
L. Paramio (1971), 29 – ss.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 86
Para Habermas, las rupturas y diferenciaciones entre las imágenes del mundo nos
permiten comprender los rasgos particulares de la cultura moderna, pero no son suficientes para
90
J. Habermas (1999), 79.
91
J. Habermas (1998, c), 277; [trad. propia]
92
J. Habermas (1999), t. 1, 80 – 81; también véase estas reflexiones en el artículo de 1982, inédito en alemán,
pero sí traducido al italiano: “L’intrinco de mito e iluminismo” en J. Habermas (1998, c)
93
P. Winch (1994), 77.
94
C. Ginzburg (1991), 22.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 87
manifestaciones culturales, describe empíricamente las posibles razones que pueden haber
orientado a los actores. En esas acciones, cuando se reconocen de modo causal y sin atender a la
urdimbre semántica de las mismas, se exponen las condiciones psicológicas y sociológicas
como razones que las provocaron como sus efectos 113. La explicación logra este objetivo
subsumiendo las singulares manifestaciones de las culturas observadas bajo parámetros
conductuales universales. Explicar de este modo las expresiones culturales, que en primera
instancia se nos presentan herméticas, ininteligibles racionalmente, supone que terminemos por
concederles algún tipo de racionalidad a los actores, más allá de las razones psicológicas y
sociológicas a las que ellos obedezcan. El problema filosófico, y con implicaciones para la
teoría social, que se genera, es poder deslindar entre las variaciones del contexto que influyen en
la formación de los criterios de los sujetos en sus culturas y el fundamento que justifica cómo
establecen estos actores sus nociones de verdad, rectitud y veracidad articuladas con las
manifestaciones culturales. Para Habermas las variaciones culturales están en los criterios
normativos que instauran y, por medio de los cuales , evalúan las condiciones que responden a
tales pretensiones de validez. Esas pretensiones no están ausentes; se instituyen a partir de la
praxis vital cuando el actor interactúa con el mundo. En el hacer cotidiano objetiva al mundo
como mundo natural cuando en él reconoce los usos que puede hacer del mismo; como mundo
social cuando atiende a las relaciones entre los actores articuladas mediante costumbres,
normas, valores, instituciones, etc. También lo objetiva como mundo subjetivo cuando lo define
desde sí mismo114. Suponer que las condiciones de validez que sustenten la verdad, la rectitud y
la veracidad se conforman a partir de cada una de estas relaciones formales, no se obtiene desde
las observaciones empíricas de las culturas, como tampoco, desde las interpretaciones de los
contenidos de los respectivos ámbitos objetuales definidos en las acciones. La presencia de
pretensiones de validez en toda cultura se desprende de consideraciones formales y no
empíricas. De las experiencias se obtiene el material que se interpreta como relevante para
avalar y dar contenido a la verdad, rectitud y veracidad de las que hacen uso las culturas. Lo que
los actores contextualizan son las interpretaciones de los contenidos que se toman como
verdaderos, rectos y veraces y, también, la evaluación de las circunstancias como experiencias
pertinentes a esos contenidos.
“En este asunto [lo que podríamos llamar el sentido común] los brillantes e inteligentes
azande no sienten ninguna necesidad ni deseo de aplicar lo que nosotros denominamos lógica, y
conforme avancemos en el libro veremos que el sistema de la magia pronosticadora, que
consiste en la apelación a la ordalía del veneno es, por lo menos, igual de ilógica [...]” 115. La
perspectiva antropológica de Evans-Pritchard supone que el observador externo, el antropólogo,
y los participantes, aquí, los azande, parten de una misma percepción del mundo y de
interpretaciones análogas. Pero, además, que todos los sujetos comparten un sistema de reglas
lógicas comunes según estándares de validez universal, pero reconocible desde nuestra cultura.
Este esquema de comprensión de Evans-Pritchard es puesto en duda por Winch 116 apoyándose
en Wittgenstein. Por medio de la teoría de los “juegos del lenguaje” nos muestra que el lenguaje
es un sistema de articulaciones conceptuales imbricadas con imágenes del mundo y formas de
vida. Los azande o los antropólogos se valen por igual de interacciones lingüísticas que
implican tales relaciones. Para Winch, además, toda cultura es un modo de ser en la realidad
lingüísticamente mediada, de modo tal que las diferenciaciones ontológicas y gnoseológicas
113
J. Habermas (1999), t. 1, 84.
114
J. Habermas (1999), t. 1, 85.
115
E. Evans-Pritchard (1976), 15.
116
P. Winch (1994), 50.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 91
correspondientes a las imágenes del mundo dependen del propio sistema de lenguaje 117. La
universalidad de la visión del mundo que Evans-Pritchard postula, queda desarticulada por
imágenes del mundo inconmensurables. Lo real y lo irreal, no son exterioridades allende al
lenguaje, sino sentidos construidos dentro de un lenguaje 118. La expresión de Wittgenstein que
dice “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” 119 no puede dejarse de lado
en una teoría de la racionalidad, y a través de Winch se traduce en una hipótesis para la teoría de
la acción comunicativa. Para ésta, el lenguaje expresa los horizontes del mundo de la vida
(Lebenswelt) como totalidades en las que se articulan las formas de vida (Lebensform) y las
imágenes del mundo120. Las imágenes del mundo, como vimos, establecen las condiciones para
la comprensión del mundo y, también, las condiciones de posibilidad de la interpretación. En
este marco conceptual debemos pensar que toda interpretación es un proceso de asimilación
según estructuras semánticas conformadas como imágenes del mundo. La posibilidad de que
éstas sean susceptibles o no a la crítica y corrección, a reconocer y enjuiciar su racionalidad
interna, permite que las califiquemos con la distinción de Horton 121 que había diferenciado entre
mundos cerrados y mundos abiertos122. La relevancia de esta contraposición de imágenes está en
la noción de entendimiento que se supone posible entre los sujetos cuando ponen en cuestión
sus respectivas imágenes. Las condiciones de transformación y reestructuración de ellas radican
en la vulnerabilidad que ofrezcan a la crítica. Esto es así cuando los partícipes reconocen a sus
propias imágenes del mundo y a la práctica de la crítica, como aspecto de la interacción
dialogada. De este modo, el proceso de socialización asegura la identidad 123. La relación entre
las imágenes del mundo articuladas en el lenguaje y la cultura permite recordar, como afirma
Habermas, que la cultura es un complejo de emisiones o manifestaciones generadas por reglas
que derivan de contextos sociales de acción y lenguaje, y que “reposa sobre la facticidad de
pretensiones de validez”124. Estas presunciones, para la teoría de la acción comunicativa, son
siempre universales125. Como sugiere Winch, la aparente inconmensurabilidad de los mundos
estructurados por los sistemas de lenguaje, por ejemplo, supone que todas las imágenes del
mundo, independiente de las culturas, abrigan la posibilidad de sostener enunciados validados
como verdaderos en sus respectivos sistemas de lenguaje.
“El sentido de la verdad - dice Habermas - puede, por tanto, aclararse por referencia a la
pragmática de una determinada clase de actos de habla” 126. Independientemente de los
sistemas de lenguaje y de cultura, de este modo, se puede reconstruir un tipo de
universalidad que, para la teoría de la acción comunicativa, debe estar anclada en las
prácticas vitales. Así, podemos observar cómo las condiciones de validez que acompañan a
toda cultura aluden a formulaciones verdaderas que enuncian algo de un mundo objetivado,
pero, también, se refieren a la veracidad y rectitud que quedan implicadas en las interacciones
sociales. La veracidad refleja la autocomprensión de los sujetos como reconocimiento de su
subjetividad frente a los demás, involucrando los valores de la sinceridad y la autenticidad. La
rectitud, por su parte, es un valor que hace referencia al mundo social constituido por un
entramado de normas y pautas que regulan las interacciones. La relación entre filosofía y
117
Ibíd., 51 – ss.
118
Ibíd., 36 – 38.
119
L. Wittgenstein (1984), 5. 6, 67.
120
J. Habermas (1999), t. 1, 70; 90.
121
J. Habermas (1999), t. 1, 93.
122
Cfr, aquí, parágrafo 2, en este capítulo.
123
J. Habermas (1999), t. 1, 97.
124
J. Habermas (1984), 146; [trad. cast. 128].
125
J. Habermas (1999), t. 1, 89 – 90.
126
J. Habermas (1984), 129; [trad. cast. 115].
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 92
127
P. Winch (1994), 90 – 91.
128
P. Winch (1994), 77.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 93
la vida práctica. La racionalidad de una vida práctica implica eticidad y moralidad que se
proyecta como universal en tanto los actores puedan sostener pretensiones de validez de la
autenticidad y la rectitud. “Los valores culturales, encarnados en las prácticas de la vida
cotidiana, o los ideales que determinan la autocomprensión de una persona, comportan,
ciertamente, una pretensión de validez intersubjetiva, pero están a tal punto entretejidos con la
totalidad de una forma de vida particular, sea colectiva o individual, que de por si no pueden
pretender una validez normativa en sentido estricto, a lo sumo son candidatos para quedar
encarnados en normas, que tienen por objeto hacer valer un interés general” 129. Los sujetos,
entonces, a través de las interacciones lingüísticamente mediadas, estructuran relaciones
intersubjetivas y discursivas por medio de las cuales y en aras del mutuo entendimiento, se
pone de manifiesto el mundo vivido . Este último se ha constituido como una totalidad y a
través de la reflexión, encontramos diferenciaciones que corresponden a esferas de valor. El
mundo de la vida se transforma, por ejemplo, en la praxis vital que se objetiva en el arte o en la
eticidad. Sólo la reflexión compartida entre sujetos interactuantes es lo que permite fisuras a la
totalidad y desgarra su validez natural. Es por este medio, cómo la imagen del mundo se
craquela y disuelve la unidad del mundo de la vida que se presenta como validez normativa
confundida con la validez social. La pregunta por el sentido de la vida en términos éticos de la
“vida buena” es un emergente desde la identidad de los agentes y, por consiguiente, de la
cultura. Es el punto por el cual se establece la comprensión de la racionalidad de una forma de
vida y la posibilidad de una fundamentación racional de la ética 130. La racionalidad de la ética se
ubica en estos causes del lenguaje en función comunicativa 131.
El problema es cómo caracterizar la posible universalidad de la racionalidad frente al
hecho histórico y social de la diversidad de culturas o de imágenes de mundo, por ejemplo,
entre las imágenes primitivas y modernas. Desde los aspectos pragmático-formales que sostiene
Habermas132, la distinción entre tipos de imagen del mundo se establece por la calidad y la
diferenciación entre las actitudes orientadas hacia la subjetividad, la valoración de las
estructuras normativas o las posibles objetivaciones del mundo exterior. Otra diferencia, se
establece según los niveles de reflexividad que permiten, a los actores, reconocer a las
imágenes como producto de la tradición cultural y no directamente como estructura simbólica
natural. Estas reflexiones no pueden explicar por qué Habermas toma distancia de aquellas
concepciones que sostienen, como en el caso paradigmático de Evans–Pritcherd, que el
parámetro que calibra la racionalidad es la disponibilidad estructural de éstas para el
surgimiento de un pensamiento científico, o sea, de un pensamiento racional cognoscitivo-
instrumental133. Según este sentido, las imágenes míticas serían asimilables a una mentalidad
primitiva que correspondería a las imágenes del mundo premoderno134. Así vista, la
universalidad de la racionalidad equivale a la racionalidad científica y se erige a la
racionalidad teórica como universal válido que trasciende los contextos culturales. Este es el
modo de entender a la racionalidad que subyace a la crítica de la Razón instrumental y a la
Dialéctica de la Ilustración en la tradición de la Escuela de Frankfurt. En la perspectiva de
129
J. Habermas (1991), 73.
130
“La moral fundamentada en la ética discursiva se apoya en un modelo que, por así decirlo, está implícito desde
el principio en el intento de establecer un entendimiento lingüístico”. Cfr. J. Habermas (1998, a), 192.
131
M. Boladeras (1996), 90.
132
J. Habermas (1999), t. 1, 96.
133
J. Habermas (1999), t. 1, 95 – 98.
134
“El sentido común sólo observa algunos eslabones de una cadena de causación. La ciencia observa todos los
eslabones, o mucho más. Aquí únicamente necesitamos definir las nociones científicas con mayor claridad porque los
azande no tienen ninguna, o muy poca. Noción sobre dónde trazamos nosotros la línea de separación entre el sentido
común y la ciencia”. Cfr. E. Evans-Pritchard (1976), 35.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 94
135
J. Habermas (1976), 9; [trad. cast. 10].
136
Cfr., aquí, Capítulo 1.
137
J. Habermas (1981), b.2, 588; [trad. propia] [trad. cast. J. Habermas (1999), t. 2, 567].
138
J. Habermas (1992), 141.
139
“La fuente originaria de un impulso es corporal, y relativamente independiente de las interacciones del
organismo y su medio. La maduración del cuerpo produce por lo tanto una maduración de los impulsos, por un
desarrollo interno comparable al del embrión. Esta determinación biológica actúa durante todo el curso de la
existencia; se manifiesta sobre todo en las épocas de transformación corporal (infancia, pubertad, menopausia,
vejez)”. Cfr. D. Lagache (1984), 32.
140
J. Habermas (1973, a), 401; [trad. cast. 325].
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 95
141
J. Habermas (1973, a), 396, 414; [ trad. cast. 321, 335].
142
Cabe destacar que A. Lorenzer, de quien Habermas toma motivaciones analíticas para formular la teoría de
las patologías del lenguaje [J. Habermas (1973, a), 295 – 296{241}], también proyectó el psicoanálisis como teoría
de la evolución social tomando en cuenta los estadios pulsionales, el rol del lenguaje y, fundamentalmente, su
dimensión pragmático-comunicativa. Cfr. A. Lorenzer (1976, a), 84 – ss.; A. Lorenzer (1976, b), 131.
143
J. Habermas (1973, a), 336; [trad. cast. 273].
144
Por ejemplo, Freud alude a la salud mental en términos que se refieren a la capacidad productiva y la
satisfacción placentera. “La diferencia entre salud nerviosa y neurosis se circunscriben pues a lo práctico; y se
definen por el resultado, a saber, si le ha quedado a la persona en medida suficiente la capacidad de gozar y
producir. Probablemente se reconduzca a la proporción relativa entre los montos de energía que han quedado libres
y los ligados por represión, y es de índole cuantitativa, no cualitativa”. Cfr. S. Freud (1984), t. XVI, 416, edit. cit.
145
J. Habermas (1973, a), 335; [trad. cast. 272].
146
S. Freud, Gesammelte Werke, VIII, 415, cit. en J. Habermas (1973, a), 336, [273] [trad. propia]
147
Cfr. aquí, Capítulo 10.
148
J. Habermas (2002, a), t. 1, 99 – ss.
149
J. Habermas (1999), t. 1, 101 – 103.
150
J. Habermas (1992), 14 – ss.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 96
genética151, pero depurada del apriorismo kantiano que subyace en Piaget 152. Desde estos
presupuestos lógico-estructurales, las imágenes del mundo se interpretan como formas de la
racionalización social que emergen a través de un proceso de diferenciación funcional 153. La
evolución cognitivo-genética describe cómo en la transformación de las competencias
funcionales, cada nivel corresponde a momentos del desarrollo sistemático que entrelaza las
interacciones sociales mediatizadas lingüísticamente. En dicho proceso se constituyen las
imágenes como figuraciones que orientan las acciones cognitivas y normativas de
reconocimiento y diferenciación en el mundo social y, al mismo tiempo, del actor en relación
con la naturaleza. Las alteraciones estructurales lógico-cognitivas se manifiestan como niveles
de auto-reconocimiento del “yo”, de las relaciones comunicativas con los otros, de las acciones
en la exterioridad natural, como así también, de la autopercepción valorativa y afectiva, y la
asimilación simbólica del entorno natural y social. Todas éstas son distinciones que aparecen
contenidas en las imágenes del mundo. Las transformaciones no pueden ser interpretadas como
el resultado de disposiciones voluntarias de los individuos o de grupos colectivos de la sociedad.
Ni tampoco, como fenómenos de transformación que pueden ser reorientados voluntariamente.
En ambos casos, deben ser vistos como transformaciones estructurales que implican aspectos
sistemáticos y de integración social 154que se constituyen a través de la praxis vital. Es decir, las
transformaciones de la personalidad están acopladas a las transformaciones sociales, y ambos
aspectos, el individual y colectivo, son articulaciones inmanentes a los ámbitos de integración
social y, al mismo tiempo, articulaciones con ámbitos de acciones formalmente organizados en
torno al trabajo, la producción y la organización administrativa. Las modificaciones en las
formas de vida que modulan las interacciones sociales en todos los planos de la praxis vital se
corresponden a formas de integración social que van unidas a las transformaciones del mundo
de la vida. En él se reflejan las transformaciones de los presupuestos culturales, de los principios
institucionalizados que colaboran para la integración social y los componentes simbólicos que
coadyuvan para la conformación de la identidad y la personalidad. Luego, se revierten en las
prácticas sociales que culturalmente ritualizan el orden de la vida cotidiana pautando cómo se
conoce, se valora y se auto-perciben los actores. Todo esto es consecuencia de un proceso de
aprendizaje que tiene lugar a partir de problemas de desequilibrio en la adaptación con el
entorno: El aprendizaje restituye el equilibrio y responde a la necesidad de resolver el problema
con la asimilación de nuevas formas de acción e interacción y, también, con la acomodación
como superación de las insatisfacciones y las frustraciones 155. Esta interacción homeostática
configura ámbitos sistemáticamente organizados donde interactúan los sujetos entre sí y con el
entorno. El aprendizaje planteado en estos términos ecológicos supone, al mismo tiempo, una
estructura flexible que permita el dinamismo del desequilibrio y adaptación.
En la perspectiva de Habermas la evolución de la sociedad es por estadios donde la
secuencia no sigue una lógica de la evolución. Esta evolución no se explica como el desempeño
orientado que da cumplimiento a un destino final de la historia de la humanidad 156. La evolución
social es el producto de modificaciones y del desarrollo de un sustrato empírico donde la lógica
del cambio implica al aprendizaje como una jerarquía de estructuras por grados crecientes de
151
J. Piaget y R. García (1982), Psicogénesis e historia de la ciencia, ed. cit.; R. García (1997), La
epistemología genética y la ciencia contemporánea. Homenaje a Jean Piaget en su centenario, ed. cit.; R. García
(2000), El conocimiento en construcción. De las formulaciones de Jean Piaget a la teoría de sistemas complejos ,
ed. cit
152
J. Habermas (1973, a), 414 [ trad. cast. 335]; A. Lorenzer (1976, a), 74 – 83.
153
J. Habermas (1976), 133 – 136; [trad. cast. 121 – 123].
154
J. Habermas (1976), 171; [trad. cast. 158].
155
A. Lorenzer utiliza estos conceptos para explicar en términos psicoanalíticos los procesos de equilibración,
acomodación y ajustes que plantea Piaget en la epistemología genética. Cfr. A. Lorenzer (1976, a), 84.
156
J. Habermas (1976), 135 – 136; 155 – 156. [trad. cast. 123 – 142].
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 97
157
J. Piaget (1975), t. III. Introducción a la epistemología genética, Vol.3: el pensamiento biológico,
psicológico y sociológico, ed. cit.
158
J. Habermas (1973, a), 414; [trad. cast. 335].
159
J. Piaget (1976), t. III, 169.
160
Véase cap. La Racionalización social.
161
J. Piaget (1976), t. III, 169.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 98
de vista posibles emergentes de las operaciones con cosas e individuos (interacción social)162.
El proceso de la psicogénesis sucede de modo análogo en la sociogénesis y explica cómo el
conocimiento racional científico, a partir de su relación con la práctica, surge como un
reencuentro luego de la descentralización de conceptos sociocéntricos como los mitos y las
visiones religiosas del mundo163. La biología aporta el modelo y por medio de éste, la
epistemología genética identifica los mecanismos involucrados en el progreso del conocimiento
científico. Este modelo es del equilibrio, de la transición por etapas y por mecanismos
cognitivos de organización y complejización. En cada una de ellas están las operaciones de
adaptación funcional de los actores con el medio 164 acompañadas por modificaciones en la
comprensión del mundo. De una imagen egocéntrica se pasa a una imagen capaz de
objetivaciones en la realidad externa y esto posibilita que se construyan imágenes del mundo
objetivo. La diferenciación permite que se reconozca la subjetividad del yo contrapuesta a otras
subjetividades, pero, al mismo tiempo, configura una imagen social como una totalidad de
sentido articulada con normas. Esa imagen de totalidad contiene diferencias y oposiciones, es el
marco de posibilidad y limitación para la expresión auténtica del yo. Esta lógica de la
interacción y transformación que plantea epistemología genética, por cierto, tiene familiaridad
con la Fenomenología del Espíritu de Hegel; no es de modo casual165. Mientras en Hegel el
desenvolvimiento del Espíritu se despliega a través de la oposición entre concepto y objeto,
entre lo objetivo y subjetivo, y todo esto en el marco de una metafísica de la razón, lo real y
la realidad, en Piaget el desarrollo es empírico. Así también, será la aplicación de la
dialéctica de la epistemología genética en la teoría de la racionalización social que nos
plantea Habermas. Para éste, los procesos suceden en la experiencia: son psicológico-
estructurales y estructurales-sociales. Implican situaciones de interacción social dinámica que se
acomodan a través de un supuesto fundamental, el del entendimiento intersubjetivo. Este
entendimiento se da en un contexto de situación que define la subjetividad de los actores y los
presupuestos normativos que orientan las relaciones intersubjetivas enmarcadas por el mundo de
la vida166. En otras palabras, tales transformaciones suceden al mismo tiempo en el plano del
individuo y de la sociedad. La transformación de la identidad de la personalidad es
concomitante a la transformación de la cultura que sucede en el ámbito social. Para explicar
este proceso, Habermas recurre a la hipótesis del paso de una dimensión prerreflexiva
correspondiente al mundo de la vida a otra reflexiva, conscientemente argumentada a partir
de las tematizaciones de lo prerreflexivo.
“Una situación representa de algún modo como tema delimitado un fragmento del
mundo de la vida”167. Tales tematizaciones, como lo dice Habermas, son construidas desde las
imágenes del mundo que tienen los participantes . En ese horizonte están anclados sus intereses
y propósitos, y también es donde se enraízan significativamente los fines que establecen y
orientan las acciones. Para la teoría de la acción comunicativa, los componentes relevantes de la
situación se describen a partir del ángulo de la percepción e interpretación de los participantes y
162
J. Piaget (1976), t. III, 206 – ss.
163
J. Piaget (1967), t. III, 168.
164
B. Inhelder “Introducción” en J. Piaget – R. García (1982), 6.
165
R. García: “Dialéctica, psicogénesis e historia de la ciencia”, en J. Piaget (1982), 201 – ss.
166
J. Habermas (1999), t. 1, 104.
167
J. Habermas (1984), 589; [trad. cast. 494]; aquí, trad. propia.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 99
según las perspectivas de las imágenes del mundo que culturalmente comparten con otros
actores. Desde esa dimensión o imaginario se circunscribe un ámbito de acción con
alternativas posibles de realización. Las restricciones de las circunstancias que delimitan la
imagen de una situación para un actor no son otras, sino las que su percepción e interpretación
han delimitado a través de las imágenes del mundo y contando, por detrás, al mundo de la
vida168. Este plexo a priori es garante de la posibilidad de entendimiento. Al mundo de la vida
apelan los agentes como referente aproblematizado, es decir, su credibilidad no se pone en duda
ni sus contenidos se someten a la crítica, sino cuando pierden eficacia169. Este es el punto de
partida de toda creencia, aceptación y rechazo de las condiciones de validez. Cuando los agentes
ponen en consideración, de modo reflexivo y crítico, la interpretación del mundo de la vida, se
socava su consistencia, pero los actores no pierden referencia alguna. Se reconstituye un nuevo
trasfondo como mundo de vida170. Para la teoría de la acción comunicativa este es un proceso
de crítica, desestructuración y constitución de las imágenes del mundo . Tal desarrollo es
consecuencia de las diferenciaciones que emergen como formas del mundo práctico: un mundo
subjetivo, constitutivo de su “yo”, un mundo social, que se corresponden con la fusión de
relaciones e interacciones de los otros “yo” y un mundo objetivo. Estos mundos son formas que
enmarcan los contenidos particulares descriptos por medio de las percepciones e
interpretaciones. Ahora bien, cuando los actores buscan ponerse de acuerdo es cuando los
conceptos abstractos que acompañan cada una de las formas del mundo se someten a la
evaluación. A través de ella se evidencian como criterios compartidos o no, según las
pretensiones de validez que se establezcan en la comunicación. Los acuerdos o mutuos
entendimientos que se logran entre los actores se recortan sobre un horizonte que comparte
perspectivas y justificaciones y que los vincula con el mundo de la vida como “naturalizado”.
En la comunicación, para Habermas, se pone en evidencia las abstracciones de cada una de
estas formas del mundo objetivo, subjetivo y social , e implican que los sujetos reconocen sus
respectivas subjetividades bajo la crítica de las pretensiones de validez. Este es el fenómeno de
la descentración de las imágenes del mundo 171, por el cual se hace posible que el trasfondo del
mundo de la vida pueda ser cuestionado cuando la aparente linealidad y homogeneidad de las
imágenes del mundo se ven trastocadas por una intervención inquisidora que requiere respuesta
para alcanzar el mutuo entendimiento. Las interpretaciones reflexivas sobre el mundo de la vida
son las que otorgan flexibilidad a los acuerdos para poder legitimar una acción o un
pensamiento. El mundo de la vida, constituido como plexo de sentido garante del entendimiento
es, a la vez, marco de posibilidades para que un agente tenga la competencia para aprehender
sus creencias y someter a la crítica las condiciones de validez. La posibilidad de tal crisis y
ruptura del sincretismo configurado con el mundo de la vida y la praxis vital depende, como
afirma Piaget172, de la descentración de las imágenes del mundo. Para Habermas, esto reobra en
la racionalización del mundo de la vida. La hipótesis conduce a una concepción de la evolución
de las culturas cuya transformación depende de la capacidad de descentración de las imágenes
del mundo y con esto, las culturas con mayor o menor capacidad de entendimiento se perfilan
en tanto estén fundadas en interpretaciones más o menos críticas del mundo de la vida. Las
consecuencias de esta hipótesis se reflejan, claramente, en las opiniones de Habermas respecto
a su comprensión de la violencia internacional y contemporánea que la vincula con criterios de
168
Ibíd.
169
J. Habermas (1999), t. 2, 179 – ss.
170
J. Habermas (1999), t. 1, 104.
171
J. Habermas (1999), t. 1, 104 – ss.
172
J. Piaget (1975), t. III, 206 – ss.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 100
distinción entre sociedades modernas y premodernas 173. El entendimiento entre los agentes, en
consecuencia, se potencia en la medida que pueda apelar a las reflexiones críticas, racionales,
intersubjetivas y cuando toma mayor distancia respecto a la imagen de un mundo de la vida que
se han naturalizado y sustraído a la crítica. Cuando un sujeto da razones de sus acciones sin
apelar al mandato “natural” del mundo de la vida, significa que la tradición cultural está a
mayor distancia de los fundamentos que establecen condiciones de posibilidad de relaciones
comunicativas racionalmente fundadas. En nuestra opinión, esto significa, también, que la
cultura se transforma para dar lugar a la racionalidad intersubjetiva, pero el nivel de
racionalidad alcanzado no se desmarca de una nueva configuración cultural. En esta interacción
entre racionalidad y cultura, a nuestro entender, podemos reconocer dos las alternativas: a)
evaluar estas transformaciones de la cultura como un progresivo proceso de racionalización
creciente y de disolución de los imperativos de las tradiciones, y alcanzar, así, un ideal de vida
perfectamente racional174; b) o bien podemos considerar la configuración sistemática entre
cultura y racionalidad como la dualidad de un reajuste funcional que reconstruye la cultura y la
transforma en un nuevo acervo que imprimirá sus valores a la racionalización cultural
inmediata. Frente a los desequilibrios sociales, Habermas plantea el criterio de una vida social
sana o enferma175. La salud de una sociedad se manifestará como el equilibrio de
complementación estructural entre lo cognitivo, lo práctico-moral y lo estético-expresivo. Un
criterio que podemos interpretar como rescate de la noción de equilibrio y reconstrucción de la
interacción funcional del psicoanálisis, según el planteo de A. Lorenzer 176, como también, la
noción de salud en el psicoanálisis de Freud 177. Las transformaciones, vistas a través de la
historia social, se presentan como descentración respecto a una visión mítica de la realidad,
equivalente al proceso de maduración de las estructuras mentales que señalara Piaget. Cuando
los sujetos pueden diferenciar los órdenes de las cosas externas de las del orden interno, quiebra
el egocentrismo valorativo y se reconocen las normas de la coordinación de las acciones con
otras individualidades. Este esquema, aplicado a la evolución cultural, entiende sus
transformaciones es como modificaciones de las interpretaciones que se manifiestan como
formas de racionalización del mundo de la vida. En estas racionalizaciones de los mundos de
la vida no desaparecen los principios de validación de las formas del mundo objetivo, social y
subjetivo que son pensadas y vividas. A la racionalidad del mundo de vida le es inherente la
posibilidad de contar con pretensiones de verdad respecto a un mundo objetivado; pretensiones
de eticidad universal y rectitud frente al mundo estructurado de modo práctico-moral; y
pretensiones de autenticidad como reconocimiento de la identidad de la subjetividad inmersa en
interacciones sociales178. Habermas179 describe cuáles son las condiciones que implican
transformaciones de las imágenes del mundo y cómo se llega a una imagen del mundo racional.
Esas condiciones son, que la tradición cultural cuente con reservas simbólicas propicias para dar
lugar a una autorreflexión crítica sobre sí mismos y sobre las estructuras normativas junto a la
diferenciación formal del mundo. El sentido de las acciones se reelabora contando con la crítica
173
Cfr. “Diálogos con Habermas”, en G. Borradori (2003), ed. cit.
174
Sobre esta tesis, Habermas alude A. Wellmer, Thesen über Vernunft, Emanzipation und Utopie, citado en J.
Habermas (1999), t. 1, 108 n.
175
J. Habermas (1999), t. 1, 109.
176
“En efecto el psicoanálisis es un procedimiento de indagación empeñado en la transformación práctica de
las figuras de interacción. Esa comunicación perturbada y esa reflexión inhibida, que es preciso definir como
bloqueo del entendimiento con los otros y consigo mismo, son las consecuencias de una estructura interactiva que
ha sido mutilada en el individuo. El lenguaje privado expresa formas de interacción que llevaron a un aislamiento
privatista”. Cfr. A. Lorenzer (1976, b), 84.
177
Cfr. nota pie de página n. 145, en este capítulo.
178
J. Habermas (1999), t. 1, 106.
179
J. Habermas (1999), t. 1, 105 – ss.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 101
como procedimiento culturalmente legitimado. El aprendizaje que reobra sobre las estructuras
de las imágenes del mundo da cabida, entonces, a la aprehensión de nuevas normas para la
cognición y la acción. El aprendizaje, visto a través de la epistemología genética, se evidencia
como asimilación y reestructuración180 que se traduce en el proceso social como búsqueda del
equilibrio. Para la teoría de la acción comunicativa, este equilibrio se logra cuando llega a
institucionalizarse mediante la transmisión educativa que configura, así, una segunda tradición
cultural, pero, esta vez, sostenida argumentativamente. Habermas explica este proceso de
constitución de las imágenes del mundo moderno , como el resultado de una racionalidad
comunicativa que coexiste con una racionalidad estratégica. Pero ésta última, se autonomiza
respecto al sistema de valores y constituye un subsistema social mediante la coordinación de la
acción a través de medios no lingüísticos como el poder y el dinero. Las imágenes del mundo
moderno y con ello, sus pretensiones de universalidad son consecuencia de la descentración de
la imagen egocéntrica del mundo, la reestructuración de imágenes míticas, religiosas y
metafísicas. Todas éstas son modificaciones que reflejan las transformaciones desde el mundo
de la vida y condiciones necesarias para que sean viables las acciones coordinadas por el
entendimiento mediante procesos susceptibles de argumentación con fundamentos distantes de
la tradición cultural. Éstas son las condiciones para una racionalidad comunicativa que “se
expresa en la fuerza unificadora del habla orientada al entendimiento, la cual asegura a los
hablantes un mundo de la vida intersubjetivamente compartido y, con ello, un horizonte dentro
del cual todos pueden referirse a un mundo objetivo que es el mismo para todos ellos”181. La
racionalidad comunicativa que encuentra, progresivamente, sus fundamentos en razones
esgrimidas por los actores es producto no de la voluntad que controla la historia, sino del
desarrollo social que ha superado sus estadios “sociocéntricos” 182, como así también, de un
individuo que supera el pensamiento “egocéntrico” 183. Tal transición hacia una descentración de
las imágenes del mundo (objetiva, social y subjetiva) implica el desarrollo de un pensamiento
operatorio de relaciones de cálculo, deducción y explicación donde se tornan innecesarias en
esas operaciones las imágenes metafísicas y teológicas. Todo esto es posible, dirá Piaget, a
través del “trabajo colectivo”, como acción común y no por medio de un pensamiento común;
son operaciones comunicativas y no contenidos de la comunicación; son estas formas
discursivas y no discursos; son situaciones que exigen la conceptualización como operación
compartida y no los conceptos comunes184.
La transformación de la imagen del mundo en la modernidad es consecuencia de la
superación de otra imagen sustentada en una visión metafísica y religiosa. Estas
transformaciones traen consigo, también, un riesgo: la cosificación. Las preocupaciones por la
cosificación que han pasado desde Marx por Lukács, Weber y la Escuela de Frankfurt hasta
aquí, atienden el desmembramiento del mundo de la vida como mundo objetivo, mundo social y
subjetivo, donde la subjetividad se diluye en su potencial de entendimiento al quedar sumida
bajo el parámetro de la racionalidad utilitaria. Esta idea de cosificación se manifiesta en la
ilusión de tomar a la racionalidad instrumental como el prototipo de la racionalidad, y en
desarticular al entendimiento como medio de coordinación de las acciones. Este es un proceso
que sugiere el triunfo de la racionalidad utilitaria y el “vaciamiento” cultural-normativo de toda
praxis comunicativa, en tanto ésta se articula sólo por mecanismos estratégicos que buscan
180
J. Piaget (1975), t. III, 162 – 164.
181
J. Habermas (2002, a), 107.
182
J. Piaget (1975), t. III, 206.
183
Jean Piaget y Rolando García (1982) han desarrollado, centralmente, este problema de la ontogénesis y
filogénesis en relación con el desarrollo histórico de la racionalidad científica en “Psicogénesis e historia de la
ciencia”, ob. cit.
184
J. Piaget (1975), t. III, 209.
Capítulo III - Sistemas culturales de interpretación y la transformación de las imágenes del mundo 102
alcanzar el éxito. A esta hipótesis se opone Habermas: “Los procesos de entendimiento del
mundo de la vida necesitan de una tradición cultural en toda su extensión. Por este motivo, no es
posible liberar la vida cotidiana racionalizada de la rigidez del empobrecimiento cultural
abriendo violentamente un ámbito cultural, en este caso el arte, y ligándolo a un complejo de
conocimientos especializados”185. Los procesos cotidianos de comunicación necesitan de una
tradición cultural que cubra todas las esferas cognoscitivas, moral- prácticas y expresivas.
Efectivamente, pensamos que ni la postulación artificiosa del arte ni la fe a-crítica en la ciencia
podría salvar del empobrecimiento cultural a esta sociedad contemporánea. Pero no por postular
el retorno a una unidad primaria, hombre-naturaleza, se detiene el proceso que, en Habermas, es
inevitable. Las transformaciones de las imágenes del mundo y la racionalización de la vida son,
también, la base para una sociedad en continuo esfuerzo por su emancipación, que se
comprende en términos no restringidos a la racionalidad cognoscitivo instrumental, sino que da
cabida a la explicación sobre cómo opera la racionalidad comunicativa en las transformaciones
sociales. -
185
J. Habermas (1994), 278.