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CAPÍTULO 2
acción comunicativa se enuncia “no como metateoría, sino como el inicio (Anfang) de una teo-
ría de la sociedad que se esfuerza por dar razón de sus parámetros (Maßtäbe) críticos”2.
Habermas afirma que: “la racionalidad tiene menos que ver con la posesión de saber
que con el modo como lo emplean los sujetos capaces de lenguaje y de acción” 3. A través de
esta noción pragmática de racionalidad, o sea, en función de los usos que hacen los sujetos para
intervenir en un plan de acción para comunicarse y decir algo sobre el mundo, pone distancia
respecto al enfoque de la racionalidad que, como en Weber, se la concibe como orientación de
la acción individual4. Pero, también, observa críticamente otra limitación: en Weber la racionali-
dad de los saberes explícitos transforma la sociedad, pero no se deja ver si hay un saber implíci -
to que fluye, de alguna manera, orientando a las acciones 5.Esta clara opción por un concepto de
racionalidad relacionado con los procesos de racionalización social conduce, como decíamos, a
la comprensión de la racionalidad en el marco de una teoría de la sociedad y, a la vez, explicada
con los supuestos de la filosofía. Una teoría de la sociedad que se particulariza como teoría de la
modernidad y una teoría de la racionalidad como filosofía crítica cuyos parámetros se proyectan
orientados a la comprensión de la sociedad 6. Para comprender esta racionalidad en su doble as-
pecto, Habermas sugiere un esquema que ordena, con mayor precisión, los modos de la raciona-
lidad articulada en el lenguaje y que sustenta la teoría de la acción comunicativa. Pero, el centro
de la teoría de la acción comunicativa está en la racionalidad comunicativa vinculada al uso co -
municativo del lenguaje. Esta racionalidad se expresa en la acción orientada al entendimiento
mediante el habla que acopla la intersubjetividad de los actores, como así también, la referencia
común a un mundo objetivo. Tales distinciones se delimitan en la teoría de la acción comunica-
tiva a partir de la distancia que ella ha tomado, en primer lugar, de la teoría de la racionalidad en
la acción, que se define sólo por los fines que persigue el actor social, y que, por ello, es tam -
bién racionalidad de los medios elegidos en función de esos fines.
estadounidense más o menos ajustado” […] “Creo que la civilización europeo-estadounidense es lo máximo que la
historia hasta ahora ha producido en prosperidad y justicia. Lo importante es que esto se conserve en una situación
superior. Pero esto es posible si somos severos con esta civilización”. Traducción de The New Left Review, n°65;
tomado de M. Horkheimer, Gesammelte Schriften, vol. 19: Nachträge, Verzeichnisse und Register, Fischer Verlag,
Frankfurt, 1996, pp. 37 -71
2
J. Habermas (1981), B.1,7 [trad. cast. J. Habermas (1999), t.1, 9] [aquí, trad. propia]
3
J. Habermas (1990, b) 71.
4
M. Weber (1992), 21.
5
J. Habermas (1999), t.1, 428.
6
A. Honneth y H. Joas (Hsg.) (2002), 17.
7
J. Habermas (1999), t. 1, Introducción.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 46
mas nos explica cómo se genera la filosofía postmetafísica que adquiere sentido crítico junto a
una mayor racionalización social8. Esta hipótesis encuentra sustento, precisión y rigurosidad en
el bagaje teórico, filosófico y sociológico que reconoce en la sociedad contemporánea. El pensa-
miento de Hegel es tomado como el último momento de las filosofías sistemáticas 9. Para Haber-
mas esta valoración se confirma por el hecho de que los presupuestos racionales de Hegel con-
tribuyeron al quiebre de las imágenes míticas que pretendían explicar el mundo. La filosofía,
con Hegel, encuentra en el logos: razón y lenguaje, los principios desde los cuales se estructura
una imagen análoga al desarrollo social y del mundo. La Filosofía del espíritu pretende descri -
bir, de este modo, el desarrollo de las imágenes racionales y reales, superando así las metáforas
de seres cuasi-personales que se baten entre sí, en la génesis del orden cosmológico. Estas narra-
ciones del devenir del Espíritu aparecen articuladas con la praxis social. Se logra de este modo
una interacción entre sujetos reales, racionalidad y mundo, satisfaciendo los propósitos que con
otros principios ofrecían los mitos. La filosofía hegeliana busca ser, así, un esquema interpreta-
tivo que permita la autocomprensión del hombre en su mundo por medio de la apropiación ra-
cional como autorreflexión y realización efectiva. La filosofía se presenta entonces comprometi-
da con la racionalidad. Como afirma Geymonat en su descripción en la historia de la filosofía, la
razón se constituye en la facultad que se concretiza en la comprensión absoluta, planteada como
unión indiscutible entre filosofía y ciencia, entre filosofía y tradición, filosofía y religión 10. La
filosofía moderna, en resumida cuenta, llega hasta el siglo XX identificada de un modo contun -
dente con los problemas de la racionalidad, el conocimiento y la verdad. Por otra parte, y desde
un punto de vista sociológico, la filosofía en sus orígenes es una actividad cultural restringida al
espacio social liberado del trabajo productivo. En la edad moderna la filosofía tiene un desarro-
llo académico, como en el caso de Hegel, o bien es una actividad aparejada a los roles sociales
asignados a los intelectuales, por ejemplo, Schopenhauer y Marx. La filosofía desde la Ilustra -
ción se enfrenta a interpretaciones del mundo que compiten en certezas y eficacia. Se instituye
con una creciente pretensión de fundamentación última para todo saber teórico sobre el hombre,
la sociedad y el mundo. Como tal, quiere ser ciencia de fundamentos y se convierte en metafísi-
ca y ciencia suprema acoplada al nacimiento y desarrollo de las ciencias modernas. Junto a las
transformaciones sociales, dice Habermas11, la filosofía, que siempre estuvo ligada al problema
de la legitimación del dominio, cambia su relación con las esferas del poder. Desde sus orí-
genes, se ha involucrado con determinados segmentos de cultura superior claramente diferencia-
dos. Cuando los sistemas sociales, a lo largo de su evolución, han llegado a delimitar subsiste -
mas políticos, se manifestó claramente la función diferenciada de dominio que encarna el Esta-
do. En dicho contexto, la filosofía supo aprender a cumplir la función ideológica de legitimar el
poder. En las sociedades arcaicas, para tal función, eran útiles las imágenes míticas o religiosas.
La filosofía cuando coexistía, así, con la religión no dejaba de ser ésta una relación con tensio-
nes en las que podían darse el mutuo rechazo o aceptación, la subordinación de una sobre la
otra, o sus respectivas negaciones. Pero en ningún caso la filosofía asumió por sí misma la pre-
tensión de pensamiento salvífico, sólo cuando ella en las sociedades arcaicas se confundía con
los mitos y las formas religiosas de la cosmología. Ahora, en las sociedades con un Estado dife-
renciado, la filosofía (académica o del intelectual social) aparece fundando, en un primer mo-
mento, el derecho natural con propósitos legitimadores. Pero, a medida que ella se detrascen-
dentaliza en el curso de la modernidad tardía, plantea fundamentar con principios pragmáticos
8
J. Habermas (1973, b), Vorwort.
9
J. Habermas (2000, a), 24; K. Löwith (1974), De Hegel a Nietzsche. La quiebra revolucionaria del pensamien-
to en el siglo XIX. Marx y Kierkegaard, ed. cit.
10
L. Geymonat (1998), cap. 1.
11
J. Habermas (2000, a), 25.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 47
el derecho positivo. La legitimación del poder se transfiere a una instancia que ya no puede ex -
plicarse como producto de un orden natural metafísico, y aparece la economía como una imagen
del orden social natural. Para Habermas, la filosofía emerge en el intersticio de los procesos por
los cuales una sociedad se comprende a partir de dos puntos de vista fundamentales: como un
mundo de vida estructurado simbólicamente y como un sistema al que le corresponde lograr su
propio mantenimiento12. La aprehensión teórica, filosófica y social de la realidad cambiante es
sensible a “las crisis que surgen en el ámbito de la reproducción material [que] se resuelven a
costa de una patologización del mundo vital” 13. En el mundo contemporáneo, Habermas observa
que en la filosofía se desvanece el carácter de sistema totalizador como así también, pierde rele-
vancia la filosofía personalizada y ligada a un estilo de pensamiento como expresión y represen-
tación de la sabiduría individual. La filosofía contemporánea se aleja de sus pretensiones de fun-
damentación trascendental: “En el proceso de detrascendentalización las ideas teoréticas de la
razón salen, por decirlo así, fuera del mundo estático, lo inteligible y desarrollan su dinámica en
el interior del mundo de la vida” 14. Pero, por otra parte, la filosofía no abandona las pretensio-
nes de universalidad. Para este filósofo esta pretensión se cumplirá como consecuencia pragmá-
tica de sujetos en acción que desemboca en los supuestos formales del entendimiento. Si bien
con esta hipótesis Habermas se ubica a un paso del trascendentalismo, como sucede en la se -
miótica de Apel15, el camino que seguirá en su reflexión para no retornar a la metafísica es enfa-
tizar el carácter pragmático de las condiciones de posibilidad del entendimiento.
La filosofía habermasiana hunde sus raíces en la tradición alemana 16, más aún, la teoría
de la acción comunicativa transparenta el horizonte conceptual de la teoría crítica de la tradición
de Frankfurt, pero supera las respuestas a las que ella había arribado, evaluando las nuevas con-
diciones sociales. El pensamiento de Habermas quizás sea el último en el siglo XX que esté li -
gado a objetivos esclarecedores y transformadores de los modos de entender y representar la to-
talidad social. Es probablemente la última filosofía con pretensiones sistemáticas. Para este pen-
sador, los problemas teóricos y prácticos del mundo moderno del capitalismo tardío permean a
la filosofía occidental: la economía, la política, el arte, el trabajo, entre otros, se dejan entrever
como objetos tematizados. La filosofía, desde este ángulo, trata de aprehender cómo sucede la
racionalización social y cultural en las transformaciones de las sociedades y, junto a ellas, las
formas que adopta el sistema social. La filosofía reproduce así, la relación entre actor y sistema,
pero ocupándose de la racionalidad. Pone en evidencia cómo se configura la acción en un mun-
do social, en el que cada vez se ausentan las pretensiones más nobles de la racionalidad. Donde
el postulado de la libertad se coarta con las determinaciones sociales y la noción de justicia se
diluye como idea universal. Todos estos interrogantes nos conducen a ubicarlos como proble-
mas de la racionalidad y de la cultura; en otras palabras, cómo la racionalidad transforma las so-
ciedades y la cultura enmarca a la racionalidad. La teoría de la acción comunicativa se ubica,
así, en este espacio de filosofía y teoría social con la que se intenta dar respuestas a las patolo -
gías de la modernidad. Esta teoría de la acción articula filosofía y sociología. Se presenta como
12
J. Habermas (1973, b), 9 –19.
13
J. Habermas (1994), 163.
14
J. Habermas (2002, b), 31.
15
“Es la «estructura preliminar» del ser-en-el-mundo, la cual determina la «precomprensión» propia de todo
comprender actual; esta estructura contiene, en mi opinión, no solamente presupuestos históricos-contingentes («pre -
suposiciones», en el sentido de Colingwood) sino también irrefutables presupuestos del logos: presuposiciones tras-
cendental-pragmáticas de la argumentación. Esta tendencia me llevó a la concepción de una hermenéutica trascen-
dental y de una pragmática trascendental, que, a lo que pienso, deben ser comprendidas como aspectos complemen-
tarios de una semiótica trascendental”. K-O Apel: “El problema de la evidencia fenomenológica a la luz de una se -
miótica trascendental” en G. Vattimo (1992), 176.
16
J. Habermas: “¿Para qué seguir con la filosofía?” [1971], en J. Habermas (2000, a), 15 – 34.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 48
un pensamiento postmetafísico imbricado con la praxis social por medio de la cual expone fun-
damentos pragmáticos. Para ello, las consideraciones sociológicas son relevantes, es así como
aborda la sociedad en un doble aspecto: sistema y actor.
Para Habermas, las crisis son inseparables de la percepción interior de quien la padece.
Un proceso como crisis implica la solución a través de una liberación del sujeto afectado. “Sólo
cuando los miembros de la sociedad experimentan los cambios de estructura como críticos para
el patrimonio sistémico y sienten amenazada su identidad social, podemos hablar de crisis” 17.
Las crisis merecen ser interpretadas por los actores y encontrar la superación que, por cierto, se
traducen en aprendizajes sociales. Cuando las crisis se arraigan al sistema social, se manifiestan
como patologías y perturbaciones de los ámbitos de acción comunicativa estructurados en el
mundo de la vida. Éste queda sometido a los imperativos de sistemas de acción autonomizados
y se refleja como pérdida de sentido, carencia de normas y anomalías psicopatológicas de la so-
ciedad. Es tarea de la teoría de la acción comunicativa describir los mecanismos que conducen a
tales patologías. También la de dejar abierta la posibilidad de una “combinación de teoría de
clases y análisis de subcultura para poder explicar los desplazamientos actuales de situaciones
conflictivas y formas de conciencia en la realidad social” 18. A diferencia de la teoría marxista,
enfatiza las alteraciones de la racionalidad social como mecanismo central de las perturbaciones
de las sociedades. Así, el análisis de la racionalidad en el actor y en los sistemas que ella em -
prende es integrado en una teoría de la modernidad. En su horizonte se hace reconocible el em-
parentamiento teórico con Weber. Si tomamos en cuenta el intervalo social descripto por éste 19,
que va desde las formas de comunidad (Gemeinschaft) a las de sociedad (Gesellschaft), obser-
vamos que se describen modificaciones socio antropológicas en las imágenes del mundo 20. En el
tránsito de las sociedades arcaicas a la moderna, como también, en el interior mismo de las tras -
formaciones de la modernidad, han sucedido alteraciones práctico-morales. La trabazón de las
formas culturales de la tradición se disloca y da lugar a representaciones racionales en la acción.
Tal explicación del desarrollo social lo retoma Habermas y al mismo tiempo, reinserta en él, al
materialismo histórico de Marx21. De éste toma las pretensiones teóricas sustanciales de desen-
trañar los mecanismos que operan en las transformaciones simbólicas y materiales. Así también,
explicar por qué se extravía la racionalidad de su rumbo emancipatorio, tal como lo prometía la
Ilustración. Recordemos con Marx, cómo el desarrollo social es apropiación racional de la natu-
raleza y de la vida social que desemboca en la propiedad privada de la producción 22. Para Ha-
bermas, los orígenes del capitalismo son históricos, ineludibles y sólo principios práctico-mora-
les son los que pueden reorientar su decurso. Mientras el marxismo concluye en la necesidad de
la praxis política como praxis transformadora, para nuestro filósofo el problema es más comple-
jo: deben replantearse tales mecanismos a través de una reconstrucción del materialismo históri-
co en el contexto de la sociedad tardo capitalista. Para esto se vale de Weber y Lukács, quienes
habían enfatizado cómo las transformaciones materiales de la vida implicaron la innovación de
las estructuras simbólicas de la praxis social. De este modo se pueden explicar mutaciones sim-
bólicas y de organización funcional: la secularización del arte, la racionalización de la religión y
las variaciones de la filosofía. Así también, la institucionalización del poder político y el domi-
nio económico, bases para la posterior constitución de la democracia y de un mercado más glo-
balizado.
17
J. Habermas (1973, b), 11-12.
18
J. Habermas (1994), 162.
19
M. Weber (1992), 33.
20
Cfr. aquí, Capítulo 10.
21
J. Habermas (1994), 146.
22
K. Marx (1973), 51.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 49
23
Cfr. aquí, Capítulo 5.
24
J. Habermas (1973, a), 59 – 87.
25
G. A. Reisch, Cómo la Guerra Fría transformó la filosofía de la ciencia. Hacia las heladas laderas de la lógi-
ca, ed. cit.
26
Tomamos al concepto de “creencia” como equivalente al de “opinión”, pero distinto al concepto de “conoci -
miento”; éste, más bien, alude a un saber fundamentado capaz de desempeñar argumentativamente sus pretensiones
de verdad.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 50
ción como consecuencia del conocimiento y del aprendizaje. Por otra parte, la libertad de con -
ciencia y la confianza en el conocimiento suponen que las razones suficientes de las que la ra -
zón se vale para sustentar creencias y voliciones se transforman por ser permeables a nuevos in -
flujos que inciden en su rectificación y renovación. En suma, la crítica es un círculo interpretati -
vo de reflexión y autorreflexión, no exenta de valores, entre los cuales se encuentra el valor atri-
buido a la discusión, a la contrastación y a la confrontación. También la crítica es normativa;
orienta los procedimientos cognitivos y de la acción que concluyen en afirmaciones, rechazos y
tomas de decisiones. Cuando las afirmaciones contemplan la posibilidad de ser susceptibles a la
crítica, la universalidad de la racionalidad puede ser postulada en tanto consideremos a todos los
sujetos competentes para ejercer esa función. La verdad no implica una vida virtuosa; más bien
la virtud está en la actitud expuesta y arriesgada por explorar en la razón intersubjetiva el orden
al que debe someterse la vida. En el plano de la interacción fáctica que es ineludible, se encuen-
tra el desafío teórico por saber reconocer cuáles son los principios teóricos y prácticos, formales
y situacionales que posibilitan a todos por igual el acceso a la reflexión. La creencia en la razón
universal supone así el de la igualdad y la posibilidad de la libertad. Estos valores, tomados
como principios rectores del pensamiento, la voluntad y la acción, junto a la idea de la razón eri-
gida en propiedad sustantiva del hombre, se fortalecen en la historia social del pensamiento hu-
mano. Éste describe el permanente proceso de aprendizaje que no es otra cosa sino la presencia
de una razón cada vez más acendrada de imágenes del mundo que empañan su potencial de au-
tonomía. Aquí se encuentra una de las hipótesis centrales de la teoría de la acción comunicativa
según la cual, el desarrollo histórico de la especia humana, de modo pragmático, va acompañada
de una racionalización social y cultural. Esto implica la transformación de las imágenes de mun-
do que obstaculizan al ya naturalizado imperativo racional que quiere imponerse, en un mundo
globalizado, en la búsqueda de soluciones para una sociedad más compleja. En el marco de esta
teoría social del conocimiento se entiende a la modernidad como la expresión de la pretensión
de la autonomía de la razón. Es en la Ilustración donde dicha autonomía se hace consciente
como principio rector. Esto es posible cuando se ha superado la imagen del mundo en la que
hay una mediación instituida entre los hombres y Dios que ha caracterizado a la cultura medie-
val.
27
Citado en Y. Belaval (1974), 203.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 51
la pregunta por reconocer cuáles son los fundamentos y las condiciones que hacen posible a esta
razón. Es cuando la reflexión agudiza la crítica y se desmarca del reaseguro de la certeza que se
ajusta a un principio que está más allá del entendimiento. Tal perspectiva que caracteriza a la
modernidad queda ejemplificada en su contraparte por la gnoseología medieval, donde la crítica
era vista como una actitud de los “soberbios” y “presuntuosos”, como decía en el siglo XV Ni-
colás de Cusa. Así éste afirma que: “[…] los que vieron que no podían alcanzar la sabiduría y la
vida intelectual perenne si no se les daba por un don de la gracia, y que la bondad de Dios omni -
potente era tan grande que escuchaba a los que invocaban su nombre, y fueron salvados, se hi-
cieron por lo mismo humildes confesándose a sí mismos ignorantes y organizaron su vida como
los que desean la sabiduría eterna”28.
28
N. de Cusa (1977), 65.
29
I. Kant (1999), 65.
30
I. Kant (1999), 63-71
31
I. Newton “Trattato sull’Apocalisse”, citado en P. Rossi (1998), ed. cit., 241.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 52
dad en la aprehensión racional de los objetos de experiencia 32. Pero la racionalidad no puede ser
comprendida en su magnitud funcional si la reducimos a un esquema formalizado, trabado con
la armazón de cuestiones metodológicas del conocimiento. Pues la racionalidad impregna las
acciones humanas como medio por el cual los hombres se relacionan entre sí y con la naturale -
za, como así también, la racionalidad sostiene las interacciones lingüísticas y las creencias que
dan sentido práctico a la acción.
Las verdades y la rectitud del orden de la acción suponen razones legitimadas por la he-
rencia cultural a partir de la experiencia acumulada. El acervo cultural (Überlieferung), como
dice Habermas33, es el trasfondo incuestionable que gravita en la vida de los sujetos. Desde allí
se desprenden los valores heredados abigarrados con imágenes del mundo en los que preponde-
ran, según las culturas, componentes míticos, religiosos o valores secularizados. Es el horizonte
que proporciona la justificación en las creencias religiosas o metafísicas, en saberes referencia -
dos por medio de la relación con las cosas, o bien apartándose del mundo para alcanzar condi-
ciones que posibiliten aceptar verdades avaladas para la revelación extramundana 34. No son con-
tenidos de conocimiento, o sea no son producto de la deliberación sino más bien prerreflexivos,
que sirven como cimiento a las certezas. Este sustrato axiológico y semiótico, desde un punto de
vista sociológico, empírico, se llama cultura o bien, sentido común. Desde la tradición fenome-
nológica se postula al mundo de la vida. En este plexo de sentido, la razón introduce la crítica
para transformar los supuestos en razones que avalan el saber, las creencias y los valores. Como
sugiere Bachelard cuando se refiere a la formación del espíritu científico, el conocimiento y los
criterios de verdad se adecuan a la constitución de un espíritu inquisidor que rompe con el senti-
do común, es decir, con el sentido de verdades consolidadas socialmente y aceptadas a-crítica-
mente35. Pues bien, ese trasfondo a-crítico pero que lo tomamos como prerreflexivo, correspon-
de al mundo de las experiencias vitales, dados a través de la cultura y que impregnan saberes,
creencias y valores. Indagar cómo la racionalidad atraviesa todas estas dimensiones, y no sola-
mente la del conocimiento, nos ubica en un plano filosófico que atiende las experiencias huma-
nas. Al mismo tiempo, en ellas se podrá reconocer cómo la racionalidad se estructura de modo
funcional en la interacción. Esto conduce finalmente, a una idea de racionalidad encarnada en
las prácticas sociales y no reducida a la búsqueda de la verdad.
A lo largo de la modernidad, y entre los siglos XIX y XX, vimos cómo se profundizó la
secularización de los fundamentos de la razón. Para Habermas, tal planteo se radicaliza en el si-
glo XX cuando se abandona la búsqueda de fundamentos trascendentales para la verdad y la ra-
zón misma. La novedad de tales planteos se encuentra en que corresponden a un pensamiento li -
gado a la dimensión social, a las prácticas de acción y habla; es decir, se trata de un pensamien-
to postmetafísico36
4. La filosofía postmetafísica
32
Cfr. J. Habermas: “I. Positivismusstreit”, en J. Habermas (1982); R. Carnap: “Psicología en lenguaje
fisicalista”, O. Neurath: “Proposiciones protocolares”, M. Schlick: “Sobre el fundamento del conocimiento”, A.
Ayer: “Verificación y experiencia”, en A. Ayer (1965); K. R. Popper (1980), 89 – 106; E. Nagel (1966), 293 –
337; C. Hempel, Fundamentos de la formación de conceptos en ciencias empíricas, ed. cit.
33
J. Habermas (1999), t. 2, 215 – 280.
34
Th. Adorno (1993), “Razón y revelación”, 18 – 26.
35
G. Bachelard (1978), 99 – 113; G. Bachelard (1979), 99 – 114.
36
J. Habermas (1990, b), 38-63.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 53
conciencia del sujeto. La evidente preeminencia de la subjetividad es notable en las líneas teóri -
cas con las que se abordó la totalidad de sus problemas e inclusive, la intersubjetividad se esbo -
za como una proyección de la conciencia del sujeto. La filosofía de Habermas frente a esta tra-
dición invierte el foco del análisis y destaca el factum de la intersubjetividad como la realidad
primaria, dada y constitutiva de la individualidad. Nuestro filósofo conjuga en la teoría social de
la acción comunicativa un planteo postmetafísico o sea, una filosofía detrascendentalizada y por
otra parte antepone a la filosofía del sujeto, la de la intersubjetividad.
Las razones por las cuales considera que la filosofía moderna desemboca en un planteo
postmetafísico se explican a través de las transformaciones culturales. En tal sentido, observa
que los procesos de racionalización social que se han dado en la historia no implicaron solamen-
te el desarrollo de las ciencias sino también, en paralelo, impulsaron una conciencia social cada
vez más reflexiva. Esta capacidad autorreflexiva acompaña a la complejidad social a través de
un pensamiento en el que queda institucionalizada la crítica discursiva. Al mismo tiempo, esta
capacidad toma forma en la filosofía y concluye coincidiendo con Rorty 37 cuando afirma que se
transforma en metafilosofía porque “retrocede autocríticamente detrás de sí misma” 38; es capaz
de desentrañar sus propios esquemas categoriales desde los cuales piensa e interpreta. La filoso -
fía contemporánea expone con más énfasis las condiciones formales de la racionalidad vincula-
das al conocimiento, entendimiento y acción. El giro que se ha dado en esta filosofía, y en parti -
cular en la teoría crítica habermasiana, conduce a una teoría de la racionalidad que pone en evi -
dencia cómo queda afectada la vida cotidiana, las experiencias y los discursos; todos ellos dados
en contextos sistematizados39. Este pensamiento postmetafísico no se refiere a la totalidad como
mundo, historia o sociedad, sino más bien, busca desentrañar las condiciones de posibilidad de
la racionalidad. Es punto de vista del análisis formal que, a diferencia del formalismo kantiano,
no persigue encontrar principios trascendentales; por el contrario, trata de deducirlos de condi -
ciones pragmáticas.
37
R. Rorty (1990), El giro lingüístico, ed. cit.; (1983), La filosofía y el espejo de la naturaleza, ed. cit.
38
J. Habermas (1999), t. 1, 16.
39
J. Habermas: “¿Para qué seguir con la filosofía?”, en J. Habermas (2000, a), Introducción.
40
J. Habermas (1999), t. 1, 10.
41
Th. Adorno (1986), Sobre la metacrítica de la teoría del conocimiento, ed. cit.
42
Para una visión sucinta de perspectivas contemporáneas que abordan este problema, entre otros, véa-
se G. Vattimo (1992), La secularización de la Filosofía. Hermenéutica y posmodernidad, ed. cit.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 54
la racionalidad. Es esto lo que observa críticamente Habermas quien pretende superar las limita-
ciones de la filosofía moderna al exponer una teoría ampliada de la racionalidad que contemple
su función práctica como orientación de la vida de los sujetos. Para el pensamiento posthege-
liano y, en consecuencia, también para Habermas, las preocupaciones teológicas, tales como la
lógica del devenir de la totalidad, se han neutralizado en la filosofía moderna. Anegados tales
planteos en la vacuidad de sentido por su fundamentación teológica, referida en última instancia
a la creación, el núcleo de sus preocupaciones reaparece como filosofía práctica. Con ésta se re-
configuran los problemas del conocimiento y de la moralidad tamizados de teología en dos ám -
bitos: el de la filosofía teórica y práctica 43. Los problemas del conocimiento y la verdad son
puestos a distancia de la comprensión normativa del sujeto y se ubican en el contexto de la filo-
sofía teórica. Por su parte, los problemas de los órdenes simbólicos y normativos carentes de
fundamento teológico se presentan como problemas sin sentido y, en consecuencia, limitada la
posibilidad de una comprensión racional de los principios prácticos que orientan las acciones.
Estos problemas caracterizarán el ámbito de la filosofía práctica.
43
J. Habermas (2002, a), 310 – ss.
44
J. Habermas (2000, a), 29 – 30.
45
J. Habermas (2000, a), 30.
46
J. Habermas (2000, a), 32.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 55
su reflexión hacia sí misma, hacia sus propias condiciones de posibilidad, y en su pregunta por
la correlación positiva con las ciencias, despliega un campo de problemas que describen una ta-
rea metateórica: comprender los esquemas normativos, necesarios y siempre presentes, desde
los cuales se estructura el ordenamiento social. La teoría de la acción comunicativa conjuga filo-
sofía y sociología, y así pretende acceder al ámbito de las condiciones formales de posibilidad
de la racionalidad, del entendimiento y de la acción; igualmente, del conocimiento y de las inte-
racciones lingüísticamente mediadas47. Como se observa, no son pretensiones metafísicas exen-
tas de praxis social. Por el contrario, las buscadas condiciones de posibilidad de las acciones te-
leológicas y del entendimiento racionalmente motivado, se relacionan con el lenguaje como un
hecho concreto que media en las interacciones. En consecuencia, llega a postular una pragmáti-
ca formal de las mediaciones lingüísticas que permitan la expresión y la comunicación. Esta teo-
ría formal, pragmática, de las condiciones de posibilidad de la interacción racionalmente articu-
ladas, volcada en la explicación de las transformaciones sociales, hace intervenir a la psicología
de Piaget y Kohlberg, junto con la teoría de la argumentación de Toulmin. Mientras la psicolo-
gía genética explica la evolución en términos funcionales de ruptura y equilibro, con los cuales
describen los procesos de integración cognitivo social, la lógica de Toulmin le proporciona el
esquema explicativo de la racionalidad aplicada a la interacción comunicativa crítica 48. Eviden-
temente las preocupaciones de Habermas son análogas a la tradición kantiana, pero detranscen-
dentalizada. El objetivo es reconocer las condiciones formales de los intercambios lingüísticos,
pero a partir, como hemos señalado, de las experiencias vitales. No como una descripción em-
pírica, sino como una reflexión afincada con la experiencia. La universalidad de las formas de la
precomprensión ligadas al lenguaje, Habermas la reconoce como consecuencia del desarrollo de
las estructuras de la racionalidad. Éstas aparecen enhebradas por la lógica pragmática del deve-
nir histórico, material y simbólico de los mencionados procesos de integración cognitivo-social.
El marxismo y la racionalización weberiana de los que había partido Habermas, ahora aparecen
integrados en un planteo que pretende superar la filosofía de la historia, la evolución social in -
terpretada con una dialéctica hegeliana de la totalidad y la restringida idea de racionalidad con
arreglo a fines como único mecanismo de la interacción racional y social.
47
J. Habermas (1994), 142 – 147.
48
J. Habermas (1999), t. 1, 45 – ss.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 56
crítica que ellos defienden se muestra como el instrumento reflexivo que permite destrabar la
función ideológica de dicha forma de la racionalidad. La teoría crítica es, entonces, crítica ideo-
lógica de una teoría tradicional que representa el devenir dialéctico de la racionalidad que con-
cluye en una racionalidad instrumental.
La teoría tradicional pues, trata de poner entre paréntesis toda intervención interpretati-
va de las observaciones. Desconoce que toda hipótesis, al seleccionar la observación, se consti-
tuye en una interpretación postulada desde la conciencia histórica social inscripta en una totali -
dad. La teoría crítica, por el contrario, resalta cómo las hipótesis o conceptos no pueden emerger
de una abstracción desinteresada51. La comprensión de la observación se hace desde una estruc-
tura conceptual del saber que establece relaciones entre acontecimientos, reconoce determina -
ciones y estima la calidad significativa de los hechos. El valor que se atribuye a la ciencia no
procede de la autorreflexión epistemológica de la misma teoría sino de la utilidad social. Ésta se
adquiere en un contexto donde el desarrollo muestra el carácter fructífero de tal conocimiento.
Creer que la ciencia adquiere relevancia por cuestiones epistemológicas desgajadas de la histo-
ria, es concebir al conocimiento científico cosificado y, en efecto, cumple así una función ideo-
lógica52.
Para la teoría tradicional hay una relación inmediata entre hipótesis y hechos; no reco-
noce la mediación social que actúa como condición de posibilidad de la hipótesis y de los méto -
dos. A la vez, estos últimos, surgen bajo condiciones sociales en las que no se puede ignorar el
papel de la producción industrial, ya que a través de ella se muestra la efectividad de las hipóte-
sis53. La teoría crítica reconoce, según Horkheimer, que la debilidad de la teoría tradicional está
en que ha separado pensar y ser, entendimiento y percepción. Dicho en otras palabras, no conci-
be al pensamiento como situado y siempre referido hacia un objeto. Esta concepción epistemo-
lógica que apuntala la teoría crítica ubica al pensamiento científico, en el contexto de la socie -
dad. De este modo, pone al descubierto que sus resultados están vinculados con la división y or-
ganización social del trabajo. Sin aludir explícitamente al materialismo histórico rescata a la
ciencia como una actividad cultural histórica. Así es como Horkheimer ubica a la ciencia como
49
M. Horkheimer, (1974), “Teoría tradicional y teoría crítica”, 223 – ss.
50
Ibíd., 240.
51
Ibíd., 230.
52
Ibíd., 241.
53
Ibíd., 230.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 57
producto de la autoconciencia que se orienta hacia un orden de cosa más racional en la medida
que sea capaz de asumir la conciencia crítica de la sociedad 54.
A diferencia de la imagen clásica del positivismo 55, según el cual la realidad es la totali-
dad de las experiencias sensibles, Horkheimer incorpora, de forma implícita, el concepto de
Marx que afirma que la percepción sensible está mediada por la praxis social 56. La realidad,
como mundo concebido, está vista por la teoría crítica como producto de tal praxis social y no
como interpretación singular de los sujetos. “Los hechos que nos entregan nuestros sentidos es-
tán preformados socialmente de dos modos: por el carácter histórico del objeto percibido y por
el carácter histórico del órgano percipiente” 57. La praxis social constituye la sistematicidad en la
cual se encuentran los sujetos que actúan, perciben, conocen y producen. Es una totalidad que
muestra la historia del hombre, sus medios de reproducción material, simbólica y auto cognosci-
tiva58. Para Horkheimer, el rasgo de la realidad que revela la teoría crítica es aquel que señala a
la historia como una progresiva escisión y segmentación en los modos de considerar al mundo.
Tal idea de la actividad humana como intervención en el mundo, se revierte y determina de
modo irreflexivo a la subjetividad, constituyendo los modos particulares de percepción y com-
prensión. La dimensión de la subjetividad, aludida aquí, sucede en el inconsciente y, además, se
diferencia de la explicación idealista de Kant para quien, el sujeto cognoscente se enlaza univer-
salmente según leyes necesarias y se somete a una afinidad trascendental donde la experiencia
es una simple consecuencia59. La valoración de la subjetividad subrayada por Horkheimer ahora
va a dar lugar a la incidencia de la psicología social como un aporte y complemento para la
comprensión del conocimiento como proceso histórico-social 60.
La conciencia individual, por medio del trabajo, está enajenada a través de la racionali -
zación de la vida social62.El sujeto, para la teoría crítica, es un individuo concreto, real, relacio-
nado con otros individuos en su clase y, al mismo tiempo, trabado con la totalidad social y la
naturaleza. Ellos pueden restituir su escisión respecto al objeto y abrirse hacia la perfecta auto -
nomía. Aquí le cabe una tarea a la teoría crítica: la de mostrar cómo es posible la autocompren-
sión de esta unidad e identidad del sujeto con la totalidad. En el proceso histórico es donde su-
cede la transformación de la estructura de la totalidad social, del sujeto y de su pensamiento
conduciéndolos a la autocomprensión crítica y dominio racional 63. La posibilidad de que el indi-
54
Ibíd., 232.
55
G. Bachelard, (1989), 13 - 25.
56
K. Marx, (1970), 665 - 668.
57
M. Horkheimer, (1974), 233.
58
Ibíd., 234.
59
Ibíd., 236.
60
Cfr. M. Horkheimer, (1974), “Historia y psicología”, 22 – 42.
61
M. Horkheimer, (1974, a), 240.
62
Ibíd., 242.
63
Ibíd., 243 – 244.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 58
viduo asuma su identidad con la totalidad es un anhelo que se expresa en la evolución de la cul -
tura junto al proceso social que se transforma en dirección hacia una sociedad sin injusticias.
Tal fin, el pensamiento no los extrae de sí mismo, lo descubre en la marcha de la historia. La
idea de racionalidad que postula Horkheimer alcanza su propósito liberador cuando se sobrepo-
ne al potencial de la racionalidad técnica. En esta sociedad del capitalismo tardío, la técnica ha
logrado instalarse como ideología porque se equipará a la razón como instancia de libertad para
el hombre, respecto a las ataduras de una sociedad negativa. La realización de los hombres
como totalidades, se logra cuando se supera la segmentación social, la concentración del poder
y la riqueza, como formas crecientes del dominio de la naturaleza. La racionalidad totalizadora
y liberadora es una vía de reencuentro con el hombre y la naturaleza. En este encuadre crítico,
las tesis del marxismo terminan por asimilarse en una perspectiva que va más allá de sus plan -
teos de clase. La autorreflexión del pensamiento liberador y la razón no es proyección “psicoló -
gica” de la conciencia de clase del proletariado; tampoco, expresión de las aspiraciones actuales
de la clase, de una tendencia o de un partido político. “La teoría esbozada por el pensar crítico
no obra al servicio de una realidad ya existente: sólo expresa su secreto” 64que devela la escisión,
el desgarramiento de un hombre que históricamente ha evolucionado hacia su anulación por la
miseria, la injusticia y la separación de la naturaleza. En conclusión, se trata del hombre mo -
derno.
6. La transformación de la sociedad
A diferencia de Marx, la teoría crítica abre una perspectiva que propone la trasforma-
ción de la totalidad social no como consecuencia de la realización política o el incremento de la
técnica. El medio de la transformación se ubica en la crítica radical de la razón, de la razón ins -
trumental que ha impregnado de sentido a todos los órdenes de la vida de los sujetos. Por ello es
por lo que la crítica radical propone una fuerza reflexiva y autocrítica que trasciende a la reali-
dad presente, y agudiza las luchas hacia la concreción de una sociedad de hombres libres. Lo
que afirma la teoría crítica es mucho más que el dominio de la naturaleza; es la pretensión hu-
mana de alcanzar el dominio racional de sí mismo. Ésta es una necesidad que se identifica con
la necesidad de libertad. La pretensión de libertad es una constante que se realiza como objetivo
del conocimiento y la acción, como teoría y praxis, como superación del dualismo cartesiano
entre pensar y ser y, más aún, como superación del dualismo naturaleza-sociedad. Esta teoría
crítica de la racionalidad no es política ni orienta un partido ni un Estado; es autoconciencia his-
tórica que se realiza en su devenir.
La teoría crítica sintetiza, así, ciencias sociales y filosofía 67 y manifiesta una tendencia
inscripta en la misma razón: el interés propio por la supresión de la injusticia social donde la in -
64
Ibíd., 248.
65
Ibíd., 262.
66
Ibíd., 270.
67
F. Colom Gómez (1992), 44 – 50.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 59
conformidad del pensar es su propia esencia. Nunca es teoría positiva, filosofía de la afirmación,
sino, más bien, filosofía negativa. Ella se coloca por encima de las acciones prácticas y trascien-
de al mundo contemporáneo, pero finalmente cae en el escepticismo de la razón al no poder su-
perar el momento final de su carácter instrumental. Sus preocupaciones son al mismo tiempo,
como crítica de la sociedad y del conocimiento. Este doble aspecto hace que ella tenga un modo
interpretativo, explicativo y “aplicativo” respecto a la sociedad. La teoría crítica cumple de esta
manera, por consiguiente, las funciones inherentes a toda teoría que son las de las subtilitas in-
telligendi (comprender), subtilitas explicandi (interpretar) y subtilitas applicandi que, más tarde,
Hans-Georg Gadamer precisará como rasgos de la teoría 68. La teoría crítica se proyecta, de este
modo, como teoría social porque es producto de una acción social y, al mismo tiempo, conoci-
miento del hombre desde su producción material y praxis; la teoría es autorreflexión y crítica. El
conocimiento que se logra a través de ella es conocimiento de lo social y praxis humana objeti-
vada; por medio del cual el hombre aprehende la realidad y se conoce.
social porque abriga en su interior la propia negación. Para Marx y, luego, Lukács, estas conse -
cuencias libertarias del desarrollo se alcanzan sólo en procesos colectivos orientados por fines
morales que conducen a las transformaciones sociales superando las contradicciones objetivas
de la sociedad. La recuperación de la moralidad humana desgarrada se alcanzará por el someti-
miento de las convicciones a la fuerza de la razón. Ésta interpreta y descubre una clave empírica
que revela las condiciones de posibilidad del desarrollo social. Esa clave, en Marx, es la teoría
del valor que se desprende de las relaciones de producción entre proletarios y burgueses. A tra -
vés de ella, se pone en evidencia la racionalidad con arreglo a fines que es la que orienta la eco-
nomía y la política. Desde esta perspectiva, el marxismo se plantea elucidar la realidad y sugiere
las condiciones de existencia social bajo las cuales se produce la libertad de la conciencia del
sometimiento del orden sistemático de la sociedad capitalista. El progreso es, así, apropiación
instrumental y proceso de aprendizaje social que no retrocede a su ingenuidad y vida espontá-
nea. La confianza en la conciencia crítica que induce la teoría marxista ve en el desarrollo cómo
los hombres conocen las causas de sus males y se apropian de ellas. Ésta es una dialéctica de la
eticidad; para ella sólo cabe la reiteración de situaciones negativas en la evolución social cuando
éstas se perciben como errores luego de la experiencia autorreflexiva y crítica de la sociedad.
cas, etc. Los modos de entender la naturaleza de la razón enlazan, al mismo tiempo, concepcio -
nes gnoseológicas y antropológicas. Un ejemplo de esa metafísica lo encontramos en Kant,
quien no está al margen de la idea de psicológica de las facultades propias de la cultura de su
contexto74. Cuando tales interpretaciones gnoseológicas y antropológicas buscan principios fun-
damentales radicados en el “alma racional” y valoran la experiencia como contenido “proyecta-
do” en la razón, se abren, entonces, problemas propios de la teoría del conocimiento. Aquí, se
busca la delimitar el aspecto formal de la razón, es decir, reconocer los límites que establecen
las condiciones de posibilidad para que la razón aprehenda la experiencia y articule sus conteni-
dos como juicios del entendimiento. Estas condiciones son propiedades trascendentales que re-
conocen el carácter procedimental de la racionalidad. Entonces, esta, en términos generales, es
el valor que califica las acciones y los pensamientos, en tanto el actor sea capaz de justificar sus
decisiones como así también las afirmaciones de verdad y de creencia. De este modo, la racio-
nalidad evidencia estándares compartidos por los sujetos en sus interacciones sociales cuando
ellos tienen que justificar acciones y conocimientos. Por ejemplo, los parámetros de racionali-
dad que han sostenido al pensamiento científico y al desarrollo de la tecnología. Rescher, al res-
pecto, nos recuerda cómo los procedimientos racionales tienen que ver con “la consistencia
(evita la autocontradicción), uniformidad (trata casos semejantes de manera semejante), cohe-
rencia (asegúrate de tus compromisos), simplicidad (evita complicaciones innecesarias) y eco-
nomía (sé eficiente) [...] Todas estas maneras de proceder son simplemente instancias de la de -
manda de coherencia en el procedimiento racional” 75. Como se observa, el concepto de “razón”
no se puede restringir a la propiedad de la subjetividad; más bien la idea de “razón suficiente”
alude al por qué se debe aceptar algo que se propone en la intersubjetividad. La racionalidad tie -
ne que ver con la justificación de la confianza en las aseveraciones y decisiones 76 capaces de
responder a la demanda de razonabilidad públicamente expuesta.
Desde el punto de vista del actor, la racionalidad en las acciones, pensamientos y nor-
mas supone a un sujeto capaz de justificar y exponer las razones que lo llevaron a desarrollar tal
comportamiento, sostener la verdad de un pensamiento y creer en el valor de una norma. De
este modo, podemos reconocer la racionalidad en la toma de decisión de la acción, la racionali -
dad epistémica ligada al saber, y la racionalidad práctica ligada a las normas. También, habla-
mos de la racionalidad en su forma autorreflexiva.
Desde la óptica del observador, está el desafío por reconocer parámetros con los cuales
identifique la variedad de formas de la racionalidad. La racionalidad, en consecuencia, es un
acontecimiento de los actores y de los observadores y, al mismo tiempo, una perspectiva que no
puede prescindir de la temporalidad. “No hay un punto de vista extramundano desde el que po -
damos contemplar, con perspectiva, el mundo como un todo”, dice McCarthy en Ideales e ilu-
siones77. La racionalidad ligada al saber se proyecta en la necesidad epistemológica para respon-
74
Cfr. R. Torretti (1980), 24 – ss.
75
N. Rescher (1993), 31 – 32.
76
Cf. N. Rescher (1993), 13.
77
Th. Mc. Carthy (1992), 17.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 62
der la pregunta de cuáles son los límites del conocimiento cierto y en qué condiciones se justifi-
ca la verdad para un actor, en cuanto a sus expresiones, aserciones y pensamientos. Los sujetos
también se preguntan por la rectitud que orientan sus acciones y se sienten compelidos para dar
cuenta de las razones que hacen aceptables unas y otras normas. El interrogante por la racionali-
dad de las normas, como se observa, nos ubica en una línea que alude a la racionalidad teórica y
práctica; una racionalidad articulada con los sujetos en situación de interacción comprensiva, y
no solamente en su modo estratégico. Las limitaciones de una teoría de la racionalidad restringi-
da al cálculo costo-beneficio, cuando se aplica a las ciencias sociales, se expone como teoría de
la elección racional o la lógica de las decisiones. Sin embargo, estos esquemas no permiten re -
construir la funcionalidad dinámica de las acciones sociales en cuya racionalidad también inter-
vienen normas, valores y reglas que se evidencian, por ejemplo, en los comportamientos solida-
rios. En consecuencia, al dilucidar cómo la racionalidad de medios-fines se articula en determi -
nadas acciones, también, debe mostrarse cómo aparecen los contenidos de las experiencias vivi-
das. En el gozne de estas relaciones se pone evidencia la interdependencia de la racionalidad
con la praxis vital; y se encontrará la respuesta a la pregunta: de qué manera obra la cultura en la
razón. Las formas de la racionalidad se engarzan en la praxis social, pierden su carácter metafí -
sico, característico en la modernidad, y se muestran más bien como mecanismo de adaptación
que trasciende a la mera conservación, como bien afirma Habermas 78. Se subraya así el carácter
social de la racionalidad, ligado al aprendizaje y transformación de las acciones. Estas últimas,
como consecuencia de la reflexión que analiza, evalúa, justifica y fundamenta. La racionalidad
social se representa en las creaciones teóricas y a través del sentido de las acciones. Cada uno de
los recortes teóricos y segmentos de la historia se transforman así en testimonio del desarrollo
de las sociedades en determinados estadios de la inteligencia de la especie humana 79.
rales. Racionalidad teórica y práctica expresan formas de la racionalidad que involucran la tota-
lidad social, o sea, la relación cognoscitiva y activa del hombre con el mundo natural, social y
subjetivo. Esta es una concepción de totalidad que supone al mismo tiempo el cambio y la trans-
formación. Para estas ideas de racionalidad el proceso de desarrollo de las formas de socializa -
ción no está orientado indefectiblemente hacia un estado social de vida predefinido, pero sí cabe
preguntarnos cómo se constituyen las ideas reguladoras que renuevan para cada sociedad y en
cada época las expectativas por la superación de un estado de cosas, hacia dónde se dirigen las
transformaciones sociales y con qué propósitos normativos se orientan las acciones colectivas.
Cabe preguntarnos por la construcción social de los imaginarios de cambio y transformación.
Sin lugar a duda, tales imaginarios se han conformado pragmáticamente. Queda abierto el inte-
rrogante sobre los mecanismos de su constitución sobre los cuales no se extiende la teoría de la
acción comunicativa. Para la perspectiva de Habermas las condiciones que dan lugar a las ideas
reguladoras o imaginarios sociales pragmáticamente constituidos no pueden caer en una res -
puesta metafísica. Ellos están lejos de ser explicados en el contexto de una filosofía de la histo -
ria que asegure el determinismo del final de los tiempos; también a distancia del escepticismo y
la resignación, propio de las concepciones que han clausurado los “metarrelatos”. Resulta hasta
cierto punto alentador las respuestas que nos da la teoría habermasiana de la comunicación. Con
ella podemos afirmar que la historicidad social está orientada por mecanismos propios de aco-
modación, reestructuración y aprendizaje, en función de ajustes con su mundo natural y social:
actual y pasado. El desarrollo social implica una transformación moral inscripta en un proceso
dinámico donde los cambios sociales evidencian cómo la racionalidad se objetiva en la organi -
zación de la sociedad, dando forma a una trama que está sesgada por la cultura que, al mismo
tiempo, es historia de la identidad de los actores. El escenario de la cultura da sentido a la racio-
nalidad del conocimiento, de los valores y de la acción. Es “el plexo objetivo a partir del cual
pueden significarse las relaciones sociales [que] se constituyen a la vez, de lenguaje, trabajo y
dominio”81.
81
J. Habermas (1982), 309; [trad. propia].
82
J. Habermas (2002, b), 17.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 64
83
J. Habermas: “Zur Methodologie allgemeiner Theorien des sozialen Handelns”, en J. Habermas (1982).
84
J. Habermas (1986), 159 – ss. La exposición completa de su teoría de la racionalidad ligada a las formas de in-
terés se encuentra en J. Habermas (1973, a), si bien, como señala E. Agazzi (1998), 1 - 21, el planteo de las formas de
racionalidad también ligadas a los procesos sociales, como racionalización social, se encuentra en los trabajos más
tempranos de J. Habermas, como en el artículo “Die Dialektik der Rationalisierung. Vom Pauperismus in Produktion
und Konsum“, en Merkur, 1954, n. 78, 701 - 724.
85
J. Habermas (2002, b), 23.
86
J. Habermas (2002, b), 19.
87
J. Habermas (1984), 461.
88
J. Habermas (1990, b), 67.
89
J. Habermas (1999), t. 1, 411; 431 – 432.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 65
práctico del lenguaje: en las llamadas “estructuras pragmáticas”. Aquí, encontramos las condi-
ciones que hacen posible los vínculos entre subjetividades racionalmente motivadas, y se plan-
tea la hipótesis central de Habermas que alude a la comunicación como resultado del razona-
miento motivado. Se trata de una razón situada donde las argumentaciones hacen posible las
ambigüedades y errores90. El planteo de Habermas no se separa de la tradición de la moderni-
dad, por el contrario, reconoce que su teoría hunde sus raíces en esa tradición. En efecto, las
pretensiones de Habermas son análogas a las que ya expuso Hamann en La metacrítica sobre el
purismo de la razón pura cuando dice: “La primera purificación de la filosofía residía en el in-
tento, en parte mal comprendido y en parte fracasado, de hacer a la razón independiente de toda
leyenda, tradición y fe. La segunda es aún más trascendente y concluye, en nada menos, que en
una independencia de la experiencia y de su inducción cotidiana, buscada [...] más allá de la ex-
periencia [...] El tercer purismo, ciertamente empírico y mucho más profundo, concierne al len-
guaje, el único, primer y último instrumento y criterio de la razón, sin otra garantía que la tradi -
ción y el uso. Pero a uno le sucede también con este cuasi ídolo como a aquel viejo con el ideal
de la razón. Cuando más reflexionamos, más profunda e interiormente se silencia y se pierde el
aire para hablar”91. La razón no excluye un trasfondo de sentido heredado, como tampoco el len-
guaje destraba a la subjetividad de las determinaciones de los plexos de sentido en los que se en-
redan la existencia de los hombres. En esto coinciden Hamann y Habermas. En tales concepcio-
nes la razón se articula al lenguaje y se inscribe en la praxis vital; con esto el lenguaje presenta
un doble aspecto. Por una parte, se presenta como el medio que nos libera de los prejuicios a
través de la apertura a la crítica, pero por otra, arrastra, al mismo tiempo, sedimentos del mundo
de la vida que delimitan a la racionalidad articulada en el lenguaje. Esta aparente ambigüedad
funcional del lenguaje puede ser vista como una doble función: medio emancipatorio y recurso
anclado en la realidad. De esta manera la emancipación no es un estado realizable de modo defi-
nitivo sino, un proceso que va en paralelo a las transformaciones de la realidad. Esto conduce a
Habermas a su tesis de discursos situados. Junto a esta tesis, la racionalidad discursiva es ex-
puesta como teoría de los argumentos construidos en relación dinámica con la situación. Para
esto se vale de la teoría de la argumentación de Toulmin y de las teorías pragmáticas del lengua-
je de Pierce, Searle y Austin. Todo esto confluye en la formulación de una teoría pragmática
universal de los hablantes. En ella se reconocen las determinaciones emergentes de las experien -
cias habidas, la socialización de los actores y la conformación de la identidad en la personali -
dad. Las estructuras pragmáticas muestran las condiciones de posibilidad para una reflexión in-
tersubjetiva crítica que quiera someter sus propios fundamentos al discurso argumentativo. Da-
dos los límites del lenguaje social y, por consiguiente, de nuestras argumentaciones, la teoría de
la acción comunicativa encuentra en la estructura pragmática del lenguaje discursivo el modo
detracendentalizado de superar los bordes de la vida cotidiana. Esta búsqueda tiene el propósito
de justificar las posibilidades del entendimiento racionalmente motivado, allende las situaciones
y la cultura. Para esto se requiere de la intervención de una teoría de la racionalidad vinculada a
la acción y al lenguaje; en otras palabras, una teoría de la racionalidad que comprenda la praxis
vital de sujetos de acción y de habla.
90
Th. McCarthy (1992), 16 – 17.
91
J. G. Hamann: “La metacrítica sobre el purismo de la razón pura”, en A. MaestreMestre y J. Romagosa
(comp.), ed. cit., 38.
92
J. Habermas (1973, b), 30-131
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 66
Con todos estos elementos que proceden de la teoría pragmática del lenguaje y una cate-
goría de origen fenomenológico, la teoría de la racionalidad que se expone trasciende el enfoque
tradicional ligado al conocimiento la que ha tenido un amplio desarrollo en la filosofía de la
ciencia, en particular, en el positivismo lógico. Sin prescindir de la noción de racionalidad epis -
témica, Habermas evalúa la racionalidad práctica ligada a la orientación de las acciones. Se trata
de la racionalidad identificada con la capacidad discursiva y reflexiva que sostiene toda argu-
mentación. La discursividad se expone al justificar las pretensiones de verdad, al reflexionar so-
bre los propósitos de la acción, o bien, en la comunicación que pretende el entendimiento. Estas
formas de la racionalidad: del saber, de las intenciones y de la comunicación, conducen a una
teoría que va más allá de la dicotomía entre racionalidad teórica y práctica. Ahora la teoría de la
racionalidad se comprende desde dos puntos de vista: por los usos del lenguaje y por los tipos
de acción. Todo esto con la preeminencia de una filosofía de la intersubjetividad que nos dice
que la racionalidad se suscita en la interacción. Este planteo, desde un punto de vista sociológi-
co, muestra que las instituciones son objetivaciones de las interacciones racionalmente configu-
radas. En otras palabras, la racionalización social evidencia formas de discursividad social que
98
J. Habermas (1990, b), 65-151; J. Habermas (2002, b), 99-131
99
J. Habermas (1981), B.1, 7; [trad. cast. J. Habermas (1999), t. 1, 9] [aquí, trad. propia].
100
J. Habermas (1990, b), 71.
101
M. Weber (1992), 21.
102
J. Habermas (1999), t. 1, 428.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 68
La racionalidad, más allá de identificarse con las opiniones y las acciones, se muestra
reflexiva cuando el actor puede explicar las pretensiones de validez que guían sus acciones y, en
tal sentido, la responsabilidad representa la capacidad de dar cuenta de sus actos. Asimismo, la
libertad, libertad de reflexión, no es sino la capacidad de la voluntad de ejercer con autonomía
sus convicciones morales. Al mismo tiempo, esta racionalidad es discursiva porque se presenta
como condición de posibilidad que el actor exponga las razones que conducen sus decisiones.
Nuestros conocimientos pueden ser sostenidos por convicciones justificadas y esto implica tener
un criterio de verdad como propiedad atribuible a expresiones fundadas. Tal función justificado-
ra responde a situaciones de demanda. La racionalidad epistémica no queda reducida a su for-
mulación enunciativa ajena a la aplicación. Son las consecuencias las que inducen, también, a la
revisión crítica de sus pretensiones de verdad. Desde otra óptica, el carácter teleológico de la ra-
cionalidad de la acción se evidencia por estar ligada a la intencionalidad del actor: la acción rea-
liza un propósito. Aquí se evalúan los medios como recursos para la realización del fin. Pero, en
el centro de esta teoría de la acción comunicativa se encuentra la racionalidad comunicativa vin-
culada al uso del lenguaje con idéntica función. Tal racionalidad corresponde a la acción orien-
tada al entendimiento mediante el habla que acopla la intersubjetividad de los actores referidos a
un mundo objetivo común.
dios elegidos, y, por cierto, de la verdad de la información que tenga del estado de cosas del
mundo. Mientras la afirmación informativa dice lo que sucede en el mundo, la acción, por su ca-
rácter teleológico, dice lo que ha de tener lugar en el mundo. En consecuencia, así como la ra -
cionalidad de las afirmaciones depende de la fundamentación de sus pretensiones de verdad, la
eficacia dependerá de cómo se fundamenta la expectativa de su realización 106. Por lo dicho, la
racionalidad en la acción teleológica se relaciona con el saber a través del aporte de información
fiable. También se vincula con las estructuras del habla: tal información se evalúa contando con
la representación lingüística. Las oraciones asertivas proporcionan conocimientos fiables, y las
oraciones de intención se conectan con la acción intencional 107.Como se observa, la racionali-
dad, en esta teoría, se da en la acción y en función de las modalidades del lenguaje.
En Habermas hay diferencias sustanciales entre tomar al lenguaje como sistema acopla-
do a las intenciones de los actores y el lenguaje asociado a condiciones de verificación en fun-
ción de los referentes enunciativos: en el primer caso corresponde a una teoría intencional del
significado108 y en el segundo, como una teoría veritativa de los significados 109. Otra diferencia
también se suscita cuando el lenguaje se comprende desde una perspectiva del significado de
carácter pragmático, es decir, en función del uso. Desde este enfoque cabe la distinción entre las
teorías sociales, como en Mead 110, que atienden a una pragmática empírica, en contraposición a
una pragmática formal, como es la que hemos desarrollado. La pragmática de Mead parte de la
facticidad del lenguaje, o sea, del lenguaje en función comunicativa y conversacional, ligado a
contextos sociales e históricos atravesados por particularidades culturales 111. Desde la perspecti-
va de la pragmática formal112, y tomando en cuenta al actor, la teoría de la acción comunicativa
reconstruye las competencias comunicativas implicadas en la enunciación como condiciones
para un entendimiento posible113. Cuando Habermas introduce la hipótesis de la racionalidad
vinculada a la acción y el lenguaje, sienta las bases para un importante distanciamiento respecto
de una racionalidad fundamentada en principios metafísicos. La racionalidad del habla, de las
expresiones lingüísticas relacionadas a una noción triádica del lenguaje 114, permite que se en-
tienda a este ligado a los modos de acción; donde la racionalidad se reconoce en los actos de ha-
bla115. En este punto la teoría del lenguaje de Habermas no sólo se vale de la teoría de los actos
de habla de Austin y de Searle sino también, combina con la pragmática de Peirce y así configu-
ra los lineamientos centrales de su teoría de la acción, del habla y de la racionalización desde un
punto de vista intersubjetivo y una teoría triádica del lenguaje.
Los actos de habla, a través de las afirmaciones, valoraciones, expresiones, etc., sitúan,
entonces, al lenguaje en una triangularidad constituida por la intencionalidad del actor, endere-
zada hacia un oyente, y sus significaciones son inherentes a un plexo simbólico y normativo que
los comprende. Estas consideraciones, tomadas de la pragmática de Peirce, refinan sus conside-
106
J. Habermas (1990, b), 26.
107
J. Habermas (2002, b), 107
108
J. Habermas (1999), t. 1, 353.
109
J. Habermas (1999), t. 1, 355.
110
J. Habermas (1999), t. 2, 13 – ss.
111
J. Habermas (1999), t. 1, 410.
112
J. Habermas (1998, a) 157.
113
J. Habermas (1999), t. 1, 419.
114
Ch. S. Peirce: “26. Tenemos, así, en el pensamiento tres elementos: primero, la función representativa que le
hace ser una representación; segundo, la pura aplicación denotativa, o conexión real, que pone a un pensamiento en
relación con otro; tercero, la cualidad material, o cómo siente, que da al pensamiento su cualidad “, cfr. Ch. S. Peirce
(1988), 105.
115
J. Searle (1994), 25 – 28.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 70
raciones sobre los actos de habla. En tal relación triádica, el interlocutor queda configurado
como destinatario perlocutivo de las pretensiones de validez que han contrapuesto proponente y
oponente. Ambos quedan comprendidos en la doble estructura de los actos de habla: el carácter
locutivo, o sea del enunciado, y la referencia extralingüística al contexto que proporciona las
pautas para la comprensión. La racionalidad, entonces, se encuentra en el desempeño (Einlö-
sung116) de las pretensiones de validez que se desplazan en el intercambio de razones generadas
en la relación entablada por los actos de habla. La racionalidad, aquí, se capta intuitivamente en
el acto de comunicación espontáneo: es función realizativa y efectiva de las pretensiones de va-
lidez en tanto el mismo acto genera mutuo entendimiento o consenso. Desprendiéndose estas al-
ternativas de la misma propiedad del lenguaje 117. El acto espontáneo de la comunicación se inte-
rrumpe cuando alguien demanda pretensiones de validez. Esto quiere decir que el acuerdo no
está supuesto. La racionalidad comunicativa depende de la capacidad del hablante para exponer
los fundamentos de sus aseveraciones, y estará en íntima relación con la disposición hacia la
apertura dialógica y a la crítica de las condiciones de validez que estructuran el habla. La vali-
dez de éste, encarnada en los contenidos locutivos, se relaciona, por lo tanto, con la intencionali-
dad del hablante y las pretensiones de exponer la validez se configuran según como haya sido
interpretado el oyente. Tanto hablante como oyente, en tal situación dialógica, descifran la si -
tuación desde una imagen del mundo. La intencionalidad del hablante, cuando sostiene preten-
siones veritativa, reconoce un mundo único, total, objetivado; cuando apela a normas y valores
que orientan las acciones en las que se complican otros sujetos, se realiza en un mundo abierto
socialmente, constituido por normas y valores. Cuando la intencionalidad del actor se propone
expresar de modo elocuente la subjetividad, esta pretensión se efectúa en un mundo social que
espera acciones manifiestas, sinceras y coherentes con el mundo subjetivo. La descripción ha-
bermasiana de estas condiciones pragmáticas para la coordinación de la acción en el mundo so -
cial, suponen también la confianza señalada por Luhmann como principio de orden que permite
prever las acciones118.
116
El término Einlösung alude en latín a “redemptio”, es decir, “redimir”, y en español (Real Academia), a “sal-
dar una deuda”, “cumplir con la palabra o lo prometido” o “desempeñar”; en el sentido de anular lo empeñado; pero
no significa, como en el uso hispanoamericano, “ejecutar”, “ejercer” o “actuar”. La traducción del término Einlösung
como “desempeño” alude a liberar un bien que ha sido empeñado. El concepto “desempeño”, en su sentido más origi-
nal, y coincidente con el uso que hace Habermas, alude al cumplimiento de un compromiso tomado, o sea, de una
promesa empeñada. Para la teoría de la acción comunicativa se pueden distinguir condiciones de validez de oracio-
nes, proposiciones, expresiones, manifestaciones con propósitos de ser verdaderas, adecuadas normativamente, vera-
ces; pretensiones de reconocimiento intersubjetivo de corrección formal, de verdad, de veracidad y de rectitud y, tam -
bién, el “des-empeño” (Einlösung) de esas pretensiones de validez planteadas con razón. Es decir, el “des-empeño”
(Einlösung) de una manifestación “significa que el proponente, sea apelando a experiencias e intuiciones, o a través
de argumentos y de acciones consecuentes, puede fundamentar lo que es digno de reconocimiento, y dar lugar al re -
conocimiento suprasubjetivo de su validez” (J. Habermas (1984): Vor Studien und Ergänzungen zur Theorien des ko-
mmunikativen Handelns, 356 – 357. Esto es, que las expresiones tienen propiedades dignas de ser reconocidas y que,
a la vez, pueden generar un reconocimiento intersubjetivo. “La afirmación de que la verdad y la rectitud son preten-
siones de validez discursivas y confiables de las manifestaciones o emisiones, hace ciertamente referencia a la prác -
tica de la argumentación en general” (ídem, 159), pero no, a los métodos. El “des-empeño” (Einlösung) es lo que ga-
rantiza la pretensión de validez y, de este modo, este “des-empeño” constituye su sentido. La producción argumenta -
tiva de un consenso es una forma de acción a través de la cual se hace confiable la pretensión discursiva de validez
que no puede estar exenta del sentido de verdad y rectitud. Si por consenso entendemos un acuerdo que se produce
contingentemente, no podría valer como criterio de verdad. El consenso fundado es el acuerdo al que llegamos en los
discursos y esto, en función de un concepto normativo que es el “des-empeño” discursivo (diskursive Einlösung)
(ídem, 160.) A la vez, este concepto: “Einlösung”, se traduce en inglés, en los textos de Habermas, como “vindica-
tion” o “redemption”; en francés, como “dégagement”.
117
J. Habermas (1984), 354; [trad. cast. 300].
118
N. Luhmann (1996), 65 – 79.
Capitulo II: Racionalidad: sociología y filosofía 71
119
J. Habermas: “Wahrheitstheorie”, en J. Habermas (1984), 127 – 183; [trad. cast., 113 – 158].
120
J. Habermas (1982), 61; [trad. cast.., 58].
121
J. Habermas (1999), t. 1, 43 - ss.