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LAS REPRESENTACIONES SOCIALES DE LAS PSICÓLOGAS Y LOS

PSICÓLOGOS DE BUENOS AIRES ACERCA DE SU PRÁCTICA


PROFESIONAL: UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA.

1. INTRODUCCIÓN

Este artículo aborda un aspecto parcial de una investigación más amplia, un trabajo de

tesis realizado hacia 1998, cuyo título es “Las representaciones sociales de los

psicólogos acerca de su práctica profesional”1.

Esa investigación sobre representaciones sociales estuvo diseñada para explorar lo que

pensaban los psicólogos sobre su propia práctica profesional, en el ámbito de la Capital

Federal de la República Argentina.

Desde el punto de vista metodológico se triangularon métodos cualitativos y

cuantitativos; las técnicas de recolección de datos utilizadas fueron: el grupo focal, dos

cuestionarios –uno centrado en representaciones sociales y otro en actitudes- y,

finalmente, material obtenido de fuentes secundarias.

Se trabajó con cinco categorías de psicólogos/as: los recientemente graduados –hasta un

año de recibidos-; otros de, aproximadamente, cinco años; el siguiente grupo, de

alrededor de 15 años de graduados; otro formado por profesionales que contaban con

más de veinticinco años de graduados y un último conjunto formado por quienes se

definían a sí mismos como no ejerciendo la profesión. La finalidad de esta clasificación

fue explorar posibles transformaciones de las representaciones sociales en función del

tiempo transcurrido desde la graduación.

1
Esta tesis fue defendida en 1999 para completar el Magíster Scientiae en Metodología de la
Investigación Científica de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Entre
Ríos. Su director fue el Profesor Ricardo Malfé.
2. LAS REPRESENTACIONES SOCIALES

El concepto de representación social fue desarrollado en los últimos cuarenta años

especialmente por investigadores franceses, su origen fue la noción de representación

colectiva creada por Durkheim para referirse a las características del pensamiento social

en comparación con el pensamiento individual.

Moscovici (1989), creador del concepto, señaló que la evolución de la Psicología Social

puede pensarse en tres grandes etapas y que cada una de ellas se caracteriza por poseer

un concepto muy bien definido: las actitudes sociales, las cogniciones sociales y,

finalmente, las representaciones sociales.

A pesar de no haber coincidencias respecto de la utilidad del concepto, en las

investigaciones psicosociales se encuentra instalado; Harré y Lamb (1992) le dedican un

espacio importante en su obra “Diccionario de Psicología Social y de la Personalidad”.

Coincidentemente con lo que sostiene la mayoría de los investigadores que se han

ocupado del tema, los autores del diccionario plantean que el desarrollo de trabajos en

esta línea se vio demorado por la influencia prevaleciente de dos corrientes científicas

principales: el conductismo en psicología y la tradición positivista de la filosofía de la

ciencia

Moscovici (1979) afirmaba que -a diferencia del viejo concepto de Durkheim de

representaciones colectivas- las representaciones sociales serían algo propio de nuestra

época, caracterizadas tanto por su función simbólica como por su papel en la

construcción de la realidad. Las representaciones sociales son sistemas de valores, ideas

y prácticas con una función doble; primero, la de establecer un orden que les permita a

los individuos orientarse en su mundo social material y dominarlo y, segundo, la de

facilitar la comunicación entre los miembros de la comunidad, proporcionándoles un


código para nombrar y clasificar los diversos aspectos de su mundo y su historia

individual y grupal.

Moscovici (1979) las define como constructos cognitivos compartidos en la interacción

social cotidiana que proporcionan a los sujetos un entendimiento del sentido común de

sus experiencias en el mundo. Este conjunto de conceptos, afirmaciones y explicaciones

se originan en la vida diaria, en el transcurso de las comunicaciones entre los individuos

y cumplen una función similar a la que cumplían los mitos y las creencias en las

sociedades tradicionales, serían la versión contemporánea del sentido común.

Existen otros conceptos afines con los que, sin embargo, sostiene sus diferencias, por

ejemplo, opinión, actitud, imagen, todos ellos pueden ser pensados como respuestas a

un estímulo externo y son preparaciones para la acción mientras que la representación

social incluye tanto al estímulo como a la respuesta que provoca. Es bastante más que

una guía para la conducta puesto que remodela y reconstituye elementos del ambiente

donde el comportamiento tiene que desplegarse, de este modo le da sentido a la

conducta mientras la integra en un sistema relacional amplio. Al respecto decía

Moscovici (1979):

Las representaciones sociales son entidades casi tangibles.


Circulan, se cruzan y se cristalizan sin cesar en nuestro universo
cotidiano a través de una palabra, un gesto, un encuentro. La
mayor parte de las relaciones sociales estrechas, de los objetos
producidos o consumidos, de las comunicaciones
intercambiadas están impregnadas de ellas. Sabemos que
corresponden, por una parte, a la sustancia simbólica que entra
en su elaboración y, por otra, a la práctica que produce dicha
sustancia, así como la ciencia o los mitos corresponden a una
práctica científica y mítica. (p. 27).

Son conjuntos dinámicos cuya característica es la producción de comportamientos y de

relaciones con el medio, es una acción que los modifica a ambos y no una mera

reproducción de esos comportamientos o relaciones, ni tampoco una reacción a un

estímulo exterior dado. Agrega el autor citado: “... no las consideramos ‘opiniones
sobre’ o ‘imágenes de’, sino ‘teorías’ de las ‘ciencias colectivas’ sui generis, destinadas

a interpretar y construir lo real... es un conocimiento que la mayoría de nosotros emplea

en su vida cotidiana” (Moscovici, 1979, p. 33).

La representación social se refiere tanto a un proceso como a un contenido y este último

puede analizarse en diferentes dimensiones: la actitud, la información y el campo de la

representación referido a un objeto social determinado.

Los procesos de anclaje y objetivación –que serán definidos inmediatamente- son los

determinantes para la producción y el funcionamiento de la representación.

Objetivación: es el proceso por el cual se le otorga realidad material a una entidad

abstracta, por lo tanto implica acentuar el aspecto icónico, equiparando el concepto a la

imagen para lo cual selecciona algunos aspectos de toda la masa de información

circulante respecto del objeto de la representación. Este modelo figurativo, conocido

como vaciado icónico, reproduce lo abstracto de modo casi visual y constituye la parte

central de la representación. Asimismo este proceso naturaliza el concepto abstracto

reificando el modelo figurativo y llevando la imagen a una elaboración social de la

realidad.

Anclaje: es el proceso que permite clasificar al objeto de la representación dentro de las

categorías de la sociedad. Se lo transforma en un objeto útil al insertarlo en una

jerarquía ya existente de normas, valores y producciones sociales. Por lo tanto, una

representación social es un modo de conocimiento propio de una sociedad particular y

su función es convertir lo extraño en familiar. Este proceso se caracteriza por una forma

de razonamiento en la que la conclusión controla las premisas. Esta modalidad, propia

del pensamiento social, es opuesta al modo de razonamiento del científico. Sin embargo

no podría pensarse que la oposición es una única relación posible entre ambas formas de

pensamiento, hay también complementación, se nutren recíprocamente, lo que se hace


evidente en la orientación del progreso científico y en la difusión de la ciencia en la

sociedad.

Para la Escuela de Psicología Social Experimental de Ginebra, el concepto de

representación social estaría situado en la intersección de la Psicología y la Sociología.

Doise (1991) define a las representaciones sociales como “... principios organizadores

de las posiciones adoptadas en las relaciones simbólicas entre actores sociales,

posiciones que van ligadas a las inserciones específicas de estos actores en un conjunto

definido de relaciones sociales”. (p. 123)

Para Basabe, Páez y cols. (1992), las representaciones sociales serían analizables en tres

dimensiones:

* Información: suma de conocimientos sobre un objeto social

* Núcleo: alrededor del cual se organiza el contenido de las representaciones sociales

* Actitud: dimensión evaluativa -positiva o negativa- hacia un objeto de representación.

Otros autores coinciden en este análisis y agregan la imposibilidad de la comunicación

social sin la existencia de representaciones sociales compartidas que les proporcionen a

los grupos significados comunes, los que, a la vez, demarcan la posición del propio

grupo y la diferenciación con los otros grupos.

Basabe, Páez y cols. (1992) acentúa este aspecto al señalar que no cualquier estereotipo

o conjunto de creencias ideológicas constituyen una representación social: “... sólo lo

son aquellas que emergen y se orientan a justificar, explicar y dar cuenta de un conflicto

intergrupal o de una realidad psicosocial conflictiva. (p. 82)

Las representaciones sociales son vehiculizadas por el lenguaje y de esta manera se

produce y reproduce lo social.

La investigación de Basabe, Páez y cols. (1992) sobre consumo de alcohol en los

jóvenes permite observar el modo en que el estudio de las representaciones sociales


permite rastrear una prototeoría que posibilita encontrar una narrativa justificatoria

pública, una teoría explicativa perteneciente al sentido común. Estos aspectos lógicos-

discursivos pueden ser reconstruidos a posteriori -merced a un trabajo de investigación-

y su esclarecimiento es lo que permite operar para generar algún cambio en las

representaciones sociales (ya sea preparar un proyecto preventivo u otro tipo de

intervención en la comunidad). Por esa razón, los autores advierten que no es suficiente

con apelar a ideas, habría que construir nuevos guiones y escenarios, es decir otras

representaciones sociales que permitan reemplazar a las ya existentes.

Según teorizaciones de Abric, citado por Wagner y Elejabarrieta (1997), puede

concebirse a la representación social como una estructura socio–cognitiva regulada por

un doble sistema, que consta de dos entidades distintas y, a la vez, complementarias: el

sistema central y el sistema periférico. El sistema central tiene dos funciones esenciales,

una función organizadora, porque dicho sistema determina la naturaleza de las

relaciones entre los distintos elementos de la representación, sería el elemento

unificador y estabilizador y una función generadora, ya que determina el significado de

cada uno de los elementos del campo representacional.

El sistema periférico está formado por un conjunto de elementos que permiten la

fijación de la representación en la realidad del momento. Se trataría de esquemas

condicionales, porque los elementos periféricos poseerían una flexibilidad mayor que

los elementos centrales. De este modo, autorizan las modulaciones individuales de la

representación e intervienen en los procesos de defensa y transformación de las

representaciones.

Muchas investigaciones se han dedicado al estudio del sistema periférico y han aclarado

muchos de sus procesos. Sin embargo, la naturaleza y el funcionamiento del sistema

central no aparece con tanta claridad, son ponderados de manera distinta. Hasta el
momento, se conocen tres tipos de transformaciones para las representaciones sociales:

la transformación lenta, la progresiva y la brutal, esta última hasta ahora sólo ha podido

ser hipotetizada.

Finalmente, según Doise (1991), el trabajo de Moscovici sobre el psicoanálisis mostró

cómo las representaciones sociales pueden generar transformaciones en los resultados a

los que arribe una actividad científica merced a los procesos de anclaje y objetivación.

Para el autor representaciones sociales, sistemas científicos e ideológicos mantienen

complejas relaciones. Reconoce una parte ascendente y otra descendente en la actividad

científica respecto de su relación con nuestro objeto de estudio. Los conceptos

científicos se divulgan entre un público más amplio como nociones objetivadas y

reinsertadas en otros saberes por múltiples procesos de anclaje. Del mismo modo los

científicos retoman y reformulan las ideas del sentido común -de hecho

representaciones sociales-.

Lo que resulta más importante para la presente investigación es que Doise (1991) dice:

Durante la actividad científica, incluso las representaciones


sociales continúan funcionando, de manera que existe una
relación de continuidad en una y otra dirección con la actividad
científica. Además las dinámicas de difusión, de propaganda y
de propagación no están en verdad ausentes en las relaciones
simbólicas dentro del campo científico. (p. 125).

Farr -en un artículo editado por Breakwell, y Canter (1993)- señala, en esta misma línea,

el modo en que las representaciones sociales de los investigadores son las que

determinan y condicionan el curso de sus trabajos y describe la influencia de la tradición

o cultura propia de cada país en tales representaciones.

En este campo de investigación, que es básicamente una psicosociología del

conocimiento, al estudiar el proceso de producción y reproducción de las prácticas y los

discursos resulta indispensable incluir la organización de lo que podríamos denominar,

imaginario o mundo fantasmático de los sujetos y/o los colectivos (Malfé, 1994).
En la comunidad científica investigada, este imaginario instalado es uno de los vectores

determinantes para el surgimiento de instituciones y grupos a los que se desea

pertenecer y que se van creando de acuerdo con ese instituyente que es el mundo

fantasmático.

En cuanto a los resultados obtenidos en la investigación2 se encontraron diferencias en

las cinco categorías de profesionales estudiadas, pero se mantiene en todos los grupos la

representación social de la práctica profesional del psicólogo/a asimilada a la atención

clínica.

La reconstrucción del relato (Greimas, 1971) de cierta “novela laboral” del psicólogo/a

muestra un recorrido ficcionalizado en el que los/as profesionales buscaron y buscan el

mismo objeto de deseo: seguir viviendo o vivir de la atención clínica de pacientes en

consultorio. Las diferencias estarían referidas a otros aspectos más periféricos del relato:

ya sea a sus destinadores, destinatarios, adyuvantes u oponentes. Se observan

modificaciones en función de la cantidad de años transcurridos desde el egreso y del

posicionamiento que se ha logrado en el mercado laboral profesional. La representación

social de la práctica profesional asimilada al campo clínico pareciera corresponderse

con un núcleo central. Las distinciones podrían muy bien estar referidas a los aspectos

más móviles y periféricos del objeto de estudio.

El estereotipo del psicólogo/a clínico/a se ha encontrado aún en los grupos focales

formados por “psicólogos/as que no ejercen la profesión”. Una pregunta posible

consistiría en si la existencia de tal representación pudiese haber colaborado para que se

produjera el abandono del campo profesional. Sin embargo, muchos de los miembros de

2
Debe señalarse que estos datos fueron obtenidos entre los años 1997 y 1998. Para esa época el modelo
económico neoliberal ya había provocado los suficientes estragos en la vida social y económica de
nuestro país, sin embargo los resultados son previos a los efectos provocados por una de las mayores
crisis de Argentina, como fue la que provocó la caída del Presidente de la Rúa. Para ser coherentes con el
modelo de investigación utilizado no debe perderse de vista esta perspectiva socio histórica y la
relatividad de los datos según las distintas culturas y las distintas épocas.
estos grupos de discusión trabajaban en actividades que bien podrían ser desempeñadas

por un profesional de la psicología, es posible que la fuerza de la representación social

anclada en la práctica clínica promoviera la autotipificación de "no estar ejerciendo la

profesión". Sería deseable –y es un desafío- colaborar en la construcción de nuevos

argumentos o guiones que le permitan a los/as graduados/as imaginarse otros trayectos

posibles para su búsqueda. De momento, y en función de los datos obtenidos, este

objetivo parece difícil de lograr tomando en cuenta el relato de los distintos grupos de

egresados/as investigados/as. Sintéticamente, podría afirmarse que un aumento en la

oferta de materias electivas y la inclusión en el programa de la carrera de nuevas

orientaciones sería sólo un primer paso que por sí mismo no permitiría cambiar el

estado de las cosas. Respecto de las perspectivas futuras sería útil seguir indagando en

el interior de este campo y conocer aún más los habitus del psicólogo/a argentino/a, es

decir, cual es la lógica de su práctica, esa lógica paradójica – que como dice Bourdieu3

es sin reflexión consciente ni control lógico.

3. LA REVISTA ARGENTINA DE PSICOLOGÍA COMO FUENTE

SECUNDARIA

Una de las finalidades del trabajo de tesis realizado ha sido la de comprender una

eventual evolución histórica de las representaciones sociales de los/as psicólogos/as

graduados/as según el tiempo transcurrido desde su graduación universitaria. En el

trabajo con grupos focalizados se encontraron diferencias en las cinco categorías

presentadas, así como también elementos comunes, los que, tal vez, -como ya se ha

dicho- puedan estar más referidos al núcleo central de tales representaciones.

3
Ver Bourdieu, P. (1991). El sentido práctico. Madrid, España: Taurus.
Con el objetivo de obtener otros datos convergentes o divergentes respecto de los ya

encontrados, se recurrió a distintas fuentes: bibliografía acerca de la historia de la

disciplina, dos entrevistas semi estructuradas realizadas al Lic. Abel Langer, quien fuera

director del Programa de Investigación “Historia de la carrera/Facultad de Psicología”,

en la UBA, desde 1991 hasta 1994 y, finalmente, se utilizó como fuente secundaria la

colección completa de la Revista Argentina de Psicología, publicación de la Asociación

de Psicólogos de Buenos Aires.

Esta búsqueda en fuentes secundarias sería un factor coadyuvante para obtener algo de

un politeísmo metodológico deseado y, al mismo tiempo, permitiría incluir materiales

no reactivos para aumentar la confiabilidad de los datos.

La colección de la Revista Argentina de Psicología (R.A.P) comienza en 1969 y finaliza

en 1991, lo que cubre un período de más de veinte años. Se consideró este segmento

temporal lo suficientemente extenso para poder visualizar eventuales cambios. Otro

factor de peso en la elección de esta fuente secundaria es que la misma aparece como

una publicación más bien pluralista y bastante representativa de las distintas tendencias

teórico–técnicas imperantes en el campo profesional de la disciplina. Especialmente, en

sus primeros años, la R.A.P. se caracterizó por vehiculizar importantes polémicas entre

psicólogos/as, lo que posibilitaría capturar algo del imaginario social de las distintas

épocas.

Algunas de estas controversias estaban referidas a temas que vinculaban el psicoanálisis

y la ideología, como la sostenida por los profesores Ostrov y Malfé. Otras al lugar del

psicoanálisis en la práctica del psicólogo, como la de Juana Danis y Roberto Harari.

También a la articulación entre la práctica profesional de la Psicología, la política y la

ideología, de la que participaron Kesselman, Sastre, Caparrós y Harari, por mencionar

sólo algunas de ellas.


Sin embargo, para este trabajo sólo se seleccionaron artículos en los que los/as

propios/as psicólogos/as escribieron explícitamente acerca de la práctica profesional de

la disciplina. Este tema parece ocupar un espacio importante en 1969 y se mantiene,

hasta que va desapareciendo en 1975. Es muy tentador plantear coincidencias con

sucesos políticos ocurridos en nuestro país para esa época, pero es también conveniente

aclarar que, para la cuestión referida, pudieron haber intervenido múltiples variables

desconocidas para la autora de este trabajo. Es posible señalar, por el peso de la

evidencia empírica, que –a partir de esa fecha– casi todos los artículos están referidos a

cuestiones psicoanalíticas y que muchos de ellos adhieren al psicoanálisis lacaniano.

Como anécdota, algunos/as psicólogos/as de aquella época recuerdan un chiste que

circulaba en al UBA: “Se habla tanto de Lacan porque no se puede hablar de la cana”.

Distintos autores que trabajaron la historia de la Psicología, y también la de la carrera en

nuestro país, coinciden en que la aparición del psicoanálisis como escuela posibilitó

cambios importantes para la disciplina y permitió la profesionalización. Roselli (1994)

afirma al respecto:

Esto último permitirá que en adelante la Psicología, como


ciencia autónoma, cuente con un responsable específico de su
ejercicio teórico y práctico. En este proceso de
profesionalización del psicólogo, el psicoanálisis juega un rol
fundamental, lo cual explica la identificación que se opera en
Argentina entre Psicoanálisis y Psicología, que se corresponde
con la del psicoanalista y psicólogo, fusión que los desarrollos
actuales tienden a diferenciar. (p. 70).

A partir de lo expuesto, es bastante lógico que los/as psicólogos/as, en su mayoría, se

sientan en deuda con el psicoanálisis, pues fue identificándose con los/as psicoanalistas

que pudo accederse a un status y una identidad propios (aunque no tanto) y,

simultáneamente, desprenderse de la tradición especulativo–filosófica (aunque tampoco

del todo).
Sin embargo, la idea de Roselli acerca de la progresiva diferenciación psicólogo/a–

psicoanalista, creencia que es compartida por muchos otros profesionales, a la luz de los

datos recogidos parece, todavía, una expresión de deseos.

Si bien la primera carrera de Psicología del país se crea en Rosario en 1955 y recién dos

años después la UBA hace lo propio, muchos autores, como García de Onrubia,

consideran que no es posible aludir a la génesis de la Psicología en la Argentina sin

referirse a la UBA, pues es allí donde aparecen las primeras tendencias discrepantes en

la disciplina. No puede negarse la presencia de la UBA en todas las elaboraciones

psicológicas, de ahí que en este informe sea mencionada con frecuencia.

Para aportar más datos a la relación histórica del sometimiento–desprendimiento de

psicólogos/as y psicoanalistas se mencionarán algunas expresiones vertidas en la mesa

redonda coordinada por el Dr. Goldín en el año 1970. La misma fue publicada por la

RAP y participaron de ella profesores titulares de la carrera en la UBA.

María Luisa Siquier de Ocampo manifiesta: “En este momento para los psicólogos del

’70, hay modelos de psicólogos que permiten una mejor identificación que la que

tuvieron los estudiantes anteriores, que poseían como modelos otros profesionales, muy

valiosos, pero que evidentemente correspondían a otras profesiones”. (RAP 6, 70, p.

114).

La profesora Marta Berlín expresa: “Todos sabemos que el sello psicoanalítico, fue

producto de una etapa del proceso de nuestra formación profesional; me refiero a la

influencia de nuestras figuras de identificación; creo que esta influencia tuvo un altísimo

valor en su momento... pero también creo que hoy, metabolizadas esas influencias, nos

toca a nosotros ser figuras de identificación de las generaciones más jóvenes y sobre

todo, hacernos cargo de su problemática. (RAP 6, 70, p. 116).


En el año 1982, para el 25 Aniversario de la creación de la carrera de Psicología en la

UBA, Margarita Langleib dice que “... el psicoanálisis picaba nuestra curiosidad (...)

casi todos nuestros profesores eran médicos (...) el campo clínico era el más conocido”.

Aunque, en aquel momento, el psicólogo vino a cubrir necesidades concretas, “...

supimos detectarlas y responder”.

En la misma publicación, Malfé encuentra dos características centrales en la práctica de

la Psicología en la Argentina, una la masividad y otra la preponderancia psicoanalítica.

Cuestiona la soberbia psicoanalítica y el supuesto -muy instalado- de que la Psicología

fuera un vestigio del cual el Psicoanálisis tuviera que depurarse.

María Julia García recuerda en su trabajo que una de las principales fallas de la

formación fue el verbalismo, los denominados “trabajos prácticos” no eran tales, sólo

lecturas y comentarios de textos. Esta situación no parece haber cambiado mucho hasta

hoy en la percepción de los graduados entrevistados. También se refiere al clima con el

que se cursaba la carrera, después de la Noche de los Bastones Largos 4, la amenaza era

permanente, se temía el cierre de la facultad y el objetivo de todos, alumnos y

profesores, era que siguiera funcionando. Conviene recordar que la carrera se cerró

recién en el año 1974 y cuando volvió a abrirse al año siguiente, continúa la profesora

García, “... fue vaciada (...) era una cáscara vacía”, lo que trajo como consecuencia la

multiplicación de los grupos de estudio en una especie de facultad paralela.

Asimismo, conmemorando los veinticinco años de la creación de la carrera, Avelluto se

refiere a la paradoja en la que estaban inmersos los psicólogos: sus profesores eran

psicoanalistas y se proponían como modelos de identificación, sin embargo, les decían a

sus alumnos psicólogos que no podían ejercer el psicoanálisis, pues tal ejercicio sólo

estaba permitido para los miembros de la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina),

4
Se produce durante la denominada "Revolución Argentina", gobierno de facto de Juan Carlos Onganía,
quien interviene la Universidad y amenaza con el cierre de la carrera.
institución a la que los psicólogos no tenían acceso en aquella época. No obstante esos

profesores enseñaban psicoanálisis en la facultad y además supervisaban los trabajos

psicoanalíticos que hacían los alumnos, mientras en las aulas les decían que el psicólogo

sólo debía ocuparse de la prevención.

Avelluto señala las contradicciones entre la capacitación que estos profesionales

recibían, el requerimiento de la comunidad y la normativa legal. Son muy numerosos

los artículos que en la RAP se refieren a la ley 17.132 que prohibía ejercer la

psicoterapia y el psicoanálisis a los psicólogos. Este recuerdo está sumamente presente

en los/as psicólogos/as de más de veinticinco años de graduados y ha desaparecido

como representación en las/os recién egresados, los que manifiestan ahora, sin recuerdo

de aquellas luchas, que “... lo único legal para el psicólogo es ejercer la psicoterapia”.

Esta restricción del ejercicio profesional fue entrando en desuso aunque la legislación

no se cambió hasta 1985. El peso que tal normativa legal tuvo sólo pudo encontrarse en

la categoría de psicólogos/as de más de veinticinco años de graduación.

En distintos artículos, la RAP recuerdan la prohibición que hoy ya está olvidada. Uno

de ellos es el trabajo de Mauricio Knobel donde se pregunta por lo que denomina la

disposición psicoterapéutica y la capacitación científica de médicos y psicólogos. La

invasión en los campos profesionales era vivida como una amenaza, si bien se

subrayaba la necesidad de trabajar conjuntamente para mitigar el miedo. Otro artículo

de Félix Chaparro, interesado en el status legal del psicólogo, se explaya sobre las

comparaciones desventajosas con otros profesionales. Un trabajo de Harari y Musso,

también preocupados por la legislación, describen resistencias dentro y fuera del campo

de la disciplina para la continuidad de la restricción legal. Finalmente, Campo y

Rosencovich encuentran que “la reparación” sería la actividad por excelencia para el

psicólogo que puede hacer psicodiagnósticos pero no tratamientos.


Paralelamente, en las entrevistas realizadas, el Lic. Abel Langer5 recuerda que “la única

prohibición verdadera era la de poner chapa en el consultorio”, porque en los hospitales

algunos/as psicólogos/as hacían tratamientos y hasta tenían nombramientos. Su

prototeoría para explicar este estado de cosas refiere a la necesidad de mantener una

situación de control del poder y el dinero por parte de los “psicoanalistas oficiales”.

Entre algunos datos encontrados es llamativa la apreciación de Juana Danis acerca del

número creciente de alumnos de la carrera de Psicología en el año 1970: había 2.600

inscriptos. La psicóloga compara esta cifra con los primeros egresados en 1961: eran 40

estudiantes. Tomando en cuenta las cifras actuales alarmarse por ese número de

alumnos parece casi incomprensible.

En relación a la práctica de la disciplina, el profesor Bohoslavsky, hablando en 1970 de

los posibles cambios en las creencias y expectativas del psicólogo, augura el fin de la

lucha por el campo clínico y nuevas luchas por otros campos. En esta perspectiva,

describe a los ’60 caracterizados por la defensa del derecho al consultorio, pero espera

que en los ’70 se defiendan otros derechos del psicólogo. Los de estar en la calle, en la

fábrica, en la escuela, en distintos tipos de instituciones. Sin embargo, los datos

obtenidos en 1998 no muestran un cambio notable respecto del estereotipo del

psicólogo clínico, aunque ya, los pioneros que lucharon contra la hegemonía médica no

guardan mayores rencores.

Coincidentemente, la profesora Marta Berlín se ocupa para la misma época de la

superproducción de psicólogos y propone no seguir formando psicólogos para el diván.

Los trabajos de investigación que Litvinoff publica en la RAP, en 1970, cuando ya

hacía nueve años que había egresado de la U.B.A. la primera camada de psicólogos, no

exploraron representaciones sociales, sino aspectos cuantificables referidos variables

5
Se desea agradecer al Lic. Langer por su colaboración y el interés por comunicar todos aquellos temas
referidos a la práctica profesional de la disciplina.
que describían las condiciones materiales del ejercicio de la psicología en aquel

momento histórico. Los datos aportados por su encuesta parecieran seguir teniendo

vigencia en la fecha actual. Encontró que la atención clínica era el “modus vivendi”

típico de la profesión. La mayoría de los encuestados se sentían más gratificados en

otros aspectos que en el económico y los egresados más antiguos eran los que recibían

las mayores gratificaciones económicas.

En 1970, ya hablaba Litvinoff de la posibilidad de que el panorama ocupacional esté

cerrado a los nuevos psicólogos o bien, de un proceso normal de absorción algo lento. A

la vez, recomendaba la necesidad de encarar futuras investigaciones para conocer las

demandas sociales probables. Hasta el momento, la autora de este trabajo desconoce

informes en esta línea de investigación.

Respecto de las áreas de la psicología, los psicólogos encuestados por Litvinoff

manifestaban su deseo de poder trabajar en áreas no convencionales, lo que incluía el

amplio campo de la prevención y el trabajo comunitario. La psicología laboral estaba

considerada una de las peores tareas.

Estos datos de 1970 no parecen diferir demasiado de los encontrados en los grupos

focales de 1997/98. Aquellos/as mismos/as psicólogos/as que Litvinoff encuestara,

siguen haciendo clínica y viviendo de ella. Los/as graduados/as más actuales no aspiran

ya a tener tareas diferentes que la clínica, si bien siguen opinando que la prevención y lo

comunitario son tareas satisfactorias. Seguimos sin conocer las demandas sociales y la

atención clínica sigue siendo la práctica principal para la profesión.

El comienzo de los ’70 parece marcar una ruptura con la formación clásica

psicoanalítica, abundan los cuestionamientos ideológicos al psicoanálisis, parecen

ponerse de moda las terapias breves y se propone otro modelo de identificación al

psicólogo, el militante, el que para ser protagonista de cambios sociales debiera salir del
consultorio. Este movimiento tuvo corta vida en nuestro país por los hechos que

condujeron a una nueva dictadura militar en 19766.

Es llamativo que no haya cambiado la representación social de la práctica profesional,

dado que es posible encontrar a muchos que la desean y la anuncian, aunque por el

material obtenido hasta el momento se diría que con escasos resultados.

Se han encontrado importantes convergencias entre el material de los grupos de

discusión y las fuentes secundarias. Psicólogos/as como Malfé, Avelluto, Berlín, García,

entre otros/as, pertenecen potencialmente a la cuarta categoría de psicólogos/as de la

clasificación propuesta para la investigación.

Se encontró un discurso común y un deseo de cambio –desde la perspectiva de los/as

propios actores sociales– para los/as graduados/as de la década del `70, el que parece no

haberse concretado.

Se carece de material de fuentes secundarias para evaluar la convergencia de datos en

los grupos de psicólogos/as con menos años de graduados, como el primero y el

segundo. No obstante, podría afirmarse que la preocupación central de los mismos está

referida a su ingreso al mercado laboral. En sus representaciones ha desaparecido todo

lo que estuviera ligado a la restricción legal y a lo subversivo y peligroso de esta

profesión. Lo más peligroso en este momento sería no poder tener los suficientes

ingresos para vivir del ejercicio profesional.

En las entrevistas, el Lic. Langer opina que el conjunto de psicólogos no estaría muy

interesado en las cuestiones de su propia historia colectiva y –como prueba de ello-

refiere las dificultades padecidas por él y su equipo en el desarrollo de su programa de

investigación. El entrevistado insiste en la relevancia de conocer la historia local de la

6
El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional por la Junta Militar (Videla, Massera y
Agosti) que derrocó al gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón y se extendió entre 1976-
1983.
disciplina puesto que “... el psicoanálisis ya había dejado claro que lo que no se

recuerda, se repite”.

4. CONSIDERACIONES FINALES
La práctica profesional de la disciplina parece estar fuertemente anclada en la práctica

médica y psicoanalítica y objetivada en una ficcionalización del psicólogo/a luchando

para mantener o bien instalar un consultorio para la atención de pacientes privados. Se

han podido recorrer ciertos antecedentes históricos que han contribuido a producir en

nuestro país un tipo de práctica profesional característica, la que aún se sigue

reproduciendo.

No obstante debe señalarse que la combinación entre el abultado número de graduados

en nuestro país y el propósito que sostienen de realizar el mismo tipo de práctica

profesional podría generar como resultado una puerta muy estrecha por la que quieren

ingresar demasiados postulantes. Tal vez sea esta una de las explicaciones posibles para

comprender el desencanto y la frustración que se encontró en los grupos focales

conformados por profesionales que hace aproximadamente cinco años que egresaron de

la facultad y que, en función de los datos obtenidos, podrían ser calificados de grupo de

riesgo.

Asimismo, otro aspecto nodal para poner en consideración son los cambios por los que

ha atravesado nuestro país desde la graduación de los primeros psicólogos hasta la

fecha: Buenos Aires tal vez siga siendo la ciudad más psicoanalítica del mundo, pero en

un país crecientemente pauperizado a la largo de tres décadas, profesionales y usuarios

de una práctica profesional liberal se encuentran también atravesados por la crisis. En

este aspecto los servicios que puede ofrecer el/la psicólogo/a a una sociedad con las

características de la nuestra no deberían ser desestimados, en función de la cantidad

enorme de problemas que afectan a la salud de la comunidad. Contribuir a la búsqueda


de soluciones para los problemas comunitarios sería también una tarea para la

psicología, así como para otras disciplinas, sin embargo sería un importante punto de

partida que los psicólogos y las psicólogas puedan empezar a imaginar trayectos

profesionales diversos.

5. BIBLIOGRAFÍA
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