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APORTES A LA PSICOLOGÍA JURÍDICA:

DESARROLLOS DE NUEVOS PARADIGMAS A PARTIR


DEL ESTABLECIMIENTO DE CONCEPTOS ÉTICOS
EN LA ESPECIALIDAD

VARELA, Osvaldo; ÁLVAREZ, Héctor R.; SARMIENTO, Alfredo J.;


PULL, Stella Maris; REGUEIRA, Beatriz N.: IZCURRIA, María de los Ángeles

Tal vez sea en el campo de la psicología forense, el lugar donde se


juegan las más profundas concepciones éticas en la ciencia. Partiendo del
concepto de la psicología forense como imbricado en el campo del derecho,
que acude en su ayuda ante cuestiones pertenecientes al estricto discurso de
la psicología que no pueden ser abarcadas por la ciencia jurídica, y lo hace
a través de técnicas que le son propias, es éste el punto en el cual las
concepciones éticas comienzan a ponerse en juego y a delimitar la
intervención I.

Para su mejor comprensión, creo necesario exponer algunos conceptos


y contenidos básicos de la especialidad.
A ninguno escapa la gran influencia que imprime el todo legal respecto de
nuestra interrelación social; somos sujetos atravesados por un discurso legal
que nos delimita, nos marca lo que podemos y no podemos hacer, como una
especie de camino que nos contiene. Es de tal magnitud y fuerza este
discurso que se impone fuertemente en nuestro hacer diario y continuo, e
incluso nos organiza. No olvidemos que, según la teoría psicoanalítica, la
sociedad se funda en una prohibición, "la prohibición del incesto”1, y es ésta
tan fuerte que aparece y determina la organización social. De no existir esta
limitación, no sería posible la integración de los grupos sociales ni su
dinámica, pues sería como intentar practicar un juego en el cual no
existieran normas ni reglas; seguramente ninguno de los participantes sabría
qué hacer y se produciría una parálisis que no dejaría interactuar a sus
miembros, y, por ende, no habría avance ni desarrollo social.

Universidad del Aconcagua. Mendoza. 1992.


Así, pues, esas normas y reglas, necesarias en toda organización social, se
agrupan conformando las reglamentaciones del derecho (técnicamente
denominadas "Códigos”). También es importante agregar que la norma, por sí sola,
a partir de su solo enunciado, no impone la prohibición, no evita la comisión de la
conducta disvaliosa, y es por ello que aparece la vinculación con el enunciado de
“justicia”, que significa dar a cada uno lo suyo, lo que 1e corresponde, ni más ni
menos que lo justo, y, basado en esto, premiar las buenas conductas y castigar las
malas, y esto último hacerlo de tal manera que ese castigo sea ejemplificador,
además de funcionar como “amenaza”, es decir que el resto de la comunidad sepa
que a todo aquel que infrinja la ley se le va a aplicar el mismo castigo.
De esta manera, la psicología irrumpe en el derecho, para ayudar a éste en
su difícil tarea de hacer justicia. Pero como lo hace a requerimiento y convocatoria
del derecho, sus intervenciones deben ser muy puntuales y precisas. Y dado que,
además, participa de esas convocatorias en fueros muy diversos, debe hacerlo
también en variadas temáticas. Así, pues, en el fuero penal, los requerimientos
están orientados a determinar el estado psíquico de la persona acusada de la
comisión de un delito, analizando las alteraciones morbosas de las facultades,
estados de inconciencia patológica o insuficiencia de esas facultades pero
retrotrayéndonos al momento del hecho, y de tal manera que las alteraciones
anteriormente descriptas le hayan impedido la comprensión del ilícito y la
dirección de sus actos. Estas averiguaciones deben ser efectuadas mediante las
técnicas y estrategias que le son propias a la psicología y al psicólogo forense
convocado, pero también deben ser efectuadas dentro del máximo respeto por los
derechos personalísimos del sujeto periciado, es decir que nada de lo investigado
debe violentar la intimidad del sujeto respecto, básicamente, de cuestiones que no
le son propias a la cuestión jurídica que se ventila. Aquí comienza a aparecer el
bagaje ético que debe poner en juego el profesional de la psicología para poder
responder a los puntos de pericia requeridos por el tribunal, sin brindar mayor
información de la requerida (pudiendo violar de esa manera el secreto profesional
consagrado en su juramento y en la ley que regula su ejercicio profesional),

3 Código Penal de la.Nación Argentina, art. 34, inc. Io (inimputabilidad), Depalma, ,


Buenos Aires, 1998.
y también evitando el no suministrar toda la información requerida (pues podría
cometer el delito de ocultamiento de pruebas, también tipificado en el Código
respectivo). Pero en muchos casos abarcados en estas dos opciones, el psicólogo
no llega a cometer la conducta prohibida, porque el trabajo encomendado no es
vinculante y como tal el juez puede o no basar su veredicto en la información
suministrada (no llegando de esta manera a constituir la ofensa por no ser tomada
como prueba).
También puede darse el caso que, bajo las condiciónesele la entrevista
pericial psicológica, el sujeto informe al perito sobre circunstancias y episodios
del ilícito de! que se le acusa y de tal manera, ¿debe el perito consignar lo
manifestado por el periciado, aunque esto pueda constituir un perjuicio para él?, y
el no consignarlo, ¿puede ser lomado como un ocultamiento de prueba, aunque al
omitirlo no sea conocido por el juez, y por ende no exista una acusación forma!,
pero sí un problema ético- moral del psicólogo? Estas preguntas que aquí planteo,
sobre las cuales me he interrogado en otros escritos 4, constituyen para mí uno de
los lemas

4 ALVAREZ, H. R. - VARELA, O. H. - GREIF, D. 8., La práctica pericial en psicología forense. El

Eclipse. Buenos Aires, 1991.


a) Cabe hacer la salvedad que respecto del acto pericial psicológico para la determinación
del daño psíquico, es el sujeto periciado el cual, al sentirse ofendido, detona el proceso jurídico en
su carácter de actor, y como tal acepta el Sometimiento a esta prueba de investigación, podiendo
haber optado por no efectuarla, y por lo tanto debe probarla.
b) Cabe mencionar que las modernas teorías quitan el contenido de castigo en la condena
para reemplazarlo por "período de adoctrinamiento social", o la famosa "rehabilitación”. Pura el
autor, toda condena es un castigo que se constituye en venganza social contra el infractor, por la
acción disvaliosa comelidu. Más allá de no estar de acuerdo, desde lo ético, con este concepto, no
puedo dejar de reconocer que ésta es la concepción social más utilizada, y que es la que llevan
adelante la mayoría de los tribunales que son los encargados de hacer justicia.
c) El comillado de "enfermo" refiere puntualmente a un cuadro patológico tal que no
impida al sujeto la comprensión y dirección de los actos; si así fuera estaríamos en presencia de un
sujeto "inimputable", según las causales a que lince referencia cl art. 34, inc. I”, del Código Penal
Argentino, y por ende extraído del discurso penal y sometido al discurso médico n través de una
medida de seguridad conjunta.
d) La referencia a los estudios periciales como "no vinculantes" refiere al carácter no
obligatorio para el tribunal de tener que tomar como prueba obligatoria los resultados de la
investigación pericial, es decir que el juez puede tomar en cuenta o desechar esos resultados, en
algunos casos mediante dictamen fundado.
e) Es tal vez la única ley que solicita como tal el informe pericial psicológico, diferenciado
del informe médico e incluso del informe psiquiátrico.
f) La normativa legal actual intentó-constituirse en una normativa creíble, luego de los-ensayos
anteriores que oscilaban entre características demasiado punitivo-represi vas y otras jumamente
permisivas, no llegando en ningún caso a lograr como objetivo final el bien común, pasando por último a
constituirse en un '‘híbrido", que no brinda protección a ninguna de las partes: ni al sujeto adicto, pues no
le da alternativas de cambio. sustitución o comparación, ni a tu suciedad, pues no muestra ¡memos de
elaboración de cons mulos morales, tales que convenzan al enlomo del rechazo de la conducía disvaliosa.
más problemáticos con los que me he topado en mi práctica profesional,
y también es cierto que si recurro al enunciado legal, puedo tal vez tener una
suerte de procedimiento a realizar para no quedar atrapado en ese discurso. De
tal manera, puedo solicitar a Su Señoría el ser relevado del secreto profesional
para revelar cuestiones específicas que sólo pude averiguara través de mi tarea
profesional y dentro del contexto pericial, o puedo pedir al juez de la causa
autorización para brindar declaración testimonial sobre la cuestión que se
tramita, es decir, correrme de mi rol o función pericial para adquirir la
condición de testigo y como tal poder brindar testimonio sobre lo conocido.
Pero éstas no dejan de ser soluciones jurídicas y no posiciones éticas, las
cuales son el motivo de estas reflexiones.
Si nos referimos a otros fueros, podemos tomar, por ejemplo, el del
laboral, en el cual se ventilan cuestiones referidas a los conflictos laborales
entre panes, sobre iodo temas muy específicos y altamente dificultosos corno
el daño psíquico. Si bien es cierto que la determinación del daño psíquico
como lesión no crea problemas en cuanto a lo técnico, es decir que existe un
trabajo profesional específico para su concepción (lo cual no significa que sea
sencilla su delimitación, pero sí que la investigación que debemos realizar para
arribar a un resultado se resume en el desarrollo de una actividad profesional
específica referida ni daño psíquico). También es cierto que en esa
investigación movilizaremos al sujeto sobre cuestiones psíquicas profundas,
para él desconocidas, y por su carácter de tales no pueden ser previstas por el
evaluado, quien no puede establecer sobre ellas ningún tipo de censura.
Debemos nosotros, como profesionales, revelar estos contenidos
inconscientes, aun cuando ellos, pudiendo ser útiles para alcanzar los objetivos
jurídicos del pleito laboral pueden ser perjudiciales para la salud psíquica del
entrevistado? Y aquí existe el mismo planteo anterior: no cabe duda de que la
pretensión jurídica, que es llevada adelante por el particular damnificado,
pretende la determinación del daño psíquico como tal, incluso cuanto mayor
sea el porcentual de la incapacidad sufrida, proporcionalmente mayor será el
monto económico pretendido en la demanda; tal es así que, ante algunos
litigios en los cuales la ofensa se aprecia determinada per se, la parte
demandada batalla para minimizar el daño, y la parte demandante intenta lo
probatoria por la determinación del mayor daño posible. Pero, ¿debe alguien
alertar sobre los daños posteriores que se pueden producir en el sujeto
producto de la movilización psíquica producida?, ¿debe el profesional sugerir
la conveniencia o no de continuar llevando adelante la litis, aun sabiendo los
perjuicios que de ella se van a derivar? Estas cuestiones, por el carácter no
vinculante ya explicado, y por las condiciones de privacidad que requiere el
litigio civil, nos están eximidas y no son materia de reclamo legal, pero sí son
cuestiones de la más pura ética en la profesión.

Y ya que detallamos los fueros anteriores, no podemos olvidar los fueros


de participación específica de los psicólogos, que tal vez sean los de mayor
intervención cuantitativa en la tarea: ellos son el civil, y el de menores, y los
tribunales de familia, cada uno de ellos con problemáticas diferentes, pero con
una importancia radical en la participación del perito psicólogo en ellos. De
tal manera, cuando incursionamos, por ejemplo, en el derecho civil, Ja
convocatoria se realiza casi siempre en referencia al daño psíquico que
presenta una persona accidentada por culpa o responsabilidad de un tercero,
el cual es demandado por esa causa. Existen diversas teorías a este respecto;
una de ellas es la que expone el daño psíquico como existente por el solo efecto
y presencia del daño físico, es decir que, luego de producida la lesión, su
correlato psíquico continúa existiendo y es la parte demandada quien debe
probar que el daño no es tal, pero, por supuesto, este fundamento invierte la
carga de la prueba, es decir que se rompe el concepto que dice que el que acusa
está obligado a probar la acusación; en este caso, y de forma muy similar a los
delitos de milla praxis, se cumple esta cuestión. Éste tema fue profundamente
abordado por el Dr. Hernán Daray, quien en su calidad de abogado y psicólogo
supo imbricar conceptos comunes a las dos ciencias Pero al abordar estas
cuestiones, y en aras de arribar a un diagnóstico preciso, muchas veces
debemos ahondar en contenidos personales del sujeto, que casi siempre no es
consciente de estar suministrándolos. Tomemos por caso uno de daño
psíquico, en el cual se debe determinar si el daño que sufre es producto del
accidente sufrido, o era preexistente al episodio, o incluso, existiendo, se vio
agravado por el suceso. ¿Corresponde al perito la descripción detallada y
minuciosa de los 2 episodios anteriores a la producción de los hechos que
realmente fueron la causa principal de lo acontecido, y éstos sí son materia de
peritación? Estamos revelando contenidos que son ajenos a la causa que se
perita. Nadie discute que, de haber causas preexistentes ni suceso, éstas deben
ser enunciadas, pero: ¿deben ser detalladas en forma pormenorizada? A los
efectos de la valoración jurídica, sí. Pero ¿no podrán ser suministradas a Su
Señoría de forma reservada, tal que se proteja la intimidad del sujeto que
demanda? Cuestiones muy similares se están tratando hoy en día en temáticas

2 DARAY, Hernán, Daño psíquico, Astrea. Buenos Aires. 1994.


de violación de menores, corrupción e incluso abusos deshonestos y otros, en
los cuales, si bien se está protegiendo la salud mental del acusador
(básicamente por tratarse de menores de edad), estas protecciones tal vez
podrían cercenar el derecho a la defensa de los acusados. Muchos de estos
planteos son abordados y dirimidos por el discurso jurídico, pero esto no es
suficiente para evitarnos a nosotros, como psicólogos, el planteo ético de
analizar y preguntarnos sobre determinadas conductas que nos son propias.
Y adentrándonos un poco más en el tema del derecho de menores, no
podemos dejar de tener en cuenta las convocatorias de que somos objeto en los
casos en que se debe determinar, ante una separación conyugal, quién será el
progenitor que quedará al cuidado y guarda del o los niños. Es cierto que, en
algunos casos, y como norma general, suele decirse que los hijos quedan al cuidado
de la madre, y que al padre le corresponde un régimen amplio de visitas. Y también
por regla general es el padre el encargado de suministrar el sustento económico a
su descendencia. Pues bien, si es cierto que esto puede ser así, no es menos cierto
que no se puede tomar el planteo citado como norma general sin merecer un
detallado y minucioso análisis, dentro del cual cobra una importancia sobresaliente
el análisis psicológico, y, por tanto, ¿qué importancia le daremos al deseo y a la
voluntad de los menores?, es decir: ¿podrán los menores resolver con cuál de los
progenitores deben quedarse? ¿Podemos los examinadores determinar quién de los
padres es el más apto para permanecer al cuidado de sus hijos, invalidando la
conducta en el otro? Hace años escribí un ensayo 3 en el cual planteaba el rol que
debía cumplir el psicólogo forense ante los pleitos de familia, en los cuales se veía
con claridad la utilización por parte de ambos progenitores de su prole, para
conseguir una suerte de venganza agresiva contra el otro, sin importar el daño que
le pudieran ocasionar a sus hijos. Y en muchos casos la utilización de los niños era
de tal magnitud que producía en ellos un sentimiento de rencor y desprecio tan
grande que promovía no sólo la separación de ambos, sino también huellas
mnémicas tan profundas y conflictivas que condicionaban su vida afectiva adulta.
En estos casos constituye un planteo ético válido el que el profesional psicólogo
forense pueda, a través de su intervención, explicitar al juez los riesgos de llevar
adelante el litigio, ya que tal vez desde lo jurídico no haya lugar a dudas sobre su
prosecusión e incluso no se le deje más alternativa al juez que continuarlo, aun a
costa del daño psicológico consecuente.
Es claro que los cuestionamientos éticos, en su gran mayoría, no son
resueltos de manera satisfactoria por las soluciones o alternativas que brindan las

3 VARELA, O. H. - ÁLVAREZ, H. R. - SARMIENTO, J. A., “El rol del psicólogo forense ante la

lúis". en Psicología forense, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1999.


ciencias en las cuales intervienen. Más allá de poder o no, ¿debe un psicólogo
abordar terapéuticamente a un sujeto que no requiere su intervención? Éste es uno
de los principales planteos éticos al que nos enfrentamos los psicólogos, de manera
excluyente, en el fuero penal. Hasta hace no muchos años, el trabajo del psicólogo
en las unidades carcelarias mostraba en su vértice terapéutico el condicionamiento
del tratamiento compulsivo 7. Así, pues, no se brindaba tratamiento —a excepción
de que fuera solicitado por el interesado—a los procesados, pero en cuanto a los
condenados, este tratamiento era compulsivo u obligatorio. De tal manera, se nos
enfrentaba a varias encrucijadas: Si sólo debía recibir tratamiento psicoterapéutico
obligatorio el sujeto condenado por delito y no así el sujeto procesado, cabe
preguntarnos si estamos considerando el principio de inocencia del sujeto
procesado como carencia de patología, y, contrariamente, su condena como
existencia de tal y, por ende, el sujeto como pasible de recibir un tratamiento
curativo; pero, de ser así, ¿no estaríamos condenando (tal es el caso de la condena
privativa de libertad) a determinada cantidad de años de prisión a un sujeto
“enfermo”?8, y, si así fuera, ¿si la cesación de las causales de su enfermedad y, lo
que es más importante, de las características que hacían que lo considerásemos
peligroso para sí o para terceros, desaparecieran, esto haría, por sí solo, que
desapareciera el tiempo puntual de la sentencia condenatoria, reemplazándolo por
una pena más benigna o incluso otorgándosele la libertad? Evidentemente es un
punto que crea profundas controversias y que plantea un quiebre entre ambos
discursos, el jurídico y el psicológico.
I Pero lo que es más importante, esto obliga al psicólogo forense a una toma de posición
ética respecto del conflicto de intereses jurídico o psicológico, posición que debe ser lomada, a mi
entender, respetando los derechos personalísimos del sujeto a tratar, que a partir de ese momento
se convertirá en pacióme, y. como tal. se le deben todas las consideraciones de cualquier paciente
de consultorio privado (respeto por sus horarios y tiempo de consulta, respeto y privacidad de los
contenidos analíticos. respeto del secreto profesional, etc.). Debemos tener en claro—y esto no es
sencillo de afrontar, no siempre por causas internas del terapeuta— que. aunque recibamos un
reconocimiento salarial por parte del Estado, nuestro rol profesional no está condicionado por éste,
sino que obedece a convicciones éticas que debemos plantear o hacer respetar por sobre ese
“patrón" que muchas veces exige de nosotros acciones contrapuestas a los intereses que debemos
obedecer desde lo profesional. Si no estamos preparados con una férrea convicción para hacer valer
nuestros principios éticos y morales, no estamos preparados para trabajar en este ámbito. VARELA,
O. H. y olrus, “Instituciones Cerradas", obra diada.
II Código Penal de la Nación Argentina, Depalma. Buenos Aires, 1998.
Al ser cada vez más reconocida y valorada la ciencia psicológica como
tal por el derecho, la convocatoria que éste le realiza es cada vez mayor, tanto
de forma cuantitativa como cualitativa, y. por supuesto, siempre condiciona y
demarca su actuar en cuestiones determinadas y concretas como las detalladas
más arriba. Pero en algunas cuestiones se deja un abanico mayor de.
posibilidades para ser presentadas por la psicología: tal es el caso de lo que
definiríamos modernamente como psicología del testimonio abarcando a los
testigos, en especial menores de edad, a los acusados, a los peritos, e incluso
a los jurados. Estos conceptos no son nuevos; ya en la Antigüedad fue una
preocupación de los juristas el no cometer errores respecto de los
juzgamientos, es decir, encontrar a los verdaderos responsables de los ilícitos,
máxime teniendo en cuenta que bis penas que se aplicaban no tenían
posibilidad de enmienda (tal el caso de las penas de tormentos e incluso las de
muerte en las llamadas "mil formas”) De esta manera, mediante un ingenioso
constructo jurídico se depositaba la responsabilidad de la ejecución en las
creencias divinas, a través de lo que se llamó "El juicio de Dios". Aquel
individuo que, perteneciendo a clases sociales superiores (militares, por
ejemplo), era responsabilizado por un ilícito,, podía pedir que en defensa de
su honor y la verdad, se le permitiera enfrentar al caballero que la Corte
designara para encontrar la verdad a través de la llamada “justa”
(enfrentamiento entre ambos con espada). Notemos aquí que si bien el juicio
de los hombres existió, la responsabilidad de la ejecución de la pena no era
responsabilidad de éstos, y era depositada en Dios, quien en definitiva decidía
el castigo o la redención, (perdón), como forma de evitar tamaño compromiso.
Este ejemplo, que se apreciaba en su forma más pura en la Antigüedad, se
continuó trasmitiendo a lo largo de las épocas, lomando otras formas pero
respetando el contenido profundo de la cuestión, es decir, la proyección y el
desplazamiento de la responsabilidad. Y de esta forma, en la actualidad nos
encontramos con las llamadas pruebas periciales, que si bien son estudios “no
vinculantes", son líneas investigativas que ensaya el juez para la construcción
de la prueba. Por ejemplo. nos encontramos con un estudio pericial
psicológico obligatorio consagrado en la Ley de Estupefacientes vigente en la
actualidad y un tratamiento compulsivo, a través de un enunciado que pide el
estado psicológico del sujeto acusado de un delito bajo el efecto de drogas o
para suministrárselas, a fin de determinar el grado de compromiso con éstas
(es decir, si se trata de un uso ocasional, abuso del tóxico o dependencia del
mismo), y de esa manera establecer el tratamiento adecuado; pero, si el sujeto
tratado no presenta mejoría de su cuadro en un lapso prudencial, y este fracaso
se debe a su falta de colaboración, la medida curativa será suspendida y la
persona será sometida n un proceso judicial regular. Aquí, pues, surge el
planteo ético, cuando la justicia solicita al psicólogo un informe psicológico
que, teniendo en cuenta los efectos que puede producir, parece más que un
estudio pericial específico una especie de sentencia sobre aquel que fue
durante ese tiempo nuestro paciente. Y estas alternativas vuelven a
conducirnos a un nuevo interrogante ético. Sin lugar a dudas, nuestro informe
debe ser confeccionado con el rigor científico y la honestidad de pensamiento
que caracteriza al quehacer psicológico, pero un diagnóstico que pueda ser
interpretado por la justicia como negativo, automáticamente pondría en
funcionamiento la maquinaria ilegal que arrancaría al sujeto del discurso
terapéutico (curativo) y lo incluiría en la legal (punitivo), con las
consecuencias del proceso penal y un eventual castigo.

Por supuesto que no intento, en este escrito, agotar todas las alternativas
qué presenta Ja especialidad, en la que cada colega debe plantearse su actuar
conforme a normativas ético-morales claras y contundentes. De hecho, esto
sería imposible, pues nos obligaría a emitir normativas tan numerosas y
específicas para que a cada problema particular se impusiera una y sólo una forma
de solución, sin el abanico de posibilidades que enriquecen la toma de decisiones,
y también impediría la formación normativa del colega a través de la experiencia
individual. Pero sí intento alertar al profesional psicólogo sobre la tarea en una
especialidad compleja y problemática corno es la forense, donde al
entrecruzamiento de los dos discursos ya expuestos (el legal y el psicológico)
debemos sumar, como Una suerte de encrucijada científica, los discursos médico-
clínicos clásicos, psiquiátrico positivista, psicoanalítico y otros de impacto
múltiple, mezclando posiciones científicas, técnicas y éticas. Creo, que la única
respuesta válida como intento de solución es la formación sistemática, constante y
profunda del colega en los ámbitos específicos. Cuanto mayor sea el conocimiento
del ámbito, más fácil será la inserción científica, y a través de ella podremos definir
posiciones éticas con mayor precisión y corrección.
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