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Sobre el campo de la Psicología Forense

La etimología de la psicología Forense surge del Foro: “Plaza de las antiguas ciudades
romanas donde se celebran los juicios. Sitio donde los tribunales oían y determinaban las
causas”. Es así que determina no solo el espacio físico sino también la función que desde
allí se origina. La plaza en aquellos tiempos se transformó en el lugar donde se trataban
los asuntos públicos y en la cual juzgaban las causas. Con el paso del tiempo la acepción
del vocablo fue variando hasta hoy en día que se define al Foro como el “Lugar en que
los tribunales de justicia oyen y fallan las causas”, el término fue perdiendo
“materialidad” y adquiriendo peso “simbólico” al devenir un ámbito válido dotado de
potestad, donde la cultura y la sociedad establecen la Norma reguladora de la conducta
social de las personas. Es el lugar dedicado a los jueces para administrar y pronunciar
sentencias, la potestad habilita a quien ocupe el lugar de juez a oír y fallar o juzgar y
sentenciar sobre hechos tipificados en el código en un determinado territorio, lo que
conforma la Potestad Jurisdiccional. Ésta es ejercida tanto sobre la “litis” que el juez oye
como sobre las personas en quien recae la sentencia. Por lo que tanto la Litis como la
persona son sometidas a la Potestad Jurisdiccional y esta última es retenida sobre su
dominio hasta que la sentencia es cumplida. Es de suma importancia tener en cuenta un
presupuesto básico que alcanza tanto al “juzgar” como al “sentenciar”. Éste lo constituye
la naturaleza en cuanto es cultura producida por la misma interacción social, en la medida
en que evoluciona la Sociedad, evoluciona a su vez el Derecho. Esto ha sido posible
debido a que las fuentes del Derecho y que el juez emplea son cuatro. Dos de ellas
estáticas, como son la costumbre y la ley, y dos dinámicas como es la Jurisprudencia y la
Doctrina. De este modo es posible observar como el desarrollo de la Cultura complejizó
la función del Juez en sus dos fases:
En la Faz “oír” complejizo su juicio necesitando requerir de la escucha técnica, para
evaluar tanto la Litis como la Capacidad Jurídica de la persona involucrada en la misma.
En la Faz “Fallar” complejizó la naturaleza y los alcances de la sanción inherente a toda
Sentencia que recae sobre las personas.
Oír sobre la Capacidad Jurídica de la persona, involucra evaluar la Capacidad o
Discapacidad psicológica de la misma, tanto como Fallar sobre una persona involucra
identificar la discapacidad y sentenciar los medios para su remoción. En ambas fases está
convocada la respuesta psicológica periférica.
Así volviendo a lo anterior, foro sería ese espacio simbólico que instituye esta práctica,
Psicología Forense, espacio de demanda institucional y referente discursivo particular,
Forense: “perteneciente al foro, el que ejerce sus funciones por delegación judicial”.
Alguna de las instituciones en las que se desarrolla son: el poder judicial, unidades
carcelarias, instituto de menores, patronatos de liberados.
La psicología jurídica corresponde al ámbito del trabajo del psicólogo que, con planteos
y métodos propios de abordaje, se encuentra con escenarios de cruces con el discurso
jurídico. Es un campo en el que se articulan diversos saberes, allí convergen saberes de
la psicología clínica, institucional, social, evolutiva, de familia y pareja y de
psicopatología. Se realizan diferentes tipos de intervención, diagnóstica, de prevención,
de asesoramiento, de orientación y seguimiento y asistenciales de aquellos fenómenos
psicológicos y sociales que inciden en el comportamiento jurídico de las personas en el
ámbito del Derecho, la Ley y la Justicia. Opera como auxiliar del derecho.
En este entrecruzamiento de disciplinas se ponen en juego diversas dificultades en la
articulación. Hay un enclave de dos discursos, jurídico de lo universal y psicológico de
lo singular. Entelman 1982, busca las intersecciones entre los discursos del psicoanálisis
y del derecho. Manifiesta que éste último, en tanto discurso que ejerce el poder, lleva
centenares de años perfeccionando sus cualidades de discurso estructurador de la
institución social. El discurso jurídico implemento el ejercicio del poder social mediante
el secreto y el silencio distribuyendo con el poder la palabra, cuidando que no sean dichas
aquellas cosas que no deben decirse, y recortando las conductas sociales. Es un discurso
que en forma más sistemática acarrea los silencios necesarios para excluir el deseo, es
decir que regula también los silencios, los lugares de clausura, hay un ocultamiento de lo
social y el conflicto. Es un discurso altamente codificado que requiere de una relectura
capaz de re-descifrar tales códigos y de iluminar los mecanismos del ejercicio del poder
social. A su vez la teoría psicoanalítica se ocupa también del poder, pero de manera
distinta. El punto en el que el poder se fusiona con el deseo. Pero requiere también
acceder, mediante el discurso que ejerce el poder, a la institución social, a fin de contribuir
a la descripción de las relaciones entre los que mandan y los que obedecen. Esto no debe
implicar un sometimiento de una ciencia sobre otra, ya que generaría peligrosos
corrimientos de lugares, sino justamente de buscar la interdisciplinariedad. Implica partir
de la aplicación de categorías y conceptos de distinta entidad científica articulando ambos
discursos, en una intersección. Si estos dos discursos no logran entrecruzarse y se
mantienen en oposición los obstáculos conceptuales se transforman en dificultades
prácticas.

La psicología jurídica como respuesta, cuestionamientos éticos.

Siguiendo con el punto anterior hay que remarcar que la psicología jurídica como
respuesta lo es a una demanda social que recibe, diferenciándose así de lo que sucede en
la psicología clínica en donde la demanda es en general de la persona que consulta. En
este sentido el psicólogo debe generar un lugar para poder realizar la operatoria que le
permita su respuesta psicológica. Es importante tener en cuenta esto, al menos en un doble
sentido, en primer lugar, porque a veces cuando por ejemplo el psicólogo realiza pericias,
se lo suele tomar común testigo calificado, lo cual sería erróneo ya que la tarea es clara
en este sentido: ser un asesor desde su disciplina específica y no la de ser un testigo a
posteriori del hecho en cuestión, somos en todo caso testigos de un relato y no de un
hecho, testigos de un decir y no de un hacer. En segundo lugar, al atender a una persona
que es traída, debe generar la situación para que ésta sea artífice de su acto, sino el
psicólogo se convierte en un gestor, actuando en espejo con una de las concepciones del
discurso jurídico. Por esto, el modo en que el psicólogo realizará su tarea será, desde su
discurso disciplinar según el campo epistémico en el que se posicione. Aquí debemos
hacer un alto para referirnos a un tema crucial en todo ejercicio profesional en general y
en este caso en el del psicólogo forense en particular que es, el cuestionamiento ético.
Para poder referirnos a esto considero necesario referirnos al concepto de ética general.
La ética se configura como rama de la filosofía, cuyo objeto son los juicios de valor sobre
las acciones humanas. Trata de los actos humanos, de aquellos que son realizados por los
hombres como seres racionales y libres, con ausencia de todo impedimento o coacción
externos. La obligación del psicólogo de respetar los principios éticos debe cumplirse en
cualquier ámbito que se desarrolle. Esta se encuentra regulada por documentos legales,
que orientan la práctica, que la condicionan, que le dan forma. Esos documentos son la
Ley 23.277, de Ejercicio Profesional de la Psicología sancionada en 1985, se pronuncia
acerca de lineamientos generales de la profesión y posibilita el trabajo del psicólogo en
forma autónoma y a nivel nacional. Allí detalla el ámbito y autoridad de aplicación, las
condiciones para su ejercicio, inhabilidades e incompatibilidades, derechos y
obligaciones y por último las prohibiciones. Antes del dictado de tal norma, la praxis
autónoma de los psicólogos se desarrollaba fuera del marco normativo. En ese entonces
se encontraba vigente la ley 17.132 de “normas para el ejercicio de la medicina,
odontología y actividades de colaboración”, donde los psicólogos eran auxiliares de la
psiquiatría. Por otro lado el Código de Ética de la Asociación de Psicólogos de la
Provincia de Buenos Aires, El propósito de este es proporcionar reglas de conducta
profesional que puedan ser aplicadas por la Asociación de psicólogos de Buenos Aires y
otros organismos que quieran adoptarla. Los psicólogos deben considerar este código de
ética además de las leyes vigentes. No podemos desconocer la importancia que tiene para
nuestra profesión actuar éticamente, el comportamiento ético y el resguardo del secreto
profesional son los pilares de nuestra profesión.
Sin embargo, en algunos ámbitos de la justicia se considera que el juez tiene la potestad
de poder eximir a los profesionales de la psicología del secreto profesional aferrándose al
concepto de “justa causa”, cabe preguntarse aquí, ¿Para quién, para el juez que necesita
asegurarse en su íntima convicción o para el profesional que, tomando conocimiento del
hecho, debe evaluar si existe un motivo suficientemente grave como para transgredir el
secreto?, cuando se alega “necesidad para la causa” ¿Esto es una justa causa para romper
el secreto profesional de un perito?, estas necesidades de la causa ¿Deben ser satisfechas
con el incumplimiento de normas éticas de otras profesiones? A su vez suelen presentarse
muchas situaciones en el ámbito de la psicología forense en que los psicólogos deben
reconocer límites a la certeza con la que se pueden hacer diagnósticos, juicios y
predicciones acerca de los individuos. Creo que este es uno de los puntos fundamentales
a tener en cuenta por el psicólogo en el ámbito judicial; ya que tiene que ver con un
cuestionamiento ético el proceder ante las situaciones en las que nos solicita aseverar
enunciados “verdaderos” o “certeros”. Los cuestionamientos aquí son similares a los
recién expuestos, ¿Debe el profesional psicólogo responder obedeciendo tajantemente la
demanda del juez para “satisfacerlo”? Creo que es importante que el psicólogo pueda
posicionarse en un rol en donde realiza su tarea sin condicionantes, reconociendo que no
se puede dar una respuesta a cuestionamientos tan finos, explicando y poniendo a
disposición los fundamentos científicos, mostrando que existen limitaciones en nuestro
proceder. Un error muy frecuente es el de creer que el perito es empleado del juez y por
ello le debe lealtad. El perito solo le debe lealtad a su profesión, y por ende a todas las
normas y comportamientos éticos que la rijan. Tomaré a Carlos Gutiérrez, quien en su
artículo “Ética: La Causa del Psicólogo Forense”, toma lo dicho por Fernando Ramírez
en “De la ética” refiriendo que Ramírez releva, con lo allí dicho, de cualquier obligación
ética al psicólogo en relación al secreto profesional, para adecuarse a lo que el juez exige
necesario para el proceso. “La función del Psicólogo debe remitirse a cumplir su trabajo
sin pretensiones y elevar el informe requerido sin otro condicionamiento que el criterio
profesional”. Gutiérrez responde a esto diciendo que el psicólogo sólo tiene una
obligación, y no dos. Su obligación tiene que ver con respetar los principios éticos,
evitando que los mismos queden subordinados a una petición del juez y que queden
subordinados a favorecer a una u otra parte del litigio.
Uno de los ámbitos dentro de lo Forense donde se pone muchas veces en juego el
cuestionamiento ético es en las diversas problemáticas que involucran a niños, niñas y
adolescentes. Guadalupe Alvarez reflexiona acerca de esto en el libro de Manuel Rubio,
Psicología jurídica-forense y psicoanálisis de Manuel Rubio, 2010. Toma la afirmación
de Legendre donde plantea “la necesidad de diferenciar el contenido del discurso, del
lugar desde donde se actúa el discurso”, la posibilidad de captar esa diferencia constituye
uno de los puntos de partida para la autora, y al cual adhiero a la hora de reflexionar acerca
de los supuestos implícitos que sostienen la intervención profesional. Al hablar de
intervención se hace refiriéndose al caso a caso, desalentando todo propósito de establecer
modelos fijos de intervención aplicables a las diversas situaciones de vulneración de los
derechos en el ámbito de la niñez (más adelante se retomaran y detallaran estos derechos).
Reconocer que cada intervención es singular, presupone involucrar al profesional que
tiene a su cargo la tarea en ese ámbito. Esta dimensión para Alvarez posibilita establecer
un lugar de interrogación sobre cómo se articula en cada quien lo infantil, en tanto
historicidad, que en su devenir, explicita posiciones subjetivas, que implícitas en cada
intervención dejan su marca. El profesional no se encuentra allí al modo de un observador
participante, sino que se haya involucrado en ese encuentro que toda intervención supone
y requiere. En este sentido, desde el campo de la escucha se hace imprescindible
reflexionar acerca de las cuestiones que atraviesan al profesional, preguntas que
acompañan la práctica. ¿Desde qué lugar se interviene? ¿Cuál es la distancia que existe
entre la concepción del niño y el niño junto al cual se interviene? ¿Qué significa escuchar
a un niño?, ¿Escuchamos al niño o joven aislado en situación o somos capaces de escuchar
más allá de su discurso y teniendo en cuenta una historia?

Niños y adolescentes frente a la justicia

En Argentina se crea en 1938, el fuero especializado en menores en la Provincia de


Buenos Aires. Luego de unos años se establece que cada juez de menores deberá ser
asistido por un equipo interdisciplinario formado por médicos, psicólogos y asistentes
sociales. Amplia propuesta de intervención la cual incluye delitos cometidos por menores
(área penal), situaciones irregulares de los mismos (área asistencial), procedimientos
vinculados con la estructura familiar (área civil). Es decir niños y adolescentes bajo
disposición judicial. El niño, los adolescentes y sus padres llegan generalmente con un
primer diagnóstico aportado por la institución.
Se ponen en juego diversos mitos institucionales en este primer diagnóstico, el mito de lo
orgánico, el de tal palo tal astilla, el de la institucionalización, el de la correspondencia
univoca delito-personalidad, etc. A su vez surgen palabras que encasillan a las personas
cosificándolas en palabras tales como “golpeador”, “degenerado”, “asesino”,
“abandonado”, etc. Es necesario poder dejar de lado esto para poder escuchar sus nombres
y sus historias. Todo el imaginario institucional entra en juego, los mitos individuales y
sociales acerca del sagrado amor parental y el paraíso de la infancia y adolescencia caen.
En el trabajo con niños y adolescentes no se trata con pacientes si no con aquellos que no
vienen a atenderse, son menores cuyos actos hacen síntomas en otros (familiares,
instituciones) pero de los que ellos en un principio no se quejan. Por lo que como se dijo
al principio de este trabajo, contamos en nuestra practica con una delimitación del campo
de lo jurídico, por la demanda institucional y la, generalmente ausente, demanda del
sujeto. Es allí donde es de suma importancia cuestionarse acerca de la ética.
Nuevamente nos enfrentamos a la ardua tarea la de poder delimitar cuales preguntas
corresponde a nuestra disciplina y cuáles no. ¿Qué debemos decir y que debemos callar
amparados en el secreto profesional? ¿Hasta dónde debemos y podemos intervenir?
Muchas veces las ideas judiciales de la familia, el niño, la moral y la sexualidad operan
como obstáculos produciendo una ideologización de la práctica. Expuestos a situaciones
sociales devastadoras, a la marginalidad tanto de la pobreza como de la locura, se espera
que escuchemos a la necesidad y no al deseo. No escuchar el deseo es una forma de
marginar y tenemos el deber ético de no hacerlo. Trabajar en tribunal de menores implica
enfrentarse con las mayores heridas narcisistas, con la violencia en el acto individual y a
veces con la violencia en el acto institucional, violencia en la puesta en juego del discurso
del poder. Es presenciar una y otra vez las fantasías más primarias (seducción y
abandono). Como se dijo anteriormente los mitos sociales y personales acerca del amor
parental se fracturan, aquí el niño no es su majestad él bebe sino el niño golpeado,
abandonado, delincuente.
Como mencionamos anteriormente en esta tarea y frente a cada caso, para el discurso
psicológico la singularidad del caso es esencial. Por lo que es importante plantear cual es
nuestro posicionamiento frente al caso-causa. ¿Leeremos la causa-expediente o
trataremos de leer el otro texto, la otra causa? La causa dentro de la causa, la causa de los
niños, de los adolescentes, de la familia. La diferencia con la causa-expediente esta puesta
en la escucha y en el para qué se escucha. El psicólogo se espera que habilite las
condiciones necesarias para que el joven despliegue su subjetividad, para que se abra paso
la instancia simbólica, para escuchar lo que tiene para decir sin prejuicios ni juzgamientos.
Generalmente se trae a los niños o adolescentes por un “muy”, un exceso que es una falta.
Aquí se presenta una paradoja: un exceso que es una falta y una falta que es exceso de
descarga pulsional, de reducción del otro a la categoría de suministro, exceso de afectos
desbordantes, arrasadores, de caer, caminar al borde del abismo y volver a caer. Si no se
tiene en cuenta esta última parte del par paradójico se trabajaría únicamente con la
dimensión de la falta en lo jurídico. No solo hay que limitar un acto para que no se
produzca otro mayor, sino favorecer el pensamiento para que en lugar del acto aparezca
la palabra. Aquí estaríamos en el campo de la prevención. Escuchando la otra causa, la
otra escena trabajamos en el sentido de que el acto se haga palabra y se abra a otro espacio
distinto del judicial.

Los derechos del niño y la ley 12.607 de protección integral de los derechos del niño
y del joven.

La Convención sobre los derechos del niño es el tratado internacional multilateral que
reconoce y garantiza los derechos específicos de los niños, niñas y adolescentes, la misma
se suscribió en Asamblea General en el año 1989. La República Argentina, por la ley
23849 aprobó la convención. En el año 1994 se le otorga jerarquía constitucional. Todo
el sistema de protección que consagra la ley de protección integral de los derechos del
niño y el joven se encuentra atravesado por la los principios de la Convención sobre los
Derechos del Niño, principalmente el del interés superior del niño, el de la inclusión de
la opinión del niño o adolescente en aquellos asuntos que incluyan el fortalecimiento del
rol de la familia, garantizar la privacidad del niño y su familia, procurar mantener al niño
o adolescente dentro de su núcleo familiar, garantizar la asistencia jurídica, que la
privación de la libertad en cuestiones penales sea la última opción, dentro de otras. Es
decir que se rompe el paradigma en que los menores son tenidos como objetos de
compasión, tutela y represión para considerarlos sujetos plenos de derechos. La ley
23.849 cambia el eje de la situación irregular del menor al de protección integral del niño.
Se deja de hablar de situación de riesgo y abandono moral o material en los niños para
pasar a hablar de derechos vulnerados. Deroga la norma del patronato y obliga al estado
a ejercer las responsabilidades y garantizar los derechos de los menores, es promotor del
bienestar de los mismos implementando políticas sociales básicas, asistenciales o de
protección planificadas con participación de la comunidad. Se orienta al fortalecimiento
de la familia ante amenaza o violación de derechos del niño, la institucionalización como
última opción a diferencia de la doctrina de la situación irregular donde se tenía la
institucionalización como regla. Lo mismo ocurre con la privación de la libertad en la
cual en este último modelo se puede privar al niño de la libertad por tiempo indeterminado
o restringir sus derechos solo por su situación socio-económica. En la doctrina de la
protección integral la privación de la libertad se tiene en cuenta únicamente como
excepción, se puede privar de la libertad o restringir los derechos del niño solo si ha
cometido infracción grave y reiterada a la ley penal. El juez tiene la obligación de oír al
niño y/o adolescente autor de delito, quien a su vez, tiene derecho a tener un defensor un
debido proceso, como se dijo anteriormente, con todas las garantías y no puede ser
privado de su libertad si no es culpable. En caso contrario el juez aplicara medidas
alternativas de acuerdo a la gravedad del delito, a diferencia de la capacidad de tomar la
medida que le parezca, en general la internación, y por tiempo indeterminado. Ahora las
medidas son diferentes a la internación, de carácter educativo, amonestación, trabajo
solidario, obligación a reparar el daño, libertad asistida. El tiempo de estas medidas será
determinado y con revisión periódica.

La delincuencia juvenil

La conducta delictiva y la conducta antisocial de los jóvenes son temas que se tratan hace
muchos años. A medida que las sociedades han ido evolucionando y se han hecho más
complejas, del mismo modo se han ido elaborando los códigos de comportamiento, de
acuerdo a los cuales se han considerado a algunos jóvenes desviados y con necesidad de
medidas especiales para contenerlos y corregirlos. Las teorías de acuerdo a que se debe
hacer con ellos han ido variando. Esto ha coincidido con el desarrollo de la criminología,
la psiquiatría del niño y del adolescente, la psicología y sus aplicaciones clínicas, la
ciencia penal y otras disciplinas afines.
Las distintas explicaciones y tratamientos asociados con los delincuentes, se ha ampliado
aún más al conocerse mejor el comportamiento humano. Así podemos encontrar teorías
de carácter endógeno y exógeno cuyo fundamento se basa en aspectos psicológicos,
biológicos, sociales, etc; realizadas sobre diferentes estudios e investigaciones empíricas.
Se han clasificado estas diversas teorías en tres grandes bloques diferenciados. El
primero, y más numeroso, engloba las teorías de la criminalidad o teorías etiológicas de
la criminalidad, que se corresponde con aquellas teorías que ya sea desde una visión
biológica, psicológica o sociológica, integran lo que se conoce como la Criminología
clásica. En segundo lugar están las teorías de la criminalización que son aquellas
realizadas bajo los postulados de la Criminología crítica. Parte de la premisa de que las
normas y su aplicación no constituyen una realidad objetiva y neutral, sino que configuran
una forma de control cultural y socialmente determinado. Partiendo de esta premisa, la
Criminología Crítica ya no busca como objetivo el comprender por qué una persona
infringe las normas, sino que intenta comprender los mecanismos a través de los cuales
las instituciones encargadas del control social. Por último las teorías integradoras las
cuales intentan integrar o armonizar los postulados de la Criminología clásica con los de
la Criminología crítica, parten de integrar y relacionar los factores individuales o
personales que pueden influir en el delito con los factores sociales y los factores
estructurales.
El resultado de todas estas teorías e hipótesis es que ninguna de ellas puede por sí misma
averiguar el origen y las causas de la delincuencia juvenil; si bien es cierto que algunas
de ellas ofrecen datos relativos a la predisposición de ciertos niños y jóvenes hacia el
delito, no es posible determinar el porqué de la entrada en la delincuencia de algunos
jóvenes y la conducta correcta de otros, es decir que las diferencias entre delincuentes y
no delincuentes son más pequeñas y menos consistentes de lo que uno esperaría. Es de
gran importancia destacar que a un joven delincuente se le presentan muchas otras
dificultades y adversidades además de la conducta delictiva. Por lo que podría llegarse a
la conclusión de que ningún joven es únicamente un delincuente ya que tiene con
frecuencia, a su vez, dificultades de distintas índoles, físicas, intelectuales, educativas, en
el hogar y la familia, en la relación social y personal, de naturaleza clínica y estableciendo
un contexto a todas estas, su delincuencia.
Aquí se puede volver a mencionar la paradoja de la que se habló anteriormente, un exceso
que es una falta y una falta que es un exceso. Atrapados en su acto, nos encontramos en
la práctica con jóvenes cuyos actos hacen síntoma en el otro, pero acerca de los que ellos
no se interrogan. La pregunta sería ¿Cómo hacer síntoma en ellos? En tanto jurídico, “el
hecho” da cuenta de un ilícito, en tanto subjetivo, de un enigma que deberá ser descifrado.
La transgresión de la ley social; el imperativo categórico queda desafiado, lo que los lleva
a actuar en vez de hablar, a vivir en los límites. ¿En qué historias de desencuentros y
fractura de la función materna y paterna se inscribe se exceso y se encuentra su falta?
Algunos encaran una posición desafiante frente a la palabra paterna, otros la desestiman.
Los primeros intentan recuperar aquello que les fue robado, agrandar un yo disminuido,
despertar a una madre depresiva. Podemos mencionar aquí a Winnicott, quien no utilizaba
el término delincuente sino que se refería a la tendencia antisocial. Ya en 1945
consideraba decisivo el factor ambiental en el surgimiento de esta conducta antisocial.
Remarcaba la necesidad y la importancia de que el niño tenga un ambiente seguro y
estable: “Esta desagradable palabra, niño inadaptado significa que en algún momento del
pasado, el medio no logro adaptarse adecuadamente al niño, por lo cual este se vio
obligado a hacerse cargo de su propia protección y a perder así su identidad personal”.
Entendiendo de este modo a la conducta antisocial como reacción frente a la pérdida de
los seres queridos y la seguridad cuando no encuentran una respuesta apropiada. La
tendencia antisocial se caracteriza por contener un elemento que compele al ambiente a
adquirir importancia. Mediante impulsos inconscientes, el niño o adolescente compele a
alguien a ocuparse de su manejo. Por lo que podría decirse que para Winnicott esta
tendencia está intrínsecamente vinculada a la deprivación, e implica un signo de
esperanza. La falta de esperanza es la característica básica del niño deprivado que, por
supuesto, no se comporta constantemente en forma antisocial, sino que manifiesta dicha
tendencia en sus períodos esperanzados. El chico busca poner al adulto en esa situación
de madre arcaica abnegada. Hay aquí un llamado a la devoción, un regreso a la ilusión,
un momento mágico de recuperación absoluta y sin fallas. En 1963 conceptualiza acerca
de la capacidad que tiene todo individuo de desarrollas un sentimiento de preocupación
por el otro, es decir la responsabilidad personal por su propia destructividad. Relaciona
la ausencia de sentimiento de culpa, estableciendo un nexo entre la idea de la obstrucción
de la capacidad de preocuparse y la tendencia antisocial.
Se puede observar una falta de interrogación al otro, interpelar a estos jóvenes que nunca
fueron cuestionados puede ser de gran utilidad. La interpelación puede seguir siendo ajena
pero el joven comienza a cuestionarse. En el mejor de los casos se logra aquel viraje, sus
conductas se vuelven egodistónicas y se da una rectificación de la misma.
Violencia, vulnerabilidad y subjetividad
El caso a caso, tanto en los tribunales como en la clínica cuando llegan casos en que se
dan estas patologías o conductas nos enfrente con situaciones de profunda complejidad
psico-social. La gran mayoría son niños o jóvenes con un alto grado de vulnerabilidad
social y desvalimiento anímico con escasos recursos inter e intrasubjetivos para procesar
la frustración y los estímulos del mundo externo. Se escuchan historias repletas de escenas
traumáticas, de desprotección, violencia y frustración. Se observa el efecto de violencias
por exceso y violencias por omisión. Generalmente los niños que han padecido los efectos
de una paternidad y una maternidad violenta, tanto por irrupción traumática de estímulos
que rompieron sus propias barreras de protección, como por abandono. La pulsión de
muerte que domina sus actos violentos, muestra los efectos desconstitutivos de la
violencia en su psiquismo, principalmente en la claudicación del sentimiento de sí, del
drama de “sentirse nada ni nadie desde el que se pasa de la lógica del ser violentado al
ser violento”. Dice Janin, Beatriz (1997), como en todos aquellos “sobrevivientes” de
situaciones de violencia, una parte del sí mismo de estos niños ha quedado muerta. Son
una especia de muertos-vivos…viven muertos. No son nada ni nadie y ante esto queda
abolido el propio sentir. Se presentan niños o jóvenes abúlicos, con desapego con fachada
de falsa conexión y una máxima desconsideración hacia el otro. No perciben situaciones
que puedan poner en peligro su vida. Presentan dificultades para pensar, para sentir y para
poder subjetivarse y formar proyectos. Lo único que sienten es aturdimiento, estados de
hiperactividad, abulia, desborde como de depresión enmascarada. Es así que esperan que
el mundo externo los provea de sensaciones que no pueden encontrar en su mundo
interno. Estos jóvenes buscan sentir a través de golpes, accidentes, peligros, autolesiones.
No hay borde, el límite sanador no opera al no haber sido sentidos por otro primordial.
David Maldavsky (1993), refiere que la abulia en estos jóvenes constituye un núcleo
organizador, monotonía desvitalizante, para ellos lo diverso no tiene significatividad. Esta
abolición del propio sentir es la operación por la cual predomina la desestimación de la
instancia paterna combinada con la desestimación del sentir. La forma de salir de esta
apatía es a través de la conducta violenta, intentando prevenir la caída en un sopor
letárgico duradero.
Aquí podríamos llegar al cuestionamiento del que habla Janin, en su texto de violencia y
subjetividad ¿Qué puede llevar a algunos adultos a ejercer tanta violencia sobre un niño?
La autora refiere que esta situación se da en un entramado muy especial. Las familias
violentas son generalmente familias muy cerradas, en las cuales no hay un intercambio
fluido con el resto del mundo. Lo que ocurre en ellas es que los vínculos se estancan,
dejan de circular para transformarse en algo estático. Cada uno está aislado,
absolutamente solo y a la vez no puede separarse de los otros. No hay espacios
individuales pero tampoco se comparte. Todo es indiferenciado y el contacto es a través
de los golpes o a través de funcionamientos muy primarios como ser el sueño o la
alimentación. Cuando alguien sido maltratado, por la dificultad de distinguir el psiquismo
parental del propio, vive como rechazables aspectos de sí mismo, incluida la propia
hostilidad hacia los que lo maltratan. Janin explica que muchas veces cuando los padres
no se ubican como diferentes del niño, pueden querer matarlo como si fuera un pedazo
de ellos que no les gusta “O lo mato o me mato”. Esto tiene grandes efectos en la
constitución de la subjetividad de estos niños. Se pueden diferenciar entre aquellas
violencias estructurantes y aquellas que dejan un rastro innombrable, las que no tienen ni
tendrán palabras, las violencias desesructurantes, las cuales tienden a romper conexiones,
no a delimitarlas o posibilitarlas. La diferencia es cualitativa, es la diferencia entre pegar
una palmada suponiéndola una medida educativa y descargar la agresividad o la
desesperación sobre otro, violencia deshumanizante, un arrasar con la subjetividad del
otro lo que determina el tipo de violencia.
Para concluir cabe destacar los efectos, que al entender de la autora, tiene la violencia en
la constitución del psiquismo. Aquí se resume de alguna manera lo expuesto
anteriormente. Son efectos que pueden superponerse es decir que no son excluyentes:
1. Anulación de las diferencias: anulación de la conciencia en tanto registro de
cualidades y sensaciones que deriva en un no sentir. Jóvenes que buscan que el
mundo los provea de las mismas sensaciones fuertes que el universo de golpes y
silencios en el que fueron criados.
2. Tendencia a la desinscripción, a la desinvestidura, a la desconexión que lleva a
expulsar violentamente toda investidura, dejando un vacío representacional, un
“desagüe de recuerdos”. Toda representación puede ser dolorosa y hasta el
proceso mismo de investir e inscribir puede ser intolerable. Es por esto que pueden
predominar en ellos trastornos graves de pensamiento, no pueden ligar ni conectar
lo inscripto.
3. Confusión identificatoria: que quedan arrasados sus ejes identificatorios. El niño
se pierde en la nebulosa de no saber quién es.
4. Repliegue narcisista: la construcción de una coraza anti estímulo.
5. Otro efecto que podría ser el más frecuente es la repetición en sus dos modos:
A. Haciendo activo lo pasivo (identificación con el agresor)
B. Buscando alguien que se haga cargo de que la repetición textual se
efectivice (buscando un agresor). Reiteración de la vivencia.
6. Otra posibilidad es quedar en estado permanente de apronte angustioso, estado de
alerta, pendiente de olores, ruidos, etc.
7. La deprivación puede llevar a la delincuencia cuando predomina una actitud
vengativa frente al mundo “algo le han hecho y merece un pago”. Sobre la base
de situaciones en las que algunos niños o jóvenes roban, matan, atacan a padres o
maestros, se instala entre los adultos un discurso que desmiente una historia de
violencia y una sociedad violenta, lo que puede llevar a pensar que lo que se
necesita es mayor represión, mayor violencia, cuando lo que es imprescindible es
que haya mayor contención y que disminuya la violencia.

Conclusiones

Podemos decir entonces que la psicología jurídica corresponde al ámbito del trabajo del
psicólogo que, con planteos y métodos propios de abordaje, se encuentra y se entrecruza
con el discurso del derecho. Por lo que es importante, reconocer los límites de nuestra
práctica, preservando la especificidad de cada mirada y/o disciplina ya que en la
intervención, no sólo se articula la psicología con el derecho sino que, debido a la
complejidad de las problemáticas, con frecuencia requiere la actuación de otros
profesionales. La mayoría de los dispositivos de intervención hoy, son interdisciplinarios
por lo que una mayor y clara comunicación con estas disciplinas es muy importante. Para
esto es esencial el campo epistemológico donde se posiciona el profesional a la hora de
llevar a cabo su práctica, lo que permite situar es un espacio de dialogo el trabajo con
otros profesionales, tanto de la propia como de otras disciplinas.
Otro punto a tener en cuenta aquí es el de la importancia en nuestra profesión del actuar
éticamente, conociendo con claridad cuál es nuestra función y los alcances que la misma
tiene, para evitar confusiones a la hora de responder ante pedidos que pueden exceder
nuestra labor.
En relación al ámbito de la justicia donde nos enfrentamos con niños y/o adolescentes en
conflicto con la ley penal vale destacar nuevamente que han sido muchas las teorías
realizadas a lo largo de la historia que han intentado averiguar el origen y las causas de la
delincuencia. Pero estos estudios en definitiva muestran que no nos podemos quedar con
una sola teoría explicativa sino más bien con un compendio de ellas; lo que llevaría a
confeccionar un modelo explicativo biopsicosocial de la conducta antisocial, dentro de la
interacción individuo-ambiente. A su vez creo que es primordial a la hora del trabajo no
solo con niños y adolescentes, sino con cualquier ser humano, el tener una mirada más
allá de la “causa-expediente” que nos llega, poder tomar cada caso individualmente
intentando comprender y escuchar la otra causa. La causa dentro de la causa. La diferencia
con la causa-expediente esta puesta en la escucha y en el para qué se escucha. Y aquí se
espera que intentemos habilitar las condiciones necesarias para que el joven despliegue
su subjetividad, para que se abra paso la instancia simbólica, para escuchar lo que tiene
para decir sin prejuicios ni juzgamientos.

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