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HISTORIAS
Familia hondureña comienza
una nueva vida al otro lado
del país, pero el temor todavía
sigue presente
Al ser acosada por pandillas, la familia se
encontró entre los cientos de miles de
desplazados internos que han huido dentro de
esta pequeña nación centroamericana.

By Pamela Villars en Tegucigalpa, Honduras


15 de mayo de 2020 | English | Français

En un centro comunitario en Honduras, los adolescentes comparten


sus historias de haber sido obligados a abandonar la escuela debido a
las amenazas y el hostigamiento por parte de pandilleros locales. Foto
de agosto de 2016.
© ACNUR / Tito Herrera

Mariana* se enfrentó tres veces a las


violentas pandillas que tomaron su
ciudad natal, que solía ser idílica. “La
primera vez, se rieron con sorna”, dijo.
“La segunda vez me amenazaron de
muerte… la tercera casi nos cuesta la
vida.”

Mariana, de 42 años, pertenece a los


“Garífunas”, una pequeña comunidad de
afrodescendientes, cuyo estilo de vida se
encuentra en peligro. Después de esa tercera
amenaza, supo que ella y sus hijos no tenían
otra opción más que abandonar su hogar y huir.
En 2016, se unieron a los cientos de miles de
desplazados internos en Honduras.

De acuerdo con cifras gubernamentales, se


estima que unas 247.000 personas se han
tenido que desplazar dentro de Honduras desde
el 2004, la gran mayoría ha huido de las
extorsiones, la coerción y las amenazas de las
pandillas y de otras organizaciones criminales.

Alrededor de un tercio de estas personas


desplazadas internamente afirman haber sido
víctimas del despojo de sus bienes por quienes
les perseguían, y muchos eventualmente
terminaron moviéndose a otro país. Cerca de
95.000 hondureños solicitaron asilo en el
extranjero para diciembre de 2018, de acuerdo
con cifras de ACNUR, la Agencia de la ONU para
los Refugiados.

"“Si se resisten al reclutamiento


de las pandillas, arriesgan ser
asesinados o tener que huir para
salvar sus vidas”."

Muchas generaciones de su familia habían


vivido en paz en el enclave tradicional Garífuna,
en la costa caribeña de Honduras. Mariana
recuerda las tarde calientes cuando sus hijos
jugaban bajo las sombras de los árboles de
mango y los cocoteros que flanqueaban en el
modesto hogar que heredó de su madre.

Pero esta vida tranquila comenzó a cambiar


hace unos nueve años, cuando las pandillas,
que también operan ampliamente en los países
vecinos de El Salvador, Guatemala y México, se
expandieron hacia esta zona de Honduras.  El
sonido del canto de los pájaros y el ritmo de las
olas que una vez resonaron en la casa fueron
reemplazados por gritos y el repentino estallido
de disparos, el sonido de los miembros de
pandillas ejecutando a quienes se oponían a su
reinado.

Aarón**, el jefe de la pandilla que llegó a


controlar la comunidad, se fijó en la casa de
Mariana, cuya ubicación le parecía estratégica
para la distribución de droga. Y como si fuera
poco, Aarón también se fijó en una de sus hijas,
Natalia*, que en ese entonces tenía 16 años.
Cuando sus mensajes prometiéndole regalos
lujosos no lograron atraer a la joven colegiala,
Aarón intentó secuestrar a Natalia.

Ver también: La crisis de desplazamiento


interno en Centroamérica se ve agravada
por el COVID-19

El intentó falló, y Mariana mandó a Natalia y a su


hermana a vivir con unos parientes en otra
ciudad. La movida enfureció a Aarón, quien la
interpretó como un desafío a su autoridad.

“No aguantó que lo desafiara una mujer”,


recordó Mariana. “Mucho más viniendo de una
mujer negra y pobre como yo”.

Aarón y los demás pandilleros dirigieron toda su


furia hacia el hijo menor de Mariana, Adrián*,
que en la época tenía 14 años, golpeándolo
cada vez que se cruzaban con él. Nuevamente,
Mariana se enfrentó a Aarón, pero su
advertencia valiente no tuvo el efecto deseado.
A los pocos días, la mara disparó contra Adrián,
hiriéndolo en la pierna.

Mariana se dio cuenta de que no tenía más


remedio que huir. Ella metió a Adrián en un taxi
y los dos huyeron lo más lejos posible sin cruzar
ninguna frontera internacional.

Apenas Adrián y ella se fueron, la pandilla


ocupó la casa familiar, transformándola en lo
que denominan una “casa loca”—un lugar en
donde llevan a sus víctimas para ser torturadas y
asesinadas.

"“Jamás pensé que me vería


obligada a dejar toda mi vida
atrás”."

ACNUR trabaja activamente junto al Gobierno


hondureño, contrapartes, y sociedad civil para
brindar asistencia humanitaria, protección y
esperanza a aquellas personas desplazadas
internas en el país. ACNUR también está
ayudando a fortalecer la respuesta del Gobierno
hondureño a este fenómeno, apoyando la
creación de un registro nacional de propiedades
incautadas y abandonadas, y brindando
capacitación a cientos de jueces, entre otras
iniciativas.

“La violencia crónica y la persecución presentan


a los jóvenes hondureños con sombrías
perspectivas de futuro. Si se resisten al
reclutamiento de las pandillas, arriesgan ser
asesinados o tener que huir para salvar sus
vidas”, dijo Andrés Celis, Jefe de la Oficina
Nacional del ACNUR en Honduras.

Ver también: “Hay que aguantar. Son


periodos difíciles”: Las personas siguen
solicitando asilo durante la pandemia

Hoy, a pesar de los bloqueos relacionados con


COVID en Honduras, El Salvador y Guatemala,
los desplazados internos y los líderes
comunitarios informan que los grupos criminales
están utilizando el confinamiento para fortalecer
su control sobre las comunidades. Esto incluye
la intensificación de la extorsión, el tráfico de
drogas y la violencia sexual y de género, y el
uso de desapariciones forzadas, asesinatos y
amenazas de muerte contra aquellos que no
cumplen.

En un país pequeño como Honduras, incluso


huir no siempre resulta en una seguridad
duradera. Solo toma varias horas, en automóvil,
viajar de costa a costa. Con las pandillas
extendiéndose por todo el país, muchas
personas desplazadas siguen siendo
vulnerables a sus perseguidores incluso
después de desarraigarse de sus comunidades
y redes de apoyo. Muchas personas
desplazadas internamente terminan huyendo
más de una vez, cada vez más lejos de casa.

Alrededor de cuatro años después de


desplazarse, Mariana todavía está luchando por
reiniciar su vida. Ahora ella improvisa sus
ganancias como vendedora ambulante para
pagar el alquiler del pequeño departamento
donde vive la familia.

“Jamás pensé que me vería obligada a dejar


toda mi vida atrás”, dice Mariana mientras se
enjuga las lágrimas del rostro.

*Nombres cambiados por motivos de protección

**Nombre ficticio

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