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Marcos le envió una solicitud de amistad y ahí empezó todo: los buenos
días, los mensajes constantes, la amistad virtual. “Entonces empezamos
a platicar y a hacernos amigos y conforme fue pasando el tiempo como a
los tres meses me dijo, “oye, yo sé que estoy muy lejos, tú estás muy
lejos, pero yo siento algo por ti y te propongo que seas mi novia”. La
propuesta sacudió a María. No respondió de inmediato, lo pensó y luego
aceptó ese amor que le proponía un migrante mexicano en Estados
Unidos.
Primero María intentó el trámite por la vía legal, “por el lado bueno” dice,
pero este fue prácticamente imposible. “Mi pareja me estuvo apoyando
en eso del trámite, papeles y todo a distancia, pero lamentablemente en
la embajada mexicana me negaron la visa”. Intentó con la visa de turista,
pero tampoco lo logró.
Ese día prepararán una cena básica de arroz con sardinas, papas
cocidas y papaya picada que será acompañada con una bebida dulce de
panela. Desde el nacimiento del comedor, Sandra ha prestado la
pequeña cocina de su casa para preparar los alimentos, y varias mujeres
migrantes venezolanas se han unido poco a poco para acompañarla en
esta hermandad de colaboración social para tender la mano a los recién
llegados.
“Mi hija, la mayor, finalmente llega a fin de mes, porque yo me vine con
mi hija menor y con mi esposo. Pero mi padre y los más viejos no pueden
venir porque ya están muy mayores,” dice Maicler. “Venezuela se ha
llenado de veredas y pueblos fantasmas. Todos los jóvenes y niños se
han ido. De las veinte casas de familia que habían en el poblado de mi
papá, solo quedan cinco habitadas por los ancianos en Aragua”, en el
centro norte de Venezuela, cuenta Maicler, quien en sus “buenos
tiempos”, según dice ella, se dedicaba a ser modista profesional y
repostera. Su personalidad desprende un aura de cariño; es alta,
robusta, tiene el cabello color café y largo hasta por debajo de los
hombros, sus ojos tienen forma almendrada y le gusta lucir ropa en los
coloridos tonos del trópico.
Una niña de huesos finos corrió por el escenario para unirse a sus
compañeros de crew y seguir la coreografía a la perfección. El público
aullaba mientras un monstruo de túnica negra, inmenso, la persiguió y
alzó en el aire. Ella gritó y pataleó. El video en Youtube la muestra con
una sonrisa limpia, pelo por encima de los hombros y pies ágiles. Con
seis años Camila era la integrante más pequeña de la tribu
urbana Universal Soul Crew.
Pero lo que hizo que la vida de Camila tomara un rumbo impredecible fue
el secuestro de su prima Jiseth. Tenía ocho años cuando se llevaron a la
fuerza a esa adolescente que era como su hermana mayor. Ahí, la mente
de Camila “empezó a ser otra. Seguía siendo niña, pero ya no tan niña”,
cuenta. No la volvió a ver nunca más ni supo nada de ella. Vivir con ese
horror era agobiante.