Prestar atención a lo que hacemos y poner esa atención en como lo hacemos
Ayuda a mejorar los resultados en el trabajo y logran equilibrar tu vida realizando tus tareas de manera sensata con herramientas y métodos que faciliten la consecución de los objetivos Hay que trabajar la autodisciplina, la autogestión y la serenidad, reduciendo los niveles de estrés, mejorando las competencias profesionales e incrementando tu bienestar general 1 – Conceptos imprescindibles de optimización del tiempo Valor frente a volumen Imagínate que puedes escoger entre dos tipos de profesionales: uno, que realiza muchísimas tareas de manera mediocre; otro, que saca adelante pocas tareas, pero de manera excelente. ¿A cuál de los dos te gustaría tener en tu equipo? ¿Quién querrías ser tú? Cuál de los dos crees que es la persona más productiva, cuyo trabajo favorece los resultados del conjunto de la empresa o del proyecto que sea. Tendemos a creer que la optimización de nuestro tiempo consiste en aprender a sacar adelante el mayor número de tareas posibles, ser capaces de hacer mil cosas. Pero, en verdad, ese es el error número uno. No se trata de la cantidad de tareas, sino de la calidad de las mismas. Mi nombre es Francisco Rábano, y llevo más de diez años construyendo y gestionando equipos en startups españolas y americanas, espacios altamente competitivos, donde la productividad individual y la optimización del tiempo son esenciales para sobrevivir. Los ejemplos de mi experiencia te ayudarán a mejorar los resultados de tu trabajo. Gracias por aprender, junto a mí, cómo optimizar la gestión de tu tiempo y tus tareas. Mejorar nuestra optimización del tiempo consiste en aprender a distinguir cuáles son las tareas importantes que hay que sacar adelante, las que tienen un verdadero impacto en los resultados de nuestro trabajo. Nuestra optimización del tiempo también consiste en ser capaces de distinguir las tareas de poco impacto y tener la determinación de simplemente eliminarlas de nuestra lista de tareas pendientes, pues lo único que hacen ahí es lastrar la calidad de nuestro trabajo. Parece de Perogrullo, pero es importante tener siempre presente que no todas las tareas son iguales. Hay tareas que son más importantes que otras, por lo tanto, hay tareas cuya prioridad de ejecución está por encima de las demás. A mayor calidad, mayor importancia, a mayor importancia, mayor prioridad de acción. La urgencia también suele ser un indicador de prioridad a la hora de ejecutar nuestras tareas. Pero la urgencia suele ser el resultado de la falta de planificación; muestra poca capacidad de previsión y, sin duda alguna, conduce a situaciones de estrés cuando se mantiene en el tiempo. Por lo tanto, aprender a priorizar, y convertir esta práctica en un hábito, es la clave para una gestión sobresaliente de nuestro tiempo y nuestra productividad. En este curso, vamos a aprender a sacarle el máximo rendimiento posible a nuestro tiempo, orientando cada una de nuestras acciones a objetivos específicos. Aprenderemos a evitar distracciones y, sobre todo, aprenderemos a escoger aquellas tareas que realmente tienen un impacto potente y grande en la consecución de nuestros objetivos, es decir, vamos a prender a decidir cuáles son nuestras tareas prioritarias. Planificaremos un año completo, y aprenderemos a ejecutar nuestra planificación ordenada y pausadamente, disfrutando de cada uno de los pasos que iremos dando. Con ello, comprobaremos, cómo, cuando nos centramos en lo importante y eliminamos lo superficial, el tiempo se ralentiza para dar paso a resultados óptimos y, así, proporcionar espacio para realizar otro tipo de actividades esenciales tanto para el éxito de nuestro proyecto como para nuestro bienestar personal. Aprendamos, pues, a priorizar nuestro trimestre, nuestro mes, nuestra semana y nuestro día. Menos cosas mejor ejecutadas Las nociones del exceso y de la virtud de la mesura llevan tiempo con nosotros. En lengua española, las primeras referencias que encontramos en la cultura popular datan del siglo XV. En La Celestina, por ejemplo, nos explica que nos contentemos con lo razonable, y que no lo perdamos todo por querer más de la razón, que quien mucho abarca, poco suele apretar. Hoy en día, vivimos inmersos en la cultura del exceso, y puede resultar contradictorio, ya que la creencia general es que más es siempre mejor. Cuantas más tareas completemos de nuestra lista de tareas, mejor; cuantos más emails respondamos, mejor; cuantos más proyectos saquemos adelante, mejor; y por supuesto, cuantas más horas dediquemos a nuestro trabajo, mucho mejor. Más, más, más. Trabajar más, consumir más, ganar más, gastar más, hacer más, porque es mejor. Y, sin embargo, la mayoría de las veces, más solo significa mayor cantidad, y, únicamente, "lo mejor" tiene significado de "excelente". Hacer más no significa ser más productivo, ni más eficiente. Solo significa hacer más. Quizás sea por eso que grandes personajes de nuestra época, como Picasso, Dieter Rams, Mies van der Rohe, o más recientemente Steve Jobs y Jeff Weiner, han abogado con vehemencia por una cultura de lo sencillo, del menos es más, y han basado su éxito, precisamente, en hacer de la sencillez su bandera profesional. Jeff Weiner, por ejemplo, explica que a él le gusta centrarse siempre en hacer menos cosas para así hacerlas mejor. Y la frase "Menos es más" significa reducir algo a lo mínimo, a los elementos esenciales que componen la cosa. Todo lo demás molesta. "Menos es más" habla de la sencillez y de cómo lo sencillo es el resultado de un buen esfuerzo intelectual. De hecho, esto es lo que explica Blaise Pascal en el encabezado de una de sus cartas, avisando, hasta con cierto reparo: "He hecho esta carta más larga de lo usual, porque no tengo tiempo para hacer una más corta". Parece que está bastante claro que sencillo no equivale a simplista. También es probable que conozcamos esa preferencia de Steve Jobs por la sencillez en cualquiera de sus productos, siendo precisamente la facilidad de uso y la reducción al mínimo de los elementos visibles, uno de los factores esenciales de su éxito. En su biografía, Jobs le explicaba a Walter Isaacson que él estaba tan orgulloso de todas esas cosas a las que había dicho que no, como lo estaba de las cosas en las que había decidido centrarse y sacar adelante. Tener una visión nítida de lo que importa significa que también tenemos muy claro qué es lo que no importa. La simplificación consiste en no dejarse llevar por la fuerza bruta y tirar con todo hacia delante, sino buscar y construir modos de ser más eficiente. Hacer las cosas simples requiere de un gran esfuerzo. Responder a la pregunta: "¿De qué modo podríamos hacer que esto resultara más sencillo?", requiere, como he dicho, de un buen esfuerzo intelectual. Dieter Rams, que pronunció la frase "Menos, pero mejor", habla de que, efectivamente, eliminemos lo superficial y que lo que quede sea superior. Jeff Weiner, y su "Fewer things done better", señala el camino hacia hacer menos cosas para centrarnos nuestra atención en ellas y ejecutarlas excelentemente. La idea principal que quiero transmitir con este bloque es que una gestión del tiempo verdaderamente óptima consiste en hacer menos cosas, y esas menos cosas hacerlas mejor y más sencillas, porque nuestra atención, nuestra fuerza y nuestros recursos son limitados. Parece, pues, que lo más apropiado es escoger dónde, cómo y en qué gastamos nuestras fuerzas para obtener esos resultados óptimos deseados. Cuando decidimos hacer menos cosas y hacerlas mejor, y nos ponemos con ello, empezamos a notar ciertos cambios significativos, como, por ejemplo, nos damos cuenta de que no todo lo que tenemos que hacer es importante ni esencial, y vamos siendo capaces de diferenciar las superficialidades en nuestros proyectos. En cuanto detectamos esas superficialidades, ¡zas!, las eliminamos sin remordimiento, más bien al contrario, con satisfacción, porque sabemos que estamos reduciendo distracciones, para poder concentrarnos únicamente en aquello que creemos que merece la pena. Es nuestra ambición la que nos lleva a tratar de ocuparnos de una cantidad de asuntos que exceden nuestra capacidad real. La frase de La Celestina, que veíamos al principio, "Quien mucho abarca poco aprieta", lleva implícita una advertencia: más vale concentrarnos en un número de tareas que nos resulten manejables, y a las cuales podamos conceder la atención que requieren, que intentar gestionar demasiadas cosas que luego no podamos controlar ni atender debidamente. Todo lo demás sobra. Desprendámonos, pues, de las cargas superficiales. ¿Por dónde empezarás tú? 2 – Acciones específicas en la optimización del tiempo Tareas – Como producto o actividad ¿Cómo es posible que, siendo nuestro tiempo limitado, nuestras tareas no se acaben nunca? Si vuestro tiempo es limitado, parece lógico que tratemos de aprovecharlo al máximo. Tiene sentido que queramos aprender a gestionar nuestro tiempo de manera óptima y eficaz. Si, por otro lado, nuestras tareas pendientes son infinitas, parece obvio que por nuestra propia salud mental y nuestro bienestar debamos aprender a gestionar nuestras tareas infinitas, para optimizar nuestro tiempo finito. Aprender qué son las tareas, cómo enunciarlas, cómo usarlas en tu beneficio para que te sirvan de guía, saber categorizarlas, definirlas, expresarlas y asignarles una duración determinada, es clave para una gestión del tiempo sobresaliente. Las tareas son la parte más pequeña en el flujo de trabajo. Una tarea es una cosa que hacer, que quiero hacer, debo hacer o podría hacer. Trata de escribir tus tareas como acciones concisas, tal y como explica David Allen, el gurú de la gestión de tareas. Por ejemplo, en lugar de escribir "buscar fontanero", mejor escribe algo del tipo "llamar a los tres fontaneros con mejores reseñas en Yelp". O, en lugar de "empezar un estudio para Begoña", mucho mejor enunciarlo "recopilar y filtrar la información relevante sobre X y Z, para entregársela a Begoña". Vamos a ponerlo más fácil. Cuando tengas que hacer una tarea, hazte la siguiente pregunta: ¿Si quiero completar esta tarea, qué es lo primero que debo hacer? Y ahí lo tienes. Ese es tu primer paso, y es precisamente tu nueva tarea, tal y como has de enunciarla. Imagínate que tu tarea es entregar informe trimestral. Tras hacerte la pregunta "¿si quiero completar esta tarea, qué es lo primero que debo hacer?", quizá tu tarea sea algo del tipo: "pedirle los datos del último mes a Paco, y darle formato". Una vez que le hayas dado formato a los datos que te ha dado Paco, vuelve a preguntarte lo mismo: ¿si quiero completar esta tarea, qué es lo primero que debo hacer? Quizá algo del tipo: "decidir cuáles serán los dos métodos de análisis para comparar resultados y aplicarlos". Y, tras eso, quizá la otra tarea podría ser: "limitar la extensión de las conclusiones a no más de 200 caracteres para que sea comprensible". Creo que ya lo vas pillando. Al enunciar tus tareas como acciones, no solo estás proporcionando indicaciones claras sobre qué es exactamente lo que tienes que hacer en cada momento, sino que además puedes identificar tus tareas como las partes más pequeñas en las que se dividen otras tareas mayores. Para facilitar la clasificación de nuestras tareas, propongo diferenciar las tareas atendiendo a la naturaleza de su ejecución. Si son acciones sostenidas durante un tiempo, las llamaremos "actividades*. Sin son acciones, con cuya ejecución obtenemos un resultado, las llamaremos "productos". Por ejemplo, meditar durante 20 minutos, leer durante media hora o hacer 45 minutos de cardio son actividades. Entregar tres presupuestos completos, llamar a la delegación de Buenos Aires o escribir un artículo sobre los usos y costumbres de la almeja atlántica son productos. La psicología nos explica que cuando sentimos la obligación de entregar un producto, un resultado determinado, tendemos a ver la tarea como algo engorroso, generando cierto rechazo y ansiedad, por lo que en muchas ocasiones solemos evitar ponernos con ella, ideando mil maneras para retrasar su ejecución. Esto es lo que se conoce como procrastinación. Un método efectivo para evitar esa leve sensación de ansiedad o rechazo, y la procrastinación que lleva emparejada, es convertir las tareas tipo producto en tareas tipo actividades. La manera más simple es acotar la tarea en el tiempo, sin la obligación de haber acabado la tarea una vez finalice ese tiempo que hemos decidido dedicarle. Por ejemplo, la tarea "elaborar los presupuestos del 2017", que es un producto, puede enunciarse como: "dedicar 50 minutos a la elaboración de los presupuestos del 2017", y, así, se convierte en una actividad. Lo que importa en este caso no es que finalices los presupuestos, sino que les dediques 50 minutos de tu tiempo para avanzar hasta donde te sea posible. No importa que no acabes, importa que te pongas con ello un rato, y al día siguiente otro poco. Y, así, poquito a poquito, consigues un muchito que resulta en la tarea finalizada con gusto, y prestándole la suficiente atención. Más ejemplos de cómo transformar tareas tipo producto en tareas tipo actividad: hablar con la delegación de Córdoba no más de 15 minutos, o ponerme a escribir el artículo de las almejas durante 45 minutos. Que si bien lo que se persigue es un producto, limitamos la actividad en el tiempo, poniendo la atención al tiempo en el que ejecutamos la tarea, y no al resultado final. Esto puede ayudarnos a enfrentarnos a tareas complicadas, aunque puedan llevarnos mucho, de manera más sensata y calmada. El objetivo no es acabar los tres presupuestos, sino dedicar 20 minutos a elaborarlo. Si no has acabado, puedes programar más tiempo en otro momento. Que son las listas de tareas Las listas de tareas son una herramienta para ir apuntando cosas que quieres, debes o podrías hacer. Si lo miramos bien, estas listas son en verdad una expansión de nuestra memoria, pues al usarlas liberamos espacio y recursos en nuestra cabeza. Nos permiten recordar asuntos en el momento en el que nosotros lo decidimos, sin miedo a que lo hayamos olvidado y sin esa sensación de murmullo interno constante por el que rumiamos cosas del tipo "tengo que acordarme de esto", "tengo que acordarme de esto, tengo que acordarme de hacer esto otro", "que no se me olvide que tengo que hacer no sé qué". Al echar mano de las listas, como mucho de lo que hemos de acordarnos, es de apuntar lo que queremos, debemos, o podríamos hacer en algunas de nuestras listas de tareas. Las primeras menciones a las listas de tareas aparecen a principio del siglo XX, relacionadas con un magnate del acero llamado Charles Schwab. Charles, como todos los empresarios, lo que quería era incrementar la eficiencia de su planta de producción; y, como todos los empresarios de su época, era un fervoroso admirador del taylorismo, un método de gestión que pretendió trasladar los usos y costumbres del método científico a las plantas de producción y a las empresas, bajo la promesa de ser la manera más eficaz para progresar. Así que nuestro Charles decidió convocar un concurso, ofreciendo una jugosa recompensa económica a quien diseñara un sistema de producción que aumentara significativamente la eficacia de los trabajadores en sus fundiciones. Un día, un joven llamado Ivy Lee le presentó un método por el cual cada trabajador tenía que escribir en una hoja de papel las seis tareas más importantes que debían realizar en su puesto de trabajo. La lista estaba ordenada de mayor a menor prioridad, es decir, se comenzaba por la de más importancia y, hasta que no se completaba, no se pasaba a la siguiente de la lista. Si alguna quedaba pendiente, se continuaba ahí al siguiente día. Y ¡bum!, había nacido la lista de tareas. ¿Los resultados? Tres meses después de poner en marcha el sistema basado en la lista de tareas de Ivy Lee, la productividad de las fábricas había aumentado exponencialmente y, más adelante, Charles admitiría que el usar listas de tareas era el consejo más rentable que le habían dado en toda su vida. La lista de tareas había llegado para quedarse. Hoy en día hay una infinidad de métodos de gestión de tareas, desde los más sencillos que consisten en una única lista, como de la compra en la que se pone todo y se va tachando según se va haciendo, hasta las más complicadas, pero también muy efectivas, como puede ser el sistema GTD, Getting Things Done, de David Allen, que propone un buen puñado de listas diferentes atendiendo a un buen montón de motivos diferentes. El sistema que yo prefiero utilizar se basa en tres principios: la lista ha de ser sencilla, breve y colocando los elementos por orden de importancia. Es el sistema que recomiendo para quienes se inician en la gestión de sus tareas mediante listas, y también para aquellos que buscan incrementar su eficiencia mediante la simplificación de procesos. Optimiza tus tiempos con estas cuatro listas – Todas, Prioridades, Hoy, Realizadas La manera la que yo propongo trabajar se basa en cuatro listas que respetan esos principios fundamentales de una lista de tareas efectiva, sencilla, breve y colocando los elementos por orden de importancia. Las listas de tareas que considero claves son: Vamos con la lista "Todas". Esta lista es una extensión de tu cerebro. Aquí entra, como su nombre dice, todo lo que querrías, deberías o podrías hacer. Es un volcado de datos y cosas que traspasas de tu cabeza a otro formato. Saca de tu mente todas las cosas que tengas pendientes, escribiéndolas en un papel y asegúrate de que tienes un folio bien largo, porque te va a hacer falta. Adelante, tómate tu tiempo, a esta lista la llamaremos "Todas" por razones obvias, y con ella acabas de aumentar tu capacidad de concentración un 1%, librándole de pensamientos rumiantes que van y vienen y molestan. Una vez que tengas esta lista escrita, apártatela. De lo que se trata con esta herramienta, es de que tengas la posibilidad de hacer un repaso a todas las tareas cuando tú quieras, sin necesidad de que anden dando vueltas en tu cabeza, constantemente, como luces rojas en plan: "Recuerda hacer esto". "Que no se te olvide que tienes pendiente esto otro". "Superimportante que... se me olvidó". ¿Reconoces esa sensación, verdad? Pues eso. Además, si esta lista la tienes presente frecuentemente, lo único que conseguirás es generarte frustración y ansia, ya que tu atención se centrará, precisamente, en esas tareas pendientes. Así que, ni las mires hasta que sea necesario ir a seleccionar, de entre ellas, cuáles serán tus siguientes tareas a ejecutar. Atendemos ahora a la lista "Prioridades". Es la lista de las tres tareas más importantes que te comprometes a realizar cada día y conviene que su importancia se base en la capacidad que tienen para conducirte hacia aquello que te hayas propuesto. Yo, normalmente, trabajo con prioridades del día, de la semana, del mes, y del trimestre. Vamos con la lista "Hoy". Esta es una lista viva. Aquí apuntamos las tareas que nos van surgiendo a lo largo del día, por las propias dinámicas de nuestros trabajos y nuestras vidas. También sirve para ir colocando las tareas, que sin ser prioridades, van pasando de la lista "Todo" a la lista "Hoy", porque tenemos tiempo y las vamos haciendo. Lo ideal sería considerar esta lista como una lista de tareas entrantes a realizar después de las prioridades. Aunque esto no siempre es posible, porque, por ejemplo, alguna de estas tareas suelen tener ese terrible carácter de "urgente". Este tipo de tareas que van apareciendo con un carácter más o menos marcado de urgencia, suelen ser en las que más tiempo se malgasta si no se gestionan de la manera adecuada, ya que no suelen ofrecer resultados realmente significativos. Lo que hacen es retrasar la ejecución de las cosas importantes que se ven apartadas en pos de las tareas urgentes. A pesar de que centrarse en sacar adelante este tipo de tareas urgentes y que van surgiendo a lo largo del día, nos mantienen muy ocupados y sin parar, dado el escaso valor que aportan para lograr nuestros verdaderos propósitos, son el núcleo duro de lo que se conoce como falsa productividad, que es esa sensación de haber hecho un montón de cosas pero que deja un regusto amargo y pesado como de no haber hecho nada que realmente mereciese la pena. Esas tareas son. Por lo tanto, mi consejo, es que según vayan apareciendo tareas durante tu día las apuntes en la lista "Hoy", apartes un par de horas hacia el final del día para resolverlas todas juntas atacándolas en bloques similares, de categorías similares. Resumiendo: ve poniendo todas estas tareas entrantes urgentes en la lista "Hoy" y céntrate en resolver tu lista de prioridades. Al acercarse el final del día dedícale un tiempo a resolver esas tareas urgentes entrantes. La lista de tareas, que denominaremos "Hechas", es otra lista esencial, importantísima, pues es la que nos proporcionará sentimiento de plenitud y de haber realizado nuestro trabajo correctamente, avanzando en la dirección que nos hemos propuesto. Utilízala para mostrarte reconocimiento a ti misma para que no se te escape todo aquello que vas resolviendo y que puedas disfrutar de esas endorfinas cada vez que la escribas y pongas un tick al lado, como completada. Da igual el sistema que utilices: online, una app, [Gitex], lo que sea para gestionar tus tareas. Lo que cuenta, es que además de las prioridades del día, que sí o sí vas a completar vayas añadiendo esas otras tareas de la lista "Hoy" que también vas cumpliendo, y que lo veas y lo tengas presente para que al final de tu jornada, cuando hagas tu pequeño repaso, disfrutes de tu trabajo, que te des una palmada en la espalda y cierres tu jornada con tranquilidad y satisfecha, contenta. Hay ciertos estudios, como los de Teresa Amabile que han probado, que de todas las cosas que estimulan la creatividad, generan emociones positivas y buenas percepciones en el trabajo la más importante de todas es sentir que avanzamos en la realización de trabajo significativo y bien hecho y que cuánto más a menudo las personas sintamos esa sensación de avance y progreso, más probabilidades tendremos de ser creativamente productivos a largo plazo. Te dediques a lo que te dediques y hagas lo que hagas, recuerda que cada paso, incluso pequeños avances, pueden determinar el modo en el que te sentirás al finalizar la jornada. En la lista de tareas hechas puedes identificar si realmente esas tareas te están ayudando a avanzar hacia la consecución de tus objetivos o si son tareas superficiales, prácticamente sin valor alguno, aunque tengas la sensación de que has estado muy ocupada haciendo muchas cosas. Así que te animo a que, una vez completado una tarea, le pongas una raya por encima o le pongas un tick al lado, porque cada vez que lo hagas tendrás una recompensa cerebral con un chute de endorfinas y dopaminas, pero nunca jamás tires o borres tus listas. Déjalas ahí, visibles, para que sepas lo que vas haciendo y puedas volver a ello cuando quieras. Repasemos las listas en profundidad. El proceso es: lista "Todas"; de esa lista sacamos las prioridades. Además, tenemos una lista de tareas llamada "Hoy" para las tareas que van surgiendo a lo largo del día junto a todas aquellas, que sin ser prioridades, somos capaces de ir haciendo sacándolas de la lista "Todo". Mantenemos un histórico de absolutamente todas las tareas que vayamos completando, y la llamamos "Realizadas". Ahora que ya sabes cómo gestionar tus tareas de manera efectiva, si te pasa como a mí y te preocupa salir a la calle en zapatillas de andar por casa, pues, a partir de ahora, simplemente añade: "Antes de salir de casa, ponerme los zapatos" a tu lista "Hoy". Y problema solucionado. Aprender a priorizar Si no tienes la costumbre de apuntar en una lista tus tareas pendientes y las ideas que se te vayan ocurriendo, deberías empezar por abrirte una. Yo recomiendo las tareas de Google Calendar y que las sincronices en el teléfono con una aplicación muy sencilla llamada Tasks. Pero hay otras opciones en el mercado con las que merece la pena experimentar también. Puedes empezar con una lista de tareas pendientes, en la que entre de todo: una especie de cajón de sastre. Y, a partir de ahí, ir determinando su importancia para conseguir tus objetivos o para cumplir las necesidades del proyecto. Ya con tu lista de tareas preparada, da igual el número de tareas pendientes que tengas: 5, 10, 30, 100, lo que vamos a hacer ahora es determinar su jerarquía. Evidentemente, no todas las tareas son iguales, sino que hay algunas más importantes que otras. Y, ahora, dado que las tareas más importantes tienen prioridad de ejecución, a estas tareas las llamaremos, precisamente, "prioridades". Hay personas que prefieren hacer esto lo primero cada día. Para mí, el mejor momento en el que identificar y decidir tus tareas más importantes es el final de cada día. De hecho, suele ser la última decisión que tomo antes de finalizar mi jornada. ¿Por qué? Personalmente, no quiero que mi primera tarea cada mañana sea decidir qué será lo siguiente con lo que me tengo que poner. Así que la última pregunta que has de hacerte cada día antes de levantarte de tu espacio de trabajo es: "Si mañana solo pudiera hacer una cosa, ¿cuál sería?" "¿Qué es lo que tengo que hacer mañana para sentir que mi día ha sido realmente eficaz?" La respuesta a esa pregunta será tu prioridad del día siguiente. No hay tarea ni acción más importante en tu jornada laboral que tu prioridad del día; y, en su resolución, has de concentrar tu recursos. La prioridad es esa tarea que, una vez realizada, hace que sepas que tu día ha sido realmente efectivo. Además de la prioridad, es conveniente que escojas 2 o 3 tareas más, a las que puedes llamar "objetivos del día". Lo que ocurrirá una vez que hagas esto, es que la tarde anterior dejarías ya programado el comienzo de tu día siguiente. Dependiendo de las particularidades de tu jornada, unos días comenzarás directamente con tu prioridad, y otros, con alguno de los objetivos que te has marcado para ese día. Así, al día siguiente, en cuanto vuelvas a tu espacio de trabajo te pones, inmediatamente, por ejemplo, con tu prioridad. Y momento a momento, concentrándote en la tarea que tú misma has escogido, continúas hasta acabarla. Una vez que hayas acabado tu prioridad, te pones con los dos objetivos del día. Concéntrate en realizar estas dos tareas de manera excelente, lo mejor posible. No se trata de una carrera contrarreloj, sino de una labor de excelencia. Esto es absolutamente necesario para una óptima gestión del tiempo. No se trata de hacer más, sino se trata de hacer con más calidad. Buscamos ser eficientes en nuestros actos, por eso estás en este curso, y por eso recordarás concentrarte en realizar tus tareas lo mejor posible. Para cuando hayas acabado tu prioridad y tus dos objetivos, sabrás que tu día ha sido muy productivo; tu trabajo, efectivo, porque has hecho aquello imprescindible e importante, para llegar a donde tú te has marcado. Las prioridades de cada dia – Cuadrante de tareas Cuando al final del día vayas a decidir tus tres prioridades del día siguiente, puede ocurrir que no estés seguro de la idoneidad o de la importancia de las tareas que has escogido. Quizá pienses que hay algo más importante que hacer, y recuerda que no debe haber nada más importante que esas tres tareas. Por lo tanto, si dudas o consideras que hay algo más importante que estas tres tareas, has de recalibrar tus opciones y categorizar apropiadamente. Si te pasa esto, antes de determinar cuáles eran tus prioridades quizá te ayude hacerte alguna de estas preguntas: ¿Cuáles son los motivos que me llevan a escoger esta actividad como una de las prioridades de mañana? ¿Esta tarea de qué modo me ayuda a conseguir mis objetivos? Cuando las hayas respondido, sabrás si realmente son importantes, o si las has escogido por otros motivos peregrinos. Por ejemplo, porque te sientes a gusto realizándolas a primera hora de la mañana, o porque son fáciles, o porque llevan mucho tiempo en tu lista de pendientes o porque son urgentes. Pero urgencia e importancia no son lo mismo. Y en saber diferenciar estas dos categorías, radica el éxito de una gestión del tiempo óptima así que vamos con ello. Un método sencillo y eficaz para clasificar las tareas pendientes de acuerdo a su jerarquía se conoce como cuadrante de tareas o matriz Eisenhower. El cuadrante de tareas es un sistema para determinar tus prioridades y dejar de tener la sensación de que todo es urgente y necesario. Dibuja dos ejes, uno para la importancia y otro para la urgencia, de menos a más. Coloca las tareas en el cuadrante que les corresponda: no importante y no urgente; no importante, pero urgente; importante, pero no urgente; importante y urgente. Pasa completamente de las tareas que no son ni importantes ni urgentes. Delega o aplaza sin remordimientos las cosas que son urgentes, pero no importantes; y evita que las cosas importantes se conviertan también en urgentes. Con la práctica, lo conseguirás. Evidentemente, la atención va hacia lo importante y lo urgente, pero la magia, donde ocurre, es en lo que es importante, pero no requiere que se haga inmediatamente. Trata de trabajar la mayor cantidad de tiempo posible en esa parte mágica del cuadrante, es decir, trata de trabajar la mayor parte del tiempo en las tareas, que no siendo urgentes, son importantes. Con la práctica, pocas cosas serán importantes y urgentes a la vez, porque habrás estado trabajando específicamente en tus prioridades de manera habitual, ordenada y constantemente, y toda la carga de trabajo la habrás trasladado hacia el cuadrante "importante, no urgente". Es ahí donde sabemos que está la magia de una gestión del tiempo optimizada. Ahora, ya puedes decidir con seguridad qué tres tareas serán tus prioridades para ejecutar mañana, y, también, qué tres prioridades serán las de la semana que viene. Has escogido tus prioridades del día, ha llegado el día y las has completado. Ahora es el momento de continuar con otras tareas pendientes. Mi proceso es continuar con las tareas que considero urgentes. Y una vez que he terminado esas, seguir con al menos una tarea que me apasione. Todas estas tareas que voy realizando tras las prioridades, las voy pasando de la lista donde están anotadas a la lista tareas del día, una a una, y según las acabo, las voy tachando. Y te aseguro que con cada tachar, tengo un subidón de endorfinas por el placer que proporciona el trabajo bien hecho. Es importante que guardes esa lista de tareas hechas y que no la pierdas ni la tires, porque al final del día y al final de la semana la necesitarás de nuevo. Matriz Eisenhower Más urgente Menos importante I Más importante Más urgente I Más urgente I Menos Importante - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - Más importante Menos importante I Más importante Menos urgente I Menos urgente I Menos urgente Trabajar el mayor tiempo posible en las tareas que son importantes y no son urgentes El cierre del día Las tareas pendientes son fuente de ansiedad, estrés y frustración, porque nuestra mente tiende a recordarnos, sin que la invitemos y sin que queramos, que tenemos cosas aún por hacer. Los humanos recordamos mejor las tareas que tenemos pendientes que las que ya hemos realizado. Si, por ejemplo, observas a un camarero te darás cuenta de que, normalmente, al pedirle la cuenta, recuerda todo lo que le habéis pedido en tu mesa y en todas las demás. Pero haz la prueba un día y tras haberle pagado, regresa unos minutos después para preguntarle si recuerda que era lo que habíais pedido. Recordará solo algunas cosas, la mayoría las habrá olvidado ya. Esto es lo que se conoce como efecto Zeigarnik: la tendencia que tenemos a recordar mejor tareas pendientes que tareas completadas. Ahora juntemos el efecto Zeigarnik con otro apellido ruso, Sputnik, perdón, Ovsiankina. El efecto Ovsiankina habla de cómo nuestra mente nos recuerda de manera constante que tenemos tareas pendientes. Es decir, si interrumpimos la ejecución de una tarea, nuestra mente nos recordará una y otra vez que tenemos algo que hacer. "¡Hey!, que tienes esto pendiente". "Yo no quiero decir nada, pero hay una tarea pendiente". "Alguien tiene algo pendiente y no sé que será". Toma ya, ahí rumia que te rumia. La responsabilidad inexpugnable, inextricable, de que aún queda algo por hacer. Para evitar estos efectos perniciosos, además de utilizar listas de tareas que funcionan como una extensión de nuestro cerebro al ser un volcado de datos en forma de tareas que queremos, debemos o podemos hacer, cabe la posibilidad de desarrollar un ritual de cierre de jornada que nos ayude a vencerlos. Mi ritual consiste en tres partes: en primer lugar, un repaso de la listas Hoy y Prioridades; después me pregunto ¿qué he aprendido hoy?; y, por último, echo el cierre. Vamos con el repaso de las listas Hoy y Prioridades. Lo primero consiste en hacer un repaso mental de todo lo que hemos ido haciendo a lo largo del día y asegurarnos de que esta apuntado en nuestra lista Hoy, con su correspondiente tick o tachado. Y esto es así, porque sabemos que cada vez que completas una tarea y lo reconoces de algún modo, se produce un subidón interno de endorfinas y dopamina, es decir, existe un subidón por el trabajo bien hecho. Después, y aunque teóricamente nuestras tres prioridades — dado que tienen prioridad de ejecución— deberíamos haberlas hecho, puede ocurrir que, como todo en la vida, no nos haya sido posible, por un motivo u otro. Repasémoslas, y tras ello, definamos cuáles serán las tres prioridades del día siguiente: aquéllas tareas, que sí o sí, hemos de hacer porque son las que más valor aportan hacia la consecución de nuestros objetivos y propósitos. ¿Qué he aprendido hoy? Seguramente habremos tenido algún momento de iluminación o que hayamos aprendido algo importante, aunque no seamos muy conscientes de ellos. Hagamos pues un ejercicio consciente. Y para recordarlo, preguntémonos ¿qué he aprendido hoy? Anotemos nuestra respuesta y, tras ello, recordemos qué ha sido lo mejor del día para irnos con un buen sabor de boca. Y acabamos con echar el cierre. Nos queda recoger y ordenar nuestro espacio, dentro de lo ordenado que sea cada uno. Para mí, por ejemplo, la limpieza de mi espacio es fundamental. Seguro que tendré mil cachivaches y un buen montón de libros, post-its y lo que sea; pero al acabar la jornada se verá un especie de exposición "museística" breve. Bueno, allá cada cual. Ya solo nos quedaría que pronunciemos las palabras mágicas: "Por hoy, he acabado" o "Fin". O lo que yo suelo decirme: "Y con esto y un bizcocho, hasta mañana a las ocho". Y echo el cierre bajando la tapa de mi ordenador. Pero no se vayan todavía, aún hay más. Dado que estás en medio de un curso para aprender a gestionar tu tiempo de manera óptima, a tu ritual de salida le conviene que les añadas unas anotaciones que recojan las veces que has tenido interrupciones, —propias o involuntarias—, y que hagas alguna observación sobre lo que ha funcionado o no en tu estrategia de optimización de tu organización personal y de la gestión de tu tiempo. Este truco del ritual de salida permite vencer esa costumbre que tiene la mente de recordar una y otra vez las tareas que tienes pendientes y que puede impedir que duermas bien, o que disfrutes del tiempo de calidad con familia y amigos, porque sientes la responsabilidad de cosas por hacer. Dótate de herramientas que permitan vencer esa responsabilidad, que no es tal, sino un mal compañero y mala guía en la mayoría de las circunstancias. Que seas tú el que decide cuándo has acabado una tarea. Puedes decirle, por ejemplo, "Por hoy, he acabado contigo. Mañana seguiremos con otras cosas". Y ahora sí, y con esto y un bizcocho hasta mañana a las ocho. Que es la asertividad La asertividad se relaciona con nuestra capacidad para decir que no. Es un rasgo de la personalidad, que tiene ver con cómo nos relacionamos con los demás. Una conducta asertiva nos permite pedir ayuda, expresar nuestra opinión de manera libre y clara, aceptar el rechazo y manifestar discrepancias. Desarrollar nuestra asertividad es muy importante, porque una buena parte de los errores en la gestión de nuestro tiempo viene por nuestra incapacidad para decir que no a proyectos, a ideas, a reuniones, por ejemplo, cuando anteponemos las peticiones de otros, de los jefes, a nuestra propias necesidades. Aprender a decir que no, sin culpabilidad, con calma y respetuosamente es una habilidad clave para poder gestionar nuestro tiempo y organizar nuestro flujo de trabajo de manera óptima. Si trazamos una línea que va de las conductas pasivas a las conductas agresivas, la conducta asertiva se colocaría justo en el medio. Veamos con detalle. En un extremo se sitúan personas de comportamiento pasivo, no expresan desacuerdos a costa de ocultar lo que verdaderamente piensan o desearían hacer. No defienden sus intereses y creen que algunas personas como los jefes o incluso algunos compañeros tienen más derechos que ellos mismos. En el otro extremo, se sitúa el estilo agresivo: no tienen en cuenta las argumentaciones o las necesidades de los demás, ordenan sin posibilidad de discusión, evitan el debate, amenazan, insultan agreden. A las personas de comportamiento agresivo nadie les pisa, poca gente les lleva la contraria, y menos gente aún está dispuesta a colaborar o a trabajar con ellos. Con las personas de comportamiento pasivo todo el mundo quiere trabajar. ¡Claro!, si son capaces de anteponer los proyectos de los demás a los suyos propios. El problema radica en que ellos mismos generan un profundo malestar interno, porque sienten que están gestionando su tiempo francamente mal. Las personas cuyo rasgo de personalidad es asertivo están en el equilibrio, consiguen sus objetivos sin dañar a los demás, se respetan a ellos mismos, pero también a los que le rodean, actúan y dicen lo que piensan con franqueza y sinceridad, están seguros de sus creencias y demuestran capacidad de decidir, sin agredir a otros y sin permitir que les agredan. Además, y esto es muy importante, aceptan el rechazo como parte inherente de las interacciones sociales, comprenden que no se puede agradar a todo el mundo todo el rato. Las buenas noticias son que la conducta asertiva es una habilidad, no es algo con lo que se nazca, sino que se puede aprender con el tiempo y la práctica. Así que cuando más la pongas en práctica, más capacidad asertiva tendrás y más fácil te resultará expresar tus opiniones con calma, y, así, ser capaz de decir que no cuando lo consideres necesario; por supuesto, a tus compañeros e incluso a tu jefe, exponiendo serenamente los argumentos por los cuales consideras que ese trabajo extra que te pretende endosar no es oportuno. Y si insistiese, siempre podrías hacerle la pregunta: "De acuerdo, entonces, si me tengo que poner con esto, ¿qué debería dejar de hacer?" Antes de decir que sí o no a algo, tómate un poco de tiempo y evalúalo. No tengas miedo de decir: "Déjame que le eche un vistazo y te diré antes de tal fecha". Reflexiona sobre la tarea, echa tus cálculos, y tal día u hora, o un poco antes, pero nunca después, comunica tranquilamente tu decisión. Y si lo consideras oportuno, podrías incluso ofrecer una breve explicación: "Lo lamento, pero no va a poder ser, porque retrasaría ese otro proyecto cuya ejecución es una prioridad para mí. Gracias por comprederlo." Si decimos que sí a todo lo que nos llega, sin medir las consecuencias de aceptar esas peticiones, es probable que acabemos generando estrés. Una alta carga de estrés puede provocar una conducta excesivamente agresiva o pasiva, lo que produce en ocasiones aún mayor ansiedad, debido al rechazo que la propia respuesta provoca en los demás y en nosotros mismos. Evita ser esa pescadilla que se muerde su propia cola. Con la práctica, te acostumbrarás a decir y a escuchar la palabra "No" aceptando el rechazo sin dramas, pues irás comprobando cómo esta actitud asertiva te conduce por la senda de una vida más equilibrada y saludable. Tiene sentido, porque sabemos que en el medio está la virtud, como dijera Aristóteles. Así que, nuestra actitud, ni pasiva ni agresiva, asertiva. Tres espacios donde podemos poner en práctica nuestra asertividad en nuestro entorno laboral son: los proyectos que nos mandan los demás, los posible proyectos que van apareciendo y nuestra propia lista de tareas. Ante las tareas que traten de imponernos, posibles proyectos que aparezcan o ponerte con tareas de la propia lista, recuerda hacerte esta pregunta: ¿Es sensato aceptar ponerme con esta tarea? Y si la respuesta no es un sí rotundo, entonces es un no clarísimo. Recuerda estas preguntas relacionadas con tu asertividad y tus prioridades: ¿Me ayuda esta tarea a alcanzar mis propósitos? ¿Realizar esta tarea me produce algún tipo de satisfacción? Si realizo esta tarea, ¿estaré realmente avanzando trabajo significativo? Si la respuesta es no, declina amablemente la invitación. Conductas Asertiva Pasiva Agresiva ____________________________________________________ A 3 – Análisis y optimización de tu gestión del tiempo La eficacia personal como proceso de mejora continua En los 80, Ford era la reina indiscutible de las carreteras americanas. Vendía mucho más que cualquier otro fabricante, y los coches japoneses eran el objeto de burla constante, considerados poco más que copias baratas y de no muy buena calidad. Esto fue así hasta que a Toyota se le metió entre ceja y ceja que superaría a Ford y diseñó un plan para poder hacerlo. Una de las primeras decisiones fue dejar de copiar y centrarse en sus propios diseños. Y, a partir de ahí, desde ese momento, Toyota revisaría su método y producción mediante el método científico de ensayo-error, descartando lo que no funciona, apuntando lo que funcionaba, con una obsesión considerable y constante en la simplificación de procesos y la eliminación de ineficacias. A este proceso le puso el nombre de Kaizen. Y tan solo diez años después, Toyota se había convertido en el mayor vendedor de coches en USA, venciendo las risas y dejando atónitos a los fabricantes americanos. Hoy en día, Toyota es sinónimo de calidad y eficiencia, todo gracias a su método de mejora continua. En el mundo occidental, a este sistema que desarrollo principalmente Toyota se le conoce como Kaizen. Un método de gestión y producción basado en la mejora continua de los procesos. El camino hacia la optimización de nuestra eficacia personal es un camino Kaizen. Un proceso de mejora continua, y de similar manera a Toyota, se basa en la observación constante de nuestras acciones y sus resultados: ¿Esto funciona? Lo seguiré haciendo. ¿Esto no funciona? Pues dejo de hacerlo. ¿Hay alternativas? Las exploro. Reduzco ineficacia, simplifico mis procesos, aumento mi eficiencia; y el modo en el que dejamos contancia de nuestro análisis, y vamos acumulando conocimiento, es mediante la ejecución de preguntas a intervalos regulares de tiempo. Por ejemplo, si cada día, al final de nuestra jornada, nos hacemos la pregunta ¿qué es lo que he aprendido hoy?, y anotamos la respuesta, igualmente, al final de la semana, podremos echarle un vistazo a los aprendizajes de todos los días y responder a la pregunta ¿qué es lo más importante que he aprendido esta semana? Puede resultar conveniente estructurar un poco más la manera en la que generamos ese conocimeinto, de modo que si lo creemos conveniente, podamos compartirlo con otros compañeros que sigan la misma estructura. Por ejemplo, siguiendo el sistema a ARL: acción, resultado, lección. Acción. ¿Qué fue lo que hice? Resultado. ¿Cuál fue su resultado? Lección. ¿Qué he aprendido de esa acción?, o ¿qué lecciones puedo sacar de esta acción y sus resultados? Además, dado que en este caso estamos en un curso para aprender a gestionar nuestro tiempo eficazmente, quizá podríamos hacer una pequeña versión que se adapte a nuestras necesidades específicas. Quedaría algo así: ¿qué es lo más importante que he aprendido esta semana relacionado con la gestión óptima de mi tiempo? ¿Qué acción puse en marcha esta semana para mejorar mi eficacia? ¿Qué resultados obtuve? ¿Qué he aprendido hoy? También podríamos hacer otro tipo de análisis. ¿Qué fue bien esta semana? ¿Qué es lo que no ha ido tan bien y podría mejorar para la semana siguiente? ¿Cuál es el mejor recuerdo que me guardo de mi eficacia personal esta semana? También podemos hacerlo en base a nuestras prioridades. ¿Cómo han ido mis prioridades? ¿De qué modo esta prioridad me ha ayudado a avanzar? Luis Álvarez, que fue ganador del premio Nobel, cuenta que fue su padre el que le dio el consejo que le guiaría durante toda su vida personal y profesional. Y lo que le dijo fue que invirtiera un poco de tiempo cada día para reflexionar sobre su trabajo y sus estudios, no más de media hora, pero de manera constante, día tras día; que eso le iba a ayudar a afianzar los conocimientos porque al cerebro le gusta fijar lo que ha aprendido durante el día al hacer un repaso consciente y breve. Así que Luis gastaría media hora cada día para pensar sobre lo que había aprendido, escribiendo sus observaciones en una libreta diariamente, respondiendo a una pregunta: ¿qué he aprendido hoy? Posteriormente, la neurociencia ha demostrado que cuando una persona conecta en su cerebro piezas de información y tiene un momento de inspiración o clarividencia, aunque sea pequeñito, el cerebro disfruta de un subidón de adrenalina a modo de recompensa. Esa es la recompensa al esfuerzo intelectual, que puedes lograr cada día: placer por aprendizaje. Si como dice el refranero popular: "nunca te acostarás sin saber una cosa más", averigua qué cosa es y apúntatela para que no se te olvide. Y, tú, ¿qué has aprendido hoy? Revisiones Semanales Una muy buena manera de comprender cómo funciona algo y saber si lo hace de manera efectiva es pararse a observarlo poniendo atención en ello. En este bloque, hablaremos de las revisiones semanales. Aprenderemos a mejorar nuestro flujo de trabajo y nuestra organización a través de la observación y el análisis semanal de nuestras acciones poniendo especial atención al hacerlo. Dice un científico llamado Duncan Watts que una vez que conoces la respuesta, todo parece una obviedad. Y, de hecho, es el título de un libro suyo en el que habla de cómo el sentido común y la intuición muchas veces nos fallan, y de cómo podríamos aprovechar la gran cantidad de datos que hoy en día tenemos a nuestra disposición para tomar mejores decisiones. Ahora, nuestro calendario contiene datos; nuestros listados de tareas hechas y las no hechas son datos; y hacernos las preguntas adecuadas, genera datos. En las revisiones semanales, usamos todos esos datos que tenemos a nuestra disposición para aprender de lo que hemos hecho, encontrar oportunidades de mejora en nuestra organización y programar las tareas futuras, porque la revisión semanal te ayuda a responder preguntas del tipo: ¿Las acciones que he realizado esta semana de qué me han servido? ¿Hay algo en ellas que pueda mejorar? ¿Es efectivo el método que utilizo para organizarme? Por lo tanto, es una muy buena manera de comprender si lo que estás haciendo produce los resultados deseados y qué ajustes podrías hacer para que tus acciones fuesen más efectivas, así como para descartar actividades que te aportan poco valor y consumen tu tiempo. Mi consejo es que cada viernes dediques un par de horas a hacer un repaso de lo que has hecho y, tras ello, programes tus prioridades de la semana siguiente. ¿Por qué el viernes y no, por ejemplo, el lunes o el miércoles por la mañana? Bueno, básicamente, porque el viernes tienes fresco lo que has hecho esa semana, y porque, una vez finalizado el repaso, puedes irte de fin de semana relajado con la tranquilidad de saber que todo está en orden, una sensación magnífica. Así que, cada viernes, justo antes de que se acabe tu jornada laboral dedica al menos 45 minutos a hacer un repaso de cómo ha ido tu semana. No me refiero a un simple "Hmm, a ver, cómo ha ido. Pues, ¡hala!, todo bien. ¡Venga, ya está, repasado!". A lo que me refiero es a hacer un repaso consciente un análisis profundo de cómo se ha desarrollado tu semana, de modo que puedas identificar oportunidades de mejora, afiances posibles aprendizajes, disfrutes de los éxitos que te hayas apuntado, y programes la semana siguiente para que, al llegar el lunes por la mañana, a ponerte imediatamente con la tarea que hayas decidido el viernes, no tengas que gastar energía y fuerza de voluntad en ponerte a pensar: "¿Y qué es lo que voy a hacer ahora y por qué?" Haciendo un resumen, las dos útlimas tareas de la semana serían hacer tu revisión semanal y determinar tus prioridades de la semana siguiente, que hará que las metas parezcan más asequibles, las decisiones tengan más sentido, y que el estrés no haga su aparición. ¿Y cómo se pone esto en marcha? Pues coges tu lista de tareas hechas y la repasas. Lee todo lo que has hecho esta semana y, al lado de cada una de ellas, anota lo que te parezca más relevante, quizá un aprendizaje, una palabra, una emoción un recordatorio para futuras ocasiones. Coge tu lista de pendientes y échale un vistazo. Categoriza las tareas en base a su nivel de importancia y estructúralas en base a las necesidades de priorización que tú determines. Ahora mira tu calendario. ¿Tienes reuniones? Repásalas. Mira a ver si hay alguna en la semana que viene que puedas anular o alguna sobre la que necesites más información. Organiza tus prioridades, determina tus actuaciones de la semana que viene en base a las necesidades y lo que sea más útil para tus propósitos. De todo esto va el repaso semanal, pero, especialmente, la revisión semanal va de hacerse las preguntas apropiadas. Las primeras: ¿Cuál ha sido el aprendizaje más importante de esta semana? ¿De qué modo la estrategia que he estado siguiendo facilita la consecución de mis objetivos? También, hagámonos preguntas dedicadas al análisis de algunas de nuestras tareas, por ejemplo, ¿qué he hecho?, ¿cuál ha sido el resultado?, ¿qué es lo que he aprendido con esta acción? O preguntas aplicadas a observar la evolución de nuestra organización personal: ¿Qué fue bien? ¿Qué es lo que no fue tan bien? ¿Qué podría ir mejor para la próxima ocasión? Dado que cada vez más estudios demuestran la enorme relación entre productividad y felicidad, lo que recomiendo es acabar con dos preguntas que van a hacer que nos sintamos un poquito más felices: ¿Qué ha sido lo mejor que ha pasado esta semana? ¿Cuál ha sido mi pequeña victoria personal esta semana? Subámonos la moral respondiendo a estas dos preguntas también esenciales para sentirnos plenos y satisfechos. Gracias, hasta aquí hemos llegado. Feliz revisión semanal. Uso adecuado de un calendario Creemos que la utilidad de los calendarios radica en su función para gestionar nuestro tiempo, cuando en verdad su verdadera utilidad es la de ayudarnos con la gestión de nuestras tareas. Cambio de perspectiva, resultados óptimos. Vamos allá. Empezamos explicando que de manera análoga a las previsiones del tiempo, que pueden ser más o menos acertadas, nuestros calendarios son en verdad estimaciones sobre lo que nosotros creemos que va a acontecer en el día de hoy o en los próximos días. Creer que seguiremos la estructura de nuestro calendario a rajatabla, y no solo eso, sino que creer que seremos capaces de seguir un calendario perfectamente programado, es confundir nuestros deseos con la realidad. Además de ser realmente perjudicial para el desarrollo de nuestro trabajo y de nuestra salud mental. Rellenar todos los huecos de un calendario con tareas, acciones y eventos, y creer que vamos a seguirla a pies juntillas, también es confundir nuestros deseos con la realidad, simplemente, porque no suele ser posible. ¿Quiere decir esto que debemos enterrar nuestros calendarios? Para nada, pero debemos desaprender lo aprendido y practicar con nuevas maneras de utilizarlos. Por ejemplo, estimación optimista. Cuando vayas a colocar una tarea, asume que tus estimaciones del tiempo que te llevará completarla siempre serán optimistas, y que, en el mejor de los casos, probablemente necesites al menos, la mitad más de lo estipulado en un principio. Adelántate a este sesgo temporal y utiliza este conocimiento para programarte mejor. Recuerda, reserva al menos la mitad más de lo que estimes que te va a llevar una tarea determinada. Vamos ahora ver la anticipación estoica. También es aconsejable que dejes huecos libres, espacios en blanco, entre las franjas que tienes reservadas para realizar tus tareas. ¿Por qué? Pues porque la realidad es terca y va por libre, así que es más que probable que surjan acontecimientos fuera de nuestro control que retrase o alteren nuestros planes. Es decir, es más que probable que parezcan nuevas necesidades imprevistas que requieran de nuestra atención inmediata. Si estás preparado para ello, tus probabilidades de éxito se multiplicarán. Lo importante en un calendario no es tanto seguir las rigideces de la hora y los tiempos, sino ser capaces de tomar decisiones de calidad para ejecutar o posponer. Lo que importa es hacerse las preguntas: ¿qué es lo que más me conviene hacer ahora? ¿Y en este momento, qué es lo más sensato que debería hacer después de esto? De modo que seas tú, con tus decisiones, el dueño del destino de tu calendario y no que permanezcas como las hojas de los árboles que el viento traslada de un lado a otro a merced de lo que los acontecimientos externos a ti decidan por ti. Frente al trabajo reactivo, en el que reaccionas ante los eventos externos, el trabajo reflexivo, en el que decides qué es lo más apropiado ejecutar en cada momento. Utilizar un calendario de manera adecuada, nos obliga a pensar qué es lo que vamos a hacer, por qué lo vamos a hacer, cuándo lo haremos y cuánto tiempo creemos que nos llevará o cuánto tiempo estamos dispuestos a dedicarle a una determinada tarea. Un calendario bien gestionado, funciona como una guía para nuestra eficacia, no para la puntualidad de nuestras acciones. Y sí, por supuesto, hay casos como las reuniones con clientes o con otros miembros del equipo o con las llamadas a proveedores, por ejemplo, en los que la puntualidad es esencial. Pero no hablo de este tipo de gestión de calendario. Eso lo considero más bien una gestión de citas, no de tareas. En la mayoría de los casos, en nuestros calendarios, no es necesario seguir a pies juntillas las horas y los bloques previstos, sino que se puede ver como algo vivo y maleable, que es capaz de adaptarse a las circunstancias del momento y a las necesidades que van surgiendo. Insisto, debemos comprender que alterar el calendario, la programación del calendario y de nuestras tareas entra dentro de lo previsto, y que lo importante no es tanto hacer la tarea justo en el momento en el que la habías proyectado, sino ir en cada momento tomando decisiones conscientes de por qué vas posponiendo o ejecutando esas tareas y de cuándo es el momento idóneo para ponerte con ellas, día a día, momento momento. Reaprender a usar un calendario va de acostumbrarse a tener en cuenta nuestro sesgo optimista en las estimaciones temporales y contar con las eventualidades fuera de nuestro control. Por tanto, reaprender a usar un calendario va de recordar que hay que contar con el doble de tiempo estimado, y hay que dejar espacios libres, muchos, para poder atender cambios, nuevas necesidades para estar disponible para los demás, para no generarse estrés uno mismo. Podría haber empezado esta sección hablando del origen de la puntualidad o de cómo se empezó a usar los relojes por los trenes y la Revolución Industrial, pero lo voy a evitar, porque nosotros ni somos máquinas, ni creo que debamos adaptar nuestros hábitos a las necesidades de las máquinas. Si acaso, al revés, que sea la tecnología la que se adapte a nosotros. Y, por ejemplo, que alguien diseñe un calendario en el que cada vez que añadamos un evento en él aplique la norma de 50 % y, de manera automática, alarga el tiempo reservado para ejecutar esa tarea. Anticipación estratégica Qué es la "Anticipación"? La anticipación es la capacidad de prever qué es lo que ha de suceder o puede suceder. La “Anticipación estratégica” es la capacidad de determinar con antelación escenarios que podrían interferir con la realización de nuestros propósitos y elaborar planes de contingencia para evitar que estos escenarios nos desvíen de nuestra intención inicial. Por ejemplo, imagínate que has decidido, por los motivos que sea, que quieres dejar de ver tanta televisión al llegar a casa tras el trabajo, y que, en su lugar, prefieres invertir ese tiempo en tu propio desarrollo personal. Una estrategia que te facilitaría el desarrollo de tu plan podría ser desconectarte del proveedor de televisión y desenchufar la propia pantalla. En el momento que aparezca tu impulsividad, que sabes que aparecerá, tendrás que realizar una serie de acciones, que si bien no impiden del todo que puedas ver la tele, sí que hace, que mientras la enchufas y escribes tu nombre de usuario y contraseña, te plantees si es eso lo que, verdaderamente, te habías propuesto hacer. Como ves, se trata de diseñar estrategias para continuar con aquello que nos hayamos propuesto aun en el caso de que aparezcan complicaciones. Hace unos años, en el Reino Unido, se llevó a cabo un estudio con pacientes recién operados de cadera. Para estos pacientes, tanto el postoperatorio como la recuperación son muy dolorosos dado que, para que la operación tenga éxito, y los tejidos se suelden satisfactoriamente, el paciente ha de comenzar su rehabilitación y echar a andar, prácticamente, al día siguiente de salir de quirófano, con todo lo doloroso que eso puede resultar. Pues bien, tras muchísimos años de observación y estudio han comprobado cómo los pacientes que se anticiparon a la aparición del dolor y desarrollaron estrategias para continuar andando, una vez estas aparecieran, tuvieron porcentajes de recuperación muchísimo mayores que aquellos otros, que aun sabiendo que el dolor aparecería, no pensaron en ningún plan, y, sin remedio, se rendían, aun cuando tenían la intención firme y verdadera, de darse un paseo por el hospital, pero su fuerza de voluntad les abandonaba en el mismo momento en el que tenían que enfrentarse con el dolor agónico de dar los primeros pasos. Y, sin un plan que les sustentara en esos momentos, su recuperación era mínima, y su calidad de vida apenas mejoraba comparada con los compañeros que habían desarrollado estrategias de anticipación. ¿Qué es lo que podemos aprender de este estudio y nuestra propia experiencia? Pues que en el diseño implementación de esos planes contra las dificultades que quieren impedir nuestro éxito, radican nuestras verdaderas posibilidades de cumplir con nuestra intención satisfactoriamente. Por lo tanto, para trabajar con la “Anticipación estratégica” esto es lo que has de preguntarte: ¿Qué puede ocurrir que retrase u obstaculiza esto que quiero hacer? y ¿cómo puedo evitarlo? Por ejemplo, si trabajas en una oficina con más compañeros puede ocurrir, que después de pasar un buen rato en el que la inspiración ni te llegaba ni te venía, ahora, justo en el momento en el que estás totalmente inspirado y absolutamente concentrado alguien viene y te da un toquecito en el hombro para decirte alguna cosa insustancial, y hasta luego concentración. En este caso, si sabes que vas a tener que estar concentrado y que es un recurso complicado, igual conviene que: 1. Pongas un cartel bien visible en el que avises de que estás concentrado y que, por favor, no te interrumpan. 2. Directamente reserves una sala de conferencias para ti y trabajes en ella. Si tú mismo te hubieras hecho la pregunta ¿qué puede ocurrir que retrase u obstaculiza esto que quiero hacer y cómo puedo evitarlo? Quizás habrías llegado a estas u otras soluciones y ahora estarías, tan ricamente, concentrado en tus asuntos. También puede ocurrir que recibas un WhatsApp, que te llame el jefe, que sientas deseos irrefrenables de mirar el Facebook, que tengas la tendencia a vagabundear por la web. Seguro que sabes anticiparte a todo eso, y, si te parece oportuno, dotarte de los medios necesarios para que seas tú el dueño de tu tiempo y de lo que haces con él. "Anticipación" es, también, tener en cuenta que los seres humanos somos terribles haciendo estimaciones de tiempo y por eso, a la hora de comprometerte con fechas de entrega, debes de tener en cuenta nuestro sesgo optimista y añade siempre, al menos, un cincuenta por ciento más de lo que crees que te llevará realizar esa tarea. Y, también, es "Anticipación" dejar espacios libres o huecos en tu calendario para la más que previsible aparición de imprevistos y eventualidades que retrasarán la ejecución de tus tareas. Así, no sientas que tu programación del día se ha ido al garete, porque lo tenías previsto. Eso es "Anticipación estratégica" aplicada a la optimización del tiempo para facilitar nuestra eficiencia y nuestra serenidad. La técnica Pomodoro En este bloque, vamos a conocer la técnica pomodoro y aprenderemos a ejecutarla para que podamos integrarla a nuestras rutinas de trabajo. La técnica pomodoro es un método para optimizar la ejecución de nuestras tareas que se basa en la alternancia de periodos de concentración de alta intensidad con periodos de descanso. Presentaremos la técnica y la desgranaremos para comprenderla. Veremos por qué la ciencia apoya el método en el que se basa esta técnica. Analizaremos algunas de las herramientas online y offline que facilitan su puesta en marcha y, al terminar este bloque, estarás listo para empezar a implementar la técnica Pomodoro en tu flujo de trabajo o en tu estudio. Pongámonos en situación, años 80, pantalones de pitillo, hombreras, Italia, la Torre de Pisa y un estudiante universitario decidido a sacar las mejores notas posibles de entre todos sus compañeros. Se dirige a la cocina, coge un temporizador con forma de tomate y lo pone al máximo: 25 minutos. Durante los próximos 25 minutos se promete a sí mismo: "Estaré concentrado únicamente en estudiar el tema que tengo delante". Luego, descansaré 5 minutos y me pondré de nuevo con los 25 minutos del temporizador a estudiar el tema que tengo delante. Y así lo hace con cada uno de los temas, con cada una de las asignaturas. 25 minutos de concentración, 5 de descanso. Al final del trimestre, con su método de estudio se ha convertido en un alumno brillante, y ha nacido la ténica pomodoro que significa "tomate" en italiano. El nombre del estudiante de ingeniería es Francesco Cirillo, y a él le debemos esta técnica. La técnica se basa en bloques alternativos de concentración y descanso. Durante los periodos de concentración, no se permite ninguna distracción, por lo que el teléfono, email, WhatsApp, notificaciones o cualquier cosa que pueda distraernos de nuestra tarea hay que apartarlo. Así que apaga todas las notificaciones. Bueno, de hecho, si quieres ser realmente productivo, apaga todas las notificaciones siempre, y en lugar de ser reactivo, reaccionando ante lo que los demás hacen, mejor sé proactivo, y decide tú qué será lo que hagas, cómo y cuándo. Bueno, que para concentrarte apagues todas las notificaciones y, si puedes, pon el teléfono en modo avión, que es lo que yo hago cuando necesito períodos de concentración total. 25 minutos sin distracciones y sin nadie que te moleste, totalmente concentrado en ejecutar la tarea que tienes delante. Cuando suena la señal de descanso, a descansar esos 5 minutos. Quiero decir que no a todo el mundo los 25 minutos les funcionan, y hay quien prefiere mantener periodos de concentración más prolongados. Recuerdo, por ejemplo, a un compañero, Óscar. Óscar trató de poner en marcha esta técnica según supo de su existencia. Le pareció que tenía todo el sentido del mundo y que era la respuesta que estaba buscando a cómo organizarse las franjas de trabajo, de modo que resultase cómodo y productivo. Así que Óscar bajó a la calle, compró un temporizador y se dispuso a trabajar siguiendo la técnica pomodoro. Las primeras veces lo colocó a 25 minutos, así que cada 25 minutos, el temporizador sonaba, pero daba la casualidad que sonaba justo en el momento en el que a Óscar no le venía bien, porque Óscar quería seguir con lo que estaba haciendo en ese momento, así que paraba la alarma y seguía trabajando un ratito más, y luego un ratito más, y luego estaba cansado y paraba un rato, y cuando se daba cuenta, pues había bajado el ritmo, y había mirado Twitter, Facebook y el teléfono un par de veces. Luego volvía a poner el temporizador, que volvía a sonar justo en el momento en el que Óscar se sentía muy productivo así que no le hacía caso y seguía trabajando. Por supuesto, cuando habían tareas que urgían, Óscar ni se acordaba del temporizador ni de la técnica ni de nada. Al final, el temporizador acabó en una esquina triste, solo y abandonado sin aportar ninguna solución a la falta de estructura en la manera de trabajar de Óscar. Esto que acabo de contar, nos ocurre a todos, y es más que probable que te pase también a ti especialmente las primeras veces. Así que cuidado. Vamos a ver qué puedes hacer para tratar de evitarlo. Lo más apropiado, es que desarrolles tu propia rutina en torno a la técnica pomodoro. Por ejemplo, que utilices una hora o un par de horas de tu mañana o de tu tarde para poner en práctica esta técnica. Si 25 minutos te parecen muy pocos determina cuál es la duración que según tu propia experiencia, pues nadie te conoce mejor que tú, es la que más se adecúa a tus propias condiciones, cuál es la que mejor se adapta a tu ritmo. Busca una cantidad de tiempo que no sea ni demasiado breve, como para que te quedes con ganas de continuar, ni demasiado larga, como para que hacia el final solo puedas estar pensando en que suene ya de una vez el dichoso temporizador y puedas así parar. Conozco a personas a las que los 25 minutos les va genial, y conozco a otras que prefieren entre los 40 y los 60 minutos como intervalos de concentración intensa. Obsérvate y decide hasta dónde quieres llevar tu capacidad de concentración. Igual que cuando empiezas a correr no te metes a correr un maratón sin haber entrenado, te recomiendo que empieces con poco tiempo y vayas probando, aumentando los minutos de 5 en 5, hasta encontrar tu equilibrio. Personalmente, yo me encuentro cómodo trabajando en bloques de 45 minutos, seguidos con descansos de 15, y no solo hacer más de dos bloques de 45 minutos seguidos sin una pausa más larga o un cambio total de tipo de tarea. Por ejemplo, 45 minutos, concentración absoluta, 15 de descanso; y vuelvo a otros 45 minutos de concentración absoluta, seguido de otros 15 minutos de descanso. La técnica pomodoro explota las ventajas de la concentración intensa en una actividad, por periodos de tiempo breves y determinados alternando con periodos de descanso. Cada vez, hay más estudios científicos que demuestran que al cerebro le viene muy bien descansar ratitos entre actividades para afianzar conocimientos. Los resultados muestran fuertes evidencias de que proporcionarle al cerebro pequeños periodos de descanso interrelacionados contribuye al desarrollo de la memoria a largo plazo; y sugieren que podrían ser cruciales para hacer más fácil y rápida la consolidación de recuerdos. Así que recuerda, tú: concentra tu cerebro intensamente y permítele descansar también inmediatamente, intensamente, y vuelta a trabajar. Fin de jornada laboral Establecer por adelantado el final de tu jornada laboral es tan importante como decidir cuáles serán tus prioridades del día siguiente. En alguna ocasión, puede ocurrir que por un motivo u otro no hayas sido capaz de cumplir con tus tres prioridades del día siguiente, e igualmente puede ocurrir que no respetes tu horario de salida, en alguna ocasión, no de manera habitual. No cumplir con tus prioridades de manera habitual y no respetar los horarios de tu jornada laboral son el indicativo más claro de que hay algo que está francamente mal en el modo que estás gestionando tu tiempo. Un tiempo que estás gestionando de manera más bien pobre. Una pista hacia la solución: escoge tus prioridades de manera más realista y termina a tu hora. Hay numerosos estudios que demuestran que más allá de las ocho horas, nuestra capacidad de concentración y atención disminuye sensiblemente. El cerebro necesita descanso y hemos agotado prácticamente casi toda nuestra fuerza de voluntad. Eso significa un descenso considerable en la calidad de nuestra toma de decisiones, una reducción de la velocidad de ejecución, menos presencia en las reuniones con los compañeros, cansancio, poca claridad mental, distrofia muscular por falta de actividad física y aumento del riesgo de accidente cardiovascular. No suena muy bien. Yo aprendí esto, como muchas cosas en mi vida, por la vía dura. Aunque en mi caso, el hecho de echar más de ocho horas trabajando, sin que nadie me obligase, tuvo además otro tipo de coste. Hoy en día y en especial para los que trabajamos dentro de eso que se llama knowledge workers, o los que trabajamos en internet, la oficina existe en cualquier sitio que disponga de una buena conexión wifi. Esto significa que es más que probable, que no haya compañeros al lado que nos recuerden, porque se levantan y se van, que ha llegado la hora de salida. Cuando se me presentó por primera vez la oportunidad de tener una jornada laboral de ocho horas desde mi casa, yo me fui a celebrarlo. Recuerdo el primer día delante del ordenador, con la sensación de estar produciendo contenido de calidad a niveles cuasiestratoféricos, sin parar, atendiendo mil cosas, resolviéndolas, una por una, otra tras otra. Llego al final de jornada y, como estaba en mi despacho, en mi casa, seguí un rato más; total, no solo no iba a ser daño a nadie sino que iba a jugar favorablemente en mi favor. Estaba demostrando que era un tío capaz, responsable y súper productivo. Al día siguiente más de lo mismo, al tercer día, un poquito más. Un poquito más significaba cerrar el ordenador sobre las nueve de la noche, y a veces, retomarlo después de cenar. En medio de todo esto, mi pareja llegaba a casa tras su jornada laboral, mi respuesta siempre era: "Cinco minutos más y ya acabo", "Cinco minutos más, y estoy. Dame unos minutos". Y así todos los días. Lo normal era que mi pareja llegaba, yo le decía: "Cinco minutos. Me ha surgido una cosa importante. Ahora acabo". Me sentía mal por dentro, porque aunque deseaba que fuese cinco minutos, tanto había dicho lo de que viene el lobo, que no yo mismo me lo creía. Era más el deseo de que durase cinco minutos, pero, al final, eran unas dos horas. Un día mi pareja se hartó, se le acabó la paciencia y vivimos una buena crisis. El trabajo no lo es todo. El trabajo es un medio, no un fin en sí mismo. Una buena gestión óptima del tiempo sabe que la relaciones interpersonales de calidad son fundamentales para nuestra serenidad y nuestra felicidad. Y nuestra serenidad y nuestra felicidad son esenciales para desempeñar nuestras obligaciones laborales de manera eficaz, especialmente si hemos de ser creativos y resolutivos. Desde ese mismo día de la crisis, cuando llegaban las seis de la tarde, me daba igual lo que estuviera haciendo. Yo cerraba la tapa de mi ordenador y me decía: "Se acabó". Y me dedicaba a vivir y a prestar atención a otros aspectos de mi vida, como a mi familia, a mis amigos, a mi desarrollo personal y a mis hobbies. Cosas absolutamente fundamentales en la gestión óptima del tiempo, orientados hacia la eficiencia, la felicidad y la serenidad. Con el tiempo fui refinando la manera en la que acababa mi jornada laboral, porque sin saber yo lo que eran los efectos Zeigarnik y Ovsiankina, hacían presencia recordándome, una y otra vez, las tareas que tenía pendientes, hasta que poco a poco fui completando mi propio ritual de salida, diciendo las prioridades del día siguiente y marcando todas las tareas que había completado ese mismo día. Para poder comprobar de mi primera mano que, efectivamente, había sido un muy buen día de trabajo en términos de eficiencia y productividad. Pocas cosas hay que dé más gusto que finalizar tu jornada con la satisfacción del deber cumplido, habiendo realizado un trabajo excelente. Para que me quedara un mejor sabor de boca, añadí la pregunta ¿Qué he aprendido? y ¿Qué es lo mejor que ha pasado hoy? Así que recuerda: no por dedicarle más horas al trabajo serás más eficaz. De hecho, nuestra capacidad de atención tiene un límite. La fuerza de voluntad tiene un límite. Y el hecho de que nos tiremos más horas delante del ordenador o en nuestro lugar de trabajo es mucho más perjudicial que beneficioso. Planificar tu momento de parar de trabajar es tan importante como planificar tu tiempo de trabajo. Cumple con tus prioridades y respeta tus horarios de inicio y fin de jornada. Va en ello tu salud, tu felicidad y tu eficacia como profesional.
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