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Contra la rutina

Autor: Carlos Cazila

Sinopsis
Esta obra, en lenguaje y situaciones absurdas, intenta reflejar las vicisitudes
de un matrimonio, a lo largo de su existencia.
El, llamado Pablo, manifiesta una preocupación constante, convertida en
obsesión, en lo concerniente a que su pareja matrimonial no caiga en la
rutina, intentando para ello alterar el orden de todo lo que pudiera presentar
un viso de cotidianeidad, aunque más no se trate que de los horarios y
hechos comunes y triviales.
Pablo refiere permanentemente que sus ideas y aspiraciones respecto a la
vida son elaboradas en concordancia con el pensar de su alter ego, llamado
Luis Pérez, a quien menciona como permanentemente presente en él
Es así como el ideal de Pablo es crear un espacio, un lugar, que sea como de
descontaminación del tedio cotidiano, y que esto pueda extenderse en el
tiempo, llegando incluso a pensar en qué cosas por demás extrañas podrían
ocurrir como para diferenciarse de todo lo habitual.
Ella trata de acompañarlo en sus intentos, aunque sin hallarse
verdaderamente convencida de lo que él trama permanentemente, el cual
soslaya todos los obstáculos que pueden presentarse en la convivencia por
considerarlos lugares comunes, como ser el caso de la competencia
profesional entre ambos miembros, los comentarios de ella respecto a relatos
cotidianos, chismes de vecinas, asuntos domésticos y familiares, y aún,
tratando de convencerla de que su inminente maternidad tampoco es un
hecho trascendente, ya que eso le sucede a muchos.
Frente a todo esto, a ella se le plantea el recurso de volver a los antiguos
relatos que de pequeña le creaba su madre para que se durmiera, tratando de
sugerir una propuesta creativa, en la que su marido finalmente opta por toma
parte, pero que se encarga luego de demostrarle que no conduce a nada.
En ese devenir, Pablo implementa un recurso que ha resuelto adoptar, al
igual que Luis Perez, y que consiste en registrar con la mayor precisión
posible, el crecimiento de los vegetales que ha incorporado a su casa,
práctica que al parecer le brindará un estímulo satisfactorio, ocurriendo
finalmente lo terrible para él, porque fracasa el intento, ya que las plantas
dejan de crecer. Esto sucede en el momento en que ella lo sorprende con que
se va de casa con un jovencito, diciéndole que sin pensar, encontró la
manera de superar todo eso que su marido temía
Ella volverá luego de varios años, con la noticia de que ha tenido varios
hijos con distintos amantes, y que incluso esta vez la acompaña uno de ellos
en su regreso, al cual intentarán integrar a la restablecida pareja, sin que esto
finalmente logre alcanzar la meta de Pablo en cuanto a que su vida sea
original, e irremediablemente, todo vuelve a ser como era antes.
Una elipsis en el tiempo, la mostrará a ella, ya anciana, recordando aquel el
pasado, y relatando que Pablo ya ha muerto y que ella cree que en el fondo
vivieron plenamente, aún con las obsesiones de él, y haciendo referencia a
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ese importante amigo, Luis Pérez, reconoce la trascendencia que tuvo en la


vida de ambos, y tanto así, que confiesa haber sido la secreta amante de éste,
a quien describe como idéntico a Pablo.
Luis Pérez, se presenta, y ya inmerso en la vida matrimonial actual,
comprueba junto a ella y con enorme júbilo, que los vegetales que habían
dejado de crecer comienzan a hacerlo, lo cual les inspira un sentimiento de
renovada esperanza, ya que esto les da a entender que los acontecimientos
pueden tomar otro rumbo, y la pareja, finalmente recuperar su vitalidad.

Contra la rutina

Autor: Carlos Cazila


Tel. 4-374-2841
15-4172-8732

carloscazila@gmail.com
mensaje70@yahoo.com.ar

Buenos Aires, Argentina

Obra registrada

Personajes
Ella.
Él.
(Un matrimonio).
Entre los elementos escenográficos pueden tomarse en cuenta los
retratos de ambos, algunas calculadoras rudimentarias y gran cantidad
de macetas con sus correspondientes plantas.
Ella y Él se encuentran sentados frente al público con sendos
periódicos en sus manos.
Ell a: Si vamos a detenernos en las estadísticas publicadas en los últimos
cincuenta años veremos que éstas indican que el porcentaje de
personas que contrajo matrimonio, aumentó en los momentos socialmente
álgidos. Pareciera que su causa estaría relacionada con todo
aquello que tenga que ver con apuros y situaciones embarazosas.
Él: Resulta que en realidad, ha podido comprobarse que la sensación
bélica origina ya de por sí un generalizado aumento de la libido,
un incremento que finalmente llega a canalizarse en los tan mentados
cánones matrimoniales, circunstancia que las mismas estadísticas
indican que se revirtió poco tiempo después, con la llegada del
primer solsticio de verano y la inexactitud de los datos expuestos
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anteriormente.
Ell a: Además queremos decirles que lamentamos ser tan someros en
esta exposición, sin tiempo siquiera para extendernos en la premisa
de que las situaciones sentimentales guardan relación directa con
los fenómenos meteorológicos, la primavera y demás. Pero aún así,
trataremos de enunciar brevemente cuáles son los principales problemas
que pueden conspirar contra la unión formal de una lograda
pareja.
Él: Yo soy Fernando, de diecinueve, y por más que trato de explicarles a
los padres de ella que me ven así porque soy auténtico, mis esquivos
suegros manifiestan rechazarme por atorrante y piojoso.
Ell a: Yo soy Astrid, de catorce, e intento hacer entender a mis padres
que deben dejar las diferencias de lado y tratar de integrar al piojoso
a la familia.
Él: En mi caso, yo soy cuarenta años mayor que ella, y la primera incógnita
que se me plantea es si tengo que casarme o adoptarla.
Ell a: Mi nombre es Paula, de veinte, y nuestra pareja no padece ninguna
clase de contratiempos, claro está, dejando de lado algunos
detalles insignificantes que tienen que ver con el problema de cómo
conseguir trabajo, dinero, un techo… En fin, cosas materiales que
no pueden preocupar a nadie.
Él: ¡Y en mi caso, como ella es negra, yo insisto en que tengo derecho
a casarme con dos!
Ell a: Estas son, en brevísimo resumen, las pequeñas dificultades con
que puede encontrarse una pareja antes del matrimonio, a través
de una mirada exhaustiva en las publicaciones periodísticas, y más
precisamente, en el suplemento dominical, que es lo único que
consultamos y que por cierto nos guía a través de sus brillantes esclarecimientos
pseudopsicológicos. Es así que fundamentamos esta
exposición por intermedio del mencionado suplemento, porque no
conocemos otra fuente y porque además, nuestro caso, en realidad
fue distinto.
Él: Claro, nosotros nos casamos sin conocernos siquiera. Enviamos
nuestros nombres y apellidos bien deletreados a una computadora
que se encargó de todo. Más tarde le remitimos un mail de conformidad;
luego nos llegó el consentimiento de la máquina, y así pudo
concretarse esta lograda boda cibernética.
Ell a: Por lo tanto, como comprenderán, no vivimos ninguna experiencia
previa y por eso debimos recurrir a la bibliografía que siempre está
al alcance de nuestras manos y que tanto nos nutre…
Él: De cualquier manera, para mí, lo importante es...
Ell a: ¿Lo vas a decir de nuevo?
Él: ¿Ya lo dije?
Ell a: (Al Público) Es así que nos despedimos de esta exposición concluyendo
que...
Él: Comenzando con que puedo decir que para mí, lo importante es no
caer en la rutina.
Ell a: (Toma un mazo de cartas) ¡Entonces, empecemos, cortá, dale!
Él: ¡Cortá, un carajo!
Ell a: ¡Pero qué genio!
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Él: ¡¿Te estoy hablando de rutina y vos querés jugar a las cartas?!
Ell a: ¡Precisamente!
Él: ¡¿Pero vos viste algo más rutinario que jugar a las cartas?!
Ell a: ¡Siempre se dan cosas distintas!
Él: No me importa el resultado de quien gane o quien pierda. Las
cartas, los dados, la perinola, los juegos de azar en sí, son todos
rutinarios.
Ella. ¿Querés negar que el juego tiene sus emociones?
Él: La única emoción es ganar o perder. No hay otra.
Ell a: Sí, empatar.
Él: Es lo mismo. Está todo dicho.
Ell a: No, por que nunca se sabe qué va a resultar.
Él: No interesa. Todo se reduce a ganar o perder.
Ell a: O empatar.
Él: ¡No me interrumpas con pavadas!
Ell a: ¡No son pavadas!
Él: Sí, son pavadas. Y ése es el exponente fundamental de la Sociedad
de nuestros días. ¡Ganar o perder; mejor dicho, ver a quién le ganamos! ¡Enfermo!
¡Razonamiento y procederes enfermos! (Toma el
mazo) Se terminaron los juegos de azar. ¡Basta de cartas! ¡Basta de
dados! ¡A la basura con todo!
Ell a: ¡¿A la basura?!
Él: En lo posible, que estén fuera de toda posibilidad de contaminación.
Ell a: Será Justicia...
Él: ¡De ahora en adelante, los únicos juegos que nos dominen serán los
que enaltezcan el espíritu!
Ell a: ¿No podés pasar un minuto sin pronunciar las palabras de Luis
Pérez?
Él: ¿Y de dónde sacaste que son palabras de Luis Pérez?
Ell a: Porque me lo dijiste hace un rato.
Él: Si me hubieras escuchado bien, sabrías que no son de Luis Pérez.
¡En realidad son las palabras que elaboré luego de una ardua charla
con Luis Pérez!
Ell a: Está bien... Reproduzcamos la charla... ¿Qué cosa le habías dicho?
Él: Le había dicho... Le había dicho... Sí, que no quería caer en la rutina.
Ell a: Conmigo.
Él: ¿Claro, con quién va a ser?
Ell a: Podría ser con él...
Él: ¡¿Qué estás pensando? ¡Es un compañero de oficina!
Ell a: Bueno, de acuerdo... ¿Qué fue lo que te contestó?
Él: Me contestó... ¡De ahora en adelante, los únicos juegos que nos dominen
serán los que enaltezcan el espíritu!
Ell a: ¿Viste? Son las palabras de él.
Él: ¿Cuáles?
Ell a: “De ahora en adelante, los únicos juegos que nos dominen”...
Él: ¡No, no! No son palabras de Luis Pérez, porque él las dijo a consencuencia
de un cuestionamiento mío. ¡Él, lo único que hizo fue
interpretarme, ¿me interpretás?! ¡In-ter-pre-tar-me!
Ell a: ¿Qué? ¿Ahora es psicoanalista?
Él: No. Él también detesta la rutina.
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Ell a: Bueno, basta de planteos. Es la hora de cenar.


Él: Tratemos de dejarla para un poco más tarde...
Ell a: ¿Por qué? ¿Querés seguir discutiendo?... ¿O estás inapetente, mi
amor?
Él: No. No es eso.
Ell a: ¿Y entonces, por qué?
Él: Para no caer en la rutina.
Ell a: Claro, sin comer, no hay rutina que aguante...
Él: No. ¡No me entendés!
Ell a: Sí, te entiendo. Sería maravilloso tener todo el Oro del Mundo.
Entonces la cena sería una delicia y nuestra mesa estaría poblada
por toda clase de extravagancias.
Él: No, no. Es otra cosa, la que imagino.
Ell a: ¿Cuál, entonces?
Él: Se trata de que siempre pudiésemos alterar el orden... Que una noche
sea almuerzo, que una mañana sea cena, otra noche desayuno... Que
decida el azar...
Ell a: ¿Viste que el azar es necesario?
Él: ¡Maldito azar! ¡Me persigue! ¡Trata de arruinar mi vida!
Ell a: ¡Bueno, no te pongas así!...
Él: ¡Cómo no me voy a poner así, si a esta altura estoy totalmente confundido!
Ell a: Está bien, voy a tratar de ayudarte... Lo que vos querías decirme
es que el azar no sirve para los juegos porque ya de tanto azar, se
convierten en tediosos, pero que en cambio, puede servir para salir
de la rutina en otros casos.
Él: ¡Menos mal! ¡Menos mal que aprendiste lo que te enseñé!
Ell a: Y por hoy es suficiente. Vamos a cenar.
Él: ¿No podemos dejarlo para después?
Ell a: ¿Otra vez con eso?
Él: No, no. Es que... quisiera crear un espacio, un horario fundamental...
Un espacio en el que no sé siquiera si ese horario será definido, y en
ese espacio que tendrá que durar lo máximo posible, viviremos el
momento diario de lo diferente... Será algo así como un remanso, una
descontaminación de todo el tedio, del ahogo cotidiano. ¿Aceptás?
Ell a: Sí a vos te parece... Puedo aceptar.
Él: ¡Viva! (Se dirige al teléfono).
Ell a: ¿Qué vas a hacer?
Él: ¡Le voy a comentar a Luis Pérez!
Ell a: ¡Oh, no!
Cambio de iluminación (Escena siguiente). Él permanece con el
teléfono. Ella se sienta, muy decaída.
Él: ¿Hola? ¿Doctor?... Sí, sí... Le hablo porque mi esposa y yo contrajimos
una virosis-bacteriosis-fungosis-amebiasis entremezcalada, que
nos proporciona curiosos cuadros que se alternan en distintas horas
del día… ¡Sí, sí, estoy seguro!... No podía ser de otra manera... Los
dos acordamos que cuando nos enfermásemos sería de alguna cosa
fuera de lo común... ¡Ah, pero hay algo más!... El cuadro clínico de
mi mujer es distinto al mío... ¡Sí; a ella le da la fiebre en otro horario!
¡Tiene calor justamente cuando yo tengo frío!... No se asuste, doctor
y venga... ¡Que esta enfermedad es una delicia!
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Ell a: ¡Cómo se te ocurre que pueda ser una delicia!... Yo no doy más...
Tendría que ir a la cama...
Él: ¡No, que es rutinario! Además, podés caer en la rutina del sueño y
no vivir el proceso en toda su intensidad.
Ell a: Es que... Ya te dije que no doy más...
Él: Yo también la padezco, pero reconozco que hay alicientes...
Ell a: Alicientes... ¿Qué alicientes?
Él: ¿No te das cuenta?
Ell a: No.
Él: ¿Entonces, el fruto de mi esfuerzo, el hecho de que yo haya buscado
entre todas las pestes para contraer esta extraña enfermedad, no te dice
nada?
Ell a: ¿Y dónde fuiste a buscar esas pestes?
Él: A cuanto lugar insalubre se me cruzó.
Ell a: ¡Ay! ¡Me parece que se te fue la mano! (Se incorpora lentamente
y alcanza una bolsa de agua) ¡Ay!... Digo yo... ¿No iremos a parar
al Hospital?
Él: ¡Pero no!... ¡Eso sería rutinario!
Ell a: Ah, menos mal... Pero al menos, tratá de convencer a los microbios.
Él: Para eso está el médico.
Ell a: ¿Y un tratamiento médico no es rutinario?
Él: ¡No porque este es especial! Ya vas a ver las que vamos a pasar.
Ell a: ¡¿Las que vamos a pasar?!
Él: Imaginate algo así como una sesión de tortura prolongada.
Ell a: ¡¿Más, todavía?! ¡Ay! ¡Yo te mato!
Él: Tranquilizate. Tratá de ahorrar esfuerzo físico.
Ell a: ¡¿Qué?! ¿También me vas a salir con que es rutinario?
Él: No, pero el doctor basa en eso la mayor parte de su terapia.
Ell a: ¡¿Con esfuerzo físico?! ¡¿Por qué se me habrá ocurrido enfermarme?!
Él: ¡Qué le vas a hacer. Son cosas del destino!
Ell a: ¡Qué destino ni destino! ¡Si confesaste que fuiste vos el que trajo
esto!
Él: Pero vos no sabías nada.
Ell a: ¡Por supuesto!
Él: ¿Entonces, fue el destino o no fue el destino?
Ell a: Tenés razón. Fue el destino... ¡Ay, es demasiado!
Él: Está bien. Voy yo mismo a buscar a ése médico (Ella comienza a
desplomarse)... ¡Querida, no vayas a morirte, porque caemos en la
rutina! (Sale).
Cambio de iluminación. Suena el teléfono. Ella atiende en su estado
normal.
Ell a: Sí, Rosita, soy yo... Fenómeno, vieja... Tuve una enfermedad que
ni te cuento. ¡Con decirte que vino un brujo que nos corrió con un
palo encendido por toda la casa!... ¡Ni te imaginás lo fue! Más de
cuatrocientas vueltas y ninguna quemadura… Sí, sí, lo importante
es que quedamos estupendos, geniales... Y encima fue una cosa para
nada rutinaria, que es lo más importante... Si, ya sé que no entendés
nada... Ya te voy a contar mejor, un día de éstos... ¿Las cosas con mi
marido?... Estupendamente bien, vieja... ¡Nos queremos muchísimo
y nada de rutina!... ¡Hola! ¡Sí, digo que nos queremos muchísimo!
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¡Que nos queremos muchísimo! ¡Hola!


Él: (Entra) ¿Decías, mi amor?...
Ell a: (Cuelga el teléfono) ¡Basta! ¡Ya no aguanto más!
Él: ¡¿Pero qué pasa?!
Ell a: Pasa que hace tiempo que lo vengo sintiendo (Le muestra ostensiblemente,
una nota del periódico) ¡Nuestra relación matrimonial ha
caído en la tensión que genera la competencia profesional!
Él: ¡¿Competencia profesional?!
Ell a: ¡Pero claro! ¡No te das cuenta?!
Él: ¡Si los dos somos oficinistas!
Ell a: ¡Por eso. Se trata de la misma profesión!
Él: ¿Y con eso, qué?
Ell a: Que ése es el motivo de la mayoría de nuestros conflictos.
Él: Mirá, que yo recuerde, jamás me jacté de haber archivado más boletas
que vos, ni vos presumiste de que pusieras más sellos que yo.
Ell a: No era a eso a lo que me refería.
Él: ¿Entonces, qué?
Ell a: ¡Oíme bien: La competencia que nos enfrenta está basada en el
ocio profesional!
Él: ¿Ocio profesional?
Ell a: Sí. Ocio profesional. ¡La cuestión que se plantea es cuál de los dos
produce menos!
Él: Vos querés decir...
Ell a: Sí, quién es el más vago de los dos...
Él: Sabés que eso ni habría que pensarlo. Acá el más vago soy yo.
Ell a: Pablo, medí tus palabras porque pueden causar mucho daño...
Él: Daño, mucho daño... ¡Pero si está clarísimo que el que trabaja peor
soy yo!
Ell a: ¡Ahora, encima de menos, le agregás peor!
Él: ¡Es que hay cosas que no pueden negarse!
Ell a: ¡Mente de adoquín! ¡Solamente una mente de adoquín puede decir
semejantes insensateces!
Él: ¡¿Insensateces?! ¡Cuando tengo razón, sé defender muy bien mis
principios!
Ell a: ¡y yo te digo que no! ¡Que no tenés razón!
Él: ¿A ver? ¿Cómo pretendés demostrármelo?
Ell a: ¡Tiene que haber alguna forma... tiene que haber alguna!...
Él: ¿Sí? ¿Cuál? ¡Decímela!
Ell a: Sí, hay. Bastaría con preguntarle a nuestros compañeros.
Él: ¿De trabajo? ¡Mirá qué fácil! Si les preguntamos a los míos, te van
a decir que la más vaga sos vos, y si les preguntamos a los tuyos,
van a decir que soy yo. Lo mismo pero al revés ¿Entonces? ¿Quién
desempata?
Ell a: Los jefes... La única manera de poner punto final sería consultando a
los jefes, y de eso probablemente resulte que nos echen a los dos... ¡La
competencia! ¡¿Porqué la maldita competencia, siempre?! (Solloza).
Él: (Se enternece) Está bien, está bien; por ésta vez te doy la razón.
Además, no te hagás más problema. ¡Lo de la competencia es de
lo más rutinario! (Ella no deja de llorar)... Pero, ¿qué pasa?... ¿Qué
pasa, entonces?
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Ell a: No se qué me pasa... Es que... Hay veces que quisiera contarte algo
trascendental y no puedo...
Él: ¿Acaso no te animás?
Ell a: Sí... No sé porqué será...
Él: El miedo... Siempre el miedo... Pero si empezás por proponértelo, ya
vas a ver cómo podés contar eso que querés…
Ell a: ¿Vos creés que podré?
Él: ¿Cómo que no?... Vamos... Comience por animarse... Comience por
el principio.
Ell a: Bueno... Me pasa un poco lo que le pasa a Gloria, conversábamos
hoy en el ascensor, justamente... Ella toma clases, trabaja y encima
tiene cuatro nenas. No le queda tiempo para nada... Si no fuera por
las abuelas...
Él: Cuatro nenas, dos abuelas... dos y dos.
Ell a: Tienen un programa... Por ejemplo, los sábados se las dejan a la
paterna y los domingos y feriados a la materna...
Él: Bueno, hablando de chicos, te puedo contar que el otro día mi hermana
me dijo que está por bautizar al nene.
Ell a: (Ilusionada) ¡¿Pablo, eso te puede hacer feliz?!
Él: No; la verdad, que me revienta... No hay cosa más detestable que
los baberos...
Ell a: ¡Pero es interesante una conversación sobre la Familia, de tanto
en tanto!... Mirá, Gloria, por ejemplo, y siguiendo con el tema, las
deja en una guardería.
Él: Supongo que ya las bautizó.
Ell a: Sí. ¿Por qué me preguntás eso?
Él: Por nada, absolutamente... Para seguir tu conversación.
Ell a: ¡Pero en realidad me la interrumpís!
Él: ¡Eso no es cierto!
Ell a: Sí que es cierto. ¡Opinás cuando yo no te lo pido!
Él: ¡Ah, qué bien!... ¡¿Yo estoy en medio de la conversación y no tengo
derecho a opinar?!
Ell a: Bueno, sí, las bautizó...
Él: Pero mi hermana tiene el gravísimo problema de que no sabe a qué
Iglesia dirigirse. Ella es de religión Expresionista y el marido Neoimpresionista.
Ell a: Bueno, siguiendo con Gloria, ella dice que sería importante que
las abuelas concurrieran con las nenas a la guardería.
Él: Sí. ahí también se le presenta un problema a mi hermana, porque
una de las abuelas entra solamente a una Iglesia y no quiere pisar
la otra.
Ell a: Claro, pobre Gloria, si se llegan a encontrar las abuelas en la guardería,
quizá se agarren de los pelos.
Él: En ese caso les convendría bautizarlas en horarios distintos.
Ell a: Ya están bautizadas.
Él: ¿Quiénes?
Ell a: Te estoy hablando de las abuelas.
Él: Bueno, entonces sólo resta pensar en los padrinos.
Ell a: ¡Seguís enfocando mal la cuestión! ¡El problema está en las guarderías!
Él: ¡En los padrinos!
Ell a: ¡Guarderías!
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Él: ¡Padrinos, he dicho!


Ell a: ¡¿Qué padrinos ni padrinos?! ¡Esto parece un duelo!
Él: Dijiste bien: Parece un duelo sin padrinos.
Ell a: ¿Qué querés insinuar?
Él: Que tu conversación trascendental no dio el más mínimo resultado.
Ell a: (Sollozante) ¡Volvés a humillarme!
Él: ¡¿Yo?!
Ell a: ¡Sí, como lo hiciste hace un rato!... ¡Ay! (Lleva la mano a su vientre
y dice feliz, súbitamente) ¡Creo que voy a ser madre!
Él: Bueno, pero de cualquier manera no vamos a dejar de lado el tema
que teníamos planeado.
Ell a: ¿Cuál? ¿Mi reflexión trascendental?
Él: No. Hablo de mi reflexión.
Ell a: ¡Pero Pablo! ¿No te das cuenta de lo que esto representa?... ¡Años
que vengo leyendo notas que hablan de lo que significa para una
pareja el nacimiento del primero hijo! (Toma el diario) ¡Es el afianzamiento
del amor!
Él: Ya no creo en el doctor Bacahay.
Ell a: ¡Pero no, no! Es verdaderamente lo que yo siento... ¡Ay! ¿Cómo
podría transmitirte esta sensación?... ¡Es algo así como volar entre
las nubes y acercarse al sueño dorado!
Él: ¿Al Sol?
Ell a: ¿Qué?
Él: Si es como acercarse al Sol.
Ell a: Sí, puede ser.
Él: Digo, por lo de dorado...
Ell a: Tenés que comprenderme. ¿Cómo podría expresarme?... ¡Me siento
presa de alegría!... ¡O no, puede ser que de angustia; no, de alegría;
no, de angustia; no, de alegría; no, de angustia!
Él: Concretamente: ¿Angustia o alegría?
Ell a: Alegría sí, alegría por tratarse de la primera criatura... pero angustia
al mismo tiempo.
El: Bueno, un sentimiento angustialegre no es tan común.
Ell a: Lo que yo siento es una inquietud referida al tema de si la criatura
nacerá sana... O, de pronto me surge el temor de que si más allá de
sana, nacerá entera... ¡Ay! ¡Siento pánico de pensar que no llegue a
nacer entera!
Él: Sí, pensándolo bien, saldría de lo habitual, pero no es muy simpático
que digamos...
Ell a: ¿Me interpretás, entonces?
Él: Y... Sería lo mismo que en vez de tener un coche, tuvieras los repuestos.
Ell a: Imaginate que se tratase de un brazo con cabeza, y la gente al
verla diría: “¡Se parece a la mamá!”.
Él: ¡O al papá!
Ell a: ¿Te das cuenta? ¡Es terrible!
Él: De cualquier manera, mirándolo bien, no se trata más que de exageraciones.
Pensá que la criatura no tiene porqué nacer con cabeza...
¡En ese caso no se parecería a nadie!
Ell a: ¡Qué horror! ¡¿Estaré engendrando a un monstruo?! ¡¿Qué hago?!
¡¿Por favor, constestame, tengo que proceder ya mismo?!
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Él: Bueno, bueno, calmate, por hoy sigamos en la rutina. Va a ser una
criatura común y corriente.
Ell a: Sí, con eso me tranquilizás. Pero no es tan simple. ¡Hay otra duda
que me asalta!
Él: ¿Cuál?
Ell a: No sé si es demasiado original.
Él: ¡Vamos, vamos, animate!
Ell a: ¡Ay, mamá! ¿Será nena o será varón? ¡Mamá! ¡Mamá!... (Él sale
con un gesto de exasperación).
Cambio de iluminación. Ella prosigue sentada. Él se dirige hacia
una de las macetas, provisto de un cronómetro, un centímetro y un anotador,
tomando mediciones de las hojas de la planta que crece dentro
de ella.
Ell a: ...Mamá tenía la costumbre de contarnos un cuento todas las
noches, antes de dormirnos. A veces ella se interrumpía para que
continuásemos nosotros... Me refiero a mis hermanos y a mí... Que
continuásemos con la historia... ¿Me estás escuchando?
Él: ¿Qué?
Ell a: Te pregunto si me estás escuchando.
Él: Sí, dale, seguí.
Ell a: ¿No podés dejar eso tan siquiera una noche?
Él: (Toma nota del crecimiento de una hoja) Ya te dije que esto me
apasiona.
Ell a: Está bien, lo mío no tiene importancia...
Él: ¡No! ¿Qué estás diciendo?
Ell a: Siempre con los ojos puestos en esas medidas.
Él: Sabés que me lo recomendó Luis Pérez. Y que es emocionante, pero
también necesito escucharte.
Ell a: ¿Lo decís en serio?
Él: ¡Sí, te estoy pidiendo que sigas!
Ell a: Está bien; hoy, en la oficina, la jefa entró de mal humor...
Él: Estás haciendo trampas...
Ell a: ¿Por qué?
Él: Eso no es lo que querías contar... Hablabas de tu madre... De un
cuento...
Ell a: ¡Me escuchabas, entonces!
Él: Por supuesto que sí.
Ell a: (Se acerca y lo abraza) ¡Pablo! ¡Te quiero!
Él: ¡Cuidado! ¡La medición!
Ell a: Pero... ¿No lo podés postergar?
Él: No. Todas las noches consigo cosas distintas. ¿Te das cuenta? ¡Es
alucinante!
Ell a: Sí, bueno, pero una vez solita, vení, dejá eso y sentate... Tomemos
un café...
Él: Cuando termine tendremos tiempo.
Ell a: No, por favor, es esta vez solamente que te ruego que dejes eso...
Él: De acuerdo; cumplo con el capricho, y me siento a la mesa a beber el
café en tiempo record (Consulta el cronómetro).
Ell a: Tiempo record... ¿No te parece que tenemos muy poco tiempo
para nosotros mismos?
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Él: Nunca alcanza el tiempo... ¿Además, quiénes somos “nosotros mismos”?


Ell a: ¡Pues los dos, juntos!
Él: Los dos, juntos... tendría que ser más tarde...
Ell a: ¡Pablo!
Él: Está bien. Hoy alteraremos el orden...
Ella. Muchas veces vos te quejás del orden...
Él: Sí, sí, de acuerdo... Me decías que tu jefa...
Ell a: No; no era de mi jefa que quería hablarte...
Él: Bueno, entonces yo te puedo contar que mi jefe encontró una cucaracha
y...
Ell a: Bueno; está bien; volvé a tu lugar...
Él: No; todavía no terminé el café... Cómo te decía... La tarea de desinsectación
se presume que va a durar varios días, y pensando en que
posiblemente se encuentren hasta alimañas, voy a tener que trasladarme
a la otra sucursal... Voy a salir media hora antes y regresar
media hora después.
Ell a: Es suficiente... Ya tomaste el café.
Él: Pero vos no tomaste el tuyo.
Ell a: Está bien... Cuando volvía, pasé por el supermercado; me dí
cuenta de que acá al lado, no sólo que venden el paté más caro, sino
que también las galletitas en general, y pensar que Gloria compra
solamente ahí... ¡Pero descubrí otra cosa! El almacenero de la otra
cuadra tiene más baratos los dulces en general...
Él: Bueno, ya está, ahora cada uno a lo suyo...
Ell a: Esperá, Pablo... ¿Te parece que así nos amamos?
Él: No, todavía no llegó la hora del amor... Calculamos para las once y
media, y creo que vamos por lo menos con quince minutos de atraso
(Se acerca a su tarea)... ¡Se produjo un crecimiento importante!
Lástima que no pude registrarlo segundo a segundo.
Ell a: ¿Estás enojado?
Él: No.
Ell a: Nunca tuve malas intenciones.
Él: Sí, yo te creo... Seguí con eso del cuento.
Ell a: ¿De veras te interesa?
Él: Ya te dije que sí. Y ya ves que no fue una idea de Luis Pérez.
Ell a: Sí, sí... Recuerdo una vez en que inventamos una historia romántica...
De dos que no podían amarse.
Él: ¿Que no podían amarse? ¿Por qué?
Ell a: Porque aún no se conocían.
Él: ¿Y eso qué importa?
Ell a: De veras, no importa, pero para nosotros tenía valor... El valor de
la ingenuidad.
Él: ¡Y mis ojos nada ingenuos me dicen que esto sigue viento en popa!
Ell a: ¿Sí?
Él: ¡La hoja crece! ¡Es todo un éxito!
Ell a: ¡¿Pablo, esto te podría dar fama, renombre?!
Él: No. ¿Quién piensa en eso? De ninguna manera. ¡Esto me interesa
sólo a mí!
Ell a: ¿Entonces, a quién le vas a exponer tus conocimientos?... ¿A Luis
Pérez?
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Él: De aquí no va a salir, pero sirve para pasar el tiempo.


Ell a: ¡Pasar el tiempo, dijiste! ¡Entonces no me querés!
Él: Sí, dentro de un rato.
Ell a: Dentro de un rato...
Él: ¡Diecisiete! ¡Creció diecisiete! ¡Dieciocho, ahora dieciocho!
Ell a: ¡Pablo! ¡Pablo!
Él: ¿Qué?
Ell a: No podemos llevar las cosas hasta este extremo.
Él: (Sin descuidar su tarea) No sé porqué decís eso. ¿No te sentís bien,
así?
Ell a: No.
Él: ¡Pero ya lo hablamos!
Ell a: No se puede administrar el tiempo así... ¿Sabés qué me pasa?
Él: ¿Qué?
Ell a: Me pasa un poco lo que le pasa a Gloria, conversábamos hoy en
el ascensor, justamente. Ella toma clases, trabaja y encima tiene
cuatro nenas; no le queda tiempo nada nada... Si no fuera por las
abuelas…
Él: Cuatro nenas, dos abuelas... dos y dos...
Ell a: ¿Qué querés insinuar?
Él: Que tu conversación nunca logra ser trascendental.
Ell a: Es cierto...
Él: Tratemos de seguir con lo nuestro.
Ell a: Sí, sí, creo que tenés razón.
Él: (Prosigue midiendo) Veinticinco y medio...
Ell a: (Retoma una historia, aunque sin ganas) ...Entonces, la niña
enamorada se asomó al balcón y encontró a varios de sus príncipes
azules…
Él: Veintiséis.
Ell a: No tantos… Eran a lo sumo unos cuatro principitos.
Él: Veintiséis con cuatro.
Ell a: Trató de interrogarlos para saber cuál era el verdadero, pero todos
sabían cómo responderle, y entonces ella... (Se va adormeciendo)
...Entonces ella los...
Él: (En lo suyo) ¿Midió bien?... ¿Y?... ¿Cómo sigue?... ¡Ah, no! ¡La hora
del sueño viene después!
Cambio de iluminación. Ella y él se encuentran junto a sendas macetas,
con similares y precarios elementos de medición.
Ell a: ¡Tendrá sus emociones, pero es más difícil de lo que yo pensaba!
Él: No te desanimes; anotá lo que puedas.
Ell a: ¡Dos décimas de milímetro!
Él: ¡Bueno, dale, ahora no dejes de registrar!
Ell a: En total, veinticinco con dos.
Él: Catorce con treinta y siete más una décima.
Ell a: Veinticinco coma cinco.
Él: Con dos décimas.
Ell a: Seis.
Él: Tres décimas.
Ell a: Quince.
Él: Sesenta más la raíz cuadrada de cinco.
13

Ell a: Mas dos al cuadrado.


Él: Logaritmo de a por b al cuadrado.
Ell a: Por diferencial equis.
Él: Logaritmo de la cotangente de equis cuadrado menos integral de
equis cubo.
Ell a: Dieciséis con dos en total.
Él: (Extrañado) Cero por la mitad del diferencial de equis por la cotangente
de alfa.
Ell a: Dieciséis con dos.
Él: ¡Cero por todo el diferencial!
Ell a: Dieciséis con dos.
Él: Cero otra vez por...
Ell a: Dieciséis con dos.
Él: ¿Te das cuenta?
Ell a: ¿Qué?
Él: ¡¿Pero, será posible que no te des cuenta?!
Ell a: ¡No me asustes!
Él: ¡Las plantas no crecen!
Ell a: ¡¿Y siempre tienen que crecer?!
Él: ¡Esto es inaudito! Crecimiento cero!
Ell a: ¿Habré tenido yo la culpa?
Él: ¿Cómo se te ocurre?
Ell a: Y... Justo cuando yo me puse a medir, dejaron de crecer...
Él: No, por favor, eso no es científico.
Ell a: Pero nosotros no somos científicos.
Él: Como quieras, pero aquí el objetivo es vencer la rutina.
Ell a: ¡Eh! ¡Crezcan, desgraciadas!
Él: No; así no... Dicen que hay que tratarlas con amor.
Ell a: (A las plantas) Las quiero con toda mi alma, no hay nadie en el
Mundo que me haga más feliz que ustedes, si hasta las acaricio...
¿Por qué no crecerán un poquito?
Él: Dejalas... Cayeron en la rutina...
Ell a: Cierto... La rutina... Y nosotros que le tenemos tanto miedo.
Él: ¿Y ahora?
Ell a: Yo me voy a dormir... Vos podés hablarle a Luis Pérez... (Suena
el teléfono. Ella atiende)... ¿Quién? ¿Pérez? (Le pasa el auricular a
él y sale).
Él: Hola, ¿Luis? ¡A vos tampoco!... ¡No crecen, las muy malditas!... ¿Por qué
será? ¡Se defienden! ¡Se resisten! ¡Estoy temiendo un complot!...
¡Pero yo no pienso retroceder! Hasta ahora les dediqué muy poco
de mi tiempo, pero de aquí en más, y dado que nos encontramos en
una situación de extrema emergencia, me voy a consagrar a ellas...
¡Si es preciso doy parte de enfermo! Sí, el día entero, todo lo que
sea posible voy a invertir para tratar de estudiar la causa de esta catástrofe...
¡Y no te asombres!... ¡Si es necesario les entrego mi vida,
aunque vengan desfilando y pretendan atacarme con sus púas! ¡Sí,
son capaces de crear armas! ¿No viste cómo acartuchan sus hojas
y se prepararan para la acción con toda su ferocidad? ¡Pero no!
¿Cómo pensás que estoy delirando? ¡No, no, por favor! Bueno, está
bien, vení para acá si querés... Sí, sí, bueno, te espero (Cuelga)... ¿Ya
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llegaste?
Ell a: (Aparece empilchada, con una valija) Me voy.
Él: ¿Qué? ¿Te vas?
Ell a: Que así es.
Él: ¿A dónde te vas?
Ell a: Me voy. Te dije que me voy.
Él: Sí, ya te oí. ¿Pero dónde?
Ell a: Donde sea.
Él: Ah, sí, ese lugar lo conozco... ¿Pero por qué?
Ell a: Porque me pasan cosas.
Él: ¿Cómo decís?
Ell a: Que pasan cosas.
Él: Sí, está chillando la nena.
Ell a: Vas a tener que ocuparte de la mamadera.
Él: Pero... ¿Hasta cuándo te vas?
Ell a: Hasta siempre.
Él: ¡Ah, eso es demasiado! ¡Yo no voy a poder darle la mamadera tanto
tiempo!
Ell a: Algún día crecerá.
Él: ¿Y el nene?
Ell a: También te lo dejo.
Él: ¡Pero vos me cargás todo el fardo! ¿A qué jugamos ahora?
Ell a: No es juego. Me voy para siempre.
Él: ¡Yo debo estar loco! ¡No puedo creer lo que estoy escuchando!
Ell a: No lo escuches, si es necesario, pero tomalo con calma; tenés que
entenderlo. Son cosas que pasan.
Él: ¿Cosas que pasan?
Ell a: ¡Cosas!
Él: ¿Sí, pero qué cosas?
Ell a: Si me detengo en los hechos, puedo decirte que fue algo sublime,
Algo mágico, y en realidad, nada del Otro Mundo. Yo iba por la calle.
Conocí a aun jovencito. Me miró; lo miré; me guiñó un ojo; nos
acostamos y decidimos vivir juntos...
Él: ¿Dijiste un jovencito?
Ell a: ¡Pronto será mayor de edad!
Él: Bueno, eso es una garantía... Pero... ¿Cuánto hace que?...
Ell a: ¿Qué?
Él: ¿Qué me lo venís ocultando?
Ell a: Veinticuatro horas.
Él: Y yo que durante todo este tiempo no noté la más pequeña señal, el mínimo
indicio, el más insignificante gesto o actitud que te delatara…
Ell a: Lo que pasa es que ayer hablamos muy poco, ¿recordás?
Él: ¿Ayer?
Ell a: Claro, las veinticuatro horas que te decía.
Él: Cierto... las veinticuatro horas... ¿Pero tuviste tiempo suficiente cómo
para pensarlo?
Ell a: Y... Algo de tiempo, mientras iba al mercado...
Él: ¡Entonces, está todo decidido! Para vos el mercado es fundamental.
Ell a: Es cierto, sí.
Él: ¡¿Pero los chicos?! ¡¿Por qué ese daño?!
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Ell a: ¡No creo causarles ningún daño!


Él: No; lo que yo pregunto es ¿por qué a mí, con los chicos?
Ell a: ¡Te corresponden! ¡Yo hago abandono del hogar!
Él: No te preocupes. Soy comprensivo y te los regalo ahora mismo.
Ell a: No, no. Fabián, mi novio, es muy especial.
Él: Si es muy especial los sabrá adoptar.
Ell a: Imposible, ya tiene seis (Se oye música afuera)... ¡Oh!... es el sonido
de su radio casetero... ¡Me está aguardando! (Se apura; él se
asoma a la ventana).
Él: ¿Con ése me engañás?
Ell a: Yo no te engaño, yo voy de frente.
Él: ¡Yo salgo! ¡Yo voy detrás!
Ell a: (Lo detiene) ¡Basta, no pretendas arruinar todo, al interponer tu
pasión con la nuestra!
Él: ¡Pero! ¡Decime al menos porqué te vas!
Ell a: Porque... porque... (Suena otra vez una breve estampida musical).
Él: (Hacia la ventana) ¿Baje un poco el volumen, si no tiene otra cosa que decir!...
Seguí...¿En qué estábamos?
Ell a: Como vos decís… Acá todo es rutinario...
Él: Pero ni siquiera hablamos lo suficiente...
Ell a: Es cierto, pero ya... ya... (Mira hacia la ventana).
Él: ¿Qué?
Ell a: Ya se le está por terminar el casete.
Él: ¡Eh, joven! ¡Cambie de casete o búsquese otra! (A ella)...
Decías de la rutina... ¿Por qué no podemos pensar en encontrar la
manera de combatirla?
Ell a: ¡Es que yo, sin pensarlo, la encontré! ¡En la calle, nomás!... ¡Fue
como un flechazo! ¡Mejor dicho, varios flechazos!
Él: ¡No me interesa! Quiero saber porqué en este preciso instante no
podés reflexionar.
Ell a: ¡Es que está todo muy claro!
Él: Pero, ¿es que acaso no me querés?
Ell a: Sí, te quiero, te quiero muchísimo.
Él: ¿Entonces?
Ell a: ¡Entonces, por favor, cuidá los chicos!
Él: ¡Pero! ¿Eso es todo lo que tenés para decirme?
Ell a: Es lo que siento.
Él: Si me quisieras no te irías tan fácilmente.
Ell a: (Reflexiva) Sí... ¿Qué cosa rara, no?
Él: Veo que vas comprendiendo.
Ell a: Cierto, te quiero... ¡Pero me gusta más el pibe!
Él: ¿Y mis sentimientos, no te interesan?
Ell a: Sí, pero... ¡Me parece que se le termina otra vez!
Él: (En la ventana) ¡Eh, joven, le voy a dar un consejo!
Ell a: ¡No! ¡No! Yo me voy... Adiós, adiós...
Él: ¡Esperá!
Ell a: ¡No! ¡No me toques, no me mires, no me nombres, no me sigas,
no! (sale apresuradamente).
Él: ¡Pero sí, chau, andate! Nunca me hubiera imaginado que me ibas a
salir con esto (Grita desde la ventana) ¡Qué originalidad! Si lo que
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vos pensás es que hiciste algo original, vas muerta... ¡Caíste en la


rutina! ¡En la rutina de meter los cuernos!
Escena siguiente: Se escuchan ruidos. Suena el teléfono. Él atiende.
Él: ¿Hola? Sí... Él está aquí... ¿De parte de quién?... Un segundito, por
favor... ¡Luis! Teléfono para vos... Una chica, Lucy... (Los ruidos no
cesan) ¿Eh, no vas a atender?... (Vuelve al teléfono)... Un momentito,
enseguida viene, lo que pasa es que está muy ocupado, ¿sabés?...
Una instalación que piensa colocar acá, en casa... No, no; es difícil
de explicar... Es una especie de experiemento... Sí, es él, que golpea...
¿Nunca te habló de esto? Bueno, es un poco reservado... No;
supongo que ya te atiende... Ahora no golpea más... Lo voy a llamar
de nuevo... (Va hacia un costado) Luis, ¡eh! ¡Luis! (Retoma el teléfono)
...¡Hola, no está! ¡Parece que salió!
Entra ella con la valija, en avanzado estado de embarazo.
Ell a: ¿Decías?
Él: ¡¿Volviste?! (Al teléfono) no, no, él se fue (Corta).
Ell a: ¡Sí, mi amor, volví a casa!
Él: ¡Viva, qué alegría! ¡Y más gordita!
Ell a: Ocho meses.
Él: ¡Ocho meses, con la frente marchita!
Ell a: No, la panza crecidita, nada más.
Él: ¡Quiere decir que pronto vamos a ser cinco!
Ell a: No. Seis. Hay otro más.
Él: ¿Otro? ¡¿Pero dónde lo dejaste?!
Ell a: Prefiere a la nodriza.
Él: No importa; ya lo convenceremos para que venga... ¡Sentate, esto es
todo un acontecimiento!
Ell a: Es que...
Él: ¿Qué?
Ell a: Bueno... Hay alguien más...
Él: Y... mandáselo a la nodriza.
Ell a: No, eso sería obsceno.
Él: ¿Cómo?
Ell a: Yo... No encuentro palabras... ¿Cómo te podría explicar?... Para hacerlo
breve... después de Fabián, el chico del radio casetero, conocí
a Julio, después a Joaquín, no, ése fue después de Rodolfo y mucho
antes de que conociera a Mauricio, después de Ernesto, Abraham,
Alberto, Rigoberto, Humberto, etcétera... ¿En qué estábamos?
Él: Etcétera.
Ell a: Sí, etcétera, y después Matute, apodado Matías, que es el que está
ahí afuera.
Él: ¡Pero hacelo pasar!
Ell a: ¡Pablo! ¡La otra vez tenías deseos de agredir al chico del radio
casetero, que fue entre paréntesis el que me presentó a Florencio,
que es el único que no nombré!... ¡Esta memoria!
Él: ¿Bueno, y con eso qué?
Ell a: ¡Que todavía no sé si me perdonaste!
Él: ¡Pero por supuesto, te estoy pidiendo que lo hagas pasar!
Ell a: ¡¿Para qué?!
Él: ¡¿Cómo para qué?! ¿Nunca te enseñaron buenos modales?
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Ell a: Vos nunca te detuviste en formalidades.


Él: ¡No! ¡Pienso hacerlo todo de lo más informal!
Ell a: ¡Ay! ¡Pensás matarnos a los dos! ¡Ay! ¡Crimen pasional!
Él: ¡¿Crimen pasional?! ¿Pero de dónde sacaste eso?
Ell a: En los diarios (Toma un periódico y le muestra) ¡En los diarios,
está lleno!
Él: Con más razón. ¿Cómo se te ocurre que voy a caer en semejante
vulgaridad?
Ell a: ¡Es cierto! (Lo abraza)... Pablo, siempre sentí una infinita ternura
hacia vos y será porque sé comprenderte... Por eso en este preciso
momento, quiero que me escuches.
Él: Está bien... ¡Pero no vas a dejar a ese hombre afuera!
Ell a: ¡Olvidate para siempre de ese hombre! O mejor dicho, tenelo en
cuenta ahora que lo voy a mencionar, pero después, nunca más...
Él: Pero...
Ell a: Mejor dicho, acordate de todos los que te nombré...
Él: Abraham, Alberto, Rigoberto, Humberto...
Ell a: Etcétera.
Él: Ah, sí, me olvidaba de ése.
Ell a: Etcétera, eso mismo... Respecto a todo esto, necesito decirte
algo.
Él: ¡Sí! ¡Que te acordaste de otro!
Ell a: No, por favor, escuchame: Las relaciones con todos esos hombres
me hicieron sentir que ahora y definitivamente, el único que existe
en mi vida, sos vos.
Él: ¿Y por qué tenés esperando ese otro afuera?
Ell a: Lo traje... confundida. Es en este preciso instante, al escuchar tus
palabras, en que he llegado a comprender todo.
Él: ¿Cuáles palabras?
Ell a: Esas que no dijiste.
Él: ¿Cuáles?
Ell a: No se me ocurre ninguna.
Él: Ah, bueno...
Ell a: ¿Me entendés, Pablo?
Él: Sí, totalmente.
Ell a: ¡¿De veras?! ¡¿Me lo jurás?!
Él: Sí... ¿Pero, qué es lo que te asombra?
Ell a: Que después de haberme hecho tantas preguntas, hayas llegado a
comprenderme, también.
Él: Eso es de lo más común.
Ell a: Temí que el hecho de interrogarme tanto fuera porque te quedaban
dudas.
Él: No, de ninguna manera... ¿Pero, cuál de todas las preguntas fue la
que más te hizo dudar?
Ell a: Esa que no formulaste.
Él: ¿Cuál?
Ell a: No se me ocurre ninguna.
Él: Es razonable... Yo, por mi parte puedo contarte que durante todo este
tiempo se acrecentó mi amistad con Luis Pérez.
Ell a: Lo ví al salir, bueno, al entrar, y no llegó a saludarme... ¿Él sabe
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todo?
Él: Sí.
Ell a: ¡Oh!
Él: ¿Qué pasa?
Ell a: ¡No sé qué va a pensar de mí!
Él: No te preocupes. Ignora tanto como yo.
Ell a: Sería mejor que ignorara más... Aunque me vio llegar con Matu y
besarnos luego... Matu... Le voy a decir que se vaya.
Él: ¡Pero no, hacelo pasar!
Ell a: ¿Para qué?
Él: En realidad no sé... Es cómo que quisiera preguntarle algo, pero no
sé qué... Será mejor que vaya surgiendo... Andá... Hacelo pasar…
(Ella acepta y sale).
Escena siguiente: Él cambia continuamente a las macetas de lugar,
deteniéndose a observar las plantas de tanto en tanto. Ella habla desde
afuera, hasta aparecer sin encontrarse ya embarazada.
Ell a: ¿No crecen, no?
Él: No crecen, no.
Ell a: ¿Y Luis Pérez?
Él: ¡Ah! ¡Me hiciste acordar de que tengo que llamarlo! (Intenta marcar
el número).
Ell a: ¿porqué no le decís que saque este armatoste? ¡Me está molestando!
Él: ¡Pero! ¡No contesta!
Ell a: ¡Te estoy hablando!
Él: ¿Sí, qué?
Ell a: ¡Digo, de este armatoste!
Él: Sabés que sirve para catalizar la energía.
Ell a: ¿Qué?
Él: La energía, la energía que necesitan estas malditas.
Ell a: ¿Y sin embargo no crecen, no?
Él: No crecen, no.
Ell a: Yo te preguntaba por Luis Pérez.
Él: ¿Qué...?
Ell a: Digo, si descubrió algo mejor.
Él: No a él tampoco le crecen... ¡Y encima no me puedo comunicar!
Ell a: ¿Te parece que lo invitáramos alguna vez a comer?
Él: No. Basta de invitaciones.
Ell a: ¡Si nunca viene nadie!
Él: Suficiente con ese hombre...
Ell a: ¿Matute?
Él: ¡Flor de matete, Dios mío!
Ell a: ¿Estás muy arrepentido?
Él: En un principio pensé que podría aportar algo... Pero todo terminó
haciéndose aún más tedioso... Luego de haber agotado todas las
posibilidades...
Ell a: ¡Y eso que los diarios promocionan tanto la vida swinger... Pablo!
Él: ¿Qué?
Ell a: ¿El hecho de que todos nuestros hijos se hayan suicidado en el
intervalo de una semana, también es rutinario?
Él: ¿Por qué me lo preguntás? No sabría responderte...
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Ell a: Sí, Pablo, contestame que sí, porque sinó, voy a terminar sintiendo
alguna culpa...
Él: Culpas... Eso es lo más común.
Ell a: Sí, Pablo, sí, tenés razón (Solloza) No sé qué sería de mí sin tu
ayuda.
Él: Bueno, no hay que aflojar. Algo se nos va a ocurrir. Todavía nos
quedan diez minutos.
Ell a: Entonces, ¿por qué no vas a dormir, mientras que yo termino de
ordenar las cosas? En este horario jamás arreglé las cosas.
Él: Cierto, si no hay otro remedio, apelaré a esto, pero no tardes en venir
(Sale).
Ell a: No, no tardo, son diez minutos que nos quedan.
Cambio de iluminación. Ella, ya anciana, se encuentra sentada.
Habla al público.
Ell a: Y así fue mi pareja con Pablo. El, un día se fue, pero de esta vida...
Yo, ¿qué podría decirles?... Es verdaderamente muy difícil para
una mujer de mi edad, lograr un balance en concreto y transmitir
claramente mis conclusiones, aún con la ayuda de mi eterno periódico...
Es muy difícil, sobre todo cuando se trata nada más ni nada
menos que de una vida en común... Hubo algo, sí... fuimos felices...
Si tuviera que pensar en el secreto de nuestra felicidad, creo que se
basó en la tolerancia, en la comprensión mutua... El tenía esa obstinación
que lo caracterizaba y ese gran amigo que lo ayudaba. Luis
Pérez lo ayudó a crear cuántas cosas nos pudieran arrancar del tedio
cotidiano, nos brindó ideas a las cuales dedicábamos todo nuestro
tiempo... y lo verdaderamente valioso fue que nunca tuvimos tiempo
para nosotros mismos... para expresarnos todos nuestros rencores
latentes, todos nuestros odios más profundos, y ése pienso que fue
nuestro mayor secreto. Por otra parte, Luis Pérez fue tan importante,
que siempre le guardé un oculto amor; en confidencia, fui su amante
durante largos años (Se ríe con picardia senil)... Y así, un día, estando
yo aquí, evocando cosas, llegué a recordar que Luis era exactamente
igual a Pablo; idéntico, diría yo... Por eso tomé el teléfono...
De ahí en más unimos nuestras vidas ...Aquél retrato... (Reemplaza
el retrato de él por otro en el cual se lo ve viejo)... siguió siendo el
de una misma persona, y todo está como en otros tiempos... ¡¿Pero
qué veo?! ¡¿Qué veo?! ¡Las plantas están creciendo!!
Él (Luis): (Entra) ¡¿De veras?! (Se dirige a una y otra) ¡Es cierto, crecen,
crecen, crecen!
Ell a: ¡¿Crecen, sí, crecen?! (Se apresura a correr la cortina del fondo,
y aparecen nuevas plantas) ¡Viva, crecen, viva!
Él: ¡Crecen, crecen, crecen! (Comienzan a medir aceleradamente, alternadose
de maceta en maceta).
Él: ¡Veinticinco con cinco!
Ell a: ¡Veintinueve con nueve!
Él: ¡Con quince!
Ell a: ¡Con veinte!
Él: ¡Treinta y cinco!
Ell a: ¡Ciento veinte! ¡Crecen!
Él: ¡Crecen, crecen!
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Ell a: ¡Crecen, crecen, crecen!


Él: ¡Crecen! ¡Nos salvamos!
Ell a: (Rompe el periódico y se abrazan) ¡¡Nos salvamos, viejo, nos
salvamos!!
Final

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