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Síntesis Teológica

Alumno: Víctor Nicolás Ruiz Ruiz 4º de Teología

Tema 21. La liturgia como culmen al que tiende toda la acción de la Iglesia y al mismo tiempo
la fuente donde mana toda su fuerza (SC 10). Principios y líneas básicas; teniendo presente el
aspecto catequético sin olvidar la devoción popular, la intercesión de los santos y el culto en
favor de los difuntos.

1. La liturgia como culmen y fuente de toda la acción de la Iglesia

Para comprender que la liturgia es “la cumbre” y “al mismo tiempo fuente” de toda la
vida cristiana (cf. SC 10), es necesario, conocer, en primer lugar la etimología de este término
y la evolución que ha tenido antes de que esta palabra sea usada en el cristianismo; y en
segundo lugar conocer un poco – a grandes rasgos – la historia de la liturgia, recordando los
hitos que han marcado su desarrollo en las diferentes épocas de la historia de la Iglesia; y así,
finalmente, entrar en la exposición de los principios y líneas básicas de la liturgia que nos
propone la Iglesia, sobre todo, partiendo de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.

1.1. Etimología e historia del término1


La historia de este vocablo, usado hoy en sentido exclusivamente cultual, nos
demuestra que ha recibido significados diversos según las diversas épocas históricas. El
término “liturgia” proviene del griego clásico. La palabra griega leitourgia (verbo:
leitourgein; substantivo de persona: leitourgos) deriva de la composición de laos – jónico y
ático leos - (=pueblo) y de ergon (=obra). Traducido literalmente, leitourgia significa, por
tanto, “servicio hecho al pueblo” o “servicio directamente prestado para el bien común”.

En el helenismo
El sentido originario y fundamental de leitourgia se restringió para designar un
servicio totalmente determinado por las leyes o costumbres en beneficio de la colectividad,
por parte de ciudadanos acomodados, quienes de este modo se convertían en bienhechores de
la patria. Habían diversos tipos de liturgia: la organización del coro en el teatro griego, el
armamento de una nave, la recepción de una tribu con motivo de fiestas nacionales, etc. Más
tarde, especialmente en Egipto, con esta palabra se entiende cualquier prestación pública de
servicio y, a partir del siglo II a.C., también el servicio cultual prestado por personas
expresamente destinadas a ello.

En el Antiguo Testamento
Según la versión de los LXX, el término se usa para indicar el servicio cultual del
templo por parte de sacerdotes y levitas. Leitourgia, por tanto, es una palabra técnica aplicada
al culto público y oficial, realizado por una determinada categoría de personas. El término
leitourgia, que los LXX introdujeron en el léxico religioso del judaísmo helenístico, era
particularmente apto para expresar las características del ministerio cultual de Israel. En
efecto, contenía los significados de: función pública y vinculada con cierta solemnidad,
prestación de utilidad general, misión reservada a quien está formalmente revestido de la
misma.
1
M. AUGÉ, Liturgia. Historia. Celebración. Teología. Espiritualidad, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona
1995, 13-16; cf. K. HESS, “Servicio” en L. COENEN – E. BEYREUTHER – H. BIETENHARD , Diccionario
Teológico del Nuevo Testamento, Vol IV, Ediciones Sígueme, Salamanca 1994, 216-218; cf. J. LÓPEZ
MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, Teología, historia, espiritualidad y pastoral. Serie de Manuales de
Teología “Sapientia Fidei”, BAC, Madrid 1996², 35 – 37; cf. J. A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la
liturgia de la Iglesia, Ediciones Palabra, Madrid 20074, 11-14.

1
En el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento, este término aparece sólo 15 veces frente a las 150 veces,
aproximadamente, que sale en el Antiguo Testamento. Y en diversos sentidos: en sentido
profano de servicio público oneroso, tomado del lenguaje común; en el sentido ritual-
sacerdotal del Antiguo Testamento en sentido de culto espiritual.

En el sentido de culto ritual cristiano hay un único texto, que en su traducción literal
dice: “Mientras celebraban el servicio del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo...” (Hch
13, 2). Es el único texto neotestamentario en el que se podría descubrir ya el nombre de lo que
después se llamará “liturgia cristiana”. Si en los escritos del Nuevo Testamento no figura el
término leitourgia y derivados vinculados al culto cristiano, excepto Hch 13, 2,
probablemente es porque las palabras en cuestión estaban demasiado ligadas al sacerdocio
levítico del Antiguo Testamento, ministerio que pierde su razón de ser en la nueva situación
creada por Cristo.

Por otra parte, el Nuevo Testamento evita usar términos rituales para designar lugares
de culto, tiempos sagrados, ritos, cosas y personas sacras. En compensación, se sirve
frecuentemente del vocabulario cultual (culto, sacrificio, víctima, ofrenda y otros) para
designar ámbitos y cosas que en la opinión común son profanas. No estamos ante un capricho
lingüístico, sino ante una intención precisa: en sentido ritual leitourgia se reserva sólo al culto
judaico oficial (cf. Lc 1, 23; Hb 8, 2.6; 9,21; 10, 11); en cambio, cuando el vocablo se aplica a
la experiencia cristiana, designa en particular la existencia como culto espiritual (cf. Rm 15,
16; Flp 2, 17).

En los primeros escritos postapostólicos


Sin embargo, pronto reaparece el término leitourgia en los escritos postapostólicos de
origen judeocristianos como, por ejemplo, en la Didakhé y en la I Carta a los Corintios de
papa Clemente, donde es utilizado en sentido cultual y eucarístico y en sentido ritual
veterotestamentario. Este modo de hablar del culto cristiano, tomando como referencia el
precedente hebreo, probablemente abrió el camino para que la palabra leitourgia, despojada
de su significado cultual levítico, adquiriese pleno derecho de ciudadanía en la Iglesia de los
primeros siglos. Después de la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70, los
seguidores de Jesús consideran ya las instituciones mosaicas como puramente figurativas de
la verdadera y definitiva religión. El culto veterotestamentario es visto como tipo de culto
salvífico de la Iglesia cristiana. En este contexto leitourgia es una palabra puente.

Desarrollos ulteriores
En el Oriente griego, leitourgia pasó enseguida a indicar el culto cristiano en general y
la celebración eucarística en particular. Así se habla de leitourgia de san Juan Crisóstomo, de
San Basilio, de Santiago, de san Marcos, etc., es decir, celebración de la eucaristía según el
rito y la plegaria eucarística que proviene de un determinado Padre griego.

En el Occidente latino, el término fue ignorado. Al punto de que no fue latinizado,


como había pasado con otros términos griegos del Nuevo Testamento. En el lenguaje
occidental latino durante muchos siglos, en el lugar de liturgia se usaron términos como
munus, officium, mysterium, sacramentum, opus, ritus, actio, celebratio, etc. En el mundo
occidental, el término latino liturgia reaparece en el siglo XVI en el lenguaje científico para
indicar los libros rituales antiguos o en general todo lo que se refiere al culto de la Iglesia.

2
En los siglos XVIII-XIX es adoptado también por las Iglesias de la Reforma, y
precisamente en el sentido amplio de culto cristiano. Así lo hacen también los documentos
pontificios, sobre todo a partir de Pío X, y el Código de Derecho Canónico de 1917,
convirtiéndose inmediatamente en usual en el lenguaje oficial de la Iglesia, y el concilio
Vaticano II lo consagró definitivamente en la Constitución Sacrosanctum Concilium.

En resumen, “el significado del término liturgia ha evolucionado en esta dirección:


servicio en favor del pueblo, culto pagano, culto ritual del pueblo hebreo, culto espiritual y
ritual cristiano, culto oficial de la Iglesia”2.

1.2. Historia del concepto de liturgia


En el Nuevo Testamento, la liturgia cristiana tiene un carácter singular ya que lo más
importante y el centro de la liturgia no es lo que realiza el hombre, sino lo que realiza Dios en
Jesucristo a través de la presencia incesante del Espíritu Santo. En los primeros escritos
cristianos sigue presente el concepto de liturgia como obra de Dios, que está presente y actúa
en Jesucristo y en su Espíritu, e igualmente esta concepción continúa en la época patrística.

La época de la escolástica no se preocupó de explicar el concepto. “Los elementos de


la liturgia, en cuanto acción santificadora, los estudió en la teología de los sacramentos y el
aspecto cultual en la teología moral. Esta separación escolástica ha estado presente hasta
nuestros días, en mayor o menor medida, en los tratados de liturgia y en la teología pastoral y
catequética3”.

En el siglo XVI se empieza a tomar el término liturgia como sinónimo de eucaristía,


por eso el término liturgia no incluye los sacramentos y sacramentales; pero en el siglo XVIII
Muratori incluyó el concepto “culto” en la definición de liturgia, así, no sólo logró incluir en
el término liturgia a la Misa y los sacramentos sino que definió la liturgia como el modo de
rendir culto al Dios verdadero por medio de ritos externos legalmente determinados, con el fin
de darle honor y comunicar sus beneficios a los hombres” 4. El concepto evoluciona y cae en
extremos que resaltan el aspecto estético y jurídico, estas definiciones fueron condenadas
recién en 1947 con la Encíclica Mediator Dei5. La tendencia esteticista considera la liturgia
como una forma superficial del culto, su objeto formal se buscaba en los aspectos externos y
estéticos del sentimiento religioso, se considera como una manifestación sensible y decorativa
de las verdades de la fe. Mientras que la tendencia jurídica reducía la liturgia a reglamentos de
la jerarquía para el culto público6.

Antes del Concilio Vaticano II, ocupa un lugar importante la definición que ofrece la
encíclica Mediator Dei, porque fundamenta la liturgia en el sacerdocio de Cristo que hoy lo
continúa la Iglesia7; y define la liturgia como “el culto público que nuestro Redentor tributa al
Padre como Cabeza de la Iglesia, y el que la sociedad de los fieles tributa a su Fundador y, por
medio de El, al Eterno Padre: es, diciéndolo brevemente, el completo culto público del

2
J. A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, 13.
3
J. A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, 13.
4
J. A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, 14.
5
Encíclica del papa Pío XII, sobre la Sagrada Liturgia, publicada el 20 de noviembre de 1947.
6
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 38; cf. J.A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de
la Iglesia, 14.
7
Cf. PÍO XII, Carta Encíclica Mediator Dei, 4-5 (http://w2.vatican.va/content/pius-xii/es/encyclicals/
documents/hf_p-xii_enc_20111947_mediator-dei.html – visto el 09 de junio de2018).

3
Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, de la Cabeza y de sus miembros”8.
Aunque en esta definición se sitúa a Cristo en el centro de la adoración y del culto de
la Iglesia, expresamente se afirma la presencia de Cristo en toda acción litúrgica pero no se
llegó a abordar la relación entre esta presencia de Cristo y la historia de la salvación, ni entre
los misterios del Señor y su celebración ritual, aunque este último aspecto aparece insinuado
cuando se habla del año litúrgico9.

El Vaticano II ha resaltado, por una parte, la dimensión litúrgica de la redención


efectuada por Cristo en su muerte y resurrección, y, por otra, el modo sacramental o
simbólico-litúrgico en la que se ha de llevar a cabo la salvación de los hombres, por eso
intenta10 definir la liturgia con los siguientes aspectos11:
-La liturgia es obra del Cristo total, es decir, Cristo, en primer lugar y la Iglesia por
asociación.
-La liturgia tiene como finalidad la santificación de los hombres y el culto al Padre, de modo
que el sacerdocio de Cristo se realiza en los dos aspectos.
-La liturgia pertenece a todo el pueblo de Dios, que en virtud del bautismo es sacerdocio real
con el derecho y el deber de participar en las acciones litúrgicas.
-La liturgia, en cuanto que está constituida por gestos y palabras que significan y realizan
eficazmente la salvación, ella misma es un acontecimiento en el que se manifiesta la Iglesia,
sacramento del Verbo encarnado.
-La liturgia configura y determina el tiempo de la Iglesia desde el punto de vista escatológico.
-La liturgia es fuente y cumbre de la vida de la Iglesia.

1.3. Historia de la liturgia


“La liturgia cristiana nació esencialmente de la Última Cena del Señor. […] La Coena
Dominica o Fractio Panis, desde los primeros días de la Iglesia, se mostró como el rito
característico del nuevo culto, el sacrificio de la nueva ley que no tenía nada de común con los
antiguos ritos sacrificiales del Templo”12; pero Jesús no inventó estos gestos o actos cultuales
“sino que los recogió de la praxis del judaísmo tardío, y la Iglesia primitiva continuó sobre la
misma línea ya que sólo una mínima parte de sus formas cúlticas no fijadas por Jesús
presentan un cariz original, por lo común se trata de copias más o menos files de los ritos
judaicos, mientras que las comunidades de origen pagano, asumieron por su parte otros
elementos de la praxis cultual greco- romana”13.

Algunos elementos celebrativos en la Iglesia primitiva proceden del culto de la


sinagoga que se trasladó a las primeras comunidades, como las lecturas de la Palabra de Dios,
el canto de los salmos y la homilía. También es esencialmente, de origen judío, la antiquísima
plegaria eucarística que aún rezamos en el prefacio, que procede de dos tradiciones: en primer
lugar la oración de alabanza y agradecimiento con que se conducían las comidas familiares
8
PÍO XII, Mediator Dei, 29.
9
J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 39; Cf. PÍO XII, Mediator Dei, 205.
10
En la nota al pie de página 2 del primer capítulo de J. A. Abad – M. Garrido, Iniciación a la liturgia de la
Iglesia dice: “En el Concilio Vaticano II algunos padres conciliares pidieron que se diese una definición de
liturgia, pero el Relator, el 20 de noviembre de 1962, en la Congregación General 30, en las enmiendas al
cap. 1, nn. 1-9 del esquema de liturgia, dijo que no era conveniente dar en una constitución doctrinal una
definición de liturgia, en la cual no convenían en la actualidad todos los especialistas en la liturgia” (J. A.
ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, 14.
11
J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 40.
12
M. RIGHETTI, Historia de la liturgia I. Introducción general. El Año Litúrgico. El breviario, BAC Madrid
1995, 110 - 111.
13
T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental. Una historia al ritmo de la historia de la Iglesia,
Centre de Pastoral Litúrgica, Cuadernos Phase 103, Barcelona 2009, 5.

4
judías, que tenían un carácter litúrgico. Por otra parte, en el culto de la sinagoga también se
cantaban los beneficios de la creación y providencia divina sobre Israel14.

El antecedente de lo que hoy conocemos como la oración de los fieles, que tiene su
origen en las 18 peticiones que se hacían en el culto semanal de la sinagoga. Además, hay
otras oraciones litúrgicas como la liturgia de las horas o fórmulas como: oremus, sursum
corda, así como la costumbre de terminar la oración con una frase de alabanza a la manera del
“Gloria al Padre”, y las aclamaciones reservadas a la asamblea como: Amen, Alleluia,
Hosanna, Et cum spiritu tuo. Por último, también los gestos como la imposición de manos.15

En el desarrollo de la liturgia cristiana también hubo elementos de origen griego como


el rito de admisión en la ceremonia del bautizo, el traslado de la celebración bautismal a la
noche de Pascua e incluso la idea de Vigilia. También procede del helenismo la disciplina del
arcano, mirar orando hacia oriente, aunque la oración en esta dirección también puede ser de
origen judío por la costumbre de rezar mirando hacia el templo de Jerusalén. El vocabulario
cristiano se fue enriquecido con el griego, de ahí algunos términos como: liturgia, eucaristía,
mysterion, canon, anámnesis, ágape, adventus, epifanía, vigilia, etc., así como las expresiones
in saecula saeculorum, Kyrie eleison, Dignum et iustum est y Deo gratias16.

En la Iglesia primitiva se distinguen dos ritos cultuales: la liturgia de la palabra –


celebrada primero en la mañana del sábado, más tarde en la del domingo – con lecturas,
homilía y oración17; y el banquete cultual con la celebración eucarística y su correspondiente
comida. Poco a poco se fue separando la eucaristía de la comida, y se celebraba la eucaristía
por la mañana y se le antepuso la liturgia de la palabra como introducción preparatoria. En
cuanto a las fórmulas usadas en estas celebraciones, en un principio era el obispo quien
improvisaba libremente, luego se admitieron las fórmulas textualmente prefijadas18.

En este primer período de la historia de la liturgia aparecen algunos documentos que


nos ayudan a comprender y entender la liturgia en los primeros años del cristianismo. “La
ordenación eclesiástica más antigua que nos es conocida, la Doctrina de los doce apóstoles
(Didajé) – que debió aparecer hacia el año 100 en las proximidades de Antioquía, capital de
Siria – concede un significativo mayor relieve a las prescripciones disciplinares que a las
litúrgicas”19. A estos testimonios hay que añadir algunas obras de Tertuliano y de san
Cipriano, testigos de la vida litúrgica en el norte de África 20. Sin embargo, el denominado
Sacramentario Leoniano una colección con las oraciones para la misa redactada por diferentes
pontífices y conservadas en el archivo papal, se consideró, hasta la primera guerra mundial,
como el libro litúrgico romano más antiguo21.

En el siglo XX se demostró que en la Ordenación eclesiástica egipcia está contenida


un libro litúrgico antiguo, un manual redactado en el año 220, llamado Tradición apostólica,
por el antipapa y mártir Hipólito. Su testimonio recoge la liturgia en la época de los mártires.
Los actos celebrativos que describe esta obra son: la ordenación de obispos, presbíteros y
diáconos; nombramientos de viudas, lectores, vírgenes y subdiáconos, el catecumenado, el
14
Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 6.
15
Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 6-7.
16
Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 7.
17
Cf. CEC, 1345.
18
Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 8-9.
19
T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 12.
20
J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 44.
21
T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 10.

5
bautismo y la confirmación; comenta y explica el ayuno, el ágape y el rezo de las horas22.

La paz constantiniana, con el edicto de Milán (313) dio posibilidad a celebrar una
liturgia solemne en edificios adecuados. El domingo fue declarado día festivo. El año litúrgico
se estructuró en fiestas y períodos siguiendo el círculo anual, conservando la unidad en la
celebración eucarística. El santoral creció con las conmemoraciones de los mártires y las
primeras fiestas marianas después del Concilio de Éfeso (431). La entrada masiva de
conversos del paganismo obligó a reorganizar el catecumenado y a mantener el rigorismo en
la reconciliación sacramental de los penitentes. El arte cristiano asumió las formas
arquitectónicas y ornamentales de la época creando la basílica. Aparecieron las insignias
pontificales, los vestidos y las sedes de los ministros. La época representa un momento de
expansión y enriquecimiento de la liturgia. La entrada en el mundo cultural romano se
manifiesta ante todo en la incorporación a la plegaria litúrgica de un estilo elegante y retórico,
sobrio y preciso. El vocabulario es rico en matices y destaca el aspecto sacramental y
sacrificial, especialmente en la Eucaristía23.

Otra etapa en la historia de la liturgia fue marcada por el predominio franco-germano24


entre los siglos VI al S. XI, que está marcada desde el final del pontificado de san Gregorio
Magno (590-604) hasta san Gregorio VII (1073-1085). Es el tiempo del Imperio bizantino. En
Occidente, el monacato desarrolló una gran labor evangelizadora. Los libros litúrgicos
romanos, que habían alcanzado un elevado grado de organización, empezaron a extenderse
por toda la cristiandad. Se produjo una fusión de ritos y de textos romanos de procedencia
galicana, dando lugar a los sacramentarios gelasianos del siglo VIII, con los leccionarios y
antifonarios; y a los ordines, base del Pontifical Romano Germánico del siglo X, el primero de
los pontificales medievales. El bautismo de los párvulos se generalizó progresivamente, y la
penitencia empezó a celebrarse de forma privada; y la eucaristía se llenó de apologías.

En Roma la liturgia se mantuvo en suspenso o como han llamado otros autores


“inmovilidad litúrgica”25. Los únicos síntomas de creatividad proceden de la influencia
oriental, como la introducción de fiestas marianas. Entre los siglos IX y X volvieron a Roma
los libros litúrgicos que habían salido de ella, pero ya mixtificados. Durante esta época
tuvieron lugar en Oriente las luchas iconoclastas y la celebración del Concilio de Nicea II (a.
787). Este período histórico es considerado como de fijación y compilación, pero no se puede
decir que fuera una época estéril. La emigración de los libros litúrgicos contribuyó a fijar la
fisonomía de la liturgia romana para siempre. Más aún, la liturgia romana, que hasta san
Gregorio Magno era un rito local, empezó a convertirse en la liturgia predominante en todo el
Occidente latino.

La aportación de los pueblos franco-germánicos, caracterizados por la exuberancia y el


dramatismo, se advierte no sólo en la duplicación de textos y en el aumento de ritos,
inspirados en el Antiguo Testamento, sino en una nueva sensibilidad, pero carecían de la
mentalidad simbólica cultivada por los Santos Padres. El resultado fue negativo para la
teología de los sacramentos, sobre todo para la eucaristía. El pueblo empezó a alejarse de la
liturgia y a dirigirse a las devociones26.

22
Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 10-15.
23
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 45 -47; Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia
occidental, 27-37.
24
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 47-48.
25
T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 67.
26
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 49.

6
En la baja edad media, entre los siglos XI-XVI27, se sigue más o menos la línea
marcada por el papa san Gregorio VII (+ 1085). Aunque el Pontificado alcanzó el más alto
prestigio de la época con Inocencio III (1198-1216), cuyas reformas afectaron también a la
liturgia. Se produjo la unificación litúrgica en torno a la liturgia romana y la supresión de la
liturgia hispánica. Se introdujo el juramento de fidelidad al Papa en la ordenación episcopal y
la celebración de las fiestas de los Papas santos en toda la Iglesia. Los libros litúrgicos
abreviados para uso interno de la Curia Romana, el Misal y el Breviario, fueron adoptados por
los franciscanos28, que los dieron a conocer por toda Europa. A finales del siglo XII y durante
todo el siglo XIII el ministerio de la predicación alcanzó una gran popularidad, pero
totalmente al margen de la liturgia y de la misma Sagrada Escritura. Por otra parte se
multiplicaron las misas privadas, y la comunión se hizo cada vez menos frecuente y bajo una
sola especie, a pesar del auge que en el siglo XIII conoció el culto al Santísimo Sacramento y
que culminó en la institución de la fiesta del Corpus Christi.

El arte cristiano que llena esta época es el gótico. Contrasta la grandiosidad de las
iglesias con la división de su interior en capillas y la multiplicación de altares y de imágenes.
La pintura y la escultura se hacen más narrativas. La liturgia, considerada como una actividad
de los clérigos en beneficio de los fieles, pasivos y silenciosos, contribuyó también a
configurar la sociedad bajomedieval. Mientras Cluny aportaba, junto con el espíritu de una
reforma general de la Iglesia, una mayor solemnidad y riqueza expresiva de la liturgia, otras
órdenes como el Císter propugnaban la austeridad, el recogimiento y el equilibrio de las
antiguas reglas monásticas. Las órdenes mendicantes dieron una visión del misterio de la
salvación más cercana a los hombres, centrada en la humanidad del Salvador y en su vida
terrenal. Fue un momento de fuerte intimismo, de afectividad psicológica y de creciente
individualismo, manifestados incluso en el predominio de la genuflexión29 y en el silencio con
que se recitaba gran parte de la celebración eucarística. La piedad popular lo llenaba casi
todo30.

La etapa de la uniformidad litúrgica31 se dio entre los siglos XV y XIX. Este período
está influenciado por el Concilio de Trento (1545-1563); pero ya desde el siglo XV se
desarrolló la devotio moderna con un fuerte acento individual orientado hacia la meditación
afectiva y la imitación de Cristo. Se desarrolló al margen de la liturgia y de las devociones
populares. La liturgia se transformaba en meditación. La reforma protestante atacó las misas
privadas, la comunión con una sola especie, los sufragios por los difuntos y el carácter
sacrificial de la Misa. La liturgia quedó reducida a la Palabra, al bautismo y a la Cena con
carácter puramente conmemorativo. El Concilio de Trento se ocupó de los sacramentos, pero
sólo los aspectos dogmáticos y disciplinares. No obstante, se decidió mantener el uso de la
lengua latina en la liturgia, aunque invitando a la catequesis litúrgica dentro de la misma
celebración (cf. DS 1749; 1759).

La revisión del Misal y del Breviario se realizaron con gran rapidez, de manera que el
papa san Pío V promulgó en 1568 el Breviarium Romanum y en 1570 el Missale Romanum. A
estos libros siguieron en 1596 el Pontificale Romanum, en 1600 el Caeremoniale
27
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 50; cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 79-
99.
28
Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 80.
29
Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 96-99.
30
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 50.
31
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 51-53.

7
Episcoporum, promulgados por Clemente VIII, y en 1614 el Rituale Romanum por Paulo V.
Las constituciones apostólicas de promulgación indican con toda claridad la obligatoriedad,
en toda la Iglesia latina. Para velar por la unidad litúrgica, el papa Sixto V creó en 1588 la
Sagrada Congregación de Ritos, cuya actividad duró hasta 1969. En estos siglos el Santoral
creció de forma desmesurada hasta prevalecer sobre el domingo y los tiempos litúrgicos.

La llegada de la Ilustración al campo litúrgico se hizo notar en la publicación de


fuentes y en los estudios de investigación histórica. Los intentos de renovación del siglo
XVIII pretendían una mayor sencillez y participación comunitaria. Sin embargo, faltaba
también una adecuada teología del culto cristiano, de manera que la pastoral litúrgica quedaba
reducida a una función meramente educativa y moralizadora del pueblo.

El movimiento litúrgico32 no suele ser considerado como una etapa en sí, aunque
significa el resurgimiento litúrgico que culminó en el Concilio Vaticano II. El siglo XIX
representó el comienzo de una renovación, aunque marcada al principio por el romanticismo.
Los orígenes de este impulso renovador se dieron en la restauración monástica iniciada en
Solesmes por el abad Próspero Guéranger (1805-1875), con sus ideales de romanización de la
liturgia. En el siglo XX el Movimiento litúrgico adoptó un estilo todavía más eclesial y
pastoral, impulsado por el Motu proprio Tra le sollecitudini de san Pío X. En Bélgica destacó
la actividad de L. Beauduin (+1960). En Alemania el Movimiento se hizo más teológico con
Odo Casel (+1948) y Romano Guardini (+1968). En Austria P. Parsch (+1954) volvió a los
ideales de Beauduin. En Italia destacó el cardenal I. Schuster (+1957). En Francia se fundó el
Centro de Pastoral Litúrgica de París en 1943. En España hubo un fuerte despertar orientado
por los monasterios de Silos y de Montserrat, sobre todo a raíz del Congreso de 1915. En
1956 se fundó la Junta Nacional de Apostolado litúrgico, sustituida en 1961 por la Comisión
Episcopal de Liturgia, Pastoral y Arte Sacro.

Pero lo más significativo de la mentalidad que presidía el Movimiento litúrgico fue la


fundamentación teológica de la pastoral litúrgica, paralelamente al movimiento bíblico y a la
nueva orientación eclesiológica. Al mismo tiempo se consideraba la liturgia como la
didascalía del pueblo cristiano, es decir, la más eficaz forma de catequesis sobre todo a través
de las fiestas y de los signos litúrgicos.

El Movimiento litúrgico fue sostenido por el Magisterio. San Pío X hizo una reforma
parcial en el Oficio divino y en el calendario, mientras que Pío XII orientó doctrinalmente la
renovación litúrgica con las encíclicas Mediator Dei (1947) y Musicae sacrae disciplina
(1955); además, Pío XII, llevó a cabo la restauración de la Semana Santa entre 1951 y 1955,
autorizó el uso de las lenguas modernas en la misa y en los sacramentos, y en 1956 dirigió un
importante discurso al Congreso Internacional de Liturgia de Asís. Por último, Juan XXIII,
convocado ya el Concilio Vaticano II, publicó un Código de Rúbricas y nuevas ediciones
típicas de los libros litúrgicos.

El concilio convocado por el papa Juan XXIII se abrió el 11 de octubre de 1962. El


primer tema estudiado fue la liturgia. El esquema entró en el aula conciliar el 22 de octubre de
1962, y fue discutido hasta el 13 de noviembre. Un año después, el 4 de diciembre de 1963,
exactamente cuatrocientos años después de la clausura del Concilio de Trento, el papa Pablo
VI promulgaba la Constitución Sacrosanctum Concilium (SC).

Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 53; Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental,
32

105-106.

8
El papa Juan Pablo II calificó la liturgia como el fruto más visible de la obra conciliar.
Es importante ver todo el desarrollo histórico de la liturgia como una unidad, donde no caben
o no son aplicables los términos antiguo y nuevo, sino entenderlo como un conjunto de
“crecimiento y maduración, declive y renovación” pero al mismo tiempo en la liturgia
percibimos, por la fe, “la continuidad de lo que nos viene dado por el Señor y por la tradición
apostólica”33.

1.4. Definición de Liturgia


La liturgia es el medio por el cual la Iglesia vive su fe trinitaria 34 y es introducida en la
historia de la salvación35, continuando la obra salvífica que Dios empezó con la elección del
pueblo de Israel, su pueblo (cf. Dt 7, 6ss) y que llegó a su plenitud con la encarnación del
Verbo, el envío de su Único Hijo: Jesucristo (cf. Jn 1, 14; Ga 4, 4), quien “pasó por el mundo
haciendo el bien” (Hch 10, 38); y como fruto de su Misterio Pascual nos ha dado la vida
divina36, la misma que se produce y comunica en la liturgia de la Iglesia 37; por esta razón, es
de suma importancia la relación entre la liturgia y la teología, porque en la liturgia se
contienen, más o menos explicitados los grandes temas de la fe cristiana38.

Hasta ahora no existe unanimidad entre los liturgistas para dar una definición real,
técnica y estrictamente dicha39, sin embargo, algunos se han animado a dar algunas
definiciones a manera de acercamiento, por ejemplo Vagaggini sostiene que “es el conjunto de
signos sensibles de cosas sagradas, espirituales, invisibles, instituidos por Cristo o por la
Iglesia, eficaces cada uno a su modo, de aquellos que significan y por los cuales Dios (el
Padre) por medio de Cristo, cabeza de la Iglesia y sacerdote, en la presencia del Espíritu
Santo, santifica a la Iglesia”40. También en el manual de teología litúrgica, de José Antonio
Abad y Manuel Garrido, define la liturgia como “la acción sacerdotal de Jesucristo,
continuada en y por la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo, por medio de la cual actualiza
su obra salvífica a través de signos eficaces, dando culto a Dios y comunicando a los hombres
la salvación”41.

En la liturgia, principalmente, se celebra el Misterio Pascual, por el que Cristo realizó


la obra de nuestra salvación (CEC 1068) y desde ella se edifica la Iglesia y a sus miembros
“hasta llegar a la medida de la plenitud de edad de Cristo [y] robustece, al mismo tiempo,
admirablemente sus fuerzas para predicar a Cristo” (SC 2).

Romano Guardini, en El espíritu de la liturgia, da algunas definiciones sobre la


liturgia, afirmando que es el culto público y oficial de la Iglesia, ejercido y regulado por los
ministros, por ella seleccionados para ese fin, es decir por los sacerdotes; pero al mismo
tiempo, recomienda no desligar esta acción eclesial como un mero culto o rito externo e
33
BENEDICTO XVI, Últimas conversaciones con Peter Seewald, Ediciones Mensajero, Bilbao 2016, 241.
34
Cf. C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la liturgia. Ensayo de liturgia teológica general, BAC, Madrid 1965
(2), 598.
35
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 22-24. “La liturgia como acción de Cristo y de la Iglesia que
continúa la obra de la salvación por medio de gestos, palabras y símbolos, y la predominantemente
antropológica, que quiere arrancar de la ritualidad tal como es estudiada por las ciencias del hombre, y en la cual
se realiza el acontecimiento salvífico” (; J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 8).
36
Cf. C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la liturgia, 21-22; cf. SC 6.
37
Cf. CEC 1115-1116; cf. C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la liturgia, 22.
38
Cf. J.A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, Ediciones Palabra, Madrid 2007 (4), 17.
39
Cf. C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la liturgia, 25; cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 37-
39.
40
C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la liturgia, 30.
41
J.A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, 17; cf. CEC 1071.

9
independiente de la fe, por eso aclara que, la liturgia es por esencia y debe serlo por
antonomasia la lex orandi42. La oración no litúrgica deberá siempre ajustarse a ella, renovarse
y revilitarse en ella, para poder conservar su frescura y vitalidad perenne; porque la liturgia es
guía y maestra ella comunica a la oración toda la verdad del dogma, ya que realmente no es
otra cosa que la verdad, la verdad revestida del ropaje de la oración, tejido con los filamentos
de las verdades fundamentales, como son la inmensidad, la grandeza, la realidad y la plenitud
de Dios; la unidad y la Trinidad, la providencia, la omnipotencia, el pecado, la justicia, la
redención, el rescate y la justificación, la salvación, y el reinado de Dios; en una palabra,
todas las realidades supremas y los novísimos43.

Cuando el Concilio Vaticano II quiso referirse a la liturgia no lo hizo siguiendo un


planteamiento escolástico, sino que recurrió al lenguaje bíblico y patrístico [...] La
comprensión de la liturgia es más completa y coherente cuando se la sitúa en la perspectiva
que le es connatural, es decir, dentro de la economía salvífica proyectada y revelada por el
Padre, cumplida por el Hijo y Señor nuestro Jesucristo y llevada a cabo por el Espíritu Santo
en la etapa de la Iglesia, que transcurre desde Pentecostés hasta el retorno glorioso de Cristo.
Pero el centro de esta economía lo ocupa el misterio pascual de Jesucristo, que a su vez
constituye el núcleo de toda celebración litúrgica. En dicho misterio se realizó la salvación
que la Iglesia anuncia y actualiza en la liturgia44.

En la resurrección de Cristo, con la donación del Espíritu, está el origen de la liturgia


de la Iglesia y es el motivo central de cada una de sus celebraciones; por eso la Iglesia es el
primer signo sacramental por medio del cual se hace presente en visibilidad histórica el don
de la salvación, y a través de ella, Cristo sigue actuando en el mundo y haciendo realidad el
acceso de los hombres a Dios, no sólo en su actuación cotidiana ante el mundo (GS 40) sino
de manera especial a través de los sacramentos y otros signos que constituyen la fuente misma
de donde dimana su fuerza y cuya eficacia salvífica no es superada por ninguna otra acción
eclesial (cf. SC 7, 10; PO 5), es por eso que la principal manifestación de la Iglesia se produce
en la asamblea litúrgica (SC 41, LG 26).

La liturgia hace que “pregustemos y participemos en la liturgia celeste que se celebra


en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la que nos dirigimos como peregrinos” (SC 8; cf. LG 50).
De este modo, “fundiendo el pasado, el presente y el futuro, la liturgia aparece como
momento síntesis de toda la historia salvífica y configura el tiempo de la Iglesia como la etapa
última y definitiva de la salvación”45; sin embargo, la liturgia “no sólo recuerda los
acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. El misterio
pascual de Cristo se celebra, no se repite, son las celebraciones las que se repiten, en cada una
de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único misterio” (CEC 1084-
1085). La liturgia es siempre don divino a la Iglesia y obra de toda la Santísima Trinidad en la
que se realiza la automanifestación del Padre y de su amor infinito hacia el hombre, por
Jesucristo en el Espíritu Santo. La dimensión trinitaria de la liturgia constituye el principio

42
Esta idea de Guardini ha influenciado en el desarrollo teológico de la liturgia y es enseñada en el Catecismo
de la Iglesica Católica, 1124: “La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel, el cual es invitado a adherirse a
ella. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los apóstoles, de ahí el antiguo
adagio: Lex orandi, lex credendi (o: Legem credendi lex statuat supplicandi). "La ley de la oración
determine la ley de la fe" (Indiculus, c. 8: DS 246), según Próspero de Aquitania, (siglo V). La ley de la
oración es la ley de la fe. La Iglesia cree como ora. La liturgia es un elemento constitutivo de la Tradición
santa y viva (cf. DV 8)”.
43
Cf. R. GUARDINI, El espíritu de la liturgia, 8-13
44
J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 19 - 20.
45
J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 24.

10
teológico fundamental de su naturaleza, y la primera ley de toda celebración46.

La liturgia es fuente y cumbre de la Iglesia porque en ella el sacerdocio de Cristo


realiza su única misión – glorificación de Dios y salvación de los hombres – mediante un
triple ministerio: el profético, el litúrgico y el pastoral. Los ministerios profético y pastoral
están subordinados al litúrgico; en él encuentran su máxima expresión y de él extraen su
fuerza y eficacia; por eso la Iglesia, cuya misión y ministerios se identifican con los de su
Fundador, encuentra en la liturgia “la cumbre hacia la cual orienta toda su actividad y, al
mismo tiempo, la fuente de donde extrae toda su fuerza” (SC 10). En este sentido, podemos
decir que la evangelización y el pastoreo culminan en la sacramentalización (liturgia). Sin
embargo, sería ilegítimo caer en un panliturgismo teórico o práctico, porque la liturgia no
agota toda la actividad eclesial – porque la misión de la Iglesia está dirigida no sólo a los
creyentes sino también a los que han abandonado la fe de la Iglesia y a los no creyentes, y a
ellos se llega a través de la evangelización – ni toda la vida espiritual – porque existen
ejercicios de piedad extralitúrgica donde hay que catequizar – por eso el ministerio litúrgico
presupone y exige el profético y el pastoral47.

Teniendo presente todo lo expuesto, es fácil admitir que la liturgia no es más que un
modo sui generis, esto es, oculto debajo del velo de signos sensibles sagrados eficaces, en los
que desde Pentecostés hasta la parusía se realiza el sentido de la historia sagrada, misterio de
Cristo, misterio de la Iglesia48, es como dice Henri De Lubac, una de las puertas – junto con la
doctrina – por medio de la cual nos introducimos en el Misterio 49, pero esta experiencia se
produce, especialmente en la Eucaristía, porque ella es “el compendio y la suma de nuestra
fe”50.

2. Principios y líneas básicas

2.1. ¿Quién celebra?51


La Liturgia es “acción” del “Cristo total” (Christus totus). El libro del Apocalipsis nos
indica quiénes son los celebrantes de la liturgia celestial, revelándonos que hay “Uno sentado
en el trono” (Ap 4,2). Luego revela al Cordero, “inmolado y de pie” (Ap 5,6): Cristo
crucificado y resucitado, el único Sumo Sacerdote del santuario verdadero (cf. Hb 4,14-15),
pero también participan de la alabanza de Dios: las Potencias celestiales, toda la creación (los
cuatro Vivientes), los servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza (los veinticuatro
ancianos), el nuevo Pueblo de Dios (los ciento cuarenta y cuatro mil), los mártires,
“degollados a causa de la Palabra de Dios”, la Santísima Madre de Dios, y una muchedumbre
inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas (Ap 7,9).

En esta liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos
el Misterio de la salvación en los sacramentos; por eso, la liturgia sacramental la celebra toda
la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza. “Las acciones litúrgicas no son
acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad", esto es,
pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos” (SC 26). Por eso el
Concilio Vaticano II nos enseña que “siempre que los ritos, según la naturaleza propia de cada
46
J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 24.
47
A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, 35-36; SC 9.
48
C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la liturgia, 31; 161.
49
H. DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia, Ediciones Encuentro, Madrid 1984, 217.
50
CEC, 1327.
51
Cf. CEC 1136 – 1144;.

11
uno, admitan una celebración común, con asistencia y participación activa de los fieles, hay
que inculcar que ésta debe ser preferida, a una celebración individual y casi privada” (SC 27).

La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados, pero “todos los miembros
no tienen la misma función” (Rm 12,4). Toda la asamblea es “liturgo”, pero “cada cual,
ministro o fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde según la
naturaleza de la acción y las normas litúrgicas” (SC 28). Algunos son llamados por Dios, en y
por la Iglesia, a un servicio y son consagrados por el sacramento del Orden, para actuar como
representantes de Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia 52. Por ser
en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente el sacramento de la Iglesia, es también en la
presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar, y en
comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos. Además de las funciones del sacerdocio
común de los fieles existen también otros ministerios particulares, no consagrados por el
sacramento del Orden, y cuyas funciones son determinadas por los obispos según las
tradiciones litúrgicas y las necesidades pastorales. “Los acólitos, lectores, monitores y los que
pertenecen a la schola cantorum desempeñan un auténtico ministerio litúrgico” (SC 29). El
sujeto último y trascendente es Cristo, que hizo de la Iglesia su cuerpo sacerdotal
estructurándola como un organismo compuesto de pueblo y de pastores, de comunidad y de
jerarquía, de asamblea y de presidencia53.

2.2. ¿Cómo celebra?


2.2.1. Signos y símbolos54
Una celebración sacramental esta tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía
divina de la salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura
humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la
persona y la obra de Cristo; por eso la liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica estos
elementos confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en
Jesucristo. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la santificación a través de los signos
sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia no anulan, sino purifican e integran
toda la riqueza de los signos y de los símbolos del cosmos y de la vida social. De esta manera,
significan y realizan la salvación obrada por Cristo, y anticipan la gloria del cielo.

2.2.2. Palabras y acciones55


Toda celebración sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en
Cristo y en el Espíritu Santo. Este encuentro se expresa como un diálogo a través de acciones
y de palabras. Las acciones simbólicas son un lenguaje, pero es preciso que la Palabra de Dios
y la respuesta de fe acompañen y vivifiquen estas acciones. La liturgia de la Palabra es parte
integrante de las celebraciones sacramentales. Para nutrir la fe de los fieles, los signos de la
Palabra deben ser puestos de relieve: el libro de la Palabra (leccionario o evangeliario), su
veneración (procesión, incienso, luz), el lugar de su anuncio (ambón), su lectura audible e
inteligible, la homilía del ministro, la cual prolonga su proclamación, y las respuestas de la
asamblea (aclamaciones, salmos de meditación, letanías, confesión de fe). La palabra y la
acción litúrgica, indisociables en cuanto signos y enseñanza, lo son también en cuanto que
realizan lo que significan. El Espíritu Santo hace presente y comunica la obra del Padre
realizada por el Hijo amado.

52
CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 2 y 15.
53
A. AUGÉ, Liturgia, 59.
54
Cf. CEC, 1145-1152.
55
Cf. CEC, 1153-1155.

12
2.2.3. Canto y música56
La tradición musical de la Iglesia constituye un tesoro que sobresale entre las demás
expresiones artísticas, ya que el canto sagrado constituye una parte necesaria o integral de la
liturgia solemne (cf. SC 112). La composición y el canto de salmos inspirados, acompañados
de instrumentos musicales, estaban ya estrechamente ligados a las celebraciones litúrgicas de
la Antigua Alianza. La Iglesia continúa y desarrolla esta tradición: “Recitad entre vosotros
salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor” (Ef
5,19; cf. Col 3,16-17). “El que canta ora dos veces” dice san Agustín.

El canto y la música cumplen su función de signos de una manera significativa en


estén vinculadas más estrechamente a la acción litúrgica (cf. SC 112), según tres criterios
principales: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea en los
momentos previstos y el carácter solemne de la celebración. La armonía de los signos (canto,
música, palabras y acciones) es tanto más expresiva y fecunda cuanto más se expresa en la
riqueza cultural propia del pueblo de Dios que celebra (cf. SC 119). Pero “los textos
destinados al canto sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina católica; más aún, deben
tomarse principalmente de la Sagrada Escritura y de las fuentes litúrgicas” (SC 121).

2.2.4. Imágenes sagradas57


El icono litúrgico, representa principalmente a Cristo. No puede representar a Dios
invisible e incomprensible; la Encarnación del Hijo de Dios inauguró una nueva "economía"
de las imágenes: «En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni figura no podía de ningún
modo ser representado con una imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha
vivido con los hombres, puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios. [...] Nosotros, sin
embargo, revelado su rostro, contemplamos la gloria del Señor» (San Juan Damasceno, De
sacris imaginibus oratio 1,16).

La iconografía cristiana transcribe a través de la imagen el mensaje evangélico que la


sagrada Escritura transmite mediante la palabra. Imagen y Palabra se esclarecen mutuamente:
“Conservamos intactas todas las tradiciones de la Iglesia, escritas o no escritas, que nos han
sido transmitidas sin alteración. Una de ellas es la representación pictórica de las imágenes,
que está de acuerdo con la predicación de la historia evangélica, creyendo que,
verdaderamente y no en apariencia, el Dios Verbo se hizo carne, lo cual es tan útil y
provechoso, porque las cosas que se esclarecen mutuamente tienen sin duda una significación
recíproca” (Concilio de Nicea II, año 787, Terminus: COD 111).

Todos los signos de la celebración litúrgica hacen referencia a Cristo: también las
imágenes sagradas de la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en efecto, a
Cristo que es glorificado en ellos. La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la
meditación de la Palabra de Dios y al canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la
armonía de los signos de la celebración para que el misterio celebrado se grabe en la memoria
del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.

Cf. CEC, 1156-1158.


56

Cf. CEC, 1159-1162.


57

13
2.3. ¿Cuándo celebra?58
La Iglesia conmemora la resurrección de Jesucristo cada semana. Celebra a lo largo
del año desarrolla todo el misterio de Cristo (cf. SC 102), y una vez al año celebra, junto con
su santa pasión, la solemnidad de la Pascua. La Iglesia celebra el Misterio de Cristo en Hoy de
la historia (cf. CEC 1165). Desde la tradición apostólica celebra el misterio pascual cada ocho
días (cf. SC 106). El domingo es el día por excelencia de la asamblea litúrgica, en que los
fieles se reúnen para que escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía dan
gracias a Dios, que los hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de
entre los muertos (cf. SC 106).
El Triduo Pascual llena todo el año litúrgico con su resplandor. El año, gracias a esta
fuente, queda progresivamente transfigurado por la liturgia. El año litúrgico es el desarrollo de
los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo
de las fiestas en torno al misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que
conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de
Pascua. “En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia
venera con especial amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María” (SC 103) y
hace memoria de los mártires y los demás santos (cf. SC 104; 108 y 111).

El Misterio de Cristo que celebramos en la Eucaristía, penetra y transfigura el tiempo


de cada día mediante la celebración de la Liturgia de las Horas. Esta celebración está
estructurada de tal manera que la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y de la
noche (SC 84). Es “la oración pública de la Iglesia” (SC 98) en la cual los fieles (clérigos,
religiosos y laicos) ejercen el sacerdocio real de los bautizados. La Liturgia de las Horas está
llamada a ser la oración de todo el Pueblo de Dios. “Los pastores de almas debe procurar que
las Horas principales, sobre todo las Vísperas, los domingos y fiestas solemnes, se celebren en
la iglesia comunitariamente. Se recomienda que también los laicos recen el Oficio divino,
bien con los sacerdotes o reunidos entre sí, e incluso solos” (SC 100). La Liturgia de las
Horas, que es como una prolongación de la celebración eucarística, no excluye sino acoge de
manera complementaria las diversas devociones del Pueblo de Dios, particularmente la
adoración y el culto del Santísimo Sacramento.

2.4. ¿Dónde celebra?59


Se entienden por espacio celebrativo los lugares donde se desarrollan las acciones
litúrgicas, y también su ambientación o decoración 60. Sin embargo, el culto “en espíritu y en
verdad” (Jn 4,24) de la Nueva Alianza no está ligado a un lugar exclusivo. Toda la tierra es
santa y ha sido confiada a los hijos de los hombres. Cuando los fieles se reúnen en un mismo
lugar, lo fundamental es que ellos son las “piedras vivas”, reunidas para “la edificación de un
edificio espiritual” (1 P 2,4-5). El Cuerpo de Cristo resucitado es el templo espiritual de
donde brota la fuente de agua viva. En la casa de oración se celebra y se reserva la sagrada
Eucaristía, se reúnen los fieles y se venera para ayuda y consuelo los fieles la presencia del
Hijo de Dios. Esta casa de oración debe ser hermosa y apropiada para la oración y las
celebraciones sagradas, la verdad y la armonía de los signos que la constituyen deben
manifestar a Cristo que está presente y actúa en este lugar (cf. SC 7).

El altar de la Nueva Alianza es la cruz del Señor de la que manan los sacramentos del

58
Cf. CEC, 1163-1178.
59
Cf. CEC, 1179-1186; cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 164-172.
60
J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 164.

14
Misterio pascual. El altar, que es el centro de la Iglesia, hace presente el sacrificio de la cruz
bajo los signos sacramentales. El altar también es la mesa del Señor, a la que el Pueblo de
Dios es invitado (cf. Institución general del Misal romano, 259: Misal Romano). En algunas
liturgias orientales, el altar es símbolo del sepulcro (Cristo murió y resucitó verdaderamente).

El tabernáculo debe estar situado “en las iglesias en el lugar más digno y con el
máximo honor” (Pablo VI, Carta enc. Mysterium fidei). La nobleza, la disposición y la
seguridad del tabernáculo eucarístico (SC 128) deben favorecer la adoración del Señor
realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. La sede del obispo (cátedra) o del
sacerdote “debe significar su oficio de presidente de la asamblea y director de la oración” (cf.
Institución general del Misal romano, 271: Misal Romano). El ambón: “La dignidad de la
Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su anuncio, hacia el que,
durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los fieles”. (cf.
Institución general del Misal romano, 272: Misal Romano).

La reunión del pueblo de Dios comienza por el Bautismo; por tanto, el templo debe
tener lugar apropiado para la celebración del Bautismo (baptisterio) y favorecer el recuerdo de
las promesas del bautismo (agua bendita). La renovación de la vida bautismal exige la
penitencia. Por tanto, el templo debe estar preparado para que se pueda expresar el
arrepentimiento y la recepción del perdón, lo cual exige asimismo un lugar apropiado. El
templo también debe ser un espacio que invite al recogimiento y a la oración silenciosa, que
prolonga e interioriza la gran plegaria de la Eucaristía.

Finalmente, el templo tiene una significación escatológica. Para entrar en la casa de


Dios ordinariamente se franquea un umbral, símbolo del paso desde el mundo herido por el
pecado al mundo de la vida nueva al que todos los hombres son llamados. La Iglesia visible
simboliza la casa paterna hacia la cual el pueblo de Dios está en marcha; por eso la Iglesia es
la casa de todos los hijos de Dios, ampliamente abierta y acogedora.

2.5. Catequesis litúrgica


“El celo por promover y reformar la sagrada Liturgia se considera, con razón, como un
signo de las disposiciones providenciales de Dios en nuestro tiempo, como el paso del
Espíritu Santo por su Iglesia, y da un sello característico a su vida, e inclusive a todo el
pensamiento y a la acción religiosa de nuestra época” (SC 43).
La catequesis y la liturgia tienen en común el dirigirse a los fieles, ya que la catequesis
es una educación en la fe [...] dada generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a
iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana. La catequesis está unida a la celebración, aunque
sin confundirse con ella, está orientada a la exposición de la fe y a la confesión de ésta, que
tiene lugar en la celebración, especialmente en la eucaristía, cumbre de toda evangelización61.

La liturgia, en cuanto cumbre de la acción evangelizadora, guarda también una íntima


relación con la fe, porque no es solamente el ámbito en el que se celebra la fe, sino que es, ella
misma, expresión de la fe. Los sacramentos y los signos litúrgicos, no sólo suponen la fe y la
expresan en palabras y gestos, sino que “la fortalecen y la alimentan” (SC 59). Esta función
enriquecedora de la fe se denomina mistagogia, que no es una «pedagogía». Los Santos
Padres llamaban mistagogia a la introducción progresiva y gradual en la vida litúrgica de la
comunidad cristiana, en los sacramentos o misterios sagrados en los que se realiza la obra de
nuestra salvación. La explicación de esta acción formadora de la fe que se produce en la
liturgia la constituyen las célebres catequesis mistagógicas de la antigüedad. Hoy ese modelo
61
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 329-330.

15
está reflejado en el Ritual de la Iniciación cristiana de los Adultos62.
La pastoral de la celebración eucarística ha experimentado un gran avance a partir del
Concilio Vaticano II. Los esfuerzos se han encaminado hacia la Misa del domingo, el campo
donde los progresos han sido más notorios. La tarea debe continuar, para que la Eucaristía
ocupe verdaderamente el centro de las comunidades cristianas e impregne toda la vida
espiritual de los fieles. Para lograrlo es indispensable una adecuada catequesis del Misterio
eucarístico, que contemple todos los aspectos sin exclusión, y que atienda a la debida
iniciación de los niños y de los jóvenes en la celebración de la Misa. Es muy importante
atender a la liturgia de la Palabra, a la selección de los cantos, a la recitación de la plegaria
eucarística, y a la autenticidad y belleza de todos los elementos necesarios para la celebración.
El culmen de la participación eucarística es la comunión sacramental (cf. SC 48; 55)63.

2.5.1. La piedad popular


En sus manifestaciones más auténticas, la piedad popular no se contrapone a la centra-
lidad de la Sagrada Liturgia, sino que, favore la fe del pueblo, que la considera como propia y
natural expresión religiosa, por lo que predispone a la celebración de los Sagrados misterios.
La correcta relación entre estas dos expresiones de fe (la liturgia oficial de la Iglesia y la pie-
dad popular), debe tener presente algunos puntos firmes y sobre todo, que la Liturgia es el
centro de la vida de la Iglesia y ninguna otra expresión religiosa puede sustituirla o ser consi-
derada a su nivel, por eso, es importante subrayar que la religiosidad popular tiene su natural
culminación en la celebración litúrgica, hacia la cual, aunque no confluya habitualmente, debe
idealmente orientarse, y ello se debe enseñar con una adecuada catequesis.64.

Entre los principios que señala el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia
aparece el primado de la Liturgia, Valoraciones y renovación y las Distinciones y armonía con
la Liturgia. La excelencia de la Liturgia respecto a toda otra posible y legítima forma de
oración cristiana, debe encontrar acogida en la conciencia de los fieles: si las acciones
sacramentales son necesarias para vivir en Cristo, las formas de la piedad popular pertenecen,
en cambio, al ámbito de lo facultativo. Esto pide la formación de los sacerdotes y los fieles, a
fin que se dé la preeminencia a la oración litúrgica y al año litúrgico, sobre toda otra práctica
de devoción. Para que resulte fructuosa, tal renovación debe estar llena de sentido pedagógico
y realizada con gradualidad, teniendo en cuenta los diversos lugares y circunstancias. La
diferencia objetiva entre los ejercicios de piedad y las prácticas de devoción respecto de la
Liturgia debe hacerse visible, es decir, no pueden mezclarse las fórmulas propias de los
ejercicios de piedad con las acciones litúrgicas; los actos de piedad y de devoción encuentran
su lugar propio fuera de la celebración de la Eucaristía y de los otros sacramentos. El lenguaje
verbal y gestual de la piedad popular, aunque conserve la simplicidad y la espontaneidad de
expresión, debe siempre ser cuidado, de modo que permita manifestar, en todo caso, junto a la
verdad de la fe, la grandeza de los misterios cristianos65.

La relación entre Liturgia y piedad popular se considera a la luz de las directrices


dadas en la Constitución Sacrosanctum Concilium, las cuales buscan una relación armónica
entre ambas expresiones de piedad, aunque la segunda está objetivamente subordinada y
orientada a la primera. Esto quiere decir, en primer lugar, que no se debe plantear la relación
62
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 334-335.
63
J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 185.
64
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la
piedad popular y la Liturgia. Principios y orientaciones, 4-5, (www.vatican.va/roman_curia/congregations/
ccdds/documents/rc _con_ccdds_doc_20020513_vers-direttorio_sp.html – visto el 2 de mayo de 2018).
65
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la
piedad popular y la Liturgia, 11-14.

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entre Liturgia y piedad popular en términos de oposición, pero tampoco de equiparación o de
sustitución. La conciencia de la importancia primordial de la Liturgia y la búsqueda de sus
expresiones más auténticas no debe llevar a descuidar la realidad de la piedad popular y
mucho menos a despreciarla o a considerarla superflua o incluso nociva para la vida cultual de
la Iglesia66.

Entre los principios teológicos para la valoración y renovación de la piedad popular, en


estos ejercicios de piedad se debe considerar la comunión con el Padre, por Cristo, en el
Espíritu. En su vida de comunión con el Padre, los fieles son guiados por el Espíritu Santo
(cfr. Rom 8,14), que les ha sido dado para transformarles progresivamente en Cristo. Es
necesario que la piedad popular se configure como un momento del diálogo entre Dios y el
hombre, por Cristo, en el Espíritu Santo. Otro principio que nos da el Directorio es
eclesiológico, porque es necesario que las expresiones de la piedad popular estén siempre
iluminadas por el "principio eclesiológico" del culto cristiano. Esto permitirá a la piedad
popular tener una visión correcta de las relaciones entre la Iglesia particular y la Iglesia
universal; situar la veneración de la Virgen María, de los Ángeles, de los Santos y Beatos, y el
sufragio por los difuntos, en el amplio campo de la Comunión de los Santos y dentro de las
relaciones existentes entre la Iglesia celeste y la Iglesia que todavía peregrina en la tierra; y
comprender de modo fecundo la relación entre ministerio y carisma; el primero, necesario en
las expresiones del culto litúrgico; el segundo, frecuente en las manifestaciones de la piedad
popular67.

Entre los ejercicios de piedad popular que recomienda el Magisterio está la escucha
orante de la Palabra de Dios. Del mismo modo que en las celebraciones litúrgicas, también
en los ejercicios de piedad los fieles deben escuchar con fe la Palabra, debe acogerla con amor
y conservarla en el corazón; meditarla en su espíritu y proclamarla con sus labios; ponerla en
práctica fielmente y conformar con ella toda su vida. El "Ángelus Domini" que es la oración
tradicional con que los fieles, tres veces al día, esto es, al alba, a mediodía y a la puesta del
sol, conmemoran el anuncio del ángel Gabriel a María. El Ángelus es, pues, un recuerdo del
acontecimiento salvífico por el que, según el designio del Padre, el Verbo, por obra del Espíri-
tu Santo, se hizo hombre en las entrañas de la Virgen María.que de campanas. El "Regina ca-
eli". Durante el tiempo pascual, por disposición del Papa Benedicto XIV (20 de Abril de
1742), en lugar del Ángelus Domini se recita la célebre antífona Regina caeli. Como se ha su-
gerido para el Ángelus, será conveniente a veces solemnizar el Regina caeli, además de con el
canto de la antífona, mediante la proclamación del evangelio de la Resurrección.
El Rosario o Salterio de la Virgen es una de las oraciones más excelsas a la Madre del Señor.
Los Sumos Pontífices han exhortado repetidamente a los fieles a la recitación frecuente del
santo Rosario, oración de impronta bíblica, centrada en la contemplación de los acontecimien-
tos salvíficos de la vida de Cristo; es una oración esencialmente contemplativa, cuya recita-
ción exige un ritmo tranquilo que favorezcan, en quien ora, la meditación de los misterios de
la vida del Señor. Las Letanías de la Virgen también es una de las formas recomendadas por
el Magisterio. Consisten en una serie de invocaciones dirigidas a la Virgen, que crean un flujo
de oración caracterizado por una insistente alabanza-súplica68.

66
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la
piedad popular y la Liturgia, 50.
67
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la
piedad popular y la Liturgia, 76-84.
68
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la
piedad popular y la Liturgia, 192-203.

17
2.5.2. La intercesión de los santos
De acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y
sus reliquias auténticas. Las fiestas de los santos proclaman las maravillas de Cristo en sus
servidores y proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles (SC 111). Por el hecho
de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a
toda la Iglesia en la santidad [...] No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan
por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que
adquirieron en la tierra [...] Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad (LG
49):
No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente
que durante mi vida (Santo Domingo, moribundo, a sus frailes).
Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra (Santa Teresa del Niño Jesús)69.

Las solemnidades, fiestas y memorias de los santos forman en la liturgia de la Iglesia


una nueva corona de celebraciones en torno al misterio de Cristo (cf. SC 104; 111; LG 50). El
culto litúrgico a los santos comenzó históricamente con la veneración de los mártires, una
forma de culto a los difuntos asumido por los cristianos pero relacionado desde los primeros
tiempos con la muerte del Señor y con la confesión de su señorío pascual. El aniversario de la
muerte y de la sepultura de los mártires era como el verdadero natalicio en la Jerusalén
celeste, y sobre las tumbas se escribían invocaciones. Cada Iglesia tenía su lista o calendario
de celebraciones de mártires e incluía los nombres de los más célebres en la plegaria
eucarística y en las letanías. En una segunda etapa se empezó a honrar también como
“confesores” a los ascetas, a las vírgenes y a los obispos, La ascesis era considerada como una
especie de martirio y la virginidad como una forma superior de fidelidad al Señor (cf. 1 Cor
34; 2 Cor 11,2). La viudez era vista también como una forma de ascesis cristiana (cf. 1 Tim
5,5). Los obispos de los primeros siglos, que no habían coronado su vida con el martirio o no
habían salido de entre los ascetas, eran inscritos en una lista semejante a la de los mártires
para ser recordados en la oración común. El culto era de carácter local, poco a poco la fama
del santo hacía que su culto se extendiera. A partir del siglo IV el culto de los santos alcanzó
un gran desarrollo a causa de los descubrimientos y de los traslados de sus reliquias. A partir
de los siglos X y XI los obispos empezaron a solicitar del Papa el reconocimiento del culto de
los santos. Después del Concilio de Trento esta tarea fue confiada a la Congregación de Ritos,
creada en 1588. En 1634 se instituyó la beatificación, como etapa previa a las canonizaciones.
La beatificación significa la autorización del culto dentro de un territorio concreto o de una
familia religiosa. En 1969 el papa Pablo VI creó la Congregación para las Causas de los
Santos70.

Actualmente, sobre las reliquias de los Beatos y de los Santos no pueden ser expuestas
a la veneración de los fieles sin el correspondiente certificado de la autoridad eclesiástica que
garantice su autenticidad. Tradicionalmente son consideradas reliquias insignes el cuerpo de
los Beatos y de los Santos o partes considerables de los propios cuerpos o el volumen
completo de las cenizas derivadas de su cremación. A estas reliquias los Obispos diocesanos,
los Eparcas, cuantos a ellos son equiparados por el derecho, y la Congregación de las Causas
de los Santos reservan un especial cuidado y vigilancia para asegurar su conservación y su
veneración y evitar los abusos. Las reliquias no insignes son los fragmentos del cuerpo de los
Beatos y de los Santos o incluso objetos que han estado en contacto directo con sus personas.

CEC, 956.
69

70
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 279-280.

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A ser posible deben ser custodiadas en tecas selladas. En cualquier modo, deben ser
conservadas y honradas con espíritu religioso, evitando cualquier forma de superstición y de
comercialización71.
2.5.3. El culto en favor de los difuntos72
El Vaticano II quiso que la celebración de las exequias “expresase más claramente el
sentido pascual de la muerte cristiana y respondiese mejor a las circunstancias y tradiciones
de cada país” (SC 81). En cumplimiento de este mandato fue promulgado en 1969 el rito
actual. El significado de la celebración de las exequias es la esperanza de que los fieles “que
han compartido ya la muerte de Jesucristo compartan también con él la gloria de la
resurrección” (Plegaria eucarística II, intercesión por los difuntos). La Iglesia, en las exequias
de sus hijos, celebra el Misterio pascual, para que quienes por el bautismo fueron
incorporados a Cristo, muerto y resucitado, pasen también con él a la vida eterna. Ahora bien,
las exequias y otras formas de oración litúrgica y de piedad para con los difuntos constituyen
también un modo de ayudar a quienes han muerto, y de confiarlos a la misericordia del Padre,
en el contexto de la comunión de los santos. Las exequias ponen también de relieve el carácter
escatológico de la vida cristiana (cf SC 8, LG 48-51).

El ritual de 1969 dedica el primer apartado a los gestos humanos que siguen al
momento de la muerte. Las exequias propiamente dichas se desarrollan siguiendo tres tipos:
con tres estaciones, a saber, en la casa del difunto, en la iglesia y en el cementerio; con dos
estaciones: en la capilla del cementerio y junto a la sepultura. Comprenden tres momentos
principales: el recibimiento del cadáver y la acogida a los familiares; la celebración de la
Palabra de Dios y, según la oportunidad, de la eucaristía; y el rito de última recomendación y
despedida.

La Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos73 o ocupa un puesto relevante en el


santoral. La celebración es el día 2 de noviembre en recuerdo de todos los difuntos. La
proximidad con la solemnidad de Todos los Santos contribuye a iluminar el final de la
existencia cristiana con la luz esperanzadora que brota de la Pascua del Señor. La
conmemoración del día 2 de noviembre se remonta a una disposición de san Odilón de Cluny,
en el año 998. La liturgia romana introdujo la conmemoración en el siglo XIV. A causa de
la antigua práctica, originaria de España, de celebrar tres misas el día 2 de noviembre,
extendida a toda la Iglesia por el papa Benedicto XV en 1915, el Misal Romano ofrece tres
formularios para este día. Sin embargo, las lecturas han de tomarse de las que tiene el
Leccionario para la liturgia exequial. La liturgia de las horas se basa en el Oficio de Difuntos
que se encuentra en el Común. No obstante, contiene una lectura patrística propia, tomada de
san Ambrosio, que comenta el texto de Flp 1,21: “Para mí, la vida es Cristo, y una ganancia el
morir”.

La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el cuerpo


místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el
recuerdo de los difuntos y también ofreció sufragios por ellos; "pues es una idea santa y
piadosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados" (2 M 12, 46)” (LG 50).
Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su
intercesión en nuestro favor74.
71
Cf. CONGREGACIÓN PARA LA CAUSA DE LOS SANTOS, Instrucción Las reliquias en la Iglesia: Autenticidad y
conservación - 17 de diciembre de 2017 (www.vatican.va/roman_curia/congregations/csaints/documents/rc_
con_csaints_doc_20171208_istruzione-reliquie_sp.html#_ftn1 – visto el 19 de julio de 2018).
72
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 205-206; cf. CEC, 1680-1690.
73
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 287.
74
CEC, 958.

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BIBLIOGRAFÍA

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