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Tema 21. La liturgia como culmen al que tiende toda la acción de la Iglesia y al mismo tiempo
la fuente donde mana toda su fuerza (SC 10). Principios y líneas básicas; teniendo presente el
aspecto catequético sin olvidar la devoción popular, la intercesión de los santos y el culto en
favor de los difuntos.
Para comprender que la liturgia es “la cumbre” y “al mismo tiempo fuente” de toda la
vida cristiana (cf. SC 10), es necesario, conocer, en primer lugar la etimología de este término
y la evolución que ha tenido antes de que esta palabra sea usada en el cristianismo; y en
segundo lugar conocer un poco – a grandes rasgos – la historia de la liturgia, recordando los
hitos que han marcado su desarrollo en las diferentes épocas de la historia de la Iglesia; y así,
finalmente, entrar en la exposición de los principios y líneas básicas de la liturgia que nos
propone la Iglesia, sobre todo, partiendo de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.
En el helenismo
El sentido originario y fundamental de leitourgia se restringió para designar un
servicio totalmente determinado por las leyes o costumbres en beneficio de la colectividad,
por parte de ciudadanos acomodados, quienes de este modo se convertían en bienhechores de
la patria. Habían diversos tipos de liturgia: la organización del coro en el teatro griego, el
armamento de una nave, la recepción de una tribu con motivo de fiestas nacionales, etc. Más
tarde, especialmente en Egipto, con esta palabra se entiende cualquier prestación pública de
servicio y, a partir del siglo II a.C., también el servicio cultual prestado por personas
expresamente destinadas a ello.
En el Antiguo Testamento
Según la versión de los LXX, el término se usa para indicar el servicio cultual del
templo por parte de sacerdotes y levitas. Leitourgia, por tanto, es una palabra técnica aplicada
al culto público y oficial, realizado por una determinada categoría de personas. El término
leitourgia, que los LXX introdujeron en el léxico religioso del judaísmo helenístico, era
particularmente apto para expresar las características del ministerio cultual de Israel. En
efecto, contenía los significados de: función pública y vinculada con cierta solemnidad,
prestación de utilidad general, misión reservada a quien está formalmente revestido de la
misma.
1
M. AUGÉ, Liturgia. Historia. Celebración. Teología. Espiritualidad, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona
1995, 13-16; cf. K. HESS, “Servicio” en L. COENEN – E. BEYREUTHER – H. BIETENHARD , Diccionario
Teológico del Nuevo Testamento, Vol IV, Ediciones Sígueme, Salamanca 1994, 216-218; cf. J. LÓPEZ
MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, Teología, historia, espiritualidad y pastoral. Serie de Manuales de
Teología “Sapientia Fidei”, BAC, Madrid 1996², 35 – 37; cf. J. A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la
liturgia de la Iglesia, Ediciones Palabra, Madrid 20074, 11-14.
1
En el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento, este término aparece sólo 15 veces frente a las 150 veces,
aproximadamente, que sale en el Antiguo Testamento. Y en diversos sentidos: en sentido
profano de servicio público oneroso, tomado del lenguaje común; en el sentido ritual-
sacerdotal del Antiguo Testamento en sentido de culto espiritual.
En el sentido de culto ritual cristiano hay un único texto, que en su traducción literal
dice: “Mientras celebraban el servicio del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo...” (Hch
13, 2). Es el único texto neotestamentario en el que se podría descubrir ya el nombre de lo que
después se llamará “liturgia cristiana”. Si en los escritos del Nuevo Testamento no figura el
término leitourgia y derivados vinculados al culto cristiano, excepto Hch 13, 2,
probablemente es porque las palabras en cuestión estaban demasiado ligadas al sacerdocio
levítico del Antiguo Testamento, ministerio que pierde su razón de ser en la nueva situación
creada por Cristo.
Por otra parte, el Nuevo Testamento evita usar términos rituales para designar lugares
de culto, tiempos sagrados, ritos, cosas y personas sacras. En compensación, se sirve
frecuentemente del vocabulario cultual (culto, sacrificio, víctima, ofrenda y otros) para
designar ámbitos y cosas que en la opinión común son profanas. No estamos ante un capricho
lingüístico, sino ante una intención precisa: en sentido ritual leitourgia se reserva sólo al culto
judaico oficial (cf. Lc 1, 23; Hb 8, 2.6; 9,21; 10, 11); en cambio, cuando el vocablo se aplica a
la experiencia cristiana, designa en particular la existencia como culto espiritual (cf. Rm 15,
16; Flp 2, 17).
Desarrollos ulteriores
En el Oriente griego, leitourgia pasó enseguida a indicar el culto cristiano en general y
la celebración eucarística en particular. Así se habla de leitourgia de san Juan Crisóstomo, de
San Basilio, de Santiago, de san Marcos, etc., es decir, celebración de la eucaristía según el
rito y la plegaria eucarística que proviene de un determinado Padre griego.
2
En los siglos XVIII-XIX es adoptado también por las Iglesias de la Reforma, y
precisamente en el sentido amplio de culto cristiano. Así lo hacen también los documentos
pontificios, sobre todo a partir de Pío X, y el Código de Derecho Canónico de 1917,
convirtiéndose inmediatamente en usual en el lenguaje oficial de la Iglesia, y el concilio
Vaticano II lo consagró definitivamente en la Constitución Sacrosanctum Concilium.
Antes del Concilio Vaticano II, ocupa un lugar importante la definición que ofrece la
encíclica Mediator Dei, porque fundamenta la liturgia en el sacerdocio de Cristo que hoy lo
continúa la Iglesia7; y define la liturgia como “el culto público que nuestro Redentor tributa al
Padre como Cabeza de la Iglesia, y el que la sociedad de los fieles tributa a su Fundador y, por
medio de El, al Eterno Padre: es, diciéndolo brevemente, el completo culto público del
2
J. A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, 13.
3
J. A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, 13.
4
J. A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, 14.
5
Encíclica del papa Pío XII, sobre la Sagrada Liturgia, publicada el 20 de noviembre de 1947.
6
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 38; cf. J.A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de
la Iglesia, 14.
7
Cf. PÍO XII, Carta Encíclica Mediator Dei, 4-5 (http://w2.vatican.va/content/pius-xii/es/encyclicals/
documents/hf_p-xii_enc_20111947_mediator-dei.html – visto el 09 de junio de2018).
3
Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, de la Cabeza y de sus miembros”8.
Aunque en esta definición se sitúa a Cristo en el centro de la adoración y del culto de
la Iglesia, expresamente se afirma la presencia de Cristo en toda acción litúrgica pero no se
llegó a abordar la relación entre esta presencia de Cristo y la historia de la salvación, ni entre
los misterios del Señor y su celebración ritual, aunque este último aspecto aparece insinuado
cuando se habla del año litúrgico9.
4
judías, que tenían un carácter litúrgico. Por otra parte, en el culto de la sinagoga también se
cantaban los beneficios de la creación y providencia divina sobre Israel14.
El antecedente de lo que hoy conocemos como la oración de los fieles, que tiene su
origen en las 18 peticiones que se hacían en el culto semanal de la sinagoga. Además, hay
otras oraciones litúrgicas como la liturgia de las horas o fórmulas como: oremus, sursum
corda, así como la costumbre de terminar la oración con una frase de alabanza a la manera del
“Gloria al Padre”, y las aclamaciones reservadas a la asamblea como: Amen, Alleluia,
Hosanna, Et cum spiritu tuo. Por último, también los gestos como la imposición de manos.15
5
bautismo y la confirmación; comenta y explica el ayuno, el ágape y el rezo de las horas22.
La paz constantiniana, con el edicto de Milán (313) dio posibilidad a celebrar una
liturgia solemne en edificios adecuados. El domingo fue declarado día festivo. El año litúrgico
se estructuró en fiestas y períodos siguiendo el círculo anual, conservando la unidad en la
celebración eucarística. El santoral creció con las conmemoraciones de los mártires y las
primeras fiestas marianas después del Concilio de Éfeso (431). La entrada masiva de
conversos del paganismo obligó a reorganizar el catecumenado y a mantener el rigorismo en
la reconciliación sacramental de los penitentes. El arte cristiano asumió las formas
arquitectónicas y ornamentales de la época creando la basílica. Aparecieron las insignias
pontificales, los vestidos y las sedes de los ministros. La época representa un momento de
expansión y enriquecimiento de la liturgia. La entrada en el mundo cultural romano se
manifiesta ante todo en la incorporación a la plegaria litúrgica de un estilo elegante y retórico,
sobrio y preciso. El vocabulario es rico en matices y destaca el aspecto sacramental y
sacrificial, especialmente en la Eucaristía23.
22
Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 10-15.
23
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 45 -47; Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia
occidental, 27-37.
24
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 47-48.
25
T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 67.
26
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 49.
6
En la baja edad media, entre los siglos XI-XVI27, se sigue más o menos la línea
marcada por el papa san Gregorio VII (+ 1085). Aunque el Pontificado alcanzó el más alto
prestigio de la época con Inocencio III (1198-1216), cuyas reformas afectaron también a la
liturgia. Se produjo la unificación litúrgica en torno a la liturgia romana y la supresión de la
liturgia hispánica. Se introdujo el juramento de fidelidad al Papa en la ordenación episcopal y
la celebración de las fiestas de los Papas santos en toda la Iglesia. Los libros litúrgicos
abreviados para uso interno de la Curia Romana, el Misal y el Breviario, fueron adoptados por
los franciscanos28, que los dieron a conocer por toda Europa. A finales del siglo XII y durante
todo el siglo XIII el ministerio de la predicación alcanzó una gran popularidad, pero
totalmente al margen de la liturgia y de la misma Sagrada Escritura. Por otra parte se
multiplicaron las misas privadas, y la comunión se hizo cada vez menos frecuente y bajo una
sola especie, a pesar del auge que en el siglo XIII conoció el culto al Santísimo Sacramento y
que culminó en la institución de la fiesta del Corpus Christi.
El arte cristiano que llena esta época es el gótico. Contrasta la grandiosidad de las
iglesias con la división de su interior en capillas y la multiplicación de altares y de imágenes.
La pintura y la escultura se hacen más narrativas. La liturgia, considerada como una actividad
de los clérigos en beneficio de los fieles, pasivos y silenciosos, contribuyó también a
configurar la sociedad bajomedieval. Mientras Cluny aportaba, junto con el espíritu de una
reforma general de la Iglesia, una mayor solemnidad y riqueza expresiva de la liturgia, otras
órdenes como el Císter propugnaban la austeridad, el recogimiento y el equilibrio de las
antiguas reglas monásticas. Las órdenes mendicantes dieron una visión del misterio de la
salvación más cercana a los hombres, centrada en la humanidad del Salvador y en su vida
terrenal. Fue un momento de fuerte intimismo, de afectividad psicológica y de creciente
individualismo, manifestados incluso en el predominio de la genuflexión29 y en el silencio con
que se recitaba gran parte de la celebración eucarística. La piedad popular lo llenaba casi
todo30.
La etapa de la uniformidad litúrgica31 se dio entre los siglos XV y XIX. Este período
está influenciado por el Concilio de Trento (1545-1563); pero ya desde el siglo XV se
desarrolló la devotio moderna con un fuerte acento individual orientado hacia la meditación
afectiva y la imitación de Cristo. Se desarrolló al margen de la liturgia y de las devociones
populares. La liturgia se transformaba en meditación. La reforma protestante atacó las misas
privadas, la comunión con una sola especie, los sufragios por los difuntos y el carácter
sacrificial de la Misa. La liturgia quedó reducida a la Palabra, al bautismo y a la Cena con
carácter puramente conmemorativo. El Concilio de Trento se ocupó de los sacramentos, pero
sólo los aspectos dogmáticos y disciplinares. No obstante, se decidió mantener el uso de la
lengua latina en la liturgia, aunque invitando a la catequesis litúrgica dentro de la misma
celebración (cf. DS 1749; 1759).
La revisión del Misal y del Breviario se realizaron con gran rapidez, de manera que el
papa san Pío V promulgó en 1568 el Breviarium Romanum y en 1570 el Missale Romanum. A
estos libros siguieron en 1596 el Pontificale Romanum, en 1600 el Caeremoniale
27
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 50; cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 79-
99.
28
Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 80.
29
Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental, 96-99.
30
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 50.
31
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 51-53.
7
Episcoporum, promulgados por Clemente VIII, y en 1614 el Rituale Romanum por Paulo V.
Las constituciones apostólicas de promulgación indican con toda claridad la obligatoriedad,
en toda la Iglesia latina. Para velar por la unidad litúrgica, el papa Sixto V creó en 1588 la
Sagrada Congregación de Ritos, cuya actividad duró hasta 1969. En estos siglos el Santoral
creció de forma desmesurada hasta prevalecer sobre el domingo y los tiempos litúrgicos.
El movimiento litúrgico32 no suele ser considerado como una etapa en sí, aunque
significa el resurgimiento litúrgico que culminó en el Concilio Vaticano II. El siglo XIX
representó el comienzo de una renovación, aunque marcada al principio por el romanticismo.
Los orígenes de este impulso renovador se dieron en la restauración monástica iniciada en
Solesmes por el abad Próspero Guéranger (1805-1875), con sus ideales de romanización de la
liturgia. En el siglo XX el Movimiento litúrgico adoptó un estilo todavía más eclesial y
pastoral, impulsado por el Motu proprio Tra le sollecitudini de san Pío X. En Bélgica destacó
la actividad de L. Beauduin (+1960). En Alemania el Movimiento se hizo más teológico con
Odo Casel (+1948) y Romano Guardini (+1968). En Austria P. Parsch (+1954) volvió a los
ideales de Beauduin. En Italia destacó el cardenal I. Schuster (+1957). En Francia se fundó el
Centro de Pastoral Litúrgica de París en 1943. En España hubo un fuerte despertar orientado
por los monasterios de Silos y de Montserrat, sobre todo a raíz del Congreso de 1915. En
1956 se fundó la Junta Nacional de Apostolado litúrgico, sustituida en 1961 por la Comisión
Episcopal de Liturgia, Pastoral y Arte Sacro.
El Movimiento litúrgico fue sostenido por el Magisterio. San Pío X hizo una reforma
parcial en el Oficio divino y en el calendario, mientras que Pío XII orientó doctrinalmente la
renovación litúrgica con las encíclicas Mediator Dei (1947) y Musicae sacrae disciplina
(1955); además, Pío XII, llevó a cabo la restauración de la Semana Santa entre 1951 y 1955,
autorizó el uso de las lenguas modernas en la misa y en los sacramentos, y en 1956 dirigió un
importante discurso al Congreso Internacional de Liturgia de Asís. Por último, Juan XXIII,
convocado ya el Concilio Vaticano II, publicó un Código de Rúbricas y nuevas ediciones
típicas de los libros litúrgicos.
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 53; Cf. T. KLAUSER, Breve historia de la liturgia occidental,
32
105-106.
8
El papa Juan Pablo II calificó la liturgia como el fruto más visible de la obra conciliar.
Es importante ver todo el desarrollo histórico de la liturgia como una unidad, donde no caben
o no son aplicables los términos antiguo y nuevo, sino entenderlo como un conjunto de
“crecimiento y maduración, declive y renovación” pero al mismo tiempo en la liturgia
percibimos, por la fe, “la continuidad de lo que nos viene dado por el Señor y por la tradición
apostólica”33.
Hasta ahora no existe unanimidad entre los liturgistas para dar una definición real,
técnica y estrictamente dicha39, sin embargo, algunos se han animado a dar algunas
definiciones a manera de acercamiento, por ejemplo Vagaggini sostiene que “es el conjunto de
signos sensibles de cosas sagradas, espirituales, invisibles, instituidos por Cristo o por la
Iglesia, eficaces cada uno a su modo, de aquellos que significan y por los cuales Dios (el
Padre) por medio de Cristo, cabeza de la Iglesia y sacerdote, en la presencia del Espíritu
Santo, santifica a la Iglesia”40. También en el manual de teología litúrgica, de José Antonio
Abad y Manuel Garrido, define la liturgia como “la acción sacerdotal de Jesucristo,
continuada en y por la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo, por medio de la cual actualiza
su obra salvífica a través de signos eficaces, dando culto a Dios y comunicando a los hombres
la salvación”41.
9
independiente de la fe, por eso aclara que, la liturgia es por esencia y debe serlo por
antonomasia la lex orandi42. La oración no litúrgica deberá siempre ajustarse a ella, renovarse
y revilitarse en ella, para poder conservar su frescura y vitalidad perenne; porque la liturgia es
guía y maestra ella comunica a la oración toda la verdad del dogma, ya que realmente no es
otra cosa que la verdad, la verdad revestida del ropaje de la oración, tejido con los filamentos
de las verdades fundamentales, como son la inmensidad, la grandeza, la realidad y la plenitud
de Dios; la unidad y la Trinidad, la providencia, la omnipotencia, el pecado, la justicia, la
redención, el rescate y la justificación, la salvación, y el reinado de Dios; en una palabra,
todas las realidades supremas y los novísimos43.
42
Esta idea de Guardini ha influenciado en el desarrollo teológico de la liturgia y es enseñada en el Catecismo
de la Iglesica Católica, 1124: “La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel, el cual es invitado a adherirse a
ella. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los apóstoles, de ahí el antiguo
adagio: Lex orandi, lex credendi (o: Legem credendi lex statuat supplicandi). "La ley de la oración
determine la ley de la fe" (Indiculus, c. 8: DS 246), según Próspero de Aquitania, (siglo V). La ley de la
oración es la ley de la fe. La Iglesia cree como ora. La liturgia es un elemento constitutivo de la Tradición
santa y viva (cf. DV 8)”.
43
Cf. R. GUARDINI, El espíritu de la liturgia, 8-13
44
J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 19 - 20.
45
J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 24.
10
teológico fundamental de su naturaleza, y la primera ley de toda celebración46.
Teniendo presente todo lo expuesto, es fácil admitir que la liturgia no es más que un
modo sui generis, esto es, oculto debajo del velo de signos sensibles sagrados eficaces, en los
que desde Pentecostés hasta la parusía se realiza el sentido de la historia sagrada, misterio de
Cristo, misterio de la Iglesia48, es como dice Henri De Lubac, una de las puertas – junto con la
doctrina – por medio de la cual nos introducimos en el Misterio 49, pero esta experiencia se
produce, especialmente en la Eucaristía, porque ella es “el compendio y la suma de nuestra
fe”50.
En esta liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos
el Misterio de la salvación en los sacramentos; por eso, la liturgia sacramental la celebra toda
la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza. “Las acciones litúrgicas no son
acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad", esto es,
pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos” (SC 26). Por eso el
Concilio Vaticano II nos enseña que “siempre que los ritos, según la naturaleza propia de cada
46
J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 24.
47
A. ABAD – M. GARRIDO, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, 35-36; SC 9.
48
C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la liturgia, 31; 161.
49
H. DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia, Ediciones Encuentro, Madrid 1984, 217.
50
CEC, 1327.
51
Cf. CEC 1136 – 1144;.
11
uno, admitan una celebración común, con asistencia y participación activa de los fieles, hay
que inculcar que ésta debe ser preferida, a una celebración individual y casi privada” (SC 27).
La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados, pero “todos los miembros
no tienen la misma función” (Rm 12,4). Toda la asamblea es “liturgo”, pero “cada cual,
ministro o fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde según la
naturaleza de la acción y las normas litúrgicas” (SC 28). Algunos son llamados por Dios, en y
por la Iglesia, a un servicio y son consagrados por el sacramento del Orden, para actuar como
representantes de Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia 52. Por ser
en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente el sacramento de la Iglesia, es también en la
presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar, y en
comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos. Además de las funciones del sacerdocio
común de los fieles existen también otros ministerios particulares, no consagrados por el
sacramento del Orden, y cuyas funciones son determinadas por los obispos según las
tradiciones litúrgicas y las necesidades pastorales. “Los acólitos, lectores, monitores y los que
pertenecen a la schola cantorum desempeñan un auténtico ministerio litúrgico” (SC 29). El
sujeto último y trascendente es Cristo, que hizo de la Iglesia su cuerpo sacerdotal
estructurándola como un organismo compuesto de pueblo y de pastores, de comunidad y de
jerarquía, de asamblea y de presidencia53.
52
CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 2 y 15.
53
A. AUGÉ, Liturgia, 59.
54
Cf. CEC, 1145-1152.
55
Cf. CEC, 1153-1155.
12
2.2.3. Canto y música56
La tradición musical de la Iglesia constituye un tesoro que sobresale entre las demás
expresiones artísticas, ya que el canto sagrado constituye una parte necesaria o integral de la
liturgia solemne (cf. SC 112). La composición y el canto de salmos inspirados, acompañados
de instrumentos musicales, estaban ya estrechamente ligados a las celebraciones litúrgicas de
la Antigua Alianza. La Iglesia continúa y desarrolla esta tradición: “Recitad entre vosotros
salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor” (Ef
5,19; cf. Col 3,16-17). “El que canta ora dos veces” dice san Agustín.
Todos los signos de la celebración litúrgica hacen referencia a Cristo: también las
imágenes sagradas de la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en efecto, a
Cristo que es glorificado en ellos. La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la
meditación de la Palabra de Dios y al canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la
armonía de los signos de la celebración para que el misterio celebrado se grabe en la memoria
del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.
13
2.3. ¿Cuándo celebra?58
La Iglesia conmemora la resurrección de Jesucristo cada semana. Celebra a lo largo
del año desarrolla todo el misterio de Cristo (cf. SC 102), y una vez al año celebra, junto con
su santa pasión, la solemnidad de la Pascua. La Iglesia celebra el Misterio de Cristo en Hoy de
la historia (cf. CEC 1165). Desde la tradición apostólica celebra el misterio pascual cada ocho
días (cf. SC 106). El domingo es el día por excelencia de la asamblea litúrgica, en que los
fieles se reúnen para que escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía dan
gracias a Dios, que los hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de
entre los muertos (cf. SC 106).
El Triduo Pascual llena todo el año litúrgico con su resplandor. El año, gracias a esta
fuente, queda progresivamente transfigurado por la liturgia. El año litúrgico es el desarrollo de
los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo
de las fiestas en torno al misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que
conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de
Pascua. “En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia
venera con especial amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María” (SC 103) y
hace memoria de los mártires y los demás santos (cf. SC 104; 108 y 111).
El altar de la Nueva Alianza es la cruz del Señor de la que manan los sacramentos del
58
Cf. CEC, 1163-1178.
59
Cf. CEC, 1179-1186; cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 164-172.
60
J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 164.
14
Misterio pascual. El altar, que es el centro de la Iglesia, hace presente el sacrificio de la cruz
bajo los signos sacramentales. El altar también es la mesa del Señor, a la que el Pueblo de
Dios es invitado (cf. Institución general del Misal romano, 259: Misal Romano). En algunas
liturgias orientales, el altar es símbolo del sepulcro (Cristo murió y resucitó verdaderamente).
El tabernáculo debe estar situado “en las iglesias en el lugar más digno y con el
máximo honor” (Pablo VI, Carta enc. Mysterium fidei). La nobleza, la disposición y la
seguridad del tabernáculo eucarístico (SC 128) deben favorecer la adoración del Señor
realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. La sede del obispo (cátedra) o del
sacerdote “debe significar su oficio de presidente de la asamblea y director de la oración” (cf.
Institución general del Misal romano, 271: Misal Romano). El ambón: “La dignidad de la
Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su anuncio, hacia el que,
durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los fieles”. (cf.
Institución general del Misal romano, 272: Misal Romano).
La reunión del pueblo de Dios comienza por el Bautismo; por tanto, el templo debe
tener lugar apropiado para la celebración del Bautismo (baptisterio) y favorecer el recuerdo de
las promesas del bautismo (agua bendita). La renovación de la vida bautismal exige la
penitencia. Por tanto, el templo debe estar preparado para que se pueda expresar el
arrepentimiento y la recepción del perdón, lo cual exige asimismo un lugar apropiado. El
templo también debe ser un espacio que invite al recogimiento y a la oración silenciosa, que
prolonga e interioriza la gran plegaria de la Eucaristía.
15
está reflejado en el Ritual de la Iniciación cristiana de los Adultos62.
La pastoral de la celebración eucarística ha experimentado un gran avance a partir del
Concilio Vaticano II. Los esfuerzos se han encaminado hacia la Misa del domingo, el campo
donde los progresos han sido más notorios. La tarea debe continuar, para que la Eucaristía
ocupe verdaderamente el centro de las comunidades cristianas e impregne toda la vida
espiritual de los fieles. Para lograrlo es indispensable una adecuada catequesis del Misterio
eucarístico, que contemple todos los aspectos sin exclusión, y que atienda a la debida
iniciación de los niños y de los jóvenes en la celebración de la Misa. Es muy importante
atender a la liturgia de la Palabra, a la selección de los cantos, a la recitación de la plegaria
eucarística, y a la autenticidad y belleza de todos los elementos necesarios para la celebración.
El culmen de la participación eucarística es la comunión sacramental (cf. SC 48; 55)63.
Entre los principios que señala el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia
aparece el primado de la Liturgia, Valoraciones y renovación y las Distinciones y armonía con
la Liturgia. La excelencia de la Liturgia respecto a toda otra posible y legítima forma de
oración cristiana, debe encontrar acogida en la conciencia de los fieles: si las acciones
sacramentales son necesarias para vivir en Cristo, las formas de la piedad popular pertenecen,
en cambio, al ámbito de lo facultativo. Esto pide la formación de los sacerdotes y los fieles, a
fin que se dé la preeminencia a la oración litúrgica y al año litúrgico, sobre toda otra práctica
de devoción. Para que resulte fructuosa, tal renovación debe estar llena de sentido pedagógico
y realizada con gradualidad, teniendo en cuenta los diversos lugares y circunstancias. La
diferencia objetiva entre los ejercicios de piedad y las prácticas de devoción respecto de la
Liturgia debe hacerse visible, es decir, no pueden mezclarse las fórmulas propias de los
ejercicios de piedad con las acciones litúrgicas; los actos de piedad y de devoción encuentran
su lugar propio fuera de la celebración de la Eucaristía y de los otros sacramentos. El lenguaje
verbal y gestual de la piedad popular, aunque conserve la simplicidad y la espontaneidad de
expresión, debe siempre ser cuidado, de modo que permita manifestar, en todo caso, junto a la
verdad de la fe, la grandeza de los misterios cristianos65.
16
entre Liturgia y piedad popular en términos de oposición, pero tampoco de equiparación o de
sustitución. La conciencia de la importancia primordial de la Liturgia y la búsqueda de sus
expresiones más auténticas no debe llevar a descuidar la realidad de la piedad popular y
mucho menos a despreciarla o a considerarla superflua o incluso nociva para la vida cultual de
la Iglesia66.
Entre los ejercicios de piedad popular que recomienda el Magisterio está la escucha
orante de la Palabra de Dios. Del mismo modo que en las celebraciones litúrgicas, también
en los ejercicios de piedad los fieles deben escuchar con fe la Palabra, debe acogerla con amor
y conservarla en el corazón; meditarla en su espíritu y proclamarla con sus labios; ponerla en
práctica fielmente y conformar con ella toda su vida. El "Ángelus Domini" que es la oración
tradicional con que los fieles, tres veces al día, esto es, al alba, a mediodía y a la puesta del
sol, conmemoran el anuncio del ángel Gabriel a María. El Ángelus es, pues, un recuerdo del
acontecimiento salvífico por el que, según el designio del Padre, el Verbo, por obra del Espíri-
tu Santo, se hizo hombre en las entrañas de la Virgen María.que de campanas. El "Regina ca-
eli". Durante el tiempo pascual, por disposición del Papa Benedicto XIV (20 de Abril de
1742), en lugar del Ángelus Domini se recita la célebre antífona Regina caeli. Como se ha su-
gerido para el Ángelus, será conveniente a veces solemnizar el Regina caeli, además de con el
canto de la antífona, mediante la proclamación del evangelio de la Resurrección.
El Rosario o Salterio de la Virgen es una de las oraciones más excelsas a la Madre del Señor.
Los Sumos Pontífices han exhortado repetidamente a los fieles a la recitación frecuente del
santo Rosario, oración de impronta bíblica, centrada en la contemplación de los acontecimien-
tos salvíficos de la vida de Cristo; es una oración esencialmente contemplativa, cuya recita-
ción exige un ritmo tranquilo que favorezcan, en quien ora, la meditación de los misterios de
la vida del Señor. Las Letanías de la Virgen también es una de las formas recomendadas por
el Magisterio. Consisten en una serie de invocaciones dirigidas a la Virgen, que crean un flujo
de oración caracterizado por una insistente alabanza-súplica68.
66
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la
piedad popular y la Liturgia, 50.
67
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la
piedad popular y la Liturgia, 76-84.
68
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la
piedad popular y la Liturgia, 192-203.
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2.5.2. La intercesión de los santos
De acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y
sus reliquias auténticas. Las fiestas de los santos proclaman las maravillas de Cristo en sus
servidores y proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles (SC 111). Por el hecho
de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a
toda la Iglesia en la santidad [...] No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan
por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que
adquirieron en la tierra [...] Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad (LG
49):
No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente
que durante mi vida (Santo Domingo, moribundo, a sus frailes).
Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra (Santa Teresa del Niño Jesús)69.
Actualmente, sobre las reliquias de los Beatos y de los Santos no pueden ser expuestas
a la veneración de los fieles sin el correspondiente certificado de la autoridad eclesiástica que
garantice su autenticidad. Tradicionalmente son consideradas reliquias insignes el cuerpo de
los Beatos y de los Santos o partes considerables de los propios cuerpos o el volumen
completo de las cenizas derivadas de su cremación. A estas reliquias los Obispos diocesanos,
los Eparcas, cuantos a ellos son equiparados por el derecho, y la Congregación de las Causas
de los Santos reservan un especial cuidado y vigilancia para asegurar su conservación y su
veneración y evitar los abusos. Las reliquias no insignes son los fragmentos del cuerpo de los
Beatos y de los Santos o incluso objetos que han estado en contacto directo con sus personas.
CEC, 956.
69
70
Cf. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia de la Iglesia, 279-280.
18
A ser posible deben ser custodiadas en tecas selladas. En cualquier modo, deben ser
conservadas y honradas con espíritu religioso, evitando cualquier forma de superstición y de
comercialización71.
2.5.3. El culto en favor de los difuntos72
El Vaticano II quiso que la celebración de las exequias “expresase más claramente el
sentido pascual de la muerte cristiana y respondiese mejor a las circunstancias y tradiciones
de cada país” (SC 81). En cumplimiento de este mandato fue promulgado en 1969 el rito
actual. El significado de la celebración de las exequias es la esperanza de que los fieles “que
han compartido ya la muerte de Jesucristo compartan también con él la gloria de la
resurrección” (Plegaria eucarística II, intercesión por los difuntos). La Iglesia, en las exequias
de sus hijos, celebra el Misterio pascual, para que quienes por el bautismo fueron
incorporados a Cristo, muerto y resucitado, pasen también con él a la vida eterna. Ahora bien,
las exequias y otras formas de oración litúrgica y de piedad para con los difuntos constituyen
también un modo de ayudar a quienes han muerto, y de confiarlos a la misericordia del Padre,
en el contexto de la comunión de los santos. Las exequias ponen también de relieve el carácter
escatológico de la vida cristiana (cf SC 8, LG 48-51).
El ritual de 1969 dedica el primer apartado a los gestos humanos que siguen al
momento de la muerte. Las exequias propiamente dichas se desarrollan siguiendo tres tipos:
con tres estaciones, a saber, en la casa del difunto, en la iglesia y en el cementerio; con dos
estaciones: en la capilla del cementerio y junto a la sepultura. Comprenden tres momentos
principales: el recibimiento del cadáver y la acogida a los familiares; la celebración de la
Palabra de Dios y, según la oportunidad, de la eucaristía; y el rito de última recomendación y
despedida.
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BIBLIOGRAFÍA
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