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“REDEMPTORIS MATER”
La Elección
1
CONCLUSIONES 37
BIBLIOGRAFÍA 40
INTRODUCCIÓN
La Elección
se manifestó por la intervención divina para: 1.- liberarle de Egipto y 2.- por el don de una
tierra.
El Deuteronomio niega expresamente que la elección divina haya sido motivada por
la grandeza de Israel o su perfección moral. La única base de la elección de Dios ha sido su
amor y su lealtad.4
Como elegido por Dios, Israel ha sido llamado a ser un “pueblo santo” (Dt 7,6;
14,2). La palabra “santo” (qadôs) expresa una situación que consiste negativamente en
estar separado de lo profano y positivamente estar consagrado al servicio de Dios.
Utilizando la expresión “pueblo santo”, Al mismo tiempo se subraya la importancia de la
respuesta de Israel a la iniciativa divina, que implica la necesidad de una conducta
apropiada. De este modo, la teología de la elección subraya a la vez el estatuto distinto y la
especial responsabilidad del pueblo que ha sido escogido entre todos los demás para ser la
posesión personal de Dios y para ser santo, pues Dios es santo.
Pero esta relación lleva consigo exigencias morales específicas. Por el
hecho de ser pueblo de Dios, Israel debe vivir como pueblo de Dios. Si falta a este deber,
recibirá la “visita” de una justicia divina más estricta que la ejercida con las demás
naciones5.
El deseo primero y último de Dios es llevar a cabo su designio de salvación de los
hombres: “Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad” (1Tm 2,3-4).6
1
CEC 53
2
JOSÉ LUIS SICRE, Introducción al Antiguo Testamento, 65.
3
2
La nota al pie de la Biblia Jerusalén 1998 de Gn 4,5 introduce ya el tema del menor preferido al
primogénito, con el que se manifiesta la libre elección de Dios, su desdén por las grandezas terrenas
y su predilección por los humildes. Este tema se repite a menudo a través del Génesis y en toda la
Biblia.
4
PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, El pueblo judío y sus escrituras sagradas en la Biblia cristiana, n°
33.
5
PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, o.c., n° 34.
6
EMILIANO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ, Historia de la Salvación, Prologo.
La elección en el Nuevo Testamento, básicamente la elección de los apóstoles, la
del apóstol Pablo y la elección del pueblo de Dios hoy en su Iglesia. Jesús, el Hijo
encarnado, es aquel en el cual, por medio del cual y con vistas al cual tiene lugar la
elección (Ef 1, 4-6.11). Como elección gratuita y llamada a la salvación por parte del
Padre por medio del Hijo, la elección remite al Espíritu Santo. Consciente del misterio de
la elección, el creyente vive ante todo la apertura a Cristo, el único en el que somos
salvados. Está llamado, además, a dedicarse a su propia salvación “con temor y temblor”
(Flp 2,12), sabiendo que siempre le queda la posibilidad de rechazar o despreciar el
ofrecimiento del Padre. Viviendo en la esperanza mediante su compromiso amoroso y
valiente.7
Por la amplitud ilimitada de todo lo que incluye la elección, son muchos los
vocablos y las imágenes que contribuyen a formular su realidad de conjunto: alianza (el
más frecuente), amor y conocimiento de Dios (Am 3,2), nueva “creación” (Dt 32,6), etc.
En la elección está encerrada toda la salvación, incluso antes de que fuera historia (Ef
1,4ss). Aquí nos centraremos sobre todo en el verbo principal y más técnico, el hebreo ahar
(griego, eklégomaí), pero sin olvidar aquellas voces y expresiones que anticiparon el uso
del mismo ahar, como, por ejemplo, laqah, “tomar”, y otras semejantes. Aunque las
acepciones profanas o comunes de estas voces preceden cronológicamente a su respectivo
uso religioso, éste registra, sin embargo, una clara preponderancia cuantitativa respecto al
uso profano (especialmente para ahar), particularmente cuando la frase tiene por sujeto a
Dios. Además, el uso teológico de ahar con Dios por sujeto es bastante irregular, señal de
que ese uso no se impuso en todos los ambientes religiosos de Israel.
El término propio de la Biblia hebrea para expresar el concepto de elección es el
verbo bahar (“elegir”, “escoger”, “preferir”). En sentido general significa escoger entre
varias personas o cosas aquella que mejor sirve para conseguir un fin; supone, por tanto, un
juicio consciente, detenido y cuidadoso acerca de la utilidad y oportunidad de lo elegido, lo
que le distingue de otros verbos hebreos que podríamos considerar sinónimos, como
“conocer íntima o familiarmente”, pero sin el matiz que acabamos de indicar.
El concepto de elección comprende las siguientes notas: 1. La elección supone que
existen varias personas u objetos a elegir; 2. El que elige no está obligado ni forzado a
escoger ninguno de ellos; 3. El que elige es dueño de los objetos o personas; 4. El que elige
hace un juicio consciente y cuidadoso acerca de la persona u objeto de su elección. De 164
veces que aparece ahar (“elegir”, “escoger”, “preferir”) en el AT, 92 se refiere a Dios. Dios
es sujeto: “Dios es el que elige algo o alguien”. En estas expresiones en que Dios es sujeto
no se subraya la acción, sino el sujeto, destacándose así la iniciativa de Dios que se elige
3 para sí libre y graciosamente un pueblo (Dt 4, 37; 7, 7; 14, 2).
La biblia griega de los LXX traduce generalmente, ahar por “elegir algo por sí y para sí
mismo” (eklégeszai: voz media o reflexiva; rara vez en activa eklego; en el NT no se
encuentra la forma activa eklego), lo cual refleja en cierto sentido la connotación del verbo
hebreo: “elegir consciente, cuidadosa y detenidamente”.
7
LUCIANO PACOMIO Y VITO MANCUSO, Diccionario Teológico Enciclopédico, 300-301
Hay, además, otras expresiones en el AT que implican la idea de “elegir”, tales
como “alianza”, “conocer” –en el sentido bíblico de conocimiento experiencial y personal,
que en el caso de la elección de Dios supera infinitamente las formas más sublimes del
amor humano, bien sea el amor del esposo, madre o amigo (Am 3, 2;Os 11, 1-4; Mi 6, 3-5;
Is 1, 2-3; 5, 1-7)-, “nueva creación” (Dt 32, 6), “llamar” (Os 11, 1; Is 42, 6) y “escoger”,
“separar” o "segregar" (Lv 20, 26). Pero el término propio para expresar la elección divina
en el AT es bajar con las connotaciones señaladas.
En sentido religioso la elección del rey representa la expresión más antigua del AT
que se refiere a la elección divina de alguien por Dios (1S 10, 24; 16, 7-12; 2S 6, 21; 16,
18), lo cual parece confirmado por el hecho de que en el Oriente antiguo el rey e
indirectamente el templo se consideraban a veces elegidos (cf. Sal 132, 13). Aparte del rey
y pueblo de Dios como objetos más importantes del verbo "elegir", hay que mencionar la
elección del lugar de culto o templo (Dt 16, 6-7; 18, 5-6; 26, 2), la ciudad de Jerusalén (1R
8, 16; 11, 34), los sacerdotes (Dt 18, 5; 1S 2, 28); raramente se habla de la elección de
personas individuales, como Saúl o David (1S 10, 24; 16, 8-10) Zorobabel (Ag 2, 23) y,
sobre todo, el Siervo de Yahvé (Is 43, 10), Jacob y Abrahán (41, 8), como representantes
del pueblo elegido.
La Elección
y se mantiene fiel a sus promesas. El concepto de la elección del pueblo de Israel, por una
parte, aparece relativamente tarde en su historia, siendo el Dt -probablemente en su
primera edición hacia el año 622, unos 35 años antes de la caída de Jerusalén (587)-, el que
por primera vez ha sabido sistematizar y expresar teológicamente la conciencia de Israel
como pueblo elegido, llegando a su pleno desarrollo en los libros escritos durante el exilio
de Babilonia, especialmente en el Deuterolsaías (ls 40-55), y otros posteriores como el
Trito-Isaías (Is 56-66). Por otra parte, la realidad de la elección y la conciencia más o
menos clara del pueblo de Israel como elegido existían ya muchos siglos antes y se
fundaban en su liberación de Egipto por Dios bajo la guía de Moisés (Os 11, 1-4; Am 3, 2),
remontándose incluso hasta Abrahán mismo (Gn 12, 1-3)
Podríamos definir la elección divina de Israel como la acción que está en la raíz
misma del pueblo, sin la cual sería inconcebible su historia, por lo cual llamamos con
razón a Israel “el pueblo elegido”. La elección divina consiste en la iniciativa libre y
amorosa de Dios que precede a todo mérito humano y prescinde absoluta y completamente
de las cualidades y virtudes naturales humanas, así como de los pecados y deficiencias
morales anteriores a la elección, que desde un punto de vista humano podrían hacer a un
pueblo o persona digna o indigna de ser elegida. A pesar de la eficacia irresistible con que
la decisión soberana de Dios alcanza su fin, permanece intacta la libertad del elegido, sin
quedar en modo alguna limitada por la acción divina. La elección divina marca el origen de
la historia de la salvación, ejerce su influjo infalible en cada uno de sus momentos y
encuentra su realización plena al final de los tiempos, cuando venga Cristo a reunir a sus
elegidos (Mt 24, 31; Mc 13, 27).
Lo opuesto de elección es "rechazo, no-elección" (en hebreo ma'as), sin que el
rechazo implique de por sí reprobación o exclusión de la salvación final, ya que la elección
de Israel por Dios en el AT no es una elección que se refiera, en primer lugar, explícita y 4
directamente a la salvación eterna, sino a su misión de anunciar el nombre de Dios entre
los pueblos gentiles y a su condición de instrumento de salvación para ellos, como aparece
de forma primorosa en los cantos del Siervo de Yahvé (Is 42, 1-6; 49, 6-7). Naturalmente
el fracaso culpable respecto a la realización de la misión confiada, en vistas a la cual fue
elegida una persona o grupo, puede conllevar su condenación, pero el problema del "más
allá" se planteará más tarde, aproximada-mente dos siglos después, en el libro de Daniel.
Puesto que la elección de Israel tiene su continuación en Jesús, que es llamado "el
Elegido" (Lc 9, 35; 23, 35), y en sus discípulos, que representan el pueblo escogido de los
tiempos mesiánicos (Lc 6, 13; Jn 6, 70; 13, 18; 15, 16. 19), es conveniente que estudiemos
primeramente el concepto de elección del AT, para poder comprender mejor qué significa
"elección" en los evangelios y en el resto del NT. Por otra parte, no está de más recordar
que la mentalidad hebrea es sumamente concreta y ajena a los conceptos abstractos, por lo
cual se comprende que no exista en hebreo un sustantivo abstracto que corresponda al
griego ekklogué, (“elección”); el hebreo posee sólo el verbo bajar y otros verbos
relacionados semánticamente con éste. Y naturalmente es completamente comprensible
que ekklogué, que aparece 7 veces en el NT, no tenga nunca aquí el sentido estoico de
“decisión”.
Hemos reunido bajo un solo título estos tres temas porque están estrechamente
unidos entre sí. En efecto, toda alianza va precedida por una elección divina y, a partir del
Sinaí, la ley está indisolublemente ligada a la alianza y se verá sometida, como ella, a un
proceso de interiorización progresiva.
La alianza con Abrahán va precedida de una llamada, que es elección por parte de
Dios. Yahveh dijo a Abrahán: “Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre…; yo
haré de ti un gran pueblo” (Gn 12,1-2). Esta llamada lo separó de su pueblo, de su tierra y
La Elección
de la dominación de una cultura en continuidad con Babel y sus consecuencias (Gn 11).
Yahvé escogió a Abrahán para formarse un pueblo que fuese heredero de las antiguas
promesas y bendiciones dadas por Dios con ocasión de la primera creación (Gn 3,15) y de
la segunda, a saber: la alianza con Noé (Gn 9,17). Gracias a la elección divina, Abrahán
será la raíz de una generación bendita, que acogerá algún día a su verdadero descendiente,
Cristo (Ga 3,16).
Esta alianza con Abrahán no es un pacto bilateral por el que se comprometen dos
partes, sino una promesa, un juramento unilateral por el que Yahvé promete una herencia a
Abrahán y sus descendientes. Este juramento puede muy bien tomar el nombre de alianza,
ya que crea efectivamente una relación nueva entre Yahvé y Abrahán. Sin embargo, este
“acuerdo” es muy particular, ya que la iniciativa proviene únicamente de Yahvé, mientras
que Abrahán se contenta con acoger esta promesa y rendir homenaje, en un abandono total,
a la palabra dicha por Yahvé (Gn 15,6).
Acto soberanamente libre y gratuito por parte de Yahvé, la alianza con Abrahán no
podía estar condicionada ni comprometida por los hombres; era indefectible y eterna.
Yahvé será para siempre el Dios de Abrahán y de su descendencia, y las promesas hechas
se cumplirán infaliblemente a su tiempo.
Pues bien, estas promesas no iban dirigidas a todos sus descendientes. Suponiendo
una elección por parte de Yahvé, se transmitirán por medio de ciertos descendientes, con
exclusión de otros, y esto en virtud del designio mismo de Dios y no por causa del pecado
de los humanos. La elección afirma la libertad de Dios, que se expresa en la diferenciación
de los elegidos y se manifiesta ya en el curioso fenómeno de las “parejas de hermanos”: se
necesitan al menos dos hijos para que haya una elección. Isaac será el escogido, y no
Ismael. Según la ley del pueblo, era Ismael, el “primogénito”, el que debería haber recibido
la primera promesa de la herencia de Abrahán. Pero aquí se trata del derecho de la gracia
5 libre de Dios. Toda la historia de Isaac tiene una sola finalidad: señalar que él ha nacido
únicamente del poder de Dios. Es él el hijo de la promesa, nacido de Sara, la “mujer libre”
(Ga 4,22), mientras que Ismael, el hijo de la esclava, no tendrá ninguna relación directa
con la vocación de Abrahán. La verdadera posteridad de Abrahán es Isaac, en virtud de la
libre iniciativa de Dios.
La libertad de la elección se afirma más con Esaú y Jacob, los dos gemelos cuyos
destinos se cruzan de forma característica. El Génesis presenta a Esaú como el hermano
mayor de Jacob (Gn 25,35). Sin embargo, Yahvé elegirá a Jacob y lo constituirá heredero
de las promesas. En virtud de esta elección, y como signo de ella, Yahvé convirtió su
nombre de Jaco b en el de Israel. Después de renovar con Isaac (Gn 26,3-5) la alianza
establecida con Abrahán (Gn 17,19), Yahvé la hace gravitar sobre la persona de Jacob y
sobre sus doce hijos, antepasados de las doce tribus de Israel, que constituirán las
estructuras de base del pueblo de Dios. “Tu nombre es Jacob, pero ya no te llamarás Jacob;
tu nombre será Israel…; un pueblo, un conjunto de naciones procederá de ti, y reyes
saldrán de tus lomos…” (Gn 35,9-11). Jacob-Israel es el elegido de Dios y, en cuanto tal,
será el padre y fundador del pueblo elegido, a quien Dios concederá sus favores más que a
sus iguales o rivales. Israel estará formado por los descendientes de Abrahán, a través de
Isaac y de Jacob, y no a través de Esaú, antepasado de los edomitas, enemigos hereditarios
de Israel y que no forman parte ciertamente del pueblo elegido. De esta manera se afirma,
una vez más, la libertad del acto electivo de Yahvé.
Le corresponderá al NT revelar que el amor paternal de Dios no se olvidó nunca, a
pesar de las apariencias externas, del otro hermano. El tema de los dos hermanos reaparece
en dos parábolas de Jesús: el hijo pródigo (Lc 15,11-32) y los dos hijos (Mt 21,28-32).
Las mujeres tendrán igualmente una función en este misterio de la elección divina.
Para la Biblia, la esterilidad era una maldición y la fecundidad una bendición. Pues bien,
Sara era estéril, mientras que Agar era fecunda. Pero las cosas se invierten: Agar, la
fecunda, tiene que luchar contra la amenaza de verse despedida, y finalmente ha de
marcharse (Gn 21,14), mientras que Sara es bendecida y engendrará a Isaac, el hijo de la
promesa. Esta misma inversión se producirá en otras “parejas” de mujeres estériles y
fecundas: Raquel y Lía (Gn 29,30), Ana y Peniná (1S1, 2). En su cántico, que anticipa el
Magníficat de María, Ana, la madre de Samuel, cantará esta inversión de valores: “La
mujer estéril tiene siete hijos, y la madre fecunda se marchita” (1Sam 2,5). María, la virgen
La Elección
fecunda, será la réplica superior de esas mujeres estériles que dan a luz con la ayuda de
Dios (Lc 1,35).
“El Señor llamó a Moisés desde la montaña diciendo: `Di a la casa de Jacob y a todos
los israelitas: Habéis visto cómo he tratado a los egipcios y cómo os he llevado sobre alas de
águila y os he traído hasta mí. Si escucháis atentamente mi voz y guardáis mi alianza, vosotros
seréis mi especial propiedad entre todos los pueblos’…” (Ex 19,3-5).
En esta “obertura”, que constituye un resumen de toda la alianza mosaica, tenemos
todo el conjunto del éxodo, la elección, la promesa de alianza y la ley.
El éxodo fue obra de Dios mismo, que “oyó el gemido de los israelitas y se acordó de
su pacto con Abrahán, Isaac y Jacob…, y bajó a liberarlo de la mano de los egipcios” (Ex 2,24;
3,7). El éxodo es la continuación de una única historia de liberación, que empezó con Abrahán.
Su objetivo es constituir una alianza que haga de Israel un pueblo libre, devolviéndole su
dignidad y dándole su ley y su misión en la historia:
La elección: la relación de Israel con Yahvé se basa únicamente en la
voluntad libre de Yahvé al elegir a Israel. En la historia de las religiones no se
conoce ningún ejemplo de una alianza entre una divinidad sola y un pueblo
solo. El caso de Israel es único: “En efecto, ¿qué nación hay tan grande que
tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de nosotros el Señor, nuestro
Dios, siempre que le invocamos?” (Dt 4,7). “Porque el Señor os amó y porque
ha querido cumplir el juramento hecho a vuestros padres, os ha sacado de
Egipto con mano poderosa y os ha liberado de la casa de la esclavitud” (Dt
7,7-8). Israel ha sido escogido entre las naciones, ha sido bendecido y
colmado por Yahvé. Todo está preparado para una nueva relación entre Yahvé
y él. 6
Señor poderoso, pero no como un dictador: “Dios no es un tirano. Desea que quienes le
sirven lo hagan libremente, que acepten libremente su designio de salvación y que hagan el
bien no por temor, sino por decisión libre” (Orígenes). A1 sí de Yahvé a su pueblo tiene
que corresponder el sí del pueblo que se compromete a cumplir libremente su voluntad. La
alianza mosaica es un libre intercambio de promesas y de compromiso. Dios se ha
escogido un pueblo que ha aceptado libremente caminar por los caminos indicados. Se
trata de una etapa en la historia de Israel, ni la primera ni la última; de un nuevo testimonio
de la fidelidad de Yahvé a sus promesas de salvación, que recibe todo su significado de –la
alianza con Abrahán que ella continúa. Va precedida de la promesa hecha a Abrahán y a
Isaac, de la que es la primera realización. Israel permanecerá siempre bajo la bendición de
la alianza con Abrahán, que seguirá siendo válida aun cuando Israel tenga que ir al
destierro por causa de sus infidelidades. “Yo me acordaré de mi pacto con Jacob, de mi
pacto con Isaac, de mi pacto con Abrahán” (Lv 26,42).
La ley: la alianza del Sinaí desemboca en un doble resultado: da origen al
pueblo de Israel y al mismo tiempo le dota de una ley, que tiene la finalidad
de conformar la actuación de Israel con las exigencias de su sublime
vocación. La alianza con Abrahán adquiere en el Sinaí su forma completa,
para introducir y establecer la ley, que será en adelante inseparable de la
alianza. Esta ley, lo mismo que la propia alianza, es don de Dios a su pueblo:
“¿Qué nación hay tan grande que tenga leyes y mandamientos tan justos como
esta ley que yo os propongo hoy?” (Dt 4,7-8).
La ley está relacionada con el éxodo, con la elección y con la bendición de Yahvé a
su pueblo. Proviene del éxodo, lo expresa y lo continúa. Es el medio por el que el pueblo
avanza en su camino de éxodo-liberación ya comenzado, pero no terminado todavía. La ley
no existía al comienzo de la historia del pueblo elegido. Israel fue escogido, salvado y
liberado sin la ley. Era ya un pueblo liberado cuando la recibió. No se le pudo dar antes de la
7 salida de Egipto, sino sólo después de su liberación: ¡los esclavos no tienen ley! Yahvé
libertador apela a la libertad del pueblo para que quede liberado y se haga cada vez más libre.
Fundada en el recuerdo de la liberación de Egipto, la ley consagra la libertad. No salva, no da
la vida, aunque esté vinculada a la salvación y a la vida. Es don de Dios a Israel, inseparable
de la gracia de la alianza, y por tanto del socorro divino requerido para su observancia. Es el
camino para permanecer en una salvación ya dada y libremente aceptada. No es nunca un
medio para “ganar” la relación con Yahvé, sino un medio para vivir esta relación. La alianza
mosaica se dio como una pura gracia de Dios, pero que suponía unas exigencias religiosas y
morales que han de ser observadas si Israel quiere permanecer en la alianza. Lo mismo que,
con la elección y la alianza, Yahvé había manifestado sus designios de salvación a Israel, con
la ley le indica la manera de seguir siendo pueblo sin más –ninguna comunidad humana
puede vivir sin la ley- y de seguir siendo pueblo de Dios con una vocación especial. Se da
una continuidad entre el camino de la liberación y el de la ley. Viviendo según la ley, Israel
camina con su Dios, se hace actor responsable de su propio destino e interiormente cada vez
más libre. Pues bien, un don divino como la ley ha de ser compartido por todos. El que ha
sido liberado de la esclavitud no puede tratar a su hermano como una cosa, disponiendo de su
vida, de su esposa, de su reputación o de sus bienes (Ex 20,13-17). La ley de Dios no debe
separarse nunca del que la dio, el propio Yahvé (de lo contrario ya no “hablaría” y se
convertiría en una cosa muda), ni de los demás beneficiarios de la alianza con los que ha de
ser compartida, es decir, observada.
La elección inesperada de David subraya, una vez más, la gratuidad de los
designios de Dios. Encargado como el menor de sus hermanos del cuidado de las ovejas de
su pueblo, es, sin embargo, él, el más joven entre los hijos de Jesé, el elegido para suceder
al rey Saúl, rechazado por Yahvé (1S 16,10-12).
La realeza de la dinastía davídica se describe en términos de tradición abrahamita.
En David se cumplen y se renuevan las promesas hechas a los patriarcas. Mientras que la
alianza mosaica era condicional, la que se establece con David elimina expresamente toda
idea de ruptura: será eterna y, bajo ese aspecto, coincide con la de Abrahán. El triunfo de
Yahvé rey comienza con el éxodo (ya en el Sinaí estaba presente la idea de reino: cf. Ex
19,6) y terminará con el triunfo del rey mesías, “hijo de David”. La esperanza de Israel se
basa en la continuidad entre el pasado, el presente y el futuro. La fidelidad de Dios a su
palabra en el pasado (Abrahán) garantiza sus promesas para el presente y para el futuro
La Elección
(David y el mesías); es lo que proclamará María en el Magníficat (cf. Lc 1,54-55).
La alianza con David adquirió una gran importancia en el momento del destierro,
cuando desde el fondo de su miseria Israel se preguntaba si, después de haber roto tantas
veces la alianza mosaica, seguía siendo el pueblo de Yahvé, digno de sus promesas. Los
profetas, sobre todo Jeremías, Ezequiel e Isaías, destacaron entonces nuevos aspectos de la
alianza divina; recuerdan que se trata de una disposición enteramente gratuita, que no
descansa en los méritos del pueblo, sino solamente en la misericordia de Yahvé. La alianza
no es tanto un pacto como un acto gratuito de Yahvé que permanece fiel a su pueblo. Su
juramento dura para siempre. La infidelidad de Israel no rompe automáticamente la
alianza, ya que Yahvé es libre para tener paciencia y perdonar.
Se apela entonces a una alianza formulada, no ya en términos de bendiciones y
maldiciones, dependiente de la observancia del pueblo, sino de un pacto que es pura
promesa de Dios, válida a pesar de los fallos humanos. Se recuerda la promesa
incondicional hecha a David, que no destruye la alianza sinaítica, sino que la confirma
centrándola en el rey. En adelante, Dios estará presente en su pueblo por medio de la
descendencia de David.
A partir de David, la alianza de Dios con su pueblo pasa a través del rey. El trono
de Israel será el trono de David. Y por la mediación de un rey, sucesor de David, salvará
Dios a su pueblo. La esperanza de Israel se hace entonces dinástica (l Mesianismo).
La larga historia de la infidelidad de Israel, castigada en tiempos de Jeremías por
una catástrofe sin precedentes, proclamaba muy bien la impotencia de la ley y de la alianza
que era su fundamento. El pueblo estaba desterrado en Babilonia. Eran vanas todas las
esperanzas humanas de una recuperación. Todo parecía estar acabado. ¡Y he aquí que todo 8
comienza de nuevo! Yahvé le revela a Jeremías su designio de reunir consigo a Israel con
los vínculos de una alianza eterna. Así Yahvé permanecerá fiel a las promesas hechas a
Abrahán. Más allá del juicio divino, Jeremías predice un milagro de Dios. Anuncia una
alianza de un tipo nuevo, que superará las maldiciones externas y realizará una unión más
profunda con Yahvé: “Yo haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva…:
pondré mi ley en su interior, la escribiré en su corazón y seré su Dios y ellos serán mi
pueblo” (Jr 31,31-34).
Jeremías describe la acción medicinal y liberadora de Yahvé, que va derecha al
“corazón” del problema para curar las desviaciones del corazón humano, de donde nacen
las complicidades del mal. Bajo la nueva alianza, la ley de Dios cambiará de sitio: no
estará ya escrita en tablas de piedra, sino en el corazón del hombre; cambiará de función:
no será ya condición de la promesa, sino objeto de la promesa; se hará más eficaz: hasta
entones Israel tenía que guardar la ley, ahora podrá observarla, porque recibirá plena
capacidad para ello.
Constatando que “los impulsos del corazón del hombre tienden al mal desde su
adolescencia” (Gn 8,21), Ezequiel anuncia un cambio del corazón. La novedad no es la de
la alianza, como en Jeremías, sino la del corazón y del Espíritu. Describe la acción interna
que Dios va a operar en el corazón del hombre, las transformación interior del corresponsal
humano: extirpación del corazón de piedra, trasplante de un corazón nuevo y acción
continua del Espíritu Santo, único capaz de disolver las obras de la carne y de hacer
madurar las del Espíritu (Ga 5,19-22): “Haré con ellos una alianza de paz que no tendrá
fin” (Ez 37,26); “Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; quitaré de
vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en
vosotros” (Ez 36,26-27).
Ezequiel describe la alianza nueva con las categorías más personalistas de corazón
y de espíritu, demostrando así que la ley interior de la que hablaba Jeremías era no
solamente una norma, sino un principio de acción, ya que no era sino el Espíritu Santo, que
producía una transformación profunda del corazón humano. El concepto de “ley interior”
de Jeremías está vinculado, en Ezequiel, a una teología del Espíritu Santo. En Jeremías,
Dios da una ley inscribiéndola en el corazón; en Ezequiel, ese don recibe un nombre: el
La Elección
Espíritu Santo, el don de Dios por excelencia. Se pasa de la ley escrita en el corazón a la
“ley del Espíritu” (Rm 8,2), viva y operante en el corazón.
Es en el corazón humano de Jesús, al momento de su pasión, donde se realizaron
primeramente las profecías de Jeremías y de Ezequiel. La ley de Dios está perfectamente
escrita en su corazón; tiene el corazón nuevo prometido por Ezequiel y Dios ha puesto en
él su Espíritu. Gracias a su sacrificio esas mismas profecías se realizan en nosotros; en el
corazón de Jesús es donde también nosotros tenemos el “corazón nuevo” (A. Vanhoye). Si
quisiéramos hacer un diagrama de la historia de Israel, podríamos representarla con la
figura de un diábolo, formado por dos conos unidos por el vértice (la imagen es de Henry
Cooper). A través de toda la antigua alianza, se advierte un proceso de estrechamiento
formado por una sucesión de elecciones y de repulsas. Abrahán es escogido entre los
hombres mucho más refinados de Mesopotamia. De los hijos de Abrahán, se escoge a Isaac
y es rechazado Ismael.
De los dos hijos de Isaac, es escogido Jacob y rechazado Esaú. A pesar de ser “el
menos numeroso entre los pueblos”, Israel es escogido para ser el pueblo de Yahvé,
consagrado a él. David, el más joven, es preferido a los demás hijos de Jesé. El proceso de
estrechamiento se acentúa en el momento del destierro en Babilonia: sólo volverá un
pequeño resto. Esta noción de “resto-elite” está ligada a las estructuras mismas de la fe de
Israel: elección, alianza, juicio y salvación. La predicación severa de los profetas, que
habla de ruptura y de infidelidad, se templa con la referencia a un resto santo que será
salvado. Aun en los peores momentos de la historia de Israel, queda siempre un pequeño
resto fiel, en el que la palabra de Dios encuentra una respuesta plenamente humana, un
resto-elite, al que Yahvé reservaba sus favores y en el que quedaba preservado todo el
porvenir del pueblo. Más allá de la discontinuidad se da siempre una pequeña continuidad.
Por causa de su amor, Yahvé reconstruirá a su pueblo a partir de ese resto “humilde y
9 pobre” (So 3,12). Ese pequeño resto representa a los ojos de Yahvé a toda la comunidad.
Es la parte fiel que subsiste gracias a una elección divina realizada en el interior del mismo
pueblo. Dios actúa en su favor para procurarle a todo Israel el perdón y la salvación. Es la
raíz que comunica la santidad a todo el conjunto, el núcleo de un nuevo Israel que vivirá
finalmente en la santidad y la obediencia. A1 final, ese pequeño resto se reducirá a unas
cuantas familias santas, Isabel y Zacarías, Simeón y Ana, Joaquín y Ana, de los que nacerá
finalmente María. Con esta pequeña “hija de Israel”, el primer cono alcanza su vértice: el
Señor Dios podrá finalmente visitar a su pueblo. A partir de este punto central se invierte el
proceso, y el segundo cono se irá ensanchando cada vez más. Se pasa de la bendición única
y excepcional de María, llena de gracia, a una bendición universal que nos afecta a todos:
en el Hijo amado del Padre y de María todos somos elegidos para alabanza gloriosa de la
gracia con que el Padre nos ha agraciado en su Hijo (Ef 1,1-6).
María se encuentra en el punto de intersección de los dos conos, en el punto de
encuentro de las dos alianzas. En ella se abrazan el pasado y el futuro. Toda la cadena de
profecías y de promesas de la antigua alianza llevaba hacia la anunciación de María. Israel,
portador de las promesas, se acaba en María, verdadera hija de su pueblo. Sin su fíat no
habría podido realizarse el cambio de dirección. Su sí marca el final de la antigua alianza y
el comienzo de la nueva. Toda la luz de la antigua alianza, desde Eva hasta el libro de la
Sabiduría, resplandece en María, ya que el “sol de justicia” (Ml 3,20) entró en su seno,
comenzando así la nueva alianza, el reino del verdadero David, un reino que ya no tendrá
fin (Lc 1,33).
María es el verdadero Israel, en el que se unen inseparablemente la antigua y la
nueva alianza: se da continuidad en la fe desde Abrahán hasta María. Ella es el pueblo de
Dios que da frutos gracias a la poderosa misericordia de Dios. Teodoro de Ancyra saluda a
María como el tomo nuevo de la nueva alianza, novus tomus scriptionis novae.
No hay ruptura entre las alianzas, ya que no hay más que una sola economía de la
salvación, que tiene al Padre por autor, al Hijo como salvador, al Espíritu Santo como
promesa y don. El Dios de Jesucristo es también el Dios de la antigua alianza. Toda la
historia de la antigua alianza tiene valor de tipo: significa la esperanza del hombre, que se
apoya en las promesas de Dios (Abrahán, Moisés, David) y encuentra su realización en
Jesucristo. Con vistas a la venida de Jesús, cada momento de esa historia se prolonga hacia
adelante, según una dinámica de continuidad y de superación.
La Elección
Toda la antigua alianza es una “parábola”: la fe de Abrahán es ya la sustancia de la
fe cristiana, aunque oculta. El Apocalipsis pone a las doce tribus de Israel (21,12) y a los
doce tronos de la nueva alianza (21,14) en un mismo nivel, ante el trono de Dios. Cristo es
la conclusión de la antigua alianza, la suma de todas las promesas: “Todas las promesas de
Dios se cumplieron en él” (2Co 1,19).
La concentración en un único descendiente, Cristo; era la condición de una
verdadera universalidad, “para que la bendición de Abrahán se extendiese a todas las
naciones” (Ga 3,14). Cristo es al mismo tiempo nuestra alianza (Is 42,6), nuestra ley (Ga
6,2) y el elegido del Padre (Is 42,1). En adelante, en él y por él todos somos elegidos (Ef
1,4); la alianza nueva queda establecida en favor de todos (Mt 26,28) y el Espíritu Santo se
ofrece al mundo entero como su verdadera ley (Rm 8,2).
8
SICRE, o.c., 69.
9
DT 7,6.
con el que va a ser su pueblo, y es la realidad permanente que asegura la mutua
vinculación.
EL HECHO DE LA «ELECCIÓN»
Para los autores sagrados, Israel es, ante todo, el pueblo «elegido de Dios», y
aunque el hecho de la «elección» haya tenido menos resonancia en los escritos bíblicos que
la «alianza», sin embargo, es la base histórica de ésta, en cuanto que la «elección» es el
acto inicial por el que Yahvé entra en determinados momentos de la historia en relación
con el que va a ser su pueblo, y es la realidad permanente que asegura la mutua
vinculación. «Cada intervención de Dios en la historia es una elección, ya sea que busque
un lugar para manifestarse, o un pueblo para expresar sus intenciones, o un hombre como
mensajero suyo»10.
Diversos son los términos empleados en los textos bíblicos para expresar la idea de
«elección». El más propio, que aparece recién en el Deuteronomio, es el de bahar [elegir
entre varias posibilidades]. Otros sinónimos son: qara’ [llamar], qanah [poseer,
pertenecer], hibdil [separar], hiqdiseh [poner aparte], yada [conocer en forma selectiva],
‘ahab [amar], raham [tener piedad], hashaq [estar pegado]. Todos estos términos indican
con diversos matices la vinculación de Dios a Israel como pueblo suyo, puesto aparte entre
todas las naciones y, por lo tanto, declaran el hecho de su «elección».
Algunos han dicho que esta conciencia de «elección» es solo un mero orgullo
La Elección
nacional al pretender considerarse el representante de Yahvé entre las naciones 11. Pero
nunca se dice en los textos bíblicos que Israel fuera elegido porque era mejor que otros
pueblos, sino que siempre se atribuye a la iniciativa de la gracia divina, que lo escogió a
pesar de su debilidad, de «su dura cerviz» y aun de su dignidad: «Si Yahvé se ha ligado
con vosotros y os ha elegido, no es por ser vosotros los más numerosos entre todos los
pueblos, pues sois el más pequeño de todos. Porque Yahvé os amó, y porque ha querido
cumplir el juramento que hizo a vuestros padres, os ha sacado de Egipto…» 12. Esto nos
ayuda a entender que la teología de la «elección» se encuentra dentro del esquema de la
salvación trazado por Dios y puesto en marcha en su «alianza» con los «padres». Para
reforzar esta idea, más adelante, el mismo Deuteronomio afirmará que «No por tu justicia
ni por la rectitud de tu corazón vas a entrar en posesión de esa tierra (de Canaán)…, sino
para cumplir la palabra que con juramento dio Yahvé a tus padres, Abraham, Isaac y
Jacob…, pues eres un pueblo de dura cerviz»13.
Vale decir, entonces, que la «elección» gratuita de Israel por parte de su Dios es la
raíz de su gran-deza y superioridad sobre todos los pueblos; lo que trae como consecuencia
honrarlo según si dignidad y ponerse a su servicio. He aquí la razón por la que la
«alianza», que va unida al tema de la «elección», tiene unas cláusulas de servidumbre.
Estos deberes bien concretos tienen su punto de partida al reconocer a Yahvé, su Dios,
como el único digno de culto con exclusión total de los otros dioses, pues Yahvé es un
Dios «celoso», un Dios que es exigente en su amor, fruto del cual es la «elección». Esta es
la razón por la que se utiliza los símiles más atrevidos, como el del «matrimonio» de
Yahvé con su pueblo14: o el del «padre», donde Israel es presentado como el «primogénito»
de Yahvé (Ex 4,22)15; también es utilizada la «heredad», su propiedad 16, su porción selecta
10
E, JACOB, Theologie de’l Ancien Testament. 12
11
Es corriente en la literatura áulica mesopotámica la idea de que los reyes han sido especialmente elegidos
por sus dioses.
12
Dt 7,6-7s.
13
Dt 9,5s.
14
Os 1-3; Jer 2,1-7; 3,11-22; Ez 16; Is 50,1; 54,5.8.10; 62,4-5.
15
Los autores sagrados cuidan de identificar a Israel como “Hijo natural” (consubstancial) de Dios como si
siempre hubiera estado vinculado a Él desde la eternidad.
16
Ex 34,9; 1 Sam 10,1; Jer 12,7.8.10; Sal 28,9; 33,12; 74,2; 78,62; 94,6; 106,5.40.
entre los pueblos; la de «pastor» y el rebaño para mostrar la solicitud providente de Yahvé
para con su pueblo17; incluso Yahvé es comparado con un alfarero que modela a su gusto al
pueblo elegido18; o el símil de la «viña» para destacar la solicitud de Yahvé por su pueblo,
pero que conlleva una condición: «si no da frutos, la abandonará» 19.
En los diversos libros sagrados y a lo largo de los siglos del AT, los diferentes
episodios de su historia son leídos por Israel dentro de la óptica de su elección por parte de
Dios. La historia vivida no se atribuye solamente a las opciones autónomas de algún que
otro personaje humano, sino sobre todo a las de Dios, a su designio que se manifiesta en la
tierra. Es lo que se percibe a partir de la historia de la creación (Gn 1-2), en particular
desde aquel “tomó” (laqah) Dios al hombre y “lo puso” en el jardín del Edén, que en Gn
2,15 expresa ya a su manera una elección. También se habla de elección o de prefe-rencia
particular a propósito de Abel (4,4), igual que de Henoc, “tomado” por Dios (Gn 5, 24). De
forma semejante se dice de Noé, que “encontró gracia a los ojos del Señor” y que “seguía
los caminos de Dios” (Gn 6,8s).
Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos, especialmente al hombre y la
mujer. La alianza con Noé y con todos los seres animados renueva esta bendición de
fecundidad, a pesar del pecado del hombre por el cual la tierra queda “maldita”. Pero es a
partir de Abraham (momento histórico de la elección) cuando la bendición divina penetra en
la historia humana, que se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la vida, a su
fuente: por la fe del “padre de los creyentes” que acoge la bendición se inaugura la historia
de la salvación20.
Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo “fuera de su
La Elección
tierra, de su patria y de su casa” (Gn 12,1), para hacer de él “Abraham”, es decir, “el padre
de una multitud de naciones” (Gn 17,5): “En ti serán benditas todas las naciones de la
tierra” (Gn 12,3 LXX; cf. Ga 3,8). El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la
promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rm 11,28), llamado a preparar
la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia (cf. Jn 11,52; 10,16);
ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes (cf. Rm
11,17–18.24)21.
Las primeras confesiones de la elección divina se remontan a las expresiones más
antiguas de la fe de Israel. El ritual de las primicias recogido por Dt 26,1-11 comporta un
credo muy antiguo, cuya sustancia es la iniciativa divina que sacó a los hebreos de Egipto
para conducirlos a una tierra de bendición. La relación de la alianza concluida en Siquem
en tiempo de Josué hace remontar la historia de Israel a una elección: “Yo tomé a vuestro
padre Abraham…” (Jos 24,3) y subraya que la respuesta a esta iniciativa no puede ser sino
una opción: “Elegid a quien queréis servir” (24,15). Sin duda son más recientes las
fórmulas de la alianza en el Sinaí, “Tú nos tomarás por tu heredad” (Ex 34,9), “Yo os
tendré por míos entre todos los pueblos” (19,5), pero la fe que expresan se halla ya en uno
de los oráculos de Balaán: “¿Cómo maldeciré al que Dios no ha maldecido?... He aquí un
pueblo que habita aparte y que no se cuenta entre las naciones” (Nm 23,8s), y todavía
antes, en el canto de Débora, en la que alternan las maravillas de “Yahveh, Dios de Israel”
(Jc 5,3.5.11) y la generosidad de los combatientes que se han ofrecido “por Yahveh” (Jc
5,2.9. 13.23).
17
Is 63,11; Os 11,4.
18
Jer 18,6; Is 29,16; 64,7.
19
Os 2,12-13; Is 5,1-6.
20
CEC 1080.
21
CEC 59 - 60
La segunda sería la más antigua; mientras que la patriarcal
1. la historia de los
surgiría después de la división de Israel en dos estados rivales.
patriarcas
Un genio religioso buscaría fomentar la unión de estos dos
reinos, por eso habría traspuesto la «elección» de Israel a los
2. los acontecimientos tiempos de los patriarcas en busca de un antepasado común que
del Éxodo esté en consonancia con la idea de un Dios y un solo pueblo.
La Elección
contemplando: es un pueblo que habita aparte, y no se cuenta entre las naciones» 23.
En el esquema homogéneo de la tradición «yahvista» vemos que la «elección» de
Abraham es preparada con la elección de su antepasado Sem, quien ha de someter al
epónimo de la tierra de Canaán: «Maldito Canaán, siervo de los siervos de sus hermanos
será; bendito Yahvé, Dios de Sem, y sea Canaán siervo suyo» 24. Ese proceso selectivo se
irá concretando en Jacob frente a Esaú, y empalmará bien con las tribus de Israel salidas de
Egipto. Así, pues, la «elección» de Israel, que adquiere especial relieve en su liberación de
Egipto, tiene ya una prehistoria en el proceso selectivo divino sobre los pueblos. El
«yahvista» identifica al Dios de los patriarcas con el del Sinaí: «el Dios de los padres, el
Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob»25; Él cumpliría con su promesa haciendo una
alianza en base de «los diez mandatos de la ley» escritos en las «tablas» 26.
Por otro lado, en la tradición «elohista» la alianza con Abraham viene con la
promesa de un here-dero, una posteridad numerosa como las estrellas del cielo y la
posesión de la tierra de Canaán con la expulsión de los nativos amorreos 27. Cierto es que no
encontramos la palabra bahar «eligió» como aparece en los textos deuteronómicos, sin
embargo, se nota la particular providencia de Dios para con los antecesores de Israel que
los hace protagonistas de una historia de «elección». Dios repite la misma promesa de la
alianza luego de ver la disposición de Abraham para sacrificar a su hijo obedeciendo a su
divina orden: «Por mí mismo he jurado, dice Yahvé: Por cuanto has hecho esto, y no has
rehusado darme a tu hijo, tu único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré grandemente
tu descendencia como las estrellas del cielo, y como las arenas de la orilla del mar, y tus
descendientes poseerán la puerta de sus enemigos; y en tu descendencia serán benditas
todas las naciones de la tierra, porque has obedecido mi voz» 28. Posteriormente el proceso
14
22
BIBLIA JERUSALÉN 1998. Gn 4,5. Op. Cit 3
23
Nm 23,9.
24
Gén 9,24-25.
25
Éx 3,16.
26
Éx 34,10.28.
27
Gén 15,1-6.13-16.
28
Gén 22,16-18.
selectivo divino de la bendición de Isaac se canaliza hacia Jacob que será «señor de sus
hermanos»29.
Manifiesta Dios la continuidad de su designio de elección. Se escogió una raza y
mantiene esta elección, pero en esta raza no es el heredero natural el que lleva su bendición
(Eliezer, Ismael, Esaú o Rubén), sino que cada vez una iniciativa particular de Dios
designa a su elegido: Isaac (Gn 18,19), Jacob y Judá. Todo el Génesis tiene por tema el
contraste paradójico entre las consecuencias normales de la elección inicial de Abraham y
los gestos por los que Dios desbarata los proyectos del hombre y mantiene así a la vez su
fidelidad a sus promesas y la prioridad soberana de sus elecciones.
En estos relatos se afirma un rasgo permanente de la elección. Mientras que, desde
el punto de vista de los hombres, el privilegio del elegido implica automáticamente la
desgracia de los que han sido descartados, como lo prueba el estribillo que jalona los
oráculos pronunciados por los padres: “sean esclavos tuyos tus hermanos” (9,25; 27,29;
27,40), en las promesas divinas la palabra de Dios sobre su elegido hace de él una
bendición para toda la tierra (12,3; 22,18; 26,4; 28,14). 30
La Elección
Hubo, desde luego, una continua tendencia en el pueblo a entenderlo así. Fue la
tentación perenne de “apoderarse” de la elección: para sentirse seguro, mediante una
especie de funcionamiento mágico de la alianza, y para sentirse privilegiado, a cubierto y
por encima de los demás pueblos (cualquier diccionario bíblico aporta citas sobradas: cfr.,
por ejemplo, Mi 3,1 1; Am 5,4s; Jr. 14,13-17; Is 28,14s...).
Pero la línea más auténtica de la experiencia religiosa de Israel luchó siempre, con
absoluta energía, contra esta deformación. Fue la gran batalla de los profetas: la elección
no es algo manipulable, puesto que es don gratuito de Dios y sólo puede realizarse en la
respuesta ética y el compromiso personal (Is 1,16-20; Am 5,14s; Os 2,21-25; Jr 7,3-10;
11,1-5). La teología deuteronómica recogió y, si cabe, acentuó esta comprensión (Dt 4,3s;
4,32-40; 5,3s; 6,4-19; 7,9s; 10, 15). Más aún, poco a poco, sobre todo a partir del destierro
en Babilonia, la elección fue siendo interpretada como servicio en favor de los demás,
como representación que salva a los otros mediante el propio sufrimiento. La figura de
Moisés en el Deuteronomio y la del Siervo Sufriente en el Deutero-lsaías, al final del
destierro, son la culminación del proceso. El Siervo rompe incluso las fronteras nacionales,
pues con su sufrimiento se hace “luz para las naciones” y salvación para toda la tierra (Is
49,6; 51,5; 45,22).
El profeta trabajando con este trasfondo mítico cananeo da un sentido histórico a
las relaciones de Yahvé con Israel a partir de su elección en el desierto, cuando las tribus
adquieren conciencia de su vinculación colectiva al Yahvé del Sinaí, reconocen que es
alguien superior a ellos quien los elige.
El símil común de los textos bíblicos es de comparar a Yahvé con un Padre que
amorosamente ha dado su ser histórico a Israel, dándole conciencia de su vinculación 16
colectiva con Dios, la relación de padre a hijo entre Yahvé e Israel surge en un momento
dado de la historia y esto comienza con Abraham.
En realidad hay que distinguir entre el hecho de la elección de Israel por Dios, que
arranca de los albores de la historia, y la interpretación teológica de mismo que aparece
sobre todo, en el Deuteronomio 27 y en el Deutero-Isaias28.
33
E. JACOB, Théologie de l’Ancient Testament p. 167.
H.H. Rowley dice que la emigración de Abraham fue un momento significativo en
la historia de la elección, de Israel en la que la mano de Dios fue legítimamente vista, la
huella de Moisés fue más profunda y concreta, ya que actuó como un profeta de Yahvé.
Los profetas anteriores al exilio suelen partir del supuesto de que la elección de
Israel arranca sustancialmente de la manifestación de Yahvé a su pueblo, donde este surge
como colectividad nacional en régimen de comunidad teocrática.
El profeta Amos pone en boca de Dios las quejas contra Israel ya que este no
correspondió a su iniciativa de salvación en los tiempos de Éxodo. El profeta Oseas por su
parte, considera los tiempos de la peregrinación de los Israelitas por las estepas del Sinaí
como los primeros amores entre Yahvé e Israel.
Los profetas desentrañaran el contenido teológico de esta elección, por tanto, Israel
debe reflejar en su vida el carácter santo de su Dios, igual que su justicia y misericordia.
Cada profeta da a conocer un atributo de Dios y así procuran hacer ver al pueblo la
necesidad de conformarse con las exigencias de la divinidad. Amos por su parte destaca su
justicia, Oseas su fidelidad, Isaías su santidad.
Por tanto, la religión deberá ser esencialmente ética y por tanto la comunidad
religiosa de Israel debe reflejar este sentido ético- espiritual que le caracteriza a su Dios,
Isaías por su parte designa a Yahvé como el santo de Israel, por tanto, Yahvé está
vinculado a los destinos históricos de su pueblo pero exige en él una atmosfera de santidad.
Los profetas constantemente recuerdan las obligaciones inherentes a la condición
de ser el pueblo de Dios, por este motivo el profeta Amos dice buscad el bien y no el mal,
La Elección
para que viváis. El profeta Jeremías lucha constantemente contra la insensata presunción
de sus contemporáneos que se creían seguros ante toda eventualidad por ser el pueblo
elegido.
3. El resultado de una elección que pone a Israel aparte de los otros pueblos es señalarle
un destino que no tiene nada de común con el de ellos: o bien felicidad extraordinaria,
17 o bien desventura sin ejemplo (Dt 28). La palabra de Amós es como la carta de la
elección: “Sólo a vosotros conocía yo entre todas las familias de la tierra; así, os
visitaré por todas vuestras iniquidades” (Am 3,2).
El rigor de esta amenaza conserva un aspecto tranquilizador: para que Dios
castigue así a su pueblo es menester que no haya renunciado a él. Lo más tremendo seria la
eventualidad de que Dios anulara la elección y dejara a Israel perderse en medio de los
pueblos. De la misma manera que para elegir a David había desdeñado a los siete
hermanos mayores (1S 16,7), de la misma manera que había repudiado a Efraím para
escoger a Judá (Sal 78,67s), ¿no hay peligro de que “repudie a la ciudad que había
escogido, a Jerusalén” (2R 23,27)? Los profetas, en particular Jeremías, se ven forzados a
contar con esta posibilidad; Israel es como la plata que no se puede acrisolar, condenada al
desecho (Jr 6,30; cf. 7,29); “¿Has, pues, desechado a Judá?” (14,19).
La respuesta es finalmente negativa: “Si pueden medirse arriba los cielos y
descubrirse abajo los fundamentos de la tierra, entonces podré yo repudiar a toda la
descendencia de Israel” (Jr 31,37; cf. Os 11,8; Ez 20,32). Es cierto que la esposa infiel ha
sido “repudiada por sus pecados”, pero, con todo, puede Dios interrogar: “¿Dónde, pues,
está el libelo de repudio de vuestra madre?” (Is 50,1). La elección se mantiene, pero en un
gesto nuevo: “Yahveh elegirá todavía a Jerusalén” (Za 1,17; 2,16), “escogerá de nuevo a
Israel” (Is 14,1) por encima de su pecado y de su ruina, en forma de un resto que no será
efecto del azar, sino del poder de Dios, “semilla santa” (Is 6,13). “Germen” (Za 3,8), “los
siete mil hombres que no han doblado la rodilla delante de Baal” (1Re 19,18) y que, según
la interpretación de san Pablo, Dios mismo ha reservado (Rm 11,4, que añade “para mí”).
A este nuevo Israel se da con frecuencia el título de elegido en el segundo Isaías,
siempre por Dios mismo (“mi elegido”, Is 41,8; 43,20; 44,2; 45,4, o “mis elegidos”, 43,10;
cf. 65,9.15. 22), y conviene perfectamente para designar la iniciativa creadora de Dios,
capaz de hacer surgir en plena idolatría un pueblo entregado al servicio del verdadero Dios.
En el centro del mundo y de su historia se escogió Dios a este pueblo, y pensando en él, y
por él, gobierna toda la tierra, escogiendo a un Ciro (45,1) y haciendo de él un
conquistador” a causa de Israel, mi elegido” (45,4).
La Elección
En el centro de esta obra hace Dios aparecer al personaje misterioso, al que no da
otro nombre sino “mi siervo” (42,1; 49,3; 52,13) y “mi elegido” (42,1). No es un rey, ni un
sacerdote, ni un profeta, pues todos estos elegidos son primero hombres antes de haber
tomado conciencia de su misión; oyen el llamamiento de una vocación y reciben una
unción. Pero éste ha percibido el llamamiento de Dios “desde el seno de su madre” (cf. Jr
1,5) y su nombre no le es dado por los hombres, sino que es pronunciado por sólo Dios
(49,1). Toda su existencia es de Dios, es sólo elección, por lo cual no es tampoco más que
servicio y consagración: el elegido es necesariamente el siervo 34.
Por su elección, Israel debe ser el signo de la reunión futura de todas las naciones
(Is 2, 2-5; Mi 4, 1-4). Se anuncia, pues, una Alianza nueva y eterna (Jr 31, 31-34; Is 55, 3).
“Jesús instituyó esta nueva alianza” (LG 9)35
En el evangelio de san juan también encontramos esta promesa mesiánica, cuando
dice, que cuando se haya ido y nos haya preparado un lugar volvería y nos tomara para
estar con él, de tal manera que donde este el estemos también nosotros (Jn14, 3) En el
nuevo testamento encontramos con mayor claridad todo lo referente a lo que es la promesa
mesiánica, (Hch2, 39).
Si bien en la biblia no faltan pasajes relativos a promesas humanas (Tob7, 10) (Mt
7,14). (Mc11, 10s) aquí tomamos en consideración únicamente las divinas. En el AT son
hechas en función del pueblo de Israel como instrumento de los designios divinos en orden
de la salvación de la humanidad, con el cumplimiento de las promesas, se logra una
dimensión abiertamente espiritual y trascendente como se transparenta en las
bienaventuranzas. 18
34
JACQUES GUILLET, Elección, Biblioteca Católica Digital.
35
CEC 762
(Rm9, 4-6) el objeto de las promesas divinas llega a ser la vida eterna, por eso la esperanza
de los cristianos se mueve en el marco bíblico de las promesas, las promesas de bienes
temporales son sustituidas por otras netamente espirituales. Vida sobre natural, vida eterna,
filiación divina.
Así la promesa hecha a los padres sea cumplida espléndidamente, en Cristo (Hb13,
32) (Rm1, 1-2). Y el camino del cristiano se puede andar en la espera de nuevos
cumplimientos por los que merece la pena abandonar incluso casa, hermanos o hermanas,
padre o madre, hijos o campos (Mt19, 29). (Mc10, 29) por eso la espera de los bienes
evangélicos es tal que no solo eleva el ánimo y lo mantiene en tensión hacia el OTRO, sino
que puede desencadenar las más íntimas energías de virtud.
El titulo más característico en la primitiva iglesia de Jerusalén, a luz de la
experiencia pascual, es de mesías, que es la traducción del Mashiah (Ungido)o en arameo
Meshiha, que da lugar a la transliteración griega de Mesías Xριστό ς, que se convierte en
nombre propio de Jesús, este título de Mesías aparece con más claridad en las cartas
paulinas en las que se habla de Cristo-Jesús, sin duda para destacar su carácter mesiánico
por cumplirse en El las antiguas profecías y aparecer en la plenitud de los tiempos.
Cullman dice que este título de Mesías esta originariamente vinculada a la
esperanza escatológica del judaísmo, en el seno del judaísmo toda las nociones relativas al
fin de los tiempos tienen tendencias a vincularse al título de Mesías aun cuando no tengan
puntos en comunes, este nombre de mishiah (ungido) aplicado a Cristo imagen visible de
La Elección
Yahvé en los tiempos de la manifestación escatológica aparece por primera vez en el (sal
2,2)(sal 110).A pesar de la destrucción de la ciudad santa la esperanza se mantiene, y así la
figura del Mesías se va convirtiendo en figura escatológica ya que a de inaugurar una etapa
totalmente nueva.
La Elección
El oráculo de Jeremías sobre los setenta años de castigo merecidos por Jerusalén y
Judá (Jr 25,11-12; 29,10) es recordado en 2Cr 25,20-23, que constata la realización; pero
es meditado de un modo nuevo, mucho después, por el autor de Daniel, en la convicción de
que esta palabra de Dios contiene aun un sentido oculto, que debe irradiar su luz sobre la
situación presente (Dn 9, 24-27).
La afirmación fundamental de la justicia retributiva de Dios, que recompensa a los
buenos y castiga a los malvados (Sal 1, 1-6; 112, 1-10), choca con la experiencia inmediata
que frecuentemente no corresponde a aquella. La Escritura expresa entonces con vigor el
desacuerdo y la protesta (Sal 44) y profundiza progresivamente el misterio (Sal 37).
través de todas las generaciones, desde el principio hasta el final de todos los tiempos. No
es el Dios de los filósofos, sino el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob (Blaise Pascal).
La permanente comunión de acción de Dio y búsqueda del hombre llega finalmente a su
plenitud, y desde luego superando todo cuanto al hombre le era dable esperar, en el
Evangelio de la Encarnación de Dios en su Hijo. Como quiera que la serie de las
generaciones llevan en sucesión ininterrumpida y necesaria hasta Cristo, esto anuncia que
toda la historia corre hacia Cristo. “Por él y para él han sido creadas todas las cosas” (Col
1,16), si las genealogías indican que Cristo es hijo de Abraham y de David, se expresa con
ello que él los ha llevado a su plenitud y ha cerrado la ley: “Cristo es la meta y fin de la
ley” (Rm 10,4).
La sentencia del ángel “El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará
sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32ss) explica el alcance
y el contenido de la filiación davídica. Se recurre aquí a la promesa de 2S 7, 12.16 pero, en
el momento actual, el trono de David está vacío. Israel no tenía entonces un rey establecido
por Dios. El trono pertenecía, pues, al Mesías niño. La fuente judeocristiana de Lucas pudo
haber entendido estas palabras como aplicadas a un reino mesiánico terrestre. El
evangelista y la Iglesia que lo lee y entiende el texto, de acuerdo con sus esfuerzos, como
referido al final de los tiempos. El testimonio más primitivo de la filiación davídica de
Jesús aparece en la fórmula de fe de Rm 1,3ss.
Algunos exégetas insinúan que la raíz de la leyenda de la concepción virginal de
Jesús puede encontrarse en Is 7,14. Pero prescindiendo de cual pueda ser la significación
imaginaria de la sentencia del Profeta y qué es lo que los setenta quisieron decir cuando
recurrieron para su traducción a la palabrala interpretación neo testamentaria entiende
el oráculo como testifica Mt 1,23 como promesa del nacimiento del Mesías de la virgen
María. No obstante, la dogmática judía del Mesías admite que el Mesías sería hijo de
padres terrenos.
21
En consecuencia, la exégesis rabínica nunca entendió Is 7,14 en el sentido del
nacimiento virginal del Mesías. La exegesis cristiana es algo enteramente nuevo. De ahí
difícilmente pudiera derivarse de Is 7,14 la fe en el nacimiento virginal. Esta fe, surgida de
otras fuentes, descubrió en Is 7,14 un documento confirmador. Es decir, al parecer la cita
solo fue utilizada en el sentido de confirmar una tradición ya existente.
44
KARL HERMANN SCHELKLE, Teología del Nuevo Testamento II, 247-250
Se hace poco necesario intentar otros caminos para explicar el sentido bíblico de la
tradición de la concepción virginal. Jesús es Hijo de Dios. En el A.T podía llamarse Hijo
de Dios a todo el pueblo de Israel, que es el “hijo primogénito de Dios” (Ex 4, 22). El título
de Hijo de Dios se aplica especialmente al rey, en cuanto representante del pueblo. Para su
sucesor al trono recibió David la promesa divina: “Yo seré su padre y él será mi hijo” (2S
7,14). El título no tiene el sentido de una generación física, sino de elección y aceptación
como hijo. Así, en el ritual de la entronización, dice Dios al rey: “Mi hijo eres tú, hoy te he
engendrado” (Sal 2,7). “Sobre los montes santos (es decir, Sión: plural mayestático), desde
el seno materno… te he engendrado” (Sal 110,3).
De acuerdo con las ideas paleotestamentarias acerca de la adopción de un hijo, la
fe habría admitido al principio que Jesús fue elevado a la dignidad de Hijo de Dios por
primera vez en la resurrección (Rm 1,3ss). Pero luego, esta filiación divina se fue haciendo
retroceder más y más en el tiempo. El conocimiento de fe demostró que Jesús era ya Hijo
de Dios en cuanto profeta y taumaturgo (Mc 3,11). Por consiguiente, su elección a la
filiación divina se trasladó ya a su actividad pública. Tuvo lugar en el bautismo, cuando se
dejó oír la voz de Dios desde el cielo: “Tú eres mi Hijo amado. En ti me he complacido”
(Mc 1,11). Se le atribuyó a Jesús la filiación divina ya desde el principio.
El Antiguo Testamento, habla de grandes antepasados como Isaac (Gn 18; 1Sm 1),
o Sansón (Jc 13), concebidos y dados a luz por senos estériles según cálculos humanos. Lo
mismo, se dice de Juan, el precursor de Jesús (Lc 1,7). Antes de nacer fueron ya elegidos
por el espíritu. Por el espíritu, el profeta Jeremías (1,5), y el siervo de Yahvé (Is 49,5).
Pablo interpreta la historia de los hijos de Abraham (Ga 2,24-29): El hijo con Agar, Ismael,
fue engendrado “según la carne”; el hijo con Sara, Isaac, “según la promesa, según el
espíritu”. Esta interpretación está estrechamente con la historia del anuncio de Lucas (1,26-
35), en cuanto que, en una y otra son esenciales la Palabra y el espíritu.
La Elección
// Nueva interpretación para averiguar hijo de David el hijo de David de un
adulterio una no virgen el nuevo definitivo mesías viene mejor de una virgen, los otros
reyes hijos de David fueron de reino temporal, para gobernar sobre la casa de Jacob por
siempre Jesús su abuelo Jacob. Jacob 12 hijos Jesús doce discípulos imágenes que solo
podrían ser abiertas en el tiempo con la llegada del nuevo hijo de David con el definitivo
ungido con el definitivo Mesías //
plenamente este nombre, el único al que puede confiar su obra y que es capaz de colmar su
deseo. El “he aquí a mi elegido”, de Isaías, anunciaba el triunfo de Dios, seguro de poseer
ya al que no le decepcionaría jamás; el “he aquí a mi elegido” proferido por el Padre sobre
Jesús revela el secreto de esta certeza; a este hombre de carne, desde el seno materno lo ha
santificado y llamado su Hijo (Lc 1,35), y “desde antes de la creación del mundo” lo ha
destinado a “recapitular en sí todas las cosas” 46. Sólo Cristo es el elegido de Dios y no hay
elegidos sino en él. Él es la piedra elegida, la única capaz de sostener el edificio que Dios
construye (1Pe 2,4ss).
Jesús, aunque no pronuncia jamás este nombre, tiene la más clara conciencia de su
elección: la certeza de venir de otra parte 47, de pertenecer a otro mundo (Jn 8, 23), de tener
que vivir un destino único, el del Hijo del hombre, y de realizar la obra misma de Dios 48.
Todas las Escrituras relatan la elección de Israel, y Jesús sabe que todas se refieren a él 49.
Pero esta conciencia no determina en él sino la voluntad de servir y de cumplir y realizar
hasta el fin lo que debe cumplirse (Jn 4,34).
Las relaciones intertextuales toman una extrema densidad en los escritos del
Nuevo Testamento, todos ellos tapizados de alusiones al Antiguo Testamento y de citas
explícitas. Los autores del Nuevo Testamento reconocen al Antiguo Testamento valor de
revelación divina. Proclaman que la revelación ha encontrado su cumplimiento en la vida,
la enseñanza y sobre todo la muerte y resurrección de Jesús, fuente de perdón y vida
eterna. “Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras y fue sepultado; resucitó
al tercer día según las Escrituras y se apareció...” (1Co 15, 3-5). Este es el núcleo central
de la predicación apostólica (1Co 15, 11).
Como siempre, entre las Escrituras y los acontecimientos que los llevan a
cumplimiento, las relaciones no son de simple correspondencia material, sino de
iluminación recíproca y de progreso dialéctico: se constata a la vez, que las Escrituras
23 revelan el sentido de los acontecimientos y que los acontecimientos revelan el sentido de
45
XAVIER LEÓN DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, 267 -268
46
Ef 1,4.10; 1Pe 1,20
47
Mc 1,38; Jn 8, 14
48
Jn 5,19; 9,4; 17,4
49
Lc 24,27; Jn 5,46
las Escrituras; es decir, que obligan a renunciar a ciertos aspectos de la interpretación
recibida, para adoptar una interpretación nueva.
Desde actividad pública, Jesús había tomado una posición personal original,
diferente de la interpretación tradicional de su tiempo, la “de los escribas y fariseos” (Mt 5,
20). Numerosos son los testimonios: las antítesis del Sermón de la montaña (Mt 5, 21-48),
la libertad soberana de Jesús en la observancia del sábado (Mc 2, 27-28 y par.), su modo de
relativizar los preceptos de pureza ritual (Mc 7, 1-23, y par.), su exigencia radical, al
contrario, en otros campos (Mt 10, 2-12) y sobre todo su actitud de acogida hacia los
“publicanos y pecadores” (Mc 2, 15-17 y par.). Esto no era un capricho contestatario sino,
al contrario, fidelidad profunda a la voluntad de Dios expresada en la Escritura (Mt 5, 17;
9, 13).
La muerte y la resurrección de Jesús han llevado al extremo la evolución
comenzada, provocando, en algunos puntos, una ruptura completa, al mismo tiempo que
una apertura inesperada. La muerte del Mesías, “rey de los judíos” (Mc 15, 26 y par.), ha
provocado una transformación de la interpretación histórica de los salmos reales y de los
oráculos mesiánicos. Su resurrección y su glorificación celestial como Hijo de Dios han
dado a esos mismos textos una plenitud de sentido, antes inconcebible. Expresiones que
parecían hiperbólicas deben, a partir de ese momento, ser tomadas literalmente. Ellas
aparecen como preparadas por Dios para expresar la gloria de Cristo Jesús, ya que Jesús es
verdaderamente “Señor” (Sal 110, 1), en el sentido más fuerte del término 50. Él es el Hijo
de Dios51, Dios con Dios52. “Su reino no tendrá fin”53, y él es al mismo tiempo “sacerdote
eterno”54.
A la luz del acontecimiento de la pascua, los autores del Nuevo Testamento han
releído el Antiguo Testamento. El Espíritu Santo enviado por el Cristo glorificado (Jn 15,
La Elección
26; 16, 7) les ha hecho descubrir el sentido espiritual. Han sido así llevados a afirmar, más
que nunca, el valor profético del Antiguo Testamento; pero, por otra parte, a relativizar
fuertemente su valor como institución salvífica. Este segundo punto de vista, que aparece
ya en los evangelios55, se manifiesta con todo su vigor en algunas cartas paulinas, así como
en la carta a los Hebreos.
Pablo y el autor de la carta a los Hebreos demuestran que la Torah, como
revelación, anuncia ella misma su propio fin como sistema legislativo 56. Por ello, los
paganos que se adhieren a la fe en Cristo no deben ser sometidos a todos los preceptos de
la legislación bíblica, reducida ahora, como conjunto, a la institución legal de un pueblo
particular. Pero ellos deben, sí, nutrirse del Antiguo Testamento como palabra de Dios, que
les permite descubrir mejor todas las dimensiones del misterio pascual del cual viven.
Las relaciones entre el Nuevo y el Antiguo Testamento en la Biblia cristiana no
son, pues, simples. Cuando se trata de utilizar textos particulares, los autores del Nuevo
Testamento han recurrido naturalmente a los conocimientos y procedimientos de
interpretación de su época. Sería un anacronismo exigir de ellos que estuvieran conformes
a los métodos científicos modernos. El exegeta debe más bien adquirir el conocimiento de
los procedimientos antiguos, para poder interpretar correctamente el uso que se hace de
ellos. Es verdad, por otra parte, que no se puede otorgar un valor absoluto a lo que es
conocimiento humano limitado.
Conviene finalmente añadir que, en el Nuevo Testamento, como ya en el Antiguo
Testamento, se observa la yuxtaposición de perspectivas diferentes, a veces en tensión unas
con otras; por ejemplo sobre la situación de Jesús (Jn 8, 29; 16, 32 y Mc 15, 34), o sobre el
valor de la Ley mosaica (Mt 17-19 y Rm 6, 14), o sobre la necesidad de las obras para la
justificación (St 2, 24 y Rm 3, 28; Ef 2, 8-9). Una de las características de la Biblia es 24
50
Hch 2, 36; Flp 2, 10-11; Hb 1, 10-12
51
Sal 2, 7; Mc 14, 62; Rm 1, 3-4
52
Sal 45, 7; Hb 1, 8; Jn 1, 1; 20, 28
53
Lc 1, 32-33; 1Cr 17, 11-14; Sal 45, 7; Hb 1, 8
54
Sal 110, 4; Hb 5, 6-10; 7, 23-24
55
Mt 11, 11-13 y par.; 12, 41-42 y par.; Jn 4, 12-14; 5, 37; 6, 32
56
Ga 2, 15;5,1; Rm 3, 20-21; 6, 14; Hb 7, 11-19; 10, 8-9
precisamente la ausencia de un sistema, y por el contrario, la presencia de tensiones
dinámicas. La Biblia ha acogido varios modos de interpretar los mismos acontecimientos o
de pensar los mismos problemas, invita así a rechazar el simplismo y la estrechez de
espíritu.
“La palabra elección es un acto de amor libre e imprevisible de Dios, más tarde se
le considerará como fidelidad de Dios en el cumplimiento de sus promesas. Esta elección
queda fundamentalmente ratificada por la “misión” de Cristo. La elección hay que
entenderla como positivo proceder salvífico de Dios” 57 . La elección es también un
principio de servicio. Del amor de Dios surge la elección, pero ésta es el comienzo de una
tarea.58
La elección de los doce tuvo lugar inmediatamente después del sermón de la
montaña, después de haber hecho oración toda la noche para indicarnos la trascendencia
que para el establecimiento de su reino en la tierra iba a tener aquella elección. Les va a
investir primero de poderes especiales extraordinarios para el ejercicio de su ministerio. 59
b) La reunión de los elegidos al final del mundo según los tres sinópticos. Casi todos
los restantes términos de “elección” tienen en los sinópticos un colorido apocalíptico.
Los “elegidos” (ekklektoi) forman aquí el grupo de los discípulos de Jesús, o sea, la
Iglesia de los últimos tiempos que sufre persecuciones, angustias, aflicciones y está
sometida a la fuerte presión de los falsos profetas que intentan seducir, si fuera
posible, a los mismos elegidos; esta situación angustiosa tiene lugar antes de que
venga del Hijo del hombre a reunir a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales en
su reino eterno (Mt 24, 22. 24. 31; Mc 13, 20. 22. 27; Lc 18, 7). En Mt 22, 14 Jesús
afirma: “Porque muchos son los llamados (kletoi), mas pocos los elegidos (eklektoi)”.
Es evidente que Jesús no afirma que el escaso número de los elegidos se deba a que
Dios ha fijado desde la eternidad determinísticamente un reducido número de los que
25 se salvarán, sin que los no elegidos puedan hacer algo para cambiar su suerte. Si se lee
la frase teniendo en cuenta el contexto de la parábola, está claro que Jesús quiere decir
que depende de los llamados el convertirse en elegidos o rechazados; todos (“muchos”
57
Karl Rahner y Hebert Vorgrimler, Diccionario Teológico, 200.
58
LUCIANO PACOMIO Y VOTO MANCUSO, Diccionario Teológico Enciclopédico, 300.
59
PROFESORES DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS, La Sagrada Escritura. Comentario al Nuevo
Testamento, 108.
equivale aquí a “todos”) tienen la posibilidad de ratificar su elección, pero pocos son
los que toman en serio esa oferta; la mayoría, los primeros invitados de la parábola, se
desentienden de la invitación de Jesús y se convierten en no elegidos por culpa propia.
El ejemplo de María, la hermana de Marta, muestra cuál debe ser la elección del
discípulo de Jesús: “María escogió para sí la mejor parte, y nadie se la quitará” (Lc 10,
42). Un contra ejemplo es el de los invitados que trataban de elegir los primeros
puestos (Lc 14, 7): honor y estima humana eran su principal preocupación y no la
elección para el reino de los cielos (Lc 14, 15-21. 24).
La elección de los Apóstoles también la podemos ver en Mt 10, 1-4 donde hace un
llamado a los primeros discípulos. Los apóstoles aprendieron de Jesús acerca de lo
concerniente al reino del cielo, y Jesús aprendió mucho de ellos acerca del reino de los
hombres. Estos doce hombres representaban diversos tipos de temperamento humano.
Muchos de estos pescadores galileos llevaban bastante sangre gentil en sus venas,
como resultado de la conversión forzosa, cien años antes, de la población gentil de
Galilea.
Después “subiendo al monte llamó a los que él quiso, y fueron junto a él. Y eligió a
doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar
demonios. Y formó el grupo de los doce. A Simón, a quien puso el nombre de Pedro;
y a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes llamó
Boanerges, esto es, ‘Hijos del trueno’; y a Andrés y Felipe, y a Bartolomé y Mateo, y
a Tomás y Santiago el de Alfeo, y a Tadeo y Simón Cananeo, y a Judas Iscariote, el
que lo entregó” (Mc 3,13-19).
No cometáis el error de pensar que los apóstoles eran totalmente ignorantes e incultos.
Todos ellos, excepto los mellizos Alfeo, eran graduados de las escuelas de la
La Elección
sinagoga, habían estudiado profundamente las escrituras hebreas y habían aprendido
gran parte de los conocimientos de su día. Siete de ellos eran graduados de las
escuelas de la sinagoga de Cafarnaúm, y no había mejores escuelas judías en toda
Galilea. Cuando vuestros escritos se refieren a estos mensajeros del reino como seres
“sin letras y del vulgo”, lo que querían significar era que se trataba de laicos que no
habían sido instruidos en el saber de los rabinos ni en los métodos de la interpretación
rabínica de las Escrituras. Carecían de la así llamada educación superior. En tiempos
modernos ciertamente serían considerados gente poco instruida, y en algunos círculos
sociales incluso incultos. Una cosa es cierta: no todos habían pasado por el mismo
programa rígido y estereotipado de educación. Desde su adolescencia en adelante
habían tenido experiencias diferentes en el aprendizaje del vivir.
El reino se consolida. Ha elegido a doce de los que llamó primero. Jesús
institucionaliza a un grupo de discípulos, elegidos con cuidado, entre los que ya creen
en él. La figura del enviado, o apóstol, equivale a la de un representante, que actúa
con plenos poderes de quien envía. Es una figura corriente en Israel, y en nuestros
días. Más tarde, les comunicará con detalle su función: “Vosotros sois los que habéis
permanecido junto a mí en mis tribulaciones. Por eso yo os preparo un Reino como mi
Padre me lo preparó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino, y os
sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Lc 22, 28-30).
Y Jesús explicará con detalle, paso a paso, en qué va a consistir su misión en la tierra.
"A estos doce envió Jesús dándoles estas instrucciones: No vayáis a tierra de gentiles
ni entréis en ciudad de samaritanos; sino id primero a las ovejas perdidas de la casa de
Israel. Id y predicad diciendo que el Reino de los Cielos está al llegar. Curad a los
enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, arrojad a los demonios;
gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente. No llevéis oro, ni plata, ni dinero en 26
vuestras fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, porque
el que trabaja merece su sustento” (Mt 10, 5-10).
“En cualquier ciudad o aldea en que entréis, informaos sobre quién hay en ella digno;
y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en una casa dadle vuestro saludo. Si la casa
fuera digna, venga vuestra paz sobre ella; pero si no fuera digna, vuestra paz revierta a
vosotros. Si alguien no os acoge ni escucha vuestras palabras, al salir de aquella casa
o ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que en el día del Juicio
habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para esa ciudad” (Mt 10,
11-15).
“Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, cautos como las
serpientes y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os
entregarán a los tribunales, os azotarán en sus sinagogas, y seréis llevados ante los
gobernadores y reyes por causa mía, para que deis testimonio ante ellos y los gentiles.
Pero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de hablar; porque
en aquel momento os será dado lo que habéis de decir. Pues no sois vosotros los que
vais a hablar, sino el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros. Entonces el
hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos
contra los padres para hacerles morir. Y seréis odiados de todos por causa de mi
nombre; pero quien persevere hasta el fin, ése será salvo. Cuando os persigan en una
ciudad, huid a otra; en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes
que venga el Hijo del Hombre” (16-23)
“No es el discípulo más que su maestro, ni el siervo más que su señor. Le basta al
discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al amo de la casa le han
llamado Beelzebul, cuánto más a los de su casa. No les tengáis miedo, pues nada hay
oculto que no vaya a ser descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Lo que os
digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; y lo que escuchasteis al oído, pregonadlo
desde los terrados. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar
el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno.
¿Acaso no se vende un par de pajarillos por un as? Pues bien, ni uno solo de ellos
La Elección
caerá en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los
cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Por tanto, no tengáis miedo: vosotros
valéis más que muchos pajarillos” (Mt 10, 24-31)
“A todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante
de mi Padre que está en los Cielos. Pero al que me niegue delante de los hombres,
también yo le negaré delante de mi Padre que está en los Cielos”. “No penséis que he
venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz sino la espada. Pues he
venido a enfrentar al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera
contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su misma casa”. “Quien
ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o
a su hija más que a mí, no es digno de mí. Quien no toma su cruz y me sigue, no es
digno de mí. Quien encuentre su vida, la perderá; pero quien pierde su vida por mí, la
encontrará”. “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe
al que me ha enviado. Quien recibe a un profeta por ser profeta obtendrá recompensa
de profeta, y quien recibe a un justo por ser justo obtendrá recompensa de justo. Y
todo el que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por
ser discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa" (Mt 10, 32-42).
c) Según el Evangelio de Juan, Jesús ha elegido a los doce discípulos, que el Padre ya
había elegido y se los da como don precioso a Jesús. Pero la elección de los discípulos
por medio de Jesús no es ningún salvoconducto que les libre del peligro de traicionar
a su maestro (6, 64-71; 13, 18). Los discípulos de Jesús que permanecen unidos a él
son como los sarmientos y la vid y constituyen el verdadero Israel; Jesús los ha
elegido para que den fruto (Jn 15, 1-17). Los discípulos no deben extrañarse de ser
odiados por el mundo, ya que el mundo ha odiado primero a Jesús (Jn 15, 19).
27
60
E-Sword. Biblia Comentada de los Profesores de Salamanca.
Reino. Ha dicho que “la mies es mucha, pero los obreros pocos.” Él tenía en Israel una
misión temporal y circunscrita a los pocos años de su vida pública. Pero mostró que se
debía pedir “al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.”
La lista de los apóstoles, Mt 10:1-4 (Mc 3,14-19; Mc 6,7; Lc 6,13-16; Lc 9,1; Hch
1,13).
Son cuatro las listas que de los apóstoles transmiten los tres sinópticos y los
Hechos de los Apóstoles. De estas cuatro listas, en dos, Mc-Lc, se da ex profeso el
momento y el modo como los elige. En los Hechos se dan los nombres de once, ya que
Judas está excluido; y Mt sólo cuenta, incidentalmente, el hecho de que había doce
apóstoles, cuyos nombres da. Para la tradición pesó más el hecho y el oficio, que un orden
de nomenclatura. Esta forma incidental de referir un hecho de importancia suprema es un
buen índice de su misma autenticidad evangélica y su reconocimiento histórico de la
tradición y catequesis primitiva. El mismo hecho de poner que “se los llamó” (π ροσ
καλέσαμε νος), y darse después sus nombres, junto a la variedad de “llamamientos” con
que aparecen en los evangelios, parece sugerir una colocación honorífíco-solemne de
Mateo.
1
Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus impuros,
para arrojarlos y para curar toda enfermedad y toda dolencia. 2 Los nombres de los
doce apóstoles son éstos: el primero Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano;
Santiago el de Zebedeo y Juan, su hermano; 3 Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el
publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el celador, y Judas Iscariote, el que le
traicionó.
La Elección
Las listas de los apóstoles aparecen a un mismo tiempo con fijeza y variedad de
nombres. Se transcriben a continuación en forma sinóptica:
Mt Mc Lc Hechos
Simon Simón Simón Simón
Andrés Santiago Andrés Juan
Santiago Juan Santiago Santiago
Juan Andrés Juan Andrés
Felipe Felipe Felipe Felipe
Bartolomé Bartolomé Bartolomé Tomás
Tomás Mateo Mateo Bartolomé
Mateo Tomás Tomás Mateo
Sant, de Alfeo Sant. de Alfeo Sant. de Alfeo Sant. de Alfeo
Tadeo Tadeo Simón Zelotes Simón Zelotes
Simón Cananeo Simón Cananeo Jud. de Santiago Jud. de Santiago
Judas Iscariote Judas Iscariote Judas Iscariote
patriarcas y de las doce tribus. Ellos iban a ser los jefes de las “tribus” del nuevo Israel que
Cristo fundaba. Y tan sagrado e intencional fue este número de doce en el propósito de
Cristo, que, después de la traición y muerte de Judas, Pedro se creyó en el deber de
completarlo (Hch 1,15-17.21.22), recayendo la suerte sobre Matías (Hch 1,23-26).
La misión primera se restringe solamente a Israel, a las ovejas perdidas de Israel;
ya llegará el tiempo de ampliarla más y extenderla a otros pueblos. De momento, tienen
que empezar por lo más familiar. Aquel invierno transcurrió con una triple labor: la
formación de aquellos hombres, sus misiones a los lugares cercanos y la misma
predicación de Jesús, que está muy activo en aquella zona del mar de Galilea. Pero a la
elección debe responder la fe del elegido (Jn 6, 64.70); en este contexto deben entenderse
la palabras del Señor: “Muchos son los llamados y pocos los elegidos” (Mt 20, 16; 22,
14).61
La Elección
vocabulario de la vocación más bien que el de la conversión.
Naturalmente, esto no significa que Pablo no tuviera, como todo creyente,
necesidad de convertirse, sino que de todas formas esta “revelación” consiste en el
reconocimiento de que Jesús es el Mesías, que de él se deriva la vida y el don del Espíritu.
Por otra parte, pablo no tiene reparos en hablar de su “celo” por la Ley: Además, el
cristianismo del siglo I sigue formando parte de esa gran madre que era el judaísmo: Pablo
no pasó de una religión a otra.
Y en la carta a los Gálatas dice: “Cuando Aquél que me llamó por su gracia me
envió a que lo anunciara entre los que no conocían la verdadera religión, me fui a Arabia,
luego volví a Damasco y después de tres años subí a Jerusalén para conocer a Pedro y a
Santiago”. Las Iglesias de Judea no me conocían, pero decían: “El que antes nos perseguía,
ahora anuncia la buena noticia de la fe, que antes quería destruir”. Y glorificaban a Dios a
causa de mí. Si lo que busco es agradar a la gente, no seré siervo de Cristo.
Esta revelación representa el punto de partida y el centro de la acción misionera de
Pablo que, a través de tres viajes, llega a las principales regiones del Imperio romano,
fundando las comunidades cristianas de Galacia, Éfeso y Colosas en Asia, de Tesalónica y
Filipos en Macedonia, de Corinto en Acaya. Los tres viajes misioneros se desarrollan entre
finales de los años 40 (por el 47-49) y finales de los años 50 (57-58). Entre el 58 y los
comienzos de los años 60 Pablo es llevado como prisionero a Roma para sufrir allí un
proceso, ya que después de su encarcelamiento en Jerusalén había apelado a sus derechos
de ciudadano romano. Casi seguramente sufrió el martirio bajo el emperador Nerón (60-
63).
Durante sus permanencias proyectadas u obligadas, debido a la estación invernal,
Pablo escribe sus cartas dirigidas a las comunidades fundadas durante sus viajes, excepto la 30
carta a los Romanos, enviada a una comunidad no fundada por Pablo. Bajo su autoridad
figuran 13 cartas que pueden subdividirse así64:
1. Escritos a los Tesalonicenses: primera y segunda carta a la comunidad de tesalónica.
63
J. LEVIE, Paulo de Tarso elegido de Cristo, 404.
64
ANTONIO SALAS, Pablo de Tarso el primer teólogo cristiano, 31
2. Grandes escritos: primera y segunda carta a los corintios, a los gálatas y a los
romanos.
3. Escritos de la cautividad: carta a los filipenses, carta a los colosenses, carta a los
efesios y carta a Filemón.
4. Escritos pastorales: primera y segunda carta a Timoteo y carta a Tito.
Además, la crítica contemporánea exegética confirma la no paternidad paulina de la
Carta a los Hebreos.
si los acompañantes quedaron en pie sin poder hablar o si cayeron por tierra; si oyeron o no
la voz; asimismo, el hecho de que Jesús hablara a Pablo “en idioma hebreo”, pero citando
un proverbio griego (Hch 26,14). Sin embargo, el núcleo central del relato coincide
siempre:
— Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
— ¿Quién eres tú, Señor?
— Yo soy Jesús (de Nazaret), a quien tú persigues.
En otra de sus epístolas afirmó: Y en último término [Cristo resucitado] se me
apareció también a mí, como a un abortivo. 1Co 15, 8-9
Como resultado de esa “experiencia” vivida en el camino a Damasco, Saulo de
Tarso, hasta entonces dedicado a “perseguir encarnizadamente” y “asolar” con “celo” a la
“Iglesia de Dios” según sus propias palabras (Ga 1,13; Flp 3,6), transformó su pensamiento
y su comportamiento. Pablo siempre habló de su condición judía en tiempo presente (2Co
11,22; Ga 2,15; Flp 3,3-6) y señaló que él mismo debía cumplir las normas dictaminadas
por las autoridades judías (2Co 11,24). Probablemente nunca abandonó sus raíces judías,
pero permaneció fiel a aquella experiencia vivida, considerada uno de los principales
acontecimientos en la historia de la Iglesia.
La Elección
Dios encarnado, en su vida y en sus obras, sea la cima de la historia de salvación y el
comienzo de los nuevos tiempos. Jesús se dirigió a todo el pueblo de Israel para invitarlo a
la conversión y a la recuperación de la vocación primera; pero, no podía dejar de contar
con la posibilidad del fracaso de Israel. Cuando el fracaso de Israel se consumó con el
rechazo del Hijo, este entrego su vida como sello de una alianza nueva, que sin embargo no
excluía a Israel. Es por ello que la historia de salvación culminara en Jesucristo.
Jesús realizara el nuevo éxodo, llevando al pueblo de Dios de la esclavitud del
pecado a la casa del Padre, al reposo eterno de Dios mismo (Hb 4,9ss). Cristo “lleva a los
hijos a la gloria, guiándolos a la salvación” (Hb 2,10). Jesús en persona es el camino: en Él
los hombres llegan a la vida eterna. El entra primero a través del camino de la cruz. Y a
través de su carne abre la senda que lleva a los discípulos a participar en la gloria de la
resurrección. Cristo es “el camino nuevo y vivo” para entrar en el “santuario celeste” (Hb
10,19-22). El mismo dirá: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino
por mí” (Jn 14,6)
La iglesia aparece pues como la figura histórica de la reconciliación universal cuyo
autor es Cristo (Ef 1,10; 2, 11-17).
Pablo da un paso más y presenta a la Iglesia no solo como cuerpo de Cristo, sino también
de Cristo como cabeza de ese cuerpo. Cristo es el salvador de su cuerpo: la iglesia de la
cual nosotros somos miembros. Un cuerpo al que han sido llamados todos, judíos y
gentiles (Ef 2, 16).
En las epístolas dirigidas a los efesios y a los colosenses, San Pablo da un paso más y
advierte expresamente que el mismo Cristo es la cabeza de este cuerpo; que la Iglesia, como
cuerpo, está unida a aquella Cabeza y que forma con ella el Cristo total (Col 1,18-19). “La 32
Iglesia vive de la palabra y del cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma
Cuerpo de Cristo” (CEC 752). Y cuando el plan de salvación sobre el pueblo de Dios se realiza
en Cristo, este pueblo se convierte en el cuerpo de Cristo.
San Pablo amplía la imagen del cuerpo, con la imagen de la Iglesia como Esposa
de Cristo (CEC 796). En el Antiguo Testamento, la alianza de Dios con Israel fue a
menudo cantada bajo la forma del amor conyugal. Oseas inaugura este tema y Ezequiel lo
desarrolla en la bellísima narración de un rey que en el desierto encontró a una doncella
desamparada, la tomó como esposa y la protegió, y cuando ella, al igual que el pueblo de
Israel, se dio a la prostitución -idolatría y apostasía-, el rey, a pesar de sus pecados, la
perdonó (Ez 16; 23). San Pablo ha aplicado a la Iglesia este tema nupcial en la carta a los
efesios (5,21-33), donde, ante todo, pretende manifestar el “gran misterio” del amor y
unidad “de Cristo y la Iglesia”; y también en la segunda carta a los corintios (11,2-3).
Cristo es el esposo fiel que purifica y santifica a la esposa pecadora, embelleciéndola y
haciéndola casta.
La relación entre ambos es relación de amor, Cristo ama constantemente a la
Iglesia y amándola se ama a sí mismo. La iglesia, como esposa, ha de corresponder con
amor obediente al amor de su esposo.
En esta iglesia, Pablo, reconoce una estructura visible, que sirve de instrumento
comunicador de la gracia y vida divina. La Iglesia no es simplemente iglesia del Espíritu es
también una comunidad con determinada estructura social, que presencializa visiblemente a
Cristo resucitado, actuando su misión salvífica en el mundo, por medio de ella.
Iglesia tiende hacia arriba, para alcanzar el día escatológico en que Dios será todo en todos
y el mundo entero será su patria en el gozo del Shalom universal. Ella sabe que este día ya
ha comenzado, aunque no se haya cumplido todavía: la resurrección de Cristo ha creado un
mundo nuevo, ha dado comienzo a una nueva era, ha inaugurado el “octavo día eterno”.
El pueblo de Dios sabe que está en camino, pueblo en éxodo hacia la tierra
prometida, tenso hacia su cumplimiento, que no alcanzará su consumada plenitud sino en
la gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas. La visión de
la Jerusalén Celeste nos la presenta el Apocalipsis en los capítulos 21-22,5. Presento un
pequeño esbozo; Ap 21, 1ss: “Luego vi un nuevo cielo y una tierra nueva, porque el primer
cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Vi también la ciudad santa,
la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia
ataviada para su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el Trono: “Esta es la morada
de Dios, que compartirá con los hombres. Pondrá su morada entre ellos. Ellos serán su
pueblo y el, Dios-con-ellos, será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos y ya no habrá
ni muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo habrá pasado”.
El Apocalipsis no enseña una destrucción o renovación real y material del mundo
físico, sino que permanece en el campo del simbolismo. Lo que quiere decir san Juan es
que, con el Juicio Divino, los cielos y la tierra quedarán tan puros que verdaderamente
parecerán otros. Esta completa renovación del mundo exige que la nueva capital la
Jerusalén nueva sea totalmente celeste. Será nueva porque en ella no habrá ninguna cosa
impura o profana.
Teniendo bien presente a los destinatarios del Apocalipsis, el ángel revelador
advierte a través de Juan que “no entrara en ella cosa impura, ni el que obra abominación o
falsedad” (21, 27). Tan solo ingresarán “los inscritos en los libros de la vida del cordero”
(21, 27). En pocas palabras, solamente ingresarán a la ciudad Santa, la nueva Jerusalén,
33 aquellos que le permanecieron fieles a Dios y no se contaminaron con los vicios de la
sociedad pagana.
En la Jerusalén celeste no se necesitará templo alguno, como lo necesitaba la
Jerusalén temporal, porque Dios el Padre y el cordero estarán en medio de ellos. No
necesitaran luz, porque la Gloria Divina los alumbrará, verán la Faz de Dios (Visión
Beatifica). En el culto litúrgico celeste y en el reinado eterno los Santos no podrán ser
perturbados jamás por cosa profana, ni por los que hayan cometido abominación y mentira.
Beberán de la fuente de agua viva, que significa la participación de la vida Divina, sin
velos ni recelos. En este estado glorioso no habrá ya más prohibiciones o maldiciones, o
anatemas, como en el primer paraíso. La ciudad y sus habitantes serán siempre agradables
a Dios. Dios secara toda lágrima de los ojos de los santos resucitados.
En síntesis, tal como lo muestra el Apocalipsis, el Paraíso Celestial no es ni “un
cielo nuevo y una tierra nueva”, ni “la nueva Jerusalén”, en un sentido literal (material),
sino una CONDICIÓN O MODO DE VIDA INDESCRIPTIBLE, que solo se puede
visualizar por medio de imágenes y símbolos comprensibles a su auditorio; es la Morada
de Dios con los hombres… por los siglos de los siglos (Ap 21, 3; 22, 5).
Por lo tanto, el cristiano tiene la certeza de su real participación en la vida del
Señor Resucitado, pero sabe que esa participación solo la alcanzara la plenitud en la
eternidad.
La Elección
CONCLUSIONES
elección, por eso insistirán en descubrir la palabra que Dios pronuncia en su historia. Y es
precisamente en el destierro donde el sentido de la elección tomará el sentido correcto, el
de ser elegido en función de toda la humanidad. Es allí, donde aparecerán las figuras de
Moisés y la del Siervo sufriente del deutero-Isaías, que hacen presente la elección como un
servicio.
Está claro, entonces, que la elección es iniciativa gratuita de Dios, lo cual permitirá
que Israel sea propiedad íntima de Yahvé. Sin embargo, a pesar que Israel pierde el sentido
de la elección, el objetivo de Dios es hacer presente su gloria en el más pequeño de todos
los pueblos, es hacer notar que Él es el más poderoso que todos los dioses de la tierra y que
es capaz de reflejar su santidad en un pueblo que tiende a olvidarse del Dios verdadero. Por
ello, la elección de Dios es irrevocable a pesar de sus iniquidades; pero siguiendo en la
línea pedagógica, renovará esta elección, para que el hombre experimente que Dios es
capaz de crear y construir una nueva elección, y la dirigirá hacia su Siervo con el que hará
una nueva alianza.
En el tema de la Elección Mesiánica en el NT, podemos concluir que: todo cuanto
se encuentra escrito sobre esta elección, nos conduce a tener siempre presente esa fidelidad
de Dios para con su pueblo, pueblo que Dios se eligió y lo bendijo en la persona de
Abraham, quien entró en la voluntad de Dios y le obedeció. Dios cumple su Palabra,
aunque éste mismo pueblo se vaya pervirtiendo en el trayecto; Dios no lo deja solo y les va
suscitando: Jueces, Reyes y Profetas que les ayude a mantenerse en pie a la espera del
cumplimiento de la promesa hecha por Dios.
La promesa que Dios le hace a aquél pueblo, lo lleva a su cumplimiento en
Jesucristo, el nuevo Moisés, el elegido de Dios antes de todos los tiempos, cabeza y origen
de toda la humanidad; Él es quien hará que este pueblo entre en el descanso de Dios,
cumpliéndose así la promesa de Dios para con su pueblo, Él, quien es la cabeza, ya ha
35 ingresado a la presencia del Padre, y está a la espera de que su cuerpo, la humanidad,
llegue a esta misma presencia.
Jesús ha elegido a los doce discípulos, que el Padre ya había elegido y se los da
como don precioso a Jesús. Pero la elección de los discípulos por medio de Jesús no es
ningún salvoconducto que les libre del peligro de traicionar a su maestro. Los discípulos de
Jesús que permanecen unidos a él son como los sarmientos y la vid y constituyen el
verdadero Israel. Los discípulos no deben extrañarse de ser odiados por el mundo, ya que
el mundo ha odiado primero a Jesús.
Su elección es totalmente gratuita; no entra para nada la razón; aún más: parece un
desafío al buen sentido. Por su parte sólo había puesto obstáculos, se había colocado en la
situación menos favorable. Nos enseña la importancia de la labor apostólica de los
cristianos y el valor de la conversión, a dar un valor real a la elección que ha hecho Dios en
nosotros, pues él nos ha elegido.
Desde el inicio y en la base de la historia de la Revelación y de la salvación se
encuentran como protagonistas el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Su revelación en la
historia constituye el misterio por antonomasia. Su vida en el amor recíproco es la
comunión que se desvela y se comunica. Su acción en la historia maraca el espacio, el
contenido y el objetivo de la misión. Por eso la Iglesia no puede entenderse más que en
relación con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu, pues de esa triple acción vive y existe
desde su nacimiento.
Y desde el Antiguo Testamento, Dios no pretendía salvar a los hombres de modo
aislado o individual sino en grupo, como pueblo, para que pudiera servir como mediador
entre el proyecto de Dios y la realidad dramática de los hombres. La Iglesia surgirá como
el pueblo de Dios nuevo y verdadero, ya que se congrega en virtud de la acción de Jesús, el
Hijo. Esta consciencia de ser un pueblo sitúa a la Iglesia en medio de los dramas de la
historia y la hace solidaria con sus angustias y sus esperanzas. Por ser pueblo en la historia
debe darse cuenta de su condición peregrinante, pues se encuentra en camino hacia su
patria definitiva, hacia el hogar del Padre. En cuanto pueblo, sabe debe contar con toda la
variedad de actitudes que se dan en toda colectividad humana, pero en cuanto pueblo de
Dios sabe igualmente que vive como testigo de quien lo ha llamado y lo ha constituido
La Elección
como testigo.
La aparición de la santa ciudad, la nueva Jerusalén, se presenta como la culmi-
nación del libro del apocalipsis. Es la aspiración, por ello, de toda la aventura humana, de
la historia de la salvación. Esta aspiración nueva instaura, consecuentemente, un nuevo
orden de cosas y exige que todo lo viejo sea transformado.
La presencia de la nueva Jerusalén, regalo gratuito de Dios, colma las aspiraciones
de las mejores páginas de la Biblia. La unión, ya inescindible, de Dios con la humanidad
transformada. Lo que ansiaba la humanidad, y que de tantas formas ha expresado la Biblia:
La marcha del éxodo; los anhelos de los profetas, de los reyes del pueblo. Y la aspiración
del mismo Dios por plantar, de una vez por todas, una tienda permanente: La morada de
Dios con la humanidad, la presencia estable de Dios, Dios con nosotros, y la Revelación de
Dios como Padre y del pueblo como Hijo.
Lo que, de otras maneras, ha dicho el Nuevo Testamento, ha sido, por fin, recogido
por el Apocalipsis, y aquí genialmente sintetizada. El relato del Apocalipsis quiere
despertar la esperanza y propone una invitación: El que tiene sed, que se acerque a beber
gratis el agua de la vida. La invitación contiene también un premio y una llamada severa.
El premio será para el vencedor, que heredará todas las cosas; el castigo está destinado a
quienes desoigan esta llamada y se muestren como hijos, no de Dios, sino del Diablo padre
de la mentira. Esta ciudad aparece como una perla, en la que habita toda la gloria de Dios.
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BIBLIOGRAFÍA
La Elección
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