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7/3/22, 7:57 Revista "Psicoanálisis: ayer y hoy"- Nº2- Indicaciones y contraindicaciones en el tratamiento psicoanalítico de niños
responsabilidad
del malestar desatado. Finalmente, en otros casos, Arminda Aberastury tenía
razón y se producían modificaciones muy positivas y saludables en el resto.
Si tomamos en cuenta la
posición opuesta, las terapias familiares plantean que si tratamos a la
Gestalt
familiar, cada uno de sus miembros también mejorarán. Esto encierra algo de
verdad.
Pero desgraciadamente he observado el progresivo deterioro
esquizofrénico con aparición de
alucinaciones flagrantes en hijos que
presentaban patología seria y fueron abordados
exclusivamente desde la
perspectiva familiar, durante años. Por ejemplo, fueron años perdidos
irremediablemente, a mi entender, para la recuperación de una niña transformada
hoy en una
adolescente con una caracteropatía psicótica irreversible.
Pienso que el tema que hoy
nos preocupa no puede dilucidarse desde una sola perspectiva
teórica. Es más,
si ése fuera el objetivo, bastaría con hacer una exhaustiva consulta
bibliográfica al estilo de la del doctor Carlos Paz en su libro Analizabilidad,
por ejemplo.
Creo que todos tratamos de
estudiar, escuchar y ensayar todo aquello que nos parece
científicamente
válido.
Por eso, según mi opinión,
creo que lo más importante es intercambiar opiniones acerca de lo
que hacemos
cuando estamos ante determinado paciente y en circunstancias contextuales
precisas.
Pensemos
psicoanalíticamente y aceptemos que también en nuestro quehacer profesional
respondemos según nuestras series complementarias:
1) Todos descendemos de
alguien: nuestros padres terapéuticos. Nuestra genealogía, como la
llamaba
Heinrich Racker.
2) Todos tenemos nuestra
propia historia personal, según la cual asimilamos y compartimos
ciertas
teorías y técnicas psicoanalíticas mejor que otras.
3) El caso recién llegado
a consulta funciona como elemento desencadenante, y, si logramos
escuchar con
atención flotante, tarde o temprano vislumbraremos un panorama más o menos
claro acerca de la problemática, el diagnóstico y la estrategia terapéutica más
adecuada.
En mi opinión, ninguna
teoría da cuenta cabal de la patología de todos los casos ni nos provee
de una
herramienta terapéutica válida para todos los casos.
Pero mi propuesta no es
caer en un eclecticismo confusional e inocuo o iatrogénico, según el
caso. Más
bien, se trata de no funcionar con anteojeras idealizando determinadas escuelas
y
subestimando otras que han demostrado ser válidas.
Propongo que ante cada
caso nos ubiquemos según los tres puntos siguientes: 1) realizando un
estudio
diagnóstico lo más minucioso posible; 2) preguntándonos qué opinarían las
distintas
escuelas psicoanalíticas y cuál de ellas daría cuenta cabal del caso;
3) abordando el tratamiento
desde el enfoque más efectivo de la terapia del
caso o derivándolo si no es de nuestro dominio.
Cada Escuela
psicoanalítica tiene sus propios criterios acerca de la indicación y la
contraindicación de análisis. No hay coincidencia entre los criterios de Anna
Freud, Melanie
Klein, Donald Winnicott, Françoise Dolto o Maud Mannoni, por
nombrar a los más destacados.
Pienso que también podríamos aplicar aquí el
principio de continuidad genética: cada escuela
nace en función de otra
precedente, se desarrolla, encuentra sus propias limitaciones y da lugar
al
nacimiento de otra teoría que la superará y que a la vez será superada. Pero si
han sido
producto del esfuerzo de una mente profunda, rigurosa y metódica, algo
de verdad habrá en
cada una de ellas y así sobrevivirán al paso del tiempo y no
serán invalidadas por nuevas teorías.
Cuando recibo un pedido de
consulta, trato pues de escuchar lo más abiertamente posible y de
estar atenta
a mis propias asociaciones e hipótesis presuntivas.
Todos los que me conocen
saben que acostumbro a realizar un psicodiagnóstico clínico completo
incluyendo
tests proyectivos y objetivos y por lo menos una entrevista familiar
diagnóstica y una
entrevista de devolución a los padres, al hijo y/o a toda la
familia, según el caso. De esta
manera dispongo de varios parámetros para
llegar a la decisión acerca de recomendar análisis o
no.
Trataré ahora de enunciar
algunas de las indicaciones más frecuentes en mi experiencia clínica:
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7/3/22, 7:57 Revista "Psicoanálisis: ayer y hoy"- Nº2- Indicaciones y contraindicaciones en el tratamiento psicoanalítico de niños
1) Recomendación de
orientación a padres (no análisis al niño) cuando se trata de conductas
reactivas a la de los padres o de pautas que a éstos le preocupan pero que
están dentro de las
variaciones de la normalidad, como diría Anna Freud.
2) Terapia breve de base
psicoanalítica (no psicoanálisis) cuando se trata de momentos
evolutivos
difíciles acompañados de regresiones al servicio del desarrollo (Peter Blos)
tales como
crisis de angustia, "síntomas" hipocondríacos, fobias,
etcétera. (Véase al respecto lo expuesto
en mi libro El síndrome de la niña
púber.)
3) Cuando el punto máximo
de maduración de la pareja parental ha quedado detenido en el
mismo nivel en el
que se produce la consulta por el hijo, recomiendo esclarecimiento para los
padres, como ayuda única o paralela a la que recibe el hijo.
4) Cuando es obvio que el
conflicto del hijo es el fiel reflejo y producto de un vínculo patológico
de la
pareja mi recomendación es terapia de pareja para ellos y un chequeo periódico
al niño.
La recomendación de terapia familiar quedará reservada para los casos
en que el niño
"engancha" en la patología de los padres y toda la
familia comparte una dinámica enferma.
Aunque no soy autoridad para opinar como
especialista, pienso que no siempre es sano mezclar
a padres e hijos, quienes
pasan a transformarse en padres de sus padres, en jueces despiadados,
o en
"voyeurs" de escenas primarias sádicas o perversas.
5) Recomiendo tratamiento
psicoanalítico cuando el motivo latente de la consulta constituye
realmente un
"síntoma" y, por lo tanto, hay conflicto intrasistémico. Esto no
quita que también
los padres necesiten esclarecimiento o terapia paralela.
La edad cronológica del
niño obliga a hacer algunas salvedades. Si el niño es un pre-latente la
indicación se mantiene aunque se registre: a) ausencia de sufrimiento por el
síntoma; b)
predomino del beneficio secundario sobre el sufrimiento mental (A.
Freud); c) fuertes
resistencias del niño a concurrir al consultorio.
Si en tales casos la
alianza terapéutica con los padres es fuerte y sin ambivalencias, el trabajo
analítico será posible y habrá que trabajar con la interpretación de la
transferencia negativa
desde el comienzo (M. Klein).
Si el niño es ya un púber
que no sufre, que saca buenos beneficios secundarios y sus padres son
reticentes para convencerlo de la necesidad del análisis, éste resultará
imposible y será mejor
recomendar un tiempo de espera hasta que el propio niño
sienta que lo necesita. La
recomendación de análisis sería correcta desde el
punto de vista clínico, pero sería
contraproducente si quedara inscripta como
un fracaso del niño o como su triunfo maníaco
sobre un terapeuta impotente.
6) Cuando el diagnóstico
supera los límites de las neurosis y entramos en el terreno de las
psicosis,
cuadros borderline, enfermedades psicosomáticas, psicopatías y
perversiones, la
recomendación de tratamiento psicoanalítico es imprescindible
pero no será efectiva sin algunos
otros complementos y sin variaciones
considerables en la técnica. El niño que ha enfermado
"antes de la
palabra", como dijo Dolto en su visita a la Argentina, necesitará una terapia
de
"holding" hasta que se hayan creado las condiciones óptimas
para los fenómenos transicionales
(Winnicott) y pueda acceder a "escuchar
al otro" y asimilar una interpretación de su juego. El
niño entremezclado
en una red confusa de identificaciones proyectivas con su madre debería ser
tratado en una terapia psicoanalítica vincular incluyéndola, como única forma
de desarticular
esa "folie á deux" o psicosis simbiótica
(Mahier).
El niño borderline
tiene una madre también borderline, sostienen Kernberg y Masterson y
recomiendan que el tratamiento psicoanalítico transcurra combinado con
intervenciones
directivas y apoyo.
En casos de adicción
sabemos que la efectividad del psicoanálisis es limitada y que, aun cuando
está
indicado, debe complementarse con grupos de apoyo y técnicas de fortalecimiento
del yo.
En todas estas patologías
de pronóstico reservado, el psicoanálisis individual es necesario pero
no
suficiente para curar a un niño (o adolescente o adulto). Lo es porque ya se ha
instalado un
conflicto intrasistémico y sabemos que el psicoanálisis es la
herramienta por excelencia para
hacer consciente lo inconsciente y superar el
conflicto. Pero no es suficiente si hay una
estructura familiar patológica que
"necesita" mantener la patología del hijo "designado" como
paciente, es decir, como depositario (P. Riviére) y que ofrecerá un frente de
fuertes resistencias
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desestimable, pienso sin embargo que debe ser colocado en el lugar adecuado. Es
decir, en la
subordinación de tal demanda a las premisas básicas de la
analizabilidad: la demanda de análisis
no es sino la inauguración de una
posibilidad de abrir el ejercicio analítico, cuyas condiciones se
complican en
gran medida en razón de que, como todos sabemos, en general, en el campo del
análisis de niños no opera a partir del potencial paciente sino de un familiar
(predominantemente los padres) que toma a su cargo el pedido de consulta.
No quiero decir con ello
que no haya múltiples formas (directas o indirectas) por las cuales el
niño
realice un pedido de análisis, pero esto no implica, sino en muy pequeño número
de casos y
fundamentalmente en el radio de espacios imbuidos de cultura
analítica, que el niño pueda
verbalizar tal pedido. Todo esto ha generado una
serie de discusiones más filosóficas que
teóricas acerca de cuál debe ser la
postura del analista de niños ante la demanda del paciente,
discusiones que, en
mi opinión, de no ser recentradas ocultan más que favorecen el
despejamiento
del campo, que la indicación de tratamiento debe poner en juego.
A partir de aquí retomo la
pregunta inicial (indicaciones y contraindicaciones) y dejo entre
paréntesis
por ahora la posibilidad de que el consultante pueda, a su vez, asumir el juego
que se
abre ante la consulta o el proceso diagnóstico y el futuro análisis que
éste puede o no inaugurar.
En mi opinión, es obligación del analista determinar
las condiciones de analizabilidad y las
posibilidades de analizabilidad, a
partir de eso es derecho del consultante definir si se analiza o
no, pero la
práctica analítica no puede quedar subordinada a la demanda (como ninguna
práctica terapéutica).
La perspectiva que vengo
investigando hace ya varios años consiste en someter las premisas de
la clínica
a la metapsicología, y a partir de ésta como eje conductor poner a trabajar y
revisar
los aportes tanto de Melanie Klein como los de Lacan. Señalo Melanie
Klein y Lacan no porque
no crea que tenemos que trabajar (coincido con María
Esther García Arzeno) con la riqueza
acumulada en la historia del
psicoanálisis, no sólo de niños. Creo que hay una tendencia en
estos años a
creer en cada escuela que el psicoanálisis ha nacido por generación espontánea,
a
descubrir todos los días la pólvora de nuevo y a abandonar no sólo la lectura
de Winnicott, de
Malher, de Kohut, de grandes del psicoanálisis, sino olvidar
que alguna vez existieron Federn,
Víctor Tausk, Abraham, Ferenczi, a los que
podríamos llamar los pioneros, los grandes del sillón.
Hay una tendencia a
redescubrir cosas y a reactivar polémicas que, incluso revisando las Minutas
de
Viena, ya fueron zanjadas. Peto retomo lo de Lacan y Melanie Klein porque
realizaron, desde
mi punto de vista, más que enriquecimientos parciales al
tronco fundador del freudismo, un
cuerpo coherente de teoría que implica tanto
una propuesta de modelos de funcionamiento
psíquico como una técnica de ella
derivada. En este sentido, pienso que constituyen escuelas
madres a partir de
Freud; por supuesto, la propuesta de Anna Freud también, pero yo he
trabajado centralmente
la de Lacan y Melanie Klein.
Quiero señalar cuáles son
los ejes alrededor de los cuales podría centrarse hoy la indicación de
un
análisis infantil. En primer lugar, parto de considerar un sujeto en
estructuración definido por
las condiciones particulares que la estructura del
Edipo otorga para la instauración de su
singularidad (destaco
singularidad). Es decir que sólo se constituye como sujeto sexuado en el
marco
de la relación con el otro humano (función paterna), cuyos momentos de
inauguración no
son fundamentalmente cronológicos pero sí definidos por una
temporalidad y una posibilidad de
historización.
Momento de la instauración
de la represión originaria, es decir, del clivaje que inaugura la
diferencia
entre el proceso psíquico primario y el secundario (correlativo a la fundación
del yo),
precursores (instauración de los primeros movimientos específicos
defensivos del psiquismo,
transformación en lo contrario y vuelta contra la
persona propia) y destinos (instauración de la
represión secundaria ligada al
superyó). Creo que tal vez sea necesario aclarar que a cada uno
de estos
movimientos yo he intentado cercarlos clínicamente en mi trabajo, que no es
solamente lo que estoy formulando teóricamente sino que intento rescatar los
movimientos
fundadores en su temporalidad histórica (a partir de la explotación
clínica), arrancándolos de la
idea de que son momentos míticos.
Son momentos constitutivos
estructurantes pero pueden ser cercados en el proceso diagnóstico,
y a partir
de su cercamiento se pueden definir los momentos de operancia en análisis
infantil.
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Formaciones neuróticas en
la infancia entonces, a partir de la vigencia de los sistemas psíquicos
y de la
emergencia de las formaciones del inconsciente, indefinibilidad de la neurosis
infantil en
sí misma sino por contraposición a las formaciones anteriores a la
represión originaria o
secundaria, según el momento de abordaje del psiquismo.
Es evidente que a esta altura está
implícito en mis desarrollos la
imposibilidad de considerar análisis, en el sentido estricto del
término, a
aquellas intervenciones terapéuticas (necesarias) anteriores a la fundación del
aparato psíquico.
En esa medida se inaugura
el tercer problema para el tema que hoy encaramos, antes de que se
constituyan
las formaciones sintomales en sentido estricto, antes de que se produzcan los
clivajes definitivos estructurantes del aparato psíquico. ¿Se puede considerar
que no hay sujeto
con el cual operar? Y entonces, ¿estaría contraindicada la
intervención con carácter analítico en
la primera infancia? ¿Sería necesario
remitir a la estructura fundante del Edipo tales
intervenciones y, en esa medida,
no se podría actuar sino con otras técnicas, sea binomio, sea
familia, sea
entrevistas de pareja?
Voy a mostrarles algunos
gráficos que pensé en relación con esta cuestión de estructura
determinante-formación de síntomas.
La homotecia
estructuralista es un concepto matemático, y consiste en que a cada punto de un
cuerpo le correspondería un mismo punto reflejado en el espacio.
Ésta es la concepción con
la que se ha manejado, en estos años fundamentalmente, la
propuesta lacaniana
del psicoanálisis de niños. Se escucha el deseo de la madre (que además es
imposible de ser oído) porque para escuchar el deseo de la madre, la madre
tendría que ser
paciente del analista, nunca el deseo puede ser explorado a
través del discurso manifiesto, es
decir a través del discurso de una primera
consulta. Se pueden encontrar elementos subrogados
del deseo pero jamás el
deseo materno.
Entonces se toma en un
traslado directo y se tiende a operar en el análisis sobre el primer
triángulo,
es decir el psiquismo infantil sería (si ustedes quieren) la realización del
deseo
materno. Ésta es básicamente la propuesta estructuralista, pero yo
planteo varias cosas que se
diferencian de esta propuesta.
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En primer lugar lo
siguiente: los padres son sujetos clivados (supongamos que los padres están
interactuando), es decir, son sujetos ellos mismo de inconsciente y están
operando en sus
relaciones a través de aspectos preconscientes e inconscientes,
tanto la madre como el padre.
De manera que sus interacciones son interacciones
que incluyen aspectos preconscientes e
inconscientes de su propia estructura.
En función de esto: en la relación con el hijo, si nosotros
pensamos (y
volvemos al modelito freudiano del aparato psíquico), vamos a ver cómo se
producen inscripciones de ambos padres que operan del siguiente modo.
Es decir que operan
fundando en el aparato psíquico del niño representaciones tanto
preconscientes
como inconscientes; van a definirse sistemas de cargas y contracargas a partir
de
los aparatos psíquicos de los padres. Ustedes ven que inicialmente este
triángulo quedó
invertido; entonces, en lugar de ser un triángulo que se
refleja idéntico es un triángulo que se
invierte en la constitución del aparato
psíquico infantil.
Se invierte porque el
sistema con el cual se estructura es un sistema fundamentalmente de
cargas y
contracargas, de deseos y prohibiciones, de mensajes y contramensajes. Lo que
salva al
niño del doble vínculo, en el sentido de los americanos, es que los
mensajes y contramensajes
(si los padres no están demasiado enfermos) obedecen
a clivajes entre lo inconsciente y lo
preconsciente y los clivajes yoicos. Los
clivajes yoicos son los que producen lo que los
americanos llamaron el doble
vínculo.
De manera que estamos acá,
en este primer movimiento el triángulo se invirtió; cuando nosotros
estamos en
el momento de la consulta tenemos una primera estructuración, aproximación
"estructurativa", donde tenemos padre, madre e hijo y, en lo
manifiesto, sistemas de
interacciones en conflicto. Algunos que no atañen al
hijo (o que no atañen intelectualmente),
otros que lo atañen, otros que forman
parte de las áreas parciales de los intercambios.
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Cuando nosotros pensamos
en operar psicoanalíticamente, pensamos en el clivaje del aparato
del niño, con
lo cual lo que ocurre en el momento de operar es que si el orden de
determinaciones del triángulo originario era éste (A), el orden de proyecciones
de la neurosis
infantil es éste (B). Es decir que el niño se constituye a
partir de este sistema y reinvierte sobre
las figuras parentales (como lo
plantea muy claramente Melanie Klein) esto. Lo que yo estoy
planteando es que
lo que planteó Melanie Klein acerca de la constitución de las proyecciones
sobre los padres no surge de la nada sino que vuelve en espejo, a partir de la
metabolización de
este primer triángulo constituyente.
Con lo cual estamos en el
orden de la neurosis cuando nos encontramos con este clivaje en el
aparato
psíquico del niño y con la inversión de este sistema de proyecciones, cuando el
niño ya
no es un síntoma de los padres (en el sentido de emergentes como lo
hubiera dicho Pichon), sino
cuando el niño es un producto psíquico diferencial
y tiene constituidos los sistemas de conflicto
intersistémicos, es decir, intrapsíquicos.
Ése es el momento en que
el analista tiene que intervenir para operar, definiendo la
analizabilidad
infantil. Éste es el punto central que he querido plantear en relación con las
neurosis. La inversión del triángulo marca el pasaje de lo intrasubjetivo a lo
intersubjetivo; es
decir que lo que se ha constituido intrasubjetivo aparece en
el momento de la consulta como
intersubjetivo, pero al analista no le
corresponde operar sobre lo intersubjetivo sino sobre la
estructura
determinante de lo intersubjetivo que en este momento ya no es la originaria
sino
ésta. ¿Es claro?
En los momentos previos a
la constitución de la represión originaria sí se opera sobre este
triángulo, y
ahí es donde se opera en el sistema de determinaciones. Ahí diferencio
determinantes
de la estructura del Edipo de sistemas del conflicto intrapsíquico constituido
en
el niño. Entonces tenemos dos movimientos, uno que hace a la analizabilidad
con conflictos y
otro que hace al momento de la estructuración.
La indicación de análisis deriva
entonces de la existencia de esta zona de conflicto
(intrapsíquico), cuyos
efectos intersubjetivos son ya sistemas de proyecciones de objetos, ya no
son
las operancias de los conflictos intersistémicos.
Doctor José Valeros: Nos parece importante subrayar este
punto. Si el analista asumiera que
tiene la posibilidad de conocer más de lo
recortado y parcial que de lo que de hecho puede
saber, estaría funcionando con
una actitud mágica. A menudo estamos tentados a tomar una
postura mágica
precisamente porque las pocas entrevistas de evaluación nos enfrentan a una
multitud de situaciones psicológicas que sólo reconocemos como en tinieblas. Es
claramente
angustiante sostener la situación de indicación a partir de tanto
desconocimiento. Otro motivo
para que el analista asuma una actitud mágica
frente a la evaluación es la seducción por parte
de los pacientes y de sus
padres a que participe con ellos en tal clase de expectativas.
Destacamos este punto
porque nos parece marcadamente diferente que el analista enfrente la
tarea de
indicación desde una posición mágica o que lo haga desde una postura racional y
de
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disconformes con la manera en que están criando a Jorge. Por las noches, cuando
los padres
están en su casa, es el padre quien se ocupa de bañar, dar de comer
y hacer dormir al niño. La
madre critica ácidamente el modo en que su esposo
realiza estos cuidados. Ella considera que lo
hace en forma infantilizante, que
malcría y no estimula la autonomía del hijo.
En el momento de la
consulta los padres están en pleno proceso de separación. La separación
fue propuesta
unilateralmente por la esposa debido a la agresividad verbal del marido.
Jorge tiene un hermanito,
Natalio, de 3 años, a quien maltrata físicamente en forma
continuada.
Jorge entra a la primera
entrevista de evaluación con resolución y confiado, y le declara a la
analista:
"Vos tenés que venir conmigo a vivir a mi casa. Vamos a construir rifles y
vamos a
matar a mi papá y a la mucama". Luego pide a la analista que
construya escopetas con piezas
Rasti. A partir de ese momento, en toda la
primera entrevista, y en las dos restantes, se dedica
a hacer juegos de
"matar monstruos". Alternativamente él y la analista son el monstruo
a quien
el otro persigue y mata con la escopeta. A lo largo de los juegos
muestra gran facilidad para
entrar en un estado mental de ilusión. Hay momentos
en que el juego se interrumpe porque la
realidad psicológica del juego adquiere
una convicción alucinatoria para Jorge y esto le provoca
excesiva ansiedad. Se
siente literalmente un monstruo y entonces se mira y se toca el cuerpo
para
corregir esa percepción. A pesar de la interrupción, el paciente logra
reiniciar el juego a
los pocos minutos.
Estos padres han venido a
consultar por la amenaza, ligeramente velada, del colegio de echar a
su hijo
por mala conducta. ¿Cuánto tiempo y hasta qué punto puede esta motivación
sostener un
proceso analítico del hijo? En cierto modo la amenaza del fracaso
escolar es legítima
motivación, en la medida en que significa una marginación
oficial de la vida cultural y una
confirmación social de un fracaso estrepitoso
de la función de crianza parental. Decimos hasta
cierto punto porque para los
padres el fracaso escolar es mínimamente una problemática
personal del hijo.
Para el padre, el problema
reside fundamentalmente en las maestras que, según él, tienden a
fomentar la
sumisión de los niños y no valoran el mérito de autorrealización personal que
tiene
la agresión.
Para la madre, los
problemas de socialización del hijo son básicamente una responsabilidad de
su
esposo, a quien ve fomentando los aspectos más regresivos en la conducta de
Jorge.
El analista, por su parte,
ha obtenido una visión definida pero muy parcial de la personalidad
del niño.
Ha podido comprobar una relación inicial de confianza del niño en la persona
del
analista y en el setting, de los que se apoderó de inmediato y con
firmeza. Además de la
confianza, Jorge se puso rápidamente en una posición de
dependencia de la analista al
requerirla para participar activamente en sus
juegos, como también mostró su necesidad
perentoria de jugar para resolver su
acuciante conflictiva interna.
El niño mostró una
persistente capacidad de juego que la analista valoró como un factor
positivo,
a la vez que desplegó una fantasía dominada por ansiedades persecutorias que se
consideraron un rasgo negativo de su personalidad. El valor negativo de las
ansiedades
persecutorias se relacionó con la extensión en que dominaban la vida
del niño y con que
sobrepasaban sus posibilidades de elaboración. Estas
consideraciones son la base de la impresión
clínica de que este niño podría
beneficiarse de un psicoanálisis individual.
Por nuestra experiencia,
pensamos que el despliegue de las fantasías persecutorias en la
relación
analítica permitirá posiblemente una mejor elaboración e integración de la
agresión en
la persona del niño.
Creemos, por otra parte,
que el conocimiento del niño y de los padres es muy parcial y que toda
conjetura sobre las posibilidades de establecer un tratamiento y sobre los
eventuales beneficios
del mismo son tentativas e imprecisas. Uno de los pocos
desarrollos que podríamos anticipar
como probable, es que el niño, a poco de
comenzado un proceso analítico, pierda su capacidad
de integrar la agresión y
las ansiedades persecutorias y que recurra al ataque literal al analista y
a su
setting, tal como lo hace en su casa y en el colegio.
Esto no es considerado
como un problema para el curso del análisis en sí, pero puede
anticiparse que
las luchas dentro de la sesión y los controles de la conducta agresiva que
serían
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necesarios podrían despertar severas reacciones por parte del padre que
seguramente las
percibirá como esfuerzos coercitivos del analista para someter
a su hijo.
Sobre los datos de la
evaluación de Jorge, hacemos las siguientes preguntas:
1) ¿Cómo escuchará este
padre la recomendación clínica de psicoanálisis para su hijo?
2) ¿Hasta qué grado
prevalecerá su preconcepción de que el análisis somete a los pacientes a las
directivas y los consejos del analista?
3) ¿Puede el analista
corregir en unas pocas entrevistas la valoración que tiene este papá de la
relación analista-paciente?
4) Si el padre, a pesar de
su visión del análisis, aceptase la recomendación de análisis para su
hijo,
¿qué motivaciones tendría para hacerlo?
5) Estas motivaciones,
hasta ahora desconocidas, ¿sería oportuno investigarlas?
6) ¿Cuántas posibilidades
y cuán útil al futuro proceso analítico del niño tendría el hecho de
detenerse
a esclarecer las motivaciones profundas del padre?
7) Dada su especial
valoración de la agresividad, ¿sería útil advertirle al padre que en el curso
del tratamiento el hijo podría mostrar menos agresión manifiesta?
8) ¿En qué medida la
oposición al análisis de este padre es un desplazamiento de sus conflictos
con
su esposa? Si fuese así, ¿en qué medida es posible o conveniente averiguarlo?
9) ¿Qué criterios podrían
usarse para decidir la mejor indicación para Jorge y para su familia?
10) ¿Cómo escuchará la
mamá de Jorge la posible recomendación de análisis para su hijo?
11) ¿Significará para ella
una confirmación de su visión sobre el efecto nocivo del maternaje que
realiza
su esposo?
12) ¿Será, posiblemente,
un alivio y reparación para la tarea de matemación que ella no realiza?
13) ¿Tendrá la expectativa
de que el analista cambie la "esencia" agresiva de su hijo y quizá
vicariamente la de su esposo, que tanto le cuesta tolerar?
14) ¿Verá en la indicación
de análisis una confirmación o una refutación a su diagnóstico de
agresión
"innata"?
15) ¿Podrá sentir que el
analista reemplazará a su esposo en los cuidados maternales del hijo?
Esta lista de preguntas es
incompleta, no incluye todas las posibles conjeturas que sería factible
plantear en esta evaluación. Es sólo lo suficientemente extensa como para
expresar la enorme
complejidad de la situación psicológica de indicación de
tratamiento.
Por su parte, el analista
no cuenta con ningún conocimiento sistematizado que le facilite la
indicación.
Sabe que hay varias formas de psicoterapia individual y grupal y de
tratamientos
institucionales y medicamentosos. Sabe también que no hay estudios
comparativos sistemáticos
que le faciliten la indicación de tratamiento. No
tiene otro recurso que usar sus criterios
personales surgidos de su
experiencia. Nuevamente nos parece importante que el analista
reconozca su
situación. La alternativa, que nos preocupa, es la de desconocerla y adoptar en
consecuencia una postura mágico-mitológica de seudoconocimiento, porque esto
entorpecería la
creación de la situación analítica. Podría, en cambio, llevar a
la creación de un campo
psicológico dominado por el control, la fuerza, el
dominio, las convicciones.
La idea central de este
trabajo es simple: no hay recursos racionales ni mágicos para resolver
las
complejidades psicológicas de la indicación; que deben quedar por necesidad no
resueltas;
que el único instrumento para delimitar la indicación del
tratamiento es la brevedad en el
tiempo.
Si bien es típico de la
indicación de psicoanálisis que las complejidades psicológicas del período
de
evaluación quedan no resueltas, hay un recurso que nos parece trascendente.
Éste consiste
en que el analista facilite con su actitud de
"tentatividad", desconocimiento y relatividad, la
iniciación de un
clima psicológico y una modalidad de relación de mutua dependencia que
pueda
eventualmente facilitar el establecimiento de la situación analítica. Lo
opuesto, y hacia
lo que advertimos, es la instalación de una relación de
control o coerción mutua basada
profundamente en el pensamiento mágico y no
conducente al desarrollo de la situación
analítica.
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La indicación no queda
establecida de una vez. Tanto para el paciente como para sus padres, el
curso
del análisis les presentará sucesivos momentos en que necesariamente van a
rectificarse
las motivaciones y expectativas conscientes e inconscientes que
sostienen el tratamiento.
La experiencia clínica nos
sugiere que el curso profundo del proceso analítico está conducido
por las
activaciones y desilusiones de las expectativas inconscientes. Y si bien esto
importa
centralmente para el paciente, también es cierto, aunque más
periféricamente, para los
padres.
En la realidad
clínico-psicológica de la indicación, el analista hace dos determinaciones
principales. En base a su experiencia personal decide si el análisis podría
serle beneficioso a su
paciente. Y luego evalúa si el paciente y los padres
pueden aceptar su encuadre del tratamiento
analítico. Si se dan esas dos
condiciones, el tratamiento puede comenzar y en el transcurso se
irán develando
y resolviendo algunas de las complejidades que inicialmente estaban en
tinieblas.
Pero tan relativa es la
posición del analista que, aun en aquellas cuestiones que se resuelvan
favorablemente, podrá tener el conocimiento certero de muy pocas.
Hemos descripto y
subrayado limitaciones al conocimiento y al control por parte del analista a
lo
largo de este ensayo. Nos importa, finalmente, destacar que no consideramos a
esta situación
del analista como negativa. Simplemente nos parece que es
intrínseca y esencial a la naturaleza
del proceso analítico.
Doctora Susana L. de
Ferrer: Desde ya
quiero dejar sentado que no es justamente una posición
privilegiada ser la
cuarta en la intervención, porque se corre el riesgo de que muchas cosas
pensadas en la soledad de la reflexión (como decía muy bien Silvia) ya hayan
sido dichas y que
otras eventualmente se salgan del marco de lo señalado
anteriormente.
Yo quisiera atenerme en
forma bastante ceñida al tema que nos convocó, o sea el de
"Indicaciones y
contraindicaciones en el tratamiento psicoanalítico de niños", y enfatizo
lo del
tratamiento psicoanalítico de niños porque quisiera trazar una
diferenciación entre lo que yo
entiendo que es pensar psicoanalíticamente al
niño y desplegar una terapia con una estrategia
psicoanalítica, tal como nos
las ha enseñado Freud en la aplicación de su método con pacientes
adultos,
traspolándolo luego al tratamiento de niños y adolescentes.
Quisiera darle un enfoque
muy clínico a esta temática, y desde ya parto del punto de vista de
una total
legitimación del tratamiento psicoanalítico para la psicopatología infantil.
Como lo
hemos visto esta noche, pienso que coincidimos todos en el
reconocimiento de que el tema es
muy debatido, que es un tema que ha sido
abordado por las distintas escuelas con
características muy diferentes y
llegando a conclusiones muy disímiles. Sin embargo, creo que la
confrontación
de los distintos enfoques es factible y, además, muy estimulante.
Pienso que no está de más
decir que desde 1905, cuando Freud empezó a pensar en Juanito
(porque el padre
sometía las notas que hacía de Juanito psicoanalíticamente antes que éste
desarrollara su fobia), hasta 1909, cuando nos presenta el enfoque de la fobia
de Juanito desde
la perspectiva de una metapsicología psicoanalítica, hemos
aprendido a pensar en el niño sano y
en el niño enfermo desde una perspectiva
diferente. A partir de allí hemos visto muy bien esta
noche que las distintas
escuelas han desarrollado distintas estrategias en cuanto al abordaje de
la
psicopatología infantil, enfocando la problemática ya sea desde el punto de
vista del discurso
familiar, de la problemática de la madre, del padre, de la
pareja combinada y de la situación
ambiental en la cual el niño ha estado
inserto.
Esto hace que en la
historia de los tratamientos y de las técnicas de abordaje psicoanalítico del
niño encontramos una gran anarquía de enfoques.
Esta anarquía queda
totalmente reducida cuando podemos pensar al niño desde su enfoque
evolutivo,
teniendo en cuenta el comportamiento de sus instancias psíquicas (comprendidas
en
términos de yo, superyó y ello), y la interacción entre estas instancias,
así como la interacción
de su persona con el medio ambiente. De este modo, podemos
apreciar en qué medida el niño
se puede adecuar a las exigencias de su ello, a
las demandas que su mundo ambiental le exige,
y comprender el recurso en
función del cual logra un equilibrio (inestable por cierto, pero un
equilibrio
al fin) para poder funcionar en el medio ambiente en el cual le es dado vivir.
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Si tenemos en cuenta lo
que nos dice Sigmund Freud, Anna Freud, Melanie Klein y muchos otros
colegas
que se han dedicado a la aplicación del psicoanálisis al tratamiento de la
psicopatología
del niño, si tenemos en cuenta que el psicoanálisis puede
brindarle al niño las mismas ventajas y
los mismos privilegios que a un adulto
y que sólo varían las técnicas de comunicación con las
cuales el niño va a
expresar su conflictiva (léase expresándose a través de la actividad lúdica,
de
la gráfica, de la mímica, de la verbal y de la combinación de todos estos
canales de
comunicación), tenemos que aceptar que en estos momentos el criterio
de indicación o
contraindicación del tratamiento psicoanalítico para un niño y
el criterio de analizabilidad de un
niño deben ser evaluados en función de un
tiempo diagnóstico, dando al terapeuta la
oportunidad de trazar un perfil que,
a su vez, permita trazar una estrategia y una orientación
terapéutica.
Esto que de alguna manera
constituyó un consenso en esta mesa, porque creo que estuvimos
todos de acuerdo
en que este tiempo diagnóstico es un instrumento valiosísimo para poder
evaluar
la indicación o la contraindicación de un tratamiento, no ha sido un supuesto
aceptado
desde los comienzos de la historia del psicoanálisis. Si ustedes
recuerdan los primeros
tratamientos descriptos por Anna Freud o Melanie Klein,
los de Hughs Helmuth o Sophie
Morgenstern y otros precursores de la técnica en
psicoanálisis de niños, prescindían del tiempo
diagnóstico. Analizaban niños
que eventualmente provenían de otros colegas o de hijos de
analistas, quienes
los llevaban directamente con indicación para terapia.
En estos casos, la
entrevista diagnóstica era obviada; si rastreáramos los casos que Melanie Kein
trae en su libro Psicoanálisis de niños, veríamos que son niños que han
pasado directamente a
un tratamiento psicoanalítico. El hecho de pensar al niño
psicoanalíticamente hace que cada
vez más se reconozcan con mayor frecuencia
distintos tipos de disturbios, que no han
consolidado una patología neurótica
sino que son alteraciones de la conducta o manifestaciones
psicosomáticas
transitorias. Esto impone una evaluación diagnóstica previa.
Tanto los pediatras como
los educadores y los padres denuncian hoy en día precozmente un
síntoma que da
cuenta de un funcionamiento conflictivo del aparato psíquico. Nos damos cuenta
de que no podemos encuadrar en la indispensabilidad de un tratamiento
psicoanalítico
propiamente dicho todas las consultas que se nos dispensa en
relación con síntomas o conductas
conflictivas que el niño pone de manifiesto.
Esto nos conduce a pensar
en la utilidad de la creación de un perfil diagnóstico que nos permita
adecuar
la estrategia del tratamiento en cada caso particular.
Pensar psicoanalíticamente
en el niño, implica pensar en él desde el punto de vista
metapsicológico,
pensar en él desde el punto de vista de las características evolutivas en cada
una de sus etapas de estructuración y, por supuesto, en la forma en que interacciona
con el
medio ambiente.
Siguiendo el perfil
metapsicológico que nos propone Anna Freud, del cual pienso que constituye
una
de las clasificaciones psicopatológicas más psicoanalíticas que están a nuestra
disposición,
creo que nos vamos a encontrar yendo desde las manifestaciones
menos comprometidas a las
más comprometidas, con distintos niveles de
alteración de la evolución y de la conducta en el
niño.
Desde lo menos severo a lo
más severo, vamos a tropezar con variaciones del desarrollo
evolutivo normal,
donde la consulta corresponde a momentos en los cuales los padres, los
pediatras o los educadores consideran que determinado logro evolutivo se está
demorando,
quieren conocer la causa por la cual esto está aconteciendo y cómo
puede modificarse el
retraso o la variación que se está dando. Sin ir más lejos
y en un ejemplo muy simple, un niño
que atrasa su deambulación o retrasa su
lenguaje o su control de esfínteres es muy a menudo
objeto de una consulta.
Es evidente que en una
situación de esta naturaleza la exploración histórica de la evolución del
niño,
la exploración ambiental de su desenvolvimiento y las entrevistas diagnósticas
a través de
las horas de juego que se dispensen con él, nos darán la pauta de
si esa variación de la
normalidad es una variación dependiente de factores poco
trascendentes, con lo cual,
modificados estos factores, la función se va a
integrar, o si hay una traba más trascendente, que
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Doctora Silvia
Bleichmar: Ahí está
la metabolización.
Licenciada Susana V. de
Jaroslavsky: Un
elemento remarcado por Susana es la realidad
externa. ¿De qué manera aparecería
en tu gráfico la interrelación del grupo familiar en la
constitución del niño y
toda la situación psicosocial en donde está inmerso ese niño?
Doctora Silvia
Bleichmar: La
primera cuestión, respecto de la teoría, no es algo que se me
ocurre a mi. Con
Laplanche y con otros psicoanalistas, pero fundamentalmente a partir de la
propuesta de Laplanche, la idea es hacer trabajar la teoría. Hacer trabajar la
teoría quiere
decir someter la teoría al juego de sus propias exigencias.
Voy a tomar el ejemplo de
los trastornos de aprendizaje para plantear de qué manera yo podría
coincidir y
discrepar con algo de lo que plantea Susana.
Coincido totalmente con la
preocupación respecto de los trastornos evolutivos y creo que hay
que volver a
recuperarlos como problemática central del psicoanálisis de niños. En la medida
en
que está en juego, además, la sublimación como problema central de la
constitución infantil,
pasaje del ejercicio pulsional puro a la sublimación.
Creo que fue una preocupación central de
Anna Freud y de la gente que ha
trabajado en relación con ello.
A partir de esta cuestión,
me planteo: ¿qué es lo que no me permite compartir la forma en que
es visto el
trastorno de aprendizaje como trastorno sintomal o no? Entonces señalo lo
siguiente:
intento trabajar desde una perspectiva freudiana, en la cual no sólo
tengo que dar cuenta de las
fallas de la estructuración de las funciones, sino
de su funcionamiento normal. Así, parto de la
idea de que las funciones no se
constituyen por evolución, sino que se constituyen por
producciones del aparato
psíquico en la instauración del proceso secundario.
Cuando me encuentro con un
problema de aprendizaje (retomando la preocupación de Alberto)
dentro del campo
analítico me planteo una primera bifurcación, es una inhibición en el sentido
planteado por Freud (en Inhibición, síntoma y angustia), es decir,
efecto de la operancia de la
represión, o es un trastorno en la constitución
del aparato, donde hay fallas en el proceso
secundario y a partir de las cuales
se producen los trastornos del pensamiento y de la lógica.
Ésta es una preocupación
que Melanie Klein nunca podría haber tenido porque, para ella, el
inconsciente
opera desde los orígenes, con lo cual nunca se le hubiera planteado el problema
de
la problemática del proceso secundario. En la medida en que se ligaba la
fantasmática, se
pasaba a la posición depresiva y la pulsión de muerte dejaba
de disgregar al aparato. ¿Entienden
cómo voy planteando el movimiento teórico?
Entonces, desde aquí yo
digo: Anna Freud descubre una preocupación importante en el análisis
de niños,
pero yo me planteo desde una perspectiva metapsicológica cómo hago jugar estos
momentos descubiertos en la constitución del aparato, no como momentos de
desarrollo sino
como momentos de estructuración a partir de la elaboración de
las instancias. Eso en relación
con el problema de la teoría.
Ahora bien, retomando la
cuestión de los problemas de aprendizaje, si yo no tengo una falla en
la
estructuración del aparato estamos salvados: estoy frente a una estructura
neurótica, no
tengo problemas severamente psicóticos con el niño. Entonces, yo
tengo que plantearme: ¿de
qué es producto esta inhibición? ¿Es producto de
ejercicios de las contracargas de una represión
que opera de tal modo que no
posibilita el aprendizaje, o es un producto de que algo
desencadena en los
modelos pedagógicos esta imposibilidad de aprender, en este momento?
Pero yo tengo que hacer
todo un deslinde previo para no proponer acciones, como un cambio de
colegio,
por ejemplo, hasta que no tenga claro qué es lo que está operando en ese
trastorno:
trastorno en la constitución de la estructura del aparato o síntoma
con inhibición en caso del
aparato constituido. Y a partir de aquí, si hay
síntoma con inhibición, ¿cuál es la determinación
actual del síntoma con
inhibición?
Luego, en relación con el
problema de la temporalidad, la memoria y la ética que vos planteás,
yo te podría
decir que tomando esta cuestión de la exigencia teórica todo desarrollo teórico
se
juega entre algo que es la motivación inconsciente y algo que es del orden
de la racionalidad.
Yo no voy a dar cuenta acá de mis motivaciones
inconscientes, pero sí puedo dar cuenta de que
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indiscutible
con respecto al analista es la observación y sobre todo la observación crítica.
Esto
es algo que hoy estuvo presente en esta mesa.
DESCRIPTORES: NIÑOS / PSICOANÁLISIS /
PSICODIAGNÓSTICO / DIAGNÓSTICO / ANALIZABILIDAD
/ CONTRAINDICACIONES /
INDICACIONES / ENTREVISTA / ESTRATEGIA TERAPÉUTICA / CASO
CLÍNICO / ÉTICA /
INTERDISCIPLINA / SUJETO / METAPSICOLOGÍA / FAMILIA
Resumen
María Esther García
Arzeno
María Esther García Arzeno
considera que el tema de las indicaciones y contraindicaciones en el
tratamiento psicoanalítico de niños nos conduce a realizar minuciosos análisis,
cuestionamientos, tanto teóricos como clínicos, teniendo siempre en cuenta la
especificidad del
niño. Su propuesta es realizar un diagnóstico lo más
minucioso posible, tratando de dar cuenta
del mismo desde las diferentes escuelas
psicoanalíticas.
En el psicodiagnóstico,
ella incluye tests proyectivos, objetivos, y por lo menos una entrevista
familiar diagnóstica y una entrevista de devolución a los padres, al hijo y/o a
toda la familia.
García Arzeno da
indicaciones muy precisas respecto al centramiento del conflicto, ya sea en el
niño, la pareja o la familia. Sostiene que un factor importante en todos los
casos es tener en
cuenta la edad cronológica, señalando el tratamiento de los
niños prelatentes aun en ausencia
de sufrimiento mental. Cuando el diagnóstico
supera los límites de las neurosis y entramos en el
terreno de las psicosis,
cuadros borderline, enfermedades psicosomáticas, psicopatías y
perversiones, la recomendación de tratamiento psicoanalítico es imprescindible.
García Arzeno piensa que
el niño que ha enfermado antes del advenimiento de la palabra,
necesitará una
terapia de "holding" hasta que se hayan creado las condiciones
óptimas para los
fenómenos transicionales (Winnicott).
Silvia Bleichmar
Silvia Bleichmar sostiene
que el tema de esta mesa redonda nos enfrenta con la problemática de
la
responsabilidad analítica, comprometida en el proceso de la cura, situación que
obliga a
establecer parámetros con los cuales operar y así evitar los excesos
teórico-prácticos. Nos dice
que, para las indicaciones y las contraindicaciones
del análisis, es necesario tener en cuenta el
carácter altamente específico del
niño en tanto sujeto psíquico, y a partir de aquí plantearse en
la consulta
ante qué formaciones neuróticas nos encontramos y cuáles son las posibilidades
de
operar en torno a ellas.
Otro aspecto señalado por
Silvia Bleichmar es que la práctica analítica no puede quedar
subordinada a la
demanda, y sí someter las premisas clínicas a la metapsicología.
Ella parte de considerar
al niño como un sujeto psíquico en formación, el cual estará
determinado en su
singularidad por la estructura edípica. Desarrolla la forma en que se
producen
las formaciones sintomáticas teniendo en cuenta las diferentes teorías y
considera la
posibilidad de analizabilidad a partir de un conflicto
intrasubjetivo, es decir, de un aparato
psíquico clivado definido por la
represión originaria y por el enfrentamiento de las instancias
psíquicas.
Susana L. de Ferrer
Susana L. de Ferrer
expresa la total legitimidad del tratamiento psicoanalítico en niños. Ella
hace
hincapié en las diferentes escuelas y estrategias psicoanalíticas, y nos dice
que un enfoque
evolutivo en un tiempo diagnóstico permite trazar un perfil
incluyendo la orientación
terapéutica. Este espacio de evaluación permitiría,
siguiendo a Anna Freud, diferenciar los
distintos cuadros psicopatológicos.
Susana L. de Ferrer
considera que, cuando hay trastornos severos, un tratamiento sería
insuficiente, necesitándose un abordaje familiar y a veces interdisciplinario.
Destaca que un
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