EXPLICACIÓN PRELIMINAR

El texto del presente tomo corresponde a las clases de Derecho Civil

dictadas por el autor en distintas oportunidades a diversos cursos en las
Universidades de Chile y Diego Portales. Los apuntes de tales clases fue-
ron tomados por distintos alumnos, cuyos nombres se señalan cada vez.
Con estos apuntes, además de los materiales elaborados por la profesora
de la Universidad Diego Portales doña Patricia Chotzen Gutiérrez para
ser incorporados en este libro, la ayudante doña Carolina Mena Carrillo
organizó una versión unitaria, agregando los apuntes tomados por ella
misma como alumna.
Además de los apuntes referidos, cada capítulo se complementa con los
trozos de lectura controlada, debidos a diversos autores (de preferencia
nacionales), que se repartieron a los alumnos para un estudio previo. Los
nombres de tales autores y las obras de las cuales se fotocopiaron dichos
fragmentos también se señalan en cada ocasión. Los ejercicios pregun-
tas y casos hipotéticos, en cambio, fueron formulados en clase para ser
respondidos, discutidos o analizados por el curso respectivo.

7
 Capítulo II
CUASICONTRATOS REGULADOS POR EL CÓDIGO CIVIL
I. EL PAGO DE LO NO DEBIDO
10. CHOTZEN, PATRICIA, Pago de lo no de-
bido, documento inédito redactado
para su incorporación en este libro,
y basado en las explicaciones dadas
por el autor en clases.
El pago es un efecto normal de las obliga-
ciones, y naturalmente todo pago supone
una obligación que éste como consecuencia
extingue. Cuando alguien paga por error
lo que no debe, tiene una acción para
repetir lo que ha pagado indebidamente.
Esta acción tiene por objeto –y quizás en
ninguna institución se manifiesta con tanta
claridad –subsanar el enriquecimiento sin
causa que ha experimentado quien recibe
el pago, llamado accipiens por la doctrina,
como también el empobrecimiento sin
causa sufrido por quien paga sin ser deudor,
llamado solvens.
La acción de repetición del pago de lo no
debido ha sido denominada tradicionalmen-
te por la doctrina condictio indebiti, aludiendo
de esta forma a una de las acciones que en
el Derecho Romano tendían precisamente
a corregir el enriquecimiento sin causa.
El pago de lo no debido se encuentra
regulado en nuestro Código Civil como
uno de los principales cuasicontratos, en el
Título XXXIV del Libro IV, artículos 2295
al 2303.
Requisitos del pago de no debido
Los requisitos para que se produzca un
pago de lo no debido, y por consiguiente
surja la acción para repetir lo que se ha
pagado por esta causa, se encuentran seña-
lados en la misma definición legal de esta
31
figura. Encontramos esta definición en el
artículo 2295 inciso primero del Código
Civil que señala: “Si el que por error ha hecho un
pago, prueba que no lo debía, tiene derecho para
repetir lo pagado”. En consecuencia, los re-
quisitos de esta figura son los siguientes:
– Que exista un pago.
– Que dicho pago sea realizado sin la
existencia de una obligación previa.
– Que el pago haya sido realizado en
virtud de un error.
En cuanto al primer requisito, no hay
mucho que decir al respecto: es necesario
que exista un pago que implique el enri-
quecimiento del patrimonio del accipiens,
que lo recibe sin causa alguna. Cuando
decimos que se requiere que en dicho pago
el accipiens se haya enriquecido sin causa
alguna, nos estamos refiriendo al segundo
de los requisitos del pago de lo no debido,
esto es, que el pago haya sido realizado sin
que exista obligación previa.
La ausencia de una obligación para es-
tos efectos puede manifestarse de diversas
formas:
a) Cuando la obligación simplemente
no se ha contraído, por ejemplo, si se paga
una pena en virtud de una cláusula penal
que no se ha estipulado.
b) Cuando la obligación existe, pero el
deudor la paga a una persona distinta al
verdadero acreedor.
c) También hay pago de lo no debido
cuando la deuda existe, pero se paga por
una persona distinta al verdadero deudor,
es decir, una persona paga una deuda ajena
creyéndola suya.
En este caso, el artículo 2295 inciso se-
gundo consagra una importante excepción.
 Primera parte. Los cuasicontratos
Señala la norma que “Sin embargo, cuando
una persona a consecuencia de un error suyo ha
pagado una deuda ajena, no tendrá derecho de
repetición contra el que a consecuencia del pago
ha suprimido o cancelado un título necesario
para el cobro de su crédito; pero podrá intentar
contra el deudor las acciones del acreedor”.
Aquel a quien se hace el pago es efectiva-
mente el acreedor y recibe el pago de lo
que se le debe, y como resultado de esto
puede destruir o cancelar el título, lo que
en definitiva le afectaría al momento de
obtener la ejecución de la obligación por
parte del verdadero deudor. Es por ello que
quien debe soportar el pago indebido es
quien pagó erradamente y no el acreedor,
sin perjuicio de que el deudor putativo se
subrogue en las acciones del acreedor en
contra del verdadero deudor.
d) También existe ausencia de deuda
cuando una obligación se encuentra sujeta
a una condición suspensiva. Si se efectúa el
pago estando pendiente la condición, como
señala el artículo 1485 del Código Civil, se
podrá repetir lo pagado indebidamente, a
menos que se cumpla la condición antes
de exigirse la devolución. Esta regla es la
opuesta a la prescrita en el caso del plazo
suspensivo, atendida la certidumbre que
lleva envuelta esa clase de modalidad, con-
forme al artículo 1495 del Código Civil.
Es importante señalar que el pago de
las obligaciones naturales, es decir, de
aquellas que no dan acción para deman-
dar su cumplimiento, pero que cumplidas
autorizan a retener lo que se ha dado o
pagado en razón de ellas, no constituyen
pago de lo no debido. Quien paga una
obligación natural paga una deuda real
y por consiguiente no podrá obtener la
devolución de lo pagado. Así lo establece
expresamente el artículo 2296 del Código
Civil, consagrando uno de los principales
efectos de las obligaciones naturales.
Como dijimos, el tercer requisito del
pago de lo no debido es que el pago se
haya hecho por error. Este es un requisito
esencial del pago de lo no debido, y se
encuentra consagrado expresamente en
el artículo 2295 del Código Civil. Como
32
consecuencia, la ley sólo protege a quien
erradamente ha pagado lo que no debía:
quien paga a sabiendas que no debía, no
podrá obtener la devolución de lo pagado.
En este caso, conforme al artículo 2299 del
Código Civil, se estima que dicho pago co-
rresponde a una donación. Cabe recordar
que en caso de que se pague una deuda
ajena, aunque exista error, no se podrá
repetir lo pagado cuando se verifiquen las
circunstancias descritas en el artículo 2295
inciso segundo.
Concepto y alcance del error. Se entiende
por error el falso concepto que se tiene
de la realidad o de una regla de Derecho.
Este concepto permite distinguir la exis-
tencia de dos clases de error: de hecho y
de derecho. En la institución del pago de
lo no debido se considera tanto el error de
hecho como el de derecho, lo que consti-
tuye una importante excepción a las reglas
generales que impiden invocar el error de
derecho, consagradas en los artículos 8º, 706
y 1452 del Código Civil. El motivo por el
cual el legislador se aparta en esta materia
de dichas reglas es el fundamento de este
cuasicontrato, el enriquecimiento sin causa
que se verifica en el pago de lo no debido,
lo que demuestra la importancia que el
legislador otorgó a dicho principio.
Acción de repetición o condictio inde-
biti.
Concurriendo los requisitos anteriores,
quien pagó indebidamente o sus herederos,
podrá intentar la acción de repetición con-
tra quien recibió el pago o sus herederos,
debiendo acreditar:
– El hecho del pago, prueba que se en-
cuentra sujeta a las reglas generales.
– Que el pago era indebido. Conforme
lo señala el artículo 2298 del Código Civil,
si el demandado confiesa el pago, corres-
ponde al demandante acreditar que era
indebido. Pero si el demandado niega el
pago, corresponderá al actor la prueba del
pago, el que se presumirá indebido.
– El error en el pago. El pago a sabiendas
de que una deuda era inexistente importa
una donación. El artículo 1397 del Código
Civil señala que hace una donación “el que
 Cap. II. Cuasicontratos regulados por el Código Civil
paga a sabiendas lo que en realidad no debe”.
Pero como el ánimo de donar no se presu-
me, conforme lo establece el artículo 1393
del Código Civil, debe probarse por quien
pretende que existe una donación. En con-
secuencia, el solo hecho de pagar lo que no
se debe no supone el ánimo de donar.
El artículo 2299 del Código Civil resume
estas ideas señalando que “Del que da lo que
no debe, no se presume que lo dona, a menos de
probarse que tuvo perfecto conocimiento de lo que
hacía, tanto en el hecho como en el derecho”.
En consecuencia, el actor no está obli-
gado a probar el error; él sólo debe probar
el pago y lo indebido de éste, correspon-
diendo al demandado probar que no hubo
tal error, sino que el pago fue hecho con
conocimiento de las cosas.
Efectos del pago de lo no debido
El efecto del pago de lo no debido es
el de restituir lo indebidamente recibido,
y cuando esto no es posible, su equivalente
en dinero. En cuanto a la extensión de lo
que se debe restituir, debemos distinguir si
el accipiens está de buena o de mala fe.
a) Si existe buena fe en quien recibió
el pago:
– Si ha recibido dinero u otras cosas
fungibles que no se le debían, es obligado
a la restitución de otro tanto del mismo gé-
nero y calidad. Así lo señala el artículo 2300
inciso primero del Código Civil.
– No es responsable de los deterioros
o pérdidas de la especie que se le dio en
el falso concepto de debérsele, aunque
hayan sobrevenido por negligencia suya.
Solamente será responsable de esta pérdi-
da o deterioro cuando se haya hecho más
rico. Así lo establece el artículo 2301 inciso
primero del Código Civil.
– Si de buena fe ha vendido la especie
que se le dio como debida, sin serlo, es sólo
obligado a restituir el precio de la venta,
y a ceder las acciones que tenga contra el
comprador que no le haya pagado ínte-
gramente. Así lo señala el artículo 2302
inciso 1º del Código Civil.
– En cuanto a los frutos, no está obligado
a devolver los frutos percibidos durante
33
su buena fe, conforme a las reglas gene-
rales.
b) Si existe mala fe en el accipiens:
– Si se ha recibido dinero u otras cosas
fungibles, además de restituir otro tanto
del mismo género y calidad, debe también
los intereses corrientes. Así se establece
en el artículo 2300, inciso segundo del
Código Civil.
– Si se trata de una especie o cuerpo
cierto, responde de los frutos, deterioros
o pérdidas y, en general, contrae todas las
obligaciones de los poseedores de mala fe.
Así se desprende del artículo 2301 inciso
segundo, en relación con los artículos 904
y siguientes del Código Civil.
– En caso de que haya vendido la especie
dada en pago, es obligado como todo posee-
dor que dolosamente ha dejado de poseer,
conforme se establece en el artículo 2302
inciso segundo del Código Civil.
Acciones contra terceros adquirentes
Dos factores juegan en este punto: el
carácter gratuito u oneroso del título y
la buena o mala fe de los terceros adqui-
rentes.
a) Si el tercero adquiere la cosa a título
gratuito:
En este caso no importa la buena o mala
fe del tercero, ya que como dispone el ar-
tículo 2303 inciso primero: “El que pagó lo que
no debía, no puede perseguir la especie poseída,
por un tercero de buena fe, a título oneroso; pero
tendrá derecho para que el tercero que la tiene
por cualquier título lucrativo (gratuito), se la
restituya, si la especie es reivindicable y existe
en su poder”. En este caso, conforme lo se-
ñala el inciso segundo de dicho artículo:
“Las obligaciones del donatario que restituye
son las mismas que las de su autor según el
artículo 2301”.
b) Si el tercero adquiere la cosa a título
oneroso:
En este caso, el tercero que adquirió de
buena fe escapa de la ejecución de quien
efectuó el pago indebidamente, como lo
señala el artículo 2303 transcrito en el
párrafo anterior.
 Primera parte. Los cuasicontratos
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
1. Enrique Tobar paga a Julio Contardo
una deuda que se había hecho exigible hace ya
más de una década. Posteriormente, alguien le
comenta que cometió un error al pagar dicha
deuda, que hace varios años atrás se encontraba
prescrita. ¿Estaba realmente prescrita la deuda
en cuestión? ¿Cuándo puede entenderse prescrita
una deuda?
2. Póngase ahora en el caso que la deuda
referida hubiera estado realmente prescrita, y
Enrique Tobar la hubiera pagado a pesar de esa
circunstancia. ¿Podrá solicitar la devolución de
lo pagado?
3. El fundamento del pago de lo no debido es
el enriquecimiento sin causa. ¿Podrá ejercerse la
acción de in rem verso con el objeto de obtener lo
pagado indebidamente? Fundamente su opinión.
4. A Francisco Valenzuela le prometió su tío
obsequiarle la colección completa de las obras de
don Luis Claro Solar, cuando se titulase de abo-
gado. Atendido que Francisco se demoró más de lo
común en obtener su título, su tío, pensando que
ya se había titulado, le hizo entrega del preciado
objeto. Al poco tiempo, el tío descubrió la verdad
y decidió obtener la restitución de dichas obras.
¿Podrá obtener su objetivo?
11. JURISPRUDENCIA
FAÚNDEZ RÍOS, OSVALDO CON NUN Y FEDER
(Corte de Apelaciones de Concepción, 28
de marzo de 1988)1
24. Que, a mayor abundamiento, como
lo ha resuelto esta Corte en fallo de 25
de junio de 1984, publicado en la Revista
de Derecho de la Universidad de Concepción
Nº 178, año 1985, fs. 91, para que el error
que justifica el cuasicontrato de pago de
lo no debido, cuyo es el contenido de la
demanda de autos, es menester que sea
excusable, esto es, que no provenga de
culpa de quien lo alega o de imprudencia
supina o ignorancia, ya que si aparece de los
antecedentes que el error “en que habría
incurrido el Sr. Faúndez fue inexcusable,
sino que, aun más, se previó que podría
1 GJ, Nº 101, sent. 5ª, pág. 27. La revista señala
que se ha transcrito la sentencia sólo en la parte
atinente al epígrafe y la doctrina.
34
ocurrir, el principio de derecho Nemo au-
ditur propriam turpitudinem allegans, non est
audiendus”, es plenamente aplicable.
25. Que, en efecto, no aparece ni me-
dianamente creíble que un empresario de
transportes pueda llegar a firmar letras en
blanco, que según él deberían haber sido
llenadas por una suma en total equivalente
al precio pactado deducidos los 477.500
pesos que dio de anticipo, como lo repre-
senta en las cartas dirigidas a Nun y Feder
de fs. 7 y 8.
26. Por lo demás esta aparente creduli-
dad no condice con la pretendida ignoran-
cia de la existencia del contrato de fs. 110,
el que aun cuando se disimuló su existencia,
no obstante consintió en llevar a la práctica
pagando una letra correspondiente a seguro
como se consigna en el fundamento 6 y 12
de esta sentencia.
27. Que en suma no existiendo saldo
alguno en favor de él y encontrándose paga-
do el precio estipulado por las partes en el
contrato de que da cuenta el documento de
fs. 110, debe desestimarse la demanda.
Por estas consideraciones y atendido
lo que disponen los artículos 426, 384
Nº 1 del Código de Procedimiento Civil y
1545, 1546, 1560 y 1564 del Código Civil,
se revoca la sentencia de 27 de marzo de
mil novecientos ochenta y siete, escrita a
fs. 78, en la parte que acoge la demanda de
fs. 11 y se decide que se desecha la referi-
da demanda, sin costas por no haber sido
totalmente vencido el actor.
Se confirma en lo demás apelado la
referida sentencia.
Regístrese y devuélvase.
Redacción del Ministro señor Carlos
Cerda Medina.
Pronunciado por los Ministros señores
Víctor Hernández R., Carlos Cerda M. y Enrique
Tapia W.
Rol Nº 528-87.
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
1. Relate los hechos que dieron origen a la
causa.
2. ¿Qué fue lo solicitado en ella?
 Cap. II. Cuasicontratos regulados por el Código Civil
3. ¿Cuál es el requisito del pago de lo no
debido que fue determinante en la resolución del
tribunal?
4. ¿Qué criterios fueron tomados en cuenta
por los jueces para determinar la existencia o no
de un error en el caso?
12. JURISPRUDENCIA
COMPAÑÍA GENERAL DE ELECTRICIDAD
INDUSTRIAL Y OTRA CON FISCO.
Corte de Apelaciones de Santiago, 10
de junio de 1942.2
En el juicio seguido por la Compañía
General de Electricidad Industrial y otra
en contra del Fisco, reclamando de una
multa, la Corte de Apelaciones de Santiago
dictó el siguiente fallo:
LA CORTE
Vistos: Reproduciendo la sentencia
apelada, con excepción de los consideran-
dos 7º a 13 inclusive y de las citas legales
de los artículos 2284, 2295, 2299 y 2300
del Código Civil; sustituyendo el vocablo
“muebles”, último del considerando 4º,
por la palabra “inmuebles”; y teniendo en
su lugar presente:
1º. Que la primera cuestión planteada
en esta causa consiste en la improcedencia
de la acción deducida por las Compañías
demandantes. En efecto, sostiene el Fisco
que aquéllas, para basar su acción en el
artículo 2300 del Código Civil, no la fun-
dan en el error, que es lo que caracteriza
precisamente el cuasicontrato de pago de
lo no debido, sino en que el Fisco ha co-
brado arbitrariamente un impuesto que no
está establecido en la ley. Para comprobar
esta aseveración cita diversos pasajes de la
demanda, entre otros, el que sigue: “con-
minadas por la autoridad correspondiente,
nuestras representadas han efectuado el
pago…”;
2º. Que de acuerdo con los principios
que informan la causa de pedir en una ac-
ción deducida en juicio, no puede argüirse
que ella está constituida por el solo precepto
2 RDJ, T. 39, secc. 2ª, pág. 77.
35
o preceptos legales que se consignan en
la demanda, si ellos no son concordantes
con el o los hechos materiales o jurídicos
en que se funda la acción, pues ésta está
caracterizada siempre por la causa de pe-
dir, y ésta, a su vez, por el hecho material
o jurídico que induce al actor a interponer
la demanda judicial;
3º. Que siguiendo la norma que corres-
ponde aplicar tanto a las partes como al
juez en esta contienda jurídica, es menester
recordar que aquéllas son soberanas en
cuanto al hecho en que ha de basarse la
acción. Ellas pueden variarlo a su antojo,
según nuestro Código de Procedimiento,
hasta antes de notificarse la demanda, que
es la actualización con la cual se verifica la
relación procesal. En cambio, el juez no
puede hacer lo mismo. Él no tiene iniciativa
alguna en orden al hecho material o jurídico
que se invoca en la demanda; pero sí tiene
completa iniciativa en cuanto al derecho,
ya que le corresponde a él aplicar la ley,
según sea el hecho aducido;
4º. Que estudiando el caso que aquí se
plantea de conformidad con estos princi-
pios, es preciso indagar si, para deducir la
acción del pago de lo no debido, está ella
fundada en el error de hecho o de dere-
cho, o si en otro motivo de orden material
o jurídico.
Desde luego, las demandantes sostienen
que la acción no está basada en el error sino
que en el artículo 2300 del Código Civil,
que no se refiere al error.
Por otra parte, el demandado arguye
que no estando fundamentada la acción
en el error, no puede invocarse el pago de
lo no debido, ya que aquél es uno de los
requisitos para que proceda éste;
5º. Que es indudable que el artículo 2300
del referido Código, que se halla en el
párrafo del pago de lo no debido, es una
consecuencia de la norma o principio ju-
rídico establecido ya por el legislador en
el artículo 2295 primero del párrafo, que
dice que “si el que por error ha hecho un
pago, prueba que no lo debía, tiene derecho
para repetir lo pagado”.
 Primera parte. Los cuasicontratos
De modo que, para que se haga la resti-
tución de que habla el citado artículo 2300,
es menester que se establezca el error a que
se refiere el 2295;
6º. Que la acción que las demandantes
creen ver en el mencionado artículo 2300
no tiene individualidad propia; ella es,
como se ha dicho, una consecuencia de
la verdadera acción descrita en el citado
artículo 2295. Cosa distinta sucede en otras
legislaciones, como por ejemplo con la
francesa, en que se puede exigir el pago
de lo no debido por cualquier hecho invo-
luntario del presunto deudor;
7º. Que después de estas argumenta-
ciones, corresponde a este Tribunal, de
acuerdo con las normas jurídicas ya ex-
playadas, calificar la acción que las actoras
han entablado, en armonía, naturalmente,
con los hechos materiales o jurídicos por
ellas aducidos.
Dicen ellas en su libelo de fojas 29,
además de las frases consignadas en el
considerando 1º de esta sentencia, que
“por resolución de 21 de agosto de 1934
se ordenó a los contribuyentes que debían
hacer la declaración de esos bienes (líneas
eléctricas, postaciones, canalizaciones, etc.)
para los efectos del pago del impuesto du-
rante el año 1935 y nuestras representadas
cumplieron en su debida oportunidad esas
instrucciones con las protestas del caso”.
Después agregan “que la falta del cum-
plimiento de los trámites de la ley para el
cobro de las contribuciones no se debió
a omisión, ignorancia o acto imputable a
las Compañías que representan, sino a las
propias instrucciones recibidas o impartidas
a la Dirección de Impuestos Internos y a
las Oficinas de la Tesorería por los propios
Ministros de Hacienda”;
8º. Que, como se ve, los hechos que
se dejan indicados son los que indujeron
a las Compañías demandantes a pagar el
impuesto a que se refiere la Ley Nº 4174, y
no a la repetición del pago como pretenden
aquéllas; de tal suerte que la acción debe
calificarse con respecto a esos hechos y
no a otros;
36
9º. Que conforme a lo expuesto en los
considerandos de la sentencia de primera
instancia y de los que aquí se consignan, el
Fisco procedió equivocadamente a exigir la
inclusión en el rol de avalúos, de los bienes
ya señalados y, por ende, el pago de los
impuestos establecidos en la referida Ley
Nº 4174, los cuales, como se demuestra en
el fallo de alzada, no están sujetos a tributos;
por lo que es incuestionable que las actoras
han procedido a hacer un pago sin causa
real, requisito esencial para la validez de un
acto jurídico, como quiera que las Compa-
ñías han entregado una cantidad de dinero
en pago de una deuda que no existe, que
no está autorizada por la ley, acarreando,
en consecuencia, la nulidad del acto que
aquéllas sin causa realizaron.
De acuerdo, además, con lo previsto en
los artículos 1467 y 1687 del Código Civil,
se confirma la referida sentencia de 27 de
noviembre de 1940.
Acordada con el voto en contra del
Ministro señor Montero, quien estuvo por
revocar la sentencia apelada y negar lugar
a la demanda. Acepta, al efecto, los seis
primeros considerandos de esa sentencia,
y tiene presente en lugar de sus demás
fundamentos los que siguen:
1º. Que la petición precisa sometida al
fallo del Tribunal, consignada en la con-
clusión de la demanda de fojas 29, es la
siguiente: “Con el mérito de lo expuesto,
de las disposiciones legales citadas y de lo
establecido en el artículo 2300 del Código
Civil y 1º de la Ley Nº 4174, entablamos de-
manda contra el Fisco para que se declare
que no habiendo estado las Compañías
que representamos obligadas a pagar el
impuesto a que se refiere la presente de-
manda por las razones que se han expuesto
en el cuerpo de este escrito, el Fisco está
obligado a devolver a la Compañía Gene-
ral de Electricidad Industrial la suma de
$ 2.296,90 y a la Compañía de Teléfonos
de Chile la suma de $ 22.296,52, que han
pagado en la Tesorería de Temuco, según
los boletines de ingreso que se acompañan
con más sus intereses”;
 Cap. II. Cuasicontratos regulados por el Código Civil
2º. Que de conformidad a lo dispuesto
por el artículo 2295 del Código Civil, “si el
que por error ha hecho un pago, prueba
que no lo debía, tiene derecho para repetir
lo pagado”;
3º. Que si bien la demanda no citó el
precepto transcrito sino el del artículo 2300
del mismo Código, es lo cierto que esta
última disposición legal no establece una
acción especial diversa de la que señala el
artículo 2295 citado, sino que determina
solamente la forma en que debe hacer la
restitución, con o sin intereses corrientes,
según esté de mala o buena fe, quien ha
recibido dinero o cosa fungible que no se
le debía;
4º. Que, de conformidad al texto ex-
preso del artículo 2295 del Código Civil,
antes transcrito, el que pretenda repetir lo
pagado debe acreditar no solamente que
el pago es indebido, sino también que se
hizo por error;
5º. Que, en el caso de autos, no con-
curre este último requisito, dado que las
Compañías demandantes efectuaron el
pago con perfecto conocimiento de que
era indebido. Así aparece de los párrafos
de la propia demanda, que a continuación
se consignan: “Las Empresas que represen-
tamos han considerado invariablemente y
sostienen que los bienes de que se trata,
líneas eléctricas, postaciones, canalizacio-
nes, etc., no son bienes raíces y que, por lo
tanto, no debieron incluirse en los roles de
avalúos a que se refiere la Ley Nº 4174”; “La
Tesorería Comunal de esta ciudad ha orde-
nado a las Sociedades que representamos
que paguen las sumas, etc”; “Conminadas
por la autoridad correspondiente nuestras
representadas han efectuado el pago”; “Las
Compañías que representamos cumplieron
en el acto la orden transmitiendo los referi-
dos avalúos y distribución, dejando constancia
de su correspondiente protesta”;
6º. Que la circunstancia de que las Com-
pañías demandantes efectuasen el pago con-
minadas por la autoridad correspondiente,
esto es, forzadas por esa autoridad, pudo
servir de antecedente para formular en la
37
conclusión de la demanda la petición con-
creta que, en armonía con ese antecedente
procediese, mas no la repetición del pago
indebido e intereses.
Por lo demás, las partes concuerdan
sustancialmente en que la acción inter-
puesta a fojas 29 es de repetición de lo
indebido y sólo discrepan acerca de si el
artículo 2300 del Código Civil concede una
acción de pago indebido distinta de la del
artículo 2295 del mismo Código y de si, en
el caso de este último artículo, es menester
o no que concurra el error en el pago.
Redacción del Ministro señor Osvaldo
Illanes. –Antolín Anguita – Manuel Montero
– Osvaldo Illanes Benítez.
Santiago, 11 de junio de 1942.
De acuerdo con el derecho que con-
fieren a este Tribunal los artículos 205 y
207 del Código de Procedimiento Civil y
apareciendo oscura la expresión: “y no a
la repetición del pago, como pretenden
aquéllas” contenida en el considerando 8º
del fallo que precede, se reemplaza por la
que sigue: “y no al error, que ha debido ser
el fundamento constitutivo del derecho”.
Téngase esa resolución como parte
integrante de la sentencia que precede
– Antolín Anguita – Manuel Montero – Osvaldo
Illanes Benítez.
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
1. Relate los hechos que dieron origen al
juicio.
2. ¿Qué fue lo solicitado por los deman-
dantes?
3. ¿Qué elementos fueron determinantes para
la resolución de la Corte?
4. ¿Está usted de acuerdo con la resolución?
Fundamente.
II. LA AGENCIA OFICIOSA
13. CHOTZEN, PATRICIA, La agencia oficiosa o
gestión de negocios, documento inédito
redactado para su incorporación en
este libro y basado en las explicacio-
nes dadas por el autor en clases.
 Primera parte. Los cuasicontratos
CONCEPTO
El artículo 2286 señala: “La agencia
oficiosa o gestión de negocios ajenos, llamada
comúnmente gestión de negocios, es un cua-
sicontrato por el cual el que administra sin
mandato los negocios de alguna persona,
se obliga para con ésta, y la obliga en cier-
tos casos”.
En cuanto al fundamento de esta institu-
ción, Alessandri y Somarriva sostenían que
asumir la administración de un negocio
ajeno sin que preceda encargo o sin que
constriña a ello una obligación legal, cons-
tituye una invasión en la esfera patrimonial
ajena, la cual siendo como es cerrada a la
injerencia de extraños, debe ser por todos
respetada. Si por otra parte este principio
se aplicase con todo su rigor, quedaría in-
satisfecha la exigencia social de que no se
perjudique con daño general un patrimonio
al que actualmente falta la acción admi-
nistradora de su titular. El ordenamiento
jurídico no puede ni debe prohibir la in-
tervención de terceros ajenos cuando esta
intervención sea hecha en ventaja de un
patrimonio desprovisto de administración
y expuesto por ello a indudables peligros.
Cierto que hay una injerencia ilícita, pero
también la hay benéfica, y por tanto lícita,
caracterizada por el espíritu altruista (que
moralmente puede corresponder a un
deber), o al menos, como dice Picard, sin
pensamiento puramente egoísta, con que
una persona gestiona los asuntos de otra
que se halla enferma, ausente, enajenada
mentalmente o cualquier otra circunstancia
que le impide actuar.3
En el derecho comparado, específi-
camente el español, al conceptualizar la
gestión de negocios ajenos sin mandato,
se señala que se producen determinadas
obligaciones cuando alguien se encarga
voluntariamente de la agencia o admi-
nistración de los negocios de otro, sin
mandato de éste (artículo 1888 del Códi-
go Civil español), o cuando una persona
3 ALESSANDRI, A., SOMARRIVA, M., Curso de Derecho
Civil, Fuentes de las Obligaciones, Editorial Nascimento,
Santiago, 1942, pág. 822.
38
realiza una gestión en interés de otra, sin
haber recibido encargo de ésta (Ley 560
Fuero Nueva Navarra). En suma, cuando
una persona (el gestor) por su propia ini-
ciativa, altruistamente y sin contar con el
interesado (dominus negoti), se encarga de
gestionar asuntos ajenos.4
INTERVINIENTES
En la agencia oficiosa participan dos
partes, el gestor o gerente, que es aquel
que administra sin mandato los negocios de
otra persona, y por otro lado el interesado,
que es aquella persona que a resultas de la
intervención del gerente o gestor es obli-
gado a cumplir las obligaciones contraídas
por él a su nombre, por haberle resultado
beneficiosa dicha administración.
REQUISITOS
Los requisitos constitutivos de la gestión
de negocios son cuatro:
a) La intervención espontánea del ge-
rente en los negocios del interesado.
De este modo son extrañas al cuasi-
contrato de agencia oficiosa las gestiones
realizadas en cumplimiento de un mandato
legal, como las que realizan el padre o ma-
dre, los tutores o curadores. En este caso, las
obligaciones surgen o tienen como fuente
la representación que confiere la ley.
Por otra parte, no constituyen agencia
oficiosa las gestiones que se realicen a ins-
tancias del interesado. En tal caso, hay un
mandato y el artículo 2286 del C.C. requiere
que la administración sea sin mandato. Es
importante tener presente el artículo 2123,
de acuerdo al cual el encargo que constituye
el objeto del mandato puede hacerse aun
por la aquiescencia tácita de una persona
a la gestión de sus negocios por otra. La
aquiescencia del interesado supone su
conocimiento de la gestión, pero el simple
conocimiento no convertirá la agencia
oficiosa en mandato: es menester que haya
4 VALPUESTA FERNÁNDEZ, MARÍA, Derecho de las
obligaciones y contratos, Editorial Tirant Lo Blanch,
Valencia, 1995, pág. 451.
 Cap. II. Cuasicontratos regulados por el Código Civil
podido manifestar su disconformidad y no
lo haya hecho.
b) Que se administren negocios aje-
nos:
Se estima que es indiferente si se trata
de un solo negocio o de una pluralidad
de ellos. La palabra “gestión” comprende
tanto a los actos jurídicos como a los actos
materiales.
c) Ánimo de obligar al interesado y de
reembolsarse los gastos.
Si la gestión se realiza sin la intención
de obligar al interesado y de reembolsarse
de los gastos que ocasionen los actos del
gestor, constituye una mera liberalidad. Dos
situaciones interesantes pueden producirse
en relación con este punto:
– Primero, que una persona gestione
equivocadamente los negocios de un tercero
creyendo que eran suyos. En este caso, de
acuerdo a lo dispuesto en el artículo 2292
del Código Civil, sólo tendrá derecho a
ser reembolsado hasta la concurrencia de
la utilidad efectiva que hubiere resultado
a dicha persona, y que existiere al tiempo
de la demanda.
– La segunda situación es aquella en
que una persona administre los negocios
de un tercero pensando que gestionaba
los negocios de otra persona. En este caso,
como existe intención de obligar y de ser
reembolsado, existe una verdadera agencia
oficiosa, de acuerdo a lo dispuesto en el
artículo 2293 del Código Civil.
d) Falta de prohibición del interesado.
El legislador en este punto siguió a
Pothier, quien consideraba que no había
gestión de negocios, pero sí derecho a recla-
mar la utilidad obtenida del interesado. De
acuerdo a lo dispuesto en el artículo 2291:
“El que administra un negocio ajeno contra
la expresa prohibición del interesado, no
tiene demanda contra él, sino en cuanto
esa gestión le hubiere sido efectivamente
útil, y existiere la utilidad al tiempo de la
demanda; por ejemplo, si de la gestión ha
resultado la extinción de una deuda, que
sin ella hubiera debido pagar el interesado”.
39
El gestor en este caso solo tendrá derecho
a reclamar gracias a su gestión aquello en
que el interesado se hubiere hecho más rico,
con tal que esa utilidad exista al momento
de la demanda.
Este precepto se encuentra en evidente
contradicción con el artículo 1574, confor-
me al cual el que paga contra la voluntad
del deudor no tiene derecho para que
el deudor le reembolse lo pagado. Dos
doctrinas intentan resolver este punto.
Quienes adhieren a la primera de ellas
sostienen que se reconoce la acción de
repetición al solvens cuando el pago ha
sido útil, que es el caso contemplado en
el artículo 2291, y si no tiene tal carácter,
se aplicaría el artículo 1574, negándole
la acción de reembolso. De no ser así, se-
ñalan que se estaría permitiendo obtener
un enriquecimiento injusto al deudor.
Para la segunda de estas doctrinas, el
artículo 1574 se aplica cuando el pago
ha sido la única gestión del solvens, y en
cambio se aplica el artículo 2291 cuan-
do se administra un negocio contra la
voluntad del interesado y dentro de esta
administración se ha producido el pago
de una obligación.
OBLIGACIONES DE LAS PARTES
a) Obligaciones del agente oficioso.
Conforme al artículo 2287 del Código
Civil, las obligaciones del agente son las
mismas que las del mandatario, remi-
tiéndose por lo tanto a las normas que
regulan dicho contrato. Con todo, señala
el artículo 2288, en la primera parte de
su inciso primero, que el gestor deberá
emplear en la gestión los cuidados de un
buen padre de familia, respondiendo del
cumplimiento de su gestión, en virtud de
la remisión a las normas del mandato –es-
pecíficamente al artículo 2129 del Código
Civil–, hasta de la culpa leve. No obstante,
señala el mismo artículo 2288, que su
responsabilidad será mayor o menor en
razón de las circunstancias que le hayan
determinado a la gestión. Si lo hizo para
salvar los intereses ajenos de un peligro
inminente, sólo responderá de dolo o de
 Primera parte. Los cuasicontratos
culpa grave. Si en cambio tomó la gestión
voluntariamente, es responsable de la
culpa leve, a menos que se haya ofrecido
a ella impidiendo que otros la tomaran,
caso en el cual responderá de la culpa
levísima.
b) Obligaciones del interesado.
Según el artículo 2290 del Código Civil,
si el negocio ha sido bien administrado,
debe el interesado cumplir con las obli-
gaciones contraídas por el gerente en la
gestión, y reembolsarle las expensas útiles o
necesarias, pero no le debe salario alguno.
Si el negocio ha sido mal administrado,
no contrae obligaciones y el gerente es
responsable de los perjuicios.
En el caso que el negocio sea bien
administrado y la gestión le resulte útil
al interesado, podemos observar que se
presentan los efectos del fenómeno de la
representación, esto es, los efectos de los
actos realizados por el gestor o gerente en
los negocios del interesado se radican en
el patrimonio de este último. Pero ello se
produce no a consecuencia de una autori-
zación previa del interesado, sino como re-
sultado de la utilidad recibida. No existe en
este caso representación propiamente tal,
puesto que faltan dos de los tres requisitos
de la misma, a saber: que el representante
actúe a nombre del representado y que esté
facultado para representarlo. No obstante,
la ley impone esta norma en defensa del
principio del enriquecimiento sin causa.
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
1. Defina la agencia oficiosa.
2. ¿Considera usted que la agencia oficiosa
se relaciona con el principio del enriquecimiento
sin causa?
3. ¿Cuáles son los requisitos de la agencia
oficiosa?
4. Lea el artículo 2123 del Código Civil
y responda: ¿Cómo se puede establecer el límite
entre la agencia oficiosa y el mandato?
5. ¿Cuáles son las obligaciones del agente
oficioso?
6. ¿Cuáles son las obligaciones del intere-
sado?
40
14. JURISPRUDENCIA
CABRERA, JAIME CON BANCO DO BRASIL.
Corte Suprema, recurso de queja, 18 de
enero de 1977.5
Vistos y teniendo presente:
1º. Que los hechos y circunstancias co-
rrectamente asentados en los fundamentos
del fallo de primera instancia demuestran
en su conjunto que el gerente del Banco do
Brasil demandado prestó su asentimiento
inequívoco a la actividad desplegada por
el actor don Jaime Cabrera, en su calidad
de corredor de propiedades, en la gestión
del negocio de compraventa de inmueble
perteneciente al Banco O’Higgins, ubicado
en calle Huérfanos Nº 1269, actuaciones
que en el considerando décimo cuarto
permiten al Juez afirmar que “en todo caso
existió una relación entre los litigantes
situada dentro del ámbito profesional del
actor que sirvió para que el Banco deman-
dado tuviera conocimiento del local que en
definitiva compró”, y que en el fundamento
sexto del fallo de alzada se mencionan
como “los actos que la sentencia de primera
instancia reconoce que el actor realizó en
orden a facilitar la operación de compra
del inmueble de que se trata”;
2º. Que lo expuesto es suficiente para
estimar que los sentenciadores recurridos
se apartaron evidentemente del mérito de
los autos cuando concluyen que “no existió
entre las partes el mandato que se echa de
menos”, porque, según ellos, el Banco do
Brasil no habría manifestado “en forma
inequívoca su voluntad de comisionar al
demandante para la adquisición del local
de que se trata”;
3º. Que en consecuencia no resulta
aceptable que se resolviera el asunto con-
trovertido dando aplicación a una norma
como la del inciso segundo del art. 2290 del
Código Civil, puesto que para que pueda
existir el cuasicontrato de agencia oficiosa
es requisito necesario que la gestión de
negocios ajenos se realice “sin mandato”,
5 Fallos del Mes, Nº 218, sent. 7.
 Cap. II. Cuasicontratos regulados por el Código Civil
es decir, sin el consentimiento expreso o
tácito del interesado, requisito que, según
se ha visto, no concurre en la especie; de
manera que al decidirlo los jueces de alza-
da, para revocar por tal motivo el fallo de
primer grado y rechazar la demanda, han
incurrido en falta que debe enmendarse
por la vía del presente recurso de queja;
4º. Que la mediación que ejecutan los
corredores de propiedades es, por defi-
nición, remunerada, de acuerdo con el
artículo primero del correspondiente re-
glamento aprobado por Decreto Supremo
Nº 1205, del Ministerio de Economía, de
27 de octubre de 1944; pero en lo tocante
al monto de la comisión a que tiene dere-
cho el actor por sus servicios, en el caso
de autos, conviene tener presente que
aun cuando se prolongó por lo menos
hasta el mes de julio de 1974, de la propia
exposición de su demanda se desprende
que con su concurso no se alcanzó siquiera
un acuerdo entre los interesados acerca
de bases concretas relativas al precio de la
compraventa proyectada;
5º. Que, por otra parte, cabe expresar
que no tiene aplicación en la especie lo
dispuesto por los artículos 5º y 8º de la
Ley Nº 14.949, como lo ha pretendido el
demandante, porque si bien se trata de
remunerar servicios de mediación en un
negocio de compraventa en que se convino
el precio en dólares norteamericanos, no
ha existido, sin embargo, pacto expreso de
que dicha remuneración fuese pagadera
en la misma moneda, a pesar de que su
monto corresponde ser determinado en
un porcentaje de este precio.
De acuerdo, además, con lo que dispone
el artículo 540 del Código Orgánico de
Tribunales, se acoge el recurso de queja
interpuesto a fs. 3, por la parte de don
Jaime Cabrera Bouey, sólo en cuanto se
deja sin efecto la sentencia impugnada de
tres de agosto último, escrita a fs. 98 de los
autos tenidos a la vista –expediente Rol
Nº 18789-75 del Séptimo Juzgado Civil de
Mayor Cuantía de esta capital– y se resuelve
que se confirma el fallo de primera instan-
cia de veintitrés de enero del año último,
41
corriente a fs. 76 de dichos autos, sin costas
por haber apelado la parte demandada con
motivo plausible.
Devuélvase la cantidad consignada según
boleta de fs. 1; y ofíciese.
Regístrese, etc.
Sentencia (3ª Sala): 18 de enero de
1977. Sres.: Eduardo Ortiz, Octavio Ramírez
(redactor), Marcos Aburto, Estanislao Zúñiga
y Julio Fabres.
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
1. Relate los hechos que dieron origen al
procedimiento.
2. ¿Qué fue lo solicitado por el actor?
3. ¿Por qué razón la Corte rechazó la de-
manda?
4. ¿Qué hecho fue determinante para la
resolución del tribunal?
5. A su juicio, ¿nos encontrábamos frente a
un mandato o frente a una agencia oficiosa?
III. LA COMUNIDAD
15. Explicación
Puesto que nos hemos referido a la
comunidad en otros tomos de este trabajo
y en otras obras,6 realizaremos a continua-
ción sólo una breve referencia a la misma.
Básicamente, nos centraremos en deter-
minar si corresponde la clasificación de
esta figura como una especie más de los
cuasicontratos.
El autor ha dicho en otra oportunidad
que “Hay comunidad o indivisión cuando
varias personas tienen sobre una misma
cosa derechos de igual naturaleza jurídi-
ca”.7 Entendemos, por ejemplo, que ella
existe cuando dos o más personas detentan
un derecho de usufructo sobre una cosa,
cuando dos o más personas detentan un
mismo derecho real de herencia, o cuando
6 Los alumnos que quieran consultar sobre esta
materia podrán hacerlo en nuestra obra El Patrimo-
nio, 3ª edición, Editorial Jurídica de Chile, Santiago,
2008, págs. 437 y sgtes.
7 F IGUEROA Y ÁÑEZ , G ONZALO , El Patrimonio,
ob. cit., pág. 438.
 Primera parte. Los cuasicontratos
dos o más personas detentan un mismo
derecho de propiedad sobre una cosa. En
este último caso se habla de condominio
o copropiedad, que como sabemos es una
especie del género comunidad.
De la comunidad surgen una serie de
derechos entre los comuneros. Dentro de
estos derechos el Código distingue entre
los derechos que tiene cada comunero
sobre su cuota parte –en cuyo caso de-
tenta un derecho absoluto, el cual podrá
ejercer libremente–; y los derechos que
tienen los comuneros respecto a la cosa
común. Así también, por la comunidad,
los comuneros adquieren una serie de
obligaciones. Estas obligaciones pueden
ser respecto de terceros, como en el caso
de la comunidad hereditaria, en que los
comuneros están obligados a las deudas
hereditarias y testamentarias (art. 2306).
Cuando se trata de una comunidad a título
singular, los comuneros pueden también
adquirir obligaciones respecto de terceros.
Así sucede, por ejemplo, si han adquirido
una cosa mediante una compraventa en
la cual convinieron el pago del precio en
cuotas. En la comunidad surgen también
obligaciones para los comuneros entre sí.
Así, existe el derecho de reembolso por el
pago de las deudas contraídas por uno de
los comuneros en pro de la comunidad,
regulado en el artículo 2307 del Código
Civil. Y también surgen obligaciones
de los comuneros a la comunidad. Ello
sucede con la obligación de restituir a
la comunidad lo que se saca de ella, así
como también los intereses corrientes de
los dineros comunes que haya empleado
el comunero en sus negocios particulares
(art. 2308); y con la obligación de con-
tribución a las obras y reparaciones de
la comunidad, en proporción a su cuota
(art. 2309).
La pregunta que nos hacemos es cuál es
la fuente de tales derechos y obligaciones,
¿la comunidad misma o una fuente diver-
sa? La pregunta que nos hacemos tiene
trascendencia, porque si las obligaciones
surgen de la comunidad misma, podría
pensarse que dicha comunidad puede ser
efectivamente un cuasicontrato, como lo
42
señala el Código Civil. Mas si concluimos
que ellas surgen de una fuente diversa, la
respuesta será diferente: ¿Es la comunidad
una fuente de las obligaciones, o la fuente
de dichas obligaciones es el hecho o acto
que da origen a la comunidad y por ende
a los derechos y obligaciones que por ella
se generan?
El artículo 2285 del Código Civil men-
ciona dentro de los tres principales cuasi-
contratos la agencia oficiosa, el pago de
lo no debido y la comunidad. Y el párrafo
tercero del Título XXXIV del Libro IV
del mismo Código –título referido a los
cuasicontratos– está titulado precisamente
Del cuasicontrato de comunidad. No obstante,
hemos señalado en otro momento que todos
los autores nacionales están de acuerdo en
que la comunidad puede tener diversos
orígenes.8 Por ejemplo, la comunidad he-
reditaria tiene su origen en la muerte del
causante; la comunidad que se forma a la
disolución de la sociedad conyugal puede
tener su origen en la muerte de uno de
los cónyuges o bien en la sentencia de
separación judicial de cuerpos o de separa-
ción judicial de bienes, en la sentencia de
divorcio o de nulidad putativa, o bien en
el pacto regulado en el art. 1723 del C.C.;
la copropiedad de una cosa singular puede
tener su origen en un contrato o en un tes-
tamento, en cuyo caso no es el testamento
el que da origen a la misma sino el hecho
de la muerte del testador, etc. En resumen,
podemos señalar que la comunidad y los
derechos y obligaciones que con ella sur-
gen pueden tener su origen en un hecho
jurídico, en un contrato o en la ley.
a) Tendrá su origen en un hecho jurí-
dico, en el caso de las comunidades here-
ditarias, las cuales se forman por el hecho
de la muerte del causante.
b) Tendrá su origen en un acto jurídico
en el caso de la comunidad que se forma
cuando dos personas adquieren un bien
por compraventa y su posterior tradición.
c) Tendrá su origen en la ley en el caso
de la medianería (art. 853 del C.C.); de las
8 F IGUEROA Y ÁÑEZ , G ONZALO , El Patrimonio,
ob. cit., pág. 491.
 Cap. II. Cuasicontratos regulados por el Código Civil
comunidades que se forman en las socie-
dades de hecho (art. 2057 C.C.); y en las
que se forman entre la sociedad conyugal y
uno de los cónyuges en las hipótesis de los
artículos 1728 y 1729 del Código Civil. En
estos dos últimos casos podríamos pensar
que se trata efectivamente de cuasicontratos,
al tratarse de hechos voluntarios, lícitos, y
que no son convenciones entre los comu-
neros (art. 2284).
Con todo, sea cual sea la fuente de
los derechos y obligaciones que surgen
entre los comuneros, en todos los casos la
comunidad se rige por las mismas reglas
que se encuentran contenidas en los artícu-
los 2304 y siguientes del Código Civil, en
las disposiciones relativas al cuasicontrato
de comunidad y su partición se rige por
las normas señaladas en los artículos 1317
y siguientes del mismo cuerpo legal.
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
1. Elabore una definición de la comuni-
dad.
2. A su juicio, ¿la comunidad es un cuasi-
contrato?
3. Si su respuesta anterior fue negativa,
¿qué es entonces la comunidad? ¿Cuál sería la
fuente de los derechos y obligaciones que surgen
entre los comuneros?
16. JURISPRUDENCIA
CONTRERAS, CARMEN CON RACHET, PEDRO
(SUCESIÓN DE)
Casación en el fondo, 14 de diciembre
de 1970.9
Conociendo del recurso de apelación,
LA CORTE
Vistos y teniendo presente:
1º. Que acogidas en todas sus partes
las peticiones principales de la demanda,
está aceptada, entre ellas, la relativa a que
corresponde a la demandada el cincuenta
por ciento del caudal de bienes de la co-
munidad concubinaria;
9 RDJ, T. 67, secc. 1ª, pág. 583.
43
2º. Que el abogado de los demandados
sostuvo en estrados como observación final,
que en todo caso tal pronunciamiento era
inadmisible en esta causa, pues la determi-
nación de los derechos de la demandada
sólo podría hacerse en el subsiguiente juicio
de partición;
3º. Que el planteamiento es equivocado,
para lo cual basta considerar que el objetivo
característico de la partición es “repartir” los
bienes comunes entre los copartícipes en
conformidad a la cuota que a cada uno co-
rresponde en la comunidad. Es presupuesto
previo de la partición, en consecuencia,
que estén preestablecidas la existencia de
la comunidad y la cuota de participación
de cada comunero. Así lo dice la ley, por lo
demás, cuando, tratándose de la comunidad
hereditaria, dispone que cabe a la justicia
ordinaria decidir las controversias sobre
derecho a la sucesión, asunto que abarca
obviamente lo relativo a la entidad de la
cuota de cada causahabiente;
4º. Que si bien es cierto que tales deci-
siones pueden eventualmente ser emitidas
por el partidor, ello sólo ocurrirá cuando,
suscitada ante él la controversia respecti-
va, acuerden las partes que la resuelva el
mismo partidor y no la justicia ordinaria,
acuerdo que es perfectamente viable, ya
que la voluntad de los comuneros tiene
absoluta preeminencia en el desarrollo del
juicio particional, salvo alguna prohibición
legal que no existe para el caso de que se
trata. Ahora bien, en el presente juicio, que
versa sobre la existencia de una comunidad,
también forma parte del asunto controver-
tido, como aparece de la sola lectura de la
demanda, la entidad de la cuota de cada
comunero. Está recibiendo aplicación, por
consiguiente, la regla general, y no puede
pretender la parte demandada que este
tema tenga que reservarse para su discusión
ante el partidor, si, como se ha visto, se
encuentra de antemano competentemente
planteado ante la justicia ordinaria;
5º. Que en la sentencia en alzada se deja
establecido, en mérito de los antecedentes
probatorios que analiza, que la comunidad
 Primera parte. Los cuasicontratos
de bienes de que se trata se originó en el
esfuerzo común de don Pedro Rachet y
de doña Carmen Contreras. Es acertada,
en consecuencia, la conclusión del fallo
en el sentido de que ambos fueron copro-
pietarios por partes iguales de los bienes
obtenidos, máxime cuando la comunidad
concubinaria no es, en la realidad de las
cosas, sustancialmente diferente de la so-
ciedad conyugal en cuanto a la forma de
producción o al origen de los bienes que
ingresan a su haber.
De conformidad además con lo dispues-
to en los artículos 1330 y 2313 del Código
Civil, se confirma la sentencia apelada de
fecha 16 de diciembre de 1969, escrita a
fojas 63 y siguientes.
Acordada la confirmatoria en cuanto se
determina la cuota de cada comunero, en
contra de la opinión del abogado integrante
señor Valdés Alfonso, quien estuvo por re-
vocar en este punto la sentencia de alzada y
por declarar que ésta es una función propia
del Juez Partidor, para lo cual tiene presente
lo dispuesto en los Nos 1 y 2 del artículo 227
del Código Orgánico de Tribunales y las
siguientes consideraciones:
a) Que de acuerdo con lo establecido en
el artículo 1337 del Código Civil, el partidor
tiene dos funciones bien definidas: liquidar
lo que a cada uno de los consignatarios (sic)
se debe y proceder a la distribución de los
efectos hereditarios en la forma señalada
por la ley;
b) Que si bien el artículo 1330 de dicho
Código ordena que antes de procederse a
la partición la justicia ordinaria debe de-
cidir las controversias sobre derechos a la
sucesión, a juicio del disidente esta dispo-
sición sólo se refiere a las cuestiones sobre
existencia o inexistencia de la comunidad,
mas no a la cuantía de los derechos que los
interesados pretendan tener, porque este
último detalle sería de la competencia del
partidor, quien para determinarlo necesita
considerar numerosos antecedentes y prac-
ticar diversas operaciones que escapan de
la competencia de la justicia ordinaria;
c) Que en otras palabras, la justicia
ordinaria decide primeramente cuáles son
44
los comuneros y cuáles son los bienes que
quedaron sometidos a la competencia del
partidor para que éste liquide lo que a cada
uno se debe, es decir, para que, previas
la formación de acervos, acumulaciones,
determinación de porción conyugal y otras
operaciones señaladas por la ley, determi-
ne el acervo líquido de la comunidad y la
cuantía de la cuota que corresponda a cada
consignatario (sic);
d) Que, en concepto del disidente, sólo
después de haber ejecutado estas operacio-
nes y de haber determinado el derecho de
cada consignatario (sic), según el resulta-
do de ellas, puede el partidor proceder a
cumplir la segunda parte de su misión, es
decir, a distribuir los efectos comunes.
Redactó el fallo el Ministro señor Brio-
nes, y el voto disidente su autor.
Julio Aparicio Pons – Ramón Briones Toledo
– Benjamín Valdés Alfonso.
En contra de la sentencia precedente
se ha deducido por la parte demandada el
recurso de casación en el fondo, señalán-
dose como causales las infracciones de los
artículos 588, 675, 2304, 1437, 2284 y 2313
del Código Civil, cada una de las cuales
será analizada en la parte considerativa de
esta sentencia.
LA CORTE
Considerando:
1º. Que el recurso señala, en primer
término, que la infracción de los artícu-
los 588 y 675 del Código Civil, en la que
se habría incurrido por el fallo al dar por
establecida la existencia de la comunidad
entre las partes, a virtud del concubinato
que existió entre la demandante y el cau-
sante, don Pedro Rachet, concubinato
que no es fuente de derechos personales
y no está contemplado en el artículo 588
citado como modo de adquirir el dominio
ni constituye, tampoco, un título traslaticio
de dominio, como lo exige el artículo 675,
por todo lo cual, ambas disposiciones han
resultado violadas, al derivarse un domi-
nio de la demandante que no procede, ni
ha sido adquirido en la forma que dichas
disposiciones legales exigen;
 Cap. II. Cuasicontratos regulados por el Código Civil
2º. Que la sentencia recurrida, en su
considerando 5º, que reproduce el de igual
numerando de la de primera instancia indi-
ca que, en el curso del pleito la demandante
ha acreditado legalmente en autos que vivió
en concubinato con don Pedro Rachet
desde 1957 hasta 1969, tiempo durante
el cual, con el esfuerzo común de ambos,
adquirieron diversos bienes formando una
comunidad…, etc.”.
3º. Que, como se ve, no es efectivo que
la sentencia impugnada haya resuelto que el
hecho del concubinato por sí solo constituya
un título y modo de adquirir de los bienes
que se suponen comunes, sino que, como se
expresa con toda claridad, los convivientes
durante el tiempo que vivieron juntos “con
el esfuerzo común de ambos adquirieron
diversos bienes, formando una comunidad”.
Es decir, no es el concubinato el que dio el
dominio en su cuota a la demandante, sino
que “el esfuerzo común”, mediante el cual
adquirieron estos bienes, esto es, los actos
y contratos que fueron la consecuencia de
dicho esfuerzo común.
No está de más reparar que si este es-
fuerzo común para adquirir los bienes no
constituye título y modo de adquirir para
la demandante señora Contreras, tampoco
lo constituirían para el demandado señor
Rachet, puesto que, como lo expresa el
fallo, ambos procedieron de consuno a la
adquisición de los bienes;
4º. Que tampoco es acertado el recurso
cuando señala como infracción legal come-
tida por la sentencia la de los artículos 2304,
1437 y 2284 del Código Civil, porque, según
se afirma por el recurrente, los sentenciado-
res han entendido que la primera disposición
preceptúa que el cuasicontrato que existe
entre los comuneros, a falta de convención,
genera la comunidad, en circunstancia
que no es el cuasicontrato el que crea la
comunidad, sino que es la comunidad la
que configura el cuasicontrato;
5º. Que si es el cuasicontrato el que crea
la comunidad o si es ésta la que da origen al
cuasicontrato es sólo un juego de palabras,
que carece de consistencia jurídica, y no
45
demuestra en manera alguna que se hayan
infringido las disposiciones que se señalan.
Como es sabido, el hecho voluntario de dos
o más personas, sin que medie entre ellas un
contrato de sociedad universal o singular,
constituye el cuasicontrato de comunidad
que regla el párrafo 3º del Título XXXIV
del Libro IV del Código Civil. En la especie
los jueces del fondo dejan establecido que
la señora Contreras y el señor Rachet, según
se ha repetido, además de vivir juntos, ad-
quirieron bienes durante esa convivencia,
los que obtuvieron con el esfuerzo común
de ambos y, en presencia de tales hechos,
que el Tribunal de Casación debe respetar,
no cabe poner en duda la existencia de la
comunidad, por lo que debe concluirse
que la sentencia atacada no ha vulnerado
las disposiciones que se señalan como in-
fringidas por este motivo;
6º. Que también se impugna la sentencia
indicando la infracción del artículo 2313
del Código Civil, la que se habría producido
al establecerse que a cada comunero co-
rrespondía el 50% del caudal de los bienes
comunes, declaración que no correspondía
hacerla al Tribunal, puesto que ella compete
al Partidor al liquidar la comunidad, según
lo estatuye la disposición legal referida;
7º. Que la actora en las peticiones se-
gunda y tercera de su demanda, solicitó
que se declarase: “Que sus derechos en la
comunidad o sociedad de hecho ascendían
a un 50% del total de derechos y bienes
que tenía dicha comunidad al momento
de fallecer don Pedro Rachet”; peticiones
que fueron contradichas por el demandado,
negando la existencia de la comunidad así
como el trabajo común de los demandan-
tes, sosteniendo que tales bienes “fueron
adquiridos por el señor Rachet mediante
su único esfuerzo y trabajo y sin ninguna
intervención de la demandante”;
8º. Que por lo dicho, es manifiesto que
el demandado no ha planteado, sea como
excepción dilatoria, sea como excepción
de fondo, la de que el Tribunal careciere
de competencia para resolver las peticio-
nes indicadas en la demanda, de manera
 Primera parte. Los cuasicontratos
que el recurso, bajo este aspecto, pretende
plantear un hecho nuevo que no ha sido
invocado en tiempo y forma en el pleito;
9º. Que, por lo demás, siendo aplicables
a las divisiones de los bienes comunes las
reglas de la partición, los jueces de la instan-
cia no han violado el artículo 2313 como se
pretende, puesto que se han conformado a
lo que prescriben los artículos 1330 y 1331
del Código Civil, al resolver como lo han
hecho, cual era, la parte o cuota que a cada
uno de los comuneros correspondían en los
bienes comunes, cuestión, que como ya se
ha dicho, fue propuesta en el pleito.
Visto, además, lo prescrito en los ar-
tículos 764, 765, 767, 787 y 809 del Códi-
go de Procedimiento Civil, se declara sin
lugar el recurso de casación en el fondo,
interpuesto a nombre de doña Georgina
Valiente de Rachet y compartes, en contra
de la sentencia de la Corte de Apelaciones
de Santiago, de 7 de julio del presente
año, con costas es (sic) que se condena
solidariamente a la parte recurrente y al
abogado patrocinante.
46
Se aplica a beneficio fiscal el valor de
la boleta acompañada para interponer el
recurso.
Redacción del Ministro don Armando
Silva Henríquez. Enrique Urrutia M. – M.
Eduardo Ortiz S. – Israel Bórquez M. – Rafael
Retamal L. – Luis Maldonado B. – Armando
Silva H. – Julio Fabres E.
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
1. Relate los hechos que dieron origen a esta
causa.
2. ¿Qué fue lo solicitado por la actora?
3. ¿Cuáles fueron los alegatos del deman-
dado?
4. ¿Qué resolvió la Corte?
5. ¿Por qué cree usted que la Corte resuelve
que existe una comunidad de bienes entre los ex
concubinos? ¿Existe alguna norma legal que así
lo señale?
6. De ser negativa su respuesta anterior,
¿considera usted que correspondía demandar en
virtud del cuasicontrato de comunidad? ¿Conoce
usted alguna otra acción que podría haber sido
invocada por la actora?
 Capítulo III
LA LEY, FUENTE PRIMARIA DE OBLIGACIONES
17. Explicación
Al comenzar nuestro estudio sobre las
fuentes de las obligaciones en nuestro
Derecho Civil, se dejó constancia de las
diferencias que existen en la doctrina al
momento de establecer cómo se agrupan
dichas fuentes y cuál sería la más correcta
de estas agrupaciones.
De una parte aparece la clasificación
clásica de las fuentes que enumera como
tales al contrato, al cuasicontrato, al delito,
al cuasidelito y a la ley. En su momento diji-
mos que pareciera que es ésta la clasificación
recogida por nuestro Código Civil, como
se desprende de la enumeración señalada
en los artículos 1437 y 2284.
Por otro lado, aparecen doctrinas más
modernas que reducen, por ejemplo, esta
clasificación a sólo dos: el contrato y la ley,
dependiendo de si existe o no la voluntad
de obligarse por parte del deudor. Se ha
señalado que esta doctrina argumenta en su
favor que esta clasificación estaría consagrada
en el artículo 578 del Código Civil, artículo
que define los derechos personales. Otros
autores van más allá señalando que la única
fuente de las obligaciones es la ley, y así los
interesados en crear obligaciones por medio
de un contrato se estarían obligando tan sólo
porque la ley los ha facultado para hacerlo
de esta manera. Se señaló en su momento
que esta idea ha sido refutada, puesto que
si bien la ley es la fuente de todas las obli-
gaciones, puede serlo de manera mediata
o inmediata. Actúa como fuente mediata
cuando se requiere además de un hecho o de
un acto de voluntad que crea tales derechos y
obligaciones. Y actúa como fuente inmediata
cuando las obligaciones nacen por el solo
ministerio de la misma, sin requerir de un
49
hecho ni de la voluntad para el nacimiento
de los derechos y obligaciones. Finalmente,
se ha sostenido que la clasificación clásica
de las fuentes de las obligaciones es insufi-
ciente, agregándose nuevas figuras, como el
enriquecimiento sin causa y la declaración
unilateral de la voluntad, fuentes que ya han
sido estudiadas en este trabajo.
Más allá de las diversas teorías que se
han planteado acerca de la enumeración
de las fuentes de las obligaciones, en todas
ellas aparece de manifiesto la importancia
de la ley como fuente de obligaciones, sea
como fuente inmediata y directa de una
obligación, sea como fuente mediata o
indirecta de todas las demás.
18. CHOTZEN, PATRICIA, La ley como fuente
de las obligaciones, documento inédito
redactado para su incorporación en
este libro, y basado en las explicacio-
nes dadas por el autor en clases.
A. La ley como fuente de obligaciones en el
ámbito de la agrupación clásica de las fuentes
de las obligaciones.
La ley como fuente clásica directa de las
obligaciones, en esta perspectiva sólo tiene
un carácter secundario en consideración a
las demás fuentes de las obligaciones.
Sobre esta clase de obligaciones, sostie-
nen los profesores Alessandri y Somarriva,
“la ley no está enumerada expresamente
en el Código”.1 Sin embargo, es evidente
1 Nota del autor: no concordamos en este punto
con los profesores Alessandri y Somarriva, porque el
artículo 1437 del Código Civil, artículo que enumera
las fuentes de las obligaciones, la señala de manera
expresa, al establecer que “Las obligaciones nacen…,
 Segunda parte. La ley como fuente de las obligaciones
que hay muchas obligaciones cuya fuente
única y directa es la ley. Cuando se habla de
la ley como fuente de las obligaciones nos
referimos a aquellos casos en que la ley es
única y absoluta fuente de la obligación. Por
ejemplo, en el Derecho de Familia la ley es la
más importante fuente de las obligaciones;
los usufructos legales (facultades legales
de goce), las obligaciones de los cónyuges
entre sí, las obligaciones de los padres con
los hijos, tienen por fuente la ley. Por eso
podemos concluir que la ley como fuente
de obligaciones recibe su mayor aplicación
en el campo del Derecho de Familia”.
Continúan los profesores Alessandri y
Somarriva haciendo las siguientes obser-
vaciones generales:
1. El legislador no impone una obli-
gación legal sino cuando hay una causa
suficiente que justifique el imponerla, en
otros términos, la ley procede a crear la
obligación legal cuando hay motivos de
bastante peso que así lo aconsejen.
2. Con respecto a las obligaciones que
impone la ley, la capacidad no juega nin-
gún papel; de manera que por la ley van a
resultar obligados indistintamente capaces
e incapaces. Ello se explica porque no tiene
importancia aquí el elemento voluntad, ya
que son impuestas imperativamente y por
la sola autoridad de la ley. Así, la obligación
de pagar las contribuciones sobre bienes
raíces pesa tanto sobre un mayor de edad
como sobre un niño o un loco. Pero hay
casos en que por la naturaleza misma de
la obligación impuesta se exige cierta ca-
pacidad, como, por ejemplo, para ejercer
la guarda de un menor.
3. Las obligaciones legales son por lo
general irrenunciables, porque en ellas va
siempre envuelta la idea del orden público,
del interés general; por eso, aplicando el
artículo 12 del Código Civil, son irrenun-
ciables.2
ya por disposición de la ley, como entre los padres
y los hijos sujetos a patria potestad”.
2 ALESSANDRI, ARTURO, SOMARRIVA, MANUEL,
Derecho Civil, Tomo IV, Fuentes de las Obligaciones,
Editorial Nascimento, Santiago, 1942, pág. 803.
50
B. La ley como fuente de las obligaciones
según la doctrina que plantea la existencia de
sólo dos fuentes de las mismas.
Según Planiol, el principal represen-
tante de esta doctrina, “no hay sino dos
fuentes de las obligaciones: el acuerdo de
voluntades entre el acreedor y el deudor
y la voluntad todopoderosa de la ley que
impone una obligación a una persona,
contra su voluntad y en interés de otra.
Esta clasificación se reduce a la distinción
bien conocida de obligaciones contrac-
tuales y no contractuales, pero en lugar
de limitarse en cuanto a estas últimas a
una designación puramente negativa de
su fuente, llamándolas “compromisos que
forman convención”, como dice el Código
Civil, ella les atribuye positivamente una
fuente especial y única, la ley”.3
El profesor Ramón Meza Barros, si-
guiendo a este autor en su crítica a la cla-
sificación clásica de las fuentes, sostiene:
“en las fuentes distintas al contrato, si de
algún modo interviene la voluntad, no es
ella la que genera la obligación. Esto es
evidente en los delitos y cuasidelitos; la
comisión del acto es voluntaria, pero no
lo son las consecuencias. Las obligaciones
resultantes del acto ilícito no son queridas
por el autor y le son impuestas por la ley
para reparar el daño causado. El origen
legal de la obligación es patente; el obligado
lo está a su pesar, a favor de la víctima del
delito o cuasidelito. Del mismo origen es
la obligación resultante del cuasicontrato.
La ley impone la obligación para impedir
el enriquecimiento injusto; no es otro el
motivo de que deba restituirse lo que se ha
recibido en pago o de cumplir el dueño del
negocio las obligaciones que en su nombre
contrajo el agente oficioso”.4
En cuanto a las obligaciones legales,
distingue a su turno entre las obligaciones
3 PLANIOL, MARCEL, “Clasificación de las Fuentes
de las Obligaciones”, artículo publicado en la Revista
de Derecho y Jurisprudencia del año 1904-1905, primera
parte, págs. 73-82.
4 MEZA BARROS, RAMÓN, Manual de Derecho Civil.
De las Obligaciones, 9ª edición, Editorial Jurídica de
Chile, Santiago, 1999, págs. 23-24.
 Cap. III. La ley, fuente primaria de obligaciones
legales que tienen por objeto evitar un daño,
las que corresponden a lo que tradicional-
mente se considera como obligación legal,
y las obligaciones legales que tienen por
objeto reparar un daño ya ocasionado, com-
prendiendo las obligaciones delictuales, las
cuasidelictuales y las cuasicontractuales.
Dejando a un lado las obligaciones le-
gales de la segunda especie, señala Planiol,
en relación con las obligaciones legales en
sentido restringido, que “Estas obligaciones
son muy numerosas. En primer lugar, están
todas aquellas que la ley penal sanciona y
cuya violación constituye un delito o crimen.
En materia civil hay muchas más de lo que
parece. Están todas las cargas de familia:
obligación de ser tutor, curador, obliga-
ción alimentaria, deber de educación de
los padres para con los hijos, las llamadas
obligaciones de vecindad, el secreto profe-
sional, etc.”. Puede notarse que esas obli-
gaciones tienen objetos variados: algunas
son obligaciones de no hacer, de hacer, o
de dar. Por tanto, la ley nos impone tanto
acciones como abstenciones. Ahora bien,
la razón que sirve de fundamento jurídico
a todas estas obligaciones se descubre con
un simple procedimiento: analizar qué ocu-
rre si se suprime dicha obligación. Como
resultado, aparece inmediatamente un
peligro considerable o el riesgo de un daño
futuro, que se puede evitar imponiéndose
un sacrificio mayor y a veces nulo al sujeto
obligado por la ley.
En cuanto a esta concepción amplia de
las obligaciones legales, y aquella extrema
que considera que en definitiva es sólo la
ley la fuente de las obligaciones, el profesor
René Abeliuk la rechaza sosteniendo que
“en un sentido amplio toda obligación en-
cuentra su razón de ser en el ordenamiento
jurídico, y en tal sentido tienen su parte
51
de verdad las doctrinas que pretenden
que la ley es la fuente única de las obliga-
ciones. Pero la verdad es también que la
obligación nace muy distintamente de la
ley en las obligaciones legales stricto sensu,
en que no hay hecho alguno del deudor
para dar nacimiento a la obligación, sino
la sola voluntad del legislador, que en las
demás fuentes de obligaciones. Las obliga-
ciones legales propiamente tales son, pues,
aquellas en que la ley es la fuente directa e
inmediata de las obligaciones, y no existe
un hecho del deudor en que la obligación
tenga su fundamento. Su ejemplo más cabal
es la obligación alimenticia, en que la ley
determina cuándo nace ella, las personas
del deudor y del acreedor y la forma de
satisfacerla”.5
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
Lea los artículos 426, 526, 658, 662
inc. 2º, 668 inc. 1º y 1725 Nos 3º y 4º, re-
lacionándolos con el artículo 1734 del
Código Civil.
Responda las siguientes preguntas para
cada uno de ellos.
1. ¿Cuál es la fuente de las obligaciones
señaladas en tales artículos? ¿Cree usted que
podría señalarse como fuente directa la ley, o
bien, cree que la fuente es el enriquecimiento sin
causa? Fundamente.
2. Si cree que la fuente de tales obligaciones
es el enriquecimiento sin causa, y partiendo de la
base que ciertos autores señalan que los cuasicon-
tratos son una fuente residual de las obligaciones,
¿podrían tales casos corresponder a los llamados
cuasicontratos innominados, entendiendo por
tales aquellos que no se encuentran señalados
en el artículo 2285 del Código Civil?
5 ABELIUK, RENÉ, Las Obligaciones, Tomo I, Edito-
rial Jurídica de Chile, Santiago, 1993, pág. 48.
 Capítulo IV
LA RESPONSABILIDAD CIVIL:
CLASIFICACIÓN
I. INTRODUCCIÓN AL TEMA
19. Explicación
La llamada “responsabilidad civil”
–contractual o extracontractual– es posible-
mente una de las áreas más desarrolladas
por la doctrina y jurisprudencia recientes.
Respecto de ella, se han suscitado las más
variadas e interesantes controversias, las
que van desde las tendencias que buscan
unificar ambas responsabilidades, hasta
desarrollos profundos de temas como la
responsabilidad objetiva, el concepto de
daño moral, el estatuto general de la res-
ponsabilidad, etc.
Todas estas tendencias han llevado a
que recientemente, muchas Universidades
que enseñan el Derecho ofrezcan un curso
completo dedicado a esta área. Otras que
han seguido el esquema clásico tratan la
responsabilidad civil contractual en el curso
destinado a las obligaciones – básicamente
en el incumplimiento – y la responsabilidad
civil extracontractual a propósito de los
delitos y cuasidelitos. Nosotros intentare-
mos explicar la responsabilidad civil desde
ambos puntos de vista.
Puesto que este tomo está enfocado en
las fuentes de las obligaciones, estudiaremos
aquí la responsabilidad civil extracontrac-
tual como una de dichas fuentes. Hablare-
mos, por lo tanto, de las obligaciones que
emanan de un delito o cuasidelito civil.
Esto es, aquellas que surgen de un hecho
humano, voluntario e ilícito, cometido con
dolo o culpa, y que produce un daño a una
persona. Para ello, intentaremos responder
las siguientes preguntas: ¿cuándo surge la
obligación? y ¿quién debe responder? Pre-
55
viamente, se entregarán algunas nociones
del concepto de delito y cuasidelito civil,
las que se compararán con la responsabi-
lidad contractual, así como con los delitos
y cuasidelitos en materia penal.
II. RESPONSABILIDAD
CONTRACTUAL Y
EXTRACONTRACTUAL.
DIFERENCIAS. RESPONSABILIDAD
PRECONTRACTUAL
A. DIVISIÓN DE
LA RESPONSABILIDAD CIVIL
EN CONTRACTUAL
Y EXTRACONTRACTUAL
20. CHOTZEN, PATRICIA, Responsabilidad
civil, documento inédito redactado
para su incorporación en este libro,
y basado en las explicaciones dadas
por el autor en clases.
De acuerdo a la estructura que consagra
nuestro Código Civil, la responsabilidad civil
puede dividirse básicamente en dos ramas:
contractual y extracontractual. La utilización
de la expresión “básicamente” no es casual,
sino que se ha empleado para recalcar que
algunos autores añaden además una tercera
categoría de responsabilidad civil: la respon-
sabilidad precontractual, cuya naturaleza es
bastante discutida en la doctrina.
El hecho de clasificar la responsabilidad
civil no impide la formulación de un con-
cepto genérico de responsabilidad, toda vez
que no obstante las peculiaridades de cada
uno de estos estatutos, el efecto de incurrir
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
en ella es siempre el mismo: se debe reparar
el daño que se ocasiona a la víctima, ya sea
por el incumplimiento contractual, ya sea
por el delito o el cuasidelito.
Antes de realizar un examen de ambos
estatutos, cabe señalar que la diferencia
substancial que existe entre uno y otro con-
siste en que en un caso la responsabilidad
civil es un capítulo de los efectos de las
obligaciones, y en el otro, constituye fuente
de las mismas. En la responsabilidad civil
contractual, el responsable y la víctima se
encuentran ligados por un contrato, media
entre ellos una obligación preexistente.
La responsabilidad civil contractual viene
a ser, en consecuencia, un efecto de las
obligaciones que nacen de los contratos,
específicamente, un efecto de las obliga-
ciones en su incumplimiento, efecto que
conjuntamente con el cumplimiento forza-
do configuran los denominados remedios
legales en caso de incumplimiento. Por esta
razón, la responsabilidad civil contractual
constituye un efecto de los contratos, ella
se encuentra regulada en el Título XII
del Libro IV del Código Civil, que se de-
nomina precisamente “Del efecto de las
obligaciones”.
En el caso de la responsabilidad delictual
o cuasidelictual, la situación es totalmente
distinta, puesto que en este caso no existe
vínculo alguno previo entre el autor del
daño y la víctima del mismo. La obligación
nace precisamente de la comisión de un
delito o cuasidelito. En este caso, la respon-
sabilidad civil opera como consecuencia
de una fuente de las obligaciones. Así lo
disponen los artículos 1437, 2284, 2314 y
2329. Es por ello que el legislador le asignó
a esta materia un título independiente, el
Título XXXV del Libro IV.
Los requisitos necesarios para que una
persona se encuentre en la obligación de
indemnizar perjuicios, esto es, para que
incurra en responsabilidad civil, difieren
según se trate de una u otra clase de res-
ponsabilidad. En este punto es necesario
realizar una distinción:
a) La responsabilidad civil contractual se
configura cuando, de acuerdo a lo dispuesto
56
en el artículo 1556 del Código Civil, un deu-
dor no cumple una obligación contractual,
la cumple imperfectamente o la cumple
tardíamente. Las dos primeras causales dan
lugar a una indemnización compensatoria.
Si la obligación contractual infringida es la
de pagar una cantidad de dinero, es posible
obtener el pago en naturaleza a través del
cumplimiento forzado. En lo que respecta
a la tercera causal, el cumplimiento tardío,
ésta origina una indemnización morato-
ria, la que procede cualquiera que sea el
carácter de la obligación infringida, y es
acumulable a la anterior. En consecuen-
cia, cuando una de las partes no cumple
la obligación que ha contraído por medio
de la celebración de un contrato, y dicho
incumplimiento causa un perjuicio al otro
contratante, el primero debe indemnizar
el daño que ocasione tanto compensatorio
como moratorio. Dicho contratante incurre
en responsabilidad civil.
Para que haya lugar a la responsabilidad
contractual es menester que se verifique un
conjunto de presupuestos, los que deben
concurrir copulativamente. Estos presu-
puestos son los siguientes:
– El incumplimiento de una obligación
contractual.
– La imputabilidad del deudor. Esto signi-
fica que el deudor debe haber incumplido
la obligación con dolo o culpa.
– Los daños o perjuicios experimentados
por el acreedor.
– Una relación de causalidad entre el
incumplimiento y el daño que se ha oca-
sionado.
– La mora del deudor.
– No debe concurrir una causal de exen-
ción de responsabilidad.
El requisito de imputabilidad del deu-
dor (culpa o dolo) es de suma importancia.
En un sistema de responsabilidad subjetiva
como el nuestro, si el incumplimiento se
debe a un caso fortuito, el daño produci-
do no se debe indemnizar, incluso en el
evento de la ausencia de culpa, sin que ella
alcance a configurar un caso fortuito. En
este caso, faltaría un requisito necesario
para la responsabilidad civil: la culpa del
deudor.
 Cap. IV. La responsabilidad civil: clasificación
Este requisito de la imputabilidad (culpa
o dolo) tiene importantes consecuencias
jurídicas en relación con los daños que
deben ser indemnizados. Estos daños se de-
terminan atendiendo a si el incumplimiento
se debe al dolo o a la culpa del deudor. En
el primer caso, que comprende además la
culpa grave (que el artículo 44 del Código
Civil asimila al dolo), el deudor debe in-
demnizar los perjuicios directos previstos
e imprevistos sufridos por el acreedor. En
cambio, si el incumplimiento se debe tan
sólo a la culpa del deudor, éste deberá
indemnizar sólo los perjuicios directos
previstos al momento de contratar. Así lo
dispone el artículo 1558 del Código Civil.
Lo anterior permite afirmar que el dolo
actúa en esta materia como una agravante
de la responsabilidad civil contractual.
b) En cuanto a la responsabilidad civil
extracontractual, llamada también delictual
o cuasidelictual, ella se configura cada vez
que una persona, natural o jurídica, come-
te algún acto civil ilícito. Así lo señala el
artículo 2314: “El que ha cometido un delito
o cuasidelito que ha inferido daño a otro, es
obligado a la indemnización; sin perjuicio de
la pena que le impongan las leyes por el delito o
cuasidelito”.
El Código Civil no define lo que se en-
tiende por delito o cuasidelito. No obstante,
el artículo 2284, contenido en las reglas
de los cuasicontratos, permite elaborar un
concepto de ellos, toda vez que establece
los elementos fundamentales de los ilícitos
civiles. Sobre la base de la descripción que
realiza este artículo, se puede definir al deli-
to como todo hecho voluntario, no convencional,
realizado con la intención de dañar, vale decir,
todo daño causado con dolo. Por su parte,
el cuasidelito puede definirse como todo
hecho voluntario, no convencional, realizado sin
la intención de dañar, vale decir, todo daño
causado por culpa de su autor.
Genéricamente, los delitos y los cua-
sidelitos constituyen “hechos ilícitos”, y
técnicamente ésta es la mejor forma de
denominarlos, toda vez que la distinción
entre delitos y cuasidelitos en materia civil
carece de relevancia jurídica. Los efectos
jurídicos de unos y otros son los mismos,
57
a saber, indemnizar los daños causados a
la víctima, sean éstos materiales o morales,
salvo que una disposición restrinja la in-
demnización a ciertas categorías de daños.
Por lo demás, la distinción entre delitos
y cuasidelitos civiles induce a equívocos,
dado que en materia penal se utiliza la
misma denominación, distinción que
en este caso trae aparejadas diferencias
sustanciales.1
Visto lo anterior, resulta indispensable
precisar qué es lo que se entiende por he-
chos ilícitos. Se ha planteado que éstos son
los contrarios a la ley, los hechos contrarios
a Derecho, etc. Interesante es la opinión
del profesor Ramón Meza Barros sobre este
punto, el que sostiene que estos conceptos,
extremadamente vagos, carecen de utilidad
práctica. En realidad el hecho es ilícito por
sus consecuencias, por la responsabilidad
que genera, especialmente como resultado
de los daños que causa.
Para que se configure la responsabilidad
civil extracontractual, es menester que
concurra un conjunto de requisitos. Ellos
son los siguientes:
– Los daños o perjuicios experimentados
por la víctima.
– La imputabilidad del autor. El daño
debe ser el resultado de su actuar doloso
o culpable.
– Una relación de causalidad entre el
dolo o la culpa, por un lado, y el daño
causado, por el otro.
– La capacidad delictual del autor del
daño.
Sostiene el profesor Meza Barros que
sólo en la medida en que concurran estos
cuatro presupuestos, se engendra la obliga-
ción de indemnizar perjuicios, y solamente
en este evento estaremos en presencia de
un “hecho ilícito”. Este es el criterio que
establece por ejemplo, el Código Civil ar-
gentino, que dispone en su artículo 1067
que “No habrá acto ilícito punible para los efectos
de este Código, si no hubiese daño causado u
otro acto posterior que le pueda causar, y que a
1 ABELIUK MANASEVICH, RENÉ, Las Obligaciones,
Tomo I, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1993,
pág. 165.
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
sus agentes se les pueda imputar dolo, culpa o
negligencia”.2
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
1. Señale las principales diferencias de la
responsabilidad civil contractual y responsabi-
lidad civil extracontractual.
2. ¿Cuál es a su juicio la principal semejanza
entre ambas responsabilidades?
3. ¿Considera usted que el incumplimiento de
un contrato es un hecho ilícito? Fundamente.
4. ¿Piensa usted que ambas responsabilida-
des pueden fundirse en un solo estatuto? ¿Qué
dificultad podría encontrar?
5. Lea los siguientes casos y responda:
a. Se produce un accidente en la montaña
rusa de un parque de diversiones, del que
resultan varias personas con lesiones de
mediana gravedad.
i) ¿La responsabilidad del parque de
diversiones es contractual o extra-
contractual? Fundamente.
ii) ¿Qué ventajas representa para la
víctima que se trate de una respon-
sabilidad contractual?
iii) ¿Qué ventajas le representa que se
trate de una responsabilidad extra-
contractual?
b. Un médico que transita por la vía pública,
asiste gratuitamente a una persona que
presenta diversas contusiones producto de
un accidente automovilístico. Si en vista
de una actuación negligente del médico se
le provoca al herido una situación médica
más compleja que la que observaba con
anterioridad:
i) ¿En qué responsabilidad incurre el
médico? Justifique su respuesta.
c. Un marido golpea a su mujer producién-
dole serios daños físicos:
i) ¿Procedería la acción de indemniza-
ción en este caso?
ii) Considerando que el artículo 102 del
Código Civil define el matrimonio
como un “contrato solemne”, ¿bajo
2 MEZA BARROS, RAMÓN, De las fuentes de las obli-
gaciones, Santiago, 1997, págs. 258 y 259.
58
qué estatuto de responsabilidad de-
mandaría?
d. Se produce un grave accidente por la
imprudencia del chofer de un microbús.
Junto con los pasajeros que habían pagado
su pasaje, viajaba Andrea, que por no
tener dinero aprovechó una detención del
vehículo para colgarse de la parte trasera.
Andrea resulta herida en este accidente.
i) ¿Debe la empresa de transporte res-
ponder por los perjuicios ocasionados
tanto a los que pagaron su pasaje
como a Andrea?
ii) ¿En qué clase de responsabilidad
incurre respecto de todos ellos?
iii) ¿En qué beneficiaría a los pasajeros
el hecho de haber pagado su pasaje
al momento de solicitar su indemni-
zación?
iv) ¿En qué beneficiaría a Andrea al
momento de solicitar su indemniza-
ción el hecho de colgarse en la parte
trasera del vehículo?
21. JURISPRUDENCIA
BUSTAMANTE, MIGUEL Y OTRAS CON PAL-
MA, ORLANDO.
Corte Suprema. Casación en la forma y
fondo, 8 de agosto 1956.3-4
Don Orlando Palma promueve recursos
de casación en la forma y en el fondo contra
la sentencia de fecha 15 de septiembre de
1955, que acoge en parte la demanda contra
él promovida por don Miguel Bustamante,
doña Elvira Bustamante de Navas y doña
Rosa Bustamante de Moller sobre nulidad,
inoponibilidad y terminación de un contrato
de arrendamiento y cobro de perjuicios.
LA CORTE
Considerando:
A) En cuanto al recurso de forma:
1º. Que se estima, en primer lugar,
no fundamentada la sentencia en cuanto
3 RDJ, T. 53, Secc. 1ª, pág. 217.
4 En cuanto a este fallo, y en lo que respecta a
la materia en estudio, transcribiremos tan sólo lo
señalado por la Corte en lo relativo a la casación
en la forma.
 Cap. IV. La responsabilidad civil: clasificación
acoge la petición cuarta de la demanda,
relativa al pago de perjuicios con reserva
de discutir su especie y monto en un juicio
diverso, sin decirse nada en orden a hallarse
o no establecidos dichos perjuicios; omi-
sión violatoria de las normas que en este
punto se dan por afectadas, cuya correcta
aplicación imponía el debido examen de
la prueba y el rechazo consiguiente de la
petición antedicha;
2º. Que puntualizada así la impugna-
ción de falta de consideración sobre la
existencia de los perjuicios, debe recordarse
que fundada la demanda en ser nulo o en
subsidio inoponible a los demandantes el
arrendamiento celebrado por la sucesión
a que ellos pertenecen con el demandado,
por haber procedido el mandatario de la
sucesión extralimitando sus facultades, el
tribunal analiza el título en que éstas se con-
fieren y después de un estudio cuidadoso
admite en parte, por lo menos, la opinión
de los actores y acepta, si no la nulidad,
al menos la inoponibilidad del contrato.
Acto seguido, como consecuencia de lo
anterior y refiriéndose a los perjuicios, la
Corte agrega que el demandado gozó así el
predio “sin contrato alguno que hacer valer
ante los demandantes, lo que supone un
“menoscabo” para las actoras en su calidad
de comuneras”;
3º. Que tal “menoscabo” es el recono-
cimiento explícito de la existencia de per-
juicios, supuesto que, según el Diccionario
de la Lengua Española, se menoscaba una
cosa cuando se la disminuye, quitándole
una parte, se la acorta o se la reduce; y si
esto ocurre con el patrimonio de los pro-
pietarios del inmueble, como el fallo lo
dice, y por obra del demandado, es porque
hay perjuicios que a él son imputables. Es
manifiesto que los sentenciadores emplean
la palabra “menoscabo” en su acepción de
daño o perjuicio, como aparece en el fun-
damento vigésimo tercio en donde fundan
la responsabilidad en el hecho voluntario,
ilícito, culpable o doloso y que “importe
menoscabo del patrimonio”.
La naturaleza y monto del menoscabo
y perjuicios, por no ser materia del fallo
59
en razón de la reserva reclamada, no ha
tenido por qué considerarse;
4º. Que al declararse la responsabilidad
extracontractual, que no se reclamaría en
los autos, pues el fundamento de la acción
sería la responsabilidad contractual del se-
ñor Palma, el fallo se habría pronunciado
ultrapetita.
Los sentenciadores manifiestan que no
dice la demanda qué perjuicios se reclaman
y ellos entienden que son los extracon-
tractuales, por las razones que al efecto
señalan, si bien anotan que al fundar un
recurso de casación en el fondo contra la
sentencia anterior a la actual los deman-
dantes invocaron los derivados del contrato
de arrendamiento y más en concreto, los
previstos en el artículo 1949 del Código
Civil como sanción al arrendamiento en
mora de restituir.
Tiene razón el tribunal; en la demanda
se ejercitan diversas acciones; como princi-
pales las de nulidad del contrato y, en sub-
sidio, las de inoponibilidad y terminación
del mismo; como accesoria, los perjuicios.
La naturaleza de los últimos, innecesario
era decirlo, será distinta según la naturaleza
de la acción a que accedan. Si se estima
que el contrato es válido y oponible, las
prestaciones pertinentes se regulan por él;
era el caso de la sentencia anterior. Pero si
el pacto es nulo, o siendo válido es inopo-
nible, las responsabilidades que procedan
no han de buscarse en estipulaciones que
no existen o no tienen valor, y esto es lo
que resuelve la sentencia, sin que para ello
necesite desentenderse de las peticiones
concretas de la demanda. Los perjuicios que
se cobran, dice el considerando 22, son los
que corresponden “al período de tiempo en
que el demandado permaneció ilegalmente
dentro del fundo y el que transcurra hasta
su restitución; son perjuicios de índole ex-
tracontractual, máxime que la petición de
perjuicios sólo debe ser examinada como
corolario de la petición de inoponibilidad
y no de las de nulidad y terminación que
han sido desestimadas o no examinadas por
improcedentes”. No existe, pues, la ultra
petita; se da lo que se pide.
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
PREGUNTAS
1. Señale las razones por las que el recurrente
señaló que el fallo recurrido adoleció del vicio de
ultrapetita.
2. ¿Cuáles fueron los fundamentos de la
Corte para no acoger el recurso?
3. En virtud de lo señalado en el fallo, ¿bajo
qué estatuto debería demandarse la responsabi-
lidad de un contrato nulo?
B. RESPONSABILIDAD
PRECONTRACTUAL. NOCIONES
GENERALES
22. Explicación
En doctrina, se llama responsabilidad
precontractual aquella que emana de un
daño producido en la etapa previa a la for-
mación de un contrato, esto es, antes que
el contrato se haya perfeccionado y nacido
a la vida jurídica. Se dice que esta respon-
sabilidad surge de la infracción del deber
de actuar de buena fe por ambas partes en
las negociaciones preliminares.
En algunos casos, esta responsabilidad se
encuentra regulada por las leyes. Así ocurre
con las normas que regulan la formación del
consentimiento en los actos jurídicos bilate-
rales, contenidas en el Código de Comercio.
De este modo, sería responsabilidad de este
tipo la obligación de reparación contenida
en el artículo 98 inciso segundo de dicho
Código, para el caso de aceptación extempo-
ránea en que el oferente no ha dado opor-
tuno aviso de su retractación. También sería
un caso de responsabilidad precontractual
el establecido en el artículo 100 del mismo
cuerpo legal, para el caso de retractación
tempestiva del oferente.
Se dice que, además de los casos expre-
samente regulados en las leyes, existirían
varios otros de responsabilidad precontrac-
tual. Así por ejemplo, la omisión de alguna
información relevante para los negociantes
también podría dar origen a responsabili-
dades de este tipo.
La pregunta que nos hacemos es si po-
dría o no hablarse de una categoría interme-
dia de responsabilidad. La responsabilidad
precontractual, ¿es una categoría más de
60
responsabilidad o corresponde a algunas
de las ya conocidas? Y si correspondiera a
alguna de las categorías clásicas de respon-
sabilidad, ¿a cuál de ellas pertenecería? ¿Se
trataría de una responsabilidad contractual
o una extracontractual?
Mucho se ha discutido al respecto. Sin
profundizar sobre el tema, señalaremos que
adherimos a las teorías extracontractuales
de esta responsabilidad. Esto es, a aquellas
que sostienen que la responsabilidad que
surge en estos casos deriva básicamente de
la perpetración de un ilícito civil. Nuestro
fundamento es primeramente gramatical.
Como hemos dicho, la responsabilidad con-
tractual es aquella que emana del incumpli-
miento de un contrato. Cuando hablamos
de responsabilidad precontractual, estamos
diciendo que en este caso la responsabilidad
deriva de un daño producido antes que
ese contrato se haya perfeccionado. Por
lo tanto, aún no han surgido obligaciones
para las partes. Por lo mismo, tampoco
podemos hablar de incumplimiento. La
pregunta que deberíamos hacer es qué
deber jurídico se ha infringido para que
surja esta responsabilidad. Pensamos que
se trataría del deber de llevar las negocia-
ciones con buena fe.
LECTURA COMPLEMENTARIA
El texto que reproducimos en el número
23 ha sido incorporado como lectura com-
plementaria. Los alumnos podrán utilizarla
para debatir el tema de la responsabilidad
precontractual.
23. CORRAL, HERNÁN, Lecciones de responsa-
bilidad civil extracontractual, Editorial
Jurídica de Chile, Santiago, 2004,
págs. 41 a 44.
d.4. Responsabilidad precontractual
La solución que se dé al problema ante-
rior sirve para determinar cuál es el régimen
de la llamada responsabilidad precontrac-
tual, esto es, la que se genera por el daño
causado en las fases preparatorias que aún
no han concluido en la celebración de un
contrato. Fue Rudolf von Ihering quien
 Cap. IV. La responsabilidad civil: clasificación
forjó la teoría de la culpa in contrahendo
asentando que la diligencia propia del con-
trato no sólo se exigía en las relaciones ya
establecidas, sino también a las relaciones
contractuales en vías de formación.
Por ello la responsabilidad del que
genera un daño en esta etapa debía ser
considerada contractual.5 Saleilles, en Fran-
cia, acuña el término de responsabilidad
“precontractual”, y fundamenta la obli-
gación de indemnizar por parte de aquel
que causa daño por el retiro arbitrario de
las negociaciones previas al contrato, en la
creación por la voluntad de una seguridad
parcial cuya extensión debe buscarse en los
usos y la equidad comerciales.6
La fundamentación contractualista de la
responsabilidad precontractual ha tenido
defensores en la doctrina nacional. Como
se mantiene que el derecho común lo
conforman las reglas de la responsabilidad
contractual, se estima que ellas también de-
ben aplicarse a supuestos de responsabilidad
en la formación de los contratos, ya que se
trata del incumplimiento de obligaciones
legales, como las de indemnizar en caso
de retractación tempestiva de la oferta o
de falta de aviso de la retractación de la
oferta en caso de aceptación no oportuna
(arts. 98 y 100 CCom).7
Para Hugo Rosende Álvarez,8 deben
5 El famoso ensayo de R. von Ihering se titula
“Culpa in contrahendo, oder Schadenersalz bei nichtigen
oder nicht zur Perfection gelangten Verträgen” y fue publi-
cado en los Iherings Jahrb. f. d. Dogm., 1860, págs. 1 y
ss. Una síntesis de su posición en CLARO SOLAR, L.,
ob. cit., T. XI, Nº 1073, págs. 530-533.
6 SALEILLES, R., “De la responsabilidad precon-
tractual. A propósito de un estudio sobre la materia”,
en RDJ, T. V. Derecho, págs. 127-160, especialmente
págs. 152-155.
7 RISUEÑO, MANUEL MARÍA, “De las obligaciones
precontractuales”, en RDJ, T. XXXI, Derecho, págs. 42-
72, según el cual el acto desleal según la costumbre o
los usos sociales no es un delito o cuasidelito civil, “sino
una violación de la buena fe con que debe procederse
en las convenciones de negocios, enteramente análoga
a la culpa contractual” (págs. 92).
8 ALESSANDRI, A., ob. cit., Nº 29, pág. 57, pero
aclara que si se trata de la ruptura dolosa o culposa
de tratativas meramente preliminares, habrá respon-
sabilidad extracontractual. En el mismo sentido,
ABELIUK, R., ob. cit., T. II, Nº 931, págs. 764.
61
distinguirse las distintas etapas que pueden
presentarse en la formación del contrato:
– Tratativas: Si hay convención que las
regule, se aplicará la responsabilidad con-
tractual; si no la hay, deberá aplicarse la
responsabilidad extracontractual;
– Oferta: El Código de Comercio esta-
blece el derecho a pedir indemnización
en los casos de retractación tempestiva de
la oferta (art. 100 CCom) y de omisión
del aviso de retractación de la oferta en
caso de aceptación extemporánea (art. 98
CCom). El primer caso sería un supuesto
de responsabilidad legal, con aplicación
subsidiaria de las reglas de la responsabi-
lidad contractual. En cambio, para el caso
de omisión del aviso de la retractación de
la oferta, deben aplicarse las normas de
la responsabilidad delictual (no existe
vínculo preexistente, ya que la oferta ha
caducado).
– Cierre de negocio: El cierre de negocio
suele proceder cuando se trata de contratos
que, además del consentimiento, requieren
la realización de formalidades ulteriores.
Se trata de una oferta aceptada, pero sin
reunir aún los elementos de perfección del
contrato. Aquí existiría una responsabilidad
cuasicontractual (hecho voluntario no
convencional que produce obligaciones),
que se regiría por las reglas de la respon-
sabilidad contractual.
– Contrato preparatorio: Si se ha ya
acordado un contrato preparatorio o pre-
liminar, la responsabilidad que origine su
incumplimiento será contractual. Así, el
incumplimiento de un contrato de promesa
de celebrar un contrato origina responsa-
bilidad contractual.
En nuestro criterio, las reglas de respon-
sabilidad aplicables a los casos de obligacio-
nes legales relacionadas con la oferta deben
ser complementadas por las normas de la
responsabilidad extracontractual. En caso
de cierre de negocios, no parece sencillo
visualizar un verdadero cuasicontrato, ya
que existe una convención (oferta acepta-
da). Por ello su incumplimiento originará
responsabilidad contractual, pero siempre y
cuando sea reconocido como válido y eficaz
como convención innominada.
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
En caso contrario la responsabilidad
por su ruptura será extracontractual por
violación del principio general de la bue-
na fe. Como sostiene Ducci, no parecía
equitativo autorizar la indemnización en
caso de retractación tempestiva de la ofer-
ta y negarla en caso de revocación de este
negocio precontractual.
La institución de las arras en garantía
que regulan los arts. 1803 y 1804 traducen
la posibilidad de regular anticipadamente la
indemnización de perjuicios por ejercicio
del derecho a la retractación antes de la
perfección del contrato.
En doctrina comparada suele prevalecer
el criterio contractualista. Esta es la opinión
que predomina en el panorama doctrinal
español. También lo propicia De Cupis en el
ámbito italiano considerando preferible la
teoría extracontractualista, pero señala que
el daño causado en las tratativas preliminares
al establecer el art. 1337 del Código Civil
italiano el deber de proceder de buena fe,
resultaría ser una responsabilidad contrac-
tual. No obstante, la jurisprudencia señala
que la norma del art. 1337 es un supuesto
de responsabilidad extracontractual, y así lo
sostiene una gran parte de la doctrina.
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
1. ¿Qué es la responsabilidad precontrac-
tual?
2. ¿Considera usted que se trata de una
categoría intermedia de responsabilidad?
3. Si su respuesta anterior es negativa, ¿a qué
categoría de responsabilidad cree usted que per-
tenecería la responsabilidad precontractual?
III. ESTATUTO GENERAL
DE RESPONSABILIDAD CIVIL
24. CHOTZEN, PATRICIA, Estatuto general de
responsabilidad civil o responsabilidad
de Derecho común, documento inédito
redactado para su incorporación en
este libro, y basado en las explicacio-
nes dadas por el autor en clases.9
9 ROSENDE ÁLVAREZ, HUGO, “La responsabilidad
precontractual en la formación del consentimien-
62
El estatuto de responsabilidad civil con-
tractual se aplica en aquellos casos en que
el responsable y la víctima se encuentran
ligados previamente por una obligación
contractual. En cambio, el de responsa-
bilidad extracontractual se aplica cuando
se ejecuta un hecho ilícito. Sin embargo,
hay una pregunta que no tiene una clara
respuesta, ¿cuál es el estatuto que se debe
aplicar si se causa un daño a raíz de la
infracción de una obligación legal o de
una cuasicontractual, o bien, si una de las
partes negociadoras interrumpe dolosa o
culposamente las conversaciones durante
el período de negociación de un contrato?
Esta pregunta cobra aun más relevancia
si aceptamos que además de las fuentes
clásicas de las obligaciones existen otras.
¿Cuál es el estatuto que debe aplicarse
si se incumple una obligación derivada
de una declaración unilateral de la vo-
luntad, o para demandar la acción de in
rem verso?
Para responder esta pregunta debemos
determinar cuál es el estatuto general de
responsabilidad que consagra nuestro
Código Civil. ¿Cuál es la regla general, la
responsabilidad contractual o la extracon-
tractual? Las consecuencias de esta deter-
minación son relevantes. Una de ellas está
referida al daño moral. Si sostenemos que
el estatuto general de responsabilidad es
el extracontractual, este daño deberá ser
indemnizado sin discusión alguna, puesto
que el artículo 2329 inciso primero del
Código Civil establece que: “Por regla gene-
ral todo daño que pueda imputarse a malicia o
negligencia de otra persona, debe ser reparado
por ésta”. El artículo se refiere a todo daño,
sin distinción de si éste es material o moral.
En cambio, si sostenemos que el estatuto
general es el contractual, la posibilidad
de obtener la indemnización por daño
moral puede ser discutible, en virtud de
la interpretación exegética que histórica-
mente nuestros tribunales realizaron del
to en los contratos reales y solemnes”, en AA.VV.,
Instituciones Modernas de Derecho Civil. Homenaje al
profesor Fernando Fueyo Laneri, Conosur, Santiago,
1996, págs. 337 y ss.
 Cap. IV. La responsabilidad civil: clasificación
artículo 1556 del Código, que señala que
la indemnización de perjuicios comprende el
daño emergente y lucro cesante… No obstante,
cabe destacar que actualmente ésta no es
la tendencia de nuestros jueces, los que se
están inclinando cada vez más a aceptar la
indemnización por daño moral aun en el
plano contractual.
La importancia de determinar el estatuto
general de responsabilidad no se limita
sólo al plano del daño moral. Nuestro Có-
digo establece estatutos bastante precisos
para cada una de estas responsabilidades,
los que afectarán las acciones tendientes
a determinar las responsabilidades de
las otras fuentes de las obligaciones. Así,
vemos que la responsabilidad contractual
requiere del incumplimiento de la obliga-
ción y de la mora del deudor, la que para
establecerse debe cumplir con normas
precisas, señaladas en el artículo 1551 del
Código Civil. En cambio, para establecer
la responsabilidad extracontractual no
se exigen estos requisitos. En cuanto a la
imputabilidad, si bien ella se exige para
establecer una y otra responsabilidad,
en la contractual la culpa se presume, en
virtud del artículo 1547; y se presume por
el solo hecho del incumplimiento de la
obligación, debiendo probar el demanda-
do la ausencia de culpa para eximirse de
responsabilidad. En cambio, si el estatuto
general de responsabilidad fuera la extra-
contractual, será el demandante, víctima
del daño, el que deberá acreditar la culpa.
Salvo casos excepcionales, no existe norma
dentro del estatuto de la responsabilidad
extracontractual que permita presumir
la culpa del autor del hecho ilícito y por
lo tanto el demandante deberá remitirse
a las reglas generales, y es sabido que el
artículo 1698 inciso primero señala que
incumbe probar las obligaciones o su extinción
al que alega aquellas o esta.
Con el objeto de aclarar este punto, es
necesario señalar los argumentos esgrimidos
por algunos representantes de las posiciones
existentes sobre este tema:
1. El profesor Arturo Alessandri sostuvo
que el estatuto general de responsabilidad
63
es el contractual. Apoya su postura en los
siguientes fundamentos:10
a) A diferencia del Código Civil francés,
que trata la responsabilidad contractual
en el título denominado “De los contratos
y de las obligaciones convencionales en
general”, el chileno regula esta materia
en el título relativo a “los efectos de las
obligaciones”. El que, sostiene, regula el
efecto de todos los tipos de obligaciones.
Por su parte, el Código regula lo relativo
a la responsabilidad aquiliana en un título
independiente, que constituye un estatuto
especial de responsabilidad.
b) Es posible advertir que en el Código
Civil existen artículos que regulan tanto
obligaciones legales como cuasicontractua-
les, que aluden a la gradación de culpa que
consagra el artículo 44 como, por ejemplo,
los artículos 256, 391, 427, 2288, 2308, etc.
En consecuencia, el hecho de hacer exten-
sivas las reglas que gradúan la culpa, que
en conformidad con el artículo 1547 sólo
se aplican al ámbito contractual, permite
sostener que el legislador consagró como
estatuto aplicable a las demás fuentes de
las obligaciones, salvo a los hechos ilícitos,
el contractual.
2. El profesor Ramón Meza Barros
sostuvo la posición contraria, esto es, que
el estatuto general de responsabilidad es la
extracontractual. Sus argumentos son los
siguientes:
a) Si bien el título que trata de la res-
ponsabilidad contractual se denomina “De
los efectos de las obligaciones”, es necesa-
rio advertir que si se revisa el articulado
correspondiente, éste alude siempre al
efecto de las obligaciones contractuales.
Así por ejemplo, los artículos 1545 y 1546
se refieren a los principios de la contrata-
ción; el artículo 1547 señala el grado de
diligencia que debe emplear el deudor de
una obligación contractual atendiendo a
si el contrato es oneroso o gratuito, y si es
gratuito, según a quien reporte utilidades,
etc. Por lo cual, no obstante la generalidad
10 DUCCI, CARLOS, Derecho Civil. Parte general,
Editorial Jurídica de Chile, 3ª edic., Santiago, 1988,
págs. 234 y 235.
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
del epígrafe del Título XII del Libro IV,
éste solamente se aplica a los efectos de las
obligaciones contractuales.
b) El Código Civil constantemente
revela su propósito de contraponer las
obligaciones contractuales de las que nacen
de otras fuentes. Así, por ejemplo, el ar-
tículo 2284 distingue entre las obligaciones
convencionales y las demás obligaciones,
señalando que “las obligaciones que se contraen
sin convención, nacen o de la ley, o del hecho
voluntario de una de las partes”.
c) Si bien nuestro Código recoge en el
artículo 1437 la agrupación clásica de las
fuentes de las obligaciones (que comprende
a los contratos, a los cuasicontratos, a los
delitos, a los cuasidelitos y a la ley), también
es cierto que solamente en los contratos las
partes tienen la intención de que se verifi-
quen los efectos que el ordenamiento jurídico
les asigna a éstos. En cambio, en los hechos
ilícitos y en los cuasicontratos, las obligacio-
nes que generan son ajenas a la voluntad
de quienes ejecutan tal acto voluntario, y
en definitiva es la ley, en lato sensu, la fuente
de dichas obligaciones. Por lo cual se puede
sostener que el estatuto de responsabilidad
aplicable a las obligaciones legales, en stricto
y en lato sensu, es el de la responsabilidad
civil extracontractual, que como lo indica
su nombre, se aplica a todas las hipótesis de
obligaciones no contractuales.
Concluye Meza Barros su razonamiento
efectuando una precisión de carácter con-
ceptual: sostiene que por ser el estatuto de
responsabilidad delictual y cuasidelictual
el de derecho común, denominar a esta
clase de responsabilidad como “extracon-
tractual”, es técnicamente lo correcto, ya
que así se manifiesta claramente que sus
normas son aplicables a todas las fuentes
de las obligaciones, salvo a los contratos.
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
1. ¿Por qué cree usted que es importante
determinar cuál es el estatuto general de respon-
sabilidad?
2. ¿Cuáles son los argumentos que esgrime
la doctrina que señala que la regla general es la
responsabilidad contractual?
64
3. ¿Qué argumentos esgrimen los que sostie-
nen que la regla general es la responsabilidad
extracontractual?
4. ¿Cuál es a su juicio el estatuto general
de responsabilidad? Fundamente.
IV. RESPONSABILIDAD CIVIL
EXTRACONTRACTUAL.
IMPORTANCIA. NORMAS
QUE LA REGULAN
25. CHOTZEN, PATRICIA, Importancia de la
responsabilidad civil extracontractual y nor-
mas que la regulan, documento inédito
redactado para su incorporación en
este libro y basado en las explicaciones
dadas por el autor en clases.
Desde fines del siglo pasado, la responsabili-
dad civil extracontractual ha alcanzado una
importancia considerable. Ella está funda-
mentalmente asociada al gran avance de la
industria, del maquinismo y los múltiples
medios de transporte que actualmente se
ofrecen en el mercado.
El número de accidentes es cada vez
más frecuente, razón por la cual se han
multiplicado los procesos relacionados con
la obligación de indemnizar. El riesgo que
crean los instrumentos y artefactos creados
por el hombre; el intenso tránsito y las
aglomeraciones de las ciudades modernas,
asociados a las velocidades que pueden
alcanzar los vehículos, su constante uso y
adelantos, han desplazado la tranquila vida
anterior en que el hecho ilícito y dañoso
resultaba más bien excepcional.
Los individuos y las empresas quedan
expuestos a la posibilidad de pagar fuer-
tes indemnizaciones. Eso ha llevado por
ejemplo al alza de la contratación de se-
guros para cubrir los riesgos. Y el seguro
puede originar a su vez un descuido en la
conducta de los individuos al sentirse a
salvo de las consecuencias dañinas de sus
actos, lo que puede dar origen a nuevos
accidentes, etc.11
11 Al texto original han sido agregados algunos
párrafos redactados por la ayudante doña Carolina
 Cap. IV. La responsabilidad civil: clasificación
El problema de la responsabilidad civil
consiste en procurar que todo daño infe-
rido a la persona o propiedad de otro sea
reparado. Lo que se pretende es determinar
quién debe soportar el daño, la víctima
o su autor, y fijar los límites en que cada
individuo puede impunemente ejercer su
actividad.
Un buen régimen legal al respecto, si
bien no evitará del todo los accidentes,
contribuirá al menos a que sus efectos se
aminoren. Desarrollará en los individuos
la conciencia de un mayor respeto a su
persona, reputación y a bienes ajenos, pues
sabrán que no se les puede lesionar impu-
nemente. Por lo mismo, hará que aquellos
actúen con más prudencia y cautela. Todo
lo anterior redundará en beneficio del
orden y la tranquilidad social. Allí donde
hay respeto por la persona y los bienes del
otro, allí donde el honor y la reputación
ajenos no pueden ser atacados sin incurrir
en la correspondiente sanción, la vida es
más agradable y las relaciones humanas
más cordiales.12
Mena, basados igualmente en las explicaciones del
profesor.
12 ALESSANDRI R., ARTURO, De la Responsabilidad
Extracontractual en el Derecho Civil Chileno, Ediar Edi-
tores, Santiago, 1983, págs. 54 a 57.
65
Por lo mismo, tomando en cuenta que
tenemos un Código Civil del siglo XIX,
totalmente desfasado del amplio vuelo al-
canzado por la doctrina y las legislaciones
comparadas, se hace necesario realizar una
revisión legislativa que cumpla cabalmente
con el objeto de esta materia, el cual es pro-
curar a la víctima una reparación íntegra y
rápida del daño sufrido.
Regulación de la responsabilidad civil ex-
tracontractual
Nuestro Código Civil establece las nor-
mas que regulan la responsabilidad civil
extracontractual en el Título XXX del
Libro IV, De los delitos y cuasidelitos, artícu-
los 2314 y siguientes.
Este título contiene fundamentalmente
los siguientes puntos:
– La obligación legal de que todo daño
causado a otro debe ser indemnizado.
– Sujetos que pueden ser obligados a
la reparación del daño y cómo responden
en el caso de que sea más de uno el res-
ponsable.
– Quiénes pueden solicitar la indem-
nización.
– Capacidad extracontractual.
– Responsabilidad por el hecho ajeno.
– Responsabilidad por el hecho de las
cosas y los animales.
 Capítulo V
COMPARACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD CIVIL
EXTRACONTRACTUAL CON LA RESPONSABILIDAD PENAL
26. CHOTZEN, PATRICIA, Concepto de delito
y cuasidelito penal y su diferencia con el
civil, documento inédito redactado
para su incorporación en este libro
y basado en las explicaciones dadas
por el autor en clases.
Dentro de nuestro estudio sobre la res-
ponsabilidad civil, es necesario a modo de
complemento desarrollar los conceptos de
delito y cuasidelito penal. Conviene además
hacer una breve referencia a su relación
con la responsabilidad civil delictual.
Delito y cuasidelito penal
Según el artículo primero del Código
Penal chileno, es delito “toda acción u
omisión voluntaria penada por la ley”. La
doctrina en general ha ampliado este con-
cepto señalando que es delito toda acción
típica, antijurídica, culpable y punible.
El cuasidelito es definido en el artículo
segundo de ese mismo cuerpo legal: es
toda acción u omisión culpable penada
por la ley.
El profesor Alessandri señala que entre el
delito y el cuasidelito civil, por una parte, y el
delito y el cuasidelito penal, por la otra, hay
una diferencia fundamental: en el Derecho
Civil es delito y cuasidelito el hecho ilícito,
doloso o culpable, que “cause daño”. En tanto
que en el Derecho Penal sólo es tal el hecho
ilícito, doloso o culpable “penado por la ley”.
Por lo tanto, para determinar cuándo esta-
mos en presencia de uno u otro, es menester
averiguar si el hecho ilícito que causó daño
en la persona o propiedad de otro está o no
penado o tipificado por la ley. Esta diversidad
de criterio en ambas legislaciones se explica
fácilmente si se considera la finalidad de cada
67
una: el Derecho Civil regla las relaciones de
los individuos entre sí, primordialmente des-
de el punto de vista patrimonial. En cambio,
el Derecho Penal tiene por misión mantener
el orden social y defender a la sociedad contra
los que perturban o pretenden perturbar
este orden. Citando a Josserand, se puede
decir que mientras el delito y el cuasidelito
penal ponen en presencia al culpable y a la
sociedad, el delito y el cuasidelito civil sólo
generan relaciones entre el autor del daño
y su víctima.1
Por lo mismo, de la diversidad de con-
ceptos que el Derecho Civil y Penal atri-
buyen al delito y cuasidelito se desprende
lo siguiente:
a) Que un mismo hecho puede consti-
tuir a la vez delito o cuasidelito civil y penal.
Ello ocurre cuando se realiza un acto que
ocasiona un daño a otro y este acto está
penado por la ley.
b) Que un hecho puede constituir delito
o cuasidelito penal sin constituir delito o
cuasidelito civil. Ello ocurrirá cuando el
hecho penado por la ley no haya causado
daño a la persona o propiedad de otro.
c) Que un hecho puede constituir
delito o cuasidelito civil sin constituir de-
lito o cuasidelito penal. Este caso es más
frecuente, porque el concepto de delito y
cuasidelito civil es mucho más amplio que el
de delito y cuasidelito penal. Esta hipótesis
ocurrirá cuando el hecho que cause daño
a la persona o propiedad de otro no esté
expresamente penado por la ley penal.
No obstante las diferencias considera-
bles que se aprecian entre estos conceptos,
1 ABELIUK M., RENÉ, Las obligaciones, Tomo I, Edi-
torial Jurídica de Chile, Santiago, 1993, pág. 167.
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
podemos también encontrar una estrecha
ligazón. El profesor Eduardo Novoa señala
que el delito como conducta humana anti-
jurídica no sólo da origen a una pena, sino
que también constituye por sí mismo una
violación del ordenamiento jurídico que el
legislador ha querido proteger. Como tal
violación trae consecuencias legales dentro
del respectivo orden normativo transgredi-
do (por ejemplo, políticas, administrativas,
civiles, etc.), ya que cada ordenamiento
tiene formas específicas de reacción contra
la ilicitud. De las consecuencias indicadas,
las más importantes por su frecuencia son
las civiles.2
La más ordinaria de las consecuencias
civiles del delito es la responsabilidad delic-
tual o cuasidelictual civil, llamada también
extracontractual, pues ella se produce
siempre que el delito ocasiona un daño de
carácter privado. La pena es la consecuen-
cia legal del delito en razón del mal que
éste constituye para toda la sociedad. Pero
hay muchos casos en que el delito, fuera
del perjuicio público que causa, produce
también daño a las personas privadas. De
aquí se sigue que no todo delito da origen
a una responsabilidad civil. Pero en otro
sentido la responsabilidad civil extracon-
tractual es más amplia que la penal, pues
todo hecho ilícito que cause daño y sea
realizado reprochablemente da origen a la
responsabilidad civil, aun cuando no esté
tipificado legalmente como delito penal.
En términos generales, es posible afir-
mar que las estructuras jurídicas del delito
penal y del delito civil –comprendiendo en
ambos el cuasidelito– son similares y que
en ellos hay tres caracteres que no varían:
conducta, antijuridicidad y reprochabilidad.
El factor que puede diferir es el del daño y
la tipicidad. Si ambos están presentes simul-
táneamente, del hecho provendrá tanto la
responsabilidad civil como la penal.
Siguiendo con lo anterior, en ciertas
circunstancias la sola imposición de la
pena deja satisfecho el aspecto social del
2 ALESSANDRI R., ARTURO, De la responsabilidad
extracontractual en el Derecho chileno, Tomo I, Ediar
Editores Ltda., Santiago, 1983, págs. 23 y 24.
68
problema y cumplida la finalidad de la
prevención, general o especial, del dere-
cho penal. Pero no cabe duda de que si
la acción del derecho se limitara a ello,
quedaría sin remediarse la lesión concreta
que el interés del individuo sufrió, con lo
que la finalidad última del derecho penal
se vería frustrada. Por esta razón, todas
las legislaciones contemplan, junto a la
imposición de la pena, la obligación de
reparar los daños y perjuicios causados por
el delito. Esta obligación ya no tiene un fin
social y, dado su objeto, ya no participa de
los caracteres de la responsabilidad penal,
sino de la civil.
A pesar de ello, una importante corriente
del pensamiento doctrinal opina que la
marginación completa de esta obligación
del campo del derecho penal puede tra-
ducirse en la indefensión de la víctima,
especialmente si se trata de una persona
de escasos recursos o poca cultura, que no
está en situación de accionar eficazmente
por su propia cuenta contra el culpable
para obtener la reparación del daño. Ade-
más, esta última puede resultar ilusoria si
el culpable carece de bienes para afrontar
su responsabilidad indemnizatoria. Por tal
razón algunos sostienen que la indemniza-
ción de las víctimas de los delitos debe ser
una obligación del Estado.3
Reparación civil por delito penal en la ley
chilena
La ley chilena adhiere al sistema tradicio-
nal, que deja reglamentadas las indemniza-
ciones por el Código del ramo. No obstante
que los fundamentos del sistema están
también señalados en el Código Penal.
El fundamento de la indemnización
civil se encuentra en los artículos 2314
del Código Civil y 24 del Código Penal.
El primero dispone: “El que ha cometido un
delito o cuasidelito que ha inferido daño a otro,
es obligado a la indemnización, sin perjuicio de
la pena que le impongan las leyes por el delito o
3 Citado por A LESSANDRI R., A RTURO , De la
responsabilidad extracontractual en el Derecho Civil chi-
leno, Tomo I, Ediar Editores Ltda., Santiago, 1983,
págs. 18 a 20.
 Cap. V. Comparación de la responsabilidad civil extracontractual con la responsabilidad penal
cuasidelito”. La norma permite deducir que
la responsabilidad civil, como ya se señaló,
coexiste con la penal cuando se trata de
una infracción de esta clase. Se deduce,
además, que el fundamento de la respon-
sabilidad civil se encuentra en el daño que
otro individuo ha sufrido en su persona
o intereses. La responsabilidad penal, en
cambio, se fundamenta en la transgresión
de la norma. El artículo 24 del Código Penal
dispone que “Toda sentencia condenatoria en
materia criminal lleva envuelta la obligación de
pagar las costas, daños y perjuicios por parte
de los autores, cómplices, encubridores y demás
personas legalmente responsables”.
En cuanto a la forma en que debe ac-
cionar la víctima de un delito o cuasidelito
penal, el Código Procesal Penal es bastante
claro en la materia. El artículo 59 inciso
segundo de este cuerpo legal establece
que la víctima –y sólo la víctima– puede
deducir respecto del imputado –y sólo del
imputado– todas las acciones que tuvieren
por objeto perseguir las responsabilidades
civiles derivadas del hecho punible. Estas
acciones podrán ser interpuestas dentro
del nuevo procedimiento penal, con arre-
glo a las normas que sobre la materia se
establecen en el Código Procesal Penal.
Ello no obsta a que la víctima, si lo desea,
deduzca estas acciones ante el tribunal civil
correspondiente.
Hacemos hincapié en que estas acciones
sólo corresponden, dentro del nuevo pro-
ceso penal, a la víctima. Por lo tanto, y en
virtud de la definición de víctima establecida
en el artículo 108 del Código Procesal Pe-
nal, sólo podría ejercer las acciones civiles
dentro del proceso penal el “ofendido por el
delito”, y en los delitos cuyo resultado fuere la
muerte del ofendido, se considerará víctima
al cónyuge y sus hijos, a los ascendientes, al
conviviente, a los hermanos y al adoptado
o el adoptante, siguiendo dicho orden de
prelación. Y esta víctima, sea cual sea, sólo
podrá accionar contra el imputado por el
delito. Por lo tanto, para solicitar la indem-
nización de perjuicios contra el tercero
civilmente responsable deberá recurrirse
a los tribunales civiles correspondientes.
En cuanto a las acciones civiles que puedan
69
deducirse con motivo del mismo hecho por
personas distintas a la víctima, y en contra
de personas diferentes al imputado, ellas
deberán ser deducidas en el tribunal civil
que corresponda.
Un asunto importante es el que se
presenta respecto del efecto de cosa juz-
gada en relación con el proceso penal y
el proceso civil. En este punto, debemos
distinguir entre la sentencia condenatoria
y la sentencia absolutoria. En cuanto a la
sentencia condenatoria, conforme al ar-
tículo 178 del Código de Procedimiento
Civil, ella produce cosa juzgada en ma-
teria civil. Como consecuencia de ello,
“la víctima no deberá acreditar la culpa o
dolo del agente del daño, quien ya ha sido
considerado responsable, sino que deberá
limitarse a acreditar la existencia del daño
y su cuantía”.4 En cuanto a la sentencia
absolutoria, el artículo 179 del Código de
Procedimiento Civil señala que tratándose
de una sentencia absolutoria o de un sobre-
seimiento definitivo, la regla general es que
no producen cosa juzgada en lo civil. Esta
norma se encuentra en íntima relación con
la establecida en los artículos 67 y 69 del
Código Procesal Penal. Ello significa que
aun cuando el imputado resulte absuelto
penalmente, ello no obsta a que si cumple
con los requisitos de la responsabilidad
civil, pueda acogerse dicha acción. Este
principio confirma que si bien podemos
encontrar situaciones en que de un mismo
hecho deriven responsabilidades civiles y
penales, ello no significa que todo delito o
cuasidelito civil sea penal, porque el delito
civil es más amplio. La regla general esta-
blecida respecto a la sentencia absolutoria o
la que declara el sobreseimiento definitivo
en lo penal, tiene algunas excepciones,
establecidas de manera expresa en el
mismo artículo 179 del Código de Proce-
dimiento Civil. Conforme a esta norma, la
sentencia absolutoria o la que declara el
sobreseimiento definitivo de la causa penal
produce cosa juzgada en lo civil cuando ella
4 NOVOA M., EDUARDO, Curso de Derecho Penal
chileno: Parte General, Tomo II, 2ª edición, Editorial
Jurídica Conosur, Santiago, 1985, pág. 506.
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
se funda en: i) la no existencia del delito o
cuasidelito; ii) la no existencia de relación
alguna entre el hecho que se persigue y la
persona acusada, y iii) no existir indicio
alguno contra el acusado.
Sujetos obligados a la reparación
El artículo 2316 del Código Civil deter-
mina quiénes son los obligados a la repa-
ración del daño ocasionado por el delito
o cuasidelito. Establece dicha norma que
“es obligado a la indemnización el que hizo el
daño y sus herederos. El que recibe provecho del
dolo ajeno, sin ser cómplice de él, sólo es obligado
hasta la concurrencia de lo que valga el provecho”.
Por lo tanto, tienen responsabilidad civil
para la indemnización del daño, el autor
del hecho doloso o culposo o sus herede-
ros, en caso de fallecimiento del autor del
hecho; y también es responsable quien
resulta beneficiado por el hecho, sea o no
cómplice del autor. En lo que se refiere al
encubridor, a partir de lo señalado por la
disposición y sobre la base de la naturaleza
misma de la actuación del encubridor, que
es posterior al hecho punible, la jurispru-
dencia nacional se ha inclinado a señalar
que él no se encuentra comprendido entre
los obligados a la reparación. No obstante,
por aplicación del artículo 2316 inciso
segundo, se ha resuelto que el encubridor
sólo está obligado a reparar hasta la concu-
rrencia del provecho que el hecho ilícito
le ha reportado.5
Aparte de las personas ya señaladas,
también pesa la responsabilidad civil so-
bre otras personas, que en el lenguaje de
la ley son llamados “terceros civilmente
responsables”. Estas personas son en ge-
neral, las que el artículo 2320 del Código
Civil señala como aquellas que tienen al
autor del hecho ilícito bajo su cuidado. En
estos casos, la responsabilidad civil puede
alcanzar también a las personas jurídicas
que criminalmente no son responsables,
según se desprende del artículo 58 del
Código Procesal Penal.
5 ETCHEBERRY, ALFREDO, Derecho Penal, Parte Ge-
neral, Tomo II, Editorial Jurídica de Chile, Santiago,
1998, págs. 235 y 236.
70
Ahora, si estamos en presencia de un
delito o cuasidelito cometido por dos o más
personas, el artículo 2317 del Código Civil
establece que cada una de ellas será soli-
dariamente responsable de todo perjuicio
procedente del mismo delito o cuasidelito.
Éste es un caso de solidaridad legal.
Eximentes y responsabilidad civil
Las causales de exención de responsa-
bilidad penal tienen efectos variados sobre
la responsabilidad civil. Para determinar la
que corresponde en cada caso, es necesario
distinguir según su naturaleza jurídica:6
– Si se trata de un caso de ausencia de
conducta, queda excluida tanto la responsa-
bilidad penal como la responsabilidad civil.
A menos que se trate en este último caso de
una hipótesis de responsabilidad objetiva,
que estudiaremos más adelante.
– La exclusión de responsabilidad penal
por falta de tipicidad del hecho no afecta
en ninguna forma la responsabilidad civil
que pueda derivarse del mismo hecho.
Basta con que se den los supuestos legales,
para que se genere la responsabilidad por
esta vía.
– Las causales de justificación, en razón
de que eliminan la antijuridicidad del he-
cho y por lo mismo su ilicitud, elemento
indispensable para la responsabilidad civil,
según se desprende del artículo 2284 C.C.,
excluyen ambas clases de responsabilidad.
Entendemos como causales de justificación
aquellas que permiten eliminar la respon-
sabilidad penal, al señalar que tal hecho
típico no es antijurídico y por lo mismo
no constituye delito. Ellas se encuentran
enumeradas en el artículo 10 del Código
Penal. Un ejemplo de causal de justificación
es la defensa personal (art. 10 Nos 4º, 5º y
6º del Código Penal).
– Las causales de inimputabilidad señala-
das por la ley penal también en el artículo 10
del Código de la materia, no eliminan la
responsabilidad civil que ocasiona el daño.
Salvo en el caso previsto en el artículo 2319
6 PIZARRO, CARLOS, “Mirada de un civilista a
la reparación en el nuevo proceso penal”, artículo
inédito.
 Cap. V. Comparación de la responsabilidad civil extracontractual con la responsabilidad penal
del Código Civil, que señala como incapaces
de cometer delito o cuasidelito civil a los
menores y a los dementes. No obstante,
en estas hipótesis la responsabilidad civil
puede perseguirse sobre las personas que
los tuvieren bajo su cuidado, según se
desprende de los artículos 2320 y 2321 del
Código Civil. Las causales de inimputabi-
lidad se refieren a todas aquellas hipótesis
señaladas en el artículo 10 del Código Penal,
en las que el hecho típico es antijurídico,
por no concurrir alguna causal de justifi-
cación, pero es realizado por una persona
calificada como inimputable penalmente.
Un ejemplo de inimputable penalmente
es el loco o demente, a menos que haya
obrado en un intervalo lúcido (art. 10 Nº 1º,
Código Penal).
– En cuanto a las causales de inculpabi-
lidad, es preciso distinguir. Si en virtud de
ellas quedan excluidos absolutamente tanto
el dolo como la culpa del autor, no habrá
ni responsabilidad penal ni responsabilidad
civil. Salvo en los casos de responsabilidad
objetiva.
– En cuanto a las excusas legales absolu-
torias, en materia penal solamente excluyen
la pena, no obstante hallarse presentes
todos los demás elementos de la respon-
sabilidad penal, a saber, un hecho típico,
antijurídico y culpable. Pero si el hecho
ha causado daño, no queda limitada la
responsabilidad civil de quien lo cometió.
Así aparece señalado de manera expresa en
el artículo 489 del Código Penal, relativo
a los casos más característicos de excusas
absolutorias.
Paralelo entre la responsabilidad penal y la
responsabilidad civil 7
De todo lo anterior se desprenden
importantes diferencias entre la responsa-
bilidad civil y penal. A modo de resumen,
haremos el siguiente paralelo:
1º. La pena es un mal que se impone al
condenado a título retributivo por el delito
cometido. En cambio, la reparación del
daño se impone al condenado para resarcir
7 RDJ, T. 48, secc. 4ª, pág. 180.
71
al perjudicado o para aliviarlo dentro de
lo posible.
2º. La pena, como mal que es, afecta
al condenado en sus derechos más impor-
tantes: la libertad, el patrimonio u otros
derechos. La reparación del daño afecta al
obligado tan sólo en lo pecuniario.
3º. La pena tiene el carácter de medi-
da de interés público, establecida para la
protección de la sociedad toda; pesa sobre
el perjudicado frente al Estado. Por lo
mismo, no puede entregarse a la libre dis-
ponibilidad de las voluntades particulares.
La reparación del daño, en cambio, mira
solamente a la tutela del interés privado
del perjudicado, se debe a una persona
que está en condiciones de igualdad con
él y además, por ser de Derecho Privado,
es modificable por la sola voluntad de las
partes interesadas.
4º. La pena importa un comportamiento
pasivo del perjudicado, esto es, del autor
del delito, se dice que el condenado “la
sufre o la padece”. La responsabilidad civil
importa una actividad del obligado, el que
debe hacer algo para subsanar el daño
sufrido por el ofendido.
5º. La pena tiene también fines relativos
de enmienda y corrección del delincuente.
La reparación del daño no se propone, ni
aun secundariamente, fines de esta clase,
sino solamente ayudar al perjudicado para
que quede en las condiciones más parecidas
posibles a las que existían antes del hecho
dañoso.
6º. La pena mira a lo futuro, en cuanto
tiene como fin evitar la comisión de nuevos
delitos. La reparación del daño se impone
únicamente en razón de lo ya pasado, el
perjuicio que se infirió a un particular.
7º. La pena tiene un carácter persona-
lísimo y solamente puede ser impuesta a
los que intervinieron en el hecho punible.
Por ese mismo carácter, la pena es intrans-
misible y sólo puede ser cumplida por los
condenados, nadie puede sustituirlos en la
ejecución. La reparación del daño puede
recaer también sobre personas que no
causaron el daño, pero que tienen respon-
sabilidad por el hecho de otros. Además,
la obligación civil es transmisible, según
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
dispone expresamente el artículo 2316 del
Código Civil; y puede ser extinguida por
cualquier persona.
8º. Las penas están precisa y determi-
nadamente señaladas para cada delito, no
sólo en su calidad, sino también en su can-
tidad, a lo menos dentro de ciertos límites.
La reparación del daño queda entregada
a la libre regulación del tribunal en cada
caso en que ilícita y reprochablemente se
infiere daño a otro.
9º. La pena depende en su magnitud de
la intensidad de la culpabilidad. A mayor
grado de culpabilidad se impone general-
mente una mayor pena para el que haya
intervenido en el hecho objetivo tipificado
por la ley. La obligación civil proveniente
del delito es idéntica, sea que se haya obra-
do con dolo o con culpa. En todo caso,
alcanza a la obligación de reparar el total
del daño.
10º. La pena se impone discriminando
entre los diversos individuos que han in-
tervenido en un mismo hecho punible. La
reparación del daño pesa solidariamente
sobre todos los que intervinieron en un
mismo hecho dañoso, sin distinguir entre
ellos.
11º. En materia penal no hay compensa-
ción de culpabilidad. En la responsabilidad
civil, el artículo 2330 del Código Civil per-
mite reducir la responsabilidad del autor
del hecho ilícito, si el perjudicado se expuso
imprudentemente al daño.
12º. La acción para hacer efectiva la res-
ponsabilidad penal prescribe en los variados
términos señalados en el artículo 94 del
Código Penal (15, 10, 5 años o 6 meses). La
acción para hacer efectiva la responsabilidad
civil extracontractual prescribe siempre
en el término de 4 años, contados desde
la perpetración del acto. Así lo dispone el
artículo 2332 del Código Civil.
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
1. En cuanto a la conducta sancionada,
¿cuál es la principal diferencia entre el delito
civil y el delito penal?
2. A su juicio, ¿existe preeminencia entre la
responsabilidad penal y la civil?
72
3. ¿Puede perseguirse la reparación de un
mismo hecho por ambas vías?
4. ¿Pueden perseguirse ambas responsa-
bilidades por un solo procedimiento? ¿En qué
hipótesis?
5. En caso de que la persecución penal no
rinda buenos frutos, ¿puede la víctima intentar
la reparación civil del autor del daño? ¿En qué
hipótesis?
6. Lea el siguiente caso hipotético:
Rodrigo, víctima de un delito de lesiones,
concurre al Tribunal Civil correspondiente para
presentar una demanda de indemnización de
perjuicios, señalando entre los fundamentos de
su acción el hecho de existir una querella criminal
y proceso en curso contra el inculpado, autor del
hecho ilícito.
Responda las siguientes preguntas:
a) Indique la relación que existe entre ambas
acciones entabladas ante los tribunales.
b) ¿Tiene alguna importancia desde el punto
de vista de la prueba de los perjuicios o daños la
existencia del proceso penal?
c) Si el procesado criminalmente es absuelto
en definitiva, ¿extingue también su responsabi-
lidad civil?
27. JURISPRUDENCIA
CONTRA FRANCISCO SILVA HUERTA, JOSÉ
FARÍAS MALDONADO Y RÓBINSON SILVA
HUERTA.
Corte de Apelaciones de Rancagua, 1º
de febrero de 1988.8
Vistos:
Se reproduce la parte expositiva y con-
siderativa de la sentencia apelada y consul-
tada, con excepción de los considerandos
diecisiete, veintitrés y veintisiete, que se
eliminan, y los dos últimos párrafos del
considerando diecinueve y el considerando
veinte, que se modifican en la forma que se
expresará, lo informado por el señor Fiscal,
y teniendo además presente:
1º. Que, según consta de autos, el reo
Francisco Segundo Silva Huerta se encuen-
tra condenado por los delitos de manejar en
8 NOVOA M., EDUARDO, Curso de Derecho Penal chi-
leno, Tomo II, 2ª edición, Editorial Jurídica Conosur,
Santiago, 1985, págs. 518 y 519.
 Cap. V. Comparación de la responsabilidad civil extracontractual con la responsabilidad penal
estado de ebriedad y de falso testimonio o
perjurio, a la pena de tres años de presidio
menor en su grado medio, accesorias del
artículo 30 del Código Penal, y al pago de
multa a beneficio fiscal de dos sueldos vita-
les de Santiago con sus recargos legales, y
a las costas de la causa. No se le impone la
suspensión de su licencia de conductor, por
no aparecer que la tenga; y por último, se le
concede el beneficio de cumplir la sanción
bajo el régimen de reclusión nocturna por
reunir los requisitos legales para ello;
2º. Que, sin embargo, y con respecto al
delito de falso testimonio, es preciso esta-
blecer lo siguiente. En primer término, que
de acuerdo con el artículo 206 y siguientes
del Código Penal, se configuraría por la
circunstancia de que una persona –bajo
juramento– afirma un hecho en causa
criminal, del cual no se derivarían respon-
sabilidades o consecuencias jurídicas en su
contra, y por ello tendría que tratarse de
un tercero no complicado en el pleito, ya
que es de toda evidencia que nadie puede
ser testigo en causa propia.
Por consiguiente, este tribunal, concor-
dando con el señor Fiscal, según lo expresa
a fs. 283 y siguientes, es de parecer que Silva
Huerta no habría cometido este delito por
sus declaraciones de fs. 19 y 41 vta., dadas
antes de ser interrogado como responsable
del otro hecho ilícito, las que no obstante
ser falsas, no lo habrían afectado para
establecer una responsabilidad penal, por
tratarse, precisamente, de un inculpado
que tuvo derecho incluso a emitirlas en el
sentido indicado y en su favor, motivo por
el cual así se resolverá en definitiva;
4º. Que, además, tampoco correspondería
eximir al mismo reo de la sanción accesoria
de suspensión de su licencia de conductor,
por el plazo de uno o dos años, conforme al
artículo 121 de la Ley de Alcoholes, toda vez
que el hecho de carecer de tal documento no
facultaría de modo alguno al sentenciador
para no aplicarle la pena respectiva, que en
el caso de autos debería materializarse en
la imposibilidad legal de otorgársele una
licencia de esta naturaleza dentro del plazo
de la pena, o en otras palabras, aplicársele
73
la suspensión en el mismo período, si se le
otorgare el mismo documento.
7º. Que, en cuanto al inculpado José
Ramiro Farías Maldonado, este Tribunal
de alzada, de acuerdo con el señor Fiscal,
discrepa con el juez de la causa, en el sen-
tido que no sería procedente darles a unos
mismos hechos la doble valoración que se
hace en el fallo, como serían sus declara-
ciones falsas de fs. 15 vta., y del careo de
fs. 62 vta., y por lo tanto se concluye que esta
acción de Farías importaría la comisión del
delito de falso testimonio prestado en causa
criminal, a favor del reo, que sanciona el
artículo 206 del Código Penal, con presidio
menor en su grado medio y multa, por tra-
tarse de un simple delito, pero no serviría
además para calificarlo como encubridor
de la conducción en estado de ebriedad,
ya que los encubridores son solamente los
ejecutores de algunas de las conductas que
describe el artículo 17 del Código Penal, y
de los antecedentes del proceso se acredita
que este reo no se aprovechó por sí ni faci-
litó al autor los medios para aprovecharse
del hecho ilícito, ni menos aun lo albergó,
ocultó o le facilitó su fuga, modificándose
en consecuencia, y en el sentido indicado,
los dos últimos párrafos del considerando
decimonoveno, y el motivo vigésimo, de la
sentencia en referencia;
8º. Que, por último, y con relación a la
acción civil contra Róbinson Silva Huerta,
la regulación del daño moral ocasionado
debería ajustarse en una suma que no exce-
da de un millón de pesos, correspondiendo
rechazar la alegación de este demandado,
por no ser razón legal para eximirlo de esta
responsabilidad la circunstancia de ser pa-
riente del reo, y como consecuencia de ello
haber sido absuelto desde el punto de vista
de la acción penal, y por lo tanto, y confor-
me a lo dispuesto por el artículo 17 inciso
final del Código Penal, que contempla la
exención respecto de los encubridores de
las penas, debería responder este inculpado
de su responsabilidad civil, plenamente
vigente de acuerdo a los antecedentes del
proceso y a las otras disposiciones legales
que rigen la materia;
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
Por estos fundamentos, disposiciones lega-
les citadas, y lo dispuesto por los artículos 206,
207 y 208 del Código Penal; 172 de la Ley de
Alcoholes; 514, 527, 533 y 534 del Código de
Procedimiento Penal, se resuelve:
I. Que se revoca la sentencia apelada
y consultada de veintinueve de abril de
mil novecientos ochenta y siete, escrita a
fojas 258 y siguientes, en los puntos que se
pasarán a expresar:
A) En cuanto condena al reo Francisco
Segundo Silva Huerta como autor del delito
de falso testimonio o perjurio y declarar,
en consecuencia, que queda absuelto de
la acusación que al respecto se le formuló
a fs. 207 vta. de este proceso;
B) En cuanto no aplicar al mismo
reo individualizado la pena accesoria de
suspensión de su licencia de conductor,
y declarar sobre este punto que queda
condenado a dicha pena accesoria por el
plazo de dos años, dentro de los cuales no
podrá ser otorgada licencia para conducir,
contado desde el cúmplase de la sentencia
de segunda instancia, y debiendo comuni-
carse esta resolución al Registro Nacional
de Conductores; y
C) En cuanto al reo José Ramiro Farías
Maldonado, como encubridor del delito
de conducir un vehículo motorizado en
estado de ebriedad, y declarar al respecto
que se le absuelve de la acusación judicial
de fs. 207 vta., sobre este punto;
II. Que se confirma en lo demás apelado
y se aprueba en lo consultado el mismo fallo,
con las declaraciones siguientes:
A) Que las penas que se aplican al reo
Francisco Segundo Silva Huerta lo son en
su calidad de autor del delito de condu-
cir un vehículo motorizado en estado de
ebriedad, causando lesiones graves a dos
personas, y menos graves a una tercera
exclusivamente, y que para el caso que no
pagare la multa impuesta, deberá sufrir la
pena de reclusión regulándose ésta en un
día por cada centésimo de sueldo vital, sin
que pueda exceder de sesenta días;
74
B) Que el reo José Ramiro Farías Mal-
donado queda condenado exclusivamente
como autor del delito de falso testimonio
rendida en esta causa criminal a favor del
reo, en proceso por simple delito, a las penas
de quinientos cuarenta y un días de presidio
menor en su grado medio, a las accesorias
del artículo 30 del Código Penal, y a pagar
una multa a beneficio fiscal de once sueldos
vitales, con sus recargos legales y al pago
de las costas de la causa, y que en el evento
que no pagare dicha multa deberá sufrir
la pena de reclusión, regulándose ella en
un día por cada décimo de sueldo vital, sin
que pueda exceder de seis meses; y
C) Que se reduce a un millón de pesos
la suma que se ordena pagar como indem-
nización del daño moral.
Regístrese y devuélvase,
Redacción del abogado integrante don
Hernán Barría Subiabre.
Pronunciada por el Ministro titular
don Eduardo del Campo R., primer abo-
gado integrante don Raúl Miranda V. y
segundo abogado integrante don Hernán
Barría S.
PREGUNTAS
1. Relate los hechos de la causa.
2. ¿Por qué razón el tribunal absolvió a los
reos de los delitos que se les imputaban?
3. ¿Por qué motivo el tribunal, en el con-
siderando octavo, rechazó la alegación de don
Róbinson Huerta respecto a su responsabilidad
civil en el proceso?
4. El fallo estudiado fue elaborado durante
la vigencia del proceso penal antiguo. Dentro del
proceso actualmente vigente, ¿puede demandarse
la reparación civil de don Róbinson Huerta?
Fundamente.
28. JURISPRUDENCIA
CONTRA MARÍA EUGENIA DE LAS NIEVES
CANALES DE LA JARA.
Corte de Apelaciones de Santiago, 27
de marzo de 1980.9
9 La redacción de este párrafo se elaboró a partir
de NOVOA M., EDUARDO, Curso de Derecho Penal chile-
 Cap. V. Comparación de la responsabilidad civil extracontractual con la responsabilidad penal
Conociendo del recurso de apelación
deducido,
LA CORTE
Vistos:
Se reproduce la parte expositiva, consi-
derandos y citas legales de la sentencia en
alzada, con excepción de su fundamento
octavo, que se elimina. Se agregan las citas
de los artículos 197, letra e), de la Ordenan-
za de Aduanas, 6º del Decreto Ley Nº 318
de 1974 y 11 del Decreto Supremo Nº 309
de 19 de febrero de 1974.
Se tiene, además, presente:
1º. Que, según se ha resuelto, el único
requisito de procesabilidad –en la espe-
cie– está constituido por la declaración de
existir mérito para ejercitar la acción penal.
En consecuencia, si se omite la notificación
a los denunciados de dicha declaración
–la que se echa de menos en autos– tal
omisión puede producir efectos en lo re-
lativo al derecho que les otorga el inciso
segundo del artículo 232 de la Ordenanza
de Aduanas (rescate de la acción penal),
pero no constituye un requisito para poner
en movimiento el proceso penal;
2º. Que de los denunciados, uno ha
fallecido, el otro está prófugo y el tercero,
la condenada, no ha hecho cuestión alguna
al respecto;
3º. Que el artículo 3º, inciso tercero, del
Decreto Ley Nº 204 de 1973, al establecer
que “se presumirá el delito de fraude al
Fisco, a que se refieren las disposiciones
contenidas en el artículo 197, letra e) de
la Ordenanza de Aduanas, en caso de no
darse cumplimiento a lo dispuesto en los
incisos anteriores”, atribuye el carácter
de autor de tal delito a las personas que,
como la encausada, sean sorprendidas
en esas infracciones, y debe castigárseles
como tales;
no, Tomo II, 2ª edición, Editorial Jurídica Conosur,
1985, págs. 521 a 524.
75
4º. Que de dicho delito, una vez acredi-
tada su existencia, nace acción civil para que
el Fisco pueda obtener la indemnización de
los perjuicios causados por la no percepción
de los derechos aduaneros;
5º. Que, como es sabido, el comiso im-
puesto como pena no obsta al ejercicio de
la acción civil indemnizatoria antedicha;
6º. Que, con todo, no es posible acoger
la acción deducida por el Fisco en contra
de María Eugenia de las Nieves Canales
de la Jara, porque el actor, correspondién-
dole el peso de la prueba, no ha rendido
la necesaria para acreditar la naturaleza,
monto y demás particularidades del daño
cuyo resarcimiento pide;
7º. Que los documentos agregados en
esta instancia por orden de esta Corte, que
se leen a fs. 499, 500, 501, 513, 514, 515,
517 y 518, no alteran lo resuelto, porque
de ellos no aparecen los presupuestos antes
referidos;
Por estas consideraciones y visto también
lo prescrito por los artículos 514 y 527 del
Código de Procedimiento Penal, se con-
firma la sentencia apelada de veintiséis de
mayo de mil novecientos setenta y ocho,
escrita a fojas 476 y siguientes.
No se condena en costas del recurso
por estimarse que el apelante tuvo motivos
plausibles para alzarse en cuanto al aspecto
civil del asunto.
Se aprueban las resoluciones consultadas
de 15 de febrero y primero de abril de mil
novecientos setenta y ocho.
Redacción del Ministro señor Arnoldo
Dreyse Jolland.
Hernán Cereceda B. – Marta Ossa R. – Ar-
noldo Dreyse Jolland.
PREGUNTAS
1. Narre los hechos de la causa.
2. Refiérase a lo señalado en los consideran-
dos 4º y 5º del fallo.
3. Puesto que el delito ha sido acreditado,
¿qué es lo que deberá el actor probar en el proceso
civil?
 Capítulo VI
RESPONSABILIDAD CIVIL EXTRACONTRACTUAL.
GENERALIDADES
I. EVOLUCIÓN HISTÓRICA
29. CHOTZEN, PATRICIA, Fundamento de la
Responsabilidad Civil Extracontractual,
documento inédito redactado para
su incorporación en este libro, y ba-
sado en las explicaciones dadas por
el profesor en clases.
Determinar el fundamento de la respon-
sabilidad extracontractual consiste en
averiguar la razón en virtud de la cual el
que infiere un daño a otro está obligado
a repararlo. Como este fundamento no
siempre ha sido el mismo y aun hoy se
discute arduamente, pensamos que resulta
conveniente hacer una breve referencia a
la evolución que el concepto de responsa-
bilidad extracontractual ha experimentado
a través del tiempo.
ETAPAS POR LAS QUE HA ATRAVESADO
LA NOCIÓN DE RESPONSABILIDAD
En esta lenta evolución podemos dis-
tinguir cuatro etapas: una primera etapa
de venganza privada; una segunda etapa
de composiciones voluntarias; una tercera
etapa de composiciones legales; y final-
mente una cuarta etapa de represión de
los delitos por el Estado. Nos referiremos
a continuación a las tres primeras de estas
etapas.
1ª Etapa: Venganza privada
En tiempos primitivos la responsabilidad
era meramente objetiva: la víctima de un
daño no averiguaba su causa, tampoco si
el daño era o no imputable a su autor. Sea
de donde el daño proviniera, la víctima
sólo consideraba el daño sufrido, buscando
77
tan sólo la venganza en contra de quien
lo hubiera inferido, causando un daño
análogo a su autor.
La víctima no recurría a la autoridad, no
demandaba a la justicia. Se hacía justicia
por sí misma. La consagración jurídica
de este sistema de venganza privada es la
llamada “ley del Talión”, esto es “ojo por
ojo, diente por diente”.
2ª Etapa: Composiciones voluntarias
La venganza privada presentaba graves
inconvenientes. De partida porque en
considerables ocasiones la venganza era
desproporcionada con el daño sufrido.
Como consecuencia de ello, se perpetuaban
los odios entre los individuos y sus familias,
perturbando la paz social. Por ello, en la
medida que la brutalidad primitiva fue
desapareciendo con el progreso de la civi-
lización, la víctima, en lugar de vengarse
en la persona de su ofensor, prefirió recibir
una compensación pecuniaria. Es la llamada
poena del Derecho Romano y el wehrgeld
de los germanos. Esta composición era
facultativa para las partes, que convenían
libremente su monto, y no era sino el pre-
cio o rescate que pagaba el autor del daño
para escapar a la venganza del ofendido.
De ahí que si no llegaban a acuerdo, la ley
del Talión recobraba su imperio.
3ª Etapa: Composiciones legales
En esta etapa de la evolución interviene
el Estado. Éste, sintiéndose más fuerte y
con el propósito de asegurar la paz social,
comenzó a imponer obligatoriamente las
composiciones a que daban origen los
diversos delitos y a fijar su monto. A la
composición voluntaria libremente acep-
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
tada y fijada por los interesados sucedió la
composición determinada por el Estado,
de la cual aquéllos no pueden sustraerse.
La Ley de las Doce Tablas suministra casos
de composiciones legales para ciertos casos
de robo e injuria.
La responsabilidad civil extracontractual en
el Derecho Romano
En el Derecho Romano se distinguía
entre los delitos públicos o delicta publica
y los delitos privados o delicta privae. Los
delitos públicos eran aquellos que lesiona-
ban el interés general o atentaban contra
la organización política o la seguridad del
Estado. Ellos podían ser perseguidos por
cualquier ciudadano y estaban sancionados
con una pena pública que ningún provecho
reportaba a la víctima.
Los delitos privados eran los hechos ilí-
citos que, sin turbar directamente el orden
público, causaban un daño a la persona o
bienes de los particulares. Respecto de ellos,
la Ley de las Doce Tablas constituyó un
estado intermedio entre las etapas de com-
posición voluntaria y de composición legal.
Si bien en ciertos casos de robo, como el
furtum manifesto, y en ciertos casos de injuria,
como en la ruptura o pérdida de miembro,
la ley autorizaba la venganza privada, ella
podía ser reemplazada por la composición
voluntaria. Pero por lo general, se fijaban
penas pecuniarias a que las partes debían
necesariamente someterse. Así ocurría en
otros casos de robo y en los casos de injuria
por golpes y heridas voluntarias o por frac-
tura de un hueso. Con el correr del tiempo,
poco a poco el derecho pretoriano suprimió
completamente el recurso a la venganza y
el sistema de composiciones voluntarias,
reemplazándolas por las composiciones
obligatorias, cuyo monto variaba según la
gravedad del hecho.
Durante el Imperio, y en vista de que
muchos delitos privados producían graves
perturbaciones en el orden público, y que
muchos casos quedaban impunes por la
insolvencia del autor, se concedió a la víc-
tima una acción denominada crimen, para
obtener del juez la aplicación de una pena
78
pública, conservando siempre la acción para
reclamar la pena asignada al delito. Desde
ese momento, la víctima tuvo dos acciones
a su disposición: la acción para obtener
la respectiva composición pecuniaria y la
acción de crimen, para obtener la aplicación
de una pena pública. Pero el ejercicio de
una obstaba al de la otra.
El texto romano más importante en la
materia es la lex aquilia, relativa al damnum
injuria datum, esto es, al daño causado en
los bienes ajenos injustamente, sea por
dolo o por culpa, pero en ambos casos sin
intención de beneficiarse con él. La ley
aquilia, a diferencia de las leyes modernas,
no contenía un principio general de res-
ponsabilidad, sino se limitaba a regular tres
casos: 1º. la muerte de un esclavo o de un
animal que perece en un rebaño, o pecus;
2º. el daño causado a su coacreedor por un
adstipulator que remite la deuda en fraude
de los derechos de aquél; y 3º. que era más
amplio, regulaba todo daño causado a otro
por lesión o destrucción de alguno de sus
bienes, como las heridas inferidas a los
esclavos y animales que viven en rebaño,
o las heridas o la muerte de cualquier otro
animal que no fuere pecora, la destrucción o
deterioro de una cosa corporal inanimada,
mueble o inmueble.
Para que la ley aquilia fuere aplicable,
era menester: i) que el daño resultare de
un hecho positivo, de un delito de acción,
las simples omisiones, aunque perjudiciales,
no quedaban comprendidas en ella; ii) que
el daño fuera causado corpore, esto es, me-
diante el contacto material de la cosa con
el agente y no por una causa extraña, de
ahí que la ley era aplicable al que mataba
o hería a un esclavo ajeno dándole una
puñalada, pero no al que lo envenenaba o
lo encerraba para que pereciere de hambre;
iii) que el daño fuere causado corpori, es
decir, sobre la cosa misma, que consistiere
en su deterioro o destrucción, así quien
facilitaba la fuga de un esclavo no cometía
delito, porque en ninguno de estos casos
la cosa había sido deteriorada o destruida;
y iv) que el daño se causare al dueño de la
cosa, quien, al igual que el autor del daño,
debía ser romano.
 Cap. VI. Responsabilidad civil extracontractual. Generalidades
Como podemos notar, el campo de
aplicación de la ley aquilia era limitado. No
obstante, el pretor y los juristas se esforza-
ron en ampliarlo. Así lograron ampliarlo
a los peregrinos, a los titulares de otros
derechos romanos y a los daños que no
eran causados corpore.
La acción legis aquilia era mixta, porque
a la vez que se perseguía la reparación del
daño causado, tenía carácter penal. La
pena o composición que pagaba su autor
tenía el carácter de penal: tendía a reparar
el daño cometido y era además la sanción
del delito cometido. El carácter penal de
esta acción se manifestaba porque podía
dar lugar a una indemnización superior al
daño cometido, no podía ejercerse contra
los herederos del autor del daño y, si los
autores eran varios, cada uno debía pagar
la totalidad de la pena.
Además de los delitos propiamente tales,
había en Roma otros hechos ilícitos que
también producían obligaciones. Pero como
éstas no nacían de delitos taxativamente
definidos y sancionados por la ley o por el
pretor, únicos a los que se les reconocía el
carácter de tales, razón por la cual los juris-
consultos señalaban que se formaban quasi
ex delicto, esto es, como si hubiere habido
delito. El delito era, pues, un hecho ilícito
especialmente definido por la ley o por el
pretor, y las obligaciones nacidas quasi ex
delicto eran aquellas que derivaban de otros
hechos ilícitos, y que se sometían, por lo
mismo, al régimen de los provenientes de
un delito.
Estas obligaciones nacidas quasi ex
delicto, que eran numerosas, nada tienen
que ver con nuestros cuasidelitos. A decir
verdad, los romanos jamás conocieron el
cuasidelito como fuente de obligaciones,
con los caracteres que presenta en nuestro
derecho. Prueba de ello es que el damnum
injuria datum, que podía provenir de la mera
culpa del autor, era un delito, en tanto que
el hecho de que un juez dictare sentencia
inicua o ilegal, aunque fuera con dolo,
originaba un quasi ex delicto.
Fue Justiniano, al señalar las fuentes de
las obligaciones e inspirado en las opiniones
de Gayo, quien aludió a las obligaciones que
79
nacían como de un delito (quasi ex delicto);
y como de un contrato (quasi ex contractu),
para referirse a las que no tenían cabida
en las clasificaciones conocidas. Andando
el tiempo, los juristas observaron que los
cuatro casos de obligaciones quasi ex delicto
que se señalaban en las Institutas de Jus-
tiniano presentaban como rasgo común
la falta de intención del autor del daño.
Tal observación los condujo a asimilar los
conceptos de culpa y cuasidelito, y a decir
que el cuasidelito era el hecho ilícito no
intencional.
A modo de conclusión, un examen
conjunto del Derecho Romano nos per-
mite extraer las siguientes características
generales del mismo en materia de res-
ponsabilidad:
1º. Que los romanos jamás formularon
un principio general de responsabilidad
análogo al consagrado en el artículo 1382
del Código Civil francés, y a nuestro ar-
tículo 2314. Ellos reglamentaron deter-
minados delitos, fueron casuísticos, y si
bien en sus últimos tiempos los esfuerzos
de pretores y jurisconsultos extendieron
enormemente las reglas legales, nunca
llegaron a tener una generalidad como la
de esos preceptos.
2º. Que la composición o Poena a que
daban origen los delitos era una pena pri-
vada, el precio o rescate de la venganza que
podía ejercer la víctima y no la reparación
o indemnización del daño causado. La
acción para reclamarla era por lo mismo
penal y no civil. Por eso la pena podía ser
muy superior al monto del daño, pues no
se medía por la extensión de éste, sino por
la magnitud del agravio inferido.
3º. Que los romanos no llegaron jamás a
precisar la distinción entre responsabilidad
civil y penal en la forma en que lo hace el
derecho moderno.
4º. Que en principio, los romanos atri-
buyeron escasa importancia al elemento
intencional del delito. Ellos se atenían única
y exclusivamente al hecho del daño, sin con-
siderar para nada la intención o voluntad
del autor. Sólo a fines de la República, y
bajo la influencia de la filosofía griega, los
jurisconsultos repararon en este aspecto
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
del problema y sostuvieron la necesidad
de dolo o culpa de parte del agente. Así
nació la irresponsabilidad de los niños y de
los dementes. Pero siempre hubo casos de
responsabilidad sin culpa.
La responsabilidad en el antiguo Derecho
francés
Fueron los antiguos juristas medievales
los que, sobre la base de los textos roma-
nos y continuando la evolución iniciada
por éstos, llegaron a distinguir entre la
responsabilidad penal y civil. A fines del
siglo XIII, esta distinción, al menos en lo
que se refiere a los delitos sobre las cosas, ya
estaba bien diseñada. La víctima sólo podía
reclamar la cosa robada o la indemnización
del daño, la imposición de la pena, aunque
consistiera en multas, incumbía únicamente
a la autoridad.
Más tarde, estos mismos juristas enuncia-
ron el principio general de que todo daño
injusto causado en la persona o bienes de
otro debía ser reparado, siempre que fuere
imputable a su autor, esto es, inferido por
dolo o culpa. Este principio aparece níti-
damente expuesto en las obras de Domat
y Pothier. Sobre la base de las opiniones de
estos juristas, y muy especialmente las de
Domat, se redactó en esta parte el Código
Civil francés. En sus artículos 1382 y 1383
este Código consagra el principio general
de que todo daño inferido a otro debe ser
reparado y adopta como fundamento la
culpa de su autor. El texto de esos artículos
y la historia fidedigna de su establecimiento
no deja dudas al respecto.
Teoría clásica de la responsabilidad o sobre
la base de culpa
El Código de Napoleón, al igual que
el nuestro, y que casi la totalidad de los
Códigos vigentes, consagra la teoría que
podríamos llamar “clásica” de la responsa-
bilidad, sobre la base de culpa. Según esta
teoría, como los hombres pueden actuar
libre e independientemente, cada uno debe
recoger los beneficios que le proporcionen
la suerte o su actividad y soportar los daños
causados por la naturaleza o el hecho ajeno.
80
No basta que un individuo sufra un daño
en su persona o bienes para que su autor
deba repararlo, es menester que provenga
de un hecho doloso o culpable. Sin dolo
o culpa no hay responsabilidad. La culpa
aquiliana es para esta teoría una especie
de pecado jurídico. Quien no ha actuado
con culpa no es responsable. Esta teoría
es llamada también de la “responsabilidad
subjetiva”, porque en ella es determinante la
actividad o conducta del sujeto. Se trata de
la consagración de los principios liberales e
individualistas que tan en boga estuvieron
durante el siglo XIX.
Pero la teoría subjetiva de la responsabi-
lidad presenta una serie de inconvenientes.
En este sistema, la víctima puede obtener la
reparación del daño sufrido sólo a condi-
ción de probar el dolo o la culpa del autor.
En defecto de esta prueba, la demanda será
rechazada y la víctima deberá soportar el
daño en su totalidad. Esta prueba es difícil
y a veces imposible. Son numerosos los acci-
dentes cuyas causas quedan ignoradas. Las
víctimas son de ordinario personas modes-
tas o de escasos recursos. Por ejemplo, un
obrero que se accidenta en una fábrica, un
empleado de una empresa ferroviaria que
perece en un choque de trenes, un tran-
seúnte que es atropellado por un automóvil.
El responsable del delito o cuasidelito, en
cambio, suele ser una empresa poderosa,
que dispone de los medios necesarios para
defenderse con éxito. La lucha en tales
condiciones es desigual y seguramente
se decidirá a favor del autor, no obstante
no ser el más acreedor de protección. La
responsabilidad delictual o cuasidelictual
resulta así algo teórica.
La teoría de la responsabilidad subjetiva
pudo dar satisfacción a las necesidades de
una época en que la vida era menos intensa
y agitada que hoy y en que el maquinismo
no había alcanzado el desarrollo de nues-
tros días. Pero para un siglo como el actual,
en que los accidentes y las probabilidades
de verse expuesto a ellos han aumentado
en forma extraordinaria, la teoría es in-
adecuada y muy a menudo injusta. Es por
ello que el legislador, la jurisprudencia y
la doctrina se han esforzado en aminorar
 Cap. VI. Responsabilidad civil extracontractual. Generalidades
los inconvenientes que adquirieron mayor
relieve a propósito de los daños sufridos
por los obreros, que las más de las veces
quedaban privados de toda indemnización
por la imposibilidad de probar la culpa del
patrón. Algunos procedimientos que se han
empleado son los siguientes:
1º. Las presunciones de culpabilidad. En
ciertos casos el legislador, a fin de facilitar la
prueba de la culpa que pesa sobre la víctima,
presume su existencia. Así ha ocurrido, por
ejemplo, en el caso de los artículos 2320
a 2323, y 2326 a 2329 del Código Civil
chileno. En ellos se establece que quien
ha sufrido el daño sólo deberá probar los
hechos de los cuales la ley deduce la culpa.
Establecidos estos hechos, se presumirá la
culpabilidad de la persona civilmente res-
ponsable y será ésta quien deberá probar,
para exonerarse de responsabilidad, que no
hubo culpa. Estas presunciones pueden ser
simplemente legales o de derecho, según
que la ley permita o no destruirlas proban-
do la ausencia de culpa (art. 47 C.C.). Son
simplemente legales las presunciones a que
se refieren los arts. 2320, 2322, 2326, 2328
y 2329. Son de derecho las presunciones
contempladas en los artículos 2321 y 2327
del Código Civil: en ellas se establece bási-
camente que el padre de un menor o que
el dueño de un animal fiero son siempre
responsables de los daños causados por el
menor o por el animal.
2º. Extensión del concepto de culpa. La
jurisprudencia, por su parte, tiende a
ampliar cada vez más el concepto de cul-
pa. Es así como estima que la culpa más
insignificante, aun aquella que en otra
época habría pasado inadvertida, puede
dar origen a responsabilidad cuasidelic-
tual civil, que el ejercicio abusivo de un
derecho puede constituir un delito o cua-
sidelito civil y que hay culpa en no dotar
a una máquina o instrumento susceptible
de causar accidentes de los medios para
evitarlos. Así, la empresa ferroviaria que
no provee a sus locomotoras de los me-
dios necesarios para evitar las chispas que
arrojan, el dueño de un inmueble que no
dota a los ascensores que hay en él de los
81
mecanismos indispensables para evitar
accidentes o que no los reemplaza por
ascensores más modernos, o el industrial
que no coloca en sus máquinas aparatos
de seguridad adecuados para proteger de
todo riesgo a los obreros que los manejan,
son responsables de los daños provenientes
de tales omisiones.
3º. Transformación de la responsabilidad
extracontractual en responsabilidad contrac-
tual. La jurisprudencia, apoyada y a veces
instigada por la doctrina, trata asimismo de
sustituir la responsabilidad delictual civil
por la contractual, que coloca al acreedor
en una situación más ventajosa, porque en
ella el onus probandi incumbe al deudor.
Así sucede, por ejemplo, en el contrato de
trabajo. Ante el considerable aumento de
los accidentes laborales, y ante la situación
dolorosa en que a consecuencia de ellos
solían quedar los obreros por la imposi-
bilidad de probar la culpa del patrón, se
sostiene que contratos como el de trabajo
no sólo obligan al empleador a pagar al tra-
bajador el sueldo estipulado, sino también
a garantizar su seguridad, a restituirlo sano
y salvo al final del trabajo. Por lo tanto, si
durante la ejecución de sus labores sobre-
viene un accidente, el empleador ha violado
la obligación contractual de seguridad y
debe, en consecuencia, indemnizar el daño
sufrido por el obrero, salvo que pruebe –el
empleador– alguna causa que lo exonere
de responsabilidad como, por ejemplo, el
caso fortuito o la culpa de la víctima. Esta
tentativa en el contrato de trabajo ha tenido
mucho éxito en el contrato de transporte
de personas, en el de hospedaje y en el que
se celebra con el empresario de una feria
de diversiones y el cliente que ha hecho
uso de los aparatos que en ella se instalan.
Según la jurisprudencia, estos contratos
crean para el acarreador, para el hotelero
y para el empresario una obligación de se-
guridad a favor del pasajero, del huésped y
del cliente, respectivamente. Si se produce
un accidente, la responsabilidad de aquél
es contractual y el pasajero, el huésped o
el cliente, según sea el caso, no necesita
acreditar la culpa.
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
1. Señale las etapas de la evolución del
concepto de delito y de cuasidelito civil.
2. ¿Cuál cree usted que es el fundamento de la
reparación civil recogida por nuestro Código?
3. ¿Considera usted que la evolución del
fundamento de la responsabilidad extracontrac-
tual ha sido la misma en Francia y en nuestro
país?
4. ¿Por qué cree que la jurisprudencia
–como se señalaba en el texto– ha tendido a
tratar algunos casos de responsabilidad extra-
contractual como si fueran de responsabilidad
contractual?
II. LA RESPONSABILIDAD
OBJETIVA (TEORÍA DEL RIESGO)
SUGERENCIA METODOLÓGICA. El trozo que
figura en el número 30 que sigue fue escrito
específicamente para servir de base a un
debate entre los alumnos sobre el tema de
la responsabilidad subjetiva u objetiva.
30. CHOTZEN, PATRICIA, Teoría del riesgo o
de responsabilidad objetiva, documento
inédito redactado para su incorpo-
ración en este libro, y basado en las
explicaciones dadas por el autor en
clases.
En las últimas décadas del siglo pasado
los autores buscaron profusamente los
principios motores o ideas directrices de
la responsabilidad sin culpa, así como los
argumentos que la justificasen. Nos referi-
remos aquí a las más importantes.
1. PRINCIPALES PRINCIPIOS
MOTORES1
a. El principio de la causalidad
A través de la historia, este principio
fue el primero propuesto por la doctrina.
Fue elaborado por Binding y Venezian,
1 GJ, Nº 100, sent. 1ª, pág. 65.
82
quienes sostuvieron que es el hecho de
haber ocasionado daño el que constituye
el fundamento de todas las obligaciones
de reparación. Esta posición es la que sirve
de base a la teoría del riesgo en su forma
más depurada y primitiva, la llamada por
la doctrina francesa como la teoría del
riesgo puro o integral y que analizaremos
más adelante.
b. Principio del interés activo
Las pérdidas que pueden provenir en
una empresa son de cargo de aquel que
obtiene beneficios en la misma empresa
y viceversa. Para un sector de la doctrina,
este principio encuentra de una manera
tan convincente su justificación que parece
inútil buscar otros argumentos en su favor.
Las pérdidas y los daños provenientes de
los accidentes inevitables ligados a la explo-
tación de una empresa cualquiera deben
estar considerados, según la justa aprecia-
ción social, entre los costos de explotación
de la misma.2
c. El principio de la prevención
Frente a la dificultad que enfrentaba
la víctima para probar la culpa del autor,
el único medio que podía poner fin a la
desventaja de la primera era la introduc-
ción de un sistema de responsabilidad que
no permitiera al demandado liberarse de
ésta mientras no probara que el accidente
se debió a una causa extraña. La respon-
sabilidad objetiva, así concebida, puede
estimular al autor del daño a desplegar
todas sus fuerzas y capacidades con el fin
de evitar los daños que puedan surgir de su
actividad. Se ha dicho incluso por algunos
autores que esta responsabilidad tiene un
efecto educativo.
d. El principio de la equidad, del interés
preponderante
Este principio es llamado también prin-
cipio de preponderancia del mayor interés
social. Se apoya en la equidad, teniendo en
2 RDJ, T. 77, secc. 4ª, pág. 38.
 Cap. VI. Responsabilidad civil extracontractual. Generalidades
consideración el estado de las fortunas de
las partes en juego. Sin embargo, este prin-
cipio sólo puede jugar un rol secundario,
regulador, moderador y en ningún caso
puede ser el fundamento de la responsabi-
lidad. La equidad sólo obliga a aquel que
está ligado en la especie por una relación
de causalidad, por haber provocado el
daño. Los autores que desarrollaron este
principio fueron primero Adolfo Merkel
y posteriormente su hijo Rodolfo Merkel,
que fue quien lo llamó principio del interés
preponderante.
e. Principio de la repartición del daño
Este principio se inspira en la idea direc-
triz de la economía política, según la cual
para soportar con los menores sacrificios
los daños que sobrevienen conviene, sin
tomar en cuenta el origen de ese daño y
las obligaciones de reparación eventuales,
tomar la precaución que estos daños sean
metódicamente repartidos entre los directa-
mente interesados, y esto se logra a través de
los contratos de seguro de responsabilidad.
De este modo se garantiza a las víctimas
que efectivamente recibirán su indemni-
zación. Sin un complemento de este tipo,
ningún sistema de responsabilidad podría
ser considerado como satisfactorio. Hoy en
muchos países, y cada día en mayor medida,
el legislador tiende a hacerlo obligatorio.
Lo que sí debe tenerse presente es que
tanto este principio como el de la equidad
se encuentran en contradicción con el de
prevención. Pero éste es el precio que debe
pagar la sociedad por la garantía de una
justa reparación para la víctima.
f. El principio de la “Gefährdung”
Este principio dice relación con los
conceptos de “poner en peligro”, “crear un
riesgo”. Esta concepción es fundamental
en la consolidación técnica de la teoría
del riesgo en Alemania. El principio cree
poder invocar, para justificar la responsabi-
lidad objetiva, el carácter riesgoso del acto,
carácter que amenaza el ambiente con da-
ños. Algunos autores, como Löning y Max
Rümelin adoptaron esta concepción como
83
auxiliar al lado del principio de la culpa.
Otros, como Müller-Erzbach, la consideran
como la base de toda responsabilidad.
Coincide esta posición con la elaboración
de la doctrina francesa denominada teoría
del riesgo. Este principio no aporta ningún
elemento nuevo para justificar la teoría de
la responsabilidad sin culpa.
Los patrocinadores de este principio,
y en especial Max Rümelin, se han esfor-
zado por extender la noción del carácter
riesgoso, con el fin de poder someter a
este principio varios actos no riesgosos. Es
así como este autor hizo una lista de actos
que para él eran riesgosos y que son, entre
otros, los siguientes: la guarda de animales
domésticos, la posesión de edificios, el
empleo de personal por parte del patrón,
la constitución de una persona jurídica, el
ejercicio de la jurisdicción por parte del
Estado (por las posibilidades de errores al
hacer justicia). Serían todos casos en que
el derecho positivo, no habiendo podido
mantener el principio de la culpa, se ha
visto obligado a instituir, sea de buena o de
mala gana, la responsabilidad objetiva.
Es necesario reconocer que este princi-
pio logra acentuar el grado de diligencia
exigible. El riesgo mismo del acto no es
estrictamente elemento de responsabilidad.
Por ejemplo, en el caso de la responsabili-
dad de los ferrocarriles, estadísticamente
el riesgo es menor que el que sobrevenía
con las antiguas diligencias y demás me-
dios de transporte de la época. Por eso, se
ha agregado al riesgo mismo el factor del
provecho obtenido por el autor, puesto
que realmente es este último, unido al
riesgo, el que constituye la base de la res-
ponsabilidad.
2. CONCEPTO Y TENDENCIAS
DE LA TEORÍA DEL RIESGO
a. El riesgo integral
El estado más primitivo de la teoría
del riesgo, y que satisface a algunos de sus
partidarios, es la teoría del riesgo integral,
que niega la necesidad de culpa para la
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
existencia de la responsabilidad. Quienes
defienden esta teoría sostienen que la res-
ponsabilidad civil existe desde el instante
en que concurren un daño y la relación de
causalidad entre éste y la actividad del autor.
En consecuencia, “quienquiera que obre
debe sufrir los riesgos de su actividad, ya
se ejerza aisladamente y de modo directo,
ya sea por medio de otras actividades o de
otras fuerzas”.3
Lo fundamental para esta teoría es la
existencia de una relación de causalidad,
principio elaborado por Binding, entre el
hecho del cual deriva el daño y este último.
Los tribunales deben constatar la existencia
de este nexo para dar por establecida la
responsabilidad, sin realizar un análisis de
licitud o ilicitud de la conducta del autor del
daño. Lo único que debe probar la víctima
para obtener la reparación es el perjuicio
sufrido y el vínculo de causa-efecto entre
este perjuicio y el hecho en cuestión.
Sin embargo, esta tesis puramente ne-
gativa no es acogida por todos los autores
como única base de la responsabilidad
objetiva. La mayoría de éstos, luego de
rechazar el concepto de culpa, se esfuer-
zan por construir un criterio distinto de
la culpa. Dentro de estas construcciones,
encontramos principalmente el criterio
del acto anormal, el del provecho y el del
riesgo creado.
Por otro lado, Henri Deschenaux y Pie-
rre Tercier clasifican las responsabilidades
objetivas en dos categorías principales: las
responsabilidades objetivas simples y las
responsabilidades agravadas.
b. La faz negativa de la teoría del riesgo y
las diferentes posiciones dentro de ésta
Todos los partidarios de la teoría del
riesgo admiten su aspecto negativo. Sos-
tienen que la responsabilidad debe ser
exigida sin que haya que preocuparse de la
cuestión de determinar si el autor del acto
dañoso ha obrado bien o mal. Pero algunos
adoptan teorías mixtas, dejando un lugar
3 MARTON, G., Les Fondements de la Responsabi-
lité Civile, Libraire du Recueil, Sirey, París, 1938,
págs. 171 y sgtes.
84
a la culpa junto al riesgo. En esta materia
encontramos diferentes posiciones, que
según los Mazeaud a través de la historia
han sido las siguientes.4
– La concepción materialista del Derecho. Esta
concepción es producto de deformaciones
del positivismo y del materialismo histórico.
Esta posición se empeña en no encontrar
en los conflictos del Derecho sino patri-
monios, trata de materializar el Derecho
Civil, desestimando el lado psicológico
del Derecho. Por otra parte, el positivismo
ejerció una influencia preponderante en
esta esfera, a través de la escuela italiana que
se esforzaba por sostener que es vana toda
investigación de la intención. Esta teoría,
imposible de sostenerse en el ámbito de
la responsabilidad penal, puede serlo en
la responsabilidad civil.
– La corriente de socialización del Derecho.
Esta corriente, contraria a la tradición de
los filósofos cristianos y a la escuela del de-
recho natural, se niega a ver en la persona
el fundamento del Derecho. Lo que cuenta
para ella es la sociedad y no el hombre. La
misión del Derecho es preocuparse de la
sociedad y asegurar su desenvolvimiento,
haciendo primar el interés general por so-
bre el de las minorías. Lo que corresponde
es comprobar si el interés social exige la
reparación del daño y no que el autor haya
incurrido o no en culpa.
– Tendencia de la moral y la equidad. Esta
corriente busca responder a la pregunta,
¿cuándo se ha causado un daño y quién
debe soportarlo? Cuando el autor es culpa-
ble, no hay duda de que es él quien debe
asumirlo. Pero cuando no se ha cometido
culpa alguna, lo equitativo sería que las
consecuencias dañosas del acto recayeran
en quien lo ha realizado, y no sobre el
que ha jugado un rol pasivo. Lo justo es
que cada cual soporte las consecuencias
de sus actos.
4 MATAJA, VÍCTOR, Das Recht. Schadeneersatzes,
1888, citado por MARTON, G., Les fondements de la
responsabilité civile, Libraire du Recueil, Sirey, París,
1938.
 Cap. VI. Responsabilidad civil extracontractual. Generalidades
– El método de la escuela histórica. Sus parti-
darios dan por probada la separación entre
la responsabilidad civil y la responsabilidad
penal, entre la pena y la reparación y la
necesidad de prescindir del concepto de
culpa. Savigny y sus discípulos han sostenido
que el Derecho no es sino el producto del
ambiente social y por ello está sometido
junto al medio social a la ley general de la
evolución. Así, producto del desarrollo del
maquinismo y de la industria, el Derecho
Civil ha sido trastornado en la actualidad
a tal punto que los antiguos principios son
insuficientes y, por sobre todo, resulta impo-
sible exigir además la culpa para configurar
la responsabilidad civil. Hoy los riesgos
creados son demasiado numerosos para
no obligar a asumirlos a aquellos que los
originan. Hacer que las víctimas soporten
el peso de los riesgos sería aplastarlas.
3. LAS DIFERENTES
CONSTRUCCIONES DOCTRINARIAS
SOBRE LA TEORÍA DEL RIESGO
a. El criterio del acto anormal
Como ha observado Démogue “uno se
acerca mucho a las ideas de Durkheim,
que pone como ideal el acto normal; es
decir, aquel que, para un tipo social dado
y considerado en una fase determinada de
su desarrollo, se produce en el promedio
de las sociedades de esa clase y en la fase
correspondiente de su evolución. Ya lo dijo
Saleilles, que no se responde de las conse-
cuencias perjudiciales de todos sus actos,
sino de los riesgos excepcionales resultantes
de una actividad fuera de lo normal”.5
La tesis del acto anormal fue particular-
mente defendida por Ripert, quien, a pro-
pósito de la responsabilidad por el ejercicio
del derecho de propiedad en sus relaciones
con las propiedades vecinas, sostuvo que
5 MAZEAUD, HENRI y LEÓN, TUNC, ANDRÉ, Tratado
teórico y práctico de la responsabilidad civil, delictual y
contractual, Tomo I, volumen I, 5ª edición, traduc-
ción de Luis Arcalá Zamora y Castillo, Ediciones
Jurídicas Europa-América, Buenos Aires, 1962,
págs. 49 y sgtes.
85
“cualquiera que no use su propiedad en las
condiciones normales de su época y de la
situación de su inmueble debe reparar el
daño que éste causa y no tendrá derecho
a ninguna indemnización por el que él
sufra”. Partiendo de la tesis elaborada por
Ripert, Gény la generaliza, señalando que
es responsable aquel que ejerce su derecho
o usa su libertad natural de una manera
anormal, en condiciones incompatibles
con las exigencias sociales precisadas sobre
todo por el lugar y la época.
El problema que presenta este criterio
es saber qué se entiende por acto normal y
anormal. Además, que lo más probable es
que el acto que hoy es anormal, mañana no
lo sea. Este es el punto central de las críticas
a esta tesis. Se sostiene incluso que el acto
anormal constituye necesariamente una cul-
pa por imprudencia. Definitivamente, para
los Mazeaud no es éste el criterio adecuado
para sustituir al de la culpa.6 Concordamos
con estos autores en razón de la imprecisión
del concepto del acto anormal.
b. El riesgo provecho
La mayoría de la doctrina adhiere a la
distinción entre los hechos dañosos que
son o no fuente de provecho para su autor.
Sólo los que son fuente de provecho para
su autor comprometen su responsabilidad.
Como dice el principio Ubi emolumentum,
ibi onus, donde está el beneficio, allí está
la carga.
Para Savatier, la responsabilidad nacida
del riesgo creado es aquella que obliga a
reparar los daños producidos aun sin culpa,
por una actividad que se ejercía en el propio
interés y bajo la propia autoridad.
Por otro lado, Eduardo Bonasi, citando
a De Cupis, señala que “la sociedad entera y
algunas personas en particular se benefician
de los progresos mecánicos e industriales
que marcan nuestra actual civilización; por
6 MAZEAUD, HENRI y LEÓN, TUNC, ANDRÉ, Tratado
teórico y práctico de la responsabilidad civil, delictual y
contractual, Tomo I, volumen I, 5ª edición, traduc-
ción de Luis Arcalá Zamora y Castillo, Ediciones
Jurídicas Europa-América, Buenos Aires, 1962,
págs. 49 y sgtes.
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
otra parte, estos progresos si proporcionan
diversas ventajas, aumentan, sin embargo,
respecto de terceros los peligros de daños;
es justo, pues, que aquellos que particular-
mente gozan de tales ventajas respondan de
los daños aun prescindiendo de la culpa;
los beneficios de que gozan son bastantes
como para suplir la existencia de culpa”.
La teoría del riesgo se justificaría por una
idea de justicia, equidad y solidaridad. Por
su actividad, el hombre puede procurarse
un provecho; es justo que por reciproci-
dad él repare los daños que ocasiona a los
demás.
El problema que se presenta es qué
debemos entender por provecho. ¿En
qué casos puede decirse que una persona
obtiene provecho de su actividad? A este
respecto, la doctrina nos ha dado dos
respuestas: la expresión provecho puede
ser entendida tanto en un sentido amplio
como en uno restringido. En un sentido
amplio, el provecho comprende todo in-
terés (cualquiera que sea), el que puede
ser tanto moral como pecuniario, incluso
placer. Todos obtenemos provecho de
los progresos técnicos modernos, pero
lo que la teoría del riesgo quiere indicar
es que el que obtiene de una cosa mayor
provecho debe soportar los riesgos. Esta
concepción, que entiende el provecho en
su sentido amplio, es llamada “teoría del
riesgo creado”, ella se opone a la “teoría
del riesgo provecho”.
Pero la mayoría de los autores sostiene
que la expresión provecho debe entenderse
en su sentido más restringido. Se dice en
este sentido que el que aprovecha es el
que especula económicamente. Al crear
el riesgo para los demás, crea para sí una
fuente de riqueza.
c. El riesgo creado
Esta posición no es más que la teoría
del riesgo provecho en su sentido amplio.
Funda la responsabilidad ya no en la culpa
probada o presunta, sino en los riesgos que
la actividad o las cosas de cada persona o
institución crean para los demás. Cada indi-
viduo debe soportar los riesgos que puedan
86
producir sus actos, exista o no culpa de su
parte, y por este motivo se le llama teoría
del riesgo creado. Fue Boris Starck quien
la distinguió en forma expresa con este
nombre. Esta tendencia fue enunciada por
Savatier, quien señaló que la “responsabili-
dad fundada sobre el riesgo consiste en la
obligación de reparar los hechos dañosos
producidos por una actividad que se ejerce
en el propio interés. Y ese interés no es, en
todo caso, necesariamente pecuniario”. Por
su parte, Lalou la expone con las siguientes
palabras: “Toda actividad que crea para otro
un riesgo hace a su autor responsable del
daño que pueda causar, sin que haya que
buscar si ha habido o no culpa de parte del
autor del daño”. El argentino Compagnucci
sostiene que la responsabilidad por riesgo
“se brinda por las consecuencias dañosas
acaecidas en actividades o conductas líci-
tas que recaen sobre quien crea riesgos o
peligros”.7 De este modo destaca el hecho
que se trata de actos lícitos.
4. CLASIFICACIÓN DE LA TEORÍA DEL
RIESGO SEGÚN DESCHEUNAUX
Y TERCIER8
Para estos autores, y de acuerdo a Oftinger,
las responsabilidades objetivas se pueden
clasificar en dos categorías principales: la
de las responsabilidades objetivas simples
y la de las responsabilidades objetivas
agravadas.
a) Las responsabilidades objetivas simples.
Estas responsabilidades son llamadas tam-
bién responsabilidades de simple causali-
dad. Se hace en este caso abstracción de
la culpa del autor, con el fin de asegurar
la reparación del perjuicio sufrido por la
víctima. La característica común de estas
7 DEMOGUE, RENÉ, Traite des obligations en général,
Librairie Arthur Rousseau, París, 1923, Tomo III,
pág. 467.
8 MAZEAUD, HENRI y LEÓN, TUNC, ANDRÉ, Tratado
teórico y práctico de la responsabilidad civil, delictual y
contractual, Tomo I, volumen I, 5ª edición, traduc-
ción de Luis Arcalá Zamora y Castillo, Ediciones
Jurídicas Europa-América, Buenos Aires, 1962,
págs. 49 y sgtes.
 Cap. VI. Responsabilidad civil extracontractual. Generalidades
responsabilidades reside en el hecho que
ellas significan violación de un deber de
diligencia. El empleador, el jefe de familia,
el poseedor de animales, el propietario de
obras, tienen un cierto deber de cuidado
sobre las personas, cosas o animales, con el
fin de evitar que les sobrevenga un perjui-
cio. En consecuencia, es lógico que se les
imponga una responsabilidad más estricta
de lo normal desde que existe violación de
este deber.
b. Las responsabilidades objetivas agrava-
das. Estas responsabilidades son llamadas
también responsabilidades objetivas a
razón de riesgo. Bajo esta denominación
se comprenden ciertas responsabilidades
instituidas por leyes especiales. Por ejemplo,
la responsabilidad del propietario de un
vehículo, la de las empresas de ferrocarriles,
la de las empresas de transporte marítimo
y aéreo, la de aquellos que explotan insta-
laciones eléctricas o atómicas, etc.
La característica de estas responsabilida-
des es que ellas no implican necesariamente
una violación de un deber de diligencia.
Basta con que se dé un cierto estado de cosas
para que la ley imponga la responsabilidad
de reparar. Esta responsabilidad ha sido
introducida por el riesgo particular que
significa el desarrollo de ciertas actividades
o la explotación de ciertas empresas.
5. EL CARÁCTER SUBSIDIARIO DE
LA TEORÍA DEL RIESGO
En principio, la reparación del daño debe
ser demandada al autor que ha incurrido
en culpa. Pero hay casos en que la culpa no
puede ser demostrada y en que la equidad
exige de todos modos una reparación. En
este evento corresponde aplicar a título sub-
sidiario la noción de riesgo. Este concepto se
coloca junto al de la culpa para la realización
de un equilibrio más satisfactorio entre los
intereses y los derechos. La idea de culpa
se completa, se tonifica, con la concepción
moderna de la teoría del riesgo.
No debe creerse que el fundamento
de la responsabilidad civil sea único, ni
87
tampoco puede atribuirse al riesgo, como
fundamento de la responsabilidad civil, un
rol único y menos en primer lugar. Por eso,
en la actualidad quienes atacan la concep-
ción tradicional no entran ya en la lucha
abierta contra ella, y admiten la necesidad
de la culpa, pero sólo en ciertas esferas. La
responsabilidad civil responde a un valor
humano, más que a una causalidad física,
puesto que ésta debe establecer entre los
hombres el orden y el equilibrio. Es la
responsabilidad fundada sobre la culpa
la que tiene esa virtud esencial de hacer
eco a la libertad humana, mantener con
el hombre la conciencia del buen uso que
debe hacer de esta libertad, de hacerle
sensibles las sanciones que sufrirá si la usa
mal, negligente o imprudentemente.
Por el contrario, la responsabilidad
fundada sobre el riesgo descansa exclusiva-
mente en un equilibrio material, conforme
a una idea de equidad impersonal. Susti-
tuir sistemáticamente la responsabilidad
por culpa por la fundada en el riesgo, sin
respetar la primera, sería el triunfo de la
materia sobre el espíritu.
Para otros, la fuente de la responsabili-
dad civil por riesgo sólo puede ser la ley, y en
consecuencia en todas aquellas materias no
contempladas por ninguna ley que aplique
este tipo de responsabilidad, se aplicará
el derecho común, basado en la culpa. La
ley dispone aplicar la responsabilidad por
riesgo en determinadas materias, impulsada
por consideraciones de equidad ligadas a
la evolución de la situación económica,
social y tecnológica. Esta primacía de la
responsabilidad fundada en la teoría clásica
determina que en todos aquellos casos en
que el daño se debe a una culpa, el peso de
éste deba caer en las personas culpables y
no en aquellas que han asumido el riesgo.
Será la persona culpable la que deba asumir
sobre sí todo el peso del daño, salvas las
excepciones múltiples que imponga la ley,
en las cuales se aplicará la teoría objetiva
del riesgo.
A modo de síntesis, se puede sostener
que las legislaciones actuales se caracterizan
por seguir un criterio pragmático en la ma-
teria. La tendencia general es a una mayor
 Tercera parte. Los delitos y cuasidelitos
difusión de los casos de responsabilidad
objetiva, situación que en nada afecta al
sistema general de responsabilidad apoyado
en la teoría clásica.
6. HACIA LA CONSAGRACIÓN
DE UNA RESPONSABILIDAD GENERAL
POR RIESGO
La multiplicación de los riesgos que ca-
racteriza a nuestra sociedad, ha llevado
al legislador a introducir día a día nuevas
responsabilidades objetivas, situación que
no parece destinada a cambiar a corto plazo.
Este estado de cosas provoca una serie de
inconvenientes:
a) La multiplicación de textos legislati-
vos daña la cohesión del sistema. Algunos
casos de responsabilidad objetiva impuestos
por leyes diferentes quedan sometidos a
reglas distintas.
b) Los riesgos tomados en cuenta por
la ley tienen por regla general relaciones
entre ellos, lo que hace más difícil delimitar
el campo de aplicación de cada ley.
c) Estas soluciones a través de leyes es-
peciales no permiten contemplar todos los
riesgos que presenta o que crea la sociedad
moderna.
En atención a estas consideraciones,
muchos autores han propuesto reemplazar
o completar el sistema actual por el reco-
88
nocimiento de un principio general que
imponga una responsabilidad objetiva para
quienquiera que cree un riesgo extraordi-
nario para los terceros. La mejor solución
para Tunc, aunque más radical, consistiría
en presumir responsable del daño causado
a toda persona que por su hecho o por su
cosa, atente contra la integridad física de
un humano o incluso de un objeto. Esta
sería la solución más simple, y que satisfa-
ce mejor la necesidad de seguridad social
tan profundamente resentida en la época
moderna y, por otra parte, justificada por
la simple probabilidad de los hechos.9
PREGUNTAS Y EJERCICIOS
1. ¿Por qué cree usted que existe esta ten-
dencia a objetivizar la responsabilidad civil
extracontractual?
2. ¿Cuáles son las principales teorías que
tienden a objetivizar la responsabilidad?
3. ¿En qué consiste la teoría del riesgo?
4. ¿Cree usted que nuestro sistema de respon-
sabilidad civil debe basarse en la responsabilidad
objetiva? Fundamente.
5. Busque algunos casos en la legislación
chilena en los cuales se aplique la responsabilidad
objetiva.
9 COMPAGNUCCI DE CASO, RUBÉN, Responsabilidad
civil y relación de causalidad, Editorial Astrea, Buenos
Aires, 1984, pág. 215.