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OPINIÓN

La corrupción es otra forma de robar a los más pobres


Rolando Coteja Mollo

“La bestialidad es una modalidad del vicio que excede toda medida. Porque cuando
vemos que un hombre es radicalmente malo, decimos que no es un hombre sino un
animal” (Aristóteles).

El caso Odebrecht sigue dando mucho que hablar y salpica a muchos gobernantes,
algunos han tenido que renunciar a sus cargos y otros ir a la cárcel, como Lula da Silva
de Brasil.

La organización no gubernamental Transparencia Internacional (enero 2019) en su índice


de percepción de corrupción señala que Dinamarca y Nueva Zelanda se sitúan en las
primeras posiciones del Índice con 88 y 87 puntos respectivamente, siendo los menos
corruptos, mientras que Somalia, Sudán del Sur y Siria, con 10, 13 y 13 están al otro
extremo.

Empero, los efectos de la corrupción en la economía de países ricos no son tan “graves”,
como se da en países pobres, puesto que el dinero producto de los sobornos se oculta al
fisco, en consecuencia, esta entidad recauda menos y esto repercute en una mayor carga
impositiva hacia los sectores más “esmirriados” de la sociedad que viven dentro de la
formalidad.

La corrupción incide negativamente en la protección de los derechos humanos, así, por


ejemplo, los derechos de segunda generación que deben ser alcanzados progresivamente,
(derechos económicos, sociales y culturales) por el Estado, son nulos o muy escasos, la
población requiere más hospitales de tercer y cuarto nivel, también más escuelas
equipadas, sin embargo, debido al desvío de fondos públicos, éstos son ejecutados a
medias o no se los hace. Por no contar con hospitales especializados muchos de los
enfermos fallecen.

Con mucho acierto Roberta Jacobson señala que “la corrupción retrasa el crecimiento
económico, impide que los ciudadanos reciban la estructura que merecen, la corrupción
absorbe dinero de escuelas, hospitales y otros fines, e incrementa la desigualdad”.

El Papa Francisco indica que la corrupción es como pisar en el pantano, quien pone el pie
inicialmente ya no podrá salir, por el contrario, se va enfangando cada vez peor, esto es
la ciénaga.

La corrupción se ha vuelto un modo de vida para muchos, a diario salen a la luz hechos
de prácticas perversas, el país pareciera que sufre una corrupción endémica (como si
estuviera enraizada en los patrones sociales y culturales de las personas), lo cual es muy
difícil de combatir, mientras la esporádica (está menos arraigada en el comportamiento
social y cultural) presenta menos complicaciones en frenarla.

Por lo descrito y habiendo constatado empíricamente, “la corrupción es otra forma de


robar a los más pobres”.
Algo se debe hacer, Transparencia Internacional indica que en la región se dieron algunos
pasos para luchar contra la corrupción, pero que todavía no se cuenta con políticas para
abordar las causas históricas y estructurales de estas malas prácticas.

En el texto “La riqueza pública de las naciones”, de los autores suecos Dag Detter y Stefan
Folster, se propone una manera audaz para luchar contra la corrupción, es la creación de
Fondos Nacionales de Riqueza -como los que existen en Singapur y Austria- para evitar
el uso discrecional de los bienes del Estado (algo de eso fueron los gastos reservados).

La estadounidense Susan Rose-Ackerman en su obra “Corrupción y economía global”


recomienda que para combatir la corrupción se debe emplear una estrategia doble,
aumentar las ventajas de ser honrado y los costes de ser corrupto; una mezcla sensata de
castigo y recompensa.

Según Thomas Andersen, en su libro “El gobierno electrónico como una estrategia
anticorrupción. Economía y política de la información”, internet es una herramienta
eficaz para combatir la corrupción. El uso de las plataformas en la administración pública
es favorable en las áreas del pago de impuestos, las adquisiciones públicas y los trámites
burocráticos. Está claro que a mayor burocracia, peor es la corrupción.

En fin, existen diversas formas de combatir la corrupción (no se trata de reinventar la


pólvora), se debe implementar las que sean más útiles, coherentes y realistas, además, se
debe vigorizar la cultura de la legalidad, castigando con todo el peso de la ley a los
corruptos, constituir convenios internacionales de cooperación, promover la denuncia
ciudadana, establecer programas de educación, basados en la formación de valores y que
no sea simplemente la transmisión de conocimientos.

Asimismo, se debe evitar por todos los medios posibles que la honestidad y la integridad
sean consideradas como demodé, por el contrario, se las debe revalorizar y, en definitiva,
son éstas las más importantes, que valdrán para alcanzar un pleno desarrollo sostenible.

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