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En 1917 su padre se casó en segundas nupcias (la madre había muerto tres años
antes), y la familia se trasladó al pueblo de Puquio y luego a San Juan de
Lucanas. Al poco tiempo el padre fue cesado como juez por razones políticas y
hubo de trabajar como abogado itinerante, dejando a su hijo al cuidado de la
madrastra y el hijo de ésta, quienes le daban tratamiento de sirviente.
El cuento del torito de la piel brillante, es la historia de un torito que nació y creció
en el hogar de una joven pareja, proveniente de una comunidad campesina, el
torito tenía la costumbre de acompañar por todas partes a su joven dueño.
Hasta que un día el joven se puso a cortar leña a la orilla del lago mientras el
torito comía totora y después de recogerla se fue, olvidándose de él.
En ese instante salió un toro negro y grande del fondo del lago, quien retó a una
pelea de muerte al torito diciéndole:" Si tú me vences te salvarás, si te venzo yo,
te arrastraré al fondo del lago”.
El torito respondió que le era imposible pelear por que no tenía el permiso de su
dueño; postergando el duelo hasta el amanecer.
El toro negro aceptó la propuesta, no sin antes amenazarlo ante un posible
arrepentimiento.
El joven regreso de su hogar para buscar al torito y lo encontró en la montaña, allí
escucho muy apenado toda la historia.
Al amanecer, el torito se despidió de sus queridos amos, aunque estos trataron de
oponerse a su destino, el torito muy entristecido marchó a la cita diciéndole a su
dueño: "subirás a la cumbre y desde allí me verás”.
El hombre llegó a la cumbre de la montaña y desde allí pudo ver la ardua lucha
entre los combatientes, que finalizó cuando el toro negro logró sumergir al torito,
desapareciendo ambos animales en el agua.
El patrón burlándose le decía muchas cosas: "Creo que eres perro, "ladra", "ponte
en cuatro patas", "trota de costado como perro". El pongo hacía todo lo que le
ordenaba y el patrón reía a mandíbula batiente.
El patrón le dice: "Habla... si puedes". Entonces el pongo empieza a contarle al
patrón lo que había soñado anoche:
"Oye patroncito, anoche soñé que los dos habíamos muerto y estábamos
desnudos ante los ojos de nuestro gran padre San Francisco, Él nos examinó con
sus ojos el corazón del tuyo y del mío.
El padre San Francisco ordenó al Ángel mayor que te eche toda la miel que
estaba en la copa de oro.
La cosa es que el ángel, levantando la miel con sus manos enlució todo tu
cuerpecito, desde la cabeza hasta las uñas de tus pies, Bien, ahora me tocaba a
mí, nuestro gran Padre le dijo a un ángel viejo:
"Oye, viejo, embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay
en esa lata que has traído: todo el cuerpo, de cualquier manera, cúbrelo como
puedas, ¡Rápido!"
Warma Kuyay.
Warma Kuyay acontece en la hacienda Viseca, donde Arguedas vivió cuando era
niño. Viseca es una quebrada angosta y honda. El caserón de la hacienda está
junto al río que en las noches suena fuerte.
Junto al caserío hay una cascada; entre las piedras el agua se vuelve blanca y
suena fuerte. En las noches, cuando todo estaba callado, esa cascada levantaba
su sonido y parecía cantar.
Ernesto es un niño enamorado de Justina, una niña que está enamorada de Kutu,
y esto molesta al muchacho, quien la ve bailar en un patio del caserío de la
hacienda de don Froylán, sintiendo que su corazón tiembla cuando ella se ríe y,
llora cuando sus ojos miran al Kutu. Los cholos se habían parado en círculo y
Justina cantaba en el centro de él.
El charanguero daba vueltas alrededor del círculo dando ánimos; gritando como
potro enamorado. En esos instantes apareció don Froylán y los largó a todos para
que se vayan a dormir.
El niño Ernesto y Kutu, vivían en la misma casa que pertenecía don Froylán. Una
noche, Kutu le dijo a Ernesto que don Froylán había abusado de Justina cuando
ésta fue a bañarse con los niños; Ernesto no podía creerlo y se puso a llorar
abrazado al cholo. El Kutu, que era un indio fornido, lo levantó como quien alza
un becerro y lo echó sobre su cama diciéndole que la Justina tenía corazón para
él, pero que ella sentía miedo porque él era un muchacho todavía.
Ernesto sentía luna rabia irrefrenable por lo que había hecho don Froylán,
llegando a decirle a Kutu que cuando fuera grande lo mataría.
Era tanta su sed de venganza que incitó a Kutu para que matara a don Froylán,
con su honda, como si fuera un puma ladrón. Ante la negativa del indio, Ernesto
lo acusó de cobarde y le dijo que se largara porque en Viseca ya no servía.
Dos semanas después, Kutu pidió licencia y se fue. La tía de Ernesto lloró por él;
como si hubiera perdido a su hijo. Ernesto se quedó junto a don Froylán, pero
cerca de Justina; de su Justinacha ingrata. Ya no fue desgraciado.
A la orilla de ese río espumoso, oyendo el canto de las torcazas, vivía sin
esperanzas, pero ella estaba abajo el mismo cielo que él, en esa misma quebrada
que fue su nido, contemplando sus ojos negros, oyendo su risa, mirando sus
pestañas largas, su boca que llamaba al amor y que no lo dejaba dormir.
La mirada desde lejos; era casi feliz porque su amor por Justina era un “Warma
Kuyay” (amor de niño) y no creía tener derecho todavía sobre ella; sabía que
tenía que ser de otro, de un hombre grande que empuñara ya el zurriago, el
mismo látigo con que Kutu masacraba los becerros más finos y delicados de don
Froylán, como queriendo así, lavar el honor de la Justina.
Ernesto vivió alegre en esa quebrada verde y llena del calor amoroso del sol,
hasta que un día hubo de abandonar aquella tierra que amaba tanto y que era su
ambiente, para vivir pálido y amargado, como un animal de los llanos fríos,
llevado a la orilla del mar, sobre los arenales candentes y extraños.