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Pero veamos lo que sucede en la realidad, más allá de los discursos y de la misma
ley. Los trabajadores sindicalizados en México apenas alcanzan el 12.7%.
Porcentaje bajísimo, problema que —ciertamente— no es nuevo. Pero que tampoco
se está resolviendo. En los primeros cuatro años de este gobierno solo creció el
0.3% el número de sindicalizados. Prácticamente, nada. Aceptando sin conceder
que ahora los sindicatos fueran más democráticos, tal democracia abarcaría solo a
una pequeña parte de los trabajadores mexicanos.
Para sorpresa de muchos, las reformas legales en materia laboral impulsadas por el
gobierno no están dando los resultados esperados. El defecto en sus análisis
consiste en que ven los fenómenos como hechos aislados, fuera del contexto que
los determinan.
Según datos difundidos por la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, de 139 000
contratos colectivos depositados ante la propia Secretaría y ante las Juntas Locales
de Conciliación y Arbitraje solo se legitimaron cerca de 20 000. La conclusión
obligada es que la gran mayoría de los trabajadores mexicanos no está organizada
en sindicatos y no está protegida por Contratos Colectivos.
A este preocupante cuadro súmele el desempleo, los bajos salarios, las precarias
condiciones laborales, la creciente pobreza (causa principal de la emigración), la
marginación, la inflación, los malos servicios de salud pública, la inseguridad
reinante en todo el país, etc. Ahora, pregúntese ¿qué puede presumir el presidente
López Obrador? ¿Por qué deberíamos estar felices, como predica el Presidente?