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El BARROCO

Introducción

Históricamente, el siglo XVII, tras el esplendor que conoció España en el XVI, está
marcado por la decadencia y la crisis.
Es el período de los Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), que en un
momento muy delicado y por diferentes razones delegaron su inmenso poder en
manos de "validos" como el Duque de Lerma o el Conde-Duque de Olivares. Éstos
muchas veces ejercieron ese poder en su propio interés y beneficio, sin solucionar los
graves problemas a los que se enfrentaba España: guerras continuas,
sublevaciones interiores y exteriores, crisis agrícola y demográfica. 

La población decrece de forma alarmante, los campos se cultivan cada vez menos, lo
que acrecienta el hambre y la pobreza del pueblo. La mayoría de la población se
hacina en las ciudades, donde predomina la miseria, la enfermedad y la amenaza
constante de la muerte, mientras la corte continúa con su lujo y derroche.
Lo elevados gastos que debe afrontar el estado, sobre todo por las guerras imperiales,
no pueden ser sostenidos por esa economía debilitada en la que apenas se ha
desarrollado el comercio y la industria, por lo que se recurre a la deuda con
prestamistas extranjeros, a cuyos intereses no siempre se puede hacer frente, por lo
que se declara varias veces la bancarrota.

España pierde inevitablemente su hegemonía en Europa y termina el siglo con un


problema sucesorio al morir Carlos II sin descendencia.

Desengaño y pesimismo
Esta terrible situación implica, inevitablemente, un cambio de mentalidad: el
idealismo y el optimismo renacentista dan paso al desengaño y al pesimismo. 
La vida se ve como algo caótico, oscuro, triste y engañoso en el que todo, sobre todo
lo positivo, es mera apariencia o engaño: la belleza, el amor, la fama, el poder e
incluso la riqueza son bienes inestables y efímeros a los que espera, como a todos, la
destrucción y la muerte.
El tiempo es una fuerza destructora, y la vida algo pasajero, inconsistente, inestable y
de poco valor, como una sombra o un sueño.

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Artificio, oscuridad, ornamentación

Esta mentalidad pesimista y desengañada se expresará mediante un arte y


una literatura muy distintas a las del Renacimiento.
Así, a pesar de que algunos temas se mantienen (la mitología, el amor petrarquista,
tópicos clásicos), el tratamiento es muy distinto.
El arte ya no pretende reflejar la belleza, sino impresionar al espectador (provocar su
"admiratio"), para lo cual el artista y el escritor han de demostrar su ingenio.
Se abandona la naturalidad, la sencillez, la armonía, la proporción, la simetría
renacentistas, y el arte se vuelve artificioso, retorcido, oscuro, difícil, dinámico (se
busca el movimiento, captar el instante efímero), recargado, muy ornamentado. 
Hay un gusto por lo hiperbólico (las exageraciones) y los contrastes: lo sublime y lo
grotesco, la belleza y la monstruosidad, lo claro y lo oscuro, lo serio y lo burlesco, lo
culto y lo vulgar pueden aparecer en la misma obra.

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