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1
NT. Baronet. Miembro, en algún grado, de la familia real británica; título hereditario de la Corona Británica.
2
NT. St. James Street, es la calle principal del Barrio St. James en Londres; un distrito en donde, en el s. XVI y XVII vivía la nobleza
Inglesa.; ubicado cerca del Palacio de Buckingham y la Trafalgar Square.
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NT. White´s. Refiere a un Club para caballeros en Londres, el de mayor antigüedad. Ubicado en la calle St. James. Visitado con
regularidad por la realiza Inglesa.
tienes esas miradas, que han estado lanzando a las mujeres en pálpitos y vapores
durante los últimos diez años más o menos.
—Has olvidado mi posesión más importante —dijo Lord Severn con tristeza.
Su brandy aún estaba intacto en un vaso a su lado. —Mi madre y mis hermanas.
Van a estar aquí dentro de una semana, Ger, las tres, y voy a estar encadenado por
un mes. Ya puedo oír el ruido de las cadenas.
—Tonterías —dijo Sir Gerald. —Todo lo que tienes que hacer es decir que no.
Eres el jefe de tu familia, ¿no? ¿El hombre de la familia?
—Ah —dijo el Conde. —Allí habla un hombre sin parientes femeninos. Las
cosas no son tan simples como eso, Ger. Me adoraron y mimaron durante todos
mis años de crecimiento, especialmente después de que mi padre murió cuando
yo tenía doce años. Ellas me han adorado y amado a través de mi edad adulta. Y
ahora se están preparando para mostrarme el último signo de su amor. Me van a
entregar a otra mujer.
Sir Gerald bostezó y bebió su vaso de brandy fresco.
—Tienes que enfrentarte a ellas, viejo amigo —dijo. —Escucha el consejo de
alguien todo un mes mayor que tú. Tienes que dejarles claro que no pueden tener
tu vida a cambio de su amor. Miles, no puedes casarte. De todos modos, ¿cómo es
ella?
—¿Frances? —el Conde pensó por un momento. —Exquisitamente adorable,
en realidad. Todos los rizos rubios, los ojos azules y los labios de capullo de rosa.
Tiene a su padre, a sus hermanos, a todos sus sirvientes y al vicario del pueblo
comiendo de su mano. Tiene dieciocho años y está a punto de llegar a Londres
para ser la belleza de la temporada y llevarse al hombre de rango y fortuna más
impresionante disponible, yo, según parece.
Su amigo puso una mueca de dolor.
—Corramos a América —dijo, —a buscar fortuna. Pero por supuesto, ya tienes
una fortuna... Miles, no lo hagas, no te cases.
—Un hombre no sabe cuán débil es hasta que se enfrenta a un grupo de
parientas, decididas y bien intencionadas, lo juro —dijo Lord Severn. —¿Soy un
debilucho, Ger? ¿Soy un felpudo? Pasé un mes con los Galloway antes de venir
aquí hace dos meses, fui con mi madre y Connie. Los Galloway siempre han sido
amigos particulares de mi madre. Y me encontré levantando y bajando a Frances
de las sillas de montar y entrando y saliendo de los carruajes; ella nunca parecía
usar los peldaños, llevando sus guantes y su salterio dentro y fuera de la iglesia;
arrancando ramilletes de botones de oro y margaritas para que ella enterrara su
bella nariz, y haciendo tantas otras cosas que me estremezco ante el recuerdo
mismo. Me van a casar con ella antes de que termine la temporada. Y no existe
nada que como mortal que pueda hacer al respecto.
—Creo que es mejor que huyamos a América, con fortuna o sin ella —dijo su
amigo, tomando el contenido restante de su vaso y poniéndose de pie
nuevamente.
—Pude sentir el nudo apretando casi tan pronto como puse un pie en la casa
de los Galloway —dijo el Conde. —Era obvio por qué me habían invitado y por qué
Mamá me había llevado allí. Es increíble que haya podido escapar hasta fin de mes
sin estar atrapado en una declaración formal de compromiso. Pero ahora mi
madre insiste en su carta, que hay un entendimiento tácito y que apenas puede
esperar a que se haga oficial. Tácito, Ger! ¿Qué significa esa palabra, por Dios?
—¿Galloway y las chicas también vendrán pronto? —preguntó Sir Gerald.
—Todas estarán aquí en una semana —dijo Lord Severn. —Y tengo la
sensación de que todas ellas van a actuar como si Frances y yo tuviéramos ese
entendimiento tácito, sea lo que sea que signifique. Sé lo que significa, en realidad.
Significa que vamos a planear una boda en la Catedral de St. George antes de que
termine el mes, y yo voy a estar perdido.
—¿Debería averiguar qué barcos están en el muelle, para preparar la salida a
América? —preguntó Sir Gerald.
—El problema es… —dijo el Conde, —que me sentiré atado por el honor.
Odio el honor, Ger. Siempre significa tener que hacer algo que uno no desea hacer,
usualmente algo doloroso y desagradable. Ni siquiera tendré que abrir la boca
para ser atrapado. Me queda menos de una semana de libertad.
—Sigo pensando que deberías decir un firme no —dijo su amigo. —tan pronto
como tu mamá ponga un pie en tu casa, Miles, dile directamente: “No me voy a
casar con Frances”. Nada podría ser más sencillo.
—Lo más sencillo sería casarse con otra persona —dijo el Conde. —Huir con
ella o casarme con una licencia especial antes de que llegue mi madre. Eso es lo
que debo hacer.
—¿Cómo la describiste? —Sir Gerald se rió. —¿Simple? ¿Aburrida? ¿Muy
ordinaria? ¿Es eso lo que dijiste? Miles ¿Por qué no una belleza ya que estás en
eso?
—Porque las mujeres hermosas son invariablemente vanas —dijo Lord Severn,
—y piensan que los hombres fueron creados para traer y llevar, para cumplir sus
deseos. No, Ger, mi mujer ideal es alguien que sea agradable y tranquila, que se
contente con vivir en algún lugar del país y que solo requiera que se le visite una o
dos veces al año. Alguien que produzca un heredero con el mínimo alboroto.
Alguien que haría que todas las mamás casamenteras, incluyendo la mía, cerraran
sus tiendas y se fueran a casa. Alguien que rápidamente se desvanecería en el
fondo de mi vida, que no molestara. Alguien que uno pueda olvidar que está allí.
¿No suena eso como una bendición?
—Es mejor no tener a nadie en segundo plano —dijo Sir Gerald.
—Eso no parece ser una opción —el Conde de Severn se puso de pie. —Me
tengo que ir. Debe ser endiabladamente tarde. Será mejor que vaya a ver a Jenny y
me divierta mientras pueda.
Sir Gerald frunció el ceño.
—¿No querrás decir que vas a renunciar a Jenny cuando te cases con Frances?
—dijo. —¡Miles! Eres la envidia de todos los miembros de White´s y
probablemente también de los de otros clubes. No hay muchos que puedan
permitírselo, y tampoco hay muchos que a los que ella vería dos veces.
—No hablemos más esta noche de mi boda con Frances —dijo el Conde,
recogiendo su sombrero y su bastón de una silla junto a la puerta. —Quizá conozca
a la mujer de mis sueños en una semana, Ger. Tal vez todavía pueda salvarme.
—Está muy bien hablar —dijo su amigo, bostezando en voz alta y estirándose.
—Pero no te casarías con una criatura así, Miles. Admítelo.
—Oh, ¿no lo haría? —Lord Severn dijo. —¿Una mujer agradable, tranquila y
recatada, Ger? Suena preferible a lo que estoy enfrentando. Buenas noches.
—Saluda a Jenny de mi parte —dijo Sir Gerald.
***
Era muy tarde cuando el Conde llegó a la casa donde tenía a su amante. Jenny,
despertándose del sueño, fue cálida y amorosa, y lo mantuvo ocupado hasta que
el amanecer iluminó su dormitorio. Durmió hasta bien entrada la mañana.
Pensó que esa era la parte de tener una amante que menos le gustaba,
mientras sus pasos lo llevaban finalmente a la Grosvenor Square4 y a la puerta de
la casa que había heredado con su título más de un año antes. Odiaba caminar a
casa con ropa de noche arrugada, sintiéndose cansado y letárgico, el pesado
perfume de Jenny burlándose de su propia ropa y piel.
Deseaba darse un baño caliente y jabonoso y dar un paseo enérgico por el
parque. Pero no, era demasiado tarde para ir al parque y más para un paseo. Iría al
salón de boxeo de Jackson. Quizás encontraría a alguien con quien valiera la pena
pelear, alguien que le devolviera la energía a sus músculos.
Entregó su sombrero y su bastón al mayordomo cuando entró en la casa y
ordenó que se enviara agua caliente a su camerino sin demora. Pero sus pasos se
detuvieron cuando se dirigió a la escalera.
—Hay una dama en el salón amarillo esperando para hablar con usted, mi
Lord —dijo el mayordomo, su voz rígida y desaprobadora.
El Conde frunció el ceño.
—¿No le dijiste que estaba fuera de casa? —preguntó.
Su mayordomo hizo una reverencia.
—Ella expresó su intención de esperar su regreso, mi Lord —dijo. —Dice que
es su prima. La señorita Abigail Gardiner.
Lord Severn siguió frunciendo el ceño. Era posible. En los dos meses
transcurridos desde que estuvo en Londres, habiendo cumplido el año de luto por
el viejo Conde, quien era primo segundo de su padre, y a quien no había conocido,
se había encontrado con numerosos parientes, casi todos pobres, casi todos con
favores que pedir. Tratar con ellos era una de las cargas de su nuevo puesto que
no se había esperado.
Dudó. ¿Debería simplemente instruir a Watson para que pague a la mujer?
Pero no. Sin duda volvería a la semana siguiente, con la palma extendida. Debía
hablar con ella él mismo, dejar claro que cualquier regalo que le diera sería sólo
4
NT. Plaza de Grosvenor. Plaza con grandes jardines ubicada en el exclusivo distrito de Mayfair, en Londres, Inglaterra.
para esta ocasión, que su pretensión de parentesco no le hacía responsable de
mantenerla de por vida. Suspiró.
—Si ella está dispuesta a esperar —dijo, —entonces que espere. Hablaré con
ella después de mi baño, Watson.
Se giró sin más preámbulos y subió corriendo por las escaleras hasta su
habitación. Todavía se sentía deprimido después de la carta de su madre del día
anterior y después de su velada con Gerald. Y, además, estaba cansado después de
su noche con Jenny. Si fuera inteligente, La Srta. Abigail Gardiner abandonaría la
casa y no se arriesgaría a enfrentarse a su malhumorado estado de ánimo.
Frunció el ceño, pensando. Gardiner… ¿Había parientes con ese apellido? Si
los había, nunca conoció a ninguno de ellos. Pero sin duda la mujer estaría armada
con un árbol genealógico para probar su obligación de darle caridad.
Pasó casi una hora antes de que volviera a bajar, cabeceando a su mayordomo
para abrir las puertas del salón amarillo. Pensó amargamente, que si los títulos
nobiliarios y todo lo que traían con ellos pudieran ser arrojados al océano y
ahogarlos, remaría hasta la parte más profunda que pudiera alcanzar y ataría rocas
de granito alrededor del suyo y luego los volcaría por la borda.
La Srta. Abigail Gardiner, a quien vio de un vistazo, era más joven de lo que
esperaba. Por su nombre había esperado que fuera una solterona delgada, anciana
y de nariz afilada. Esta mujer no tenía más de veinticinco años. Estaba vestida
decentemente, pero totalmente oscurecida. Había un leve indicio de desorden en
sus ropas. Ciertamente no habían sido hechas por un costurero a la moda.
Era una joven de aspecto común, su cabello castaño liso debajo de su
caperuza y casi del mismo color que ésta, era de apariencia bastante corriente. No
tenía ninguna criada o compañera con ella.
Estaba de pie tranquilamente en medio de la habitación, con las manos
cruzadas delante de ella. Se preguntó si se había quedado allí todo el tiempo o si
se habría sentado en una de las sillas durante un rato.
Ella se veía muy bien, pensó, y el pensamiento le proporcionó el primer
entretenimiento que había sentido durante las últimas veinticuatro horas, era
igual que la mujer ideal que le había descrito a Gerald la noche anterior. Excepto
que el ideal no la había pensado tan atractiva como la que ahora que estaba frente
a él en carne y hueso.
Puso una mano detrás de su espalda y con la otra levantó el monóculo a su
ojo. Observó a la mujer con la mirada que había adquirido en los últimos dos
meses, la más adecuada para tratar con dependientes y lacayos.
Ella le hizo una reverencia pero no como varios de sus predecesores habían
hecho, no continuo moviéndose arriba y abajo como un corcho.
—Señorita Gardiner —dijo. —¿Qué puedo hacer por usted, madame?
***
—Debes vestirte con sencillez —le dijo Laura Seymour. —No desaseadamente,
por supuesto, pero tampoco muy atractiva, Abby.
Abigail Gardiner se rió.
—Eso no debería ser difícil —dijo. —La única ropa que poseo que podría
describirse como bonita tiene al menos diez años de antigüedad. ¿Crees que mi
vestido marrón servirá?
—Admirablemente —dijo su amiga. —Y, Abby, recuerda lo que decidimos
anoche. Debes actuar con recato. Realmente debes hacerlo. No puedo enfatizarlo
lo suficiente. Él no se impresionará si te comportas atrevidamente.
Abigail hizo una mueca.
—¿Te refieres a balancearme en reverencias y dirigir mi mirada a la punta de
sus botas y no hablar hasta que me hablen y todo eso? —dijo ella. —¿Tengo que
hacerlo, Laura? ¿No puedo ser simplemente yo misma?
—Una reverencia —dijo Laura. —Y creo que puedes mirarlo a los ojos, Abby,
siempre y cuando no lo mires con audacia como si lo retaras a mirar a atrás sin ser
la primera en bajar los ojos.
—Como hice con el Sr. Gill anteayer —dijo Abigail, y ambas jóvenes
explotaron en una alegría sofocante.
—¡Su cara, Abby, cuando le hablaste en el salón de clases! —Laura mantuvo
su nariz en un intento de contener su risa.
—¡Señor! —Abigail permitió que su pecho se hinchara, puso sus manos en sus
caderas, y miró fríamente a un imaginario Sr. Gill al otro lado de su pequeña
alcoba en el segundo piso de la casa de campo del caballero. —Su
comportamiento es bastante, bastante intolerable —se chupó las mejillas para no
reírse y arruinar la recreación de la escena que había tenido lugar en el aula dos
días antes, cuando entró en la habitación con el fin de salvar a su amiga la
institutriz de ser molestada, ya que los niños no estaban allí en ese momento.
—Si le veo una vez más p… pellizcando el trasero de la Srta. Seymour... —
Laura rodó hacia atrás en la cama y renunció a su intento de imitar el acento frío
de su amiga.
Abigail se dobló de la risa. Ambas sucumbieron a vientos de carcajadas y
pronto tuvieron lágrimas corriendo por sus mejillas.
Abigail respiró hondo y se enderezó.
—Entonces voy a p…p… p…
Ambas aullaron de risa.
—Pellizcar el suyo, señor —Abigail se aferró a su estómago. —Oh, duele —se
lamentó. —Laura, no tenía idea de cuáles palabras iban a salir de mi boca, hasta
que las escuché por mí misma. ¿Te imaginas el placer que sería pellizcarle el
trasero del Sr. Gill?
Su amiga se reía tanto, que no podía responder a la pregunta.
Abigail se enderezó de nuevo.
—No es gracioso —dijo al fin, en tono preocupante. —Realmente no lo es,
Laura. Me han despedido sin referencia y con sólo una semana de antelación, con
el pretexto de que he estado ojeando a Humphrey. ¡Humphrey! Prefiero mirar a
un cocodrilo o a un pez que a Humphrey Gill. Tiene un nombre totalmente
adecuado, por cierto 5. Debo decir, además, que no tengo el corazón roto por no
ser más la compañera de la Sra. Gill. Las mujeres malhumoradas y vaporosas me
hacen enojar tanto que podría gritar, especialmente cuando uno sabe que sólo
están tratando de imitar a la nobleza. Pero aun así, estar sin trabajo y sin
referencias, definitivamente no es gracioso.
Laura se levantó de la cama y alisó su vestido. Miró a su amiga con sus ojos
marrones oscuros arrepentidos. Su bonito pelo castaño rojizo estaba
desordenado.
—Y todo por mi culpa —dijo ella. —Lo siento mucho, Abby. Pero cuando te
pedí que me vigilaras cada vez que el Sr. Gill estaba merodeando, no tenía ni idea
5
NT. Gill; Branquia, agallas de pez.
de que acabarían despidiéndote. Iré a ver a la Sra. Gill, le contaré la verdad, si tú
me lo permites.
Abigail chasqueó la lengua.
—Absolutamente no —dijo ella. —Las dos estaríamos en la calle en vez de
sólo yo. Tú sabes que no ganarías un indulto para mí contándolo todo. Lo único
que me da pena es que te quedes aquí indefensa. Laura, tendrás que aferrarte al
pequeño Gill todo el día, para que su cariñoso papá nunca pueda estar a solas
contigo. Y debes aprender a valerte por ti misma.
—Oh, Abby —Laura se agarró las manos al pecho y miró infelizmente a su
amiga. —¿Crees que tu primo te ayudará? No tenía ni idea de que el Conde de
Severn era tu primo. Es muy, muy rico, eso dicen.
Abigail frunció el ceño.
—En realidad —dijo ella, —creo que es una gran exageración de la verdad
llamarlo primo. Es un pariente, eso es todo. Pero entonces, me atrevo a decir que
todo el mundo es un pariente si uno es lo suficientemente diligente como para
rastrear su árbol genealógico hasta Adán. Y realmente me estoy arrepintiendo de
ir a verlo. Odio mendigar. De hecho, no creo que pueda hacerlo. Tendré que
pensar en otra cosa.
—Oh, ¿pero en qué? —preguntó Laura.
— Podría volver a Sussex si tuviera suficiente dinero para la diligencia —dijo
Abigail, —arrastrarme ante el vicario Grimes y persuadirlo de que me busque otro
puesto. Me encontró éste. Pero no creo que pueda soportar otro trabajo como
éste. Él tenía un gran concepto de los Gill.
—Oh, querida —dijo Laura. —Tal vez no los conocía bien.
—O podría convertirme en actriz o prostituta, supongo —dijo Abigail.
Laura jadeó y puso una mano sobre su boca.
—¡Abby!
—Supongo que tendrá que ser Lord Severn —dijo Abigail. —No tiene sentido
buscar a Boris. No puede ayudarme. Vive de ingeniárselas día a día haciendo
cualquier cosa y no necesita la carga adicional de mis problemas.
—Ve, entonces —dijo Laura. —Seguramente el Conde te ayudará. Después de
todo, no estás planeando pedir dinero. Pero recuerda comportarte
recatadamente. No lo olvides, Abby.
—Volvemos a hacer reverencias y a mirar las botas, ¿no? —dijo Abigail. Se
colocó con los pies firmemente plantados en el suelo a unos centímetros de
distancia uno del otro. Enderezó sus hombros y transformó su expresión con
suavidad. Se hundió en una profunda reverencia. —¿Es eso suficiente?
—Tal vez si estás en la corte siendo presentada a la reina —dijo Laura.
Abigail frunció el ceño antes de volver a enmascarar su expresión.
—¿Qué tal esto? —preguntó ella, haciendo una reverencia un poco menos
profunda y levantando la barbilla.
—La reverencia es buena, aunque un poco rígida —dijo Laura. —La mirada
parece como si me estuvieras desafiando a un duelo.
Las dos se volvieron a reír de nuevo por unos momentos.
—Es la barbilla —dijo Laura. —Asegúrate de que no sobresalga, Abby.
Abigail practicó la rutina unas cuantas veces más hasta que Laura la aprobó.
—Usted es el jefe de mi familia, señor, y debe ayudarme, si es tan amable —
dijo Abigail.
Laura suspiró y se sentó en el borde de la cama.
—Tu barbilla está sobresaliendo de nuevo, Abby —dijo ella. —Y hay un brillo
marcial en tus ojos. ¿Y no deberías dirigirte a él como ´mi Lord´? Y, ¿debes sonar
como si estuvieras pidiendo ayuda por derecho propio, a pesar del ´por favor´ al
final?
—Más vale que lo olvide —dijo Abigail. —Nunca sería una buena actriz, Laura,
ni con mi primo ni en la escenario. ¿Qué me deja eso?
—Siéntate, Abby —dijo Laura. —Va a ser hora de que Billy y Hortense vengan
pronto a la escuela para sus clases matutinas. Tratemos de hacer esto bien. El
Conde de Severn no debe tener una impresión desfavorable de ti.
—Así que debo encogerme de hombros y rebajarme —dijo Abigail. —Moriré
de mortificación de todos modos.
—No, eso no —dijo su amiga. —Debes ser... —agitó una mano en el aire. —
Oh...
—Recatada —dijo Abigail. —Muy bien, entonces. Así lo haré. Dime cómo
hacerlo. Nunca ha habido nadie más manso y apacible de lo que yo seré hoy.
Menos de media hora más tarde, la institutriz se había ido a sus deberes
matutinos a la escuela y Abigail se quedó sola para prepararse para la visita a la
casa del Conde de Severn en Grosvenor Square.
Realmente no debería estar haciendo esto, pensó mientras se ponía en
camino. Estaba fuera de su naturaleza rebajarse, y eso era lo que iba a hacer, sin
embargo, seguía cuidadosamente las instrucciones de Laura. Iba a pedirle a un
extraño que la ayudara a encontrar otro puesto, sobre la base de que él era su
pariente.
Eran terrenos muy estrechos. Papá no había tenido tratos con el Conde ni con
su familia cercana.
Y si el Conde sabía algo sobre su familia, lo más probable era que ella se
encontraría fuera de su puerta, en la calle, con gran rapidez. No era una familia de
buena reputación. Papá no había tenido buena reputación, y había otros hechos y
eventos que pondrían los pelos de punta a cualquier noble que se preciara.
Sólo tendría que esperar que él no supiera nada sobre los Gardiner. O que la
edad haya alterado su memoria. Si era afortunada, él tendría el pelo blanco
nevado y las cejas blancas tupidas y una sonrisa amable y todo lo que ella tendría
que hacer sería decir lo que había ensayado con Laura y parecer mansa, recatada e
indefensa. Sólo esperaba que él no fuera tan tembloroso, debido a la edad, que
fuera incapaz de escucharla con inteligencia. Esperaba no tener que tratar con un
secretario joven y de cerebro agudo.
No pensaría en ello, meditó, mientras se acercaba a Grosvenor Square e
intentaba no darse cuenta de lo grandiosas que eran las casas que la rodeaban.
Subió decididamente los escalones de la casa del Conde y levantó la aldaba de
bronce. Recordó justo antes de que se abriera la puerta, retraer su barbilla y
suavizar su expresión.
Y, oh, Señor, pensó unos minutos más tarde cuando se había olvidado lo
suficiente de sí misma como para enfrentarse al almidonado mayordomo de su
señoría y ser informada con muchas palabras que no creía ni por un momento que
el Conde estaba en casa; además, notó, que era una gran casa. El salón se utilizaba
claramente sólo para la recepción de visitantes. Las sillas no estaban dispuestas
alrededor de la habitación con un diseño agradable y acogedor. Estaban colocadas
con el dorsal contra las paredes. No se sentó en ninguna de ellas.
La espera era interminable. Vagaba por la habitación, mirando todos los
cuadros, con miedo de sentarse para no quedar atrapada en desventaja si la
puerta se abría sin previo aviso. Quizás debería haberle preguntado al mayordomo
si se esperaba que su señoría volviera a casa próximamente. Empezó a temer que
la hubieran olvidado y que se acordaran de ella cuando una sirvienta entrara a
desempolvar a la mañana siguiente o a la mañana siguiente después de esa.
Pero finalmente se abrieron las puertas dobles y el mayordomo, que se
interpuso entre ellos por un momento, se hizo a un lado para admitir a un joven
alto. El corazón de Abigail se deslizó dentro de sus botas de media altura. Después
de todo, no iba a ser admitida en presencia de su señoría. Iba a tener que tratar
con un secretario, que se veía tan rígido y helado como cualquier duque que uno
quisiera imaginar, y que tenía el descaro de levantar el monóculo hasta su ojo y
mirarla a través de él.
A través de un esfuerzo sobrehumano mantuvo la postura que Laura había
aprobado. Si no podía impresionar al secretario, sólo había otras dos posibilidades:
el vicario Grimes o el trabajo en Londres que no era ser actriz.
Se vio forzada a desperdiciar la reverencia que había practicado con tanto
cuidado con un hombre que era tan sirviente como ella.
Se quedó quieta y le miró con calma. Y de repente se dio cuenta de su estado
de soledad, una dama en el salón de recepción de un establecimiento de
caballeros sin chaperón en el lugar.
—Srta. Gardiner —dijo el secretario, mirándola con desdén, no hizo nada para
disimularlo. —¿Qué puedo hacer por usted, madame?
Capítulo 2
***
***
—¿Que has hecho qué? —Sir Gerald Stapleton se detuvo tan abruptamente
en medio de la acera que una señora y un caballero que caminaban detrás casi
chocan con él. El caballero le miró con desprecio y guió a la dama para que pasara
a salvo.
—He ofrecido matrimonio a una pariente empobrecida que me visitó esta
mañana —repitió el Conde de Severn. —Srta. Abigail Gardiner.
—¿La conocías de antes? —preguntó su amigo. —¿Descubriste en ella un
amor juvenil perdido hace tiempo, Miles? No vas a decirme que es una completa
extraña, ¿verdad? No son extraños, ¿verdad?
El Conde hizo un gesto a su amigo para que continuase su camino hacia el club
White´s. Se habían reunido antes, sin acuerdo previo, en el gimnasio de Jackson, el
Conde que había ido a entrenar, Sir Gerald a vigilar.
—¿Alguna vez te detienes para permitir que alguien responda a una
pregunta? —preguntó. —Sí, era una extraña, Ger. Pero ella está relacionada
conmigo de alguna manera. Ella lo explicó, pero la explicación era complicada, y se
refería a cómo estaba relacionada con el viejo Conde.
—Ella debe ser avasallante —dijo Sir Gerald, frunciendo el ceño en
desaprobación. —¿Pero estás loco, Miles? Lo lamentarás en una semana. ¿No
puedes mirar a tu alrededor y ver cuán pocos matrimonios satisfactorios hay,
especialmente para los maridos? ¿Qué tiene de malo tu vida tal como es ahora?
Tienes tu independencia, eres el amo de tu propia casa, eres libre de ir y venir a tu
antojo, y tienes a Jenny. No le hiciste una oferta, ¿verdad? ¿Simplemente pensaste
que podrías hacerlo en una fecha futura? No lo hagas. ¿Quieres el consejo de un
viejo amigo? No lo hagas.
—¿Recuerdas a la mujer que te describí anoche? —preguntó Lord Severn. —
¿Con la que me casaría en el acto si alguien la colocara delante de mí?
—¿Aburrida y ordinaria? —Sir Gerald miró sospechosamente a su amigo.
Lord Severn asintió.
—Pues la Srta. Gardiner es ella —dijo. —Inmediatamente me llamó la
atención el parecido, Ger. Ella es perfecta. No fea, pero sí sencilla. Un ratoncito
marrón. Pero tiene unos ojos preciosos. Tranquila, disciplinada y respetuosa sin ser
complaciente. Casi todo lo que me dijo fue: —“Sí, mi Lord y “No, mi Lord”. Ha sido
despedida de su empleo porque el marido de su empleadora tiene las manos
errantes. Ella había venido a pedirme que la ayudara a encontrar otro empleo.
—Y lo hiciste —dijo sombríamente Sir Gerald. —¿Realmente se lo pediste,
Miles? Ella dijo que sí, supongo. Tendría que estar loca para no haberlo hecho.
—Ella dijo que sí —dijo el Conde con una sonrisa. —Pensé que estarías
encantado por mí, Ger. Pensé que podríamos celebrar juntos mi ajustada huida de
Frances.
Su amigo se iluminó.
—Tu madre te hará cambiar de opinión —dijo. —Y encontrará la manera de
sacarte de este compromiso loco en poco tiempo. Habrá que pagarle a la mujer. Y
luego debes decirle a tu mamá que tampoco te vas a casar con Frances. Miles,
tienes que aprender a afirmarte en lo que respecta a las mujeres.
—Lo haré —el Conde de Severn sonrió. —No tendré ningún problema con la
Srta. Gardiner, Ger. Y mi madre no tendrá poder para hacerme cambiar de opinión
cuando llegue a la ciudad. Me voy a casar con licencia especial pasado mañana.
Sir Gerald se detuvo abruptamente de nuevo, se quitó su sobrero de piel de
castor de copa alta y pasó una mano por sus cortos y claros rizos.
—Que el diablo se lo lleve —dijo. —La mujer debe ser una bruja. Te vas a
arrepentir de esto de por vida, Miles. Diré: “Te lo dije” antes de que acabe el mes.
—No lo creo —dijo el Conde. —Creo que la Srta. Abigail Gardiner me sentará
muy bien. Creo que será la esposa ideal. ¿Vas a quedarte ahí todo el día
admirando el paisaje, Ger, o vas a vamos a White´s?
—¡La esposa ideal! —Sir Gerald dijo con desdén, acomodando su sombrero
sobre su cabeza y colocándolo firmemente en su lugar. —No existe tal cosa, viejo
amigo. Y sería para su beneficio eterno si te dieras cuenta de eso en los próximos
dos días.
***
—¿Que has hecho qué? —Laura Seymour estaba libre de sus deberes de aula
por la mañana y había regresado a su habitación para encontrar a Abigail
caminando por el cuarto.
—He accedido a casarme con el Conde de Severn pasado mañana —dijo
Abigail, —y no sé si debería caer en una gelatina temblorosa o rodar por el suelo
en un mar de risas. No sé si yo estoy la loca o si lo está él. O tal vez los dos. No
cabe duda de que lo haremos admirablemente. ¿Laura, no te importaría
pellizcarme, supongo que para probar que realmente estoy despierta? No estoy
del todo convencida de que lo esté.
—Pero no puedes casarte con un viejo, Abby —su amiga la miró horrorizada.
—Oh, no, de verdad que no puedes. Debe haber una alternativa. ¿Te echó un
vistazo, así es como fue? vio que eras joven, guapa e indigente, y pensó en
contratar a una niñera sin costo alguno. Los hombres son criaturas horribles. Es así
como ese tonto de Humphrey está engreído de que lo acusen de haber sido
seducido por ti, y ha empezado a mirarme fijamente. Padre e hijo, ambos, es
demasiado.
Tomó su cepillo del tocador y comenzó a quitarse los alfileres del pelo.
—Me aseguraré de darle una paliza antes de irme de aquí —dijo Abigail. —
Pero el Conde no es un viejo tembloroso, Laura. El viejo Conde murió hace más de
un año. El Conde actual no puede estar por encima de treinta. Podría haber
muerto de mortificación y vergüenza. Lo confundí con un secretario.
Las manos de Laura se detuvieron y miró a su amiga en el espejo.
—¿Te miró y quiso casarse contigo? —dijo ella. —¿Un Conde? ¿Y uno de los
hombres más ricos de Inglaterra? ¿Qué es lo que le pasa?
Abigail se rió alegremente y se posó en el borde de la cama.
—¿Debe haber algo mal con él? —preguntó ella. —Qué halagadora eres.
Laura puso una mueca de dolor.
—No quise decir eso, Abby —dijo ella. —Por supuesto que no. Pero hay algo
muy peculiar en su comportamiento, debes estar de acuerdo en eso.
—Sí, hay algo malo con él —dijo Abigail, aleccionando y frunciendo el ceño en
el suelo. —Tiene que haberlo. Deberías verlo, Laura. No puede haber un hombre
más guapo en este planeta, y si alguien fuera tan estúpido como para dudar de ese
hecho, se daría cuenta de su error tan pronto como él sonriese. Tiene un hoyuelo
que puede debilitar hasta las rodillas más firmes. Y ojos azules como un cielo de
verano. Y sin embargo, me habló durante diez minutos y me ofreció matrimonio.
—Pasado mañana —añadió Laura.
—Pasado mañana —el ceño fruncido de Abigail se hizo más profundo. —Dijo
que creía que yo era la clase de mujer que le quedaría bien, Laura.
—¿Lo hizo? —Laura tiró del cepillo lentamente a través de su cabello.
—¿Qué es lo que vio? —dijo Abigail. —Una mujer que es sencilla en el mejor
de los casos, pero que se vuelve monótona por el manto y el gorro marrón. Una
criatura mansa y muda que apenas tenía dos palabras que decir. Una cosa débil
que recordaba no erizarse incluso cuando él tenía el descaro de levantar su
monóculo a su ojo. ¿Esa es la clase de mujer que le va a sentar bien?
Miró a su amiga, se cubrió la boca con una mano y explotó en una risa
nerviosa.
—No debí haber dicho que sí —dijo ella. —Laura, estoy perpetrando un
terrible engaño contra él. ¿Qué pasará cuando descubra la verdad?
—Tal vez él también te está engañando a ti —dijo Laura. —Viste a un hombre
joven y guapo y asumiste que era un dios. Tal vez él sea tan diferente de lo que
esperas como tú de lo que él espera.
—Él vendrá aquí mañana para llevarme de compras —dijo Abigail. —Supongo
que debería asegurarme de que tengamos una larga y sincera charla. Ese será el
final de mi compromiso, por supuesto. No me di cuenta de lo seductora que sería
la tentación de ser rica. Y ser alguien. Podría ver a Bea y Clara si me casara con él.
Podríamos estar juntas de nuevo. Y quizá pueda hacer algo por Boris antes de que
sea demasiado tarde.
—¿De compras? —dijo Laura.
—Para la ropa de novia —dijo Abigail con nostalgia. —Algunas muselinas finas,
tal vez, y un hábito de terciopelo para montar caballo.
—Y un vestido de baile —dijo Laura. —Seguramente irás a los bailes, Abby. Tú
serías la Condesa de Severn.
—Sí, lo seré —dijo Abigail, sorprendida. Se puso de pie. —¿Ves por qué estoy
tentada? Y tiene unos ojos muy azules, Laura. Pero probablemente nunca lo
volveré a ver. Sin duda estaba haciendo su pequeña broma a mi costa. Debe haber
estado bromeando, ¿no crees?
—Oh, Abby —Laura frunció el ceño y dejó su pincel. —¿Los Condes bromean
sobre estos asuntos?
—No tengo ni idea —dijo Abigail. —¿Lo hacen?
—¿Y si hablaba en serio? —dijo Laura. —¿Abby, Vas a tirar por la borda esa
oportunidad de seguridad? ¿Por qué no sigues siendo su mujer ideal durante dos
días más?
—¿Sería honesto? —preguntó Abigail.
—Pero no eres un monstruo, Abby —dijo Laura. —Y tú serías tan dulce y
callada como él parece pensar que eres si recordaras e intentaras no hablar todo el
tiempo.
Abigail se rió.
—Y un asesino sería tan suave como cualquier otro hombre si intentara no
matar gente —dijo. —No creo que pueda hacerlo, Laura. Aparte de la moralidad
involucrada, no creo que pueda hacerlo. Casi me reviento unas cuantas veces esta
mañana.
—Piénsalo —dijo Laura. —Oh, Abby, me siento tan emocionada por ti como si
fuera yo. Y no me sentiría tan mal por ser responsable de que te despidieran si
todo terminara tan espléndidamente para ti. Piensa en ello, dos días más de ser
recatada a cambio de toda una vida de lujo.
—No voy a pensar en ello —dijo Abigail, acercándose a la puerta y poniendo
su mano en el pomo. —Probablemente no vendrá mañana de todos modos. Voy a
concentrar mi mente en idear el mejor método que se me ocurra para desinflar la
vanidad de Humphrey. No es necesario dar las gracias. Puede que me debas un
favor.
—Oh, Abby —dijo su amiga, riéndose a su pesar.
Capítulo 3
El conde de Severn salió de su carruaje y se dirigió hacia la casa del Sr. Gill. El
hombre era un citadino, lo adivinó por la ubicación de la casa. Era sin duda un
hombre que pensó en aumentar su importancia contratando una acompañante
para su esposa. Y sin duda era del tipo que entonces creería que él era el dueño de
la acompañante y que era libre de usarla como quisiera.
Esperaba que la Srta. Gardiner hubiera transmitido su mensaje al hombre.
Se paró en la acera mientras su lacayo levantaba la aldaba de latón de la
puerta, y se concentró en lucir indiferente. Se sentía de todo menos eso. De
hecho, si admitía la verdad, había mariposas danzando dentro de él.
Había tenido un día y una noche de insomnio para meditar sobre su
apresurada oferta de la mañana anterior. Y había sido lo suficientemente tonto
como para pasar toda la tarde y parte de la noche con Gerald, quien le había
señalado todos los desastres posibles que podrían resultar de un matrimonio así, y
algunos de los imposibles también. Luego había ido a casa de Jenny y terminó
pasando toda la noche con ella, y la encontró tan amorosa como la noche anterior.
¡Y Jenny iba a ser sustituida por la Srta. Abigail Gardiner!
Desafortunadamente, no era capaz de reconciliar en su conciencia el tener una
esposa y una amante. Sin embargo, sin dudas, Jenny era la amante más
satisfactoria que había tenido.
Deseó, que al abrirse la puerta y una criada uniformada hizo una reverencia,
que fuera la futura novia la que se deshiciera de él en lugar de la amante. Pero la
oferta había sido hecha y aceptada, y hacer realidad su deseo ya no era una
posibilidad.
Debía fortalecer su decisión con pensamientos sobre Frances.
—¿Podría anunciar a la Srta. Gardiner que el Conde de Severn ha llegado? —le
dijo a la criada, caminando junto a ella hacia un oscuro y desordenado pasillo.
Ella miró fijamente a través de él a su lacayo y cochero, y a su carruaje
esperando en la calle, se volvió para hacerle más reverencias, y se escabulló sin
decir una palabra.
¿Fue ella tan clara como él la recordaba? se preguntó el Conde, quitándose los
guantes y el sombrero. Era extraño, haber elegido deliberadamente como su novia
a una mujer sencilla. Siempre había soñado, supuso —si había soñado con el
estado de casado— con una esposa encantadora, alguien a quien le gustaría ver
todos los días de su vida.
¿Y era tan callada como él recordaba? Eso esperaba. No sería capaz de
soportar a una parlanchina o a alguien que deseara manejar su vida y la de todos
los que la rodean. También podría haberse casado con Frances y haber hecho feliz
a su madre y a sus hermanas si ese iba a ser su destino.
Por otro lado, por supuesto, no quería una criatura aburrida e insensata, sin
carácter.
Sin embargo, mientras se inclinaba ante el hombre calvo y sonriente que hacía
una profunda reverencia ante él, no tenía sentido en este momento de su vida
tratar de imaginar las cualidades que realmente quería en una esposa. Ella ya
había sido elegida. Estaba comprometido con ella.
El hombre, como sospechaba Lord Severn, era Sr. Gill. Intercambiaron
cortesías después de que su señoría se negó a aceptar una invitación para entrar
en el estudio a tomar un refresco.
—La Srta. Gardiner está, ah, ¿buscando empleo con usted, mi Lord? —
preguntó el Sr. Gill. —Es una jovencita ambiciosa que se veía tan refinada.
—La Srta. Gardiner —dijo el Conde, con una mano jugando con el mango de
su monóculo, —es una pariente lejana mía, señor.
El Sr. Gill se frotó las manos.
Ella no había transmitido su mensaje, decidió Lord Severn.
—Y mi prometida —añadió.
Las manos del Sr. Gill se calmaron.
Pero la atención del Conde se desvió. Ella estaba bajando las escaleras y él se
giró para mirarla. Estaba vestida de gris desde la cabeza hasta los tobillos. Sólo sus
guantes negros y sus botas de media altura aliviaban la monotonía.
Oh, sí, pensó que, con un poco de conmoción, no se había equivocado en su
apariencia.
Y en su carácter tampoco. Su cara era inexpresiva. Sus ojos estaban dirigidos al
piso entre él y el Sr. Gill. Hizo una reverencia cuando llegó al final de las escaleras,
sin levantar los ojos.
—Buenos días, querida —dijo el Conde, inclinándose ante ella. —¿Estás lista
para salir?
—Sí, gracias, mi Lord —dijo ella.
—Ah —dijo el Sr. Gill, frotándose las manos otra vez. —Amor joven. Qué
espléndido. Y qué guapa está, Srta. Gardiner.
La mujer levantó la vista, primero al Sr. Gill y luego a su prometido. Había un
brillo en sus ojos que parecía muy divertido, pensó el Conde. Pero desapareció en
un instante antes de que pudiera observar más de cerca.
Tomó el brazo que él le ofreció.
***
Abigail había estado en Bond Street sólo una vez, con la Sra. Gill. Pero no se
habían detenido allí, sólo caminaron a lo largo de la calle para ser vistas, para verse
grandiosas. Bond Street estaba un poco por encima del nivel de la Sra. Gill.
Pero fue en Bond Street donde el Conde de Severn la llevó a la tienda de una
modista que parecía tan grande como una duquesa y que hablaba con un acento
francés que puso a Abigail a mirarla con sospecha. Pero la mujer conocía al Conde
de Severn y le hizo una profunda reverencia. Sus ojos pasaron sobre las ropas
grises de Abigail con curiosidad y algo de condescendencia.
Aquí era donde él traía a sus acompañantes para que se vistieran, pensó
Abigail, y Madame Savard, o Srta. Bloggs, o cualquiera que fuera su verdadero
nombre, asumía que ella era otra de esa raza. Ella miró a la mujer con un ojo
severo. Y se sintió mortificada más allá de lo creíble. No sabía que los caballeros
acompañaban a las damas para comprar ropa, no dentro de la tienda y saludando
a las modistas y exigiendo ver las prendas de moda, los libros de patrones y las
telas.
—Necesitaremos algo bonito sin demora, Madame —dijo. —La Señorita
Gardiner será mi novia mañana.
Los ojos que la observaban se volvieron más agudos y considerablemente más
respetuosos. La Señora acercó sus manos a su pecho y pronunció unas palabras
encantadoras y sentimentales sobre los torbellinos de los romances. Ella y el Sr.
Gill deberían reunirse para hacer un dúo romántico, pensó Abigail, y luego
desearía no haberlo pensado, ya que los músculos de su estómago se tensaron con
la risa suprimida.
—¿Pero, para mañana, mi Lord? —dijo la Señora, con sus largas uñas
revoloteando. —Non, non. ¡Imposible!
—Debe ser posible —dijo con firmeza el Conde, sin dar a la palabra la
entonación francesa de la modista. —Definitivamente posible. Madame Girard me
dijo la semana pasada que sus costureras pueden hacer hasta el más elegante de
los vestidos de baile en tres horas cuando es necesario.
Parecía que, después de todo, era posible hacer un vestido adecuado para una
novia antes del día siguiente. En cuanto al resto de las prendas, debían ser
entregadas en Grosvenor Square, algunas en una semana y otras en dos.
Siguieron dos horas de desconcierto para Abigail. Las telas y los diseños
fueron escogidos por su señoría y la Señora, tratándola como si fuera una figura de
cera sin voz ni mente propia.
En una reunión con Laura esa mañana para la planificación de la estrategia,
había acordado, muy en contra de la conciencia de Abigail, que ella se mantuviera
a su imagen recatada al menos hasta después de la boda, si había una boda. En ese
momento, Abigail estaba más convencida de que nunca volvería a ver al Conde de
Severn. Pero ahora que la situación era real, habría sido difícil mantener el plan si
ella no se hubiera sentido tan involucrada.
Finalmente, la llevaron a un cuarto trasero —donde el Conde no la siguió, y se
sintió aliviada al darse cuenta de ello, ya que le quitaron toda su ropa, excepto su
camisa y sus medias, se paró en un taburete, y giró; las costureras pincharon,
ensartaron y midieron en lo que parecía ser un día y medio sin parar.
Se aferró obstinadamente a su recatado yo, fallando sólo dos veces. Protestó
una vez a la Señora, cuando la voltearon sin que se lo pidieran, indicando que no
era un trozo de carne vacuno y que le gustaría que no la trataran como tal.
Igualmente, le recordó a una costurera joven, delgada y con anteojos que no era
un alfiletero y que no le gustaba que la pincharan con alfileres. Pero
inmediatamente sintió pena por este último error, cuando la niña la miró con ojos
ansiosos y miró rápidamente a la Señora, que afortunadamente no la había oído.
—En realidad —dijo Abigail, —me moví cuando debí haberme quedado
quieta. Fue por mi culpa. ¿Está mi brazo lo suficientemente alto?
La niña le sonrió rápidamente y reanudó su trabajo.
Abigail esperaba un par de muselinas y un vestido de montar. Laura esperaba
que se añadiera un vestido de baile a esa lista. En todos los sueños salvajes de una
noche en gran parte sin dormir, Abigail no se había esperado el vertiginoso
número y la variedad de prendas que se consideraban como la más mínima de las
necesidades de una Condesa. Pensó que, si no hacía nada durante todo el día más
que cambiarse de ropa, le llevaría un mes ponerse todas las prendas de vestir que
le iban a enviar.
Diez vestidos de baile. ¡Diez! ¿Había que tener tantos bailes a los cuales
asistir? ¿Y no bastaría una sola prenda para todos ellos, o a lo sumo dos? Parecía
que no.
Estaba empezando a sentirse como Cenicienta, excepto que Cenicienta sólo
había tenido un vestido de baile nuevo. Ciertamente ella tenía su propio príncipe
azul esperándola en algún lugar de las instalaciones. Había logrado convencerse a
sí misma durante la noche de que en realidad no podía ser tan guapo como lo
recordaba. Se había dicho a sí misma que todo esto era sólo porque había visto a
un hombre tolerantemente guapo y reaccionó como una colegiala enamorada.
Pero no se había equivocado. No, en absoluto. Se veía tan, tan magnífico llevando
un alto sombrero de piel de castor y un bastón con punta dorada.
Y estaba empezando a creer en su propia buena fortuna. Aunque el sentido
común le decía que era una tonta en extremo por haber accedido a pasar el resto
de su vida como posesión de un total desconocido, incluso si había un vago lazo de
sangre entre ellos, el sentido común encontraba serios adversarios. Pero los ojos
del Conde estaban concentrados en una cosa. Pero mucho más importante que
eso era el saber que, por infeliz que fuera, al menos siempre estaría segura
materialmente. Nunca volvería a ser pobre. Y podría reunir a su familia.
Es cierto que su conciencia la golpeó. Porque aparte del hecho de que no era
como parecía ser la mañana anterior o como tampoco parecía ser hoy, había otros
hechos que debía contarle, hechos que ni siquiera Laura conocía. Ella no era
respetable, y tampoco lo era su familia. Esa era la verdad del asunto.
Pero la tentación de permanecer callada hasta después de la boda resultó ser
demasiado abrumadora.
Demasiado para sus propios motivos. ¿Pero qué hay de los motivo de él? Sería
mejor no preguntar, le había aconsejado Laura, y Abigail estuvo de acuerdo. Ella le
preguntaría después de su boda, tal vez. O tal vez no. Tal vez no quería saberlo.
Sus asuntos en Bond Street no habían terminado cuando finalmente se vistió y
regresó de nuevo a la sala de estar con su señoría. Había zapatos, abanicos,
retículas, plumas y pañuelos, y un montón de bisutería para añadir a las compras.
Pero finalmente la llevaron a una confitería y le dieron de comer un pastel de
carne, tortas y té. Se sentía medio muerta de hambre.
—¿Por qué? —no pudo resistirse a preguntar cuando la conversación no fluía
libremente entre ellos.
—¿Por qué? —levantó las cejas y la fijó con esos ojos azules, que ella deseaba
para su propio consuelo que dirigiera a algún otro cliente de la tienda.
—¿Por qué te casas conmigo? —le preguntó.
La miró fijamente y su expresión se suavizó gradualmente, de modo que no
parecía tan arrogante como solía ser.
—Lo siento —dijo. —Todo esto debe ser muy desconcertante para ti. Me doy
cuenta de que el matrimonio supera con creces el tipo de ayuda que esperabas
cuando me preguntaste ayer.
Le habló suavemente, como si estuviera hablando con un niño. Sonrió, y los
ojos de Abigail se desviaron hacia su hoyuelo.
—He tenido mi título y todo lo que viene con él durante quince meses —dijo.
—Durante doce estuve de luto. Ahora parece que es el momento de casarme.
Tengo treinta años y pertenezco a la realeza. Tengo parientes femeninos a punto
de caer sobre mí. Deberían estar aquí antes de que termine la semana. Nada les
gustaría más que quitarme de las manos la elección de una novia, y sin embargo
siento el extraño capricho de hacer mi propia elección.
—Y por eso el matrimonio apresurado —dijo ella. —¿Tienes miedo de que te
convenzan de que cambies de opinión, cuando lleguen, si aún no estamos
casados?
Volvió a sonreír. Y mirando deliberadamente lejos de su hoyuelo, vio que tenía
pliegues atractivos en las esquinas de sus ojos. Tendría arrugas cuando fuese un
poco mayor. Tendría que aconsejarle que se frotara crema alrededor de los ojos
por la noche, no es que las arrugas se vean poco atractivas.
—Permítanme decir —dijo, —que preferiría presentarles un fait accompli 6.
—¿Pero por qué yo? —preguntó ella, mirando mansamente a su plato. Esta
debía ser la última pregunta, decidió ella. Se suponía que no debía preguntar nada,
sino hablar sólo cuando se le hablaba. ¿Fue sólo que ella había entrado en su casa
en el momento adecuado? O el momento equivocado, dependiendo de cómo
resultase este matrimonio. Ciertamente no era por su belleza o su encanto o su
dote.
—Parece que he estado rodeado y dirigido por parientes femeninos desde la
infancia —dijo riendo. —Srta. Gardiner, tengo la idea de que me gustaría tener una
esposa tranquila, sensata y de buen carácter; que sea una compañera y no una
gestora de la casa. Te valoro por tener esas cualidades que estoy buscando. ¿Estoy
equivocado?
¡Oh, querido Señor! La conciencia era algo terrible.
Abigail tragó. Y una migaja cayó en la dirección equivocada. Otros clientes
miraron a su alrededor mientras su servilleta se elevaba sobre su cara y ella
jadeaba; jadeaba y tosía hasta que pensó que iba a vomitar. Se dio cuenta de que,
al no querer que se deshonrara, el Conde de Severn, estaba de pie a su lado,
dándole palmaditas en la espalda.
—¿Está bien, madame? —preguntó mientras la tos comenzaba a disminuir.
Qué mortificante. Si alguien tuviera la amabilidad de hacer un agujero en el
suelo, lo atravesaría con gratitud.
—Cuan mortificante —dijo débilmente, bajando su servilleta, sabiendo que su
rostro debía estar escarlata, si no púrpura, por la vergüenza y el esfuerzo de
desalojar la migaja y enviarla a un lugar de descanso más legítimo.
—No te avergüences —dijo amablemente. —¿Estarías más cómoda si nos
fuéramos? Ven, pasearemos por la calle hasta que recuperes la compostura.
Él metió su mano a través de su brazo mientras caminaban, y Abigail,
sintiendo los músculos firmes bajo la manga de su abrigo y oliendo la misma
colonia que había usado el día anterior, se alegró de que estuvieran caminando
uno al lado del otro de modo que no mirara constantemente a su cara.
6
NT. fait accompli; un hecho consumado. Francés en el original
Dudaba de que alguna vez se hubiera sentido tan humillada en su vida.
Y el hombre iba a ser su marido al día siguiente. ¡Al día siguiente! Eso
significaba que tendría una noche más en su cama en casa del Sr. Gill, y luego una
noche de bodas… con el hombre que caminaba a su lado, provocando las miradas
femeninas con cada paso que daba.
Y se casaba con ella porque era callada, sensata y de buen carácter, y porque
quería liberarse del control de las mujeres de su familia
Estaba muy tentada de volverse hacia él sin más preámbulos y decirle la
verdad. Todo, hasta el último detalle sórdido. Incluso ese único detalle que nadie
más en la tierra conocía, excepto ella, ni siquiera Boris. Debería hacerlo. Después
de todo, no sería capaz de ocultarlo todo para el resto de su vida, y menos aún la
verdad sobre su el tipo de carácter que ella tenía y que sentía que él no podía
prever todavía.
Pero pensó en el largo viaje a Sussex y en los reproches del vicario Grimes al
final del viaje. Pensó en Bea y Clara y en su infelicidad con su tía abuela Edwina y
en las sombrías perspectivas que les aguardaban cuando crecieran. Y pensó en
toda la ropa que se estaba confeccionando en la tienda de la Señora Savard y en
todos los paquetes y cajas de sombreros que yacían en el carruaje del Conde en
ese mismo momento. Y en ser una Condesa, cómoda y segura de por vida.
Se mantuvo en paz, calló.
Ya era bien entrada la tarde. Su señoría tenía una cita urgente, explicó, y debía
devolverla a casa del Sr. Gill. Iba a estar ocupado el resto del día. La recogería a la
mañana siguiente e irían juntos a la iglesia. El vestido de la modista debía ser
entregado con tiempo suficiente.
—¿Hay alguien que te gustaría que te acompañe mañana? —preguntó
mientras la sacaba de su carruaje. —¿Para presenciar tu matrimonio?
—Sí —dijo ella. —Tengo una amiga aquí, la institutriz de los niños. La Srta.
Seymour.
—Entonces las llevaré a ti y a la Srta. Seymour mañana por la mañana —dijo,
sonriéndole. —Te sentirás más cómoda al tener una amiga contigo.
—Sí —dijo ella. —Gracias.
Miró fascinada mientras él tomaba su mano enguantada en la suya y se la
llevaba a los labios. Ningún hombre había besado su mano antes. Se preguntó si
era normal sentir el beso a lo largo de todo el brazo y a lo largo del cuerpo y en
ambas piernas hasta los diez dedos de los pies. Se encontró pensando de nuevo en
las noches de bodas y se giró apresuradamente para entrar en la casa.
¡Qué amable!, pensó mientras Edna, la criada de las Gill, le abría la puerta y al
entrar en el pasillo vio al Sr. y a la Sra. Gill esperándola, con sus rostros acogedores
e idénticas sonrisas. Por todos los cielos. Ella no sabía su nombre. Iba a casarse con
él a la mañana siguiente y sólo lo conocía como el Conde de Severn.
Sonrió en un momento de diversión, y las sonrisas en los rostros de los Gill se
hicieron más amplias. La Sra. Gill se acercó a ella con las dos manos extendidas.
***
—Oh —por una vez Abigail parecía que se había quedado sin palabras. Miró
fijamente a Laura Seymour, que estaba de pie en el lado opuesto de su habitación,
junto a la ventana. —Sí. Gracias, Edna.
La criada de la Sra. Gill la miró con los ojos muy abiertos desde la puerta,
desde la que acababa de anunciar la llegada del novio.
—¡Ooh! —dijo ella, —se ve muy bien, Srta. Gardiner.
Abigail miró a la chica y se volvió hacia Laura.
—No creo que mis pies se puedan mover —dijo.
—Entonces tendremos que persuadirlos para que lo hagan —dijo su amiga,
cruzando la habitación en dirección a ella. —Podemos hacer esperar a su señoría
cinco minutos, Abby, porque es el día de tu boda y a las novias se les permite
llegar un poco tarde. Pero no indefinidamente, no podemos esperar hasta que tus
pies decidan desarraigarse del suelo.
—¿Y si ha cambiado de opinión? —Abigail dijo. —¿Y si se arrepiente? ¿Qué
pasa si no le gusto, incluso cuando estoy vestida con todas mis galas?
Laura miró el vestido de muselina azul pálido de su amiga con su cintura alta,
mangas cortas y dobladillo con volantes. Miró el cabello de Abigail, que la criada
personal de la Sra. Gill —guiada por la grandeza de la ocasión— le había arreglado
suavemente sobre sus orejas y lo había enrollado intrincadamente en la parte
posterior de su cabeza.
—Estás muy guapa, Abby —dijo ella. —Ningún hombre podría mirarte y
disgustarse.
—Él cree que soy callada, sensata y de buen carácter —dijo Abigail, su voz era
casi como un gemido.
—Bueno, con tan poco tiempo conociéndote —dijo Laura, —él es afortunado
al ser acertado en una de sus tres suposiciones. Se acostumbrará al hecho de que
casi nunca estás callada y no siempre eres sensata.
Abigail se rió nerviosamente.
—Pero anoche y de nuevo esta mañana acordamos que no pensarías en esas
cosas —dijo Laura. —Abby, lo hemos tenido esperando durante casi diez minutos.
—No creo que pueda decir ni una palabra en todo el día —dijo Abigail. —
¿Cómo hace uno para que su estómago se gire hacia arriba cuando insiste en
pararse de cabeza?
Su amiga chasqueó la lengua y tomó a Abigail firmemente de la mano.
—Es hora de irse —dijo.
Abigail respiró profunda y desgarradamente y se dejó llevar desde la
habitación. Estaba convencida de que sus nuevas zapatillas azules deben haber
sido fabricadas con pesas de plomo en las suelas.
El Conde de Severn estaba de pie en el pasillo, al inicio de las escaleras,
hablando con el Sr. y la Sra. Gill. Llevaba consigo a un extraño, un joven rubio de
mediana estatura y de expresión agradable y amable.
Abigail le prestó atención al desconocido; aunque luego sólo se concentró en
el Conde, vestido de forma muy hermosa, con unos pantalones de color azul pálido
a la rodilla, un chaleco azul oscuro bordado con hilo plateado y un abrigo azul más
claro. Sus medias, su elaborado collarín atado, y el encaje que cubría a medias sus
manos eran de un blanco nevado.
El Príncipe Encantado habría parecido un bulldog a su lado, pensó ella
mientras él le cogía la mano y se la llevaba a los labios y se veía obligada a mirarle
a los ojos azules.
El desconocido era Sir Gerald Stapleton. Abigail le sonrió, hizo una reverencia
y se encontró deseando que fuera el Conde de Severn. Parecía mucho menos
amenazador que el hombre que iba a ser su marido. Ella le presentó a Laura a
ambos caballeros, aceptó el beso de la Sra. Gill en la mejilla y la reverencia del Sr.
Gill, y antes de que hubiera digerido el hecho de que el momento de su perdición
finalmente había llegado, estaba siendo conducida por los escalones hacia los
adoquines con la mano del Conde a la altura de su codo y ayudada a entrar en su
carruaje.
Laura se sentó a su lado, de espaldas a los caballos, y los dos caballeros al
frente. Abigail, tratando de decidir si se quedaba callada o irrumpía en una
conversación animada, se encontró con que tenía que concentrarse en no ceder al
impulso bastante inapropiado de reírse.
Excepto, pensó, muy alarmada por la posibilidad de que pudiera ceder a ese
impulso, que no había nada ni remotamente gracioso en la situación. Era una
novia de camino a la iglesia para casarse. Su novio, un extraño total, estaba
sentado frente a ella, sus rodillas vestidas de seda casi tocando las suyas.
Ella giró la cabeza desde su incómoda posición lateral y lo miró atentamente.
Él la miraba fijamente y sonreía mientras Sir Gerald dirigía un comentario sobre el
tiempo a Laura. Era una sonrisa que comenzaba con sus ojos y causaba esos
pliegues que serían arrugas cuando fuera mayor, y terminaba con su boca, dejando
su mejilla en su camino.
Era la misma mirada amable y gentil que le había dado el día anterior, como si
fuese una niña tímida que necesitaba consuelo.
Y de hecho, pensó Abigail, se sintió tímida y con la lengua atada y sin aliento y
débil en las rodillas, todas sensaciones completamente desconocidas para ella. Se
preguntaba cuándo volvería a la normalidad.
Trató de devolverle la sonrisa y descubrió que su boca temblaba sin control.
Miró hacia otro lado, mortificada.
—¡Qué día tan hermoso! —dijo ella brillantemente antes de levantar los ojos y
notar las pesadas nubes oscuras que se cernían sobre ella.
Los tres acompañantes al parecer encontraron sus palabras irresistiblemente
ingeniosas. Todos se rieron.
—Debe ser por el día de su boda, madame —dijo Sir Gerald. —La Srta.
Seymour y yo hemos estado de acuerdo en que es el día más miserable de la
primavera hasta ahora.
—Mi voto tiene que ir por la belleza del día —dijo el Conde de Severn. —Pero
aquí estamos, sin más tiempo para discutir el asunto.
***
Su Condesa no era tan simple después de todo, pensó el Conde más tarde, ya
entrada la noche. Estaba de pie junto a la chimenea dando las buenas noches a su
amigo, mientras que él y Gerald ya se habían acercado a la puerta. Gerald iba a
escoltar a la Srta. Seymour a casa en su carruaje.
Su novia se había visto bastante hermosa, y muy tímida, esa mañana, cuando
la vio por primera vez bajando las escaleras de la casa del Sr. Gill. Era asombroso lo
que un bonito y colorido vestido, y un peinado más atractivo habían hecho por su
apariencia. Y, por supuesto, tenía los ojos brillantes y se había ruborizado las
mejillas.
Pero en el transcurso del día había descubierto un encanto en ella que no
esperaba. Ahora estaba hablando con su amiga con una cara sonrojada y animada.
Y, había conversado con Gerald con cierta facilidad todo el día. Con él había sido
tímida, pero eso era comprensible dadas las circunstancias.
—Miles, tendría que decir —dijo ahora Sir Gerald, tendiéndole la mano, que o
eres ciego o tu novia es un mutante. No es en absoluto como la describiste. Me
imaginé una criatura monótona y muda. Espero por tu bien que ella no resulte ser
muy, muy diferente de lo que esperas.
—No esperes tal cosa, Ger —dijo Lord Severn. —Apenas puedes esperar el
momento en que puedas cantar “Te lo dije”. Creo que tendrás que esperar mucho,
mucho tiempo.
No, no era muda ni poco interesante, decidió el Conde, volviendo a mirar a
Abigail. Un acontecimiento del día más que más que ningún otro le había
sorprendido y le había encantado por completo.
Cuando regresaron a Grosvenor Square después de su boda, su ama de llaves
hizo que todos los sirvientes hicieran cola en el pasillo para conocer a su nueva
Condesa. Él se había molestado por el detalle de la ama de llaves. Había esperado
que ella se asustara por la formalidad de la recepción.
—Si sonríes e inclinas la cabeza —le había murmurado, —quedarán muy
satisfechos. Te llevaré a la privacidad de la sala de estar en un santiamén.
Pero ella le había sonreído casi distraídamente, se había soltado de su brazo, y
había caminado a lo largo de la línea de sirvientes; la Sra. Williams a su lado
haciendo las presentaciones, hablando con cada uno de los sirvientes a su vez, e
incluso riéndose alegremente con algunos de ellos. Y se había inclinado para
hablar con Víctor, el hijo bastardo de una ex sirvienta, que se había escapado con
un novio vecino y una caja de tenedores de plata cuando el niño apenas tenía un
año. El Conde había recibido la historia de su ayuda de cámara poco después de su
llegada a la ciudad.
Pero entonces, recordó que ella misma había sido una sirvienta hasta unas
horas antes. Debía sentirse tan cómoda con ellos como con los de su propia clase.
Por supuesto, muchas mujeres en su posición se apresurarían a dejar atrás su
pasado y a asumir los aires adecuados para el título de Condesa recién adquirido.
Abigail parecía ser una excepción.
Había ordenado a Gerald que acompañara a la Srta. Seymour al salón mientras
esperaba a que su novia terminara de escuchar un relato del nuevo puesto del
hermano de la fregona como compañía del Sr. Walworth.
—Todos te amarán para siempre —le había dicho a su esposa mientras subían
las escaleras de la sala de estar.
—Es dudoso —había dicho ella, mostrándole una sonrisa. —Los mantuve de
pie durante media hora y los he hecho llegar tarde para completar su día de
trabajo. Sin duda me desearán una pasantía en el Hades7.
Él se rio con el comentario.
—Tu amiga te llama “Abby” —había dicho. —¿Puedo tener el mismo
privilegio?
Ella puso una mueca.
—Creo que mis padres me deben haber guardado rencor cuando me llamaron
Abigail —había dicho ella. —Es un nombre espantoso, ¿no?
—Me gusta Abby —dijo.
—Eres un diplomático hábil —dijo ella, riéndose y volviéndose para mirarle, y
volviéndose a poner sobria de nuevo.
Desde entonces, habló con él sólo cuando no pudo evitarlo.
—Buenas noches, mi Lord —dijo la Srta. Seymour, haciendo una reverencia
delante de él. —Gracias por haberme invitado a pasar el día con Abby.
—Ha sido un placer, madame —dijo, inclinándose y extendiendo una mano
por la suya. —Y sé que has hecho el día muy placentero para mi esposa.
7
NT. Hades. Inframundo. Reino de los muertos, en la mitología griega.
Mi esposa. Apenas había tenido oportunidad de comprender la realidad de su
nueva relación. Sólo tres días antes, no sabía que Abigail existía. Ahora era su
esposa.
¿Y cómo iba a explicar a su madre y a las niñas cuando llegaran dentro de los
próximos días que él la había conocido dos días antes y se había casado con ella
hoy, sabiendo muy bien que ellas iban a llegar en el transcurso de esa semana?
¿Un caso violento de amor a primera vista?
Pensaría en su explicación cuando llegara el momento.
Tomó a Abigail en su brazo para acompañar a sus amigos a la cima de la
escalera, ellos los vieron descender, levantando las manos en señal de despedida
cuando los dos se giraron al fondo antes de salir de la casa.
El rellano de repente parecía muy tranquilo.
—No te lo he dicho —dijo, volviéndose hacia ella y tomando ambas manos en
las suyas, —qué hermosa te ves hoy, querida mía. Pero lo he pensado todo el día.
—Vaya, qué mentiroso —dijo enérgicamente. —No soy encantadora, mi Lord.
Pero este vestido que me compraste es espléndido.
—Mi nombre es Miles —dijo. —No me vas a decir “mi Lord” durante los
próximos cuarenta o cincuenta años, ¿verdad?
—No —dijo ella, sonrojándose. —Ni siquiera sabía tu nombre hasta que
estuvimos en la iglesia esta mañana. Me desperté anoche con posibles nombres en
mi cabeza.
—¿Lo hiciste? —dijo. —Espero que lo apruebes. A diferencia del tuyo, mi
nombre no puede ser acortado a una forma más atractiva, ¿verdad?
Ella estaba tratando de retirar sus manos de las suyas sin realmente tirar de
ellas, él lo podía sentir. Sus ojos estaban en su collar. Estaba claro que era tan
consciente como él de que era hora de dormir. El pensamiento lo excitó bastante.
—La Sra. Williams le mostró antes sus habitaciones —dijo él —y le presentó a
la criada que ha elegido para usted. Alice, ¿verdad? Sin duda le está esperando.
¿Le explicó la Sra. Williams que mi alcoba es contigua a la suya? Sube. Iré a verte
dentro de poco. ¿Media hora será suficiente?
—Sí, mi Lord —le dijo con su cara inclinada hacia su tela en el cuello, se giró y
caminó tranquilamente hasta el piso superior antes de entrar en una carrera hacia
arriba el resto del camino.
El Conde la vio partir y deseó que hubiera alguna forma de salvar a una joven y
tímida novia del terror de una noche de bodas que se acercaba.
***
Abigail miró la cama, que Alice había preparado durante la noche anterior a su
partida, y continuó de pie, sujetándose a uno de los postes tallados.
Podría haber estado en la cama y profundamente dormida mucho antes; ya
estaba lo suficientemente cansada después de dos noches perturbadas y un día de
emoción nerviosa. Debía haber pasado mucho más de media hora. Aunque quizás
no. El tiempo tenía una extraña tendencia a expandirse o contraerse a capricho.
Sin embargo, al menos una cosa que ella sabía. Se quedaría allí, de pie, toda la
noche en vez de acostarse en la cama para ser atrapada por él. Habría algo
bastante degradante y definitivamente aterrador en verle entrar por esa puerta
desde una posición supina en su cama. Era mejor enfrentarlo de pie.
Tendría ganas de vomitar, si se supiera la verdad. Era una tontería, en
realidad, cuando nunca había sentido miedo en su vida, o nunca había admitido tal
sentimiento, al menos; incluso cuando papá estaba en su peor momento. Pero
entonces, ella tenía muy poco que ver con los hombres fuera de su propia familia.
Hasta la muerte de su padre, poco más de dos años antes, había tenido el
cuidado completo de él y de los niños más pequeños; él había sido un inválido
después de años de beber sin control y de una vida desordenada. Boris era sólo
dos años menor que ella, pero los hombres eran como niños pequeños. Algunos
de ellos —la mayoría de ellos— nunca crecían realmente. Bea y Clara eran años
más jóvenes, producto del segundo matrimonio de su padre y fueron
abandonados cuando su segunda esposa huyó y los dejó.
Abigail no había tenido tiempo para cortejos ni paciencia con los pocos
caballeros locales que habían sido tan tontos como para tartamudear los
comienzos de una admiración por ella. ¿Cómo podría haber considerado el
matrimonio cuando había vivido con un ejemplo tan pobre de la institución? ¿Y
cómo podía ella casarse y dejar a los niños indefensos?
Y sin embargo, su padre los había dejado a todos indefensos. Sus deudas, que
habían descubierto después de su muerte, eran tremendamente grandes, sus
acreedores jadeando como lobos en la puerta. Para cuando vendieron la casa y
todo su mobiliario y pagaron las deudas más apremiantes, ya no quedaba nada
para Boris. Y, por supuesto, tampoco nada para las chicas.
Boris se había ido en busca de fortuna. Abigail había escrito una audaz carta
con mano temblorosa a la tía abuela Edwina, tía de la segunda esposa de su padre,
sin relación alguna con ella. Y había aguantado la respiración mentalmente
durante dos semanas hasta que llegó la respuesta de que las niñas podían ir a vivir
con su tía abuela en Bath 8 hasta que tuvieran la edad suficiente para buscar
empleo.
Abigail las había empaquetado en su camino después de abrazarlas lo
suficientemente fuerte como para quebrarle cada hueso de sus cuerpos y llorar
sobre ellas lo suficiente de agua salada como para ahogarlas. Luego había ido a
mendigar al vicario Grimes, que le había encontrado un puesto con los Gill.
La Sra. Gill había fruncido el ceño ante la perspectiva de, caballeros que
llaman, como ella había llamado a los posibles pretendientes. No es que haya
habido un caballero que hiciera esas llamadas. Ninguno en absoluto, en realidad.
Nunca había habido la oportunidad de conocer a nadie.
Tenía veinticuatro años, pensó Abigail, volviendo a mirar la cama con un
sacudón de estómago y lamiendo los labios secos, y no sabía nada de caballeros
excepto que sus cuerpos y mentes podían desintegrarse con alarmante totalidad
bajo la prolongada influencia del licor y otras disipaciones. Y, de todos modos,
sabía cómo eran esos cuerpos, en su estado desintegrado. Había hecho todo para
su padre durante el último año de su vida.
Se enderezó apresuradamente cuando oyó que se abría una puerta cerca.
Debería estar haciendo algo. ¿Leyendo un libro? Pero no había ninguno en la
habitación. ¿Cepillarse el pelo? Pero su cabello estaba en una trenza.
Había una manilla al otro lado de la puerta de su camerino y se abrió antes de
que ella pudiera indicarle que entrara. Se encontró varada a un metro y medio del
pie de la cama con las manos vacías y la mente en blanco.
—¿Te he mantenido despierta? —preguntó, sus ojos pasando sobre su largo
camisón de algodón blanco.
8
NT. Bath. Ciudad en condado de Somerset al sudoeste de Inglaterra, aproximadamente a 150Km al oeste de Londres.
Él llevaba una bata azul oscuro con brocado. No había pensado en ponerse
una. De repente se sintió desnuda y tuvo que resistir la tentación de levantar las
manos para cubrir sus pechos.
—No —dijo ella. —Está todo bien, mi Lord. He estado ocupada.
Si hubiera pasado la última media hora soñando con la respuesta más
estúpida que podía dar a una pregunta así, pensó, mortificada, no podría haberlo
hecho mejor. ¡Ocupada!
—Oh, Abby —dijo, acercándose a ella, tomándola por los hombros y
volviéndola, —Eso pensé. Tu pelo debe ser muy largo, ¿no? Tu trenza llega casi
hasta la cintura.
—Quiero que me lo corten —dijo. —La criada de la Sra. Gill me dijo esta
mañana que no hay manera de poner mi cabello presentable cuando es tan largo.
—Entonces úsalo a la antigua —dijo. —Se veía muy bien como estaba hoy.
¿Puedo?
No esperó una respuesta, sino que desenvolvió la cinta de la punta de la
trenza y comenzó a desenredar el cabello. Abigail se levantó mansamente y tragó
torpemente. Iba a sentirse aún más desnuda con el pelo suelto.
—Ah —dijo, sus manos pasando a través de las ondas que el trenzado había
creado, —es impresionantemente hermoso.— La giró para mirarlo de nuevo, y sus
ojos se estaban riendo en los de ella. —Esta mañana me prometiste que me
obedecerías, ¿no es así? Esta es mi primera orden, entonces. Nunca debes cortarte
el pelo. ¿Prométemelo?
—Nunca lo he deseado —dijo ella. —¿Y si no me gustara más corto? No podía
volver a ponérmelo, ¿verdad? Y se necesitarían años para que volviera a crecer.
Pero pensé que usted desearía que estuviera más presentable, mi Lord.
—Miles —dijo.
—Miles.
—Y nunca lo trences a la hora de dormir —dijo. —Quiero verlo suelto, así.
Pasó sus dedos a través del cabello de ella para apoyarlos en la parte posterior
de su cabeza. Bajó la cabeza y besó el costado del cuello de ella.
—Oh, Dios mío —dijo ella, su voz sonando bastante fuerte de forma poco
natural. —Realmente no sé qué hacer.
—No es necesario, no necesitas saber —dijo, levantando la cabeza y
mirándola hacia abajo para que ella tuviera la sensación de nadar indefensa en las
profundidades azules de sus ojos, a pocos centímetros de los suyos. —Abby, yo
haré lo que se necesite. ¿Tienes miedo?
—No, en absoluto —dijo ella, su voz soltando la mentira un momento antes
de que su boca bajara para cubrir la de ella.
Tocó la suya suave y cálidamente. Sus labios no estaban cerrados, sino
ligeramente separados. Ella retrocedió, se asustó, haciendo un sonido audible,
como si estuviera besando a las niñas para acostarse. Pero una mano se quedó
detrás de su cabeza mientras la otra rodeaba su cintura, y él la besó de nuevo,
permaneciendo en sus labios, moviendo los suyos, sosteniendo su cabeza firme
mientras la atraía relajadamente contra él.
¡Oh, querido Señor en el cielo!
Era un hombre de músculos duros.
Abigail se dio cuenta de que sus brazos colgaban sueltos a sus lados, uno de
ellos torpe sobre el suyo. No sabía muy bien lo que debía hacer con ellos. ¿Dejarlos
colgar? ¿Ponerlas sobre sus hombros como parecía lo más sensato que se podía
hacer?
—Ven —decía, su boca seguía rozando la de ella. —Recostémonos. Apagaré
las velas. Estarás más cómoda en la oscuridad.
—Sí —dijo ella. En realidad, pensó, estaría más cómoda detrás de seis puertas
cerradas, pero no dijo las palabras en voz alta. Una broma parecía inapropiada
para el momento. Además, dudaba de que pudiera conseguir que tantas palabras
pasaran por sus dientes logrando que sonaran lo suficientemente fuerte sin que se
ahogara el sonido.
Se metió en la cama y se movió al otro lado opuesto mientras él soplaba las
velas. No llevaba puesta su bata cuando se unió a ella, sólo una camisa de dormir.
Esto podría ser una especie de masacre, pensó, y luego apretó los dientes con
fuerza. No lo había dicho en voz alta, ¿verdad?
—Abby —dijo, un brazo que se le subía por debajo de los hombros y la giraba
para que ella se diera cuenta instantáneamente de su cercanía, de la calidez de su
cuerpo. —No quiero hacerte daño. Me gustaría pasar un poco de tiempo
preparándote. ¿Debería o te gustaría terminar con esto sin más demora? —el
sonido de su voz sugería que estaba sonriendo.
Estaba muy bien que él bromeara, pensó ella. No estaba casi ciego de terror y
vergüenza.
—Tú eres el experto —dijo ella. —No me siento capaz de tomar decisiones.
Se rió suavemente, y Abigail volvió a apretar los dientes, sintiendo que todos
los músculos de su cuello se volvían rígidos.
Prepararla implicaba algunos besos lentos hasta que ella comenzó a relajarse y
esperar que tal vez él se sintiera satisfecho con eso por una noche. Debía estar tan
cansado como ella. Pero su mano estaba acariciando sobre su hombro, relajando
los músculos allí, y hacia abajo sobre su pecho. Desabrochaba lentamente los
botones de la parte delantera de su camisón.
Empujó el vestido fuera de su hombro y abajo de su brazo, y su mano tibia
estaba ahuecando su pecho desnudo, acariciándolo ligeramente. Su pulgar estaba
frotando suavemente su pezón.
Mientras su boca se movía hacia abajo hasta su garganta y su pecho, levantó
su camisón por encima de sus piernas, que él tocaba con las yemas de los dedos, y
ella levantaba sus caderas por instinto, en vez de conocimiento, para que él la
pudiera levantar hasta su cintura. Su mano le acariciaba entre sus muslos, un poco
más fría la carne allí, fuerte y firme, y muy masculina. Entretanto, él se acercaba
más y más a ella.
—Voy a poner un paño debajo de ti —le dijo, y ella volvió a mover las caderas
mientras él lo hacía, y luego se recostó sobre su espalda.
Se inclinaba sobre ella, alisando los dedos de una mano sobre su mejilla, sobre
su frente.
—Sólo relájate —dijo. —Si te duele, Abby, será sólo brevemente.
—Sí —dijo, y se preguntó si una voz podía temblar tanto por la pronunciación
de una sola palabra.
Su cuerpo se sentía pesado sobre el de ella, y su propio camisón estaba a la
altura de su cintura. Ella sintió que el calor se encendía cuando sus rodillas se
interponían entre las suyas y las empujaba sobre la cama, y unas manos firmes se
le acercaban para levantarla.
Y luego estaba sucediendo. Pero ahí no había suficiente lugar... No podía
haberlo.
—Oh, no —dijo ella. —Por favor, no lo hagas.
Pero él siguió viniendo y penetrando hasta que se incrustó profundamente en
su cuerpo y el dolor agudo ya no era algo insoportable.
—Está bien —dijo. —Sólo relájate.
¡Sólo relájate! Abigail estaba esperando a morir. Pero era posible después de
todo, pensó ella, cuando el terror comenzó a retroceder. En efecto, había sitio. Ella
era su esposa. La consumación de la noche de bodas ya no era un facto en el
futuro, sino en el pasado. Sintió un enorme alivio.
—No, no lo hagas —dijo ella cuando empezó a retirarse. Aún no estaba lista
para renunciar a su sentido de triunfo.
Y él la escuchó. Regresó a ella...
—Silencio —dijo. —Sólo relájate. Esto es lo que pasa.
Lo que sucedió duró varios minutos y tomó a Abigail por sorpresa. Se quedó
quieta y tranquila, temiendo que cada retiro fuera el último, hasta que sintió un
ritmo creciente y supo que la consumación aún no estaba completa. Sintió y
escuchó la creciente humedad de su acoplamiento, el aumento de la comodidad,
ya que no había más la fricción de la sequedad contra la sequedad.
Y un dolor —un dolor que era tanto dolor como placer— se extendió hacia
arriba en su vientre y tensó sus pechos y palpitó en su garganta de tal manera que
quiso suplicarle y suplicarle. Excepto que por una vez en su vida no sabía las
palabras. Ella se mordió el labio y concentró su mente en el empuje de su cuerpo
en el de ella.
Había levantado la mayor parte de su peso sobre sus antebrazos. Pero
finalmente él volvió a bajar pesadamente sobre ella, deslizó sus manos bajo ella
una vez más, y la empujó lenta y profundamente una, dos y una tercera vez,
girando la cabeza para suspirar contra la oreja de ella.
Él se acostó sobre ella, con todo el peso de su cuerpo relajado llevándola hacia
el colchón. Ella sufrió y sufrió por una continuación, pero él se quedó quieto.
—Ahí —dijo, un par de minutos después, levantándose de ella, bajando la tela
entre sus piernas. Su voz sonó suave de nuevo, como si le hablara a un niño, y
débilmente divertida. —Se acabó el gran terror. ¿Te he hecho mucho daño?
—No —dijo. —No, en lo absoluto.
—Mentirosa —dijo. La tomó en sus brazos, acunando su cabeza contra su
hombro, frotando una mano arriba y abajo de uno de sus brazos. —No volverá a
doler, Abby. Te lo prometo. Y te acostumbrarás al acto en sí. Volveré a mi
habitación en unos minutos y podrás dormir. ¿Suena bien?
—Sí, mi Lord —dijo. —Miles. Si tú lo dices.
Él la besó en la boca y ella escuchó cómo su respiración se hacía más
profunda. Él se había dormido.
¿Cómo podía dormir después de una experiencia tan devastadora como esa?
Abigail pensó que no volvería a dormir.
Había una fuerte vibración entre sus piernas. Su camisón aún estaba abajo
sobre un hombro y se le doblaba en la cintura.
Su brazo era abrigado y cómodo. Olía bien, caliente y sudoroso, con ese olor a
colonia en su camisón de dormir.
Capítulo 5
***
9
NT. Creso. Creso de Lidia. Último rey de Lidia. Se dice que era el hombre más rico de su tiempo, entre 560 y 540 antes de nuestra
era (AC)
ser más perfecto. Si la idea tuviera un puño, me habría dado un puñetazo en la
nariz hace mucho tiempo.
El Conde de Severn se veía divertido de nuevo.
—Esa anguila —dijo ella. —Esa rana. Esa serpiente. Era a ella a quien
molestaba, no a mí, ya sabes. Sabía que no debía tratar de abusar de mí. Le dije la
primera vez que intentó sonreírme que si lo hacía sólo una vez más tendría los
dientes en la garganta.
El Conde echó la cabeza hacia atrás y gritó de risa.
—Abby —dijo, —no lo hiciste. Eres incapaz de decir algo tan poco gentil. Pero,
¿de qué demonios estás hablando?
—El Sr. Gill —dijo ella. —Acosaba a Laura porque es muy guapa y tiene miedo
de perder su puesto al enfrentarse a él.
—¿Y aun así perdiste tu puesto? —dijo.
—Le dije que si... —se detuvo y se sonrojó. —Le dije que la dejara en paz —
dijo ella, —y lo siguiente que supe es que fui acusada de seducir a su hijo y fui
despedida. Si alguna vez hubieras visto a Humphrey Gill, Miles, sabrías lo indignada
que estoy de que me acusen de algo así. ¡La misma idea, debería ser graciosa, pero
no lo es!.
—¿Y qué era perfecto, qué debió suceder? —preguntó. —¿Qué debería haber
formado un puño y golpearte en la nariz?
—Laura es una institutriz —dijo. —Ella puede enseñar a las niñas y así alejarse
de esa horrible casa y de ese hombre lascivo. ¿No crees que es una idea
maravillosa, Miles? ¿Puedo preguntarle?
Pensó que él se iba a negar. La miró con consideración durante un rato. Y el
silencio era fuerte. Oh, querida, pensó ella; había decidido que se quedaría callada
por lo menos unos días. Pero había estado parloteando, ¿no?
Miles la miró, y ella pensó que lo hacía como lo había hecho aquella primera
tarde, fueron sólo tres días antes.... y como él la había mirado el día que la llevó de
compras. Se veía apuesto, inmaculado y remoto. Era difícil de creer que fuera el
mismo hombre que le había hecho esas cosas terriblemente íntimas la noche
anterior. Podía sentir el color subiendo por su garganta.
—¿Sería prudente? —dijo. —Si Laura está siendo abusada, ciertamente
debemos sacarla de allí, Abby, o al menos debo tener una conversación seria con
el Sr. Gill. Pero, ¿apreciará ser tu empleada cuando hasta ahora había sido tu
amiga, en igualdad de condiciones contigo?.
—Ella será mi amiga —dijo, —ayudándome a enseñar a las chicas lo que yo no
sepa.
—¿Y vivir de tu caridad? —dijo. —¿Le gustará eso, Abby?
—¡Caridad! —dijo ella. —Ella no pensará tal cosa. ¿Estoy viviendo de tu
caridad porque me sacaste de esa casa y me has dado un hogar aquí? —sintió el
color montarse en sus mejillas. —¿Es así?
—Eres mi esposa —dijo, —y estas a mi cargo. Tienes derecho a que te cuide.
No hables con la Srta. Seymour todavía. Tomémonos un tiempo para considerarlo
—sonriendo le preguntó: —¿Siempre eres tan impulsiva?
—Sí —dijo ella. —Siempre. Lo siento, Miles. Me temo que te darás cuenta de
que no soy la esposa que dijiste que querías y pensaste que era.
—Hasta ahora —dijo riendo, —eres la esposa que quiero. Ahora, necesito tu
ayuda.
Ella lo miró fijamente.
—Mi madre está de camino a Londres —dijo, —con mis dos hermanas. Mi
madre y Constance, mi hermana menor, vienen de una larga estancia con Lord
Galloway y su familia, amigos de mi madre. Prudence viaja con ellas, aunque está
casada. Su marido se reunirá con ella más tarde.
—¿Y te preguntas cómo vas a explicarme ante ellas? —preguntó Abigail. —Se
morirán de la conmoción, ¿no?
—Espero que nada tan drástico —dijo, sonriéndole. —Pero sí, el momento
puede ser incómodo. Me temo que todas me adoran porque soy el único hombre
de la familia. Y aunque esa situación tiene sus ventajas definitivas, también tiene
una desventaja clara. Todas creen que son mis dueñas y saben mucho mejor que
yo cómo debo vivir mi vida.
Abigail asintió. Había dicho algo parecido antes. Comprendió que él se había
casado con ella para que ella fuera una especie de amortiguador entre él y sus
parientes femeninos. Tranquila, sensible y de buen carácter. Oh, querido. ¡Pobre
Miles!
—¿Cuándo? —dijo ella. —¿Cuándo vienen?
—Tal vez hoy —dijo. —Ciertamente, en los próximos días. ¿Será una gran
carga para ti conocerlas tan pronto?
—Probablemente no habrá una tensión tan grande en mí como en ellas
cuando me conozcan —dijo. —Después de todo, tengo una advertencia previa.
—Eres muy valiente —dijo. —Haces un gran esfuerzo para superar tu timidez,
¿verdad, Abby? Me di cuenta de eso ayer. Sólo espero que conocer a mi madre en
estas circunstancias no sea demasiado para ti. He sido muy egoísta, ¿no? Pero no
respondas a eso, por favor. Sé que he sido egoísta.
—Y he estado encantado de encontrar esta mañana… —dijo, poniéndose de
pie y subiendo detrás de la silla de ella para apoyar sus manos sobre sus hombros
—que no eres muy callada después de todo, Abby. Es difícil conversar con alguien
que no tiene nada que decir.
No muy callada. ¿Se dio cuenta de que acababa de hacer la subestimación del
siglo? Abigail miró mansamente a su plato.
Se agachó y le besó la nuca.
—¿Crees que podríamos habernos enamorado violenta y locamente cuando
llegaste aquí y solicitaste mi ayuda hace tres días? —dijo.
—¿Qué? —ella se giró en su silla para mirar a su cara, que aún estaba
inclinada sobre ella.
—Por el bien de mi madre —dijo. —Hará que las cosas sean mucho más
sencillas que si decimos la verdad.
—Sí —dijo ella. —Sí, lo hará. Puedo ver eso.
—¿Lo harás, entonces? —preguntó. Él le sonreía, sus ojos azules bailando, su
hoyuelo en la mejilla, sus dientes muy blancos y muy lisos, ella no se había dado
cuenta de esa perfección antes.
—Sí —dijo ella. —Mejor eso que hacer que piense que estamos locos.
Inclinó la cabeza más cerca y la besó suavemente en los labios.
—Eres muy amable, Abby —dijo. —¿Pasaremos el día juntos? Tenemos
mucho que aprender uno del otro, como creo que ambos hemos aprendido esta
mañana. ¿Qué te parece un viaje a Kew Gardens?
—Sería espléndido —dijo ella. —Nunca he estado allí.
—Entonces sube a buscar tu sombrero —dijo. —Haré que traigan mi carruaje.
Abigail corrió, olvidando en su camino sus planes anteriores de hablar con la
Sra. Williams y explorar la casa. Su padre nunca había llevado a su madre o a su
madrastra a ninguna parte, excepto a la asamblea ocasional, de la que siempre
había regresado a casa borracho. Igualmente, el Sr. Gill nunca llevó a su esposa a
ningún lado.
Pero Miles iba a llevarla a Kew Gardens. Y había sugerido que pasaran el día
juntos. Todavía era muy temprano por la mañana.
***
***
10
NT. Morning Post. Diario Inglés.
Lord Severn se rió.
—También me excusaron de una excursión a Bond Street más tarde esta
mañana —dijo. —Uno de los nuevos vestidos de Abby no le queda bien y necesita
algunas modificaciones.
—Sin duda te alegrará estar a cierta distancia cuando le dé a la modista la
longitud de su lengua —dijo el otro. —Entonces, Miles, ¿encuentras que tu novia
es exactamente como esperabas?.
—¿Detecto una nota de malicia? —preguntó el Conde. —Entonces, estarás
encantado de saber, amigo mío, que Abby probablemente podría hablar sin parar
desde el amanecer hasta la medianoche sin quedarse sin un tema u opinión si
nadie insistiera en dar su opinión y la interrumpiera, o si ella no se diera cuenta de
vez en cuando que está hablando demasiado.
—Ah —dijo Sir Gerald. —Lo sospeché el día de tu boda, junto con el hecho de
que es lo suficientemente guapa como para causarte problemas si así lo desea. Lo
siento, Miles. Pero no puedes decir que no te lo advertí.
—No —dijo el Conde con una sonrisa, —No puedo decir eso, Ger. Ayer puso a
mamá y a las niñas en su lugar de forma magnífica.
—¿A tu madre? —dijo Sir Gerald, impresionado.
—Le dijo que se sentara y que no se molestara en dirigir mi vida —dijo el
Conde, —ahora que tengo una Condesa que tiene prioridad sobre ella.
—¿Ella dijo eso? —Sir Gerald parecía asombrado.
—En realidad —dijo Lord Severn riendo, —le dijo a mi madre que se sentara
mientras pedía una taza de té fresco. Pero lo otra era lo que realmente quería
decir. Creo que mi esposa tiene columna firme después de todo, Ger.
—En otras palabras, ella dirigirá tu vida tal como lo han hecho siempre las
mujeres de tu familia —dijo su amigo con tristeza. —Miles, has saltado de la sartén
al fuego. Y sigues sonriendo como un imbécil y pareces como si el mundo fuera tu
ostra: mezclando metáforas de manera bastante atroz. Serás un pobre abyecto
antes de que acabe el año. Recuerda mis palabras.
El Conde echó la cabeza hacia atrás y se rió.
—Creo que me gustará, Ger —dijo. —Creo que me gustará. A pesar de la
charlatanería, que me ha tomado por sorpresa, debo admitir que hay una timidez
básica, creo, y un afán de complacer. Me gusta ella.
—¿Ansiosa de complacer? —Sir Gerald dijo. —¿Suficiente para compensarte
por la pérdida de Jenny, Miles?
—Ahora, eso —dijo el Conde, levantando un dedo para llamar a un camarero,
—eso es información privilegiada, Ger.
—¿Sabías que Northcote y Farthingdale se pelean por Jenny? —preguntó Sir
Gerald. —¿Y que su precio está subiendo y subiendo? Es dudoso que Farthingdale
pueda permitírsela de todos modos. Aunque es más agradable que Northcote, por
supuesto, y Jenny es muy exigente.
—¿Cómo está Prissy? —preguntó el Conde. —¿Sigues amenazando con volver
a casa, a la finca?
—Incluso, algunos jóvenes, antes rechazados, la quieren de vuelta —dijo su
amigo, —incluso sabiendo en lo que se ha convertido —debería irse, se lo sigo
diciendo. Ella no se adapta realmente a la vida de una cortesana. De todos modos,
es hora de que yo encuentre a alguien más. Un año es demasiado largo para pasar
con una amante, lo que la hace demasiado posesiva. ¿Qué tal un paseo a
Tattersall 11 esta tarde, Miles? Tengo los ojos puestos en algunas bellezas.
—He prometido llevar a Abby en coche al parque —dijo el Conde. —Y antes
de eso le daré clases de vals.
Su amigo lo miró fijamente.
—Nunca ha bailado el vals —explicó Lord Severn. —Y el baile de Lady Trevor
es esta noche. Prometí enseñarle.
—Dios mío —dijo Sir Gerald. —Veo que la soga se aprieta a una velocidad
alarmante, Miles. Te aconsejo encarecidamente que le digas a tu señora que vas a
Tattersall. Mejor aún, envía una nota.
—Tocas el pianoforte —dijo el Conde. —Me lo confesaste en un momento
apresurado, Ger. Ven a tocar para nosotros. De lo contrario, me veré reducido a
cantar una melodía de vals. No creo que Abby cante. Al menos, cuando se lo
pregunté, se disolvió en carcajadas, me hizo reír a mí también, y nunca contestó la
pregunta.
—No intentes arrastrarme a ese acogedor arreglo doméstico que tienes —dijo
Sir Gerald con una exagerada sacudida. —Si tu esposa quiere bailar el vals, Miles,
11
NT. Tattersall. Lugar en Londres, Cerca de Hyde Park Corner; inicialmente fue un centro de mercadeo equino de alta categoría,
luego ampliado con facilidades similares a un club para su distinguida clientela.
contrátale un maestro de baile, y quítate de en medio y busca algo más varonil que
hacer mientras las clases están en curso. Si no lo haces, lo lamentarás, recuerda
mis palabras.
—Sabía que eras un verdadero amigo —dijo el Conde, poniéndose en pie. —
¿Te esperamos a las tres, Ger?
—Claro —dijo su amigo.
—No te preocupes si llegas un poco temprano —dijo Lord Severn. —Mi esposa
y yo estaremos en casa.
Sonrió, se volvió para darse la mano e intercambiar saludos con otro par de
buenos deseos, y salió de la habitación y del club.
Gerald podría tener razón, pensó mientras volvía a casa. Abby no era
ciertamente la criatura tranquila y tímida que había tomado por primera vez.
Quizás con el tiempo ella trataría de dominarlo y él tendría que esforzarse para ser
amo en su propia casa, como nunca había hecho con su Mamá y sus hermanas.
Pero no lo creía así. A pesar de su charlatanería y de su firme e inteligente
trato con su madre el día anterior, él creía que había una cierta inocencia y una
timidez básica en Abby. Y le había dicho la verdad a Gerald: en dos días ella había
mostrado un afán de complacerlo, negándose a exigir su compañía, entrando de
todo corazón en el plan para convencer a su madre de que se habían enamorado
profundamente, llevando su cabello como a él le gustaba por la noche.
Y no había protestado por nada de lo que él le había hecho en la cama,
afirmando de esa manera inesperadamente franca que siempre le hacía reír que
ella no lo encontraba nada desagradable, aunque él la había tocado más
íntimamente de lo que esperaba que se le permitiera hacer con una esposa, y
había prolongado sus relaciones amorosas más allá de los límites que él hubiera
esperado que ella estuviera dispuesta a soportar. No se había quejado de haber
sido tomada dos veces, tanto en la noche de bodas como en la noche siguiente. Al
punto que él se había contenido al amanecer de esa mañana, cuando la había
querido de nuevo.
Incluso había dicho que deseaba que él durmiera en su cama. Tenía planes
para llevarla a su propia cama esa noche, convirtiéndolo en un arreglo
permanente. Ella podría usar su propia habitación durante el día cuando
necesitara descansar.
Sí, pensó, había hecho sin querer el movimiento más sabio de su vida cuando
impulsivamente le pidió a la Srta. Abigail Gardiner que se casara con él cuatro días
antes.
Sospechó que ella iba a hacer que su vida fuera cómoda. Y al diablo con
Gerald, que le advirtió de otros resultados. ¿Qué sabía Gerald sobre el
matrimonio?
***
***
***
12
NT. Almack. Uno de los primeros Clubes de Londres, donde se aceptaban hombres y mujeres por igual. Presidido por las más
influyentes damas de la época.
también se me permitirá bailar el vals. Es muy provocativo que se le prohíba bailar
hasta que uno no tenga la aprobación de una de las ancianas de Almack.
—Frances, estoy seguro de que no tendrás que esperar mucho —dijo.
Y de repente se dio cuenta de por qué siempre había encontrado tedioso el
parloteo de Frances mientras se divertía con el de Abigail. Frances era
incurablemente engreída. Abby no lo era. Cuando ella había admirado su
apariencia esa noche, lo había hecho con una risa alegre y el reconocimiento de
que sería eclipsada tan pronto como estuviera en otra compañía femenina.
Sin embargo, Abby no quedó eclipsada, pensó él, mirándola una vez más.
—Fue muy amable de tu parte casarte con Lady Severn —dijo Frances, y sus
ojos se volvieron a centrar en su pareja.
—¿Amable? —dijo.
—Y muy condescendiente —dijo, —casarse con un pariente pobre para
salvarla de la miseria.
—Hay una conexión de sangre muy distante entre Abby y yo —dijo. —Y me
casé con ella porque quería hacerlo, Frances.
Ella le sonrió amablemente.
—¿Estaba empleada? —dijo ella. —¿En la ciudad? Y fue despedida por
familiaridad excesiva con el hijo de su empleador, aunque estoy segura de que la
acusación fue injusta. Le habría resultado difícil, si no imposible, encontrar otro
trabajo, por supuesto. Así que se casó con ella, mi Lord. Fue muy noble de su
parte.
Galloway ciertamente había hecho su tarea, pensó el Conde. ¿Le había dado a
Frances esa versión simplemente para tranquilizarla, para que se sintiera menos
humillada por la pérdida de un posible pretendiente? ¿O ella quería hacer
travesuras?
Él sonrió.
—Has omitido un detalle, Frances —dijo, —por lo demás el detalle clave. Me
enamoré de ella.
—Oh, querido —dijo ella, mirando por encima de su hombro.
—La tía Irene estaba muy molesta cuando esa mujer caminó a lo largo de la
línea de recepción con Lord Sorenson y todos nos vimos obligados a ser civilizados
con ella. Quizás Lady Severn la conoció antes de que la elevara socialmente, mi
Lord. O tal vez ella no sabe que no es apropiado asociarse con ella.
El Conde giró la cabeza para mirar a su esposa, que ya no bailaba con
Chartleigh, sino que estaba de pie cerca de una de las ventanas con la señora
Harper.
—O tal vez sólo están intercambiando cortesías —dijo. —¿Cuáles son tus
planes para las próximas semanas, Frances?
Conocía a la chica lo suficientemente bien como para saber que responder a
esa pregunta en particular la ocuparía durante el resto del set.
En otra mirada a través de la habitación vio que no estaban simplemente
intercambiando cortesías. Estaban muy animadas conversando.
***
***
Abigail pasó una mañana muy agradable, primero con la Sra. Williams y luego
en la cocina.
La Sra. Williams, sintió que estaba algo decepcionada con su larga charla y
visita a la casa. El viejo Conde era soltero, y Miles también, hasta tres días antes. La
ama de llaves había esperado una aliada en su nueva Condesa, alguien que
aprobara sus planes para hacer de la casa un lugar más femenino.
Pero a Abigail le gustaba la casa tal como estaba, especialmente la biblioteca,
la habitación favorita de su esposo, con sus muebles antiguos de cuero y madera,
las pinturas antiguas y las pesadas cortinas de terciopelo. No le gustaba el sonido
del percal colorido y los cojines y volantes con los que la Sra. Williams deseaba
iluminar y dar confort a la habitación.
—Quiero que mi esposo esté cómodo aquí —dijo Abigail. —No quiero que
sienta que su casa ha sido invadida por mujeres y que debe buscar consuelo en sus
clubes.
Y además, pensó de manera más egoísta, ella estaba cómoda allí. Después de
tres días en Grosvenor Square se sentía más a gusto de lo que se había sentido en
casi dos años en la casa de los Gill, a pesar de todos los esplendores de las nuevas
riquezas de las que se jactaba esa casa.
La cocinera quedó consternada al principio cuando Abigail llegó sin avisar a la
cocina para discutir el menú de la cena de esa noche. Sin embargo, pronto se
tranquilizó y comenzó a contarle a su nueva ama sobre el chef francés de al lado
que preparaba comidas tan elegantes que todos estaban demasiado
impresionados para comérselas.
—Los muchachos están engordando, mi Lady —dijo, y procedió con una
extraña progresión de pensamiento para describir las venas de sus piernas y las
dificultades que a veces tenía al estar de pie durante mucho tiempo.
—Si es así, debes tomarte más tiempo para sentarte y levantar los pies —dijo
Abigail. —Debes delegar algunas de tus tareas. Sé lo difícil que es hacerlo a veces.
Es más fácil hacerlo todo una misma, ¿no?
Tomó una manzana del barril junto a la puerta, la mordió, le sonrió a Víctor y
le arrojó una a él también, y se sentó en una silla de cocina para tener una cómoda
charla con la cocinera. Puso un brazo alrededor de la cintura del niño mientras
comían sus manzanas.
—¿Sales mucho, Víctor? —le preguntó cuándo hubo una pausa en la
conversación.
—Al mercado con Sally, mi Lady —dijo.
—¿Lo disfrutas? —preguntó Abigail. —Puedes venir de compras conmigo
cuando yo vaya, si quieres. Puede llevar algunos de mis paquetes y tomar un poco
de aire fresco. ¿Te gustaría eso?
El niño asintió.
—¿Sabes tus letras o los números? —le preguntó. —¿Alguien te enseña?
Agitó la cabeza.
—Es sólo un pobre niño, mi Lady —dijo la cocinera con cariño. —Es
afortunado de tener un hogar.
—También es un niño —dijo Abigail. —Te enseñaré algunas cosas, Víctor,
cuando tenga tiempo. Aprenderás a leer libros. ¿Te gustaría eso?
El niño la miró con la boca abierta.
Abigail decidiría más tarde, cuando estaba arriba preparándose para ir hasta la
casa de su suegra, que le preguntaría a Miles si podía llevar al niño a la finca
durante el verano. Estaba demasiado pálido y delgado para su edad. Necesitaba
aire y comida de campo, y algunas tareas pequeñas, quizás en los establos más
que en la cocina. Le dejaría aprender algunas lecciones con Bea y Clara.
Mientras tanto, tuvo una tarde para prepararse para la visita. No le gustaba
mucho la idea. Había pasado casi dos años como compañera de una mujer que no
hacía casi nada más por la tarde que visitar o ser visitada, y chismorrear sin parar.
Pero al menos sería fácil. Ya se había enfrentado a las pruebas de su primer
encuentro con Lady Ripley y Constance y su primer viaje al parque, y su primer
baile. Ahora podía relajarse.
Pero no iba a ser tan fácil como había previsto. Su suegra le ofreció una mejilla
por su beso cuando llegó Abigail, y tanto ella como Constance estaban claramente
listas para salir. Pero ninguna de las dos sonrió.
—Vamos a visitar a Lady Mulligan’s, la Sra. Reese y Lady Galloway —dijo Lady
Ripley. —Si podemos llevar a cabo esas visitas, Abigail, entonces todo estará bien
después de todo. Será mejor que seamos bastante francas sobre sus circunstancias
antes de casarse con Miles. Constance y yo, por supuesto, le daremos la
bienvenida como nuera y cuñada.
Abigail levantó las cejas y miró a Constance.
—La historia ha salido a la luz —dijo Constance. —Ya lo estaba, incluso antes
de que tú y Miles se fueran anoche, Abigail; pero fue desafortunado que te fueras
tan temprano. Fue el tema principal de conversación después de que te fuiste.
—El Conde y la Condesa de Chartleigh nos invitaron a su casa durante una
hora —dijo Abigail, —ya que la Condesa no había terminado de contarme todo
sobre su hijo durante la cena y Lady Beauchamp se sentía demasiado fatigada para
seguir bailando. ¿Y qué historia salió a la luz? —ella se enfrió al recordar la
presencia de Rachel en el baile. Debió decírselo ella misma a Miles, pensó, no
dejar que se enterara de esta manera, que todo el mundo se enterase antes de
que él lo supiera.
—Que has estado al servicio de un hombre que ni siquiera es un caballero —
dijo su suegra. —Y que te despidieron por coquetear con su hijo.
—Oh, ¿eso es todo? —Abigail dijo, riendo con alivio. —Pero no quería ocultar
esos hechos, señora. Y cualquiera que hubiera visto a Humphrey Gill se daría
cuenta de lo absurda que es esa acusación. Tiene diecinueve años y tiene granos.
Constance sonrió fugazmente pero se puso seria de nuevo.
—Aun así, Abigail —dijo, —la gente de condición social no se apresura a
acoger en sus filas a alguien cuyo pasado ha sido mancillado de alguna manera.
Miles, por supuesto, tiene una gran influencia, pero debemos tener cuidado.
Mamá y yo haremos todo lo posible por ti esta tarde.
—Si la gente no lo toma amablemente para mí —dijo Abigail con calor, —
entonces yo no lo tomaré amablemente con la gente. Ciertamente no perderé el
sueño por su desaprobación, créame.
—Abigail —la voz de su suegra era fría. —Miles le ha hecho la gran amabilidad
de otorgarle el prestigio y la seguridad de su nombre. Hace unos días no tenías
nada. Ahora eres la Condesa de Severn, la esposa de uno de los caballeros más
ricos de Inglaterra. Creo que le debes a él la gentileza.
Abigail apretó los dientes y se sintió sonrojada. Era verdad. No había ningún
argumento en contra de tal verdad, especialmente cuando era dicha por la madre
de Miles. Pero se veía a sí misma en el Hades antes de arrastrarse ante la multitud
o de puntillas alrededor de ellos. Se había arrastrado una vez en la vida y se casó
como resultado. No planeaba volver a rebajarse nunca más.
—¿Nos vamos? —Constance le deslizó un brazo a Abigail y le sonrió. —Es un
vestido muy bonito, Abigail. ¿Has pensado en cortarte el pelo? El pelo corto es
todo crack, ya sabes, y es tan fácil de cuidar. Además, se adaptaría a la forma de tu
cara.
—No puedo —dijo Abigail secamente. —Miles me ha ordenado que no lo
corte. Le gusta que lo lleve suelto por la noche. Además —añadió sonriendo y
olvidando algo de su disgusto— si él hubiera ordenado que me lo cortara, tendría
que arrastrarme por los pelos a una peluquería.
Constance sonrió incierta y miró a su madre.
Abigail se dio cuenta inmediatamente a su llegada de por qué su suegra había
elegido Lady Mulligan’s como lugar que debían visitar esa tarde. Ella era la
anfitriona en casa, y su sala de estar estaba llena de damas elegantes, todas ellas
equilibrando delicadas tazas y platillos en una mano.
Lady Ripley enlazó un brazo con el de Abigail cuando entraron en el salón y
sonrió amablemente mientras presentaba a su nuera a la anfitriona y al grupo de
señoras que la rodeaban.
—Qué provocación para usted, querida Lady Ripley, perderse las nupcias por
un día —dijo una señora. —Los jóvenes son mucho más impacientes de lo que
solían ser en nuestros días, ¿no?
—Pero tuve todo el placer —dijo Lady Ripley, —de conocer a una nuera nueva
tan pronto como llegué a Londres, sin tener que organizar una boda con todo el
dolor de cabeza que significa. ¡Imagina mi deleite!
Algunas de las señoras se unieron a su risa.
—Además —dijo Abigail, —Miles y yo estábamos tan enamorados que no
podíamos esperar ni un día más.
Las damas volvieron a reírse cuando su suegra le apretó el brazo.
—Usted era una Gardiner, ¿entiendo, Lady Severn? —dijo otra dama. —
¿Serán los Gardiner de Lincolnshire?
—Sussex —dijo Abigail.
—Y son nuestros parientes —añadió Lady Ripley. —Una rama ilustre de la
familia.
Abigail notó que una señora había levantado unas gafas hasta sus ojos y la
estaba viendo a través de ellas. Y todas las demás damas la miraban de esa
manera educada y ártica, que la Sra. Gill y sus compinches también podían hacer a
la perfección cuando deseaban establecer su superioridad sobre otro pobre
mortal.
—También una rama empobrecida —dijo, sonriendo y mirando fácilmente a
su alrededor. —¿Sabían que me he visto obligada a ganarme la vida durante los
últimos dos años? Fui compañera de la esposa de un rico comerciante —ella se rió.
—Fui muy afortunada de conocer a mi esposo cuando lo hice, y aún más
afortunada de que se enamorara tanto de mí como yo de él. Me habían despedido
de mi puesto sin una carta de recomendación por objetar de forma bastante
directa las atenciones que el marido de mi empleadora le estaba dando a la
institutriz que, por lo demás, no estaba dispuesta a ello. Él no podía decirle a su
esposa que esa era la razón, por supuesto. Ella, sin duda, no le habría creído y le
habría roto un orinal en la cabeza a su marido.
Algunas de las señoras estaban sonriendo. Dos se rieron a carcajadas.
—Convenció a su esposa de que yo suspiraba por su hijo de diecinueve años
—dijo Abigail, —cuyo principal reclamo de fama en este momento es que su rostro
está cubierto de manchas y granos, el pobre muchacho. Su adorable mamá se lo
creyó todo, por supuesto, y me avisaron con una semana de anticipación.
Entonces llegó Miles.
—Es una gran historia de Cenicienta —dijo una señora muy pequeña.
—Y ciertamente tiene su príncipe azul —dijo Lady Mulligan’s. —Le ha hecho
un flaco favor a todas las demás jóvenes de la temporada, Lady Severn, se lo
aseguro.
—La prima segunda de mi marido fue obligada a servir durante un año entero
—dijo otra señora, —antes de tener la suerte de tener una oportunidad con los
bienes de su tía materna. Luego se casó con el Sr. Henry. Diez mil al año, ya sabes,
y propiedades en Derbyshire. Me temo que no vienen a la ciudad muy a menudo.
Lady Ripley apretó de nuevo el brazo de Abigail y se fueron a otro grupo.
—Mi querida Abigail —dijo más tarde, cuando estaban en el carruaje de
camino a casa de la Sra. Reese, —fue algo que estuvo muy cerca. Pensé que me
darían los vapores cuando usted comenzó a hablar con tanta franqueza. Fue más
afortunada de lo que puedo decir, con la suerte que Lady Murtry encontró su
historia divertida. Cuando ella se rió, todos las demás la siguieron. Pero tenga
cuidado. Sería prudente para ti permitirme hablar el resto de la tarde.
—Pensé que moriría —dijo Constance. —Pero hiciste que sonara tan gracioso,
Abigail. Me imagino a la esposa de tu jefe rompiéndole una orinal en la cabeza.
—Ese detalle ciertamente no debe repetirse —dijo Lady Ripley
apresuradamente. —Abigail, algunas personas pueden considerar muy vulgar de
tu parte decir tal cosa.
Abigail se calló. Pero si la Sra. Reese intentaba congelarla con esa mirada,
pensó, entonces no sería responsable de lo que pudiera decir. Y fue una suerte
que las damas de Lady Mulligan’s encontraran sus palabras graciosas. Ella no había
querido divertirlas. Había querido darles un colosal y vertiginoso escarmiento a
todas ellas.
Se alegró de que no hubiera funcionado de esa manera. Por el bien de Miles,
se alegró. No querría avergonzarlo por ninguna exhibición vulgar o por hacerse
enemiga de toda la sociedad educada. Decidió que mantendría la boca cerrada por
el resto de la tarde. Sonreiría mansamente y permitiría que su suegra descongelara
cualquier ambiente frío que pudiera recibirla.
***
13
NT. Tabby cat. Mujer mayor, aficionada a gatos; a veces seguidora de hombres jóvenes para establecer relaciones, sexuales o no.
—Sí —dijo, —Me imagino que así habría sido. ¿Qué había dicho ella para
provocar tal chasco?
—Ella simplemente comentó que era muy amable de tu parte casarte con
Abigail dadas las circunstancias —dijo su madre.
—Dadas las circunstancias —dijo. —Apuesto a que Frances inyectó todo un
mundo de significado en esas palabras, Mamá. Estoy con Abby, debo admitirlo.
Diría que mostró una admirable moderación al decir tan poco.
Lady Ripley hizo un gesto de impaciencia.
—Miles —dijo ella, —Frances siempre te ha amado. Tú lo sabes. Pero siempre
has sido fácil de guiar. He intentado durante años influir en ti para bien. He
invertido mucho tiempo y energía en arreglar los asuntos para que pudieras
casarte con ella, quien habría manejado bien tu casa y tu vida y habría sido una
anfitriona impecablemente bien educada. Pero parece que he fracasado y tú has
caído bajo la influencia de una vulgar y mal disciplinada cazadora de fortunas.
—Mamá —dijo Constance, —no te alteres, reza.
El Conde se agarró las manos con más fuerza en la espalda.
—Ella es mi esposa, Mamá —dijo, —y si tienes una pelea con ella, entonces
me temo que también tienes una pelea conmigo. Me parece que Abby fue
ampliamente provocada esta tarde.
—Estábamos tratando de ayudarla, Miles —dijo Constance. —¿No puedes ver
eso? Será algo terrible para todos nosotros si las personas más influyentes entre
nuestros conocidos decidan darle la espalda. Nos afectará a todos.
—Tengo que irme —dijo. —Esperamos invitados para la cena. Que tengas un
buen día, Mamá. Connie.
Estaba arrepentido de haber ido de visita. Ya se había enfadado por lo que
Gerald le había dicho esa mañana y por la opinión que había expresado sobre
Abigail. ¡Y ahora esto!
Estaba embrujado, ¿verdad? Había caído bajo la influencia de una vulgar
cazadora de fortunas, ¿era cierto? Él debería controlarla, le habían dicho su madre
y Gerald. Su madre había dicho que él era fácil de guiar. Sabía que, en parte, era
verdad: había estado dominado por ella y sus hermanas durante años.
¿Estaba dominado ahora por Abigail?
La idea era una tontería. No se le ocurriría pensarla siquiera. Sus pasos se
aceleraron al acercarse a casa. Quería verla. Parecía que había pasado mucho
tiempo desde el desayuno.
Capítulo 10
***
14
NT. Sección del teatro justo frente al escenario; en algunos, es el lugar destinado a la orquesta.
con las opiniones de aquellos que no coincidían con él y que trataban de advertirlo
contra ella.
Le gustaba y se estaba enamorando un poco de ella. Y, seguramente, de
momento eso era todo lo que importaba.
***
Abigail miró hacia arriba cuando los actores salieron del escenario y se dio
cuenta, aturdida, que era el intermedio.
—Oh, ¿tan pronto? —dijo ella. —Parece que acaba de comenzar.
Pero recordó a Boris y miró ansiosamente hacia el foso, solo para descubrir
que ya no estaba en el lugar donde lo había visto anteriormente.
—Tal vez él está en camino hacia aquí —dijo el Conde. —Ger, pasemos por el
corredor, y tal vez nos encontraremos con él. ¿Señorita Seymour? ¿Viene por un
poco de aire?
Abigail hubiera preferido dejarlos solos juntos en el palco, pero ambos se
pusieron de pie de buena gana. Esa noche, Laura parecía particularmente
atractiva, pensó Abigail; con su cabello rizado castaño rojizo, y su vestido azul, que
no estaba del todo pasado de moda.
Miles había estado en lo cierto. Se encontraron con su hermano casi tan
pronto como salieron del palco.
—Boris —dijo, lanzando sus brazos alrededor de su cuello y abrazándolo. —
¿No es una actuación maravillosa? Me siento como si hubiera sido transportada a
otro mundo.
—Tolerable —dijo, acariciando su cintura.
Ella lo tomó del brazo y se lo presentó a su esposo, a Laura y a Sir Gerald. Le
sonrió mientras todos conversaban por unos minutos.
—Miles lamentaba no haberte conocido ayer por la mañana —dijo al fin. Ella
se iluminó ante un pensamiento repentino. —Queremos que vengas a cenar
mañana, ¿no, Miles? Y Laura y Sir Gerald deben venir también. E invitaremos a
algunas otras personas, tal vez tu madre y Constance vendrán, Miles; y Prudence
también si no está demasiado avergonzada por su condición; aunque creo que no
estará incómoda en una pequeña cena informal, ¿verdad? Tal vez podemos tener
cartas o charadas después. Sir Gerald puede tocar para nosotros en el piano: toca
bien, Boris, y lo hizo ayer por la tarde mientras Miles me enseñaba a bailar el vals.
Laura puede cantar. Ella tiene una voz muy dulce.
—Pardon15, madame —dijo Sir Gerald, —pero lamento decir que tengo otro
compromiso para mañana por la noche.
—Oh —dijo Abigail. —Qué lástima.
—Pero ciertamente debes venir, Boris —dijo el Conde. —Y usted también, si
quiere, señorita Seymour. Decidiremos sobre nuestros otros invitados más tarde,
mi amor.
El brazo de Boris estaba rígido debajo de su mano de la misma manera que
siempre había hecho en casa cuando intentaba hacerla reír. Laura estaba
sonrojada y parecía decididamente incómoda. ¡Oh!, querido, pensó Abigail. ¡Oh!
querido. ¿Su boca se había escapado otra vez?
Su marido estaba sonriendo, ella lo vio cuando lo miró.
—Como puedes ver —le decía a Boris, —habíamos decidido que te
invitaríamos en el momento en que Abby te viera la próxima vez. Y, señorita
Seymour, siendo la mejor amiga de mi esposa, me temo que debe acostumbrarse
a ser una invitada frecuente en nuestra casa. Abby se niega a estar sin usted y me
niego a decepcionarla.
El brazo de Boris se sintió más relajado esta vez. Laura visiblemente estaba
relajada. Abigail miró a su esposo con renovado respeto. Él había suavizado un
momento incómodo e hizo que pareciera que sus palabras después de todo no
habían sido tan impulsivas.
Sir Gerald le ofreció el brazo a Laura y comenzaron a pasear por el corredor
lleno de gente. El Conde vio a una pareja de ancianos a cierta distancia a quien
deseaba presentar sus respetos.
—¿Vienes conmigo, Abby? —preguntó. —¿O deseas quedarte aquí con tu
hermano por unos minutos?
—Me quedaré —dijo. —No dejes que te detenga, Miles.
Ella se volvió hacia su hermano mientras él se alejaba.
15
NT. Pardon, en francés en el original.
—Bueno, ¿qué te parece? —Preguntó con entusiasmo. —¿He hecho un buen
matrimonio o no?
—No creo que realmente hayas discutido con él la idea de invitarme a cenar la
próxima vez que me veas —dijo.
—Pero a él no le importó —dijo ella. —Tú eres mi hermano.
—Y tu amigo también estaba mortificado —dijo él. —¡Abby!
—No me regañes —dijo. —No, Boris. Estoy muy feliz de que podamos estar
juntos de vez en cuando. Debes venir a Severn Park con nosotros en el verano y
todos podremos estar juntos de nuevo, los cuatro. Las chicas estarán encantadas
de verte.
—¿Ves? —dijo. —Estás haciéndolo otra vez. Abby, no lo hagas, Severn puede
tolerarlo ahora porque eres nueva para él. Pero no disfrutará que organices su
vida, créeme. Pero sí —él acarició su mano y su expresión se suavizó. —Intentaré
ver a las chicas cuando estén contigo. Hace dos años no parecía haber posibilidad
alguna de que volviéramos a estar juntos como familia, ¿verdad?
—¡Oh!, Boris —dijo de repente, con los ojos muy abiertos. —¿Adivina a quién
vi anoche en el baile de Lady Trevor? Rachel! Lo juro. Incluso hablé con ella.
—Ah —dijo en voz baja. —La has visto, ¿verdad?
—Ni siquiera estás sorprendido —dijo. —¿Sabías que ella estaba aquí?
Él asintió.
—Boris —dijo ella, —su cabello es negro y su cara estaba pintada.
—Sí —dijo. —Sería mejor si te olvidaras de ella, Ab. Será mejor que regrese a
mi asiento. La obra debe estar casi lista para comenzar de nuevo. ¿Te llevo a
donde está Severn?
—No —dijo ella. —Volveré a nuestro palco. Regresará allí pronto. ¿Vendrás
mañana?
—Iré —dijo. —Pero no más invitaciones sin consultar primero a Severn en
privado. ¿Me lo prometes?
—Lo prometo —dijo. —Bueno, eso será si lo recuerdo —ella le sonrió
brillantemente cuando él chasqueó la lengua, abrió la puerta del palco para que
ella entrara y se fue de regreso al foso.
Abigail se sentó en silencio y observó a las personas revoloteando en los
palcos de enfrente. Boris tenía toda la razón, pensó. Debía aprender a contener la
lengua, o al menos a pensar lo que estaba a punto de decir antes de decirlo. No
sería bueno que Miles se disgustara con ella y pensara que carecía de carácter.
—… la deliciosa señorita Meighan, si tuviera oportunidad —decía uno de los
caballeros del siguiente palco.
Los ojos de Abigail se erizaron ante el nombre familiar. Sintió una culpa
instantánea por el chasco que le había dado a esa joven más temprano ese día.
Aunque, por supuesto, la chica se lo había buscado.
—Dijo que estaba cansado de manejar mujeres y cansado de mujeres
hermosas también —dijo otro hombre con una sonrisa.
—Puede hablar —dijo alguien indignado, —cuando tiene que visitar a la
hermosa Jenny todos los días de su vida, y todas las noches también. A mí no me
importaría poder pagar por ella.
—No la tendrías aun si pudieras pagar la recompensa de un rey para
prodigarla —dijo la primera voz, y hubo un fuerte estallido de carcajadas de los
otros ocupantes del palco. —Jenny puede ser una cortesana, pero le gustan que
sus hombres sean guapos, bien formados y con olor dulce.
Oh, Dios mío, pensó Abigail, estaban hablando de la amante de alguien. Qué
escandaloso. Consideró toser, pero decidió que sería mejor dejar nuevamente el
palco en silencio para encontrar a su esposo.
—Supongo que podría haber sido demasiado tener a la señorita Meighan, así
como a Lady Severn y a Jenny como amante también —dijo el segundo hombre. —
Un poco agotador, ¿no dirías?
Hubo más risas cuando Abigail se congeló en su asiento.
—No me importaría sufrir ese tipo de agotamiento —dijo alguien más. Hubo
un momento de silencio. —¡Tranquilos! No hay necesidad de alarma. Todavía no
han regresado.
—De todos modos —dijo la voz del segundo orador, —todavía no has
escuchado lo mejor. Le dijo a Stapleton que estaba muy decidido a evitar el
matrimonio. Juró que se casaría con la próxima mujer simple y aburrida que
conociera. Alguien a quien podría llevar a la finca durante el verano, tener un hijo
y dejarla atrás. Alguien que se desvaneciera en el fondo de su vida, produciendo
un heredero mientras lo dejaban libre para Jenny y sus otros sucesores. Y a la
mañana siguiente conoció a una mujer así y pudo mantener su promesa.
—Será mejor que bajemos la voz —dijo alguien que no había hablado antes.
—Volverán en cualquier momento.
—Él eligió bien —dijo la primera voz. —Además de todo lo anterior, es una
don nadie e inclinada a la vulgaridad, si se cree en mi tía Prendergast. Severn
lamentará haber renunciado a la señorita Meighan, el idiota.
Abigail se puso de pie y corrió ciegamente hacia la puerta. La abrió de golpe y
chocó con el pecho de su marido.
—Abby? —dijo él. —No me di cuenta de que estabas sola. Lo siento mucho,
cariño. ¿Tu hermano ha vuelto a su asiento?
—Sí, lo ha hecho —dijo. —Solo venía a ver dónde estabas, Miles. La obra está
a punto de reanudarse, y estaba segura de que no querrías perderte el comienzo y
tal vez perder la tendencia de la trama. Aunque probablemente la hayas visto
antes y sepas muy bien lo que sucede, ¿verdad? Laura y Sir Gerald no han vuelto.
Pensé en llamarlos, porque sé muy bien que Laura no querrá perderse un solo
momento. ¡Ah!, pero aquí están ahora. ¿Estás disfrutando la obra, Laura? No he
tenido un momento para hablar contigo desde que comenzó el intervalo. ¿No fue
afortunado que hayamos encontrado a Boris aquí? He estado esperando que lo
conozcas durante tanto tiempo, pero nunca ha habido una oportunidad. Mañana…
—Abby —su esposo la tomó por el codo y le estaba hablando en voz baja. —La
obra está por comenzar, querida.
Se sentó y cruzó las manos sobre su regazo. Ella fijó sus ojos en el escenario y
no los movió durante el resto de la actuación, aunque no vio una sola acción y no
escuchó una sola palabra.
***
***
Abigail descubrió más tarde que Rachel había elegido el momento del
encuentro con cuidado. Los caminantes y jinetes de la mañana se habían ido
mucho antes, mientras que la mayoría de los paseantes de la tarde aún no habían
llegado. El parque estaba casi desierto.
—Abigail —dijo la señora Harper, —sabía que vendrías —ella entrelazó su
brazo con el de Abigail. —¿Te has cortado el pelo? Pensé que nunca lo harías.
Severn desea que estés elegante, ¿verdad? Puedo entender que una mujer
desearía complacer a Severn. Hiciste bien al tomar la iniciativa. ¿Cómo lo hiciste?
—ella se rió de esa manera baja y seductora que Abigail encontró desconocida y
completamente desagradable.
—Rachel —dijo, —¿por qué te fuiste de casa? Nunca pude entenderlo del
todo.
—¿Por qué? —la otra se rió. —Él probablemente habría terminado
matándome si me hubiera quedado. Me habría dado suficientes golpes. Elegí la
vida, Abigail. ¿Es eso tan incomprensible?.
—Pero dejaste a los niños atrás —dijo Abigail. —Eran poco más que bebés.
¿Cómo pudiste habérselos dejado a papá?
—No fue fácil —la mujer se encogió de hombros. —Pero sabía que los
cuidarías, Abigail. Les querías y siempre encontrabas la manera de tratar a tu
padre. Nunca te puso una mano violenta encima, ¿verdad? Y Boris estaba
creciendo. Pensé que él los protegería.
—Eras su madre —dijo Abigail. —Y no te fuiste sola, Rachel.
—¿John Marchmont? —Rachel esbozó una sonrisa. —Era solo mi medio de
escapar. No puedes saber lo indefensa que me sentía, una mujer sola, y lo bueno
que era tener a alguien que me apreciara. En ese entonces tenía veinticuatro años,
tu edad ahora. No me juzgues La vida se volvió intolerable y sólo tenía dos
alternativas: quitarme la vida o huir. Corrí.
—Bea y Clara no tenían esas alternativas —dijo Abigail. Se dio cuenta de que
incluso a la luz del día su madrastra usaba cosméticos. Ella giró la cabeza para
mirar hacia otro lado. Rachel había sido una joven hermosa cuando se casó con su
papá.
—Bueno —la actitud de la mujer se volvió más fresca. —El pasado aún puede
ser modificado. He estado pensando en escribirle a tía Edwina, tomar una
diligencia y viajar a Bath. Aunque me atrevo a decir que podría persuadir a
Sorenson para que me llevara en su carruaje. ¿Crees que sería una buena idea ir,
Abby? ¿Crees que a las niñas les gustaría volver a ver a su madre?.
Abigail tragó.
—¿Qué haces en Londres, Rachel? —preguntó. —¿Es verdad que administras
una casa de juego infernal? ¿Eres la amante de Lord Sorenson?
La señora Harper se echó a reír.
—Tengo una casa respetable en un distrito respetable —dijo. —Me gusta
entretener. Y sabes lo que son los caballeros. Les gusta jugar a las cartas, y no
pueden disfrutar de un juego a menos que jueguen a fondo. Y no soy la amante de
nadie excepto de mí misma. ¿Crees que permitiría que cualquier otro hombre
tuviera poder sobre mí como lo hizo tu padre? Aprendí mi lección hace muchos
años, Abigail. Uno debe usar a los caballeros para su placer y conveniencia y
descartarlos sin dudarlo cuando se vuelven posesivos, como siempre lo hacen.
Harías bien en recordar eso, aunque, por supuesto, nunca has sido alguien que se
permitiera ser intimidada. Siempre admiré eso en ti.
—Me llevaré a las chicas —dijo Abigail en voz baja. —Tengo Severn Park para
ofrecerles, Rachel, y todo mi tiempo y devoción. Puedo ofrecerles una educación
adecuada y matrimonios respetables cuando crezcan. Estoy segura de que Miles
les dará dotes adecuadas. Pueden ser felices. Se apegaron a mí emocionalmente,
ya sabes, antes de que me viera obligada a enviarlas a casa de su tía. Y estaba feliz
con ellas. Vamos a recuperar esa felicidad.
—¿Y qué hay de mi felicidad? —preguntó la señora Harper. —¿Abigail, no
crees que merezco un poco? Después de todo las llevé en mi vientre. Sufrí todo el
malestar durante nueve meses con cada una de ellas y todo el dolor al final. ¿Para
qué? ¿Para nada? Tengo ganas de volver a verlas.
—Rachel —Abigail dejó de caminar y desenganchó el brazo del de su
madrastra. —No necesitas mi permiso para ir a Bath. Como dices, son tus hijas, y
no tengo custodia legal de ellas. ¿Por qué has organizado esta reunión? ¿Qué
quieres de mí?
La señora Harper se echó a reír.
—Eso es algo más que siempre admiré de ti, Abigail —dijo. —Siempre te gustó
todo de forma abierta. Muy bien entonces. Mi vida está en una encrucijada. Tengo
treinta años, una edad inquieta. Un poco aterrador ¿Qué debo hacer? ¿Recupero a
mis hijas y me instalo a una acogedora vida doméstica con ellas? ¿O viajo a otras
tierras y pruebo todas las delicias que el mundo tiene para ofrecerme antes de que
sea demasiado vieja?
Abigail no dijo nada. Ella continuó mirando fijamente pero con cautela a la
mujer.
—Pero me engaño a mí misma al creer que hay una opción —dijo su
madrastra encogiéndose de hombros. —No hay ninguna. ¿Cómo podría una mujer
como yo pagar un año más o menos en el continente? Una no gana lo suficiente
de… los medios que tengo para ganarme la vida.
—¿Es eso, entonces? —preguntó Abigail. —Si puedo proporcionarle los
medios para ir, ¿lo hará y me dejará a las niñas?
La señora Harper se encogió de hombros.
—No lo sugerí —dijo. —¿Abigail, podrían mis hijas significar tanto para ti?
—¿Exactamente de cuánto estamos hablando? —preguntó Abigail.
—Supongo que cinco mil serían suficientes —dijo la Sra. Harper. Ella rió. —
Siempre es tan agradable soñar, ¿no es así? ¿Caminamos?
—Te los conseguiré —dijo Abigail imprudentemente. —¿Para la próxima
semana? ¿Una semana a partir de hoy? ¿Será eso lo suficientemente pronto?
—¡Abigail! —la señora Harper volvió a reír. —Usted no puede estar hablando
en serio.
—Sabes que lo estoy —dijo Abigail. —Dame tu dirección, Rachel. Llevaré el
dinero allí dentro de una semana. ¿Prometes irte tan pronto como lo tengas?
—¿Cómo podría resistirme? —dijo la mujer. —Pero qué travieso por tu parte
hacerme soñar así. ¿De dónde obtendrías cinco mil libras? Seguramente no puedes
tener a Severn tan firmemente envuelto alrededor de tu dedo, ¿verdad? Pero
siempre tuviste una alternativa contigo. Siempre me maravillé que tu padre hiciera
lo que querías, incluso cuando estaba en uno de sus malos momentos.
—Dame tu dirección —dijo Abigail.
—No creo que Severn esté encantado de que te vean entrar a mi casa —dijo la
Sra. Harper.
—Nadie me verá —dijo Abigail. —Tu dirección, Rachel.
La señora Harper se encogió de hombros.
—Realmente lo dices en serio, ¿no? —dijo ella. —Muy bien, entonces, Abigail.
Pero recuerda que esto fue idea tuya.
—Sí —dijo Abigail. —Rachel, creo que es una buena oferta.
***
16
Faux pas: paso en falso. Francés en el original.
Capítulo 12
—No me estás engañando, ¿verdad, Ger? —el Conde de Severn pasó junto al
sirviente de su amigo y entró en su desordenado salón. —¿Tan temprano en el
día?
—¿Engañando? —Sir Gerald Stapleton dijo indignado y con voz nasal. —Tengo
el demonio de un resfriado encima y he estado aquí todo el día sintiendo lástima
de mí mismo. Toma asiento.
—Gracias —dijo el Conde, sentándose mientras su amigo se sonaba la nariz.
—Pensé que quizás te habías ido del país. Hace casi tres días que no te veo.
—Eso no es de extrañar —dijo Sir Gerald, —cuando has estado atado a las
cuerdas del delantal de tu esposa todo este tiempo.
—Celos, celos —dijo Lord Severn. —Deberías poner tu cara sobre un tazón de
agua humeante, Ger, y tirarte una toalla en la cabeza.
—Lo he intentado —dijo el otro. —No funciona. Lo hice una vez cuando tuve
un resfriado y fui a ver a Priss. Pero esta vez no es así.
El Conde sonrió.
—¿Todavía la echas de menos? —dijo. —¿Es por eso que estás como un oso
en una estaca?
—Hablando de ser engañado —dijo Sir Gerald, —aquí no hay bebidas. La
solicitaré —se puso en pie de un salto.
—No por mí —dijo el Conde, levantando una mano. —No puedo quedarme,
Ger. Esta tarde sólo soy un mensajero. Abby quiere que te unas a nosotros en un
picnic en Richmond. La Señorita Seymour también estará allí, por supuesto. Será
mejor que vengas. Tal vez te haga olvidar a Prissy —sonrió.
—Absoluta y definitivamente no —dijo el otro irritado. —Miles, podrías
haberte casado con Frances Meighan. Esta esposa te tiene firmemente atado y ver
a Frances es más placentero —frunció el ceño ante la desgastada borla que
acababa de tirar.
—Cuidado —dijo el Conde.
—Y este matrimonio es probablemente mucho más caro —dijo Sir Gerald. —
Miles, tienes que tomarla en tus manos desde el principio, antes de que te des
cuenta de que es demasiado... ¡Uf! —el hombro de Sir Gerald, golpeó y se deslizó
por la repisa de la chimenea, estrellándose y extendiéndose por la hoguera entre
los hierros de fuego. Se impulsó lentamente a sí mismo hasta una posición sentada
y tocó con cautela el lado izquierdo de su mandíbula. —¿Por qué diablos fue eso?
El Conde de Severn estaba de pie a su lado, con los puños cerrados a los
costados.
—Sabes muy bien por qué fue —dijo entre dientes. —Hablabas de mi esposa,
Gerald.
—Así que ella también va a destruir nuestra amistad, ¿verdad? —dijo Sir
Gerald, doblando la mandíbula y haciendo una mueca de dolor. —Miles, espero
que no la hayas roto. ¿Cómo se supone que voy a explicar el hematoma?
El Conde bajó una mano para ayudarle a ponerse en pie.
—Si son los nuevos vestidos, los diamantes y las perlas los que te hacen temer
por mi ruina financiera —dijo, —todo fue idea mía, Ger. Y la ropa y las joyas que le
compro a mi esposa no son asunto tuyo. Y tampoco lo es su belleza o la cantidad
de tiempo que elijo pasar con ella. Si nuestra amistad se arruina, no tendrá nada
que ver con Abby ni conmigo.
—No deberías venir aquí peleando conmigo cuando tengo la cabeza del
tamaño de un globo aerostático —dijo Sir Gerald, volviendo a sentarse en su silla y
pinchándose la mandíbula con las yemas de los dedos. Cuando se abrió la puerta,
ordenó a su criado que trajera la jarra de brandy y las copas. —No quise insultar a
Lady Severn, Miles. Lo siento mucho. Pero tú mismo dijiste que la habías elegido
porque ella era sencilla y no se entrometería en tu vida. Que el diablo me lleve,
pero me siento fatal.
—Un consejo —dijo Lord Severn. —No bebas brandy, Ger. Tu cabeza explotará
en el cielo azul como un globo reventado. ¿Qué quisiste decir cuando dijiste que
Abby sería cara?
—Nada —dijo su amigo. —Olvídalo.
—¿Qué quisiste decir?
—Mira, Miles —dijo Sir Gerald, primero olfateando y luego sonándose la nariz
de nuevo, —me sentí bastante miserable antes de que decidieras practicar uno de
los mejores puñetazos del gimnasio de Jackson en mi mandíbula. Vete a casa con
tu esposa, ¿quieres, y déjame en paz para que muera? Dios, ojalá Priss siguiera en
la ciudad.
—Me voy —el Conde se puso de pie. —Pero primero dime a qué te referías.
—¿Sabías que ayer estuvo en casa de la Sra. Harper? —preguntó Sir Gerald.
—¿En casa de la Sra. Harper? —el Conde frunció el ceño.
—Fox la vio allí —dijo Sir Gerald. —Miles, la riqueza repentina se le debe
haber subido a la cabeza. Se jugará tu fortuna si no tienes cuidado. Serás
afortunado si ella no comienza a pedirte grandes sumas de dinero cualquier día de
estos. Pero, lo siento —levantó una mano. —No necesitas que te diga nada,
¿verdad? Quizás era el doble de Lady Severn. O tal vez fue una visita social. Tal vez
la Sra. Harper es su tía soltera o algo así, aunque no sería una tía soltera, ¿verdad?
¿Quién sabe? No es asunto mío. Pero Fox se estaba riendo. Y debes saber que la
reputación de Lady Severn no se sostiene sobre una base muy firme.
—Habrá una buena explicación —dijo Lord Severn en voz baja. —Supongo que
el hermano de Abby ha estado apostando. Abby probablemente está tratando de
salvarlo de los tiburones. Estoy en camino. Prueba de nuevo con ese tazón de
vapor, Ger. Y deja el coñac en paz. ¿No vendrás a Richmond, entonces?
—Oh, sí, iré —dijo Sir Gerald irritado. —Eres mi amigo, Miles, y será mejor que
empiece a gustarme tu esposa, ¿no? Creo que te estás encariñando con ella.
—Abby será feliz —dijo el Conde con una sonrisa. —Aunque si pudiera ver
más allá de la punta de su nariz, se habría dado cuenta hace unas noches de que
su hermano y la Srta. Seymour estaban intercambiando más que unas cuantas
miradas apreciativas. Puede que tengas competencia por la pequeña pelirroja,
Ger.
Sir Gerald Stapleton se sonó la nariz a carcajadas mientras su amigo se reía y
salía de la habitación.
Su sonrisa se desvaneció cuando bajó corriendo por las escaleras y salió a la
calle. ¿Abby en casa de la Sra. Harper? Abby no le mencionó que había estado allí,
aunque le había dado un relato exhaustivo durante la cena de la noche anterior y
durante su viaje a la ópera de todo lo que había hecho durante el día.
Y Abby le había pedido seis mil libras, una asignación anual por adelantado.
¿Para su hermano? ¿Había acertado Sir Gerald en su conjetura? ¿O estaba
apostando demasiado para tratar de pagar las deudas familiares? Sería muy propio
de ella intentarlo y perder seis mil libras en una sentada. Aunque, por supuesto, si
ella le hubiera pedido el dinero tres días antes y hubiera visitado a la Sra. Harper
ayer, entonces ella podría haber hecho más de una visita a las mesas de juego.
Su padre también debe haber sido un jugador. Lo había adivinado varios días
antes. ¿Era una debilidad familiar?
Sabía tan poco de su esposa, pensó con cierta frustración. De alguna manera
era casi imposible creer que habían estado casados por sólo una semana. Por otra
parte, parecía que seguían siendo unos completos desconocidos, aunque habían
estado juntos en términos íntimos físicamente durante una semana.
Y, por supuesto, una semana había sido un tiempo suficientemente largo para
enamorarse.
***
Abigail tuvo un día bastante feliz. Había pasado parte de la mañana planeando
su picnic en Richmond y parte con su marido en Bond Street, eligiendo un anillo de
zafiro y diamante como regalo para su primer aniversario.
—Una semana —le había explicado cuando ella lo había mirado con
incomprensión. —Llevamos casados una semana, Abby. ¿Lo habías olvidado?
Y él había insistido en comprarle el anillo aunque ella le había asegurado que
era una extravagancia bastante inútil y le había recordado que ya le había regalado
un collar de diamantes y sus perlas.
—Pero no puedo dejar pasar nuestro primer aniversario sin ser festejado —
dijo con una sonrisa.
Incluso después de una semana, su sonrisa seguía debilitándola en las rodillas.
Y aún deseaba que él tuviera ojos marrones o avellanos.
Había terminado con ella comprándole un prendedor de zafiro y diamante a
juego.
—Un regalo combinado de boda y aniversario —le había dicho ella.
Y así se había hecho una abolladura considerable en las mil libras que le
quedaban, todo lo que tenía que durar un año, o cincuenta y una semanas, para
ser exactos.
Había empezado la tarde llamando a Lady Beauchamp y paseando con ella por
el parque, después de haber enviado a su marido a invitar a Sir Gerald Stapleton al
picnic. Si los juntara a menudo, tal vez él y Laura estarían comprometidos incluso
antes de que llegara el verano. Eran, obviamente, perfectos el uno para el otro.
En el parque, habían conocido a Lord y Lady Chartleigh y a su hijo pequeño,
que iba corriendo delante de ellos cuando no se estaba cayendo sobre la hierba.
Los cuatro adultos caminaron juntos durante un rato.
Los Chartleigh deben haber sido muy jóvenes cuando se casaron, adivinó
Abigail. El Conde en particular parecía demasiado joven para ser padre. Y sin
embargo, a pesar de su extrema tranquilidad y la vivacidad de su esposa, había
claramente un fuerte vínculo de afecto entre ellos.
Quizás había esperanza para ella, pensó. Sin embargo, la Condesa de
Chartleigh era muy guapa. Quizás el Conde no esperaba que se callara y
desapareciera en el trasfondo de su vida. Quizás se había enamorado de ella y de
su vivacidad cuando se casó con ella.
Pero había decidido que no pensaría en sus problemas. Pronto Rachel estaría
de camino al continente, y pronto Boris no tendría mayores dificultades. Miles
había prometido ayudarlo, y ella había tenido una idea de cómo se podía hacer
para que Boris nunca supiera que había sido ayudado. Para cuando la primavera se
convirtiera en verano, ella estaría en Severn Park con sus hermanas y quizás
también con su hijo. Ciertamente, Miles debe estar muy ansioso por que esto
suceda sin demora. En la semana de su matrimonio se había unido a ella dos veces
cada noche, excepto una noche en la que ella había estado molesta al enterarse de
la brutal verdad de su matrimonio.
Había aceptado esa verdad. Y realmente no fue tan terrible. Se había casado
con ella y la había salvado de una situación desagradable, y no había sido cruel
desde entonces, excepto cuando la reprendió durante la cena. Si la llevaba a
Severn Park y la dejaba allí cuando él regresara a la ciudad, que así sea. Ella
pensaría en eso cuando llegase el momento.
—Llevo casada más de un año —le decía Lady Beauchamp, —y lloré al final de
cada mes durante once meses antes de que ocurriera el milagro. Me temo que he
sido un doloroso reto para Roger, Lady Severn. Me ha asegurado tontamente que
no se arruinará su vida si no tiene hijos y que, por supuesto, no se arrepiente de
haberse casado conmigo. No puedo decirle lo envidiosa que he estado de Georgie
y Ralph, que no tuvieron que esperar nada después de su matrimonio. Pero ha
valido la pena esperar. El sol parece un poco más brillante cada día ahora que sé
que tengo una nueva vida dentro de mí —le apretó el brazo a Abigail. —Pronto
sabrás lo que quiero decir.
—Eso espero —dijo Abigail.
—Me temo que esta primavera me encontrarás espantosamente aburrida —
dijo su amiga arrepentida. —No puedo pensar en nada más que en bebés, Lady
Severn. Roger se ríe de que en privado no hablo de otra cosa, mientras que en
público me pongo muy nerviosa si se menciona mucho.
—En mi caso, creo que me sentiría obligada a levantarme y hacer el anuncio
yo misma en la siguiente función social a la que asista después de averiguarlo —
dijo Abigail, —ya sea en un baile o en el teatro.
Lady Beauchamp se sorprendió y se rió.
—Suenas igual que Georgie —dijo ella. —Espero tener un hijo esta primera
vez, aunque Roger se ríe de mí cuando lo digo, y se vuelve muy escandaloso —se
volvió a reír. —Dice que tolerará a las hijas durante las primeras seis veces,
siempre y cuando me ponga seria la séptima vez y le presente a su heredero.
Cuando nos conocimos, Roger me caía muy mal, porque se deleitaba en
molestarme. Todavía lo hace.
Abigail se sentía muy alegre cuando llegó a casa. El día había sido agradable, y
había otro baile para asistir a esa noche… su segundo.
Pero había una nota esperándola. Su corazón se hundió al tomarla de la mano
del mayordomo y se dirigió directamente a su sala de estar. Todo había sido
arreglado el día anterior. ¿Qué más podría querer Rachel?
Parecía que había otro problema. Abigail iba a asistir a casa de Rachel al día
siguiente.
Pero ella no quería ir. Aunque la casa estaba en un barrio respetable, había
algo en ella que la inquietaba. Y ella no había pasado desapercibida el día anterior.
Aunque Rachel la había llevado directamente a una oficina, habían pasado por la
puerta abierta de un salón, y había un grupo de caballeros y una señora dentro.
Uno de ellos había llamado a Rachel al pasar.
Sólo podía haber una razón para que Rachel deseara volver a verla. Quería
más dinero. Abigail lo temía, pero esperaba que su madrastra siguiera siendo
básicamente decente. Parecía que quizás no lo era.
Pero tenía muy poco dinero para dar.
Y aunque tuviera mucho, decidió que no lo daría. No cedería al chantaje
perpetuo. Si Rachel no estuviera contenta con las cinco mil libras, bueno, entonces
tendrían que ver. Abigail no creía que su madrastra tuviera ninguna intención real
de acoger a sus hijas en su propia casa.
Dobló la carta apresuradamente y la deslizó debajo de un cojín, ya que había
un sonido de toque en la puerta y su marido entró.
—¿Llego a tiempo para el té? —preguntó. —Hola, Abby.
Ella le sonrió y su estómago se tambaleó en la forma en que se estaba
convirtiendo en algo habitual para ella. Su cabello oscuro estaba despeinado por el
aire libre y su sombrero.
—Estaba a punto de llamarte —dijo ella.
—Gerald irá a tu picnic —dijo. —Me temo que estaba como un león en una
jaula esta tarde. Está resfriado.
—Debería visitarlo y llevarle polvos —dijo ella, —y asegurarme de que se
quede en la cama y beba mucho limón caliente. Debería convencerlo de que ponga
su cabeza bajo una toalla y sobre un tazón de agua humeante. Eso le haría
maravillas.
Él se rió.
—Tú también lo harías, ¿verdad? —dijo. —Entrarías en las habitaciones de un
soltero cerca de St. James, despedirías al sirviente y te harías cargo.
Ella le miró con recelo.
—Durante varios años tuve a mi padre, a mi hermano y a mis dos hermanas a
mi cargo —dijo. —Miles, me temo que tuve que convertirme la gestora de la casa,
o no habríamos sobrevivido. Tal como estaba, papá no podía hacerlo. Supongo que
Sir Gerald está sentado en un cuarto, congestionado, oliendo vapores, con fiebre y
bebiendo licor.
—Le hablé del cuenco y la toalla —dijo. —Te diré algo, Abby. Si he cogido el
resfrío de él, puedes mimarme hasta que tu corazón esté contento y no
pronunciaré una sola palabra de queja.
—Te estás burlando de mí —dijo ella. —Sé que no querías una esposa gestora,
Miles. Debería haber confesado el primer día y haberte dicho cómo era en
realidad.
Se había sentado en el sofá. Él vino a sentarse a su lado, y tomó su mano en la
suya.
—Háblame de tu vida en casa —dijo. —Realmente jugaste a ser madre, ¿no?
¿Por cuánto tiempo? ¿Cuándo murió tu madrastra?
De repente se dio cuenta de que podía decirle la verdad. Nada podría ser más
sencillo. Ella podía contarle todo, incluso lo de las cinco mil libras, y podrían ir
juntos a casa de Rachel al día siguiente. Él la ayudaría. Asustaría a Rachel si ésta
estuviera planeando más chantajes.
Pero si le decía la verdad, él sabría de qué familia destartalada venía. Sabría
que Rachel se había escapado con otro hombre, dejando atrás a sus dos hijas,
porque estaba siendo golpeada y maltratada en casa. Sabría que su padre había
sido un borracho, un hombre brutal y un gran jugador, por lo que todos ellos
habían vivido más de su ingenio que de su dinero honesto durante los últimos
años. Sabría que la Sra. Harper, dueña de la casa de apuestas y cortesana, era su
madrastra.
Y sabría que el matrimonio que había contraído era aún más desastroso de lo
que ya se había dado cuenta. Vería ese descubrimiento en su cara.
Pero estaba empezando a amar ese rostro y a la persona a la que pertenecía.
—Hace seis años —dijo. —Clara tenía dos años y Beatrice cuatro. Boris tenía
dieciséis años.
—Y tú, dieciocho —dijo. —Y así, en un momento en que debería haber habido
fiestas y bailes para ti y tus pretendientes, había un padre enfermo y afligido que
atender y dos hijos pequeños que criar. ¿Qué le pasaba a tu padre?
—Tenía problemas estomacales —dijo ella vagamente. —Estuvo postrado en
cama durante el último año.
—¿Tenía una enfermera? —preguntó.
Ella sonrió fugazmente.
—Yo —dijo ella.
Él le apretó la mano.
—Tu hermano —dijo. —¿Fue a la universidad o quería hacerlo?
Ella agitó la cabeza.
—Quería apasionadamente alistarse en el ejército —dijo ella. —Pero no pudo.
Papá... Papá lo necesitaba en casa.
Pero al hablar de Boris lo recordó. Su cara se iluminó.
—He pensado en cómo podemos ayudarlo —dijo ella. —Boris, quiero decir. Tú
también quieres ayudarlo, ¿verdad, Miles? ¿Aunque sólo sea mi hermano y apenas
lo conozcas? Pero, por supuesto, es tu pariente, incluso aparte de nuestra
conexión, ¿no es así? Desearía poder ayudarlo yo misma, pero por supuesto que
no puedo, en parte porque no tengo los medios, y en parte porque él no aceptaría
conscientemente la ayuda de ninguna alma viviente, ni siquiera de mí. Es muy
orgulloso, ¿sabes? Y me temo que a menos que tenga ayuda pronto, se irá a la
tumba como un anciano con las deudas de papá sin pagar y nada en absoluto
hecho de su propia vida.
—Abby —dijo, tomando su mano libre en la suya y apretando las dos. —
Cuéntame tu plan, querida. Confieso que estoy al borde del colapso.
—Debemos averiguar adónde va para hacer sus apuestas —dijo. —Estoy
segura de que juega, aunque nunca fue adicto a ello en casa. De hecho, tenía algo
de aversión hacia el juego. Pero ahora está desesperado por dinero, y también con
mucha necesidad ingresos, así que creo que debe estar apostando.
—¿Y luego qué? —dijo.
—Debes encontrar a alguien que lo engañe —dijo ella. —Puede ser difícil
encontrar a una persona así, pero hay hombres que engañan y se ganan la vida
haciéndolo, ¿no es así? ¿Sabes cómo encontrar a una persona así, Miles?
—Me atrevo a decir que podría hacerse —dijo, sus labios temblando. —¿Pero
por qué?
—Hay que convencerlo de que permita a Boris ganar una gran suma —dijo. —
Así Boris pagará todas las deudas de papá y tal vez le quede algo para empezar una
vida decente por su cuenta. Y nunca deberá saber que no debe su buena fortuna a
sus propios esfuerzos y a la suerte. ¿No te parece una idea espléndida?
La miró durante un largo rato en silencio.
—La gente que juega a las cartas con regularidad puede detectar a un
tramposo sin mucho esfuerzo —dijo.
—¿Pero alguien que está haciendo trampa para perder? —dijo ella. —¿Quién
podría sospechar?
—Tendré que pensarlo —dijo. —Es una idea interesante, Abby.
Ella le sonrió.
—¿Eso crees? —dijo ella. —La gente suele pensar que mis ideas son estúpidas,
aunque siempre tienen sentido para mí.
—Abby —dijo, —tienes tanto amor en ti. Tu familia tuvo la suerte de contar
contigo para velar por su bienestar. ¿Aún no sabes nada de Bath?
Ella agitó la cabeza.
—Pero es fácil ser generoso con el dinero de otra persona —dijo. —Miles, no
sabes cuánto dinero necesita Boris.
Él levantó una de sus manos a sus labios.
—Me lo dirás en otro momento —dijo. —La suma no tiene importancia. La
bandeja llegó hace cinco minutos. ¿Vas a servir?
—Oh —dijo ella, mirando de forma inexpresiva a la bandeja del té. —No me
había dado cuenta.
***
—¿Te has divertido, Abby?
El Conde de Severn giró la cabeza para mirar hacia abajo los rizos despeinados
de su esposa. Estaba sentada a su lado en su carruaje, su brazo unido al de él, sus
dedos entrelazados, su cabeza descansando contra su hombro. Sus dos pies
resbaladizos descansaban en el asiento de enfrente, una pose poco elegante pero
bastante entrañable. Estaba tarareando sin parar.
—Mm —dijo ella, y se detuvo para bostezar. —Me encanta bailar. Me he dado
cuenta de que es el único logro musical del que puedo jactarme incluso de la
manera más modesta. No puedo sostener una melodía, y mis dedos desarrollan
una voluntad propia cuando trato de ordenarlos en un teclado. Pero puedo bailar
tolerablemente bien.
Se rió y frotó su mejilla contra los rizos de ella.
—¿Qué logros femeninos típicos tienes? —preguntó. —¿Qué talentos ocultos
no he descubierto todavía?
—Ay, cariño —dijo ella, girando los dedos de los pies y moviéndolos, —Me
temo que no tengo ninguno, Miles. Bordar tolerablemente bien, aunque la seda
tiene el hábito de enredarse desesperadamente justo cuando estoy dibujando a
través de la tela. He intentado anudar, pero parece que sólo mi cerebro se ata a sí
mismo en nudos. Soy tolerablemente buena en acuarelas, pero creo que
mantengo mi pincel demasiado húmedo, porque los colores no dejan de correr y
embadurnar el papel.
—¿Me he casado con una mujer sin logros? —dijo.
—Me temo que sí —dijo ella disculpándose. —Pero sé cómo tratar los resfríos,
los dolores de cabeza, los dolores de estómago, los moretones, los cortes y las
hemorragias nasales. Y sé cómo poner fin a las peleas, las querellas y las lágrimas.
Sé cómo contar historias sin tener que tener un libro abierto ante mí. Y sé cómo...
—Abby —dijo, apretando su mano, —Te creo, querida. Tendré que darte una
docena de niños para que puedas disfrutar usando tus habilidades.
Ella giró su cara hacia el hombro de él.
Te quiero, quería decírselo mientras le besaba los rizos. Te quiero, había
pensado toda la noche como la había visto bailar con otros hombres y brillar con
vitalidad y alegría. Te quiero, él había querido contarle cuando había bailado con
ella y ella se había vuelto hacia él y hablaba sin parar, contándole todos los
detalles de la vida de sus otras parejas de baile que éstas le habían confiado.
Era absurdo. La conocía desde hacía poco más de una semana, y aún era
plenamente consciente de que apenas sabía de ella. Se había casado con ella para
poder tener todas las ventajas de tener una esposa sin los inconvenientes y
obligaciones que habría supuesto casarse con una joven socialmente prominente
como Frances.
Sin embargo, descubrió que tenía que alejarse a la fuerza de Abigail durante
unas horas cada día. Se estaba volviendo alarmantemente enamorado de ella.
Cerró los ojos por unos momentos para apoyar su resolución. Se había ido a
casa a tomar el té para confrontarla con el hecho de que él sabía que ella había
estado en casa de la Sra. Harper el día anterior. Pero no dijo nada después de que
la conversación se había trasladado a su familia y a su hermano.
Él tenía la intención de hablar con ella sobre ello en la cena antes de que se
fueran al baile, o en el carruaje en el camino. Pero se veía tan bonita vestida con
un traje dorado, que había llegado justo ese día, y con sus rizos rebotando, y
estaba tan absurdamente emocionada ante la perspectiva de volver a bailar que
no había encontrado el momento adecuado para hablar.
Y ahora estaba cansada y feliz. Estaba tarareando de nuevo. Sonrió, dándose
cuenta de que su afirmación de ser poco musical no era falsa modestia. No podía
pensar en las palabras para comenzar lo que quería decir.
—Todo el mundo fue amable, Miles, ¿no crees? —dijo ella.
—Sí, creo que todos se han recuperado de la conmoción de saber que una vez
te ganaste la vida —dijo con una sonrisa. —Y no creo que ningún caballero esté
descontento con tu manera sincera de hablar, Abby.
—No debí haberle dicho lo que le dije al Sr. Shelton en la cena, ¿verdad? —
dijo ella con dudas. —Debería haber mantenido la boca cerrada.
—Pero fue él quien mencionó la vergüenza de ser casi tan calvo como un
huevo antes de los treinta años —dijo él.
—Sólo quería que se sintiera mejor —dijo ella. —Pero cuando le dije que
prefería verlo calvo que verlo con una peluca y verlo alejarse en medio de un baile
campestre, no me di cuenta de que Lord Cardigan llevaba una peluca. Debería
haberme dado cuenta. Cuando uno mira de cerca, o incluso no tan de cerca, es
bastante obvio que no es su propio cabello. Es demasiado perfecto y no muestra
ninguna parte irregular Pero no me di cuenta hasta que la Srta. Quail empezó a
titubear. Debí haberme callado entonces, ¿no?
Él se rió.
—Cardigan lo tomó como una broma —dijo. —Tiene buen sentido del humor.
—Lo dije en broma —dijo ella. —Pero la Srta. Quail parecía tan sorprendida.
—¿Cómo pudo pensar que iba en serio cuando le pregunté si se lo ataba por
debajo de la barbilla cuando había una brisa fuerte?
El Conde se rió más fuerte.
Abigail también se rió.
—Seriamente, lo dije como una broma —dijo, —para aliviar la incomodidad
del momento. Pero debería haber abotonado mis labios, ¿no?
Él siguió riéndose.
Capítulo 13
El conde de Severn decidió que hablaría con ella cuanto antes, apenas saliera
de su vestidor. Lo haría antes de que se fueran a la cama. No habría necesidad de
hacer una gran alharaca de ello; simplemente una mención de que alguien le había
comentado el haberla visto entrar a la casa de la Sra. Harper.
Tal vez ella no sabía, él le sugeriría, que la Sra. Harper no era considerada muy
respetable. ¿O quizás había ido allí para tratar de ayudar a su hermano? Pero, por
supuesto, ahora que ella había pensado en un plan definido de cómo liberarlo de
la carga de las deudas de su padre, se daría cuenta de que no había necesidad de
volver a la casa de la Sra. Harper o a cualquier otra casa de apuestas. Eso es lo que
le diría a ella.
Si ella afirmaba, por su propia cuenta, que había estado allí, entonces él
tendría que improvisar.
Por supuesto, su plan para su hermano no funcionaría. Había demasiados
factores que lo hacían un esquema bastante impracticable. Pero él no se lo había
dicho. Estaba muy contenta con su idea. De hecho, sólo había un plan que podía
funcionar, y no estaba del todo seguro de ello.
Se volvió resueltamente cuando oyó la puerta de su cuarto abrirse, y esperó a
que ella cruzara la suya y apareciera en la puerta abierta.
Pero cuando ella lo apareció, él supo que el momento no era el adecuado
incluso entonces. Tenía los costados de su camisón agarrados con las manos de
modo que sus pies y tobillos desnudos se veían debajo, y estaba bailando el vals y
tarareando de nuevo.
Él le sonrió.
—Baila conmigo —dijo ella. —La noche es joven. Todavía no hay ni un destello
del amanecer. Pero será mejor que tú te encargues de la música.
—Abby —dijo riendo, —pensé que ya esta noche te habrías desgastado los
pies hasta los huesos. No te sentaste ni una sola vez, ¿verdad?
—Esto se llama segundo viento —dijo ella, acercándose a sus brazos y
apoyando una mano sobre su hombro. —Baile conmigo, señor, o no será un
caballero.
Bailó y tarareó la primera melodía de vals que se le ocurrió.
—¿Siempre eres tan chiflada? —preguntó él después de un rato. —¿Es
probable que me encuentre bailando al amanecer por el resto de mi vida?
—Hasta el amanecer, sí —dijo. —Miles, ¿Hay unas vistas preciosas en Severn
Park? ¿Hay cimas de colinas o lagos donde podamos bailar al amanecer?
—Si no —dijo, —Haré que construyan las colinas y caven los lagos.
—Y podemos dejarle el amanecer a Dios —dijo. —¿Por qué hemos parado?
—Porque no puedo bailar sin música —dijo, —y no puedo tararear y hablar al
mismo tiempo.
—Entonces deja de hablar —dijo ella.
Era ligera con los pies descalzos y suaves, cálidos a través de la tela de algodón
de su camisón. Sonreía, su cara se elevaba hacia la de él, aunque sus ojos estaban
cerrados.
—¿Estás contenta? —él le preguntó en voz baja, la música se detuvo
bruscamente de nuevo.
—¿Contenta? —Ella abrió los ojos y lo miró, un poco aturdida. —Sí, lo estoy.
—Y yo también —dijo, ahuecando su cara con sus manos y frotando
ligeramente sus pulgares sobre sus mejillas. —Feliz aniversario, Abby —ella sonrió
y sus ojos se posaron en su barbilla y se elevaron a la suya de nuevo.
Sintió un aumento del deseo por ella y supo que el momento de hablar había
pasado esa noche. Tendría que esperar hasta la mañana. Bajó la cabeza y la besó,
haciendo que sus labios se separaran con los suyos y con su lengua, esperando que
ella se relajara y abriera la boca antes de deslizar su lengua hacia el interior y
acariciar la cálida y húmeda carne que había allí.
—¿Es esa una forma común de besar? —ella le preguntó cuando él le bajó la
boca a la garganta.
—Sí, supongo que sí —dijo. —¿Te importa?
—No —dijo ella. —Oh, no. Si alguien me lo hubiera descrito, pensaría que
sería repulsivo pero no lo es.
Desabrochó los botones de su camisón mientras le arrojaba la cabeza hacia
atrás y le cerraba los ojos. Él levantó el camisón sobre de sus hombro, lo deslizó
por sus brazos y lo dejó caer al suelo.
—Oh —dijo ella, con la cabeza levantada y los ojos abiertos. —Oh.
—No te avergüences —dijo, sujetándola por los hombros, mirándola. —Eres
mi esposa, Abby. Y eres hermosa. No lo hagas… no te avergüences… —dijo con
firmeza, acercándola contra él y bajando la boca a la de ella mientras ella respiraba
para hablar, —dime que eso es una mentira…. Pues no, ¡eres hermosa!
No era voluptuosa. Pero era delgada y joven, firme y de proporciones
agradables. Ella era hermosa. Y él estaba ardiendo por ella.
—Voy a dejar las velas encendidas —le dijo mientras la llevaba de vuelta a la
cama que estaba detrás de ella. —¿Te importa?
—Sería una tontería decir que sí, ¿no? —dijo ella. —Lo que sucede, ya sea que
sea oscuro o claro, y tú has visto casi todo lo que hay que ver de mí. Por supuesto
—dijo ella, ruborizándose de repente, —Y yo no he visto...
—Yo —dijo él, sonriéndole mientras se quitaba primero la bata y luego la
camisa de dormir. —Pero ahora sí, y parece que sigues viva y que no has sufrido de
un ataque al corazón por verme...
—Cuidé a mi padre durante un año —dijo ella mientras él se acostaba a su
lado y le deslizaba un brazo por debajo del cuello. —Pero no sabía que un hombre
podía ser tan hermoso, Miles. Excepto en las cuadros de los dioses y héroes
griegos, por supuesto.
Él la besó de nuevo, y ella abrió la boca ansiosamente a su lengua, rodeándola
con la suya propia, chupándola, envolviéndola con los brazos sobre los hombros. Y
sintió que su temperatura se elevaba con la suya.
La exploró con sus manos, sus dedos y su boca, usando la experiencia de años
para despertarla aún más, para que se retorciera y gimiera en la cama. Y sus
manos se movieron sobre él, al principio explorando tímidamente su pecho y la
parte superior de su espalda, al final tocándolo por todas partes con los dedos en
busca, exigiendo sus manos.
—Abby —dijo, bajándose sobre ella, entre sus muslos cuando se sintió cerca
de la locura. —Abby —dijo otra vez, levantándola con sus manos, estabilizándola,
suavizándola. —Abby.
Ella se movía con él, girando sus caderas contra sus manos al ritmo de sus
empujones y retiradas, jadeando con él, gimiendo con él.
—Abby —dijo, casi más allá de la locura, desconocía su clímax, no estaba
seguro de lo cerca que estaba ella de alcanzarlo, conteniendo el suyo por pura
determinación.
—Sí.— Su voz era un susurro, su cuerpo aún con tensión. —Sí. Sí.
Se movió en ella.
Él deslizó de sus brazos alrededor de ella y la abrazó fuertemente mientras
ella gritaba su nombre y se sacudía contra él. La sostuvo con fuerza mientras ella
se estremecía bajo él y susurraba su nombre una y otra vez. Luego soltó su control
y se dirigió hacia dentro, soltando su semilla profundamente en ella.
—Abby... —dijo, apoyando su mejilla contra un suave rizo de rizos sobre su
oreja, dejando caer todo su peso sobre su tembloroso cuerpo mientras sus brazos
se elevaban a su alrededor, relajándose como nunca antes se había relajado.
Luego él se durmió.
***
Todo fue diferente, y el mundo era un maravilloso, maravilloso lugar. Abigail
se sorprendió al descubrir cuando pasó por su propia habitación en el camino
hacia el desayuno desde su camerino que estaba lloviendo afuera. Pero el sol
brillaba justo detrás de esas nubes, pensó, mirando hacia arriba por la ventana y
sonriendo.
Corrió ligeramente por las escaleras. Llegó tarde. Se había quedado dormida a
pesar de sí misma.
—No tiene sentido dormir ahora —le había dicho a su marido después de su
tercer amor, cuando ya era de día. —Deberíamos levantarnos e ir a galopar por el
parque, Miles. Creo que lo tendríamos todo para nosotros.
—Yo también lo creo —había dicho, —pero preferiría dejárselo a los pájaros
hasta una hora más tarde. Mucho más tarde. Duérmete, Abby.
Y él había enganchado las mantas con un pie, las había agarrado con una
mano, y las había puesto encima de ella. Había estado acostada encima de él,
donde él la había colocado para el amor, sus piernas se extendían cómodamente a
ambos lados de las suyas.
Ella lo había llamado un pobre deportista, excavado su cabeza para encontrar
el acogedor hueco entre su hombro y cuello que se había convertido en su lugar
regular de descanso, se durmió rápidamente.
No sabía cómo, más tarde, él había salido de debajo de ella y de la cama sin
despertarla, ya que ella siempre se había considerado una durmiente ligera, pero
él lo había hecho. Se había despertado de costado, con la cara en una mano, las
mantas apiñadas a su alrededor, su persona muy desnuda debajo de ellas. Se
había sonrojado por recibir el beneficio de la habitación vacía.
La sala de desayunos también estaba vacía, como descubrió cuando Alistair le
abrió las puertas, aunque la comida aún estaba en el aparador.
—¿Su señoría? —preguntó ella.
—En el estudio, mi Lady —dijo, y caminó diligentemente por el pasillo para
abrirle la puerta.
Estaba parado en el escritorio mirando su correo. Y de repente se sintió
tímida, recordando la noche anterior, cuando él miró su cuerpo desnudo y la llamó
hermosa, y ella le había creído. Cuando le entregó los secretos que quedaban de
su cuerpo y exploró los secretos de él. Cuando se habían amado y dormido, amado
y dormido, amado y dormido a través de lo que había quedado de la noche y hasta
el amanecer.
Descubrió entonces que había algo más allá de los dolores y la excitación que
siempre la había llevado a la decepción y a una insatisfacción sin nombre durante
la primera semana de su matrimonio. Ahora había dejado de lado cualquier
inhibición a la que se había aferrado durante esa semana.
Entonces perdió los últimos rincones de su corazón por culpa de su marido.
Ella lo amaba con toda la pasión que no esperaba poder concentrar en ningún
otro hombre.
Sin embargo, de pie en su escritorio, vestido como de costumbre, tan
inmaculadamente guapo como siempre, parecía de nuevo remoto, desconocido,
no el hombre que había compartido horas de pasión desnuda con ella en la cama
de arriba unas horas antes.
Se sentía tímida.
—¿Anoche aturdimos al cuco? —le preguntó, dejando sus cartas y volviéndose
para sonreírle. —Me vi obligado a leer el periódico en la mesa del desayuno, sólo
con eso para hacerme compañía.
Ella corrió a los brazos que él le tendió y levantó la boca para que él la besara.
—¿Cómo pudiste salir de debajo de mí sin despertarme? —preguntó ella, y
sintió la sangre correr por su cara.
—Muy lentamente —dijo, —y con el acompañamiento de muchos murmullos
de quejidos de tu parte. Hay suficientes invitaciones aquí para mantenernos
corriendo 48 horas al día toda la primavera, Abby. Te dejaré elegir. Escoge las que
te gustaría aceptar.
—¡Oh! —dijo ella, —pero me gustaría asistir a todas. ¿Cómo sé que al asistir a
un evento no nos perderemos de algo importante en otro?
Escogió una carta de la parte superior de la pila.
—¿Te apetece una noche literaria en casa de la Sra. Roedean? —preguntó.
Ella puso mala cara.
—No, no particularmente.
Lo tiró a la canasta junto al escritorio.
—Así es como se hace —dijo, sonriéndole. —Abby, necesito hablar contigo.
Ella no confiaba en su expresión. No quería que le hablaran. Ella quería estar
enamorada. Quería ser amada. La noche anterior, él la había llamado hermosa, no
simple, sino hermosa. Y la había hecho sentir hermosa en lo que le había hecho a
ella y con ella en las siguientes horas. La había hecho sentir que había entrado en
ella porque le daba placer hacerlo, porque necesitaba estar en ella, no sólo porque
estaba plantando su semilla. Y le había hecho sentir que un matrimonio, un
compromiso de amor, estaba comenzando; no era sólo un embarazo para que
pudiera ser llevada a Severn Park en el verano y dejarla allí.
Ella no quería hablar.
—No quiero hablar —dijo con recelo.
—¿Qué? —dijo sonriendo y extendiendo una mano para apoyarse en su
frente. —¿No quieres hablar? Debes estar enferma por algo.
Ella no dijo nada. Lo conocía lo suficiente como para saber que a pesar de la
ligereza de su tono y su manera de burlarse, él tenía algo serio que decirle. ¿Iba a
enviarla temprano a Severn Park? ¿Anoche había sido un final, una despedida, en
vez de un principio? Ella lo había malinterpretado en su ingenuidad.
Tomó las dos manos de ella y las sostuvo calurosamente.
—Abby —dijo, —No quiero que malinterpretes lo que voy a decir. No tengo
intención de ser un tirano, dictando lo que haces y a dónde vas y con quién te
asocias. Eres un adulto que ha conocido una responsabilidad considerable en su
vida. Pero siento el deber de protegerte de personas y peligros que quizá no
conozcas.
Él sabía lo de Rachel, pensó ella.
—He oído mencionar el hecho de que usted visitó a la Sra. Harper anteayer —
dijo.
—Sí —dijo ella. —Lo hice.
—Te sugerí en el baile de Lady Trevor que quizás no es una amistad adecuada
—dijo.
—Sí —dijo ella. —Lo hiciste.
—¿Aun así la visitaste, Abby?
—Sí, lo hice.
Buscó los ojos de ella con los suyos.
—¿Puedes decirme por qué? —preguntó.
Sería fácil. De hecho, era inevitable. Ella le contaría todo, y él podría
aconsejarla sobre la mejor manera de que ella obtuviera la custodia de Bea y Clara.
Sería un gran alivio para ella confiar en él. Y él iría con ella a casa de Rachel esa
tarde.
Pero él lo sabría. Conocería a quién había amado la noche anterior, a quién
había llamado bella. Él sabría en quién había gastado cinco de las seis mil libras
que había puesto a su disposición.
Ella quería que la amara, que la admirara, que la respetara.
—Pensé que sería lo más cortés —dijo, —después de haber conocido a Lady
Trevor.
—¿No lo hiciste por desafiarme? —frunció el ceño.
—No —ella agitó la cabeza.
—¿No fue como cortarte el pelo? —preguntó sonriendo fugazmente.
—No.
—Pensé que tal vez tenía algo que ver con tu hermano —dijo. —Creí que
habías oído que estaba apostando allí y que habías ido a rogarle a la Sra. Harper
que no lo dejara jugar con demasiado ímpetu.
—Sí —dijo ella, iluminada. —Eso fue exactamente, Miles. No quería decírtelo.
Pero lo adivinaste tu solo. Ella fue muy amable y comprensiva. Dijo que no
permitirá que Boris vuelva a jugar a las cartas allí. Por supuesto, ella había
sospechado, porque él es muy joven, que no es un jugador empedernido; y no
tiene ningún deseo de verle ir a su ruina o terminar en la prisión por deudor.
Tomamos el té juntas y estábamos de acuerdo cuando me fui. No es tan mala
como crees, Miles. Ella...
La estaba mirando con atención. Aun así, le cogió las manos. Y él sabía, por
supuesto, que le estaba mintiendo. Desearía poder recordar sus palabras. Ella
deseaba haberle dicho la verdad o al menos simplemente haberle dicho que no le
podía decir por qué había estado en casa de Rachel. Pero ya era demasiado tarde.
—Ella fue amable —dijo tontamente.
—Me alegro —dijo, volviendo a apretarle las manos. —Veré cómo poner en
marcha tu plan lo antes posible, Abby, y tu hermano ya no tendrá necesidad de ir a
casa de la Sra. Harper ni de nadie más. Entonces, ¿tú misma no volverás a ir allí?
—No —dijo ella tragando. Y se sintió desdichada al decirlo. Una cosa era
mentir sobre un evento pasado. Se sentía infinitamente peor mentir sobre el
futuro, para asegurarle que no volvería a ir a casa de Rachel cuando sabía muy
bien que iría allí esa misma tarde.
—Abby —dijo, —no estás en problemas, ¿verdad?
—¿Problemas? —dijo ella. —¿En qué clase de problemas estaría yo metida?
—No lo sé —dijo. —¿No has contraído ninguna deuda imprudente y te
encuentras con que no puedes cumplirla?
—No, por supuesto que no —dijo ella.
—¿Me lo dirías si fuera así? —dijo. —¿No me tendrías miedo?
—Qué tonto eres —dijo ella. —¿Es porque pedí todo ese dinero por
adelantado? Es sólo que quiero comprar algunas cosas bonitas para las chicas
antes de irnos a la finca. Y quiero comprar los regalos de Navidad de este año. No
ha habido regalos durante tres años, excepto los que pude hacer yo misma. Y no
soy hábil con mis manos.
—¿Navidad en abril, Abby? —dijo.
Ella le sonrió lamentablemente.
Levantó una de sus manos a sus labios y la besó.
—Nunca me tengas miedo, ¿quieres? —dijo. —Quiero un matrimonio contigo,
no una relación de amo y sirviente.
—Qué tonto eres al hablar —dijo ella. Pero ella le miró a los ojos y tuvo que
tragar contra un nudo en su garganta. Deseaba poder retroceder, incluso diez
minutos, para poder dar diferentes respuestas a sus preguntas.
¿Pero para decir la verdad? ¿Para admitirle quién era la Sra. Harper? ¿Y
quiénes eran las dos niñas que él había acordado permitirle que se criara en su
propia casa? ¿Y qué había sido su padre?
¿Y quién era ella? Pero no, ella no necesita decir eso. Ningún alma viviente lo
sabía, excepto ella.
—He prometido visitar a Prudence esta mañana —dijo ella. —Ella tuvo la
amabilidad de invitarme, aunque tu madre y Constance todavía están un poco
enfadadas conmigo. Sin embargo Constance se ha tranquilizado un poco por el
corte de pelo, ya que cree que lo hice por consejo suyo y que no quería desestimar
sus recomendaciones.
—Yo acepté ser el contendor de Thornton en Jackson's esta mañana —dijo él.
—¿Te veré en el almuerzo?
—Sí —dijo ella, —Miles, pero si no nos damos prisa, tendríamos que ir a
almorzar desde aquí. Debo irme.
—Ve, entonces —dijo, inclinándose hacia adelante para besarla en los labios y
soltando sus manos al fin. —¿Debo deshacerme de estas invitaciones o las
atenderás más tarde?
—Las atenderé luego —dijo ella, volviéndose hacia la puerta.
—¿Pasamos la tarde juntos? —preguntó. —¿La Torre, quizás?
—Oh —dijo ella. —He aceptado ir a caminar con Lady Beauchamp.
Se mordió el labio cuando anticipó su respuesta.
—¿Otra vez? —dijo, con las cejas levantadas. —¿No caminaste con ella
anteayer?
Sí, lo había hecho, y lo había olvidado hasta que las palabras salieron de su
boca. Además, estaba lloviendo y no era apto para caminar. Ella odiaba mentir. No
vería a Rachel después de hoy, se juró a sí misma, y nunca más volvería a mentirle
a Miles.
—Se está convirtiendo en una amiga especial —dijo, cruzando por la puerta
antes de que él pudiera hacer algún otro comentario.
***
—No anticipé que tendría tantos problemas con la casa —dijo la Sra. Harper.
—No es fácil irse por un año o más, Abigail, y hacer los arreglos adecuados para la
ausencia.
Abigail caminó hacia la ventana de la pequeña y desordenada oficina donde se
había entretenido en su anterior visita a su madrastra. No dijo nada.
—La casa es alquilada, por supuesto —explicó la Sra. Harper. —Ahora, usted
podría pensar que lo mejor para mí sería dejar el alquiler, pero entonces está todo
el problema de qué hacer con mis posesiones. Además, me gusta la casa y la
ubicación y me gustaría saber que estará aquí a mi regreso. Pero el propietario
exige un año entero de alquiler por adelantado. Y, por supuesto, hay que pagar al
personal, y me gustaría dejar la tradición de entretenimiento que me ha costado
mucho construir en manos de un gerente competente. Tristemente, Abigail, no
veo cómo voy a ir al continente después de todo —ella suspiró. —Pero quizás
también sea para bien. Sin duda, el verano que pasaré con mis hijas será más
gratificante.
Abigail observó a un par de peatones que se movían lentamente por la calle,
aunque no los vio en absoluto.
—¿Cuánto? —preguntó.
Su madrastra se rió.
—Ya has sido muy amable, Abigail —dijo ella. —No podría pedirle más de su
amabilidad. No se puede hacer con menos de dos mil libras, y no te las pediría.
Abigail se giró desde la ventana.
—¿Estás preguntando? —dijo ella. —Pero la respuesta es no, Rachel. Fui una
tonta al ceder ante ti la primera vez. Debí haber sabido que las demandas nunca
terminarían, que el futuro de las niñas nunca se establecería con seguridad de esta
manera. Supongo que lo sabía, pero lo esperaba. Solías gustarme y sentir lástima
por ti. Pensé que eras decente, que sólo la borrachera y la crueldad de papá te
habían llevado a hacer lo que hiciste. Tal vez fue así, pero ya no. Te has convertido
en una mujer sin corazón que usará a dos niñas indefensas, tus propias hijas, para
ganar el dinero y el lujo que anhelaste.
—¡Abigail! —su madrastra le agarró las manos al pecho. —¿Cómo puedes
decir esas cosas? ¿Te pedí el dinero que me diste? ¿No acabo de decir que no voy
a pedir más? ¿Soy yo la desalmada? Creo que tu repentina buena fortuna ha
destruido tu capacidad de sentir compasión. Solías ser una chica de buen corazón.
Siempre te he querido.
—Hablaré con Miles —dijo Abigail. —Estoy segura de que sabrá qué hacer
para que Beatrice y Clara puedan crecer con un futuro seguro. Lucharé por ellas,
Rachel. Pero no habrá más dinero.
—¿No le has hablado de mí? —la Sra. Harper sonrió. —¿Por qué, Abigail? ¿Te
avergonzabas de mí y de tu conexión conmigo? Supongo que tienes una buena
razón para estarlo, ¿no? Un esposo de una semana podría quedar algo
sorprendido al enterarse de tal cosa acerca de las conexiones de su esposa. ¿Sabe
lo de tu padre?
Abigail cruzó la habitación hasta la puerta. Puso la mano en el mango.
—No funcionará, Rachel —dijo ella. —Voy a contarle todo. No tendrás más
poder sobre mí. Y no creo que descubras que las chicas son un arma poderosa. Los
abandonaste hace seis años, ¿recuerdas? —ella giró la perilla.
—¿Su marido sabe de ti? —dijo la Sra. Harper.
Abigail se congeló.
—¿Sobre mí? —dijo ella.
Su madrastra se rió.
—Sería un escándalo delicioso, ¿no? —dijo ella. —Por supuesto, me imagino
que tú y yo somos las únicas dos personas en el mundo que lo sabemos. Y tu
secreto puede estar a salvo conmigo, Abigail.
—¿Qué secreto? —Abigail había vuelto a soltar la perilla. Se sintió como si
hubiera entrado en medio de una pesadilla.
La Sra. Harper se rió de nuevo.
—Tu padre me lo dijo —dijo ella, —poco después de casarnos, cuando una
noche fue engañado y estaba sintiendo lástima de sí mismo. Me pregunté qué
había hecho, Abigail, al casarme con una familia así.
—No sé de qué estás hablando —dijo Abigail, pero las palabras le sonaban
patéticas y tontas hasta a sus oídos. Y había un zumbido sordo en esos oídos.
—El mundo de los novios estaría encantado con la historia, estoy segura —dijo
la Sra. Harper. —Eso mantendría a todos excitados durante toda la semana, lo
juro. ¡Y no le encantaría a tu marido encontrarse en el centro de todo esto!
Abigail no pudo pensar en nada que decir.
—Tal vez Severn tenga dos mil libras de sobra —dijo su madrastra. —Estoy
segura de que no se perdería una suma tan insignificante, y sería dinero bien
gastado, ¿no es así, para preservar su buen nombre y el de su nueva Condesa?
Abigail se volvió para mirarla.
—O tal vez le tienes cariño —dijo la Sra. Harper. —¿Lo tienes? Apenas puedo
culparte, debo admitirlo. Podría pasar una noche en mi alcoba cuando quisiera. Sí,
después de toda una semana, estoy segura de que le tienes mucho cariño. Sería
una pena perder su favor tan pronto, ¿no? ¿2.000 libras, Abigail, para mantener
sus caricias un poco más? ¿Es una fortuna demasiado grande?
—Eres una mujer malvada —dijo Abigail. —Y después de que se paguen las
dos mil libras, ¿cuánto pedirás a continuación?
—Ah, Abigail —dijo la mujer, —No soy codiciosa. Dos mil y se acabará el
asunto. No he dicho nada en todos estos años, ¿verdad? Y tampoco diré nada en el
futuro.
Abigail se volvió a dar la vuelta y abrió la puerta.
—Una semana —dijo la Sra. Harper. —Si no he tenido el placer de tu
compañía otra vez en ese tiempo, Abigail, puedes informar a Severn, si lo desea,
que lo llamaré.
Abigail se fue sin decir una palabra y sin mirar atrás.
Capítulo 14
—Bien, Ger —el conde de Severn, estaba sonriendo a su amigo. —¿Es la nariz
roja un producto de tu resfriado o de los puñetazos que te acaban de dar? No
podía creer la evidencia ante mis propios ojos cuando te vi entrenando esta
mañana.
—Si Dibbs no se pavoneara tanto, como un maldito maestro de baile —dijo Sir
Gerald Stapleton, tocándose la nariz con cautela, —uno podría concentrarse en
descubrir dónde va a caer el próximo puño. Yo lo llamo antideportivo.
El Conde se rió.
—¿Esperas que anuncie su estrategia? —dijo. —¿Gancho de izquierda a la
mandíbula en el camino? Espera a que llegue el arriba corto derecho… ¿ahora?
—Eliges burlarte de mí —dijo su amigo cuando salieron juntos de la gimnasio
de Jackson y se voltearon en dirección de White´s. —No todos somos Corinthians 17
como tú, Miles.
Lord Severn miró al cielo.
—La luz del sol se mantiene —dijo. —Tenía miedo de que después de la lluvia
de ayer, hoy no fuera adecuado para el picnic de Abby. Quiero que sea perfecto.
¿No te has olvidado de ello, Ger?
—No —dijo el otro. —¿Cómo podría olvidarlo, si tú o tu esposa me lo
recuerdan todos los días… como en un coro griego?
El Conde le sonrió. —¿Abby también te lo ha estado recordando? —preguntó.
—¿La has visto?
—Ayer —dijo Sir Gerald. —Caminaba por el parque a pesar de todos los
charcos y la oscuridad.
17
NT. En referencia a un hombre cristiano, habilidoso, que a veces puede lucir frío aunque goza de la simpatía y el apoyo de la
gente. Tradicionalmente, los Corintios fueron una comunidad cristiana de la antigua Grecia.
—Ah, sí —dijo el Conde. —Estaba con Lady Beauchamp. Parece que
rápidamente se han hecho amigas. No puedo decir que lo siento. Me gusta la
dama. Parece que ha domesticado al viejo Roger.
—Estaba sola cuando la vi —dijo Sir Gerald. —Lady Severn, quiero decir. Tenía
la cabeza baja y vagaba como si su mente estuviera a un millón de millas de
distancia.
—Ah —dijo Lord Severn. —No se sentía bien anoche, aunque insistió en ir
conmigo al concierto de Sefton. Esta mañana tampoco estaba de buen humor,
aunque juró que estaría muy bien de salud y ánimo para el picnic. Está planeando
un determinado asedio a tu corazón, Ger. Imagino que el cabello castaño de la
Srta. Seymour se verá beneficiado con el sol, ¿no?
Pero Sir Gerald no mordió su cebo, como él esperaba que lo hiciera. Su amigo
caminaba a su lado, frunciendo el ceño, mirando tan lejos como había dicho que
estaba Abigail el día anterior.
—Mira, Miles —dijo abruptamente al fin. —No es asunto mío. Ya me lo has
dicho antes, y puedo verlo con mis propios ojos. Creo que le tienes mucho cariño,
y estoy decidido a que me guste.
—Ella no puede obligarte a ir al altar —dijo el Conde, dándole una palmada en
la espalda. —No se lo permitiré, Ger. Ayudaré a preservar tu libertad con mi vida.
¿Estás tranquilo?
—¿Eh? —Sir Gerald lo miró con la mirada perdida. —Oh, eso. Escucha, Miles,
no sé si debería decirte esto o no. Podría arruinar tu matrimonio si lo hago, o
podría arruinarlo si no lo hago. Y tengo que decirte que me molesta que me
pongan en esta situación. No pude dormir anoche pensando en ello. Y no había
ninguna Priss al que quien acudir.
Lord Severn dejó de caminar. Miró fijamente a su amigo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
—Fui a caminar con ella —dijo Sir Gerald. —Parecía lo correcto, ya que por
alguna razón no tenía ni siquiera una criada con ella que la acompañara. Y me
pareció lo más civilizado, dado que yo soy tu amigo y todo eso. Además, había
decidido que debía conocerla mejor y aprender a quererla. Dios —levantó el
sombrero para pasar los dedos por sus rizos. —No lo sé, Miles. ¿Por qué estamos
aquí parados?
—Porque estamos casi en el club White´s —dijo el Conde, —y esto suena
como una charla privada. Será mejor que vayamos en otra dirección, Ger. ¿Qué ha
pasado? No intentaste nada con ella, ¿verdad? —su voz era apretada y cortada.
—¿Eh? —Sir Gerald le frunció el ceño. —¿Quieres decir si intenté coquetear
con ella? ¿Por quién me tomas, Miles? Ella es tu esposa. Además, tengo a Priss.
No, en realidad no, ¿verdad? Que el diablo se lo lleve, podría matar a ese pariente
de Priss con mis propias manos. Será mejor que la trate bien, eso es todo lo que
puedo decir. Más vale que no le tire a la cara el hecho de que era una cortesana.
Lo mataré y lo cortaré en pedacitos.
—Buen Señor —dijo impaciente el Conde—, ¿cuándo vas a admitir que estás
enamorado de la muchacha, Ger? Pero, ¿no te has pasado de la raya?
—Que el diablo se lo lleve —dijo Sir Gerald, caminando por la acera en la
dirección marcada por el Conde. —Lady Severn parloteaba sobre todas las cosas
mundo como si alguien le hubiera dicho que tenía que hablar de toda su vida en la
siguiente media hora y permanecer en silencio para siempre. Y luego me puso en
el dilema. Ni siquiera debería haber empezado a decirte esto.
—Pero lo hiciste —dijo secamente el conde. —Será mejor que termines ahora.
—Mira —dijo Sir Gerald, —Puede que esté lejos de la realidad, Miles. Puede
haber una explicación perfectamente decente. Tal vez ella quiera comprarte un
regalo especial sin que lo sospeches, en cuyo caso yo le estoy estropeando las
cosas. O tal vez estas muy cerca de ella y ella quiere algo para sí misma. No lo sé.
No lo sé. Nunca te consideré avaro, pero nunca se sabe lo que pasa entre un
hombre y su esposa. Le compraste toda esa ropa y joyas, por supuesto.
—Gerald —el Conde dejó de caminar de nuevo. —Estás empezando a sonar
muy parecido a Abby. ¿Te importaría ir al grano esta mañana, ya que hay un picnic
al que asistir esta tarde?
—Creo que debe haber perdido un montón de dinero en casa de la Sra.
Harper —dijo Sir Gerald. —Creo que sí, Miles, y tiene demasiado miedo de acudir a
ti. Me preguntó si le podía prestar 1.500 libras. Me dijo que no podría devolverlas
durante un año, pero que me pagaría fielmente y en su totalidad al terminar ese
lapso. Me pidió que no te dijera nada. No sé si se dio cuenta de que yo evitaba
comprometerme.
—Mil quinientas libras —Lord Severn miró a su amigo sin moverse. —Así de
fácil, ¿pidió tanto dinero? ¿Dio alguna razón?
—Creo que dio unas seis —dijo Sir Gerald, —pero para entonces su parloteo
se había vuelto algo incomprensible. Incluso había algo sobre los regalos de
Navidad, si no me equivoco. No sé si se refería a la Navidad pasada o la próxima.
Ha estado apostando, Miles, créeme. Y no lo digo por despecho. Es la única
explicación que encaja.
—O su hermano ha estado apostando y perdiendo —dijo el Conde. —
Alrededor de siete mil quinientas libras, o más bien siete, supongo. Ella me
compró un prendedor…
Sir Gerald se quitó el sombrero y volvió a pasar los dedos por su pelo.
—¿Ya ha recibido dinero de ti? —dijo. —Que el diablo me lleve, Miles, ¿por
qué tuve que quedarme atrapado en medio de esto? Me siento como un villano
diciéndote, pero no puedo quedarme quieto y dejar que la esposa de mi amigo se
meta en esto sin tratar de advertirle. Ella necesita que la tomen de la mano, y
mantenga sus puños a los costados, por favor. Lo digo en serio.
—Ger —el Conde se frotó la mandíbula con una mano. —Necesito estar solo.
Tengo que pensarlo. Su hermano estará en el picnic esta tarde. Tal vez hable con él
primero antes de Abordar a Abby. Te veré más tarde.
—Dios —dijo Sir Gerald, —No sé si he hecho lo correcto. Priss habría sabido
qué es lo correcto. Pero ella no está aquí.
—Una cosa —dijo Lord Severn. —¿Ger aceptaste darle el dinero?
—Habría querido —dijo Sir Gerald, —pero ella se fue corriendo antes de que
yo le diera mi respuesta. No había una razón aparente: no había nadie que viniera,
nadie a la vista. Pero se dio la vuelta sin decir una palabra y se fue corriendo, justo
en medio de un charco. Creo que tal vez fue eso, Miles. Quiero decir, creo que
quiere ayuda. No sólo necesita, sino que la requiere, pero no sabe muy bien a
quién acudir. No has sido duro con ella, ¿verdad?
—Nada más que golpearla todas las mañanas —dijo el Conde irritado. —Te
veré luego, Ger.
Y se alejó mientras su amigo lo miraba con ojos perturbados.
Era el hermano. Boris. Tenía que ser así, decidió el Conde. ¿Pero siete mil
libras para pagar sus deudas de juego sólo para que pudiera seguir jugando con la
esperanza de ganar lo suficiente para pagar las deudas de su padre? Estaban locos,
los dos.
Pero, ¿por qué no había acudido a él? Le había rogado justo la mañana
anterior que nunca le tuviera miedo. Le había dicho que así, sin miedos, era el
matrimonio que quería con ella. No le había dicho que la amaba. Parecía una cosa
absurda decir después de sólo una semana de matrimonio y de tan poco tiempo
de conocerse. Pero ella debe haber sabido que sus sentimientos estaban
involucrados en su relación. Además, había sucedido el encuentro de la noche
anterior, con sus mágicos juegos amorosos.
Pero ella no había acudido a él. En su lugar, había ido a Gerald. El pensamiento
le hizo enojar. Si la tuviera allí con él en ese momento, probablemente se habría
detenido en medio de la calle para sacudirla hasta que su cabeza se le
desprendiera del cuello.
¿Fue eso lo que la enfermó, la necesidad de más dinero? Había estado pálida y
apática y distraída la noche anterior, y cuando la interrogó, le explicó que era el fin
de su mes y que siempre estaba enferma y fuera de sí durante uno o dos días.
Incluso había elegido dormir en su propia habitación la noche anterior y, como
resultado, le había generado una noche inquieta, sin poder dormir. Había pasado
la noche despertándose y extendiendo la mano hacia la cama vacía en su ausencia.
Había echado de menos la cabeza de ella, golpeando y excavando en el hueco que
había entre su hombro y su cuello.
Una de sus antiguas amantes siempre había sufrido calambres y dolores de
cabeza durante esa semana particular de su mes. Quizás Abigail era igual, aunque
sin duda la preocupación por el dinero y la incapacidad de confiar en él lo había
empeorado. No se había reunido con él para desayunar esa mañana, sino que
había estado sentada tranquilamente en su sala de estar, sin hacer nada; así la
encontró cuando él se le acercó antes de salir de la casa.
¡Maldita sea!, pensó. No necesitaba esto. Se casó con ella porque quería una
vida pacífica, porque quería preservar su libertad e independencia mientras
disfrutaba de todas las ventajas de ser un hombre casado. No quería involucrarse
con una mujer que rápidamente se había vuelto adicta a los juegos de azar o que
tenía la tonta idea de que podía salvar a un hermano de la ruina pagando sus
enormes deudas de juego.
Si fuera sabio, iría a casa, le daría una buena paliza y la enviaría al campo,
preferiblemente no a Severn Park.
Excepto que la idea era absurda. Por un lado, en realidad, nunca había sido
capaz de ver la lógica de golpear a su esposa, o a sus hijos, simplemente porque
tenía una fuerza física superior. Por otra parte, no podría llevar a Abigail a la finca
sin ir con ella. Estaba suficientemente loco como para enamorarse de ella.
Además, el matrimonio no era como él esperaba que fuera. No había manera
de preservar la libertad y la independencia una vez que uno se casaba. Era una
contradicción de términos. Le gustara o no, su vida estaba ahora
inextricablemente ligada a la de Abigail, y la de ella a la de él. Una paliza y un
destierro podrían aliviar momentáneamente su ira, pero no resolverían nada en su
matrimonio.
Si había que creer a Gerald, no había pedido dinero de manera muy
elocuente. Su comportamiento había sugerido que estaba bastante perturbada.
¡Pobre Abby!
Sus pasos se aceleraron en la dirección del hogar.
***
Abigail estaba en una calesa abierta, girando una sombrilla amarilla sobre su
sombrero de paja, sonriendo alegremente a los caballeros de la reunión, que
paseaban cerca de ella, y charlando con gran animación con Laura, Constance, y
Srta. Lestock, la amiga de Constance.
Nadie que la mirara habría adivinado lo desgraciada que se sentía. O cuán
avergonzada estaba.
Había caminado a casa desde el parque el día anterior, después de haber
enviado el carruaje a casa más temprano, ansiosa por encontrar a su marido,
reventando para contarle toda la sórdida historia. Todo. Debía tomarlo como
pudiera. Quizás en lo que ella le diría habría motivos para el divorcio. Tal vez era
posible que un hombre obtuviera el divorcio si una dama, una mujer, se casaba
con él bajo falsos pretextos. Quizás se dirigía al peor escándalo de la década.
Pero cualesquiera que fueran los resultados, ella iba a decírselo.
Si tan sólo hubiera estado allí cuando ella llegó a casa. ¡Ojalá! La pesadilla
habría terminado. En cambio, él estaba afuera, pero su madre y Prudence estaban
arriba en la sala de estar, esperando a que ella regresara.
Habían sido muy amables. Prudence la había abrazado y le había dicho lo feliz
que la visita de Abigail la había hecho a ella y a sus hijos esa mañana, y Lady Ripley
le había dicho que ella y Miles debían unirse a su fiesta en el concierto de Lord
Sefton esa noche.
—Te has comportado con mucho espíritu en la última semana, querida —
había dicho ella. —Y si es cierto que te has visto obligada a trabajar para ganarte la
vida, también es cierto que no has hecho nada para ocultar tu pasado, sino que
has mantenido la cabeza alto y has sido bastante franca acerca de ti y tu pasado
reciente. Y Miles está enamorado de ti. Eso es evidente. Estoy orgullosa de ti.
Abigail habría estado encantada con el nuevo estado de amistad con su suegra
si no hubiera ocurrido en un momento tan inoportuno.
Cuando Miles llegó a casa, se sentía literalmente enferma y sufría de parálisis
verbal. En vez de correr a sus brazos y contarlo todo, como ella había planeado
hacer, no había dicho nada más que inventar un arsenal de mentiras deprimentes
sobre su tarde con Lady Beauchamp.
Le había dicho que estaba enferma. Y había usado esa excusa para pasar la
noche en su propia cama, incapaz de hacer el amor con tanta carga en su
conciencia. Pero había dado vueltas y vueltas y había llorado silenciosamente toda
la noche.
—Cambiaría de lugar con usted en un santiamén, señor —dijo ella ahora
riendo a Lord Darlington, quien había estado burlándose de las damas por la
comodidad con la que viajaban, —excepto que me vería muy bien en una silla de
montar masculina y no sabría muy bien qué hacer con mi sombrilla.
—Pero… Yo podría sombrear mi tez con ella, madame —dijo, riéndose de ella.
—Su propósito no es protegerme del sol —dijo Abigail, —sino hacerme ver
hermosa y seductora.
—Este es el momento en que usted debe inclinarse desde la silla de montar,
Darlington, y asegurarle a la dama que no necesita sombrilla para lograr ese efecto
—dijo Sir Gerald Stapleton.
Todos se rieron, y Lord Darlington se inclinó hacia adelante para hacer un
comentario a Constance.
Podría morir de vergüenza, pensó Abigail, mirando a Sir Gerald y sintiendo que
sus ojos se deslizaban de nuevo. Siempre había tenido la alarmante costumbre de
hablar primero y pensar después, pero la tarde anterior se había llevado el premio.
¿Cómo pudo pedirle un préstamo? Era impensable que lo hubiera hecho. Era un
extraño para ella, aunque fuera amigo de Miles. Iba a tener que buscar un
momento por la tarde para explicarle satisfactoriamente el episodio, aunque
todavía no había decidido exactamente lo que iba a decir.
Volteó la cabeza para mirar a su marido. Era difícil no seguir mirándolo cuando
se veía tan espléndido a caballo. Ella le sonrió cuando captó su atención, y se
sumergió en la sombrilla.
¡Otra gran vergüenza! ¿Cómo iba a explicarle en una semana o más que
estaba sangrando de nuevo? ¿Creería él que se debía a su matrimonio reciente y a
una actividad sexual no acostumbrada, pero tendría el coraje de decirle
exactamente eso a él? ¿había hecho que su sistema se volviera loco? ¿Por qué, oh,
por qué no le había dicho simplemente que tenía dolor de cabeza el día anterior?
Fue un alivio llegar finalmente al Parque Richmond y poder ocuparse de
organizar a todo el mundo para dar un paseo por los ondulantes prados y entre los
antiguos robles. Pronto tuvo todo arreglado a su satisfacción, y Sir Gerald estaba
paseando con Laura, Boris con la Srta. Lestock, y Lord Darlington con Constance.
Abigail deslizó su mano a través del brazo de su marido.
—Debes estar muy orgullosa de ti misma, Abby —dijo. —Todo el mundo se
comporta como una marioneta atado a una cuerda, hasta ahora.
—No te rías de mí —dijo alegremente. —No tomaré crédito por Constance y
Lord Darlington, pero me llevaré toda la gloria por Laura y Sir Gerald: ¿ve cuán
compatibles son en altura y cuán fácilmente conversan entre sí? Y observaré a la
Srta. Lestock y a Boris para ver si se puede promover un acercamiento allí. Por
supuesto, primero Boris tendrá que ser un mejor candidato. ¿Ya encontraste un
tramposo adecuado?
Había estado muy callado durante todo el almuerzo y no había sonreído ni
conversado mucho durante el viaje a Richmond. Pero sonrió ahora, y ella sintió
una punzada de alivio. Se había estado preguntando si él estaba resentido por
tener que asistir a su picnic.
—Los he estado entrevistando toda la mañana —dijo. —Hay una docena de
hombres ansiosos por el trabajo, sin mencionar a las mujeres.
—¿Las hay? —dijo ella, sonriendo ante sus burlas. —¿Y has elegido uno?
—Creo que sí —dijo, tocando su mano. —Espero que dentro de un par de
días, todo esté arreglado. Y entonces podrás relajarte y disfrutar de tu nueva vida.
Sonrió un poco pero no dijo nada.
—¿Te sientes mejor? —preguntó.
—Oh, sí —dijo ella brillantemente. —Esa indisposición no dura mucho, sabes.
Un día y vuelvo a ser yo misma.
—¿Llamo a un médico? —preguntó. —Quizá pueda recetarle algo que le
ayude.
—No, gracias —dijo ella, sintiéndose desdichada. —No siempre estoy mal —
ella odiaba la mentira. Nunca se había sentido enferma como resultado de su ciclo
mensual.
—Bueno —dijo, moviendo sus dedos ligeramente sobre los de ella, —quizás
podamos arreglarlo para cuando llegue el próximo ciclo, Abby; para que te demos
nueve meses libres de tu ciclo mensual ¿Te gustaría tanto como a mí?
—Oh —dijo ella. —¿Quieres decir...?
Pero por supuesto que sabía lo que él quería decir. Se sonrojó. Y recordó sus
razones para casarse con ella. Y pensó en lo que oiría de Rachel mucho antes de
que terminara ese mes, a menos que, de repente, pudiera producir dos mil libras
en los próximos seis días. Así, ella descartó su resolución de decirle la verdad,
incluso entonces.
Excepto que entonces era un momento bastante inoportuno.
—Sí, lo sé —dijo, sonriendo. —Hay una guardería muy acogedora en Severn
Park, Abby, pidiendo a gritos que la ocupen.
En Severn Park. Sí, por supuesto.
***
—Boris —el Conde de Severn se levantó de la manta sobre la hierba y los
restos de un banquete se extendieron sobre ella y le dio una palmadita en el
estómago. —¿Te gustaría dar un paseo para digerir este festín?
Boris Gardiner levantó la vista de su conversación con Laura y se puso en pie.
—Una buena idea —dijo. —Mi caballo puede hundirse en el medio si lo monto
como estoy ahora. Tu cocinera es digna de elogio, Abby.
—Me aseguraré de darle tu mensaje —dijo Abigail. —Estará complacida.
El Conde se agarró las manos por la espalda e hizo comentarios sobre el
tiempo mientras se alejaba del grupo con su cuñado.
—No sería justo para las damas si estuviéramos fuera por mucho tiempo —
dijo tan pronto como estaban más allá del alcance del oído de los invitados. —¿Te
importa si dejamos de hablar de tonterías y vamos al grano?
Boris lo miró con sorpresa.
—Para nada —dijo. —¿Pero cuál es el punto, por favor?
—¿Son grandes tus deudas? —preguntó el Conde, mirando hacia adelante, a
través del amplio césped.
Su cuñado se puso tenso.
—Mis deudas son mi preocupación —dijo. —Eran de mi padre, mi única
herencia, por cierto. No son de Abby y no son tuyas, Severn.
—Esas no son las deudas a las que me refería —dijo el conde. —Mi pregunta
se refería a tus deudas de juego.
Boris parecía molesto.
—No tengo ninguna —dijo. —¿Crees que apostaría más allá de mis
posibilidades cuando ya estoy cargado con las obligaciones de otro hombre? No sé
lo que Abby te ha dicho de nuestra familia, pero no todos somos totalmente sin
principios. En realidad, soy consciente de que soy el cabeza de familia, pero
también de que soy incapaz de mantener a mis hermanas.
—No quise tocar un nervio que esté en carne viva —dijo el Conde. —Según
parece, será mejor que aborde este asunto desde otro ángulo, ¿Por qué Abby
estaría visitando a la Sra. Harper? ¿Y por qué tendría una necesidad repentina de
aproximadamente siete mil libras? ¿Tienes alguna idea? ¿Ella tiene alguna
debilidad en las mesas?
—¿Abby? —Boris parecía incrédulo. —Abby tiene una aversión aún mayor a
los juegos que yo. ¿Cómo podría ser de otra manera cuando ella mantenía a
nuestra familia unida casi sin ayuda mientras nuestro padre se jugaba todo y más
que todo? ¿Y no es obvio por qué está visitando a Rachel? ¡Oh!, Dios, no te lo ha
dicho, ¿verdad?
—No, no lo ha hecho —dijo Lord Severn en voz baja. —Por alguna razón, creo
que Abby me tiene un poco de miedo. Será mejor que me lo digas, Boris.
—Admiración y respeto más que miedo, supongo —dijo Boris.
—Siempre le molestó a Abby que no fuéramos tan respetables, que nuestro
padre frecuentemente se burlara de sí mismo en público y como resultado nos
hiciera sufrir a todos desaprobación e incluso algo de ostracismo social. Ella lo
superó amándonos a todos ferozmente y manejándonos y cuidándonos a todos
como una madre. Y, levantando la barbilla en público, diciendo cosas
frecuentemente escandalosas para que la gente pensara que no le importaba.
Pero ella sí lo hacía, si le importaba. Más que a cualquiera de nosotros. Creo que
se preocupaba por nuestro padre más que el resto de nosotros.
—¿Tu padre bebía? —preguntó el Conde.
—Como un pez proverbial —dijo el otro. —Bebió hasta morir. Abby tuvo que
dársela como medicina al final. A pesar de todo, ella fue muy amable con él, como
si fuera un bebé.
—¿A pesar de todo? —preguntó el Conde.
—No era un hombre agradable —dijo Boris. —Y esa es una forma educada de
decir que era egoísta y brutal. Abby y yo tuvimos la suerte de que no fuera tan
malo con nosotros cuando éramos niños pequeños. Cuando se ponía furioso, era
nuestra pobre madre la que sufría los moretones. Pero en años posteriores Abby
tuvo que trabajar duro para proteger a los más pequeños. Normalmente era lo
suficientemente astuto como para ir por ellos cuando yo no estaba cerca. Y me
temo que he hecho de hermano irresponsable durante muchos años y me he
mantenido alejado de casa tantas veces como he podido. Abby lo hacía todo
incluso antes de que Rachel se fuera. Igualmente, nos mantuvo a todos unido
después.
—¿Rachel? —dijo el Conde.
—Abby debió habértelo dicho antes de casarse contigo —dijo Boris. —La
regañé por no hacerlo, y creo que le di la idea de que te había gastado una mala
pasada. Obviamente ha tenido miedo de decírtelo. Tal vez tenga una buena razón.
¿Quién sabe? Pero lo vas a averiguar de todos modos, ¿no?
—Sí —dijo el Conde.
—Rachel es nuestra madrastra —dijo Boris, —madre de Clara y Beatrice. Se
casó con nuestro padre desafiando a los suyos y vivió para arrepentirse casi desde
el primer momento. Él le dio varias palizas severas. Finalmente huyó con otra
persona y apareció aquí como la Sra. Harper.
—Ya veo —dijo Lord Severn. —Pensé que la señora estaba muerta.
—Bueno, no lo está —dijo Boris, —y Abby debería mantenerse alejada de ella.
Ya no es como antes. Solía ser una pobre criatura abyecta. La amargura ha
cambiado todo eso. Rachel ha aprendido a cuidar de sí misma a costa de los
demás.
—¿No sabes nada de siete mil libras? —preguntó el Conde.
Boris agitó la cabeza.
—¿Sería para Rachel? —dijo. —¿Chantaje, tal vez? ¿Sería Abby tan tonta
como para pagarle a la mujer para que te oculte todo esto? ¿Es tan importante
para ella que tengas una buena opinión de ella? —miró con franqueza a su cuñado
por un momento. —Sí, supongo que podría serlo. Abby nunca había esperado
mucho de la vida para sí misma. Cuando todo se desmoronó después de la muerte
de nuestro padre, temí por ella. Parecía como si se hubiera convertido en mármol.
Pensé que quizás todo había muerto en ella. No le eches la culpa de esto, Severn.
Ella no puede evitar nada de lo que ha pasado. En efecto, durante todo el tiempo
que pudo, se entregó por el bien del resto de nosotros. Incluso por mi padre,
maldito sea.
—La amo —dijo el conde en voz baja. —No tienes que alegar su causa ante mí,
Boris. Amo a tu hermana.
—Bueno, entonces —dijo Boris, —después de todo, tal vez haya algo de
justicia en este mundo.
—La pregunta es —dijo Lord Severn, —¿cuánto la amas?
Su cuñado lo miró fijamente.
—Ya hemos estado demasiado tiempo lejos —dijo el Conde. —Voy a ser
breve. Abby ha inventado un plan magistral por el cual debo contratar a un
tramposo, pagarle para que se encargue de que ganes una fortuna, y luego verte
pagar las deudas de tu padre con parte de ella y vivir feliz para siempre con el
resto, sin saber que no le debes tu felicidad a la Dama de la Suerte.
La mandíbula de Boris se endureció.
—Sabes cuál será mi opinión sobre esa ridícula idea —dijo.
—Nunca nos hubiéramos salido con la nuestra —dijo el Conde. —Pero Abby
no lo sabe. Ella cree que es un plan espléndido.
—Ella supone eso —dijo Boris. —¿Ya has descubierto que ella carece de
sentido común?
—A veces su corazón domina su cabeza —dijo Lord Severn. —Creo que es la
cualidad en ella que amo por encima de todas las demás. Su plan va a funcionar,
Boris, hasta el último detalle.
Su cuñado se rió.
—Lo habría sabido incluso sin previo aviso, me habría dado cuenta del ardid —
dijo. —Claramente está fuera de discusión ahora, Severn.
—¿Todavía quieres comprar un nombramiento en el ejército? —preguntó el
Conde. —Esa era tu ambición, ¿no es así? Creo que no eres demasiado viejo. Si es
lo que aún deseas, entonces ganarás lo suficiente para pagar las deudas de tu
padre y comprar un par de colores18. Estarás asombrado y extático de tu buena
fortuna. Y después harás tu propio camino en el mundo.
Los modales de Boris se endurecieron de nuevo.
—Esa es mi preocupación —dijo. —No toleraré interferencias, Severn, bien
intencionadas como sé que son. No soy de tu incumbencia.
—Pero sí de Abby —dijo Lord Severn. —Voy a hacer esto por su felicidad, no
por la tuya. Y si la amas, si deseas devolver algo del amor que ella te prodigó a ti y
a tu familia, entonces me dejarás hacerlo. Sé que esto significará sacrificar algo de
tu orgullo. Pero recuerda algunos de los sacrificios que Abby ha hecho en su vida.
Boris apretó los dientes.
—¡Diablos! —dijo.
—Recuerda que tu padre también era el suyo —dijo Lord Severn, —y mi
suegro.
—Me has acorralado con firmeza en una esquina, ¿no? —dijo Boris, su voz
revelando su frustración.
—Me temo que sí —dijo el Conde. —Aplicaré todas mis armas, cuando la
felicidad de Abby esté en juego.
—No entiendo —dijo Boris. —La conoces desde hace menos de dos semanas.
El Conde sonrió.
18
NT. Colors. Hace referencia a la práctica de llevar colores, insognias y estandartes en las diferentes fuerzas armadas. Estos
colores – insignias están relacionados con tipo de ejército, rangos y ubicación geográfica del destacamento al que se pertenece.
—No hace falta conocer mucho tiempo a Abby para saber que es una gema
muy preciosa —dijo. —La buena fortuna me sonreía cuando decidió buscarme
para recordarme un parentesco muy lejano. ¿Tenemos un acuerdo?
—Eso parece —dijo Boris, —aunque desearía que hubiera otra manera.
—No la hay —dijo el Conde. —Dame tu dirección y te llamaré mañana. Le diré
a Abby que todo está listo para mañana por la noche. La visitarás la mañana
siguiente para deleitarla con la noticia de tu buena fortuna y el gran éxito de su
plan. ¿Nos reunimos con las damas?
—Supongo que sí —Boris se rascó la nuca. —¿Por qué tan a menudo uno
puede abrazar a Abby y darle un sacudón al mismo tiempo?
El Conde sonrió.
—Me estoy familiarizando con el sentimiento —dijo.
Capítulo 15
—Fue muy controvertido con Boris —dijo Abigail. —Pero creo que el picnic
salió bien, ¿verdad, Miles?
El Conde de Severn se sentó en su silla y giró el tallo de su copa de vino vacía
entre sus dedos.
—Si la cantidad de comida consumida fuera un indicador —dijo, —tendría que
decir que fue un éxito rotundo, Abby. ¿Qué hizo Boris para provocar tu ira?
—Oh —dijo ella, —monopolizó la atención de Laura durante el té, y luego,
cuando volviste de caminar con él, se la llevó a dar un paseo. Fue muy provocador.
—¿Mientras el amante ardiente jadeaba en el fondo? —dijo. —¿Pero por qué
Gerald no pudo retenerla mientras yo hablaba con tu hermano?
—Porque Lord Darlington estaba hablando de caballos con él —dijo Abigail, —
con gran amplitud. Podría haberlos interrumpido. Sin embargo, no debo ser
impaciente. Tendrán todo el verano para conocerse mejor. Y hubo una chispa
definitiva esta tarde, ¿no es así?
—Abby —el Conde le sonrió. —Ves a Gerald sin mujer y a la edad de treinta
años, y sientes que debes añadir una mujer y felicidad a su vida. Ves a la Srta.
Seymour, guapa y sola, ganándose la vida como institutriz, y quieres añadir brillo y
un matrimonio a su vida. Tus sentimientos son admirables. Pero, sabes, no puedes
vivir la vida de otras personas por ellos.
—No tengo intención de hacerlo —dijo ella. —Sólo quiero darles la
oportunidad de conocerse y darse cuenta de lo compatibles que son.
—Gerald está enamorado de otra persona —dijo. —Y creo que la Srta.
Seymour pronto estará también en ese estado de felicidad, si es que no lo está ya.
Abigail lo miró fijamente.
—¿Sir Gerald? —dijo ella. —¿Enamorado? ¿Y no de Laura? ¿De quién,
entonces?
—Con alguien a quien conoce y a quien quiere desde hace más de un año —
dijo. —Sólo ahora se está dando cuenta, creo, de que no puede vivir sin ella.
Ella le miró fijamente a los ojos.
—¿Una amante? —preguntó.
Asintió con la cabeza.
—Una chica dulce —dijo. —Por supuesto, no esperaría enamorarse de su
amante, y ha estado bastante ciego a sus sentimientos. Cree que se opone al
matrimonio y a las mujeres en general. Pues no es así… solo se opone a algún
matrimonio que no involucre a su Priss.
—Oh —dijo ella, —¿y qué hay de Laura? ¿Dónde vamos a encontrar un marido
para ella?
—Me imagino que no tenemos, en lo absoluto, la responsabilidad de
encontrarle uno —dijo. —Pero creo que ya lo has hecho, Abby.
Ella frunció el ceño.
—¿Yo? —dijo ella. Sus ojos ardían. —Y no menciones a Humphrey Gill, Miles.
No lo has visto. Además, es años más joven que Laura.
Se rió.
—Abby —dijo, —¿eso que tienes ahí es una nariz en tu cara? ¿Puedes ver más
allá del final de tu nariz?
Ella lo miró con muda indignación.
—Esta tarde tu hermano y tu mejor amiga no tenían ojos para nadie más que
el uno para el otro —dijo. —Un ciego se habría dado cuenta de ello. De hecho,
desaparecieron de la vista durante diez minutos enteros después del té, y cuando
reaparecieron, la cara de la Srta. Seymour se veía notablemente sonrosada, de
hecho, como si hubiera sido besada a fondo.
—¿Boris? —dijo ella, tratando de mostrarse inexpresiva. —¿Y Laura?
—Planeo poner en acción mi truco de mala reputación mañana por la noche
—dijo. —Viene altamente recomendado, Abby. Nunca ha sido atrapado en su vida,
ni siquiera por el más astuto de los jugadores de cartas. Después de mañana por la
noche tu hermano debería estar en posición de ofrecer algún tipo de futuro a una
joven que no tenga muchas expectativas de una gran fortuna.
Abigail dobló su servilleta con mucho cuidado y la puso al lado de su plato de
postre vacío.
—Laura —dijo ella. —Y Boris. Ella sería mi cuñada. Mi cuñada —ella sonrió. —
¿Estás seguro?
—¿Que se convertirá en tu cuñada? —dijo, sonriéndole. —No. ¿Que tienen los
ojos estrellados el uno sobre el otro? Definitivamente.
—Bueno —dijo ella. —Bueno.
—Abby se quedó sin habla —dijo Lord Severn, levantándose de su lugar y
acercándose a la mesa para retener su silla por ella. —Debo haberte dado noticias
sorprendentes. ¿Estás segura de que no quieres ir a casa de los Vendry esta
noche?
—Me gustó tu sugerencia —dijo, —de que volviéramos a pasar la noche en la
biblioteca, los dos solos. ¿No encuentras mi compañía aburrida, Miles?
—¿Aburrida? —dijo, cogiendo su mano de su brazo. —Si pienso en todas las
noches que hemos pasado juntos, Abby, la que más me llama la atención es la que
pasamos juntos en casa. Creo que me gusta ser un viejo y serio hombre casado.
Ella sonrió.
—Laura y Boris —dijo. —He sido muy tonta, ¿no?
—Ahora bien, ¿cómo puedo estar de acuerdo con eso —dijo, —sin parecer
poco galante? Ansiosa, creo, sería una mejor palabra. Ansiosa por ver la felicidad
de tu amigo y la mía.
—¿Se casará Sir Gerald con su amante? —preguntó. —¿Está hecho?
—No está hecho —dijo, —aunque no hay ninguna ley que lo impida, por lo
que yo sé. De todos modos, puede que ya sea demasiado tarde. Lo dejó hace una
semana para casarse con otra persona. O quizás la realidad de la situación todavía
no le ha golpeado en la nariz. No lo sé, Abby.
—Tal vez, Miles —dijo ella, —deberías decirle, que...
—No —dijo con firmeza.
Ella suspiró.
—Tengo que subir a bordar —dijo ella.
—¿Lo harás? —dijo. —Entonces te veré en la biblioteca dentro de unos
minutos.
***
Había sido un cobarde, pensó el Conde de Severn mientras sacaba el libro que
estaba leyendo de un estante y se sentó en su silla favorita junto a la chimenea.
Había mucho de qué hablar, y tenía la intención de hacerlo tan pronto como
llegaran a casa. Pero Abigail se había alegrado y había desaparecido en su
habitación, tarareando sin ton ni son.
Había intentado hablar con ella en la mesa, pero se había dado cuenta tan
pronto como estuvieron juntos que no podía hablar de asuntos tan privados y
personales en presencia de sirvientes.
Le había sugerido que se perdiese el entretenimiento de la noche, con la
intención de llevarla a la biblioteca y tener su charla con ella. Sin embargo, le
seducía el recuerdo de aquella noche que habían pasado juntos, y se estaba
estableciendo en una esperada repetición de la misma. Ella entraría con su
bordado y se sentaría frente a él, y él se relajaría con su libro, concentrándose en
él; pero aun así sintiendo la satisfacción de saber que ella estaba allí con él.
Dejó el libro con impaciencia y se puso en pie. Se puso de espaldas a la
chimenea, con las manos entrelazadas detrás de él, y la miró cuando ella entró
unos momentos después, con su bolsa de trabajo en una mano.
—Todos en casa se habrían sorprendido al ver lo dedicada que llegaría a ser
algún día como costurera —dijo. —El bordado nunca fue uno de mis logros.
—Supongo —dijo, —que estabas demasiado ocupada secando lágrimas,
calmando dolores de cabeza, vendando cortes y contando historias. Y cuidando a
tu padre.
Ella le sonrió un poco insegura y se sentó en la silla que había ocupado unas
cuantas noches antes.
—La vida nunca fue aburrida en casa —dijo.
—Y compensando a dos niñas pequeñas por la deserción de su madre —dijo
él. —Protegiéndolas de las violentas rabias de un padre borracho, sustituyendo al
medio hermano que podría haber estado allí para protegerlas él mismo pero que
estuvo fuera gran parte del tiempo.
—¿Qué te dijo Boris? —dijo ella, soltando el bolso, que cayó al suelo con un
golpe.
—Y llevando todas las cargas del mundo sobre tus hombros —dijo. —Y
buscando la felicidad de todos menos la tuya, Abby.
—¿Qué te ha dicho Boris? —ella lo miró desde sus grandes ojos grises.
—Basta —dijo. —Suficiente para creer que lo entiendo todo, Abby. Excepto tu
opinión de mí. ¿Realmente pensaste que haría una diferencia para mí?
—¿Sabes lo de Rachel? —su voz era un susurro.
—¿Sobre la Sra. Harper? —dijo. —Sí.
—Dije que era tu prima —dijo ella. —Te casaste conmigo, sin saber nada más
de mí. No lo habrías hecho si hubieras sabido lo destartalados que somos. Un
padre borracho y violento que nos avergonzaba en público, que abusó de nosotros
en privado y se jugó toda la herencia de su hijo y toda la seguridad de sus hijas.
Una madrastra que se escapó con otro hombre y que ahora maneja una casa de
juego y un burdel en Londres. Incluso lo que sabías ya era bastante malo. Me
habían despedido de mi trabajo por coquetear con el hijo de mi empleador. Sí,
Miles, pensé que haría una diferencia. De hecho, sé que lo habría hecho.
—Abby —dijo, con la cabeza a un lado.
Ella lo miró, con la mandíbula abierta, con la cara pálida.
—¿Puedes decirme honestamente —dijo, —que no habría sido posible? Si te
lo hubiera contado todo esa primera mañana, ¿qué habrías hecho? ¿Me habrías
dado una carta de recomendación? Creo que no. ¿Me habrías enviado en mi
camino con unas monedas? Probablemente ¿Me habrías propuesto matrimonio?
Nunca. ¿Y crees que no he tenido ese hecho en mi conciencia?
—¿Y para eso eran las seis mil libras? —preguntó. —¿Y las mil quinientos más
que trataste de pedir prestadas?
Ella se miró las manos bruscamente.
—Pensé que era un caballero —dijo ella.
—Lo es —dijo. —Estaba preocupado por ti, Abby. Primero pidiendo el dinero y
luego saliendo corriendo sin esperar una respuesta. Pensó que yo era la mejor
persona para ayudarte. ¿Tu madrastra te está chantajeando, amenazando con
venir a mí con todos estos hechos?
Vio sus manos retorciéndose fuertemente en su regazo.
—Amenazó con llevarse a Bea y a Clara —dijo. —Dijo que se iría al continente
si tuviera cinco mil libras. Las amo, Miles. Son sólo niñas pequeñas y ya han sido
forzadas a vivir con trastornos perturbadores. Me mató, sé que pensarás que estoy
dramatizando, pero es cierto que mató algo dentro de mí, cuando las perdí la
primera vez. Pero no había forma de que pudiera mantenerlas conmigo. Luego,
después de dos años enteros, la esperanza se reavivó y ella trató de romperla de
nuevo de la manera más cruel. Habría llevado a esas niñas a esa casa.
—No, no lo habría hecho —se agachó sobre sus caderas y tomó las frías
manos de ella en las suyas. Estaban rígidas de tensión. —Tendría que gastar
tiempo y dinero en ellas si las tuviera aquí con ella, Abby. Pero ella sabía que tú las
amabas. Ella sabía que tú eras una madre para ellas entre el momento de su
partida y la muerte de su padre. Y sabes que no siempre piensas con la cabeza sino
con el corazón. Ella vio un camino seguro hacia un suministro interminable de
dinero. ¿Cuánto le has dado?
—Cinco mil —dijo ella, sus ojos en sus manos entrelazadas.
—¿Y ella quiere mil quinientos más?
—Dos mil —dijo ella. —Eso es todo, Miles. Se irá tan pronto como los tenga.
—Tú no crees en eso más que yo —dijo.
Había una mirada en blanco en sus ojos, y una de sus uñas se clavó
dolorosamente en la palma de su mano.
—Pero déjame dárselo de todos modos —dijo. —Miles, sólo esta vez, para
evitar lo desagradable. Le diré que será la última. Le diré que lo sabes todo y que
te encargarás de que Bea y Clara vengan a mí. Entenderá que no puede haber más.
Sé que es pedirte mucho dinero, pero puedes quitármelo de mi mesada para el
año que viene. Y de hecho seis mil libras es demasiado para mí. No hubiera soñado
con pedir tanto si no lo hubiera necesitado tan desesperadamente. Iré mañana...
—Abby —dijo, alejando el corte de la palma de su mano de la uña. —Silencio,
querida. No tienes que estar tan agitada. Yo mismo visitaré a la Sra. Harper y le
diré...
—¡No! —dijo ella bruscamente. —No, Miles. Será mejor que me vaya. Nos
conocemos y nos entendemos.
—Iremos juntos si insistes —dijo. —Pero no debes ir sola, Abby. Lo prohíbo
expresamente.
—Oh —dijo ella. —Pero, Miles, ¿le daremos el dinero? ¿Por favor? Lo prometí
y no puedo sentirme bien por no cumplir una promesa.
Había una mirada de algo en sus ojos: terror, desesperación, no estaba muy
seguro de qué, y una de sus uñas se clavó dolorosamente en la palma de su mano.
—Realmente no hay necesidad de hacerlo —dijo. —De hecho, no deberíamos
hacerlo, Abby. A nadie se le debe permitir salirse con la suya con chantaje o
extorsión —miró su cara de cerca. —Pero si te hace sentir mejor, tal vez hagamos
una excepción en este caso. Pero no habrá ni un centavo más.
—Gracias —susurró ella. —Te estoy costando una cantidad prodigiosa de
dinero, ¿no es así, con mis propias deudas y las de Boris?
Se puso de pie y la levantó con él y la abrazó.
—Creo que probablemente vales diez veces más, Abby —dijo. —De hecho,
creo que tal vez eres invaluable.
—¿No soy simple y aburrida, y es probable que me desvanezca en el fondo de
tu vida? —preguntó. —¿No soy alguien a quien llevar a Severn Park y dejar allí
para siempre?
Buscó en sus ojos, a unos centímetros de los suyos.
—Lo escuché de los caballeros en el palco al lado del nuestro en el teatro —
dijo ella.
Cerró los ojos brevemente.
—Abby —dijo.
—Está bien —dijo ella rápidamente. —Sé que no soy encantadora. No hiciste
ninguna afirmación falsa cuando te ofreciste por mí.
—¿Te has sentido culpable por ocultarme información? —dijo él. —No he
sentido menos culpa por haberte elegido de forma tan flexible para encajar en un
ideal cínico que creía deseable. ¿No deberíamos perdonarnos mutuamente y
seguir con nuestras vidas?
La vio y oyó tragar.
—Sí —dijo ella.
—No te pareces en nada a la mujer que creí que eras esa mañana —dijo. —
Me serviría bien poco si lo fueras. No podría haber elegido mejor si hubiera pasado
todo un año buscando con el corazón.
Ella le miró con recelo.
Le sonrió a ella en los ojos.
—¿Ya terminó todo? —preguntó. —¿Está todo al descubierto por fin? ¿Todos
los detalles sórdidos que no queríamos compartir entre nosotros?
Ella asintió, sus ojos en el cuello de él.
—Y hemos sobrevivido —dijo, —y seguimos juntos. Y, gracias a Dios, sí, en
realidad estamos en los brazos del otro. ¿Abby, Crees que hay esperanza para
nosotros y nuestro matrimonio?
Ella asintió y apoyó su frente contra el cuello de él.
—Pero qué necia fuiste —dijo, —al creer que pensaría lo peor si hubiera
sabido toda la verdad sobre ti. Lo que he oído sólo ha profundizado mi afecto por
ti. ¿Me prodigarás tanto amor y lealtad a mí y a nuestros hijos como a tu propia
familia?.
—Sí —dijo ella.
—¿Lo harás, Abby? —él apretó los brazos alrededor de ella.
Ella se alejó de él después de unos momentos.
—¿Te importa si no bordamos esta noche después de todo? —me preguntó.
—El día ha sido muy ajetreado y emotivo. Me siento mal de nuevo.
La miró con preocupación inmediata.
—¿El dolor de cabeza? —dijo. —¿Calambres? ¿Te sientes biliosa?
—Sí —dijo ella. —Pero no dejes que te moleste. Veo que tienes tu libro listo
para leer. Me iré a la cama.
—¿A la tuya? —preguntó. —Esperaba tenerte en la mía de nuevo esta noche,
Abby. Déjame ir contigo ahora, y te abrazaré hasta que duermas. El libro puede
esperar. Preferiría estar contigo.
Ella agitó la cabeza.
—Estaré más cómoda sola —dijo.
La abrazó y la besó calurosamente en los labios.
—Adelante, entonces —dijo. —Tomaré un trago caliente y te enviaré algo de
láudano.
—Gracias —dijo ella. —Buenas noches, Miles.
—Buenas noches —dijo. —Me alegra que hayamos tenido esta charla, Abby, y
que hayamos aclarado las cosas entre nosotros. Sólo lamento que la tensión de
todo esto te haya vuelto a enfermar.
Ella sonrió y se alejó de él. La vio salir de la habitación, y permaneció de pie
donde estaba durante mucho tiempo, pensando, con las manos pegadas a la
espalda.
Él frunció el ceño.
***
***
Abigail pasó solo una hora con sus amigos. Lady Chartleigh deseaba llegar a
casa temprano porque su esposo la llevaba a ella y a su hijo al anfiteatro de Astley
por la tarde.
—Estoy segura de que Jonathan es demasiado joven para apreciar la
actuación de los héroes y las heroínas —dijo, —pero Ralph y yo lo disfrutaremos
todo, y tener un hijo nos da una excusa para ir —se rió alegremente. —Pronto
regresaremos a la finca. Ralph estaría feliz de vivir allí toda su vida, pero se ve
obligado a ir a la ciudad durante unas semanas cada año por mí, aunque no tiene
necesidad de hacerlo. Soy feliz dondequiera que Ralph esté.
—¡Georgie! —dijo su hermana. —Sabes que te consumirías si no pudieras ver
la última moda al menos una vez al año y bailar toda la noche un par de veces.
Lady Chartleigh se rió de nuevo.
Abigail no quería volver a casa tan temprano. Cuanto menos tiempo tuviera
para pensar, más contenta estaría. Decidió que ella se entrevistaría con Laura. Tal
vez la Sra. Gill quedó lo suficientemente impresionada por su nuevo título y sus
prerrogativas como para permitirle pasar un poco de tiempo en el salón de clases.
La buena fortuna le sonreía, la encontró un poco más tarde. La Sra. Gill estaba
fuera de casa con los niños, y Laura acababa de regresar de hacer un recado. Edna,
la pequeña criada delgada y nerviosa, llevó a Abigail hasta la habitación de Laura,
aunque Abigail le aseguró que no necesitaba esforzarse.
—Qué bien se ve, Srta. Gardiner, mom 19… —dijo. —Quiero decir, mi Lady,
mom…
—Gracias, Edna —dijo Abigail. —¿Te caíste y te lastimaste?
La chica tocó el moretón de su mejilla.
—Me tropecé con la puerta, eso fue lo que sucedió, mi Lady, mom… —dijo
ella. —No miraba por donde iba. Suerte que no me saqué el ojo.
Laura estaba sentada en el pequeño escritorio de su habitación. Se puso de
pie de un salto cuando vio quién estaba en la puerta.
—Abby —dijo ella. —¿Has venido a visitarme? Qué amable de tu parte. ¿Te
agradecí ayer por invitarme a tu picnic? Fue una tarde maravillosa.
—Me lo agradeciste al menos una docena de veces —dijo Abigail. —Pero he
estado escuchando cosas extrañas, Laura.
—¿Oh? —Laura hizo un gesto a su amiga para que se sentara en una silla.
—He estado tratando de promover un encuentro entre usted y Sir Gerald
Stapleton —dijo Abigail. —Estaba decidida a casarlos antes de que terminara el
verano.
—Lo sospechaba —dijo Laura. —Pero no sucederá, Abby. No hay chispa de
atracción entre nosotros.
—Miles me dijo anoche que Sir Gerald suspira por una amante que lo dejó
hace poco, pobre hombre —dijo Abigail. —¿No es eso deliciosamente
escandaloso? —ella se rió.
—Oh, querida.— Laura se sonrojó.
—Más al grano —dijo Abigail, —también me dijo que tal vez pronto tendré
una nueva cuñada.
Laura se sonrojó.
—¿Oh? —dijo cortésmente.
—Y dijo que Boris te había estado besando entre los árboles —dijo Abigail. —
Ahora, ¿no es eso deliciosamente escandaloso?
19
NT. Mum. Mom. Refiere a una mujer que hace mucho por una familia (cualquier cosa), trabaja cada día, con un día al mes de
descanso; cuida a los niños . Le hace regalos a la familia, con amor incondicional; nunca se olvida el amor que ella prodiga a la
familia.
—Oh —Laura se puso de pie abruptamente. —Era sólo la belleza de la tarde,
Abby, y el romance del ambiente. Me olvidé de mí misma por unos momentos.
Sólo soy una institutriz, la hija menor de un pobre párroco. No olvidaría quien soy
como para aspirar a tu hermano. Lo siento.
—¿Para aspirar a Boris? —dijo Abigail. —No tiene una pluma con la que volar,
Laura. Y sabes quién era nuestro padre y quién es nuestra madrastra.
—¿No estás enfadada? —preguntó Laura.
—¡Enfadada! —Abigail se rió alegremente. —Estoy extasiada. Planeé que
fueras la esposa del amigo de Miles. Y sin embargo, ahora existe la posibilidad de
que seas mi cuñada.
Laura se dio la vuelta.
—No se puede hablar de matrimonio —dijo, —o no, al menos durante mucho
tiempo. Y no... —ella levantó una mano. —No digas que harás que Lord Severn
haga algo por nosotros. Boris no lo permitiría y yo tampoco, Abby.
Abigail sonrió.
—¿Boris? —dijo ella. —¿Y han hablado de matrimonio? No me di cuenta de
que mi hermano trabajaba tan rápido.
Laura se mordió el labio.
—Abby hemos paseado dos veces desde que nos presentaste en el teatro —
dijo.
La sonrisa de Abigail se amplió.
—Tengo una premonición —dijo— de que muy pronto Boris tendrá suerte en
las mesas y ganará una fortuna. Podrá pagar las deudas de nuestro padre y llevarte
a vivir feliz para siempre con él.
La cara de su amiga se nubló.
—No, Abby —dijo ella. —Trato de no soñar demasiado. Y nunca depositaría
mis esperanzas en la suerte de una mesa de juego. Me digo a mí misma que
dentro de cinco años seguiré aquí. Soy afortunada. Al menos tengo trabajo.
Abigail hizo un gesto de impaciencia.
—¿Se ha portado bien el Sr. Gill? —preguntó. —¿Y Humphrey? Si no lo han
hecho, debes venir a vivir con nosotros incluso antes de que nos vayamos a la
finca. Miles ha dicho que debemos llevarte lejos si te están molestando.
—Es muy amable de su parte —dijo Laura, —pero no es necesario. He sido
capaz de mantenerlos a ambos a raya. Pero, oh, Abby. Pobre Edna.
Abigail miró la cara problemática de su amiga.
—¿No se topó con una puerta? —preguntó.
—¿Es eso lo que te dijo? —Laura frunció el ceño. —Creo que Humphrey la
violó, Abby. Ella no lo admitiría a pesar de que estaba llorando en el piso de abajo,
al punto de romperme el corazón. Ella simplemente dijo que él la había abrazado
bruscamente y la había besado. Pero creo que la violó.
Abigail se puso de pie y se dirigió a la puerta.
—¡Edna!— gritó por las escaleras. —Ven aquí inmediatamente.
—Sí, mi Lady, mum —dijo una voz desde abajo, y la propia Edna llegó
corriendo un momento después.
—Edna —Abigail la tomó del brazo y la llevó a la habitación de Laura. Ella
cerró la puerta detrás de ella. —¿Qué te hizo Humphrey Gill? Dime la verdad
ahora.
Edna miró asustada a Laura.
—Él me besó, mum —dijo, —y me ató las manos cuando le dije que no. Yo no
lo pedí, mum. No me importa lo que diga la cocinera, no le di en el ojo. Y tampoco
me dio dinero, mum, aunque la cocinera dice que debió hacerlo.
—No dudo de ti —dijo Abigail. —Quiero saber qué te hizo, Edna. ¿Te violó?
—Me besó y me ató… me agarró por las manos, mom —dijo la chica.
—Edna —dijo Abigail, —si esa es la verdad, pondré mi nariz en el aire y miraré
fríamente a lo largo de ella, y usaré todos los privilegios de mi nueva posición
cuando vaya a hablar con la Sra. Gill. Me encargaré de que no vuelva a suceder. Si
te violó, te sacaré de aquí y te daré un puesto en mi propia casa. Y haré que el
Conde me aconseje sobre lo que se puede hacer para castigar a Humphrey. Dime
la verdad, ahora. ¿Sólo te besó, o se metió dentro de ti?
Laura se volvió bruscamente y los ojos de Edna se abrieron de par en par.
—Eso, mom —dijo después de un silencio. —Lo que dijiste de último, mom.
Pero nunca lo pedí, nunca. Siempre he sido una buena chica, mom. Y ahora nunca
tendré marido.
—No perdería la esperanza —dijo Abigail. —¿Quieres venir conmigo?
—¿Ahora? —Edna dijo. —¿Contigo, mom? ¿Para la casa del Duque?
—Él es mi Lord —dijo Abigail. —Es un Conde, no un Duque, Edna. ¿Quieres
venir?
—Sí, Srta. Gardiner —dijo la chica, con los ojos muy abiertos. —Quiero decir,
mi Lady.
—Entonces ve a empacar tus cosas —dijo Abigail. —¿Tienes mucho?
—No más que un pequeño bulto, mom —dijo la chica. Y se apresuró a salir de
la habitación.
—Si Humphrey puede pagar por esto —dijo Abigail con maldad, —Quiero ver
que así sea.
—Abby —dijo Laura. —Qué maravillosa eres. También has sido muy
afortunada, pero no ha olvidado a todos los demás que lo han sido menos. ¿Qué
dirá Lord Severn?
—Oh, querida —dijo Abigail. —Tendrá miedo de dejarme salir sola. Ya he
añadido a Ellen a su personal en los últimos días: era la pobre costurera de la que
le hablé. Y ahora Edna. Debería haberlo pensado antes de hablar, ¿no? Oh,
querida.
—Bueno, estoy muy feliz por Edna —dijo Laura. —Y tengo una gran fe en la
comprensión de Lord Severn.
—Ése es todo el problema —dijo Abigail. —Es demasiado comprensivo y
amable. Y, oh, Laura, acabo de pensar en algo que dijo anoche después de que
nosotras... Cuando estábamos en b.... Acabo de recordar. Creo que debería ir a ver
si Edna necesita ayuda. No te preocupes por Boris. Sé que todo va a salir
espléndidamente bien y que tú vas a ser mi cuñada. No se me ocurre nada que me
guste más.
Salió corriendo de la habitación y subió por las estrechas escaleras hasta el
ático de los sirvientes menores. Ella trató de no recordar su voz murmurando
silenciosamente en su oído que él la amaba. Ella no quería que fuera verdad.
Ella sería su esposa, quizás incluso su amante. Pero no quería ser su amor. Ella
no quería que él la amara. No podría vivir con su culpa si él la amaba.
***
El Conde de Severn había advertido a su cuñado que viniera temprano con su
noticia a la mañana siguiente, ya que iba a acompañar a su esposa a la casa de la
Sra. Harper. Pero en realidad no esperaba que el hombre los encontrara cuando
apenas se habían sentado a desayunar. Abigail había estado pálida y distraída.
Había dado vueltas y vueltas y murmurado en sus brazos durante gran parte de la
noche.
—Ah, desayuno —dijo Boris, sonriéndoles ampliamente y frotándose las
manos. —He venido a reunirme contigo.
Abigail lo miró de cerca.
—¿Qué pasa? —preguntó. —Oh, ¿qué pasa?
—¿Tiene que ser por algo? —preguntó, riéndose de ella. —¿No puedo
desayunar con mi hermana y mi cuñado?
Abigail se puso en pie.
—Dime —dijo ella. —Dímelo o te daré una paliza y te dejaré un rosetón en el
pecho.
Boris se volvió a reír.
—¿No puedes controlarla, Miles? —preguntó.
—No —dijo el Conde. —Pero aún no he sentido la necesidad de intentarlo.
Siéntate, Boris. ¿Qué vas a tomar?
Abigail tenía las manos pegadas a su pecho.
—Ha ocurrido, ¿verdad? —dijo ella. —Puedo ver por tu cara, Boris. Ha
ocurrido, ¿verdad?
Él caminó alrededor de la mesa sin decir una palabra y de repente la agarró
por la cintura y la giró en un círculo completo.
—No podía hacer nada malo —dijo. —Fue una de esas noches encantadoras.
Tenía miedo de que me acusaran de hacer trampa, todo fue tan bien. Parecía
demasiado bueno para ser real. Una fortuna, Abby. Una verdadera fortuna.
Abigail gritó y el Conde asintió a su mayordomo para que saliera de la
habitación.
—¿Suficiente para pagar las deudas de papá? —preguntó. —¿O al menos
algunas de las peores de ellas?
—Mejor que eso —dijo. —Puedo pasar el resto del día yendo de acreedor en
acreedor, Abby, pagándoles a todos. E incluso entonces quedaría dinero.
Ella jadeó y puso sus manos detrás de su cuello.
—He estado pensando toda la noche —dijo —en lo que voy a hacer con él. Y
ahora estoy bastante seguro, aunque fue la primera idea que tuve. Voy a comprar
mi cargo en la Guardia, Abby, a la gran edad de veinte y dos años. Es algo que
siempre he soñado hacer, y lo voy a hacer.
—Boris —su voz era un chillido alto y se golpeó la cabeza contra el pecho de él
y escondió su cara allí. —¡Oohh!
Los dos caballeros se divirtieron al son de ruidosos tragos y sollozos. Boris
guiñó un ojo al Conde sobre su cabeza.
—¿Puedo felicitarte? —dijo el Conde. —No pensé que fuera posible, Boris, y
he estado desaprobando tus métodos, como te dije en el picnic. Me has
demostrado que estoy equivocado, y me alegro de ello. Espero, sin embargo, que
no tientes tu suerte y vuelva a las mesas.
Abigail levantó la cabeza y le miró a la cara a su hermano.
—Te mataré —dijo ella. —Si alguna vez oigo que juegas por un centavo, Boris,
te mataré.
Él tomó la cara de ella en sus manos y le sonrió.
—Nunca más, Abby —dijo. —Ni siquiera por un centavo. O por un penique. Te
lo juro.
Ella se alejó repentinamente de él, su cara iluminada.
—¿Lo ves? —le dijo a su marido, abrazando su cuello. —Te lo dije, ¿no es así?
Pero no tenías fe en la suerte. Te dije que Boris ganaría una fortuna pronto.
—Sí, así lo hiciste, amor —dijo, riéndose de ella mientras ella lo favorecía con
un guiño exagerado y feliz. —Ya no dudaré más de Thomas
—Gracias —le susurró al oído mientras lo abrazaba. —Eres maravilloso.
—Será mejor que todos nos sentemos y desayunemos —dijo el Conde. —
Sírvete del aparador, Boris. Así que la vida de un oficial es la vida para ti, ¿no?
—Por fin —dijo Boris, amontonando huevos y riñones y tostadas en un plato y
poniéndolo sobre la mesa. —¿Abby?
Ella le sonrió alegremente.
—No seguirás presionando a Laura Seymour en Stapleton, ¿verdad? —
preguntó el Conde Severn.
—Hacen una bonita pareja, ¿no crees? —dijo ella.
—Tal vez —dijo. —¿No crees que ella y yo luciríamos muy guapos juntos?
—¿Tú y Laura? —dijo ella, sus ojos abriéndose de par en par. —Ella nunca te
tendría, Boris. Ella nunca seguiría el sonido de ese tambor.
—Creo que lo haría —dijo. —Creo que lo hará. No puede ser peor que ser
institutriz en casa de los horribles Gill, y resulta que creo me tiene afecto. Se lo
preguntaré más tarde, de todos modos. ¿Te importaría?
—¿Importarme? —dijo ella. —¿Me importará? Te mostraré lo mucho que me
importa.
El Conde de Severn volvió a poner su taza de café en su platillo y se pasó una
mano por los ojos mientras su esposa echaba hacia atrás la cabeza y gritaba.
—Dios —dijo Boris, metiéndose un riñón en la boca. —Hace años que no oigo
eso. Supongo que estás contenta, Abby.
—¿Contenta? —dijo ella. —¿Estoy contenta? Te mostraré...
La mano del Conde cubrió la suya en la mesa. —Basta decir, Boris —dijo, —
que los dos estamos rebosantes de placer. ¿No es así, Abby? Un simple sí o no será
suficiente.
—Sí —dijo ella. —Lo estamos.
Capítulo 17
***
Había entrado en la casa tomada de su brazo sin decir una palabra, y cuando
Watson lo detuvo en el pasillo con una nota que le habían entregado media hora
antes, se había soltado el brazo y había subido corriendo por las escaleras.
La nota era de la madre de Miles, invitándolos a cenar antes del baile de
Warchester. Fue a su estudio a escribir una respuesta rápida y envió la nota en
camino con uno de los sirvientes.
Probablemente ya habría pedido té, pensó mientras subía las escaleras. Iban a
tener que hablar de nuevo. Había algo que ella no le había dicho, y hasta que lo
hiciera, no podía haber felicidad para ella y ninguna oportunidad real para su
matrimonio.
Pero no estaba en su salón. Ni en su camerino.
La encontró en la alcoba. Estaba tumbada boca abajo en la cama. No sabía si
ella le había oído entrar. Ella no se movió. Cruzó la habitación lentamente y puso
una mano contra la parte de atrás de su cabeza.
—Abby —dijo en voz baja.
Cuando ella no le respondió, él levantó una silla junto a la cama y se sentó a
horcajadas sobre ella, con los brazos extendidos sobre la parte de atrás.
Él esperó.
—Soy una bastarda —dijo al fin con voz apagada, sin moverse.
Reprimió la inapropiada necesidad de reír. Decidió que ella hablaba en serio.
—Háblame de ello —dijo.
—Soy una bastarda —dijo ella, su voz un poco más firme. —No soy la hija de
mi padre. No soy pariente suyo en absoluto. Pedí tu ayuda bajo un pretexto
totalmente falso.
—Eres pariente mío —dijo. —Eres mi esposa.
Murmuró algo en las sábanas.
—Abby —dijo, —¿quieres darte la vuelta? Tu voz está ahogada.
Giró la cabeza para revelar un rostro sonrojado, de ojos brillantes, enmarcado
por rizos cortos que estaban considerablemente despeinados.
—No lo estaría… mi voz no estaría apagada —dijo ella, —si te hubiera dicho la
verdad. Debes estar deseando y deseando que no sea así. Y quizás haya una salida
para ti. Quizás se te concedan el divorcio cuando les digas cómo te he engañado y
cómo no soy más que una bastarda.
—Es una palabra fea, Abby —dijo. —¿Tu madre te tuvo con otro hombre?
—Ni siquiera sé quién —dijo. —Nunca me lo dijo, y no creo que papá lo
supiera. Pero fue por eso que se casó con papá. Me dijo que nunca se habría
rebajado si no hubiera estado en tal situación. Pero mi galante padre, mi
verdadero padre, parece que la había abandonado, y papá la había estado
acosando durante mucho tiempo. Se casó con él sin decírselo, cuando yo ya
llevaba casi cuatro meses de camino.
Bajó la frente para descansar sobre sus brazos.
—La familia con la que te casaste ha resultado ser una familia destartalada,
¿no? —dijo ella, con voz brillante. —Aunque me ha parecido que tal vez Papá se
hubiera comportado si Mamá no le hubiera hecho eso. Mi madre tendría que
llevarse el premio de la familia, pase lo que pase. Siempre fue tan correcta,
siempre tan mujer. Siempre despreció a papá, incluso después de tener a Boris con
él. Y siempre me favoreció a mí en vez de a Boris. Supongo que debe haber amado
a mi verdadero padre. No lo sé. No lo sé. Pero esos son los hechos. Soy una
bastarda. Te has casado con una bastarda, Miles.
—Tu padre te aceptó —dijo. —Te dio su nombre. Te permitió crecer en su
casa con sus propios hijos incluso después de la muerte de tu madre. Él te
legitimó, Abby. Por eso lo amabas a pesar de todo, supongo.
Se levantó de la cama con una prisa indigna y cruzó la habitación para
enderezar unos adornos en una cómoda.
—La mala sangre fue atraída por la mala sangre —dijo. —Me gusta pensarlo
así. No creo que realmente yo lo amara. Me necesitaba, eso es todo. Estaba
enfermo. Sé que la gente desprecia a los borrachos y piensa que pueden enderezar
sus propias vidas cuando quieran. Pero no pueden. Mi padre estaba tan enfermo
como si hubiera tenido tuberculosis o cáncer. Estaba enfermo, me necesitaba y yo
lo cuidaba. Eso es todo. Era tan simple como eso.
—Lo amabas, Abby —dijo.
—Nos dejó a todos en una situación terrible —dijo ella. —Siempre habíamos
estado juntos a pesar de todo. Sin embargo, de repente se fue; los niños estaban
con una tía abuela a la que no le gustaban mucho, y Boris estaba cargado de
deudas en las que no había hecho nada para incurrir, y sin perspectivas posibles
para sí mismo. Y yo estaba sola. Muy sola—. Se abrazó a sí misma.
—Ven aquí —dijo, poniéndose de pie y moviendo la silla hacia un lado. —Ya
no estás sola.
Ella le miró por encima del hombro.
—Pensé que nadie más en el mundo sabía esto de mí —dijo, —sin mamá y
papá. Pero se lo habían dicho a Rachel. Y ella vendrá por ti, por las dos mil libras
cuando acabe la semana, Miles. Si ella no recibe el pago, entonces todo el mundo
lo sabrá.
—Abby... —dijo, caminando a través de la habitación hacia ella.
—No me toques —dijo, abrazándose más fuerte. —Por favor, no lo hagas. Me
iré a algún lado. No sé dónde. Pero pensaré en algún lugar pronto. Me queda algo
de dinero de las seis mil libras que me diste. De hecho, hace sólo dos semanas lo
habría considerado una fortuna. Debería ser capaz de...
—Abby —dijo con dureza, y no la tomó con demasiada delicadeza por el brazo
y la empujó hacia sus brazos. —¿Qué tonterías estás diciendo? Detente en este
instante.
—No debí haberlo hecho —dijo ella. —No lo habría hecho si no hubiera
estado tan tentada. Pero me sentí abrumada por la tentación, Miles. No te puedes
imaginar lo que fue venir aquí sabiendo que yo era indigente, temerosa de esperar
con demasiada ansias cualquier ayuda, y de repente encontrarme con que podía
ser una Condesa y casada con un hombre tan rico como Creso. Pero no sabía que
alguien más conocía mi secreto. Lo juro. Ni siquiera sabía que Rachel estaba viva.
Habría combatido la tentación de casarme contigo si hubiera sabido que había una
posibilidad de arrastrarte a un escándalo tan terrible. Lo habría hecho. Tienes que
creerme. Sé que he hecho cosas terribles, y soy una bastarda y todo eso, pero…
Detuvo la boca de ella con la suya.
—Es posible que tenga que tomar medidas drásticas si vuelvo a oír esa palabra
en tus labios —dijo. — Abby, no eres responsable de las circunstancias de tu
nacimiento, y no eres esa cosa fea que te llamas a ti misma.
—Pero lo soy —dijo ella. Sus ojos eran enormes, con lágrimas sin derramar.
—Por un accidente de nacimiento —dijo, —no eres producto del matrimonio
de tus padres, Abby. Pero por lo que he oído, has demostrado ser la hija de tu
padre y la hermana de tu hermano y la hermana de tus hermanastras una y otra
vez. Abby, mi amor, perdónate a ti misma.
—¿Por engañarte? —dijo ella.
—Por eso también, si quieres —dijo. —Pero quise decir por ser una vergüenza
para tu madre y un shock y una decepción para tu padre, si es que lo eras. ¿Fuiste
la única a la que no maltrató mucho? ¿La única que tenía alguna influencia sobre
él? Creo que quizás se dio cuenta de lo extraña e inesperada que era la joya que
había sido traída a su vida, Abby. Perdónate a ti misma.
Dos lágrimas se derramaron y corrieron por sus mejillas.
—No puedo perdonarme por lo que te he hecho —dijo.
—¿No puedes? —dijo. —Por traer la luz del sol a mi vida y un poco de locura y
todo un mundo de amor... Te quiero, lo sabes.
Sollozaba con indiferencia y se llevó una mano a la boca.
—No puedes —dijo ella, bajando la mano. —Miles, no puedes. Soy una bas…
La besó con fuerza.
—Lo dije en serio —dijo, —sobre las medidas drásticas. Si crees que no las
haré, pruébame. Sabes, odiaría tener que probártelo.
—Si me pegas, te devolvería el golpe —dijo, y esta vez su sollozo se mezcló
con una risa y un hipo.
—Estoy seguro de que lo harías —dijo. —Abby, si puedes superar esta terrible
culpa tuya y este terrible sentimiento de ineptitud, ¿crees que puedes amarme,
aunque sea un poquito? ¿Lo suficiente como para construir el futuro en base a ese
amor?
—Me enamoré de ti en cuanto vi tus ojos —dijo ella. —¿Qué mujer podría
evitar hacerlo?
—¿Quién, en efecto? —dijo. —Así que te encantan mis ojos. Eso es un
comienzo, al menos. ¿Existe la posibilidad de que el sentimiento se extienda a
otras partes de mí?
—Oh, sí —dijo ella. —Desde hace mucho tiempo. Pero, Miles, esto es una
tontería. Todavía está Rachel y la ruina que puede provocar en ti a través de mí.
Debes llevarle el dinero. ¿Lo harás? ¿Hoy, antes de que se vuelva impaciente?
Habrá un escándalo insoportable para ti si ella le dice a alguien más lo que sabe.
—¿Para mí? —dijo. —¿Debo decirte cuánto me preocuparía, Abby? Tanto así…
—le chasqueó dos dedos al lado de la oreja. —¿Qué hay de ti? ¿Te molestaría?
—Sí —dijo ella. —Porque yo te habría arrastrado a ello.
—Dejándome a un lado por el momento —dijo, —¿te molestaría?
Ella pensó por un momento.
—No —dijo ella. —Porque me doy cuenta de que, a pesar de todo, si mi
madre y mi padre, mi verdadero padre, no hubieran sido indiscretos, no estaría
aquí, ¿verdad? Y creo que odiaría eso.
—¿Lo harías? —dijo sonriendo. —¿Y en qué rincón del universo estarías
sentada en este momento, Abby, odiando el hecho de que nunca habrías nacido?
Ella le sonrió lentamente, y él le tocó la frente.
—¿Realmente no te importa? —preguntó con nostalgia.
—En realidad no me importa —dijo. —Y más importante que cualquier otra
cosa, podré ahorrarme dos mil libras y tendré el placer de decirle a la Sra. Rachel
Harper que vaya a deshacer el trato. Este es un día maravilloso para mí, Abby.
—¿El dinero es lo más importante para ti...? —preguntó ella, mirándolo un
poco insegura.
Le dio la vuelta a la cintura con las manos y le sonrió.
—Me niego a responder una pregunta tan absurda —dijo. —Abby, dime algo.
Ella le miró con curiosidad.
—¿Está todo afuera ahora? —preguntó. —¿Todos los oscuros secretos de tu
pasado?
Ella pensó cuidadosamente.
—Sí —dijo ella.
—Bien —dijo. —En un momento voy a desnudarte y a hacerte el amor, tan
pronto como me hayas dicho si prefieres que te lo haga en tu cama o en la mía. Y
después de que termine, te voy a decir lo mismo que te he dicho las dos últimas
noches. Esperaré tu respuesta. ¿Habrá una hoy?
Su cara estaba en llamas cuando lo miró.
—Sí —dijo ella. —En tu cama, por favor, Miles.
Él ató sus dedos a los de ella y la condujo a través de los dos vestidores
contiguos hasta la alcoba. La tomó por los hombros para girarla y así poder hacer
frente a la larga fila de botones de la parte de atrás de su vestido. Inclinó la cabeza
para besar su nuca mientras sus manos trabajaban.
Él, al fin, la levantó a la cama, se desvistió mientras sus miradas se cruzaban
infinitamente; se acostó junto a ella en la cama, y procedió a hacerle el amor largo
y lento al inicio, y frenéticamente al final.
Cuando se recobró, se puso a su lado y colocó la cabeza de ella sobre su
hombro y levantó las mantas que la cubrían.
—Mmm —dijo, frotando su mejilla sobre sus rizos. —Algunas cosas
definitivamente mejoran con la práctica, ¿no? ¿Te imaginas cómo sería para
nosotros dentro de diez años? Las estrellas pueden estar explotando a nuestro
alrededor —inclinó la cabeza para besarla en la boca. —Te amo, Abby.
Ella excavó su cabeza más adentro de la calidez de su cuello.
—Yo también te amo —dijo ella. —Cada centímetro de ti y todo lo que eres —
suspiró contenta.
—Y así vivieron felices para siempre —dijo, —y se retiraron a su finca y a la
felicidad doméstica al día siguiente.
Ella dibujó patrones en su pecho con un dedo índice.
—Hay una pequeña cosa que debería haberte contado —dijo ella.
Él gimió.
—Cuando una vez te dije algo que había dicho algo desagradable para
desanimar al Sr. Gill, me dijiste que no podía ser tan poco dama como para haber
dicho algo así. Así que no te dije lo que le dije cuando lo atrapé tratando de
pellizcar a Laura. Tenía miedo de que te disgustaras conmigo.
Él volvió a gemir.
—Fue realmente terrible —dijo. —Me hace sonrojar incluso para recordar —
se rió nerviosamente.
Se cubrió los ojos con su mano libre y suspiró.
—Abby —dijo, —¿crees que podrías confesarlo todo sin tomarte diez minutos
para hacerlo? Quítatelo de la conciencia si es necesario, amor mío, y luego déjame
dormir. Acabo de ganarme un buen descanso, ¿no?
Se estaba riendo.
—No puedo —dijo ella. —Oh, no puedo —se tapó la nariz. —Fue
terriblemente vulgar, Miles. Te hará sonrojar.
—Señor Dios—dijo, dirigiéndose al dosel sobre sus cabezas, —¿voy a ser
sometido a cincuenta años de esto o algo así? ¿Qué he hecho yo para atraer tal
castigo hacia mí?
—¡Deberías haber visto su cara, Miles! —y ella explotó de alegría.
El Conde de Severn se rió, aunque aún no tenía ni idea de qué se estaba
riendo.
—Me he casado con una loca —dijo. —Este será el próximo secreto que te
sentirás impulsada a confesar, ¿no es así, Abby? Te has escapado de Bedlam 20 y yo
me he casado contigo, que Dios me ayude.
—Estoy segura de que si se hubiera inclinado hacia adelante, sus ojos se
habrían salido de sus órbitas y habrían rebotado en el piso —dijo.
Se aferraban el uno al otro, indefensos por la risa.
—Será mejor que me digas de qué me estoy riendo —dijo cuando pudo.
—No puedo —se lamentó. —Oh, no puedo.
—Abby —dijo, abrazándola, —he reído más en las últimas dos semanas que
en los treinta años anteriores. Pero me siento algo imbécil cuando ni siquiera sé
por qué lo hago. ¡Pequeña idiota! Te quiero, lo sabes.
—Le dije que le pellizcaría el trasero si alguna vez se lo volvía a pellizcar a
Laura —dijo con toda serenidad.
Hubo un momento de silencio incrédulo.
Y entonces el Conde de Severn echó la cabeza hacia atrás contra la almohada
y rugió de risa.
20
NT. Bedlam. Hospital Real de Bethlem, más conocido como Bedlam. Hospital psiquiátrico Londinense; tan famoso llegó a
convertirse en una atracción turística. De arquitectura fastuosa –parec, contrasta con la finalidad para la cual fue construido: de
—grandiosa fachada y sombrío interior.