Está en la página 1de 217

Capítulo 1

—Si pudieras poner ante mí a la más sencilla, aburrida y ordinaria mujer de


Londres —dijo Miles Ripley, Conde de Severn, —o de Inglaterra, para el caso, yo le
haría una oferta de matrimonio sin más preámbulos.
Sir Gerald Stapleton se rió y vació el último sorbo de brandy que quedaba en
su vaso.
—Miles, sería mejor ser como yo —dijo, —y decir al mundo en términos claros
que continuarás soltero todo el tiempo que lo desees, y que eso será para toda la
vida, muchas gracias por su amabilidad.
El Conde suspiró y enganchó una pierna sobre el brazo de la silla en la que
estaba sentado.
—Allí habla un verdadero Baronet 1 —dijo. —Un hombre sin preocupaciones
del mundo. Yo también lo era hasta hace quince meses, Ger; y me quejaba de la
falta de fondos y de las consecuencias. Vivía en el cielo y no me daba cuenta.
Su amigo se puso de pie con esfuerzo y cruzó la abarrotada y desordenada
habitación de soltero que había alquilado cerca de la calle St. James2 hasta la jarra
de brandy. Ya había dejado su corbata, y su camisa estaba desabrochada en el
cuello. Era tarde, ya de noche, los dos hombres habían dejado White´s 3 unas pocas
horas antes.
—Si eso fuera el cielo, podrías estar viviendo ahora en un paraíso mucho más
grande —dijo. —Has heredado un título de Conde y las tres propiedades que lo
acompañan. Tienes más dinero del que un ejército de príncipes debería poseer
decentemente. Tienes treinta años… en la flor de la vida. Y por supuesto que aún

1
NT. Baronet. Miembro, en algún grado, de la familia real británica; título hereditario de la Corona Británica.
2
NT. St. James Street, es la calle principal del Barrio St. James en Londres; un distrito en donde, en el s. XVI y XVII vivía la nobleza
Inglesa.; ubicado cerca del Palacio de Buckingham y la Trafalgar Square.
3
NT. White´s. Refiere a un Club para caballeros en Londres, el de mayor antigüedad. Ubicado en la calle St. James. Visitado con
regularidad por la realiza Inglesa.
tienes esas miradas, que han estado lanzando a las mujeres en pálpitos y vapores
durante los últimos diez años más o menos.
—Has olvidado mi posesión más importante —dijo Lord Severn con tristeza.
Su brandy aún estaba intacto en un vaso a su lado. —Mi madre y mis hermanas.
Van a estar aquí dentro de una semana, Ger, las tres, y voy a estar encadenado por
un mes. Ya puedo oír el ruido de las cadenas.
—Tonterías —dijo Sir Gerald. —Todo lo que tienes que hacer es decir que no.
Eres el jefe de tu familia, ¿no? ¿El hombre de la familia?
—Ah —dijo el Conde. —Allí habla un hombre sin parientes femeninos. Las
cosas no son tan simples como eso, Ger. Me adoraron y mimaron durante todos
mis años de crecimiento, especialmente después de que mi padre murió cuando
yo tenía doce años. Ellas me han adorado y amado a través de mi edad adulta. Y
ahora se están preparando para mostrarme el último signo de su amor. Me van a
entregar a otra mujer.
Sir Gerald bostezó y bebió su vaso de brandy fresco.
—Tienes que enfrentarte a ellas, viejo amigo —dijo. —Escucha el consejo de
alguien todo un mes mayor que tú. Tienes que dejarles claro que no pueden tener
tu vida a cambio de su amor. Miles, no puedes casarte. De todos modos, ¿cómo es
ella?
—¿Frances? —el Conde pensó por un momento. —Exquisitamente adorable,
en realidad. Todos los rizos rubios, los ojos azules y los labios de capullo de rosa.
Tiene a su padre, a sus hermanos, a todos sus sirvientes y al vicario del pueblo
comiendo de su mano. Tiene dieciocho años y está a punto de llegar a Londres
para ser la belleza de la temporada y llevarse al hombre de rango y fortuna más
impresionante disponible, yo, según parece.
Su amigo puso una mueca de dolor.
—Corramos a América —dijo, —a buscar fortuna. Pero por supuesto, ya tienes
una fortuna... Miles, no lo hagas, no te cases.
—Un hombre no sabe cuán débil es hasta que se enfrenta a un grupo de
parientas, decididas y bien intencionadas, lo juro —dijo Lord Severn. —¿Soy un
debilucho, Ger? ¿Soy un felpudo? Pasé un mes con los Galloway antes de venir
aquí hace dos meses, fui con mi madre y Connie. Los Galloway siempre han sido
amigos particulares de mi madre. Y me encontré levantando y bajando a Frances
de las sillas de montar y entrando y saliendo de los carruajes; ella nunca parecía
usar los peldaños, llevando sus guantes y su salterio dentro y fuera de la iglesia;
arrancando ramilletes de botones de oro y margaritas para que ella enterrara su
bella nariz, y haciendo tantas otras cosas que me estremezco ante el recuerdo
mismo. Me van a casar con ella antes de que termine la temporada. Y no existe
nada que como mortal que pueda hacer al respecto.
—Creo que es mejor que huyamos a América, con fortuna o sin ella —dijo su
amigo, tomando el contenido restante de su vaso y poniéndose de pie
nuevamente.
—Pude sentir el nudo apretando casi tan pronto como puse un pie en la casa
de los Galloway —dijo el Conde. —Era obvio por qué me habían invitado y por qué
Mamá me había llevado allí. Es increíble que haya podido escapar hasta fin de mes
sin estar atrapado en una declaración formal de compromiso. Pero ahora mi
madre insiste en su carta, que hay un entendimiento tácito y que apenas puede
esperar a que se haga oficial. Tácito, Ger! ¿Qué significa esa palabra, por Dios?
—¿Galloway y las chicas también vendrán pronto? —preguntó Sir Gerald.
—Todas estarán aquí en una semana —dijo Lord Severn. —Y tengo la
sensación de que todas ellas van a actuar como si Frances y yo tuviéramos ese
entendimiento tácito, sea lo que sea que signifique. Sé lo que significa, en realidad.
Significa que vamos a planear una boda en la Catedral de St. George antes de que
termine el mes, y yo voy a estar perdido.
—¿Debería averiguar qué barcos están en el muelle, para preparar la salida a
América? —preguntó Sir Gerald.
—El problema es… —dijo el Conde, —que me sentiré atado por el honor.
Odio el honor, Ger. Siempre significa tener que hacer algo que uno no desea hacer,
usualmente algo doloroso y desagradable. Ni siquiera tendré que abrir la boca
para ser atrapado. Me queda menos de una semana de libertad.
—Sigo pensando que deberías decir un firme no —dijo su amigo. —tan pronto
como tu mamá ponga un pie en tu casa, Miles, dile directamente: “No me voy a
casar con Frances”. Nada podría ser más sencillo.
—Lo más sencillo sería casarse con otra persona —dijo el Conde. —Huir con
ella o casarme con una licencia especial antes de que llegue mi madre. Eso es lo
que debo hacer.
—¿Cómo la describiste? —Sir Gerald se rió. —¿Simple? ¿Aburrida? ¿Muy
ordinaria? ¿Es eso lo que dijiste? Miles ¿Por qué no una belleza ya que estás en
eso?
—Porque las mujeres hermosas son invariablemente vanas —dijo Lord Severn,
—y piensan que los hombres fueron creados para traer y llevar, para cumplir sus
deseos. No, Ger, mi mujer ideal es alguien que sea agradable y tranquila, que se
contente con vivir en algún lugar del país y que solo requiera que se le visite una o
dos veces al año. Alguien que produzca un heredero con el mínimo alboroto.
Alguien que haría que todas las mamás casamenteras, incluyendo la mía, cerraran
sus tiendas y se fueran a casa. Alguien que rápidamente se desvanecería en el
fondo de mi vida, que no molestara. Alguien que uno pueda olvidar que está allí.
¿No suena eso como una bendición?
—Es mejor no tener a nadie en segundo plano —dijo Sir Gerald.
—Eso no parece ser una opción —el Conde de Severn se puso de pie. —Me
tengo que ir. Debe ser endiabladamente tarde. Será mejor que vaya a ver a Jenny y
me divierta mientras pueda.
Sir Gerald frunció el ceño.
—¿No querrás decir que vas a renunciar a Jenny cuando te cases con Frances?
—dijo. —¡Miles! Eres la envidia de todos los miembros de White´s y
probablemente también de los de otros clubes. No hay muchos que puedan
permitírselo, y tampoco hay muchos que a los que ella vería dos veces.
—No hablemos más esta noche de mi boda con Frances —dijo el Conde,
recogiendo su sombrero y su bastón de una silla junto a la puerta. —Quizá conozca
a la mujer de mis sueños en una semana, Ger. Tal vez todavía pueda salvarme.
—Está muy bien hablar —dijo su amigo, bostezando en voz alta y estirándose.
—Pero no te casarías con una criatura así, Miles. Admítelo.
—Oh, ¿no lo haría? —Lord Severn dijo. —¿Una mujer agradable, tranquila y
recatada, Ger? Suena preferible a lo que estoy enfrentando. Buenas noches.
—Saluda a Jenny de mi parte —dijo Sir Gerald.

***
Era muy tarde cuando el Conde llegó a la casa donde tenía a su amante. Jenny,
despertándose del sueño, fue cálida y amorosa, y lo mantuvo ocupado hasta que
el amanecer iluminó su dormitorio. Durmió hasta bien entrada la mañana.
Pensó que esa era la parte de tener una amante que menos le gustaba,
mientras sus pasos lo llevaban finalmente a la Grosvenor Square4 y a la puerta de
la casa que había heredado con su título más de un año antes. Odiaba caminar a
casa con ropa de noche arrugada, sintiéndose cansado y letárgico, el pesado
perfume de Jenny burlándose de su propia ropa y piel.
Deseaba darse un baño caliente y jabonoso y dar un paseo enérgico por el
parque. Pero no, era demasiado tarde para ir al parque y más para un paseo. Iría al
salón de boxeo de Jackson. Quizás encontraría a alguien con quien valiera la pena
pelear, alguien que le devolviera la energía a sus músculos.
Entregó su sombrero y su bastón al mayordomo cuando entró en la casa y
ordenó que se enviara agua caliente a su camerino sin demora. Pero sus pasos se
detuvieron cuando se dirigió a la escalera.
—Hay una dama en el salón amarillo esperando para hablar con usted, mi
Lord —dijo el mayordomo, su voz rígida y desaprobadora.
El Conde frunció el ceño.
—¿No le dijiste que estaba fuera de casa? —preguntó.
Su mayordomo hizo una reverencia.
—Ella expresó su intención de esperar su regreso, mi Lord —dijo. —Dice que
es su prima. La señorita Abigail Gardiner.
Lord Severn siguió frunciendo el ceño. Era posible. En los dos meses
transcurridos desde que estuvo en Londres, habiendo cumplido el año de luto por
el viejo Conde, quien era primo segundo de su padre, y a quien no había conocido,
se había encontrado con numerosos parientes, casi todos pobres, casi todos con
favores que pedir. Tratar con ellos era una de las cargas de su nuevo puesto que
no se había esperado.
Dudó. ¿Debería simplemente instruir a Watson para que pague a la mujer?
Pero no. Sin duda volvería a la semana siguiente, con la palma extendida. Debía
hablar con ella él mismo, dejar claro que cualquier regalo que le diera sería sólo

4
NT. Plaza de Grosvenor. Plaza con grandes jardines ubicada en el exclusivo distrito de Mayfair, en Londres, Inglaterra.
para esta ocasión, que su pretensión de parentesco no le hacía responsable de
mantenerla de por vida. Suspiró.
—Si ella está dispuesta a esperar —dijo, —entonces que espere. Hablaré con
ella después de mi baño, Watson.
Se giró sin más preámbulos y subió corriendo por las escaleras hasta su
habitación. Todavía se sentía deprimido después de la carta de su madre del día
anterior y después de su velada con Gerald. Y, además, estaba cansado después de
su noche con Jenny. Si fuera inteligente, La Srta. Abigail Gardiner abandonaría la
casa y no se arriesgaría a enfrentarse a su malhumorado estado de ánimo.
Frunció el ceño, pensando. Gardiner… ¿Había parientes con ese apellido? Si
los había, nunca conoció a ninguno de ellos. Pero sin duda la mujer estaría armada
con un árbol genealógico para probar su obligación de darle caridad.
Pasó casi una hora antes de que volviera a bajar, cabeceando a su mayordomo
para abrir las puertas del salón amarillo. Pensó amargamente, que si los títulos
nobiliarios y todo lo que traían con ellos pudieran ser arrojados al océano y
ahogarlos, remaría hasta la parte más profunda que pudiera alcanzar y ataría rocas
de granito alrededor del suyo y luego los volcaría por la borda.
La Srta. Abigail Gardiner, a quien vio de un vistazo, era más joven de lo que
esperaba. Por su nombre había esperado que fuera una solterona delgada, anciana
y de nariz afilada. Esta mujer no tenía más de veinticinco años. Estaba vestida
decentemente, pero totalmente oscurecida. Había un leve indicio de desorden en
sus ropas. Ciertamente no habían sido hechas por un costurero a la moda.
Era una joven de aspecto común, su cabello castaño liso debajo de su
caperuza y casi del mismo color que ésta, era de apariencia bastante corriente. No
tenía ninguna criada o compañera con ella.
Estaba de pie tranquilamente en medio de la habitación, con las manos
cruzadas delante de ella. Se preguntó si se había quedado allí todo el tiempo o si
se habría sentado en una de las sillas durante un rato.
Ella se veía muy bien, pensó, y el pensamiento le proporcionó el primer
entretenimiento que había sentido durante las últimas veinticuatro horas, era
igual que la mujer ideal que le había descrito a Gerald la noche anterior. Excepto
que el ideal no la había pensado tan atractiva como la que ahora que estaba frente
a él en carne y hueso.
Puso una mano detrás de su espalda y con la otra levantó el monóculo a su
ojo. Observó a la mujer con la mirada que había adquirido en los últimos dos
meses, la más adecuada para tratar con dependientes y lacayos.
Ella le hizo una reverencia pero no como varios de sus predecesores habían
hecho, no continuo moviéndose arriba y abajo como un corcho.
—Señorita Gardiner —dijo. —¿Qué puedo hacer por usted, madame?

***

—Debes vestirte con sencillez —le dijo Laura Seymour. —No desaseadamente,
por supuesto, pero tampoco muy atractiva, Abby.
Abigail Gardiner se rió.
—Eso no debería ser difícil —dijo. —La única ropa que poseo que podría
describirse como bonita tiene al menos diez años de antigüedad. ¿Crees que mi
vestido marrón servirá?
—Admirablemente —dijo su amiga. —Y, Abby, recuerda lo que decidimos
anoche. Debes actuar con recato. Realmente debes hacerlo. No puedo enfatizarlo
lo suficiente. Él no se impresionará si te comportas atrevidamente.
Abigail hizo una mueca.
—¿Te refieres a balancearme en reverencias y dirigir mi mirada a la punta de
sus botas y no hablar hasta que me hablen y todo eso? —dijo ella. —¿Tengo que
hacerlo, Laura? ¿No puedo ser simplemente yo misma?
—Una reverencia —dijo Laura. —Y creo que puedes mirarlo a los ojos, Abby,
siempre y cuando no lo mires con audacia como si lo retaras a mirar a atrás sin ser
la primera en bajar los ojos.
—Como hice con el Sr. Gill anteayer —dijo Abigail, y ambas jóvenes
explotaron en una alegría sofocante.
—¡Su cara, Abby, cuando le hablaste en el salón de clases! —Laura mantuvo
su nariz en un intento de contener su risa.
—¡Señor! —Abigail permitió que su pecho se hinchara, puso sus manos en sus
caderas, y miró fríamente a un imaginario Sr. Gill al otro lado de su pequeña
alcoba en el segundo piso de la casa de campo del caballero. —Su
comportamiento es bastante, bastante intolerable —se chupó las mejillas para no
reírse y arruinar la recreación de la escena que había tenido lugar en el aula dos
días antes, cuando entró en la habitación con el fin de salvar a su amiga la
institutriz de ser molestada, ya que los niños no estaban allí en ese momento.
—Si le veo una vez más p… pellizcando el trasero de la Srta. Seymour... —
Laura rodó hacia atrás en la cama y renunció a su intento de imitar el acento frío
de su amiga.
Abigail se dobló de la risa. Ambas sucumbieron a vientos de carcajadas y
pronto tuvieron lágrimas corriendo por sus mejillas.
Abigail respiró hondo y se enderezó.
—Entonces voy a p…p… p…
Ambas aullaron de risa.
—Pellizcar el suyo, señor —Abigail se aferró a su estómago. —Oh, duele —se
lamentó. —Laura, no tenía idea de cuáles palabras iban a salir de mi boca, hasta
que las escuché por mí misma. ¿Te imaginas el placer que sería pellizcarle el
trasero del Sr. Gill?
Su amiga se reía tanto, que no podía responder a la pregunta.
Abigail se enderezó de nuevo.
—No es gracioso —dijo al fin, en tono preocupante. —Realmente no lo es,
Laura. Me han despedido sin referencia y con sólo una semana de antelación, con
el pretexto de que he estado ojeando a Humphrey. ¡Humphrey! Prefiero mirar a
un cocodrilo o a un pez que a Humphrey Gill. Tiene un nombre totalmente
adecuado, por cierto 5. Debo decir, además, que no tengo el corazón roto por no
ser más la compañera de la Sra. Gill. Las mujeres malhumoradas y vaporosas me
hacen enojar tanto que podría gritar, especialmente cuando uno sabe que sólo
están tratando de imitar a la nobleza. Pero aun así, estar sin trabajo y sin
referencias, definitivamente no es gracioso.
Laura se levantó de la cama y alisó su vestido. Miró a su amiga con sus ojos
marrones oscuros arrepentidos. Su bonito pelo castaño rojizo estaba
desordenado.
—Y todo por mi culpa —dijo ella. —Lo siento mucho, Abby. Pero cuando te
pedí que me vigilaras cada vez que el Sr. Gill estaba merodeando, no tenía ni idea

5
NT. Gill; Branquia, agallas de pez.
de que acabarían despidiéndote. Iré a ver a la Sra. Gill, le contaré la verdad, si tú
me lo permites.
Abigail chasqueó la lengua.
—Absolutamente no —dijo ella. —Las dos estaríamos en la calle en vez de
sólo yo. Tú sabes que no ganarías un indulto para mí contándolo todo. Lo único
que me da pena es que te quedes aquí indefensa. Laura, tendrás que aferrarte al
pequeño Gill todo el día, para que su cariñoso papá nunca pueda estar a solas
contigo. Y debes aprender a valerte por ti misma.
—Oh, Abby —Laura se agarró las manos al pecho y miró infelizmente a su
amiga. —¿Crees que tu primo te ayudará? No tenía ni idea de que el Conde de
Severn era tu primo. Es muy, muy rico, eso dicen.
Abigail frunció el ceño.
—En realidad —dijo ella, —creo que es una gran exageración de la verdad
llamarlo primo. Es un pariente, eso es todo. Pero entonces, me atrevo a decir que
todo el mundo es un pariente si uno es lo suficientemente diligente como para
rastrear su árbol genealógico hasta Adán. Y realmente me estoy arrepintiendo de
ir a verlo. Odio mendigar. De hecho, no creo que pueda hacerlo. Tendré que
pensar en otra cosa.
—Oh, ¿pero en qué? —preguntó Laura.
— Podría volver a Sussex si tuviera suficiente dinero para la diligencia —dijo
Abigail, —arrastrarme ante el vicario Grimes y persuadirlo de que me busque otro
puesto. Me encontró éste. Pero no creo que pueda soportar otro trabajo como
éste. Él tenía un gran concepto de los Gill.
—Oh, querida —dijo Laura. —Tal vez no los conocía bien.
—O podría convertirme en actriz o prostituta, supongo —dijo Abigail.
Laura jadeó y puso una mano sobre su boca.
—¡Abby!
—Supongo que tendrá que ser Lord Severn —dijo Abigail. —No tiene sentido
buscar a Boris. No puede ayudarme. Vive de ingeniárselas día a día haciendo
cualquier cosa y no necesita la carga adicional de mis problemas.
—Ve, entonces —dijo Laura. —Seguramente el Conde te ayudará. Después de
todo, no estás planeando pedir dinero. Pero recuerda comportarte
recatadamente. No lo olvides, Abby.
—Volvemos a hacer reverencias y a mirar las botas, ¿no? —dijo Abigail. Se
colocó con los pies firmemente plantados en el suelo a unos centímetros de
distancia uno del otro. Enderezó sus hombros y transformó su expresión con
suavidad. Se hundió en una profunda reverencia. —¿Es eso suficiente?
—Tal vez si estás en la corte siendo presentada a la reina —dijo Laura.
Abigail frunció el ceño antes de volver a enmascarar su expresión.
—¿Qué tal esto? —preguntó ella, haciendo una reverencia un poco menos
profunda y levantando la barbilla.
—La reverencia es buena, aunque un poco rígida —dijo Laura. —La mirada
parece como si me estuvieras desafiando a un duelo.
Las dos se volvieron a reír de nuevo por unos momentos.
—Es la barbilla —dijo Laura. —Asegúrate de que no sobresalga, Abby.
Abigail practicó la rutina unas cuantas veces más hasta que Laura la aprobó.
—Usted es el jefe de mi familia, señor, y debe ayudarme, si es tan amable —
dijo Abigail.
Laura suspiró y se sentó en el borde de la cama.
—Tu barbilla está sobresaliendo de nuevo, Abby —dijo ella. —Y hay un brillo
marcial en tus ojos. ¿Y no deberías dirigirte a él como ´mi Lord´? Y, ¿debes sonar
como si estuvieras pidiendo ayuda por derecho propio, a pesar del ´por favor´ al
final?
—Más vale que lo olvide —dijo Abigail. —Nunca sería una buena actriz, Laura,
ni con mi primo ni en la escenario. ¿Qué me deja eso?
—Siéntate, Abby —dijo Laura. —Va a ser hora de que Billy y Hortense vengan
pronto a la escuela para sus clases matutinas. Tratemos de hacer esto bien. El
Conde de Severn no debe tener una impresión desfavorable de ti.
—Así que debo encogerme de hombros y rebajarme —dijo Abigail. —Moriré
de mortificación de todos modos.
—No, eso no —dijo su amiga. —Debes ser... —agitó una mano en el aire. —
Oh...
—Recatada —dijo Abigail. —Muy bien, entonces. Así lo haré. Dime cómo
hacerlo. Nunca ha habido nadie más manso y apacible de lo que yo seré hoy.
Menos de media hora más tarde, la institutriz se había ido a sus deberes
matutinos a la escuela y Abigail se quedó sola para prepararse para la visita a la
casa del Conde de Severn en Grosvenor Square.
Realmente no debería estar haciendo esto, pensó mientras se ponía en
camino. Estaba fuera de su naturaleza rebajarse, y eso era lo que iba a hacer, sin
embargo, seguía cuidadosamente las instrucciones de Laura. Iba a pedirle a un
extraño que la ayudara a encontrar otro puesto, sobre la base de que él era su
pariente.
Eran terrenos muy estrechos. Papá no había tenido tratos con el Conde ni con
su familia cercana.
Y si el Conde sabía algo sobre su familia, lo más probable era que ella se
encontraría fuera de su puerta, en la calle, con gran rapidez. No era una familia de
buena reputación. Papá no había tenido buena reputación, y había otros hechos y
eventos que pondrían los pelos de punta a cualquier noble que se preciara.
Sólo tendría que esperar que él no supiera nada sobre los Gardiner. O que la
edad haya alterado su memoria. Si era afortunada, él tendría el pelo blanco
nevado y las cejas blancas tupidas y una sonrisa amable y todo lo que ella tendría
que hacer sería decir lo que había ensayado con Laura y parecer mansa, recatada e
indefensa. Sólo esperaba que él no fuera tan tembloroso, debido a la edad, que
fuera incapaz de escucharla con inteligencia. Esperaba no tener que tratar con un
secretario joven y de cerebro agudo.
No pensaría en ello, meditó, mientras se acercaba a Grosvenor Square e
intentaba no darse cuenta de lo grandiosas que eran las casas que la rodeaban.
Subió decididamente los escalones de la casa del Conde y levantó la aldaba de
bronce. Recordó justo antes de que se abriera la puerta, retraer su barbilla y
suavizar su expresión.
Y, oh, Señor, pensó unos minutos más tarde cuando se había olvidado lo
suficiente de sí misma como para enfrentarse al almidonado mayordomo de su
señoría y ser informada con muchas palabras que no creía ni por un momento que
el Conde estaba en casa; además, notó, que era una gran casa. El salón se utilizaba
claramente sólo para la recepción de visitantes. Las sillas no estaban dispuestas
alrededor de la habitación con un diseño agradable y acogedor. Estaban colocadas
con el dorsal contra las paredes. No se sentó en ninguna de ellas.
La espera era interminable. Vagaba por la habitación, mirando todos los
cuadros, con miedo de sentarse para no quedar atrapada en desventaja si la
puerta se abría sin previo aviso. Quizás debería haberle preguntado al mayordomo
si se esperaba que su señoría volviera a casa próximamente. Empezó a temer que
la hubieran olvidado y que se acordaran de ella cuando una sirvienta entrara a
desempolvar a la mañana siguiente o a la mañana siguiente después de esa.
Pero finalmente se abrieron las puertas dobles y el mayordomo, que se
interpuso entre ellos por un momento, se hizo a un lado para admitir a un joven
alto. El corazón de Abigail se deslizó dentro de sus botas de media altura. Después
de todo, no iba a ser admitida en presencia de su señoría. Iba a tener que tratar
con un secretario, que se veía tan rígido y helado como cualquier duque que uno
quisiera imaginar, y que tenía el descaro de levantar el monóculo hasta su ojo y
mirarla a través de él.
A través de un esfuerzo sobrehumano mantuvo la postura que Laura había
aprobado. Si no podía impresionar al secretario, sólo había otras dos posibilidades:
el vicario Grimes o el trabajo en Londres que no era ser actriz.
Se vio forzada a desperdiciar la reverencia que había practicado con tanto
cuidado con un hombre que era tan sirviente como ella.
Se quedó quieta y le miró con calma. Y de repente se dio cuenta de su estado
de soledad, una dama en el salón de recepción de un establecimiento de
caballeros sin chaperón en el lugar.
—Srta. Gardiner —dijo el secretario, mirándola con desdén, no hizo nada para
disimularlo. —¿Qué puedo hacer por usted, madame?
Capítulo 2

La señorita Abigail Gardiner miró fijamente al Conde, aunque adivinó que se


requería un gran esfuerzo de coraje para hacerlo.
—Quería hablar con mi primo, Lord Severn, señor —dijo en voz baja.
Definitivamente era una ratoncita, concluyó él. Una ratoncita menuda,
marrón, aunque no era particularmente pequeña, o particularmente alta, para el
caso. Realmente era bastante anodina, una mujer que sería difícil de describir una
hora después de haberla perdido de vista. Una mujer que se desvanecería
admirablemente en cualquier fondo.
—Soy Severn, madame —dijo, aun jugando con el mango de su monóculo,
aunque no lo volvió a levantar ante sus ojos. Esta mujer no necesitaba que la
pusieran en su lugar. No había nada de la audacia con la que ocasionalmente tenía
que lidiar en otros parientes indigentes. —Si soy tu primo o no, no tengo el placer
de saberlo.
El color se elevó en sus mejillas, aunque ella no le quitó los ojos de los suyos.
Eran unos finos ojos grises, notó; definitivamente eran su mejor característica.
—Sin duda —dijo, —no habéis oído hablar de la muerte del antiguo Conde
hace quince meses. Quizás tu rama de la familia no fue considerada lo
suficientemente cercana como para que alguien pensara en informarte.
Inmediatamente sintió lástima por su sarcasmo. Había sido realmente
innecesario. Los labios de la mujer se apretaron por un momento, pero no dijo
nada.
—Mi padre era bisnieto del abuelo del ex Conde —dijo ella, —su padre era el
tercer hijo de una cuarta hija.
—El ex Conde era el primo segundo de mi padre —dijo. —Y supongo que eso
la convierte en mi… prima también, Srta. Gardiner. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Necesito su ayuda, mi Lord —dijo ella, —es una ayuda pequeña y sólo por
esta ocasión.
Dejó que su monóculo se soltara de su cinta negra y se agarró las dos manos
por la espalda. Sus ojos se movieron sobre ella. Ella no era servil. A él le gustaba
eso. Ella levantó la barbilla y pudo mirarlo a los ojos mientras le rogaba. Pero era
callada y respetuosa. También le gustaba eso.
Tuvo una imagen repentina e inoportuna de Frances y la inevitabilidad de su
unión una vez que ella llegara a Londres, a menos que algo sucediera entre ahora y
ese momento que hiciera imposible la unión.
Pero era una idea ridícula, una que había expresado la noche anterior desde lo
más profundo de su tristeza, pero que, sin embargo, no había tomado en serio. Era
una idea estúpida.
—¿Cuánto? —preguntó con un sarcasmo más fuerte de lo que había pensado.
Ella lo miró con incomprensión.
—¿Cuánta ayuda? —dijo ella.
—¿Cuánto dinero, madame? —el Conde caminó unos pasos más dentro de la
habitación. Era hora de hacer negocios y deshacerse de la mujer antes de que
hiciera algo increíblemente tonto, algo de lo que se arrepentiría por el resto de su
vida.
—¿Dinero? —dijo ella, frunciendo un poco el ceño. —No he venido aquí a
pedir dinero, mi Lord. Es tu ayuda lo único que he venido a pedirte.
—¿Es así? —dijo. Estaba decepcionado. Hubiera sido más fácil si hubiera sido
dinero lo que ella quería.
—He perdido mi trabajo como dama de compañía de una Señora —dijo, —y
no tengo ninguna perspectiva de adquirir otro empleo. Desearía que me diera
alguna recomendación como su pariente, mi Lord.
Lord Severn consideró sugerirle a la mujer que se sentara. ¿Había estado de
pie desde que entró en la habitación? Pero no quería prolongar la entrevista.
Misteriosamente ella se parecía mucho a la esposa ideal que le había descrito a
Gerald la noche anterior.
—¿No está su antiguo empleador mejor calificado para hacer eso? —
preguntó. —Después de todo, no la conozco, madame, aunque haya una conexión
remota de sangre entre nosotros.
La barbilla de la mujer se levantó por un momento antes de volver a meterla.
Sus manos se movían entre sí. Estaba claramente nerviosa, pensó, entrecerrando
los ojos sobre ella.
—Me despidieron, mi Lord —dijo ella.
—Ya veo —vio como sus ojos se inclinaban hacia abajo, hasta sus manos, y las
manos se aquietaban. —¿Por qué?
Se mojó los labios.
—El esposo de mi empleadora tiene manos errantes —dijo ella.
—Ah —dijo. —Y tu jefa lo descubrió y te culpó a ti.
Ella miró rápidamente a sus ojos y luego bajó su mirada hasta su barbilla. Ella
no dijo nada.
Sí, pensó, podía imaginárselo. La Srta. Abigail Gardiner era joven y no del todo
poco atractiva. Estaba empobrecida y dependía de lo que podía ganar con un
empleo de buena calidad. Era callada y modesta, la presa perfecta para un marido
lascivo que se aburría con su esposa.
Sentía lástima por ella. Ella no se había movido del lugar en el que había
estado cuando él entró en la habitación. Esperó con silenciosa paciencia su
decisión. Si le daba dinero, podría sobrevivir una o dos semanas. ¿Y luego qué?
¿Pero podría darle la carta que ella pedía? cuando los hechos habían sucedido,
él no conocía a la mujer. Ni siquiera sabía con seguridad que ella estaba
emparentada con él, aunque adivinó que debía estarlo. Un asunto así era
demasiado fácil para que ella se arriesgara a mentir. Él mismo podría arriesgarse
con ella si tuviera un puesto adecuado para ofrecerle. Pero, ¿podía recomendarla
a un desconocido desprevenido?
Pero tenía un puesto adecuado que ofrecerle. Rechazó el pensamiento, lo que
le hizo fruncir el ceño sin querer a la Srta. Abigail Gardiner. ¿Estaba perdiendo el
juicio?
Ella le miraba directamente, sus finos ojos grises miraban fijamente a los
suyos.
—¿Me ayudarás, mi Lord? —preguntó ella.
En tres o cuatro días, la paz de su existencia de soltero iba a ser destruida y su
única propiedad iba a ser puesta bajo asedio. ¡Le endosarían a Frances!
¡Frances! A lo largo de los años se veía a sí mismo yendo y viniendo por ella,
murmurando “Sí, querida” y “No, querida” cien veces al día, escuchando las
envidiosas opiniones de sus amigos y conocidos de que era un perro afortunado
por haberse ganado una esposa tan bella y encantadora.
Se dio cuenta de repente, que él le estaba hablando, sus palabras salían
espontáneamente.
—Sí, madame —decía. —Tengo un puesto que ofrecerte en mi propia casa.
Sus ojos se abrieron de par en par, y por un momento parecían
considerablemente más grandes de lo normal.
—¿Aquí? —dijo ella. —¿Un puesto?
Se escuchó a sí mismo, horrorizado, casi como si su cerebro y su voz
estuvieran divorciados el uno del otro.
—Sí —dijo. —Tengo una necesidad urgente de ocupar el puesto de esposa.
Ella le miró mientras él le devolvía la mirada en silencio.
—Esposa —dijo, la palabra caía como una piedra en el silencio entre ellos, no
era una pregunta.
Sus manos se entrelazaban fuertemente detrás de su espalda.
—Necesito una esposa, madame —dijo. —Los hombres en mi posición
generalmente lo hacen. Juzgaría que usted podría ser el tipo de mujer que me
convendría. El puesto es tuyo si lo deseas.
Se dio cuenta, sorprendido, de que no estaba arrepentido de haber dicho esas
palabras, al ver que su sus ideas fluían a su boca. Si la elección fuera entre Frances
y la Srta. Abigail Gardiner, y parecía que probablemente lo era, se conformaría con
la Srta. Gardiner sin ninguna duda. Esperó ansiosamente su respuesta.

***

Abigail lo miró fijamente. Se había sentido muy avergonzada y le había


resultado mucho más fácil seguir el consejo de Laura de ser más recatada de lo
que esperaba. Su primo, o pariente, por usar un término más vago e impreciso, era
muy joven y elegante. Y allí estaba ella, atrapada en una habitación de su casa,
vestida con su color marrón más monótono, con su pelo en su más indecorosa
trenza enroscada debajo de su gorro, rogándole a él, un favor.
No habría venido si hubiese sabido que el viejo Conde estaba muerto, pensó.
Definitivamente no lo habría hecho. Se habría arriesgado con el vicario Grimes.
Este Conde no sólo era joven y elegante. También tenía ojos
desconcertantemente azules, el tipo de ojos que tenían una tendencia a hacer
cosas extrañas a las rodillas femeninas.
Además, no eran sólo los ojos. Era alarmantemente guapo, alto y atlético, con
el pelo oscuro y grueso, varios tonos más oscuros y varios grados más brillantes
que el suyo. Se sintió mortificada hasta el extremo.
¿Y qué acababa de decir? Bajo casi cualquier otra circunstancia, ella habría
echado la cabeza hacia atrás y habría cedido a las carcajadas. El encuentro había
dado un giro extraño. Su oído debía estar defectuoso. Debía estar tan nerviosa y
tan tensa por haber actuado fuera de su carácter que había permitido que algunas
de sus palabras pasaran de largo impidiéndole seguir la conversación.
—¿Se va a casar, mi Lord? —dijo ella. —¿Deseas que sea la compañera de su
esposa? Tengo algo de experiencia, aunque la Sra. Gill es una señora mayor. Creo
que soy capaz de ofrecer compañía a alguien más cercana a mi edad.
—Le pido a usted que sea mi esposa, madame —dijo el Conde de Severn.
Las palabras y el significado eran absolutamente inconfundibles.
—Le he cogido por sorpresa —dijo cuando ella no respondió inmediatamente.
—¿Quiere tiempo para considerarlo? Me temo que no puedo ayudarla de otra
manera, Srta. Gardiner, excepto ofreciéndole una suma de dinero con la que
pueda mantenerse durante unas semanas. No puedo recomendar para un empleo
a una joven a la que no conozco.
Además de ser joven, elegante y guapo, además de esos ojos azules que
debilitan las rodillas, el hombre estaba loco. ¿Y tenía que compadecerse o
aprovecharse de él? Se preguntó Abigail.
Ella lo miró, era el objeto de los sueños más secretos y poco realistas de toda
mujer, y se miró mentalmente a sí misma. Era una mujer que estaría en la miseria
en unos días más. Ni siquiera tendría un techo sobre su cabeza. No podría
encontrar empleo sin una recomendación de su último lugar de trabajo. Y el
vicario Grimes, sin duda, la regañaría y, si tuviera suerte, la enviaría con otra
señora Gill. O podría echarla a la calle.
O podría casarse con el Conde de Severn.
Pensó que ella sería el tipo de mujer que le quedaría bien. ¿No acababa de
decir eso? ¿Qué tipo era ese? Todas las bellezas más deslumbrantes de los
alrededores debían estar calzándose sus zapatillas de baile para encantarlo.
Ella no podía. Realmente no podía. Él pensaba que ella le quedaría bien, pobre
hombre. ¿Y cómo podría casarse con un hombre del que no sabía nada excepto
que era muy, muy rico?
Oh, querido Dios. Era muy rico. Pensó repentinamente en Bea y Clara y en
otro sueño imposible y poco realista, pero más doloroso que el de los hombres
guapos porque involucraba a gente real. Y pensó en Boris y en sus sueños
destrozados.
—Le dejaré por un rato —dijo el Conde, —enviaré refrescos. Volveré en media
hora —le hizo una reverencia y se giró para irse.
—No —dijo ella, extendiendo una mano. Por el amor de Dios, estaría en un
estado de colapso nervioso después de media hora sola. Ella no podía
simplemente aceptarlo, ¿verdad? ¿Sin decirle unas cuantas verdades y ver cómo
se apresuraba a rescindir su oferta?
Todo era absurdo. Totalmente loco. Decidió que debía salir de allí tan pronto
como fuera posible, y apresurarse en volver a casa para compartir una buena
carcajada con Laura.
¡A casa! No tenía casa, o no la tendría en cuatro días.
El Conde la miraba inquisitivamente desde esos convincentes ojos azules.
Deseaba que fuera posible cambiarle los ojos, para poder estar más cómoda al
tratar con ellos. Gris, marrón, verde, avellana, todo menos azul. Pero eran azules, y
la estaban mirando.
—¿Madame? —dijo.
—Acepto —dijo rápidamente. Pero tendría el mismo sentido tomar una
pistola de duelo y dispararse a sí misma, pensó mientras hablaba. ¿Cómo sabía ella
que él no tenía seis amantes y tres docenas de niños escondidos acogedoramente
en varias partes de Londres? ¿Cómo saber que no resultaría ser un maltratador de
esposas? ¿Y cómo sabía él que ella no sería lo contrario de lo que él quería en una
esposa, como a lo mejor sería ella? ¿Y por qué necesitaba una esposa tan
urgentemente? —Pero puede que se arrepienta, mi Lord.
Sonrió bastante árticamente para revelar un hoyuelo en su mejilla izquierda
que puso al corazón de Abigail a dar una voltereta completa. No era justo.
Realmente no lo era.
—No lo creo —dijo. —Estoy contento con su decisión, madame. Haré que se
publique el anuncio en St. George el domingo y nos casaremos dentro de un mes.
¿Le parece bien?
Varias docenas de preguntas se amontonaron en la mente de Abigail. Pensó
que pronto se despertaría y se reiría de lo absurdo de su sueño, y suspiraría por la
belleza de su héroe. Mientras tanto, se sintió poco dispuesta a ponerle fin
deliberadamente, por extraño que fuera.
—Sí, mi Lord —dijo en voz baja.
Él frunció el ceño y miró al suelo entre ellos durante unos momentos.
—Pero el domingo es dentro de seis días —dijo él. La miró de repente. —¿Está
sin hogar, Srta. Gardiner?
—Tengo que dejar la casa del Sr. Gill para el fin de semana, mi Lord —dijo.
—Entonces conseguiré una licencia especial —dijo secamente. —Nos
casaremos... dentro de dos días. ¿Puedes estar lista?
Abigail casi podía sentirse flotando en la superficie del sueño. Pero se aferró
tenazmente al sueño. Este era demasiado bueno para rendirse sin pelear.
—Sí, mi Lord —dijo ella.
Cruzó la habitación, pasando lo suficientemente cerca de ella como para que
se diera cuenta de la fragancia de una colonia almizclada. Tiró de una cuerda de
campana al lado de la chimenea.
—Watson, envíe mi carruaje inmediatamente, por favor —dijo cuando el
mayordomo apareció casi antes de soltar la cuerda.
¿Para ella? Sería maravilloso, pensó Abigail. Estaría caminando en el viento de
camino a casa.
—Haré que le lleven a casa de su jefa —dijo. —Si me permite, iré a buscarla
mañana por la mañana, madame. Necesitarás ropa de novia. Pasado mañana, le
llevaré lejos de allí para que te alojes. Mientras tanto, puede informarle al Sr. Gill
que si sus manos se acercan de nuevo a ti, será abofeteado poco después con el
guante del Conde de Severn.
Abigail sentía que todos sus músculos internos se tensaban con el esfuerzo de
evitar que su regodeo estallara en risas. Hizo una imagen mental deliciosa: la
imagen del alto y atlético y guapo Conde abofeteando con un elegante guante la
cara del bajo y gordo Sr. Gill. Había algo hilarante también en la idea de que el Sr.
Gill estuviera interesado en pellizcarle el trasero o besarle la nuca cuando estaba
Laura en la casa.
Pero se despejó al instante. ¿No debería decirle al Conde algo sobre sí misma?
¿No debería advertirle?
—Sí, mi Lord —dijo ella.
El Conde caminó junto a ella hasta las puertas principales de su casa unos
minutos más tarde y le hizo una elegante reverencia después de descender los
escalones exteriores y guiarla hacia su carruaje. Su mano estaba caliente, bien
cuidada, fuerte.
El interior del carruaje era de terciopelo verde oscuro y borlas doradas y
cojines de felpa. Abigail se hundió de nuevo en la suavidad y colocó sus manos
sobre la barata tela marrón de su manto.
Bueno, pensó ella. Bueno. ¡Oh, Dios mío! No sabía si ceder al pánico o aullar
de risa. Probablemente sería más prudente no hacer ninguna de las dos cosas
hasta que estuviera a salvo en su habitación en casa de los Gill.

***

—¿Que has hecho qué? —Sir Gerald Stapleton se detuvo tan abruptamente
en medio de la acera que una señora y un caballero que caminaban detrás casi
chocan con él. El caballero le miró con desprecio y guió a la dama para que pasara
a salvo.
—He ofrecido matrimonio a una pariente empobrecida que me visitó esta
mañana —repitió el Conde de Severn. —Srta. Abigail Gardiner.
—¿La conocías de antes? —preguntó su amigo. —¿Descubriste en ella un
amor juvenil perdido hace tiempo, Miles? No vas a decirme que es una completa
extraña, ¿verdad? No son extraños, ¿verdad?
El Conde hizo un gesto a su amigo para que continuase su camino hacia el club
White´s. Se habían reunido antes, sin acuerdo previo, en el gimnasio de Jackson, el
Conde que había ido a entrenar, Sir Gerald a vigilar.
—¿Alguna vez te detienes para permitir que alguien responda a una
pregunta? —preguntó. —Sí, era una extraña, Ger. Pero ella está relacionada
conmigo de alguna manera. Ella lo explicó, pero la explicación era complicada, y se
refería a cómo estaba relacionada con el viejo Conde.
—Ella debe ser avasallante —dijo Sir Gerald, frunciendo el ceño en
desaprobación. —¿Pero estás loco, Miles? Lo lamentarás en una semana. ¿No
puedes mirar a tu alrededor y ver cuán pocos matrimonios satisfactorios hay,
especialmente para los maridos? ¿Qué tiene de malo tu vida tal como es ahora?
Tienes tu independencia, eres el amo de tu propia casa, eres libre de ir y venir a tu
antojo, y tienes a Jenny. No le hiciste una oferta, ¿verdad? ¿Simplemente pensaste
que podrías hacerlo en una fecha futura? No lo hagas. ¿Quieres el consejo de un
viejo amigo? No lo hagas.
—¿Recuerdas a la mujer que te describí anoche? —preguntó Lord Severn. —
¿Con la que me casaría en el acto si alguien la colocara delante de mí?
—¿Aburrida y ordinaria? —Sir Gerald miró sospechosamente a su amigo.
Lord Severn asintió.
—Pues la Srta. Gardiner es ella —dijo. —Inmediatamente me llamó la
atención el parecido, Ger. Ella es perfecta. No fea, pero sí sencilla. Un ratoncito
marrón. Pero tiene unos ojos preciosos. Tranquila, disciplinada y respetuosa sin ser
complaciente. Casi todo lo que me dijo fue: —“Sí, mi Lord y “No, mi Lord”. Ha sido
despedida de su empleo porque el marido de su empleadora tiene las manos
errantes. Ella había venido a pedirme que la ayudara a encontrar otro empleo.
—Y lo hiciste —dijo sombríamente Sir Gerald. —¿Realmente se lo pediste,
Miles? Ella dijo que sí, supongo. Tendría que estar loca para no haberlo hecho.
—Ella dijo que sí —dijo el Conde con una sonrisa. —Pensé que estarías
encantado por mí, Ger. Pensé que podríamos celebrar juntos mi ajustada huida de
Frances.
Su amigo se iluminó.
—Tu madre te hará cambiar de opinión —dijo. —Y encontrará la manera de
sacarte de este compromiso loco en poco tiempo. Habrá que pagarle a la mujer. Y
luego debes decirle a tu mamá que tampoco te vas a casar con Frances. Miles,
tienes que aprender a afirmarte en lo que respecta a las mujeres.
—Lo haré —el Conde de Severn sonrió. —No tendré ningún problema con la
Srta. Gardiner, Ger. Y mi madre no tendrá poder para hacerme cambiar de opinión
cuando llegue a la ciudad. Me voy a casar con licencia especial pasado mañana.
Sir Gerald se detuvo abruptamente de nuevo, se quitó su sobrero de piel de
castor de copa alta y pasó una mano por sus cortos y claros rizos.
—Que el diablo se lo lleve —dijo. —La mujer debe ser una bruja. Te vas a
arrepentir de esto de por vida, Miles. Diré: “Te lo dije” antes de que acabe el mes.
—No lo creo —dijo el Conde. —Creo que la Srta. Abigail Gardiner me sentará
muy bien. Creo que será la esposa ideal. ¿Vas a quedarte ahí todo el día
admirando el paisaje, Ger, o vas a vamos a White´s?
—¡La esposa ideal! —Sir Gerald dijo con desdén, acomodando su sombrero
sobre su cabeza y colocándolo firmemente en su lugar. —No existe tal cosa, viejo
amigo. Y sería para su beneficio eterno si te dieras cuenta de eso en los próximos
dos días.

***

—¿Que has hecho qué? —Laura Seymour estaba libre de sus deberes de aula
por la mañana y había regresado a su habitación para encontrar a Abigail
caminando por el cuarto.
—He accedido a casarme con el Conde de Severn pasado mañana —dijo
Abigail, —y no sé si debería caer en una gelatina temblorosa o rodar por el suelo
en un mar de risas. No sé si yo estoy la loca o si lo está él. O tal vez los dos. No
cabe duda de que lo haremos admirablemente. ¿Laura, no te importaría
pellizcarme, supongo que para probar que realmente estoy despierta? No estoy
del todo convencida de que lo esté.
—Pero no puedes casarte con un viejo, Abby —su amiga la miró horrorizada.
—Oh, no, de verdad que no puedes. Debe haber una alternativa. ¿Te echó un
vistazo, así es como fue? vio que eras joven, guapa e indigente, y pensó en
contratar a una niñera sin costo alguno. Los hombres son criaturas horribles. Es así
como ese tonto de Humphrey está engreído de que lo acusen de haber sido
seducido por ti, y ha empezado a mirarme fijamente. Padre e hijo, ambos, es
demasiado.
Tomó su cepillo del tocador y comenzó a quitarse los alfileres del pelo.
—Me aseguraré de darle una paliza antes de irme de aquí —dijo Abigail. —
Pero el Conde no es un viejo tembloroso, Laura. El viejo Conde murió hace más de
un año. El Conde actual no puede estar por encima de treinta. Podría haber
muerto de mortificación y vergüenza. Lo confundí con un secretario.
Las manos de Laura se detuvieron y miró a su amiga en el espejo.
—¿Te miró y quiso casarse contigo? —dijo ella. —¿Un Conde? ¿Y uno de los
hombres más ricos de Inglaterra? ¿Qué es lo que le pasa?
Abigail se rió alegremente y se posó en el borde de la cama.
—¿Debe haber algo mal con él? —preguntó ella. —Qué halagadora eres.
Laura puso una mueca de dolor.
—No quise decir eso, Abby —dijo ella. —Por supuesto que no. Pero hay algo
muy peculiar en su comportamiento, debes estar de acuerdo en eso.
—Sí, hay algo malo con él —dijo Abigail, aleccionando y frunciendo el ceño en
el suelo. —Tiene que haberlo. Deberías verlo, Laura. No puede haber un hombre
más guapo en este planeta, y si alguien fuera tan estúpido como para dudar de ese
hecho, se daría cuenta de su error tan pronto como él sonriese. Tiene un hoyuelo
que puede debilitar hasta las rodillas más firmes. Y ojos azules como un cielo de
verano. Y sin embargo, me habló durante diez minutos y me ofreció matrimonio.
—Pasado mañana —añadió Laura.
—Pasado mañana —el ceño fruncido de Abigail se hizo más profundo. —Dijo
que creía que yo era la clase de mujer que le quedaría bien, Laura.
—¿Lo hizo? —Laura tiró del cepillo lentamente a través de su cabello.
—¿Qué es lo que vio? —dijo Abigail. —Una mujer que es sencilla en el mejor
de los casos, pero que se vuelve monótona por el manto y el gorro marrón. Una
criatura mansa y muda que apenas tenía dos palabras que decir. Una cosa débil
que recordaba no erizarse incluso cuando él tenía el descaro de levantar su
monóculo a su ojo. ¿Esa es la clase de mujer que le va a sentar bien?
Miró a su amiga, se cubrió la boca con una mano y explotó en una risa
nerviosa.
—No debí haber dicho que sí —dijo ella. —Laura, estoy perpetrando un
terrible engaño contra él. ¿Qué pasará cuando descubra la verdad?
—Tal vez él también te está engañando a ti —dijo Laura. —Viste a un hombre
joven y guapo y asumiste que era un dios. Tal vez él sea tan diferente de lo que
esperas como tú de lo que él espera.
—Él vendrá aquí mañana para llevarme de compras —dijo Abigail. —Supongo
que debería asegurarme de que tengamos una larga y sincera charla. Ese será el
final de mi compromiso, por supuesto. No me di cuenta de lo seductora que sería
la tentación de ser rica. Y ser alguien. Podría ver a Bea y Clara si me casara con él.
Podríamos estar juntas de nuevo. Y quizá pueda hacer algo por Boris antes de que
sea demasiado tarde.
—¿De compras? —dijo Laura.
—Para la ropa de novia —dijo Abigail con nostalgia. —Algunas muselinas finas,
tal vez, y un hábito de terciopelo para montar caballo.
—Y un vestido de baile —dijo Laura. —Seguramente irás a los bailes, Abby. Tú
serías la Condesa de Severn.
—Sí, lo seré —dijo Abigail, sorprendida. Se puso de pie. —¿Ves por qué estoy
tentada? Y tiene unos ojos muy azules, Laura. Pero probablemente nunca lo
volveré a ver. Sin duda estaba haciendo su pequeña broma a mi costa. Debe haber
estado bromeando, ¿no crees?
—Oh, Abby —Laura frunció el ceño y dejó su pincel. —¿Los Condes bromean
sobre estos asuntos?
—No tengo ni idea —dijo Abigail. —¿Lo hacen?
—¿Y si hablaba en serio? —dijo Laura. —¿Abby, Vas a tirar por la borda esa
oportunidad de seguridad? ¿Por qué no sigues siendo su mujer ideal durante dos
días más?
—¿Sería honesto? —preguntó Abigail.
—Pero no eres un monstruo, Abby —dijo Laura. —Y tú serías tan dulce y
callada como él parece pensar que eres si recordaras e intentaras no hablar todo el
tiempo.
Abigail se rió.
—Y un asesino sería tan suave como cualquier otro hombre si intentara no
matar gente —dijo. —No creo que pueda hacerlo, Laura. Aparte de la moralidad
involucrada, no creo que pueda hacerlo. Casi me reviento unas cuantas veces esta
mañana.
—Piénsalo —dijo Laura. —Oh, Abby, me siento tan emocionada por ti como si
fuera yo. Y no me sentiría tan mal por ser responsable de que te despidieran si
todo terminara tan espléndidamente para ti. Piensa en ello, dos días más de ser
recatada a cambio de toda una vida de lujo.
—No voy a pensar en ello —dijo Abigail, acercándose a la puerta y poniendo
su mano en el pomo. —Probablemente no vendrá mañana de todos modos. Voy a
concentrar mi mente en idear el mejor método que se me ocurra para desinflar la
vanidad de Humphrey. No es necesario dar las gracias. Puede que me debas un
favor.
—Oh, Abby —dijo su amiga, riéndose a su pesar.
Capítulo 3
El conde de Severn salió de su carruaje y se dirigió hacia la casa del Sr. Gill. El
hombre era un citadino, lo adivinó por la ubicación de la casa. Era sin duda un
hombre que pensó en aumentar su importancia contratando una acompañante
para su esposa. Y sin duda era del tipo que entonces creería que él era el dueño de
la acompañante y que era libre de usarla como quisiera.
Esperaba que la Srta. Gardiner hubiera transmitido su mensaje al hombre.
Se paró en la acera mientras su lacayo levantaba la aldaba de latón de la
puerta, y se concentró en lucir indiferente. Se sentía de todo menos eso. De
hecho, si admitía la verdad, había mariposas danzando dentro de él.
Había tenido un día y una noche de insomnio para meditar sobre su
apresurada oferta de la mañana anterior. Y había sido lo suficientemente tonto
como para pasar toda la tarde y parte de la noche con Gerald, quien le había
señalado todos los desastres posibles que podrían resultar de un matrimonio así, y
algunos de los imposibles también. Luego había ido a casa de Jenny y terminó
pasando toda la noche con ella, y la encontró tan amorosa como la noche anterior.
¡Y Jenny iba a ser sustituida por la Srta. Abigail Gardiner!
Desafortunadamente, no era capaz de reconciliar en su conciencia el tener una
esposa y una amante. Sin embargo, sin dudas, Jenny era la amante más
satisfactoria que había tenido.
Deseó, que al abrirse la puerta y una criada uniformada hizo una reverencia,
que fuera la futura novia la que se deshiciera de él en lugar de la amante. Pero la
oferta había sido hecha y aceptada, y hacer realidad su deseo ya no era una
posibilidad.
Debía fortalecer su decisión con pensamientos sobre Frances.
—¿Podría anunciar a la Srta. Gardiner que el Conde de Severn ha llegado? —le
dijo a la criada, caminando junto a ella hacia un oscuro y desordenado pasillo.
Ella miró fijamente a través de él a su lacayo y cochero, y a su carruaje
esperando en la calle, se volvió para hacerle más reverencias, y se escabulló sin
decir una palabra.
¿Fue ella tan clara como él la recordaba? se preguntó el Conde, quitándose los
guantes y el sombrero. Era extraño, haber elegido deliberadamente como su novia
a una mujer sencilla. Siempre había soñado, supuso —si había soñado con el
estado de casado— con una esposa encantadora, alguien a quien le gustaría ver
todos los días de su vida.
¿Y era tan callada como él recordaba? Eso esperaba. No sería capaz de
soportar a una parlanchina o a alguien que deseara manejar su vida y la de todos
los que la rodean. También podría haberse casado con Frances y haber hecho feliz
a su madre y a sus hermanas si ese iba a ser su destino.
Por otro lado, por supuesto, no quería una criatura aburrida e insensata, sin
carácter.
Sin embargo, mientras se inclinaba ante el hombre calvo y sonriente que hacía
una profunda reverencia ante él, no tenía sentido en este momento de su vida
tratar de imaginar las cualidades que realmente quería en una esposa. Ella ya
había sido elegida. Estaba comprometido con ella.
El hombre, como sospechaba Lord Severn, era Sr. Gill. Intercambiaron
cortesías después de que su señoría se negó a aceptar una invitación para entrar
en el estudio a tomar un refresco.
—La Srta. Gardiner está, ah, ¿buscando empleo con usted, mi Lord? —
preguntó el Sr. Gill. —Es una jovencita ambiciosa que se veía tan refinada.
—La Srta. Gardiner —dijo el Conde, con una mano jugando con el mango de
su monóculo, —es una pariente lejana mía, señor.
El Sr. Gill se frotó las manos.
Ella no había transmitido su mensaje, decidió Lord Severn.
—Y mi prometida —añadió.
Las manos del Sr. Gill se calmaron.
Pero la atención del Conde se desvió. Ella estaba bajando las escaleras y él se
giró para mirarla. Estaba vestida de gris desde la cabeza hasta los tobillos. Sólo sus
guantes negros y sus botas de media altura aliviaban la monotonía.
Oh, sí, pensó que, con un poco de conmoción, no se había equivocado en su
apariencia.
Y en su carácter tampoco. Su cara era inexpresiva. Sus ojos estaban dirigidos al
piso entre él y el Sr. Gill. Hizo una reverencia cuando llegó al final de las escaleras,
sin levantar los ojos.
—Buenos días, querida —dijo el Conde, inclinándose ante ella. —¿Estás lista
para salir?
—Sí, gracias, mi Lord —dijo ella.
—Ah —dijo el Sr. Gill, frotándose las manos otra vez. —Amor joven. Qué
espléndido. Y qué guapa está, Srta. Gardiner.
La mujer levantó la vista, primero al Sr. Gill y luego a su prometido. Había un
brillo en sus ojos que parecía muy divertido, pensó el Conde. Pero desapareció en
un instante antes de que pudiera observar más de cerca.
Tomó el brazo que él le ofreció.

***

Abigail había estado en Bond Street sólo una vez, con la Sra. Gill. Pero no se
habían detenido allí, sólo caminaron a lo largo de la calle para ser vistas, para verse
grandiosas. Bond Street estaba un poco por encima del nivel de la Sra. Gill.
Pero fue en Bond Street donde el Conde de Severn la llevó a la tienda de una
modista que parecía tan grande como una duquesa y que hablaba con un acento
francés que puso a Abigail a mirarla con sospecha. Pero la mujer conocía al Conde
de Severn y le hizo una profunda reverencia. Sus ojos pasaron sobre las ropas
grises de Abigail con curiosidad y algo de condescendencia.
Aquí era donde él traía a sus acompañantes para que se vistieran, pensó
Abigail, y Madame Savard, o Srta. Bloggs, o cualquiera que fuera su verdadero
nombre, asumía que ella era otra de esa raza. Ella miró a la mujer con un ojo
severo. Y se sintió mortificada más allá de lo creíble. No sabía que los caballeros
acompañaban a las damas para comprar ropa, no dentro de la tienda y saludando
a las modistas y exigiendo ver las prendas de moda, los libros de patrones y las
telas.
—Necesitaremos algo bonito sin demora, Madame —dijo. —La Señorita
Gardiner será mi novia mañana.
Los ojos que la observaban se volvieron más agudos y considerablemente más
respetuosos. La Señora acercó sus manos a su pecho y pronunció unas palabras
encantadoras y sentimentales sobre los torbellinos de los romances. Ella y el Sr.
Gill deberían reunirse para hacer un dúo romántico, pensó Abigail, y luego
desearía no haberlo pensado, ya que los músculos de su estómago se tensaron con
la risa suprimida.
—¿Pero, para mañana, mi Lord? —dijo la Señora, con sus largas uñas
revoloteando. —Non, non. ¡Imposible!
—Debe ser posible —dijo con firmeza el Conde, sin dar a la palabra la
entonación francesa de la modista. —Definitivamente posible. Madame Girard me
dijo la semana pasada que sus costureras pueden hacer hasta el más elegante de
los vestidos de baile en tres horas cuando es necesario.
Parecía que, después de todo, era posible hacer un vestido adecuado para una
novia antes del día siguiente. En cuanto al resto de las prendas, debían ser
entregadas en Grosvenor Square, algunas en una semana y otras en dos.
Siguieron dos horas de desconcierto para Abigail. Las telas y los diseños
fueron escogidos por su señoría y la Señora, tratándola como si fuera una figura de
cera sin voz ni mente propia.
En una reunión con Laura esa mañana para la planificación de la estrategia,
había acordado, muy en contra de la conciencia de Abigail, que ella se mantuviera
a su imagen recatada al menos hasta después de la boda, si había una boda. En ese
momento, Abigail estaba más convencida de que nunca volvería a ver al Conde de
Severn. Pero ahora que la situación era real, habría sido difícil mantener el plan si
ella no se hubiera sentido tan involucrada.
Finalmente, la llevaron a un cuarto trasero —donde el Conde no la siguió, y se
sintió aliviada al darse cuenta de ello, ya que le quitaron toda su ropa, excepto su
camisa y sus medias, se paró en un taburete, y giró; las costureras pincharon,
ensartaron y midieron en lo que parecía ser un día y medio sin parar.
Se aferró obstinadamente a su recatado yo, fallando sólo dos veces. Protestó
una vez a la Señora, cuando la voltearon sin que se lo pidieran, indicando que no
era un trozo de carne vacuno y que le gustaría que no la trataran como tal.
Igualmente, le recordó a una costurera joven, delgada y con anteojos que no era
un alfiletero y que no le gustaba que la pincharan con alfileres. Pero
inmediatamente sintió pena por este último error, cuando la niña la miró con ojos
ansiosos y miró rápidamente a la Señora, que afortunadamente no la había oído.
—En realidad —dijo Abigail, —me moví cuando debí haberme quedado
quieta. Fue por mi culpa. ¿Está mi brazo lo suficientemente alto?
La niña le sonrió rápidamente y reanudó su trabajo.
Abigail esperaba un par de muselinas y un vestido de montar. Laura esperaba
que se añadiera un vestido de baile a esa lista. En todos los sueños salvajes de una
noche en gran parte sin dormir, Abigail no se había esperado el vertiginoso
número y la variedad de prendas que se consideraban como la más mínima de las
necesidades de una Condesa. Pensó que, si no hacía nada durante todo el día más
que cambiarse de ropa, le llevaría un mes ponerse todas las prendas de vestir que
le iban a enviar.
Diez vestidos de baile. ¡Diez! ¿Había que tener tantos bailes a los cuales
asistir? ¿Y no bastaría una sola prenda para todos ellos, o a lo sumo dos? Parecía
que no.
Estaba empezando a sentirse como Cenicienta, excepto que Cenicienta sólo
había tenido un vestido de baile nuevo. Ciertamente ella tenía su propio príncipe
azul esperándola en algún lugar de las instalaciones. Había logrado convencerse a
sí misma durante la noche de que en realidad no podía ser tan guapo como lo
recordaba. Se había dicho a sí misma que todo esto era sólo porque había visto a
un hombre tolerantemente guapo y reaccionó como una colegiala enamorada.
Pero no se había equivocado. No, en absoluto. Se veía tan, tan magnífico llevando
un alto sombrero de piel de castor y un bastón con punta dorada.
Y estaba empezando a creer en su propia buena fortuna. Aunque el sentido
común le decía que era una tonta en extremo por haber accedido a pasar el resto
de su vida como posesión de un total desconocido, incluso si había un vago lazo de
sangre entre ellos, el sentido común encontraba serios adversarios. Pero los ojos
del Conde estaban concentrados en una cosa. Pero mucho más importante que
eso era el saber que, por infeliz que fuera, al menos siempre estaría segura
materialmente. Nunca volvería a ser pobre. Y podría reunir a su familia.
Es cierto que su conciencia la golpeó. Porque aparte del hecho de que no era
como parecía ser la mañana anterior o como tampoco parecía ser hoy, había otros
hechos que debía contarle, hechos que ni siquiera Laura conocía. Ella no era
respetable, y tampoco lo era su familia. Esa era la verdad del asunto.
Pero la tentación de permanecer callada hasta después de la boda resultó ser
demasiado abrumadora.
Demasiado para sus propios motivos. ¿Pero qué hay de los motivo de él? Sería
mejor no preguntar, le había aconsejado Laura, y Abigail estuvo de acuerdo. Ella le
preguntaría después de su boda, tal vez. O tal vez no. Tal vez no quería saberlo.
Sus asuntos en Bond Street no habían terminado cuando finalmente se vistió y
regresó de nuevo a la sala de estar con su señoría. Había zapatos, abanicos,
retículas, plumas y pañuelos, y un montón de bisutería para añadir a las compras.
Pero finalmente la llevaron a una confitería y le dieron de comer un pastel de
carne, tortas y té. Se sentía medio muerta de hambre.
—¿Por qué? —no pudo resistirse a preguntar cuando la conversación no fluía
libremente entre ellos.
—¿Por qué? —levantó las cejas y la fijó con esos ojos azules, que ella deseaba
para su propio consuelo que dirigiera a algún otro cliente de la tienda.
—¿Por qué te casas conmigo? —le preguntó.
La miró fijamente y su expresión se suavizó gradualmente, de modo que no
parecía tan arrogante como solía ser.
—Lo siento —dijo. —Todo esto debe ser muy desconcertante para ti. Me doy
cuenta de que el matrimonio supera con creces el tipo de ayuda que esperabas
cuando me preguntaste ayer.
Le habló suavemente, como si estuviera hablando con un niño. Sonrió, y los
ojos de Abigail se desviaron hacia su hoyuelo.
—He tenido mi título y todo lo que viene con él durante quince meses —dijo.
—Durante doce estuve de luto. Ahora parece que es el momento de casarme.
Tengo treinta años y pertenezco a la realeza. Tengo parientes femeninos a punto
de caer sobre mí. Deberían estar aquí antes de que termine la semana. Nada les
gustaría más que quitarme de las manos la elección de una novia, y sin embargo
siento el extraño capricho de hacer mi propia elección.
—Y por eso el matrimonio apresurado —dijo ella. —¿Tienes miedo de que te
convenzan de que cambies de opinión, cuando lleguen, si aún no estamos
casados?
Volvió a sonreír. Y mirando deliberadamente lejos de su hoyuelo, vio que tenía
pliegues atractivos en las esquinas de sus ojos. Tendría arrugas cuando fuese un
poco mayor. Tendría que aconsejarle que se frotara crema alrededor de los ojos
por la noche, no es que las arrugas se vean poco atractivas.
—Permítanme decir —dijo, —que preferiría presentarles un fait accompli 6.
—¿Pero por qué yo? —preguntó ella, mirando mansamente a su plato. Esta
debía ser la última pregunta, decidió ella. Se suponía que no debía preguntar nada,
sino hablar sólo cuando se le hablaba. ¿Fue sólo que ella había entrado en su casa
en el momento adecuado? O el momento equivocado, dependiendo de cómo
resultase este matrimonio. Ciertamente no era por su belleza o su encanto o su
dote.
—Parece que he estado rodeado y dirigido por parientes femeninos desde la
infancia —dijo riendo. —Srta. Gardiner, tengo la idea de que me gustaría tener una
esposa tranquila, sensata y de buen carácter; que sea una compañera y no una
gestora de la casa. Te valoro por tener esas cualidades que estoy buscando. ¿Estoy
equivocado?
¡Oh, querido Señor! La conciencia era algo terrible.
Abigail tragó. Y una migaja cayó en la dirección equivocada. Otros clientes
miraron a su alrededor mientras su servilleta se elevaba sobre su cara y ella
jadeaba; jadeaba y tosía hasta que pensó que iba a vomitar. Se dio cuenta de que,
al no querer que se deshonrara, el Conde de Severn, estaba de pie a su lado,
dándole palmaditas en la espalda.
—¿Está bien, madame? —preguntó mientras la tos comenzaba a disminuir.
Qué mortificante. Si alguien tuviera la amabilidad de hacer un agujero en el
suelo, lo atravesaría con gratitud.
—Cuan mortificante —dijo débilmente, bajando su servilleta, sabiendo que su
rostro debía estar escarlata, si no púrpura, por la vergüenza y el esfuerzo de
desalojar la migaja y enviarla a un lugar de descanso más legítimo.
—No te avergüences —dijo amablemente. —¿Estarías más cómoda si nos
fuéramos? Ven, pasearemos por la calle hasta que recuperes la compostura.
Él metió su mano a través de su brazo mientras caminaban, y Abigail,
sintiendo los músculos firmes bajo la manga de su abrigo y oliendo la misma
colonia que había usado el día anterior, se alegró de que estuvieran caminando
uno al lado del otro de modo que no mirara constantemente a su cara.
6
NT. fait accompli; un hecho consumado. Francés en el original
Dudaba de que alguna vez se hubiera sentido tan humillada en su vida.
Y el hombre iba a ser su marido al día siguiente. ¡Al día siguiente! Eso
significaba que tendría una noche más en su cama en casa del Sr. Gill, y luego una
noche de bodas… con el hombre que caminaba a su lado, provocando las miradas
femeninas con cada paso que daba.
Y se casaba con ella porque era callada, sensata y de buen carácter, y porque
quería liberarse del control de las mujeres de su familia
Estaba muy tentada de volverse hacia él sin más preámbulos y decirle la
verdad. Todo, hasta el último detalle sórdido. Incluso ese único detalle que nadie
más en la tierra conocía, excepto ella, ni siquiera Boris. Debería hacerlo. Después
de todo, no sería capaz de ocultarlo todo para el resto de su vida, y menos aún la
verdad sobre su el tipo de carácter que ella tenía y que sentía que él no podía
prever todavía.
Pero pensó en el largo viaje a Sussex y en los reproches del vicario Grimes al
final del viaje. Pensó en Bea y Clara y en su infelicidad con su tía abuela Edwina y
en las sombrías perspectivas que les aguardaban cuando crecieran. Y pensó en
toda la ropa que se estaba confeccionando en la tienda de la Señora Savard y en
todos los paquetes y cajas de sombreros que yacían en el carruaje del Conde en
ese mismo momento. Y en ser una Condesa, cómoda y segura de por vida.
Se mantuvo en paz, calló.
Ya era bien entrada la tarde. Su señoría tenía una cita urgente, explicó, y debía
devolverla a casa del Sr. Gill. Iba a estar ocupado el resto del día. La recogería a la
mañana siguiente e irían juntos a la iglesia. El vestido de la modista debía ser
entregado con tiempo suficiente.
—¿Hay alguien que te gustaría que te acompañe mañana? —preguntó
mientras la sacaba de su carruaje. —¿Para presenciar tu matrimonio?
—Sí —dijo ella. —Tengo una amiga aquí, la institutriz de los niños. La Srta.
Seymour.
—Entonces las llevaré a ti y a la Srta. Seymour mañana por la mañana —dijo,
sonriéndole. —Te sentirás más cómoda al tener una amiga contigo.
—Sí —dijo ella. —Gracias.
Miró fascinada mientras él tomaba su mano enguantada en la suya y se la
llevaba a los labios. Ningún hombre había besado su mano antes. Se preguntó si
era normal sentir el beso a lo largo de todo el brazo y a lo largo del cuerpo y en
ambas piernas hasta los diez dedos de los pies. Se encontró pensando de nuevo en
las noches de bodas y se giró apresuradamente para entrar en la casa.
¡Qué amable!, pensó mientras Edna, la criada de las Gill, le abría la puerta y al
entrar en el pasillo vio al Sr. y a la Sra. Gill esperándola, con sus rostros acogedores
e idénticas sonrisas. Por todos los cielos. Ella no sabía su nombre. Iba a casarse con
él a la mañana siguiente y sólo lo conocía como el Conde de Severn.
Sonrió en un momento de diversión, y las sonrisas en los rostros de los Gill se
hicieron más amplias. La Sra. Gill se acercó a ella con las dos manos extendidas.

***

El Conde de Severn realmente tenía asuntos urgentes, asuntos que él pensó


que podrían mantenerlo ocupado el resto del día y parte de la noche también.
Tenía que rescindir la relación con Jenny y despedirse de ella.
Pasaría unas horas con ella antes de darle la noticia, pensó. También podría
disfrutar de sus favores una vez más antes de su boda al día siguiente.
Ella se acercó apresuradamente a él cuando el sirviente que él había
contratado para ella lo llevó a su salón. Ella envolvió sus brazos desnudos
alrededor de su cuello y levantó su cara por su beso. Sus ojos eran de ensueño.
Jenny siempre podía dar la impresión de que el dinero que ganaba como su
amante era una consideración secundaria, que hacer el amor con él era el pináculo
de la alegría para ella.
Desde luego, ella le había sido recomendada por esa cualidad.
—No —le dijo, sonriéndole y poniendo tres dedos sobre sus labios. —He
venido aquí para hablar, Jenny.
—¿Para hablar? —Jenny no era fuerte en la conversación. Se comunicaba con
su cuerpo.
—Me temo que esta tiene que ser mi última visita —le dijo. —Me caso
mañana.
—¿Mañana? —dijo ella. —¿Tan pronto?
—Sí —dijo, quitándose los dedos y besándola brevemente.
Ella suspiró.
—¿Cuándo te volveré a ver? —preguntó.
—No lo harás —dijo. —Esta es la última vez, Jenny.
—¿Pero por qué? —ella lo miró con la mirada perdida. —¿Se va a llevar a su
mujer fuera de la ciudad?
Jenny obviamente no podía concebir la idea de que un hombre pudiera
abandonar a su amante una vez que se casara.
—No —dijo. —Haré que pongan la casa a tu nombre, Jenny, y todo su
contenido. Pagaré a los sirvientes sus salarios durante un año, y a ti también. Y te
he comprado un collar de esmeraldas para que lo uses con tu vestido favorito, un
regalo de despedida —él le sonrió. —¿Es un trato justo?
Le quitó los brazos del cuello.
—¿Dónde está? —preguntó.
Ella volvió a hablar mientras él agarraba las joyas de su cuello.
—Lord Northcote me quiere a mí —dijo. —Me ofreció más de lo que tú pagas,
y creo que podría pagar aún más. Me desea mucho. Quizás lo considere, aunque
no sea tan guapo como tú. Esto es bonito —tocó las esmeraldas.
—Me alegra que te guste —dijo.
Ella se giró y volvió a levantar sus brazos alrededor de su cuello.
—¿Te doy las gracias? —preguntó ella.
—Si lo deseas —dijo, sonriendo.
Ella lo tomó de la mano y lo llevó a la alcoba que colindaba con el salón.
Esperaba que ella se lo agradeciese con palabras, pensó, besándola y quitándole el
vestido de los hombros. Pero no podía insultarla despreciando su manera de darle
las gracias.
Incluso se sorprendió de sí mismo al mostrarse reacio. Había llegado allí con la
intención de pasar muchas horas con ella.
La besó en la garganta cuando ella empezó a desvestirlo con manos expertas.
—Te voy a extrañar, Jen —dijo.
Pero extrañamente, pensó mucho tiempo después mientras ella dormía, con
la cabeza en el brazo torcido, y él yacía mirando al espejo sobre la cama, lo que
siempre le había hecho sentir un poco incómodo, no se sentía tan triste como
esperaba sentirse.
El acuerdo con Jenny era todo negocios para ella, todo flirteo sexual para él.
No había ninguna relación, ningún lazo emocional en absoluto.
Estaba a punto de llegar a un acuerdo en el que habría una relación, un
compromiso, algún lazo emocional. Y no se sentía tan enfermo ni tan renuente a
ello como lo había sentido esa mañana.
Todavía no conocía a Abigail Gardiner. Pero durante las horas que había
pasado con ella ese día, había sentido una ternura extraña y totalmente
inesperada por ella, casi como si fuera una niña que había sido puesta bajo su
custodia.
Pensó en ella como si hubiera estado en casa de Madame Savard, tranquila,
desconcertada, de acuerdo con las decisiones que él y la modista habían tomado
entre ellos. Y pensó en ella como si hubiera estado en la confitería: ansiosa, tímida,
preguntándose por qué había decidido casarse con ella en lugar de darle la carta
de recomendación que había pedido. Pensó en su terrible vergüenza cuando casi
se atragantaba con su pastel. Pensó en su rubor y miró sorprendido cuando le
besó la mano. Y pensó en sus ropas monótonas y en la casa de la ciudad en la que
vivía.
No era bonita. Y, sin embargo, cuando se quitó el manto en casa de la
modista, fue para revelar una figura cuidada y agradable. Y cuando se quitó el
gorro, vio que su cabello estaba en una pesada trenza enroscada en la parte de
atrás de su cabeza. Parecía que debía ser muy largo. Le gustaba el pelo largo en las
mujeres. Y, por supuesto, sus ojos salvaban su cara de ser tan simple.
Estaba deseando seguir adelante con su matrimonio, y se sorprendió al
descubrirlo. Creía que él y Abigail Gardiner podrían estar bien juntos. A pesar de
las advertencias de Gerald, a pesar de lo que su madre y las niñas estaban
obligadas a decir cuando llegaran, no se iba a sentir abatido. Iba a hacer lo mejor
de este matrimonio que se había propuesto con tanta prisa.
Tenía los ojos cerrados. Pero los abrió cuando sintió la luz de Jenny y practicó
a mover la mano sobre él de nuevo.
—No, Jen —dijo, quitándole la mano del cuerpo y besándola ligeramente en la
nariz. —Tengo que irme.
Hizo pucheros y miró hacia todos lados como si estuviera arrepentida.
Pero él quería salir a tomar aire fresco. Quería estar en casa. Quería estar en
una bañera llena de espuma caliente, sacando el perfume de ella de su piel.
Quería estar bien descansado para el día de su boda y para su noche de bodas.
Capítulo 4

—Oh —por una vez Abigail parecía que se había quedado sin palabras. Miró
fijamente a Laura Seymour, que estaba de pie en el lado opuesto de su habitación,
junto a la ventana. —Sí. Gracias, Edna.
La criada de la Sra. Gill la miró con los ojos muy abiertos desde la puerta,
desde la que acababa de anunciar la llegada del novio.
—¡Ooh! —dijo ella, —se ve muy bien, Srta. Gardiner.
Abigail miró a la chica y se volvió hacia Laura.
—No creo que mis pies se puedan mover —dijo.
—Entonces tendremos que persuadirlos para que lo hagan —dijo su amiga,
cruzando la habitación en dirección a ella. —Podemos hacer esperar a su señoría
cinco minutos, Abby, porque es el día de tu boda y a las novias se les permite
llegar un poco tarde. Pero no indefinidamente, no podemos esperar hasta que tus
pies decidan desarraigarse del suelo.
—¿Y si ha cambiado de opinión? —Abigail dijo. —¿Y si se arrepiente? ¿Qué
pasa si no le gusto, incluso cuando estoy vestida con todas mis galas?
Laura miró el vestido de muselina azul pálido de su amiga con su cintura alta,
mangas cortas y dobladillo con volantes. Miró el cabello de Abigail, que la criada
personal de la Sra. Gill —guiada por la grandeza de la ocasión— le había arreglado
suavemente sobre sus orejas y lo había enrollado intrincadamente en la parte
posterior de su cabeza.
—Estás muy guapa, Abby —dijo ella. —Ningún hombre podría mirarte y
disgustarse.
—Él cree que soy callada, sensata y de buen carácter —dijo Abigail, su voz era
casi como un gemido.
—Bueno, con tan poco tiempo conociéndote —dijo Laura, —él es afortunado
al ser acertado en una de sus tres suposiciones. Se acostumbrará al hecho de que
casi nunca estás callada y no siempre eres sensata.
Abigail se rió nerviosamente.
—Pero anoche y de nuevo esta mañana acordamos que no pensarías en esas
cosas —dijo Laura. —Abby, lo hemos tenido esperando durante casi diez minutos.
—No creo que pueda decir ni una palabra en todo el día —dijo Abigail. —
¿Cómo hace uno para que su estómago se gire hacia arriba cuando insiste en
pararse de cabeza?
Su amiga chasqueó la lengua y tomó a Abigail firmemente de la mano.
—Es hora de irse —dijo.
Abigail respiró profunda y desgarradamente y se dejó llevar desde la
habitación. Estaba convencida de que sus nuevas zapatillas azules deben haber
sido fabricadas con pesas de plomo en las suelas.
El Conde de Severn estaba de pie en el pasillo, al inicio de las escaleras,
hablando con el Sr. y la Sra. Gill. Llevaba consigo a un extraño, un joven rubio de
mediana estatura y de expresión agradable y amable.
Abigail le prestó atención al desconocido; aunque luego sólo se concentró en
el Conde, vestido de forma muy hermosa, con unos pantalones de color azul pálido
a la rodilla, un chaleco azul oscuro bordado con hilo plateado y un abrigo azul más
claro. Sus medias, su elaborado collarín atado, y el encaje que cubría a medias sus
manos eran de un blanco nevado.
El Príncipe Encantado habría parecido un bulldog a su lado, pensó ella
mientras él le cogía la mano y se la llevaba a los labios y se veía obligada a mirarle
a los ojos azules.
El desconocido era Sir Gerald Stapleton. Abigail le sonrió, hizo una reverencia
y se encontró deseando que fuera el Conde de Severn. Parecía mucho menos
amenazador que el hombre que iba a ser su marido. Ella le presentó a Laura a
ambos caballeros, aceptó el beso de la Sra. Gill en la mejilla y la reverencia del Sr.
Gill, y antes de que hubiera digerido el hecho de que el momento de su perdición
finalmente había llegado, estaba siendo conducida por los escalones hacia los
adoquines con la mano del Conde a la altura de su codo y ayudada a entrar en su
carruaje.
Laura se sentó a su lado, de espaldas a los caballos, y los dos caballeros al
frente. Abigail, tratando de decidir si se quedaba callada o irrumpía en una
conversación animada, se encontró con que tenía que concentrarse en no ceder al
impulso bastante inapropiado de reírse.
Excepto, pensó, muy alarmada por la posibilidad de que pudiera ceder a ese
impulso, que no había nada ni remotamente gracioso en la situación. Era una
novia de camino a la iglesia para casarse. Su novio, un extraño total, estaba
sentado frente a ella, sus rodillas vestidas de seda casi tocando las suyas.
Ella giró la cabeza desde su incómoda posición lateral y lo miró atentamente.
Él la miraba fijamente y sonreía mientras Sir Gerald dirigía un comentario sobre el
tiempo a Laura. Era una sonrisa que comenzaba con sus ojos y causaba esos
pliegues que serían arrugas cuando fuera mayor, y terminaba con su boca, dejando
su mejilla en su camino.
Era la misma mirada amable y gentil que le había dado el día anterior, como si
fuese una niña tímida que necesitaba consuelo.
Y de hecho, pensó Abigail, se sintió tímida y con la lengua atada y sin aliento y
débil en las rodillas, todas sensaciones completamente desconocidas para ella. Se
preguntaba cuándo volvería a la normalidad.
Trató de devolverle la sonrisa y descubrió que su boca temblaba sin control.
Miró hacia otro lado, mortificada.
—¡Qué día tan hermoso! —dijo ella brillantemente antes de levantar los ojos y
notar las pesadas nubes oscuras que se cernían sobre ella.
Los tres acompañantes al parecer encontraron sus palabras irresistiblemente
ingeniosas. Todos se rieron.
—Debe ser por el día de su boda, madame —dijo Sir Gerald. —La Srta.
Seymour y yo hemos estado de acuerdo en que es el día más miserable de la
primavera hasta ahora.
—Mi voto tiene que ir por la belleza del día —dijo el Conde de Severn. —Pero
aquí estamos, sin más tiempo para discutir el asunto.

***
Su Condesa no era tan simple después de todo, pensó el Conde más tarde, ya
entrada la noche. Estaba de pie junto a la chimenea dando las buenas noches a su
amigo, mientras que él y Gerald ya se habían acercado a la puerta. Gerald iba a
escoltar a la Srta. Seymour a casa en su carruaje.
Su novia se había visto bastante hermosa, y muy tímida, esa mañana, cuando
la vio por primera vez bajando las escaleras de la casa del Sr. Gill. Era asombroso lo
que un bonito y colorido vestido, y un peinado más atractivo habían hecho por su
apariencia. Y, por supuesto, tenía los ojos brillantes y se había ruborizado las
mejillas.
Pero en el transcurso del día había descubierto un encanto en ella que no
esperaba. Ahora estaba hablando con su amiga con una cara sonrojada y animada.
Y, había conversado con Gerald con cierta facilidad todo el día. Con él había sido
tímida, pero eso era comprensible dadas las circunstancias.
—Miles, tendría que decir —dijo ahora Sir Gerald, tendiéndole la mano, que o
eres ciego o tu novia es un mutante. No es en absoluto como la describiste. Me
imaginé una criatura monótona y muda. Espero por tu bien que ella no resulte ser
muy, muy diferente de lo que esperas.
—No esperes tal cosa, Ger —dijo Lord Severn. —Apenas puedes esperar el
momento en que puedas cantar “Te lo dije”. Creo que tendrás que esperar mucho,
mucho tiempo.
No, no era muda ni poco interesante, decidió el Conde, volviendo a mirar a
Abigail. Un acontecimiento del día más que más que ningún otro le había
sorprendido y le había encantado por completo.
Cuando regresaron a Grosvenor Square después de su boda, su ama de llaves
hizo que todos los sirvientes hicieran cola en el pasillo para conocer a su nueva
Condesa. Él se había molestado por el detalle de la ama de llaves. Había esperado
que ella se asustara por la formalidad de la recepción.
—Si sonríes e inclinas la cabeza —le había murmurado, —quedarán muy
satisfechos. Te llevaré a la privacidad de la sala de estar en un santiamén.
Pero ella le había sonreído casi distraídamente, se había soltado de su brazo, y
había caminado a lo largo de la línea de sirvientes; la Sra. Williams a su lado
haciendo las presentaciones, hablando con cada uno de los sirvientes a su vez, e
incluso riéndose alegremente con algunos de ellos. Y se había inclinado para
hablar con Víctor, el hijo bastardo de una ex sirvienta, que se había escapado con
un novio vecino y una caja de tenedores de plata cuando el niño apenas tenía un
año. El Conde había recibido la historia de su ayuda de cámara poco después de su
llegada a la ciudad.
Pero entonces, recordó que ella misma había sido una sirvienta hasta unas
horas antes. Debía sentirse tan cómoda con ellos como con los de su propia clase.
Por supuesto, muchas mujeres en su posición se apresurarían a dejar atrás su
pasado y a asumir los aires adecuados para el título de Condesa recién adquirido.
Abigail parecía ser una excepción.
Había ordenado a Gerald que acompañara a la Srta. Seymour al salón mientras
esperaba a que su novia terminara de escuchar un relato del nuevo puesto del
hermano de la fregona como compañía del Sr. Walworth.
—Todos te amarán para siempre —le había dicho a su esposa mientras subían
las escaleras de la sala de estar.
—Es dudoso —había dicho ella, mostrándole una sonrisa. —Los mantuve de
pie durante media hora y los he hecho llegar tarde para completar su día de
trabajo. Sin duda me desearán una pasantía en el Hades7.
Él se rio con el comentario.
—Tu amiga te llama “Abby” —había dicho. —¿Puedo tener el mismo
privilegio?
Ella puso una mueca.
—Creo que mis padres me deben haber guardado rencor cuando me llamaron
Abigail —había dicho ella. —Es un nombre espantoso, ¿no?
—Me gusta Abby —dijo.
—Eres un diplomático hábil —dijo ella, riéndose y volviéndose para mirarle, y
volviéndose a poner sobria de nuevo.
Desde entonces, habló con él sólo cuando no pudo evitarlo.
—Buenas noches, mi Lord —dijo la Srta. Seymour, haciendo una reverencia
delante de él. —Gracias por haberme invitado a pasar el día con Abby.
—Ha sido un placer, madame —dijo, inclinándose y extendiendo una mano
por la suya. —Y sé que has hecho el día muy placentero para mi esposa.

7
NT. Hades. Inframundo. Reino de los muertos, en la mitología griega.
Mi esposa. Apenas había tenido oportunidad de comprender la realidad de su
nueva relación. Sólo tres días antes, no sabía que Abigail existía. Ahora era su
esposa.
¿Y cómo iba a explicar a su madre y a las niñas cuando llegaran dentro de los
próximos días que él la había conocido dos días antes y se había casado con ella
hoy, sabiendo muy bien que ellas iban a llegar en el transcurso de esa semana?
¿Un caso violento de amor a primera vista?
Pensaría en su explicación cuando llegara el momento.
Tomó a Abigail en su brazo para acompañar a sus amigos a la cima de la
escalera, ellos los vieron descender, levantando las manos en señal de despedida
cuando los dos se giraron al fondo antes de salir de la casa.
El rellano de repente parecía muy tranquilo.
—No te lo he dicho —dijo, volviéndose hacia ella y tomando ambas manos en
las suyas, —qué hermosa te ves hoy, querida mía. Pero lo he pensado todo el día.
—Vaya, qué mentiroso —dijo enérgicamente. —No soy encantadora, mi Lord.
Pero este vestido que me compraste es espléndido.
—Mi nombre es Miles —dijo. —No me vas a decir “mi Lord” durante los
próximos cuarenta o cincuenta años, ¿verdad?
—No —dijo ella, sonrojándose. —Ni siquiera sabía tu nombre hasta que
estuvimos en la iglesia esta mañana. Me desperté anoche con posibles nombres en
mi cabeza.
—¿Lo hiciste? —dijo. —Espero que lo apruebes. A diferencia del tuyo, mi
nombre no puede ser acortado a una forma más atractiva, ¿verdad?
Ella estaba tratando de retirar sus manos de las suyas sin realmente tirar de
ellas, él lo podía sentir. Sus ojos estaban en su collar. Estaba claro que era tan
consciente como él de que era hora de dormir. El pensamiento lo excitó bastante.
—La Sra. Williams le mostró antes sus habitaciones —dijo él —y le presentó a
la criada que ha elegido para usted. Alice, ¿verdad? Sin duda le está esperando.
¿Le explicó la Sra. Williams que mi alcoba es contigua a la suya? Sube. Iré a verte
dentro de poco. ¿Media hora será suficiente?
—Sí, mi Lord —le dijo con su cara inclinada hacia su tela en el cuello, se giró y
caminó tranquilamente hasta el piso superior antes de entrar en una carrera hacia
arriba el resto del camino.
El Conde la vio partir y deseó que hubiera alguna forma de salvar a una joven y
tímida novia del terror de una noche de bodas que se acercaba.

***

Abigail miró la cama, que Alice había preparado durante la noche anterior a su
partida, y continuó de pie, sujetándose a uno de los postes tallados.
Podría haber estado en la cama y profundamente dormida mucho antes; ya
estaba lo suficientemente cansada después de dos noches perturbadas y un día de
emoción nerviosa. Debía haber pasado mucho más de media hora. Aunque quizás
no. El tiempo tenía una extraña tendencia a expandirse o contraerse a capricho.
Sin embargo, al menos una cosa que ella sabía. Se quedaría allí, de pie, toda la
noche en vez de acostarse en la cama para ser atrapada por él. Habría algo
bastante degradante y definitivamente aterrador en verle entrar por esa puerta
desde una posición supina en su cama. Era mejor enfrentarlo de pie.
Tendría ganas de vomitar, si se supiera la verdad. Era una tontería, en
realidad, cuando nunca había sentido miedo en su vida, o nunca había admitido tal
sentimiento, al menos; incluso cuando papá estaba en su peor momento. Pero
entonces, ella tenía muy poco que ver con los hombres fuera de su propia familia.
Hasta la muerte de su padre, poco más de dos años antes, había tenido el
cuidado completo de él y de los niños más pequeños; él había sido un inválido
después de años de beber sin control y de una vida desordenada. Boris era sólo
dos años menor que ella, pero los hombres eran como niños pequeños. Algunos
de ellos —la mayoría de ellos— nunca crecían realmente. Bea y Clara eran años
más jóvenes, producto del segundo matrimonio de su padre y fueron
abandonados cuando su segunda esposa huyó y los dejó.
Abigail no había tenido tiempo para cortejos ni paciencia con los pocos
caballeros locales que habían sido tan tontos como para tartamudear los
comienzos de una admiración por ella. ¿Cómo podría haber considerado el
matrimonio cuando había vivido con un ejemplo tan pobre de la institución? ¿Y
cómo podía ella casarse y dejar a los niños indefensos?
Y sin embargo, su padre los había dejado a todos indefensos. Sus deudas, que
habían descubierto después de su muerte, eran tremendamente grandes, sus
acreedores jadeando como lobos en la puerta. Para cuando vendieron la casa y
todo su mobiliario y pagaron las deudas más apremiantes, ya no quedaba nada
para Boris. Y, por supuesto, tampoco nada para las chicas.
Boris se había ido en busca de fortuna. Abigail había escrito una audaz carta
con mano temblorosa a la tía abuela Edwina, tía de la segunda esposa de su padre,
sin relación alguna con ella. Y había aguantado la respiración mentalmente
durante dos semanas hasta que llegó la respuesta de que las niñas podían ir a vivir
con su tía abuela en Bath 8 hasta que tuvieran la edad suficiente para buscar
empleo.
Abigail las había empaquetado en su camino después de abrazarlas lo
suficientemente fuerte como para quebrarle cada hueso de sus cuerpos y llorar
sobre ellas lo suficiente de agua salada como para ahogarlas. Luego había ido a
mendigar al vicario Grimes, que le había encontrado un puesto con los Gill.
La Sra. Gill había fruncido el ceño ante la perspectiva de, caballeros que
llaman, como ella había llamado a los posibles pretendientes. No es que haya
habido un caballero que hiciera esas llamadas. Ninguno en absoluto, en realidad.
Nunca había habido la oportunidad de conocer a nadie.
Tenía veinticuatro años, pensó Abigail, volviendo a mirar la cama con un
sacudón de estómago y lamiendo los labios secos, y no sabía nada de caballeros
excepto que sus cuerpos y mentes podían desintegrarse con alarmante totalidad
bajo la prolongada influencia del licor y otras disipaciones. Y, de todos modos,
sabía cómo eran esos cuerpos, en su estado desintegrado. Había hecho todo para
su padre durante el último año de su vida.
Se enderezó apresuradamente cuando oyó que se abría una puerta cerca.
Debería estar haciendo algo. ¿Leyendo un libro? Pero no había ninguno en la
habitación. ¿Cepillarse el pelo? Pero su cabello estaba en una trenza.
Había una manilla al otro lado de la puerta de su camerino y se abrió antes de
que ella pudiera indicarle que entrara. Se encontró varada a un metro y medio del
pie de la cama con las manos vacías y la mente en blanco.
—¿Te he mantenido despierta? —preguntó, sus ojos pasando sobre su largo
camisón de algodón blanco.
8
NT. Bath. Ciudad en condado de Somerset al sudoeste de Inglaterra, aproximadamente a 150Km al oeste de Londres.
Él llevaba una bata azul oscuro con brocado. No había pensado en ponerse
una. De repente se sintió desnuda y tuvo que resistir la tentación de levantar las
manos para cubrir sus pechos.
—No —dijo ella. —Está todo bien, mi Lord. He estado ocupada.
Si hubiera pasado la última media hora soñando con la respuesta más
estúpida que podía dar a una pregunta así, pensó, mortificada, no podría haberlo
hecho mejor. ¡Ocupada!
—Oh, Abby —dijo, acercándose a ella, tomándola por los hombros y
volviéndola, —Eso pensé. Tu pelo debe ser muy largo, ¿no? Tu trenza llega casi
hasta la cintura.
—Quiero que me lo corten —dijo. —La criada de la Sra. Gill me dijo esta
mañana que no hay manera de poner mi cabello presentable cuando es tan largo.
—Entonces úsalo a la antigua —dijo. —Se veía muy bien como estaba hoy.
¿Puedo?
No esperó una respuesta, sino que desenvolvió la cinta de la punta de la
trenza y comenzó a desenredar el cabello. Abigail se levantó mansamente y tragó
torpemente. Iba a sentirse aún más desnuda con el pelo suelto.
—Ah —dijo, sus manos pasando a través de las ondas que el trenzado había
creado, —es impresionantemente hermoso.— La giró para mirarlo de nuevo, y sus
ojos se estaban riendo en los de ella. —Esta mañana me prometiste que me
obedecerías, ¿no es así? Esta es mi primera orden, entonces. Nunca debes cortarte
el pelo. ¿Prométemelo?
—Nunca lo he deseado —dijo ella. —¿Y si no me gustara más corto? No podía
volver a ponérmelo, ¿verdad? Y se necesitarían años para que volviera a crecer.
Pero pensé que usted desearía que estuviera más presentable, mi Lord.
—Miles —dijo.
—Miles.
—Y nunca lo trences a la hora de dormir —dijo. —Quiero verlo suelto, así.
Pasó sus dedos a través del cabello de ella para apoyarlos en la parte posterior
de su cabeza. Bajó la cabeza y besó el costado del cuello de ella.
—Oh, Dios mío —dijo ella, su voz sonando bastante fuerte de forma poco
natural. —Realmente no sé qué hacer.
—No es necesario, no necesitas saber —dijo, levantando la cabeza y
mirándola hacia abajo para que ella tuviera la sensación de nadar indefensa en las
profundidades azules de sus ojos, a pocos centímetros de los suyos. —Abby, yo
haré lo que se necesite. ¿Tienes miedo?
—No, en absoluto —dijo ella, su voz soltando la mentira un momento antes
de que su boca bajara para cubrir la de ella.
Tocó la suya suave y cálidamente. Sus labios no estaban cerrados, sino
ligeramente separados. Ella retrocedió, se asustó, haciendo un sonido audible,
como si estuviera besando a las niñas para acostarse. Pero una mano se quedó
detrás de su cabeza mientras la otra rodeaba su cintura, y él la besó de nuevo,
permaneciendo en sus labios, moviendo los suyos, sosteniendo su cabeza firme
mientras la atraía relajadamente contra él.
¡Oh, querido Señor en el cielo!
Era un hombre de músculos duros.
Abigail se dio cuenta de que sus brazos colgaban sueltos a sus lados, uno de
ellos torpe sobre el suyo. No sabía muy bien lo que debía hacer con ellos. ¿Dejarlos
colgar? ¿Ponerlas sobre sus hombros como parecía lo más sensato que se podía
hacer?
—Ven —decía, su boca seguía rozando la de ella. —Recostémonos. Apagaré
las velas. Estarás más cómoda en la oscuridad.
—Sí —dijo ella. En realidad, pensó, estaría más cómoda detrás de seis puertas
cerradas, pero no dijo las palabras en voz alta. Una broma parecía inapropiada
para el momento. Además, dudaba de que pudiera conseguir que tantas palabras
pasaran por sus dientes logrando que sonaran lo suficientemente fuerte sin que se
ahogara el sonido.
Se metió en la cama y se movió al otro lado opuesto mientras él soplaba las
velas. No llevaba puesta su bata cuando se unió a ella, sólo una camisa de dormir.
Esto podría ser una especie de masacre, pensó, y luego apretó los dientes con
fuerza. No lo había dicho en voz alta, ¿verdad?
—Abby —dijo, un brazo que se le subía por debajo de los hombros y la giraba
para que ella se diera cuenta instantáneamente de su cercanía, de la calidez de su
cuerpo. —No quiero hacerte daño. Me gustaría pasar un poco de tiempo
preparándote. ¿Debería o te gustaría terminar con esto sin más demora? —el
sonido de su voz sugería que estaba sonriendo.
Estaba muy bien que él bromeara, pensó ella. No estaba casi ciego de terror y
vergüenza.
—Tú eres el experto —dijo ella. —No me siento capaz de tomar decisiones.
Se rió suavemente, y Abigail volvió a apretar los dientes, sintiendo que todos
los músculos de su cuello se volvían rígidos.
Prepararla implicaba algunos besos lentos hasta que ella comenzó a relajarse y
esperar que tal vez él se sintiera satisfecho con eso por una noche. Debía estar tan
cansado como ella. Pero su mano estaba acariciando sobre su hombro, relajando
los músculos allí, y hacia abajo sobre su pecho. Desabrochaba lentamente los
botones de la parte delantera de su camisón.
Empujó el vestido fuera de su hombro y abajo de su brazo, y su mano tibia
estaba ahuecando su pecho desnudo, acariciándolo ligeramente. Su pulgar estaba
frotando suavemente su pezón.
Mientras su boca se movía hacia abajo hasta su garganta y su pecho, levantó
su camisón por encima de sus piernas, que él tocaba con las yemas de los dedos, y
ella levantaba sus caderas por instinto, en vez de conocimiento, para que él la
pudiera levantar hasta su cintura. Su mano le acariciaba entre sus muslos, un poco
más fría la carne allí, fuerte y firme, y muy masculina. Entretanto, él se acercaba
más y más a ella.
—Voy a poner un paño debajo de ti —le dijo, y ella volvió a mover las caderas
mientras él lo hacía, y luego se recostó sobre su espalda.
Se inclinaba sobre ella, alisando los dedos de una mano sobre su mejilla, sobre
su frente.
—Sólo relájate —dijo. —Si te duele, Abby, será sólo brevemente.
—Sí —dijo, y se preguntó si una voz podía temblar tanto por la pronunciación
de una sola palabra.
Su cuerpo se sentía pesado sobre el de ella, y su propio camisón estaba a la
altura de su cintura. Ella sintió que el calor se encendía cuando sus rodillas se
interponían entre las suyas y las empujaba sobre la cama, y unas manos firmes se
le acercaban para levantarla.
Y luego estaba sucediendo. Pero ahí no había suficiente lugar... No podía
haberlo.
—Oh, no —dijo ella. —Por favor, no lo hagas.
Pero él siguió viniendo y penetrando hasta que se incrustó profundamente en
su cuerpo y el dolor agudo ya no era algo insoportable.
—Está bien —dijo. —Sólo relájate.
¡Sólo relájate! Abigail estaba esperando a morir. Pero era posible después de
todo, pensó ella, cuando el terror comenzó a retroceder. En efecto, había sitio. Ella
era su esposa. La consumación de la noche de bodas ya no era un facto en el
futuro, sino en el pasado. Sintió un enorme alivio.
—No, no lo hagas —dijo ella cuando empezó a retirarse. Aún no estaba lista
para renunciar a su sentido de triunfo.
Y él la escuchó. Regresó a ella...
—Silencio —dijo. —Sólo relájate. Esto es lo que pasa.
Lo que sucedió duró varios minutos y tomó a Abigail por sorpresa. Se quedó
quieta y tranquila, temiendo que cada retiro fuera el último, hasta que sintió un
ritmo creciente y supo que la consumación aún no estaba completa. Sintió y
escuchó la creciente humedad de su acoplamiento, el aumento de la comodidad,
ya que no había más la fricción de la sequedad contra la sequedad.
Y un dolor —un dolor que era tanto dolor como placer— se extendió hacia
arriba en su vientre y tensó sus pechos y palpitó en su garganta de tal manera que
quiso suplicarle y suplicarle. Excepto que por una vez en su vida no sabía las
palabras. Ella se mordió el labio y concentró su mente en el empuje de su cuerpo
en el de ella.
Había levantado la mayor parte de su peso sobre sus antebrazos. Pero
finalmente él volvió a bajar pesadamente sobre ella, deslizó sus manos bajo ella
una vez más, y la empujó lenta y profundamente una, dos y una tercera vez,
girando la cabeza para suspirar contra la oreja de ella.
Él se acostó sobre ella, con todo el peso de su cuerpo relajado llevándola hacia
el colchón. Ella sufrió y sufrió por una continuación, pero él se quedó quieto.
—Ahí —dijo, un par de minutos después, levantándose de ella, bajando la tela
entre sus piernas. Su voz sonó suave de nuevo, como si le hablara a un niño, y
débilmente divertida. —Se acabó el gran terror. ¿Te he hecho mucho daño?
—No —dijo. —No, en lo absoluto.
—Mentirosa —dijo. La tomó en sus brazos, acunando su cabeza contra su
hombro, frotando una mano arriba y abajo de uno de sus brazos. —No volverá a
doler, Abby. Te lo prometo. Y te acostumbrarás al acto en sí. Volveré a mi
habitación en unos minutos y podrás dormir. ¿Suena bien?
—Sí, mi Lord —dijo. —Miles. Si tú lo dices.
Él la besó en la boca y ella escuchó cómo su respiración se hacía más
profunda. Él se había dormido.
¿Cómo podía dormir después de una experiencia tan devastadora como esa?
Abigail pensó que no volvería a dormir.
Había una fuerte vibración entre sus piernas. Su camisón aún estaba abajo
sobre un hombro y se le doblaba en la cintura.
Su brazo era abrigado y cómodo. Olía bien, caliente y sudoroso, con ese olor a
colonia en su camisón de dormir.
Capítulo 5

No fue justo de su parte, pensó el conde de Severn, despertando en algún


momento de la noche, estar todavía en la cama de su esposa. Seguramente tenía
derecho a la privacidad y al descanso después de lo que había sido una prueba de
terror para ella.
Él le había dicho que se iría. ¿Hace cuántas horas fue eso?
Sin embargo, pensó, escuchando su respiración tranquila, sintiendo la
sedosidad de su pelo sobre su brazo y su mano, oliendo su limpia fragancia de
jabón, le indicaron que ella estaba dormida y relajada. Su cabeza aún estaba
almohadillada en su hombro. Su única mano, podía sentir, estaba en su cintura,
bajo su camisa de dormir.
La experiencia había sido nueva también para él. Desde los diecinueve años
siempre había elegido a sus amantes por su reputación de cortesanas hábiles. Esas
amantes le habían enseñado todo lo que sabía sobre los placeres del cuerpo,
habiendo sido él mismo virgen cuando contrató a la primera.
No se había dado cuenta de que podía haber algo erótico y profundamente
satisfactorio en hacer el amor con una mujer inocente, con una mujer que yacía
quieta en la cama debajo de él y confesaba no saber qué hacer.
Sonrió mientras recordaba a Abigail admitiéndolo justo cuando la besó por
primera vez.
Levantó su mano libre para alisar el pelo de su cara. Un rayo de luz se inclinó a
través de la cama desde una grieta en las cortinas. No había nada más allá de lo
común en ella, excepto su pelo, por supuesto, y sus ojos. Sus pechos eran firmes y
femeninos pero no grandes. Su cintura no era inusualmente pequeña o sus
caderas particularmente bien formadas. Sus piernas, aunque delgadas, no eran
largas. No había nada en ella que permitiera llamarla verdaderamente bella.
Y sin embargo, había encontrado que la ropa de cama de ella
maravillosamente satisfactoria. Quizás había sido la extraña novedad de saber que
ningún otro hombre había estado donde él había ido. O quizás la extrañeza aún
mayor de saber que ella era su esposa, que él podía permitir que su semilla
brotara en ella sin tener que tener cuidado de no fecundarla. O quizás el nuevo
lujo de poder acostarse con ella en el entorno familiar de su propia casa.
No sabía lo que era. Pero sabía que por ella él debía irse a su propia
habitación. Ella era suya para toda la vida. No debía exigirle que lo atienda más de
una vez por noche.
Estaba sobre un codo, con la palma de su mano bajo la cabeza de ella, cuando
ella abrió los ojos y lo miró somnolienta en la oscuridad cercana.
—¿Estaba durmiendo? —dijo ella. —Pensé que nunca volvería a dormir.
—¿Te he hecho mucho daño? —preguntó.
—No —su mano aún estaba en la cintura de él. —Pero todo fue muy extraño.
Me sorprendió que pudieras dormirte inmediatamente después.
Él sonrió.
—Deberías haberme despertado —dijo. —Te prometí que te dejaría relajarte
y descansar sola.
—Debo haberme quedado dormida antes de que se me ocurriera hacerlo —
dijo.
Se rió y bajó la cabeza para besarla. Su boca estaba relajada y caliente después
de dormir. Se demoró en ello, apartando los labios de ella con los suyos.
Debería irse. No era una amante, para mantenerse despierta y ocupada a
todas horas de la noche o del día. Ella era su esposa. Pero era su noche de bodas,
una noche que podía esperarse que fuera diferente a todas las demás. Tal vez
mañana por la noche podría establecer el patrón para el resto de su vida de
casados.
—¿Estás adolorida? —le preguntó.
—¿Adolorida?
—Aquí —su mano corrió por el costado de ella y tocó la tela entre sus piernas.
—Oh —dijo ella. Su voz sonaba sin aliento. —No.
Bajó su boca a la de ella otra vez y empujó la tela contra el colchón. Estaba
caliente, ligeramente húmeda. Su mano la acarició, jugó con ella, la separó.
Esta vez, cuando él se posó encima de ella, ella le abrió las piernas e incluso las
levantó para enroscarlas en las suyas. Ella no hizo un gesto de dolor cuando él se
metió dentro de ella, aunque ella inhaló lenta y profundamente.
Se quedó quieta y se sintió cómoda debajo de él. Ella tenía una mano en su
pelo, un brazo suelto alrededor de su cintura. Él apoyó su mejilla contra su sien y
sintió el suave y húmedo calor de ella. Quería que este encuentro durase mucho
tiempo, decidió, comenzando con un ritmo lento y superficial que se aceleraría y
profundizaría cuando su necesidad superase su control.
Él notó que ella no se movió ni habló durante todos los minutos que siguieron.
Y sin embargo, no fue su propio placer aislado el que golpeó con la sangre a través
de su cuerpo y se alojó en su mente. La actividad sexual siempre había sido para él
mismo. Aunque había apreciado la belleza y el encanto de sus amantes, así como
había disfrutado de la habilidad de sus actuaciones, siempre había sido sólo para
él.
Pero esta vez, con su esposa, en la noche de bodas, estaba muy consciente de
la mujer con la que se unió, muy consciente de su cuerpo cálido y flexible, de su
silenciosa entrega. Quería darle algo a cambio.
—Abby —dijo, moviendo la cabeza de modo que su boca estuviera contra la
de ella. —Voy a hacerte feliz. Voy a hacer que olvides tus años de soledad y
servidumbre.
Y lo llevó rápidamente a cabo, lamentando haber cedido a la
autocomplacencia al tomarla por segunda vez.
—Tienes un marido codicioso, querida mía —le dijo después de separarse de
su cuerpo y sentarse a un lado de la cama. Le bajó el camisón hasta las rodillas. —
¿Perdóname? —le tocó la mejilla con dedos ligeros. —Que duermas bien. No te
espero despierta antes del mediodía. Les dejaré saber que no debe ser molestada.
Ella no dijo nada mientras él levantaba las mantas sobre sus hombros, se
inclinaba para recoger su bata del suelo, y se dejaba el cuarto de ella y entró en el
suyo, cerrando las puertas silenciosamente detrás de él.
Iba a estar muy contento con su matrimonio, pensó, bostezando y subiéndose
a su propia cama fría y vacía.
Ya estaba muy contento.
Abigail era justo el tipo de esposa que quería. Y más. Además, de un trato
placentero.

***

Afortunadamente Abigail había tenido la previsión de enviar un pequeño baúl


de ropa a Grosvenor Square la mañana anterior. De lo contrario, pensó, bajando
las escaleras y mirando a su alrededor en busca del salón de desayuno, se habría
visto obligada a volver a usar su vestido de novia, y un vestido de muselina azul
pálido con volantes no era un atuendo adecuado para el desayuno.
—Por aquí, mi Lady —dijo un lacayo, inclinándose ante ella.
—Ah, Alistair —dijo ella, dándole una gran sonrisa. —¿Es tan obvio que estoy
perdida?
Él le sonrió y abrió la puerta. Se sentía bastante cómoda, ataviada con un
vestido marrón con adornos blancos, su pelo recogido en sus trenzas enroscadas.
Bueno, casi cómoda, pensó, poniendo un resorte en su paso y sonriendo al
mayordomo que estaba de pie en el aparador. Su marido estaba en la mesa, con
un periódico delante de él. Se sintió sin aliento. Se puso de pie apresuradamente.
—Buenos días, Sr. Watson —dijo ella. —Buenos días, Miles —ella puso su
mano en su mano extendida y le permitió que la sentara en la mesa.
—No te esperaba despierta hasta dentro de unas horas —dijo. —¿No Podías
dormir?
Abigail se sonrojó, muy consciente del mayordomo que estaba de pie en el
aparador detrás de ella.
—Dormí como un muerto después de que te fuiste —dijo ella, y se sonrojó
aún más.
—Watson —dijo el Conde, mirando hacia arriba, —puede servir a su señoría y
marcharse. Llamaré cuando hayamos terminado.
Abigail asintió con la cabeza a los huevos, el jamón y las tostadas, y rechazó
los riñones, los pasteles dulces y el café.
—Siempre me levanto temprano —le dijo a su marido. —Creo que hay un
reloj mental dentro de mi cabeza que grita “Cucú” a cierta hora, no importa cuán
tarde haya llegado a la cama. Además, la mañana es el momento más bonito del
día, aunque no siempre es evidente en la ciudad, con sus edificios y el tráfico. En el
campo no hay mejor momento que la mañana. A menos que sea la tarde después
de un día de trabajo, justo cuando el viento se ha calmado y el atardecer ha
comenzado a caer. ¿Por qué el viento siempre deja de soplar cuando llega la
noche? ¿Te has dado cuenta?
Su marido había doblado su periódico y lo había puesto junto a su plato. Le
sonreía en un momento de diversión.
—¿Te gusta el campo? —preguntó. —Tengo la intención de llevarte a Severn
Park en Wiltshire durante el verano. Creo que te gustará estar allí.
—Tengo algo que decirte —dijo con prisas. —Debería habértelo dicho desde
el principio, y ciertamente antes de que te casaras conmigo. De hecho, no debería
haberte hablado en absoluto. Lo hice bajo falsos pretextos.
—Ah —dijo, descansando un codo sobre la mesa y apoyando su barbilla en un
puño ligeramente cerrado. La miró muy directamente desde sus ojos azules. —
¿Hora de la confesión?
—No sonrías, Miles —dijo ella. —No estarás feliz cuando te lo haya contado
todo. Tal vez hasta me eches. Estoy segura de que desearás hacerlo.
Sus ojos continuaron sonriendo, pero no dijo nada.
—No soy tu pariente en absoluto —dijo ella, y sintió su corazón latiendo con
fuerza en su garganta. Ella no había planeado decírselo. Aún no, en todo caso.
Respiró para continuar.
—Sí, lo eres —dijo en voz baja. —Eres mi esposa.
—Pero aparte de eso —dijo. Sus ojos eran inquietantemente azules. Ella
deseaba que él no la mirara. Y estaba muy contenta de que había apagado la luz
del cuarto durante la noche cuando él la tenía... Podía sentir que se ruborizaba. —
Bueno —continuó ella con una actitud patética, —sólo que muy lejanamente
emparentada, Miles. No debí haberme llamado a mí misma tu prima.
—¿Y ésta es tu mayor confesión? —dijo sonriéndole.
No, no lo era. No era esa en absoluto. Pero se había vuelto cobarde. Y tal vez
nunca necesitara decírselo. Nadie más lo sabía. Cuando su padre murió, ella fue la
única que se enteró. ¿Quizás no necesite decírselo? ¿Y si nadie se lo hubiera dicho
a ella? Ella no se hubiese enterado de nada, ¿verdad? Ella no sabría que lo estaba
engañando.
—No —dijo ella, —hay más. Hay más de nosotros.
—¿Más como tú? —dijo, cruzando la mesa para coger su mano y apretarla. No
se había dado cuenta hasta que él la tocó que sus manos eran como bloques de
hielo. —¿Eres una de trillizos? ¿Cuatrillizos?
—Oh, que el cielo salve al mundo —dijo ella. —No. Pero está Boris y Bea y
Clara.
—Háblame de ellos —dijo. Volvió a usar su voz paternal, hablando con ella
como si fuera una niña. Se sentó en su silla, apoyó los codos en la mesa y se puso
los dedos bajo la barbilla.
—Boris es mi hermano —dijo, y tragó. Esa no era la verdad, pero ella ya no
tenía el valor de decirle la verdad. Debería haberlo hecho, si iba a hacerlo, tan
pronto como se hubiera sentado a la mesa y antes de mirarlo. —Beatrice y Clara
son mis hermanastras. Todavía son sólo niñas. Son de papá y de mi madrastra,
pero ella... —cogió un tenedor de la mesa y jugó distraídamente con él. —Ella
falleció —esa no era una mentira total, pensó ella.
—¿Dónde están estas niñas ahora? —preguntó.
—¿Bea y Clara? —dijo ella. —Están con una tía abuela en Bath. Su tía abuela,
no la mía. Pero no son felices allí. Las aceptó sólo porque no había otra alternativa,
y suscribe la ridícula noción de que los niños deben ser vistos y no oídos.
—¿Les tienes cariño? —preguntó.
Miró hacia abajo a sus manos y colocó el tenedor junto a su plato. Se
sorprendió al ver que el plato estaba vacío de todo excepto de algunas migajas.
—Son casi como mis propias hijas —dijo. —Después de que su madre se... se
fue, tuve el cuidado completo de ellas porque papá estaba... bien, indispuesto. Me
rompió el corazón cuando tuve que ponerlas en la estación y verlas de camino a
Bath. Nunca han tenido una vida feliz, pero al menos yo solía estar allí para
amarlas y permitirles ensuciarse y gritar y correr de vez en cuando.
—Tu hermano heredó —dijo, frunciendo el ceño, —¿y no se preocupó por ti ni
de tus hermanas?
—Oh, no había nada que heredar —dijo ella, —excepto deudas. Papá estuvo...
enfermo, ya sabes, durante mucho tiempo y no pudo pagar sus deudas. Vendimos
todo y aun así no les pagamos a todos los acreedores. Boris está aquí, en Londres,
en algún lugar, raramente lo veo. Está decidido a hacer su fortuna por el camino
rápido.
—¿Apuestas? —preguntó.
—Quiere pagar nuestras deudas —dijo ella. —Siempre quiso hacer algo mejor
de lo que papá hizo... Papá estaba enfermo y Boris no tuvo la oportunidad de
hacer nada de lo que le hubiera gustado hacer.
La miró sin hablar.
—Miles —dijo ella. Estaba moviéndose con el tenedor otra vez y lo colocó en
la mesa. —Pensé que... Cuando me pediste que me casara contigo, es decir,
pensé... Es decir, todo el mundo sabe que eres tan rico como Creso 9 —ella lo miró
con consternación y se sonrojó. —Y eso es algo más que deberías saber de mí. A
veces no oigo las palabras que voy a decir hasta que mi audiencia las oye también.
No quise decir eso. No es de mi incumbencia.
—Lo es —dijo. —Estás casada con un hombre que todos saben que es tan rico
como Creso. ¿Abby, qué quieres que haga por tu hermano y tus hermanas?
—Oh —dijo ella, mirándole con agonía, —Quiero que vivan conmigo, Miles.
Las chicas, eso es. Las quiero de vuelta conmigo. ¿Hay una casa grande en Severn
Park? Apuesto a que sí. No hace falta que las veas. Los mantendré fuera de tu
camino. Y no serán demasiado caras, te lo prometo. No están acostumbradas a la
riqueza y no serán exigentes. No esperaré ninguna educación costosa para ellas.
De hecho, no me gustaría que fueran a la escuela fuera de casa. Yo misma les
enseñaría.
—Abby —su mano estaba otra vez sobre la de ella, sus dedos doblados bajo la
palma de la mano de ella. —Deja de discutir contigo misma. Por supuesto que
debemos tener a tus hermanas de vuelta contigo. ¿Estará dispuesta su tía abuela?
—Oh, sí, por supuesto —dijo ella. —Ella ha dejado muy claro que viven con
ella sólo en el sufrimiento. ¿Pueden venir, Miles? ¿No te importará mucho?
Él le sonrió y le apretó la mano.
—¡Oh! —dijo ella, mirándole fijamente pero no viéndole realmente. —Sí, por
supuesto. ¡Oh! por supuesto. Me maravilla no haberlo pensado antes. No podría

9
NT. Creso. Creso de Lidia. Último rey de Lidia. Se dice que era el hombre más rico de su tiempo, entre 560 y 540 antes de nuestra
era (AC)
ser más perfecto. Si la idea tuviera un puño, me habría dado un puñetazo en la
nariz hace mucho tiempo.
El Conde de Severn se veía divertido de nuevo.
—Esa anguila —dijo ella. —Esa rana. Esa serpiente. Era a ella a quien
molestaba, no a mí, ya sabes. Sabía que no debía tratar de abusar de mí. Le dije la
primera vez que intentó sonreírme que si lo hacía sólo una vez más tendría los
dientes en la garganta.
El Conde echó la cabeza hacia atrás y gritó de risa.
—Abby —dijo, —no lo hiciste. Eres incapaz de decir algo tan poco gentil. Pero,
¿de qué demonios estás hablando?
—El Sr. Gill —dijo ella. —Acosaba a Laura porque es muy guapa y tiene miedo
de perder su puesto al enfrentarse a él.
—¿Y aun así perdiste tu puesto? —dijo.
—Le dije que si... —se detuvo y se sonrojó. —Le dije que la dejara en paz —
dijo ella, —y lo siguiente que supe es que fui acusada de seducir a su hijo y fui
despedida. Si alguna vez hubieras visto a Humphrey Gill, Miles, sabrías lo indignada
que estoy de que me acusen de algo así. ¡La misma idea, debería ser graciosa, pero
no lo es!.
—¿Y qué era perfecto, qué debió suceder? —preguntó. —¿Qué debería haber
formado un puño y golpearte en la nariz?
—Laura es una institutriz —dijo. —Ella puede enseñar a las niñas y así alejarse
de esa horrible casa y de ese hombre lascivo. ¿No crees que es una idea
maravillosa, Miles? ¿Puedo preguntarle?
Pensó que él se iba a negar. La miró con consideración durante un rato. Y el
silencio era fuerte. Oh, querida, pensó ella; había decidido que se quedaría callada
por lo menos unos días. Pero había estado parloteando, ¿no?
Miles la miró, y ella pensó que lo hacía como lo había hecho aquella primera
tarde, fueron sólo tres días antes.... y como él la había mirado el día que la llevó de
compras. Se veía apuesto, inmaculado y remoto. Era difícil de creer que fuera el
mismo hombre que le había hecho esas cosas terriblemente íntimas la noche
anterior. Podía sentir el color subiendo por su garganta.
—¿Sería prudente? —dijo. —Si Laura está siendo abusada, ciertamente
debemos sacarla de allí, Abby, o al menos debo tener una conversación seria con
el Sr. Gill. Pero, ¿apreciará ser tu empleada cuando hasta ahora había sido tu
amiga, en igualdad de condiciones contigo?.
—Ella será mi amiga —dijo, —ayudándome a enseñar a las chicas lo que yo no
sepa.
—¿Y vivir de tu caridad? —dijo. —¿Le gustará eso, Abby?
—¡Caridad! —dijo ella. —Ella no pensará tal cosa. ¿Estoy viviendo de tu
caridad porque me sacaste de esa casa y me has dado un hogar aquí? —sintió el
color montarse en sus mejillas. —¿Es así?
—Eres mi esposa —dijo, —y estas a mi cargo. Tienes derecho a que te cuide.
No hables con la Srta. Seymour todavía. Tomémonos un tiempo para considerarlo
—sonriendo le preguntó: —¿Siempre eres tan impulsiva?
—Sí —dijo ella. —Siempre. Lo siento, Miles. Me temo que te darás cuenta de
que no soy la esposa que dijiste que querías y pensaste que era.
—Hasta ahora —dijo riendo, —eres la esposa que quiero. Ahora, necesito tu
ayuda.
Ella lo miró fijamente.
—Mi madre está de camino a Londres —dijo, —con mis dos hermanas. Mi
madre y Constance, mi hermana menor, vienen de una larga estancia con Lord
Galloway y su familia, amigos de mi madre. Prudence viaja con ellas, aunque está
casada. Su marido se reunirá con ella más tarde.
—¿Y te preguntas cómo vas a explicarme ante ellas? —preguntó Abigail. —Se
morirán de la conmoción, ¿no?
—Espero que nada tan drástico —dijo, sonriéndole. —Pero sí, el momento
puede ser incómodo. Me temo que todas me adoran porque soy el único hombre
de la familia. Y aunque esa situación tiene sus ventajas definitivas, también tiene
una desventaja clara. Todas creen que son mis dueñas y saben mucho mejor que
yo cómo debo vivir mi vida.
Abigail asintió. Había dicho algo parecido antes. Comprendió que él se había
casado con ella para que ella fuera una especie de amortiguador entre él y sus
parientes femeninos. Tranquila, sensible y de buen carácter. Oh, querido. ¡Pobre
Miles!
—¿Cuándo? —dijo ella. —¿Cuándo vienen?
—Tal vez hoy —dijo. —Ciertamente, en los próximos días. ¿Será una gran
carga para ti conocerlas tan pronto?
—Probablemente no habrá una tensión tan grande en mí como en ellas
cuando me conozcan —dijo. —Después de todo, tengo una advertencia previa.
—Eres muy valiente —dijo. —Haces un gran esfuerzo para superar tu timidez,
¿verdad, Abby? Me di cuenta de eso ayer. Sólo espero que conocer a mi madre en
estas circunstancias no sea demasiado para ti. He sido muy egoísta, ¿no? Pero no
respondas a eso, por favor. Sé que he sido egoísta.
—Y he estado encantado de encontrar esta mañana… —dijo, poniéndose de
pie y subiendo detrás de la silla de ella para apoyar sus manos sobre sus hombros
—que no eres muy callada después de todo, Abby. Es difícil conversar con alguien
que no tiene nada que decir.
No muy callada. ¿Se dio cuenta de que acababa de hacer la subestimación del
siglo? Abigail miró mansamente a su plato.
Se agachó y le besó la nuca.
—¿Crees que podríamos habernos enamorado violenta y locamente cuando
llegaste aquí y solicitaste mi ayuda hace tres días? —dijo.
—¿Qué? —ella se giró en su silla para mirar a su cara, que aún estaba
inclinada sobre ella.
—Por el bien de mi madre —dijo. —Hará que las cosas sean mucho más
sencillas que si decimos la verdad.
—Sí —dijo ella. —Sí, lo hará. Puedo ver eso.
—¿Lo harás, entonces? —preguntó. Él le sonreía, sus ojos azules bailando, su
hoyuelo en la mejilla, sus dientes muy blancos y muy lisos, ella no se había dado
cuenta de esa perfección antes.
—Sí —dijo ella. —Mejor eso que hacer que piense que estamos locos.
Inclinó la cabeza más cerca y la besó suavemente en los labios.
—Eres muy amable, Abby —dijo. —¿Pasaremos el día juntos? Tenemos
mucho que aprender uno del otro, como creo que ambos hemos aprendido esta
mañana. ¿Qué te parece un viaje a Kew Gardens?
—Sería espléndido —dijo ella. —Nunca he estado allí.
—Entonces sube a buscar tu sombrero —dijo. —Haré que traigan mi carruaje.
Abigail corrió, olvidando en su camino sus planes anteriores de hablar con la
Sra. Williams y explorar la casa. Su padre nunca había llevado a su madre o a su
madrastra a ninguna parte, excepto a la asamblea ocasional, de la que siempre
había regresado a casa borracho. Igualmente, el Sr. Gill nunca llevó a su esposa a
ningún lado.
Pero Miles iba a llevarla a Kew Gardens. Y había sugerido que pasaran el día
juntos. Todavía era muy temprano por la mañana.

***

Era el último tramo la tarde, cuando regresaron, habían paseado


tranquilamente por los jardines de Kew y admirado las flores, los árboles y el
césped, y habían intercambiado más información sobre sus familias.
Abigail seguía oyéndose a sí misma hablando y apretaba los dientes cada vez
que se daba cuenta de ello. Pero un minuto más tarde, su marido le hacía una
pregunta que la pondría en marcha de nuevo. Él le sonrió y se rió de mucho de lo
que ella decía, de modo que comenzó a sentir que después de todo no era algo tan
terrible ser tan habladora.
No le contó mucho sobre su padre. Y nada en absoluto sobre su madre o
Rachel, su madrastra. A pesar de toda su charla, fue selectiva en lo que dijo.
Se encontraron con dos grupos de personas que el Conde conocía, y él se
detuvo y les presentó a Abigail como su esposa. La noticia fue recibida con
sorpresa, sonrisas, risas, mucho apretón de manos y algo de disgusto por parte de
dos señoras, que escondieron sus sentimientos detrás de las sonrisas y abrazaron a
Abigail. Pero si a su marido lo engañaron, a ella no.
—Esta noche todo el mundo lo sabrá —le dijo cuando volvieron a caminar
solos. —Podría haberme ahorrado la molestia y el gasto de enviar avisos al Post y a
la Gaceta. Abby, mañana serás de propiedad pública. Tendremos que conducir
hasta Hyde Park si hace buen tiempo. Y está el baile de Lady Trevor mañana por la
noche al que he prometido asistir. Vendrás conmigo, por supuesto. ¿Te importaría
mucho? Si yo sostengo tu brazo muy fuerte a través del mío y no te dejo sola en
ningún instante, podrás enfrentar la prueba —él le sonreía, esa mirada gentil en su
rostro que siempre la hacía sentir que la estaban confundiendo con una niña.
—Hace años que no bailo —dijo, —y lo he hecho sólo en las asambleas de
campo. Nunca he bailado un vals. La Sra. Gill siempre decía “Gardiner, es una
escandalosa y vulgar muestra de desenfreno” —se hinchó el pecho e imitó la voz
nasal sin aliento de su antigua empleadora.
El Conde se rió.
—Te enseñaré —dijo. —Mañana. No habrá nadie que toque la música.
Tendremos que cantar. ¿Cantas?
Por alguna razón que ninguno de los dos podía explicar, considerando el
hecho de que ella no contestó la pregunta, ambos se pasaron el siguiente minuto
riéndose alegremente.
Almorzaron tarde en una taberna con la que el Conde estaba familiarizado.
Visitaron a Bond Street de camino a casa para pedirle a Madame Savard que le
entregara el vestido de encaje de Bruselas a tiempo para el baile de la noche
siguiente, y se fueron con dos vestidos de día que ya estaban terminados.
Finalmente, llegaron a casa para que el mayordomo les informara que Lady
Ripley estaba en el salón con la Sra. Kelsey y la Srta. Ripley. El Sr. Terrence y la Srta.
Barbara Kelsey estaban arriba en la guardería con su niñera.
—Ah —dijo Lord Severn, volviéndose hacia su esposa y tomando una de sus
manos en la suya. —Querida, por tu bien, esperaba al menos un día de gracia.
Ella le sonrió.
—Sube y ponte uno de los vestidos nuevos —dijo. —¿Lo harás? Baja a la sala
de estar cuando estés lista. No dejaré que te devoren, lo prometo —levantó la
mano de ella hasta sus labios.
—Dame quince minutos —dijo ella. —No necesitaré más, Miles.
Pero cielos, pensó mientras él la llevaba al primer piso y ella subía corriendo
las escaleras hacia el segundo mientras él respiraba hondo y abría las puertas del
salón, había una fuerte tentación de empezar a anudar sábanas en su habitación
para poder salir volando por la ventana.
Este no era un encuentro que se pudiera esperar con entusiasmo.
Inmediatamente se deshizo de la delicada muselina rosa en favor del amarillo más
atrevido.
Capítulo 6

—Miles. Ahí estás —Lady Ripley se levantó de su silla y se apresuró a cruzar el


salón, con ambas manos extendidas hacia su hijo. Su cabello, antes oscuro, estaba
ahora casi completamente plateado, pero había mantenido su delgada figura, y su
cara seguía siendo hermosa. —Y te ve muy bien, querido.
El Conde de Severn ignoró sus manos y la tomó directamente en sus brazos. La
abrazó.
—Mamá —dijo. —Habría llegado antes a casa si hubiera sabido con certeza
que llegarías hoy. ¿Connie? —se volvió para abrazar a su hermana menor. —¿No
sufriste tu enfermedad habitual durante el viaje? Tu color es bueno. Pru —se
detuvo y miró hacia abajo antes de abrazar a su hermana mayor. —¿Serán trillizos
esta vez?
—Espero sinceramente que no —dijo. —Pero estoy bastante grande, ¿no? Y
aún quedan casi dos meses, a menos que el médico haya calculado mal.
—Déjame servirte un poco de té —dijo su madre. —He pedido la bandeja,
como puedes ver. Es tan bueno estar de vuelta en Londres, Miles. El campo estaba
empezando a palidecernos, ¿no es así, Constance? Dorothy y Frances, por
supuesto, no han podido pensar en nada más que en la próxima temporada
durante semanas —ella le dio una taza.
El Conde no se había sentado.
—Tengo algo que decirte, Mamá —dijo.
—¿La has comprado? —dijo ella. —¿Miles, esto es porcelana nueva de China?
¿O estaba en la casa cuando llegaste? Es muy elegante. Lord Galloway está
organizando un baile para Frances, que tendrá lugar dentro de menos de dos
semanas. Sin embargo, no es para su presentación. Lady Trevor, la hermana de
Lady Galloway, tu recordarás, ha accedido a hacer de su baile de mañana por la
noche una presentación de su sobrina. ¿No es amable de su parte? Todo es muy
apresurado, por supuesto. Dorothy y Frances están muy emocionadas, como
puedes imaginar. Debes hacer correr la voz entre tus conocidos, querido, de que
es el evento al que al que hay que asistir. Aunque me atrevo a decir que sólo será
un apretón de manos de todos modos, ya que Lady Trevor está muy solicitada.
—Lo haré, Mamá —dijo. —Yo…
—Por supuesto, bailarás el set de apertura con Frances —dijo. —La harás
resaltar al hacerlo.
—No creo que sea necesario, mamá —dijo Prudence. —Frances le gusta
tomar a la multitud por sorpresa. Tiene mucha belleza y presencia.
—Razón de más para que bailes el primer set con ella, Miles —dijo Constance
con una sonrisa. —Todo el mundo verá que tienes un derecho previo a sus afectos.
—Pero no es así —dijo el Conde. —Mamá...
—Pru y yo creemos que el baile de Lord Galloway debería ser un baile de
esponsales —dijo Constance. —Qué espléndido sería eso, Miles, tienes la
intención de desposarte con ella antes de que acabe la temporada, ¿no? Pero
Mamá cree que no sería apropiado que Frances tuviera su presentación y luego se
comprometiera con tanta prisa —ella se rió. —Mamá cree en hacer las cosas bien.
—Además —dijo Prudence con una sonrisa, —me gustaría más estar en tu
baile de compromiso, Miles. ¿Tendrás suficiente paciencia para esperar unos dos
meses a que aparezca este pequeño monstruo? —dijo, señalando su embarazo —
Theo estará en la ciudad en un mes. No desearía perderse el nacimiento, o tus
celebraciones de esponsales, para el caso.
—No hay duda de que el baile de Lord Galloway es un baile de compromiso —
dijo el Conde con firmeza, —o…
—Por supuesto que no —dijo su madre tranquilamente. —Bebe tu té,
querido, antes de que se enfríe.
El Conde sorbió y tuvo esa vieja sensación familiar de ser de nuevo niño
pequeño en un hogar de mujeres, totalmente sujeto a su voluntad. Era una
sensación que no había tenido en todo el día, a pesar de que Abigail le había
sorprendido hablando casi sin parar durante su salida.
—Esta es una casa muy elegante —dijo Prudence. —Al menos lo que he visto
de ella. Sólo la había visto una vez cuando estuviste aquí unos días después del
funeral, Miles. Por supuesto, uno no esperaría que una casa en Grosvenor Square
fuera nada menos que espléndida.
—Pero necesita el toque de una mujer —dijo Lady Ripley.
—Frances se divertirá aquí —dijo Constance, —así como en Severn Park. Sé
que siempre eres reacio a hablar de esos asuntos, Miles, pero dilo. ¿Cuándo
piensas casarte? ¿Mientras la temporada sigue en marcha? ¿Durante el verano?
¿El otoño? Espero que no sea invierno. Es muy difícil para los invitados viajar
durante el invierno.
—Lord Galloway querrá St. George con toda la multitud presente, puedes
estar seguro —dijo Lady Ripley. —Y yo también. Tengo un solo hijo, después de
todo, y su boda debe celebrarse con toda la pompa y las circunstancias debidas.
Pero te estamos poniendo nervioso, Miles. Los hombres son tan tontos con esas
cosas. Supongo que te estás arrepintiendo. Pero tú y Frances estuvieron tan bien
juntos en la finca que casi esperaba que hicieras tu oferta allí. Me alegra que no lo
hicieras, ya que aún no ha sido presentada en la corte. Pero estoy segura de que
esperará día a día una declaración ahora que ha llegado a la ciudad.
—Entonces ella tendrá que dejar de esperar —dijo el Conde, poniendo su taza
y su platillo decididamente sobre una mesa. —O al menos cambiar la identidad del
pretendiente. Yo no seré el pretendiente.
Hubo un pequeño silencio.
—Oh, Miles —dijo Prudence con cariño. —Realmente tienes los pies fríos,
¿no? Theo me ha dicho que antes de nuestro matrimonio casi huye a Francia el día
antes de la boda, para no volver nunca más. La perspectiva de ser un exiliado por
el resto de su vida parecía infinitamente más atractiva que la de ser un hombre
casado —dijo. Las tres señoras se rieron a carcajadas.
—Pero míralo ahora —dijo Prudence. —No se puede esperar encontrar un
marido o un padre más cariñoso. Tus temores son naturales, Miles. Pero no debes
ceder ante ellos.
—Además, querido —añadió su madre, —tu declaración está casi hecha. Todo
el mundo lo espera. Sería demasiado vergonzoso para para un hombre de palabra
como tu si renegaras ahora.
—Casi no se puede hacer una declaración, Mamá —dijo. —Se hace o no se
hace. Y no hice ninguna declaración ni a Frances ni a su padre. Y nunca la haré,
tampoco.
Hubo un coro de protestas entre las damas.
—Si todas se callan un momento y permanecen en silencio —dijo con tanta
firmeza que todas accedieron y lo miraron con sorpresa: —Tengo algo importante
que decir.
Finalmente tuvo su atención. Finalmente… después de más de treinta años. Y
lo había logrado con cierta facilidad. Sólo tenía que decirles que se callaran,
usando un tono convenientemente firme al hacerlo, y ellas estarían calladas.
—Hay una razón por la que no puedo casarme con Frances —dijo. —Algo de
gran importancia ha ocurrido en mi vida en los últimos dos meses.
Se detuvo para notar el efecto de sus palabras en su audiencia. Lo miraban
educadamente y con cierta curiosidad.
Y entonces la puerta se abrió y la razón de la que había hablado y el algo de
gran importancia entró en la habitación, una frescura en su paso y una sonrisa en
su cara y un vestido de muselina de vívido amarillo sol en su persona.
—Querido —dijo ella, sus ojos chispeando en los de él, —Fui lo más rápida
que pude. ¿He tardado una eternidad?
Ella cogió la mano que él había tendido por la suya y levantó la cara para que
él la besara. La besó en los labios y se dio cuenta de que nadie más en la
habitación se había movido.
—Mama —dijo, agarrando la mano de Abigail, deslumbrada por el rayo de sol
que había traído a la habitación con ella, aturdida por la forma en que estaba
poniendo en práctica la sugerencia que había hecho en la mesa del desayuno, —
¿puedo presentarte a Abigail? —vio la mirada en blanco en la cara de su madre. —
Mi esposa.
Abigail sonrió a Lady Ripley y le hizo una reverencia.
—Veo que ha sido tomada completamente por sorpresa, madame —dijo ella.
—¿Miles no le había dicho nada antes de mi llegada? Qué lento de su parte. Yo me
apresuraba a cambiarme a un vestido más apropiado, pensando que ya estaría
impaciente con la larga espera para conocerme.
El Conde apretó la mano más fuerte.
—Mi madre, Lady Ripley, mi amor —dijo, —y Pru y Connie, mis hermanas —
señalándolas de una en una.
—Estoy encantada de conocerla —dijo Abigail, volviendo a hacer una
reverencia. Ella sonrió a Prudence. —Eres la hermana casada de Miles, ¿no? Me ha
hablado de sus sobrinos. No me dijo que pronto habría otro. Qué emocionada
debes estar.
—¿Tu esposa? —Lady Ripley estaba colocando su taza en su platillo, sus
movimientos eran lentos y deliberados. —¿Tu esposa, Miles?
Sus dos hermanas parecían haber sido silenciadas permanentemente por una
vez en sus vidas, pensó Lord Severn.
—Supongo que debimos haber esperado— dijo, mirando a los ojos de Abigail
como si quisiera devorarla, —sabiendo que tú estarías aquí tarde o temprano,
Mamá. Pero me pareció una buena idea no perder el tiempo y casarme con una
licencia especial sin demora —levantó la mano de su esposa hasta los labios.
—Estábamos impacientes por estar juntos —dijo Abigail. —No podíamos
soportar la idea de un solo día de retraso.
Lady Ripley bajó la taza y el platillo con cuidado y se puso en pie.
—¿Estás casado, Miles? —dijo ella, su voz anormalmente tranquila. —¿Esta es
tu esposa? ¿No es una de tus bromas más extrañas?
Lord Severn no recordaba haber hecho nunca ningún tipo de broma con su
madre, extraña o no.
—¿Y cuándo tuvo lugar este...? —preguntó.
—Ayer —dijo. —Nos casamos con licencia especial ayer por la mañana,
Mamá.
—¿Y todo esto ha ocurrido en dos meses, Miles? —Constance había
encontrado su lengua de nuevo. —¿Ni siquiera conocías a la señorita... a ella… tu
esposa antes de ese tiempo?
—Nos conocimos hace tres días —dijo Abigail con una sonrisa brillante un
momento antes de que el Conde pudiera decir que habían pasado seis semanas. —
Nos enamoramos violenta y locamente, ¿verdad, Miles?
Él le sonrió, sintiendo un destello de burla bastante inapropiado. Eran sus
propias palabras, pero ciertamente no estaban destinadas a los oídos de su madre.
—Sí, mi amor —dijo, tirando de ella contra su costado con un brazo en la
cintura. —Así fue.
—Hace tres días —la voz de Lady Ripley era firme, sin expresión. —Hace
cuatro días no se conocían, ¿pero ahora están casados? ¿Y dices que te
enamoraste locamente? Te creo.
—Está enfadada con Miles —dijo Abigail, —y tiene reservas. Eso es bastante
comprensible, madame. No puedo culparle. Si Miles me hubiera dicho antes de
esta mañana que le esperaban en la ciudad tan pronto, le habría persuadido de
que esperara, por muy duro que hubiera sido para ambos. Pero, sabe, no debe
culparlo del todo. Sin duda le habría esperado a usted y a las reprimendas si yo no
hubiera estado a punto de ser echada a la calle desde mi antiguo puesto de
trabajo.
El Conde cerró los ojos brevemente e inhaló lentamente. Se dio cuenta ahora,
que debería haber pasado parte del día, concibiendo una historia plausible con
Abigail.
—¿Pero qué hay de tus otros planes, Miles? —dijo Constance, su voz ganando
fuerza. —¿Los has olvidado por completo? ¿Sabe tu esposa acerca de ellos?
—Mi esposa se llama Abigail, Connie —dijo. —Y no tenía otros planes, aparte
de pasar algún tiempo contigo, con mamá y con Pru, cuando todas ustedes
llegaran. Mi matrimonio no me impedirá hacerlo. Ambos pasaremos tiempo
contigo, mamá. ¿Verdad, mi amor?
—Oh, querida —dijo Abigail, alejándose del lado del Conde y sonriendo
alegremente. —Este es un momento difícil, ¿no? Percibo que todas ustedes están
dispuestas a ahogar a Miles y a hervirme en aceite. ¿Nos sentamos todos y
discutimos el asunto con sensatez? Pediré té fresco.
—Soy muy capaz de solicitarlo, gracias —dijo Lady Ripley, levantándose.
Abigail le sonrió.
—Regrese a su asiento —dijo ella. —Es mi deber atenderla, señora, ahora que
soy la esposa de Miles y Lady Severn.
El Conde frunció los labios y esperó la explosión. Y observó con cierta
fascinación cómo su madre se sentaba, con su espalda recta como una vara,
Abigail tiró de la cuerda de la campana, sonrió y miró a fondo a su alrededor como
si hubiera sido su Condesa durante veinte años. Sus hermanas la miraban más bien
como si fuera un espectáculo fascinante en una feria de campo.
—Siéntate, cariño —le dijo su esposa, mirándolo con ese brillo en sus ojos que
la proclamaba una actriz maestra, una amante actriz. —Toma el sofá para que
pueda sentarme a tu lado. Y debes dar a tu madre y a tus hermanas un informe
completo de los últimos tres días. Y ninguna de nosotras te interrumpirá ni una
sola vez, porque después de todo, eres el hombre de la casa y el jefe de la familia.
Luego, tú y yo responderemos a las preguntas cuando termines.
La atención de su madre y de sus hermanas estaba fijada en ella, el Conde la
vio con una mirada a cada una de ellas. Ninguna de ellas dijo una palabra.
—Alistair —dijo su mujer, sonriendo de nuevo cuando se abrió la puerta, —
puede llevar esta bandeja de vuelta a la cocina, si le parece bien, y pedirle a la
cocinera que nos prepare una taza de té fresco y algunos pasteles si ha estado
cocinando hoy. ¿Lo ha estado haciendo?
—Sí, mi Lady —dijo. —Pasteles de grosellas y bollos. Los bollos de la cocinera
son los mejores de Londres, mi Lady.
—Mmm —dijo ella. —Un plato de cada uno, entonces, Alistair, por favor.
Ella esperó hasta que él recogió la bandeja y desapareció de la habitación con
ella.
—Me muero de hambre —dijo Abigail. —Espero que la jactancia de Alistair no
haya sido en vano. Ahora, cariño… —ella se sentó junto a su marido y tomó su
mano en la de ella. Ella lo miró casi con devoción.
Él ató sus dedos a los de ella, aclaró su garganta y empezó a hablar. Su madre
y sus hermanas nunca habían sido una audiencia tan tranquila. La única
interrupción durante los siguientes minutos fue causada por la llegada de la
bandeja de té y la indicación sonriente pero silenciosa de su esposa al mayordomo
y al lacayo de que le pusieran delante de ella los platos de pasteles y bollos que se
le entregaban.

***

Abigail supuso que su suegra y sus cuñadas se mudarían a Grosvenor Square.


Pero parecía que no era posible. Lady Ripley tenía su propio alojamiento en la
ciudad, y Constance se quedó con ella allí. El Sr. Kelsey había alquilado una casa
para la temporada y se reuniría con Prudence y sus dos hijos en el plazo de un
mes.
—La única razón por la que traje a las niñas de visita conmigo esta tarde —le
explicó a Abigail antes de irse, —fue porque estamos recién llegados y pensé que
Barbara se asustaría si me iba sin ella. Y si yo traía a Barbara, entonces me pareció
correcto traer a también Terrence.
Prudence fue la que se descongeló más notablemente antes de marcharse.
Incluso besó la mejilla de Abigail y le preguntó el nombre de su modista.
Constance fue educada, aunque protesto tanto al Conde como a su madre por
no poder recordar a ningún Gardiner en la familia.
—Sí, había algunos —dijo su madre a regañadientes. —Aunque nunca tuvimos
ningún trato con ellos, Constance.
La propia Lady Ripley aceptó lo inevitable con una fría gracia.
—Esto parecerá un asunto destartalado —dijo. —Debo llevarte conmigo,
Abigail, y asegurarme de que se te presente a las personas adecuadas. Debe
parecer que este matrimonio tiene mi aprobación.
—Espero que no lo parezca simplemente —dijo Lord Severn. —Espero que
nuestro matrimonio tenga tu aprobación, Mamá, una vez que te hayas recuperado
de tu shock.
Abigail sonrió con determinación.
—Cuando vea cómo amo a Miles, señora, y cómo haré todo lo posible para
que se sienta cómodo —dijo, —entonces quizás sea menos infeliz. Debe ser
terrible perder un hijo a manos de una extraña, y más si es tan repentinamente.
Estoy segura de que no desearía que le pasara a ninguno de mis hijos.
Se sonrojó ante las implicaciones de lo que había dicho. Su marido, que la
tomaba de la mano en ese momento como preparación para escoltar a sus
visitantes hasta la puerta, la apretó con fuerza.
—Bueno —le dijo el Conde después de que la puerta se cerrara detrás de su
madre y de su hermana menor, y subieran las escaleras de vuelta al salón, —este
calvario ha terminado. Lo hiciste muy bien, Abby. Estoy orgulloso de ti.
—Están muy acostumbradas a dirigir tu vida por ti, ¿no? —dijo ella, y vio cómo
su sonrisa más bien vergonzosa traía el hoyuelo a su mejilla. —Pero creo que eso
ya no sucederá, Miles. Las enfrentaste maravillosamente y las obligaste a que se
callaran y te escucharan. Me alegra que decidieras decirles toda la verdad en lugar
de inventar una historia más plausible que habrían descubierto que era mentira.
Temía que dijera que quizás nos habíamos conocido hace varias semanas. Pero
tuviste el valor de admitir que han pasado sólo tres días.
—Creo que fuiste tú quien dijo eso —dijo, sonriendo aún.
—¿Fui yo? —dijo ella. —Pero pude ver que eso era lo que querías. Miles, has
pasado todo el día conmigo. Pero no debes sentirse obligado a hacerlo siempre.
Debes salir esta noche si lo deseas. ¿Perteneces a alguno de los clubes? Estoy
segura de que debes hacerlo. Te sentirías más cómodo pasando una noche en uno
de ellos, ¿no es así, y relajándote con tus amigos? Estaré encantada de encontrar
la biblioteca y llevar mi bordado allí. Encontraré un buen libro y no me sentiré
desatendida.
—Abby, lo que realmente me gustaría hacer —dijo, —es pasar la noche en la
biblioteca contigo. Una lectura tranquila y agradable suena como la manera
perfecta de relajarse. ¿Te importará mi compañía?
—Qué pregunta tan tonta —dijo ella. —Después de todo, este es tu hogar.
—Y el tuyo —dijo.
Y así pasaron la noche juntos, intercambiando apenas una palabra una vez que
pasaron del comedor a la biblioteca, que era todo de madera y cuero y botellas de
brandy y calidez masculina. A Abigail le encantó.
Encontró, después de todo, que no podía leer. Su cerebro estaba repleto de
todos los nuevos hechos y acontecimientos de su vida. Nunca había sido una ávida
costurera, aunque se había visto obligada a adquirir un gusto por el bordado
cuando vivía con la Sra. Gill. La mujer pasaba la mayor parte de sus días en casa y
sin actividad.
Pero disfrutó cosiendo esa noche y mirando a su alrededor en esta acogedora
habitación de su nueva casa y en la figura de su esposo, que se extendía y se
olvidaba de todo, su atención se centró por completo en el gran tomo que estaba
abierto en su regazo.
Empezaba a sentirse menos intimidada por su buen aspecto. Después de dos
días y una noche en su compañía, estaba cada vez más familiarizada y cómoda con
él.
Estaba sentada en su tocador, cepillándose el pelo, cuando él entró en su
cuarto más tarde esa noche. Estaba agradecida de que no fuera la noche anterior,
muy agradecida. Esta noche podría esperar con placer. Le sonrió y dejó su cepillo y
lo precedió a la alcoba. Se acostó en su cama mientras él se quitaba la bata y
soplaba las velas.
—Creo que tal vez tu madre y tus hermanas no me odian del todo —dijo. —Se
acostumbrarán a mí, ¿no es así?, una vez que hayan superado el hecho de que se
hayan enfadado contigo por casarte sin consultarlas y una vez que se hayan
recuperado de su decepción por no haber tenido la oportunidad de ayudarte a
elegir una novia. Esos eran sus planes para esta temporada, ¿no? ¿A eso se
referían?
—Por supuesto que no les desagradaste —dijo, uniéndose a ella en la cama y
colocando un brazo bajo sus hombros. —¿Por qué lo harían? Después de todo, me
aman, y Abby, tú das un espléndido espectáculo de estar profundamente
enamorada de mí. Casi me convenciste. ¿Estás menos nerviosa esta noche?
—Oh, sí —dijo ella. —Fui muy tonta. Apenas me dolió, y fue sólo por un
momento —ella levantó sus caderas para que él pudiera levantar su camisón hasta
la cintura. —Era más el miedo al dolor que el dolor en sí mismo, la sensación de
“Oh, oh, aquí vamos, el dolor en el camino”, y luego la comprensión de que ya
había terminado.
Encontró su boca en la oscuridad y la besó.
—Me alegro —dijo. —Abby, hacerte daño es lo último que desearía hacer.
Su mano se había deslizado bajo su camisón y estaba acariciando un pecho. Su
pulgar estaba áspero contra el pezón de ella, su palma caliente ya que cubría la
punta endurecida y hacía movimientos circulares sobre ella.
—Eso se siente bien, Miles.
—¿Sí? —dijo, moviendo su mano para hacer la misma magia en su otro pecho.
—Y en cuanto a su desagrado —dijo, —eso es una tontería. Lo escuché de
esposas cuando aún vivía en casa, y lo escuché de la Sra. Gill y sus amigas. Se
sentaban durante horas a conversar sobre sus hijos y la avaricia de sus maridos
con el dinero y sobre lo tedioso y desagradable que era esa parte del matrimonio;
siempre hablaban con la cabeza asentida, los ojos abiertos y las voces bajas y un
énfasis significativo en eso. Una mujer comentó una vez que se compadecía de las
amantes, ya que tienen que cumplir con el deber diez veces más a menudo que las
esposas. Pero recibió tal mirada de las otras mujeres presentes que es increíble
que no se haya transformado inmediatamente en un carámbano.
Se estaba riendo suavemente contra su boca.
—Abby —dijo, mientras su mano se movía entre los muslos de ella y su pulgar
encontró su parte más sensible, frotó suavemente y envió de nuevo esa ansia y
sensación aguda hacia la garganta de ella.
—Ah —dijo ella. Disfrutando de la sensación durante unos momentos de
silencio y abrió ligeramente las piernas para dar espacio a su mano. —Creo que
esas mujeres eran tontas. No me parece nada desagradable, Miles, y mucho
menos tedioso. Y es tonto llamarlo un deber, como desempolvar los muebles o
vaciar los orinales.
Él se estaba riendo mucho, pensó ella mientras le ponía su peso encima y ella
abrió las piernas, doblando sus rodillas y deslizando sus pies hacia arriba para
descansar en el colchón a cada lado de sus caderas, levantando las suyas para que
él pudiera deslizar sus manos por debajo de ella.
—¿Tienes una amante? —preguntó un momento antes de jadear cuando él se
le acercó.
—¿Por qué quieres saberlo? —preguntó, su boca contra la oreja de ella.
—Sólo curiosidad, supongo —dijo ella. —Aunque quizás más que eso. No me
gusta la idea, Miles. Y si es por esto por lo que vas con ella, entonces preferiría que
lo hicieras conmigo.
—¿Lo harías? —comenzando a moverse en ella como lo había hecho la noche
anterior y creando esa creciente excitación física que había sido la única parte
decepcionante en ese entonces porque no la había llevado a ninguna parte y la
había forzado a pasar varios minutos después de que él terminara, tratando de
relajar su cuerpo. —¿Incluso si te quisiera varias veces durante el día y varias veces
durante la noche?
Pensó por un momento y casi perdió la secuencia de sus pensamientos debido
al placer de lo que él le estaba haciendo a su cuerpo, aunque se movía lentamente
y sin la profundidad que ella había disfrutado especialmente la noche anterior.
—¿Durante el día? —dijo ella. —¿No es vergonzoso?
—¿Porque nos veríamos? —dijo. Su voz sonaba con un dejo de burla. —No
creo que ninguno de los dos tenga un cuerpo del que debamos avergonzarnos.
—Bueno —dijo ella enérgicamente, —Preferiría un poco de vergüenza,
supongo, que saber que tú también haces esto con una amante.
—Abby —dijo, su boca volviendo a encontrar la suya, —No tengo amante,
querida mía, y no tengo intención de hacer esto con nadie más que contigo por el
resto de mi vida. ¿Podemos hablar de las otras posibilidades que has planteado en
otro momento? Me resulta un poco difícil mantener una conversación y hacer el
amor al mismo tiempo. Y si una de esas actividades tiene que descartarse,
preferiría que fuera la conversación.
—Y yo también —dijo ella.
Se quedó quieta y tranquila con los ojos cerrados, disfrutando de las
sensaciones físicas de su acto sexual, esperando que no terminara durante mucho
tiempo, al menos hasta que hubiera llegado más allá de los dolores y anhelos que
estaban fuera de su control.
Pero no fue así. Y quizás nunca lo sería, pensó ella con tristeza, abrazándole
mientras él se quedaba quieto sobre ella, todo su peso relajado encima de ella.
Quizás no había nada más. Tal vez fue ese hecho lo que agrió a esas tontas
mujeres en el salón de la Sra. Gill.
Pero no. Habían hablado con cierto disgusto sobre las necesarias pero no
bienvenidas atenciones masculinas que eran una parte lamentable del
matrimonio. No con arrepentimiento y anhelo, sino con asco.
Se alejó de ella con un suspiro de lo que parecía una satisfacción y la llevó con
él, a su lado, contra su relajada calidez.
Al menos, pensó, él se iba a quedar por un tiempo. Quizás si ella se quedara
muy callada y muy quieta, él se quedaría mucho tiempo. Tal vez lo haría de nuevo.
—Pero has tenido amantes, ¿no? —dijo ella.
Volvió a suspirar.
—Abby, anoche no era virgen —dijo.
—Debo parecer muy inexperta e insatisfactoria —dijo.
—Tal vez sin experiencia —dijo. —Pero si crees que no estoy satisfecho
contigo, Abby, no me has prestado atención. Esta no será una conversación larga,
¿verdad?
—No —dijo ella, —no si no lo deseas.
—No lo sé —dijo. —Algo me ha cansado. No puedo imaginar qué…
—Mi tediosa conversación, tal vez —dijo.
—Tal vez —se rió suavemente y la picoteó en la nariz con sus dientes para
aguantar el aguijón de la palabra. —Duérmete, Abby.
—Sí —dijo ella. —Lo haré.
—No tengo una amante, te lo juro —dijo. —Y por el momento tampoco tengo
ganas de tener una. Ninguna en absoluto. Ahora, ¿te pondrás menos triste y te
dormirás?
—Sí —dijo ella. —No planeé decir una palabra. Quería que te durmieras antes
de que recordaras que debes volver a tu propia cama.
—¿Eso quieres? —dijo. —¿Preferirías que durmiera aquí?
—Sí —dijo ella.
—Vas a tener que callarte, entonces —dijo, —o huiré gritando a mis propias
habitaciones.
Ella se rió.
—Duérmete —dijo.
—Sí, mi Lord.
Ella se durmió casi inmediatamente.
Capítulo 7

—Bueno, el esposo engreído —el Sir Gerald Stapleton se detuvo en la entrada


de la sala de lectura de White´s, entró y miró a su amigo por encima del Morning
Post 10. —Pareces muy contento con la vida, Miles.
El Conde de Severn dobló su periódico y se puso de pie.
—Encontremos una habitación donde no tengamos que forzar nuestras voces
susurrando —dijo. —¿Y por qué no debería estar contento conmigo mismo, Ger?
Un esposo de dos días, el aviso en los periódicos de esta mañana para que todo el
mundo lo vea, y todo el mundo deseoso de felicitarlo.
Se detuvo a estrechar la mano de un bien intencionado amigo, Sir Gerald
Stapleton, para demostrar su punto de vista.
—Y después de dos días completos, se ha visto obligado a encontrar un
entorno más agradable —dijo Sir Gerald. —Debo confesar que ayer te estuve
buscando todo el día. Me vi obligado a ir a las carreras con Appleby y Hendricks y a
pasar la noche con Philby y su gente. Podrías haberte ahorrado los gastos de los
avisos en los periódicos, Miles. Les conté a todos tu triste historia y todos se
compadecieron.
El Conde se rió.
—El cínico confirmado —dijo. —Dejé a Abby componiendo una carta a un
pariente en Bath y haciéndole cosquillas en la nariz con la pluma, mientras ella me
ordenaba que saliera de la habitación porque no podía pensar conmigo allí y le
resultaba difícil escribir la carta en tales circunstancias.
Su amigo lo miró con dudas.
—Oh —dijo. —Y te fuiste mansamente, Miles, ¿no sólo la habitación sino
también de la casa? ¿Expulsado de su propia vivienda después de sólo dos días?
No es un comienzo auspicioso, viejo amigo.

10
NT. Morning Post. Diario Inglés.
Lord Severn se rió.
—También me excusaron de una excursión a Bond Street más tarde esta
mañana —dijo. —Uno de los nuevos vestidos de Abby no le queda bien y necesita
algunas modificaciones.
—Sin duda te alegrará estar a cierta distancia cuando le dé a la modista la
longitud de su lengua —dijo el otro. —Entonces, Miles, ¿encuentras que tu novia
es exactamente como esperabas?.
—¿Detecto una nota de malicia? —preguntó el Conde. —Entonces, estarás
encantado de saber, amigo mío, que Abby probablemente podría hablar sin parar
desde el amanecer hasta la medianoche sin quedarse sin un tema u opinión si
nadie insistiera en dar su opinión y la interrumpiera, o si ella no se diera cuenta de
vez en cuando que está hablando demasiado.
—Ah —dijo Sir Gerald. —Lo sospeché el día de tu boda, junto con el hecho de
que es lo suficientemente guapa como para causarte problemas si así lo desea. Lo
siento, Miles. Pero no puedes decir que no te lo advertí.
—No —dijo el Conde con una sonrisa, —No puedo decir eso, Ger. Ayer puso a
mamá y a las niñas en su lugar de forma magnífica.
—¿A tu madre? —dijo Sir Gerald, impresionado.
—Le dijo que se sentara y que no se molestara en dirigir mi vida —dijo el
Conde, —ahora que tengo una Condesa que tiene prioridad sobre ella.
—¿Ella dijo eso? —Sir Gerald parecía asombrado.
—En realidad —dijo Lord Severn riendo, —le dijo a mi madre que se sentara
mientras pedía una taza de té fresco. Pero lo otra era lo que realmente quería
decir. Creo que mi esposa tiene columna firme después de todo, Ger.
—En otras palabras, ella dirigirá tu vida tal como lo han hecho siempre las
mujeres de tu familia —dijo su amigo con tristeza. —Miles, has saltado de la sartén
al fuego. Y sigues sonriendo como un imbécil y pareces como si el mundo fuera tu
ostra: mezclando metáforas de manera bastante atroz. Serás un pobre abyecto
antes de que acabe el año. Recuerda mis palabras.
El Conde echó la cabeza hacia atrás y se rió.
—Creo que me gustará, Ger —dijo. —Creo que me gustará. A pesar de la
charlatanería, que me ha tomado por sorpresa, debo admitir que hay una timidez
básica, creo, y un afán de complacer. Me gusta ella.
—¿Ansiosa de complacer? —Sir Gerald dijo. —¿Suficiente para compensarte
por la pérdida de Jenny, Miles?
—Ahora, eso —dijo el Conde, levantando un dedo para llamar a un camarero,
—eso es información privilegiada, Ger.
—¿Sabías que Northcote y Farthingdale se pelean por Jenny? —preguntó Sir
Gerald. —¿Y que su precio está subiendo y subiendo? Es dudoso que Farthingdale
pueda permitírsela de todos modos. Aunque es más agradable que Northcote, por
supuesto, y Jenny es muy exigente.
—¿Cómo está Prissy? —preguntó el Conde. —¿Sigues amenazando con volver
a casa, a la finca?
—Incluso, algunos jóvenes, antes rechazados, la quieren de vuelta —dijo su
amigo, —incluso sabiendo en lo que se ha convertido —debería irse, se lo sigo
diciendo. Ella no se adapta realmente a la vida de una cortesana. De todos modos,
es hora de que yo encuentre a alguien más. Un año es demasiado largo para pasar
con una amante, lo que la hace demasiado posesiva. ¿Qué tal un paseo a
Tattersall 11 esta tarde, Miles? Tengo los ojos puestos en algunas bellezas.
—He prometido llevar a Abby en coche al parque —dijo el Conde. —Y antes
de eso le daré clases de vals.
Su amigo lo miró fijamente.
—Nunca ha bailado el vals —explicó Lord Severn. —Y el baile de Lady Trevor
es esta noche. Prometí enseñarle.
—Dios mío —dijo Sir Gerald. —Veo que la soga se aprieta a una velocidad
alarmante, Miles. Te aconsejo encarecidamente que le digas a tu señora que vas a
Tattersall. Mejor aún, envía una nota.
—Tocas el pianoforte —dijo el Conde. —Me lo confesaste en un momento
apresurado, Ger. Ven a tocar para nosotros. De lo contrario, me veré reducido a
cantar una melodía de vals. No creo que Abby cante. Al menos, cuando se lo
pregunté, se disolvió en carcajadas, me hizo reír a mí también, y nunca contestó la
pregunta.
—No intentes arrastrarme a ese acogedor arreglo doméstico que tienes —dijo
Sir Gerald con una exagerada sacudida. —Si tu esposa quiere bailar el vals, Miles,

11
NT. Tattersall. Lugar en Londres, Cerca de Hyde Park Corner; inicialmente fue un centro de mercadeo equino de alta categoría,
luego ampliado con facilidades similares a un club para su distinguida clientela.
contrátale un maestro de baile, y quítate de en medio y busca algo más varonil que
hacer mientras las clases están en curso. Si no lo haces, lo lamentarás, recuerda
mis palabras.
—Sabía que eras un verdadero amigo —dijo el Conde, poniéndose en pie. —
¿Te esperamos a las tres, Ger?
—Claro —dijo su amigo.
—No te preocupes si llegas un poco temprano —dijo Lord Severn. —Mi esposa
y yo estaremos en casa.
Sonrió, se volvió para darse la mano e intercambiar saludos con otro par de
buenos deseos, y salió de la habitación y del club.
Gerald podría tener razón, pensó mientras volvía a casa. Abby no era
ciertamente la criatura tranquila y tímida que había tomado por primera vez.
Quizás con el tiempo ella trataría de dominarlo y él tendría que esforzarse para ser
amo en su propia casa, como nunca había hecho con su Mamá y sus hermanas.
Pero no lo creía así. A pesar de su charlatanería y de su firme e inteligente
trato con su madre el día anterior, él creía que había una cierta inocencia y una
timidez básica en Abby. Y le había dicho la verdad a Gerald: en dos días ella había
mostrado un afán de complacerlo, negándose a exigir su compañía, entrando de
todo corazón en el plan para convencer a su madre de que se habían enamorado
profundamente, llevando su cabello como a él le gustaba por la noche.
Y no había protestado por nada de lo que él le había hecho en la cama,
afirmando de esa manera inesperadamente franca que siempre le hacía reír que
ella no lo encontraba nada desagradable, aunque él la había tocado más
íntimamente de lo que esperaba que se le permitiera hacer con una esposa, y
había prolongado sus relaciones amorosas más allá de los límites que él hubiera
esperado que ella estuviera dispuesta a soportar. No se había quejado de haber
sido tomada dos veces, tanto en la noche de bodas como en la noche siguiente. Al
punto que él se había contenido al amanecer de esa mañana, cuando la había
querido de nuevo.
Incluso había dicho que deseaba que él durmiera en su cama. Tenía planes
para llevarla a su propia cama esa noche, convirtiéndolo en un arreglo
permanente. Ella podría usar su propia habitación durante el día cuando
necesitara descansar.
Sí, pensó, había hecho sin querer el movimiento más sabio de su vida cuando
impulsivamente le pidió a la Srta. Abigail Gardiner que se casara con él cuatro días
antes.
Sospechó que ella iba a hacer que su vida fuera cómoda. Y al diablo con
Gerald, que le advirtió de otros resultados. ¿Qué sabía Gerald sobre el
matrimonio?

***

Abigail tuvo un visitante inesperado durante la mañana. ¿Quién sería? se


preguntó mientras bajaba apresuradamente las escaleras hacia el salón amarillo,
donde ella misma había esperado sólo cuatro días antes. ¿Su suegra o una de sus
cuñadas? Pero no, se habrían anunciado previamente. ¿Laura? ¿La Sra. Gill?
¿Algún extraño que leyó el anuncio de matrimonio en el periódico esa mañana?
Se sentía aprensiva. Pero cuando entró en el salón y vio quién era su visitante,
gritó encantada y se apresuró a cruzar la habitación.
—¡Boris! —gritó, abrazando al joven alto y delgado que estaba donde ella
había estado en una ocasión anterior. —¿Dónde has estado? No te he visto en
mucho tiempo. ¿Cómo sabías que estaba aquí? ¿Leíste el anuncio de mi
matrimonio? ¿Qué piensas de ello? ¿Alguna vez algo te sorprendió tanto en tu
vida? Me hubiera gustado decírtelo antes de la boda, pero nunca sé dónde se te
puede encontrar. ¿Has venido a felicitarme? ¡Qué delgado estás! No estás
comiendo bien, ¿verdad? ¿Las cosas no van bien para ti? ¿Has...?
—Abby —dijo, con una firmeza de voz que parecía bien acostumbrada a
entrar en sus monólogos, —silencio.
—Sí —dijo ella, poniendo sus manos sobre las solapas de su abrigo. —Es sólo
que estoy muy contenta de verte, Boris. Miles está lejos de casa. ¡Qué vergüenza!
Quiero que lo conozcas. Es nuestro pariente, ya sabes. ¿Sabías que el viejo Conde
estaba muerto? ¿O pensaste que me había casado con un anciano de pelo blanco?
—Abby —dijo, y ella pudo ver por fin que no compartía su deleite, —no viniste
a mendigarle, ¿verdad?
—¿Mendigar? —dijo ella. —No. No por dinero, al menos. La Sra. Gill me
despidió de mi empleo, Boris, y no me dio una recomendación. Pensé que el
Conde me daría una carta de recomendación, siendo él nuestro primo y todo eso.
Eso era todo. No era realmente mendigar.
—No es nuestro primo —dijo. —Ni siquiera el viejo Conde lo era, no
realmente. La conexión era muy remota, y sabes muy bien que él no habría
reconocido ninguna conexión con nosotros, Abby. Siempre hemos sido de mala
reputación.
—No —dijo ella, toda la alegría de su mañana. —Sólo papá, Boris, y no pudo
evitarlo.
—Sin mencionar a Rachel —dijo.
—¿Nuestra madrastra? —extendió sus manos ante ella y examinó el dorso de
sus manos expuestas. —Tal vez ella también tenía una buena causa, Boris. No era
fácil vivir con papá.
—Estamos fuera de lugar —dijo. —¿Abby, por qué se casó contigo?
—Se enamoró de mí —dijo ella, mirándolo con curiosidad, levantando las
cejas, deseando que le creyera.
—Tonterías —dijo impaciente. —Esto es la vida real.
—Necesitaba una esposa —dijo, —y quería casarse antes de que llegaran su
madre y sus hermanas para intentar organizar un matrimonio deslumbrante para
él. Quería a alguien tranquila, sensata y de buen carácter; esas son sus palabras
exactas. Y, entonces me propuso matrimonio.
—¿Tranquila? —dijo. —¿Sensata? Vamos, Abby. ¿Nació ayer? ¿Te dijo que
tenía un acuerdo con la hija de Lord Galloway?
—¿Quién? —dijo ella, frunciendo el ceño.
—La honorable Srta. Frances Meighan —dijo. —Reputada por ser una belleza
rara. Una amiga de la familia. Todas las conexiones correctas y una enorme dote.
No te lo dijo, ¿verdad? Abby, se casó contigo por lástima, eso es lo que pasó.
—No, eso no fue lo que pasó —dijo ella indignada. —Eso no es verdad, Boris.
Los hombres no se casan con mujeres por lástima.
—¿Por qué, entonces? —preguntó.
—No sé por qué —dijo ella, —aparte de lo que te he dicho. No estropees las
cosas, Boris. Siempre haces eso. Justo cuando estoy feliz, siempre vienes y tratas
de convencerme de que no soy realista.
Los hombros de Boris se desplomaron repentinamente.
—Lo siento, Abby —dijo. —Entonces, ¿estás contenta con él? ¿Desde cuándo
lo conoces, por el amor de Dios? Nunca he tenido noticias de ello. Ven y entonces
deja que te abrace. Sí, te deseo lo mejor, por supuesto que sí. Por supuesto que sí,
Ab —la abrazó con fuerza. —Tú más que nadie deberías tener una eternidad de
felicidad. Y por supuesto que tienes razón. No se habría casado contigo por
lástima. La gente no hace eso. Probablemente ha sido lo suficientemente sabio
como para descubrir que eres una joya.
—Él puede ayudarte —dijo ella con entusiasmo, alejándose para mirarle a la
cara. —No te ha ido muy bien, ¿verdad, Boris? Realmente estás muy delgado y
maravillosamente guapo. ¿Todas las damas se estarán desmayando por ti?
—Oh, sí —dijo con la sonrisa infantil que recordaba de los primeros días. —Las
mujeres tienen la costumbre de desmayarse por aventureros sin dinero.
—Lo hacen —dijo ella. —Nunca entendiste a las mujeres, Boris. Voy a
preguntarle a Miles...
—¡No! —dijo bruscamente. —Absolutamente no, Abby. Voy a encontrar mi
propio camino en la vida, ¿me oyes? Voy a pagar las deudas de papá aunque sea lo
último que haga. Y entonces encontraré algo que hacer con el resto de mi vida, sin
tu ayuda y sin la de Severn. Si intentas que me ayude, Ab, desapareceré
completamente de tu vida y no volverás a verme. ¿Entiendes?
Ella suspiró y empujó un mechón de pelo rubio hacia atrás de su frente.
—Acabo de escribir a la tía abuela Edwina por las niñas —dijo. —Boris, Voy a
recuperarlas. Miles dijo que podía.
—Me alegro —dijo, sonriéndole cariñosamente. —Te pertenecen a ti, Abby, y
tú a ellas. Más vale que me vaya.
—¿Quédate a almorzar? —dijo ella.
Agitó la cabeza y extendió la mano para tocarle la mejilla con un nudillo.
—La loca, la loca Abby —dijo. —¿Cuánto tiempo hace que lo conocías antes
de casarte con él? No has respondido a mi pregunta.
—Dos días —dijo. —Ya han pasado cuatro días.
La miró fijamente durante un momento antes de reírse suavemente.
—Bueno —dijo, —ya es hora de que la vida empiece a cambiar para ti, Ab.
Sólo espero que sea así. Te veré de nuevo.
Ella no pudo persuadirlo para que cambiara de opinión acerca de quedarse. Se
paró en la puerta un minuto después, viéndolo caminar por la calle. Y ella levantó
una mano para cepillar una lágrima de su mejilla.

***

Ahora vendría la prueba principal, pensó Abigail, respirando hondo y


resistiendo el impulso de extender la mano para aferrarse a la manga de su
marido. Ahora y esta noche.
Era cierto que llevaba otro traje nuevo, un vestido y una pelliza de color verde
primavera, y un sombrero de paja adornado con flores de primavera que uno
juraría que eran reales, aunque no lo eran. Y también era cierto que Miles la había
tomado de las dos manos antes de salir de la casa, las apretó y declaró que echaría
a todas las demás damas del parque a la sombra.
Pero se suponía que los esposos debían rendir tan lujosos y tontos cumplidos
a sus nuevas esposas. La multitud la vería sin duda como muy sencilla y ordinaria y
se preguntaría qué había visto en ella el muy guapo Conde de Severn para casarse
con ella, teniendo en cuenta el hecho de que era una don nadie y que no había
tenido nada a modo de fortuna que aportar al matrimonio.
El Conde de Severn estaba guiando las cabezas de sus caballos a través de la
puerta de entrada a Hyde Park, que ya estaba repleta de caballos, carruajes y
peatones. Era justo la hora más concurrida.
Esto era todo, pensó Abigail. La noticia de su matrimonio había aparecido en
los periódicos esa mañana, y la multitud debía estar agitada para ver a la novia de
Miles. Las damas deben estar preparadas y listas con sus lenguas rencorosas y sus
garras de gato. ¿Y quién podría culparlas? Miles había sido sin duda el soltero más
codiciado y deseable de Londres hasta sólo cuatro días antes.
Probablemente ella moriría en la prueba que le esperaba.
Su mejor plan sería permanecer en silencio y sonreír y asentir con gentileza a
cualquiera a quien Miles decidiera presentarla. Decidió que eso es lo que haría.
—Me siento como un oso que actúa atado a un poste —dijo ella. —Muy
conspicuo y en peligro de ser descuartizado miembro por miembro.
—¿Así te sientes? —el Conde se volvió para sonreírle. —Abby, entonces sólo
daremos una vuelta y volveremos a casa. Pero hará las cosas un poco más fáciles
para ti esta noche si estás familiarizada con al menos algunas caras.
—Sir Gerald Stapleton —dijo ella. —Tu madre y tus hermanas. Eso suena a
muchas caras, Miles. Realmente no creo que me atreva a intentar bailar el vals,
¿verdad? Es decir, asumiendo que alguien me lo solicite, por supuesto. Pero tú lo
harás, ¿verdad? Miles, contigo puedo hacerlo. Tienes la extraordinaria habilidad
de mantener tus pies alejados de los míos. No los pisé más de tres o cuatro veces,
¿verdad? Y eso fue al principio, cuando ambos nos reíamos tanto y Sir Gerald
tocaba tantas notas equivocadas que no nos concentrábamos en absoluto.
—Mantenerme alejado de tus pies se llama buena guía, Abby —dijo. —La
mayoría de los caballeros son muy hábiles en eso, te lo aseguro. No tienes por qué
tener miedo.
—¿Te importa que haya invitado a Sir Gerald a pasar el verano en Severn
Park? —preguntó. —Miles, me di cuenta cuando las palabras salían de mi boca
que debería haberte preguntado primero. Pero me pareció una idea espléndida
que tuvieras un amigo contigo. Si tu madre y Constance vienen, conmigo serían
tres damas, sin mencionar a Bea y Clara, y tú solo, necesitas compañía masculina.
—No me importó —dijo. —Me pareció una buena idea, Abby, y me alegró que
viniera de ti. Aquí están Lord Beauchamp y su esposa. Tranquila, querida. Son una
pareja amistosa.
Lo eran. Abigail comenzó a hablar después de las presentaciones y continuó
hablando, sonriendo y riendo cuando el Sr. Carton y el Sr. Dyke y su hermana,
todos a caballo, se unieron a ellos. Y cuando los Beauchamp finalmente se
marcharon, después de que Lord Beauchamp le pidiera que le reservara un set en
el baile de Lady Trevor, Lady Prothero y sus dos hijas detuvieron su carruaje,
también habló con ellas. Sir Hedley Ward se detuvo para ser presentado y para
intercambiar algunos cumplidos, aunque no presentó a la joven dama tomada de
su brazo.
—Ella debe ser su amante —dijo Abigail en un callado aparte a su marido
mientras la pareja se alejaba. —Es guapa, ¿verdad?
Y se volvió para hablar con la poca gente que se había reunido en torno a los
carruajes, y continuó conversando con varios otros que se detuvieron por períodos
de tiempo variables.
—Dije que daríamos una vuelta por el parque, ¿no es así, Abby? —dijo su
esposo al fin, cuando hubo una pausa en la multitud. —Pensé que le estaba
haciendo un favor a tu timidez, y esperaba que estaríamos saliendo por las puertas
diez o quince minutos después de pasar por ellas. Eso fue hace más de una hora.
—Todos han sido muy amables —dijo. —He prometido cuatro sets de baile
para esta noche. No voy a ser una alhelí después de todo.
—¿Esperabas serlo? —preguntó.
—Oh, sí —dijo ella. —Es extraño, Miles. He venido hasta aquí dos veces con la
Sra. Gill, entonces ni una sola persona giró la cabeza para mirar hacia nosotras. Es
la ropa que me has comprado, por supuesto, y el hecho de que soy la nueva
Condesa de Severn. ¡Oh! No soy tan vanidosa como para pensar que de repente
me he convertido en una belleza.
—¿Qué pasa? —le preguntó mientras ella giraba bruscamente la cabeza para
mirar hacia atrás entre la multitud.
—Nada —dijo ella, frunciendo el ceño. —Creí haber visto a alguien que
conocía, aunque no estoy segura de que es quién creí que era.
—¿Volvemos por ahí para que veas….? —preguntó.
—No —dijo ella. —¿Te importa si invito a Laura a pasar el verano en la finca,
Miles? He estado pensando en lo que has dicho, y tienes razón. No puedo
ofrecerle empleo, aunque supongo que podrías usar tu influencia para encontrarle
algo más adecuado que el empleo que ella tiene ahora. Pero podría encontrarle un
marido, ¿no?
Él le sonrió.
—¿Ya has elegido a alguien? —preguntó.
—Por supuesto —dijo ella. —Sir Gerald Stapleton. Creo que es lo
suficientemente guapo para Laura. Ella es encantadora.
—Gerald tiene un horror del matrimonio —dijo, —y una desconfianza
incurable hacia las mujeres. Piensa en grilletes en las piernas, ratoneras y esas
cosas cada vez que se aborda el tema.
—Pero Laura es muy dulce —dijo. —Si están juntos durante el verano,
cambiará de opinión. Recuerda mis palabras.
—¿Tú también eres casamentera, Abby? —dijo.
—¿También…? —ella lo miró. —¿Además de qué?
—Además de preocuparse por la felicidad de los demás —dijo. —Te importa,
¿verdad?
—Querer emparejar a los amigos es parte de ello —dijo. —¿No te parece una
idea espléndida, Miles?
—Invita a tu amiga, por supuesto —dijo. —Pero, Abby, no empieces a oír las
campanas de boda. Invita a tu hermano también si lo deseas. Siento no haber
estado en casa cuando vino. ¿Escribiste tu carta a tu satisfacción esta mañana?
—Sí —dijo ella. —Edwina, la tía abuela de las niñas se alegrará de librarse de
ellas. No veo ningún problema. Y no puedo esperar a tenerlas de vuelta. Miles,
sería una buena idea que vengan directamente a Severn Park cuando nos vayamos
allí, en lugar de venir aquí, ¿no? Vas a estar inundado de mujeres, ¿cierto?
Él sonrió.
—Sólo espero que nuestro primer hijo sea un varón —dijo.
Giró la cabeza para mirarla directamente a los ojos, y ella se sonrojó
dolorosamente.
—¿Sabes? —dijo. —Sólo para que los números estén más a mi favor, Abby...
Espero que nuestro primer hijo esté sano. ¿Aceptarás la experiencia?
—Sí —dijo, muy avergonzada y deseando que no hubieran salido por las
puertas hacia la concurrida calle más allá del parque. Deseaba que alguien más
viniera e interrumpiera su conversación. —Hice algo muy impulsivo esta mañana.
Espero que no te molestes.
—¿Lo hiciste? —dijo. —¿No es eso inusual para ti?
—Entonces suenas como Boris —dijo ella. —Siempre le gusta burlarse de mí.
—¿Abby, qué hiciste? —preguntó.
—Me contraté a una criada personal —dijo. —No necesitaba una porque
usted me dio una, aunque no creo que Alice tenga ambiciones de ser la criada de
una dama y estoy segura de que la Sra. Williams estará dispuesta y deseosa de
volver a sus antiguos deberes.
—¿Abby? —dijo.
—Además, no creo que Madame Savard sea una persona agradable para
trabajar —dijo, —y si no te importa mucho, Miles, ya no seré condescendiente con
ella. Ella hace ropa preciosa, pero no creo que los empleadores que tratan a sus
empleados con menos que cortesía deban prosperar. ¿Estás de acuerdo?
—No, no lo sé —dijo. —¿Qué pasó?
—Hay una costurera allí que tal vez sea un poco lenta y torpe —dijo Abigail. —
Es muy delgada y tiene un aspecto muy ansioso. Me imagino lo que sería de ella si
alguna vez la despidieran. Madame Savard hizo llorar a la chica esta mañana,
culpándola porque el corpiño de mi vestido de muselina rosa no me quedaba muy
bien. Aunque no entré allí para acusar a nadie ni para enfadarme con nadie, sólo
para que se hicieran los ajustes. Y no creo que sea bueno presionar a un empleado
hasta las lágrimas delante de un cliente, ¿o sí?
—¿Has contratado a la chica? —preguntó.
—¿Lo adivinaste? —dijo ella. —Sí, lo hice, Miles. Cuando Madame se dispuso a
hablar con otro cliente y nos quedamos solas por unos momentos, le pregunté a
Ellen, su nombre es Ellen, si le gustaría venir a trabajar para mí. Y sus ojos se
iluminaron. Va a trabajar una semana de preaviso y luego vendrá. ¿Estás enfadado
conmigo?
—Tengo la sensación —dijo— de que es mejor que no te lleve a los barrios
más pobres de Londres, Abby, a menos que te lleve en un carruaje cerrado con
todas las cortinas tapando las ventanas. Podría encontrar mi casa abultada hasta
las costuras con niñas y niños abandonados.
—Estás enfadado —dijo ella.
—Al contrario —él le sonrió. —¿Estás segura de que esta chica puede peinarte
y realizar todas las demás tareas de una doncella?
—Nunca he tenido una criada —dijo. —Miles, estoy acostumbrada a cuidarme
por mí misma. Si no me gusta la forma en que me peina, esperaré hasta que haya
salido de la habitación, para no herir sus sentimientos, y lo haré de nuevo de la
forma en que me gusta. Nada podría ser más sencillo.
El Conde de Severn echó la cabeza hacia atrás en medio de la muy concurrida
calle y rugió de risa.
—Abby —dijo, —¿dónde has estado toda mi vida? No creo que me haya reído
hasta hace cuatro días, o quizás tres. Fuiste muy recatada ese primer día.
—Bueno —dijo ella con rigidez, sin saber si se sentía herida o unirse a él en su
risa, —Sin duda, me alegro de entretenerte, Miles.
Rieron juntos...
Capítulo 8

El conde de Severn se sentía sorprendido. Parecía haber juzgado mal a su


esposa en todos los sentidos, y el hecho de que se diera cuenta podría haberle
alarmado, dado que se había casado con ella dos días después de conocerla y
haber sacado todas las conclusiones equivocadas sobre ella. Pero no se alarmó.
Estaba contento con el hallazgo.
Por un lado, pensó que después de haber llamado a la puerta de su vestidor la
noche del baile y entrar, que ella no era sencilla. Llevaba puesto el vestido de
noche que había sido su favorito desde el principio, incluso antes de que estuviese
terminado. La ropa interior al vestido de seda verde pálido resplandecía a través
del elegante encaje blanco de Bruselas. La bata era baja en el pecho, revelando la
parte superior de sus firmes senos. Sus guantes largos y sus zapatillas combinaban
con la ropa interior. Su criada había arreglado su cabello con un estilo similar al
que ella había usado el día de su boda. El color era alto en sus mejillas y sus ojos
brillaban.
No, ella no era sencilla. Tampoco era hermosa, por supuesto, no de la misma
manera en la que Frances era hermosa, por ejemplo. Ella era quizás algo mejor.
Porque si bien encontró a Frances bella pero poco atractiva, pudo ver que toda la
belleza de Abigail venía de adentro. Claramente estaba disfrutando de la ocasión
incluso antes de que salieran de la casa.
Y ella no era tímida ni se estaba encogiendo, como él había esperado que ella
fuera. O del todo tímida, aunque se había aferrado a la creencia de que ella lo era
durante unos días. Podía estar nerviosa, y se volvía muy voluble cuando lo estaba,
pero una vez en una situación, parecía estar completamente a gusto. Sonrió al
recordar la forma en que ella había celebrado la corte en Hyde Park esa tarde
durante una hora entera, sin casi ninguna ayuda de su parte.
Ni siquiera estaba seguro de poder aferrarse a la esperanza de que ella fuera
sensata. Pensó en sus planes para Gerald, así como en el hecho de que ella se
contratara a una criada cuando ni siquiera sabía si la niña podía arreglarle el
cabello; entonces tuvo que hacer un esfuerzo para reprimir una sonrisa.
Debería sentirse alarmado. Cada vez era más obvio que ella no era ni
remotamente como la esposa ideal que le había descrito a Gerald menos de una
semana antes.
—Creo que me veo gloriosamente espléndida —le dijo, dando vueltas ante el
espejo de la cómoda. —Y estoy decidida a disfrutar admirándome mientras pueda.
Estoy segura de que tan pronto como pongamos un pie en la casa de Lady Trevor y
vea a todas las demás damas, mi vanidad se desinflará instantáneamente —ella se
rió alegremente.
Alice hizo una reverencia y abandonó la habitación en silencio.
—Serás la reina del baile —dijo. —Estás muy guapa.
—Gracias, mi Lord —dijo ella, haciendo una profunda reverencia, —pero
mientes entre dientes. ¡Oh!, te pareces a mí, Miles. Eres todo plata y verde. ¿Te
llevó una eternidad atar tu collar de esa manera?
—Tengo un criado —dijo, —que se cree un artista. Date la vuelta.
—¿Así? —dijo ella, dándole la espalda y extendiendo los brazos hacia los
lados.
—Así —dijo. Metió la mano en el bolsillo de su abrigo de raso y sacó el collar
de diamantes que había comprado esa mañana antes de volver a casa. Lo puso
alrededor de su cuello y lo aseguró. —Un regalo de bodas, Abby —la besó justo
debajo del broche del collar.
—Oh —dijo ella, moviendo los dedos y volviéndose para mirarse en un espejo.
—¡Oh!, es hermoso. ¿Lo compraste para mí, Miles? ¿cómo regalo de bodas? —ella
se arremolinó para mirarlo. —Pero no tengo nada para ti.
Él le sonrió.
—Uno no da regalos para recibir algo a cambio —dijo. —Quería comprarte
algo.
—Gracias —dijo, y sus ojos brillaron sospechosamente durante un momento.
—Nadie me había comprado un regalo en años —dudó, dio un paso al frente,
levantó sus brazos alrededor de su cuello y lo besó con fuerza en los labios. —Y
ahora te aplastaré y me ganaré la enemistad eterna de tu criado. Me preguntaba
qué ponerme para llenar el espacio que hay entre mi barbilla y mi pecho… —se
sonrojó. —Me preguntaba qué ponerme y me di cuenta de que sólo tenía una
opción: las viejas perlas de mamá, que no son perlas de verdad, aunque son una
imitación bastante convincente, y son demasiado pesadas y largas para este
vestido. O nada en absoluto. Nada de joyas, claro. Pero ahora tengo estos. Son
preciosos, Miles. Deben haberte costado la tierra.
—La tierra y media estrella —dijo. —¿Nos vamos?
—Si, cuando mi estómago se vuelva a girar en el sentido correcto —dijo, —y
los huesos regresen a mis rodillas. Nunca he estado tan asustada en mi vida.
—¿Tú, asustada? —dijo sonriendo. —¿Es posible?
—Lo es —dijo ella. —Pero mentí, me pude sobreponer. He tenido más miedo
antes, cuando vine a visitarte por primera vez, aunque esperaba al viejo Conde,
por supuesto. Habría muerto si hubiera sabido que era a ti a quien debía
enfrentarme. Al principio pensé que eras su secretario. También tuve mucho
miedo el día de nuestra boda. Y también cuando tuve que entrar sola en el salón
para conocer a tu madre y a tus hermanas.
Se rió y le ofreció su brazo.
—Vamos a pasar por una prueba más, entonces —dijo. —Pronto te habrás
enfrentado a todos los terrores que la vida te ofrece, Abby, y no habrá nada más
que hacer que disfrutar de lo que queda de ella.
—Habrá al menos una más que enfrentar —dijo. —Una vez tuve que ver a una
mujer sufrir dolores de parto y dar a luz.
El Conde la miró mientras dejaba de hablar bruscamente. Estaba
profundamente sonrojada. Incluso su cuello y pecho eran rosados. Le sonrió,
aunque ella no giró la cabeza para notar su expresión.
Y si ella estaba asustada, pensó entonces que él también estaba
decididamente nervioso. Tontamente se había olvidado cuando aceptó su
invitación al baile de Lady Trevor de que ella era la tía de Frances. Y como la suerte
quiso, Frances había llegado a la ciudad a tiempo para el evento y de repente se
había transformado en su baile de presentación.
Nada podría ser menos afortunado o más incómodo: Frances y Abigail
debutaban en sociedad la misma noche y en el mismo evento.
Había visitado a Lord Galloway esa mañana. Lady Galloway y Frances no
habían estado en ningún lugar a la vista. Pero Lord Galloway sabía de su
matrimonio y fue muy cortés en sus felicitaciones. No se había dicho nada sobre
ningún acuerdo imaginario con Frances. Quizás todo estaba en la cabeza de su
madre, pensó.
Pero la noche no era algo que él esperaba con impaciencia, a pesar de su afán
de mostrar a Abigail a la multitud.
Giró la cabeza para mirarla mientras bajaban las escaleras y Watson abrió la
puerta principal. Sí, pensó mientras ella sonreía al mayordomo y le daba las
gracias, ella era muy diferente a la recatada, sensible y bastante aburrida joven
que había supuesto que era hace sólo cuatro días antes. Se había casado con ella
por todas las cualidades que parecía no tener.
Supuso que debería sentirlo, por no decir más. Tal vez lo estaría, con el
tiempo. No había querido una mujer parlanchina o una gestora, que se abriera
paso a la fuerza en la vanguardia de su vida. Abigail parecía ser las tres.
Y sin embargo, no se arrepentía. Todavía no, al menos.
Incluso pensó que se estaba empezando a enamorar de su esposa.

***

Abigail no había mentido acerca de rodillas deshuesadas y un estómago que


estaba de cabeza. De lo que no se había dado cuenta, hasta que entraron al pasillo
de Lady Trevor y subieron las escaleras y pasaron la línea de recepción y estaban
de pie dentro del salón de baile, fue que sus manos también estaban frías y
vibrando, su cabeza nadando y su corazón latiendo con fuerza.
Y aunque sabía que todo el mundo tendría curiosidad por ver a la novia de un
personaje tan ilustre como el Conde de Severn, no esperaba que fuera un foco de
atención tan grande. Parecía —y estaba segura de que no se lo imaginaba— que
todos los ojos, los monóculos y anteojos de la habitación se dirigían hacia ellos y
que el zumbido de la conversación era más enérgico después de haber cruzado por
las puertas.
No parecía correcto que una joven dama saliera esa noche y tuviera el deber
de esperar ser el centro de atención. Por supuesto, la joven en cuestión seguía en
la línea de recepción. Tal vez la situación cambiaría cuando llegara al salón de baile
para dirigir el set de apertura.
La joven era la Honorable Srta. Frances Meighan, pensó con otro golpe en el
estómago. Una joven extremadamente bella, que llevaba un encaje blanco y un
vestido de raso que era mucho más atractivo para su rubia y frágil belleza que el
de Abigail. Miles había tomado su mano en la de él y se la había llevado a los
labios. La Srta. Meighan la había mirado como si fuera un gusano que se había
atrevido a entrar en la casa.
No pensaría en ello. Miles se había casado con ella libremente. Y, por
supuesto, los hombres no se casaban con mujeres por lástima. No cuando podían
dar mucho más fácilmente una carta de recomendación.
—No me sueltes el brazo, por lo menos dentro de los próximos cinco minutos,
por favor, Miles —suplicó, con la mandíbula rígida por el esfuerzo que le estaba
costando evitar que sus dientes se apretaran entre sí. —Si lo haces, me
derrumbaré en una pila en el suelo —su brazo se sentía tranquilizadoramente
sólido y firme bajo su mano.
Él le sonrió, mostrando sus dientes muy blancos y su hoyuelo, sus ojos azules
arrugándose en las esquinas, y ella casi podía sentir todos esos ojos y esas gafas y
binóculos que se movían de su cara a la de él.
—Y, sin embargo, usted parecía estar muy a gusto mientras hablaba a lo largo
de la línea de recepción —dijo. —Aquí vienen Gerald y Pepperidge. Te sentirás
mejor cuando tengas a alguien, además de mi, para hablar.
Efectivamente, ella conversó. Charló alegremente con el Sr. Pepperidge
después de que Sir Gerald hubiera reservado el segundo set de baile con ella; el Sr.
Pepperidge bailaría sólo una vez, dijo antes de irse a la sala de naipes por el resto
de la noche. Definitivamente necesitaba el toque de Laura, decidió Abigail, y
guardó el pensamiento para una planificación futura. El Señor y la Señora
Beauchamp vinieron a intercambiar amabilidades y trajeron consigo a la hermana
menor y al cuñado de Lady Beauchamp, el Conde y la Condesa de Chartleigh. La
Condesa parecía tan ansiosa de conversar como la misma Abigail.
Abigail se sorprendió al ver, después de unos minutos, que su brazo ya no
descansaba sobre el de su marido, y que, sin embargo, ella seguía de pie. Estaba
parado a unos metros de ella, hablando con Sir Gerald y otro joven.
—Sorenson ha traído a la Sra. Harper con él —decía Sir Gerald, mirando al
otro lado del salón de baile, con su monóculo en los ojos. —Lady Trevor debe
haberse vuelto morada cuando la vio. No es muy bueno traerla a una reunión
como ésta, ¿verdad?
—Entonces Lady Trevor no debería haber invitado a Sorenson —dijo el joven
desconocido. —La lleva a todas partes estos días.
El Conde llamó la atención de su esposa y le guiñó un ojo.
Abigail siguió la atención de la mirada de Sir Gerald, pero el salón de baile ya
estaba abarrotado y varias parejas estaban paseando por la sala. Por un momento
tuvo la misma extraña sensación de haber visto a alguien familiar que había tenido
esa tarde, pero su atención se desvió hacia Lady Beauchamp, que estaba sonrojada
y parecía incómoda.
—¡Georgie! —le dijo a su hermana, había reproche en su voz.
—¿Dije algo malo? —preguntó la Condesa. —Pero sólo estaba Lady Severn
para escuchar, Vera... ¿o te imaginaste que no se lo había dicho a Ralph todavía?
Estoy segura de que Lady Severn no tendrá un ataque de los vapores por saber
que usted está embarazada y me pregunto si bailará en los sets más vigorosos.
Lord Beauchamp sonreía, y tenía un brazo suelto alrededor de la cintura de su
esposa.
—Vera, Te advertí que no se lo dijeras a Georgie hasta que la evidencia la
mirara a la cara —dijo. —Aunque no tengo ni idea por qué debería avergonzarse, a
menos que tenga miedo de que la gente se imagine el proceso por el que ha
llegado a este estado.
—¡Roger! —dijo su esposa mientras él se reía de ella. —Lo siento mucho, Lady
Severn. Si mi hermana y mi marido no me llevan a una tumba prematura, tal vez
viviré hasta una vejez madura.
—Te envidio —dijo Abigail, sonriendo tranquilamente a la Baronesa. —Espero
estar en el mismo estado antes de que pasen muchos meses.
La mano de su marido estaba en su cintura, ella lo sintió mientras hablaba.
Lord Beauchamp se rió.
—Ahora, hay un desafío que debes aceptar, Severn —dijo. —Ah, el baile está a
punto de empezar por fin. Vera, ¿mi amor?
—¿Abby? —el Conde le sonreía. —Es una cuadrilla, no un vals, así que puedes
guardar esa mirada en blanco de terror por un tiempo.
Abigail se rió. Pensó que se sentía espléndida, por ser llevada a la
inauguración, por el caballero que no sólo era su marido, sino también, sin duda, el
hombre más guapo de la habitación. Su propia pretensión de gran esplendor ya
había sido cedida a otras cincuenta mujeres, pero ella continuaría disfrutando de
la gloria de ser la esposa de Miles.
Después de unos minutos de baile, se sintió atrapada de nuevo por ese
sentimiento de familiaridad con alguien que estaba al otro lado del salón. Giró
bruscamente la cabeza y volvió a mirar.
Era una mujer, una mujer con cabello negro y un vestido rojo audazmente
escotado que se aferraba a sus generosas curvas como si hubiera sido
humedecido. Sin duda lo había hecho, Abigail había oído que las damas audaces
hacían eso.
Su cabello era castaño claro cuando Abigail la conoció, y su figura no parecía
tan generosa. Pero su identidad era inconfundible. Se estaba riendo con un
caballero de cabello oscuro y corpulento, su pareja de baile, aparentemente
disfrutando mucho. No parecía muy contenta cuando Abigail la reconoció. No
hacia el final, al menos.
De repente, sus ojos se fijaron y se encontraron a través de la habitación, y su
madrastra levantó las cejas y le sonrió.
Abigail sacudió la cabeza hacia atrás para mirar fijamente los intrincados
pliegues del cuello de la camisa de su esposo.
—Lo siento —dijo ella mientras pisaba su pie.
—No se ha hecho ningún daño —dijo él, —he conseguido no gritar en voz alta
y, de todos modos, tú no eres tan pesada. No estás realmente nerviosa, ¿verdad,
Abby? Te ves tan blanca como un fantasma.
—Sólo tengo tres espacios libres en mi tarjeta de baile —dijo. —Todo el
mundo ha sido muy amable.
—¿Me has reservado un vals para después de cenar? —preguntó.
—Dos espacios —dijo. —¿Te permiten tres bailes conmigo, Miles? Pensé que
dos era el límite.
—Ya que eres mi esposa de dos días —dijo, —Creo que seré perdonado.
Abigail volvió a mirar a la mujer de rojo. Pero no hubo ningún error. Sí, era
Rachel.
***

El Conde de Severn se sentía muy satisfecho con la primera aparición en


público con su esposa. Se lo estaba tomando bien.
Se sintió aliviado de encontrar a su madre y a Connie, la habían tratado
civilmente después de su llegada tardía, su madre en realidad los buscaba después
de que la cuadrilla de apertura había terminado y le ofrecía su mejilla por el beso
de Abigail y el suyo propio.
Un gran número de personas habían venido a ser presentados ante a ella y se
habían quedado para ser encantados y divertidos por su conversación. Los dos
espacios vacíos sin reservas en su tarjeta de baile se llenaron rápidamente.
Lord y Lady Galloway habían sido corteses en la línea de recepción, y Frances,
en particular, graciosa. Él había reservado un baile con ella en algún momento
antes de la cena.
Vio que su esposa estaba bailando el mismo set con el joven Conde de
Chartleigh. Al menos podría hablar ininterrumpidamente con ese caballero tan
callado. Sonrió se y preguntó, no por primera vez, cómo Abigail había logrado
aparecer tan callada esa primera mañana y durante su viaje de compras al día
siguiente.
—Me van a presentar la semana que viene —decía Frances. —Por supuesto,
mamá se preguntaba si era apropiado que yo saliera esta noche antes de mi
comparecencia ante la corte, pero la tía Irene nos aseguró que sería ineludible
hacerlo. Creo que los sets durante un baile deberían ser más cortos, ¿no estáis de
acuerdo, mi Lord? Entonces uno podría bailar con más caballeros y habría menos
desilusión al descubrir que la tarjeta ya está llena.
—Desde luego, eres un gran acontecimiento, Frances; como sabía que lo
serías —dijo.
—Mamá dice que tendremos vales para Almack 12 para la próxima semana —
dijo. —Es un gran aburrimiento allí, por lo que he oído, pero, por supuesto, es lo
que hay que tolerar para aparecer allí. Sin duda, dentro de una o dos semanas

12
NT. Almack. Uno de los primeros Clubes de Londres, donde se aceptaban hombres y mujeres por igual. Presidido por las más
influyentes damas de la época.
también se me permitirá bailar el vals. Es muy provocativo que se le prohíba bailar
hasta que uno no tenga la aprobación de una de las ancianas de Almack.
—Frances, estoy seguro de que no tendrás que esperar mucho —dijo.
Y de repente se dio cuenta de por qué siempre había encontrado tedioso el
parloteo de Frances mientras se divertía con el de Abigail. Frances era
incurablemente engreída. Abby no lo era. Cuando ella había admirado su
apariencia esa noche, lo había hecho con una risa alegre y el reconocimiento de
que sería eclipsada tan pronto como estuviera en otra compañía femenina.
Sin embargo, Abby no quedó eclipsada, pensó él, mirándola una vez más.
—Fue muy amable de tu parte casarte con Lady Severn —dijo Frances, y sus
ojos se volvieron a centrar en su pareja.
—¿Amable? —dijo.
—Y muy condescendiente —dijo, —casarse con un pariente pobre para
salvarla de la miseria.
—Hay una conexión de sangre muy distante entre Abby y yo —dijo. —Y me
casé con ella porque quería hacerlo, Frances.
Ella le sonrió amablemente.
—¿Estaba empleada? —dijo ella. —¿En la ciudad? Y fue despedida por
familiaridad excesiva con el hijo de su empleador, aunque estoy segura de que la
acusación fue injusta. Le habría resultado difícil, si no imposible, encontrar otro
trabajo, por supuesto. Así que se casó con ella, mi Lord. Fue muy noble de su
parte.
Galloway ciertamente había hecho su tarea, pensó el Conde. ¿Le había dado a
Frances esa versión simplemente para tranquilizarla, para que se sintiera menos
humillada por la pérdida de un posible pretendiente? ¿O ella quería hacer
travesuras?
Él sonrió.
—Has omitido un detalle, Frances —dijo, —por lo demás el detalle clave. Me
enamoré de ella.
—Oh, querido —dijo ella, mirando por encima de su hombro.
—La tía Irene estaba muy molesta cuando esa mujer caminó a lo largo de la
línea de recepción con Lord Sorenson y todos nos vimos obligados a ser civilizados
con ella. Quizás Lady Severn la conoció antes de que la elevara socialmente, mi
Lord. O tal vez ella no sabe que no es apropiado asociarse con ella.
El Conde giró la cabeza para mirar a su esposa, que ya no bailaba con
Chartleigh, sino que estaba de pie cerca de una de las ventanas con la señora
Harper.
—O tal vez sólo están intercambiando cortesías —dijo. —¿Cuáles son tus
planes para las próximas semanas, Frances?
Conocía a la chica lo suficientemente bien como para saber que responder a
esa pregunta en particular la ocuparía durante el resto del set.
En otra mirada a través de la habitación vio que no estaban simplemente
intercambiando cortesías. Estaban muy animadas conversando.

***

—Oí sobre su matrimonio —le decía la Sra. Harper a Abigail. —Estoy


encantada por ti.
—Gracias —Abigail se había excusado de completar el set de música country
con Lord Chartleigh, al ver que su madrastra estaba sola junto a una de las
ventanas, sonriéndole. Al verla de cerca pudo ver que Rachel estaba usando
cosméticos. Y seguramente un encogimiento de hombros expondría su pecho por
completo. Abigail podía sentirse sonrojada. —Rachel, ¿qué haces aquí?
—Bailando la mayor parte del tiempo —dijo la Sra. Harper. Su voz era más
grave de lo que solía ser, pensó Abigail. Sonaba seductora. —Y disfrutando, por
supuesto. Estos bailes privados son siempre asuntos de lujo.
—Pero, ¿adónde fuiste? —dijo Abigail. —¿Qué has estado haciendo todo este
tiempo? No oímos ni una palabra de ti, incluso después de la muerte de papá.
—Bien —dijo su compañera sonriendo, —No creí que me hubiera dejado nada
a mí, Abigail. Y no puedo fingir que estaba consumida por el dolor de su muerte. Le
había deseado la muerte cientos de veces cuando vivía con él.
—Estaba enfermo —dijo Abigail.
La Sra. Harper se rió.
—Sí, supongo que sí —dijo. —Algunas personas serían menos amables, por
supuesto, y dirían que simplemente bebió hasta morir.
—¿Has estado en Londres todo este tiempo? —preguntó Abigail. —¿Pero qué
has estado haciendo? ¿Cómo has vivido?
—Pues muy bien, así ha sido —dijo la mujer. —He prosperado, Abigail.
¿Cuántos años tenía? Pensó Abigail. ¿Treinta? Sí, treinta, seis años mayor que
ella misma. Rachel tenía sólo dieciocho años cuando se casó con papá, desafiando
a su padre, que la había azotado una noche después de que ella bailara con papá y
caminara con él en el jardín en una de las asambleas locales.
Ella había sufrido muchos más latigazos durante de su matrimonio. Pero
Abigail sacó el pensamiento de su mente. Rachel parecía mayor de treinta años. El
cabello teñido y los cosméticos tenían el efecto opuesto al deseado.
—Y usted ha caído en el regazo del lujo —dijo la Sra. Harper. —¡Abigail, La
Condesa de Severn! ¿Debería hacer una reverencia hasta el suelo? Tal vez pueda
esperar una suerte similar para mis hijas.
Las chicas. Las dos razones por las que Abigail nunca había sido capaz de
perdonar a Rachel por haber huido. Su vida había sido miserable con papá, por
supuesto. Pero en ese entonces, Beatrice y Clara también habían sido a menudo el
blanco de sus furias de borracho, aunque sólo tenían dos y cuatro años cuando
Rachel se había ido seis años antes. Abigail había tenido que asumir la tarea de
protegerlas.
—¿Están en casa de la tía Edwina? —preguntó la Sra. Harper.
—Voy a traerlas para que vuelvan a vivir conmigo —dijo Abigail. —Miles ha
dicho que podía. Cuando nos mudemos a Severn Park para el verano, ellas
también vendrán.
—Qué amable de tu parte y de la de él —dijo la mujer.
—¿Amable? —Abigail dijo indignada. —Las amo, Rachel. Me rompió el
corazón cuando tuve que enviarlas con su tía después de vender la casa. Las quiero
como si fueran mías. Me muero por volver a verlas.
Su madrastra sonrió.
—Tengo un cierto anhelo de volver a verlas también —dijo. —Deben estar
bastante grandes. Incluso he considerado tenerlas para que vivan conmigo ahora
que estoy bien instalada.
Abigail sintió que se enfriaba.
—Después de todo, soy su madre —dijo la Sra. Harper. —Aunque puedo
entender tus sentimientos, Abigail. Siempre fuiste buena con las chicas, incluso
cuando eran bebés. Tal vez en otro momento más conveniente podamos discutir
dónde sería mejor vivir para ellas. Pero ahora es casi la hora de un nuevo set, y
también de volver a divertirnos. ¿Te enviaré una nota?
Abigail podía ver a su marido acercarse.
—Sí —dijo ella. —Sí, hazlo, Rachel.
—Por cierto, soy la señora Harper —dijo su madrastra con una sonrisa en las
pestañas oscuras para el Conde de Severn.
—Abby —dijo, extendiendo una mano, —este es mi vals, creo.
—Sí —dijo ella. —¿Conoces a la Sra. Harper, Miles?
—¿Señora? —dijo con media reverencia.
La Sra. Harper sonrió y agitó un abanico ante su cara.
—Abby —dijo mientras la guiaba al baile un minuto después, —¿sabes quién
es la Sra. Harper?
Ella no le contestó.
—Tiene una casa en un barrio respetable —dijo. —Todo es respetable en la
superficie, y es recibida por algunos... y por todos, supongo, cuando no se les da
otra opción. Pero se dice que la casa es garito de juego. Se rumorea que allí
también se hacen tratos más oscuros. No es alguien con quien me gustaría que te
asociaras, querida.
—¿Me estás ordenando que me aleje de ella? —preguntó.
—¿Ordenando? —la miró con una sonrisa. —¿Con un palo grande y un ceño
fruncido? No lo expresaría con tanta fuerza, Abby. No pienso empezar a darte
órdenes. Pero puedo darte un consejo, ¿no? ¿Expresarte mis preferencias?
Preferiría que te mantuvieras alejada de ella. ¿Así está mejor?
—Tal vez las circunstancias la obligaron a vivir así —dijo. —Tal vez no tuvo
elección. Tal vez cometió un gran error en su juventud y nunca pudo desenredarse
de sus efectos.
Él le sonreía.
—No es probable que la encuentre en nuestra casa blandiendo un plumero o
comprobando las sumas en mis libros de contabilidad, ¿verdad? Si es así, será
mejor que me lo adviertas, Abby.
—No, por supuesto que no —dijo irritada. —¿Sería capaz de hacer algo así sin
consultarte primero?
—En una promesa, ¿sí? —dijo, aun sonriendo. —¿Estás enfadada conmigo?
—No —dijo ella.
—Entonces, ¿por qué frunces el ceño y respondes en esos tonos? —le
preguntó.
Ella miró a sus ojos sonrientes.
—Sin razón alguna —dijo ella. —Estoy contando mis pasos. Uno, dos, tres,
uno, dos, tres. Imagina cómo te volverías loco si lo hiciera en voz alta, Miles. Lo
estoy haciendo en silencio.
—Entonces no hablaré y no te confundiré —dijo.
Tenía frío en el corazón. Casi en pánico. Rachel estaba dirigiendo una casa de
juego y tal vez también una casa de mala reputación. Y estaba pensando en visitar
a sus hijas, incluso tal vez, llevarlas a vivir con ella.
¿Estaba permitido? ¿Podría una mujer abandonar a sus propios hijos y
regresar seis años después y llevárselos con ella? ¿No la detendría un tribunal de
justicia?
Quería preguntarle a Miles, pero tenía miedo de cuál sería su respuesta.
Además, no quería decirle quién era realmente la Sra. Harper. Debería haberle
dicho desde el principio, incluso antes de casarse, cuán vergonzosa era su familia.
Todavía planeaba decírselo. Pero a su tiempo y a su manera. No de esta manera.
Y no podía perder a Bea y Clara, justo cuando estaba tan cerca de tenerlas de
vuelta.
—¿Abby? —se estaba acercando a su pareja de modo que su corpiño casi
tocaba su abrigo. —¿Qué pasa?
Fue sólo cuando ella le miró a la cara que se dio cuenta de que su visión
estaba borrosa.
—Nada —dijo ella, sonriendo. —Estoy abrumada por todo esto, Miles. Al
principio estaba aterrorizada y ahora soy feliz. Podría sentarme en el suelo aquí
mismo y llorar.
—Mejor que no lo hagas —dijo, su voz divertida. —Alguien podría interpretar
mal tus acciones y pensar que te he estado pisoteándote los pies. Eso sería muy
injusto.
Habían estado bailando cerca de la puerta. La tomó del codo y la guió hacia el
pasillo y a lo largo del corredor hasta una pequeña antesala iluminada, que estaba
vacía, donde la mayoría de los invitados bailaban o se reunían para cenar.
—¿Me estás diciendo la verdad? —preguntó. —¿No hay nada malo? ¿Alguien
ha sido cruel?
—Qué tontería —dijo ella. —Todo el mundo ha sido justo lo contrario. Es todo
muy espléndido, Miles. Hasta hace unos días sólo podía soñar con asistir a un
evento de este tipo. Y sigo viendo mi nuevo vestido y sintiendo mi collar de
diamantes en mi garganta y recordando que es un regalo de bodas de tu parte.
Estoy muy contenta. Realmente lo estoy.
—Deberíamos ir a buscar la cena, entonces —dijo. —¿Tienes hambre?
Ella pensó por un momento.
—No —dijo ella, —pero probablemente podré comerme un oso cuando vea
toda la comida.
—No creo que el oso esté en el menú —dijo.
Inesperadamente puso sus manos en la cintura de ella, la empujó contra él, y
bajó la cabeza para besarla.
—Abby —dijo, —después de todo eres la belle del baile.
—Oh, tonterías —dijo ella. —Hay cincuenta damas más encantadoras, y no
hay nadie más bella que la Srta. Meighan.
—Ah —dijo, —quizás tengas razón. Mi afirmación era que tú eres la belle del
baile.
La besó de nuevo, llevándola directamente a sus brazos, abriendo su boca
sobre la de ella, probándola con sus labios y su lengua. Abigail pudo sentir que su
temperatura subía y encontró sus brazos alrededor de su cuello cuando finalmente
levantó la cabeza.
—¿Nadie que entrara pensaría que es extraño encontrarte besando a tu
esposa? —preguntó.
—Mejor eso que encontrarme besando a la mujer de otro —dijo con una
sonrisa. —Por cierto, te voy a mudar a mi propia cama esta noche y todas las
noches futuras. Si es cierto lo que dijiste sobre que te gustaba que me acostara
contigo. ¡Qué interesante tono de escarlata!
—Es porque estoy avergonzada —dijo. —Sí, lo dije en serio. ¿Es lo que tú
también quieres?
—Qué extraña combinación de timidez y audacia eres, Abby —dijo. —¿Ya has
abierto el apetito por ese oso?
Ella asintió y le sonrió.
Capítulo 9

El conde de Severn sonreía a su esposa, dobló su periódico, y lo puso al lado


de su plato. Podría haber sabido que ella estaría despierta para el desayuno a
pesar del hecho de que no habían llegado a casa hasta altas horas de la madrugada
e incluso entonces él la había mantenido despierta por otra media hora, haciendo
el amor con ella. Se puso de pie y la entregó en su lugar en la mesa.
—Buenos días, Abby —dijo. —¿No estás cansada?
—Debo estarlo —dijo ella. —No te oí levantarte. ¿Fue hace mucho tiempo?
De hecho, ella había estado profundamente dormida, enroscada en su cuerpo
como un gatito, con una mano bajo su mejilla. Había estado despierto durante diez
minutos antes de levantarse, preguntándose cuán seriamente la angustiaría que le
hicieran el amor a la luz del día. Había decidido finalmente no poner, en su
matrimonio, el asunto a prueba tan pronto.
—No mucho —dijo. —Todavía estoy desayunando. Tengo una cita con mi
sastre esta mañana y me gustaría ir a Jackson otra vez después para ver si puedo
encontrar a alguien que me rompa las telarañas. ¿Te importaría una mañana a
solas? Pensé que podríamos ir a Richmond esta tarde.
—Has olvidado —dijo —que anoche prometí a tu madre y a Constance que iría
a visitarlas esta tarde. Será mejor que vaya.
Puso una mueca de dolor.
—Sí —dijo. —¿El teatro esta noche? ¿Te gusta ver obras de teatro?
—Nunca he estado en una —dijo ella, con los ojos brillantes hacia él, —pero el
desconocerlas no me alejarán de una. ¿Tienes un palco?
—Sí, y también es suficientemente grande como para invitados —dijo. —
¿Deberíamos invitar a mi madre y a Connie?
—¿Qué tal Laura? —preguntó ella, iluminándose. —¿Y Sir Gerald? Podemos
invitarlos a cenar primero, Miles, y luego ir juntos al teatro. Sé que Laura estaría
tan emocionada como yo. Y si los juntamos unas cuantas veces aquí en la ciudad,
estarán más listos para que florezca un romance cuando nos mudemos a la finca,
¿no? ¿Por qué sonríes así? ¿He dicho algo gracioso?
Se rió a carcajadas.
—Los invitaremos, por supuesto —dijo. —Pero, Abby, no te decepciones
cuando no tengas éxito con tu plan. Gerald es un soltero confirmado. ¿Qué estás
planeando para esta mañana?
—Voy a pasarla con la Sra. Williams —dijo. —Quiero saber todo sobre el
funcionamiento de la casa. Hasta hace dos años, sabes, estaba acostumbrada a
dirigir una casa casi sola.
—No, no lo sé —dijo sonriendo. —Abby, me has contado muy poco sobre tu
casa y tu vida. Nos sentaremos alguna vez y podrás contármelo.
—Sí —dijo ella, y miró por encima de su hombro. —¿Me da más café, por
favor, Sr. Watson?
Su esposo notó que su taza aún estaba tres cuartos llena. Se puso de pie, le
apretó el hombro y se despidió de ella, prometiéndole que la vería antes de la
cena.
—Hablaré con Gerald —dijo. —¿te encargarás de invitar a la Srta. Seymour?
—Sí —dijo ella.
Para alguien a quien claramente le gustaba hablar, pensó al salir de la casa y
dirigirse primero a las habitaciones de su amigo para hacer la invitación para esa
noche, su esposa realmente había dicho muy poco sobre su vida familiar antes de
la muerte de su padre.
Ella había manejado la casa casi sola, le había dicho esa misma mañana. ¿No
había habido sirvientes, entonces, o muy pocos? Sus hermanastras eran casi como
sus propios hijas, aunque ella sólo tenía veintidós años cuando murió su padre.
¿Cuánto tiempo antes de eso había muerto la madrastra? Y su padre había estado
muy enfermo durante mucho tiempo antes de su muerte. ¿Abigail también lo
había cuidado? Su hermano era algo más joven que ella.
De alguna manera el padre se había endeudado tan profundamente que
habían perdido todo después de su muerte. Y ahora el hermano vivía de
ingeniárselas en Londres. Abigail estaba claramente muy encariñada con él, si se
tomaba como referencia para juzgar su reacción después de su visita de la mañana
anterior.
Y ella misma se había visto obligada a enviar a sus hermanas con una tía
abuela mientras trabaja como compañera de la Sra. Gill.
Parecía que había tenido una vida dura. Estaba deseando compensarla por
todo.
Aunque descubrió que eso puede no ser tan fácil, cuando llegó a las
habitaciones de Sir Gerald Stapleton y encontró a su amigo pálido y despeinado.
—Acabo de llegar a casa hace media hora —dijo con un gemido, con una
mano en la cabeza. —¿Me haces un favor, Miles? Conduce hasta la costa y ve si
realmente me bebí el mar seco anoche. Creo que debo haberlo hecho.
El Conde chasqueó la lengua.
—¿Y esta es la idílica vida de soltero a la que te aferras tan tenazmente? —
dijo.
Sir Gerald se sentó cautelosamente en una silla y se pasó la mano por encima
de las cerdas de su barbilla.
—Priss se ha ido a casa con su prometido —dijo. —Es decir, ayer por la tarde
lloró sobre mí, no me dejaba tocarla más allá de dejarla llorar sobre mí, y se fue.
¿Qué otra cosa podía hacer anoche después del baile sino ahogarme?
—Lo que necesitas es una esposa —dijo Lord Severn. —Estoy empezando a
estar de acuerdo con Abby después de todo. Te has encariñado con Prissy,
¿verdad?
—Hábito —dijo Sir Gerald. —Pura costumbre. Lady Severn no ha puesto su
atención en mi felicidad eterna, ¿verdad? Maldita sea, Miles, ¿no puedes
controlarla? ¿No es suficiente con que te tenga dando vueltas en su dedo
meñique?
—Cuidado —dijo el Conde. —Tengo todo el respeto por el estado de tu
cabeza, Ger, pero es probable que encuentres tu nariz en un rumbo de colisión con
mi puño si dices algo irrespetuoso sobre mi esposa.
Sir Gerald se agarró la cabeza con ambas manos.
—¿Ves lo que quiero decir? —dijo. —Ya eres una causa perdida. Tenía algo
que decirte. Algo que ver con Lady Severn. Maldita sea, ¿no podría Priss haber
esperado hasta el verano, cuando yo me habría ido de la ciudad de todos modos?
—¿Qué hay de Abby? —preguntó el Conde.
Sir Gerald frunció el ceño.
—Algo que ver con Galloway —dijo. —¡Ah, lo tengo! No puedo imaginarme
cómo podría haberlo olvidado. ¿Sabías que él y su buena dama decían que Lady
Severn estaba empleada como dama de compañía en la ciudad y que fue
despedida por perder el tiempo con el hijo del Señor de la casa?
El Conde frunció el ceño.
—Bueno, es verdad —dijo, —excepto que la acusación era falsa, por supuesto.
No he estado tratando de ocultar el hecho, Ger.
—Te fuiste temprano, Miles —dijo Sir Gerald, —con los Chartleigh y los
Beauchamp. Lady Trevor estaba chismorreando con la información antes de que
terminara la noche, y la conjetura de que te habías llevado a tu chica temprano
porque te avergonzabas de ella.
El Conde volvió a chasquear la lengua.
—¡Qué tontería! —dijo. —Ni siquiera quiero escuchar esos disparates, Ger.
¿Por qué la habría llevado al baile si me avergonzaba de ella?
—Esperabas callarlo todo —dijo Sir Gerald. —Si tienes que cacarear, Miles,
¿crees que podrías hacerlo un poco más silencioso, viejo amigo?
—Me quitaré de encima y me pondré a cacarear por todo el camino a lo largo
de la calle —dijo Lord Severn. —Ya llego tarde a mi sastre. Yo en tu lugar me
acostaría una hora, Ger. ¿Te he dicho que vengas a cenar esta noche y luego al
teatro?
—¿Quién es el cuarto? —preguntó Sir Gerald. —No, no me lo digas. Déjame
adivinar. La institutriz de pelo castaño. ¿Estoy en lo cierto? Lady Severn quiere
encadenarnos a los dos. ¿Le has advertido que está condenada al fracaso?
El conde sonrió.
—Sí —dijo, —pero Abby es indomable.
Su amigo gimió.
—Priss sabía cómo tratar los dolores de cabeza —dijo. —Supongo que no te
gustaría tomar mi cabeza en tu regazo y acariciar mis sienes, ¿verdad, Miles? ¡Oh!,
ojalá no hubiera dicho eso —añadió, mientras ambos hombres se desternillaban a
gritos.
El Conde de Severn no llevó su risa más allá de la habitación de su amigo.
Parecía, después de todo, que los Galloway se estaban vengando, y si podían, le
harían la vida incómoda a Abby.
Sobre su cadáver, ¡malditos sean sus ojos!

***

Abigail pasó una mañana muy agradable, primero con la Sra. Williams y luego
en la cocina.
La Sra. Williams, sintió que estaba algo decepcionada con su larga charla y
visita a la casa. El viejo Conde era soltero, y Miles también, hasta tres días antes. La
ama de llaves había esperado una aliada en su nueva Condesa, alguien que
aprobara sus planes para hacer de la casa un lugar más femenino.
Pero a Abigail le gustaba la casa tal como estaba, especialmente la biblioteca,
la habitación favorita de su esposo, con sus muebles antiguos de cuero y madera,
las pinturas antiguas y las pesadas cortinas de terciopelo. No le gustaba el sonido
del percal colorido y los cojines y volantes con los que la Sra. Williams deseaba
iluminar y dar confort a la habitación.
—Quiero que mi esposo esté cómodo aquí —dijo Abigail. —No quiero que
sienta que su casa ha sido invadida por mujeres y que debe buscar consuelo en sus
clubes.
Y además, pensó de manera más egoísta, ella estaba cómoda allí. Después de
tres días en Grosvenor Square se sentía más a gusto de lo que se había sentido en
casi dos años en la casa de los Gill, a pesar de todos los esplendores de las nuevas
riquezas de las que se jactaba esa casa.
La cocinera quedó consternada al principio cuando Abigail llegó sin avisar a la
cocina para discutir el menú de la cena de esa noche. Sin embargo, pronto se
tranquilizó y comenzó a contarle a su nueva ama sobre el chef francés de al lado
que preparaba comidas tan elegantes que todos estaban demasiado
impresionados para comérselas.
—Los muchachos están engordando, mi Lady —dijo, y procedió con una
extraña progresión de pensamiento para describir las venas de sus piernas y las
dificultades que a veces tenía al estar de pie durante mucho tiempo.
—Si es así, debes tomarte más tiempo para sentarte y levantar los pies —dijo
Abigail. —Debes delegar algunas de tus tareas. Sé lo difícil que es hacerlo a veces.
Es más fácil hacerlo todo una misma, ¿no?
Tomó una manzana del barril junto a la puerta, la mordió, le sonrió a Víctor y
le arrojó una a él también, y se sentó en una silla de cocina para tener una cómoda
charla con la cocinera. Puso un brazo alrededor de la cintura del niño mientras
comían sus manzanas.
—¿Sales mucho, Víctor? —le preguntó cuándo hubo una pausa en la
conversación.
—Al mercado con Sally, mi Lady —dijo.
—¿Lo disfrutas? —preguntó Abigail. —Puedes venir de compras conmigo
cuando yo vaya, si quieres. Puede llevar algunos de mis paquetes y tomar un poco
de aire fresco. ¿Te gustaría eso?
El niño asintió.
—¿Sabes tus letras o los números? —le preguntó. —¿Alguien te enseña?
Agitó la cabeza.
—Es sólo un pobre niño, mi Lady —dijo la cocinera con cariño. —Es
afortunado de tener un hogar.
—También es un niño —dijo Abigail. —Te enseñaré algunas cosas, Víctor,
cuando tenga tiempo. Aprenderás a leer libros. ¿Te gustaría eso?
El niño la miró con la boca abierta.
Abigail decidiría más tarde, cuando estaba arriba preparándose para ir hasta la
casa de su suegra, que le preguntaría a Miles si podía llevar al niño a la finca
durante el verano. Estaba demasiado pálido y delgado para su edad. Necesitaba
aire y comida de campo, y algunas tareas pequeñas, quizás en los establos más
que en la cocina. Le dejaría aprender algunas lecciones con Bea y Clara.
Mientras tanto, tuvo una tarde para prepararse para la visita. No le gustaba
mucho la idea. Había pasado casi dos años como compañera de una mujer que no
hacía casi nada más por la tarde que visitar o ser visitada, y chismorrear sin parar.
Pero al menos sería fácil. Ya se había enfrentado a las pruebas de su primer
encuentro con Lady Ripley y Constance y su primer viaje al parque, y su primer
baile. Ahora podía relajarse.
Pero no iba a ser tan fácil como había previsto. Su suegra le ofreció una mejilla
por su beso cuando llegó Abigail, y tanto ella como Constance estaban claramente
listas para salir. Pero ninguna de las dos sonrió.
—Vamos a visitar a Lady Mulligan’s, la Sra. Reese y Lady Galloway —dijo Lady
Ripley. —Si podemos llevar a cabo esas visitas, Abigail, entonces todo estará bien
después de todo. Será mejor que seamos bastante francas sobre sus circunstancias
antes de casarse con Miles. Constance y yo, por supuesto, le daremos la
bienvenida como nuera y cuñada.
Abigail levantó las cejas y miró a Constance.
—La historia ha salido a la luz —dijo Constance. —Ya lo estaba, incluso antes
de que tú y Miles se fueran anoche, Abigail; pero fue desafortunado que te fueras
tan temprano. Fue el tema principal de conversación después de que te fuiste.
—El Conde y la Condesa de Chartleigh nos invitaron a su casa durante una
hora —dijo Abigail, —ya que la Condesa no había terminado de contarme todo
sobre su hijo durante la cena y Lady Beauchamp se sentía demasiado fatigada para
seguir bailando. ¿Y qué historia salió a la luz? —ella se enfrió al recordar la
presencia de Rachel en el baile. Debió decírselo ella misma a Miles, pensó, no
dejar que se enterara de esta manera, que todo el mundo se enterase antes de
que él lo supiera.
—Que has estado al servicio de un hombre que ni siquiera es un caballero —
dijo su suegra. —Y que te despidieron por coquetear con su hijo.
—Oh, ¿eso es todo? —Abigail dijo, riendo con alivio. —Pero no quería ocultar
esos hechos, señora. Y cualquiera que hubiera visto a Humphrey Gill se daría
cuenta de lo absurda que es esa acusación. Tiene diecinueve años y tiene granos.
Constance sonrió fugazmente pero se puso seria de nuevo.
—Aun así, Abigail —dijo, —la gente de condición social no se apresura a
acoger en sus filas a alguien cuyo pasado ha sido mancillado de alguna manera.
Miles, por supuesto, tiene una gran influencia, pero debemos tener cuidado.
Mamá y yo haremos todo lo posible por ti esta tarde.
—Si la gente no lo toma amablemente para mí —dijo Abigail con calor, —
entonces yo no lo tomaré amablemente con la gente. Ciertamente no perderé el
sueño por su desaprobación, créame.
—Abigail —la voz de su suegra era fría. —Miles le ha hecho la gran amabilidad
de otorgarle el prestigio y la seguridad de su nombre. Hace unos días no tenías
nada. Ahora eres la Condesa de Severn, la esposa de uno de los caballeros más
ricos de Inglaterra. Creo que le debes a él la gentileza.
Abigail apretó los dientes y se sintió sonrojada. Era verdad. No había ningún
argumento en contra de tal verdad, especialmente cuando era dicha por la madre
de Miles. Pero se veía a sí misma en el Hades antes de arrastrarse ante la multitud
o de puntillas alrededor de ellos. Se había arrastrado una vez en la vida y se casó
como resultado. No planeaba volver a rebajarse nunca más.
—¿Nos vamos? —Constance le deslizó un brazo a Abigail y le sonrió. —Es un
vestido muy bonito, Abigail. ¿Has pensado en cortarte el pelo? El pelo corto es
todo crack, ya sabes, y es tan fácil de cuidar. Además, se adaptaría a la forma de tu
cara.
—No puedo —dijo Abigail secamente. —Miles me ha ordenado que no lo
corte. Le gusta que lo lleve suelto por la noche. Además —añadió sonriendo y
olvidando algo de su disgusto— si él hubiera ordenado que me lo cortara, tendría
que arrastrarme por los pelos a una peluquería.
Constance sonrió incierta y miró a su madre.
Abigail se dio cuenta inmediatamente a su llegada de por qué su suegra había
elegido Lady Mulligan’s como lugar que debían visitar esa tarde. Ella era la
anfitriona en casa, y su sala de estar estaba llena de damas elegantes, todas ellas
equilibrando delicadas tazas y platillos en una mano.
Lady Ripley enlazó un brazo con el de Abigail cuando entraron en el salón y
sonrió amablemente mientras presentaba a su nuera a la anfitriona y al grupo de
señoras que la rodeaban.
—Qué provocación para usted, querida Lady Ripley, perderse las nupcias por
un día —dijo una señora. —Los jóvenes son mucho más impacientes de lo que
solían ser en nuestros días, ¿no?
—Pero tuve todo el placer —dijo Lady Ripley, —de conocer a una nuera nueva
tan pronto como llegué a Londres, sin tener que organizar una boda con todo el
dolor de cabeza que significa. ¡Imagina mi deleite!
Algunas de las señoras se unieron a su risa.
—Además —dijo Abigail, —Miles y yo estábamos tan enamorados que no
podíamos esperar ni un día más.
Las damas volvieron a reírse cuando su suegra le apretó el brazo.
—Usted era una Gardiner, ¿entiendo, Lady Severn? —dijo otra dama. —
¿Serán los Gardiner de Lincolnshire?
—Sussex —dijo Abigail.
—Y son nuestros parientes —añadió Lady Ripley. —Una rama ilustre de la
familia.
Abigail notó que una señora había levantado unas gafas hasta sus ojos y la
estaba viendo a través de ellas. Y todas las demás damas la miraban de esa
manera educada y ártica, que la Sra. Gill y sus compinches también podían hacer a
la perfección cuando deseaban establecer su superioridad sobre otro pobre
mortal.
—También una rama empobrecida —dijo, sonriendo y mirando fácilmente a
su alrededor. —¿Sabían que me he visto obligada a ganarme la vida durante los
últimos dos años? Fui compañera de la esposa de un rico comerciante —ella se rió.
—Fui muy afortunada de conocer a mi esposo cuando lo hice, y aún más
afortunada de que se enamorara tanto de mí como yo de él. Me habían despedido
de mi puesto sin una carta de recomendación por objetar de forma bastante
directa las atenciones que el marido de mi empleadora le estaba dando a la
institutriz que, por lo demás, no estaba dispuesta a ello. Él no podía decirle a su
esposa que esa era la razón, por supuesto. Ella, sin duda, no le habría creído y le
habría roto un orinal en la cabeza a su marido.
Algunas de las señoras estaban sonriendo. Dos se rieron a carcajadas.
—Convenció a su esposa de que yo suspiraba por su hijo de diecinueve años
—dijo Abigail, —cuyo principal reclamo de fama en este momento es que su rostro
está cubierto de manchas y granos, el pobre muchacho. Su adorable mamá se lo
creyó todo, por supuesto, y me avisaron con una semana de anticipación.
Entonces llegó Miles.
—Es una gran historia de Cenicienta —dijo una señora muy pequeña.
—Y ciertamente tiene su príncipe azul —dijo Lady Mulligan’s. —Le ha hecho
un flaco favor a todas las demás jóvenes de la temporada, Lady Severn, se lo
aseguro.
—La prima segunda de mi marido fue obligada a servir durante un año entero
—dijo otra señora, —antes de tener la suerte de tener una oportunidad con los
bienes de su tía materna. Luego se casó con el Sr. Henry. Diez mil al año, ya sabes,
y propiedades en Derbyshire. Me temo que no vienen a la ciudad muy a menudo.
Lady Ripley apretó de nuevo el brazo de Abigail y se fueron a otro grupo.
—Mi querida Abigail —dijo más tarde, cuando estaban en el carruaje de
camino a casa de la Sra. Reese, —fue algo que estuvo muy cerca. Pensé que me
darían los vapores cuando usted comenzó a hablar con tanta franqueza. Fue más
afortunada de lo que puedo decir, con la suerte que Lady Murtry encontró su
historia divertida. Cuando ella se rió, todos las demás la siguieron. Pero tenga
cuidado. Sería prudente para ti permitirme hablar el resto de la tarde.
—Pensé que moriría —dijo Constance. —Pero hiciste que sonara tan gracioso,
Abigail. Me imagino a la esposa de tu jefe rompiéndole una orinal en la cabeza.
—Ese detalle ciertamente no debe repetirse —dijo Lady Ripley
apresuradamente. —Abigail, algunas personas pueden considerar muy vulgar de
tu parte decir tal cosa.
Abigail se calló. Pero si la Sra. Reese intentaba congelarla con esa mirada,
pensó, entonces no sería responsable de lo que pudiera decir. Y fue una suerte
que las damas de Lady Mulligan’s encontraran sus palabras graciosas. Ella no había
querido divertirlas. Había querido darles un colosal y vertiginoso escarmiento a
todas ellas.
Se alegró de que no hubiera funcionado de esa manera. Por el bien de Miles,
se alegró. No querría avergonzarlo por ninguna exhibición vulgar o por hacerse
enemiga de toda la sociedad educada. Decidió que mantendría la boca cerrada por
el resto de la tarde. Sonreiría mansamente y permitiría que su suegra descongelara
cualquier ambiente frío que pudiera recibirla.

***

Lord de Severn hizo una parada en casa de su madre antes de regresar a su


hogar para cambiarse para la cena. Había sido un largo día, reflexionó mientras el
mayordomo de su madre le precedía hasta la puerta de su salón. Había almorzado
en White´s, leído los periódicos durante un tiempo, recordando que no había
tenido la oportunidad de leer en el desayuno, y se unió a algunos conocidos en
una caminata a Tattersall, aunque no tenía ningún interés actual en comprar
ningún caballo.
¿Cuánto tiempo llevaba casado? Pensó con el ceño fruncido. ¿Tres días?
¿Podría ser tan poco tiempo? ¿Realmente conocía a Abby desde hacía menos de
una semana? ¿Y ya estaba perdiendo interés en sus típicas actividades de soltero?
Ella no estaba realmente dominando su vida, ¿verdad? ¿Cómo lo dijo Gerald?
¿Realmente lo tenía en la palma de su mano?
No, por supuesto que no. Era sólo que por alguna buena fortuna había elegido
una novia con un carácter que le interesaba y le divertía. Y con una personalidad
que le atraía aún más inesperadamente.
—Buenas tardes, Mamá —dijo después de haber sido anunciado, tomándole
ambas manos en las suyas y besando su mejilla ofrecida. —¿Connie? ¿Cómo ha
sido tu día?
—Ocupada —dijo su madre.
Le sonrió a su hermana.
—Vi que bailaste dos veces con Darlington anoche, Connie —dijo. —Pensé
que eso había terminado el año pasado. ¿Todavía hay una chispa ahí?
—Voy a asistir una de las fiestas de su hermana en Vauxhall la próxima
semana —dijo. —Eso, si nuestra familia sigue siendo recibida en sociedad para
entonces.
Levantó las cejas.
—¿Hay alguna razón por la que no lo seamos recibidos? —preguntó.
—Miles —dijo su madre, —estaba dispuesta a mantener la mente abierta,
querido, porque el acto ya estaba hecho y no había más remedio que sacar lo
mejor del asunto. Pero debes tomar a tu esposa en tus manos antes de que sea
demasiado tarde, si es que no lo es ya.
Lord Severn agarró las manos por detrás de la espalda.
—¿Qué ha hecho Abby que sea tan malo? —dijo.
—Ya estaba bajo una nube —dijo, —después de que la noticia de sus
antecedentes se filtrara en la pasada noche en donde Lady Trevor. Escogí los
lugares que debíamos visitar con mucho cuidado esta tarde y le pedí a Abigail que
me dejara hablar a mí. Le dije que tanto Constance como yo le daríamos todo
nuestro apoyo.
—¿Mamá, bajo una nube? —dijo en voz baja. —Creo que no. No es un crimen,
ni tampoco una desgracia, ser pobre y trabajar por una vida honesta.
—Ella ya te está influenciando —dijo Lady Ripley con cierta angustia. —Miles,
le dijo a un gran grupo de las damas más influyentes de Lady Mulligan's que la
esposa de su empleador le habría destrozado la cabeza a su esposo si hubiera
sabido la verdad sobre él y la institutriz. Afortunadamente, muy afortunadamente,
la señora Murtry se rió, y todas las demás consideraron la historia enormemente
ingeniosa. Las damas en casa de la Sra. Reese no se divirtieron. Yo estaba muy
disgustada. Había instruido a Abigail en el camino para que no hablara de una
manera tan vulgar.
El Conde se estaba riendo.
—¿Repitió el detalle sobre el orinal? —dijo. —¿A la Sra. Reese? Pobre Abby.
—No fue gracioso, Miles —dijo Constance. —Mamá tuvo que trabajar muy
duro para suavizar el momento. Y recuerda que el Sr. Reese es primo de Lord
Darlington.
—Bueno —dijo Lord Severn, —si se le estaban dando el tratamiento
proveniente de las tabby cat 13, no puedo decir que lamento escuchar que se
defendió.
—No tenía por qué haber insultado a Frances —dijo con frialdad Lady Ripley.
—Miles, si supieras lo provocador que es sentarse allí, con las dos en la misma
habitación, tu esposa y la dama que debería haber sido tu esposa; no estarías
exhibiendo ningún tipo de burla. Creo que la mujer debe tenerte embrujado.
—¿Cómo insultó a Frances? —preguntó.
—Ella le dijo que a los dieciocho años de edad ha vivido una vida protegida y
privilegiada, que se le podría permitir ser tonta por unos cuantos años más —dijo
Constance. —Miles, Frances se quedó sin palabras.

13
NT. Tabby cat. Mujer mayor, aficionada a gatos; a veces seguidora de hombres jóvenes para establecer relaciones, sexuales o no.
—Sí —dijo, —Me imagino que así habría sido. ¿Qué había dicho ella para
provocar tal chasco?
—Ella simplemente comentó que era muy amable de tu parte casarte con
Abigail dadas las circunstancias —dijo su madre.
—Dadas las circunstancias —dijo. —Apuesto a que Frances inyectó todo un
mundo de significado en esas palabras, Mamá. Estoy con Abby, debo admitirlo.
Diría que mostró una admirable moderación al decir tan poco.
Lady Ripley hizo un gesto de impaciencia.
—Miles —dijo ella, —Frances siempre te ha amado. Tú lo sabes. Pero siempre
has sido fácil de guiar. He intentado durante años influir en ti para bien. He
invertido mucho tiempo y energía en arreglar los asuntos para que pudieras
casarte con ella, quien habría manejado bien tu casa y tu vida y habría sido una
anfitriona impecablemente bien educada. Pero parece que he fracasado y tú has
caído bajo la influencia de una vulgar y mal disciplinada cazadora de fortunas.
—Mamá —dijo Constance, —no te alteres, reza.
El Conde se agarró las manos con más fuerza en la espalda.
—Ella es mi esposa, Mamá —dijo, —y si tienes una pelea con ella, entonces
me temo que también tienes una pelea conmigo. Me parece que Abby fue
ampliamente provocada esta tarde.
—Estábamos tratando de ayudarla, Miles —dijo Constance. —¿No puedes ver
eso? Será algo terrible para todos nosotros si las personas más influyentes entre
nuestros conocidos decidan darle la espalda. Nos afectará a todos.
—Tengo que irme —dijo. —Esperamos invitados para la cena. Que tengas un
buen día, Mamá. Connie.
Estaba arrepentido de haber ido de visita. Ya se había enfadado por lo que
Gerald le había dicho esa mañana y por la opinión que había expresado sobre
Abigail. ¡Y ahora esto!
Estaba embrujado, ¿verdad? Había caído bajo la influencia de una vulgar
cazadora de fortunas, ¿era cierto? Él debería controlarla, le habían dicho su madre
y Gerald. Su madre había dicho que él era fácil de guiar. Sabía que, en parte, era
verdad: había estado dominado por ella y sus hermanas durante años.
¿Estaba dominado ahora por Abigail?
La idea era una tontería. No se le ocurriría pensarla siquiera. Sus pasos se
aceleraron al acercarse a casa. Quería verla. Parecía que había pasado mucho
tiempo desde el desayuno.
Capítulo 10

Abigail tenía la intención de informarle a su esposo sobre los acontecimientos


de la tarde. No estaba en su naturaleza guardar secretos y ya estaba cargada con
demasiadas cosas de su pasado.
Sin embargo, cuando llegó a su vestidor antes de la cena, él le devolvió la
sonrisa a manera de espejo, se inclinó para besarle la nuca, y puso un collar de
perlas alrededor de su cuello.
—Porque las de tu madre son demasiado grandes y pesadas para llevarlas en
la noche —dijo.
—¡Oh! —cubrió las perlas de su garganta con una mano y lo miró en el espejo.
—Miles, son muy hermosas. Y apuesto a que también son reales.
Vio como la risa arrugaba las esquinas de sus ojos y le hacía hoyos en la
mejilla.
—¿Cómo estuvo tu tarde? —preguntó, tocando su hombro.
Abrió la boca y la volvió a cerrar. Recordó lo que su suegra había dicho sobre
la amabilidad que Miles le había hecho al casarse con ella. Y recordó la forma en
que había elegido defenderse esa tarde, y la fuerte posibilidad de que lo que había
dicho estuviese fuera vulgar. Recordó también que no todas las mujeres que
habían escuchado su historia se habían divertido con ella. Evocó el escarmiento
que le había dado a Frances Meighan.
—Miles, estuvo bien —dijo ella, sonriendo alegremente. —He conocido a un
gran número de personas en los últimos dos días. ¿Qué hiciste hoy?
Se lo diría más tarde, pensó Abby. Tal vez después de que regresaran del
teatro.
Laura, que estaba avergonzada por la invitación, encontró Abigail más tarde.
—Pero, Abby —dijo a su llegada cuando estaban a solas, —el día de tu boda
era diferente. Ahora eres la Condesa de Severn. ¿Está segura de que a su señoría
no le molesta que yo esté aquí?
—¡Qué absurdo! —Abigail dijo. —Como si Miles tuviera el empeine alto y yo
hubiera cambiado en cuatro días. Eres mi amiga más querida, Laura, y tengo la
intención de que sigas siéndolo. Dime, ¿el Sr. Gill y Humphrey se han portado
bien? Antes de salir de casa, me gustaría darle a Humphrey un consejo amistoso
sobre cómo podría tratar sus manchas y sus granos. Disfruté particularmente
asegurándole que era una enfermedad juvenil y que seguramente desaparecería
tan pronto como alcanzara la edad adulta.
Laura ahogó una risa.
—El Sr. Gill ha estado en la escuela una vez desde que te fuiste —dijo. —Me
temo que mencioné descaradamente a mis queridos amigos el Conde y la Condesa
de Severn. No se quedó mucho tiempo.
Abigail tomó su brazo y se dirigió hacia la sala de estar, donde su esposo y Sir
Gerald estaban tomando una copa antes de la cena.
La conversación en la mesa de la cena recayó principalmente sobre los
hombros de Abigail, el Conde estaba inusualmente tranquilo, Laura se comportaba
tímidamente y Sir Gerald se contentaba con ser un espectador divertido. Ella
hablaba casi sin parar.
—Nunca he estado en el teatro —confesó por fin. —Nunca estuve más
emocionada en mi vida.
—¿Nunca, madame? —preguntó Sir Gerald. —Es una afirmación bastante
extravagante.
Abigail pensó por un momento.
—Supongo que estaba igual de emocionada cuando asistí a mi primera
reunión en casa —dijo. —Aunque resultó ser un mal asunto, y yo no era ni de
cerca la belleza del baile que esperaba ser. Tenía dieciséis años y era invisible para
todos los jóvenes caballeros. Sólo los abuelos bailaban conmigo —ella se rió
alegremente.
—No creo que sea invisible esta noche —dijo Sir Gerald con valentía.
—Y supongo que estaba igual de emocionada el día de mi boda —dijo Abigail.
—Pero también estaba aterrorizada y ni siquiera puedo recordar la emoción. Laura
tuvo que ayudarme a desarraigar mis pies del suelo de mi alcoba.
Todos se unieron a su risa.
Antes de que pudiera pensar en levantarse e invitar a Laura al salón mientras
los caballeros bebían su oporto, el Conde se levantó para anunciar que era hora de
irse al teatro si no querían llegar tarde.
Abigail se sonrojó y miró a su marido mientras él retiraba la silla de Laura para
que ella se levantara. Debía aprender a comportarse mejor antes de que él se
molestara con ella. Pero tal vez sería demasiado tarde una vez que le confesara los
eventos de la tarde.
Ella suspiró en voz baja y sonrió a Sir Gerald, que estaba retirando su propia
silla.

***

Ni su esposa ni la señorita Seymour habían estado nunca en un teatro de


Londres, como el Conde de Severn lo había descubierto en la cena, sin embargo
había un contraste predecible en su comportamiento cuando entraron en su palco.
La señorita Seymour, en el brazo de Gerald, miró a su alrededor con silencioso
interés y le permitió sentarla. Abigail agarró su propio brazo con más fuerza y se
quedó quieta, dejando escapar un audible.
—¡Ooh!
—Ahora, ¿es el teatro mismo lo que te tiene asombrada, Abby? —preguntó él.
—¿O es el esplendor de la audiencia?
—¡Oh!, ambos —dijo. —Esto es tan magnífico como el baile de anoche. ¿Será
igual el espectáculo?
—La obra es de importancia secundaria, como deberás aprender —dijo. —
Uno viene al teatro para ver y ser visto.
—¡Absurdo! —dijo ella, mostrándole una sonrisa antes de sentarse en la silla
que él había movido hacia ella y mirar a su alrededor nuevamente. —¡Qué
tontería! No es verdad, ¿cierto?
Él rió.
—Eso debes descubrirlo por ti misma —dijo. —Todo el mundo está mirando
mucho a los demás en este momento, ¿no te parece?
Su propio palco estaba recibiendo más que su parte justa de miradas, lo había
notado tan pronto como entraron en el palco. Parecía que el paseo de ayer en el
parque y el baile de anoche no habían sido suficientes para satisfacer la curiosidad
de la muchedumbre.
Desde la noche anterior, por supuesto, la mayoría de ellos habrían aprendido
los más deliciosos detalles sobre el nuevo objeto la nueva de sus cotilleos… que tal
vez ella no era del todo respetable. Y si le creía a su madre, Abigail no había hecho
nada para disipar esas sospechas durante la tarde.
¿Por qué no le había dicho nada cuando él le había preguntado antes de
cenar? Había esperado que todos los detalles salieran a la luz. Había esperado que
podrían haberse reído juntos, que podría haberla besado y haberle asegurado que
todo era una tontería y que sería olvidado tan pronto como surgiera algún otro
escándalo que le diera comida fresca a los chismes.
Pero ella no había dicho nada. Quizás ni siquiera se había dado cuenta de que
estaba siendo rechazada.
—Sigue hablando conmigo —le dijo ella ahora muy tranquilamente. —Creo
que Laura y Sir Gerald se llevan muy bien juntos, ¿no?
—Ambos están lo suficientemente bien educados como para conversar entre
ellos —dijo, sonriéndole. —Pero, si fuera tú, Abby, no esperaría ningún anuncio
interesante antes de que termine la noche.
—Quizás no —dijo. —Pero cosas más extrañas han sucedido.
Sí, de hecho, pensó. Cosas más extrañas habían sucedido. Había conocido a
Abigail menos de una semana antes, se casó con ella dos días después, descubrió
que ella no se parecía en nada a la mujer por la que la había tomado inicialmente
y, sin embargo, se estaba encariñando con ella. Pero él no la conocía en absoluto.
De repente se horrorizó por su propia ignorancia de la persona que ella era, de
todos los eventos, fuerzas y personas que la habían convertido en la mujer con la
que se había casado.
Su madre la consideraba vulgar. Gerald pensó que ella lo manejaba. ¿Y él? Le
divertía, se sentía atraído por ella. Pero no la conocía.
—Oh, mira —dijo con entusiasmo, señalando hacia el foso 14 de una manera
que habría hecho que su madre se encogiera. —Ahí está Boris.
—¿Cuál? —Preguntó.
—El del abrigo verde —dijo. —Con el cabello castaño claro. El que es muy
delgado. Al lado del caballero de vestido de color púrpura que mira a las damas
desde el balcón opuesto a través de su monóculo. ¡Qué grosero de su parte! Pero
a una de las damas le gusta. Ella le devuelve la sonrisa y agita su abanico. ¿Lo ves?
—Veo a tu hermano —dijo el Conde en el mismo momento en que Boris
Gardiner volvió la cabeza y miró a su palco, sonrió y levantó una mano en señal de
saludo. —Él te ha visto.
Ella le devolvió el saludo vigorosamente, su rostro se iluminó con una sonrisa.
Sí, si sabía algo sobre ella, pensó el Conde. Estaba esperando ansiosamente el
momento en que pudiera reunirse con sus hermanas, sus hermanastras. Y se
encendió como una vela al ver a su hermano. Un hecho sobre su pasado era muy
claro: le tenía mucho cariño a su familia. Deben haber sido un grupo muy unido
antes de la muerte del padre.
—¿Podemos ir allí para hablar con él? —Preguntó ella.
—En el intermedio —dijo. —La obra está por comenzar.
No fue la mejor actuación que había visto en su vida. Y descubrió que los
fuertes comentarios y las risas de los caballeros que se apiñaban en el siguiente
palco, conocidos suyos, aunque no amigos cercanos, habían arruinado su
concentración.
Pero tanto Abigail como la señorita Seymour quedaron cautivadas; las vio de
un vistazo y se encontró con los ojos divertidos de su amigo sobre la cabeza de
ésta última. Abigail miraba con los ojos muy abiertos al escenario, con un brazo
desnudo apoyado en el borde de terciopelo del balcón delante de ella. Él tomó su
otra mano entre las suyas y ella curvó sus dedos a su alrededor de los de él,
aunque no apartó los ojos de los actores.
Él sonrió y se preguntó si era tan esencial conocer a otra persona, es decir,
saber sobre la vida pasada de esa persona, lo que había sucedido en su vida
anterior. Conocía a Abigail desde hacía casi una semana y le caía bien. Al diablo

14
NT. Sección del teatro justo frente al escenario; en algunos, es el lugar destinado a la orquesta.
con las opiniones de aquellos que no coincidían con él y que trataban de advertirlo
contra ella.
Le gustaba y se estaba enamorando un poco de ella. Y, seguramente, de
momento eso era todo lo que importaba.

***

Abigail miró hacia arriba cuando los actores salieron del escenario y se dio
cuenta, aturdida, que era el intermedio.
—Oh, ¿tan pronto? —dijo ella. —Parece que acaba de comenzar.
Pero recordó a Boris y miró ansiosamente hacia el foso, solo para descubrir
que ya no estaba en el lugar donde lo había visto anteriormente.
—Tal vez él está en camino hacia aquí —dijo el Conde. —Ger, pasemos por el
corredor, y tal vez nos encontraremos con él. ¿Señorita Seymour? ¿Viene por un
poco de aire?
Abigail hubiera preferido dejarlos solos juntos en el palco, pero ambos se
pusieron de pie de buena gana. Esa noche, Laura parecía particularmente
atractiva, pensó Abigail; con su cabello rizado castaño rojizo, y su vestido azul, que
no estaba del todo pasado de moda.
Miles había estado en lo cierto. Se encontraron con su hermano casi tan
pronto como salieron del palco.
—Boris —dijo, lanzando sus brazos alrededor de su cuello y abrazándolo. —
¿No es una actuación maravillosa? Me siento como si hubiera sido transportada a
otro mundo.
—Tolerable —dijo, acariciando su cintura.
Ella lo tomó del brazo y se lo presentó a su esposo, a Laura y a Sir Gerald. Le
sonrió mientras todos conversaban por unos minutos.
—Miles lamentaba no haberte conocido ayer por la mañana —dijo al fin. Ella
se iluminó ante un pensamiento repentino. —Queremos que vengas a cenar
mañana, ¿no, Miles? Y Laura y Sir Gerald deben venir también. E invitaremos a
algunas otras personas, tal vez tu madre y Constance vendrán, Miles; y Prudence
también si no está demasiado avergonzada por su condición; aunque creo que no
estará incómoda en una pequeña cena informal, ¿verdad? Tal vez podemos tener
cartas o charadas después. Sir Gerald puede tocar para nosotros en el piano: toca
bien, Boris, y lo hizo ayer por la tarde mientras Miles me enseñaba a bailar el vals.
Laura puede cantar. Ella tiene una voz muy dulce.
—Pardon15, madame —dijo Sir Gerald, —pero lamento decir que tengo otro
compromiso para mañana por la noche.
—Oh —dijo Abigail. —Qué lástima.
—Pero ciertamente debes venir, Boris —dijo el Conde. —Y usted también, si
quiere, señorita Seymour. Decidiremos sobre nuestros otros invitados más tarde,
mi amor.
El brazo de Boris estaba rígido debajo de su mano de la misma manera que
siempre había hecho en casa cuando intentaba hacerla reír. Laura estaba
sonrojada y parecía decididamente incómoda. ¡Oh!, querido, pensó Abigail. ¡Oh!
querido. ¿Su boca se había escapado otra vez?
Su marido estaba sonriendo, ella lo vio cuando lo miró.
—Como puedes ver —le decía a Boris, —habíamos decidido que te
invitaríamos en el momento en que Abby te viera la próxima vez. Y, señorita
Seymour, siendo la mejor amiga de mi esposa, me temo que debe acostumbrarse
a ser una invitada frecuente en nuestra casa. Abby se niega a estar sin usted y me
niego a decepcionarla.
El brazo de Boris se sintió más relajado esta vez. Laura visiblemente estaba
relajada. Abigail miró a su esposo con renovado respeto. Él había suavizado un
momento incómodo e hizo que pareciera que sus palabras después de todo no
habían sido tan impulsivas.
Sir Gerald le ofreció el brazo a Laura y comenzaron a pasear por el corredor
lleno de gente. El Conde vio a una pareja de ancianos a cierta distancia a quien
deseaba presentar sus respetos.
—¿Vienes conmigo, Abby? —preguntó. —¿O deseas quedarte aquí con tu
hermano por unos minutos?
—Me quedaré —dijo. —No dejes que te detenga, Miles.
Ella se volvió hacia su hermano mientras él se alejaba.

15
NT. Pardon, en francés en el original.
—Bueno, ¿qué te parece? —Preguntó con entusiasmo. —¿He hecho un buen
matrimonio o no?
—No creo que realmente hayas discutido con él la idea de invitarme a cenar la
próxima vez que me veas —dijo.
—Pero a él no le importó —dijo ella. —Tú eres mi hermano.
—Y tu amigo también estaba mortificado —dijo él. —¡Abby!
—No me regañes —dijo. —No, Boris. Estoy muy feliz de que podamos estar
juntos de vez en cuando. Debes venir a Severn Park con nosotros en el verano y
todos podremos estar juntos de nuevo, los cuatro. Las chicas estarán encantadas
de verte.
—¿Ves? —dijo. —Estás haciéndolo otra vez. Abby, no lo hagas, Severn puede
tolerarlo ahora porque eres nueva para él. Pero no disfrutará que organices su
vida, créeme. Pero sí —él acarició su mano y su expresión se suavizó. —Intentaré
ver a las chicas cuando estén contigo. Hace dos años no parecía haber posibilidad
alguna de que volviéramos a estar juntos como familia, ¿verdad?
—¡Oh!, Boris —dijo de repente, con los ojos muy abiertos. —¿Adivina a quién
vi anoche en el baile de Lady Trevor? Rachel! Lo juro. Incluso hablé con ella.
—Ah —dijo en voz baja. —La has visto, ¿verdad?
—Ni siquiera estás sorprendido —dijo. —¿Sabías que ella estaba aquí?
Él asintió.
—Boris —dijo ella, —su cabello es negro y su cara estaba pintada.
—Sí —dijo. —Sería mejor si te olvidaras de ella, Ab. Será mejor que regrese a
mi asiento. La obra debe estar casi lista para comenzar de nuevo. ¿Te llevo a
donde está Severn?
—No —dijo ella. —Volveré a nuestro palco. Regresará allí pronto. ¿Vendrás
mañana?
—Iré —dijo. —Pero no más invitaciones sin consultar primero a Severn en
privado. ¿Me lo prometes?
—Lo prometo —dijo. —Bueno, eso será si lo recuerdo —ella le sonrió
brillantemente cuando él chasqueó la lengua, abrió la puerta del palco para que
ella entrara y se fue de regreso al foso.
Abigail se sentó en silencio y observó a las personas revoloteando en los
palcos de enfrente. Boris tenía toda la razón, pensó. Debía aprender a contener la
lengua, o al menos a pensar lo que estaba a punto de decir antes de decirlo. No
sería bueno que Miles se disgustara con ella y pensara que carecía de carácter.
—… la deliciosa señorita Meighan, si tuviera oportunidad —decía uno de los
caballeros del siguiente palco.
Los ojos de Abigail se erizaron ante el nombre familiar. Sintió una culpa
instantánea por el chasco que le había dado a esa joven más temprano ese día.
Aunque, por supuesto, la chica se lo había buscado.
—Dijo que estaba cansado de manejar mujeres y cansado de mujeres
hermosas también —dijo otro hombre con una sonrisa.
—Puede hablar —dijo alguien indignado, —cuando tiene que visitar a la
hermosa Jenny todos los días de su vida, y todas las noches también. A mí no me
importaría poder pagar por ella.
—No la tendrías aun si pudieras pagar la recompensa de un rey para
prodigarla —dijo la primera voz, y hubo un fuerte estallido de carcajadas de los
otros ocupantes del palco. —Jenny puede ser una cortesana, pero le gustan que
sus hombres sean guapos, bien formados y con olor dulce.
Oh, Dios mío, pensó Abigail, estaban hablando de la amante de alguien. Qué
escandaloso. Consideró toser, pero decidió que sería mejor dejar nuevamente el
palco en silencio para encontrar a su esposo.
—Supongo que podría haber sido demasiado tener a la señorita Meighan, así
como a Lady Severn y a Jenny como amante también —dijo el segundo hombre. —
Un poco agotador, ¿no dirías?
Hubo más risas cuando Abigail se congeló en su asiento.
—No me importaría sufrir ese tipo de agotamiento —dijo alguien más. Hubo
un momento de silencio. —¡Tranquilos! No hay necesidad de alarma. Todavía no
han regresado.
—De todos modos —dijo la voz del segundo orador, —todavía no has
escuchado lo mejor. Le dijo a Stapleton que estaba muy decidido a evitar el
matrimonio. Juró que se casaría con la próxima mujer simple y aburrida que
conociera. Alguien a quien podría llevar a la finca durante el verano, tener un hijo
y dejarla atrás. Alguien que se desvaneciera en el fondo de su vida, produciendo
un heredero mientras lo dejaban libre para Jenny y sus otros sucesores. Y a la
mañana siguiente conoció a una mujer así y pudo mantener su promesa.
—Será mejor que bajemos la voz —dijo alguien que no había hablado antes.
—Volverán en cualquier momento.
—Él eligió bien —dijo la primera voz. —Además de todo lo anterior, es una
don nadie e inclinada a la vulgaridad, si se cree en mi tía Prendergast. Severn
lamentará haber renunciado a la señorita Meighan, el idiota.
Abigail se puso de pie y corrió ciegamente hacia la puerta. La abrió de golpe y
chocó con el pecho de su marido.
—Abby? —dijo él. —No me di cuenta de que estabas sola. Lo siento mucho,
cariño. ¿Tu hermano ha vuelto a su asiento?
—Sí, lo ha hecho —dijo. —Solo venía a ver dónde estabas, Miles. La obra está
a punto de reanudarse, y estaba segura de que no querrías perderte el comienzo y
tal vez perder la tendencia de la trama. Aunque probablemente la hayas visto
antes y sepas muy bien lo que sucede, ¿verdad? Laura y Sir Gerald no han vuelto.
Pensé en llamarlos, porque sé muy bien que Laura no querrá perderse un solo
momento. ¡Ah!, pero aquí están ahora. ¿Estás disfrutando la obra, Laura? No he
tenido un momento para hablar contigo desde que comenzó el intervalo. ¿No fue
afortunado que hayamos encontrado a Boris aquí? He estado esperando que lo
conozcas durante tanto tiempo, pero nunca ha habido una oportunidad. Mañana…
—Abby —su esposo la tomó por el codo y le estaba hablando en voz baja. —La
obra está por comenzar, querida.
Se sentó y cruzó las manos sobre su regazo. Ella fijó sus ojos en el escenario y
no los movió durante el resto de la actuación, aunque no vio una sola acción y no
escuchó una sola palabra.

***

Abigail había enviado a Alicia a la cama. No estaba acostumbrada a tener una


criada y no deseaba que alguien la desvistiera esa noche, como si no tuviera
manos y dedos propios. No deseaba que alguien más le cepillara el pelo. Lo haría
ella misma.
Se sentó frente a su espejo cepillando y mirando su reflejo. Llana. Aburrida.
Alguien para ser llevado a la finca dejarla allí y olvidarla. Alguien a quien tener con
un hijo. Tener un heredero. Ser criado tal como se crían las vacas y las ovejas.
Alguien que se desvanezca en el fondo de su vida. Hermosa y cara Jenny. Una don
nadie. Vulgar. Plana. Aburrida.
Todo era verdad. Todo ello. Nunca se había hecho ilusiones sobre su aspecto o
su encanto. Y sabía que había algo extraño en la prisa de su oferta. Él había
admitido que deseaba casarse antes de que su madre llegara a la ciudad. Nunca
había fingido ninguna consideración personal por ella.
No había nada hiriente en lo que había escuchado. Ella lo había sabido todo
desde el inicio.
Claro, excepto por la bella y cara Jenny. Él le había dicho que no tenía amante.
¿Había pensado que sus propios encantos podrían retenerlo? A Miles, ¿el
hombre más hermoso que había conocido?
Dejó su cepillo y recogió sus perlas del tocador. Pasó un dedo suavemente
sobre algunas de las cuentas lisas. Porque las perlas de su madre eran demasiado
largas y pesadas para usarlas con un vestido de noche. Un regalo. Algo para
mantener a su aburrida esposa satisfecha y callada. Algo que la haga sentir valiosa.
Como los diamantes. Un regalo de bodas. Algo para darle la ilusión de belleza.
Se giró repentinamente y arrojó el collar con todas sus fuerzas al otro lado de
la habitación. Y luego corrió tras él, lo recogió y lo examinó. Por algún milagro, la
cuerda no se había roto y ninguna de las perlas se había dañado. Cerró su mano
sobre ellas.
Apostaría a que eran reales, había dicho, y él se había reído. El dinero, por
supuesto, era algo que el Conde de Severn tenía en gran abundancia.
Podía permitirse el lujo de la hermosa Jenny.
Volvió a sentarse pesadamente en el taburete, dejó las perlas y se trenzó el
pelo con dedos apresurados y decididos.
Terminó justo a tiempo. Hubo un golpe en la puerta de su camerino y su
esposo entró sin esperar su respuesta.
—¿Vienes a la cama? —preguntó con una sonrisa. —Pensé que tal vez te
habías quedado dormida aquí.
—No —dijo ella.
—Oh, Abby —dijo, —te has trenzado el pelo.
—Así es más fácil peinarse en la mañana —dijo.
—¿Qué pasa? —preguntó, acercándose detrás de ella y colocando sus manos
sobre sus hombros.
—Nada —dijo ella.
Él sonrió.
—Cuando respondes en palabras simples, Abby —dijo, —hay algo muy mal.
Ha sido un día agotador para ti, ¿no? Visité a mamá de camino a casa esta tarde.
¿Algunas de las tabby cat te hizo pasar un mal rato?
Ya no podía sentir consternación de que él supiera toda la noche lo que ella
misma le había ocultado.
—Nada que no haya devuelto —dijo. —Sin duda tu madre te ha dicho lo
vulgar que fui.
Él le apretó los hombros.
—Si hablaste por ti misma —dijo, —entonces estoy contigo, Abby. ¿Puedo
pedirte una cosa?
Ella lo miró en el espejo.
—Es difícil adaptarse al estado de casados, ¿no es así? —dijo. —Es difícil dejar
de pensar como individuo y comenzar a pensar en pareja. No tenía nada definido
en mente para mañana por la noche, aunque planeaba preguntarte si quería ir a la
velada de la Sra. Drew. ¿En el futuro discutiremos nuestros planes juntos antes de
hacerlos públicos? Estoy seguro de que, antes de que haya pasado mucho tiempo,
yo también me equivocaré, y me encontraré arreglando las cosas antes de
recordar que bebía consultarlo. Es un ajuste difícil.
Abigail levantó la barbilla y lo miró fijamente al espejo.
—Sí —dijo ella. —Lamento haber avergonzado a todos acerca la cena de
mañana. Miles, intentaré recordar consultarte en todos los asuntos —intentaré
desvanecerme en el fondo, pasar desapercibida.
Bajó la cabeza y besó el costado de su cuello.
—¿Te he lastimado? —dijo. —Ven a la cama, Abby. Estás cansada.
Ella quería ir a su propia cama. Quería estar sola. No quería que él la tocara.
Pero, por supuesto, había un heredero que debía ser engendrado.
Esperaba, mientras permitía que él la guiara a través de su camerino hasta su
dormitorio, que tendría una docena de hijas y ningún hijo. Esperaba ser
definitivamente estéril.
—No te enfades conmigo —dijo después de apagar las velas y subirse a la
cama junto a ella y tomarla en sus brazos. —Debemos hablarnos, Abby, si hay algo
en el otro que no nos gusta del todo debemos decirlo, o solo nos separaremos y
nos resentiremos. Y realmente no te estoy criticando. Esperaré con ansias nuestra
cena.
—¿Quién es Jenny? —Preguntó.
Se quedó muy quieto.
—¿Por qué preguntas? —dijo.
—Escuché a algunos hombres en el teatro decir que ella es tu amante —dijo.
—Dijeron que es muy hermosa y muy cara.
Maldijo en voz baja.
—Ellos usaron el tiempo equivocado —dijo. —Ella era mi amante, Abby, y su
descripción es bastante precisa. Me separé de ella después de decidir casarme
contigo y antes de nuestra boda. No te mentí en nuestra noche de bodas.
Ella yacía con los ojos cerrados, inhalando profundamente.
—¿Es eso lo que te estaba molestando? —preguntó. —Sabía que tenías algo
en mente. Pídelo para ti, Abby. Te responderé por el presente y el futuro, pero no
puedo responder por el pasado. Y no hay nada en el presente que pueda
deshonrarlo, lo juro, y no habrá nada en el futuro. ¿Eso es todo? ¿Te sientes mejor
ahora?
—Sí —dijo ella.
Ella tragó y se quedó quieta. Y cuando él le levantó el camisón, se colocó
encima de ella y entró sin ninguno de los besos y caricias habituales, se mordió el
labio inferior y se quedó quieta.
Y por primera vez no hubo emoción, ninguna respuesta física a lo que él le
hizo. Solo una observación desapasionada de sus movimientos.
Pero no se necesitaba respuesta. Solo se necesitaba su matriz para recibir su
semilla, no su mente o sus emociones. Realmente no había necesidad de que una
esposa sintiera emoción o incluso placer mientras estaba siendo embarazada con
el heredero de su esposo.
Ella se resistió a la presión de su brazo, que la habría atraído hacia él y contra
él después de que él hubiera terminado con ella, y se hubiera alejado de él. Fingió
estar dormida cuando él le pasó una mano por encima del hombro y le tocó
suavemente con un nudillo en la mejilla.
—Buenas noches, Abby —susurró.
Permaneció despierta durante una hora entera luego de que su respiración le
dijera que estaba dormido. Permaneció despierta hasta que su cabeza giró de
tanto pensar y cada hueso de su cuerpo le dolía por estar tan quieta y tan tensa.
Finalmente se giró y lo miró en la oscuridad, con el rostro relajado y guapo en
el sueño, un mechón de cabello oscuro caído sobre su frente y sobre su nariz.
Se acercó más hasta que finalmente cedió por completo a la tentación y se
acurrucó contra él y apoyó la cabeza debajo de su barbilla hasta que pudo
descansarla sobre su hombro.
Él gruñó mientras dormía y ajustó su brazo hasta que estuvo alrededor de ella,
y movió su cabeza hasta que su mejilla estaba más apretada contra la parte
superior de su cabeza.
Era cálido y cómodo, y olía a la colonia que siempre usaba y a la pura bondad
masculina.
Ya no pensaría más. Estaba demasiado cansada para pensar. Colocó una mano
entre los dos para extenderse contra su pecho.
Finalmente se durmió.
Capítulo 11

—¿Debo invitar a mi madre, a Pru y a Connie? —preguntó el Conde de Severn


a su esposa en la mesa del desayuno a la mañana siguiente. —También se lo
pediré a Darlington, si no te importa, para igualar un poco más los números. Es
amigo de Connie.
—Sí —dijo Abigail. —Haz eso, Miles.
—¿Te gustaría preguntarle a los Beauchamp y los Chartleigh? —preguntó. —
Es un aviso bastante apresurado, pero tal vez estén libres y puedan venir. Te
gustan, ¿no?
—Sí —dijo ella. —Enviaré las invitaciones inmediatamente después del
desayuno.
Él la miró, pero ella no tenía más que decir. Después de un minuto de silencio
dejó su servilleta al lado de su plato y se puso de pie.
—¿Te veré en el almuerzo? —preguntó. —¿Te gustaría visitar la Torre esta
tarde?
—No —dijo ella. —Estaré ocupada.
Puso una mano sobre su hombro cuando pasó.
—Entonces te veré más tarde, hacia el final de la tarde —dijo él.
—Sí —ella balanceó su cuchillo en su dedo índice y lo giró. Se estrelló en el
suelo después de que la puerta se cerró detrás de su marido.
Así que él no se preocupaba por ella, pensó ella sin el sombrío desaliento de la
noche anterior. Era simple y aburrida, y había resultado ser inesperada y
desagradablemente comunicativa. Se había casado porque no quería que le
molestara en su vida una mujer hermosa y vibrante y porque necesitaba un
heredero. Debía quedar embarazada durante la primavera y luego la llevarían a
Severn Park y la dejaría allí para siempre.
Así, ¿había algo tan terrible en todo eso? Sabía desde el principio que se iba a
casar por conveniencia, y el cielo sabía que su espejo le había estado diciendo
durante veinticuatro años que no era bella. Ella también se había casado con él por
conveniencia. Se había casado con él para evitar la indigencia. Era tan simple como
eso. Era bastante irrelevante que él tuviera unos ojos azules convincentes y un
hoyuelo que debilitaba las rodillas y todos esos otros atributos que ella no se
deprimiría enumerando en este momento. Probablemente igual se habría casado
con él si hubiera parecido una rana.
Le gustaba la idea de que la dejaran sola en Severn Park. Tendría a Bea y Clara
con ella, y quizás Boris sería menos reacio a ir allí para visitas prolongadas si
supiera que estaba sola. Sería como en los viejos tiempos, excepto que papá no
estaría allí. Sería como el cielo.
Y si cumplía con su deber adecuadamente y era una esposa agradable,
obediente y sencilla, entonces también habría un bebé que criar, una hija,
esperaba fervientemente. Si fuera una niña, por supuesto, sin duda él volvería
para intentarlo de nuevo. Pero ella no pensaría en eso.
Se levantó resueltamente de la mesa de desayuno. Había cosas que hacer. No
iba a quedarse sentada todo el día meditando. Y ya no le importaría lo que alguien
dijera de ella, incluido Miles Ripley el Conde de Severn. No le caía bien de todos
modos; entonces, ¿por qué tratar de complacerlo? Era un pensamiento agradable
y liberador.
Sabía lo primero que iba a hacer, después de escribir las invitaciones a los
Chartleigh y a los Beauchamp. Se estaría castigando a sí misma tanto como a él,
por supuesto, pero lo iba a hacer de todos modos.
Descartó todos sus planes cuando un lacayo en el pasillo se inclinó ante ella y
le entregó una nota que acababa de llegar. Llevó la nota a la sala de espera, donde
planeaba escribir las invitaciones.
Ven a dar un paseo conmigo esta tarde —había escrito Rachel. —Encuéntrame
en el parque de St. James a las dos en punto. Tu afectuosa madrastra, R. Harper.
Abigail dobló la nota y la tomó en su palma. No quería volver a ver a Rachel.
Realmente no lo quería hacer. La había querido y se lamentaba por su infelicidad y
estaba horrorizada por el trato rudo que había recibido en las manos de su papá.
Estuvo desconcertada, molesta y enojada cuando Rachel huyó y dejó a sus hijas a
merced de su padre borracho y frecuentemente violento. Quería dejarlo así. No
tenía ganas de volver a abrir una vieja historia o agravar viejas heridas. No quería
descubrir que tal vez Rachel todavía era una mujer a la que debía compadecerse.
Pero estaban las chicas y la ominosa sugerencia de Rachel de que le gustaría
volver a verlas y tal vez incluso tenerlas para vivir con ella.
Ella debía irse, pensó con un suspiro. ¿En el parque? ¿En un entorno tan
público? Pero, por supuesto, ya no le importaba lo que nadie pensara de ella. Iría.
Una hora después, Abigail había escrito y enviado las invitaciones, se había
cambiado a un nuevo vestido, apropiado para el carruaje, que le había sido
asignado el día anterior y se dirigía a Oxford Street. Había algunos peluqueros para
elegir. No conocía a ninguno de ellos, así que eligió uno al azar. Salió una hora
después con el pelo corto y rizado debajo de su sombrero, y las rodillas que se
sentían convertidas en gelatina y un estómago que parecía que deseaba liberarse
de su desayuno.
Se fue a su casa y pasó el resto de la mañana dando a Víctor su primera
lección de lectura. Descubrió que no iba a ser fácil. No era tan simple como abrir
un libro en su regazo y señalarle cada palabra. ¿Cómo se le enseñaba a un niño a
leer? Víctor ya sabía todo acerca de A, B y C cuando lo envió de vuelta a la cocina
para su almuerzo, pero no estaba del todo segura de que se diera cuenta del
significado de esas letras o del hecho desolador de que había otras veintitrés con
las cuales que había que familiarizarse.

***

Abigail descubrió más tarde que Rachel había elegido el momento del
encuentro con cuidado. Los caminantes y jinetes de la mañana se habían ido
mucho antes, mientras que la mayoría de los paseantes de la tarde aún no habían
llegado. El parque estaba casi desierto.
—Abigail —dijo la señora Harper, —sabía que vendrías —ella entrelazó su
brazo con el de Abigail. —¿Te has cortado el pelo? Pensé que nunca lo harías.
Severn desea que estés elegante, ¿verdad? Puedo entender que una mujer
desearía complacer a Severn. Hiciste bien al tomar la iniciativa. ¿Cómo lo hiciste?
—ella se rió de esa manera baja y seductora que Abigail encontró desconocida y
completamente desagradable.
—Rachel —dijo, —¿por qué te fuiste de casa? Nunca pude entenderlo del
todo.
—¿Por qué? —la otra se rió. —Él probablemente habría terminado
matándome si me hubiera quedado. Me habría dado suficientes golpes. Elegí la
vida, Abigail. ¿Es eso tan incomprensible?.
—Pero dejaste a los niños atrás —dijo Abigail. —Eran poco más que bebés.
¿Cómo pudiste habérselos dejado a papá?
—No fue fácil —la mujer se encogió de hombros. —Pero sabía que los
cuidarías, Abigail. Les querías y siempre encontrabas la manera de tratar a tu
padre. Nunca te puso una mano violenta encima, ¿verdad? Y Boris estaba
creciendo. Pensé que él los protegería.
—Eras su madre —dijo Abigail. —Y no te fuiste sola, Rachel.
—¿John Marchmont? —Rachel esbozó una sonrisa. —Era solo mi medio de
escapar. No puedes saber lo indefensa que me sentía, una mujer sola, y lo bueno
que era tener a alguien que me apreciara. En ese entonces tenía veinticuatro años,
tu edad ahora. No me juzgues La vida se volvió intolerable y sólo tenía dos
alternativas: quitarme la vida o huir. Corrí.
—Bea y Clara no tenían esas alternativas —dijo Abigail. Se dio cuenta de que
incluso a la luz del día su madrastra usaba cosméticos. Ella giró la cabeza para
mirar hacia otro lado. Rachel había sido una joven hermosa cuando se casó con su
papá.
—Bueno —la actitud de la mujer se volvió más fresca. —El pasado aún puede
ser modificado. He estado pensando en escribirle a tía Edwina, tomar una
diligencia y viajar a Bath. Aunque me atrevo a decir que podría persuadir a
Sorenson para que me llevara en su carruaje. ¿Crees que sería una buena idea ir,
Abby? ¿Crees que a las niñas les gustaría volver a ver a su madre?.
Abigail tragó.
—¿Qué haces en Londres, Rachel? —preguntó. —¿Es verdad que administras
una casa de juego infernal? ¿Eres la amante de Lord Sorenson?
La señora Harper se echó a reír.
—Tengo una casa respetable en un distrito respetable —dijo. —Me gusta
entretener. Y sabes lo que son los caballeros. Les gusta jugar a las cartas, y no
pueden disfrutar de un juego a menos que jueguen a fondo. Y no soy la amante de
nadie excepto de mí misma. ¿Crees que permitiría que cualquier otro hombre
tuviera poder sobre mí como lo hizo tu padre? Aprendí mi lección hace muchos
años, Abigail. Uno debe usar a los caballeros para su placer y conveniencia y
descartarlos sin dudarlo cuando se vuelven posesivos, como siempre lo hacen.
Harías bien en recordar eso, aunque, por supuesto, nunca has sido alguien que se
permitiera ser intimidada. Siempre admiré eso en ti.
—Me llevaré a las chicas —dijo Abigail en voz baja. —Tengo Severn Park para
ofrecerles, Rachel, y todo mi tiempo y devoción. Puedo ofrecerles una educación
adecuada y matrimonios respetables cuando crezcan. Estoy segura de que Miles
les dará dotes adecuadas. Pueden ser felices. Se apegaron a mí emocionalmente,
ya sabes, antes de que me viera obligada a enviarlas a casa de su tía. Y estaba feliz
con ellas. Vamos a recuperar esa felicidad.
—¿Y qué hay de mi felicidad? —preguntó la señora Harper. —¿Abigail, no
crees que merezco un poco? Después de todo las llevé en mi vientre. Sufrí todo el
malestar durante nueve meses con cada una de ellas y todo el dolor al final. ¿Para
qué? ¿Para nada? Tengo ganas de volver a verlas.
—Rachel —Abigail dejó de caminar y desenganchó el brazo del de su
madrastra. —No necesitas mi permiso para ir a Bath. Como dices, son tus hijas, y
no tengo custodia legal de ellas. ¿Por qué has organizado esta reunión? ¿Qué
quieres de mí?
La señora Harper se echó a reír.
—Eso es algo más que siempre admiré de ti, Abigail —dijo. —Siempre te gustó
todo de forma abierta. Muy bien entonces. Mi vida está en una encrucijada. Tengo
treinta años, una edad inquieta. Un poco aterrador ¿Qué debo hacer? ¿Recupero a
mis hijas y me instalo a una acogedora vida doméstica con ellas? ¿O viajo a otras
tierras y pruebo todas las delicias que el mundo tiene para ofrecerme antes de que
sea demasiado vieja?
Abigail no dijo nada. Ella continuó mirando fijamente pero con cautela a la
mujer.
—Pero me engaño a mí misma al creer que hay una opción —dijo su
madrastra encogiéndose de hombros. —No hay ninguna. ¿Cómo podría una mujer
como yo pagar un año más o menos en el continente? Una no gana lo suficiente
de… los medios que tengo para ganarme la vida.
—¿Es eso, entonces? —preguntó Abigail. —Si puedo proporcionarle los
medios para ir, ¿lo hará y me dejará a las niñas?
La señora Harper se encogió de hombros.
—No lo sugerí —dijo. —¿Abigail, podrían mis hijas significar tanto para ti?
—¿Exactamente de cuánto estamos hablando? —preguntó Abigail.
—Supongo que cinco mil serían suficientes —dijo la Sra. Harper. Ella rió. —
Siempre es tan agradable soñar, ¿no es así? ¿Caminamos?
—Te los conseguiré —dijo Abigail imprudentemente. —¿Para la próxima
semana? ¿Una semana a partir de hoy? ¿Será eso lo suficientemente pronto?
—¡Abigail! —la señora Harper volvió a reír. —Usted no puede estar hablando
en serio.
—Sabes que lo estoy —dijo Abigail. —Dame tu dirección, Rachel. Llevaré el
dinero allí dentro de una semana. ¿Prometes irte tan pronto como lo tengas?
—¿Cómo podría resistirme? —dijo la mujer. —Pero qué travieso por tu parte
hacerme soñar así. ¿De dónde obtendrías cinco mil libras? Seguramente no puedes
tener a Severn tan firmemente envuelto alrededor de tu dedo, ¿verdad? Pero
siempre tuviste una alternativa contigo. Siempre me maravillé que tu padre hiciera
lo que querías, incluso cuando estaba en uno de sus malos momentos.
—Dame tu dirección —dijo Abigail.
—No creo que Severn esté encantado de que te vean entrar a mi casa —dijo la
Sra. Harper.
—Nadie me verá —dijo Abigail. —Tu dirección, Rachel.
La señora Harper se encogió de hombros.
—Realmente lo dices en serio, ¿no? —dijo ella. —Muy bien, entonces, Abigail.
Pero recuerda que esto fue idea tuya.
—Sí —dijo Abigail. —Rachel, creo que es una buena oferta.

***

El Conde de Severn llegó a casa temprano, aunque un grupo de sus conocidos


había tratado de persuadirlo para que asistiera a las carreras con ellos. Quería ver
a Abigail y hacer las paces con ella.
La noche anterior había sido un desastre, y ella todavía estaba enfadada con él
en la mañana. Apenas había dicho una palabra en el desayuno.
Estaba descubriendo que estar casado no era fácil. Abigail era impetuosa,
entrañablemente, pero podía avergonzar a otras personas como lo había hecho la
noche anterior, cuando había decidido, obviamente de improviso, invitar a todos a
cenar.
Había tratado de manejar el asunto con tacto. Pensó que lo había hecho, pero
su leve reprimenda la había dejado boquiabierta y reacia Por supuesto, podría
haber sabido que sería mejor dejar pasar esa ocasión y hablar con ella la próxima
vez. Sabía perfectamente que ella había tenido una tarde difícil.
No sabía, por supuesto, lo que ella había escuchado sobre Jenny. Maldición a
Philby y su gente en el siguiente palco. ¿No podrían haber mantenido la boca
infernal cerrada hasta que estuvieran lejos del teatro? ¿Qué habían dicho sobre él
y Jenny, de todos modos, aparte del hecho de que ella era su amante, encantadora
y cara?
Al parecer, tenía mucho que aprender sobre las mujeres y el matrimonio.
Pensó que el asunto había terminado tan pronto como dio su explicación, y
procedió con lo que había estado esperando toda la noche, aunque había
eliminado los preliminares, sabiendo que estaba cansada. Pero ella se había
quedado tan quieta como una tabla debajo de él y se había alejado de él tan
pronto como terminó.
Infierno y condenación, pensó mientras le entregaba el sombrero y el bastón a
su mayordomo y subía las escaleras de dos en dos. ¿No se había casado
deliberadamente con Abigail para no tener que preocuparse de puntillas por los
sentimientos de ella? ¿Para no sentir que había perdido el control de su propia
vida?
Por supuesto, pensó, se había despertado en la noche para encontrarla
acurrucada contra él en su posición habitual de gatita.
—Abby —dijo después de tocar la puerta de su sala de estar y entrar. —He
venido a casa a tomar el té contigo. Me alegro de que no estés fuera. ¡Abby!
Dejó su libro a un lado y se puso de pie, sus mejillas ardiendo.
—¡Oh!, Dios —dijo él con un gemido. —¿Qué has hecho?
—Me lo he cortado, ¡me he cortado el cabello! —dijo con esa vocecita tan
cortante que había usado la noche anterior y en la mesa del desayuno, —porque
quise hacerlo.
Él cruzó la habitación y tomó sus manos entre las suyas. Estaban bastantes
frías.
—¿Para castigarme por Jenny? —dijo. —¿Es esa la razón para hacerlo?
—Qué tontería —dijo.
Él sostuvo sus manos y miró de cerca los rizos recortados y la cara sonrojada
con los ojos muy abiertos que tenía debajo de los rizos.
—Fue para castigarme por Jenny —dijo, sonriéndole lentamente. —Porque te
he dado una sola orden desde nuestra boda y no has tenido elección sobre cuál
desobedecer. ¡Abby! Te ves como un duendecillo. Y has fallado miserablemente,
querida. Se ve muy, muy bonito.
Y ella se veía sorprendentemente bonita también.
—Qué mentiroso —dijo, quitando las manos de las suyas. —No necesitas
sentirte obligado a hacerme cumplidos, Miles. Me alegra que hayas vuelto a casa.
Quería hablar contigo.
—Eso suena serio —dijo. ¿Llamarás para solicitar el té? Connie y Pru vendrán
esta noche, por cierto, aunque Pru está muy preocupada por ser vista hinchada
con sus trillizos. Mi Madre tuvo otro compromiso. ¿Has oído hablar de los
Chartleighs y los Beauchamp? ¿Van a venir?
—Sí —dijo, cruzando la habitación para tirar de la cuerda de la campana.
El Conde la observó apreciándola con amor. Se veía más elegante y bonita con
el nuevo corte de pelo. Sintió una inesperada punzada de deseo por ella.
—Ven y siéntate —dijo, señalando a un sofá, —y dime qué es tan importante.
Se sentó con la espalda recta en una silla y cruzó las manos sobre el regazo. El
Conde se sentó solo en el sofá.
—Se trata de dinero —dijo bruscamente, y se sonrojó de nuevo.
—He tenido la intención de hablar contigo sobre eso yo mismo —dijo. —
Lamento que hayas tenido que pasar por la vergüenza de tener que abordar el
asunto, Abby. No puedo esperar que me remita todas las facturas, no importa
cuán pequeñas y mezquinas que sean, ¿verdad? Te daré una asignación trimestral
para que pueda sentirse más independiente. Todas sus facturas, incluso las más
grandes, por supuesto, pueden enviarlas directamente a mí. Quiero que tengas
ropa bonita, gorros y demás. No debes sentirte limitada.
—¿Cuánto? —preguntó ella.
—¿Cuánto trimestralmente? —dijo, con las cejas arqueadas. —No tengo
experiencia con tales asuntos. ¿Cómo suenan mil libras por trimestre?
Ella pensó por un momento.
—Mil quinientos sonarían mejor —dijo. —¿Y podría pagarlo anualmente, por
adelantado?
Él la miró atentamente. Sus manos entrelazadas, que parecían lo
suficientemente relajadas, tenían los nudillos blancos.
—¿Quieres que te dé seis mil libras ahora? —dijo.
—Y entonces no tendrías que preocuparte por mí durante todo un año —dijo.
—Puedes permitirte esa cantidad, ¿no?
—Abby —dijo, —¿tienes una necesidad especial en este momento en la que
puedo ayudarte? ¿Una deuda?
—No —dijo, y se lamió los labios. —Sí. Algo que ver con las chicas. Algo que
deseo… comprar para ellas antes de que vengan de Bath. Nunca han tenido
mucho, y en los últimos dos años la vida ha sido triste para ellas. Quiero que
tengan una vida feliz de ahora en adelante. Quiero cuidar de ellas. Yo…
—¿Qué es lo que deseas comprar para ellas? —preguntó. —¿Puede ser un
regalo de los dos? Soy su nuevo cuñado, después de todo. No necesitas gastar
todo su propio dinero.
—No —dijo ella. —No es nada. Nada que ellas...
—Nada que tú… ¡Ah!, aquí está el té. Espero que haya algunos bollos de
nuevo. Estoy hambrienta ¿Miles, te dije que iba a enseñarle a Víctor a leer? El
pequeño sirviente… Pasé una hora entera con él esta mañana, sólo para descubrir
que no sé cómo enseñarle a alguien a leer. No es fácil. Tendré que preguntarle a
Laura cómo se hace. Creo que Víctor debe haber pensado que estaba un poco
loca. Y tal vez tenga razón. He querido preguntarte: ¿podemos llevarlo a la finca
con nosotros cuando nos vayamos? Está bastante pálido y endeble. Estoy segura
de que el aire de la finca, un poco más de aire libre lo ayudarían enormemente.
Incluso puede...
—Abby —dijo. —Sí. Creo que es una muy buena idea. Y es típico de ti haberlo
pensado. Pero necesitaremos toda una cabalgata de carruajes para llevar a todos
cuando llegue el momento de que nos vayamos. ¿Cómo has pasado el día, además
de haberte cortado el pelo? Cuéntame sobre eso.
Se lanzó a la historia de cortarse el pelo y deambular por Oxford Street
después y encontrarse con una vieja conocida suya, compañera de una amiga de la
señora Gill, y hacer los arreglos necesarios para ir a caminar al Parque St. James
con ella en la tarde. Con la compañera, es decir, no con la amiga de la señora Gill.
Siguió luego un relato de ese paseo y de cada personaje extraño y excéntrico que
habían pasado por los senderos.
¿Qué era? se preguntó el Conde, escuchando su rápido discurso, observando
su cara bonita y móvil, y bebiendo su té. ¿Qué era lo que la había alejado de él?
¿Fue solo Jenny? ¿Tendría que tener paciencia y darle tiempo para darse cuenta
de que Jenny ya no era parte de su vida? ¿O había algo más?
¿Por qué tenía una repentina necesidad de seis mil libras? Era una suma
enorme para una mujer que unos días antes había sido compañera de una ex
dama y que enfrentaba el despido y la miseria. ¿Qué tipo de regalo para sus
hermanastras tenía en mente? ¿Y por qué no podía compartir la idea con él?
—Oh, Miles —dijo de repente, levantando la vista al servirle una segunda taza
de té. —No creo que haya un puesto vacante de mayordomo o de alguacil en una
de tus propiedades, ¿verdad? ¿O supongo que no has sentido la necesidad de un
secretario?
—No a las tres preguntas —dijo, mirando a los grandes y ansiosos ojos grises
cuando ella cruzó la habitación con su taza y platillo. —¿Conociste a un mendigo
en St. James Park, Abby? ¿O un duque indigente en Oxford Street? ¿O fue la
persona que te cortó el pelo?
—Te estás burlando de mí —dijo.
—Perdóname —él le sonrió. —Me estaba burlando de ti. ¿Quién necesita un
trabajo?
—Boris —dijo. Se sentó de nuevo en el borde de la silla y se inclinó hacia él.
¿Miles, te diste cuenta de lo delgado que está? No solía ser tan delgado. Pagamos
todas las deudas de papá que pudimos después de haber vendido la casa y todos
los muebles. Pero todavía hay algunas deudas más, y Boris jura que les pagará
todas. Pensé que sería más fácil para él si tuviera un empleo regular.
—Abby —dijo el Conde suavemente, —de mi breve reunión con él anoche,
tuve la impresión de que tu hermano es un joven orgulloso.
—Pero si la idea viniese de ti —dijo. —Si pudieras suplicarle que te ayude a
salir de una situación desagradable. Si pareciera que yo no te he hablado en
absoluto sobre él. Si pudiera parecer que te está haciendo un favor en lugar de ser
al revés —ella se recostó de repente y levantó su taza tan bruscamente hacia sus
labios que derramó un poco de té en el platillo. —Estoy pidiendo demasiado, ¿no
es así? Soy muy exigente. Todavía no he estado casada contigo por una semana. Lo
siento.
—No es eso —dejó la taza y el plato en una mesa auxiliar y se puso de pie. —
Solo creo que tu hermano no aceptaría caridad, Abby. Y la vería en un momento a
través de cualquiera de esos esquemas que sugieres, no me imagino que sea
deficiente de entendimiento, ¿verdad?
—No —dijo ella. —Fue bastante estúpido de mi parte, ¿no?
Tomó el platillo de su mano y lo colocó en la bandeja. Le tendió una mano a
una de las suyas y la hizo ponerse de pie.
—Preocupado y amado por ti —dijo. —¿Por qué tu padre tenía tantas
deudas?
Ella lo miró fijamente.
—Estaba enfermo —dijo. —Por muchos años. Había medicinas y otras cosas.
—No es asunto mío —dijo, al ver su desconcierto. —Deja el asunto de tu
hermano en mis manos, ¿quieres, Abby? Veré si hay alguna forma en que pueda
ayudarlo sin que él lo sepa. Tendrá que ser un esquema tortuoso. No aceptará tus
seis mil, por cierto.
Ella tragó torpemente.
—Lo sé —dijo.
Él le sonrió.
—Realmente está muy bonito —dijo, —tu cabello.
—Oh, no lo menciones —dijo, —o comenzaré a gritar.
Él rió.
—Abby —dijo, —¿te diste un momento para considerar tu corte de pelo?
—Lo planeé —dijo, —durante tres horas. No fue una cosa impulsiva en
absoluto.
Él se rió de nuevo y la atrajo a sus brazos.
—Me gusta —dijo. —Prométeme que no lo trenzarás esta noche.
Ella se rió un poco nerviosa.
Bajó la cabeza y la besó, abriendo su boca sobre la de ella y frotando la punta
de su lengua sobre la costura de sus labios hasta que ella echó la cabeza hacia
atrás y lo miró un poco insegura.
La besó de nuevo, más breve y firmemente, y de mala gana la dejó ir. No
quería arruinar la precaria paz entre ellos cometiendo un faux pas 16 al tratar de
hacerle el amor durante el día.
Aunque en ese momento en particular no hubiera encontrado nada que le
gustase más.

16
Faux pas: paso en falso. Francés en el original.
Capítulo 12

—No me estás engañando, ¿verdad, Ger? —el Conde de Severn pasó junto al
sirviente de su amigo y entró en su desordenado salón. —¿Tan temprano en el
día?
—¿Engañando? —Sir Gerald Stapleton dijo indignado y con voz nasal. —Tengo
el demonio de un resfriado encima y he estado aquí todo el día sintiendo lástima
de mí mismo. Toma asiento.
—Gracias —dijo el Conde, sentándose mientras su amigo se sonaba la nariz.
—Pensé que quizás te habías ido del país. Hace casi tres días que no te veo.
—Eso no es de extrañar —dijo Sir Gerald, —cuando has estado atado a las
cuerdas del delantal de tu esposa todo este tiempo.
—Celos, celos —dijo Lord Severn. —Deberías poner tu cara sobre un tazón de
agua humeante, Ger, y tirarte una toalla en la cabeza.
—Lo he intentado —dijo el otro. —No funciona. Lo hice una vez cuando tuve
un resfriado y fui a ver a Priss. Pero esta vez no es así.
El Conde sonrió.
—¿Todavía la echas de menos? —dijo. —¿Es por eso que estás como un oso
en una estaca?
—Hablando de ser engañado —dijo Sir Gerald, —aquí no hay bebidas. La
solicitaré —se puso en pie de un salto.
—No por mí —dijo el Conde, levantando una mano. —No puedo quedarme,
Ger. Esta tarde sólo soy un mensajero. Abby quiere que te unas a nosotros en un
picnic en Richmond. La Señorita Seymour también estará allí, por supuesto. Será
mejor que vengas. Tal vez te haga olvidar a Prissy —sonrió.
—Absoluta y definitivamente no —dijo el otro irritado. —Miles, podrías
haberte casado con Frances Meighan. Esta esposa te tiene firmemente atado y ver
a Frances es más placentero —frunció el ceño ante la desgastada borla que
acababa de tirar.
—Cuidado —dijo el Conde.
—Y este matrimonio es probablemente mucho más caro —dijo Sir Gerald. —
Miles, tienes que tomarla en tus manos desde el principio, antes de que te des
cuenta de que es demasiado... ¡Uf! —el hombro de Sir Gerald, golpeó y se deslizó
por la repisa de la chimenea, estrellándose y extendiéndose por la hoguera entre
los hierros de fuego. Se impulsó lentamente a sí mismo hasta una posición sentada
y tocó con cautela el lado izquierdo de su mandíbula. —¿Por qué diablos fue eso?
El Conde de Severn estaba de pie a su lado, con los puños cerrados a los
costados.
—Sabes muy bien por qué fue —dijo entre dientes. —Hablabas de mi esposa,
Gerald.
—Así que ella también va a destruir nuestra amistad, ¿verdad? —dijo Sir
Gerald, doblando la mandíbula y haciendo una mueca de dolor. —Miles, espero
que no la hayas roto. ¿Cómo se supone que voy a explicar el hematoma?
El Conde bajó una mano para ayudarle a ponerse en pie.
—Si son los nuevos vestidos, los diamantes y las perlas los que te hacen temer
por mi ruina financiera —dijo, —todo fue idea mía, Ger. Y la ropa y las joyas que le
compro a mi esposa no son asunto tuyo. Y tampoco lo es su belleza o la cantidad
de tiempo que elijo pasar con ella. Si nuestra amistad se arruina, no tendrá nada
que ver con Abby ni conmigo.
—No deberías venir aquí peleando conmigo cuando tengo la cabeza del
tamaño de un globo aerostático —dijo Sir Gerald, volviendo a sentarse en su silla y
pinchándose la mandíbula con las yemas de los dedos. Cuando se abrió la puerta,
ordenó a su criado que trajera la jarra de brandy y las copas. —No quise insultar a
Lady Severn, Miles. Lo siento mucho. Pero tú mismo dijiste que la habías elegido
porque ella era sencilla y no se entrometería en tu vida. Que el diablo me lleve,
pero me siento fatal.
—Un consejo —dijo Lord Severn. —No bebas brandy, Ger. Tu cabeza explotará
en el cielo azul como un globo reventado. ¿Qué quisiste decir cuando dijiste que
Abby sería cara?
—Nada —dijo su amigo. —Olvídalo.
—¿Qué quisiste decir?
—Mira, Miles —dijo Sir Gerald, primero olfateando y luego sonándose la nariz
de nuevo, —me sentí bastante miserable antes de que decidieras practicar uno de
los mejores puñetazos del gimnasio de Jackson en mi mandíbula. Vete a casa con
tu esposa, ¿quieres, y déjame en paz para que muera? Dios, ojalá Priss siguiera en
la ciudad.
—Me voy —el Conde se puso de pie. —Pero primero dime a qué te referías.
—¿Sabías que ayer estuvo en casa de la Sra. Harper? —preguntó Sir Gerald.
—¿En casa de la Sra. Harper? —el Conde frunció el ceño.
—Fox la vio allí —dijo Sir Gerald. —Miles, la riqueza repentina se le debe
haber subido a la cabeza. Se jugará tu fortuna si no tienes cuidado. Serás
afortunado si ella no comienza a pedirte grandes sumas de dinero cualquier día de
estos. Pero, lo siento —levantó una mano. —No necesitas que te diga nada,
¿verdad? Quizás era el doble de Lady Severn. O tal vez fue una visita social. Tal vez
la Sra. Harper es su tía soltera o algo así, aunque no sería una tía soltera, ¿verdad?
¿Quién sabe? No es asunto mío. Pero Fox se estaba riendo. Y debes saber que la
reputación de Lady Severn no se sostiene sobre una base muy firme.
—Habrá una buena explicación —dijo Lord Severn en voz baja. —Supongo que
el hermano de Abby ha estado apostando. Abby probablemente está tratando de
salvarlo de los tiburones. Estoy en camino. Prueba de nuevo con ese tazón de
vapor, Ger. Y deja el coñac en paz. ¿No vendrás a Richmond, entonces?
—Oh, sí, iré —dijo Sir Gerald irritado. —Eres mi amigo, Miles, y será mejor que
empiece a gustarme tu esposa, ¿no? Creo que te estás encariñando con ella.
—Abby será feliz —dijo el Conde con una sonrisa. —Aunque si pudiera ver
más allá de la punta de su nariz, se habría dado cuenta hace unas noches de que
su hermano y la Srta. Seymour estaban intercambiando más que unas cuantas
miradas apreciativas. Puede que tengas competencia por la pequeña pelirroja,
Ger.
Sir Gerald Stapleton se sonó la nariz a carcajadas mientras su amigo se reía y
salía de la habitación.
Su sonrisa se desvaneció cuando bajó corriendo por las escaleras y salió a la
calle. ¿Abby en casa de la Sra. Harper? Abby no le mencionó que había estado allí,
aunque le había dado un relato exhaustivo durante la cena de la noche anterior y
durante su viaje a la ópera de todo lo que había hecho durante el día.
Y Abby le había pedido seis mil libras, una asignación anual por adelantado.
¿Para su hermano? ¿Había acertado Sir Gerald en su conjetura? ¿O estaba
apostando demasiado para tratar de pagar las deudas familiares? Sería muy propio
de ella intentarlo y perder seis mil libras en una sentada. Aunque, por supuesto, si
ella le hubiera pedido el dinero tres días antes y hubiera visitado a la Sra. Harper
ayer, entonces ella podría haber hecho más de una visita a las mesas de juego.
Su padre también debe haber sido un jugador. Lo había adivinado varios días
antes. ¿Era una debilidad familiar?
Sabía tan poco de su esposa, pensó con cierta frustración. De alguna manera
era casi imposible creer que habían estado casados por sólo una semana. Por otra
parte, parecía que seguían siendo unos completos desconocidos, aunque habían
estado juntos en términos íntimos físicamente durante una semana.
Y, por supuesto, una semana había sido un tiempo suficientemente largo para
enamorarse.

***

Abigail tuvo un día bastante feliz. Había pasado parte de la mañana planeando
su picnic en Richmond y parte con su marido en Bond Street, eligiendo un anillo de
zafiro y diamante como regalo para su primer aniversario.
—Una semana —le había explicado cuando ella lo había mirado con
incomprensión. —Llevamos casados una semana, Abby. ¿Lo habías olvidado?
Y él había insistido en comprarle el anillo aunque ella le había asegurado que
era una extravagancia bastante inútil y le había recordado que ya le había regalado
un collar de diamantes y sus perlas.
—Pero no puedo dejar pasar nuestro primer aniversario sin ser festejado —
dijo con una sonrisa.
Incluso después de una semana, su sonrisa seguía debilitándola en las rodillas.
Y aún deseaba que él tuviera ojos marrones o avellanos.
Había terminado con ella comprándole un prendedor de zafiro y diamante a
juego.
—Un regalo combinado de boda y aniversario —le había dicho ella.
Y así se había hecho una abolladura considerable en las mil libras que le
quedaban, todo lo que tenía que durar un año, o cincuenta y una semanas, para
ser exactos.
Había empezado la tarde llamando a Lady Beauchamp y paseando con ella por
el parque, después de haber enviado a su marido a invitar a Sir Gerald Stapleton al
picnic. Si los juntara a menudo, tal vez él y Laura estarían comprometidos incluso
antes de que llegara el verano. Eran, obviamente, perfectos el uno para el otro.
En el parque, habían conocido a Lord y Lady Chartleigh y a su hijo pequeño,
que iba corriendo delante de ellos cuando no se estaba cayendo sobre la hierba.
Los cuatro adultos caminaron juntos durante un rato.
Los Chartleigh deben haber sido muy jóvenes cuando se casaron, adivinó
Abigail. El Conde en particular parecía demasiado joven para ser padre. Y sin
embargo, a pesar de su extrema tranquilidad y la vivacidad de su esposa, había
claramente un fuerte vínculo de afecto entre ellos.
Quizás había esperanza para ella, pensó. Sin embargo, la Condesa de
Chartleigh era muy guapa. Quizás el Conde no esperaba que se callara y
desapareciera en el trasfondo de su vida. Quizás se había enamorado de ella y de
su vivacidad cuando se casó con ella.
Pero había decidido que no pensaría en sus problemas. Pronto Rachel estaría
de camino al continente, y pronto Boris no tendría mayores dificultades. Miles
había prometido ayudarlo, y ella había tenido una idea de cómo se podía hacer
para que Boris nunca supiera que había sido ayudado. Para cuando la primavera se
convirtiera en verano, ella estaría en Severn Park con sus hermanas y quizás
también con su hijo. Ciertamente, Miles debe estar muy ansioso por que esto
suceda sin demora. En la semana de su matrimonio se había unido a ella dos veces
cada noche, excepto una noche en la que ella había estado molesta al enterarse de
la brutal verdad de su matrimonio.
Había aceptado esa verdad. Y realmente no fue tan terrible. Se había casado
con ella y la había salvado de una situación desagradable, y no había sido cruel
desde entonces, excepto cuando la reprendió durante la cena. Si la llevaba a
Severn Park y la dejaba allí cuando él regresara a la ciudad, que así sea. Ella
pensaría en eso cuando llegase el momento.
—Llevo casada más de un año —le decía Lady Beauchamp, —y lloré al final de
cada mes durante once meses antes de que ocurriera el milagro. Me temo que he
sido un doloroso reto para Roger, Lady Severn. Me ha asegurado tontamente que
no se arruinará su vida si no tiene hijos y que, por supuesto, no se arrepiente de
haberse casado conmigo. No puedo decirle lo envidiosa que he estado de Georgie
y Ralph, que no tuvieron que esperar nada después de su matrimonio. Pero ha
valido la pena esperar. El sol parece un poco más brillante cada día ahora que sé
que tengo una nueva vida dentro de mí —le apretó el brazo a Abigail. —Pronto
sabrás lo que quiero decir.
—Eso espero —dijo Abigail.
—Me temo que esta primavera me encontrarás espantosamente aburrida —
dijo su amiga arrepentida. —No puedo pensar en nada más que en bebés, Lady
Severn. Roger se ríe de que en privado no hablo de otra cosa, mientras que en
público me pongo muy nerviosa si se menciona mucho.
—En mi caso, creo que me sentiría obligada a levantarme y hacer el anuncio
yo misma en la siguiente función social a la que asista después de averiguarlo —
dijo Abigail, —ya sea en un baile o en el teatro.
Lady Beauchamp se sorprendió y se rió.
—Suenas igual que Georgie —dijo ella. —Espero tener un hijo esta primera
vez, aunque Roger se ríe de mí cuando lo digo, y se vuelve muy escandaloso —se
volvió a reír. —Dice que tolerará a las hijas durante las primeras seis veces,
siempre y cuando me ponga seria la séptima vez y le presente a su heredero.
Cuando nos conocimos, Roger me caía muy mal, porque se deleitaba en
molestarme. Todavía lo hace.
Abigail se sentía muy alegre cuando llegó a casa. El día había sido agradable, y
había otro baile para asistir a esa noche… su segundo.
Pero había una nota esperándola. Su corazón se hundió al tomarla de la mano
del mayordomo y se dirigió directamente a su sala de estar. Todo había sido
arreglado el día anterior. ¿Qué más podría querer Rachel?
Parecía que había otro problema. Abigail iba a asistir a casa de Rachel al día
siguiente.
Pero ella no quería ir. Aunque la casa estaba en un barrio respetable, había
algo en ella que la inquietaba. Y ella no había pasado desapercibida el día anterior.
Aunque Rachel la había llevado directamente a una oficina, habían pasado por la
puerta abierta de un salón, y había un grupo de caballeros y una señora dentro.
Uno de ellos había llamado a Rachel al pasar.
Sólo podía haber una razón para que Rachel deseara volver a verla. Quería
más dinero. Abigail lo temía, pero esperaba que su madrastra siguiera siendo
básicamente decente. Parecía que quizás no lo era.
Pero tenía muy poco dinero para dar.
Y aunque tuviera mucho, decidió que no lo daría. No cedería al chantaje
perpetuo. Si Rachel no estuviera contenta con las cinco mil libras, bueno, entonces
tendrían que ver. Abigail no creía que su madrastra tuviera ninguna intención real
de acoger a sus hijas en su propia casa.
Dobló la carta apresuradamente y la deslizó debajo de un cojín, ya que había
un sonido de toque en la puerta y su marido entró.
—¿Llego a tiempo para el té? —preguntó. —Hola, Abby.
Ella le sonrió y su estómago se tambaleó en la forma en que se estaba
convirtiendo en algo habitual para ella. Su cabello oscuro estaba despeinado por el
aire libre y su sombrero.
—Estaba a punto de llamarte —dijo ella.
—Gerald irá a tu picnic —dijo. —Me temo que estaba como un león en una
jaula esta tarde. Está resfriado.
—Debería visitarlo y llevarle polvos —dijo ella, —y asegurarme de que se
quede en la cama y beba mucho limón caliente. Debería convencerlo de que ponga
su cabeza bajo una toalla y sobre un tazón de agua humeante. Eso le haría
maravillas.
Él se rió.
—Tú también lo harías, ¿verdad? —dijo. —Entrarías en las habitaciones de un
soltero cerca de St. James, despedirías al sirviente y te harías cargo.
Ella le miró con recelo.
—Durante varios años tuve a mi padre, a mi hermano y a mis dos hermanas a
mi cargo —dijo. —Miles, me temo que tuve que convertirme la gestora de la casa,
o no habríamos sobrevivido. Tal como estaba, papá no podía hacerlo. Supongo que
Sir Gerald está sentado en un cuarto, congestionado, oliendo vapores, con fiebre y
bebiendo licor.
—Le hablé del cuenco y la toalla —dijo. —Te diré algo, Abby. Si he cogido el
resfrío de él, puedes mimarme hasta que tu corazón esté contento y no
pronunciaré una sola palabra de queja.
—Te estás burlando de mí —dijo ella. —Sé que no querías una esposa gestora,
Miles. Debería haber confesado el primer día y haberte dicho cómo era en
realidad.
Se había sentado en el sofá. Él vino a sentarse a su lado, y tomó su mano en la
suya.
—Háblame de tu vida en casa —dijo. —Realmente jugaste a ser madre, ¿no?
¿Por cuánto tiempo? ¿Cuándo murió tu madrastra?
De repente se dio cuenta de que podía decirle la verdad. Nada podría ser más
sencillo. Ella podía contarle todo, incluso lo de las cinco mil libras, y podrían ir
juntos a casa de Rachel al día siguiente. Él la ayudaría. Asustaría a Rachel si ésta
estuviera planeando más chantajes.
Pero si le decía la verdad, él sabría de qué familia destartalada venía. Sabría
que Rachel se había escapado con otro hombre, dejando atrás a sus dos hijas,
porque estaba siendo golpeada y maltratada en casa. Sabría que su padre había
sido un borracho, un hombre brutal y un gran jugador, por lo que todos ellos
habían vivido más de su ingenio que de su dinero honesto durante los últimos
años. Sabría que la Sra. Harper, dueña de la casa de apuestas y cortesana, era su
madrastra.
Y sabría que el matrimonio que había contraído era aún más desastroso de lo
que ya se había dado cuenta. Vería ese descubrimiento en su cara.
Pero estaba empezando a amar ese rostro y a la persona a la que pertenecía.
—Hace seis años —dijo. —Clara tenía dos años y Beatrice cuatro. Boris tenía
dieciséis años.
—Y tú, dieciocho —dijo. —Y así, en un momento en que debería haber habido
fiestas y bailes para ti y tus pretendientes, había un padre enfermo y afligido que
atender y dos hijos pequeños que criar. ¿Qué le pasaba a tu padre?
—Tenía problemas estomacales —dijo ella vagamente. —Estuvo postrado en
cama durante el último año.
—¿Tenía una enfermera? —preguntó.
Ella sonrió fugazmente.
—Yo —dijo ella.
Él le apretó la mano.
—Tu hermano —dijo. —¿Fue a la universidad o quería hacerlo?
Ella agitó la cabeza.
—Quería apasionadamente alistarse en el ejército —dijo ella. —Pero no pudo.
Papá... Papá lo necesitaba en casa.
Pero al hablar de Boris lo recordó. Su cara se iluminó.
—He pensado en cómo podemos ayudarlo —dijo ella. —Boris, quiero decir. Tú
también quieres ayudarlo, ¿verdad, Miles? ¿Aunque sólo sea mi hermano y apenas
lo conozcas? Pero, por supuesto, es tu pariente, incluso aparte de nuestra
conexión, ¿no es así? Desearía poder ayudarlo yo misma, pero por supuesto que
no puedo, en parte porque no tengo los medios, y en parte porque él no aceptaría
conscientemente la ayuda de ninguna alma viviente, ni siquiera de mí. Es muy
orgulloso, ¿sabes? Y me temo que a menos que tenga ayuda pronto, se irá a la
tumba como un anciano con las deudas de papá sin pagar y nada en absoluto
hecho de su propia vida.
—Abby —dijo, tomando su mano libre en la suya y apretando las dos. —
Cuéntame tu plan, querida. Confieso que estoy al borde del colapso.
—Debemos averiguar adónde va para hacer sus apuestas —dijo. —Estoy
segura de que juega, aunque nunca fue adicto a ello en casa. De hecho, tenía algo
de aversión hacia el juego. Pero ahora está desesperado por dinero, y también con
mucha necesidad ingresos, así que creo que debe estar apostando.
—¿Y luego qué? —dijo.
—Debes encontrar a alguien que lo engañe —dijo ella. —Puede ser difícil
encontrar a una persona así, pero hay hombres que engañan y se ganan la vida
haciéndolo, ¿no es así? ¿Sabes cómo encontrar a una persona así, Miles?
—Me atrevo a decir que podría hacerse —dijo, sus labios temblando. —¿Pero
por qué?
—Hay que convencerlo de que permita a Boris ganar una gran suma —dijo. —
Así Boris pagará todas las deudas de papá y tal vez le quede algo para empezar una
vida decente por su cuenta. Y nunca deberá saber que no debe su buena fortuna a
sus propios esfuerzos y a la suerte. ¿No te parece una idea espléndida?
La miró durante un largo rato en silencio.
—La gente que juega a las cartas con regularidad puede detectar a un
tramposo sin mucho esfuerzo —dijo.
—¿Pero alguien que está haciendo trampa para perder? —dijo ella. —¿Quién
podría sospechar?
—Tendré que pensarlo —dijo. —Es una idea interesante, Abby.
Ella le sonrió.
—¿Eso crees? —dijo ella. —La gente suele pensar que mis ideas son estúpidas,
aunque siempre tienen sentido para mí.
—Abby —dijo, —tienes tanto amor en ti. Tu familia tuvo la suerte de contar
contigo para velar por su bienestar. ¿Aún no sabes nada de Bath?
Ella agitó la cabeza.
—Pero es fácil ser generoso con el dinero de otra persona —dijo. —Miles, no
sabes cuánto dinero necesita Boris.
Él levantó una de sus manos a sus labios.
—Me lo dirás en otro momento —dijo. —La suma no tiene importancia. La
bandeja llegó hace cinco minutos. ¿Vas a servir?
—Oh —dijo ella, mirando de forma inexpresiva a la bandeja del té. —No me
había dado cuenta.

***
—¿Te has divertido, Abby?
El Conde de Severn giró la cabeza para mirar hacia abajo los rizos despeinados
de su esposa. Estaba sentada a su lado en su carruaje, su brazo unido al de él, sus
dedos entrelazados, su cabeza descansando contra su hombro. Sus dos pies
resbaladizos descansaban en el asiento de enfrente, una pose poco elegante pero
bastante entrañable. Estaba tarareando sin parar.
—Mm —dijo ella, y se detuvo para bostezar. —Me encanta bailar. Me he dado
cuenta de que es el único logro musical del que puedo jactarme incluso de la
manera más modesta. No puedo sostener una melodía, y mis dedos desarrollan
una voluntad propia cuando trato de ordenarlos en un teclado. Pero puedo bailar
tolerablemente bien.
Se rió y frotó su mejilla contra los rizos de ella.
—¿Qué logros femeninos típicos tienes? —preguntó. —¿Qué talentos ocultos
no he descubierto todavía?
—Ay, cariño —dijo ella, girando los dedos de los pies y moviéndolos, —Me
temo que no tengo ninguno, Miles. Bordar tolerablemente bien, aunque la seda
tiene el hábito de enredarse desesperadamente justo cuando estoy dibujando a
través de la tela. He intentado anudar, pero parece que sólo mi cerebro se ata a sí
mismo en nudos. Soy tolerablemente buena en acuarelas, pero creo que
mantengo mi pincel demasiado húmedo, porque los colores no dejan de correr y
embadurnar el papel.
—¿Me he casado con una mujer sin logros? —dijo.
—Me temo que sí —dijo ella disculpándose. —Pero sé cómo tratar los resfríos,
los dolores de cabeza, los dolores de estómago, los moretones, los cortes y las
hemorragias nasales. Y sé cómo poner fin a las peleas, las querellas y las lágrimas.
Sé cómo contar historias sin tener que tener un libro abierto ante mí. Y sé cómo...
—Abby —dijo, apretando su mano, —Te creo, querida. Tendré que darte una
docena de niños para que puedas disfrutar usando tus habilidades.
Ella giró su cara hacia el hombro de él.
Te quiero, quería decírselo mientras le besaba los rizos. Te quiero, había
pensado toda la noche como la había visto bailar con otros hombres y brillar con
vitalidad y alegría. Te quiero, él había querido contarle cuando había bailado con
ella y ella se había vuelto hacia él y hablaba sin parar, contándole todos los
detalles de la vida de sus otras parejas de baile que éstas le habían confiado.
Era absurdo. La conocía desde hacía poco más de una semana, y aún era
plenamente consciente de que apenas sabía de ella. Se había casado con ella para
poder tener todas las ventajas de tener una esposa sin los inconvenientes y
obligaciones que habría supuesto casarse con una joven socialmente prominente
como Frances.
Sin embargo, descubrió que tenía que alejarse a la fuerza de Abigail durante
unas horas cada día. Se estaba volviendo alarmantemente enamorado de ella.
Cerró los ojos por unos momentos para apoyar su resolución. Se había ido a
casa a tomar el té para confrontarla con el hecho de que él sabía que ella había
estado en casa de la Sra. Harper el día anterior. Pero no dijo nada después de que
la conversación se había trasladado a su familia y a su hermano.
Él tenía la intención de hablar con ella sobre ello en la cena antes de que se
fueran al baile, o en el carruaje en el camino. Pero se veía tan bonita vestida con
un traje dorado, que había llegado justo ese día, y con sus rizos rebotando, y
estaba tan absurdamente emocionada ante la perspectiva de volver a bailar que
no había encontrado el momento adecuado para hablar.
Y ahora estaba cansada y feliz. Estaba tarareando de nuevo. Sonrió, dándose
cuenta de que su afirmación de ser poco musical no era falsa modestia. No podía
pensar en las palabras para comenzar lo que quería decir.
—Todo el mundo fue amable, Miles, ¿no crees? —dijo ella.
—Sí, creo que todos se han recuperado de la conmoción de saber que una vez
te ganaste la vida —dijo con una sonrisa. —Y no creo que ningún caballero esté
descontento con tu manera sincera de hablar, Abby.
—No debí haberle dicho lo que le dije al Sr. Shelton en la cena, ¿verdad? —
dijo ella con dudas. —Debería haber mantenido la boca cerrada.
—Pero fue él quien mencionó la vergüenza de ser casi tan calvo como un
huevo antes de los treinta años —dijo él.
—Sólo quería que se sintiera mejor —dijo ella. —Pero cuando le dije que
prefería verlo calvo que verlo con una peluca y verlo alejarse en medio de un baile
campestre, no me di cuenta de que Lord Cardigan llevaba una peluca. Debería
haberme dado cuenta. Cuando uno mira de cerca, o incluso no tan de cerca, es
bastante obvio que no es su propio cabello. Es demasiado perfecto y no muestra
ninguna parte irregular Pero no me di cuenta hasta que la Srta. Quail empezó a
titubear. Debí haberme callado entonces, ¿no?
Él se rió.
—Cardigan lo tomó como una broma —dijo. —Tiene buen sentido del humor.
—Lo dije en broma —dijo ella. —Pero la Srta. Quail parecía tan sorprendida.
—¿Cómo pudo pensar que iba en serio cuando le pregunté si se lo ataba por
debajo de la barbilla cuando había una brisa fuerte?
El Conde se rió más fuerte.
Abigail también se rió.
—Seriamente, lo dije como una broma —dijo, —para aliviar la incomodidad
del momento. Pero debería haber abotonado mis labios, ¿no?
Él siguió riéndose.
Capítulo 13

El conde de Severn decidió que hablaría con ella cuanto antes, apenas saliera
de su vestidor. Lo haría antes de que se fueran a la cama. No habría necesidad de
hacer una gran alharaca de ello; simplemente una mención de que alguien le había
comentado el haberla visto entrar a la casa de la Sra. Harper.
Tal vez ella no sabía, él le sugeriría, que la Sra. Harper no era considerada muy
respetable. ¿O quizás había ido allí para tratar de ayudar a su hermano? Pero, por
supuesto, ahora que ella había pensado en un plan definido de cómo liberarlo de
la carga de las deudas de su padre, se daría cuenta de que no había necesidad de
volver a la casa de la Sra. Harper o a cualquier otra casa de apuestas. Eso es lo que
le diría a ella.
Si ella afirmaba, por su propia cuenta, que había estado allí, entonces él
tendría que improvisar.
Por supuesto, su plan para su hermano no funcionaría. Había demasiados
factores que lo hacían un esquema bastante impracticable. Pero él no se lo había
dicho. Estaba muy contenta con su idea. De hecho, sólo había un plan que podía
funcionar, y no estaba del todo seguro de ello.
Se volvió resueltamente cuando oyó la puerta de su cuarto abrirse, y esperó a
que ella cruzara la suya y apareciera en la puerta abierta.
Pero cuando ella lo apareció, él supo que el momento no era el adecuado
incluso entonces. Tenía los costados de su camisón agarrados con las manos de
modo que sus pies y tobillos desnudos se veían debajo, y estaba bailando el vals y
tarareando de nuevo.
Él le sonrió.
—Baila conmigo —dijo ella. —La noche es joven. Todavía no hay ni un destello
del amanecer. Pero será mejor que tú te encargues de la música.
—Abby —dijo riendo, —pensé que ya esta noche te habrías desgastado los
pies hasta los huesos. No te sentaste ni una sola vez, ¿verdad?
—Esto se llama segundo viento —dijo ella, acercándose a sus brazos y
apoyando una mano sobre su hombro. —Baile conmigo, señor, o no será un
caballero.
Bailó y tarareó la primera melodía de vals que se le ocurrió.
—¿Siempre eres tan chiflada? —preguntó él después de un rato. —¿Es
probable que me encuentre bailando al amanecer por el resto de mi vida?
—Hasta el amanecer, sí —dijo. —Miles, ¿Hay unas vistas preciosas en Severn
Park? ¿Hay cimas de colinas o lagos donde podamos bailar al amanecer?
—Si no —dijo, —Haré que construyan las colinas y caven los lagos.
—Y podemos dejarle el amanecer a Dios —dijo. —¿Por qué hemos parado?
—Porque no puedo bailar sin música —dijo, —y no puedo tararear y hablar al
mismo tiempo.
—Entonces deja de hablar —dijo ella.
Era ligera con los pies descalzos y suaves, cálidos a través de la tela de algodón
de su camisón. Sonreía, su cara se elevaba hacia la de él, aunque sus ojos estaban
cerrados.
—¿Estás contenta? —él le preguntó en voz baja, la música se detuvo
bruscamente de nuevo.
—¿Contenta? —Ella abrió los ojos y lo miró, un poco aturdida. —Sí, lo estoy.
—Y yo también —dijo, ahuecando su cara con sus manos y frotando
ligeramente sus pulgares sobre sus mejillas. —Feliz aniversario, Abby —ella sonrió
y sus ojos se posaron en su barbilla y se elevaron a la suya de nuevo.
Sintió un aumento del deseo por ella y supo que el momento de hablar había
pasado esa noche. Tendría que esperar hasta la mañana. Bajó la cabeza y la besó,
haciendo que sus labios se separaran con los suyos y con su lengua, esperando que
ella se relajara y abriera la boca antes de deslizar su lengua hacia el interior y
acariciar la cálida y húmeda carne que había allí.
—¿Es esa una forma común de besar? —ella le preguntó cuando él le bajó la
boca a la garganta.
—Sí, supongo que sí —dijo. —¿Te importa?
—No —dijo ella. —Oh, no. Si alguien me lo hubiera descrito, pensaría que
sería repulsivo pero no lo es.
Desabrochó los botones de su camisón mientras le arrojaba la cabeza hacia
atrás y le cerraba los ojos. Él levantó el camisón sobre de sus hombro, lo deslizó
por sus brazos y lo dejó caer al suelo.
—Oh —dijo ella, con la cabeza levantada y los ojos abiertos. —Oh.
—No te avergüences —dijo, sujetándola por los hombros, mirándola. —Eres
mi esposa, Abby. Y eres hermosa. No lo hagas… no te avergüences… —dijo con
firmeza, acercándola contra él y bajando la boca a la de ella mientras ella respiraba
para hablar, —dime que eso es una mentira…. Pues no, ¡eres hermosa!
No era voluptuosa. Pero era delgada y joven, firme y de proporciones
agradables. Ella era hermosa. Y él estaba ardiendo por ella.
—Voy a dejar las velas encendidas —le dijo mientras la llevaba de vuelta a la
cama que estaba detrás de ella. —¿Te importa?
—Sería una tontería decir que sí, ¿no? —dijo ella. —Lo que sucede, ya sea que
sea oscuro o claro, y tú has visto casi todo lo que hay que ver de mí. Por supuesto
—dijo ella, ruborizándose de repente, —Y yo no he visto...
—Yo —dijo él, sonriéndole mientras se quitaba primero la bata y luego la
camisa de dormir. —Pero ahora sí, y parece que sigues viva y que no has sufrido de
un ataque al corazón por verme...
—Cuidé a mi padre durante un año —dijo ella mientras él se acostaba a su
lado y le deslizaba un brazo por debajo del cuello. —Pero no sabía que un hombre
podía ser tan hermoso, Miles. Excepto en las cuadros de los dioses y héroes
griegos, por supuesto.
Él la besó de nuevo, y ella abrió la boca ansiosamente a su lengua, rodeándola
con la suya propia, chupándola, envolviéndola con los brazos sobre los hombros. Y
sintió que su temperatura se elevaba con la suya.
La exploró con sus manos, sus dedos y su boca, usando la experiencia de años
para despertarla aún más, para que se retorciera y gimiera en la cama. Y sus
manos se movieron sobre él, al principio explorando tímidamente su pecho y la
parte superior de su espalda, al final tocándolo por todas partes con los dedos en
busca, exigiendo sus manos.
—Abby —dijo, bajándose sobre ella, entre sus muslos cuando se sintió cerca
de la locura. —Abby —dijo otra vez, levantándola con sus manos, estabilizándola,
suavizándola. —Abby.
Ella se movía con él, girando sus caderas contra sus manos al ritmo de sus
empujones y retiradas, jadeando con él, gimiendo con él.
—Abby —dijo, casi más allá de la locura, desconocía su clímax, no estaba
seguro de lo cerca que estaba ella de alcanzarlo, conteniendo el suyo por pura
determinación.
—Sí.— Su voz era un susurro, su cuerpo aún con tensión. —Sí. Sí.
Se movió en ella.
Él deslizó de sus brazos alrededor de ella y la abrazó fuertemente mientras
ella gritaba su nombre y se sacudía contra él. La sostuvo con fuerza mientras ella
se estremecía bajo él y susurraba su nombre una y otra vez. Luego soltó su control
y se dirigió hacia dentro, soltando su semilla profundamente en ella.
—Abby... —dijo, apoyando su mejilla contra un suave rizo de rizos sobre su
oreja, dejando caer todo su peso sobre su tembloroso cuerpo mientras sus brazos
se elevaban a su alrededor, relajándose como nunca antes se había relajado.
Luego él se durmió.
***
Todo fue diferente, y el mundo era un maravilloso, maravilloso lugar. Abigail
se sorprendió al descubrir cuando pasó por su propia habitación en el camino
hacia el desayuno desde su camerino que estaba lloviendo afuera. Pero el sol
brillaba justo detrás de esas nubes, pensó, mirando hacia arriba por la ventana y
sonriendo.
Corrió ligeramente por las escaleras. Llegó tarde. Se había quedado dormida a
pesar de sí misma.
—No tiene sentido dormir ahora —le había dicho a su marido después de su
tercer amor, cuando ya era de día. —Deberíamos levantarnos e ir a galopar por el
parque, Miles. Creo que lo tendríamos todo para nosotros.
—Yo también lo creo —había dicho, —pero preferiría dejárselo a los pájaros
hasta una hora más tarde. Mucho más tarde. Duérmete, Abby.
Y él había enganchado las mantas con un pie, las había agarrado con una
mano, y las había puesto encima de ella. Había estado acostada encima de él,
donde él la había colocado para el amor, sus piernas se extendían cómodamente a
ambos lados de las suyas.
Ella lo había llamado un pobre deportista, excavado su cabeza para encontrar
el acogedor hueco entre su hombro y cuello que se había convertido en su lugar
regular de descanso, se durmió rápidamente.
No sabía cómo, más tarde, él había salido de debajo de ella y de la cama sin
despertarla, ya que ella siempre se había considerado una durmiente ligera, pero
él lo había hecho. Se había despertado de costado, con la cara en una mano, las
mantas apiñadas a su alrededor, su persona muy desnuda debajo de ellas. Se
había sonrojado por recibir el beneficio de la habitación vacía.
La sala de desayunos también estaba vacía, como descubrió cuando Alistair le
abrió las puertas, aunque la comida aún estaba en el aparador.
—¿Su señoría? —preguntó ella.
—En el estudio, mi Lady —dijo, y caminó diligentemente por el pasillo para
abrirle la puerta.
Estaba parado en el escritorio mirando su correo. Y de repente se sintió
tímida, recordando la noche anterior, cuando él miró su cuerpo desnudo y la llamó
hermosa, y ella le había creído. Cuando le entregó los secretos que quedaban de
su cuerpo y exploró los secretos de él. Cuando se habían amado y dormido, amado
y dormido, amado y dormido a través de lo que había quedado de la noche y hasta
el amanecer.
Descubrió entonces que había algo más allá de los dolores y la excitación que
siempre la había llevado a la decepción y a una insatisfacción sin nombre durante
la primera semana de su matrimonio. Ahora había dejado de lado cualquier
inhibición a la que se había aferrado durante esa semana.
Entonces perdió los últimos rincones de su corazón por culpa de su marido.
Ella lo amaba con toda la pasión que no esperaba poder concentrar en ningún
otro hombre.
Sin embargo, de pie en su escritorio, vestido como de costumbre, tan
inmaculadamente guapo como siempre, parecía de nuevo remoto, desconocido,
no el hombre que había compartido horas de pasión desnuda con ella en la cama
de arriba unas horas antes.
Se sentía tímida.
—¿Anoche aturdimos al cuco? —le preguntó, dejando sus cartas y volviéndose
para sonreírle. —Me vi obligado a leer el periódico en la mesa del desayuno, sólo
con eso para hacerme compañía.
Ella corrió a los brazos que él le tendió y levantó la boca para que él la besara.
—¿Cómo pudiste salir de debajo de mí sin despertarme? —preguntó ella, y
sintió la sangre correr por su cara.
—Muy lentamente —dijo, —y con el acompañamiento de muchos murmullos
de quejidos de tu parte. Hay suficientes invitaciones aquí para mantenernos
corriendo 48 horas al día toda la primavera, Abby. Te dejaré elegir. Escoge las que
te gustaría aceptar.
—¡Oh! —dijo ella, —pero me gustaría asistir a todas. ¿Cómo sé que al asistir a
un evento no nos perderemos de algo importante en otro?
Escogió una carta de la parte superior de la pila.
—¿Te apetece una noche literaria en casa de la Sra. Roedean? —preguntó.
Ella puso mala cara.
—No, no particularmente.
Lo tiró a la canasta junto al escritorio.
—Así es como se hace —dijo, sonriéndole. —Abby, necesito hablar contigo.
Ella no confiaba en su expresión. No quería que le hablaran. Ella quería estar
enamorada. Quería ser amada. La noche anterior, él la había llamado hermosa, no
simple, sino hermosa. Y la había hecho sentir hermosa en lo que le había hecho a
ella y con ella en las siguientes horas. La había hecho sentir que había entrado en
ella porque le daba placer hacerlo, porque necesitaba estar en ella, no sólo porque
estaba plantando su semilla. Y le había hecho sentir que un matrimonio, un
compromiso de amor, estaba comenzando; no era sólo un embarazo para que
pudiera ser llevada a Severn Park en el verano y dejarla allí.
Ella no quería hablar.
—No quiero hablar —dijo con recelo.
—¿Qué? —dijo sonriendo y extendiendo una mano para apoyarse en su
frente. —¿No quieres hablar? Debes estar enferma por algo.
Ella no dijo nada. Lo conocía lo suficiente como para saber que a pesar de la
ligereza de su tono y su manera de burlarse, él tenía algo serio que decirle. ¿Iba a
enviarla temprano a Severn Park? ¿Anoche había sido un final, una despedida, en
vez de un principio? Ella lo había malinterpretado en su ingenuidad.
Tomó las dos manos de ella y las sostuvo calurosamente.
—Abby —dijo, —No quiero que malinterpretes lo que voy a decir. No tengo
intención de ser un tirano, dictando lo que haces y a dónde vas y con quién te
asocias. Eres un adulto que ha conocido una responsabilidad considerable en su
vida. Pero siento el deber de protegerte de personas y peligros que quizá no
conozcas.
Él sabía lo de Rachel, pensó ella.
—He oído mencionar el hecho de que usted visitó a la Sra. Harper anteayer —
dijo.
—Sí —dijo ella. —Lo hice.
—Te sugerí en el baile de Lady Trevor que quizás no es una amistad adecuada
—dijo.
—Sí —dijo ella. —Lo hiciste.
—¿Aun así la visitaste, Abby?
—Sí, lo hice.
Buscó los ojos de ella con los suyos.
—¿Puedes decirme por qué? —preguntó.
Sería fácil. De hecho, era inevitable. Ella le contaría todo, y él podría
aconsejarla sobre la mejor manera de que ella obtuviera la custodia de Bea y Clara.
Sería un gran alivio para ella confiar en él. Y él iría con ella a casa de Rachel esa
tarde.
Pero él lo sabría. Conocería a quién había amado la noche anterior, a quién
había llamado bella. Él sabría en quién había gastado cinco de las seis mil libras
que había puesto a su disposición.
Ella quería que la amara, que la admirara, que la respetara.
—Pensé que sería lo más cortés —dijo, —después de haber conocido a Lady
Trevor.
—¿No lo hiciste por desafiarme? —frunció el ceño.
—No —ella agitó la cabeza.
—¿No fue como cortarte el pelo? —preguntó sonriendo fugazmente.
—No.
—Pensé que tal vez tenía algo que ver con tu hermano —dijo. —Creí que
habías oído que estaba apostando allí y que habías ido a rogarle a la Sra. Harper
que no lo dejara jugar con demasiado ímpetu.
—Sí —dijo ella, iluminada. —Eso fue exactamente, Miles. No quería decírtelo.
Pero lo adivinaste tu solo. Ella fue muy amable y comprensiva. Dijo que no
permitirá que Boris vuelva a jugar a las cartas allí. Por supuesto, ella había
sospechado, porque él es muy joven, que no es un jugador empedernido; y no
tiene ningún deseo de verle ir a su ruina o terminar en la prisión por deudor.
Tomamos el té juntas y estábamos de acuerdo cuando me fui. No es tan mala
como crees, Miles. Ella...
La estaba mirando con atención. Aun así, le cogió las manos. Y él sabía, por
supuesto, que le estaba mintiendo. Desearía poder recordar sus palabras. Ella
deseaba haberle dicho la verdad o al menos simplemente haberle dicho que no le
podía decir por qué había estado en casa de Rachel. Pero ya era demasiado tarde.
—Ella fue amable —dijo tontamente.
—Me alegro —dijo, volviendo a apretarle las manos. —Veré cómo poner en
marcha tu plan lo antes posible, Abby, y tu hermano ya no tendrá necesidad de ir a
casa de la Sra. Harper ni de nadie más. Entonces, ¿tú misma no volverás a ir allí?
—No —dijo ella tragando. Y se sintió desdichada al decirlo. Una cosa era
mentir sobre un evento pasado. Se sentía infinitamente peor mentir sobre el
futuro, para asegurarle que no volvería a ir a casa de Rachel cuando sabía muy
bien que iría allí esa misma tarde.
—Abby —dijo, —no estás en problemas, ¿verdad?
—¿Problemas? —dijo ella. —¿En qué clase de problemas estaría yo metida?
—No lo sé —dijo. —¿No has contraído ninguna deuda imprudente y te
encuentras con que no puedes cumplirla?
—No, por supuesto que no —dijo ella.
—¿Me lo dirías si fuera así? —dijo. —¿No me tendrías miedo?
—Qué tonto eres —dijo ella. —¿Es porque pedí todo ese dinero por
adelantado? Es sólo que quiero comprar algunas cosas bonitas para las chicas
antes de irnos a la finca. Y quiero comprar los regalos de Navidad de este año. No
ha habido regalos durante tres años, excepto los que pude hacer yo misma. Y no
soy hábil con mis manos.
—¿Navidad en abril, Abby? —dijo.
Ella le sonrió lamentablemente.
Levantó una de sus manos a sus labios y la besó.
—Nunca me tengas miedo, ¿quieres? —dijo. —Quiero un matrimonio contigo,
no una relación de amo y sirviente.
—Qué tonto eres al hablar —dijo ella. Pero ella le miró a los ojos y tuvo que
tragar contra un nudo en su garganta. Deseaba poder retroceder, incluso diez
minutos, para poder dar diferentes respuestas a sus preguntas.
¿Pero para decir la verdad? ¿Para admitirle quién era la Sra. Harper? ¿Y
quiénes eran las dos niñas que él había acordado permitirle que se criara en su
propia casa? ¿Y qué había sido su padre?
¿Y quién era ella? Pero no, ella no necesita decir eso. Ningún alma viviente lo
sabía, excepto ella.
—He prometido visitar a Prudence esta mañana —dijo ella. —Ella tuvo la
amabilidad de invitarme, aunque tu madre y Constance todavía están un poco
enfadadas conmigo. Sin embargo Constance se ha tranquilizado un poco por el
corte de pelo, ya que cree que lo hice por consejo suyo y que no quería desestimar
sus recomendaciones.
—Yo acepté ser el contendor de Thornton en Jackson's esta mañana —dijo él.
—¿Te veré en el almuerzo?
—Sí —dijo ella, —Miles, pero si no nos damos prisa, tendríamos que ir a
almorzar desde aquí. Debo irme.
—Ve, entonces —dijo, inclinándose hacia adelante para besarla en los labios y
soltando sus manos al fin. —¿Debo deshacerme de estas invitaciones o las
atenderás más tarde?
—Las atenderé luego —dijo ella, volviéndose hacia la puerta.
—¿Pasamos la tarde juntos? —preguntó. —¿La Torre, quizás?
—Oh —dijo ella. —He aceptado ir a caminar con Lady Beauchamp.
Se mordió el labio cuando anticipó su respuesta.
—¿Otra vez? —dijo, con las cejas levantadas. —¿No caminaste con ella
anteayer?
Sí, lo había hecho, y lo había olvidado hasta que las palabras salieron de su
boca. Además, estaba lloviendo y no era apto para caminar. Ella odiaba mentir. No
vería a Rachel después de hoy, se juró a sí misma, y nunca más volvería a mentirle
a Miles.
—Se está convirtiendo en una amiga especial —dijo, cruzando por la puerta
antes de que él pudiera hacer algún otro comentario.

***

—No anticipé que tendría tantos problemas con la casa —dijo la Sra. Harper.
—No es fácil irse por un año o más, Abigail, y hacer los arreglos adecuados para la
ausencia.
Abigail caminó hacia la ventana de la pequeña y desordenada oficina donde se
había entretenido en su anterior visita a su madrastra. No dijo nada.
—La casa es alquilada, por supuesto —explicó la Sra. Harper. —Ahora, usted
podría pensar que lo mejor para mí sería dejar el alquiler, pero entonces está todo
el problema de qué hacer con mis posesiones. Además, me gusta la casa y la
ubicación y me gustaría saber que estará aquí a mi regreso. Pero el propietario
exige un año entero de alquiler por adelantado. Y, por supuesto, hay que pagar al
personal, y me gustaría dejar la tradición de entretenimiento que me ha costado
mucho construir en manos de un gerente competente. Tristemente, Abigail, no
veo cómo voy a ir al continente después de todo —ella suspiró. —Pero quizás
también sea para bien. Sin duda, el verano que pasaré con mis hijas será más
gratificante.
Abigail observó a un par de peatones que se movían lentamente por la calle,
aunque no los vio en absoluto.
—¿Cuánto? —preguntó.
Su madrastra se rió.
—Ya has sido muy amable, Abigail —dijo ella. —No podría pedirle más de su
amabilidad. No se puede hacer con menos de dos mil libras, y no te las pediría.
Abigail se giró desde la ventana.
—¿Estás preguntando? —dijo ella. —Pero la respuesta es no, Rachel. Fui una
tonta al ceder ante ti la primera vez. Debí haber sabido que las demandas nunca
terminarían, que el futuro de las niñas nunca se establecería con seguridad de esta
manera. Supongo que lo sabía, pero lo esperaba. Solías gustarme y sentir lástima
por ti. Pensé que eras decente, que sólo la borrachera y la crueldad de papá te
habían llevado a hacer lo que hiciste. Tal vez fue así, pero ya no. Te has convertido
en una mujer sin corazón que usará a dos niñas indefensas, tus propias hijas, para
ganar el dinero y el lujo que anhelaste.
—¡Abigail! —su madrastra le agarró las manos al pecho. —¿Cómo puedes
decir esas cosas? ¿Te pedí el dinero que me diste? ¿No acabo de decir que no voy
a pedir más? ¿Soy yo la desalmada? Creo que tu repentina buena fortuna ha
destruido tu capacidad de sentir compasión. Solías ser una chica de buen corazón.
Siempre te he querido.
—Hablaré con Miles —dijo Abigail. —Estoy segura de que sabrá qué hacer
para que Beatrice y Clara puedan crecer con un futuro seguro. Lucharé por ellas,
Rachel. Pero no habrá más dinero.
—¿No le has hablado de mí? —la Sra. Harper sonrió. —¿Por qué, Abigail? ¿Te
avergonzabas de mí y de tu conexión conmigo? Supongo que tienes una buena
razón para estarlo, ¿no? Un esposo de una semana podría quedar algo
sorprendido al enterarse de tal cosa acerca de las conexiones de su esposa. ¿Sabe
lo de tu padre?
Abigail cruzó la habitación hasta la puerta. Puso la mano en el mango.
—No funcionará, Rachel —dijo ella. —Voy a contarle todo. No tendrás más
poder sobre mí. Y no creo que descubras que las chicas son un arma poderosa. Los
abandonaste hace seis años, ¿recuerdas? —ella giró la perilla.
—¿Su marido sabe de ti? —dijo la Sra. Harper.
Abigail se congeló.
—¿Sobre mí? —dijo ella.
Su madrastra se rió.
—Sería un escándalo delicioso, ¿no? —dijo ella. —Por supuesto, me imagino
que tú y yo somos las únicas dos personas en el mundo que lo sabemos. Y tu
secreto puede estar a salvo conmigo, Abigail.
—¿Qué secreto? —Abigail había vuelto a soltar la perilla. Se sintió como si
hubiera entrado en medio de una pesadilla.
La Sra. Harper se rió de nuevo.
—Tu padre me lo dijo —dijo ella, —poco después de casarnos, cuando una
noche fue engañado y estaba sintiendo lástima de sí mismo. Me pregunté qué
había hecho, Abigail, al casarme con una familia así.
—No sé de qué estás hablando —dijo Abigail, pero las palabras le sonaban
patéticas y tontas hasta a sus oídos. Y había un zumbido sordo en esos oídos.
—El mundo de los novios estaría encantado con la historia, estoy segura —dijo
la Sra. Harper. —Eso mantendría a todos excitados durante toda la semana, lo
juro. ¡Y no le encantaría a tu marido encontrarse en el centro de todo esto!
Abigail no pudo pensar en nada que decir.
—Tal vez Severn tenga dos mil libras de sobra —dijo su madrastra. —Estoy
segura de que no se perdería una suma tan insignificante, y sería dinero bien
gastado, ¿no es así, para preservar su buen nombre y el de su nueva Condesa?
Abigail se volvió para mirarla.
—O tal vez le tienes cariño —dijo la Sra. Harper. —¿Lo tienes? Apenas puedo
culparte, debo admitirlo. Podría pasar una noche en mi alcoba cuando quisiera. Sí,
después de toda una semana, estoy segura de que le tienes mucho cariño. Sería
una pena perder su favor tan pronto, ¿no? ¿2.000 libras, Abigail, para mantener
sus caricias un poco más? ¿Es una fortuna demasiado grande?
—Eres una mujer malvada —dijo Abigail. —Y después de que se paguen las
dos mil libras, ¿cuánto pedirás a continuación?
—Ah, Abigail —dijo la mujer, —No soy codiciosa. Dos mil y se acabará el
asunto. No he dicho nada en todos estos años, ¿verdad? Y tampoco diré nada en el
futuro.
Abigail se volvió a dar la vuelta y abrió la puerta.
—Una semana —dijo la Sra. Harper. —Si no he tenido el placer de tu
compañía otra vez en ese tiempo, Abigail, puedes informar a Severn, si lo desea,
que lo llamaré.
Abigail se fue sin decir una palabra y sin mirar atrás.
Capítulo 14

—Bien, Ger —el conde de Severn, estaba sonriendo a su amigo. —¿Es la nariz
roja un producto de tu resfriado o de los puñetazos que te acaban de dar? No
podía creer la evidencia ante mis propios ojos cuando te vi entrenando esta
mañana.
—Si Dibbs no se pavoneara tanto, como un maldito maestro de baile —dijo Sir
Gerald Stapleton, tocándose la nariz con cautela, —uno podría concentrarse en
descubrir dónde va a caer el próximo puño. Yo lo llamo antideportivo.
El Conde se rió.
—¿Esperas que anuncie su estrategia? —dijo. —¿Gancho de izquierda a la
mandíbula en el camino? Espera a que llegue el arriba corto derecho… ¿ahora?
—Eliges burlarte de mí —dijo su amigo cuando salieron juntos de la gimnasio
de Jackson y se voltearon en dirección de White´s. —No todos somos Corinthians 17
como tú, Miles.
Lord Severn miró al cielo.
—La luz del sol se mantiene —dijo. —Tenía miedo de que después de la lluvia
de ayer, hoy no fuera adecuado para el picnic de Abby. Quiero que sea perfecto.
¿No te has olvidado de ello, Ger?
—No —dijo el otro. —¿Cómo podría olvidarlo, si tú o tu esposa me lo
recuerdan todos los días… como en un coro griego?
El Conde le sonrió. —¿Abby también te lo ha estado recordando? —preguntó.
—¿La has visto?
—Ayer —dijo Sir Gerald. —Caminaba por el parque a pesar de todos los
charcos y la oscuridad.

17
NT. En referencia a un hombre cristiano, habilidoso, que a veces puede lucir frío aunque goza de la simpatía y el apoyo de la
gente. Tradicionalmente, los Corintios fueron una comunidad cristiana de la antigua Grecia.
—Ah, sí —dijo el Conde. —Estaba con Lady Beauchamp. Parece que
rápidamente se han hecho amigas. No puedo decir que lo siento. Me gusta la
dama. Parece que ha domesticado al viejo Roger.
—Estaba sola cuando la vi —dijo Sir Gerald. —Lady Severn, quiero decir. Tenía
la cabeza baja y vagaba como si su mente estuviera a un millón de millas de
distancia.
—Ah —dijo Lord Severn. —No se sentía bien anoche, aunque insistió en ir
conmigo al concierto de Sefton. Esta mañana tampoco estaba de buen humor,
aunque juró que estaría muy bien de salud y ánimo para el picnic. Está planeando
un determinado asedio a tu corazón, Ger. Imagino que el cabello castaño de la
Srta. Seymour se verá beneficiado con el sol, ¿no?
Pero Sir Gerald no mordió su cebo, como él esperaba que lo hiciera. Su amigo
caminaba a su lado, frunciendo el ceño, mirando tan lejos como había dicho que
estaba Abigail el día anterior.
—Mira, Miles —dijo abruptamente al fin. —No es asunto mío. Ya me lo has
dicho antes, y puedo verlo con mis propios ojos. Creo que le tienes mucho cariño,
y estoy decidido a que me guste.
—Ella no puede obligarte a ir al altar —dijo el Conde, dándole una palmada en
la espalda. —No se lo permitiré, Ger. Ayudaré a preservar tu libertad con mi vida.
¿Estás tranquilo?
—¿Eh? —Sir Gerald lo miró con la mirada perdida. —Oh, eso. Escucha, Miles,
no sé si debería decirte esto o no. Podría arruinar tu matrimonio si lo hago, o
podría arruinarlo si no lo hago. Y tengo que decirte que me molesta que me
pongan en esta situación. No pude dormir anoche pensando en ello. Y no había
ninguna Priss al que quien acudir.
Lord Severn dejó de caminar. Miró fijamente a su amigo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
—Fui a caminar con ella —dijo Sir Gerald. —Parecía lo correcto, ya que por
alguna razón no tenía ni siquiera una criada con ella que la acompañara. Y me
pareció lo más civilizado, dado que yo soy tu amigo y todo eso. Además, había
decidido que debía conocerla mejor y aprender a quererla. Dios —levantó el
sombrero para pasar los dedos por sus rizos. —No lo sé, Miles. ¿Por qué estamos
aquí parados?
—Porque estamos casi en el club White´s —dijo el Conde, —y esto suena
como una charla privada. Será mejor que vayamos en otra dirección, Ger. ¿Qué ha
pasado? No intentaste nada con ella, ¿verdad? —su voz era apretada y cortada.
—¿Eh? —Sir Gerald le frunció el ceño. —¿Quieres decir si intenté coquetear
con ella? ¿Por quién me tomas, Miles? Ella es tu esposa. Además, tengo a Priss.
No, en realidad no, ¿verdad? Que el diablo se lo lleve, podría matar a ese pariente
de Priss con mis propias manos. Será mejor que la trate bien, eso es todo lo que
puedo decir. Más vale que no le tire a la cara el hecho de que era una cortesana.
Lo mataré y lo cortaré en pedacitos.
—Buen Señor —dijo impaciente el Conde—, ¿cuándo vas a admitir que estás
enamorado de la muchacha, Ger? Pero, ¿no te has pasado de la raya?
—Que el diablo se lo lleve —dijo Sir Gerald, caminando por la acera en la
dirección marcada por el Conde. —Lady Severn parloteaba sobre todas las cosas
mundo como si alguien le hubiera dicho que tenía que hablar de toda su vida en la
siguiente media hora y permanecer en silencio para siempre. Y luego me puso en
el dilema. Ni siquiera debería haber empezado a decirte esto.
—Pero lo hiciste —dijo secamente el conde. —Será mejor que termines ahora.
—Mira —dijo Sir Gerald, —Puede que esté lejos de la realidad, Miles. Puede
haber una explicación perfectamente decente. Tal vez ella quiera comprarte un
regalo especial sin que lo sospeches, en cuyo caso yo le estoy estropeando las
cosas. O tal vez estas muy cerca de ella y ella quiere algo para sí misma. No lo sé.
No lo sé. Nunca te consideré avaro, pero nunca se sabe lo que pasa entre un
hombre y su esposa. Le compraste toda esa ropa y joyas, por supuesto.
—Gerald —el Conde dejó de caminar de nuevo. —Estás empezando a sonar
muy parecido a Abby. ¿Te importaría ir al grano esta mañana, ya que hay un picnic
al que asistir esta tarde?
—Creo que debe haber perdido un montón de dinero en casa de la Sra.
Harper —dijo Sir Gerald. —Creo que sí, Miles, y tiene demasiado miedo de acudir a
ti. Me preguntó si le podía prestar 1.500 libras. Me dijo que no podría devolverlas
durante un año, pero que me pagaría fielmente y en su totalidad al terminar ese
lapso. Me pidió que no te dijera nada. No sé si se dio cuenta de que yo evitaba
comprometerme.
—Mil quinientas libras —Lord Severn miró a su amigo sin moverse. —Así de
fácil, ¿pidió tanto dinero? ¿Dio alguna razón?
—Creo que dio unas seis —dijo Sir Gerald, —pero para entonces su parloteo
se había vuelto algo incomprensible. Incluso había algo sobre los regalos de
Navidad, si no me equivoco. No sé si se refería a la Navidad pasada o la próxima.
Ha estado apostando, Miles, créeme. Y no lo digo por despecho. Es la única
explicación que encaja.
—O su hermano ha estado apostando y perdiendo —dijo el Conde. —
Alrededor de siete mil quinientas libras, o más bien siete, supongo. Ella me
compró un prendedor…
Sir Gerald se quitó el sombrero y volvió a pasar los dedos por su pelo.
—¿Ya ha recibido dinero de ti? —dijo. —Que el diablo me lleve, Miles, ¿por
qué tuve que quedarme atrapado en medio de esto? Me siento como un villano
diciéndote, pero no puedo quedarme quieto y dejar que la esposa de mi amigo se
meta en esto sin tratar de advertirle. Ella necesita que la tomen de la mano, y
mantenga sus puños a los costados, por favor. Lo digo en serio.
—Ger —el Conde se frotó la mandíbula con una mano. —Necesito estar solo.
Tengo que pensarlo. Su hermano estará en el picnic esta tarde. Tal vez hable con él
primero antes de Abordar a Abby. Te veré más tarde.
—Dios —dijo Sir Gerald, —No sé si he hecho lo correcto. Priss habría sabido
qué es lo correcto. Pero ella no está aquí.
—Una cosa —dijo Lord Severn. —¿Ger aceptaste darle el dinero?
—Habría querido —dijo Sir Gerald, —pero ella se fue corriendo antes de que
yo le diera mi respuesta. No había una razón aparente: no había nadie que viniera,
nadie a la vista. Pero se dio la vuelta sin decir una palabra y se fue corriendo, justo
en medio de un charco. Creo que tal vez fue eso, Miles. Quiero decir, creo que
quiere ayuda. No sólo necesita, sino que la requiere, pero no sabe muy bien a
quién acudir. No has sido duro con ella, ¿verdad?
—Nada más que golpearla todas las mañanas —dijo el Conde irritado. —Te
veré luego, Ger.
Y se alejó mientras su amigo lo miraba con ojos perturbados.
Era el hermano. Boris. Tenía que ser así, decidió el Conde. ¿Pero siete mil
libras para pagar sus deudas de juego sólo para que pudiera seguir jugando con la
esperanza de ganar lo suficiente para pagar las deudas de su padre? Estaban locos,
los dos.
Pero, ¿por qué no había acudido a él? Le había rogado justo la mañana
anterior que nunca le tuviera miedo. Le había dicho que así, sin miedos, era el
matrimonio que quería con ella. No le había dicho que la amaba. Parecía una cosa
absurda decir después de sólo una semana de matrimonio y de tan poco tiempo
de conocerse. Pero ella debe haber sabido que sus sentimientos estaban
involucrados en su relación. Además, había sucedido el encuentro de la noche
anterior, con sus mágicos juegos amorosos.
Pero ella no había acudido a él. En su lugar, había ido a Gerald. El pensamiento
le hizo enojar. Si la tuviera allí con él en ese momento, probablemente se habría
detenido en medio de la calle para sacudirla hasta que su cabeza se le
desprendiera del cuello.
¿Fue eso lo que la enfermó, la necesidad de más dinero? Había estado pálida y
apática y distraída la noche anterior, y cuando la interrogó, le explicó que era el fin
de su mes y que siempre estaba enferma y fuera de sí durante uno o dos días.
Incluso había elegido dormir en su propia habitación la noche anterior y, como
resultado, le había generado una noche inquieta, sin poder dormir. Había pasado
la noche despertándose y extendiendo la mano hacia la cama vacía en su ausencia.
Había echado de menos la cabeza de ella, golpeando y excavando en el hueco que
había entre su hombro y su cuello.
Una de sus antiguas amantes siempre había sufrido calambres y dolores de
cabeza durante esa semana particular de su mes. Quizás Abigail era igual, aunque
sin duda la preocupación por el dinero y la incapacidad de confiar en él lo había
empeorado. No se había reunido con él para desayunar esa mañana, sino que
había estado sentada tranquilamente en su sala de estar, sin hacer nada; así la
encontró cuando él se le acercó antes de salir de la casa.
¡Maldita sea!, pensó. No necesitaba esto. Se casó con ella porque quería una
vida pacífica, porque quería preservar su libertad e independencia mientras
disfrutaba de todas las ventajas de ser un hombre casado. No quería involucrarse
con una mujer que rápidamente se había vuelto adicta a los juegos de azar o que
tenía la tonta idea de que podía salvar a un hermano de la ruina pagando sus
enormes deudas de juego.
Si fuera sabio, iría a casa, le daría una buena paliza y la enviaría al campo,
preferiblemente no a Severn Park.
Excepto que la idea era absurda. Por un lado, en realidad, nunca había sido
capaz de ver la lógica de golpear a su esposa, o a sus hijos, simplemente porque
tenía una fuerza física superior. Por otra parte, no podría llevar a Abigail a la finca
sin ir con ella. Estaba suficientemente loco como para enamorarse de ella.
Además, el matrimonio no era como él esperaba que fuera. No había manera
de preservar la libertad y la independencia una vez que uno se casaba. Era una
contradicción de términos. Le gustara o no, su vida estaba ahora
inextricablemente ligada a la de Abigail, y la de ella a la de él. Una paliza y un
destierro podrían aliviar momentáneamente su ira, pero no resolverían nada en su
matrimonio.
Si había que creer a Gerald, no había pedido dinero de manera muy
elocuente. Su comportamiento había sugerido que estaba bastante perturbada.
¡Pobre Abby!
Sus pasos se aceleraron en la dirección del hogar.

***

Abigail estaba en una calesa abierta, girando una sombrilla amarilla sobre su
sombrero de paja, sonriendo alegremente a los caballeros de la reunión, que
paseaban cerca de ella, y charlando con gran animación con Laura, Constance, y
Srta. Lestock, la amiga de Constance.
Nadie que la mirara habría adivinado lo desgraciada que se sentía. O cuán
avergonzada estaba.
Había caminado a casa desde el parque el día anterior, después de haber
enviado el carruaje a casa más temprano, ansiosa por encontrar a su marido,
reventando para contarle toda la sórdida historia. Todo. Debía tomarlo como
pudiera. Quizás en lo que ella le diría habría motivos para el divorcio. Tal vez era
posible que un hombre obtuviera el divorcio si una dama, una mujer, se casaba
con él bajo falsos pretextos. Quizás se dirigía al peor escándalo de la década.
Pero cualesquiera que fueran los resultados, ella iba a decírselo.
Si tan sólo hubiera estado allí cuando ella llegó a casa. ¡Ojalá! La pesadilla
habría terminado. En cambio, él estaba afuera, pero su madre y Prudence estaban
arriba en la sala de estar, esperando a que ella regresara.
Habían sido muy amables. Prudence la había abrazado y le había dicho lo feliz
que la visita de Abigail la había hecho a ella y a sus hijos esa mañana, y Lady Ripley
le había dicho que ella y Miles debían unirse a su fiesta en el concierto de Lord
Sefton esa noche.
—Te has comportado con mucho espíritu en la última semana, querida —
había dicho ella. —Y si es cierto que te has visto obligada a trabajar para ganarte la
vida, también es cierto que no has hecho nada para ocultar tu pasado, sino que
has mantenido la cabeza alto y has sido bastante franca acerca de ti y tu pasado
reciente. Y Miles está enamorado de ti. Eso es evidente. Estoy orgullosa de ti.
Abigail habría estado encantada con el nuevo estado de amistad con su suegra
si no hubiera ocurrido en un momento tan inoportuno.
Cuando Miles llegó a casa, se sentía literalmente enferma y sufría de parálisis
verbal. En vez de correr a sus brazos y contarlo todo, como ella había planeado
hacer, no había dicho nada más que inventar un arsenal de mentiras deprimentes
sobre su tarde con Lady Beauchamp.
Le había dicho que estaba enferma. Y había usado esa excusa para pasar la
noche en su propia cama, incapaz de hacer el amor con tanta carga en su
conciencia. Pero había dado vueltas y vueltas y había llorado silenciosamente toda
la noche.
—Cambiaría de lugar con usted en un santiamén, señor —dijo ella ahora
riendo a Lord Darlington, quien había estado burlándose de las damas por la
comodidad con la que viajaban, —excepto que me vería muy bien en una silla de
montar masculina y no sabría muy bien qué hacer con mi sombrilla.
—Pero… Yo podría sombrear mi tez con ella, madame —dijo, riéndose de ella.
—Su propósito no es protegerme del sol —dijo Abigail, —sino hacerme ver
hermosa y seductora.
—Este es el momento en que usted debe inclinarse desde la silla de montar,
Darlington, y asegurarle a la dama que no necesita sombrilla para lograr ese efecto
—dijo Sir Gerald Stapleton.
Todos se rieron, y Lord Darlington se inclinó hacia adelante para hacer un
comentario a Constance.
Podría morir de vergüenza, pensó Abigail, mirando a Sir Gerald y sintiendo que
sus ojos se deslizaban de nuevo. Siempre había tenido la alarmante costumbre de
hablar primero y pensar después, pero la tarde anterior se había llevado el premio.
¿Cómo pudo pedirle un préstamo? Era impensable que lo hubiera hecho. Era un
extraño para ella, aunque fuera amigo de Miles. Iba a tener que buscar un
momento por la tarde para explicarle satisfactoriamente el episodio, aunque
todavía no había decidido exactamente lo que iba a decir.
Volteó la cabeza para mirar a su marido. Era difícil no seguir mirándolo cuando
se veía tan espléndido a caballo. Ella le sonrió cuando captó su atención, y se
sumergió en la sombrilla.
¡Otra gran vergüenza! ¿Cómo iba a explicarle en una semana o más que
estaba sangrando de nuevo? ¿Creería él que se debía a su matrimonio reciente y a
una actividad sexual no acostumbrada, pero tendría el coraje de decirle
exactamente eso a él? ¿había hecho que su sistema se volviera loco? ¿Por qué, oh,
por qué no le había dicho simplemente que tenía dolor de cabeza el día anterior?
Fue un alivio llegar finalmente al Parque Richmond y poder ocuparse de
organizar a todo el mundo para dar un paseo por los ondulantes prados y entre los
antiguos robles. Pronto tuvo todo arreglado a su satisfacción, y Sir Gerald estaba
paseando con Laura, Boris con la Srta. Lestock, y Lord Darlington con Constance.
Abigail deslizó su mano a través del brazo de su marido.
—Debes estar muy orgullosa de ti misma, Abby —dijo. —Todo el mundo se
comporta como una marioneta atado a una cuerda, hasta ahora.
—No te rías de mí —dijo alegremente. —No tomaré crédito por Constance y
Lord Darlington, pero me llevaré toda la gloria por Laura y Sir Gerald: ¿ve cuán
compatibles son en altura y cuán fácilmente conversan entre sí? Y observaré a la
Srta. Lestock y a Boris para ver si se puede promover un acercamiento allí. Por
supuesto, primero Boris tendrá que ser un mejor candidato. ¿Ya encontraste un
tramposo adecuado?
Había estado muy callado durante todo el almuerzo y no había sonreído ni
conversado mucho durante el viaje a Richmond. Pero sonrió ahora, y ella sintió
una punzada de alivio. Se había estado preguntando si él estaba resentido por
tener que asistir a su picnic.
—Los he estado entrevistando toda la mañana —dijo. —Hay una docena de
hombres ansiosos por el trabajo, sin mencionar a las mujeres.
—¿Las hay? —dijo ella, sonriendo ante sus burlas. —¿Y has elegido uno?
—Creo que sí —dijo, tocando su mano. —Espero que dentro de un par de
días, todo esté arreglado. Y entonces podrás relajarte y disfrutar de tu nueva vida.
Sonrió un poco pero no dijo nada.
—¿Te sientes mejor? —preguntó.
—Oh, sí —dijo ella brillantemente. —Esa indisposición no dura mucho, sabes.
Un día y vuelvo a ser yo misma.
—¿Llamo a un médico? —preguntó. —Quizá pueda recetarle algo que le
ayude.
—No, gracias —dijo ella, sintiéndose desdichada. —No siempre estoy mal —
ella odiaba la mentira. Nunca se había sentido enferma como resultado de su ciclo
mensual.
—Bueno —dijo, moviendo sus dedos ligeramente sobre los de ella, —quizás
podamos arreglarlo para cuando llegue el próximo ciclo, Abby; para que te demos
nueve meses libres de tu ciclo mensual ¿Te gustaría tanto como a mí?
—Oh —dijo ella. —¿Quieres decir...?
Pero por supuesto que sabía lo que él quería decir. Se sonrojó. Y recordó sus
razones para casarse con ella. Y pensó en lo que oiría de Rachel mucho antes de
que terminara ese mes, a menos que, de repente, pudiera producir dos mil libras
en los próximos seis días. Así, ella descartó su resolución de decirle la verdad,
incluso entonces.
Excepto que entonces era un momento bastante inoportuno.
—Sí, lo sé —dijo, sonriendo. —Hay una guardería muy acogedora en Severn
Park, Abby, pidiendo a gritos que la ocupen.
En Severn Park. Sí, por supuesto.

***
—Boris —el Conde de Severn se levantó de la manta sobre la hierba y los
restos de un banquete se extendieron sobre ella y le dio una palmadita en el
estómago. —¿Te gustaría dar un paseo para digerir este festín?
Boris Gardiner levantó la vista de su conversación con Laura y se puso en pie.
—Una buena idea —dijo. —Mi caballo puede hundirse en el medio si lo monto
como estoy ahora. Tu cocinera es digna de elogio, Abby.
—Me aseguraré de darle tu mensaje —dijo Abigail. —Estará complacida.
El Conde se agarró las manos por la espalda e hizo comentarios sobre el
tiempo mientras se alejaba del grupo con su cuñado.
—No sería justo para las damas si estuviéramos fuera por mucho tiempo —
dijo tan pronto como estaban más allá del alcance del oído de los invitados. —¿Te
importa si dejamos de hablar de tonterías y vamos al grano?
Boris lo miró con sorpresa.
—Para nada —dijo. —¿Pero cuál es el punto, por favor?
—¿Son grandes tus deudas? —preguntó el Conde, mirando hacia adelante, a
través del amplio césped.
Su cuñado se puso tenso.
—Mis deudas son mi preocupación —dijo. —Eran de mi padre, mi única
herencia, por cierto. No son de Abby y no son tuyas, Severn.
—Esas no son las deudas a las que me refería —dijo el conde. —Mi pregunta
se refería a tus deudas de juego.
Boris parecía molesto.
—No tengo ninguna —dijo. —¿Crees que apostaría más allá de mis
posibilidades cuando ya estoy cargado con las obligaciones de otro hombre? No sé
lo que Abby te ha dicho de nuestra familia, pero no todos somos totalmente sin
principios. En realidad, soy consciente de que soy el cabeza de familia, pero
también de que soy incapaz de mantener a mis hermanas.
—No quise tocar un nervio que esté en carne viva —dijo el Conde. —Según
parece, será mejor que aborde este asunto desde otro ángulo, ¿Por qué Abby
estaría visitando a la Sra. Harper? ¿Y por qué tendría una necesidad repentina de
aproximadamente siete mil libras? ¿Tienes alguna idea? ¿Ella tiene alguna
debilidad en las mesas?
—¿Abby? —Boris parecía incrédulo. —Abby tiene una aversión aún mayor a
los juegos que yo. ¿Cómo podría ser de otra manera cuando ella mantenía a
nuestra familia unida casi sin ayuda mientras nuestro padre se jugaba todo y más
que todo? ¿Y no es obvio por qué está visitando a Rachel? ¡Oh!, Dios, no te lo ha
dicho, ¿verdad?
—No, no lo ha hecho —dijo Lord Severn en voz baja. —Por alguna razón, creo
que Abby me tiene un poco de miedo. Será mejor que me lo digas, Boris.
—Admiración y respeto más que miedo, supongo —dijo Boris.
—Siempre le molestó a Abby que no fuéramos tan respetables, que nuestro
padre frecuentemente se burlara de sí mismo en público y como resultado nos
hiciera sufrir a todos desaprobación e incluso algo de ostracismo social. Ella lo
superó amándonos a todos ferozmente y manejándonos y cuidándonos a todos
como una madre. Y, levantando la barbilla en público, diciendo cosas
frecuentemente escandalosas para que la gente pensara que no le importaba.
Pero ella sí lo hacía, si le importaba. Más que a cualquiera de nosotros. Creo que
se preocupaba por nuestro padre más que el resto de nosotros.
—¿Tu padre bebía? —preguntó el Conde.
—Como un pez proverbial —dijo el otro. —Bebió hasta morir. Abby tuvo que
dársela como medicina al final. A pesar de todo, ella fue muy amable con él, como
si fuera un bebé.
—¿A pesar de todo? —preguntó el Conde.
—No era un hombre agradable —dijo Boris. —Y esa es una forma educada de
decir que era egoísta y brutal. Abby y yo tuvimos la suerte de que no fuera tan
malo con nosotros cuando éramos niños pequeños. Cuando se ponía furioso, era
nuestra pobre madre la que sufría los moretones. Pero en años posteriores Abby
tuvo que trabajar duro para proteger a los más pequeños. Normalmente era lo
suficientemente astuto como para ir por ellos cuando yo no estaba cerca. Y me
temo que he hecho de hermano irresponsable durante muchos años y me he
mantenido alejado de casa tantas veces como he podido. Abby lo hacía todo
incluso antes de que Rachel se fuera. Igualmente, nos mantuvo a todos unido
después.
—¿Rachel? —dijo el Conde.
—Abby debió habértelo dicho antes de casarse contigo —dijo Boris. —La
regañé por no hacerlo, y creo que le di la idea de que te había gastado una mala
pasada. Obviamente ha tenido miedo de decírtelo. Tal vez tenga una buena razón.
¿Quién sabe? Pero lo vas a averiguar de todos modos, ¿no?
—Sí —dijo el Conde.
—Rachel es nuestra madrastra —dijo Boris, —madre de Clara y Beatrice. Se
casó con nuestro padre desafiando a los suyos y vivió para arrepentirse casi desde
el primer momento. Él le dio varias palizas severas. Finalmente huyó con otra
persona y apareció aquí como la Sra. Harper.
—Ya veo —dijo Lord Severn. —Pensé que la señora estaba muerta.
—Bueno, no lo está —dijo Boris, —y Abby debería mantenerse alejada de ella.
Ya no es como antes. Solía ser una pobre criatura abyecta. La amargura ha
cambiado todo eso. Rachel ha aprendido a cuidar de sí misma a costa de los
demás.
—¿No sabes nada de siete mil libras? —preguntó el Conde.
Boris agitó la cabeza.
—¿Sería para Rachel? —dijo. —¿Chantaje, tal vez? ¿Sería Abby tan tonta
como para pagarle a la mujer para que te oculte todo esto? ¿Es tan importante
para ella que tengas una buena opinión de ella? —miró con franqueza a su cuñado
por un momento. —Sí, supongo que podría serlo. Abby nunca había esperado
mucho de la vida para sí misma. Cuando todo se desmoronó después de la muerte
de nuestro padre, temí por ella. Parecía como si se hubiera convertido en mármol.
Pensé que quizás todo había muerto en ella. No le eches la culpa de esto, Severn.
Ella no puede evitar nada de lo que ha pasado. En efecto, durante todo el tiempo
que pudo, se entregó por el bien del resto de nosotros. Incluso por mi padre,
maldito sea.
—La amo —dijo el conde en voz baja. —No tienes que alegar su causa ante mí,
Boris. Amo a tu hermana.
—Bueno, entonces —dijo Boris, —después de todo, tal vez haya algo de
justicia en este mundo.
—La pregunta es —dijo Lord Severn, —¿cuánto la amas?
Su cuñado lo miró fijamente.
—Ya hemos estado demasiado tiempo lejos —dijo el Conde. —Voy a ser
breve. Abby ha inventado un plan magistral por el cual debo contratar a un
tramposo, pagarle para que se encargue de que ganes una fortuna, y luego verte
pagar las deudas de tu padre con parte de ella y vivir feliz para siempre con el
resto, sin saber que no le debes tu felicidad a la Dama de la Suerte.
La mandíbula de Boris se endureció.
—Sabes cuál será mi opinión sobre esa ridícula idea —dijo.
—Nunca nos hubiéramos salido con la nuestra —dijo el Conde. —Pero Abby
no lo sabe. Ella cree que es un plan espléndido.
—Ella supone eso —dijo Boris. —¿Ya has descubierto que ella carece de
sentido común?
—A veces su corazón domina su cabeza —dijo Lord Severn. —Creo que es la
cualidad en ella que amo por encima de todas las demás. Su plan va a funcionar,
Boris, hasta el último detalle.
Su cuñado se rió.
—Lo habría sabido incluso sin previo aviso, me habría dado cuenta del ardid —
dijo. —Claramente está fuera de discusión ahora, Severn.
—¿Todavía quieres comprar un nombramiento en el ejército? —preguntó el
Conde. —Esa era tu ambición, ¿no es así? Creo que no eres demasiado viejo. Si es
lo que aún deseas, entonces ganarás lo suficiente para pagar las deudas de tu
padre y comprar un par de colores18. Estarás asombrado y extático de tu buena
fortuna. Y después harás tu propio camino en el mundo.
Los modales de Boris se endurecieron de nuevo.
—Esa es mi preocupación —dijo. —No toleraré interferencias, Severn, bien
intencionadas como sé que son. No soy de tu incumbencia.
—Pero sí de Abby —dijo Lord Severn. —Voy a hacer esto por su felicidad, no
por la tuya. Y si la amas, si deseas devolver algo del amor que ella te prodigó a ti y
a tu familia, entonces me dejarás hacerlo. Sé que esto significará sacrificar algo de
tu orgullo. Pero recuerda algunos de los sacrificios que Abby ha hecho en su vida.
Boris apretó los dientes.
—¡Diablos! —dijo.
—Recuerda que tu padre también era el suyo —dijo Lord Severn, —y mi
suegro.
—Me has acorralado con firmeza en una esquina, ¿no? —dijo Boris, su voz
revelando su frustración.
—Me temo que sí —dijo el Conde. —Aplicaré todas mis armas, cuando la
felicidad de Abby esté en juego.
—No entiendo —dijo Boris. —La conoces desde hace menos de dos semanas.
El Conde sonrió.

18
NT. Colors. Hace referencia a la práctica de llevar colores, insognias y estandartes en las diferentes fuerzas armadas. Estos
colores – insignias están relacionados con tipo de ejército, rangos y ubicación geográfica del destacamento al que se pertenece.
—No hace falta conocer mucho tiempo a Abby para saber que es una gema
muy preciosa —dijo. —La buena fortuna me sonreía cuando decidió buscarme
para recordarme un parentesco muy lejano. ¿Tenemos un acuerdo?
—Eso parece —dijo Boris, —aunque desearía que hubiera otra manera.
—No la hay —dijo el Conde. —Dame tu dirección y te llamaré mañana. Le diré
a Abby que todo está listo para mañana por la noche. La visitarás la mañana
siguiente para deleitarla con la noticia de tu buena fortuna y el gran éxito de su
plan. ¿Nos reunimos con las damas?
—Supongo que sí —Boris se rascó la nuca. —¿Por qué tan a menudo uno
puede abrazar a Abby y darle un sacudón al mismo tiempo?
El Conde sonrió.
—Me estoy familiarizando con el sentimiento —dijo.
Capítulo 15

—Fue muy controvertido con Boris —dijo Abigail. —Pero creo que el picnic
salió bien, ¿verdad, Miles?
El Conde de Severn se sentó en su silla y giró el tallo de su copa de vino vacía
entre sus dedos.
—Si la cantidad de comida consumida fuera un indicador —dijo, —tendría que
decir que fue un éxito rotundo, Abby. ¿Qué hizo Boris para provocar tu ira?
—Oh —dijo ella, —monopolizó la atención de Laura durante el té, y luego,
cuando volviste de caminar con él, se la llevó a dar un paseo. Fue muy provocador.
—¿Mientras el amante ardiente jadeaba en el fondo? —dijo. —¿Pero por qué
Gerald no pudo retenerla mientras yo hablaba con tu hermano?
—Porque Lord Darlington estaba hablando de caballos con él —dijo Abigail, —
con gran amplitud. Podría haberlos interrumpido. Sin embargo, no debo ser
impaciente. Tendrán todo el verano para conocerse mejor. Y hubo una chispa
definitiva esta tarde, ¿no es así?
—Abby —el Conde le sonrió. —Ves a Gerald sin mujer y a la edad de treinta
años, y sientes que debes añadir una mujer y felicidad a su vida. Ves a la Srta.
Seymour, guapa y sola, ganándose la vida como institutriz, y quieres añadir brillo y
un matrimonio a su vida. Tus sentimientos son admirables. Pero, sabes, no puedes
vivir la vida de otras personas por ellos.
—No tengo intención de hacerlo —dijo ella. —Sólo quiero darles la
oportunidad de conocerse y darse cuenta de lo compatibles que son.
—Gerald está enamorado de otra persona —dijo. —Y creo que la Srta.
Seymour pronto estará también en ese estado de felicidad, si es que no lo está ya.
Abigail lo miró fijamente.
—¿Sir Gerald? —dijo ella. —¿Enamorado? ¿Y no de Laura? ¿De quién,
entonces?
—Con alguien a quien conoce y a quien quiere desde hace más de un año —
dijo. —Sólo ahora se está dando cuenta, creo, de que no puede vivir sin ella.
Ella le miró fijamente a los ojos.
—¿Una amante? —preguntó.
Asintió con la cabeza.
—Una chica dulce —dijo. —Por supuesto, no esperaría enamorarse de su
amante, y ha estado bastante ciego a sus sentimientos. Cree que se opone al
matrimonio y a las mujeres en general. Pues no es así… solo se opone a algún
matrimonio que no involucre a su Priss.
—Oh —dijo ella, —¿y qué hay de Laura? ¿Dónde vamos a encontrar un marido
para ella?
—Me imagino que no tenemos, en lo absoluto, la responsabilidad de
encontrarle uno —dijo. —Pero creo que ya lo has hecho, Abby.
Ella frunció el ceño.
—¿Yo? —dijo ella. Sus ojos ardían. —Y no menciones a Humphrey Gill, Miles.
No lo has visto. Además, es años más joven que Laura.
Se rió.
—Abby —dijo, —¿eso que tienes ahí es una nariz en tu cara? ¿Puedes ver más
allá del final de tu nariz?
Ella lo miró con muda indignación.
—Esta tarde tu hermano y tu mejor amiga no tenían ojos para nadie más que
el uno para el otro —dijo. —Un ciego se habría dado cuenta de ello. De hecho,
desaparecieron de la vista durante diez minutos enteros después del té, y cuando
reaparecieron, la cara de la Srta. Seymour se veía notablemente sonrosada, de
hecho, como si hubiera sido besada a fondo.
—¿Boris? —dijo ella, tratando de mostrarse inexpresiva. —¿Y Laura?
—Planeo poner en acción mi truco de mala reputación mañana por la noche
—dijo. —Viene altamente recomendado, Abby. Nunca ha sido atrapado en su vida,
ni siquiera por el más astuto de los jugadores de cartas. Después de mañana por la
noche tu hermano debería estar en posición de ofrecer algún tipo de futuro a una
joven que no tenga muchas expectativas de una gran fortuna.
Abigail dobló su servilleta con mucho cuidado y la puso al lado de su plato de
postre vacío.
—Laura —dijo ella. —Y Boris. Ella sería mi cuñada. Mi cuñada —ella sonrió. —
¿Estás seguro?
—¿Que se convertirá en tu cuñada? —dijo, sonriéndole. —No. ¿Que tienen los
ojos estrellados el uno sobre el otro? Definitivamente.
—Bueno —dijo ella. —Bueno.
—Abby se quedó sin habla —dijo Lord Severn, levantándose de su lugar y
acercándose a la mesa para retener su silla por ella. —Debo haberte dado noticias
sorprendentes. ¿Estás segura de que no quieres ir a casa de los Vendry esta
noche?
—Me gustó tu sugerencia —dijo, —de que volviéramos a pasar la noche en la
biblioteca, los dos solos. ¿No encuentras mi compañía aburrida, Miles?
—¿Aburrida? —dijo, cogiendo su mano de su brazo. —Si pienso en todas las
noches que hemos pasado juntos, Abby, la que más me llama la atención es la que
pasamos juntos en casa. Creo que me gusta ser un viejo y serio hombre casado.
Ella sonrió.
—Laura y Boris —dijo. —He sido muy tonta, ¿no?
—Ahora bien, ¿cómo puedo estar de acuerdo con eso —dijo, —sin parecer
poco galante? Ansiosa, creo, sería una mejor palabra. Ansiosa por ver la felicidad
de tu amigo y la mía.
—¿Se casará Sir Gerald con su amante? —preguntó. —¿Está hecho?
—No está hecho —dijo, —aunque no hay ninguna ley que lo impida, por lo
que yo sé. De todos modos, puede que ya sea demasiado tarde. Lo dejó hace una
semana para casarse con otra persona. O quizás la realidad de la situación todavía
no le ha golpeado en la nariz. No lo sé, Abby.
—Tal vez, Miles —dijo ella, —deberías decirle, que...
—No —dijo con firmeza.
Ella suspiró.
—Tengo que subir a bordar —dijo ella.
—¿Lo harás? —dijo. —Entonces te veré en la biblioteca dentro de unos
minutos.

***
Había sido un cobarde, pensó el Conde de Severn mientras sacaba el libro que
estaba leyendo de un estante y se sentó en su silla favorita junto a la chimenea.
Había mucho de qué hablar, y tenía la intención de hacerlo tan pronto como
llegaran a casa. Pero Abigail se había alegrado y había desaparecido en su
habitación, tarareando sin ton ni son.
Había intentado hablar con ella en la mesa, pero se había dado cuenta tan
pronto como estuvieron juntos que no podía hablar de asuntos tan privados y
personales en presencia de sirvientes.
Le había sugerido que se perdiese el entretenimiento de la noche, con la
intención de llevarla a la biblioteca y tener su charla con ella. Sin embargo, le
seducía el recuerdo de aquella noche que habían pasado juntos, y se estaba
estableciendo en una esperada repetición de la misma. Ella entraría con su
bordado y se sentaría frente a él, y él se relajaría con su libro, concentrándose en
él; pero aun así sintiendo la satisfacción de saber que ella estaba allí con él.
Dejó el libro con impaciencia y se puso en pie. Se puso de espaldas a la
chimenea, con las manos entrelazadas detrás de él, y la miró cuando ella entró
unos momentos después, con su bolsa de trabajo en una mano.
—Todos en casa se habrían sorprendido al ver lo dedicada que llegaría a ser
algún día como costurera —dijo. —El bordado nunca fue uno de mis logros.
—Supongo —dijo, —que estabas demasiado ocupada secando lágrimas,
calmando dolores de cabeza, vendando cortes y contando historias. Y cuidando a
tu padre.
Ella le sonrió un poco insegura y se sentó en la silla que había ocupado unas
cuantas noches antes.
—La vida nunca fue aburrida en casa —dijo.
—Y compensando a dos niñas pequeñas por la deserción de su madre —dijo
él. —Protegiéndolas de las violentas rabias de un padre borracho, sustituyendo al
medio hermano que podría haber estado allí para protegerlas él mismo pero que
estuvo fuera gran parte del tiempo.
—¿Qué te dijo Boris? —dijo ella, soltando el bolso, que cayó al suelo con un
golpe.
—Y llevando todas las cargas del mundo sobre tus hombros —dijo. —Y
buscando la felicidad de todos menos la tuya, Abby.
—¿Qué te ha dicho Boris? —ella lo miró desde sus grandes ojos grises.
—Basta —dijo. —Suficiente para creer que lo entiendo todo, Abby. Excepto tu
opinión de mí. ¿Realmente pensaste que haría una diferencia para mí?
—¿Sabes lo de Rachel? —su voz era un susurro.
—¿Sobre la Sra. Harper? —dijo. —Sí.
—Dije que era tu prima —dijo ella. —Te casaste conmigo, sin saber nada más
de mí. No lo habrías hecho si hubieras sabido lo destartalados que somos. Un
padre borracho y violento que nos avergonzaba en público, que abusó de nosotros
en privado y se jugó toda la herencia de su hijo y toda la seguridad de sus hijas.
Una madrastra que se escapó con otro hombre y que ahora maneja una casa de
juego y un burdel en Londres. Incluso lo que sabías ya era bastante malo. Me
habían despedido de mi trabajo por coquetear con el hijo de mi empleador. Sí,
Miles, pensé que haría una diferencia. De hecho, sé que lo habría hecho.
—Abby —dijo, con la cabeza a un lado.
Ella lo miró, con la mandíbula abierta, con la cara pálida.
—¿Puedes decirme honestamente —dijo, —que no habría sido posible? Si te
lo hubiera contado todo esa primera mañana, ¿qué habrías hecho? ¿Me habrías
dado una carta de recomendación? Creo que no. ¿Me habrías enviado en mi
camino con unas monedas? Probablemente ¿Me habrías propuesto matrimonio?
Nunca. ¿Y crees que no he tenido ese hecho en mi conciencia?
—¿Y para eso eran las seis mil libras? —preguntó. —¿Y las mil quinientos más
que trataste de pedir prestadas?
Ella se miró las manos bruscamente.
—Pensé que era un caballero —dijo ella.
—Lo es —dijo. —Estaba preocupado por ti, Abby. Primero pidiendo el dinero y
luego saliendo corriendo sin esperar una respuesta. Pensó que yo era la mejor
persona para ayudarte. ¿Tu madrastra te está chantajeando, amenazando con
venir a mí con todos estos hechos?
Vio sus manos retorciéndose fuertemente en su regazo.
—Amenazó con llevarse a Bea y a Clara —dijo. —Dijo que se iría al continente
si tuviera cinco mil libras. Las amo, Miles. Son sólo niñas pequeñas y ya han sido
forzadas a vivir con trastornos perturbadores. Me mató, sé que pensarás que estoy
dramatizando, pero es cierto que mató algo dentro de mí, cuando las perdí la
primera vez. Pero no había forma de que pudiera mantenerlas conmigo. Luego,
después de dos años enteros, la esperanza se reavivó y ella trató de romperla de
nuevo de la manera más cruel. Habría llevado a esas niñas a esa casa.
—No, no lo habría hecho —se agachó sobre sus caderas y tomó las frías
manos de ella en las suyas. Estaban rígidas de tensión. —Tendría que gastar
tiempo y dinero en ellas si las tuviera aquí con ella, Abby. Pero ella sabía que tú las
amabas. Ella sabía que tú eras una madre para ellas entre el momento de su
partida y la muerte de su padre. Y sabes que no siempre piensas con la cabeza sino
con el corazón. Ella vio un camino seguro hacia un suministro interminable de
dinero. ¿Cuánto le has dado?
—Cinco mil —dijo ella, sus ojos en sus manos entrelazadas.
—¿Y ella quiere mil quinientos más?
—Dos mil —dijo ella. —Eso es todo, Miles. Se irá tan pronto como los tenga.
—Tú no crees en eso más que yo —dijo.
Había una mirada en blanco en sus ojos, y una de sus uñas se clavó
dolorosamente en la palma de su mano.
—Pero déjame dárselo de todos modos —dijo. —Miles, sólo esta vez, para
evitar lo desagradable. Le diré que será la última. Le diré que lo sabes todo y que
te encargarás de que Bea y Clara vengan a mí. Entenderá que no puede haber más.
Sé que es pedirte mucho dinero, pero puedes quitármelo de mi mesada para el
año que viene. Y de hecho seis mil libras es demasiado para mí. No hubiera soñado
con pedir tanto si no lo hubiera necesitado tan desesperadamente. Iré mañana...
—Abby —dijo, alejando el corte de la palma de su mano de la uña. —Silencio,
querida. No tienes que estar tan agitada. Yo mismo visitaré a la Sra. Harper y le
diré...
—¡No! —dijo ella bruscamente. —No, Miles. Será mejor que me vaya. Nos
conocemos y nos entendemos.
—Iremos juntos si insistes —dijo. —Pero no debes ir sola, Abby. Lo prohíbo
expresamente.
—Oh —dijo ella. —Pero, Miles, ¿le daremos el dinero? ¿Por favor? Lo prometí
y no puedo sentirme bien por no cumplir una promesa.
Había una mirada de algo en sus ojos: terror, desesperación, no estaba muy
seguro de qué, y una de sus uñas se clavó dolorosamente en la palma de su mano.
—Realmente no hay necesidad de hacerlo —dijo. —De hecho, no deberíamos
hacerlo, Abby. A nadie se le debe permitir salirse con la suya con chantaje o
extorsión —miró su cara de cerca. —Pero si te hace sentir mejor, tal vez hagamos
una excepción en este caso. Pero no habrá ni un centavo más.
—Gracias —susurró ella. —Te estoy costando una cantidad prodigiosa de
dinero, ¿no es así, con mis propias deudas y las de Boris?
Se puso de pie y la levantó con él y la abrazó.
—Creo que probablemente vales diez veces más, Abby —dijo. —De hecho,
creo que tal vez eres invaluable.
—¿No soy simple y aburrida, y es probable que me desvanezca en el fondo de
tu vida? —preguntó. —¿No soy alguien a quien llevar a Severn Park y dejar allí
para siempre?
Buscó en sus ojos, a unos centímetros de los suyos.
—Lo escuché de los caballeros en el palco al lado del nuestro en el teatro —
dijo ella.
Cerró los ojos brevemente.
—Abby —dijo.
—Está bien —dijo ella rápidamente. —Sé que no soy encantadora. No hiciste
ninguna afirmación falsa cuando te ofreciste por mí.
—¿Te has sentido culpable por ocultarme información? —dijo él. —No he
sentido menos culpa por haberte elegido de forma tan flexible para encajar en un
ideal cínico que creía deseable. ¿No deberíamos perdonarnos mutuamente y
seguir con nuestras vidas?
La vio y oyó tragar.
—Sí —dijo ella.
—No te pareces en nada a la mujer que creí que eras esa mañana —dijo. —
Me serviría bien poco si lo fueras. No podría haber elegido mejor si hubiera pasado
todo un año buscando con el corazón.
Ella le miró con recelo.
Le sonrió a ella en los ojos.
—¿Ya terminó todo? —preguntó. —¿Está todo al descubierto por fin? ¿Todos
los detalles sórdidos que no queríamos compartir entre nosotros?
Ella asintió, sus ojos en el cuello de él.
—Y hemos sobrevivido —dijo, —y seguimos juntos. Y, gracias a Dios, sí, en
realidad estamos en los brazos del otro. ¿Abby, Crees que hay esperanza para
nosotros y nuestro matrimonio?
Ella asintió y apoyó su frente contra el cuello de él.
—Pero qué necia fuiste —dijo, —al creer que pensaría lo peor si hubiera
sabido toda la verdad sobre ti. Lo que he oído sólo ha profundizado mi afecto por
ti. ¿Me prodigarás tanto amor y lealtad a mí y a nuestros hijos como a tu propia
familia?.
—Sí —dijo ella.
—¿Lo harás, Abby? —él apretó los brazos alrededor de ella.
Ella se alejó de él después de unos momentos.
—¿Te importa si no bordamos esta noche después de todo? —me preguntó.
—El día ha sido muy ajetreado y emotivo. Me siento mal de nuevo.
La miró con preocupación inmediata.
—¿El dolor de cabeza? —dijo. —¿Calambres? ¿Te sientes biliosa?
—Sí —dijo ella. —Pero no dejes que te moleste. Veo que tienes tu libro listo
para leer. Me iré a la cama.
—¿A la tuya? —preguntó. —Esperaba tenerte en la mía de nuevo esta noche,
Abby. Déjame ir contigo ahora, y te abrazaré hasta que duermas. El libro puede
esperar. Preferiría estar contigo.
Ella agitó la cabeza.
—Estaré más cómoda sola —dijo.
La abrazó y la besó calurosamente en los labios.
—Adelante, entonces —dijo. —Tomaré un trago caliente y te enviaré algo de
láudano.
—Gracias —dijo ella. —Buenas noches, Miles.
—Buenas noches —dijo. —Me alegra que hayamos tenido esta charla, Abby, y
que hayamos aclarado las cosas entre nosotros. Sólo lamento que la tensión de
todo esto te haya vuelto a enfermar.
Ella sonrió y se alejó de él. La vio salir de la habitación, y permaneció de pie
donde estaba durante mucho tiempo, pensando, con las manos pegadas a la
espalda.
Él frunció el ceño.

***

Abigail no había mentido acerca de sentirse enferma. Vomitó después de


llegar a su habitación, hasta que sintió que seguramente moriría, y después se
sintió bastante temblorosa por la debilidad.
Dos horas más tarde yacía sobre las sábanas de su cama, diagonalmente sobre
ellas, con la cara enterrada contra una manta. La taza de chocolate que Ellen, su
nueva criada, le había traído se había enfriado en una mesa lateral con el láudano.
Rechazó la oferta de Ellen de desvestirla y llevarla a la cama.
No iba poder dormir esa noche. Eso estaba claro para ella. Tenía frío, pero se
sentía demasiado apática para levantarse lo suficiente como para ponerse un
camisón caliente y deslizarse luego debajo de las mantas.
Ella no iba a decírselo. Había pensado que podría. Abajo, cuando se hizo
evidente que Boris y Sir Gerald le habían contado todo lo demás, pensó que le
contaría ese último detalle.
Pero no lo había hecho. Él había hablado de cómo habían sacado todo a la luz
y de cómo habían sobrevivido y de cómo todavía había esperanza para su
matrimonio, y ella había cometido el error de pensar antes de hablar.
Normalmente era culpable de lo contrario, pero cada forma era igualmente
imprudente a su manera.
¿Qué pasaría si ese último detalle marcara la diferencia? ¿Y si pudiera pasar
por alto todo menos eso? ¿Perdonar su silencio sobre todo lo demás, pero no
sobre eso? ¿Y si, después de todo, ella lo perdía?
Ella moriría, eso fue lo que pasó.
Podía recordar cómo se sintió al despedirse de Bea y Clara y al ver cómo la
diligencia las llevaba de camino a Bath y las sacaba de su vida. Se había sentido
como la muerte, sólo que peor, porque había habido un dolor intenso.
Ella no podría pasar por eso de nuevo. No podía soportar perderlas ahora. No
cuando la esperanza se había encendido. Antes había hablado con ella como si
realmente le importara, como si ella fuera preciosa para él. Todas esas tonterías
acerca de que se había casado con ella porque era sencilla y sin interés eran sólo
tonterías. Había sido cierto, pero ya no lo eran.
Lo tenía a su alcance: el sueño que calentaba el corazón de toda niña en
crecimiento, el sueño que nunca se había atrevido a soñar para sí misma. Pero
estaba allí ahora, para que lo tomara. Podría vivir feliz para siempre con un
hombre que amaba más que todos los sueños de amor combinados.
Pero, ¿y si ese secreto que quedaba marcaba la diferencia y le destrozaba el
sueño?
¿Y si Rachel dijo algo cuando la visitaron? Los puños de Abigail se cerraron
sobre las mantas y su estómago se contorsionó.
Debía impedir que Rachel dijera algo, que revelara el secreto. Ella debía dirigir
la conversación lejos de ese detalle en particular. Debía convencer a Rachel de que
Miles lo sabía todo sin despertar sus sospechas… o las de él.
Y entonces ella podría dejar todo eso atrás. Había tanto por lo que ser feliz.
Mucho, mucho.
Abigail se echó de espaldas repentinamente y miró fijamente el dosel que
tenía sobre su cabeza, que se veía tenuemente en la oscuridad. Su vela se había
apagado hacía mucho tiempo.
Tenía frío. Y estaba sola. Su soledad la asustaba. Debía levantarse, ponerse la
ropa de dormir, acostarse bien. Debía tratar de dormir. Se vería perfectamente
demacrada a la mañana siguiente.
Durante media hora después de haberse desvestido y acurrucado debajo de la
ropa de cama, se dio la vuelta y trató de sacar todos los pensamientos de su mente
para poder dormir. Finalmente arrojó las mantas y se levantó.
Estaba dormido. Se dio cuenta en cuanto entró en su habitación y cerró
suavemente la puerta de su cuarto tras ella. Estaba respirando profunda y
uniformemente. Se subió lentamente a la cama, con cuidado de no hacer rebotar
el colchón. Y se acercó más a su calor, a su comodidad, a su olor.
—Mmm —dijo él, mientras la mejilla de ella finalmente encontraba un lugar
donde descansar contra su hombro. —¿Abby?
Se movió apresuradamente contra él cuando él se volvió hacia su lado y
deslizó un brazo bajo su cabeza. Ella sintió que se habría movido directamente a él
si hubiera podido.
—Pero estas muy fría —dijo, su brazo cerrándose sobre ella. Levantó una de
sus manos y la puso entre ellas, contra su pecho. —Pon tus pies contra mis
piernas. Son como bloques de hielo. ¿Qué es esto?
—No podía dormir —dijo, y volvió a apretar los dientes. Estaban charlando.
Él colocó las mantas justo sobre ella.
—Te calentaré en un minuto —dijo. —Y estarás dormida antes de que te des
cuenta. ¿Se han ido los calambres? Las mujeres son muy desafortunadas por tener
que vivir con esto tan a menudo.
—Sí —dijo ella, aferrándose a él, sintiendo el calor que se filtraba en su cuerpo
desde el suyo. —Gracias.
—Duérmete, entonces —dijo, encontrando su boca con la suya y besándola
calurosamente. —Ah, sí, así está mejor. Ahora tu cabeza está donde pertenece.
Estaba cálida, segura y cómoda. Y con sueño. Casi.
—¿Miles? —susurró ella.
—¿Mmm?
—Te mentí —dijo ella. —Nunca he tenido calambres en mi vida. No en ese
momento del mes, al menos. Y no es esa época del mes, no por lo menos durante
otra semana. Sólo necesitaba estar sola.
—Mm —dijo. —¿Qué estás diciendo, Abby? ¿Quieres que te haga el amor?
—Sí —dijo ella. —Sí, por favor.
Ella buscó y encontró su boca de nuevo, lo envolvió con sus brazos alrededor
de él, se volvió sobre su espalda, tirando de él encima de ella.
—Tranquila —dijo tranquilamente, moviéndose de nuevo hacia su lado,
deslizando su camisón por su cuerpo. La besó. —Tomémoslo con calma, mi amor.
—No me llames así —ella agarró su camisón, que él había levantado sobre su
cabeza, y lo tiró sobre el costado de la cama. —Miles—. Ella lo buscó a ciegas.
—¿Por qué no? —Él la buscó, se le acercó y rozó sus labios con los de ella. —
Tú lo eres, ya sabes. Mi amor. Mi amante.
—No hables —dijo ella. —No hables. Sólo hazme el amor.
Ella se movió en su contra, instándole a seguir adelante, repitiendo su nombre
una y otra vez, suspirando de satisfacción cuando finalmente llegó a ella,
relajándose luego bajo su peso.
—¿Mejor? —dijo, moviéndose a su lado, llevándola con él, colocando las
mantas cerca de ella. —¿He desterrado a los demonios?
—Mmm —dijo ella. —Mejor. Gracias.
—Duerme, entonces —dijo contra el costado de su cara. —No hay nada más
de qué preocuparse, Abby. Te amo.
Cerró los ojos con fuerza y metió la cabeza más profundamente en el hombro
de él.
Capítulo 16

El conde de Severn habría querido llevar a su esposa a casa de la Sra. Harper a


la mañana siguiente. Le hubiera gustado que todo el desdichado episodio quedara
fuera del camino y detrás de ellos. Quería seguir con su vida y su matrimonio.
Quería estar lejos de Londres, en Severn Park, familiarizándose con su principal
posesión, conociendo mejor a su esposa, reuniéndola con sus hermanastras sin
más demora.
Pero no iba a ser así. Su mayordomo había llegado muy temprano esa mañana
desde Severn Park, y había suficientes asuntos como para ocuparlo durante toda la
mañana. Y de alguna manera también, por supuesto, tuvo que encontrar tiempo
para hacer una visita privada a su cuñado. Cuando él le sugirió la tarde a Abigail,
fue para descubrir que ella había prometido visitar a Prudence después del
almuerzo y proceder desde allí con su madre en otra ronda de visitas.
—Abby, entonces iremos mañana por la mañana sin demora —le dijo, de pie
detrás de ella en la mesa del desayuno antes de salir de la habitación. Le apretó los
hombros.
—Sí —dijo ella. —Eso será bueno, Miles. Gracias.
Se dio cuenta, aunque no comentó el hecho, de que ella apenas había tocado
la comida de su plato, a pesar de que había estado en la mesa durante diez
minutos.
Quizás, pensó, debería haber retrasado sus negocios con su mayordomo. Su
esposa era, después de todo, más importante que cualquiera de sus propiedades.
Pero ella había dicho que se uniría a Lady Beauchamp y a su hermana en un viaje
de compras ahora que no tenía otros planes.
No podía entender por qué ella seguía estando tan tensa e infeliz. Había
pensado que su charla de la noche anterior había sido bastante satisfactoria. Todo
había quedado al descubierto, incluso estaba horrorizado al percatarse de la
descripción que le había dado a Gerald del tipo de mujer con la que se casaría si
hubiese podido encontrar una antes de que Frances pudiera llegar a la ciudad.
Nada de lo que habían hablado parecía poner ninguna barrera a su felicidad
presente o futura.
Quizás era sólo que temía la visita a su madrastra, que no podía relajarse y
sonreír de nuevo hasta que todo eso quedara en el pasado. Deseaba haber
insistido en ir solo. Y ciertamente deseaba haber podido persuadirla para que se
opusiera a la mujer, para que se negara a pagar un centavo más.
Pero por alguna razón era importante para Abigail ver a la Sra. Harper una vez
más y pagarle las dos mil libras adicionales. Tal vez era difícil para él entenderlo. La
mujer era, después de todo, la madrastra de Abigail. Habían vivido juntos en la
misma casa durante varios años. Las dos hijas que Abigail amaba eran de la Sra.
Harper. Tal vez había allí un cariño, más allá de toda razón.
Ciertamente había algo. No podía sacudir de su mente el recuerdo de ella
viniendo a él la noche anterior, fría y desamparada y desesperada por ser amada.
No, para no ser amada —había sonado casi aterrorizada— cuando él la llamó su
amor, y ella no había respondido en absoluto a sus últimas palabras antes de
dormirse. Había estado desesperada por el amor en su forma puramente física,
desesperada por el olvido que un acoplamiento energético podría traer durante
unos breves momentos.
Después de abrazarla y estar cerca de ella hasta que finalmente se durmió,
pasó mucho tiempo antes de volver a dormirse.
Había algo.
Fue interrumpido a última hora de la mañana cuando su mayordomo apareció
en la puerta del estudio para informarle que Sir Gerald Stapleton estaba en el
salón amarillo, pidiendo unos minutos de su tiempo.
Lord Severn se frotó los ojos y estiró los brazos.
—Es hora de un descanso de todos modos —le dijo a su mayordomo. —Creo
que podemos terminar esto en algún momento después del almuerzo.
—Sí, mi Lord —dijo el hombre, poniéndose en pie.
Sir Gerald estaba de pie mirando por la ventana. Se giró cuando su amigo
entró por la puerta.
—Ah… —dijo, —no estás muerto después de todo, Miles. Te extrañé en el
gimnasio de Jackson esta mañana.
—Negocios —explicó el Conde. —No me digas que estabas entrenando de
nuevo, Ger.
—No del todo —dijo su amigo. —Simplemente vitoreando y burlándose de los
que sí estaban entrenando. ¿Vienes a White´s?
El Conde puso cara firme.
—Tengo que volver a los libros —dijo. —Mi mayordomo está aquí, vino desde
Severn Park. Tal vez mañana.
—Por eso estoy aquí —dijo Sir Gerald. —Pregunté por Lady Severn, Miles,
pero Watson dijo que estaba fuera de casa. Quería disculparme con ella, intentar
arreglar las cosas con ella. ¿Le dijiste que yo te lo dije?
El Conde asintió.
—Todo está bien —dijo.
—Ah, bien —Sir Gerald parecía aliviado. —Miles, le pedí un set en el baile de
Warchester mañana por la noche, pero me temo que tendré que disculparme.
Estaré fuera de la ciudad. Me voy esta tarde, de hecho.
El Conde levantó las cejas.
—Probablemente ya ha estado en el altar y está de vuelta, y se ha instalado en
una acogedora felicidad doméstica —dijo Sir Gerald, —pero de todos modos voy a
ir a verla. Tal vez si le ofrezco un aumento de sueldo y le compro unas cuantas
joyas más, vuelva. ¿Tú crees?
—¿Es eso lo que quieres? —preguntó el conde. —Pensé que te sentías un
poco atado, estando con la misma mujer por más de un año.
Su amigo se encogió de hombros.
—Me sentía cómodo con ella —dijo. —Me quedaba bien. Ella sabe cómo
complacerme. La maldita mujer que tuve anoche en casa de Kit quería decirme lo
que yo quería, pero no acertó en lo absoluto.
—¿Estás seguro de que quieres destruir la oportunidad de que Priss se case?
—preguntó el Conde. —La quieres mucho, ¿verdad? Y no podrías estar pensando
en casarte con ella tú mismo, ¿verdad?
—¿Eh? —Sir Gerald lo miró sorprendido. —¿Casarme con Priss? ¿Mi amante?
Dios mío, Miles, fue una de las chicas de Kit durante unos meses antes de que yo la
tomara conmigo. Era una puta.
—¿Por qué me da la impresión —dijo el Conde, mirando fijamente a su amigo,
—de que aplastarías la nariz de cualquiera que usara esa palabra para describirla,
Ger. Entonces, ¿ya vas en camino?
—Sí —Sir Gerald pasó una mano a través de sus hermosos rizos. —Estoy en
camino.
—Será mejor que almuerces aquí con Abby y conmigo —dijo Lord Severn. —
Llegará a casa en cualquier momento. Y luego puedes partir temprano por la tarde.
—Sí —dijo su amigo, —eso es lo que haré, Miles. Pero será mejor que no
mencione a Priss en presencia de Lady Severn. Le darían cuarenta ataques. Voy a
visitar a mis tías, si ella pregunta.
El Conde se rió.

***
Abigail pasó solo una hora con sus amigos. Lady Chartleigh deseaba llegar a
casa temprano porque su esposo la llevaba a ella y a su hijo al anfiteatro de Astley
por la tarde.
—Estoy segura de que Jonathan es demasiado joven para apreciar la
actuación de los héroes y las heroínas —dijo, —pero Ralph y yo lo disfrutaremos
todo, y tener un hijo nos da una excusa para ir —se rió alegremente. —Pronto
regresaremos a la finca. Ralph estaría feliz de vivir allí toda su vida, pero se ve
obligado a ir a la ciudad durante unas semanas cada año por mí, aunque no tiene
necesidad de hacerlo. Soy feliz dondequiera que Ralph esté.
—¡Georgie! —dijo su hermana. —Sabes que te consumirías si no pudieras ver
la última moda al menos una vez al año y bailar toda la noche un par de veces.
Lady Chartleigh se rió de nuevo.
Abigail no quería volver a casa tan temprano. Cuanto menos tiempo tuviera
para pensar, más contenta estaría. Decidió que ella se entrevistaría con Laura. Tal
vez la Sra. Gill quedó lo suficientemente impresionada por su nuevo título y sus
prerrogativas como para permitirle pasar un poco de tiempo en el salón de clases.
La buena fortuna le sonreía, la encontró un poco más tarde. La Sra. Gill estaba
fuera de casa con los niños, y Laura acababa de regresar de hacer un recado. Edna,
la pequeña criada delgada y nerviosa, llevó a Abigail hasta la habitación de Laura,
aunque Abigail le aseguró que no necesitaba esforzarse.
—Qué bien se ve, Srta. Gardiner, mom 19… —dijo. —Quiero decir, mi Lady,
mom…
—Gracias, Edna —dijo Abigail. —¿Te caíste y te lastimaste?
La chica tocó el moretón de su mejilla.
—Me tropecé con la puerta, eso fue lo que sucedió, mi Lady, mom… —dijo
ella. —No miraba por donde iba. Suerte que no me saqué el ojo.
Laura estaba sentada en el pequeño escritorio de su habitación. Se puso de
pie de un salto cuando vio quién estaba en la puerta.
—Abby —dijo ella. —¿Has venido a visitarme? Qué amable de tu parte. ¿Te
agradecí ayer por invitarme a tu picnic? Fue una tarde maravillosa.
—Me lo agradeciste al menos una docena de veces —dijo Abigail. —Pero he
estado escuchando cosas extrañas, Laura.
—¿Oh? —Laura hizo un gesto a su amiga para que se sentara en una silla.
—He estado tratando de promover un encuentro entre usted y Sir Gerald
Stapleton —dijo Abigail. —Estaba decidida a casarlos antes de que terminara el
verano.
—Lo sospechaba —dijo Laura. —Pero no sucederá, Abby. No hay chispa de
atracción entre nosotros.
—Miles me dijo anoche que Sir Gerald suspira por una amante que lo dejó
hace poco, pobre hombre —dijo Abigail. —¿No es eso deliciosamente
escandaloso? —ella se rió.
—Oh, querida.— Laura se sonrojó.
—Más al grano —dijo Abigail, —también me dijo que tal vez pronto tendré
una nueva cuñada.
Laura se sonrojó.
—¿Oh? —dijo cortésmente.
—Y dijo que Boris te había estado besando entre los árboles —dijo Abigail. —
Ahora, ¿no es eso deliciosamente escandaloso?

19
NT. Mum. Mom. Refiere a una mujer que hace mucho por una familia (cualquier cosa), trabaja cada día, con un día al mes de
descanso; cuida a los niños . Le hace regalos a la familia, con amor incondicional; nunca se olvida el amor que ella prodiga a la
familia.
—Oh —Laura se puso de pie abruptamente. —Era sólo la belleza de la tarde,
Abby, y el romance del ambiente. Me olvidé de mí misma por unos momentos.
Sólo soy una institutriz, la hija menor de un pobre párroco. No olvidaría quien soy
como para aspirar a tu hermano. Lo siento.
—¿Para aspirar a Boris? —dijo Abigail. —No tiene una pluma con la que volar,
Laura. Y sabes quién era nuestro padre y quién es nuestra madrastra.
—¿No estás enfadada? —preguntó Laura.
—¡Enfadada! —Abigail se rió alegremente. —Estoy extasiada. Planeé que
fueras la esposa del amigo de Miles. Y sin embargo, ahora existe la posibilidad de
que seas mi cuñada.
Laura se dio la vuelta.
—No se puede hablar de matrimonio —dijo, —o no, al menos durante mucho
tiempo. Y no... —ella levantó una mano. —No digas que harás que Lord Severn
haga algo por nosotros. Boris no lo permitiría y yo tampoco, Abby.
Abigail sonrió.
—¿Boris? —dijo ella. —¿Y han hablado de matrimonio? No me di cuenta de
que mi hermano trabajaba tan rápido.
Laura se mordió el labio.
—Abby hemos paseado dos veces desde que nos presentaste en el teatro —
dijo.
La sonrisa de Abigail se amplió.
—Tengo una premonición —dijo— de que muy pronto Boris tendrá suerte en
las mesas y ganará una fortuna. Podrá pagar las deudas de nuestro padre y llevarte
a vivir feliz para siempre con él.
La cara de su amiga se nubló.
—No, Abby —dijo ella. —Trato de no soñar demasiado. Y nunca depositaría
mis esperanzas en la suerte de una mesa de juego. Me digo a mí misma que
dentro de cinco años seguiré aquí. Soy afortunada. Al menos tengo trabajo.
Abigail hizo un gesto de impaciencia.
—¿Se ha portado bien el Sr. Gill? —preguntó. —¿Y Humphrey? Si no lo han
hecho, debes venir a vivir con nosotros incluso antes de que nos vayamos a la
finca. Miles ha dicho que debemos llevarte lejos si te están molestando.
—Es muy amable de su parte —dijo Laura, —pero no es necesario. He sido
capaz de mantenerlos a ambos a raya. Pero, oh, Abby. Pobre Edna.
Abigail miró la cara problemática de su amiga.
—¿No se topó con una puerta? —preguntó.
—¿Es eso lo que te dijo? —Laura frunció el ceño. —Creo que Humphrey la
violó, Abby. Ella no lo admitiría a pesar de que estaba llorando en el piso de abajo,
al punto de romperme el corazón. Ella simplemente dijo que él la había abrazado
bruscamente y la había besado. Pero creo que la violó.
Abigail se puso de pie y se dirigió a la puerta.
—¡Edna!— gritó por las escaleras. —Ven aquí inmediatamente.
—Sí, mi Lady, mum —dijo una voz desde abajo, y la propia Edna llegó
corriendo un momento después.
—Edna —Abigail la tomó del brazo y la llevó a la habitación de Laura. Ella
cerró la puerta detrás de ella. —¿Qué te hizo Humphrey Gill? Dime la verdad
ahora.
Edna miró asustada a Laura.
—Él me besó, mum —dijo, —y me ató las manos cuando le dije que no. Yo no
lo pedí, mum. No me importa lo que diga la cocinera, no le di en el ojo. Y tampoco
me dio dinero, mum, aunque la cocinera dice que debió hacerlo.
—No dudo de ti —dijo Abigail. —Quiero saber qué te hizo, Edna. ¿Te violó?
—Me besó y me ató… me agarró por las manos, mom —dijo la chica.
—Edna —dijo Abigail, —si esa es la verdad, pondré mi nariz en el aire y miraré
fríamente a lo largo de ella, y usaré todos los privilegios de mi nueva posición
cuando vaya a hablar con la Sra. Gill. Me encargaré de que no vuelva a suceder. Si
te violó, te sacaré de aquí y te daré un puesto en mi propia casa. Y haré que el
Conde me aconseje sobre lo que se puede hacer para castigar a Humphrey. Dime
la verdad, ahora. ¿Sólo te besó, o se metió dentro de ti?
Laura se volvió bruscamente y los ojos de Edna se abrieron de par en par.
—Eso, mom —dijo después de un silencio. —Lo que dijiste de último, mom.
Pero nunca lo pedí, nunca. Siempre he sido una buena chica, mom. Y ahora nunca
tendré marido.
—No perdería la esperanza —dijo Abigail. —¿Quieres venir conmigo?
—¿Ahora? —Edna dijo. —¿Contigo, mom? ¿Para la casa del Duque?
—Él es mi Lord —dijo Abigail. —Es un Conde, no un Duque, Edna. ¿Quieres
venir?
—Sí, Srta. Gardiner —dijo la chica, con los ojos muy abiertos. —Quiero decir,
mi Lady.
—Entonces ve a empacar tus cosas —dijo Abigail. —¿Tienes mucho?
—No más que un pequeño bulto, mom —dijo la chica. Y se apresuró a salir de
la habitación.
—Si Humphrey puede pagar por esto —dijo Abigail con maldad, —Quiero ver
que así sea.
—Abby —dijo Laura. —Qué maravillosa eres. También has sido muy
afortunada, pero no ha olvidado a todos los demás que lo han sido menos. ¿Qué
dirá Lord Severn?
—Oh, querida —dijo Abigail. —Tendrá miedo de dejarme salir sola. Ya he
añadido a Ellen a su personal en los últimos días: era la pobre costurera de la que
le hablé. Y ahora Edna. Debería haberlo pensado antes de hablar, ¿no? Oh,
querida.
—Bueno, estoy muy feliz por Edna —dijo Laura. —Y tengo una gran fe en la
comprensión de Lord Severn.
—Ése es todo el problema —dijo Abigail. —Es demasiado comprensivo y
amable. Y, oh, Laura, acabo de pensar en algo que dijo anoche después de que
nosotras... Cuando estábamos en b.... Acabo de recordar. Creo que debería ir a ver
si Edna necesita ayuda. No te preocupes por Boris. Sé que todo va a salir
espléndidamente bien y que tú vas a ser mi cuñada. No se me ocurre nada que me
guste más.
Salió corriendo de la habitación y subió por las estrechas escaleras hasta el
ático de los sirvientes menores. Ella trató de no recordar su voz murmurando
silenciosamente en su oído que él la amaba. Ella no quería que fuera verdad.
Ella sería su esposa, quizás incluso su amante. Pero no quería ser su amor. Ella
no quería que él la amara. No podría vivir con su culpa si él la amaba.
***
El Conde de Severn había advertido a su cuñado que viniera temprano con su
noticia a la mañana siguiente, ya que iba a acompañar a su esposa a la casa de la
Sra. Harper. Pero en realidad no esperaba que el hombre los encontrara cuando
apenas se habían sentado a desayunar. Abigail había estado pálida y distraída.
Había dado vueltas y vueltas y murmurado en sus brazos durante gran parte de la
noche.
—Ah, desayuno —dijo Boris, sonriéndoles ampliamente y frotándose las
manos. —He venido a reunirme contigo.
Abigail lo miró de cerca.
—¿Qué pasa? —preguntó. —Oh, ¿qué pasa?
—¿Tiene que ser por algo? —preguntó, riéndose de ella. —¿No puedo
desayunar con mi hermana y mi cuñado?
Abigail se puso en pie.
—Dime —dijo ella. —Dímelo o te daré una paliza y te dejaré un rosetón en el
pecho.
Boris se volvió a reír.
—¿No puedes controlarla, Miles? —preguntó.
—No —dijo el Conde. —Pero aún no he sentido la necesidad de intentarlo.
Siéntate, Boris. ¿Qué vas a tomar?
Abigail tenía las manos pegadas a su pecho.
—Ha ocurrido, ¿verdad? —dijo ella. —Puedo ver por tu cara, Boris. Ha
ocurrido, ¿verdad?
Él caminó alrededor de la mesa sin decir una palabra y de repente la agarró
por la cintura y la giró en un círculo completo.
—No podía hacer nada malo —dijo. —Fue una de esas noches encantadoras.
Tenía miedo de que me acusaran de hacer trampa, todo fue tan bien. Parecía
demasiado bueno para ser real. Una fortuna, Abby. Una verdadera fortuna.
Abigail gritó y el Conde asintió a su mayordomo para que saliera de la
habitación.
—¿Suficiente para pagar las deudas de papá? —preguntó. —¿O al menos
algunas de las peores de ellas?
—Mejor que eso —dijo. —Puedo pasar el resto del día yendo de acreedor en
acreedor, Abby, pagándoles a todos. E incluso entonces quedaría dinero.
Ella jadeó y puso sus manos detrás de su cuello.
—He estado pensando toda la noche —dijo —en lo que voy a hacer con él. Y
ahora estoy bastante seguro, aunque fue la primera idea que tuve. Voy a comprar
mi cargo en la Guardia, Abby, a la gran edad de veinte y dos años. Es algo que
siempre he soñado hacer, y lo voy a hacer.
—Boris —su voz era un chillido alto y se golpeó la cabeza contra el pecho de él
y escondió su cara allí. —¡Oohh!
Los dos caballeros se divirtieron al son de ruidosos tragos y sollozos. Boris
guiñó un ojo al Conde sobre su cabeza.
—¿Puedo felicitarte? —dijo el Conde. —No pensé que fuera posible, Boris, y
he estado desaprobando tus métodos, como te dije en el picnic. Me has
demostrado que estoy equivocado, y me alegro de ello. Espero, sin embargo, que
no tientes tu suerte y vuelva a las mesas.
Abigail levantó la cabeza y le miró a la cara a su hermano.
—Te mataré —dijo ella. —Si alguna vez oigo que juegas por un centavo, Boris,
te mataré.
Él tomó la cara de ella en sus manos y le sonrió.
—Nunca más, Abby —dijo. —Ni siquiera por un centavo. O por un penique. Te
lo juro.
Ella se alejó repentinamente de él, su cara iluminada.
—¿Lo ves? —le dijo a su marido, abrazando su cuello. —Te lo dije, ¿no es así?
Pero no tenías fe en la suerte. Te dije que Boris ganaría una fortuna pronto.
—Sí, así lo hiciste, amor —dijo, riéndose de ella mientras ella lo favorecía con
un guiño exagerado y feliz. —Ya no dudaré más de Thomas
—Gracias —le susurró al oído mientras lo abrazaba. —Eres maravilloso.
—Será mejor que todos nos sentemos y desayunemos —dijo el Conde. —
Sírvete del aparador, Boris. Así que la vida de un oficial es la vida para ti, ¿no?
—Por fin —dijo Boris, amontonando huevos y riñones y tostadas en un plato y
poniéndolo sobre la mesa. —¿Abby?
Ella le sonrió alegremente.
—No seguirás presionando a Laura Seymour en Stapleton, ¿verdad? —
preguntó el Conde Severn.
—Hacen una bonita pareja, ¿no crees? —dijo ella.
—Tal vez —dijo. —¿No crees que ella y yo luciríamos muy guapos juntos?
—¿Tú y Laura? —dijo ella, sus ojos abriéndose de par en par. —Ella nunca te
tendría, Boris. Ella nunca seguiría el sonido de ese tambor.
—Creo que lo haría —dijo. —Creo que lo hará. No puede ser peor que ser
institutriz en casa de los horribles Gill, y resulta que creo me tiene afecto. Se lo
preguntaré más tarde, de todos modos. ¿Te importaría?
—¿Importarme? —dijo ella. —¿Me importará? Te mostraré lo mucho que me
importa.
El Conde de Severn volvió a poner su taza de café en su platillo y se pasó una
mano por los ojos mientras su esposa echaba hacia atrás la cabeza y gritaba.
—Dios —dijo Boris, metiéndose un riñón en la boca. —Hace años que no oigo
eso. Supongo que estás contenta, Abby.
—¿Contenta? —dijo ella. —¿Estoy contenta? Te mostraré...
La mano del Conde cubrió la suya en la mesa. —Basta decir, Boris —dijo, —
que los dos estamos rebosantes de placer. ¿No es así, Abby? Un simple sí o no será
suficiente.
—Sí —dijo ella. —Lo estamos.
Capítulo 17

Estaban sentados de lado a lado en el carruaje de la del Conde, con la mano


firmemente unida a la de él.
—Pronto terminará, Abby, todo esto —dijo. —¿Quieres que hable yo?
—No —dijo ella. —Debo hacerlo yo. Prefiero hacerlo sola, Miles. ¿Te quedarás
en el carruaje?
—Te he prohibido ir allí sola —dijo él. —No he cedido en eso. —¿Le tenías
mucho cariño?
—Siempre un poco de lástima por ella —dijo. —Era testaruda y muy hermosa
cuando se casó con papá. Lo había hecho para desafiar al mundo, a su padre en
particular. Creo que pensó que podría cambiar a mi padre y probar que todos
estaban equivocados. Pero no se podía hacer, por supuesto, y su padre no la quiso
de vuelta cuando ella decidió ir la primera vez que fue maltratada. Estaba
embarazada de Beatrice en ese momento. Sí, supongo que la quería mucho. Traté
de protegerla.
Levantó la mano de ella hasta los labios.
—Pero ella ha elegido su propio camino ahora —dijo. —Y no puedes reformar
el mundo. Seré claro contigo, Abby. No me gusta lo que te ha hecho. Puedo
entender que las circunstancias la hayan forzado a esta forma de vida, pero no me
gusta su ingratitud hacia ti. No voy a ofrecerle palabras suaves sólo porque era tu
madrastra y tú la querías.
Ella no dijo nada.
—Y hablando de proteger y reformar —preguntó, —¿te importa que envíe a
tu pequeña niña de vuelta a Severn Park con Parton?
—¿Con tu mayordomo? —dijo ella. —No, no me importa Miles. Edna estaba
muy emocionada de saber que iba a ir a la finca a trabajar en una gran casa. Nunca
ha salido de Londres. ¿No estás enfadado conmigo?
—¿Por traerla a casa contigo? —dijo, apretando su mano. —No esperaría
menos de ti, Abby. Pobre chica. Los sirvientes están tan indefensos cuando se
encuentran en una situación así, ¿no? Me aseguraré de que Humphrey Gill sea
tratado adecuadamente, no temas.
—¿Y si está embarazada? —preguntó.
Él la miró.
—Entonces ella tendrá al niño en la relativa privacidad y comodidad de Severn
Park —dijo. —Y si ella lo desea, veré si puedo encontrar a alguien dispuesto a
casarse con ella. ¿Puedo?
Ella le sonrió.
—Casi lo primero que me dijo después de admitir la verdad —dijo, —“es que
ya no puede esperar encontrar un marido”. Creo que eso le gustaría, Miles.
—Entonces veré qué puedo hacer —dijo. —Lo incluiré en mi próxima carta a
Parton. Tal vez pueda recomendarme a alguien. O quizás Edna demuestre ser una
niña de espíritu y encuentre a alguien por sí misma para cuando lleguemos a la
finca. ¿Tienes ganas de ir?
—Sí —dijo ella.
—Nuestro matrimonio ha tenido un comienzo extraño y un tanto tenso, ¿no?
—dijo. —Pero en una hora o menos, la última barrera será derribada y podremos
proceder a vivir felices para siempre. ¿Lo crees así, Podremos?
—Sí —dijo ella.
—¿No te arrepientes Abby? —Le apretó la mano otra vez. —¿No lamentas
haber actuado tan impulsivamente y haberte casado conmigo?
Ella agitó la cabeza, mirando su mano libre, que extendió en su regazo.
—Actué de manera impulsiva —dijo, —y no me arrepiento en absoluto. Y eso
es un eufemismo tal que es ridículo.
Se rozó una imaginaria mota de pelusa de su regazo.
—Te dije algo anoche y la noche anterior después de haberte hecho el amor
—dijo. —No respondiste en ninguna de las dos ocasiones. ¿No sientes lo mismo,
Abby? ¿Hay alguna posibilidad de que lo hagas con el tiempo?
Ella apartó su mano de la de él y se giró para mirar por la ventana.
—Eso son tonterías —dijo ella. —No es por eso que la gente se casa. El
matrimonio es para la compañía y el confort. Y para los niños. El resto son
tonterías. Imaginaciones y sueños. Estabas siendo tonto. Ahí está la casa. Oh, ¿tu
cochero sabe dónde parar?
—Sí —dijo en voz baja. —¿Estás lista?
Se sentó en su asiento.
—Sí —dijo ella.
Se quedó quieta mientras un lacayo bajaba las escaleras y mientras su marido
saltaba y se giraba para tenderle la mano.
—¿Estás lista, Abby? —preguntó.
—Sí.
—¿Abby? —dijo cuando ella no se movió.
Sus manos se retorcían en su regazo.
—¿Abby? —él se apoyó en el carruaje y la tocó en la rodilla. —¿Debería entrar
solo, amor? Yo lo preferiría de todos modos.
Se volvió para mirarle a los ojos, esos ojos azules que siempre la habían vuelto
débil de rodillas, pero que ahora le resultaban difícil mirar por una razón diferente.
—Miles —le susurró ella, —sácame de aquí. ¿Por favor? Vamos a casa —se
mordió el labio superior.
Se giró para dar una orden a su cochero y volvió a entrar en el carruaje con
ella un momento más tarde, con la mano firmemente agarrada a la suya otra vez.
Ella cerró los ojos. No se dijo ni una palabra en el viaje de regreso.

***
Había entrado en la casa tomada de su brazo sin decir una palabra, y cuando
Watson lo detuvo en el pasillo con una nota que le habían entregado media hora
antes, se había soltado el brazo y había subido corriendo por las escaleras.
La nota era de la madre de Miles, invitándolos a cenar antes del baile de
Warchester. Fue a su estudio a escribir una respuesta rápida y envió la nota en
camino con uno de los sirvientes.
Probablemente ya habría pedido té, pensó mientras subía las escaleras. Iban a
tener que hablar de nuevo. Había algo que ella no le había dicho, y hasta que lo
hiciera, no podía haber felicidad para ella y ninguna oportunidad real para su
matrimonio.
Pero no estaba en su salón. Ni en su camerino.
La encontró en la alcoba. Estaba tumbada boca abajo en la cama. No sabía si
ella le había oído entrar. Ella no se movió. Cruzó la habitación lentamente y puso
una mano contra la parte de atrás de su cabeza.
—Abby —dijo en voz baja.
Cuando ella no le respondió, él levantó una silla junto a la cama y se sentó a
horcajadas sobre ella, con los brazos extendidos sobre la parte de atrás.
Él esperó.
—Soy una bastarda —dijo al fin con voz apagada, sin moverse.
Reprimió la inapropiada necesidad de reír. Decidió que ella hablaba en serio.
—Háblame de ello —dijo.
—Soy una bastarda —dijo ella, su voz un poco más firme. —No soy la hija de
mi padre. No soy pariente suyo en absoluto. Pedí tu ayuda bajo un pretexto
totalmente falso.
—Eres pariente mío —dijo. —Eres mi esposa.
Murmuró algo en las sábanas.
—Abby —dijo, —¿quieres darte la vuelta? Tu voz está ahogada.
Giró la cabeza para revelar un rostro sonrojado, de ojos brillantes, enmarcado
por rizos cortos que estaban considerablemente despeinados.
—No lo estaría… mi voz no estaría apagada —dijo ella, —si te hubiera dicho la
verdad. Debes estar deseando y deseando que no sea así. Y quizás haya una salida
para ti. Quizás se te concedan el divorcio cuando les digas cómo te he engañado y
cómo no soy más que una bastarda.
—Es una palabra fea, Abby —dijo. —¿Tu madre te tuvo con otro hombre?
—Ni siquiera sé quién —dijo. —Nunca me lo dijo, y no creo que papá lo
supiera. Pero fue por eso que se casó con papá. Me dijo que nunca se habría
rebajado si no hubiera estado en tal situación. Pero mi galante padre, mi
verdadero padre, parece que la había abandonado, y papá la había estado
acosando durante mucho tiempo. Se casó con él sin decírselo, cuando yo ya
llevaba casi cuatro meses de camino.
Bajó la frente para descansar sobre sus brazos.
—La familia con la que te casaste ha resultado ser una familia destartalada,
¿no? —dijo ella, con voz brillante. —Aunque me ha parecido que tal vez Papá se
hubiera comportado si Mamá no le hubiera hecho eso. Mi madre tendría que
llevarse el premio de la familia, pase lo que pase. Siempre fue tan correcta,
siempre tan mujer. Siempre despreció a papá, incluso después de tener a Boris con
él. Y siempre me favoreció a mí en vez de a Boris. Supongo que debe haber amado
a mi verdadero padre. No lo sé. No lo sé. Pero esos son los hechos. Soy una
bastarda. Te has casado con una bastarda, Miles.
—Tu padre te aceptó —dijo. —Te dio su nombre. Te permitió crecer en su
casa con sus propios hijos incluso después de la muerte de tu madre. Él te
legitimó, Abby. Por eso lo amabas a pesar de todo, supongo.
Se levantó de la cama con una prisa indigna y cruzó la habitación para
enderezar unos adornos en una cómoda.
—La mala sangre fue atraída por la mala sangre —dijo. —Me gusta pensarlo
así. No creo que realmente yo lo amara. Me necesitaba, eso es todo. Estaba
enfermo. Sé que la gente desprecia a los borrachos y piensa que pueden enderezar
sus propias vidas cuando quieran. Pero no pueden. Mi padre estaba tan enfermo
como si hubiera tenido tuberculosis o cáncer. Estaba enfermo, me necesitaba y yo
lo cuidaba. Eso es todo. Era tan simple como eso.
—Lo amabas, Abby —dijo.
—Nos dejó a todos en una situación terrible —dijo ella. —Siempre habíamos
estado juntos a pesar de todo. Sin embargo, de repente se fue; los niños estaban
con una tía abuela a la que no le gustaban mucho, y Boris estaba cargado de
deudas en las que no había hecho nada para incurrir, y sin perspectivas posibles
para sí mismo. Y yo estaba sola. Muy sola—. Se abrazó a sí misma.
—Ven aquí —dijo, poniéndose de pie y moviendo la silla hacia un lado. —Ya
no estás sola.
Ella le miró por encima del hombro.
—Pensé que nadie más en el mundo sabía esto de mí —dijo, —sin mamá y
papá. Pero se lo habían dicho a Rachel. Y ella vendrá por ti, por las dos mil libras
cuando acabe la semana, Miles. Si ella no recibe el pago, entonces todo el mundo
lo sabrá.
—Abby... —dijo, caminando a través de la habitación hacia ella.
—No me toques —dijo, abrazándose más fuerte. —Por favor, no lo hagas. Me
iré a algún lado. No sé dónde. Pero pensaré en algún lugar pronto. Me queda algo
de dinero de las seis mil libras que me diste. De hecho, hace sólo dos semanas lo
habría considerado una fortuna. Debería ser capaz de...
—Abby —dijo con dureza, y no la tomó con demasiada delicadeza por el brazo
y la empujó hacia sus brazos. —¿Qué tonterías estás diciendo? Detente en este
instante.
—No debí haberlo hecho —dijo ella. —No lo habría hecho si no hubiera
estado tan tentada. Pero me sentí abrumada por la tentación, Miles. No te puedes
imaginar lo que fue venir aquí sabiendo que yo era indigente, temerosa de esperar
con demasiada ansias cualquier ayuda, y de repente encontrarme con que podía
ser una Condesa y casada con un hombre tan rico como Creso. Pero no sabía que
alguien más conocía mi secreto. Lo juro. Ni siquiera sabía que Rachel estaba viva.
Habría combatido la tentación de casarme contigo si hubiera sabido que había una
posibilidad de arrastrarte a un escándalo tan terrible. Lo habría hecho. Tienes que
creerme. Sé que he hecho cosas terribles, y soy una bastarda y todo eso, pero…
Detuvo la boca de ella con la suya.
—Es posible que tenga que tomar medidas drásticas si vuelvo a oír esa palabra
en tus labios —dijo. — Abby, no eres responsable de las circunstancias de tu
nacimiento, y no eres esa cosa fea que te llamas a ti misma.
—Pero lo soy —dijo ella. Sus ojos eran enormes, con lágrimas sin derramar.
—Por un accidente de nacimiento —dijo, —no eres producto del matrimonio
de tus padres, Abby. Pero por lo que he oído, has demostrado ser la hija de tu
padre y la hermana de tu hermano y la hermana de tus hermanastras una y otra
vez. Abby, mi amor, perdónate a ti misma.
—¿Por engañarte? —dijo ella.
—Por eso también, si quieres —dijo. —Pero quise decir por ser una vergüenza
para tu madre y un shock y una decepción para tu padre, si es que lo eras. ¿Fuiste
la única a la que no maltrató mucho? ¿La única que tenía alguna influencia sobre
él? Creo que quizás se dio cuenta de lo extraña e inesperada que era la joya que
había sido traída a su vida, Abby. Perdónate a ti misma.
Dos lágrimas se derramaron y corrieron por sus mejillas.
—No puedo perdonarme por lo que te he hecho —dijo.
—¿No puedes? —dijo. —Por traer la luz del sol a mi vida y un poco de locura y
todo un mundo de amor... Te quiero, lo sabes.
Sollozaba con indiferencia y se llevó una mano a la boca.
—No puedes —dijo ella, bajando la mano. —Miles, no puedes. Soy una bas…
La besó con fuerza.
—Lo dije en serio —dijo, —sobre las medidas drásticas. Si crees que no las
haré, pruébame. Sabes, odiaría tener que probártelo.
—Si me pegas, te devolvería el golpe —dijo, y esta vez su sollozo se mezcló
con una risa y un hipo.
—Estoy seguro de que lo harías —dijo. —Abby, si puedes superar esta terrible
culpa tuya y este terrible sentimiento de ineptitud, ¿crees que puedes amarme,
aunque sea un poquito? ¿Lo suficiente como para construir el futuro en base a ese
amor?
—Me enamoré de ti en cuanto vi tus ojos —dijo ella. —¿Qué mujer podría
evitar hacerlo?
—¿Quién, en efecto? —dijo. —Así que te encantan mis ojos. Eso es un
comienzo, al menos. ¿Existe la posibilidad de que el sentimiento se extienda a
otras partes de mí?
—Oh, sí —dijo ella. —Desde hace mucho tiempo. Pero, Miles, esto es una
tontería. Todavía está Rachel y la ruina que puede provocar en ti a través de mí.
Debes llevarle el dinero. ¿Lo harás? ¿Hoy, antes de que se vuelva impaciente?
Habrá un escándalo insoportable para ti si ella le dice a alguien más lo que sabe.
—¿Para mí? —dijo. —¿Debo decirte cuánto me preocuparía, Abby? Tanto así…
—le chasqueó dos dedos al lado de la oreja. —¿Qué hay de ti? ¿Te molestaría?
—Sí —dijo ella. —Porque yo te habría arrastrado a ello.
—Dejándome a un lado por el momento —dijo, —¿te molestaría?
Ella pensó por un momento.
—No —dijo ella. —Porque me doy cuenta de que, a pesar de todo, si mi
madre y mi padre, mi verdadero padre, no hubieran sido indiscretos, no estaría
aquí, ¿verdad? Y creo que odiaría eso.
—¿Lo harías? —dijo sonriendo. —¿Y en qué rincón del universo estarías
sentada en este momento, Abby, odiando el hecho de que nunca habrías nacido?
Ella le sonrió lentamente, y él le tocó la frente.
—¿Realmente no te importa? —preguntó con nostalgia.
—En realidad no me importa —dijo. —Y más importante que cualquier otra
cosa, podré ahorrarme dos mil libras y tendré el placer de decirle a la Sra. Rachel
Harper que vaya a deshacer el trato. Este es un día maravilloso para mí, Abby.
—¿El dinero es lo más importante para ti...? —preguntó ella, mirándolo un
poco insegura.
Le dio la vuelta a la cintura con las manos y le sonrió.
—Me niego a responder una pregunta tan absurda —dijo. —Abby, dime algo.
Ella le miró con curiosidad.
—¿Está todo afuera ahora? —preguntó. —¿Todos los oscuros secretos de tu
pasado?
Ella pensó cuidadosamente.
—Sí —dijo ella.
—Bien —dijo. —En un momento voy a desnudarte y a hacerte el amor, tan
pronto como me hayas dicho si prefieres que te lo haga en tu cama o en la mía. Y
después de que termine, te voy a decir lo mismo que te he dicho las dos últimas
noches. Esperaré tu respuesta. ¿Habrá una hoy?
Su cara estaba en llamas cuando lo miró.
—Sí —dijo ella. —En tu cama, por favor, Miles.
Él ató sus dedos a los de ella y la condujo a través de los dos vestidores
contiguos hasta la alcoba. La tomó por los hombros para girarla y así poder hacer
frente a la larga fila de botones de la parte de atrás de su vestido. Inclinó la cabeza
para besar su nuca mientras sus manos trabajaban.
Él, al fin, la levantó a la cama, se desvistió mientras sus miradas se cruzaban
infinitamente; se acostó junto a ella en la cama, y procedió a hacerle el amor largo
y lento al inicio, y frenéticamente al final.
Cuando se recobró, se puso a su lado y colocó la cabeza de ella sobre su
hombro y levantó las mantas que la cubrían.
—Mmm —dijo, frotando su mejilla sobre sus rizos. —Algunas cosas
definitivamente mejoran con la práctica, ¿no? ¿Te imaginas cómo sería para
nosotros dentro de diez años? Las estrellas pueden estar explotando a nuestro
alrededor —inclinó la cabeza para besarla en la boca. —Te amo, Abby.
Ella excavó su cabeza más adentro de la calidez de su cuello.
—Yo también te amo —dijo ella. —Cada centímetro de ti y todo lo que eres —
suspiró contenta.
—Y así vivieron felices para siempre —dijo, —y se retiraron a su finca y a la
felicidad doméstica al día siguiente.
Ella dibujó patrones en su pecho con un dedo índice.
—Hay una pequeña cosa que debería haberte contado —dijo ella.
Él gimió.
—Cuando una vez te dije algo que había dicho algo desagradable para
desanimar al Sr. Gill, me dijiste que no podía ser tan poco dama como para haber
dicho algo así. Así que no te dije lo que le dije cuando lo atrapé tratando de
pellizcar a Laura. Tenía miedo de que te disgustaras conmigo.
Él volvió a gemir.
—Fue realmente terrible —dijo. —Me hace sonrojar incluso para recordar —
se rió nerviosamente.
Se cubrió los ojos con su mano libre y suspiró.
—Abby —dijo, —¿crees que podrías confesarlo todo sin tomarte diez minutos
para hacerlo? Quítatelo de la conciencia si es necesario, amor mío, y luego déjame
dormir. Acabo de ganarme un buen descanso, ¿no?
Se estaba riendo.
—No puedo —dijo ella. —Oh, no puedo —se tapó la nariz. —Fue
terriblemente vulgar, Miles. Te hará sonrojar.
—Señor Dios—dijo, dirigiéndose al dosel sobre sus cabezas, —¿voy a ser
sometido a cincuenta años de esto o algo así? ¿Qué he hecho yo para atraer tal
castigo hacia mí?
—¡Deberías haber visto su cara, Miles! —y ella explotó de alegría.
El Conde de Severn se rió, aunque aún no tenía ni idea de qué se estaba
riendo.
—Me he casado con una loca —dijo. —Este será el próximo secreto que te
sentirás impulsada a confesar, ¿no es así, Abby? Te has escapado de Bedlam 20 y yo
me he casado contigo, que Dios me ayude.
—Estoy segura de que si se hubiera inclinado hacia adelante, sus ojos se
habrían salido de sus órbitas y habrían rebotado en el piso —dijo.
Se aferraban el uno al otro, indefensos por la risa.
—Será mejor que me digas de qué me estoy riendo —dijo cuando pudo.
—No puedo —se lamentó. —Oh, no puedo.
—Abby —dijo, abrazándola, —he reído más en las últimas dos semanas que
en los treinta años anteriores. Pero me siento algo imbécil cuando ni siquiera sé
por qué lo hago. ¡Pequeña idiota! Te quiero, lo sabes.
—Le dije que le pellizcaría el trasero si alguna vez se lo volvía a pellizcar a
Laura —dijo con toda serenidad.
Hubo un momento de silencio incrédulo.
Y entonces el Conde de Severn echó la cabeza hacia atrás contra la almohada
y rugió de risa.

20
NT. Bedlam. Hospital Real de Bethlem, más conocido como Bedlam. Hospital psiquiátrico Londinense; tan famoso llegó a
convertirse en una atracción turística. De arquitectura fastuosa –parec, contrasta con la finalidad para la cual fue construido: de
—grandiosa fachada y sombrío interior.

También podría gustarte