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LISBETH CAVEY
Título original: Albatros
© Lisbeth Cavey 2023
Diseño de portada: Lisbeth Cavey
Imágenes: Wonder
Maquetación: Lisbeth Cavey
Corrección: Sonia Martínez Gimeno
Reservados todos los derechos. No se permite la
reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a
un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o
por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia,
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constituir un delito contra la propiedad intelectual.
TABLA DE CONTENIDO
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Epílogo
Capítulo 1
∞∞∞
La noche fue larga para Victoria, que no consiguió conciliar el
sueño, y, harta de dar vueltas en la cama, decidió levantarse
cuando todavía la luna presidía el cielo.
Se vistió de negro y, al mirarse al espejo, se le antojó que
parecía un cuervo larguirucho y ojeroso. Odiaba aquel vestido
infame que se veía obligada a portar. Odiaba a toda la sociedad
que imponía qué hacer y cómo. Por ella se marcharía a cualquier
lugar remoto e iniciaría una nueva vida lejos de los dedos largos
y afilados de esta y de su lengua guillotinada.
En unas horas tendría que vérselas de nuevo con el tal
Albatros, no obstante, quería que el tiempo transcurriera con
lentitud, aquel hombre la inquietaba. Era como una especie de
bocado en el estómago y las entrañas, un mordisco que le hacía
ver que algo no marchaba bien. Andrew tenía un hijo, aquellas
cartas manuscritas lo hacían posible, pues era la letra de su
controvertido esposo.
Si así fuera, aquella relación se había producido cuando
Andrew estaba casado con su primera esposa, cuya muerte
temprana nadie nunca le había aclarado, ni siquiera el mismo
Andrew, que eludía el tema como si se tratara de la peste.
Con ella no había querido tener hijos, nunca se descuidaba,
y en las relaciones maritales solía retirarse antes de derramarse
en su interior, para hacerlo en su propia mano.
Cuando todavía era joven y algo impulsiva, le preguntó a
Andrew por qué no le permitía ser madre, este le contestó con
un bofetón que la tiró al suelo. A partir de aquel momento, se
guardó muy bien de volver a preguntarle, mas no, claro está, de
investigar por su cuenta, escuchando tras las puertas las
conversaciones del servicio.
En una ocasión escuchó algo que le heló la sangre, fue el
ya difunto Wells, que se encargaba de las caballerizas y conocía
a Andrew desde que era un niño, el que habló de más con el
también anciano Herald, cochero que a su vez era el jardinero y
que poco se ocupaba de adecentar el jardín y mucho menos el
parque. La conversación fue más o menos así:
—¿Te acuerdas del ama Gertrude?, ella sí que era una
mujer con lo que hay que tener, no como esta remilgada a la
que hasta una hoja caer la asusta —preguntó Wells.
—No hables del ama Gertrude, ya sabes que lord Dawson
lo prohibió y si alguien nos oye y nos delata, estaremos en la
calle, ¿y a nuestra edad quién nos emplearía?
—Lo sé, pero aquí no se acerca nadie, este lugar no es
apetecible para el paseo.
—Todavía recuerdo los gritos del ama Gertrude la noche
que…, ya sabes —soltó de pronto Herald contraviniendo sus
propias instrucciones.
—Fue terrible y lo que vino después fue mucho peor, jamás
olvidaré…
De pronto, un crujido puso en ⁷guardia a los dos hombres.
—¡¿Hay alguien ahí?! —espetó Herald.
Muy cerca de allí, escondida tras un pajar, se hallaba
Victoria, petrificada y maldiciéndose a sí misma por haber
intentado acercarse para escuchar mejor.
Sin embargo, aquella escueta conversación le dejó mal
cuerpo, años después, todavía se reproducía en su cabeza, ¿a
qué se referían con aquellas palabras?, «gritos y lo que vino
después…». Se podían elucubrar muchas teorías, mas no había
certeza de ninguna.
Capítulo 5
∞∞∞
Una vez llegó a Clever’s y dejó su yegua en las caballerizas,
entró a la mansión y se cruzó con Victoria, que salía de la casa
con la intención de dar un paseo.
—Buenas tardes, señora Dawson —saludó.
—Buenas tardes, señor Albatros —respondió ella con algo
que él conocía muy bien en su mirada: miedo.
—¿Está bien? —preguntó él mientras llevaba su mano a la
nuca y se rascaba.
—¿Por qué no debería estarlo? —inquirió ella, desafiante.
—¿Va a dar un paseo? Me gustaría acompañarla, si no es
inconveniente —dijo él.
Victoria estuvo a punto de declinar la oferta, pero no era
una persona descortés, su férrea educación la conducía a aceptar
una amable petición, y así lo hizo.
Se internaron en el parque sin decir palabra alguna, en un
silencio incómodo para ambos. Fue Albatros el primero en
romperlo.
—Está todo tan descuidado, me preguntaba si sería posible
contratar a alguien que se encargara de devolverle a este parque
la vida —dijo él con tiento.
En el rostro de Victoria se iluminó una pequeña llamita, tan
débil que dejó de prender de inmediato.
—Usted puede hacer lo que quiera, al fin y al cabo, es el
hijo de Andrew —dijo ella en tono monocorde y algo airado.
—Y usted es su viuda… Señora Dawson, no me andaré
con rodeos, conozco las leyes y sé en qué situación se encuentra
una mujer ante la muerte de su esposo. Sin embargo, no es mi
intención hacerla de menos y dejarla al margen de las decisiones
que se tomen de ahora en adelante. Es usted la señora de esta
casa y así seguirá siendo —sentenció él, arrepintiéndose de
inmediato de sus palabras.
Victoria no dijo nada, ni siquiera notó sorpresa en su
expresión, tan solo siguió caminando en silencio, como si las
palabras de Albatros no le hubieran causado ninguna reacción;
sin embargo, en su fuero interno, sentía alivio, al menos no la
pondría en la calle.
Volvieron a la casa en completo mutismo, esta vez sin
sentir la más mínima incomodidad ni tampoco la necesidad de
añadir nada más.
Sin embargo, Victoria no hizo acto de presencia y Albatros
volvió a cenar solo, no estaba acostumbrado a ello. Solía hacerlo
con Mary mientras le contaba lo acaecido durante el día, que
siempre eran correrías y engaños perpetrados que le divertía
relatar.
En aquel momento no tenía nada que contar, más allá de
que estaba metido en el asunto más grande de toda su vida y se
sentía pequeño, muy pequeño y abandonado, como el niño que
un día fue, un niño sin memoria, sin linaje y de futuro incierto.
Por suerte, su mentor le salvó la vida y lo convirtió en el hombre
que era.
Aquellos pensamientos se hicieron hueco en su mente y la
dotaron de una tristeza que hacía mucho tiempo que no lo
atenazaba con sus dedos largos y afilados. Aquella casa, era
aquella casa la que lo hacía sentir incómodo y melancólico.
Recordó las palabras de Cadence, según ella, era inútil intentar
alegrar a la casa, él lo haría.
Cuando se retiró a sus habitaciones, vio como Cadence lo
miraba con lascivia y estuvo tentado a invitarla de extranjis a su
lecho, mas se contuvo, no era menester yacer con una de las
sirvientas nada más llegar, ¿en qué lugar lo dejaría eso?, con lo
largas que parecían tener las lenguas en aquel sitio, los
habitantes de este harían conjeturas y se inventarían historias.
No, debía mantener su miembro a buen recaudo.
La cama era cómoda, más que cualquiera en la que hubiera
dormido en toda su vida; sin embargo, Albatros no era capaz de
dormirse, se sentía agitado, la inactividad era demasiado para su
acostumbrado ritmo frenético.
Era muy tarde cuando cayó rendido ante el sueño que
Morfeo le brindaba por pena y no tardó en sobresaltarse al sentir
como acariciaban su rostro.
Miró a ambos lados buscando a Cadence, pero en la
habitación no había nadie.
Se tumbó de nuevo, pensó quizá que aquello podía ser
parte de su sueño, no obstante, volvió a sentir que lo
acariciaban.
—¡Cadence, sal de dónde estés, no tiene gracia! —
exclamó, mas el silencio le dejó claro que no había nadie en la
estancia.
Observó a su alrededor, pero ninguna sombra se cernía
sobre él. Negó con la cabeza y se levantó de la cama, se dirigió
hacia uno de los ventanales y lo intentó abrir, aunque era
imposible hacerlo, estaba claveteado.
—Este individuo no era muy normal —dijo refiriéndose a
Andrew—. ¿Para qué haría esto?, ¿es que acaso quería lanzarse
al vacío? —se preguntó entre susurros.
Los primeros rayos de luz lo despertaron, se había rendido
al sueño en un incómodo sillón y tenía un dolor horrible en la
espalda.
Volvió a la cama, ¿para qué madrugar si no tenía nada que
hacer?
De pronto, alguien aporreó la puerta.
Albatros se levantó de la cama y se cubrió antes de abrirla
a la voz de «un momento», pero los golpes se hicieron más
urgentes y unos gritos los acompañaron. Cuando abrió, halló a
un individuo orondo, de pelo cano y unos cuantos años de más
en su cuerpo, estaba furioso y le gritaba sin cesar:
—¡¡Farsante!!, ¡¡mi primo nunca tuvo hijos!!, ¡¡voy a
desenmascararte y a quedarme con lo que es mío!!
—¿Quién es usted y qué hace en mi casa? —preguntó
Albatros con todo el aplomo que fue capaz de reunir.
—Tu casa…, esta no es tu casa, pendenciero de medio
pelo, ¿o es que crees que a mí me vas a engañar?, no pienses ni
por asomo que vas a quedarte con mi herencia.
—No sé quién es usted, pero si no modera el tono, me veré
obligado a echarlo de esta casa, y le aseguro que no le gustará…
—espetó Albatros, dedicándole al individuo una mirada fiera.
El tipo reculó, la juventud y presencia imponente de
Albatros era superior a la de él, casi anciano y con poca
posibilidad de movimiento, estaría perdido, por lo que optó por
comedir su tono.
—Soy Gordon Dawson, Andrew era mi primo y yo su
único familiar vivo.
—Muy bien, yo soy Albatros y soy el hijo de Andrew,
como usted ya veo que sabe. Es obvio, que como hijo y familiar
más cercano a Andrew Dawson que usted, sea yo quien herede,
¿no cree?
—Eso está por demostrar, por lo tanto, entiendo que no
debería tomar posesión de los bienes de mi primo hasta que no
quede claro su parentesco con él —espetó Gordon con el
mentón alzado.
—El señor Albatros es mi invitado —dijo de pronto una
voz femenina a la espalda de Gordon, era Victoria.
Gordon se giró y la miró con desprecio.
—¡¡Sucia ramera!!, ¡¡no tenías bastante con matar a mi
primo, que ahora te traes a este farsante a tu casa para que se
meta entre tus muslos!! —gritó Gordon fuera de sí.
Todo sucedió muy rápido, a Victoria no le dio tiempo a
pararlo, pero el puño de Albatros impactó con fiereza en el
rostro de Gordon, haciendo que este se tambaleara, tropezara y
acabara en el suelo.
—¡No vuelva jamás a insultar a la señora!, y ahora… —
espetó tendiéndole la mano para ayudarlo a levantarse—, pídale
perdón a la viuda de su primo.
Gordon, cual corderito manso, hizo lo propio, no sin pensar
para sus adentros que aquello no quedaría así, sin embargo, optó
por disculparse con Victoria y salió de la casa con la cabeza
gacha y mascullando blasfemias.
Capítulo 11
∞∞∞
Victoria se hallaba en el pequeño salón donde solía recluirse por
las tardes, inmersa en su eterna labor, esa que no sabía ni por
qué hacía, quizá para apaciguar el sopor que la corroía por
dentro, cuando una de las gemelas la avisó de la llegada de
Hamilton. La expresión de Victoria cambió de inmediato,
adoraba a su amigo, con él hasta los muros más decrépitos de
Clever’s se vestían de fiesta.
Salió al encuentro de su compañero desde la niñez con
alegría, y abrió sus brazos para recibirlo en los suyos.
—¡Querida Vicky!, ¿cómo sigues?, me quedé muy
preocupado con tu última carta, y luego no volviste a escribirme
más —le reprochó Hamilton a modo de saludo.
—Hami, oh, Hami, ha ocurrido un milagro, y si todo va
bien, no tendré que aguantar a Gordon Dawson en mi casa.
Hamilton ladeó la cabeza y le dedicó una sonrisa de medio
lado a su amiga.
—Un milagro… En estos tiempos, un milagro no tiene
muchas opciones en tu situación, o Gordon ha pasado a mejor
vida, o hay otro familiar más cercano que puede heredar y no es
tan desagradable como el primero —elucubró Hamilton con los
ojos entrecerrados.
—Es lo segundo, querido —dijo Victoria juntando ambas
manos con expresión esperanzadora.
—Pero si Andrew no tenía más familiares vivos, ¿cierto?
—preguntó Hamilton, encogiéndose de hombros.
—Buenas tardes —la voz ronca y varonil de Albatros
irrumpió en la sala, haciendo que Hamilton volteara a mirar
quién era el poseedor de esta.
Al ver el atractivo y la presencia de Albatros, no pudo
menos que abrir la boca, impresionado.
—Buenas tardes, señor Albatros —saludó Victoria con
seriedad y distanciándose del tono amigable que había
mantenido con su amigo hasta hacía escasos instantes—, le
presento a mi gran amigo, Hamilton Klen.
Hamilton se aproximó a aquel tipo y lo saludó con
picardía, deshaciéndose de sus lentes oscuros.
—Klen…, ¿de la casa Klen de Londres? —inquirió
Albatros.
—Yo soy la casa Klen al completo, querido —respondió
Hamilton con una sonrisa de suficiencia —: ¿Y qué le trae por
la morada de mi querida amiga? —añadió con su curiosa
manera de intentar obtener información.
—Verás, Hamilton, él será el nuevo lord Dawson —
intervino Victoria.
Hamilton observó el rostro de Albatros y halló un parecido
que de primeras le había pasado inadvertido.
—Increíble, sin embargo, creía saber a pies juntillas que el
difunto no tenía más familiares que el horrible Gordon Dawson,
a menos que sea usted un hijo de Andrew salido de la nada, no
sé qué parentesco pueda unirlo a él —soltó Hamilton con
desconfianza.
—No se equivoca, señor Klen, Andrew Dawson era mi
padre —afirmó Albatros con aplomo.
Hamilton se llevó la mano a la boca y ahogó un gritito.
Victoria clavó su mirada en él y asintió con la cabeza,
Hamilton estaba de veras sorprendido y no sabía contener sus
emociones tal y como ella hacía.
—¿Cómo va su proyecto, señor Albatros? —preguntó
Victoria con el fin de cambiar de tercio.
—Viento en popa, ya tengo a toda la cuadrilla y en unos
días empezarán con las obras. Además, hoy conocí a un antiguo
empleado de Clever’s, un anciano bastante misterioso, la
verdad.
—No me sorprende, todos los que han trabajado en este
lugar están muertos o a punto de pasar a mejor vida, raro es que
alguno de ellos haya sobrevivido —soltó de pronto Hamilton,
ante la mirada reprobatoria de Victoria.
—Me dijo que se llamaba Walker… —dijo Albatros
cruzándose de brazos.
Victoria intentó hacer memoria, había escuchado ese
apellido y no recordaba dónde, quizá su marido le había contado
alguna anécdota que tuviera como protagonista a aquel
individuo, no sabía a ciencia cierta de qué le sonaba, pero lo
hacía.
—Walker…, no recuerdo a ningún Walker, la verdad —
respondió ella.
Sin embargo, Albatros detectó en su mirada un pequeño
destello que le hacía una revelación, Victoria le estaba
mintiendo.
Capítulo 16
∞∞∞
Gertrude estaba muy nerviosa, Walker había vuelto y le había
dicho a Rose que el señorito Albert había recibido
personalmente la misiva.
Se puso el vestido de tarde más bonito que tenía, ese que a
Albert tanto le gustaba, decía que con él estaba preciosa, que
bien podría confundirse con un hada del bosque.
A las cuatro y media, aprovechando que sus padres no
estaban en casa, y con la complicidad de sus hermanas, Gertie
salió hacia el rincón mágico, que no era más que un pequeño
lago en las inmediaciones de la casa Ross, pero tan privado y
hermoso, que los resguardaría de miradas indiscretas.
Cuando arribó a su lugar favorito, se sentó en una roca, a la
espera de que su amor de besos robados se presentara. Lo haría,
estaba convencida de ello, pues la amaba demasiado como para
no hacerlo.
Sin embargo, las horas pasaron y el cielo se oscureció,
sorprendiéndola entre lágrimas vivas.
Se había confundido, Albert no la amaba, no había acudido
a su cita. Prefería verla casada con su hermano, un ser
despreciable al que había comenzado a odiar por haberle
desgraciado la vida.
Jamás, jamás amaría a Andrew Dawson, haría lo posible
por que su vida se transformara en un infierno. En cuanto a
Albert, a él le esperaba algo peor, su indiferencia, no dejaría que
viera su pena, no lloraría ni una lágrima más por él. Si no había
sido lo suficientemente hombre como para presentarse aquella
tarde, no lo sería para nada más.
Gertie soltó un grito desgarrador, un dolor fuerte y
lacerante rompió su pecho, le quebró el corazón.
Sus hermanas la hallaron con el vestido hecho jirones, el
pelo despeinado y el rostro lleno de barro. Ella misma se lo
había untado para matar las lágrimas.
La abrazaron y Stephanie le puso su capa sobre los
hombros y la cubrió con ella. No era de recibo que llegara a su
casa casi desnuda.
—No ha venido, Fani, no me ama… —sollozó.
—Pues si no ha acudido a la cita, que lo zurzan, Gertie, es
un sinvergüenza como su hermano —espetó Rose.
—No es el momento, Rose. Ahora nuestra hermana
necesita apoyo y cariño, ya hablaremos luego de la integridad de
Albert Dawson —la reprendió Fani sin dejar de abrazar a la
trémula Gertie.
—¿Qué voy a hacer ahora?, mi vida se ha acabado… —
balbucía la joven una y otra vez.
—Por lo pronto volvamos a casa, ha anochecido y papá y
mamá deben haber llegado. Le pediremos a Mildred que te
prepare un buen tazón de caldo caliente. Siempre es más fácil
pensar con el cuerpo asentado —dijo Rose con determinación.
Fani le sonrió, Rose era dura y en ocasiones demasiado
señoritinga, pero tenía un corazón enorme, un corazón que solo
ella y unos pocos conocían. Aunque se empeñara en demostrar
continuamente lo contrario.
Las tres hermanas volvieron a casa mientras cobijaban a la
más pequeña entre sus brazos.
Justo antes de entrar, Rose agarró la muñeca de Gertie, la
paró en seco y sentenció:
—La cabeza bien alta y que se note que eres una Ross,
hermanita. Que nadie sepa nunca que te rompieron el corazón.
Ahora es el momento de que te conviertas en una mujer y
aceptes tu destino con dignidad. ¿De acuerdo?
Gertie cerró los ojos y apretó los labios entre sí, que se
transformaron en una fina línea recta, antes de asentir.
Rose depositó un beso en el cabello castaño de su hermana
y la instó para que entrara en casa, pues era inútil ocultar el
estado en el que se encontraba. El carruaje de los Ross se
hallaba frente a la pequeña mansión, prueba inequívoca de que
sus padres ya habían llegado.
Capítulo 17
∞∞∞
Victoria estaba triste y un vacío enorme copaba su pecho.
La habían engañado de la manera más vil, sin embargo, en
el fondo de su alma sentía todavía que no podía ser, que
aquellos labios la habían besado con ternura y sinceridad.
¿Puede un beso ser sincero? Sí, puede.
Jamás Andrew la había besado de aquella forma, ni había
sentido su cuerpo vibrar diciéndole a gritos, quiero más, quiero
tenerte sin reservas.
Le hubiera dado su alma si este se la hubiera pedido en ese
instante que no cesaba de reproducirse en su mente como si se
tratara de una rueda que gira y gira y nunca deja de hacerlo.
Pero todo era una ilusión fruto de la mente maquiavélica de
aquellos dos.
Caminó durante horas de un lado al otro del vestíbulo, ¿a
quién o qué esperaba?, se había levantado de una noche
insomne dispuesta a denunciar a Albatros y a Cadence, pero
todo se había quedado en intención, porque no, no era capaz de
denunciarlo a él, prefería olvidarlo, enterrarlo en un rincón
deteriorado de su corazón y dejarlo perder para siempre allí.
Anduvo sin rumbo por la casa. El cabello ensortijado, el
vestido arrugado, el alma herida de muerte.
Sin saber cómo, se halló delante de la puerta del despacho
de Andrew, ese lugar maldito en el que temblaba de pies a
cabeza cada vez que tenía que pisarlo.
Posó su mano en la puerta y esta cedió y chirrió. Recordó
que le dijo a Albatros que podía entrar en él. Quizá se olvidó de
cerrarlo, o ni se molestó, nunca lo sabría.
Agarró un candelabro que descansaba junto a la puerta, en
un pequeño aparador. Estaba fuera de lugar, así que era muy
probable que Albatros lo hubiera utilizado para iluminarse en el
interior de aquella habitación sin ningún paso de luz.
Prendió una a una las velas que halló en el escritorio y se
sentó en el sillón que utilizaba su esposo.
Apoyó los antebrazos en los reposabrazos y observó el
libro de registro abierto ante ella, en la gran mesa de despacho
de su difunto esposo.
La página que estaba abierta, la firmaba un tal Albert
Dawson.
Victoria ladeó la cabeza. ¿De qué le sonaba ese nombre?
Sí, era el abuelo de Andrew, pero difícilmente estaría vivo en
esa fecha, si ya su padre era bastante mayor cuando murió.
«Piensa, Victoria, piensa», se dijo a sí misma.
¿Quién era Albert Dawson?, ¿tal vez el hombre del retrato?
Recordó el momento en que Blanche y ella colgaron el
cuadro sobre la chimenea, en uno de los salones.
Habían quitado uno de hombres cazando con sendos
perros, a Victoria le parecía tan horrible que se sintió satisfecha
cuando el retrato de Andrew la observó con su figura esbelta
desde arriba.
Tan ilusionada estaba, que cuando Andrew entró por la
puerta y ella corrió hacia él para besarlo, le pidió que la
acompañara, pues tenía una hermosa sorpresa que mostrarle.
Andrew, sonriente, se dejó arrastrar de la mano, pero su
risueña expresión se convirtió en una de cólera tan aterradora
que Victoria temió por su propia integridad física.
Lo que vino luego, la tiró al suelo y ella se llevó la mano a
la mejilla dolorida por el cruel bofetón que le propinó su amado
esposo.
—¡¡¡Quita a ese maldito de mi vista!!! —gritó Andrew
antes de encerrarse a cal y canto en su despacho.
Victoria todavía sentía el dolor de aquel bofetón en su
alma. Se acarició la mejilla, como si volviera al pasado y
estuviera en él.
Esa misma noche, Blanche le dijo que Andrew quería verla
en su despacho a medianoche.
Victoria no entendía nada, ¿para qué su marido la hacía
llamar y la citaba de una forma tan extraña?, con la esperanza
de que quisiera pedirle perdón por su mal proceder, ella se puso
guapa para él y se presentó a la hora indicada.
Dio tres toques en la puerta y Andrew le dijo que pasara,
desde el otro lado. Ella lo hizo y su mundo se tiñó de negro para
siempre.
Capítulo 36
∞∞∞
Victoria y Hamilton se presentaron en el funeral de Walker,
donde sus hijos y su esposa, una mujer de cabello cano y rostro
congestionado por el dolor, se abrazaban unidos, como la
familia que eran.
—¿No se te ocurrirá hacerle preguntas a la viuda, cierto?
—masculló Hamilton con disimulo.
—No estoy tan loca, Hami —respondió Victoria.
—Entonces ¿qué demonios hacemos aquí? —inquirió el
modisto.
—No todos los aquí presentes estarán tan afligidos como
su familia, necesito saber el resto de la historia —dijo Victoria
en un tono un poco más alto de lo debido.
—Si ya sabes que Albatros no es en realidad un impostor,
bueno, que sí lo es, pero es algo así como un cazador cazado,
devorado por su propia arma, ¿para qué quieres más pruebas?
Ahora resulta que era hijo del gemelo de Andrew, madre del
amor hermoso, si ya era complicado tener a un individuo así en
el mundo, imagínate a dos —bromeó Hamilton.
—Cállate, nos van a echar —lo reprendió Victoria.
Ambos guardaron silencio durante un rato, el cementerio
estaba a rebosar de personas que estimaban y habían acudido a
despedir al abuelo Walker, como ellos lo llamaban.
Solo se escuchaba hablar a los allí presentes sobre las
bondades del difunto, no obstante, era lo típico de cada funeral,
pues las personas se vuelven ángeles cuando abandonan el
mundo de los vivos, aunque fueran unos desgraciados mientras
caminaban en él.
Sin embargo, en aquella ocasión era diferente. Según
escucharon nuestros amigos comentar, él se había dedicado a
ayudar a los más desfavorecidos desde hacía un cuarto de siglo,
veinticinco años exactamente.
Terminado el funeral, la muchedumbre se disipó. Victoria y
Hamilton permanecieron en el cementerio, ya que ella dijo
querer ver las sepulturas de la familia Ross.
—¿Para qué?, si quieres ver la tumba de Gertrude Ross,
¿no será más lógico que acudas al cementerio familiar de
Clever’s? —preguntó Hamilton, muy extrañado por el
comportamiento de su amiga.
—Precisamente por eso estoy aquí, en el cementerio
familiar no hay nada, y sabiendo lo que sé ahora sobre la
primera esposa de Andrew, dudo mucho que dejara que la
enterraran en su adorado Clever’s.
Caminaron durante un rato entre las lápidas y las cruces
altas de piedra, acariciados por la brisa y la música de las olas al
romper contra las rocas.
—Es curioso este lugar, ¿te has dado cuenta de que los
difuntos tienen vistas al mar? —preguntó Hamilton, divertido.
—¡Oh, cállate, Hami! —exclamó Victoria, aunque a punto
estuvo de estallar en carcajadas, Hamilton era así, no se andaba
con rodeos a la hora de decir lo que pensaba.
De pronto, la imagen de una anciana vestida de negro, de
pie junto a unas lápidas, llamó la atención de Victoria
sobremanera, entre otras cosas, porque la miraba directamente a
ella.
—Espera aquí, Hami —le dijo a su amigo.
Este iba a replicar, pero prefirió mantenerse en silencio, al
fin y al cabo, ya había soltado demasiadas perlitas en presencia
de los difuntos.
—Buenos días, señora. ¿nos conocemos? —preguntó
Victoria segura de que el rostro de la anciana le era familiar.
—Usted es la viuda de Andrew Dawson —afirmó de
pronto la mujer.
Debía rondar lo setenta años, pero el paso del tiempo no
había borrado su belleza. Era alta y se apoyaba en un bastón. Su
cabello era gris y lo llevaba peinado en un elaborado recogido.
—Sí, soy Victoria Dawson —respondió haciéndole una
leve reverencia a la dama.
Victoria observó las lápidas que la mujer tenía ante ella,
eran las de Edward y Rosslyn Ross. En cada una había una rosa
blanca. Dirigió de nuevo la vista a su interlocutora, tenía un
relicario de plata colgado al cuello, en el que había también dos
rosas grabadas.
—Me llamo Rose, señora Dawson —se presentó la anciana
—, Rose Ross, la Doble Rosa para mi familia y amigos.
—¿Es usted la hermana de Gertrude?
Rose asintió.
—Demos un paseo, sé que busca respuestas, Walker me lo
dijo antes de… ya sabe.
Las dos mujeres se alejaron del cementerio. Hamilton, al
ver que su amiga se había olvidado de él, corrió tras ella y la
llamó por su nombre. Cuando Victoria se giró y lo vio ahí
plantado rodó los ojos.
—Vuelve a Clever’s, Hamilton, yo iré más tarde.
Capítulo 42
∞∞∞
Albatros abrió los ojos y la luz cegadora del sol acarició su
rostro. Era muy tarde cuando se acostó, sin conocer todavía toda
la historia, su historia.
Por fin sabía cuáles eran sus orígenes, e intuía que de poco
le iba a servir, pues él jamás dejaría de ser quien era. Sin
embargo, sentía por primera vez que su ancla personal estaba
más cercana a él, ya no era un hombre de procedencia
misteriosa, era consciente del dónde y de quiénes había sido la
idea de traerlo al mundo.
Mary, inmersa en un mar de lágrimas, fue incapaz de seguir
con su relato y se arrodilló frente a él suplicando clemencia en
cierto punto de la narración.
Albatros la ayudó a levantarse y besó las manos de la
anciana, para luego abrazarla.
—Siempre serás mi madre, Mary, y de no ser por ti, yo no
estaría aquí contigo ahora mismo, así que déjate de súplicas, yo
solo puedo agradecerte que…
Unos golpes en la puerta interrumpieron el momento de
evocación de Albatros, fue como si aquel recuerdo se esfumara
de un plumazo.
Enseguida escuchó a Mary acudir a atender al impaciente
llamante.
De pronto, la escuchó decir que el señor Albatros no se
encontraba en la hostería, pero no sirvió de nada, los hombres
de la guardia prácticamente la arrollaron y entraron en la casa.
A Mary, que había tenido que agarrarse al quicio de la
puerta para que aquellos salvajes no la tiraran al suelo, le
palpitaba el corazón con fuerza, tanto que llegó a pensar que
podía estallar en su pecho, sin que nadie pudiera hacer nada para
evitarlo.
Tras un buen rato en el que los intrusos molestaron a sus
huéspedes y pusieron patas arriba todo lo que les salía al paso,
salieron de la casa tal y como habían entrado. No sin antes
dejarle un mensaje para Albatros a Mary.
—Si ve a ese malnacido, háganoslo saber de inmediato,
tenga en cuenta que si lo encubre, estará ayudando a un
malhechor —dijo el que parecía llevar la voz cantante con
determinación e inquina.
—Así lo haré, señor, así lo haré.
Cuando la anciana se aseguró de que estaba completamente
sola, acudió a las habitaciones de sus huéspedes, a quienes
habían despertado de manera violenta y abrupta, para
tranquilizarlos.
Tenía miedo de que ellos se acabaran marchando de su
negocio por ese hecho, mas no lo hicieron, incluso se ofrecieron
a ayudarla a dejarlo todo tal y como estaba antes del paso de la
guardia por la casa, cosa que Mary agradeció, pues ya no estaba
para tantos trotes.
La última habitación que visitó fue la de Albatros, pero
únicamente halló la ventana abierta y las cortinas ondulantes a
causa de la brisa de la mañana.
Respiró aliviada, no, estaban de broma si pensaban que
podrían cortarle las alas al astuto Albatros tan fácilmente…
Capítulo 46
Tan apresurada había sido su huida, que no tenía más que sus
manos desnudas y la ropa que se había puesto a la carrera antes
de saltar por la ventana y correr y correr, para alejarse lo más
posible de la hostería de Mary y de los tentáculos de la guardia.
Ni por asomo dejaría que lo atraparan, pues era incapaz de
estar encerrado. Solo una vez lo habían conseguido, cuando era
un chaval, y dos días fueron suficientes para saber que la vida
entre rejas no era para él.
Llevaba años transitando por los lugares más exclusivos de
Londres y ya había olvidado la pobreza y la decadencia de los
bajos fondos. Caminó durante horas, hasta que la noche se libró
de la luz del día y se hizo la reina absoluta del tiempo.
Niños sucios con cara de hambre, él también había sido
uno de ellos. Aunque ya tenía doce años cuando, tras salir del
hospital, no tuvo más remedio que ser uno más de los habitantes
de la otra cara de Londres.
Suelo enfangado, olor a orines, hostilidad…
Albatros tenía frío y miedo, sí, el miedo a haber descendido
de nuevo a los infiernos se cernía sobre él, se prometió a sí
mismo mucho tiempo atrás que jamás volvería a dejarse
envolver por las llamas.
—¡Eh, tú! —exclamó una voz áspera a su espalda.
Albatros se giró y entrecerró los ojos. Recordaba a aquel
tipo bajo de estatura, pelirrojo y de ojos demasiado grandes,
incluso saltones.
—¿Willem? —inquirió Albatros.
—¡No me puedo creer que seas tú!, llevo un rato
siguiéndote y me decía: Willem, a este tipo lo conoces, seguro
que lo conoces, y cuando te has dado la vuelta…, Albatros.
—Sí, el mismo —dijo Albatros mirando hacia ambos
lados.
—¿Qué haces aquí?, pensé que habías muerto como
Anthony —dijo el hombre para sorpresa de Albatros.
—¿Anthony? —preguntó Albatros, al que un dolor pulsátil
en su cabeza comenzó a atormentar.
—No me digas que no te acuerdas de él, pues he de decirte
que eres un buen ingrato teniendo en cuenta que murió por
salvarte a ti —declaró Willem, con un deje de inquina en la voz.
—Discúlpame, Willem, has dicho que te llamas así,
¿cierto? —preguntó Albatros con el fin de aplacar a aquel
individuo, cuya actitud se volvía a cada momento más hostil.
—Estás de broma, ¿verdad?, ¿en serio no me recuerdas?
Albatros agachó la cabeza y con pesar negó.
—Me desperté en un hospital hace trece años, no tengo
recuerdos anteriores a ese momento, solo sé que tuve un
accidente y me golpeé la cabeza, no obstante, ni siquiera lo
recuerdo, me lo contaron los médicos que me atendieron.
—Claro, por eso jamás supimos nada más de ti. Pero ahora
has vuelto y podremos hacer grandes cosas juntos, como en
nuestros mejores años —apuntó Willem con los ojos
chispeantes, y luego añadió—: justo hoy le pedí a Dios que me
enviara un compañero, pues todos han muerto; del grupo que
éramos, solo quedo yo.
—Necesito un favor, Willem. La guardia me persigue y no
tengo a dónde ir… —soltó Albatros cambiando de tema, debía
ocultarse con la mayor brevedad.
—¿Y por qué quieren cazarte? —inquirió Willem con
desconfianza.
—Soy un estafador y un negocio me ha salido mal —
respondió Albatros sin querer contarle a aquel tipo, que decía
ser su amigo, todos sus problemas.
—Entiendo… —Willem sopesó los pros y los contras de
esconder a su antiguo amigo— De acuerdo, ven conmigo.
Albatros siguió a Willem hasta una casucha hecha de
tablones y rodeada de desechos. Lo hizo entrar en esta y,
asegurándose de que nadie los había visto, cerró la puerta tras de
sí y lo invitó a sentarse en una silla de madera que reposaba
junto a una carcomida mesa.
Willem agarró otra silla que había en la estancia y, tras
encender una vela, se sentó junto a él.
—¿Tienes hambre?, no tengo gran cosa que ofrecerte. Solo
un poco de pan y vino… —le advirtió Willem.
—No te preocupes, no tengo hambre, únicamente necesito
un lugar donde pasar la noche, antes de que amanezca me habré
marchado —apuntó Albatros, incómodo, pues algo en su
interior lo invitaba a salir de aquel lugar inmundo de inmediato.
—Está bien, puedes quedarte esta noche.
—¿Puedo pedirte algo más? —preguntó Albatros
cruzándose de brazos.
—Mientras no sean monedas, pídeme lo que quieras,
trataré de conseguírtelo —respondió Willem con convicción.
—No es nada material lo que necesito. Como ya te he
indicado, no me acuerdo de nada acaecido con anterioridad al
accidente. ¿Podrías arrojar luz a mis tinieblas, amigo? —
inquirió Albatros en un tono que denotaba, muy a su pesar,
súplica.
Willem esbozó una amplia sonrisa y asintió con la cabeza
antes de comenzar con su relato:
—Anthony tú y yo éramos inseparables, ambos te
conocimos por casualidad, decías vivir en una hostería y no es
que llevaras ropa de rico, pero ibas calzado y abrigado en
invierno. Por ello te llamábamos: el Afortunado.
»Un día en el que la niebla era espesa y asfixiante, un
carruaje estuvo a punto de arrollarte. Pero eso no llegó a ocurrir,
porque Anthony se abalanzó sobre ti y te empujó con fuerza,
haciendo que cayeras en el suelo y te golpearas la cabeza con un
bordillo.
»Ese día estabas furioso porque te habías enterado de que
tu madre no era tu madre. Algo así fue lo que dijiste. Que eras
hijo de un ricachón y que tenías pensado ir a su casa y
reclamarle lo que era tuyo.
En la mente de Albatros, lo desdibujado, fragmentado y
perdido, se unía en escenas más elaboradas.
Fue entonces cuando lo recordó:
Encontró a Mary llorosa mientras sostenía una pequeña
cinta entre sus manos, una cinta que tenía bordado su nombre,
Albatros, y un apellido, Dawson.
Con unas tijeras, Mary quitaba lo que quedaba de la
primera letra de dicho apellido. Albatros se llevó la mano a la
boca y se la tapó, pues no podía creer lo que sus ojos veían,
aunque el hilo ya no formara letras en la cinta.
—¿Qué es eso, madre? —inquirió él, preso de un pálpito
en su interior, un pálpito imposible de obviar.
Mary ocultó la cinta de modo muy poco eficiente. Respiró
hondo y se la entregó.
Albatros tomó la cintita pequeña y delicada y preguntó:
—¿Qué significa esto?, ¿por qué mi nombre tiene otro
apellido? —inquirió el chico entrecerrando los ojos.
—Cálmate, hijo mío, debemos hablar.
Capítulo 48
∞∞∞
Derrotada, con la faz congestionada por las lágrimas y su
pequeño dándole pataditas en el vientre, como si reclamara su
atención y alentara a su madre a seguir adelante, así volvió a
Clever’s, con las orejas gachas, con un amor demasiado grande
en su pecho, un amor que decían que la había abandonado,
decían…, sí, porque ella se negaba a creérselo. ¿Cómo había
podido Albert hacerle tanto daño?, ilusionarla para luego dejarla
en la estacada, ¿es que acaso se había vengado de lo que ocurrió
en su juventud?, no, no podía ser. Aquel malentendido estaba
más que aclarado y ella estaba a unos meses de dar a luz al hijo
de ambos.
Cuando Andrew la vio se acercó a ella.
—¿Qué tienes, Gertrude, mi amor? —preguntó con ternura
y la acogió en su seno.
—Albert se ha marchado —gimoteó ella enterrando su
cabeza en el pecho de él.
—¿Cómo ha podido hacerte algo así? Un desgraciado, eso
es lo que es, yo jamás te habría abandonado, y lo sabes.
Mary observaba la escena desde el umbral de la puerta, a
punto estuvo de no entrar en la casa, es más, estaba segura de
que la marcha de Albert no había sido voluntaria. Internarse de
nuevo en el infierno de Clever’s se le antojaba demasiado
temerario.
Capítulo 50
A mis castañitas, por estar ahí cada vez que saco un libro,
para leérselo y dejarme unas opiniones preciosas, de esas que
te sacan la lagrimita.
Lisbeth Cavey
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