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Desde los años 90, las tecnologías digitales han producido un enorme cambio en nuestra
concepción del espacio, tanto dentro de la pantalla (hipervínculos, espacios infinitos a
partir de scrollings, pero también, networking (trabajo en red), posibilidad de estar en
varios lugares a la vez a partir de plataformas como Skype o Zoom (telepresencia), etc.)
como fuera de la pantalla (geolocalización trazabilidad, gestión de espacios
algoritmizados en entornos que van desde Google maps o Apps que cuentan los pasos y
lugares que hemos recorrido, hasta juegos como Pokemon go. Igualmente han aparecido
términos como multiverso, metaverso, hiperespacio, realidad aumentada, realidad virtual,
telepresencia.
Si hacemos un poco de historia, veremos que cada época ha concebido sus propios
espacios. Si nos detenemos en los espacios de arte, el iconólogo Erwin Panofsky
conectaba en la década de 1920, la noción de perspectiva con la de ideología en su
famoso libro La perspectiva como forma simbólica y señalaba cómo un particular modo de
representación terminaba siendo algo mucho más amplio, un sistema de comprensión de
la realidad.
En el Renacimiento, el humanista, arquitecto y matemático genovés Leon Battista Alberti
proponía en su libro De pictura (1435) la primera definición de perspectiva científica,
concibiendo por primera vez, un espacio sistemático para la representación plástica. Su
tratado se basaba principalmente en la geometría euclideana, concibiendo un espacio
absoluto, continuo, homogéneo, infinito y mensurable. Pero será recién dos siglos y medio
después cuando Isaac Newton plantee, en su Principia Mathematica, la noción de espacio
moderno. El espacio newtoniano obedecía, al igual que el de Alberti, a los postulados
euclidianos. El paradigma newtoniano estableció las bases de la mecánica clásica y
estuvo íntimamente ligado con la ideología racionalista de finales del siglo XVII.
Sin embargo, a lo largo del siglo XVII se desarrolló un tipo de espacio bastante diferente:
el espacio barroco, en el que primaban anamorfosis, elipsis, laberintos, espirales.
Me detendré hoy en tres motivos que se registran tanto en las estéticas barrocas como en
las digitales contemporáneas: el pasaje entre diferentes espacios, la multiplicación de
espacios y la bilocación.
Realidad aumentada
También han aparecido en las últimas décadas tecnologías como la realidad aumentada.
Realidad Aumentada es el término que se usa para describir al conjunto de tecnologías
que nos permiten visualizar parte del mundo real a través de un dispositivo tecnológico
con información gráfica añadida por este. De esta manera, los elementos físicos tangibles
se combinan con elementos virtuales, creando así una realidad aumentada en tiempo
real.
Esta tecnología es abordada, por supuesto que no solo desde las artes visuales, sino
desde áreas muy distintas como la medicina, el marketing, la educación, la arqueología,
etc. Yo, por mi parte, he utilizado esta tecnología en varias oportunidades. Aquí os
muestro imágenes de mis performances en Conde Duque, el Centro de Cultura Joven de
Madrid o Barcelona Poesía (2019).
Si bien las tecnologías digitales son relativamente nuevas y brindan posibilidades antes
impensadas, los planteos existenciales no lo son. El barroco imaginaba pluralidades de
mundos que se desplegaban y se desdoblaban y hemos señalado las similitudes entre
ciertas características del pensamiento del siglo XVII y el pensamiento de nuestra era
digital. La idea de poder vivir en realidades diferentes, simultáneas, superpuestas puede
ser encontrada desde La vida es sueño, de Calderón de la Barca hasta The Matrix.
Foucault, quien consideraba en su texto “El lenguaje del espacio” al lenguaje también
como un “asunto espacial” dado que es en el espacio donde el lenguaje se despliega,
hacía incluso una analogía entre la metáfora y la teletransportación.
En esta performance mía, realizada en el festival Barcelona Poesía, en 2019, yo enuncio
mi poema Discurso de liberación de los poetas en dúo con mi avatar de Second Life.
No se trataba, en realidad, de un poema simultáneo, a la manera dadaísta, sino más bien
de un recitado “litúrgico” contrapuntístico en el que mi voz y la de mi avatar a veces se
sucedían y a veces se solapaban. Ella leía algunas estrofas, yo otras y otras las leíamos
juntas. Otras formas “musicales” de recitado yo ya la había utilizado en algunas poesías
electrónicas como el Canon Occidental o El idioma de los pájaros.
Belén Gache