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Foucault inicia este libro mediante minucioso análisis de la representación en el

célebre cuadro de Velásquez, Las meninas. Este análisis pretende ilustrar la idea de la
multiplicidad de sentidos que adquiere la representación tomando como ejemplo el
caso de Las meninas, pues en este cuadro se puede apreciar, o más bien Foucault
nos permite apreciar, la variedad de representaciones que es posible hallar en la
pintura de acuerdo a la mirada del sujeto observador.

Personajes del cuadro:


Ahí tenemos a la infanta Margarita, el centro de atención del cuadro, flanqueada por
dos meninas que la atienden: María Agustina Sarmiento, que le ofrece agua, e Isabel
de Velasco. Una enana, Maribárbola, y Nicolasito Pertusato, el bufón que patea al
mastín. 
Detrás están Marcela de Ulloa, «guarda menor de damas» y otro guardadamas sin
identificar. Al fondo José Nieto, jefe de tapicería de la reina y «abrepuertas» del
palacio.

Velázquez tiene la suficiente valentía de representarse a sí mismo ejerciendo su oficio


paleta en mano, por lo que ya tenemos alguna pista de sobre lo que nos quiso decir al
pintar este lienzo: probablemente tenga algo que ver con la pintura.

Y finalmente ahí están los reyes Felipe IV y Mariana de Austria, pero reflejados en un
espejo. Los verdaderos protagonistas se encuentran fuera del cuadro.

Interpretaciones de las meninas:

Las interpretaciones son múltiples, y traen de cabeza a historiadores desde hace


siglos. De hecho ya existe un desorden psiquiátrico propio: el Síndrome de la Fatiga
de Las Meninas (SFLM), que padecen algunos investigadores que se pasaron
buscándole el sentido al cuadro.

Lo que está claro es que algunos de los personajes ahí retratados parecen mirar hacia
afuera del cuadro, hacia nosotros. Algo llama su atención.

1. Si los reyes no están en la sala pero se reflejan en el espejo, lo lógico es


pensar que Velázquez está pintando su retrato. Los reyes posan para el artista
y la imagen del cuadro aparece en el espejo, pero en realidad ellos están
donde estamos nosotros.
2. Otra opción es que Velázquez está trabajando en palacio cuando de pronto
entran los monarcas. Algunos se percatan y levantan la mirada. Como los
reyes están donde estamos nosotros como espectadores, se reflejan en el
espejo del fondo.
3. Hay quien afirma que Velázquez pinta en realidad a las propias meninas y en
ese momento aparecen los reyes. Así que lo que en realidad aparece en el
lienzo (del que solo vemos su bastidor por detrás) serían Las Meninas dentro
de Las Meninas. Lo que pinta Velázquez es la pintura misma que nosotros
estamos viendo.
4. Se ha llegado a especular que Velázquez, fue un viajero en el tiempo
adelantado a las teorías cuánticas y la relatividad, y lo que está representando
en su cuadro es a los mismos espectadores del cuadro. ¡Velázquez nos está
pintando a nosotros! Ciertamente, cuando pasas delante de Las Meninas en el
Prado, el artista nos mira claramente y el espectador se convierte de alguna
manera en la cuarta dimensión de la pintura.
Foucault analiza la mirada del espectador, la del pintor, incluido en su propio cuadro, y
la de los personajes. La mayor parte de este capítulo contiene una exhaustiva
descripción del cuadro en lo que respecta a su composición y a los planos de
observación que podría adoptar un eventual observador. La conjunción de todas las
miradas posibles en y desde el cuadro confluyen en un punto ciego en el que hay algo
que oculto para todos los observadores o, lo que es lo mismo, hay algo que no todos
pueden ver: “el espectáculo que él contempla es dos veces invisible; porque no está
representado en el espacio del cuadro y porque se sitúa justo en este punto ciego, en
este recuadro esencial en el que nuestra mirada se sustrae a nosotros mismos en el
momento en que la vemos.” 

Este análisis de la representación en la pintura de Velásquez sirve a Foucault para


ilustrar la idea de los límites de la representación que en los capítulos posteriores
analizará mediante otros discursos más ligados al signo lingüístico. El punto ciego en
el que confluyen las miradas del cuadro sirve para explicar una idea que en el
siguiente capítulo desarrollará con mayor profundidad: la representación es una forma
de hacer visible lo invisible, pero se trata de un intento incompleto, pues la realidad no
es representable en su totalidad, sino parcialmente.
Si bien la obra es compleja y se requiere cierta preparación en
ciencias sociales filosofía, lingüística, principalmente, es obligada, ya
que la opinión de este autor es imprescindible para el estudioso del
ser humano y que se interese por formarse un criterio sobre una
antropología del conocimiento humano como aproximación
epistemológica propuesta por este autor.

Ya desde el prefacio, dirige de manera implícita la atención del lector


hacia el sistema de las semejanzas que el sujeto encuentra en las
cosas para la formación de los conceptos, por lo que la lectura
rememora uno de los principios ya descritos por Aristóteles, el de la
semejanza, en que postulaba que las ideas se formaban porque las
cosas que uno percibía, se parecían y de esta forma se quedan
grabadas en la memoria. De esta manera, explica el por qué de esta
obra, y utiliza el mismo recurso que la origina, para exponer sus
conceptos: a través del arte, jugando con las analagías entre la obra
de Borges y de Velázquez para explicar cómo a través del lenguaje el
ser humano ha tratado de entender al mundo. A sí mismo, dice que
eso tiene apenas como doscientos años (pg. 9).

Foucault introduce una arqueología, la arqueología del conocimiento


como método de abordaje a la praxis humana, ya que lo que va
cambiando a través de la historia, son las formas lingüísticas de
representarse desde las cosas más comunes, hasta los más
complejos conceptos científicos,  pero siempre de las mismas cosas,
de los mismos sucesos. En una ironía podríamos decir que todo el
conocimiento humano se encierra en el tamaño que tenga la
Enciclopedia impresa más completa jamás editada.

“la historia del orden de las cosas sería la historia de lo mismo de


aquello que, para una cultura, es a la vez disperso y aparente y debe,
por ello, distinguirse mediante señales y recogerse en las identidades”,
con esto, lo que el autor

“intentará sacar a la luz es el campo epistemológico, la episteme


en la que los conocimientos, considerados fuera de cualquier
criterio que se refiera a su valor racional o a sus formas
objetivas, hunden su positividad y manifiestan así una historia
que no es la de su perfección creciente, sino la de sus
condiciones de posibilidad; en este texto lo que debe aparecer
son, dentro del espacio del saber, las configuraciones que han
dado lugar a las diversas formas del conocimiento empírico. Más
que una historia, en el sentido tradicional de la palabra, se trata
de una; “arqueología”.(pg. 7)
Pero Foucult va más allá y nos lleva a entender la dialéctica en el
traspaso del discurso estético hasta el científico: “en la unidad sólida y
cerrada del lenguaje, por el juego de una designación articulada, hace
entrar la semejanza en la relación proposicional. Es decir, en un
sistema de identidades y de diferencias. Al atribuir a cada cosa
representada el nombre que le convenía y que, por encima de todo el
campo de la representación, disponía la red de una lengua bien
hecha, era ciencia-nomenclatura y taxinomia”(pg. 125).

El conocimiento es un producto exclusivamente humano y como tal, es


una teoría: la teoría del conocimiento. Según Beuchot (2004)[2], se
compone de dos discursos el científico y el estético. Dos formas de
ordenar “la realidad” y siempre al servicio del ser humano. Aunque a
veces los resultados le hayan resultado no tan beneficiosos. La forma
de ordenar al mundo, de verlo, de interpretarlo, siempre requerirá de la
palabra, pero situada en su contexto histórico-social.

Asimismo, en el mundo humano, la palabra juega varios papeles: el de


su simbolismo y el de su significado; y por qué no, de significante. Las
representaciones sociales se valen de muchos trucos lingüísticos para
irse formando.

Vygotsky[3] anunciaba que el pensamiento está formado de predicados


mentales, formas lingüísticas con las que el individuo se va sujetando
a su contexto. Por otro lado, uno de los principios lacanianos es que el
inconsciente tiene una estructura lingüística, aunque su manifestación
no lo sea [4] , y Foucault nos expone magistralmente, cómo el sujeto
aprehende su realidad y así podemos nosotros entender cómo se ve
expresada en el arte, por ejemplo. Discurso científico y discurso
estético quedan enlazados al discurrir de la historia.

El libro se divide en dos partes:

En la primera, el Capítulo I: Las Meninas, inicia con la descripción del


juego de representaciones que se llevan a cabo en la expresión
artística sobre el hecho del observador, que se ve envuelto en un
juego de representaciones espacio-temporales, a través de Las
Meninas, obra cumbre de Velázquez, utilizando el recurso de las
semejanzas que él mismo expone como explicación a la formación de
significantes, de sentido de las cosas, de ver partes del mundo, de
interpretarlo.

Así, el Capítulo II, nos va llevando a la formación de lo que denomina


La Prosa del Mundo, en el que expone las cuatro figuras principales
en las que se articulan las semejanzas en el conocimiento.
“Hasta finales del siglo XVI, la semejanza ha desempeñado un papel
constructivo en el saber de la cultura occidental, En gran parte, fue ella
la que guió la exégesis e interpretación de los textos; la que organizó
el juego de los símbolos, permitió el conocimiento de las cosas visibles
e invisibles, dirigió el arte de representarlas. El mundo se enrollaba
sobre sí mismo: la tierra repetía el cielo, los rostros se reflejaban en
las estrellas y la hierba ocultaba en sus tallos los secretos que servían
al hombre. La pintura imitaba el espacio. Y la representación –ya fuera
fiesta o saber- se daba como repetición: teatro de la vida o espejo del
mundo,”

Los siguientes capítulos III. Representar; IV Hablar, V. Clasificar; VI.


Cambiar; nos ubica en cómo se forman los significantes por mediación
de los proceso mediáticos del lenguaje y cómo a través de la historia,
se ha teorizado y qué lugar ocupan el estudio de la gramática, la
lingüística, las lenguas, así como las ciencias naturales. Uno de los
puntos centrales sería la explicación de que en el hecho de nombrar
una cosa, en darle nombre, se apela a las semejanzas formadas o
construidas simbólicamente, a través de los signos y símbolos del
lenguaje, en donde “por el juego de una designación articulada, hace
entrar la semejanza en la relación proposicional. Es decir, en un
sistema de identidades y diferencias” lo que da sentido y significación
a la interpretación que damos de las cosas en un tiempo y especio
determinados.

La segunda parte del texto nos induce a apreciar cómo el humano ha


ido evolucionando y cambiando en una vorágine dialéctica marcada
por la economía política de su tiempo. Pero si bien el hombre ha
cambiado, las formas, los mecanismos, las dimensiones de
acercarnos al conocimiento de las cosas, de las personas, de los
eventos, incluso de otros organismos, parecen ser siempre las mismas
a través de Las Palabras y las Cosas de Foucault.

En esta parte del texto, se atraviesa un elemento de gran importancia:


el deseo.

El ser humano es un ser deseante; deseante de conocer, de saber y


de aprovecharse de ese conocimiento. Así establece en el capítulo VII
Los Límites de la Representación enmarcadas en un relato histórico a
la manera de Leo Hubberman con Los Bienes Terrenales del
Hombre [5] y cómo se entrecruzan Trabajo, Vida y Lenguaje (Cap. VIII),
en la Filosofía en el umbral de la modernidad, en el que las formas de
conocer se redescubren en un nuevo factor dentro del proceso del
conocimiento, el de la interpretación de lo que se es percibido, pero
desde un enfoque dialéctico, en el que se pueda distinguir la esencia
de la presencia de la cosa interpretada. Y si ahora nos ponemos
románticos, al leer a Foucault, no hace recordar el secreto de la zorra
que le es revelado al Principito: “sólo con el corazón se ve bien, lo
esencial es invisible para los ojos”. La lectura nos lleva a recapacitar
sobre el hecho de que las representaciones cognitivas que cada
individuo forma los conceptos con los que interpreta las cosas del
mundo, a los objetos, a las personas, incluso a otros organismos, así
como a los hechos de la vida cotidiana, nos coloca en el dilema de la
comprensión del individuo-sujeto a y en su contexto histórico social.
Da miedo pensar que andamos por el mundo creyendo que nuestra
realidad es igual a la que nosotros percibimos. Por eso no nos
ponemos de acuerdo, no podemos establecer mensajes estructurados
para explicarnos siquiera a nosotros mismos. El análisis del lenguaje y
del discurso se hace obligado y abre a los siguientes capítulos,
estudiar la finitud del discurso humano en El Hombre y Sus Dobles
(Capítulo IX), hasta llegar al ordenamiento de saberes que en el
capítulo X, Las Ciencias Humanas, expone la relación y la forma de
las ciencias humanas a través de tres modelos: la historia, el
psicoanálisis y la etnología.

El libro de Foucault nos lleva por un viaje en el que descubrimos las


formas lingüísticas, dialécticas, que el sujeto utiliza para representarse
al mundo. Cómo en el mismo discurrir de los acontecimientos
cotidianos, las cosas que nos rodean van dejando su huella, su
signatura, para darle un orden al mundo que nos rodea través de las
semejanzas, proceso único y particular de cada quien que nos permite
ordenar nuestro mundo a partir de la propia experiencia y de acuerdo
a algunas señales y acontecimientos sociales, como las fechas o los
mismos nombres de las cosas. Andamos como en la fábula de los
ciegos que describían lo que era un elefante según la parte de este
que podían tocar, creyendo que deberíamos vivir en el mismo sistema
de creencias, en el propio sistema.

Así llegamos al lugar que iniciamos, al lugar de clasificar al


conocimiento a través del libro de Foucault, así como él lo hizo
inspirado en la clasificación del libro de Borges, en los que la
yuxtaposición de ideas incongruentes, lleva a la clasificación de lo
absurdo, de lo empírico irreal, de la historia, del arte y la ciencia a
través de un proceso contradictorio de nombrar y clasificar a través de
las diferencias tal vez más que de las semejanzas, pero siempre
auxiliados por la mediación del lenguaje.
Colofón
A pesar de que Foucault escribió Las Palabras y Las Cosas hace casi
cincuenta años, no pierde su vigencia al igual que toda su obra.
Imprescindible para cualquier estudiante de las ciencias humanas
interesado en ahondar un poco sobre el papel de las representaciones
en la construcción social de la realidad, e interesante para quien
quiera conocer un punto de vista sobre la forma en que vamos
construyendo nuestro mundo; un mundo de apariencias más que de
realidades. Nuestro mundo, el que tratamos de conocer está
encerrado en las palabras que nos sirven para representarlo. Su
tamaño, es el de la enciclopedia más grande que podamos obtener.
Así de pequeña es nuestra realidad, que no nos deja ver la esencia de
ser nosotros mismos, sólo la apariencia que nos vamos haciendo a
través de los conceptos que adquirimos de las cosas, a través de las
palabras.

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