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DERECHO CONSTITUCIONAL
ANÁLISIS DEL FALLO
JUANA SORIA DE GUERRERO C/BODEGAS Y VIÑEDOS PULENTA  
Mónica E. del Rio

 
 
 
    Brevé del Fallo
 
   Fácticamente, el presente caso tiene sus orígenes en una huelga producida por los obreros
de Bodegas y Viñedos Pulenta en la que la actora, Juana Ana Soria de Guerrero fue
partícipe, y como consecuencia de tal participación resultó despedida.
   Dados los hechos, se plantea ante la ley dos cuestiones, la una acerca de la procedencia
del despido y la consecuente indemnización; la otra cuestionando la constitucionalidad del
art. 14 nuevo de la Constitución Nacional –cuestión de naturaleza federal-, tomando como
fundamentos de esta última el incumplimiento del art. 11 del Reglamento interno [1] dictado
por la Convención Constituyente de 1957, el cual disponía la aprobación de las versiones
taquigráficas de sus sesiones.
   ¿Cuál fue entonces la respuesta de los Tribunales?
   Con respecto a la primer cuestión ha de considerarse la declaración de dos doctrinas.
   La Cámara del Trabajo consagra que para reputar arbitrario el despido del obrero basta el
sólo hecho que durante la huelga el mismo no haya incurrido en “injuria personal” contra
los intereses del patrón, misma consideración corresponde aún cuando haya mediado
intimidación de retornar al trabajo.  (Sentencia plenaria dictada en los autos “Amenaza de
Fernández, Carmen v/Estancias Galli  S.R.L”).
   Por su parte, la doctrina de la Corte Suprema sobre la materia ha establecido que para
considerarse arbitrario el despido y consecuentemente corresponda indemnización es
preciso que la legalidad de la huelga sea expresamente declarada por los jueces de la causa
sobre la base de las circunstancias jurídicas y fácticas que configuran el caso juzgado.
   En el presente caso, el tribunal consideró arbitrario el despido de la actora y examinó los
caracteres de la huelga origen de la litis, declarando expresamente su legalidad.
   Por lo dicho, el fallo dictado se compadece con la jurisprudencia de la Corte.
   En cuanto al cuestionamiento de la inconstitucionalidad del art. 14 nuevo de la
Constitución Nacional, materia sobre la que versa el pronunciamiento de la Corte, ésta
desestimo el recurso de hecho.
   Sosteniendo que está fuera de las facultades jurisdiccionales del Tribunal; reconociendo
como fundamento la exigencia institucional de preservar el principio de separación de los
poderes.
   Considerando que el Poder Legislativo posee facultad para aplicar la Constitución dentro
de los límites de su legítima actividad, sostiene que no constituye cuestión justiciable la
consistente en el modo en que cumplió las prescripciones constitucionales. Principio que
sólo cedería de no concurrir los requisitos mínimos e indispensables que condicionan la
creación de la ley.  Al no estar comprendido este supuesto excepcional en el presente caso,
la Corte  refirma la aplicabilidad de su jurisprudencia al respecto, a saber: el examen del
procedimiento adoptado en la formación y la sanción de las leyes, sean estas nacionales o
provinciales no es alcanzado, en principio, por las facultades jurisdiccionales del Tribunal –
Fallos: 53:420; 141:271; 143:131; 210:855- .
   Asiste el presente fallo a un significativo voto en disidencia del Doctor Boffi Boggero,
quien declara mal denegado el recurso extraordinario. Dicho voto, se alinea a una serie de
disidencias en los que el mencionado Ministro a manifestado su doctrina respecto de las
cuestiones Políticas no justiciables en los cuales más adelantes adentraremos.[2]
 
 
 
Sobre la Reforma Constitucional y los poderes de la Convención Constituyente
 
   Se trae a dilucidar en el presente caso una de las cuestiones tal vez más engorrosas de la
doctrina de la Supremacía Constitucional, aquella de la posible inconstitucionalidad de una
reforma Constitucional, lo cual conlleva a una reflexión acerca de los límites y las
facultades privativas de cada Poder. Con ello, sobre el rol del Poder Judicial como guardián
de un orden institucional, de un proceso político,   sobre la esencia de la doctrina de la
separación de los poderes, y la posible ilimitación de un poder so pretexto del ejercicio de
sus facultades privativas.
   Precede a este caso la Reforma Constitucional de 1957, a cuya Convención Constituyente
se imputa el incumplimiento de un artículo de su Reglamento Interno, sobre el cual
preténdese fundar la inconstitucionalidad del art. 14 nuevo que regula el derecho de huelga.
   Sobre la reforma constitucional se explaya el art. 30 de la Constitución Argentina, el cual
establece un procedimiento para su reforma que se caracteriza por su rigidez.
   Se trata de un proceso compuesto de  tres etapas, con la intervención respectiva de tres
cuerpos diferentes, a saber: Congreso, electorado y Convención Constituyente.
   La primera de las etapas denominada preconstituyente es aquella en donde corresponde al
Congreso de la Nación declarar la necesidad de la reforma, para lo cual la decisión debe ser
tomada con el voto de las dos terceras partes, al menos, de sus miembros.
   La etapa electoral es aquella que consiste en el llamado a comicios para la designación de
los miembros de la Convención Constituyente. Quienes serán elegidos por el sistema y
demás modalidades establecidas en la ley declarativa de la necesidad de la reforma, dicha
ley determinará del mismo modo el número de convencionales y la asignación de las
partidas presupuestaria.
   La tercera y última etapa es la de la labor de la Convención Constituyente convocada para
efectuar la reforma propiamente dicha. Es a este cuerpo, que corresponde deliberar de
conformidad con el régimen determinado en la ley declarativa y en su propio reglamento.[3]
 
   Es de tener presente que en el marco de las Constituciones escritas y rígidas  se diferencia
el Poder Constituyente originario del Poder constituyente derivado.
   El primero es el que provee -en el acto original y fundante de un Estado- a la
organización de su ser político y su actividad, esto, mediante normas fundamentales,
escritas en un texto único.
   Es ilimitado, es un poder  singular en el ejercicio del cual un pueblo sin constitución se da
su primera ley fundamental.
   El poder constituyente derivado es el que se ejerce para reformar una constitución, se
ejercita entonces, en subordinación a una Constitución anterior y se habilita con sujeción a
lo que ella dispone.
   Es esencialmente limitado, no se cumple fuera de la juridicidad positiva, por esto, más
que de un acto creador se trata de un acto modificatorio.
   Más aun, muchos autores, niegan al poder constituyente derivado la calidad de
constituyente, considerándolo como un poder constituido de rango superior.
   En lo que corresponde a nuestro contexto histórico, sociológico y jurídico, el poder
constituyente originario o primigenio está establecido en el preámbulo: los representantes
del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente, por
voluntad y elección de las provincias que lo componen.
   Mientras que en el art. 30 de la Constitución Nacional es donde consta el poder
constituyente derivado, lo que con relación a los art. 75, 99, 116, y 117 dan origen a la
división entre poder constituyente y poderes constituidos, división que proporciona una de
las justificaciones del control de constitucionalidad, intrínsecamente implícito en el caso
Juana Ana Soria de Guerrero c/ Bodegas y Viñedos Pulenta.
 
   Cabe destacar que la reforma constitucional, es una acción esencialmente política, que
pone en funcionamiento la faz arquitectónica de ésta, sin perjuicio que movilice también su
faz agonal.
   De uno u otro modo, el mecanismo de la reforma está reglado, está sujeto a las normas
que prevé la Constitución, esto implica, que existen limitaciones en el obrar de los órganos
reformadores, tanto limitaciones procedimentales como limitaciones  de contenido, que
pueden plantear la eventual invalidez de las enmiendas constitucionales.
   Corresponde entonces analizar las atribuciones de la Convención Reformadora y los
posibles controles de una Reforma Constitucional.
   La Convención Constituyente que es elegida por el cuerpo electoral, como anteriormente
dijimos -lo cual armoniza con el Preámbulo y con los art. 1 y 22 de la ley Suprema-, es
libre y soberana en cuanto a sus decisiones.
   No está obligada en manera alguna a enmendar las materias indicadas por el Congreso; lo
que quiere decir que puede modificar una, más o ninguna de las disposiciones que el
Congreso declaró necesarias de enmendar.
   Más, si la convención extendiera su poder de revisión, reformando artículos no
contenidos en la ley declarativa del Congreso en su función preconstituyente, esa cláusula
sería inconstitucional.
   Bien refiere Estrada al respecto “la declaración del Congreso no obliga a la Convención
que debe entender en el asunto. Esta Convención elegida popularmente, investida por la
soberanía nacional con el mandato especial de resolver sobre la reforma de la ley
fundamental, procede con plena libertad, sin ser en manera alguna, trabada por la
declaración previa del Congreso. No podría ser de otra manera. Si la Convención estuviera
obligada a seguir el espíritu del Congreso, sería una rueda inútil. ¿Qué significaría esta
apelación a la soberanía nacional, que significaría la creación de este órgano especial de la
opinión pública  y de la voluntad del país?
   Luego, la facultad de la Convención es plena y absoluta. La declaración del Congreso no
la limita sino en un sentido: en cuanto ella no puede extender su poder de revisión y de
reforma más allá de los artículos que el Congreso halla indicado modificar. Así, el
equilibrio entre el Congreso y la Convención refuerza las resistencias que la moral cívica y
el respeto a la ley pueden oponer a los espíritus novedosos y turbulentos, que desatan
desastres  sobre las naciones, tanto más terribles y trascendentes en países que apenas
comienzan a consolidar su orden legal, como la República Argentina. Nosotros no tenemos
tradiciones serias de gobierno; no tenemos costumbres legales sólidas. ¿Qué nos quedaría si
los congresos y los partidos pusieran la mano sobre lo único que hay respetable en medio
de las borrascas espantosas de pasiones y de intereses que arrastran estos pueblos?
   El día en que la ley fundamental sea alterada para servir los intereses de una fracción, ¡ese
día habrá muerto para siempre la libertad y el decoro de la Republica Argentina!”[4]
   Al respecto González Calderón señala “el fundamento de este principio es obvio y
fácilmente se explica... Bastaría, en efecto, que el mismo Congreso redactara las
enmiendas; no habría razón alguna para separar el poder constituyente del poder legislativo
ordinario... La Convención procede discrecionalmente, como órgano de la soberanía, a
efectuar las reformas según su criterio propio. ”[5]
   Por otra parte, es atribución de la Convención Constituyente adoptar un criterio de
deliberación y decisión; con tal fin dicta un Reglamento Interno, en el que es necesario
respetar el procedimiento democrático, los derechos de los convencionales, y la
representación que ellos invisten.
   En precedentes más actuales, la Corte Suprema de la Nación sostuvo que “los poderes
conferidos a la Convención no pueden considerarse ilimitados, porque el ámbito de
aquellos se encuentra circunscrito por los términos de la norma que convoca y le atribuye
competencia” –caso Ríos-[6].
   Ahora bien, tal límite que la Corte reconoce a la Convención se refiere, estrictamente, a
su capacidad reformadora, ubicada entre los lindes de la competencia –materia que fija el
congreso-. No hay, en el caso Ríos, referencia alguna a las atribuciones de la Convención
cuando sanciona su Reglamento interno.
 
   Delineadas las atribuciones de la Convención Constituyente, marcadas las diferencias
entre poder constituyente y poderes constituidos, corresponde ahora incursionar en los
posibles controles de una Reforma Constitucional, cuestión que nos transporta a la
mismísima doctrina de la separación de los poderes, a cuestionarnos el rol que asume la
Corte al efectuar el control, y el latente pavor al eventual recorte de las atribuciones
reformadoras hasta límites inadmisibles para la soberanía popular, que terminen por
reemplazar la voluntad reformadora – en cabeza del Congreso, electorado, y de la
Convención- por la de la corte Suprema, en última instancia.  
   Desde la concepción de Jonathan Miller los enfoques para analizar el problema parten de
dos perspectivas que se ligan entre sí.
   Una de ellas, examina el valor constitucional implicado en el control, la defensa de los
derechos personales o del sistema democrático. La otra, indaga acerca del papel que asume
la Corte – Tribunal de garantías constitucionales o guardiana del proceso político- al
efectuar el control.[7]
   Sabemos que en el ordenamiento jurídico argentino –al igual que en el norteamericano- es
misión  del poder judicial controlar la constitucionalidad de las leyes, según tal proceder, la
Corte actúa como guardián de la ley suprema y su interprete definitivo. Ahora bien, ¿es que
corresponde al poder judicial – poder constituido- declarar la inconstitucionalidad de una
reforma de la Constitución Nacional llevada a cabo por un poder constituyente?
   Distinguir dos situaciones distintas ayuda a un mejor planteamiento del problema: la una,
el caso en que la reforma sancionada viola el procedimiento, las condiciones o las
prohibiciones establecidas en la Constitución vigente; la otra, el caso en que la reforma
aprobada, si bien cumple con la normación constitucional vigente, contradice los principios
básicos o el espíritu de la Constitución en vigor.
   El juicio de Linares Quintana al respecto es que “ninguna convención reformadora
podría, ejercitando el poder constituyente constituido o derivado –regulado por el art.30 de
la ley suprema- sancionar válidamente una reforma total o parcial de la Constitución que
afectará los principios fundamentales que hacen a su esencia misma, y el poder judicial, en
cuanto guardián de la Constitución y de la supremacía de ésta, tendría competencia para
declarar la inconstitucionalidad de una enmienda semejante que comportaría la destrucción
de la Constitución”      
   “No se comprende ni puede aceptarse, que por vía del ejercicio del poder constituyente
instituido, regulado y limitado por el poder constituyente originario, una convención
reformadora, instituida y regulada por el art. 30 de la ley suprema, pueda destruir o alterar
en sus principios fundamentales la Constitución Nacional de 1853-1860.” [8]
   Bidart Campos admite, bajo el mismo criterio la inconstitucionalidad de la reforma
constitucional y la competencia del poder judicial para declararla. Sin embargo, piensa que
de fundarse en defecto formal de la declaración de necesidad de la reforma, el criterio
judicial sería de la incompetencia para declararla.[9]
   William Frierson replicaba que la constitución ha confiado al Congreso y no a los
tribunales el deber de determinar cuáles son las enmiendas necesarias; determinación que
ha sido dejada al juicio de las dos terceras partes de cada Cámara legislativa; y la única
cuestión que podría ser sometida a un tribunal es la de saber si el Congreso ha emitido su
juicio a dicho respecto.
   Sostenía Frierson que afirmar que los tribunales pueden revisar una enmienda, propuesta
y ratificada por la vía regular, con el argumento de que la enmienda no es necesaria o
conveniente, o de que no está autorizada por la Constitución, sería decir al art V de la ley
suprema que una enmienda propuesta y ratificada  por las tres cuartas partes de los Estados
recién ha de ser válida cuando sea aprobada por la Suprema Corte. [10]
   Ello a su juicio, comportaría sustituir el juicio del Congreso y de las legislaturas
estaduales por el de los tribunales en una cuestión de política y de oportunidad.
   A modo ilustrativo, válido es examinar la jurisprudencia norteamericana, para la cual
desde el ángulo del procedimiento de la reforma –matters of procedure- la impugnación de
inconstitucionalidad de una enmienda constitucional constituye una cuestión de naturaleza
judicial, por tanto justiciable.
   En cambio, la constitucionalidad del contenido o substancia de la enmienda
constitucional – matter of substance-  se inclina por considerarla como political question,
una cuestión política ajena a la competencia de los tribunales.
   Y es en este punto donde el tema tratado linda con la mismísima doctrina de la separación
de los poderes, llegando a cuestionarla, llegando a replantear el papel de la Corte Suprema
al efectuar el control, a imbiscuirse en el verdadero significado de las atribuciones
privativas de los poderes.
   En el presente caso, la Corte consideró que escapaba a su jurisdicción. Por una parte,
porque no corresponde revisión judicial de una reforma constitucional a menos que en la
misma se halla incurrido en algunas de las excepciones citadas.
   Por otra, porque sus facultades jurisdiccionales no alcanzan al procedimiento de la
formación y sanción de las leyes, caracterizándola así como cuestión política no judiciable.
   Ante esto, surgen inevitables inquietudes, tal como que la Corte evaluó que no se incurrió
en ninguna de aquellas excepciones establecidas sin tratar el caso previamente. Tal como
que se considere que hay cuestiones ante las cuales el poder judicial se abstiene de
pronunciarse. Hechos ante los cuales las facultades jurisdiccionales de la Corte son
insuficientes.
   Eco de este caso son tales cuestiones así como una reflexión acerca de la magnitud de una
reforma constitucional y la importancia y necesidad de que ésta conste de validez y
legitimidad indiscutible. 
 
 
 
 
De las Cuestiones Políticas y las Facultades Privativas de los Poderes
 
   Aceptemos en el tratamiento de esta materia la no siempre presente posibilidad de ser
objetivos, adentrándonos en las diferentes posturas al respecto, dejando a cada una de ellas
convencernos. Para luego, y esta vez sí con espíritu crítico, formular nuestra posición sobre
las cuestiones políticas no judiciables y las respectivas facultades privativas de los poderes.
   En principio las posiciones se bifurcan. Para unos, las cuestiones políticas constituyen
materias cuya naturaleza es por completo ajena a la esencia de la función jurisdiccional, el
poder judicial carece de competencia para avocarse al conocimiento de ellas, por lo tanto su
dilucidación está exclusivamente librada a los poderes políticos: legislativo y ejecutivo.
   Para otros, - Boffi Boggero entre ellos- precisamente esa abstención de juzgar   so
pretexto de tratarse de cuestiones políticas, no es más que un abandono de la función que
tiene el Poder Judicial, antes bien que constituir una violación al mentado principio de
Montesquieu el tratamiento de las mismas procura llegar al equilibrio de esos poderes para
que el ordenamiento jurídico pueda vivir con plenitud, la posición adversa, conllevaría a la
ilimitación del poder bajo el resguardo  del legítimo ejercicio de sus facultades privativas.
 
   Ahora bien, significativa importancia tiene la cuestión someramente descripta, pues
comporta una actitud de la Corte, que se plasma, ni más ni menos que en el tratamiento o
el  rechazo de los asuntos llevados ante ella. ¿O no es acaso el presente fallo de la Corte un
ejemplo de la interacción entre teoría y práctica?. Por tanto, corresponde un estudio más
pormenorizado al respecto. 
   Observa Weaver que “las cuestiones políticas no están sujetas al conocimiento judicial.
Los tribunales deben dejar la decisión de tales cuestiones a las ramas ejecutiva y legislativa
del gobierno. Éstas ramas tienen a su cargo los asuntos políticos, y la procedencia de lo que
debe ser hecho en ejercicio de su poder político no está sujeta a la investigación o decisión
judicial. ”[11]
   Afirma Cooley que “sobre las cuestiones políticas las Cortes no tienen autoridad, y tienen
que aceptar como concluyentes las decisiones de los departamentos políticos del
gobierno”[12]
   Willoughby considera que donde han sido conferidos, por la Constitución o la ley,
poderes discrecionales, no está sujeta a la revisión judicial la manera cómo esos poderes
son ejercidos. Que “distinguiéndoselos del poder judicial, los departamentos legislativos y
ejecutivo son denominados los departamentos políticos de gobierno, porque en muchos
casos su acción está necesariamente dictada por consideraciones de prudencia pública o
política. Claro está que estas consideraciones de prudencia pública o política no pueden
permitir a la legislatura violar cláusulas constitucionales, o al ejecutivo ejercer autoridad
que no le ha conferido la Constitución o la ley, sino que, dentro de estos límites, ellas
permiten a dichos departamentos, separada o conjuntamente, reconocer que un determinado
conjunto de hechos existen o que un status determinado existe, y estas determinaciones,
junto con las consecuencias que de las mismas resultan, no pueden ser cuestionadas ante los
tribunales.”[13]
   Para Corwin la expresión  cuestiones políticas comprende todos los casos del ejercicio de
la discreción gubernativa. Este constitucionalista afirma que si bien el poder judicial se
extiende a todos los casos suscitados con motivo de la Constitución, las leyes y los tratados,
cuando se requiere la interpretación de alguno de ellos para su resolución definitiva, “existe
una cierta categoría sobre la que la Corte no pretende habitualmente plena libertad de
decisión; son éstos los casos que implican las llamadas cuestiones políticas, cuyo mejor
ejemplo proporcionan las cuestiones referentes a los derechos o deberes de los Estados
Unidos con relación a otras naciones. Cuando las dependencias políticas – el congreso y el
presidente- se han pronunciado acerca de estas cuestiones, la corte acepta generalmente sus
decisiones como obligatorias para ella, al fallar las causas. Naturalmente corresponde
decidir si una cuestión es una cuestión política en este sentido. ”[14]
   John Marshall en un alegato sostuvo que “la autoridad judicial no puede tener ningún
derecho a poner en tela de juicio la validez de una ley, a menos que esa jurisdicción se le
otorgue expresamente por la Constitución ” (Ware v. Hylton, 1796).
   Él mismo, sentó el principio de la no justiciabilidad de las political questions en su
famoso voto pronunciado en el clásico caso Marbury v. Madison en 1803, en el cual dijo
“Por la Constitución de los Estados Unidos, el presidente está investido con algunos
importantes poderes políticos, en el ejercicio de los cuales debe usar su propia discreción, y
es responsable ante su país solamente en su carácter político y ante su propia conciencia...
Los asuntos son políticos. Ellos conciernen a la Nación, no a los derechos individuales, y,
estando confiados al ejecutivo, la decisión del ejecutivo es definitiva.”
   Señala Schwartz que en el famoso caso Marshall hizo una distinción entre los actos
gubernamentales que implican cuestiones políticas y los dirigidos contra los derechos de
los particulares.
   Para la  debida aplicación de la doctrina enunciada por Marshall, la misma debe hacer que
un acto gubernamental sea inmune a la sujeción judicial únicamente cuando se basa sobre
una decisión política que no apunte  directamente a las actividades individuales, - las
materias son políticas, se refieren a los derechos de la Nación, no a los derechos
individuales, en palabras de Marshall-. Pero si un acto gubernamental pretende afectar y en
realidad afecta directamente a la persona o la propiedad de los particulares, ellos deben
tener el derecho a recurrir a la ley para obtener reparación, y los actos de gobierno en este
caso no deben ser inmunizados contra la doctrina sobre las cuestiones políticas.   
   La Corte norteamericana, sin embargo, no determinó con precisión cuál era el concepto
definitorio de tales materias, y como bien señala Schwartz “su omisión al respecto no ha
sido subsanada en casos subsecuentes. En verdad, el tribunal ha sido lo bastante candoroso
para admitir que es más fácil exponer la doctrina de que las cuestiones políticas no están
dentro del dominio del poder judicial, que definir la expresión cuestión política o
determinar que asuntos quedan dentro de su alcance ”[15].
   Al parecer de Bianchi las llamadas cuestiones políticas no judiciables constituyen una
noción por demás confusa, cuya confusión a sido ayudada por una cambiante
jurisprudencia. Por ello, sin haber logrado aún superar las dificultades que esta noción
presenta, es dable decir que las cuestiones políticas, tal como las conocemos hoy, no
constituyen un grupo cerrado y homogéneo de decisiones. Son muchas y muy heterogéneas
las decisiones que trasuntan una política legislativa de los órganos de gobierno”[16]
   De hecho, incursionando en la jurisprudencia tanto de la Corte Suprema norteamericana
como de los fallos de la nuestra, de variada naturaleza son las materias a las que la corte
asigna la calidad de cuestión política no judiciable.[17]
   Lo cierto es que una vez declarada una cuestión como política los tribunales se abstienen
de tratarla, es decir, no ejercen el control de constitucionalidad.
   ¿Qué fundamentos sostiene que una cuestión queda fuera del control de los jueces, a
quienes precisamente les fue asignado resguardar por la supremacía constitucional?
   Fundamenta esta postura que el tratamiento de dichas cuestiones por la Corte importaría
una intromisión del Poder judicial en las atribuciones que la Constitución le ha concedido a
los otros poderes, desequilibrándose de ese modo la doctrina de separación  de los poderes.
   Así como también se adopta como fundamento que absteniéndose la Corte de intervenir,
preserva, de esta manera, la competencia funcional de los otros poderes, y que el criterio de
división funcional convierte en incompetente al Poder Judicial para satisfacer
requerimientos que son propios del conocimiento de los poderes políticos.
   Más aun, desde esta perspectiva un control tal, no sólo significaría una intromisión de
poderes peligrosa para un sistema democrático sino, una subordinación de los poderes
políticos al poder judicial.
 
   A través del prisma de la posición opuesta las cuestiones políticas no judiciables quedan
desechadas, en la creencia que constituyen una expresión peligrosa que retrae el control de
constitucionalidad y en consecuencia produce un desequilibrio funcional entre los poderes.
   ¿Cuál es el desarrollo que esta posición nos presenta?
   Para esta corriente doctrinaria, esa auto restricción que se impone el poder judicial en las
cuestiones políticas no judiciales, constituye un verdadero abandono de la función de
control que tiene dicho Poder, lo que es injustificable por la descompensación que
consecuentemente se produce en la relación entre los poderes.
   Que el poder judicial intervenga en ellas no constituye una intromisión en las facultades
reservadas a los otros poderes, sino cumplir con una obligación exclusiva que le ha
otorgado la Constitución en la tríada de poderes con el objeto de mantener su equilibrio. 
   Las particularidades de la función judicial, las modalidades de la designación de sus
miembros y las garantías con que cuentan, elevan al Poder judicial por encima de todos los
poderes sin quebrar el equilibrio.[18]
   Se refuta desde esta posición que la abstención de los tribunales en resolver las llamadas
cuestiones políticas altera la división de poderes, permitiendo extralimitaciones o desvíos
funcionales.
   “No ser revisable, o sea, escapar al control judicial, significa que la violación
constitucional en que puede incurrir un acto político de tal naturaleza, carece de remedio: el
órgano que ha emitido ese acto contrario a la constitución, no es pasible de que un órgano
judicial lo nulifique o invalide declarándolo inconstitucional”[19].
 
   Luis María Boffi Boggero, fue un significativo expositor de esta postura sobre las
cuestiones políticas no judiciables, lo cual lo plasmó desde su posición de Ministro de la
Corte en numerosos votos en disidencia.
   En el caso Partido Socialista, sostuvo la justiciabilidad de las cuestiones políticas “los
poderes políticos  deben ejercer sus facultades respectivas sin afectar los derechos y
obligaciones establecidos por el ordenamiento jurídico porque lo contrario transformaría las
facultades privativas en facultades sin control de los jueces. Que ello es así porque una cosa
significa la política en sí misma y otra es el derecho político que regula jurídicamente la
vida de aquélla. Que cuando las trasgresiones de los poderes políticos afecten la materia
sometida a la competencia jurisdiccional de esta Corte, se impone la sustanciación de las
causas respectivas para decidir en consecuencia, sin que esos poderes del Estado puedan
legítimamente alegar que se trata del ejercicio de facultades privativas”[20]
   En su voto en disidencia en el caso Juan Carlos Rodríguez expresó “la separación de los
poderes no es incompatible sino que, por el contrario, se robustece cuando la justicia decide
revisar lo que se vincula con las llamadas facultades privativas de un poder, desde lo que
atañe a la real existencia de la facultad respectiva hasta la manera de ejercerla cuando ésta
ha lesionado un interés legítimo.”
   En su disidencia de fundamentos en “Moisés Berenstein”[21] manifestaba que “el principio
de la `separación de los poderes´ exige que ninguno de los otros dos actúe en funciones que
son privativas del Poder Judicial. Ello asegura su independencia en la función de `dar a
cada uno lo suyo´ con arreglo a los dictados del ordenamiento jurídico”.  [22]
   Sobre la argumentación de que el gobierno de los jueces interferiría en las atribuciones
del Ejecutivo y del Legislativo, desequilibrando la distribución de los poderes, decía que a
los jueces se ha confiado a su prudencia, mesura, el equilibrio constitucional en última
instancia y, lógicamente, se confía a ellos el decir jurídicamente, y sólo jurídicamente, lo
que expresa la Constitución pues están fuera de la influencia de cualquier corriente de
política-electoral.
   A su turno, los otros poderes serían los mejores habilitados para decir políticamente lo
que el mensaje popular tiene de político. Para decirlo en forma distinta: el mensaje popular
consiste en la realización de actos políticos dentro de los lineamientos establecidos por la
Constitución y demás normas jurídicas... los tres poderes deben examinar la órbita de lo
que le es permitido y lo que le es prohibido pero la palabra final la tiene el órgano
específico por excelencia: el Poder Judicial. Y esto acontece porque los constituyentes de
nuestro país han elegido a un órgano para decir cuando una conducta era lícita o ilícita, en
nuestra materia: cuando constitucional o inconstitucional.[23]
   Sostenía Boffi Boggero que no le asistía razón a aquellos que erigían que sólo son
revisables los actos que surgen de facultades regladas “desde que el poder judicial deberá
entender en cada causa donde se reclame por un derecho herido en el ejercicio de una 
potestad, sea reglado o no. De lo contrario, podría crearse al margen de la Constitución una
especie de zona `ajurídica´” [24]
   Encuentra esta postura una base de fundamentación en nuestra propia carta fundamental:
en el art.100 (actual art.116) se establece que corresponde al conocimiento de la Corte en
“todas las  causas”  y no en aquellas causas que no constituyan cuestión política,
adicionando a éste el art. 31 de supremacía constitucional.[25]
 
 
   He aquí, en resumen descriptas las posturas más antagónicas en cuanto a cuestiones
políticas no judiciables.
   Pero desde mi perspectiva para arribar a una conclusión y más aun a tener una posición
respecto del mismo, no debemos circunscribirnos en su análisis solamente sino también ir a
las concepciones de fondo, que determinan, a modo de proyección tales posturas.
   A lo que me refiero concretamente es a la idea de Supremacía Constitucional y el
respectivo control de constitucionalidad, el mismísimo control del poder, la función que
vemos en el poder judicial, e incluso el modo en que vislumbramos el principio de
separación de poderes, todas ellas intrínsicamente implícitas en el tema de cuestiones
políticas no judiciables.
   La concepción que formemos de estos tópicos, funcionan a modo de prisma a través del
cual formaremos otras concepciones tales como las de las cuestiones políticas no
judiciables; todas ellas interactúan de modo tal que no es posible referirnos a un tema sin
menoscabar al menos superficialmente otro.
   Como bien sabemos, el principio de Supremacía Constitucional crea una relación de
subordinación; supone una gradación jerárquica del orden jurídico derivado, que se
escalona en planos distintos. Los más altos subordinan a los inferiores y todo el conjunto a
la Constitución.
   Ahora bien, ¿podría existir supremacía, que es en sí un principio sin que exista control,
que es un medio o instrumento para efectivizar esa supremacía?  Tengamos presente, que
poco sentido tiene un derecho sin su consiguiente garantía.
   Arribamos entonces a la lógica conclusión que el principio de supremacía constitucional
supone mecanismos o medios para mantenerla y es aquí donde comienza a entrelazarse el
control de constitucionalidad con la correlativa función que vemos en el poder judicial, sus
límites, etc.
 
   Propongo aquí analizar las reflexiones que nos presenta Jonathan Miller al respecto, en
Constitución y Poder Político.[26]
   Dos posturas son sostenidas como justificación del ejercicio de control de
constitucionalidad.
   Una de ellas es describir a la Corte como “último forum de principios”, según esta teoría
la Corte puede ejercer el control de constitucionalidad  cuando puede basar su decisión en
un principio de largo plazo. Sobre la premisa de que el Poder Ejecutivo y la Legislatura
siempre están preocupados por cuestiones de corto plazo y por compromisos coyunturales.
Solamente los jueces tienen la distancia requerida para elaborar cuidadosamente los valores
morales de la sociedad y fundar principios generales aplicables a una variedad de casos.
   De este modo un Juez está justificado al declarar inconstitucional un acto del Congreso si
puede desarrollar un principio general de derecho constitucional basado en valores durables
y por contrario no se considerará justificado al actuar si no puede desarrollar tal principio.
   Sabiamente, señala Jonathan Miller que tal justificación puede resultar peligrosa si una
Corte solamente dicta sus fallos sobre la base de principios.
   Hay épocas- prosigue- en las que la paz social requiere que la Corte asuma compromisos.
Una corte tiene que saber cuando su decisión debe ser una decisión pragmática y tiene que
reconocer los límites prácticos de su poder, consideraciones que a veces chocan con el
desarrollo de principios
   La justificación opuesta a esta idea tradicional de la Corte como protectora de derechos
sustantivos que han sido violados, es la de asignar a la Corte el papel de responsabilidad
como “guardiana de los derechos políticos”. Así cuando la legislatura estatal no actúa para
preservar la integridad del proceso democrático, es función del poder Judicial asegurarlo.
   ¿Qué efecto práctico produce este cambio de mentalidad?
   La diferencia entre una Corte que se entiende como guardiana del proceso político y una
Corte solamente defensora de derechos sustantivos no es únicamente una cuestión teórica;
es una diferencia que influye sobre el contenido de las normas formuladas por la Corte y
sobre la esfera de acción de la Corte en materia de control de constitucionalidad.
   La diferencia en las actitudes influye en los resultados.
   Cuando la Corte acepta su rol de guardiana del proceso político además de interpretar la
Constitución y desarrollar normas constitucionales pensando fundamentalmente en la
protección del proceso político; ya no se interesará en ejercer el control de
constitucionalidad en aquellos casos en que simplemente están en juego valoraciones
individuales que no afectan el sistema democrático, y se interesará, en cambio,  más bien
por ejercer el control de constitucionalidad en los casos en que el sistema democrático se
encuentra de alguna manera afectado. Para el mencionado autor esto significa, primero el
fin de la doctrina de las cuestiones políticas no justiciables excepto en las pocas
circunstancias en que la Constitución específicamente asigna una decisión a otra rama del
gobierno, como es el caso del art. 53 de la Constitución Nacional, entre otros.
   Cita el autor como ejemplo un caso de la provincia de Santiago del Estero en que el poder
judicial consideró justiciable los actos políticos de una Convención Constituyente y la
decisión de esta de no incorporar a un convencional electo, y dijo: “es en todo caso
necesario decir que en el control de la constitucionalidad de las leyes (difuso o
concentrado) están en juego algo más que los derechos subjetivos particulares: los derechos
subjetivos públicos”
 
   Ahora bien, justificar el control de constitucionalidad en la custodia del proceso político,
implica por otra parte, y desde esta perspectiva, no declarar nunca la inconstitucionalidad
de un acto legislativo que solamente trata de derechos sustantivos y los valores de la
sociedad, pero no afecta el proceso político.
   Es decir, en el caso “Roe v. Wade” en el que la Corte declaró inconstitucional las leyes
contra el aborto, habría según tal doctrina, una invasión por parte de la Corte de otra rama
de la esfera de gobierno. Desde esta óptica, en dicho caso solo había dos valores en juego,
el derecho de la intimidad y el derecho de la vida de un feto.
   Como vemos; como venimos viendo, la postura que adoptemos sobre las cuestiones
políticas incide de un modo directo y sustancial en los resultados, por lo tanto, no
corresponde hacerlo de modo precipitado, con el riesgo de caer en la parcialidad, sin ver la
totalidad de las consecuencias que tal adopción genera.
 
   Correspondería ahora preguntarnos cuáles son los límites del Poder Judicial, y
consecuentemente cuál es su rol, sin poder escindir de tal cuestionamiento la distribución
de las funciones del  poder y el control del mismo...
   Con tal fin, cito como punto de partida que el Estado de Derecho precisamente tiende a
eliminar los riesgos conexos a la indeterminación de los límites del poder.
   Leemos en Vergottini que  las decisiones de los titulares de los órganos públicos no
pueden dejarse a su absoluta discreción, sino que deben basarse en reglas abstractas y
generales, predeterminadas.[27]
   Cabría preguntarnos entonces si, no es que tras esa distribución de funciones, esa simple
división del trabajo no se busca, en realidad, que tal desempeño separado permita que se
controlen y limiten recíprocamente. Que cada uno de los órganos ejerza una función de
freno y fiscalización respecto a los otros órganos, que se encuentren relacionados y se
controlen mutuamente.
   Como bien sabemos, el principio de separación de los poderes fue enunciado por
Montesquieu en su obra “El espíritu de las leyes”, reflexionemos entonces acerca de los
propósitos del mismo, de las pretensiones que impulsaron su génesis.
   Según Montesquieu en el juego armónico de los poderes se da una garantía contra el
abuso de la autoridad y se logra la libertad como fin del Estado.
   Juego armónico en el sentido que los tres poderes se frenan entre sí y se neutralizan,
produciendo la inacción, pero por el impulso del movimiento necesario de las cosas se ven
obligados a actuar e ir en concierto. El propósito de su génesis es frenar la detentación
desmesurada del poder, bien que éste sólo puede ser detenido por el poder mismo, he aquí
la división de poderes en la que cada órgano ejerce una porción del poder, y debe estar
revestido con la autoridad suficiente para detener o frenar a otro órgano que también tenga
otra porción del poder.
 
   Es en esta tríada de Poder, y a la luz de tales propósitos cabe reformularnos la función del
poder judicial. [28]
   Ve Bianchi que la esencia del Poder Judicial es verificar la validez de las normas que
serán aplicadas. Ello es lo que confiere su carácter de Poder del Estado. Caso contrario sólo
serán meras oficinas técnicas cuya independencia no es un dato necesario. Por lo tanto, si
pretendemos que los jueces sean verdaderos jueces y no meros reproductores mecánicos de
la ley debemos reconocerles y asignarles esa tarea.[29]
   En el Poder Judicial de la Nación – señala Oyhanarte – en especial en la Corte Suprema
de Justicia recae el Control de Constitucionalidad, fundado en el mantenimiento del orden
constitucional y con motivaciones jurídicas, por consiguiente sin la discrecionalidad que
tiene el Legislativo y el Ejecutivo cuyas motivaciones son sustancialmente políticas.
   Lo cual no es de menor importancia, porque las discrecionalidades del control no serán
las mismas si sus motivaciones son políticas o jurídicas.
   De ser políticas el órgano controlante tendrá tantas argumentaciones como variantes tenga
la interpretación sobre lo más conveniente para la sociedad.
   Mientras que de ser jurídicas estará limitado por mantener el principio de supremacía
constitucional.
 
   En tanto que el control no importe capacidad para intervenir y aptitud para limitar no
habrá control sino fiscalización, vigilancia, inspección, pero no control, que importa que un
órgano pueda evitar o frenar a otro que ejecute su voluntad.  Al no cumplirse el objeto de
limitar al poder no hay control.
   Por tanto y en refutación a aquellos que sentencian sobre la subordinación de uno a otro
poder, el control en sí importa una  relación de subordinación, la del órgano controlado al
órgano controlante. Pero como una típica relación de control y no como posición jerárquica
en que se distribuye el poder en la Constitución.
   La ubicación constitucional es independiente de la relación de control, ésta se manifiesta
ante conductas concretas que están sujetas a ser controladas. No hay en la estructura
constitucional la subordinación de un órgano al otro (de haberla la división de poderes
perdería sentido).
   Hay sí, una relación de subordinación en todo aquello que pueda ser materia de control y
subsiguiente limitación llegado el caso.
   La existencia de la división o distribución funcional importa que el control es mutuo y en
consecuencia la relación de subordinación se efectivizará entre los distintos poderes, siendo
diferentes los sujetos controlantes conforme el acto u órgano controlado.
   De no colocar el órgano controlado subordinado al controlante el control sería ineficaz.
   Finalmente, la función de controlar crea una relación que no altera el sistema
constitucional, pues en definitiva su fin es preservarlo para no modificar la dinámica del
poder y la protección de la sociedad.
 
   He aquí a modo de breve cosmovisión, un vista que intenta someramente presentar todo
aquello relativo a las cuestiones políticas, en nosotros corresponde ahora formular nuestra
posición...
   En lo que a quien escribe respecta, me inclinó por la segunda teoría, extrayendo sustento
de mi posición en la esencia del principio de separación de poderes, que como dijimos
pretende freno, control del poder.
   Por otra parte, considero en consonancia con Boffi Boggero que reconocer validez a la
premisa  que el poder judicial debe abstenerse de pronunciarse sobre ciertas cuestiones por
tratarse de facultades privativas de los otros poderes, abriría paso a convertir tales
facultades privativas en facultades ilimitadas.
   Así también me perturba la idea de que al no existir una definición, y enumeración de las
cuestiones consideradas como políticas y por tanto no judiciables, la Corte evite el
tratamiento de ciertos temas que revisten mucho interés público o en los que existen
intereses contradictorios, etc;  ello so pretexto de tratarse de cuestiones políticas, engorroso
tema de límites indefinidos, por ende quedando en cierto modo resguardada de las
objeciones y críticas, optando por una solución de cierto modo imparcial, facilista.
   Ahora bien, desde mi punto de vista, deberíamos plantearnos también los efectos que
tiene el reconocimiento de cuestiones políticas no judiciables sobre el sistema de derechos
y garantías, sobre el sistema democrático y republicano que se jacta de la publicación de los
actos de gobierno y por ende de la transparencia –y no precisamente discrecionalidad- de la
acción gubernativa.
   Considero por otra parte que sí existen facultades privativas, pero esas facultades
privativas no son más que las funciones constitucionalmente asignadas a cada uno de los
tres poderes,  no significa que en el ejercicio de esas facultades privativas cada uno de los
poderes este exento de limitación alguna.
   De ser así cual sería el sentido de las constituciones escritas, cual sería el valor de adoptar
el principio de separación de los poderes si es que finalmente, habría ciertos actos que
escapan a las facultades jurisdiccionales de los jueces...
 
   Conclusión
 
   El caso Juana A. Soria de Huero c/ Bodegas y Viñedos Pulenta están implícitas
concepciones de fondo por las cuales -a modo de formas a priori en lenguaje kantiano –
conocemos estas cuestiones planteadas, así la posición que adoptemos sobre las cuestiones
planteadas no son más que un eco de ellas.
   Ante la posible inconstitucionalidad de una enmienda constitucional por el
incumplimiento del art. 11 del Reglamento interno de la Convención Constituyente la Corte
expresa que al no encontrarse comprendida la impugnación en los supuestos excepcionales
de falta de concurrencia de los requisitos mínimos e indispensables que condicionan la
formación de la ley, o la contradicción esencial de la enmienda con los principios de la
nación o aquellos establecidos en la Constitución, no corresponde la intervención de la
Corte.
   Por otra parte resalta la falta de jurisdicción del Tribunal para examinar el procedimiento
adoptado en la formación y la sanción de las leyes, reconociendo fundamento en la
exigencia de preservar la separación de los poderes del Estado.
   Desde una óptica personal considero que correspondería a la Corte en el presente caso
haber fallado, pues, fue llevada ante ella una cuestión en la que se cuestionaba la
constitucionalidad de una norma, y precisamente es de su función el control del  ajuste de
todas las normas a la ley fundamental.
   Por otra parte, si bien los fallos tienen efectos inter-partes solamente, no debe negarse el
mensaje subliminal de cada fallo en su impacto con la sociedad, sería este entonces un fallo
en que la Corte dice, si la Convención Constituyente cumple o no con el reglamento que
ella misma dicta para su funcionamiento no me corresponde juzgarlo, que cumpla o no,
nadie la controlara...  
   Proyectémonos sobre la vereda contraria, si la Corte hubiera declarado la
inconstitucionalidad de la norma, tal vez el mensaje subliminal estimularía a la eficiencia,
estableciendo como precedente que el incumplimiento acarrea nulidad.
Y es de preguntarnos si la moral social, la ética pública, la civilidad no han de construirse
con estos pequeños ladrillos, que hacen a la base de la estructura... 
 
Anexo I: Reglamento interno de la Convención Constituyente
 
Capítulo III:  De la Presidencia
 
Art. 11 – Con atribuciones y deberes del presidente:
1º Disponer la citación de los convencionales, llamar a éstos al recinto y abrir las sesiones
desde su sitial, inmediatamente después de haberse obtenido quórum.
2º Someter a la Convención, en cada sesión, la versión taquigráfica de l anterior y, una vez
aprobada, autenticarla con su firma y la de uno de los secretarios.
3º Disponer que por Secretaría se dé cuanta en cada sesión de los asuntos entrados, en el
orden que corresponda, y darles el trámite debido.
4º Dirigir los debates de conformidad con el reglamento.
5º Llamar a los convencionales a la cuestión  al orden durante las discusiones.
6º Proponer las votaciones y proclamar por Secretaría sus resultados.
7º Determinar los asuntos que formarán la orden del día y los que reglamentariamente
deben considerarse en cada sesión.
8º Mantener el orden en el recinto.
9º Suspender la sesión en caso de desorden, si no cesa el mismo después de una prevención;
y levantar la sesión si, reanudada, el desorden se reproduce.
10º Informarse de las comunicaciones dirigidas a la Convención y ponerlas en
conocimiento de ésta. Podrá retener las que considere inadmisibles, informando al cuerpo
en cada caso.
11º Autenticar con su firma todos los actos, ordenes y procedimientos de la Convención.
12º Organizar la forma de impresión y distribución del Diario de Sesiones de la
Convención.
13º Tachar de la versión taquigráfica los conceptos que considere agraviantes a la dignidad
de la Convención o de cualquiera de sus miembros; así como las interrupciones que no se
hubieren autorizado.
14º Proveer lo conveniente al mejor funcionamiento de la Secretaría, a las tareas del
personal y a la policía de la casa en que funcional la Convención.
15º Presentar a la aprobación de la Convención el presupuesto de sueldos y gastos.
16º Nombrar y remover los empleados de la Convención
17º En general, hacer observar este Reglamento en todas sus partes y ejercer las demás
funciones que en él se le asignan.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Anexo II:  Fallo de la Corte Suprema
 
DICTAMEN DEL PROCURADOR GENERAL
 
Suprema Corte:
   El fallo apelado, que corre a fs. 202 del principal declara aplicable al presente caso la
doctrina son sagrada por la Cámara del Trabajo en la sentencia plenaria dictada en los autos
“Amenaza de Fernández, Carmen v/ Estancias Galli S.R.L.”, según la cual toda vez que  la
declaración administrativa de ilicitud de una huelga carece de eficacia en los juicios
originados en ese movimiento de fuerza, el solo hecho de que durante el mismo el obrero
no haya incurrido en “injuria personal ” contra los intereses del patrón es bastante para que
el despido de aquél deba reputarse arbitrario, aún cuando haya mediado intimación de
retornar al trabajo.
Conforme lo tiene ya declarado V.E. (fallos:254:51,y sentencia del 7 de junio pdo. en la
causa “Salido v/ Artes Gráficas Rem S.A.”) esa doctrina contraría la jurisprudencia de la
Corte sobre la materia, la que ha establecido que para que sea la legalidad de ésta “sea
expresamente declarada por los jueces de la causa sobre la base de las circunstancias
jurídicas y fácticas que configuran el caso juzgado”.
   Va de suyo, entonces, que si en la especie el tribunal a quo se hubiera limitado a declarar
aplicable la doctrina plenaria de referencia, no hubiese sabido reconocer al
pronunciamiento apelado la fundamentación exigida por V.E. Pero observa que, además, el
fallo en recurso ha hecho suyos los fundamentos de la decisión de primera instancia obrante
a fs.186 de los autos principal, la cual, previamente a considerar arbitrario el despido de la
actora, examinó los caracteres de la huelga origen de la litis declaró expresamente su
legalidad.
   Atento pues al señalado acogimiento por el tribunal de alzada de las razones hechas valer
por el Inferior; pienso que el fallo dictado a fs. 202 del principal se compadece con la
jurisprudencia de la Corte a que he aludido, sentada por V.E. a partir de Fallos 251: 472. Y
como aquellas razones son de hecho y de derecho común, lo decidido en el sub-iudice
resulta ajeno a la instancia prevista en el art. 14 de la ley 48.
   Finalmente, y en lo que hace a las manifestaciones vertidas en el remedio federal de fs.
206, enderezadas ellas a cuestionar la vigencia del art. 14 nuevo de la Constitución
Nacional, entiendo que, habiendo reconocido V.E., a través de muy numerosos precedentes,
la consagración constitucional del derecho de huelga (Fallos:242:353; 250:418; 251:18 y
472; 254:56 y otros), el planteo que efectúa el apelante configura una cuestión insustancial
y, por lo mismo, ineficaz para sustentar la procedencia del recurso extraordinario.
   A mérito de las consideraciones que anteceden soy de opinión que no corresponde en el
presente caso la apertura de la instancia pretendida y, por lo tanto, que debe desestimarse
esta queja traída por la denegatoria de fs. 211del principal –Buenos Aires, 27 de junio de
1963- Ramón Lascano.
 
 
 
 
 
 
FALLO DE LA CORTE SUPREMA
 
                             Buenos Aires, 20 de diciembre de 1963.
 
   Vistos los autos: “Recurso de hecho deducido por la demanda en la causa Guerrero, Juana
Ana Soria de Guerrero c/ Bodegas y Viñedos Pulenta Hnos. S.A.”, para decidir sobre su
procedencia.
   Y considerando:
   1º) Que, de conformidad con la doctrina de los precedentes de esta Corte, las facultades
jurisdiccionales del Tribunal no alcanzan, como principio, al examen del procedimiento
adoptado en la formación y sanción de las leyes, sean ellas nacional o provinciales- Fallos:
53:420; 141:271; 143:131; 210:855-.
   2º) Que tal solución reconoce fundamento en la exigencia institucional de preservar la
separación de los poderes del Estado, asegurando a cada uno de ellos el goce de la
competencia constitucional que le concierne en el ámbito de su actividad específica.
   3º) Que reconocida, pues, la facultad del Poder Legislativo para aplicar la Constitución
dentro de los límites de su legítima actividad, no constituye cuestión justiciable la
consistente en el modo en que aquél cumplió las prescripciones constitucionales atinentes al
punto mencionado en el primer considerando. Tal principio sólo cedería en el supuesto de
demostrarse la falta de concurrencia de los requisitos mínimos e indispensable que
condicionan la creación de la ley.
   4º) Que si ello es así con respecto a la observación del procedimiento constitucional
vigente para las Cámaras del Congreso, con mayor razón la intervención de esta Corte
tampoco es pertinente para decidir, como se pretende en el caso, si el art.  14 nuevo de la     
 
DICIDENCIA DEL SEÑOR MINISTRO DR. BOFFI BOGGERO
 
   Considerando:
   Que surge de los autos principales que se tienen a al vista de acuerdo al proveído de fs.13
vta:
   1º) Que a fs. la actora entabla demanda contra Bodegas y Viñedos Pulenta Hnos. y se
agravia de haber sido dejada cesante con motivo de su participación en la huelga general
por tiempo indeterminado, que declaró la Federación de Obreros y Empleados Vitivinícolas
y Afines.
   2º) Que a fs. 22 contesta la demandada pidiendo el rechazo de la acción, ya que, si bien
admite la vinculación de trabajo, alega que la citada huelga fue sólo parcial y que, en virtud
del art. 11 de la ley 14786, le asiste el derecho de disolver el contrato laboral desde que esa
norma autoriza a las dos partes de la relación a tomar las medidas que estimasen
convenientes una vez vencidos los plazos para las tratativas. Asimismo, deja planteado el
caso federal, alegando la invalidez del art. 14 bis de la Constitución Nacional.
   3º) Que a fs. 186/187 se dicta sentencia, haciendo lugar a la demanda, por cuanto la
huelga en cuestión –según los elementos obrantes en autos- fue lícita, “siendo indiferente
fue primeramente fuera parcial y luego general, toda vez que el ejercicio constitucional del
derecho de huelga no exige como condición la de que sea general”. Considera que el
ejercicio de ese derecho sólo suspende y no extingue la relación individual de trabajo; y
rechaza asimismo, la defensa articulada sobre la base de la pretendida invalidez del art. 14
bis de la Constitución Nacional, por cuanto “la Corte Suprema de Justicia de la Nación no
se ha pronunciado ni dicho nada en contrario”.
   4º) Que apelado el pronunciamiento (fs.189) y deducidos los agravios (fs. 190/194), la
Cámara a quo resuelve confirmarlo (fs.202), reforzando  sus propios fundamentos.
   5º) Que contra esa decisión se interpone recurso extraordinario (fs.206/210), por cuanto
ella no ha hecho lugar a la defensa de inconstitucionalidad del art. 14 bis “no quedó
integrado válidamente por la Convención Constituyente y por lo tanto su vigencia quedó
cuestionada”, todo ello debido a “que no se realizó una reunión posterior de la Convención
Nacional, en la que se debía aprobar el acta y la versión taquigráfica de dicha sanción”,
según tenía establecido el Reglamento de la propia Convención, en su art. 11.
   En cuanto al derecho de huelga, sostiene la recurrente que no implica su violación “el
haber procedido al despido previa intimación a retomar tareas de los obreros que se
mostraron contumaces a la intimidación de la firma”
   6º) Que a fs.221 la Cámara a quo desestima el recurso incoado, por cuanto él no reúne las
condiciones exigidas para su procedencia por los arts. 14 y 15 de la ley 48 .
   7º) Que en esta causa, pues, se debate acerca de la violación de un precepto constitucional
y, más concretamente, se pone en examen la validez o invalidez con que él se hubiese
sancionado por la Convención Constituyente. Vale decir que, con independencia del
problema de saber si el importante derecho de huelga se hallaba o no incorporado al
ordenamiento jurídico  efectivo antes de la reforma constitucional de 1957, se trae a
examen la validez o no constitucional con el alcance concreto por ella expresado (art. 14 bis
de la Constitución).
   8º) Que la opinión adversa al juzgamiento por esta Corte encuentra su raíz en una
doctrina que, con invocación del principio de la “separación de los poderes”, en realidad
detrae al Poder Judicial el conocimiento de causas en las cuales, con fundamento
precisamente en que aquel   esencial principio, ha de intervenir según lo establecen los art.
100 y 101 de la Constitución Nacional y normas afines. En efecto, para referirse a esas
causas, el infrascrito expresó en Fallos: 243: 260, 264: “Que los poderes políticos deben
ejercer sus facultades respectivas sin afectar los derechos y obligaciones establecidos por el
ordenamiento jurídico, porque lo contrario transformará las facultades privativas en
facultades sin control de los jueces”
   “Que ello es así porque una cosa significa la política en sí misma y otra es el derecho
político que regula jurídicamente la vida de aquélla; y una es, en consecuencia, la política
en materia de elecciones y una muy diferente es el derecho electoral que regula”.
   “Que cuando las trasgresiones de los poderes políticos afectan la materia sometida a la
competencia jurisdiccional de esta Corte, se impone la sustanciación de las causas
respectivas para decidir en consecuencia, sin que esos Poderes del Estado puedan
legítimamente alegar que se trata del ejercicio de facultades privativas (Fallos: 147:286)”.
Esa doctrina fue sostenida en numerosas oportunidades, algunas recientes, por lo que cabe
la remisión brevitatis causa a cada una de ellas (votos en Fallos: 248: 61 y 66; 253: 386,
389; en causas S.4252 “Presidente de la Cámara Federal Dr. Alfredo Masi s/ plantea
cuestión al Tribunal ” y S.4253 “Juez federal Dr. Guerello s/ plantea cuestión al Tribunal”,
falladas en 27 de junio de 1963; y mucha otras).
   9º) Que a este respecto cabe recordar que el pueblo, mediante su decisión constituyente,
distribuyó en tres Poderes la potestad de gobierno, fijando a cada uno su esfera. Al poder
Judicial le asignó la de decidir las causas mencionadas en los aludidos artículos de la
Constitución Nacional.
   10º) Que si por parte legítimamente interesada se niega la existencia válida de un
precepto constitucional a mérito de no haberse guardado el procedimiento establecido por
la Convención Constituyente, o se sienta como necesaria la convocatoria de una nueva
Convención que, al declarar existente la norma, en rigor la crearía en su misión específica
que no es de juzgar sino de constituir; o bien el juzgamiento de la materia correspondería –
no en violación sino, a la inversa, en auténtico uso del principio de “separación de los
poderes”- a la justicia, por haberle la Convención Constituyente, como se dijo, atribuido esa
misión a ella y no al Poder Ejecutivo no al Poder Legislativo (art. 95 y afines de la
Constitución Nacional). La materia sub examen es, en consecuencia, claramente
“justiciable”.
   11º) Que, cabe añadirlo, en el sub lite es tanto más importante que el recurso sea abierto
cuanto que la razón aducida por la sentencia en recurso al desestimar la
inconstitucionalidad  alegaba es de que hasta esta Corte no se ha pronunciado al respeto
(fs.187).
   Por lo tanto, oído el Señor Procurador General, se declara mal denegado el recurso
extraordinario deducido a fs. 206 de los autos principales. En consecuencia: Autos y a la
Oficina a los efectos del art. 8 de la ley 4055.
    Luis María Boffi Boggero               
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Anexo III: Inteligencia del art. 30 de la Constitución Nacional ·
 
   Establece la constitución en el articulo 30 que la reforma debe cumplir dos requisitos: ser
declarada por el congreso con una mayoría de dos terceras partes, al menos de sus
miembros.
   En cuanto a su declaración y dado que el art. 30 nada dice acerca del instrumento formal
mediante el cual debe materializarse la declaración de necesidad de reforma se discute si
ella exige o  no la sanción de una ley. Sabemos que el Congreso se expresa mediante la
sanción de leyes materiales y formales, de reglamentos; de resoluciones, y eventualmente,
de declaraciones en las que podría expresar su opinión o voluntad institucional sobre
actividades u omisiones de otros organismos o personas.
   No es sólo una cuestión académica pues, si la declaración se efectúa por medio de una ley
¿Podría esta ser proyectada o vetada por el Poder Ejecutivo? ¿Debería cumplir con todas las
exigencias formales del proceso de sanción de leyes?
   La atribución preconstituyente constituye –más allá de la forma en que se exprese – una
facultad política exclusiva del Congreso en el que está representado el pueblo de la Nación
y las provincias argentinas, sujetos del poder constituyente originario, según se anuncia en
el preámbulo. Ni en ese sentido, no es admisible el veto presidencial que, de todos modos,
se diluiría pues frente a las observaciones del Ejecutivo prevalece la voluntad congresional
con los dos tercios de botos de cada Cámara que éstas podrían reunir pues ya tendrían dos
tercios de sus votos favorables a la reforma constitucional.
 
   Acerca del segundo requerimiento establecido por el art. 30 los dos tercios pueden
computarse, en los hechos, sobre el total de la Asamblea Legislativa –reunidas en su
conjunto ambas asambleas legislativas- o sobre el total de miembros integrantes de cada
Cámara por separado; sobre el total de los miembros en ejercicio o sobre el total de los
presentes una vez reunido el quórum para sesionar, en estos tres últimos casos, en cada
Cámara por separado.
   En la práctica de nuestras reformas en 1860, 1866 y 1949 no se cumplió con los dos
tercios de los miembros totales, lo que sí sucedió en 1898 y 1993.
   Existen razones jurídicas y políticas que sostienen la exigencia de los dos tercios de los
miembros totales de cada una de la Cámaras, votando por separado.
   En primer lugar, cuando la Constitución quiere que la decisión se efectúe contando los
votos de los presentes, así lo indica.
   En segundo lugar, la Constitución Argentina es rígida pero diferente a la norteamericana
por lo que no es trasladable la interpretación de la Corte Suprema de los Estados Unidos –
como se argumento en 1949- acerca de que se requiere para proponer enmiendas a la
Constitución dos tercios de los presentes de ambas cámaras pues, allí, se necesita además la
ratificación de las legislaturas de las tres cuartas partes de todos los estados.
   En tercer lugar, la experiencia política Argentina mostró, con la contundencia de los
hechos, que el criterio de los dos tercios de los miembros presentes aplicados a la reforma
de 1949 fue percibido como ilegitimo y cuestionada la Constitución que resultó de ese
proceso.
   La elección fue aprendida por unos y otros y en 1993 se utilizó la interpretación correcta. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Anexo IV: Distinta Naturaleza de las Cuestiones Políticas no judiciables
 
   De acuerdo con Schwartz, según la jurisprudencia de la Suprema Corte norteamericana,
son consideradas cuestiones políticas no justiciables, las siguientes, relacionadas con los
asuntos exteriores de la Nación:
a)     Cuestiones que implican el reconocimiento de naciones y gobiernos extranjeros
b)    Cuestiones relativas a la soberanía sobre una esfera determinada
c)     Cuestiones que implican la conducción de las relaciones diplomáticas
d)    Cuestiones con respecto a la existencia de las relaciones diplomáticas
e)     Cuestiones relativas a tratados
f)      Cuestiones que implican el empleo de las fuerzas armadas en el extranjero
g)     Cuestiones relativas al principio y duración de una guerra en que están
comprendidos los Estados Unidos
Con relación al gobierno interno de los Estados Unidos, Schwartz enumera las siguientes
cuestiones políticas, de acuerdo con la jurisprudencia de la Suprema Corte:
a)     Cuestiones Relativas a la garantía constitucional de la forma republicana de
gobierno
b)    Cuestiones que implican la garantía constitucional contra la violencia interior
c)     Cuestiones concernientes a la calidad de legislador y a la organización y
procedimientos del departamento legislativo
d)      Cuestiones relativas a si las leyes han sido promulgadas válidamente
 
 
 
 
 
 
 
 
Anexo V: Disidencias de Boffi Boggero:
 
   Caso Antonio Sofía y otro sentenciado por la Corte Suprema el 22 de mayo de 1959, el
doctor Boffi Boggero dijo que en el estado de sitio, “debe suspenderse solamente las
garantías constitucionales cuyo ejercicio resulte claramente incompatible, en cada caso, con
la preservación de la paz social y en la medida que esa suspensión sea indispensable para la
obtención de los fines respectivos. Como lo afirmó Joaquín V. González, esa “suspensión
de garantías constitucionales es de uso limitado por la necesidad efectiva de la seguridad
publica. Y aún Alberdi, que proyectó la suspensión del imperio constitucional por
inspiración de la Constitución chilena 1833 (art. 28 de su proyecto), medida
indudablemente más grave que el estado de sitio, no le fijó tampoco un alcance
independiente de los fines de estabilidad social que se perseguían. Es por lo contrario
podría dejar librado a los poderes políticos, no solamente el ejercicio de facultades
privativas, sino su ejercicio sin límites constitucionales, lo que, como se dijo en causa
reciente (p.224 recurso de hecho), equivaldría a transformar las facultades privativas en
facultades sin control de los jueces.”
 
   En su voto en la causa Partido Comunista (Provincia de Bs. As) resulto el 25 de
noviembre de 1960, dijo “que el suscrito ha sostenido en reiteradas oportunidades la
procedencia de la intervención de esta Corte como las que informan la presente causa
distinguiendo lo que es propiamente político de lo que, aun dentro de los problemas
políticos entraña cuestión federal bastante. Lo hizo, apartándose en esa forma, de lo
decidido en Fallos: 238, 283,237,386 –ambos invocados por el a quo- y otros, entendiendo
que –si cabe- ha de acentuarse muy especialmente el decisivo rol de vigilancia
constitucional en contiendas que hacen a la base del sistema representativo garantizado por
la Constitución Nacional (ver voto del suscrito en las causas de Fallos 243, 260; P.330,
Partido Socialista, Comité Ejecutivo Nacional s/inscripción del 10 de octubre de 1960 y
otros).”
   En este sentido, interesa recordar los conceptos con que Earl Latham destaca la
importancia de la materia en un sistema constitucional semejante, a ese respecto, al de este
país: Gobierno representativo, federalismo, gobierno de la mayoría todos estos sistemas
políticos y sociales son tan trascendentes como la máquina de combustión interna, la acción
de la palanca o el principio de auto sustentación. El estudio de los partidos políticos es un
aspecto...tan importante ... como el estudio de la mecánica para las ciencias físicas(Prologo
del libro de Ranney y Kendall, la Democracia y el sistema de los partidos políticos en los
Estados Unidos, p.12)
 
   Disidencia en el caso Unión Cívica Radical del Pueblo, decidido el 29 de agosto de 1962,
sostuvo que “en primer término, esa declaración no se funda en el carácter electoral de la
cuestión planteada o, con mayor amplitud aun, en una de las llamadas cuestiones políticas.
En ese orden el suscrito ha expuesto a través de reiterados votos que una cosa es la política
en sí y una muy otra el derecho político que la regula en materia de elecciones y el derecho
electoral que jurídicamente las regula (voto en Fallo 243, 260 y en muchos otros). De ese
modo, la Corte decide en causas que hacen al sistema representativo republicano
establecido por la constitución Nacional en su carácter de norma superior del derecho
positivo. Esa doctrina coincide con la sostenida por la Corte Suprema de los Estados
Unidos en la causa Baker v. Carr, con fecha 26 de marzo del corriente año. Modificando
una extensa línea jurisprudencial a la que se atribuyen escasas excepciones, esa Alta Corte
entró a considerar una cuestión jurídica de contenido político-electoral. Llevando a la voz
del tribunal –que contó con dos disidencias, las de los señores jueces Frankfurter y Harlan-
el señor juez William J. Brennan Jr. Expresó que el mero hecho de que se persiguiera la
protección de un derecho político no significaba que ello encerrase una cuestión política”
(Supreme Court Reporter, vol 82, núm.11, p.706; asimismo, comentario de Ruth C.
   Silva  en “Fordham Law Review ”, núm.4 del volXXX, abril del corriente año, pags. 581
y sigts, donde destaca la trascendencia del fallo al punto de compararle al de la causa
Marbury v.Madison)
 
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Anexo: La Reforma de la Constitución en el derecho constitucional comparado
 
Brasil
   La Constitución brasileña puede ser enmendada a propuesta de los miembros de la
Cámara de diputados o del senado, o del presidente de la República. No será objeto de
deliberación la propuesta de enmienda tendiente a abolir la federación o la república. La
Constitución no puede ser modificada estando en vigencia el estado de sitio. En caso de que
la enmienda fuere propuesta por miembros de la Cámara de diputados o del senado, la
propuesta debe ser firmada por un tercio de los miembros de la Cámara respectiva (art.47).
La propuesta será discutida y votada en reunión del Congreso Nacional, en dos sesiones
dentro de los sesenta días a partir de la presentación o recepción de la misma y se
considerará aprobada cuando obtenga en ambas votaciones dos tercios de los votos de los
miembros de las Cámaras (art.48). La enmienda de la Constitución será promulgada por las
mesas de la Cámara de diputados y del senado federal (art.49).
 
Uruguay
A)  Por iniciativa de los ciudadanos: el 10 % de los inscriptos en el registro cívico
nacional, presentando un proyecto articulado que se elevará al presidente de la
asamblea general, debiendo ser sometido a la decisión popular en la elección más
inmediata; la asamblea popular, en reunión de ambas cámaras, podrá formular
proyectos sustitutivos que someterá a decisión plebiscitaria, juntamente con la
iniciativa popular.
B)   Por proyectos de reforma. Deben reunir dos quintos del total de componentes de la
asamblea general, presentados al presidente de la misma, los que serán sometidos al
plebiscito en la primera elección que se realice; para que el plebiscito sea afirmativo
en el caso anterior y en éste, se requerirá que vote por sí la mayoría absoluta de los
ciudadanos que concurran a los comicios, que debe representar por ciudadanos que
concurran a los comicios, que debe representar al menos el 35% del total de
inscriptos en el registro cívico nacional;
C)   Por proyectos de los senadores, los representantes y el poder ejecutivo: deberán ser
aprobados por mayoría absoluta del total de componentes de la asamblea general; el
proyecto que fuese desechado no podrá reiterarse hasta el siguiente período
legislativo, debiendo observar las mismas formalidades; aprobada la iniciativa y a
promulgada por el presidente de la asamblea general, el poder ejecutivo convocará,
dentro de los noventa días siguientes, a elecciones de una convención nacional
constituyente. Las resoluciones de la misma deberá tomarse por mayoría absoluta
del número total de convencionales, el o los proyectos de la convención deberán ser
ratificados por el cuerpo electoral, la o las reformas deberán ser aprobadas por
mayoría de sufragios.
D)  Por Leyes Constitucionales: requieren para su sanción los dos tercios de votos del
total de los miembros de cada una de las cámaras dentro de una misma legislatura.
Dichas leyes no pueden ser vetadas por el poder ejecutivo y entrarán en vigencia
luego de que el electorado convocado especialmente en la fecha que determine la
misma ley, exprese su conformidad por mayoría absoluta de los votos emitidos y
serán promulgadas por el presidente de la asamblea general.
 
Estados Unidos
   En su art.V prevé el procedimiento que debe observarse para su reforma,
prescribiendo que: “El congreso, siempre que dos tercios de los componentes de ambas
Cámaras lo consideren necesario, propondrá enmiendas a esta Constitución, o, a pedido
de las legislaturas de los dos tercios de los diversos Estados, convocará una Convención
para proponer enmiendas, las cuales en ambos casos serán válidas para todos los fines y
propósitos, como parte de esta Constitución, cuando sena ratificadas por las legislaturas
de las tres cuartas partes de los mismos, según que unos u otro modo de ratificación
haya sido propuesto al Congreso; ello siempre que antes de 1808 no se haga ninguna
enmienda que de cualquiera manera afecte las cláusulas primera y cuarta de la sección
IX del art. I, y que ningún Estado, sin su consentimiento, sea privado de la igualdad de
sufragio en el Senado”.
   Es de destacar que la idea de la reforma constitucional el peculiarmente
norteamericana.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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