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PROVINCIA DE BUENOS AIRES

PODER JUDICIAL

En la ciudad de Azul, reunidos en Acuerdo Ordinario los Señores


Jueces de la Excma. Cámara de Apelaciones Departamental -Sala I- Doctores
Yamila Carrasco, Lucrecia Inés Comparato y Esteban Louge Emiliozzi, para
dictar sentencia en los autos caratulados: "ALONSO SANTIAGO JAVIER
MAURICIO C/ PERCO EDUARDO OSCAR S/ DAÑOS Y PERJUICIOS
EXTRACONTRACTUAL (EXC. AUTOM./ESTADO) ", (Causa Nº 1-67610-
2021), se procede a votar las cuestiones que seguidamente se enunciarán en el
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orden establecido en el sorteo oportunamente realizado (arts. 168 de la


Constitución Provincial, 263 y 266 del C.P.C.C.), a saber: Doctores LOUGE
EMILIOZZI - COMPARATO - CARRASCO.-
Estudiados los autos, el Tribunal resolvió plantear y votar las
siguientes
-CUESTIONES-
1ra.- ¿Corresponde proceder a la apertura del sobre de fs. 199
para glosar el pliego de absolución de posiciones al expediente?
2da.- ¿Es justa la sentencia del día 26 de mayo de 2021?
3ra.- ¿Qué pronunciamiento corresponde dictar?

-V O T A C I O N-
A LA PRIMERA CUESTION: el señor Juez Doctor LOUGE
EMILIOZZI dijo:
Si bien al tratar la siguiente cuestión reseñaré el
contenido del presente proceso, basta señalar, a los fines que ahora interesan,
que en la resolución de fs. 206 se señaló que el certificado médico adjuntado
por el demandado a los fines de justificar su incomparecencia a la audiencia
confesional no cumplía acabadamente con los recaudos establecidos en el art.
417 del C.P.C.C. y por tal motivo se lo tendría por confeso en los términos del
art. 415 del mismo código. En sintonía con ello, en un pasaje de la sentencia
que viene apelada (punto 10 de los “resultandos”) se afirmó que se procedería
en ese acto y por secretaría a la apertura del sobre de absolución de posiciones

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que se agregaría físicamente a la causa. Sin embargo, tal como lo hace notar la
actora en su expresión de agravios, de la compulsa del proceso surge que la
apertura del sobre obrante a fs. 199 no se efectivizó y que el pliego de
posiciones se conserva en su interior.
Así las cosas, entiendo que ello debe ser efectuado
en esta instancia para ser eventualmente valorado al tratar la segunda cuestión
(S.C.B.A.; Ac 50263 S 10-5-1994, “López”; Ac 50514 S 6-9-1994, “La Segunda
Cooperativa Limitada de Seguros Generales”; Ac 55593 S 14-6-1996, “Ugarte y
Compañía S.A.”; C 99982 S 4-3-2009, “Cerrato”, todos disponibles en base
Juba; esta Sala, causas n° 54940, “Arias”, del 15.10.13.; n° 59577, “Curutchet”,
del 07.05.15.; n° 59605, “Bayala”, del 15.09.15.; n° 60373, “Martino”, del
17.12.15.; n° 60482, “Oses”, del 17.05.16.; n° 61078, “Carafini”, del 15.09.16.; n°
66511 y 66615 “Estancias” y “Urraco” –acumuladas-, del 04.05.21., entre otras).
En consecuencia, propicio al acuerdo que se
disponga que por Secretaría se proceda a la apertura del mencionado sobre y
se glose el pliego precediendo a la presente sentencia.
Así lo voto.
Las Señoras Juezas Doctoras Comparato y Carrasco
adhirieron por los mismos fundamentos al voto precedente.
A LA SEGUNDA CUESTION: el señor Juez Doctor
LOUGE EMILIOZZI dijo:
I.a) El presente proceso es iniciado por el Sr. Rufino Jacinto
Alonso, quien promueve demanda por cobro de pesos, por la suma de $
1.544.652,79, contra el Sr. Eduardo Oscar Perco (v. demanda de fs. 54/58).
Relata que el 15/11/06 se firmaron en Tandil tres
convenios, que adjunta a la demanda y obran agregados a fs. 27/31.
Por uno de ellos, el demandado Eduardo Oscar Perco
adquirió la participación que su hermana María Raquel Perco de Alonso
(cónyuge del actor) tenía sobre la hacienda, maquinarias, rodados y
automotores de "Don Edgardo S.A." por US$ 20.000, declarando la vendedora
que sus derechos patrimoniales quedaban limitados exclusivamente sobre "el
inmueble rural ubicado en el Pdo. de B Juárez, cuartel 10, parcelas 850M y
850P con una superficie total de 1.119 has, conocido con el nombre de San
Eloy en la proporción del 27,77%…".
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Por un segundo acuerdo, denominado "convenio de


dividendos", Eduardo Oscar Perco se obligó por sí y en su carácter de
Presidente de la sociedad a abonar a María Raquel Perco un dividendo anual
equivalente en pesos a 50 kg de novillito pesado entre 391 y 430 kg por
hectárea correspondiente al campo "San Eloy", pagaderos en cuotas
trimestrales del 1 al 10 de cada mes de enero, abril, julio y octubre de cada año,
definiendo el método de cálculo (cotización del Mercado de hacienda de
Liniers), estipulándose que en caso de ser el balance societario insuficiente para
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cubrir dicho dividendo el mismo igualmente sería percibido por la accionista


María Raquel Perco de Alonso, con cargo a la cuenta particular del demandado
Eduardo Oscar Perco (fs. 54vta).
Por un tercer convenio, la cónyuge y los hijos del
demandado Perco dejaron constancia de que no poseen participación social de
ningún tipo.
Sigue diciendo el actor en su relato de los hechos que
en cumplimiento del "convenio de dividendos" el demandado comenzó a abonar
a la esposa del actor los arriendos convenidos, enviándole tres cheques (uno
por mes) de la cuenta de "Don Edgardo S.A.", imputables a la cuota trimestral
conforme la equivalencia convenida: precio novillito categoría 391/430 kg según
Mercado de Liniers. Los sucesivos pagos se hicieron a la caja de ahorro n°
697013089/7 que tuvo con su esposa en el Banco de la Nación Argentina,
sucursal Bulnes de CABA. Acompaña comprobantes de depósitos hechos en
enero, febrero marzo de 2007, 2008, 2009, 2010, 2011, 2012 y 2013, y cartas
manuscritas escritas por el demandado a su hermana.
Continúa diciendo el actor que el día 11/06/2012 falleció
su cónyuge María Raquel Perco, tramitándose el pertinente juicio sucesorio por
ante el Juzg. Nac en lo Civ n° 64 de la Capital, Secretaría Única (expte n°
35.022/2013), aprobándose el testamento otorgado y declarando al actor único
sucesor de la causante atento no existir descendencia ni ascendencia,
continuando Eduardo Oscar Perco abonando los arriendos durante cinco
trimestres posteriores al deceso de María Raquel hasta el 30/09/2013.

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Aclara que el convenio de pago no tiene fecha de
terminación, por lo que ha de interpretarse que rige el plazo de 20 años
establecido en el art. 45 de la ley 13246. A ello agrega que una eventual
rescisión del acuerdo tenía que ser consensuada y no unilateral como de hecho
ocurrió, y que además requería una manifestación expresa y fehaciente.
Sigue diciendo que le reclamó al demandado a título
personal la deuda base de esta litis pero que aquél alegó la nulidad del acuerdo.
Practica liquidación por los períodos reclamados desde
octubre de 2013 hasta diciembre de 2017 por el total reclamado de
1.544.652,79 y formula reserva de ampliar la demanda.
Funda en derecho, invocando los arts. 7, 733, 1582,
1800, 2560 y cc. del CCyCN, y aclara que la obligación cuyo cumplimiento
persigue surge de un contrato celebrado entre los firmantes, pero si el
demandado pretendiere argüir que dicho convenio carece de validez o vigencia
su declaración unilateral de voluntad generó un vínculo jurídico con la actora.
b) A fs. 59/61 se imprime al proceso el trámite sumario.
c) A fs. 68 el letrado patrocinante del actor denuncia el
fallecimiento de su patrocinado ocurrido el día 15/05/2018, y a fs. 77 se
presenta su heredero testamentario Sr. Santiago Javier Mauricio Alonso,
disponiéndose a fs. 78 la reanudación del proceso.
d) A fs. 83 se amplía el monto de la demanda por los
nuevos períodos transcurridos hasta el día 30/09/2018 y por un monto de $
431.328,77.
e) A fs. 106/116 contesta demanda el actor, solicitando
su rechazo, con costas.
Reconoce como ciertos los tres convenios del 15/11/06
y las cuatro cartas documento acompañadas por el actor, a las que agrega
otras.
Luego de la negativa de ley, brinda su versión de los
hechos.
A esos fines dice que "Don Edgardo S.A." se constituyó
como una sociedad regular, de tipo cerrada y familiar. Añade que él siempre fue
el presidente y quien se ocupó de los quehaceres del funcionamiento del
inmueble rural perteneciente a la sociedad, aunque todo estaba sujeto a la
aprobación de su gestión en las asambleas que siempre se hicieron.
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Sigue relatando que ante las insistencias de su hermana


Raquel, quien pretendía tener una "ganancia fija" de la sociedad,
independientemente de las utilidades que arrojara, firmó la documentación sin
asesoramiento jurídico previo y continuando con una actitud "paternalista"
desplegada por años con sus hermanas, padres y tíos.
Prosigue diciendo que fallecida Raquel el 11/06/12, y
habiéndose asesorado sobre la invalidez de lo contratado al asegurar una
ganancia fija independiente de las utilidades de la sociedad, se comunicó con el
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cónyuge de su hermana, Rufino Jacinto Alonso, quien pretendía continuar


percibiendo la ganancia fija.
Añade que el último pago fue el de septiembre de 2013,
y el saldo deudor de Raquel para con la sociedad anónima asciende a $
676581,67.
Sostiene la nulidad absoluta del convenio de
"dividendos" en base a la imposibilidad de que la sociedad garantice a uno de
los socios una "ganancia fija" más allá de las utilidades, y a todo evento que
ante la ausencia de plazo, el acuerdo caduca cuando una de las partes decide
su no continuación, negando el plazo veinteañal esgrimido por el actor.
También esgrime que al caducar la obligación de la
sociedad caduca también la de su garante, porque sigue la suerte de lo
principal.
Acompaña como documental ocho cartas documentos,
y un convenio de dividendos.
f) A fs. 120 la parte actora reconoció la documentación
adjuntada por la demandada, de la que se le había conferido traslado a fs. 117.
g) A fs. 124/125 se abrió la causa a prueba y se
proveyeron los distintos medios ofrecidos, y el día 16/12/2020 se proveyó sobre
su certificación.
II) De este modo arribamos al dictado de la sentencia
que viene apelada, que rechazó la demanda, impuso las costas a la parte actora
y difirió la regulación de honorarios.

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Para así decidir, y en lo que muy sucintamente
podemos reseñar a los fines de entender en la apelación, el Sr. Juez de grado
comenzó por definir la cuestión atinente al derecho aplicable (v. considerando
tercero), entendiendo que este caso debe resolverse de acuerdo a las normas
del Código Civil derogado, ya que el contrato que vinculó a las partes se celebró
el 15/11/06, antes de la entrada en vigencia del nuevo Código Civil y Comercial
(01/08/15), al igual que las vicisitudes que se verificaron en su etapa funcional
(2013), no obstante prolongarse los incumplimientos alegados en el tiempo. No
obstante, aclaró que esa conclusión no obsta a que se recurra al nuevo Código
Civil y Comercial como argumento de autoridad o como doctrina interpretativa
del régimen derogado. También advirtió que siendo que una de las cuestiones a
resolver es la naturaleza jurídica del convenio base de la presente acción
(convenio de dividendos), teniendo en cuenta que la actora sostiene que se
trata de un arrendamiento rural mientras que la demandada se apega a la
literalidad del mismo calificándolo como acuerdo de dividendos, eventualmente
habrá de tenerse presente que el contrato de arrendamiento rural está regulado
por la ley especial n° 13.246/48 y modificatorias, por la voluntad de las partes,
subsidiariamente por el Código Civil (art 41 ley 13246 y art 7 del CCyCN) y por
los usos y costumbres locales, mientras que en cuestiones societarias rige la ley
19550.
A continuación el anterior magistrado afrontó la tarea de
calificar el contrato (v. considerando cuarto). En esa faena, entendió que el
negocio jurídico en base al cual se reclama no es un contrato típico de
arrendamiento rural, ya que no existe la obligación de conceder el uso y goce de
un predio rural (art. 1 de la ley 13246), porque en cabeza de María Raquel
Perco nunca estuvo sino la participación social en un ente ideal, “Don Edgardo
SA” (que si tenía dentro de su patrimonio al bien inmueble rural). Sigue diciendo
que las partes a su vez "nominaron" al contrato como "convenio de dividendos",
donde Eduardo Oscar Perco se obligó a abonar a María Raquel Perco un
dividendo anual equivalente en pesos a 50 kg de novillito pesado entre 391 y
430 kg por hectárea correspondiente al campo "San Eloy", pagaderos en cuotas
trimestrales del 1 al 10 de cada mes de enero, abril, julio y octubre de cada año,
definiendo el método de cálculo (cotización del Mercado de hacienda de
Liniers), estipulándose que en caso de ser el balance societario insuficiente para
cubrir dicho dividendo el mismo igualmente sería percibido por la accionista
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María Raquel Perco de Alonso, con cargo a la cuenta particular del demandado
Eduardo Oscar Perco (fs. 54vta). Entiende que este contrato se inscribe dentro
del funcionamiento de una sociedad anónima, que es en definitiva y en realidad
la materia de la que se trata la relación entre las partes originariamente y por
derecho derivado, y que las partes celebrantes de la primer triada de contratos
(los hermanos Eduardo y María Raquel Perco), tal como se desprende luego de
las cartas documento y de las preguntas efectuadas a la perito contadora que
actuó en la causa, intentaron generar instrumentos que plasmen una situación y
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una solución para una de las socias (María Raquel Perco) que ajena al
movimiento económico, jurídico y social de una sociedad anónima, pero
creyendo y sintiéndose "dueña" -en condominio de un campo en la localidad de
Juárez- debe haber exigido "su derecho económico", que de la manera más
sencilla se denomina y se entiende como "arrendamiento rural". Sin embargo –
sigue razonando el anterior magistrado- ningún arrendamiento se le debía a la
Sra. Perco, sino el eventual derecho a utilidades si, celebrada la Asamblea
Anual Ordinaria, el resultado económico hubiera sido superavitario y la decisión
social hubiese sido repartir utilidades. Sobre esas bases, el a quo concluyó que
el contrato en base al cual se acciona es atípico, y las normas que se verán
involucradas en su interpretación e integración, son las que remiten a este tipo
de contratos.
Seguidamente (en el considerando quinto) el
presentenciante se abocó al análisis de la juridicidad y legalidad del “contrato de
dividendos”, en especial para dar respuesta al planteo de la accionada, según el
cual el “convenio de dividendos” es nulo en base a la imposibilidad legal de que
la sociedad –o su presidente en este caso- garantice a uno de los socios una
ganancia fija más allá de las utilidades. En ese análisis comenzó por señalar
que la cuestión está regulada en los arts. 224 y 225 de la Ley General de
Sociedades, y a continuación trajo a colación prestigiosa doctrina que ha
abordado la temática del pago de dividendos anticipados. También se refirió al
tratamiento del tema en la jurisprudencia, en especial la causa “Multiradio S.A.”
(Tribunal Fiscal de la Nación Sala "C" 03/04/2007), donde se dictaminó que un

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retiro de fondos de directores accionistas de una sociedad no comprendida en el
Artículo 299 de la Ley 19.550, salvo que sea una sociedad comprendida en el
mencionado artículo, está prohibido distribuir dividendos anticipados o
provisionales y que toda distribución de dividendos debe provenir de ganancias
realizadas y liquidas correspondientes a un balance de ejercicio regularmente
confeccionado y aprobado. De modo que los dividendos anticipados son figuras
que requieren el cumplimiento de requisitos sustanciales, tales como la
confección de un balance y estado de resultados especiales y su aprobación de
los órganos volitivos del ente social, lo que no se había verificado en ese caso.
A continuación el anterior magistrado valoró la prueba
pericial contable producida en autos por la contadora pública María Paula
Fedelis. De allí surge –entre otras cosas- que la sociedad “Don Edgardo S.A.”
es una sociedad comercial regular cuya fecha de contrato social es 20/11/1969,
que sus libros de comercio son llevados en legal forma, y que del cotejo de los
retiros efectuados por María Raquel Perco de Alonso contra los dividendos que
le fueron asignados surge una diferencia en más de los retiros por sobre los
dividendos.
Finalmente, en el considerando séptimo, el
presentenciante retomó los conceptos antes vertidos para arribar a la solución
del caso. Señaló en tal sentido que “(c)onforme lo analizado y de acuerdo a la
prueba del caso entiendo que la demanda debe rechazarse toda vez que el
contrato BASE celebrado entre DON EDGARDO S.A. -por medio de su
Presidente Eduardo Oscar Perco y éste por sí como "garante"- y María Raquel
Perco de Alonso (en fecha 15/11/2006) resulta ineficaz a la luz de lo normado
por el art. 68, 224, 225 y concordantes de la Ley de Sociedades. / Y respecto de
la obligación unilateral asumida por Eduardo Oscar Perco por sí, si bien resulta
fuente de responsabilidad -actualmente recibida de manera típica en el artículo
1800 y ss del CCyCN-, lo cierto es que la misma tiene su fuente en un contrato
cuya eficacia se ha visto desvirtuada en función de lo antedicho. No tiene esa
obligación unilateral los elementos para considerarla autónoma o desprendida
de los efectos y vicisitudes que padece la obligación principal. / Ello así porque
aún habiendo calificado al conjunto negocial como "innominado" el juego de los
artículos 953 y ss del CC y artículos 962, 963, 964 y 970 del CCyCN hacen
prevalecer las normas indisponibles y de orden público por sobre la voluntad de
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las partes. Y esas normas indisponibles, como hemos visto, son las de los
artículos de la ley de sociedades. (…).”
III) El decisorio reseñado en el apartado anterior fue
apelado por la actora el día 02/06/2021, el recurso se le concedió libremente el
día 8 del mismo mes y año, expresó agravios el día 09/08/2021 y recibió
respuesta de la contraria el día 20/08/2021.
Los agravios de la parte actora giran en torno a diversas
cuestiones de hecho y de derecho que brevemente paso a reseñar para su
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posterior tratamiento.
En primer lugar –y como ya vimos al tratar la cuestión
anterior- señala que el anterior magistrado no procedió a la apertura del pliego
de posiciones obrante a fs. 199. Entiende que ello es trascendente porque a raíz
del reconocimiento que surge de la confesión ficta resultan acreditados algunos
hechos de importancia para la resolución del caso, en especial que el
demandado Perco viene celebrando distintos contratos con sus familiares desde
el año 1985 (es decir, 21 años antes de firmar el convenio que dio origen a
estos autos) y merced a los mismos desplazó a sus hermanas del ámbito
societario, entregándoles a cambio una suma de dinero que ellas aceptaron
porque de lo contrario se quedaban sin nada. Por estos mismos motivos
esgrime que el accionado no firmó esos convenios por ignorancia, sino que
reflejan un modus operandi idéntico al que viene observando desde el año 1985
al presente. También señala, en la misma línea, que va contra toda lógica que la
Sra. Raquel Perco “impusiera” un valor, ya que conforme surge de la
contestación de oficio obrante a fs. 151 es mismo es relativamente bajo. En
base a estos argumentos y con sustento en los arts. 1047 del CCiv. y 387 del
CCyCN concluye que el accionado no puede escudarse en una nulidad que él
mismo generó.
En segundo lugar afirma que el anterior magistrado
tampoco tuvo en cuenta las siete cartas ológrafas adjuntadas a la demanda,
reconocidas por su autor (es decir, el demandado), en las cuales se refleja el
cumplimiento de lo acordado sin reservas de ningún tipo. Relacionado con ello,

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afirma que otro error de la sentencia consiste en sostener que su parte invocó la
existencia de un arrendamiento, ya que es evidente que no se pactó un
verdadero arrendamiento rural (regulado por la ley 13.246), sino que en la
obligación unilateral asumida por el demandado se determinó el valor
económico de su prestación en una cuota que es similar a la fijada en un
arrendamiento rural conforme lo autoriza el art. 1005 del CCyCN para todo tipo
de negocios jurídicos. A partir de todo ello concluye que la propia conducta del
demandado y la valoración conjunta de las pruebas referidas demuestran que
siempre acordó él (no la sociedad) un monto de dinero para que sus hermanas,
entre ellas la actora, no interfirieran en la actuación del ente, que quedaba a su
exclusivo manejo.
En tercer lugar –aunque vinculado a lo antes dicho-
señala que en la sentencia atacada se ha invertido el orden de análisis y por tal
motivo las citas legales, doctrinales y judiciales referidas en el fallo son erróneas
e inaplicables al sub lite, lo cual no abastece la manda de dictar una decisión
razonablemente fundada. Afirma que ello es así porque desde el escrito de
demanda se precisó que la obligación cuyo cumplimiento se persigue surge de
una clara declaración unilateral del accionado, que quedó corporizada en sus
propias palabras empleadas en el convenio. Admite que es cierto que se
señalaron las vinculaciones de ese acuerdo con el ente social, porque la buena
fe impone ilustrar al juez sobre todos los antecedentes del contrato, y es
indudable que las declaraciones volcadas por las partes para alcanzar sus fines
económicos hacen referencia a la sociedad "Don Edgardo S.A.". Pero no por
esto se debe deducir que estamos frente a un acuerdo que se inscribe "dentro
del funcionamiento de una sociedad anónima" (consid. 4º de la sentencia
atacada). Recurre a distintos argumentos para apuntalar esta crítica, tales como
que de la prueba confesional surge que el demandado acudió a prácticas
idénticas a lo largo de más de 20 años para que las relaciones con sus
hermanas se manejaran por "fuera del funcionamiento de la sociedad anónima",
que al declarar la nulidad del negocio se está decidiendo una cuestión que
afecta a una persona que no ha sido parte en este proceso pues es claro que la
sociedad anónima no es quien ha reclamado ni frente a quien se ha reclamado
la satisfacción de una pretensión, y que se desconoce efectos jurídicos a la
voluntad unilateral como fuente de obligaciones (argumento éste último que
lleva al apelante a introducir una pequeña digresión en cuanto a la ley aplicable,
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ya que no coincide con la solución de derecho transitorio adoptada por el a quo,


pero además afirma que en el código derogado la declaración unilateral también
era fuente de obligaciones).
En cuarto lugar alude a la necesidad de interpretar el
negocio jurídico en base al cual se acciona, valorando para ello la interpretación
auténtica de la declaración del demandado que es la que surge del propio
contrato, y además su propia conducta reiterada a lo largo de siete años de
puntilloso cumplimiento de lo acordado. Sobre esas bases afirma que el
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presente juicio no debe resolverse aplicando el art. 224 y concordantes de


la ley de sociedades, no sólo por las razones de estricto derecho apuntadas
sino además apelando a un juicio de ponderación. Entiende que sí resultan
aplicables al caso los arts. 1800 del CCyCN (declaración de voluntad unilateral)
y ciertos principios generales como el de buena fe y prohibición del abuso del
derecho.
Por último, y para el caso de que este tribunal no
comparta lo propuesto en la expresión de agravios, el apelante solicita que se
tenga en cuenta que el principio según el cual "lo accesorio sigue la suerte de lo
principal" reconoce excepciones, y así lo dispone el art. 857 del CCyCN
refiriéndose precisamente al supuesto de extinción, nulidad o ineficacia del
crédito principal.
IV) El día 23/03/2022 se llamó autos para sentencia y el
día 13/04/2022 se practicó el sorteo de ley, por lo cual las actuaciones se
encuentran en estado de resolver.
a) Por razones de orden lógico considero conveniente
abordar en primer lugar el planteo atinente al derecho aplicable, el cual –como
vimos en la reseña inicial- es introducido por el apelante a modo de digresión en
el marco de un agravio más amplio, en especial para argumentar que si bien el
Código velezano no regulaba en forma sistemática a la declaración unilateral de
voluntad como fuente de obligaciones (a diferencia del nuevo código que sí lo
hace en el art. 1800) la existencia de esa figura podía inferirse a partir de
algunos institutos particulares, como la oferta irrevocable del art. 1150.

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Como punto de partida, resulta claro que por aplicación
de los principios generales que emanan del art. 7 del Código Civil y Comercial la
responsabilidad por daños derivados de un incumplimiento contractual se
rige por la ley vigente al momento en que el hecho del incumplimiento se
produce (Kemelmajer de Carlucci, “La aplicación del Código Civil y Comercial a
las relaciones y situaciones jurídicas existentes”, Rubinzal Culzoni, 2015, pág.
104, con cita de Moisset de Espanés). El caso de autos presenta la
particularidad de que el convenio en base al cual se acciona fue celebrado en el
año 2006 pero las obligaciones supuestamente incumplidas por las cuales se
reclama son periódicas y, conforme surge de la demanda y de su ampliación,
abarcarían desde octubre de 2013 hasta septiembre de 2018. En consecuencia,
asiste razón al apelante al señalar que al presente caso también podría
resultarle aplicable el nuevo Código.
Por otra parte, también asiste razón al recurrente en sus
apreciaciones en torno a la cuestión del derecho transitorio específicamente
referidas al instituto de la declaración unilateral de la voluntad como causa de
las obligaciones (art. 1800 del CCyCN). En tal sentido, la más prestigiosa
doctrina ha señalado que el CCyC regula sistemáticamente otras fuentes de las
obligaciones, entre las cuales se encuentra la declaración unilateral de la
voluntad (art. 1800), que eran figuras ya existentes en el Código (derogado) o
en la práctica negocial, pero sin normas que las regularan de un modo
sistemático. No obstante, se ha entendido que esta situación no debería generar
problemas de derecho transitorio pues el nuevo ordenamiento recoge las
tendencias jurisprudenciales y doctrinales mayoritarias (Kemelmajer de Carlucci,
“La aplicación…”, cit., p. 159, “Otras fuentes no reguladas con anterioridad de
modo sistemático”).
Ahora bien, no obstante que conforme lo hasta aquí
dicho entiendo que asiste razón al apelante en los aspectos señalados, también
entiendo que si bien la conclusión de derecho transitorio adoptada por el Sr.
Juez de grado fue parcialmente distinta a la que propicio en este voto, la misma
no fue en modo alguno dirimente para la solución a la que arribó. Ello es así
porque si bien el a quo afirmó en el considerando tercero que la cuestión debía
resolverse de acuerdo a las normas del Código Civil derogado –entre otras
normas que no fueron derogadas y se mencionan en la sentencia, entre ellas
especialmente la Ley de Sociedades-, no es menos cierto que en el mismo
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considerando afirmó que esa conclusión no obstaba a que se recurra al nuevo


código como argumento de autoridad o como doctrina interpretativa del régimen
derogado. Coherente con ello, cuando en el considerando séptimo se refirió a la
declaración unilateral de la voluntad como fuente de obligaciones, mencionó
que resulta fuente de responsabilidad y que actualmente se encuentra recibida
de manera típica en el art. 1800 del CCyCN, pero entendió que en este caso no
es válida porque tiene su fuente en un contrato ineficaz por imperio de lo
dispuesto en los arts. 68, 224 y 225 de la Ley de Sociedades. De modo que el
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fundamento del rechazo de la demanda no fue que la declaración unilateral de


la voluntad como fuente de obligaciones no se encontraba sistemáticamente
regulada en el Código derogado, sino que la misma tenía su causa en un
negocio inválido.
Por último, y para aportar claridad a este voto, creo útil
aclarar que me he referido a esta cuestión relativa al derecho transitorio en
relación al art. 1800 del CCyCN, y lo he hecho al comienzo, porque en general
es conveniente que las cuestiones atinentes al derecho aplicable sean
aclaradas en los primeros tramos de la decisión. No obstante, y por las razones
que más adelante expondré, entiendo que en el caso de autos no asistimos a un
supuesto de declaración unilateral de la voluntad como causa de las
obligaciones y por tal motivo la solución será consecuencia de la aplicación de
otros institutos.
b) Abordaré ahora otro aspecto, que llamativamente
tampoco resultará gravitante para la solución de esta litis, pero aun así creo
conveniente hacerlo porque es una cuestión a la cual las partes le asignan
especial importancia tanto en la expresión de agravios como en la contestación
a los mismos. Me refiero a algunos de los hechos que están mencionados en
el pliego de absolución de posiciones que, como consecuencia de lo
acordado al tratar la cuestión anterior, fue agregado precediendo a la presente
sentencia. Conforme vimos en la reseña inicial, el actor apelante entiende que
es un grave error que no se haya hecho mérito de esos hechos que quedaron
reconocidos como consecuencia de la confesión ficta, mientras que el

A-1
accionado, al contestar las críticas, señala con énfasis que los hechos
mencionados en esas posiciones no tienen relación alguna con la cuestión
debatida en autos.
A fin de contextualizar esta cuestión, es posible
observar que en la demanda, al narrarse los hechos, se tomó como fecha de
inicio del relato el día 15 de noviembre de 2006, que es aquella en la cual se
firmaron los tres convenios, entre ellos el “Convenio de Dividendos” obrante en
copia certificada a fs. 29 que es el que en forma más directa da origen a esta
litis (v. fs. 54 y sig.). A su turno, al contestar demanda el accionado planteó
básicamente la nulidad de dicho convenio por resultar violatorio del art. 224 de
la LGS (v. fs. 109), pero también señaló -entiendo que con el propósito de
explicar por qué él, siendo presidente de la sociedad, se había prestado a firmar
dicho convenio- que su hermana Raquel le decía insistentemente que quería
tener una “ganancia fija”, hasta que finalmente, y sin ningún tipo de consulta
jurídica previa acerca de la legalidad de lo que pretendía, accedió a firmar la
documentación que su hermana le trajo preparada por su abogado, Dr.
Silverstein (fs. 107vta., primer párrafo). Finalmente, en el pliego de absolución
de posiciones surge que algunas de ellas están referidas a actos jurídicos muy
anteriores, que se retrotraen al año 1985, y, tal como se explica en los agravios,
ello tiene por finalidad demostrar que el accionado no fue una víctima del
accionar de su hermana sino una persona que mediante una concatenación de
actos jurídicos procuró quedar como único actor y beneficiario de la persona
jurídica.
A primera vista parecería que asiste razón al accionado
al responder los agravios, ya que es claro que las posiciones en cuestión no
versan sobre hechos invocados en la demanda. Como bien decía Isidoro Eisner,
antes de la carga de probar existe la carga de afirmar, de modo que el juez no
podría, al dictar sentencia, tener como ciertos hechos que las partes no
hubieran afirmado, aun cuando indebidamente se hubiera producido pruebas
sobre ellos (“La prueba en el proceso civil”, págs. 20/21, cit. por esta Sala en
causa n° 52373, “Gabarrot”, del 11.03.09.; n° 60289, “Perrotta”, del 13.08.15.; n°
63551, “Cos”, del 27.12.18.; n° 65766, “Sucesores”, del 06.08.20., entre muchas
otras). En nuestro Código Procesal esta carga está impuesta en el art. 330 inc.
4, que dispone que la demanda debe contener “(l)os hechos en que se funde,
explicados claramente”.
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Ahora bien, en el caso de autos resulta claro que el


actor trajo a colación estos otros hechos (anteriores a los que había narrado en
la demanda) en respuesta al planteo de nulidad introducido por el accionado en
su contestación de demanda, en especial para intentar demostrar que el
accionado no era una persona inexperta que había firmado los convenios sin
contar con el debido asesoramiento jurídico. Desde luego que desde la lógica
procesal parece muy poco adecuado que el actor no se pronuncie
expresamente sobre ese planteo de nulidad y en cambio introduzca posiciones
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relativas a hechos que no alegó, pero ese es un problema derivado del diseño
del proceso contradictorio en el Código Procesal, ya que sólo le confiere el actor
la posibilidad de ampliar su prueba con respecto a los nuevos hechos invocados
por el demandado o reconvenido (art. 484 tercer párrafo del C.P.C.C.), pero no
se le corre un traslado para que se pronuncie –o alegue- sobre los mismos. Este
problema es solucionado –al menos para los supuestos en que los hechos
invocados por el demandado en su contestación dan sustento a un planteo de
nulidad de acto jurídico- por el art. 383 del CCyCN, el cual dispone que la
nulidad puede argüirse por vía de acción u oponerse como excepción y en
todos los casos debe sustanciarse (este tema puede ampliarse por el trabajo
de mi autoría “La articulación y sustanciación de la nulidad en el nuevo Código
Civil y Comercial”, en “Derecho Procesal en el Código Civil y Comercial de la
Nación”, dirigido por Gabriel Hernán Quadri, La Ley, T. II, pág. 1477 y sig.). Sin
embargo en el presente caso no se procedió de ese modo, ya que sólo se
confirió traslado al actor de la documentación adjuntada por el demandado y no
del planteo de nulidad (fs. 117), dando lugar a los inconvenientes de orden
procesal a los que me he referido.
Este análisis me lleva a concluir que el proceder de la
actora, consistente en mencionar en el pliego de posiciones hechos que no
habían sido articulados en la demanda, no fue incorrecto, ya que al proceder de
ese modo utilizó la única vía que le permite el Código Procesal en el art. 484,
más allá de que ella –conforme lo intento explicar en el trabajo antes citado- es
totalmente insuficiente para dar respuesta a un planteo tan importante como es

A-1
la nulidad del acto jurídico en base al cual se acciona. Creo importante insistir –
aun a riesgo de ser reiterativo- que este problema puede superarse mediante la
sustanciación a la que alude el art. 383 del CCyCN, pero resulta claro que es
una norma procesal contenida en un código de fondo que hasta el presente es
poco utilizada.
c) Despejados los temas que anteceden abordaré ahora
las cuestiones de hecho y de derecho que son traídas en los agravios (doctr.
art. 266 del C.P.C.C.) y que sí resultan dirimentes para la resolución de la litis.
El meollo de la cuestión a decidir en autos gira en torno
a la calificación y validez del acto jurídico en base al cual se acciona, es decir, el
“Convenio de Dividendos” (tal el nombre que las mismas partes utilizaron para
denominarlo) que obra en copia certificada a fs. 29 y sobre cuya celebración no
existe controversia entre las partes. Para ganar en claridad transcribiré las
partes más importantes de dicho documento:
“CONVENIO DE DIVIDENDOS”
“Eduardo Oscar Pe[r]co, L.E. 5.367.487, por derecho
propio y en mi carácter de Presidentes de Don Edgardo S.A. (…), declaro:”
“1) Que en el carácter invocado en el encabezado,
garantizo en forma irrevocable a la accionista María Raquel Perco de Alonso
(D.N.I. 4.260.383), como resultado de mi administración de la sociedad, un
dividendo anual equivalente en pesos a 50 kg. de novillito pesado entre 391 y
430 kg. por hectárea correspondiente al inmueble rural ubicado en el Partido de
Benito Juárez (…), con una superficie total de 1119 has, conocido con el
nombre de “San Eloy”.”
“2) Que la accionista María Raquel Perco de Alonso
percibirá dichos dividendos por trimestre adelantado, en cuatro cuotas
equivalentes cada una a 12,5 kg. por hectárea de novillito de la categoría
especificada en el párrafo precedente, entre los días 1 al 10 de los meses de
Enero, Abril, Julio y Octubre de cada año.”
“3) Que para determinar el importe de la cuota a pagar
se procederá a multiplicar (…).”
“4) Que, en caso de que el resultado del balance de la
sociedad no sea suficiente para cubrir dicho dividendo, el mismo igualmente
será percibido por la accionista María Raquel Perco de Alonso, con cargo a mi
cuenta particular, siendo este un compromiso personal e irrevocable.”
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“En la ciudad de Tandil, Provincia de Buenos Aires, a


los 15 días del mes de noviembre de 2006, se firman dos ejemplares de un
mismo tenor y a un solo efecto.”
Al pie se observan dos firmas aclaradas con un
prenombre (Eduardo) y un sobrenombre (Quela), que de su cotejo con otros
instrumentos agregados al proceso resulta que corresponden a los dos
hermanos mencionados en el documento, lo cual además no está controvertido.
A fin de situarnos en contexto, resulta más que claro
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que el conflicto que da origen a esta litis se enmarca en una empresa


agropecuaria de familia que explota el inmueble rural denominado “San Eloy”,
organizada bajo la forma de una sociedad anónima, tema que en forma
recurrente da lugar a reclamos judiciales y sobre el cual existe frondosa
bibliografía (v., entre muchos otros, “Empresas de familia”, dirigido por
Calcaterra y Krasnow, La Ley, 2010; “La empresa familiar”, dirigido por Eduardo
Favier Dubois (h), Ad-Hoc, 2010).
En muchas ocasiones –y el presente caso no es la
excepción- el conflicto se plantea cuando uno o algunos de los socios o
integrantes de la empresa familiar participa activamente en la actividad
productiva y otro u otros no lo hacen, sea porque han sido marginados por sus
familiares o porque se han dedicado a otros quehaceres.
En el caso de autos, si tenemos en cuenta el contenido
del “Convenio de dividendos” transcripto con anterioridad, resulta claro que la
socia que no participaba activamente de la explotación de la empresa, es decir,
la Sra. María Raquel Perco de Alonso, quiso asegurarse un ingreso periódico
por su participación en la sociedad, por lo que resulta verosímil lo afirmado por
el accionado al contestar demanda respecto a que él accedió a suscribir el
convenio porque así le fue requerido (fs. 107vta. primer párrafo). Creo
pertinente aclarar que con dicha afirmación no pretendo emitir opinión sobre los
hechos que la actora introdujo al formular las posiciones y también trae a
colación en la expresión de agravios, es decir, sobre la supuesta
discrecionalidad con la cual el demandado se habría desempeñado desde

A-1
varias décadas atrás. Sin embargo, he afirmado que es verosímil que fue la Sra.
Perco de Alonso quien requirió la firma de ese convenio –al margen de quién lo
redactó- ya que es poco verosímil que el presidente de una sociedad se obligue
en forma personal a garantizar dividendos a los otros socios por mera iniciativa
propia. No soslayo que es cierto que de la contestación de oficio obrante a fs.
151, suscripto por un martillero especializado, surge que el monto del “arriendo”
acordado en el convenio es “relativamente bajo” en relación al valor de plaza en
la época de su celebración, por lo que desde esa perspectiva no se podría
afirmar que la Sra. Perco impuso a su hermano la firma de un convenio
irrazonablemente favorable a sus intereses. Sin embargo –y pese a que se trata
de un problema relativo a la interpretación del convenio que no ha sido
planteado en autos- no puede dejar de observarse que en el convenio no se
aclara si esos dividendos que se “garantizan” a la Sra. Perco son definitivos o
son “a cuenta” de eventuales dividendos mayores que pudieren corresponderle,
de modo que si ésta última fuera la interpretación correcta se explicaría
perfectamente por qué motivo el monto del “arriendo” es relativamente bajo.
Existe otro dato sociológico que a mi modo de ver
robustece la inferencia a la que me he referido en el párrafo anterior y permite
ubicarnos mejor en el contexto de los hechos que dan origen a esta litis. Las
máximas de la experiencia, que integran la sana crítica (art. 384 del C.P.C.C.),
nos permiten saber –en especial a quienes habitamos en zonas de intensa
actividad agropecuaria- que los propietarios de campos tienen dos opciones
básicas: explotarlos por sí mismos o arrendarlos. En general los dueños de
campo suelen explotarlos por sí mismos cuando conocen la actividad, y además
saben que esa opción les puede reportar un ingreso mayor que el derivado de
un arrendamiento, aunque se trata de una explotación que no está exenta
riesgos, asociados al clima y a otros factores (como la evolución de los precios),
a tal punto que en algunos años resulta mejor negocio explotar el campo por sí
mismo que darlo en arrendamiento, mientras que en otros años el arriendo
termina resultando más beneficioso que la explotación por cuenta propia.
Contrariamente, los dueños de campos que no se han dedicado a la actividad
agropecuaria suelen preferir darlos en arrendamiento, porque ello les garantiza
un ingreso fijo que además está relativamente a salvo de las vicisitudes de la
explotación. A diferencia de lo que ocurre con otras empresas o inmuebles
productivos, es muy sencillo dar en alquiler un campo, porque existe una gran
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demanda de inmuebles rurales para arrendamiento, sea para destino agrícola, o


ganadero, o ambos. Desde esta perspectiva, también es muy verosímil que la
Sra. Perco haya querido garantizarse un ingreso periódico similar al
arrendamiento al que recurren muchas personas que son dueñas de un campo.
Ahora bien, tal como lo observó el anterior magistrado
cuando emprendió la tarea de calificar el contrato, el “problema” que se
presenta en este caso es que el inmueble no pertenece a la Sra. Perco sino a la
persona jurídica de la cual ella es socia, es decir, a “Don Edgardo S.A.”. Así las
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cosas, no estamos situados en el cuadrante de un contrato de arrendamiento


sino en el de una sociedad y, en consecuencia, la sumas de dinero que sus
herederos reclaman no son a título de precio del arrendamiento sino de
distribución de dividendos, por lo que prima facie ya es posible advertir que el
nombre que las partes utilizaron para denominar el negocio (“Convenio de
dividendos”) fue adecuado.
El Sr. Juez de grado se refirió al concepto y al régimen
de los dividendos de las sociedades siguiendo un interesante trabajo de doctrina
que doy por reproducido para no extender innecesariamente este voto, sin
perjuicio de volver sobre él más adelante en relación a algunos aspectos
puntuales (Luis Rodríguez de la Puente, “Dividendos anticipados. Legitimidad
(responsabilidad de accionistas y administradores)”, TR LALEY 0003/000878).
Tal como se explica en otro excelente trabajo que con
extensión y profundidad se ocupa de esta temática (Diego A. J. Duprat,
“Distribución de dividendos. Órgano competente. Principio de libertad de
aplicación de los resultados sociales. Límites y restricciones”, JA, 1-4-2011,
Lexis Nº 0003/015377, www.abeledoperrot.com), el art. 234 de la Ley de
Sociedades dispone que la asamblea de accionistas es el órgano competente
para aprobar la distribución de dividendos. Sigue diciendo este autor que la
asamblea tiene libertad para resolver sobre el destino de las ganancias sociales
del ejercicio, ya que no existe, como en otros ordenamientos legales, la
obligación legal de distribuir un dividendo mínimo, ni siquiera la obligación de
distribuir dividendo alguno, aunque puedan pactarse estas condiciones

A-1
estatutariamente. De modo que la asamblea evalúa las distintas alternativas de
inversión y decide –discrecionalmente- si capitaliza las utilidades, constituye
reservas, las destina a nuevos proyectos de la sociedad, las reserva sin
asignación específica, o bien las reparte entre los accionistas, vía dividendos.
Va de suyo –y así lo explica Duprat en el trabajo citado-
que no obstante que en teoría el principio de libertad de aplicación de resultados
surge claramente definido y determinado por la ley, suele presentarse
problemático en la práctica, ya que en toda resolución sobre dividendos entran
en juego intereses diversos y hasta contrapuestos. Es así que el enfrentamiento
entre la utilización de las utilidades del ejercicio para autofinanciar la sociedad y
la distribución de estas utilidades a través del pago de dividendos da lugar a un
conflicto recurrente, sobre todo en las sociedades cerradas donde no todos los
socios participan –de manera directa o indirecta- en las ganancias de la
sociedad, situación que se agrava por la ausencia de un mercado para dichas
acciones, lo que produce que los accionistas que no participan activamente y
quedan fuera de cualquier tipo de participación en beneficios sociales (sueldos,
honorarios, etc.), se encuentren “atrapados” en la sociedad sin poder vender su
participación societaria (posibilidad de desinvertir) ni obtener una renta por la
misma.
El mismo autor vuelve sobre esta cuestión en otro
interesante trabajo, en el cual señala que la fijación de la política de dividendos
desnuda una compleja trama de intereses, muchas veces contrapuestos, que
configuran el denominado “dilema de los dividendos”. Ello es así –explica-
porque, en primer lugar, no existe una fórmula ideal que permita definir una
política de dividendos objetivamente acertada e inmejorable ni existe una
estructura financiera (relación entre recursos propios y ajenos) que pueda ser
considerada óptima y válida para toda sociedad y bajo cualquier circunstancia.
Por lo tanto, el acierto o conveniencia de la decisión que defina el destino final
de las utilidades del ejercicio social estará sujeta a la apreciación —más o
menos informada y más o menos certera— de los socios. En segundo término,
porque muchas veces los criterios opuestos sobre la política de dividendos a
adoptar están justificados —o pretenden estarlo— en la defensa del interés
social. En principio se suelen distinguir dos intereses: los particulares de los
accionistas, enderezados a la obtención, al cabo de cada ejercicio, de un
dividendo en efectivo como renta por su aporte, y los de la sociedad,
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generalmente tendientes a la retención de las utilidades para autofinanciarse.


Por tal motivo afirma –citando en este punto a Olivera García- que "(e)l
establecimiento de un equilibrio entre el derecho del socio o accionista a un
dividendo periódico y el derecho de la sociedad al autofinanciamiento constituye
una de las cuestiones de más difícil solución en materia societaria, donde se
enfrentan diferentes criterios y expectativas de los socios" (Diego A. J. Duprat,
“Distribución de dividendos en las sociedades anónimas cerradas”, La Ley
2012-C, 1160, TR LALEY AR/DOC/2505/2012).
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Como antes decíamos, el art. 234 de la Ley de


Sociedades dispone que la asamblea de accionistas es el órgano competente
para aprobar la distribución de dividendos, de modo que el derecho a la
percepción de dividendos nace con la decisión de la asamblea que así los
declare. De ello se sigue que la resolución que aprueba los dividendos tiene
carácter constitutivo porque es recién con dicha resolución, y solo a partir de
ella, que nace el derecho de los accionistas a exigir el cobro de los dividendos.
Antes de tal decisión asamblearia las utilidades del ejercicio son propiedad de la
sociedad y, por tanto, forman parte de su patrimonio (Duprat, primer trabajo
citado).
Un tema que reviste especial interés para el análisis de
este caso es si el socio tiene derecho a una distribución periódica de los
dividendos, ya que, por las razones que antes vimos, el “Convenio de
dividendos” en base al cual se acciona permite inferir que fue voluntad de la
Sra. Perco asegurarse un ingreso constante. Este tema también es abordado en
profundidad por Duprat en el trabajo que venimos siguiendo, donde explica que
la ley de sociedades argentina dispone, ya desde su primer artículo, que uno de
los elementos del contrato de sociedad es la participación de los socios en los
beneficios sociales y, en su artículo 13, fulmina con la nulidad absoluta la
estipulación contractual que excluyera a alguno de los socios de tales
beneficios. De modo que los socios participan de una sociedad para obtener un
beneficio apreciable económicamente. No obstante, a continuación el autor
aclara que la noción de beneficio es tan amplia que abarca toda ventaja

A-1
económica que tenga incidencia en el patrimonio de los socios (sea el desarrollo
de tecnología en provecho de éstos, disminución de costos en producción,
logística, comercialización, publicidad, etc.). De ello se sigue que esta exigencia
legal (de participar en los beneficios sociales) pueda abastecerse aún cuando
no se percibieran dividendos en forma periódica, siempre y cuando el accionista
pudiera sacar algún tipo de provecho de la sociedad o tenga la expectativa de
hacerlo en el futuro. Esto lo lleva a entender que la regla de la participación en
los beneficios del art. 1 de la LS consiste en una declaración abstracta que
consagra al accionista como destinatario final de los beneficios sociales, pero
que no permite inferir el reconocimiento de un derecho concreto, a favor del
accionista, para exigir la distribución de dividendos sobre el eventual beneficio
neto obtenido por la sociedad al cierre de cada ejercicio económico. De hecho,
coloca en cabeza de la asamblea de accionistas la facultad de decidir –
discrecionalmente, más no arbitrariamente- la aplicación de los resultados del
ejercicio, y su eventual distribución o retención. De modo que debe quedar claro
–sigue diciendo Duprat- que la ley de sociedades argentina no consagra
derecho alguno a favor del socio para exigirle a la sociedad una distribución
periódica de las utilidades del ejercicio, y la doctrina mayoritaria tampoco lo ha
entendido de otra manera. Es más, también aclara el autor que tampoco se
puede válidamente concluir que, de la existencia de utilidades sociales, se siga
la necesaria distribución de dividendos entre los accionistas. Ello es así porque
la propia ley de sociedades impone una serie de condiciones para que dichos
resultados puedan ser distribuidos, como así también sugiere ciertos destinos
de las utilidades, distintos a su distribución a través del pago de dividendos,
mientras que dispone otros con carácter imperativo. En primer lugar, la ley de
sociedades condiciona la distribución de dividendos a que la misma sea resuelta
por la asamblea de accionistas, siempre y cuando haya ganancias líquidas y
realizadas que surjan de un balance aprobado (arts. 68 y 224 de la LSC). En
segundo término, la ley faculta a la asamblea, en el caso de verificarse
utilidades en el ejercicio, a tomar varios caminos posibles, entre ellos: a
amortizar acciones integradas (art. 223, LSC) o adquirirlas (art. 220, LSC) y a
constituir reservas facultativas (art. 70, 3er. párrafo, LSC). Sin desconocer la
necesaria constitución y mantenimiento de las reservas legales (art. 70, 1er.
párrafo, LSC) y la imputación de la ganancias a cubrir las pérdidas de ejercicios
anteriores (art. 71, LSC). Esto significa –sigue diciendo Duprat- que aún en el
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caso de que existieran utilidades reales, no va de suyo que las mismas deban
distribuirse a través de dividendos, ni que, en consecuencia, nazca para el
accionista un derecho a exigirlos. La distribución de dividendos es una opción
más entre los distintos destinos que la asamblea puede darle a las utilidades.
Pero advierte que si bien la ley consagra el principio de libertad de aplicación de
resultados, este principio reconoce ciertas limitaciones y condicionamientos, que
están destinadas a garantizar la intangibilidad del capital social y a mantener y
mejorar la capacidad financiera de la sociedad, sea cubriendo déficits de
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ejercicios anteriores o bien permitiendo la constitución de reservas o


mantenimiento de fondos en cuentas sin asignación específica para atender
deuda de vencimiento futuro, financiar nuevas inversiones o constituir fondos
“anticíclicos” o previsiones para eventuales necesidades futuras. Por ello, las
restricciones que afectan al principio de libre aplicación de los resultados
sociales tienen una causa y fin específicos. Ante la inexistencia de causa que
justifique el mantenimiento de restricciones a la distribución de dividendos, el
socio tiene derecho a impugnar la decisión asamblearia que retuvo utilidades y
no declaró dividendos, cuando la misma surja como infundada, arbitraria y
abusiva, especialmente, para los accionistas minoritarios o pasivos. En razón de
estas reflexiones concluye Duprat que la asamblea no tiene obligación de
distribuir dividendos en forma periódica, salvo que no acredite ni justifique
razonablemente el destino alternativo que le ha dado a los resultados sociales.
Pero, en principio, prevalece la llamada regla de libre aplicación de los
resultados que pone en cabeza de la asamblea la facultad de decidir el destino
final de las utilidades del ejercicio, bajo las condiciones, pautas y criterios que
también analiza en su trabajo y que se verán a continuación.
Particularmente importante, a los fines de la resolución
de esta litis, es el tema atinente a los límites que debe observar la asamblea
en relación al principio de libertad de aplicación de los dividendos. Sigue
diciendo Duprat, en el primero de sus trabajos citados, que la asamblea es libre
para resolver la aplicación de los resultados, lo que constituye una
consecuencia o reflejo jurídico de la autonomía de que goza todo sujeto de

A-1
derecho para disponer de su propio patrimonio, con los límites que impone la
particular organización societaria. Sin embargo –nos previene- el problema de la
libertad está en definir sus límites. En este caso –explica- la autonomía
discrecional de la asamblea para decidir sobre el destino de las ganancias
sociales encuentra dos fuertes limitantes dispuestas por la ley y justificadas por
la dinámica y estructura societaria. Una, consagrada por el principio de
defensa de la integridad del capital social, que opera, básicamente, en
beneficio de los acreedores sociales y, otra, configurada en el respeto a la
expectativa de los socios a participar en los beneficios de la sociedad (art. 1,
LSC). Profundizando esta cuestión, explica que existen límites y restricciones
que condicionan la distribución de dividendos y que vienen impuestos por la ley
de sociedades comerciales. Entre las condiciones esenciales y básicas para
que opere la distribución de utilidades (dividendos) a los accionistas, la ley de
sociedades comerciales impone que las sumas a distribuir resulten de
ganancias realizadas y líquidas correspondientes a un balance aprobado y
ajustado a derecho y que exista una decisión previa del órgano competente, en
nuestro caso, de la asamblea general ordinaria de accionistas. En la sistemática
y economía de la ley, estos condicionamientos obedecen a mantener la
intangibilidad del capital social, en tanto cifra de retención tendiente a proteger
tanto a socios, como a terceros. Y, ahondando en el “principio de intangibilidad
del capital social”, nos explica el autor que existen condicionamientos al reparto
de utilidades (exigencia de ganancias líquidas y realizadas provenientes de
un balance aprobado, necesidad de cubrir pérdidas de ejercicios anteriores y
prohibición de distribuir dividendos anticipados) que se justifican en el
principio de protección del capital social, principalmente en su función de
garantía respecto de socios y acreedores. Este concepto es reafirmado por el
mismo autor en un tercer trabajo en el que reitera que el principio de la
autonomía de la asamblea para decidir sobre el destino de las ganancias
sociales encuentra dos fuertes limitantes dispuestas por la ley y justificadas por
la dinámica y la estructura societarias, siendo la primera consagrada por el
principio de defensa de la integridad del capital social, que opera,
básicamente, en beneficio de los acreedores sociales (Diego A. J. Duprat,
“Restricciones contractuales a las políticas y decisiones sobre distribución de
dividendos. Protective o debt covenants”, J.A., TR LALEY 0003/015732, esp.
nota al pie n° 1). En la misma orientación se pronuncia el autor citado por el Sr.
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Juez de grado, quien explica que el art. 224 de la LS prohíbe distribuir


dividendos anticipados con excepción de las sociedades comprendidas en el
art. 299, y afirma que los “retiros a cuenta” que suelen realizar los socios
perjudican a la propia empresa, a sus consocios y a terceros (Luis Rodríguez de
la Puente, “Dividendos…”, cit.).
Finalmente, Duprat también se ocupa del estudio de los
límites contractuales que pueden establecerse en relación a la distribución de
dividendos, fundamentalmente en dos de sus trabajos ya citados (“Distribución
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de dividendos. Órgano competente. Principio de libertad de aplicación de los


resultados sociales. Límites y restricciones” y “Restricciones contractuales a las
políticas y decisiones sobre distribución de dividendos. Protective o debt
covenants”). Nos dice este autor que las limitaciones de origen contractual
pueden ser clasificadas en aquellas que dan lugar a disposiciones “societarias”,
entendiendo a éstas como aquellas que pasan a formar parte del plexo
normativo aplicable a la sociedad (cláusulas estatutarias, acuerdos de
asamblea), por un lado y aquellas que constituyen una suerte de pactos extra
societarios, por el otro. Dentro de ésta última categoría se encuentran los pactos
celebrados entre accionistas y los contratos celebrados entre la sociedad y
ciertos acreedores que imponen la no distribución de dividendos o la distribución
parcial de los mismos, en los cuales pueden llegar a participar los accionistas
como obligados directos o bien como garantes de las obligaciones asumidas por
la sociedad. Más adelante profundiza en las normas convencionales externas o
“extrasocietarias” –que son las que a nosotros nos interesan- explicando que las
restricciones convencionales “externas” pueden provenir de pactos entre los
mismos socios (sean entre todos o entre algunos de ellos); o bien de
compromisos contractuales asumidos por la sociedad con terceros. A su vez –y
ciñéndonos nuevamente a lo que es de interés para esta litis- precisa que los
pactos celebrados entre los socios, considerados extra o para societarios, son
hábiles para influir en la aplicación de los resultados sociales, pero quedan
sometidos a ciertas restricciones, como la de respetar la estructura orgánica de
la sociedad, las normas legales de carácter imperativo y el interés social.

A-1
Este último tema también es abordado en otro
interesante trabajo citado por Duprat (Tomás M. Araya, “Acuerdos de
accionistas. La libertad de contenido, oponibilidad e incumplimiento”, La Ley,
2008-D, p. 839), en el que se profundiza la cuestión atinente a la licitud o ilicitud
per se de los convenios de accionistas. En cuanto a la terminología, aclara el
autor que es variada, utilizándose de manera más o menos indiscriminada
“acuerdo” (o pacto o convenio) de accionistas o de socios, sindicación de
acciones, contrato parasocial, entre otros, y agregando que el “contrato
parasocial” es el género atento que incluye todo tipo de acuerdos que no forma
parte del contrato social. Más adelante el autor aborda la problemática de la
libertad de contenido del acuerdo de accionistas, explicando que la cuestión a
analizar es si, en el ámbito de los acuerdos de accionistas, rige en su plenitud el
principio de libertad contractual y la autonomía de la voluntad de los artículos
1143 y 1197 del Código Civil (con los límites genéricos del ordenamiento de
fondo, v.gr., art. 953 Código Civil), o si, en cambio dada la vinculación de este
tipo de acuerdos con el contrato social (y con la sociedad como persona
jurídica) el acuerdo debe respetar ciertos límites impuestos por el ordenamiento
societario. Así formulado el interrogante, explica Araya que la respuesta a esta
pregunta fundamental dependerá, en cierta forma, de la naturaleza jurídica que
decidamos otorgarle a este tipo de acuerdos, en especial si estamos en el
ámbito negocial/contractual o en el societario. En su opinión, el ámbito natural
en el cual cabe ubicar a este tipo de acuerdos es el contractual, principalmente
porque no existen limitaciones al contenido de este tipo de acuerdos e inclusive
puede darse el supuesto de convenios que preexistan al ente social. No
obstante ello –advierte- la influencia societaria no puede ser dejada de lado
atento que los convenios de accionistas nacen precisamente para incidir,
aunque sea en forma indirecta, en la vida social o directamente en la formación
de la voluntad social, lo que ratifica su carácter de accesorios al contrato social,
por lo que se trata, en definitiva, de planos diferenciados pero no
independientes entre sí. Esto lleva al autor a concluir –en lo que aquí
particularmente interesa- que los acuerdos de accionistas, en sus diversas
variantes, deben respetar no sólo los límites impuestos por el derecho de fondo
(v.gr. art. 953 Código Civil) sino también aquellos que deriven de la ley
societaria. También afirma a modo de conclusión que no pueden incluirse en
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este tipo de acuerdos cláusulas que subviertan la estructura orgánica de la


sociedad ni que afecten el orden público societario, las cuales son nulas.
Aplicando estos conceptos al caso de autos, podemos
afirmar en primer lugar que el “Convenio de dividendos” obrante a fs. 29, que da
origen a esta litis, es un pacto o negocio celebrado entre dos socios, más allá de
que uno de ellos también lo haga en su condición de presidente de la S.A. Por
tal motivo, coincido plenamente con lo afirmado por el actor en la demanda, en
el sentido que la obligación cuyo cumplimiento persigue “surge de un contrato
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celebrado entre los firmantes” (fs. 57, segundo párrafo). Por esa misma razón, y
como ya lo dije con anterioridad aunque desde otra perspectiva, entiendo que el
título utilizado en ese documento (“Convenio de dividendos”) es adecuado. Por
otra parte, es muy importante observar que en la parte final del documento se
hace constar que el mismo día (15 de noviembre de 2006) se firman dos
ejemplares de un mismo tenor y a un solo efecto, y efectivamente se pueden ver
las firmas de los dos socios, lo que viene a corroborar que existió un verdadero
acuerdo de voluntades.
Como contrapartida, entiendo que el acto jurídico
plasmado en dicho documento no consiste en una declaración unilateral de
voluntad, actualmente regulada en el art. 1800 del CCyCN, hipótesis que el
propio actor plantea como subsidiaria y sólo para el caso de que el demandado
pretendiere argüir que dicho convenio carece de vigencia o validez (fs. 57,
segundo párrafo). Ello es así porque si bien es cierto que el nuevo Código
regula a la declaración unilateral de voluntad como fuente de obligaciones de un
modo sistemático, no deja de tener un carácter puntual y subsidiario (Fulvio
Santarelli en “Código Civil y Comercial Comentado. Tratado Exegético”, La Ley,
T. VIII, p. 494). Infiero que el actor califica subsidiariamente a ese acto jurídico
como una declaración unilateral de voluntad por la circunstancia de que está
redactado en primera persona por Eduardo Oscar Perco, pero eso es algo que
se puede hacer en todo contrato unilateral, es decir, del que surgen
obligaciones para una sola de las partes (doctr. art. 966 del CCyC), sin que ello
trastoque en lo más mínimo su naturaleza de verdadero contrato.

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Por último, y sin perjuicio de lo expuesto, entiendo que
si aun por hipótesis pensáramos que el acto en cuestión consiste en una
declaración unilateral de la voluntad, ello no alteraría en lo más mínimo la
solución del caso. Esto es así porque el mismo artículo 1800 del CCyCN
dispone que a la declaración unilateral de voluntad se le aplican
subsidiariamente las normas relativas a los contratos, por lo que por esa vía
tampoco podrían vulnerarse normas de orden público (art. 960 del CCyCN) ni
permitirse un fraude a la ley (art. 12 del mismo código).
Esto último nos conduce al meollo de la cuestión
debatida en autos. Resulta claro que el “convenio de dividendos” en base al cual
se acciona incide directamente en la vida de la sociedad, aun cuando haya sido
firmado por uno de los socios actuando en su doble carácter de socio y de
presidente de la sociedad, y en este proceso se lo haya demandado solo a título
personal en su carácter de socio. Por tal motivo, y conforme fue explicado, la
validez de ese convenio también debe ser analizada bajo el prisma de la Ley de
Sociedades.
Así las cosas, es dable observar en primer término que
del mentado “Convenio de dividendos” surge que el mismo asegura un “piso”
mínimo de ganancias a la Sra. María Raquel Perco de Alonso, en contravención
a lo normado por el art. 224 primer párrafo de la LS, que dispone que la
distribución de dividendos o el pago de interés a los accionistas son lícitos sólo
si resultan de ganancias realizadas y líquidas correspondientes a un balance de
ejercicio regularmente confeccionado y aprobado. Por otra parte ese convenio
tiene la virtualidad de liberar a la mencionada socia de la contribución en las
pérdidas, lo cual puede ser especialmente importante en años o ciclos
productivos “críticos”, a los cuales las explotaciones agropecuarias están muy
expuestas, vulnerándose de ese modo la prohibición establecida en el art. 13
inc. 1 de la LS que hace a la esencia del orden público societario (v. Anaya,
“Acuerdos…”, cit.).
En segundo lugar, también es claro que en atención a la
periodicidad con la que fue acordado ese pago de dividendos los mismos
resultan “anticipados” en los términos contemplados -y prohibidos- por el art.
224 segundo párrafo de la LS. Ello se corrobora con la pericia contable obrante
a fs. 192/197, de la que resulta que la Sra. Perco de Alonso percibía los
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dividendos con anterioridad a la celebración de las asambleas que aprobaban


su distribución.
Estas observaciones permiten concluir que el convenio
en cuestión resulta violatorio del orden público societario, por lo que es
procedente su declaración de nulidad absoluta en los términos de los arts. 13,
224 y conc. de la LS, 1047 del Código Civil derogado y 386, 387 y conc. del
CCyCN.
Para concluir, he de señalar que no paso por alto todas
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las alegaciones que la apelante trae a colación en su esmerada expresión de


agravios, donde invoca principios generales del derecho, como el de la buena
fe, el de la prohibición del abuso del derecho y de las situaciones jurídicas
abusivas, el de conservación de los contratos, y el respeto de la apariencia y la
confianza. Tampoco me ha pasado desapercibido, naturalmente, que el
accionado dejó de abonar dividendos a su cuñado luego del fallecimiento de su
hermana, por lo que resulta claro que este lamentable hecho implicó un quiebre
en la relación, probablemente agravado por la circunstancia de que el
matrimonio no tuvo hijos pero el Sr. Alonso tenía parientes colaterales, con las
implicancias que ello trajo aparejado en materia sucesoria.
Ahora bien, no obstante todas las circunstancias
apuntadas, coincido con el anterior magistrado en cuanto a que no se puede
considerar válido al convenio o contrato en base al cual se acciona y, por
añadidura, el mismo no puede producir sus efectos propios. Y ello es así,
primordialmente, en atención al interés y protección de terceros, en particular
terceros acreedores que podrían verse sorprendidos y perjudicados por este
convenio de dividendos que tiene la potencialidad de incidir de manera muy
significativa en la vida social. Creo importante advertir que esto no es una
entelequia ni un razonamiento extremadamente conjetural. Basta con pensar
que dentro de los acreedores sociales se encuentran los correspondientes a la
financiación bancaria (Duprat, “Distribución de dividendos en las sociedades
anónimas cerradas” y “Restricciones contractuales a las políticas y decisiones
sobre distribución de dividendos…”, cit.) y en materia agropecuaria es muy

A-1
habitual que los productores recurran a bancos públicos o privados para obtener
crédito, a tal punto que muchas de estas entidades tienen líneas especiales de
crédito para dicho sector. También es sabido que los bancos analizan la
situación patrimonial de quienes les solicitan los créditos, lo que en el caso de
las sociedades se traduce en la compulsa de la documentación social y
contable, y ciertamente un banco no tiene cómo enterarse de que entre los
socios se suscribió un “convenio de dividendos” que garantiza a uno de ellos
que en forma anticipada percibirá ganancias con independencia del resultado de
los negocios, lo cual puede trastocar la lógica de las decisiones sociales y
comprometer muy seriamente la solvencia o al menos la liquidez de la sociedad.
Por todo lo expuesto, he de propiciar al acuerdo la
confirmación de la sentencia que viene apelada.
Así lo voto.
La Señoras Juezas Doctoras Comparato y Carrasco
adhirieron por los mismos fundamentos al voto precedente.-
A LA TERCERA CUESTION: el señor Juez Doctor LOUGE
EMILIOZZI dijo:
Atento lo acordado al tratar las cuestiones anteriores,
corresponde:
I) Disponer que por Secretaría se proceda a la
apertura del sobre obrante a fs. 199 que contiene el pliego presentado por la
actora para la absolución de posiciones del demandado, y se glose dicho pliego
precediendo a la presente sentencia.
II) Confirmar la sentencia que viene apelada de fecha
26/05/2021. Con costas a la apelante vencida (art. 68 del C.P.C.C.), difiriéndose
la regulación de honorarios para la oportunidad del art. 31 de la ley 14967.
Así lo voto.
Las Señoras Juezas Doctoras Comparato y
Carrasco adhirieron por los mismos fundamentos al voto precedente.
Con lo que terminó el acuerdo dictándose la siguiente
SENTENCIA
POR LO EXPUESTO, demás fundamentos del
acuerdo y lo prescripto por los arts. 266 y 267 del C.P.C.C., se Resuelve: I)
Disponer que por Secretaría se proceda a la apertura del sobre obrante a fs.
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199 que contiene el pliego presentado por la actora para la absolución de


posiciones del demandado, y se glose dicho pliego precediendo a la presente
sentencia. II) Confirmar la sentencia que viene apelada de fecha 26/05/2021.
Con costas a la apelante vencida (art. 68 del C.P.C.C.), difiriéndose la
regulación de honorarios para la oportunidad del art. 31 de la ley 14967.
Regístrese, notifíquese en forma electrónica (conf.art.10 del Reglamento
para presentaciones y notificaciones electrónicas (SCBA. Ac.4039 del

g
14/10/2021) y oportunamente devuélvase .-
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20132444227@NOTIFICACIONES.SCBA.GOV.AR
20108085038@NOTIFICACIONES.SCBA.GOV.AR
27223017377@NOTIFICACIONES.SCBA.GOV.AR

CONFIRMA

REFERENCIAS:
Funcionario Firmante: 17/05/2022 13:13:23 - CARRASCO Yamila - JUEZ
Funcionario Firmante: 17/05/2022 13:13:41 - COMPARATO Lucrecia Ines -
JUEZ
Funcionario Firmante: 17/05/2022 13:15:58 - LOUGE EMILIOZZI Esteban -
JUEZ
Funcionario Firmante: 17/05/2022 13:22:17 - MINVIELLE Emilio Fernando -
SECRETARIO DE CÁMARA
Domicilio Electrónico: 20108085038@NOTIFICACIONES.SCBA.GOV.AR
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Domicilio Electrónico: 27223017377@NOTIFICACIONES.SCBA.GOV.AR

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237700015002729128

CAMARA DE APELACION EN LO CIVIL Y COMERCIAL SALA I - AZUL

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NO CONTIENE ARCHIVOS ADJUNTOS
Registrado en REGISTRO DE SENTENCIAS el 17/05/2022 13:30:31 hs. bajo el
número RS-81-2022 por MINVIELLE EMILIO FERNANDO.
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