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Según se afirma, a mediados del siglo XVI los conquistadores llevaron a Cuzco (Perú)
las primeras plantas de vid de la especie Vitis vinífera, ideales para la elaboración de
vinos.
Quizás, el hecho más importante fue el aporte de una gran corriente inmigratoria
europea, compuesta por hombres conocedores del quehacer vitivinícola, lo que
posibilitó un cambio sustancial en el cultivo de la vid y proporcionó un gran apoyo a
esta industria. Estos inmigrantes trajeron consigo nuevas técnicas de cultivo, otras
variedades de vid aptas para la elaboración de vinos finos, que encontraron en nuestro
país un hábitat ideal para su desarrollo, y la innovación de las prácticas enológicas
utilizadas en las bodegas.
FASES DEL CICLO VITAL DE LA VID
Variedades comerciales
Entre las variedades comerciales disponibles en el Catálogo Nacional llevado adelante
por el Instituto Nacional de Semillas (INASE), se destacan las siguientes:
Variedades destinadas a consumo en fresco: Cardinal, Cereza, Flame Seedless, Red
Globe y Superior Seedles.
Variedades tintas de alta calidad enológica para vinificar: Malbec, Cabernet
Sauvignon, Syrah, Merlot y Tempranilla.
Variedades blancas para vinificar: Chardonnay, Pedro Giménez, Torrontés Riojano,
Chenin, Ugni Blanc y Sauvignon
Requerimientos climáticos
La vid se desarrolla adecuadamente en regiones de clima templado, con veranos
largos, cálidos y secos e inviernos fríos.
Las temperaturas bajo cero son muy convenientes para su reposo vegetativo, aunque
las heladas tardías provocan daños sobre las estructuras en crecimiento. La radiación
solar es importante para la acumulación de azúcares en el fruto, sin embargo esa
radiación solar solo es eficaz si es interceptada por el follaje.
En cuanto a la humedad, la vid requiere bajos niveles de humedad ambiental para
evitar la proliferación de enfermedades que afectan su desarrollo y la calidad de los
frutos.
Requerimientos de suelo
Se puede realizar el cultivo en distintos tipos de suelos, pero los óptimos para su
crecimiento son aquellos de textura franca, moderadamente profundos a profundos,
de buen drenaje y adecuada fertilidad. Los buenos suelos vitícolas se caracterizan por
una riqueza de mediana a débil, con un poder de infiltración elevado, altos contenidos
de grava, que permiten un rápido calentamiento en primavera. Es conveniente evitar
suelos arcillosos y anegables ya que es una especie sensible a la asfixia de la raiz.
Regiones productoras
Mendoza
Es la provincia con mayor superficie destinada al cultivo de la vid, la cual reúne al 65,98
% de la superficie total del país destinada a esta actividad. Las zonas cultivadas con
viñedos se encuentran a modo de oasis, próximas a los ríos de montaña más
importantes, los que proveen el agua necesaria para el riego de los cultivos. También
se hace uso del agua subterránea obtenida mediante perforaciones.
San Juan
La Rioja
La zona vitivinícola riojana más importante es la ubicada al oeste de la provincia,
suelos con textura franco-arenosa; baja humedad ambiente, sólo 150 mm. de
precipitaciones anuales, alta luminosidad y una amplitud térmica promedio en época
estival, que va de los 35° C durante el día y desciende hasta los 17° C por las noches.
Catamarca
Se distinguen dos áreas: la occidental y la oriental o del Valle de Catamarca. En el
departamento de Tinogasta, dentro del área occidental, se encuentra la mayor
superficie vitícola de la provincia. El valle fértil del pueblo de Fiambalá, en este
departamento, es una de las zonas de producción más importantes.
Salta
En la provincia de Salta, dentro del imponente paisaje de los Valles Calchaquíes, se
halla la localidad de Cafayate, la más importante de la región para la producción de
vinos, que cuenta con los viñedos más altos del mundo (1700 msnm). En ella, con un
clima templado y seco, muy adecuado para el cultivo de la vid, las viñas encuentran un
lugar óptimo y se asientan en un suelo franco-arenoso profundo, con ripio y piedras
sueltas; donde se efectúa riego por canales o goteo.
Principalmente sobre las márgenes de los ríos Negro y Colorado. Esta región
representa el 2 % del total del área cultivada con vid en el país y se ubica a menor
altitud con un clima más frío que las antes mencionadas y con una apreciable amplitud
térmica. Esta región produce el 0,99% del total del país, siendo la producción más
significativa la de la provincia
Otras provincias: abarca las provincias de Buenos Aires, Jujuy, Córdoba, Entre Ríos, San
Luis y Santiago del estero. La producción de estas provincias representan el 0,04% del
total de uva cosechada.
TERRUÑO
La esencia del concepto "terruño" o "terroir" no es otra que realzar vinos de una zona
pequeña muy concreta por su calidad y, sobre todo, exclusividad al proclamar que
aunque en dos zonas incluso cercanas se cultive una misma variedad y con las mismas
técnicas, el resultado será diferente, dada la diferencia única del microclima y suelo de
cada finca en particular.
Esta idea, tan de moda en la actualidad para explicar los nuevos y afamados vinos de
alta expresión o de autor, reivindica la importancia del suelo para conseguir un buen
vino, y no solo la variedad de uva y la técnica de elaboración
Una frase a nivel mundial es “El vino nace en el viñedo” y esto indica que el terruño
es quien define sus características y el bodeguero quien acompaña con decisiones de
su producción y elaboración.
El suelo no es un concepto más o menos razonado como puede serlo el terroir, sino
que es un ente natural y es estudiado por la Edafología – que es la ciencia que estudia
el suelo en sus aspectos científico y técnico y que da especial importancia a su
composición, formación, evolución y distribución geográfica.
En los viñedos, el suelo y el clima son claves, pero también la mano del hombre.
Y por cierto, es muy probable que no haya dos viñedos en todo el mundo con la
misma combinación de estos factores. Por lo cual, vamos a considerar terroir a la
combinación singular de factores naturales que un viñedo en particular tiene, sumada
a la impronta de la mano del hombre que termina dando un vino único en cada
ocasión.
Hay que ser cuidadosos en el emplear la palabra terroir para explicar todo lo que
produce en la Argentina. Es cierto que hoy parece ser un concepto cómodo, pero no
hay que olvidarse del origen del término en nuestro país fue propulsado por el gran
momento que vivió el Malbec.
Por eso, es importante seguir ponderando la cepa emblema del país, porque además
de ser la responsable del crecimiento a nivel mundial de los vinos argentinos, es hoy la
indicada para elevar el concepto de terroir en la Argentina.
Los racimos de uvas que encontramos en la vid pueden presentar diversos tamaños y
formas pero siempre están compuestos por dos elementos principales, una parte
leñosa conocida como raspón o escobajo y los frutos propiamente dichos. La función
principal del raspón es sostener y alimentar a la otra parte del racimo, las uvas. El
raspón se une a cada una de las uvas que componen el racimo mediante el pedúnculo
o pedicelo, que además de sujetarlas, hace las veces de cordón umbilical entre la vid y
su fruto. El raspón puede en ocasiones utilizarse durante la vinificación pero lo más
habitual es que sea descartado al inicio, mediante el despalillado. La uva,
habitualmente de forma ovalada o esférica, está formada por una piel exterior que
denominamos hollejo y en su interior tenemos la pulpa y las pepitas, variables en
tamaño y cantidad según las distintas variedades. A partir de estas partes sólidas
obtendremos en la bodega una parte líquida, el mosto, que será la base imprescindible
para la elaboración del vino. El mosto se consigue cuando rompemos la piel de la uva y
ejercemos presión sobre la pulpa.
En general las uvas de mesa son de mayor tamaño que las de vinificación pero esa no
es su principal diferencia.
Las uvas de mesa cuentan habitualmente con una piel fina y blanda, una gran
proporción de pulpa en relación al hollejo, que hace más agradable su consumo, y en
muchas ocasiones ni siquiera presentan pepitas.
Por su parte las uvas de vinificación suelen presentar habitualmente pieles más
gruesas y duras, una pulpa proporcionalmente menor si la comparamos con el hollejo
y las pepitas, un mayor contenido de zumo en relación a su pulpa y finalmente más
azúcares y ácidos.
Estas últimas uvas no suelen comercializarse para consumo directo, al igual que las de
mesa no suelen utilizarse para vinificación.
Por su parte, las distintas variedades de vid también presentan diferentes tipos de
uvas. La principal diferencia se encuentra entre las variedades blancas y las variedades
tintas. Las primeras, además de la obvia diferencia de color, suelen presentar hollejos
más finos que las segundas pero también encontraremos multitud de formas, tamaños
e incluso diferentes tonalidades de color entre todas ellas.
La pulpa y el mosto que se obtiene de ella son la parte más importante de la uva, sobre
todo en los blancos, ya que contienen los componentes principales que llegarán hasta
el vino finalizado. El mosto es incoloro en todas las variedades de uva, a excepción de
unas pocas conocidas como tintoreras, por lo que es posible hacer vinos blancos con
variedades tintas.
Los azúcares de la pulpa son a su vez el elemento fundamental para obtener vino ya
que se transformarán posteriormente en su contenido diferencial, el alcohol. Esta
transformación se llevará a cabo por las levaduras, a través del proceso conocido como
fermentación alcohólica. Por su parte, los ácidos son imprescindibles para que el vino,
una bebida ácida por definición, obtenga el equilibrio necesario que permita su
consumo y disfrute.
Los ácidos presentes en la uva se van modificando a lo largo del proceso de
maduración pero en el momento de la vendimia los principales serán, por orden de
volumen, el ácido tartárico y el málico además de otros en mucha menor proporción.
El hollejo, o piel de la uva, es importante para la vinificación tanto por lo que contiene
en su superficie como en su interior. La piel tiene en su exterior una capa que la
recubre, con aspecto de cera, conocida como pruina. En esta capa podemos
encontrar levaduras que llegan desde el viñedo hasta la bodega y que en ocasiones se
utilizarán para realizar la fermentación alcohólica del mosto. La parte interior de la piel
contiene los componentes fenólicos, formados por los compuestos que aportan las
diferentes características organolépticas a cada una de las variedades de uva, los
taninos y los pigmentos que dan color al vino. Los compuestos de color son muy
relevantes en la elaboración de los vinos tintos que, para extraerlos, realizan la
fermentación alcohólica en contacto con las pieles. En los vinos blancos esta práctica
no se realiza, en la mayoría de los casos, para evitar su coloración. En los vinos rosados
este contacto con las pieles puede ser más o menos prolongado, en función de la
cantidad de color que se pretenda extraer.
Finalmente el raspón y las pepitas juegan papeles de menor relevancia en los procesos
de vinificación. Durante los procesos de manipulación de las uvas se pone especial
atención en no romper las pepitas ya que su contenido aporta características amargas
al vino. El raspón, por su parte, sólo llegará hasta la bodega en el caso de las vendimias
manuales ya que en las mecanizadas permanece en la vid, una vez recogidas las uvas
que se desprenden de ellos. Hasta tiempos recientes prácticamente no se utilizaba el
raspón en las vinificaciones porque, por diferentes motivos, puede aportar
características negativas al vino pero en la actualidad hay un número creciente de
elaboradores que usan una proporción variable de ellos durante la fermentación
alcohólica.
Condiciones Climaticas / Regiones
El vino y el clima mantienen una profunda relación que empieza en la ubicación de los
viñedos, sigue tanto en la elección de las variedades plantadas como en la maduración
final de sus uvas cada año y termina en las características y estilos de los vinos que se
elaboran con ellas.
Las grandes regiones vitícolas se localizan en dos amplias franjas de superficie que se
conocen, desde el punto de vista del clima, como la Zona Templada de la Tierra.
Dentro de esta Zona Templada nos encontramos con diferentes climas en los que se
desarrolla la vid. Estos climas pueden ser más cálidos o más frescos en función
principalmente de la latitud, cuanto más cerca de los trópicos más cálidos, y de las
influencias geográficas, como masas de agua o montañas, entre otras. Esta diferencia
entre climas más fríos o más cálidos condiciona también la distribución de las distintas
variedades de uva, ya que cada una de ellas se haya habitualmente limitada a regiones
específicas en función de su ciclo madurativo. No debemos olvidar los efectos que
el cambio climático está ejerciendo ya sobre algunas regiones del vino. Todo lo
anterior explica, en buena parte, la gran diversidad de vinos que se producen en el
mundo.
Los viñedos de climas más frescos producen muchos de los vinos más prestigiosos y
caros
Las variables condiciones climáticas entre los diferentes años producen vinos en los
que se aprecia una gran influencia del efecto añada y suelen comercializarse a precios
más altos debido a la menor producción. Muchos de los vinos de mayor prestigio y
precios más elevados del mundo se elaboran en regiones con estos climas más frescos.
Se elaboran unos pocos vinos dulces, que principalmente suelen ser de vendimia tardía
pero también encontramos unos pocos vinos de hielo. En estas zonas es más frecuente
la elaboración de vinos espumosos ya que en las uvas utilizadas para ellos no se precisa
de elevados niveles de azúcar al final de la maduración.
Los viñedos de climas más cálidos producen el mayor volumen anual de vino
Es frecuente que en las zonas de climas más cálidos se retrase la vendimia con el fin
de conseguir la maduración fenólica de taninos y antonianos. Esta práctica tiene como
principal inconveniente la elevación de los niveles de azúcar en las uvas, con el
consiguiente ascenso del grado alcohólico y el descenso de la acidez en el
vino finalizado. Esta circunstancia conlleva el riesgo de obtener vinos planos y con
elevado pH. En estas zonas de climas más cálidos se elaboran más vinos con mezclas
de variedades, utilizando multitud de técnicas enológicas y se usa con frecuencia la
crianza en madera.
Los vinos de estas zonas tienen una escasa o nula influencia del efecto añada y suelen
comercializarse a precios más bajos debido a la mayor producción. En estas zonas es
frecuente la elaboración de grandes volúmenes de vinos de granel. Se elaboran
muchos vinos dulces, principalmente por la técnica de pasificación, gracias al elevado
nivel de azúcar que pueden alcanzar las uvas.
Fermentación
La Organización Internacional del Vino (OIV) define el Vino como el producto obtenido
exclusivamente por fermentación alcohólica, total o parcial, de uva fresca, estrujada o
no, o de mosto de uva. Esta definición implica que en esencia el vino es el resultado de
la fermentación de los azúcares, tanto glucosa como fructosa, presentes en el mosto
de las uvas. La fermentación alcohólica, desde un punto de vista simple, es el
procedimiento por el que unas levaduras transforman el azúcar en alcohol,
principalmente etanol, en una proporción aproximada de 1º de alcohol por cada 17
gramos de azúcar metabolizados, obteniéndose además otros productos secundarios.
Este procedimiento consiste en que las levaduras se alimentan del azúcar,
rompiéndolas con la ayuda de enzimas, produciendo alcohol y una considerable
cantidad de dióxido de carbono (CO2) y calor (levaduras + azúcares = alcohol + dióxido
de carbono + calor). El vino por lo tanto no puede producirse sin la presencia de la
fermentación alcohólica e incluso los vinos sin alcohol deben inicialmente fermentarse
para posteriormente retirarles el alcohol.
En muchas ocasiones leemos en las fichas técnicas de los vinos que la fermentación se
ha llevado a cabo con levaduras salvajes. Este término puede llevar a confusión ya que
todas las levaduras son “salvajes”, por lo que las levaduras presentes en el viñedo y la
bodega deberían denominarse indígenas o autóctonas.
Por otro lado en la fermentación inoculada se busca que una única población de
levaduras sea la que fermente haciendo el proceso más predecible, rápido y
homogéneo.