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Erik En este capítulo se discutirán sobre los vinos de América del sur que se producen
en países ubicados al norte del ecuador, y por lo tanto, con una gran influencia tropical,
específicamente en Venezuela y en Colombia.

Aunque la vid es considerada por muchos como una planta de zonas templadas, en la
actualidad cada vez hay mas avances en el cultivo de la vid en los trópicos. La vid
necesita unas condiciones de humedad y temperatura para poder obtener buenos
vinos, sobretodo porque las altas temperaturas originan vinos con poca acidez, muy
ligeros, poco aromáticos y la alta humedad puede causar muchos problemas
relacionados con hongos. La mayoría de estos problemas se puede solucionar con
alturas superiores a 1000 msnm donde se pueden obtener climas casi templados con
temperaturas lo suficientemente bajas (menos de 15 °C) como para inducir la latencia y
así controlar su ciclo de crecimiento. En las zonas mas calidas la poda y eliminación de
vegetación pueden inducir una forma de latencia. Hay que recodar que si no hay
estaciones las plantas están en constante crecimiento pudiendo dar hasta 5 cosechas al
año, esto es bueno para la cantidad de uva, pero no para la calidad. En las zonas áridas,
el problema del agua se soluciona por un sistema de riego por goteo, pero se debe
asegurar una gran diferencia de temperatura entre el día y la noche.

VENEZUELA
Es un país tropical en el que la producción vinícola es muy escasa debido a las
condiciones climáticas, además de la influencia cultural estadounidense que hace que
predomine la cerveza sobre el vino, y a pesar de contar con grandes comunidades
italianas, portuguesas y españolas en el país —lo que ha hecho que su consumo haya
tenido siempre una connotación étnica ya que fue introducida por los inmigrantes
europeos—, en los últimos años se ha dado a conocer como país productor de vinos de
calidad comparable a algunos chilenos, argentinos, españoles y franceses. Sin embargo,
es el menor productor de vinos de América del Sur, y de los consumidores.
Su historia vinícola se remonta a las plantaciones por los jesuitas en el siglo XVI en el
oriente del país, cerca de la ciudad de Cumana. En el siglo XIX, emigraron viticultores
alemanas de la zona de Badén, que se ubicaron en las zonas altas del país, como en la
actual Colonia Tovar y en Mérida donde encontraron temperaturas más frescas aptas
para el cultivo de la vid.
En el año 1985, se desarrolló por una joint venture entre la gigante cervecera Empresas
Polar y la casa vinícola francesa Martell, llamada Bodegas POMAR, una bodega en el
Estado Lara, en la zona occidental del país, cerca de la ciudad de Barquisimeto, a 10° de
Latitud Norte y unos 480 mm, donde se cultivan unas 120 hectáreas con variedades de
uva francesas y españolas, como Syrah, Petit Verdot, Tempranillo, Sauvignon Blanc,
Chenin Blanc, Macabeo, Malvasia y Moscatel, refinando los ensambles y las técnicas de
maduración con buenos resultados de unas 260 mil cajas anuales de vinos blancos,
tintos y espumosos. La empresa es completamente de capital nacional desde el 2005 y
su producción se destina exclusivamente al mercado local.
COLOMBIA

País de América del Sur con un clima tropical y una relativamente corta historia de la
viticultura. El cultivo de la vid se extendió tardíamente, ya entrado el siglo XX, a pesar
de haber llegado también con la invasión europea de principios del XVI. Un clima poco
favorable y las dificultades para mantener viñedos estables convirtieron Colombia en
un país importador hasta la primera década del siglo pasado. Compraba vinos y licores,
particularmente dulces, provenientes de España, y las clases más bajas seguían
preparando su chicha. La influencia de los vinos secos de Chile y Argentina a principios
del decenio de 1990, cambia el gusto de los consumidores y se empiezan a elaborar
vinos con este estilo sobretodo en la zona sur oriental del país, en la parte superior del
valle del Cauca, en Bocayá y en Tolima donde hay alrededor de 1.500 ha de viñedos.
Vides que se han desfoliado a mano con el fin de proporcionar un breve período de
inactividad. Actualmente, toda la producción nacional, de más de 20 millones de litros,
se consume internamente.

En 1954 se instala la filial de Pedro Domecq, donde elaboran vinos secos y dulces a
partir de la Isabella una uva híbrida con vitis labrusca muy adaptada a las zonas
tropicales, pero de bajo contenido alcohólico y su aroma típico. Además experimenta
con la moscatel y la Pedro Ximénez en el Valle del Alto Cauca.

En el departamento de Bocayá se destaca la bodega de Marqués de Villa de Leyva con


sus 12 hectáreas de Cabernet Sauvignon, Sauvignon Blanc y Chardonnay donde
producen unas 25000 botellas y también la bodega Marqués de Punta Larga que
cultivan Riesling y Pinot Noir. Ambas en una gran altura de unos 2045 msnm, en el
oriente del país en la Cordillera de los Andes.

En Colombia también se pueden encontrar vinos licorosos tipo Oporto y tipo Jerez.
15 de diciembre de 2009 a las 6:32
El vino colombiano
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Por: JAIME ANDRÉS MONSALVE B.


Fotografía: Juan Felipe Rubio.

Intentar hacer vinos de calidad en tierras tropicales resulta, cuando menos, una
quijotada. SoHo visitó las bodegas y el viñedo donde se produce el vino Marqués de
Villa de Leyva y puso a prueba su calidad frente a tres catadores, que se le midieron a
probarlos a ciegas.

Frente a la mesa de los expertos hay tres botellas cubiertas con tres paños. Nadie puede ver las
etiquetas. Sus contenidos, de un rubí subido, reposan en decantadores, tinajas chatas de vidrio
que permiten al vino, dicen, respirar. Porque para los conocedores, el vino está vivo. Los seres
vivos en cuestión son jóvenes robustos y saludables, hijos de una misma madre, una uva tinta
llamada Cabernet Sauvignon. Nacieron en el año 2005 y antes de darle la cara al mundo
pasaron poco menos de un año incubándose en una barrica de roble. Mucho en común.
Hermanitos, prima facie.

Hay un chileno y un argentino. El otro, digamos, es atípico.

Dentro de uno de los decantadores reposa un vino imposible e impensable, incluso para los tres
sommeliers que hoy, sin saber cuál es cuál, están listos a probarlos todos en la cava del
restaurante Matiz de Bogotá, tras ser invitados por esta revista a participar de una cata a ciegas.
Vienen con deseos de descubrirlo, señalarlo, desenmascararlo y exponerlo en su condición paria.

Uno de estos vinos, señores, es hecho en Colombia.

***

La casa de Luis Hernando Poveda queda en la vereda Gachantivá, a varios kilómetros de su


lugar de trabajo. Es el jefe de los seis trabajadores que año a año se encargan del cuidado de las
12 hectáreas cultivadas del viñedo Ain Karim (el nombre de un pueblo en Israel que significa
"tierra de prosperidad"), a 20 minutos de Sutamarchán y a 20 minutos de Villa de Leyva. Se
define sin problema como el mejor podador y asegura que si acaso una vez cada mil años se
toma una cerveza. "Porque yo soy de Sauvignon Blanc", dice.

Hace ya unas semanas de la última recolección de frutos, la célebre vendimia. Ahora Poveda y
su equipo trabajan en la poda de las plantas. Deben cortar las ramas de manera muy específica,
de tal forma que de cada una se desprendan dos o tres más. En algunos sectores del viñedo ya
pueden contemplarse, tímidos y achicados, los gajos que serán uvas que serán mosto que será
vino.

En Ain Karim están las viñas de Marqués de Villa de Leyva, una de las pocas firmas que intentan
hacer en Colombia vinos secos, de esos que solo se producen con éxito y calidad en tierras muy
específicas de Europa, Norte y Suramérica, Suráfrica y Australia. Desde hace 18 años existe la
empresa, empecinada en que ciertas variaciones del terreno, sumadas a la manera en la que se
cosecha, se cuida y se recoge la uva, permitan obtener un vino que no dé susto comprar y no dé
pena regalar. Desde el viñedo Richter de Francia trajeron injertos de uva Cabernet Sauvignon y
Sauvingon Blanc, tinta y blanca respectivamente. La uva Chardonnay, también blanca, fue traída
de California.

Hace poco más de un año y medio, Mauricio Camacho se acercó a conocer la viña y no lo
dejaron irse. El enólogo de Marqués de Villa de Leyva es tan del trópico como los vinos que
supervisa: regresó a Colombia porque no se aguantaba el frío de los inviernos de Turín, donde
se especializó en Enología y Vinicultura.

Camacho asumió el control sobre los procesos. Antes había hasta cinco vendimias por año, y
mientras una uva se recogía, las otras se descuidaban. Así que afianzó toda la producción en dos
únicas vendimias. No tiene que preocuparse por la filoxera, legión fúngica que aterroriza al
mundo del vino, porque en Colombia no existe; pero debe enfrentarse a otras plagas como un
hongo llamado mildeo y a un bichito plateado conocido como picudo de los cítricos, cuyas larvas
se crían en las raíces de las plantas.

Hubo un tiempo en que los que sabían del asunto se quejaban del exceso de sedimento que
quedaba en la copa de los vinos tintos de Villa de Leyva. Hablaban de terrones, de hecho. Hace
poco afinaron el proceso de decantación y filtración de los vinos hasta resolver casi
completamente ese problema.

Con la calma que permite una producción breve, que no supera las 25.000 botellas al año,
buena parte del vino por venir reposa en barricas nuevas de roble americano, en una cava con
especificaciones muy puntuales de luz baja, temperatura controlada y humedad constante. Cada
vez que algún almacén de cadena hace un pedido o es necesario poner a la venta más botellas
en el viñedo, los trabajadores mismos se encargan de pegarle las etiquetas a mano.

Y les queda tiempo para recibir a quienes van de visita por Villa de Leyva, curiosos de conocer
cómo es un viñedo diferente a los tradicionales de La Unión, Valle. Y el mismo Camacho les hace
el recorrido, convencido de que donde hay vino, también hay turismo.

***

La expresión "vino colombiano" ha sido, por fuerza de los experimentos fallidos, un juego de
términos mutuamente excluyentes. Ha sido una aporía, un oxímoron. Y muy pocos se atreverían
a tomarse algo con semejantes nombres.

"La ubicación geográfica de nuestro país, para tantas otras cosas privilegiada, no lo es para la
industria vinícola", sentencia el profesor Mauricio Bermúdez en su libro Enología: el espíritu del
vino. Fernando España lo complementa al decir, en su manual El vino, que "la línea ecuatorial
nos atraviesa en la parte sur del país y en el trópico no se producen buenos vinos por
definición".

Muchos son los problemas a la hora de hacer, como lo dice la etiqueta del Marqués de Villa de
Leyva, "vinos finos del trópico". Para empezar, aquí el sol sale indistintamente 12 horas mientras
que en el verano argentino, chileno o francés los días son más largos que las noches. Eso, más
la escasa estabilidad de nuestros variables pisos climáticos, que en segundos pasan de la picante
canícula a la precipitación diluviana, hacen que sea necesario buscar días de luminosidad
intensa. Como los de Sutamarchán, una tierra casi desértica donde el tomate, la cebolla, la
longaniza y el cactus son patrimonio local.

Más complicado resulta convencer al consumidor de que aquí también pueden hacerse vinos
secos. Dice la historia, lo prueba el presente, que los primeros vinos aceptados en Colombia
fueron variedades dulces y semidulces provenientes de España. Consecuencia de ello fue una
producción local reconcentrada en emular esos sabores experimentando no solo con uvas de
mesa, tan distintas a las uvas de vino, sino con todo tipo de frutas.

Así, abundan el vino de manzana, el vino de durazno, el moscato de pasas... Si Baco es el dios
de las bebidas espirituosas, y el patrono de los viñedos es San Trifón el Podador, el santo de los
vinos colombianos debería ser San Son. Vino Sansón.

A esa singularidad de gusto y geografía habría que sumarle las triquiñuelas de los cantineros de
antaño, que literalmente aguaban la posibilidad de catar como Dios manda. Lo dice un epitafio
costumbrista del caldense Gabriel Ocampo Giraldo: "Aquí yace un cantinero / y fue cristiano tan
fino / que por ser en todo austero / bautizaba hasta el vino".

Una lucha no de paladares, sino de prejuicios.

***

A medida que van probando las muestras, la atención de los expertos se detiene en la tercera
copa. Marina Yubero, argentina, sommelière del Centro de Enólogos de Buenos Aires, toma nota
y lo define como "vino mineral con aromas a frutos rojos frescos. En boca, leve tostado y leve
amargo final". Su colega Carlos Ramírez, profesor de la Escuela Gato Dumas, resalta "en nariz,
su alcohol intenso, muy vegetal; y en boca, agresivo, algo rústico. De persistencia corta y acidez
agradable, pero sin integración adecuada entre la fruta y la madera". Katherinne Dellschersff,
consultora de vinos de una empresa distribuidora, secunda: "Aroma a guayaba y frutas
tropicales. Le falta persistencia. Atípico en comparación con los anteriores".

Opinión general: esa es la muestra más regular. Tiene que ser el vino nacional.

John Jairo, el atento sommelier del restaurante Matiz, levanta los paños que envuelven las
botellas: sin saberlo, todos han estado despotricando de un vino chileno. Contra todo pronóstico
la calificación que le dieron al Marqués de Villa de Leyva fue, de lejos, mucho más positiva (ver
recuadro).

Si apeláramos al chiste fácil, podríamos decir que los expertos esperaban que les sucediera lo
del señor que "Vino Cariñoso" y se fue berraco. Por supuesto, no caeremos en esa fácil
tentación.

Es un hecho, eso sí, que estaban esperando un vino con menos razones que los otros y que ese
tendría que ser, por supuesto, el Marqués de Villa de Leyva. Varios cuentos se contaron
alrededor de la mesa sobre aquella vez, hace tanto tiempo, en la que alguien le dio a probar a
alguien un vino del trópico, y cómo ese alguien se encontraba con golpes de olor fungicida y con
sedimentos como estalactitas. Por eso la sorpresa, incluso la patada al ego, es general.

En el momento en que se escribían estas notas, don Pablo Toro, fundador y dueño de esta
paradoja subtitulada "Vinos Finos del Trópico", falleció tras larga enfermedad. Más que nadie
estaría feliz de descubrir lo que sucedió en esta reunión con su producto consentido.

No es secreto el nivel catedralicio al que llega la abstracción del lenguaje de los enólogos.
Adjetivos como coqueto, temperamental, largo, centelleante, expresivo, barroco o quebradizo se
pasean de cata en cata en modo desopilante (ese también lo usan). Que se nos permita emplear
un par de adjetivos, entonces, para definir en su integridad al Marqués de Villa de Leyva. No hay
necesidad de probarlo para saber que se trata de un vino, ante todo, honrado. Y terco, terco
para tener vida.

Como esos tréboles que de vez en cuando brotan por entre las hendijas de los andenes, vaya
uno a saber movidos por qué vital tozudez.
La ausencia de estaciones climáticas obliga a mantener una vigilancia estricta en los
tiempos de vendimia y crianza del producto.

En Ain Karim la producción es de 3 toneladas por cada 12 hectáreas de extesión del


viñedo, lo que permite trabajar con pequeñas cantidades con calma.-
Para la producción del vino Marqués de Leyva tan solo son necesarios 7 tanques de
fermentación y 75 barriles para darle madurez al producto.

Marqués de Villa de Leyva produce unas 25.000 botellas de tres variedades diferentes
de vino.
NOTAS DE CATA

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LA CATA
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Estas fueron las opiniones a ciegas de los tres sommeliers invitados dieron acerca del
Cabernet Sauvignon Gran Reserva 2006 de Marqués de Villa de Leyva.

Marina Yubero: "Primer impacto en nariz demasiado herbáceo y mineral. Taninos suaves, muy
salado. Es un vino muy agradable por su suavidad en boca".

Carlos Ramírez: "Intensidad alta en nariz, con aromas a mora negra en mermelada y evolución
a menta. De acidez muy alta, jugoso, afrutado, ligero y de taninos suaves".

Katherinne Dellschersff: "En nariz, aroma a pimientas, madera y tabaco. En boca, sabores a
coco, vainilla y a tostado. Debió haber sido criado en roble americano".

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