Está en la página 1de 7

El desafío: El narrador, Julián, Briceño y León se hallan bebiendo en un bar piurano, cuando de

pronto se acerca el viejo Leonidas y le anuncia que cerca de la medianoche se produciría un


duelo a navaja entre Justo y El Cojo, en un lugar conocido como «La Balsa».

Se despiden y acuerdan encontrarse nuevamente en el bar, a las 10 y media de la noche.

Cada uno se va por su lado y Julián se dirige a su casa, donde le esperaba su esposa, cargando a
su hijo; le dice a ella que debía salir para arreglar un asunto.

Según lo acordado, Julián vuelve al bar; poco después llega Justo, quien le cuenta cómo se
produjo el desafío; ambos abandonan el bar, en busca del resto de sus amigos; cerca del puente
se encuentran con León y Briceño.

Todos se dirigen hacia «La Balsa», situado a las afueras de la ciudad; era un enorme tronco de
algarrobo caído en medio del lecho seco del río Piura; cuando subía el caudal del río se alejaba
apenas unos metros. El Cojo y sus hombres reciben a Justo y sus amigos; en el lugar
se hallaba también Leonidas, quien ante el reclamo del Cojo responde que nadie lo ha traído
sino que ha venido por su cuenta.

Ambos rivales, el Cojo y Justo se preparan; las navajas son revisadas; cada uno se enrolla una
manta en un brazo y se dirigen a pelear hacia La Balsa.

La pelea es relatada muy vividamente; el narrador sabe trasmitirnos el vértigo de los


movimientos, las embestidas denodadas, la fuerza física desplegada por ambos luchadores.

Justo comete el error de desesperarse acercándose mucho a su rival; ambos terminan


retorciéndose sobre la arena, revolviéndose uno sobre otro.

Finalmente se levanta el Cojo, mientras que Justo, ya gravemente herido, con mucho esfuerzo
trata de incorporarse. El Cojo le grita entonces al viejo: «¡Don Leónidas!... ¡Dígale que se rinda!».
El viejo responde: «¡Calla y pelea!». Justo intenta otro asalto, pero es evidente que ya no estaba
en condiciones de continuar.

El Cojo se retira con los suyos; los amigos de Justo se acercan entonces y muy conmovidos
cubren al amigo caído con una manta y lo cargan en hombros, llevándolo a la ciudad.
En el trayecto León le dice al viejo, que lloraba: «No llore viejo. Nunca he conocido a nadie tan
valiente como su hijo. Es así como el lector se entera que Leonidas es el padre de Justo.

El hermano menor: Este cuento es el único de la colección que está ambientado en la sierra
peruana y tiene como protagonistas a dos jóvenes hermanos: David, el mayor, y Juan, el menor.

Pertenecen a la clase de los hacendados, pero han sido criados en ambientes distintos: David ha
vivido siempre en la hacienda familiar, mientras que Juan se ha educado en la costa, en un
ambiente urbano.

Ambos son de carácter contrapuesto: David ha heredado la brutalidad de sus antecesores hacia
los indígenas, mientras que Juan se muestra más justo y ecuánime.

Aparecen en el relato persiguiendo por el campo a un indio fugitivo de la hacienda, acusado de


violación sexual por Leonor, la hermana de ambos jóvenes; sucedía que aquel indio había tenido
el encargo de David de acompañar a todo lado a Leonor, como una especie de guardián
permanente; el indio, según la versión de Leonor, había aprovechado esa confianza para
perpetrar su delito.

Los hermanos encuentran al indio escondido cerca de una catarata; David lo ataca dándole de
golpes, hasta matarlo, mientras que Juan intenta infructuosamente separarlo; consumado el
crimen, ambos regresan a la hacienda.

Pero Juan, impactado por lo visto, le dice a su hermano que se marchará de vuelta a la ciudad,
pues de seguir en la hacienda, terminará «creyendo que es normal hacer cosas así».

Ambos van a ver a Leonor, a quien ocultan lo sucedido y le dicen que el indio había escapado,
pero le aseguran que pronto sería capturado.

Entonces Leonor hace una confesión escalofriante: en realidad era mentira lo de la violación,
que había inventado esa historia para verse libre de su guardián indio cuya presencia le
incomodaba.

Esta terrible verdad genera sentimientos de culpa en Juan y la impasibilidad cínica de David.
Sin esperar más, Juan monta a caballo dispuesto a abandonar para siempre la hacienda, pero de
pronto regresa y se dirige a una construcción llamada «La Mugre» donde eran encerrados los
indios que cometían faltas.

Juan baja del caballo, rompe a patadas la cerradura y pone en libertad a todos. Luego regresa a
casa, satisfecho con su acción. David le recibe y le invita a tomar un trago.

Entonces Leonor hace una confesión escalofriante: en realidad era mentira lo de la violación,
que había inventado esa historia para verse libre de su guardián indio cuya presencia le
incomodaba.

Esta terrible verdad genera sentimientos de culpa en Juan y la impasibilidad cínica de David.

Sin esperar más, Juan monta a caballo dispuesto a abandonar para siempre la hacienda, pero de
pronto regresa y se dirige a una construcción llamada «La Mugre» donde eran encerrados los
indios que cometían faltas.

Juan baja del caballo, rompe a patadas la cerradura y pone en libertad a todos. Luego regresa a
casa, satisfecho con su acción. David le recibe y le invita a tomar un trago.

Día Domingo: Este relato trata de otro desafío, en esta ocasión incruento aunque con riesgo de
acabar fatalmente: el sostenido entre dos jóvenes miraflorinos, Miguel y Rubén, por el amor de
una muchacha llamada Flora.

El relato empieza cuando Miguel, tras vencer su timidez, le declara su amor a Flora. Pero ella no
quiere darle una respuesta en el momento y dice que primero lo pensará.

Miguel se entera entonces que Flora planeaba ir esa misma tarde a una fiesta en casa de una
amiga, donde se encontraría con otro joven, Rubén, quien se le declararía.

Esto inquieta sobremanera a Miguel, que va en busca de Rubén, a quien encuentra en un bar
junto con otros amigos; todos ellos integraban una patota o grupo llamado «los pajarracos»,
que seguían peculiares códigos de conducta.

Para evitar que vaya al encuentro con Flora, Miguel desafía a Rubén a someterse a pruebas de
resistencia. Rubén acepta. Primero compiten a quién bebe y come más, prueba en la que
quedan empatados.
Luego, Rubén le reta a Miguel a nadar en la playa hasta la reventazón, lo cual era una prueba
muy peligrosa por ser invierno y de noche, sumado al estado de embriaguez de ambos.

Miguel titubea, más aún al saber que su oponente era un excelente nadador, pero acepta
cuando Rubén le promete que si lograba vencerlo, ya no se le declararía a Flora.

Ambos se dirigen hacia la playa e ingresan al mar, mientras que sus amigos esperan en la orilla.

En medio de la prueba, Rubén sufre un calambre y teme ahogarse, por lo que pide ayuda a
Miguel, que lo saca hasta la orilla donde aguardaban sus amigos, a quienes ocultan lo ocurrido,
porque Rubén así se lo pide a Miguel.

En reciprocidad con este favor, Rubén reconoce el triunfo de Miguel, pero agregando que este
se dio «apenas por una puesta de mano».

Miguel no responde pero en su interior siente la satisfacción de que pronto todos se enterarían
de que había vencido a Rubén, lo que le daría más opción para poder conquistar a Flora.

Un visitante: El protagonista de este relato es un negro apodado el Jamaiquino, quien de pronto


irrumpe en un tambo (posada) situado en los arenales del norte peruano, muy lejos de la ciudad,
donde reduce a la dueña llamada Mercedes, a quien ata de los pies y de las manos.

Este Jamaiquino era un presidiario al que la policía prometió la libertad si ayudaba a dar con el
paradero de un prófugo de la justicia llamado Numa (presumiblemente cómplice suyo en algún
delito), que es hijo de Mercedes.

El plan del Jamaiquino era esperar a Numa en la posada de su madre, donde un contingente
policial escondido aguardaría para capturarlo.

Encabezaba a estos policías un teniente, cuyo segundo en el mando era el sargento Lituma.

Y efectivamente, aparece Numa, quien inmediatamente es reducido y esposado.

Una vez obtenido lo que querían, los policías se retiran a caballo, abandonando al Jamaiquino a
su suerte, ante las protestas de éste, que aterrado escucha pasos que vienen de los matorrales
vecinos: sin duda serían los amigos de Numa, dispuestos a tomar horrible venganza en su
persona, por delator.
El abuelo: Resumen del cuento el abuelo es el siguiente: Don Eulogio, un anciano hosco, vive
junto a su hijo y su esposa, y su nieto. Al parecer el anciano se siente ignorado y maltratado por
su familia, ha decidido hacerle una broma pesada a su nieto, ha preparado un plan para hacer
asustar a su nieto, un niño travieso.

Para llevar a cabo su plan, compró unas velas y recogió una calavera humana de un montículo
de piedras, que había encontrado en las afueras de la ciudad, mientras paseaba en un taxi. Y
luego de haberlo limpiado toda la tarde con aceite. Ya estaba listo para su plan.

De noche, esperaba en el huerto de su casa, aguardando la presencia de su nieto, para asustarlo


con la calavera humana, y armó allí un pequeño montículo con piedras donde asienta la vela, a
la que cubre luego con la calavera, notando con alegría que la medida era exacta, pues el punto
blanco de la vela se asomaba por el orificio del cráneo. Lo espía, lo busca en la oscuridad,
esperando el momento adecuado para prender la vela, Cuando por fin ve al niño acercarse,
prende la vela y al instante se enciende toda la calavera, produciéndose así una visión
sobrecogedora. El niño, al ver la espantosa figura brotando fuego por las cuencas profundas de
sus ojos y su boca, da un grito de terror, y salen los padres a ver lo que ocurre, mientras que el
abuelo se escabulle evitando ser visto. Cuando por fin sale hacia la calle, el viejo se siente
satisfecho de su venganza. fin del cuento el abuelo.

Los cachorros: “Los cachorros”, publicada originalmente en 1967 con el título de “Pichula
Cuellar”, es un relato que tiene que ver con la línea temática inaugurada en “Los jefes” y
profundizada en “La ciudad y los perros”.

El fracaso y la frustración son exaltados como esencialmente conformadores de las condiciones


en la que se desenvuelve la sociedad peruana.

El tema de “Los Cachorro” se centra en el colegio Champagnat de Miraflores. El hermano


Leoncio comunicó a los alumnos del tercero “A”, que un nuevo alumno formaría parte del salón.

Su apellido era Cuellar y llegó una mañana a la hora de la formación. El hermano Lucio lo puso
a la cabeza de la fila porque era más pequeño que el alumno rojas, que antes de la llegada de
Cuellar, encabezaba la fila. Choto, Mañuco, Chingolo y Lalo, congeniaron rápidamente con él.

Cuellar había vivido en San Antonio, pero ahora vivía en mariscal Castilla, cerca del cine Colina.
Cuellar rápidamente dio muestras de ser un alumno muy estudioso, recibiendo por ello las
felicitaciones de los hermanos del colegio.

Las clases de la primaria finalizaban a las cuatro, y a las cuatro y diez, el Hermano Lucio ordenaba
romper filas y a las cuatro y cuarto ellos estaban en la cancha de fútbol. Cera a la cancha se
oían los ladridos de un gran perro danés llamado “Judas”.

Choto decía que Cuellar por “chancar” mucho, descuidaba el deporte.


Pero Cuellar que era terco y se moría por jugar en el equipo se entrenò tanto en el verano que
al año siguiente se ganó el puesto de interior izquierdo en la selección de clase.

Se había pasado los tres meses de vacaciones sin ir a las matinés ni a las playas, sólo viendo y
jugando fútbol mañana y tarde.

En Julio para el campeonato interaños, el hermano Agustín autorizó al equipo de Cuarto “A”, a
entrenarse dos veces por semana, los lunes y los viernes, a la hora de dibujo y música.

Cuellar se metìa a la ducha después de los entrenamientos. Cierto día en que Lalo y Cuellar se
estaban duchando, apareció “Judas”.

Choto, Chingolo y Mañuco, saltaron por las ventanas. Lalo logró cerrar las puertas de la ducha
en el preciso instante en que “Judas” metía el hocico.

Después de un instante se oyó los ladridos de “Judas” y los llantos de Cuellar; luego el vozarrón
del hermano Lucio y las lisuras del hermano Leoncio. Cuellar, que había sido atacado por el
perro, era llevado en la camioneta de la Dirección por los hermanos Agustín y Leoncio. Los
muchachos fueron a visitarlo a la “Clínica Americana”, y vieron que no tenía nada en la cara ni
en las manos.

El malvado de “Judas” lo había mordido en la “pichulita”. Cuellar volvió al colegio después de


Fiestas Patrias; más deportista que nunca, Por el contrario su rendimiento bajó
considerablemente. Los hermanos lo mimaban al igual que sus padres.

Le ponían buenas calificaciones, aun cuando, la mayoría de las veces, no sabía nada. No mucho
después del accidente comenzaron a decirle “pichulita”; el apodo se lo puso un alumno de
apellido Gumucio y se esparció como reguero de pólvora por todo el colegio.

El apodo se le pegó como una estampilla; salió también a las calles y poquito a poco fue
corriendo por los barrios de Miraflores y nunca más pudo sacárselo de encima. Cuando llegó a
la secundaria ya se había acostumbrado al apodo. Cuando estaban en tercero de media los
chicos habían desarrollado físicamente.
El primero en tener enamorada fue Lalo, quien se le declaró a Chabuca Molina y Mañuco a Pusy
Lañas. En quinto de media Chingolo le cayó a Bebe Romero y le dijo que no a Tula Ramírez y
ésta también lo rechazó. Tuvo suerte con la China Saldívar que sí lo aceptó.

El único que no tenía enamorada de todo el grupo era Cuellar. Los chicos los animaban, pero
Cuellar sólo se dedicaba a hacer locuras como beber en exceso, comer como un loco en su auto.

Cuando Chingolo y Mañuco estaban ya en Primero de Ingeniería, Lalo en Pre-Médicas y Choto


comenzaba a trabajar en la “Casa Wiese” y Chabuca ya no era enamorada de Lalo sino de
Chingolo, y la china Saldívar ya no de Chingolo sino de Lalo, llegó a Miraflores Teresita Arrarte.

Cuando Cuellar la vio cambió su comportamiento, dejó de hacer locuras. Cuellar estaba
enamoradísimo de Teresita Arrarte pero no se animaba a declarársele.

Dilato tanto la declaración de amor, que un día llegó a Miraflores un muchacho de San Isidro
que estudiaba Arquitectura, tenía un Pontiac y era nadador: Cachito Arnillas, Cachito le cayó a
Teresita después de un tiempo y ésta le dijo que sí. Entonces Cuellar volvió a sus andadas.

Tomaba más que antes, en “El Chasqui”, entre timberos, dados, ceniceros repletos de puchos y
botellas de cerveza helada, y remataba las noches viendo un show, en cabarets de mala muerte:
en el “Nacional” el “Pingüino”, el “Olímpico”, y el “Turbillón”; o, si estaba sin plata en antros de
lo peor, donde podía dejar en prenda su pluma Parker, su reloj Omega o su esclava de oro.

Cuando Lalo se casó con Chabuca, el mismo año que Mañuco y Chingolo se recibían de
ingenieros, Cuéllar ya había tenido varios accidentes y su Volvo andaba siempre abollado,
despintado, las lunas rajadas. Su carro andaba siempre repleto de rocanroleros cuyas edades
oscilaban entre trece y quince años y, los domingos se aparecía en el “Waykiki” corriendo tabla
hawaiana.

Cierto día hizo una apuesta con Quique Ganoza, una carrera al amanecer, desde la plaza San
Martín hasta el Parque Salazar, éste por la buena pista, Pichulita contra el tráfico. Os patrulleros
lo persiguieron desde Javier Prado, sólo lo alcanzaron den Dos de Mayo.

Estuvo un día en la comisaría. Y lo que tenía que suceder, sucedió yendo al norte, en las
traicioneras curvas de Pasamayo. Y así terminó la vida de Pichulita Cuéllar, un final que él se lo
buscó.

También podría gustarte