Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
LA JOAQUINA
PROVINCIA TUNGURAHUA
Un día que los hermanos volvían observando los alrededores vieron con
sorpresa que en la cueva donde se habían refugiado, estaban preparados
alimentos que podían servirse. ¿Quién los preparó? ¿Como? ¿A qué hora? se
preguntaron asombrados.
Al repetirse esto día tras día, se propusieron descubrir quién era responsable
de este suceso. Al día siguiente, el menor se ocultó entre las rocas, mientras su
hermano mayor salió al campo a sus exploraciones.
De repente, el joven sintió un ruido de alas. Con cuidado levantó su cabeza
para observar lo que sucedía, vio posarse en la cueva dos hermosas
guacamayas con caras de mujer. Con mucha agilidad, dio un salto sobre ellas y
las tomó en sus manos.
Con el paso de los días, los jóvenes y las guacamayas se hicieron muy amigos.
Las guacamayas seguían preparando los alimentos. Los hermanos salía en las
mañanas a observar como las aguas se retiraban poco a poco.
Poco tiempo pasó, cuando las dos parejas decidieron casarse. Sus padrinos
fueron el sol, la luna y las estrellas, que les miraban llenos de Encanto
ofreciéndoles protección. Un día los esposos vieron que, por fin, las aguas del
diluvio se habían retirado. La tierra se extendía risueña, invitándoles a trabajar.
Los esposos salieron de la cueva y bajaron del alto Huacaiñan y fueron a vivir
en el valle fértil. Después, fundaron un pueblo, del cual nacieron todos los
hombres de la tierra . Se cuenta que este fue el origen de los cañaris pueblo
valeroso y trabajador que fue parte de la gran civilización de la América
primitiva.
A los 26 años Ana María era muy alegre, cumplía con sus obligaciones y luego
salia a divertirse con sus amigos por los terrenos de la parte posterior del
edificio, donde se extendía una colina llena de eucaliptos y remataba en una
cima cortada a pico sobre el camino que más tarde empataría con los caminos
de casería de Borja y Belén. Desde la cima hasta el camino había una altura de
al menos 50 metros y por un estrecho sendero oblicuo sobre el farallón
transitaban solo chivos y cabras que se alimentaban de la poca vegetación.
Pero por ahí pasaba Ana María todos los días luego del almuerzo, muy alegre
por el placer de estirar sus ágiles piernas y desafiar el peligro. En uno de sus
paseos Ana María se encontró con Luis Felipe un joven que estudiaba derecho,
con tal solo verse se amaron, no necesitaron hablarse con tan solo mirarse
supieron que estarían siempre juntos. Su amor era casto y puro, llevaban ya
casi dos años de amarse con locura reuniéndose en aquel solitario camino.
Cuando murió Luz Marina por la lepra Ana María se quedó sin familiares, pero
con el gran amor de su vida a su lado. Tenían grandes planes pero un gran
obstáculo se atravesó en su camino. Un día Ana María luego del almuerzo
arreglaba sus uñas en la ventana, sintió que su uña estaba desprendida sin
causarle ningún dolor. Ana María temía estar contagiada pero tras unos
estudios se lo confirmaron, tenía lepra, desesperada corrió hacia el camino en
donde tendría su cita, Felipe aún no llegaba. Ana María busco en su delantal
una libreta en donde le escribió a Felipe que la perdonara por el dolor que le
causaría y diciéndole que lo esperaría en la eternidad, luego colocó en papel
en su delantal mostrando parte de el para que sea visible y tomó varias
cabuyas e hizo una soga con la cual se subió a un árbol, la amarró a su cuello
y se lanzó al vacío. Felipe al llegar y ver a su amada en esas condiciones dio
un grito desesperado, trato de ayudarla pero era demasiado tarde. Hizo las
mismas trenzas de cabuya, las unió entre sí y amarró el de un extremo a su
cuello y el otro a la rama del árbol del cual colgaba el amor de su vida. Así se
encontraron los dos cuerpos, desde ese entonces se lo llamo "El camino de los
Ahorcados", casi nadie se atrevía a transitar por aquella zona ya que se decía
que en las noches se veía un bulto blanco y dos fantasmas que corrían y
jugaban por este camino hasta el amanecer.
XXI. EL LECHERO
PROVINCIA IMBABURA
De todas las doncellas de aquel entonces, una
joven llamada Nina Pacha fue escogida como
sacrificio para calmar la ira de las divinidades
que causaban la sequía. Pero no se dieron
cuenta que ella, Nina, tenía un novio, su
nombre era Huatalquí, que cuando se entera
del ritual que iban a realizar decide huir con su
amada hacia un lugar lejano. Durante su
escape, el yachag, shamán o sabio de la
comunidad se da cuenta del engaño y pide clamando al Taita Imbabura que
castigue severamente a la desobediente pareja.
Cuando Nina Pacha y Huatalquí llegaron a la actual zona de Rey Loma, salió
un enorme trueno detrás del volcán Imbabura que tocó a la mujer e
inmediatamente la convirtió en agua y con ella llenó poco a poco el valle seco
de aquel entonces. Huatalquí arrepentido de esta situación lloraba y clamaba
pidiendo al Taita Imbabura que lo castigue a él también. Luego de tanta súplica
salió otro trueno detrás del coloso que tocó al joven y lo transformó en el árbol
lechero.
La leyenda certifica que la cercanía del árbol hacia el lago San Pablo es la
muestra del eterno amor que se tenían Nina Pacha y Huatalquí. Ahora la zona
está rodeada de bosques de eucalipto y pino que se cree permanecerán hasta
la eternidad.
El Brujo de Telimbela dejó escrita una maldición contra las personas que
profanen su tumba o se burlen de las serpientes y demás signos dibujados en
su lápida: quienes se atrevan a hacerlo serán fulminados por un rayo
Nadie pudo imaginar la tragedia que estaba por sufrir aquella pareja. Y es que
Elizabeth (así se llamaba la mujer del matrimonio) enfermó repentinamente y
luego de luchar varios meses contra una desconocida enfermedad, murió.
Algo que no hemos mencionado hasta este momento, es que ambos eran
extranjeros y, por lo tanto, tenían un plazo de estancia máximo dentro del
territorio ecuatoriano. Sin embargo, cuando éste se cumplió, Jozef se negó
rotundamente a dejar sola la tumba de su esposa, pues decía que en su país
de origen ya no le quedaba nadie.
Había veces en las que ambos “conversaban”, otras tantas el le leía poemas de
su libro favorito.
Luego de varios años Jozef murió y fue sepultado por la propia gente del
cementerio al lado de su esposa. Por último, los sepultureros decidieron
colocar por siempre una silla, como un fiel recordatorio de que el amor
verdadero (y sobretodo eterno) existe.
El joven quedó helado del miedo sin poder moverse, entonces el cura le dijo –
“No huyas, yo era sacerdote y fui castigado por Dios, porque tenía aventuras
amorosas y cobraba demasiado por las misas, por eso estoy condenado a
celebrar misas en las madrugadas”. Al joven poco le importó la explicación y
huyó.
Al llegar a la casa donde había pedido asilo, completamente pálido, fue
atendido por la dueña del hogar y algunos vecinos.
“Pero tengo que volver por las medicinas”, respondió él, aún tembloroso.
El joven se subió a su caballo y fue directo hacia el boticario sin voltear a ver a
la iglesia y aferrándose al agua bendita.