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LECTURAS DE EPISTEMOLOGÍA

DE LA EDUCACIÓN FAMILIAR

LICENCIATURA EN PEDAGOGÍA

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LICENCIATURA EN PEDAGOGÍA
EPISTEMOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN
LECTURA 10
L10: El Escepticismo, Filosofía del Conocimiento; Rafael Corazón
González. Eunsa, Madrid 2002. Cáp. VI, págs. 162-168.

EL ESCEPTICISMO

a) Definición del escepticismo

El escepticismo es «la actitud que concluye que nada se puede afirmar


con certeza, por lo que más vale refugiarse en una "epojé" o abstención del
juicio». El escepticismo no es tanto una teoría o una doctrina (no puede serlo
porque en ese caso se contradiría) sino una actitud: la de quien desespera
de encontrar la verdad y se refugia en la duda permanente (la duda es, como
se ha dicho, la abstención del juicio).

El escepticismo es una tentación frecuente en todos los hombres, pero


siempre presente en los filósofos; es fácil que todo filósofo pase «malos
momentos», circunstancias en las que se siente desanimado, impotente ante
la gran tarea que él mismo se ha marcado. Esto se debe a que la verdad
pocas veces se presenta por sí misma; sobre todo en temas difíciles la
verdad exige una actitud de búsqueda que no puede realizarse sin un gran
esfuerzo. Por eso todos podemos sentir momentos de debilidad o de
cansancio: la verdad no aparece o, cuando ya creíamos haberla logrado, se
manifiesta como errónea.

Como actitud subjetiva puede decirse que el escepticismo surge


cuando se cae en la cuenta de que no existe evidencia de evidencia, cuando
comprobamos que nuestro conocimiento no es absoluto sino que depende
de la realidad. La evidencia no es ella misma evidente sino que, por decirlo
así, hemos de entregarnos a ella sin una ulterior comprobación «subjetiva»:
la realidad se nos presenta de un modo claro y patente y nos arrebata el
asentimiento, pero precisamente por ello el sujeto tiene que aceptarla.
Cuando se pretende obtener una seguridad absoluta, aparece la
desconfianza ante la evidencia: dejarse arrastrar por el conocimiento, confiar
ciegamente en él, sería hacer un acto de fe. ¿Quién nos asegura
definitivamente que la evidencia merece un crédito tan total? ¿No es acaso
excesivo entregarse plenamente ante un dato «externo» que sólo podemos
aceptar si abandonamos toda reserva interior, si nos ponemos por completo
en sus manos?

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Ya hemos visto que el criticismo surgió precisamente por no aceptar la
evidencia objetiva: el sujeto no desea ser llevado y traído por los datos o los
conocimientos adquiridos; lo ideal, lo «seguro», es, o parece ser, reservarse
una actitud de desconfianza, porque la aceptación de la verdad se asemeja a
un acto de entrega sin condiciones, a una rendición de la mente ante lo que
se nos presenta como verdadero.

También hemos visto que el criticismo es una actitud moderna, que se


inicia con Descartes y está presente hasta hoy día. Por eso puede decirse,
en líneas generales, que el escepticismo es más bien una postura clásica,
típica de algunos autores griegos y romanos, que desaparece en la
modernidad. La razón es la que hemos dicho: la filosofía moderna sustituye
el escepticismo por el criticismo: Descartes descubrió que aunque la duda
universal abarca a todo posible objeto, aun así todavía queda incólume un
reducto interior que no es afectado por ella, desde el cual cabe lanzarse
hacia adelante, empezar a conocer sin dar nada por supuesto, sin admitir los
datos recibidos del exterior. Esto no significa que en la filosofía moderna no
se haya dado el escepticismo, pero sus «razones» han sido muy distintas de
las clásicas. Ahora vamos a centrarnos, sobre todo, en el escepticismo tal y
como apareció en la historia de la filosofía, es decir, en su versión clásica.

Antes de entrar en los argumentos de los escépticos es oportuno


considerar que esta postura filosófica tiene dos vertientes, una teórica y otra
práctica. El escéptico deja de asentir, permanece en la duda, porque quiere
vivir «tranquilo», porque desea llegar a la ataraxia, a la serenidad interior, a
la seguridad subjetiva. Esto nos confirma lo que acabamos de decir: confiar
en la evidencia no es para el escéptico, descansar en la verdad, sino
encontrarse en una situación incómoda. Fiarse del conocimiento es peor que
no fiarse, porque en el primer caso hay que renunciar a la actitud de
vigilancia interior que busca una evidencia absoluta o una evidencia de
evidencia. El escéptico desconfía porque nunca renuncia a lograr un
conocimiento absoluto, porque más que aceptar la verdad quiere fundarla,
crearla, basarla en su pensamiento en vez de basar éste en aquélla.

En cierto modo el escepticismo va unido al voluntarismo, al deseo de


poner la voluntad por delante y por encima de la inteligencia: no debe ser la
verdad quien mueva a la inteligencia a asentir, sino que debe ser la voluntad
quien asienta o deje de hacerlo ante lo que se presenta al conocimiento. Esto
es lo que explica que pueda existir el escepticismo, pues desde un punto de
vista «razonable» parece una postura contradictoria, ya que afirma como
verdadero que nada es verdadero.
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b) Las «razones» del escepticismo

Aunque el escepticismo es más una «actitud» que una teoría, pues en


último extremo es una decisión voluntaria, sin embargo se vale de
argumentos racionales para mantenerse: argumentos de la razón contra ella
misma para «asegurarse» a sí misma que no merece la pena que nos
entreguemos a lo evidente, porque pedir esa entrega es pedir demasiado.
Esto quiere decir, y es bueno adelantarlo, que las razones del escepticismo
son poco razonables, porque si no fuera así nos confirmarían en que la razón
es fiable, es válida. Con estos argumentos el escéptico no busca tanto
demostrar como sembrar sospechas. Porque si demostrara algo,
inmediatamente dejaría de ser escéptico; en cambio, sembrando
desconfianza pero sin argumentos decisivos es como la actitud puede
mantenerse.

Esto significa que no vamos a encontrar en ningún momento una razón


contundente que nos convenza; tampoco es eso lo que pretenden los
escépticos. Sin llegar a las razones de la duda metódica cartesiana -que no
son razonables-, aquí se trata de insistir sobre la insuficiencia de la
evidencia, para hacer ver que ella misma no es evidente.

Sin pretender ser exhaustivos, podemos resumir dichas razones en las


siguientes:

1.- Los errores, especialmente de los sentidos. Este es un


argumento siempre presente, porque no puede ser negado por nadie: con
frecuencia nos equivocamos y, en concreto, los sentidos nos engañan casi
continuamente. Como se ha dicho, el escéptico pretende una certeza tan
absoluta que no puede dejar de escandalizarse ante los continuos errores en
los que todos incurrimos. Si pudiera conocerse la verdad, los errores serían
mínimos o prácticamente no existirían.

2.- Otro argumento tradicional son las contradicciones de los


filósofos. Parece, en efecto, que cada filósofo se siente en la obligación de
corregir al anterior, que no hay dos que piensen lo mismo. Pues si ni los
filósofos se ponen de acuerdo -y son los que, por decirlo así, se dedican
«profesionalmente» a buscar la verdad-, ¿qué ocurrirá con el resto de los
mortales? Se ha llegado a decir, no sin parte de razón, que la historia de la
filosofía es la historia de todos los errores de la humanidad, porque no hay
opinión, por peregrina que sea, que no haya sido defendida por algún
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filósofo. Si los «profesionales» no logran aclararse, hay que concluir que la
verdad es inalcanzable.

3.- La relatividad del conocimiento humano es otra razón a favor


del escepticismo. Es fácil defender esta tesis: el conocimiento sensible es
relativo porque la visión, por ejemplo, depende de muchos factores de lugar y
tiempo: la hora del día o de la noche, la distancia, el tamaño del objeto visto,
la perspectiva, etc. Del conocimiento intelectual puede decirse otro tanto,
pues sobre un mismo asunto hay muchos puntos de vista, muchas opiniones.
De aquí se puede concluir que es imposible saber lo que son las cosas en sí
mismas; a lo más que puede llegarse es a opinar, a un conocimiento relativo,
válido sólo para quien lo formula, tanto más cuanto que también hay que
tener en cuenta muchos factores subjetivos.

4.- Quizás el argumento más débil sea el que afirma que es


imposible evitar el círculo vicioso en nuestros conocimientos. El
escéptico quiere estar seguro, y por tanto quiere pruebas, demostraciones;
ahora bien, si todo fuera demostrable nada sería demostrable porque se
incurriría en un círculo vicioso, ya que se acabaría cometiendo una «petición
de principio». Si A se demuestra a partir de B, y a su vez B es demostrado
mediante A, no cabe duda de que no se ha demostrado nada, o de que ni A
ni B tienen valor absoluto. Los escépticos afirman que nuestros
conocimientos se mueven en un círculo de este tipo y que, por consiguiente,
carecen de validez.

c) Crítica de los argumentos del escepticismo

¿Qué puede decirse ante estas razones? Todas ellas tienen una cierta
base, pero así como no hay mayor mentira que una verdad a medias, no hay
mayor error que una verdad parcial si se la toma como absoluta.

1.- Es cierto que los sentidos nos engañan con frecuencia, pero de ahí
no podemos pasar a afirmar, como hiciera Descartes, que no es bueno fiarse
nunca de quien nos ha engañado aunque sólo sea una vez. Como se ha
dicho, las facultades de conocimiento no se equivocan en su objeto propio; el
error está siempre causado por algo distinto de ellas mismas, normalmente la
voluntad en forma de precipitación o falta de atención. Esta afirmación -los
sentidos y la inteligencia no se equivocan nunca- puede ser tomada como
una tesis dogmática porque no puede ser demostrada, pero sobre este punto
-si todo es demostrable- ya hemos hablado.

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También es cierto que cuando nos equivocamos lo hacemos
inconscientemente, sin darnos cuenta; pero esto es normal, pues quien sabe
que está en el error ya ha comenzado a rectificar, ya sabe algo seguro.
Todos los hombres nos equivocamos, y lo sabemos, lo cual indica que todos
somos capaces de distinguir entre la verdad y el error, es decir, que todos
podemos llegar a la verdad. Si no fuera así nunca sabríamos que nos hemos
equivocado. El argumento: «no debemos fiamos de quien nos ha engañado
una sola vez» no puede aplicarse al conocimiento porque supone la
capacidad para conocer la verdad.

2.- Es cierto que en la historia de la filosofía ha habido teorías para


todos los gustos, pero esto no invalida esta ciencia. La filosofía es una
ciencia muy exigente, porque el filósofo debe amar la verdad por encima de
todo, y porque nunca se agotará, o sea, nunca llegará a ser un conjunto o
elenco de tesis acabado y completo. Además cada filósofo tiene, en cierto
modo, que revivir la experiencia de los que le precedieron si quiere
entenderlos a fondo, porque la verdad filosófica no es aséptica, no puede
entregarse «enlatada»: «la admiración es fructífera, con ella se encuentra la
realidad y las energías humanas son desplegadas: la realidad es verdad y
eso quiere decir que hay noús; la realidad es buena y eso quiere decir que
hay amor; ¿y sin amor a la realidad, a la verdad, qué querría decir filosofía?
La filosofía compromete al existente, que en ese compromiso descubre que
es amante en estricta correlación con que el ser es bueno». La filosofía no es
una ciencia como lo son las ciencias experimentales, que pueden
transmitirse en buena medida a los adolescentes en unos cuantos cursos.
La filosofía es una actividad vital en la que todo el hombre queda
comprometido. Por eso es más fácil cometer errores en esta ciencia que en
cualquier otra.

Pero además en la filosofía clásica y medieval existe una continuidad


notable que hizo posible que se hablara de una philosophia perennis.
Aunque cada filósofo tenía teorías y doctrinas distintas, había una
continuidad de fondo que puede ser fácilmente rastreada. No ha ocurrido lo
mismo en la filosofía moderna, pero el motivo es que aquí se impuso la
actitud criticista, y por tanto cada pensador quiso partir de una evidencia que
para él, subjetivamente, fuera indudable, evidencia que necesariamente tenía
que ser subjetiva, puesto que por principio se rechazaba la evidencia
objetiva. Es decir, cuando se ha tomado como punto de partida la verdad del
conocimiento, se ha hecho una filosofía en la que unos autores podían ir más
allá que los anteriores; cuando no se ha hecho así, se han descubierto
muchas verdades particulares, pero la continuidad se ha roto.
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Puede decirse, entonces, que el argumento se vuelve contra los
escépticos. Aunque en filosofía caben tantos o más errores que en otras
ciencias, porque la persona del filósofo está implicada en la búsqueda de la
verdad, la historia demuestra que el exceso de precauciones -la actitud
subjetiva- es lo que paraliza la búsqueda de la verdad. Ante la verdad hay
que mantener una actitud de apertura que es justo la opuesta a la que
mantiene el escéptico.

3.- También es cierto, en alguna medida, que el conocimiento humano


es relativo tanto al sujeto como al objeto, pero es sólo una verdad a medias.
El conocimiento sensible es siempre relativo y en los animales, que no
poseen otro, proporciona unos conocimientos válidos para la vida, pero no
para comprender la realidad en sí misma. El animal es el centro de su
universo, pues todo gira en torno a él. Pero no ocurre lo mismo en el caso
de la inteligencia. El hecho de que el hombre sepa relativizar su posición en
el cosmos, que comprenda que debe respetar la realidad, es una señal cierta
de que el pensamiento no es un modo más entre otros posibles de conocer
las cosas; el pensamiento es el único modo de hacerlo, es decir, el
pensamiento posee valor absoluto.

A todo esto hay que añadir, ciertamente, que ningún hombre puede
llegar nunca al saber absoluto, porque no somos dioses. Pero conocer no
es principalmente hacer hipótesis, fabricar teorías, «pensar» la realidad
para tratar de atraparla en una red de conceptos «fingidos» por la mente;
conocer es profundizar en lo real.

Ninguna doctrina filosófica agotará nunca la realidad, pero eso no


quiere decir que todas sean hipotéticas; más bien hay que hablar de grados
de profundidad. La ciencia experimental funciona mediante hipótesis más o
menos verificables, pero la filosofía pretende conocer las causas últimas de
lo real, y las causas no son ficciones de la mente.

El escepticismo es una actitud que no se contenta con poco: juega al


todo o nada; pretende un conocimiento absoluto, y no admite que el hombre
es un ser finito que alcanza la realidad sin llegar nunca a abarcarla por
completo. Es el afán de seguridad, la actitud crítica, la que le impide ser
también crítico consigo mismo y aceptar que en todo, también en la
evidencia, su ser está fundado por una realidad que le supera.

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4.- Acusar a la razón de cometer continuamente un dialelo es, sin
duda, la más débil de las razones del escepticismo. Con este argumento el
escéptico deja ver la razón profunda de su actitud: no se fía de la realidad,
sino que quiere fundamentar el conocimiento en sí mismo, en el sujeto.
Pero como ya hemos visto, la verdad no se apoya en el conocimiento, sino
a la inversa. Por eso hay que partir siempre de evidencias inmediatas que
nos dan a conocer la realidad. La seguridad que busca el escéptico se
manifiesta claramente en su afirmación, tantas veces repetida a lo largo de
la historia, de que sólo conocemos las cosas como éstas nos aparecen: el
escéptico está seguro de sí y sólo de sí, de sus propias impresiones
subjetivas. En cambio, del dato conocido, de lo que aparece como real,
duda y se abstiene porque no lo controla, porque exige salir de uno mismo y
renunciar a la actitud de vigilancia perpetua de la voluntad.

En este sentido Descartes, y la filosofía moderna, es la salida del


escepticismo sin abandonar la actitud vigilante: la pretensión de seguridad y
de certeza por encima de la evidencia objetiva. Estar vigilantes, estar
despiertos «antes» de que la verdad aparezca ante la razón, mantener
continuamente la vigilia del espíritu, no descuidarse para no ser
sorprendidos por el objeto es, justamente, lo contrarío de la admiración, que
es la actitud propia del filósofo. Pero es también limitar la propia capacidad
de conocer, conformarse con poco. Sólo Hegel, que afirmó que el objeto es
fruto de la actividad del sujeto, y que por eso se identifica con él, creyó
haber logrado el saber absoluto de lo absoluto; pero su saber infinito se
demostró finito al día siguiente de haberío logrado, porque lo posterior, el
futuro, escapaba radicalmente a lo ya logrado y acabado.

El conocimiento, para un realista, no incurre en un círculo vicioso


porque no se funda a sí mismo; esto ocurre, en cambio, en el idealismo que
es, quizás, la meta del escéptico.

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