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La última danza.

Dos filas de esbeltos edificios se alzaban sobre sus hombros.

El pecado,el pasado...

Los ojos borrosos de Sara en los subterráneos, su presente bajo lluvia pesada, sobre asfalto, su paso al
estado último de la libertad.

Anuncios multicolores, risas prefabricadas por el alcohol que brota en los bares. Prostíbulos, discotecas,
músicos mudos en las esquinas. El éxodo de los carros en la autopista que atraviesa de norte a sur. Ya
sin luna aquel cielo de octubre. Cruzando el puente, ahora bajando, depositando la vista en el lomo de
un doble remolque mientras las manadas de indigentes se calentaban cómo cavernicolas en torno al
fuego en un túnel.

Pasado el apocalipsis, el guiño burlón de los letreros segur de sus leyendas. Dios salva. Travestis,
estrellas fugaces de las coladeras del mundo sobre altos tacones, y vestidos brillantes, deteniendo autos
negros.

Todo aquél gran trozo de tierra americana sembrado de oscura libertad.

Un muy lejano recuerdo del brillo del mar, cómo el paso de una polilla por el oído. Pasados los años
veinte, el plomo en la sangre, ya únicamente como un soplo castrante junto a una vena.

Ahí arriba, en las estrellas, estaban todas las calaveras bailando dentro de los límites del cenit en una
infinita espera...

-Ciertamente he volado...Ciertamente, más allá de cualquier espeza nueve de polvo ligero entre un
mundo y otro...

Ciertamente - Exclamó en voz alta hundiendo la vista en el cinturón de Orion. Agachó observando la
palma de su mano izquierda. El aire frío golpeaba de súbito sus ojos nublados por rojas lágrimas llenas
de pena.

-¡Mis pasos no van! -Chilló con voz quebrada reprimiendo el llanto con inmensa fuerza.

-¡Si pudiera mi corazón contarlo todo! Seguramente... ¡Cuánto pesa la vida más dichosa en el final
cuando todo se esconde en las hojas de un almanaque caduco! Estoy solo. Completamente solo.

-Pasó de largo, tocó el barandal del jardín y siguió, ahí no había nada, sólo una casa vacía.

-Pude imaginar, al grado de convencer a la vida de volcarse por eterno a mi favor, que ningún poderoso
podría haber tenido más gloria en toda su vida que yo en un solo respiro...Que no me queda nada. Nada
que sospechar, que desear, que ganar o que perder. Nada que temer o dudar. Soy cómo el centro, el
núcleo de todos los misterios, lleno y vacío, sin órbita. Extraño para los astros.
-El hielo de la noche pronta a desaparecer cobro presencia en forma de una franja más azul en el
orizonte. Cuándo los círculos cristalinos de los antes nebulosos ojos de Sara se encendieron cómo
brazas. Unos pies descalzos, esa noche hace años pisando entre la locura de un gramo y el odio a su
permanencia en el mundo. Todo cuanto oyó élla sobre la felicidad resultó tan falso cómo la realidad.
Carlos la amó por siempre, que ninguna canción podría evocar una ausencia tan absoluta de
inexistencia, que para él su muerte fué tan insignificante cómo un comercial de cepillos de dientes...

Así, en la voz de Sara jamás hubo sonido alguno de maldad aunque hubiera blasfemado contra su propia
alma.

-Ésta noche, querida, pondrás miel en las cumbres de tus senos y con tu mano me levantaras a ellos por
la nuca, llamándome por mi nombre, mirándome a los ojos desde tu cuerpo desnudo, en la quietud.

- Pensó Carlos deteniéndose en el medio de las vías mientras sonaba la campana y se cerraba el paso a
los autos alumbrados por el semáforo rojo.

Sus dedos tocaron cada estrella cómo si éstas fueran las teclas de un piano mientras sus pies subían una
escalinata de viento al sonido del tren, al sonido de la música de la muerte. En aquella cama, en aquél
lecho, en ese rosado amanecer junto a Sara, mientras sus lobesnos, su querido ejército de calaveras
siniestras jugaban a la guerra, corriendo, gritando, riendo, rugiendo. '' Juega a ser el demonio Papá ''

En ése segundo, Carlos tronó desmembrandose, convertido en trozos de carne sin forma, en maza de
sangre carne y huesos embarrados en el fierro oxidado de las ruedas y las vías. Desapareciendo en la
última danza. Escapando de la muerte. Volviendo a la totalidad.

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